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22 de Septiembre de 2014 9 la Ley marcial a toda persona que se sorprenda con ar- mas explosivas”. Se añadía: “Será ejecutada en el acto”. Las bombas caían ya sobre el Palacio de la Moneda. Salva- dor Allende se suicidaba. Una parte, esencial, de la historia de Chile se culminaba en la tragedia. El presidente, que apostaba por la muerte y por el honor, tenía 65 años. El Ejército de Pinochet asumía todos los poderes. El caos y la muerte coronaban el inicio de la dictadura. Allí, en el palacio de la presidencia, se suicidó. El presidente Echeverría enviaba –de inmediato- un avión a Santiago para salvar a la familia de Allende. El embajador de México, –admirable fue su tarea de salvamento a los perseguidos- sin una duda, se reunía con los Allende. La decisión era difícil. Beatriz, la hija predilecta de Allende, embarazada, decidió marcharse a Cuba porque su marido, Luis Fernando, era diplomá- tico cubano. La familia, en el dolor, se escindía. Tencha Allende vino a México donde fue recibida con cariño y fervor. Me pidió que la ayudara a hacer el primer texto de agradecimiento. La dictadura pinochetista se tragó una generación. En- tre los Allende el dolor y el exilio produjo tragedias dolo- rosas. Beatriz Allende –Tati- en octubre de 1977 se suicidó en su exilio en La Habana. Nadie supo por qué. Dolor seco y duro. Laura Allende, hermana de Salvador Allen- de, se arrojó, desde su habitación, en el cuarto piso del Habana Rivera, junto al mar. El golpe, en el dramatismo de la historia contemporánea, nos dejaba esas huellas dolorosas y trágicas del exilio. Una familia y un país lo sufrieron. Cuan- do se restableció la democracia se honró al embajador de México que hizo una me- morable defensa y apoyo a los perseguidos. En esos primeros días, días de un nuevo comienzo, comí, en el Palacio de la Mon- da, aún con las huellas de los bombazos, con Tencha Allende. Era una comida de la “reconciliación”. Frente a ella, así no más, estaba una representación de los ca- rabineros. Los primeros que se sublevaron contra Allende. Ella, serena, admirable, asumió ese momento con generosas pala- bras. Su mirada a las fachadas bombardea- das fue única. Chile de Allende sobrevivió y vivió. Los desaparecidos no volvieron. Su recuerdo es la memoria viva. En estos días han sonado bombas en Santiago. La vida, implacable, nos deja sin rencor, pero con la memoria vida, alertadora, despierta para el nunca jamás. Por Juan María Alponte [email protected] http://juanmariaalponte.blogspot.mx/ Columna México y el Mundo A 41 años de Salvador Allende N unca olvidaré aquella noche: 9 de septiembre de 1973. La esposa del presidente de Chile, Tencha Allende, admirable persona, estaba en México en visita ocial. Tuvo la gentileza de invitarme a cenar con ella y unos chilenos residentes en México. Éramos cinco; yo era el único mexicano. La conversación tuvo tonos dramáticos. Tencha Allen- de y los chilenos no dudaban que el “golpe” contra Sal- vador Allende era ya un hecho inevitable. El debate, que lo hubo, puede achacárseme. Los chilenos no dudaban del levantamiento contra Allende, pero insistían, inquebran- tables, en un punto: que el golpe sería pacíco porque en Chile no se conocían hechos sangrientos. Me opuse terminantemente. Expliqué que se vivían días, en el mundo en crisis y en convulsión y, en suma, que la guerra fría y la confrontación entre Cuba y Estados Uni- dos inamaban las tensiones políticas y las dotaba de un especial dramatismo. Mis interlocutores chilenos se opu- sieron sin equívocos. Solamente Tencha Allende intervino: “El compañero Allende tendría que oírte”. Sé que estuve poco discreto porque respondí así. “Tendría que ser ahora mismo”. Aún siento, como una imprudencia mía, aquella tensión en el cuadro de una convivencia que todos, acaso, queríamos que fuese generosamente inteligente. El tiempo, sin embargo, apretaba las tuercas, duras, de la historia. El día 10 de septiembre de 1973 regresó Tencha Allende a Santiago. La recibió en el aeropuerto su esposo, Salvador Allende, presidente de la República. Estaba visiblemente preocupado. Había visitado a una persona de su familia en- ferma, de un lado, y la tensión que vivía el país, del otro, no era eludible. En la noche del 10 en la casa de los Allende, en la calle Tomás Moro, los rumores sobre el levantamiento de la Armada se hicieron patentes. Los teléfonos repicaban la crisis. Los nombres de los generales circulaban en una no- che larga. El general Pinochet fue, prácticamente, el último que se unió al golpe. Cínico, esperó hasta el nal cuando el golpe ya estaba formulado y sin repliegue. Se vivía, dijo alguien, “sobre un barril de pólvora”. El cardenal Raúl Silva Enríquez, ya el 21 de julio, cuan- do la atmósfera política comenzaba a enrarecerse, había se- ñalado “que la paz de Chile tiene un precio” y, añadió, “que era preciso crear las condiciones para un diálogo”. La atmósfera era crítica. Salvador Allende inauguraba su no- veno gabinete de gobierno el 10 de agosto. Casi a la vera del golpe. Sus muchos gabinetes revelaban la crisis. Allende hizo saber al país “que era la última oportu- nidad para evitar el enfrentamiento y la guerra civil”. Las palabras, inequívocas, invocaban a un diálogo, pero “cómo sostener el paro de los transportistas y gremios profesionales, controlar el terrorismo, superar la crisis de las Fuerzas Armadas y remontar el impasse en el diá- logo con la Democracia Cristiana”. (Del libro “Chile la Memoria Prohibida”, página 42). Las tensiones, en agosto de 1973, eran patentes. Los generales se reunían en el círculo de una crisis creciente. El general Pinochet fue el último –así es la existencia memo- rable- que se unió a la conspiración militar contra Allende. El último sería el primero. La vida nos enseña y sigue su camino. ¿Y Salvador Allende? El 28 de agosto de 1973 Salvador Allende anunció la presencia pública de su décimo gabinete gubernamental. El Partido Socialista en el poder, después de las reformas y la nacionalización de las minas (USA) de cobre, el 11 de julio de 1971, se encontraba en una crisis permanente. Salvador Allende Gossens, miembro del Partido Socialista chileno desde 1933, en las elecciones de 1970, le condujo a la presidencia. Por vez primera en al historia de Chile, elegía a un político que, en la guerra fría y en la crisis de Estados Unidos y Cuba, se declaraba marxista. El 11 de septiembre de 1973 la conspiración militar contra Allende se cerraba para iniciar el golpe. Dos días después, según el Bando No. 2 del Ejército, bando difun- dido por la radio, se decía sin más: “El Palacio de la Mo- neda deberá ser evacuado antes de las 11 horas. De lo contrario será atacado por la Fuerza Aérea de Chile”. El bombardeo se inició en punto. Veinte minutos antes Allende se reunió con sus colaboradores en el salón Toesca. Sus últimas palabras “Voy a defender, con mi vida, la autoridad presidencial. Les agradezco su colaboración, pero es inútil que nos quedemos todos aquí”. Nobles y generosas palabras. El bombardeo se inició a la hora prevista. Pinochet raticaba la dictadura, poco an- tes, con dureza: “Conforme al Estado de Sitio se aplicará

