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32 32 32 32 32 E n el ya lejano verano del año 1971 Roberto Fernández Reta- mar comenzaba la redacción de su Calibán –convertido con el tiempo en un clásico de la ensayística latinoamericana– re- produciendo una pregunta que pocos días antes había recibido de un periodista europeo de izquierda: «¿Existe una cultura latinoame- ricana?», interrogante que al poeta y ensayista caribeño se le anto- jaba similar a esta otra: «¿Existen ustedes?». Pues poner en dudas nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia, nuestra realidad humana misma, y por tanto estar dispuestos a tomar partido en favor de nuestra irremedia- ble condición colonial, ya que se sospecha que no seríamos sino eco desfigurado de lo que sucede en otra parte. Esa otra parte son, por supuesto, las metrópolis, los centros colonizadores, cuyas «de- rechas» nos esquilmaron, y cuyas supuestas «izquierdas» han pre- tendido y pretenden orientarnos con piadosa solicitud. Ambas cosas, con el auxilio de intermediarios locales de variado pelaje. 1 Para Fernández Retamar era obvio que existir como humanos ple- nos, y no como «eco desfigurado» de otros, es tener cultura propia, JOSÉ RAMÓN FABELO CORZO «América Latina»: ¿al servicio de la colonización o de la descolonización? 1 Roberto Fernández Retamar: «Calibán», Calibán y otros ensayos, La Ha- bana, Arte y Literatura, 1979, p. 10. Revista Casa de las Américas No. 276 julio-septiembre/2014 pp. 32-48

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En el ya lejano verano del año 1971 Roberto Fernández Reta-mar comenzaba la redacción de su Calibán –convertido conel tiempo en un clásico de la ensayística latinoamericana– re-

produciendo una pregunta que pocos días antes había recibido deun periodista europeo de izquierda: «¿Existe una cultura latinoame-ricana?», interrogante que al poeta y ensayista caribeño se le anto-jaba similar a esta otra: «¿Existen ustedes?».

Pues poner en dudas nuestra cultura es poner en duda nuestrapropia existencia, nuestra realidad humana misma, y por tantoestar dispuestos a tomar partido en favor de nuestra irremedia-ble condición colonial, ya que se sospecha que no seríamos sinoeco desfigurado de lo que sucede en otra parte. Esa otra parte son,por supuesto, las metrópolis, los centros colonizadores, cuyas «de-rechas» nos esquilmaron, y cuyas supuestas «izquierdas» han pre-tendido y pretenden orientarnos con piadosa solicitud. Ambascosas, con el auxilio de intermediarios locales de variado pelaje.1

Para Fernández Retamar era obvio que existir como humanos ple-nos, y no como «eco desfigurado» de otros, es tener cultura propia,

JOSÉ RAMÓN FABELO CORZO

«América Latina»: ¿al serviciode la colonizacióno de la descolonización?

1 Roberto Fernández Retamar: «Calibán», Calibán y otros ensayos, La Ha-bana, Arte y Literatura, 1979, p. 10.Re

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es poseer una identidad diferenciada. Y en la reafirma-ción de esa identidad, en este caso de la latinoamericana,está toda posibilidad de superar la «irremediablecondición colonial» que supuestamente nos carac-teriza. El reconocimiento y la reafirmación de la iden-tidad latinoamericana es, entonces, en la visión delautor de Calibán, una condición de posibilidad parauna emancipación descolonizadora. Y es que, en sucriterio, «nuestra cultura es –y solo puede ser– hijade la revolución, de nuestro multisecular rechazoa todos los colonialismos; nuestra cultura, al igualque toda cultura, requiere como primera condiciónnuestra propia existencia».2 Y, después de citar aquelpensamiento de José Martí, según el cual solo pue-de haber literatura (y cultura) si existe un pueblomagno que en ella se refleje,3 concluye FernándezRetamar: «La cultura latinoamericana, pues, ha sidoposible, en primer lugar, por cuantos han hecho, porcuantos están haciendo que exista ese “pueblo mag-no” de “nuestra América”».4

Treinta y seis años después de Calibán, en 2007,se traduce al español un libro escrito en inglés dosaños antes por el semiólogo Walter Mignolo. Aunsin hacer referencia explícita al ensayo del poetacubano, en este libro, titulado La idea de AméricaLatina, el también teórico de la colonialidad/des-colonialidad 5 defiende una tesis en esencia opuesta

a la de Fernández Retamar. El propósito explícitode su libro es «excavar los cimientos imperiales/coloniales de la “idea” de América Latina».6 ParaMignolo, una identidad latina abarcadora de todoel subcontinente invisibiliza las diferencias a su inte-rior de indios y afrodescendientes y responde a losintereses de las que él llama «elites criollas de des-cendencia europea», encargadas de reproducir lasrelaciones de colonialidad en apariencia superadasdesde los procesos independentistas del siglo XIX.

La idea de «latinidad» contribuyó a disfrazar ladiferencia colonial interna con una identidad his-tórica y cultural que parecía incluir a todos peroque, en realidad, producía un efecto de totalidadsilenciando a los excluidos. Por lo tanto, la «lati-nidad» creó un nuevo tipo de invisibilidad paralos indios y los descendientes de africanos quevivían en «América Latina».7

De manera enfática, el pensador argentino-esta-dunidense intenta mostrar la intencionalidad imperial,colonizadora o recolonizadora que desde sus oríge-nes tuvo la idea de la América Latina y el uso políticoque, en igual sentido, se hizo después de ella en favorde intereses de elite. «“América”, y luego “AméricaLatina” y “América Sajona” –nos dice–, son concep-tos creados por europeos y criollos de ascendenciaeuropea. Los indios y los criollos descendientes de2 Ibíd., p. 78.

3 José Martí: «Cuadernos de apuntes», Obras Completas,La Habana, Ciencias Sociales, 1991, t. 21, p. 164.

4 Roberto Fernández Retamar: ob. cit., p. 79.5 La llamada teoría de la colonialidad o de la coloniali-

dad/descolonialidad ha sido desarrollada por AníbalQuijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Santiago Cas-tro-Gómez, Nelson Maldonado Torres, Fernando Coro-nil, Edgardo Lander y otros. Ver, por ejemplo, los libroscolectivos: Edgardo Lander (comp.): La colonialidaddel saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspec-

tivas latinoamericanas, Buenos Aires, FLACSO, 2000, ySantiago Castro Gómez, Ramón Grosfoguel (eds.): El girodecolonial. Reflexiones para una diversidad epistémicamás allá del capitalismo global, Bogotá, Pontificia Uni-versidad Javeriana/Siglo del Hombre Editores, 2007.

