24 ORD. 15 ACG

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XXIV domingo del Tiempo Ordinario• AÑO / B Mc 8, 27-35 ● Primera lectura ● Is 50, 5-9ª “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban”. ● Salmo ● Sal 114 ● “Caminaré en la presencia del Señor en el país de la vida”. ● Segunda lectura ● Sant 2, 14-18 ● “La fe, si no tiene obras, está muerta”. ● Evangelio ● Mc 8, 27-35 ● “Tú eres el Mesías… El Hijo de hombre tiene que padecer mucho”. Mc 8, 27-35 27 Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Ce- sarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 28 Ellos le dijeron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profe- tas». 29 Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el mesías». 30 Y Je- sús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. 31 Desde entonces comenzó a declararles que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día. 32 Esto lo decía con toda cla- ridad. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. 33 Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro diciéndole: «¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus senti- mientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 34 Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Porque el que quiera salvar su vida la per- derá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará. Me pongo en presencia de Dios y le pido que me acompañe en este rato de oración. Me imagino la escena. Jesús deja la multitud y se retira con el grupo reducido de los Apóstoles a un lugar tranquilo. Él lleva la iniciativa. En la intimidad, estando ellos solos Jesús les hace unas preguntas. La más importante es la segunda ¿quién soy yo para vosotros? ¿qué represen- to para vuestras vidas? Pedro responde en nombre del grupo. Lo mismo está sucediendo ahora. De muchas maneras Jesús también me pregunta: ¿Qué dice la gente hoy de mí? ¿Quien soy yo para ti? ¿En qué se nota? Son preguntas personales que piden una res- puesta no teórica sino vivencial. Piden una res- puesta que permanentemente he de actualizar. Llamadas. Oro de lo que he contemplado.

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XXIV domingo del Tiempo Ordinario• AÑO / B • Mc 8, 27-35

● Primera lectura ● Is 50, 5-9ª ● “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban”.

● Salmo ● Sal 114 ● “Caminaré en la presencia del Señor

en el país de la vida”.

● Segunda lectura ● Sant 2, 14-18 ● “La fe, si no tiene obras, está muerta”.

● Evangelio ● Mc 8, 27-35 ● “Tú eres el Mesías… El Hijo

de hombre tiene que padecer mucho”.

Mc 8, 27-35 27 Salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Ce-sarea de Filipo, y en el camino les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». 28 Ellos le dijeron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profe-tas». 29 Él les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el mesías». 30 Y Je-sús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. 31 Desde entonces comenzó a declararles que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día. 32 Esto lo decía con toda cla-ridad. Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. 33

Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro diciéndole: «¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus senti-mientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 34 Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 35 Porque el que quiera salvar su vida la per-derá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará.

● Me pongo en presencia de Dios y le pido que me acompañe en este rato de oración.

● Me imagino la escena. Jesús deja la multitud y se retira con el grupo reducido de los Apóstoles a un lugar tranquilo. Él lleva la iniciativa.

● En la intimidad, estando ellos solos Jesús les hace unas preguntas.

● La más importante es la segunda ¿quién soy yo para vosotros? ¿qué represen-to para vuestras vidas?

● Pedro responde en nombre del grupo.

● Lo mismo está sucediendo ahora. De muchas maneras Jesús también me pregunta: ¿Qué dice la gente hoy de mí?

¿Quien soy yo para ti?

¿En qué se nota? ● Son preguntas personales que piden una res-puesta no teórica sino vivencial. Piden una res-puesta que permanentemente he de actualizar. ● Llamadas. ● Oro de lo que he contemplado.

Notas para fijarnos en el Evangelio

● El texto de esta semana nos ofrece uno de los momentos centrales del

Evangelio de San Marcos.

● Creo que San Marcos, como todos los otros evangelistas, pretende darnos una

respuesta a la pregunta ¿quién es Je-

sús?

● San Marcos comienza su Evangelio di-ciéndonos que Jesús es “el Mesías, el

Hijo de Dios” y casi al final de su Evan-

gelio el centurión nos da también la de-

finición de Jesús: “Verdaderamente este

hombre era el Hijo de Dios”.

● Aquí, en el texto de hoy, en la confe-sión de Pedro, tenemos otra gran defini-

ción de Jesús “Tú eres el Mesías”.

