23 Domingo Ordinario - A

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Corrección y oración fraterna 23º domingo Tiempo Ordinario - A

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23 Domingo Ordinario - A - La corrección fraterna

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Corrección y oración fraterna

23º domingo Tiempo Ordinario - A

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Si tu hermano peca, repréndelo a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no hace caso, díselo a la comunidad…

Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo.

Mt 18, 15-20

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Avisar y reprender a alguien que, a nuestro juicio, se ha equivocado, es muy delicado. Es fácil caer en la crítica o en la permisividad. El equilibrio justo

está en la corrección fraterna.

Pero, ¿cómo practicarla para que sea pedagógica y no dañe al otro?

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Corregir al que yerra es un deber cristiano. Amar comporta ayudar y, cuando es necesario, avisar y corregir.

Pero antes conviene escuchar al otro: puede tener sus razones y no debemos emitir un juicio severo sin escucharlas.

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Todos nos equivocamos alguna vez, y nos cuesta

admitirlo.

Juzgar y reprender a los demás nos resulta fácil. Pero no todos sabemos

corregir adecuadamente.

Jesús nos da las claves para que la corrección sea fraterna y efectiva.

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Clave 1: un vínculo cercano y afectivo

Si no hay una relación próxima y de afecto la corrección será infructuosa. Podemos corregir bien a quien

consideramos un hermano, mirándolo con amor y comprensión.

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Clave 2: discreción

La corrección debe darse en privado, entre dos o tres personas. Solo en última instancia se recurrirá a toda la

comunidad para amonestar al que se equivoca. Y, nunca, se acusará en público y en ausencia del acusado.

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Clave 3: el amor

Es el amor el que da la potestad para “atar y desatar”, en la tierra y en el cielo. Sin amor la corrección no

tiene sentido. Podemos imponer nuestras ideas por encima de la persona y faltar así a la caridad: una

corrección así no ayudará a nadie.

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LA ORACIÓN COMUNITARIA

Pero Jesús sigue diciendo: “Si dos o tres se ponen de acuerdo para pedir algo, mi Padre del cielo se lo dará”.

La oración personal e íntima tiene un enorme sentido, pero rezar con los demás también es vital.

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Las peticiones individuales pueden ser dispares y a veces egoístas. Pero la plegaria comunitaria revela la unidad, ¡y Dios la escucha con tanto agrado! Cuando pedimos las cosas con sinceridad y un solo corazón,

Dios presta especial atención…

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El mundo atraviesa una gran sequedad espiritual. Pidamos por las personas que agonizan de sed de Dios. Roguemos para que se llene el vacío del ser humano, hambriento de ternura, de amor, de sonrisa… de Dios.

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El olvido de Dios nos hace correr angustiados, inquietos y ansiosos por tener más. Llenamos nuestro vacío existencial de dinero, distracciones y mil cosas que nunca nos satisfacen del todo. Ni el poder, ni la fama, ni siquiera los logros intelectuales nos llenan como puede hacerlo Dios.

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Jesús nos trae a Dios. Se hace presente en la eucaristía. Cada vez que lo tomamos podemos alimentarnos de él.

Pero, además, “donde están dos o tres en mi nombre, allí estoy yo”. Jesús está en los demás, en los hogares, en la

lucha social por la justicia, en los grupos… Allí donde haya corazones abiertos al amor, allí lo encontraremos.

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En momentos difíciles de nuestra vida, hemos experimentado su cercanía. Siempre nos espera,

siempre nos socorre. Nosotros podemos olvidarnos de Dios cuando las cosas parecen ir bien…

¡Él nunca nos olvida!

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Textos: Joaquín Iglesias Aranda

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