6 Walter Mignolo: La idea de América Latina, Barcelona,Gedisa, 2007, p. 16.

7 Ibíd., p. 112.

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africanos no fueron invitados al diálogo».8 En otrolugar agrega que «el surgimiento de la “latinidad” ode “América Latina” [...] debe entenderse en rela-ción con la historia de un imperialismo en ascenso enEuropa [...]».9 Y concluye Mignolo:

Hacia mediados del siglo XIX, la idea de Améri-ca como un todo empezó a dividirse no de acuer-do con los Estados-nación que iban surgiendo sinosegún las distintas historias imperiales del hemis-ferio occidental, de modo que quedó configuradocon América Sajona al norte y América Latina alsur. En ese momento, «América Latina» fue elnombre elegido para denominar la restauración dela «civilización» de la Europa meridional, católicay latina en América del Sur y, al mismo tiempo,reproducir las ausencias (de los indios y los afri-canos) del primer período colonial.10

Tal vez por provenir de la semiótica, Mignolo leotorga un peso casi absoluto a la carga semánticaque originariamente tienen los conceptos. De ahíque, para el caso que nos ocupa, el uso originarioque él supone tuvo el concepto «América Latina»le imprime una especie de sello fatalista definitivo einamovible a todo contenido histórico que siga de-signándose por el mismo concepto.

Así, debido al origen imperial-colonial que en suopinión tuvo el concepto y a que «América “Lati-na” es el proyecto político de las elites criollas –deascendencia europea– que lograron la independen-cia de España [...]»,11 en la actualidad la identidad

signada por ese concepto no sirve a las transfor-maciones descolonizadoras que la región necesita.

A comienzos del siglo XXI es evidente que la ima-gen de América «Latina» solo se mantiene porcostumbre o por intereses de la política y la eco-nomía global. Las transformaciones radicales [...]experimentadas en los últimos cuarenta añosponen en tela de juicio una identidad subconti-nental forjada para responder a necesidades queno son las de hoy en día.12

Si, como supone Mignolo, «las elites criollas seautocolonizaron al adoptar para sí la noción fran-cesa de que eran “latinos” [...]»,13 la identidad queentonces sirvió a la (neo) colonización no puedehoy funcionar a favor de la emancipación.

De tal manera, tenemos planteado el problemasobre el que queremos reflexionar en este trabajo:¿para qué sirven la identidad de la América Latinay el concepto que la define: para colonizar o paraemancipar? ¿Es un instrumento de colonización ouna condición necesaria para la descolonización?

De antemano señalaremos que, en nuestra opi-nión, estas preguntas no pueden tener una respues-ta unívoca y que la historia nos muestra que ambasalternativas han tenido verificaciones prácticas. Porlo que tanto la postura que defiende la idea sobre eluso colonizador de la identidad latinoamericana,como aquella que ve en esa identidad un recursonecesario para la descolonización, albergan unaimportante dosis de verdad.

En lo que toca a Roberto Fernández Retamar,este no es ajeno a la posibilidad de que la cultura (ysu correspondiente expresión identitaria) pueda ser-8 Mignolo: ob. cit., p. 29.

9 Ibíd., p. 81.10 Ídem.11 Ibíd., p. 202.

12 Ibíd., p. 203.13 Ibíd., p. 21.

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vir también a intereses colonizadores y opresores.Inmediatamente después de señalar el vínculo entrela revolución, la cultura y la existencia de un «pue-blo magno» capaz de hacer la una y expresarse enla otra, el poeta y ensayista cubano reconoce:

Pero esta no es, por supuesto, la única cultura for-jada aquí. Hay también la cultura de la anti-Amé-rica: la de los opresores, la de quienes trataron (otratan) de imponer en estas tierras esquemas me-tropolitanos, o simplemente, mansamente, repro-ducen de modo provinciano lo que en otros paí-ses puede tener su razón de ser. [...] // Todavía esmuy visible esa cultura de la anti-América. To-davía en estructuras, en obras, en efemérides seproclama y perpetúa esa otra cultura. [...] No-sotros podemos y debemos contribuir a colocaren su verdadero sitio la historia del opresor y ladel oprimido. Pero, por supuesto, el triunfo deesta última será sobre todo obra de aquellos paraquienes la historia, antes que obra de letras, esobra de hechos.14

«Obra de letras» y «obras de hechos», excelen-te manera de expresar la diferencia sustancial entredos formas de concebir los procesos de emancipa-ción y descolonización, no por ser entre sí exclu-yentes, sino porque presuponen ambos acentos yprioridades diferenciadas.

Si, aun reconociendo como «cultura de la anti-América» el uso constatable de la identidad culturallatinoamericana en favor de la «historia del opre-sor», Fernández Retamar apuesta por el triunfo de la«historia del oprimido», más como una «obra dehechos» que como una «obra de letras», este noparece ser el caso de Mignolo.

Tanto la legítima preocupación que el autor deLa idea de América Latina muestra tener por lacolonialidad que aún nos embarga a los latinoame-ricanos, como su igualmente genuina aspiración alograr una cabal descolonización, tienden, sin em-bargo, a dirimirse ante todo en el plano de lo queFernández Retamar califica como «obra de letras».De ahí el excesivo énfasis que Mignolo hace en las«letras» que nos autoidentifican como latinoameri-canos y en el carácter preponderantemente «letra-do» de la solución a nuestra condición colonial.15

A diferencia de Fernández Retamar, para el se-miólogo son las «letras», los nombres y su semánti-ca los que fundamentan y le dan sentido a los «he-chos» económicos, políticos, morales. Elocuentesen tal sentido son sus siguientes palabras:

América [...] no fue una «realidad objetiva». Fue,en cambio, una construcción semántica cuyasconsecuencias políticas, económicas, episté-micas y éticas surgieron de la obliteración de lasconceptualizaciones indígenas de Anáhuac,Tawantinsuyu y Abya-Yala, entre otras nocionesespaciales.

Se entiende ahora mejor por qué Mignolo le atri-buye tamaña importancia al concepto «América La-tina» con el que fuimos bautizados –según él, porlos franceses– y el uso necesariamente imperial,recolonizador o autocolonizador de la identidad quebajo esa nominación asumamos.

14 Roberto Fernández Retamar: ob. cit., pp. 79-80.

15 En distintos momentos de su libro, Mignolo hace énfasisen la decisiva importancia decolonial que para él tiene lareconceptualización del territorio que habitamos los lati-noamericanos. Entre los conceptos alternativos quemaneja se encuentran «Abya-Yala», «América del Sur»,«La Gran Comarca», «La Frontera», «Tawantinsuyo» y«Anáhuac».

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En síntesis –y a riesgo de simplificarla– podría-mos decir que su lógica argumentativa es una espe-cie de silogismo con dos premisas básicas y unaconclusión.

La primera premisa de la que parte es que «Amé-rica Latina» es una idea, un concepto, una cons-trucción semántica, que desde su origen significóun propósito imperial y recolonizador, por parte delos franceses, y autocolonizador, por parte de laselites criollas descendientes de europeos.

Aunque no lo diga de manera explícita, el argu-mento de Mignolo requiere como una segunda pre-misa tácita asumir que esa semántica original delconcepto se ha mantenido en lo fundamental inalte-rable a pesar del más de siglo y medio transcurridodesde su creación. Más adelante se mostrará porqué esa premisa es una exigencia de la lógica de sudiscurso y cómo hay en este no pocas muestras desu asunción.