● Hay coincidencias en ellas.

● En el transcurso de su vida pública lle-ga un momento en el que Jesús se cen-

tra más en sus Discípulos, en los Após-

toles. Jesús se retira, como vemos en el

texto, con sus Discípulos a un lugar

tranquilo.

● Hay dos preguntas que les hace a sus Discípulos:

● En la primer trata de averiguar qué es lo que la gente dice de Él, qué idea se

han ido formando y en la segunda se

interesa directamente por la postura

que aquel grupito de Apóstoles ha to-

mado respeto a su persona.

● Después de un tiempo de actividad, enseñando, realizando milagros, convi-

viendo con la gente, Jesús toma el pulso

de la situación e intenta ver las conse-

cuencias que ha tenido en su entorno.

Jesús se interesa por el efecto que ha

dejado entre la gente, por la manera co-

mo le perciben.

● La valoración, por lo que nos ofrece el texto, es positiva. A Jesús lo ven como

un profeta.

● Pedro va más lejos y para él y los su-yos Jesús es mucho más que un profe-

ta, Jesús es el enviado de Dios.

● No es que Pedro lo tenga del todo cla-ro, ni él ni los demás Apóstoles pero ahí

está su profesión de fe.

● Jesús a los Apóstoles les prohíbe ha-blar de ello, difundir lo que han termi-

nado de expresar. No nos dice el texto

por qué Jesús toma esta decisión, pero

por lo que sabemos se trataba del gran

peligro que Jesús veía de que tergiver-

sasen su misión, su persona.

● Jesús veía que tenía el peligro de ser convertido en un Mesías terreno, en una

figura política contra el poder romano.

● Jesús acepta la afirmación de Pedro, simplemente no ve oportuno difundirla

pues muchos no lo comprenderán en su

verdadero sentido.

● En el texto al final aparece el anuncio de su final doloroso y triunfante: su

muerte y resurrección.

● Es posible que este anuncio esté con-dicionado por la fe post pascual, por la

experiencia que ellos habían tendido de

la muerte y resurrección de Jesús.

● De todas formas en el relato aparece la dificultad que tuvieron los Apóstoles

por asumir todo el camino de Jesús, to-

do su estilo de vida. Por eso Jesús tiene

unas palabras muy duras para Pedro y

para los Apóstoles.

● Jesús concluye proponiéndonos lo que en realidad fue su vida: donación, en-

trega.

¿Quién soy yo para ti?

Señor Jesús, en los Evangelios hay páginas bonitas: milagros, parábolas, discursos, tensiones con tus enemigos, comportamientos tuyos aleccionadores etc. Puedo tomar el Evangelio como un espectáculo. Como algo que sucedió en el tiempo, como la manifestación de un gran personaje, que lo fuiste. Puedo, Señor Jesús, situarme como el espectador que va al cine y se sienta cómodo en su butaca, como aquel que lee una bonita novela. Hoy, Señor Jesús, tu persona y todo el Evangelio siempre nos introduce en tu historia, en tu vida. Tú, Señor Jesús, estás vivo y estás presente en mi vida. Dame mucha fe en esa presencia actual tuya, que no te vea como un personaje del pasado, sino que te tenga como alguien actual. Hoy, como aquel día, a Pedro y a los tuyos, me haces la misma pregunta: ¿Quién soy yo para ti? Por que el Evangelio no es ninguna novela, Tú no eres un personaje del pasado. Tú, Señor Jesús, vives y me haces la misma pregunta: ¿Quién soy yo para ti? Y yo tengo que definirme, he de tomar postura. Tú, Señor Jesús, me introduces en tu vida y me haces parte de tu historia. Yo estoy llamado a salir en esa historia en la que Tú eres el protagonista.

