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Cristo, centro de la Catequesis Oscar Esaú Villafuerte López 3. JESUCRISTO, CENTRO DE LA PASTORAL “Yo soy el Buen Pastor…” (Ver Jn 10) Se entiende por “pastoral” todo servicio que se encuentra enmarcado en este triple ministerio: litúrgico, profético y social. Teniendo como modelo de “Buen Pastor” a Jesucristo, la Iglesia actúa en el mundo inspirada por su ejemplo. De esto hablaremos en los siguientes temas. LA PRAXIS EVANGELIZADORA DE CRISTO, MODELO DE EVANGELIZACIÓN “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio” (Ver Mc 16, 15) Tomando como referencia el Directorio General para la Catequesis (DGC), hablaremos de la “Pedagogía” de Dios, que es la de Cristo y que debe ser la de la Iglesia: centrada en el anuncio de la Buena Nueva. La pedagogía de Dios «Como a hijos os trata Dios; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?» (Hb 12, 7). La salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto de una original y eficaz «pedagogía de Dios» a lo largo de la historia. En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona —individuo y comunidad— en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría adaptándose a las diversas edades y situaciones de vida. A través de la instrucción y de la catequesis pone en sus manos un mensaje que se va transmitiendo de generación en generación, lo corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona y dejarse guiar por El. La pedagogía de Cristo Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a la humanidad a su Hijo, Jesucristo. El entregó al mundo el don supremo de la salvación, realizando su misión redentora a través de un proceso que continuaba la «pedagogía de Dios», con la perfección y la eficacia inherente a la novedad de su persona. Con las palabras, signos, obras de Jesús, a lo largo de toda su breve pero intensa vida, los discípulos tuvieron la experiencia directa de los rasgos fundamentales de la «pedagogía de Jesús», consignándolos después en los evangelios: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, 1

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Oscar Esaú Villafuerte López

3. JESUCRISTO, CENTRO DE LA PASTORAL

“Yo soy el Buen Pastor…” (Ver Jn 10)

Se entiende por “pastoral” todo servicio que se encuentra enmarcado en este triple ministerio: litúrgico, profético y social. Teniendo como modelo de “Buen Pastor” a Jesucristo, la Iglesia actúa en el mundo inspirada por su ejemplo. De esto hablaremos en los siguientes temas.

LA PRAXIS EVANGELIZADORA DE CRISTO, MODELO DE EVANGELIZACIÓN

“Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”

(Ver Mc 16, 15)

Tomando como referencia el Directorio General para la Catequesis (DGC), hablaremos de la “Pedagogía” de Dios, que es la de Cristo y que debe ser la de la Iglesia: centrada en el anuncio de la Buena Nueva. La pedagogía de Dios «Como a hijos os trata Dios; y ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige?» (Hb 12, 7). La salvación de la persona, que es el fin de la revelación, se manifiesta también como fruto de una original y eficaz «pedagogía de Dios» a lo largo de la historia. En analogía con las costumbres humanas y según las categorías culturales de cada tiempo, la Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona —individuo y comunidad— en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez de hijo libre, fiel y obediente a su palabra. A este fin, como educador genial y previsor, Dios transforma los acontecimientos de la vida de su pueblo en lecciones de sabiduría adaptándose a las diversas edades y situaciones de vida. A través de la instrucción y de la catequesis pone en sus manos un mensaje que se va transmitiendo de generación en generación, lo corrige recordándole el premio y el castigo, convierte en formativas las mismas pruebas y sufrimientos. En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona y dejarse guiar por El. La pedagogía de Cristo Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a la humanidad a su Hijo, Jesucristo. El entregó al mundo el don supremo de la salvación, realizando su misión redentora a través de un proceso que continuaba la «pedagogía de Dios», con la perfección y la eficacia inherente a la novedad de su persona. Con las palabras, signos, obras de Jesús, a lo largo de toda su breve pero intensa vida, los discípulos tuvieron la experiencia directa de los rasgos fundamentales de la «pedagogía de Jesús», consignándolos después en los evangelios: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño,