La conclusión que emana de ambas premisas solopuede ser una: el concepto «América Latina» no pue-de auspiciar hoy una identidad regional que, bajoesa denominación, propicie un proceso de eman-cipación y descolonización; por lo que el concepto mis-mo debe ser abandonado y sustituido por otro, comovía de solución a los problemas históricos de colonia-lismo y colonialidad que aquejan a la región.

En lo que sigue intentaremos desmontar esa ló-gica argumentativa, primero, mostrando la cues-tionable veracidad de sus premisas y, después yen consecuencia, sometiendo a un análisis críticosu conclusión.

Sobre el origen del concepto«América Latina»

No hay dudas de que nuestra identidad subconti-nental nace marcada por la conquista y la coloniza-

ción. Previo a la llegada de los ibéricos a lo que hoyse llama América Latina, no existía acá una unidadgeoidentitaria que tuviera ese alcance. Mucho an-tes de adjetivarse como «latina», la identidad quehoy vincula a los pueblos latinoamericanos y cari-beños16 se estuvo forjando como resultado de laque, en atinada expresión del propio Mignolo, hasido calificada como «herida colonial»17 común.

16 Ese Caribe que no habla español o portugués, al forjar-se como colonias de otras metrópolis y al tener unahistoria colonial relativamente distinta, ha sido duran-te mucho tiempo excluido del concepto aglutinante de«América Latina», factor que afectó en no poca medidasus vínculos de integración con el resto de la región. Aefectos emancipatorios, hoy es imprescindible resta-blecer la unidad latinoamericana y caribeña, para lo cualexisten sobrados fundamentos geográficos e históri-cos. Y si de futuro común se trata, habrá siempre quehablar, en todo caso, de una América latina y caribeña.Un paso importante que recoge e institucionaliza esagenuina aspiración es la todavía reciente creación de laCelac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Ca-ribeños). Ver Página Oficial de la Celac, en <http://www.celac. gob.ve/>, consulta: 3 de mayo de 2014.

17 Walter Mignolo: ob. cit., p. 97. El destacado semiólogoconfiesa que su expresión «herida colonial» se inspiraen la idea de «sofocación» o «imposibilidad de respirar»de Frantz Fanon (ver de este último: Piel negra, más-caras blancas, Buenos Aires, Editorial Abraxas, 1973,p. 188) y en el concepto «herida abierta» de Gloria An-zaldúa (ver de ella: Borderlands/La Frontera. The NewMestiza, San Francisco, Aunt Lute Books, 1987, p. 25).Aun cuando asumimos que el término es muy atinado,no nos parece del todo feliz el modo en que Mignolo lodescribe: «La herida colonial –dice– no es ni más nimenos que la consecuencia de ese discurso racial» (97).A esa manera de ver el asunto tendríamos que objetarleque la «herida colonial» no es solo el resultado de undiscurso (por muy amplio que quiera verse este térmi-no), sino sobre todo de una praxis colonialista de la queel discurso racial forma parte. Ese sentido más amplio estáincluido en las dos fuentes inspiradoras de Mignolo.

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«Indias Occidentales», «Nuevo Mundo», «Amé-rica» fueron algunos de los nombres, siempre deinspiración europea, con los que fue bautizada laregión a la que pertenece el subcontinente ahoraidentificado como latinoamericano y caribeño. Nohay dudas de que eran todos ellos conceptos concontenidos coloniales. Mignolo lo muestra muy bienen su texto. El adjetivo «latina», sin embargo, le fueagregado a la última de estas nomenclaturas en lasmedianías del siglo XIX, después de la independen-cia de la mayor parte de la América antes coloniza-da por España y Portugal. Aunque el epíteto fueutilizado desde antes, por lo menos desde que elescritor francés Michel Chevalier lo empleara alpublicar sus Cartas sobre América del Norte en1836,18 los primeros que lo sustantivaron para in-tegrar el nombre propio de la región parecen habersido el chileno Francisco Bilbao y el colombiano

José María Torres Caicedo, ambos en 1856, conuna prácticamente inestimable diferencia de unostres meses entre los momentos en que uno y otro lointrodujeron.19

A diferencia de lo que sugiere Mignolo en su li-bro, el origen de la asociación de ambos vocablos,«América» y «latina» para sustantivar a la regiónrecién independizada del colonialismo español,no tuvo una intencionalidad (re) colonizadora. Nola tuvo al menos para Bilbao y Torres Caicedo queson, hasta donde es conocido, los primeros que asíla llamaron.

Ni por asomo podría decirse que ese fuera elsentido que ellos le dieron al término. Ambos, apesar de encontrarse físicamente en Europa en elmomento en que emplean por primera vez la ex-presión de «América-latina» o de «latino-america-no», lo hacían asumiendo como incondicionalmen-te suyo el lugar de enunciación de las tierras a lasque pertenecían.

Lejos de una aspiración a ser recolonizados, aho-ra con el protagonismo francés, tanto Bilbao comoTorres Caicedo buscaban con la introducción delconcepto favorecer la realización del ideal boliva-riano de la unidad subcontinental, distinguirnos ydefendernos de los afanes expansionistas de los Es-tados Unidos para así ofrecer garantías a la inde-pendencia conquistada y propiciar el emprendimiento

Fanon aclara que entiende la «imposibilidad de respi-rar» no como una metáfora discursiva, sino como unarealidad: «Es verdad que yo debo liberarme de quien meahoga, pues es evidente que no me deja respirar; pero,atención, sobre una base fisiológica» (23). Anzaldúa,por su parte, complementa su noción de «herida abier-ta» con otro concepto, elocuente por sí mismo, con elque califica a los mexicanos que con inmensos riesgoscruzan la frontera: economic refugees (refugiados eco-nómicos) (25), término de por sí ampliable a otros emi-grantes latinoamericanos.

18 Michel Chevalier hizo uso del adjetivo en la Introduc-ción a sus Cartas sobre América del Norte, utilizándo-lo no con el ánimo de nombrar a la región, sino en elmismo sentido en que también utilizó el término de «ca-tólica», todo ello con el fin de delimitar a la América delNorte de su región vecina en cuanto a sus vínculosgenéticos respectivos con dos partes diferenciadas deEuropa, la una latina y católica, la otra germánica yprotestante. Ver al respecto: Arturo Ardao: «Génesis dela idea y el nombre de América Latina», América latina yla latinidad, México, Unam, 1993, pp. 31-49.

19 Bilbao parece haber utilizado el término por primera vez el22 de junio de 1856 en una conferencia impartida en Pa-rís bajo el título «Iniciativa de América», mientras queTorres Caicedo lo empleó en su poema «Las dos Améri-cas», fechado en Venecia el 26 de septiembre del propioaño. Ver Adriana María Arpini: «América Latina / Nues-tra América. El quehacer filosófico entre nosotros», Le-tras, vol. 84, No. 119, Universidad Nacional Mayor deSan Marcos, 2013, pp. 150-152, en <http://letras.unmsm.edu.pe/rl/index.php/le/article/view/37/37>, consulta: 1 demayo de 2014.