¿Cuál es, en la práctica, mi respuesta a tu pregunta? Mis palabras, mis obras, mis actitudes… ¿qué respuesta ofrecen a tu pregunta? Ante todo gracias, Señor Jesús, porque me das la posibilidad de ser protagonista. En segundo lugar, ya que Tú me haces la pregunta, ayúdame a dar la respuesta válida, ayúdame para que mis palabras y mis actos estén en consonancia con lo que Tú eres. Es posible que como los Apóstoles me horrorice la cruz, el fracaso (al menos aparente…) el sacrificio tuyo, de la Iglesia y el mío propio. Ten paciencia, perdona mis debilidades y ayúdame a aceptar la cruz de mi vida para poder participar de tu Resurrección Yo quiero; Señor Jesús, darte gracias por tantas personas: hombres y mujeres, presbíteros, religiosos/as, seglares que lo tienen claro, clarísimo y de muchas formas me están diciendo permanentemente: que Tú eres para ellas lo mejor, su absoluto, su todo.

VER

E l responsable de uno de los actos conmemo-rativos del V Centenario del nacimiento de

Santa Teresa de Jesús expresó su deseo de que, tras ese acto, “quedase alguna obra” como testi-monio de lo que se había estado celebrando. Es-te responsable sabía que por muy intensa que sea la experiencia vivida, es muy humano que la intensidad de esa experiencia decaiga con el pa-so del tiempo, y por eso hace falta algo físico, tangible, que permita mantenerla viva. Ése es el motivo de que se erijan estatuas, se coloquen placas conmemorativas o se dediquen calles y plazas. La gran mayoría de las personas pasa-mos por este mundo sin dejar huella; incluso en la propia familia, el recuerdo afectivo no suele durar más allá de dos o tres generaciones, y el olvido va ganando terreno. Por eso, es un deseo también muy humano querer dejar alguna obra, “algo” que perdure más allá de nuestra vida y que mantenga vivo nuestro recuerdo a lo largo del tiempo.

JUZGAR

L a Palabra de Dios en este domingo nos invita precisamente a dejar “obras”, pero no simple-

mente en el sentido humano, sino obras de fe. Así lo hemos escuchado en la 2ª lectura: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?... La fe, si no tiene obras, está muerta por dentro. Si nos llamamos cristianos y quere-mos serlo de verdad, no debemos contentarnos con una fe intimista que apenas se percibe en lo exterior. Creer en Jesús, además de afirmar su existencia y de creer en su Palabra, es seguirle, y por eso la fe cristiana es algo dinámico, algo que puede ser percibido por los demás. De ahí la necesidad de dejar “obras de fe” como testimo-nio.

Y entre las muchas “obras” que podemos dejar como testimonio de fe, puesto que el 8 de di-ciembre iniciaremos el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, vamos a tener muy presentes las “obras de misericordia”. Como indica el Catecis-mo en el nº 2447: son acciones caritativas mediante las cuales socorremos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Y el Papa Francisco, en la Convo-catoria del Jubileo de la Misericordia, nº 15, se-ñala: Es mi vivo deseo que el pueblo cris-tiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espiri-tuales. Será un modo para despertar nues-tra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubra-mos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al

sediento, vestir al desnudo, acoger al fo-rastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvide-mos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

Y como cualquier obra que merezca la pena, no es fácil y a veces cuesta mucho hacer las obras de misericordia, tanto en lo físico como en lo emocional. Jesús nos lo ha advertido en el Evan-gelio: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Y en la 1ª lectura hemos escuchado los sufrimientos del Siervo de Yahvé: ofrecí la es-palda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Pero no estamos solos en esta misión, Jesús está a nuestro lado, por eso también podemos decir como el Siervo: Mi Se-ñor me ayuda. Merece la pena hacer las obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos su-yos, porque Él nos ha prometido: el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.

ACTUAR

¿E stoy dejando alguna “obra” humana que dé testimonio perdurable de mi paso por

este mundo? ¿Entiendo la necesidad de dejar “obras de fe”? ¿Tengo presentes en mi espiri-tualidad las obras de misericordia, tanto las cor-porales como las espirituales? ¿Cómo puedo aplicarlas a mi vida?

Como indica el Papa: La Iglesia siente la ur-gencia de anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con convicción hace de la misericordia su anun-cio (25). Respondamos sin miedo a la llamada de dejar huella con “obras de misericordia” a nuestro paso, para que nuestro testimonio de fe resulte creíble, como decía el apóstol Santiago: yo, por las obras, te probaré mi fe.

Acción Católica General Alfonso XI, 4 - 5º 28014 Madrid

www.accioncatolicageneral.es [email protected]

Ver ● Juzgar ● Actuar “Obras”“Obras”