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ALPONTE ARTÍCULO 23

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  • 22 de Septiembre de 2014

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    la Ley marcial a toda persona que se sorprenda con ar-mas explosivas. Se aada: Ser ejecutada en el acto. Las bombas caan ya sobre el Palacio de la Moneda. Salva-dor Allende se suicidaba. Una parte, esencial, de la historia de Chile se culminaba en la tragedia. El presidente, que apostaba por la muerte y por el honor, tena 65 aos. El Ejrcito de Pinochet asuma todos los poderes. El caos y la muerte coronaban el inicio de la dictadura. All, en el palacio de la presidencia, se suicid.

    El presidente Echeverra enviaba de inmediato- un avin a Santiago para salvar a la familia de Allende. El embajador de Mxico, admirable fue su tarea de salvamento a los perseguidos- sin una duda, se reuna con los Allende. La decisin era difcil. Beatriz, la hija predilecta de Allende, embarazada, decidi marcharse a Cuba porque su marido, Luis Fernando, era diplom-tico cubano. La familia, en el dolor, se escinda. Tencha Allende vino a Mxico donde fue recibida con cario y fervor. Me pidi que la ayudara a hacer el primer texto de agradecimiento.

    La dictadura pinochetista se trag una generacin. En-tre los Allende el dolor y el exilio produjo tragedias dolo-rosas. Beatriz Allende Tati- en octubre de 1977 se suicid en su exilio en La Habana. Nadie supo por qu. Dolor seco y duro. Laura Allende, hermana de Salvador Allen-de, se arroj, desde su habitacin, en el cuarto piso del Habana Rivera, junto al mar. El golpe, en el dramatismo

    de la historia contempornea, nos dejaba esas huellas dolorosas y trgicas del exilio. Una familia y un pas lo sufrieron. Cuan-do se restableci la democracia se honr al embajador de Mxico que hizo una me-morable defensa y apoyo a los perseguidos. En esos primeros das, das de un nuevo comienzo, com, en el Palacio de la Mon-da, an con las huellas de los bombazos, con Tencha Allende. Era una comida de la reconciliacin. Frente a ella, as no ms, estaba una representacin de los ca-rabineros. Los primeros que se sublevaron contra Allende. Ella, serena, admirable, asumi ese momento con generosas pala-bras. Su mirada a las fachadas bombardea-das fue nica. Chile de Allende sobrevivi y vivi. Los desaparecidos no volvieron. Su recuerdo es la memoria viva. En estos das han sonado bombas en Santiago. La vida, implacable, nos deja sin rencor, pero con la memoria vida, alertadora, despierta para el nunca jams.