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de un camino propio, diferente al de los EstadosUnidos o el de la vieja Europa y colmado de nue-vos valores, entre los que se incluía la aspiración aincorporar «en nuestra vida las armonías de las ra-zas».20 Estos propósitos afloran del contexto dis-cursivo en que uno y otro hablan por primera vezde lo latino-americano: la conferencia «Iniciativa deAmérica», de Bilbao, y el poema «Las dos Améri-cas», de Torres Caicedo.

La unidad era, sin dudas, la principal aspiraciónexpresada en los dos textos. En el Post-dictumañadido a su discurso dos días después de pronun-ciada la conferencia, Bilbao afirma que el primero,más elevado y trascendental objeto de su Iniciati-va es «unificar el alma de la América», para llevar avías de hecho «la idea de la Confederación deAmérica del Sur, propuesta un día por Bolívar».21

Ya en el texto mismo de su conferencia aclara quela unidad a la que aspira no es de naturaleza mo-nárquica, no es aquella que viola «la independenciade las razas [...] en obsequio a la codicia, vanidad uorgullo de las naciones fuertes».22

Tal era la unidad de la conquista, destronadapor nuestros padres en los campos de la In-dependencia. La unidad que buscamos es laidentidad del derecho y la asociación del dere-cho [...] la unidad que buscamos, es la asocia-ción de las personalidades libres, hombres ypueblos, para conseguir la fraternidad universal.23

El colombiano Torres Caicedo es también enfá-tico en su llamado a la Unión:

A cima llevará tan grandes bienesLa América del Sur con solo unirse;Si ha padecido tanto al dividirse,¿Por qué compacta no se muestra al fin?No solo su ventura –la del mundo,De su quietud, de su concordia pende;Su unión será cual faro que se enciendeEn noche borrascosa, en el confín.

¡Hermoso continente bendecidoPor la Diestra de suma Providencia:Si lo quieres, el bien de tu existenciaFácil lo encuentras –te lo da la UNIÓN!Eso te falta para ser dichoso,Rico, potente, grande, respetado;¡UNIÓN y el paraíso tan soñadoBajo tu cielo está, por bendición!

Un mismo idioma, religión la misma,Leyes iguales, mismas tradiciones:Todo llama esas jóvenes nacionesUnidas y estrechadas a vivir.¡América del Sur! ¡ALIANZA, ALIANZAEn medio de la paz como en la guerra;Así será de promisión tu tierra:La ALIANZA formará tu porvenir!24

Y, como para que no quepan dudas en cuanto aque es ese su principal llamado, concluye su poemade la siguiente manera:20 Francisco Bilbao: «Iniciativa de la América», en <http:/

/www.bicentenarios.es/doc/8560622.htm>, consulta: 5de mayo de 2014.

21 Ídem.22 Ídem.23 Ídem.

24 José María Torres Caicedo: «Las dos Américas», en ElCorreo de Ultramar, París, 15 de febrero de 1857, en<http://www.filosofia.org/hem/185/18570215.htm>,consulta: 5 de mayo de 2014.

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¡UNIÓN! ¡UNIÓN que ya la lucha empieza,Y están nuestros hogares invadidos!¡Pueblos del Sur, valientes, decididos,El mundo vuestra ALIANZA cantará!...25

Pero la unidad era entendida, en los dos casos,no como una aspiración romántica, sino como unacondición necesaria para blindar la independencialatinoamericana contra el peligro más grande que laasechaba, ese que emanaba del expansionismo nor-teamericano. No por casualidad es asociado direc-tamente al enunciado de ese peligro que ambosautores vinculan el concepto «latina» con el de«América».

Así lo veía el autor de «Las dos Américas» enlos fragmentos que a continuación reproducimos:

México al Norte. Al Sur las otras hijasQue a la española madre rechazaron,De Washington la patria contemplaronComo hermana mayor, como sostén;Copiaron con fervor sus sabias leyes,Por tipo la tomaron, por modelo;Buscaron su amistad con vivo anhelo,Y su alianza miraron como un bien.

Ella, entre tanto, altiva desdeñabaLa amistad aceptar de sus hermanas;El gigante del Norte, como enanasMiraba las Repúblicas del Sud. [...]

Más tarde, de sus fuerzas abusando,Contra un amigo pueblo a guerra llama;Su suelo invade, ejércitos derramaPor sus campos y bella capital. [...]

[...] El yankee odiando la española raza,Altivo trata al pueblo sojuzgado,Y del campo, encontrándose adueñado,Se adjudica riquísima porción...

«Cuanto es útil, es bueno», así creyendo,La Unión americana da al olvidoLa justicia, el Deber, lo que es prohibidoPor santa ley de universal amor;Y convirtiendo la Moral en cifras,Lo provechoso como justo sigue;El Deber ¡qué le importa si consigueAumentar su riqueza y su esplendor!

A su ancho pabellón estrellas faltan,Requiere su comercio otras regiones;Mas flotan en el Sur libres pendones–¡Que caigan! dice la potente Unión.La América central es invadida,El Istmo sin cesar amenazado,Y Walker, el pirata, es apoyadoPor la del Norte, ¡pérfida nación! [...]

Mas aislados se encuentran, desunidos,Esos pueblos nacidos para aliarse:La unión es su deber, su ley amarse:Igual origen tienen y misión;La raza de la América latina,Al frente tiene la sajona raza,Enemiga mortal que ya amenazaSu libertad destruir y su pendón.26

Por su parte, el chileno Bilbao es igualmente pre-ciso en la definición del peligro mayor que enfrentala independencia regional y elocuente en cuanto a

25 Ídem. 26 Ídem (énfasis del autor de este trabajo).

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la necesidad de la unidad Latino-Americana paraenfrentarlo:

Vemos imperios que pretenden renovar la viejaidea de la dominación del globo. El Imperio Rusoy los Estados-Unidos, [...] el uno por extender laservidumbre Rusa con la máscara del Paneslavis-mo, y el otro la dominación del individualismoYankee. La Rusia está muy lejos, pero los Esta-dos-Unidos están cerca. La Rusia retira sus garraspara esperar en la acechanza; pero los Estados-Unidos las extienden cada día en esa partida decaza que han emprendido contra el Sur. Ya vemoscaer fragmentos de América en las mandíbulassajonas del boa magnetizador [...]. Ayer Tejas,después el Norte de Méjico y el Pacífico saluda aun nuevo amo. [...] // He ahí un peligro. El que nolo vea, renuncie al porvenir. ¿Habrá tan poca con-ciencia de nosotros mismos, tan poca fe de losdestinos de la raza Latino-Americana, que es-peremos a la voluntad ajena y a un genio diferentepara que organice y disponga de nuestra suerte?¿Hemos nacido tan desheredados de los dotesde la personalidad, que renunciemos a nuestrapropia iniciativa, y solo creamos en la extraña, hostily aún dominadora iniciación del individualismo?[...]. Ha llegado el momento histórico de la unidadde la América del Sur; se abre la segunda campa-ña, que a la Independencia conquistada, agreguela asociación de nuestros pueblos. El peligro de laIndependencia y la desaparición de la iniciativa denuestra raza, es un motivo. El otro motivo que in-voco no es menos importante.27