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del pecador como persona amada y buscada por Dios; el anuncio genuino del Reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia del Padre; un estilo de amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el Reino y la caridad hacia el prójimo; el empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo, y otros tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos. Invitando a los discípulos a seguirle totalmente y sin condiciones, Cristo les enseña la pedagogía de la fe en la medida en que comparten plenamente su misión y su destino. La pedagogía de la Iglesia Desde sus comienzos la Iglesia, que es «en Cristo como un sacramento», vive su misión en continuidad visible y actual con la pedagogía del Padre y del Hijo. Ella, «siendo nuestra Madre es también educadora de nuestra fe». Estas son las razones profundas por las que la comunidad cristiana es en sí misma catequesis viviente. Siendo lo que es, anuncia, celebra, vive y permanece siempre como el espacio vital indispensable y primario de la catequesis.

(Ver DGC 139 – 141)

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LA CONVERSIÓN PASTORAL MÁS IMPORTANTE: VOLVER A JESÚS

“Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré…”

(Ver Mt 11, 28)

Cuando hablamos de “conversión” nos referimos a “cambiar la ruta”, a “enderezar los senderos”, de cambiar de vida y de actitudes. Lo que ahora más nos “urge”, pastoralmente hablando, es “volver a Jesús”. Para comprender mejor este tema, dejemos que el Sacerdote español José Antonio Pagola nos lo exponga… He aquí un extracto de una entrevista que le hicieron en 2010. - Desde hace algún tiempo viene insistiendo mucho en la importancia de volver a Jesús. Están creciendo entre nosotros algunos hechos que, a mi juicio, no nos van a conducir a la renovación que la Iglesia necesita. Pienso en el desencanto y la pasividad de muchos cristianos sencillos que viven este momento con desconcierto y pena; el clima de enfrentamientos y descalificaciones entre colectivos de sensibilidades opuestas; la ausencia de diálogo entre obispos y teólogos; las lamentaciones estériles; el miedo a la creatividad y el diálogo con el mundo actual; el restauracionismo hacia el que parece tender cada vez más la jerarquía… - ¿Cómo debemos reaccionar ante esto? Necesitamos urgentemente movilizarnos y aunar fuerzas para centrar a la Iglesia con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y en su proyecto del reino de Dios. Muchas cosas habrá que hacer, pero ninguna más decisiva que esta conversión. - ¿En qué consistiría? No estoy pensando en un aggiornamento pastoral, unas reformas religiosas o unas mejoras en el funcionamiento eclesial, algo, por otra parte, necesario. Pero, cuando el cristianismo no está centrado en el seguimiento a Jesús, cuando la compasión no ocupa un lugar central en el ejercicio de la autoridad ni en el quehacer teológico, cuando los pobres y los últimos no son los primeros en nuestras comunidades…, creo que lo más urgente es impulsar la conversión al Espíritu que animó la vida entera de Jesús. Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió. - ¿Cómo sería esa Iglesia convertida? Una Iglesia preocupada por la felicidad de las personas, que acoge, escucha y acompaña a cuantos sufren; a la que la gente reconoce como “amiga de pecadores”. Una Iglesia donde la mujer ocupe el lugar querido realmente por Jesús. Una Iglesia más sencilla, fraterna y buena, humilde y vulnerable, que comparte las preguntas, conflictos, alegrías y desgracias de la gente. - Pero ¿no hay una necesidad grande de reformas concretas en el funcionamiento y organización de la Iglesia?