    Por Juan Mara Alponte

    [email protected]://juanmariaalponte.blogspot.mx/

    Columna Mxico y el Mundo

    A 41 aos de Salvador Allende

    Nunca olvidar aquella noche: 9 de septiembre de 1973. La esposa del presidente de Chile, Tencha Allende, admirable persona, estaba en Mxico en visita o!cial. Tuvo la gentileza de invitarme a cenar con ella y unos chilenos residentes en Mxico. ramos cinco; yo era el nico mexicano.

    La conversacin tuvo tonos dramticos. Tencha Allen-de y los chilenos no dudaban que el golpe contra Sal-vador Allende era ya un hecho inevitable. El debate, que lo hubo, puede achacrseme. Los chilenos no dudaban del levantamiento contra Allende, pero insistan, inquebran-tables, en un punto: que el golpe sera pac!co porque en Chile no se conocan hechos sangrientos.

    Me opuse terminantemente. Expliqu que se vivan das, en el mundo en crisis y en convulsin y, en suma, que la guerra fra y la confrontacin entre Cuba y Estados Uni-dos in!amaban las tensiones polticas y las dotaba de un especial dramatismo. Mis interlocutores chilenos se opu-sieron sin equvocos. Solamente Tencha Allende intervino: El compaero Allende tendra que orte. S que estuve poco discreto porque respond as. Tendra que ser ahora mismo. An siento, como una imprudencia ma, aquella tensin en el cuadro de una convivencia que todos, acaso, queramos que fuese generosamente inteligente. El tiempo, sin embargo, apretaba las tuercas, duras, de la historia.

    El da 10 de septiembre de 1973 regres Tencha Allende a Santiago. La recibi en el aeropuerto su esposo, Salvador Allende, presidente de la Repblica. Estaba visiblemente preocupado. Haba visitado a una persona de su familia en-ferma, de un lado, y la tensin que viva el pas, del otro, no era eludible. En la noche del 10 en la casa de los Allende, en la calle Toms Moro, los rumores sobre el levantamiento de la Armada se hicieron patentes. Los telfonos repicaban la crisis. Los nombres de los generales circulaban en una no-che larga. El general Pinochet fue, prcticamente, el ltimo que se uni al golpe. Cnico, esper hasta el "nal cuando el golpe ya estaba formulado y sin repliegue. Se viva, dijo alguien, sobre un barril de plvora.

    El cardenal Ral Silva Enrquez, ya el 21 de julio, cuan-do la atmsfera poltica comenzaba a enrarecerse, haba se-alado que la paz de Chile tiene un precio y, aadi, que era preciso crear las condiciones para un dilogo. La atmsfera era crtica. Salvador Allende inauguraba su no-veno gabinete de gobierno el 10 de agosto. Casi a la vera del golpe. Sus muchos gabinetes revelaban la crisis.

    Allende hizo saber al pas que era la ltima oportu-nidad para evitar el enfrentamiento y la guerra civil. Las palabras, inequvocas, invocaban a un dilogo, pero cmo sostener el paro de los transportistas y gremios profesionales, controlar el terrorismo, superar la crisis de las Fuerzas Armadas y remontar el impasse en el di-logo con la Democracia Cristiana. (Del libro Chile la Memoria Prohibida, pgina 42).

    Las tensiones, en agosto de 1973, eran patentes. Los generales se reunan en el crculo de una crisis creciente. El general Pinochet fue el ltimo as es la existencia memo-

    rable- que se uni a la conspiracin militar contra Allende. El ltimo sera el primero. La vida nos ensea y sigue su camino. Y Salvador Allende?

    El 28 de agosto de 1973 Salvador Allende anunci la presencia pblica de su dcimo gabinete gubernamental. El Partido Socialista en el poder, despus de las reformas y la nacionalizacin de las minas (USA) de cobre, el 11 de julio de 1971, se encontraba en una crisis permanente. Salvador Allende Gossens, miembro del Partido Socialista chileno desde 1933, en las elecciones de 1970, le condujo a la presidencia. Por vez primera en al historia de Chile, elega a un poltico que, en la guerra fra y en la crisis de Estados Unidos y Cuba, se declaraba marxista.

    El 11 de septiembre de 1973 la conspiracin militar contra Allende se cerraba para iniciar el golpe. Dos das despus, segn el Bando No. 2 del Ejrcito, bando difun-dido por la radio, se deca sin ms: El Palacio de la Mo-neda deber ser evacuado antes de las 11 horas. De lo contrario ser atacado por la Fuerza Area de Chile. El bombardeo se inici en punto. Veinte minutos antes Allende se reuni con sus colaboradores en el saln Toesca. Sus ltimas palabras Voy a defender, con mi vida, la autoridad presidencial. Les agradezco su colaboracin, pero es intil que nos quedemos todos aqu.

    Nobles y generosas palabras. El bombardeo se inici a la hora prevista. Pinochet rati"caba la dictadura, poco an-tes, con dureza: Conforme al Estado de Sitio se aplicar