¿Y cuál es ese otro motivo al que se refiere Bil-bao? Pues nada menos que la convicción de que el

nuestro tiene que ser un camino propio, distinto alnorteamericano y al de la mismísima Europa, conuna orientación que hoy calificaríamos como fran-camente descolonizadora, superadora incluso de loque en la nomenclatura actual llamamos «coloniali-dad del saber».28

La historia vegeta, repitiendo viejos ensayos, re-novando momias, desenterrando cadáveres. Solovemos una ciencia política: el despotismo, el sa-ble, el maquiavelismo, la conquista, el silencio.La ciencia europea nos revela los secretos y lasfuerzas de la creación para mejor dominarla; pero¡fenómeno extraño! [...]. Parece que la cienciacooperase a precipitar en el torrente de la fatali-dad a la noble causa de la libertad del hombre.29

Y más adelante agrega:

Recibamos el aliento que nos impulsa. Compren-damos que el momento iniciador del Nuevo-Mun-

27 Bilbao: ob. cit. (cursivas del autor de este trabajo).

28 La «colonialidad del saber» es un importante conceptode la actual teoría de la colonialidad. Derivada y envínculo estrecho con otros conceptos como «colonia-lidad del poder» y «colonialidad del ser», la coloniali-dad del saber se refiere a una manera de expresarse elcolonialismo cultural, consistente en la atribución deuna superioridad epistemológica a todo conocimientoque llega de Europa o de los países centrales del siste-ma-mundo capitalista. La crítica a la colonialidad delsaber aboga por una descolonización del conocimien-to que ponga bajo sospecha la universalidad y veraci-dad supuestamente infalible de los saberes occidenta-les, al tiempo que eleve la autoestima de los saberespropios de los pueblos históricamente víctimas de re-laciones de colonialidad, que se han extendido en lacultura, en la subjetividad, en los imaginarios y en cual-quier esfera de la realidad, más allá del fin del colonia-lismo político formal.

29 Francisco Bilbao: ob. cit.

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do se presenta. Somos independientes por larazón y la fuerza. De nadie dependemos paraser grandes y felices. A nadie debemos esperarpara emprender la marcha, cuando la concien-cia, la naturaleza y el deber dicen al mundo Ame-ricano: Llegó la hora de tus grandes días. Cuan-do el mundo abdica, tú no has desesperado dela forma política de la justicia.30

No está, pues, en Europa, el modelo a seguir; enninguna parte de ella, ni siquiera en la fracción suyaque a la sazón también era calificada como latina.Europa en pleno era tildada como despótica porTorres Caicedo. Y el despotismo europeo era parala América latina también un peligro que la acecha-ba, a la par del egoísmo norteamericano.

El mundo yace entre tinieblas hondas:En Europa domina el despotismoDe América en el Norte, el egoísmo [...]

La Europa no se duerme, sino acechaLa ocasión de extender su despotismo [...]31

Utilizando los recursos que le ofrece la prosaensayística, Francisco Bilbao es todavía más explí-cito en el rechazo crítico de Europa como modelodel futuro latinoamericano.

¿Qué es lo que se pierde en Europa? La perso-nalidad. ¿Por qué causa? Por la división. Se puededecir, sin temor de asentar una paradoja, que elhombre de Europa se convierte en instrumento,en función, en máquina, o en elemento fragmen-tario de una máquina. Se ven cerebros y no al-

mas –se ven inteligencias y no ciudadanos–; seven brazos y no humanidad; reyes, emperado-res, y no pueblos; se ven masas y no sobera-nía; se ven súbditos y lacayos por un lado, y nosoberanos. El principio de la división del traba-jo, exagerado, y transportado de la economíapolítica a la sociabilidad, ha dividido la indivisi-ble personalidad del hombre, ha aumentado elpoder y las riquezas materiales, y disminuidoel poder y las riquezas de la moralidad; y es asícomo vemos los destrozos del hombre flotandoen la anarquía y fácilmente avasallados por launión del despotismo y de los déspotas. // Hu-yamos de semejante peligro. Salvar la perso-nalidad en la armonía de todas sus facultades, fun-ciones y derechos, es otra empresa sublime dignade los que han salvado la República a despecho dela vieja Europa.32

No hay, por tanto, en ninguno de los dos autoresresponsables históricos del origen del concepto«América Latina», la más mínima intención, ni abier-ta ni solapada, de propiciar con ello una reproduc-ción de relaciones de colonialidad, ahora con elsupuesto protagonismo de Francia. Tampoco laimprescindible unidad, que sí era su propósito fun-damental, necesariamente implicaría una invisibili-zación del indio o del afrodescendiente. De hacer-los explícitamente visibles se ocupó Bilbao en unfragmento de su conferencia, particularmente alec-cionador en sí mismo en cuanto a los contrastantesvalores que, con respecto a otras experiencias, de-bería cultivar como suyos la América Latina.

Hemos hecho desaparecer la esclavitud de to-das las Repúblicas del Sur, nosotros los pobres

30 Ídem.31 José María Torres Caicedo: ob. cit. 32 Francisco Bilbao: ob. cit.

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[...]; hemos incorporado e incorporamos a lasrazas primitivas [...], porque las creemos nues-tra sangre y nuestra carne [...]. Vive en nuestrasregiones algo de esa antigua humanidad y hos-pitalidad divinas; en nuestros pechos hay espa-cio para el amor del género humano. No he-mos perdido la tradición de la espiritualidad deldestino del hombre. Creemos y amamos todolo que une; preferimos lo social a lo individual,la belleza a la riqueza, la justicia al poder, elarte al comercio, la poesía a la industria, la filo-sofía a los textos, el espíritu puro al cálculo, eldeber al interés. Somos de aquellos que cree-mos ver en el arte, en el entusiasmo por lo be-llo, independientemente de sus resultados, y enla filosofía, los resplandores del bien soberano.No vemos en la tierra, ni en los goces de latierra el fin definitivo del hombre; y el negro, elindio, el desheredado, el infeliz, el débil, encuen-tra en nosotros el respeto que se debe al títuloy a la dignidad del ser humano.33

Si nos hemos detenido de manera bastante ex-tensa en estos fragmentos de los textos de Bilbaoy Torres Caicedo, ha sido con el objetivo de evi-denciar que el más probable origen del concepto«América Latina» no incluyó, desde el punto devista semántico, un significado opresor, recoloni-zador, imperial, proeuropeo o profrancés, asícomo tampoco silenciador de las diferencias y re-clamos propios de los indígenas y afrodescendien-tes. Todo ello muestra la endeblez de la premisade la que parte Walter Mignolo en su lógica argu-mentativa.

Pudiera argüirse que Mignolo se refiere a la ideay no al nombre propio de la región. Y, efectivamen-

te, la mayor parte de las veces, desde el título de sulibro, nos habla de «la idea de América Latina». Sinembargo, al hacer alusión a ella, el autor coloca todoel tiempo ambos vocablos, «América» y «Latina»,con mayúsculas, precisamente como nombre pro-pio y no utilizando el término «latina» como simpleadjetivación. Mignolo no se refiere tanto al hecho deque una parte de América fuera considerada latina(algo que sí estaba ya presente en Chevalier), sino,sobre todo, a que esa América fue así conceptua-lizada y nombrada (lo cual sí se debe, con todaprobabilidad, a Bilbao y Torres Caicedo). Por eso,muchas veces, además de ponerla en mayúsculas,entrecomilla la expresión –«América Latina»–, lo queindica que está hablando de un concepto.

Llama por otra parte la atención que, sin desco-nocer del todo la participación de Bilbao y TorresCaicedo en el origen del nombre –ya que de am-bos habla en su texto–, Mignolo tiende, sin embar-go, a rebajar la importancia de ambos en la gesta-ción de dicho nombre. En su insistente pretensiónde mostrar un nacimiento de «la idea de “AméricaLatina”» atenido a los intereses imperiales de Fran-cia, a Bilbao lo trata como un «disidente» entre loscriollos, atrapado «en el marco político secular de-finido por los republicanos y los liberales», que «nonecesariamente habría querido imitar a los france-ses [...] en sus acciones, sino en su manera de pen-sar».34 A pesar de reconocer que Bilbao «fue críti-co de las ambiciones imperiales de Europa [...], yen especial de las de Francia», asume que por fuer-za «tenía que trabajar y pensar dentro de la ideolo-gía liberal que había dado origen a la misión civili-zadora como una forma de justificar la expansióncolonial».35 Pero tal vez lo más llamativo sea que,

33 Ob. cit. (en n. 32).34 Walter Mignolo: ob. cit., p. 91.35 Ibíd., pp. 92, 93.

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aun existiendo investigaciones previas que lo mues-tran (algunas de ellas referidas en este trabajo),Mignolo en ningún momento reconoce en Bilbao alintroductor del nombre de «América Latina».

Peor suerte corre Torres Caicedo en el texto deMignolo. En su caso sí se asume que «fue una figu-ra clave en la justificación y divulgación de la ideade “América Latina”», pero se le cataloga como un«francófilo empedernido» que «vivió muchos añosen Francia y mantuvo buenas relaciones con el po-der francés», al tiempo que «de hecho defendía unapostura geopolítica común, que respondía a los in-tereses imperiales franceses».36

De esta forma, en el discurso de Mignolo que-dan deslegitimados Bilbao y Torres Caicedo comoprogenitores de un concepto que en sus orígenestuvo en realidad un significado diferente al que elsemiólogo argentino quiere atribuirle. Mas, que nohaya tenido ese significado en su nacimiento no quie-re decir que no lo pueda adquirir después. Si asu-miéramos, con Mignolo, una especie de constanciasemántica para los conceptos, en particular para elque venimos tratando, entonces «América Latina»solo hubiera podido tener posteriormente como sig-nificado el mismo que en verdad tuvo para Bilbao yTorres Caicedo en aquellos textos fundacionales: laconvocatoria a la unidad regional, la resistencia a laspretensiones imperiales de los Estados Unidos y Eu-ropa, la defensa de la independencia, la asunción deun camino propio de evolución histórica, la supera-ción de cualquier vestigio de colonialidad, el logrode «las armonías de las razas».

Pero ello, por supuesto, tampoco ha sido así a lolargo de la historia, por lo que cabe entonces tam-bién cuestionar la segunda premisa tácita de la ar-

gumentación de Mignolo, a saber, la supuesta cons-tancia semántica de ese concepto.

Sobre el dinamismo semánticode los conceptos

Aunque no hay en La idea de América Latina nin-gún pasaje en que se afirme que los conceptos man-tienen por siempre la misma carga semántica, esesta, como ya señalábamos, una premisa implícitaen la lógica discursiva de su autor. Requiere de ellapara extrapolar a nuestros días la función que origi-nalmente se le atribuye al concepto «América Lati-na». De no ser así, no habría cómo explicar que sele asigne al origen de una idea o de un conceptosurgido hace siglo y medio un papel prácticamentedefinitorio de su uso actual.

Además de ser una exigencia lógica de su dis-curso, hay en el texto de Mignolo innumerablesmuestras que ponen de manifiesto la rigidez semán-tica con que se asume el concepto «América Lati-na». Algunas de esas muestras afloran en los frag-mentos que ya hemos citado de este autor. Noobstante, veamos un par de ejemplos adicionales.

Al referirse, por una parte, a la relación supues-tamente insustituible entre el concepto y los intere-ses de las elites criollas del siglo XIX y, por otra, a lairremediable incompatibilidad que en su opinión tieneese concepto con las aspiraciones descolonizado-ras que hoy mismo defienden los indígenas, el se-miólogo escribe:

De no haber sido por la invención de «AméricaLatina» como una entidad a través de la cual laspotencias imperiales europeas pudieron oponer-se a la marcha imperial de Estados Unidos, loscriollos descendientes de españoles y portuguesesno habrían tenido un lugar propio. [...] Por otra36 Ibíd., p. 83.

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parte, los pueblos indígenas hoy viven en Abya-Yala, no en «América Latina».37

Otro lugar en el que Mignolo expresa su nociónsobre la inamovilidad semántica del concepto «Amé-rica Latina» es el siguiente:

Sostengo que «América Latina» no es un sub-continente donde ocurrieron y ocurren aconteci-mientos, sino que su existencia misma es conse-cuencia de acontecimientos que ocurrieron, desu conceptualización y del patrón (o la matriz)colonial de poder del mundo moderno. Así, estano es una historia del ser de América «Latina»,sino una historia que cuenta cómo América «La-tina» llegó a ser.38

Y ese «llegar a ser» es obviamente definitivo paraMignolo. Nótese que no se describe como un ha-cerse y rehacerse histórico, permanente. Más queun «llegar a ser» es para él un «llegó a ser», es de-cir, algo situado invariablemente en el pasado, clau-surado para siempre de toda posibilidad de reha-cerse después, tampoco hoy.

Muchos son los argumentos que pueden esgri-mirse en contra de esta idea sobre la permanenciainvariable de la semántica de los conceptos.

Los conceptos –y esto lo reconoce el propioMignolo– nacen como productos históricos, son elresultado de ciertas circunstancias epocales que dealguna manera exigen su introducción. Eso sí, noson, por lo general, el resultado de meros capri-chos de sus introductores, ni invenciones arbitra-rias que nada tengan que ver con la vida misma.Los que así surgen –que también los hay– tienden a

desaparecer con el tiempo por su desuso práctico.En cambio, los que permanecen, lo hacen porquede alguna forma mantienen su funcionalidad comu-nicativa y práctica.

Pero que permanezcan no significa que manten-gan de manera invariable la semántica que les dioorigen. Los cambios de esa semántica pueden de-berse, entre otras cosas, al cambio de las circuns-tancias que los hicieron nacer, al desarrollo de losobjetos por ellos designados o a la evolución de suconocimiento, así como a la asunción de los concep-tos por otros sujetos, social e históricamente diver-sos en relación con aquellos que los introdujeron.

Podría decirse que todo concepto está poten-cialmente abierto a una resemantización. Por unau otra razón existe siempre la posibilidad de quevaríe su significado. En consonancia, los conceptosse someten a la misma historicidad que condicionalas circunstancias que les dan sentido. Y ello no ne-cesariamente implica que sea imprescindible, cadavez que varíe su semántica, cambiar el conceptomismo o el nombre que lo identifica.

Existen, en la historia del saber humano, ejem-plos ilustres de radicales resemantizaciones sin cam-bios nominales de los conceptos. Es el caso de «áto-mo», que existe como concepto desde que fueintroducido por la filosofía antigua en Grecia y quesignifica originalmente en griego «no divisible». Los si-glos posteriores, sobre todo a partir del XVI, fuerontestigos de importantes desarrollos de la teoría ató-mica que enriquecieron sustancialmente el signifi-cado del concepto. Cuando, finalmente, casi al con-cluir el siglo XIX, se descubre que el átomo sí esdivisible, se mantiene el concepto, obviamente conun contenido semántico ya radicalmente distinto alque tuvo en sus orígenes. Podría argüirse que antetal situación hubiera sido mejor cambiar nominal-mente el concepto de átomo. Era posible hacerlo,

37 Mignolo: ob. cit., p. 172.38 Ibíd., p. 202.

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sin dudas. El caso es que no se hizo y no por ello anadie se le ocurriría pensar, a despecho de cual-quier evidencia científica, que el átomo sigue sien-do hoy tan indivisible como suponían que lo era ensu momento Demócrito y Epicuro.

Aunque posibles en principio, los cambios en lasnominaciones conceptuales no siempre son nece-sarios y, dada la intensa dinámica que tienen ciertosprocesos, sería un verdadero tormento lingüísticocrear un nuevo concepto cada vez que varíe su in-tención. Apelando a un ejemplo extremo y en unaespecie de reducción al absurdo, tomemos el casode un proceso tan dinámico como lo es el desarro-llo ontogenético de cualquier ser humano y compa-rémoslo –salvando las obvias distancias– con laposibilidad siempre latente de una resemantizaciónde cualquier concepto, incluido el de «AméricaLatina»:

José García se llama José García desde que na-ció y cuánto no ha cambiado José García a lo largode su vida. Hoy tiene ochenta y cinco años. Imagi-nemos que cada vez que cambie tengamos que re-nombrarlo: si lo hiciéramos con una periodicidadanual, tuviéramos ochenta y cinco conceptos dife-rentes de José García; pero igual podríamos cam-biarlo cada mes (lo que daría como resultado milveinte conceptos, cada uno con su denominación),o cada semana, o cada día, o cada hora, o cadaminuto. No alcanzaría todo el lenguaje, ni toda lacapacidad memorizadora de palabras del ser hu-mano solo para nombrar de manera «precisa» aJosé García durante su vida. Por eso José Garcíaserá, hasta que muera, solo José García. Nadie,por esa razón, pondrá en duda los muchísimos cam-bios que durante su vida experimentará. Análoga-mente, el concepto primario de América Latina, aunasumiendo que fuera el que Mignolo describe (algoque más arriba hemos ya contradicho), tuvo un con-

tenido semántico que no puede ser idéntico al dehoy. El nombre del concepto puede seguir siendoel mismo, pero ello no presupone una invariabilidadde su significado, de la misma manera que JoséGarcía no será eternamente bebé solo porque no lecambien el nombre. Que ese nombre se lo hayanpuesto sus padres, y no él mismo, tampoco es obs-táculo para que José García termine haciendo desu vida lo que le venga en gana.

De igual forma, no tienen por qué asumir los lati-noamericanos y caribeños de hoy como un designiofatalista la manera en que otros los han visto y con-ceptualizado. Ello está sumamente claro para Fer-nández Retamar. Desde una posición ostensiblementeopuesta a la de Mignolo, el ensayista cubano abordalo que aquí hemos llamado resemantización a pro-pósito de los conceptos «Calibán» y «mambí»:

Al proponer a Calibán como nuestro símbolo,me doy cuenta de que tampoco es enteramentenuestro, también es una elaboración extraña, aun-que esta vez lo sea a partir de nuestras concretasrealidades. Pero ¿cómo eludir enteramente estaextrañeza? La palabra más venerada en Cuba–mambí– nos fue impuesta peyorativamente pornuestros enemigos, cuando la guerra de indepen-dencia, y todavía no hemos descifrado del todosu sentido. Parece que tiene una evidente raízafricana, e implicaba, en boca de los colonialistasespañoles, la idea de que todos los independen-tistas equivalían a los negros esclavos –emanci-pados por la propia guerra de independencia–,quienes, por supuesto, constituían el grueso delEjército Libertador. Los independentistas, blancosy negros, hicieron suyo con honor lo que el colo-nialismo quiso que fuera una injuria. Es la dialé-ctica de Calibán. Nos llaman mambí, nos llamannegro para ofendernos, pero nosotros reclamamos

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como un timbre de gloria el honor de conside-rarnos descendientes de mambí, descendientesde negro alzado, cimarrón, independentista; ynunca descendientes de esclavista.39

Si conceptos como «Calibán» y «mambí» fueronobjeto de un contrastante cambio de semántica alapropiarse de ellos otros sujetos, distintos a aque-llos que los introdujeron, ¿por qué no podría ocu-rrir lo mismo con el concepto «América Latina»?

De hecho, así ha ocurrido. Y la primera reseman-tización de este concepto la hicieron los que Migno-lo asume como sus introductores. En efecto, fueron–ahora sí– los franceses los que le cambiaron el sig-nificado original que el concepto tuvo en Bilbao yTorres Caicedo, para legitimar una ofensiva imperialsobre América que contrarrestara la que la «raza sajo-na» llevaba a cabo en el mismo escenario.

A la sazón era recurrente en Europa describir losconflictos imperiales como enfrentamientos entrerazas. El concepto de raza era un lugar común encualquier discurso que tuviera como objeto los te-mas de la geopolítica internacional. Así, ante el ex-pansionismo eslavo, por un lado, y el anglosajón,por el otro, la intelectualidad francesa de la épocade Napoleón III auspició el desarrollo del concep-to de latinidad como sello distintivo de una «raza»que habría de procurar su propio espacio en el re-ordenamiento geopolítico mundial.

En 1861, cinco años después de que Bilbao yTorres Caicedo introdujeran el concepto «AméricaLatina», este es utilizado en un artículo aparecidoen la publicación francesa Revue des Races Lati-nes. Erróneamente algunos, como es el caso de JohnLeddy Phelan, atribuyen a este momento el naci-miento del concepto. Pero en lo que no se equivo-

ca el historiador norteamericano es en la asocia-ción entre el uso del concepto en ese contexto y losapetitos imperiales de Francia.

Antes de 1860, l´Amérique latine, hasta dondellegan mis conocimientos, no se había usado nuncaen la prensa francesa, ni en la literatura de folle-tín. La primera aparición del término ocurrió en1861. En ese año la expedición mexicana co-menzó. No es fortuito que la palabra aparecierapor primera vez en una revista dedicada a la causadel panlatinismo, la Revue des Races Latines.L. M. Tisserand, que escribió una columna delos acontecimientos recientes en el mundo latino,realizó la ceremonia de «cristianización».40

Con posterioridad a esa fecha los protagonistasde la invasión francesa a México hicieron un abun-dante uso de la expresión «América Latina», lo queprovocó, entre otras cosas, que el propio Bilbaodejara de utilizarlo a partir de 1862 ante el evidentecambio semántico operado con el concepto.41

Las identidades y los conceptosque las definen

Independientemente de que Bilbao haya renuncia-do a él, por el uso colonizador que le dieron losfranceses en el contexto de su invasión a México, a

39 Roberto Fernández Retamar: ob. cit., pp. 36-37.

40 John Leddy Phelan: «El origen de la idea de Latinoamé-rica», en Leopoldo Zea (coord.): Fuentes de la culturalatinoamericana, México, Fondo de Cultura Económi-ca, 1993, vol. 1, p. 463.

41 Ver Álvaro García San Martín: «Francisco Bilbao, entreel proyecto latinoamericano y el gran molusco», Lati-noamérica, No. 56, junio de 2013, en <http://www.scielo.org.mx/pdf/latinoam/n56/n56a7.pdf>, consulta: 6 dejunio de 2014.

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partir de aquel momento el concepto «AméricaLatina» siguió funcionando en las dos acepcionesaquí descritas, en ambos casos con cargas semán-ticas diferenciadas. En tal sentido, no parece ade-cuado pensar que las elites latinoamericanas asu-mieran sin más la versión imperialista francesaporque ella implicaría una afectación de sus pro-pios intereses, como lo prueba el hecho de queaquellas mismas elites se opusieron, en su mayoría,a la mencionada invasión.42

Y ello nos muestra, ya no solo la contingencia deuna resemantización del concepto en un orden crono-lógico más o menos preciso, sino la posible conviven-cia simultánea de múltiples semánticas para el mismoconcepto. «América Latina» ha sido eso, un conceptoque, al menos desde 1861, ha sido polisémico.

A esa polisemia ha correspondido un espectrode visiones identitarias que van desde las que otros,con pretensiones imperiales y colonialistas, hanquerido imponerle a la región, hasta aquellas que,asumidas con orgullo por los propios latinoamerica-nos, les han servido a estos para resistir el embateimperial y para emprender proyectos integradoresen favor de un proceso descolonizador.

Los conceptos en sí mismos no marcan desti-nos, por más que quieran hacerlo los que los inven-ten. Más que crear realidades, ellos las expresan,aunque reconozcamos su indiscutible papel tambiéncomo ingrediente de la subjetividad que construyenen el plano práctico esas realidades. En tal sentido,«América Latina» ha funcionado tanto en la lógicapráctica de la colonización, como en la praxis his-tórica de la emancipación.

Etimológicamente hablando, el concepto «Amé-rica Latina» es, sin dudas, impreciso. La composi-ción cultural de la región que designa es mucho másque latina, es plural, diversa y, sobre todo, mestiza.Aun así, fue tal vez el mejor que tuvieron a mano ensu momento los latinoamericanos que querían conél fomentar la unidad y la resistencia al nuevo impe-rialismo situado al norte de su propia región; y fuetambién el que mejor serviría a la vocación imperialde Napoleón III, promoviendo, a través de la «lati-nidad», una especie de «destino manifiesto» alter-nativo al de la Doctrina Monroe.

Esa imprecisión etimológica, unida al posible (yreal) uso del concepto en términos discriminatoriosy colonizadores por parte de ajenos y propios, lle-vó a alguien tan sensible al uso del lenguaje comoJosé Martí a utilizar otros conceptos alternativos,aunque también ocasionalmente empleara el de«América Latina». De las muchas maneras con queMartí se refirió a nuestra región,43 «Nuestra Améri-ca» fue sin duda su nominación preferida y la quemayor carga simbólica ha mantenido hasta hoy. Asítituló Martí un ensayo suyo publicado el 1 de enerode 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York.«Nuestra América» fue todo un manifiesto progra-mático sobre la necesidad de asumir la identidadlatinoamericana como razón y fuerza para pensar yactuar en función de un proyecto descolonizadoralternativo a cualquiera que hubiera sido realizadoo pensado hasta entonces en el mundo. De ahí elcalificativo de «nuestra», porque, a fin de cuentas,

42 Ver Mónica Quijada: «Sobre el origen y difusión delnombre “América Latina” (o una variación hetero-doxa en torno al tema de la construcción social de laverdad)», Revista de Indias, vol. LVIII, No. 214, 1998,pp. 601-602.

43 Miguel Rojas Mix registra una larga lista de denomina-ciones utilizadas por José Martí para aludir a nuestraregión: «Nuestra América», «Nuestra América mestiza»,«Madre América», «América española», «América ro-busta», «América trabajadora» y otras. Ver MiguelRojas Mix: Los cien nombres de América, Barcelona,Lumen, 1991, p. 137.

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«se imita demasiado, y [...] la salvación está encrear»44 y «ni el libro europeo, ni el libro yanqui,daban la clave del enigma hispanoamericano».45

Pero también Martí era conciente de que noeran los conceptos lo más importante. Por eso usóindistintamente muchos, incluido el de «AméricaLatina». Ni la etimología ni la semántica dominan-te del concepto centraron su atención. Lo que síle importó –y mucho– fue que la identidad auto-percibida por los latinoamericanos no fuera la del«aldeano vanidoso» que, con tal de que a él levaya bien, «da por bueno el orden universal», ni lade los «sietemesinos [...] que no tienen fe en sutierra» y «como les falta el valor a ellos, se lo nie-gan a los demás».46 Esos, que también pueden in-terpretar como «suya» a la América, quedabanexcluidos, sin embargo, del concepto «NuestraAmérica» de Martí.

44 José Martí: «Nuestra América», Obras Completas, LaHabana, Ciencias Sociales, 1991, t. 6, p. 20.

45 Ídem.46 Ibíd., pp. 15, 16.

Lo que ello evidencia es que, aun signada por unconcepto y en estrecha relación con él, la identidadlatinoamericana es otra cosa, distinta del conceptomismo, lo desborda y lo reconfigura según su pro-pia dinámica histórica y según los sujetos que ha-gan suya esa identidad. En todo caso, no son losconceptos por sí mismos los que colonizan, ni tam-poco los que descolonizan. Y si Martí dejaba fuerade nuestra América a otros que también tenían lasuya era, sobre todo, porque su noción de la iden-tidad latinoamericana tenía que ver, más que conconceptos, con actitudes y acciones prácticas.Obvio es que quienes «dan por bueno el orden uni-versal» y quienes «no tienen fe en su tierra» no sonportadores de una identidad capaz de hacer variarla situación de colonialidad que ha vivido la región.La verdadera descolonización, la «segunda inde-pendencia» que reclamara Martí, solo podría ser la«obra de hechos» de quienes estuviesen dispuestoscon los oprimidos a «hacer causa común, para afian-zar el sistema opuesto a los intereses y hábitos demando de los opresores».47

47 Ibíd., pp. 19.

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