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Sí, y no pocas. Es probable que en los próximos años se intensifiquen los debates sobre la reforma de la Curia romana, el ejercicio del ministerio de Pedro, el nombramiento de obispos, el lugar de la mujer en la Iglesia, la inculturación, la creatividad litúrgica, los caminos reales hacia el ecumenismo. Pero pienso que, si no existe, al mismo tiempo, un clima de conversión apasionada a Jesús, los debates y discusiones nos llevarán una y otra vez a enfrentamientos, divisiones y pérdida de energía. - ¿Cree que ese proceso de conversión aún es posible? Creo que hemos de abandonar ya una lectura del momento actual en términos de crisis, secularización, desaparición de la fe… Necesitamos hacer una lectura más profética, introduciendo en nuestro horizonte otras preguntas: ¿Qué caminos está tratando de abrir hoy Dios para encontrarse con sus hijos e hijas de esta cultura moderna? ¿Qué relación quiere instaurar con tantos hombres y mujeres que han abandonado la Iglesia? ¿Qué llamadas está haciendo Dios a la Iglesia de hoy para transformar nuestra manera tradicional de pensar, vivir, celebrar y comunicar la fe, de modo que propiciemos su acción en la sociedad moderna? - Esto no es fácil… En unos tiempos en que se está produciendo un cambio sociocultural sin precedentes, la Iglesia necesita una conversión sin precedentes. Necesitamos un “corazón nuevo” para engendrar de manera nueva la fe en Jesucristo en la conciencia moderna. - ¿Qué responsabilidad tenemos en esto como creyentes “de a pie”? Tal vez, el rasgo más generalizado de los cristianos que todavía no han abandonado la Iglesia es seguramente la pasividad. Durante muchos siglos hemos educado a los fieles para la sumisión y la obediencia. La responsabilidad de los laicos y laicas ha quedado muy anulada. Por eso, creo que la primera tarea de todos es ir creando comunidades y parroquias responsables. Todos somos necesarios a la hora de pensar, proyectar o impulsar la conversión a Jesucristo. - ¿Es posible poner más verdad en el cristianismo actual? No hemos de tener miedo a poner nombre a nuestros pecados. No se trata de echarnos las culpas unos a otros. Lo que necesitamos es reconocer el pecado actual de la Iglesia, del que todos somos más o menos responsables, sobre todo con nuestra omisión, pasividad o mediocridad. Ha sido una pena que hayamos entrado en el siglo XXI celebrando solemnes jubileos y sin promover una revisión honesta de nuestro seguimiento a Jesús. A veces, me sorprende nuestra agudeza para ver el pecado en la sociedad moderna y nuestra ceguera para verlo en nuestra Iglesia. - ¿Qué nos exige esto? Buscar una calidad nueva en nuestra relación con Jesús. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado sólo de manera abstracta, un Jesús mudo del que no se escucha nada de interés para el mundo de hoy, un Jesús apagado que no seduce, que no llama ni toca los corazones… es una Iglesia que corre el riesgo de irse apagando, envejeciendo y olvidando.

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- Le da mucha importancia a poner en el centro de las comunidades cristianas el relato evangélico. ¿Por qué? Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Lo que en ellos se recoge es el impacto causado por Jesús en los primeros que se sintieron atraídos por él. Son “relatos de conversión”. En esta actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y el seno de cada comunidad. - ¿Qué nos enseña el relato evangélico? El estilo de vida de Jesús: su manera de ser, de amar, de preocuparse por el ser humano, de aliviar el sufrimiento, de confiar en el Padre. Este esfuerzo por aprender a pensar, sentir, amar y vivir como Jesús debería estar en el centro de las comunidades. - ¿Tendríamos que repensar la Iglesia al estilo de Bonhoeffer, menos institución y más disuelta en la masa? La tentación más grave de la Iglesia actual es fortalecer la institución, endurecer la disciplina, conservar de manera rígida la tradición, levantar barreras… Se me hace difícil reconocer en todo esto el Espíritu de Jesús que nos sigue invitando a poner “el vino nuevo en odres nuevos”. El restauracionismo puede llevarnos a hacer una religión del pasado, cada vez más anacrónica y menos significativa para el hombre y la mujer de hoy. - Se habla del peligro de convertirnos en un islote dentro de la sociedad moderna. Tenemos que aprender a vivir en minoría, no de manera dominante y hegemónica, sino compartiendo con otros la condición de perdedores en esta sociedad. A muchos la Iglesia se les presenta hoy como una institución lejana que sólo parece enseñar, juzgar y condenar. El hombre moderno en crisis necesita conocer una Iglesia cercana y amiga, que sepa acoger, escuchar y acompañar. - ¿Y en qué dirección tendrían que cambiar nuestros lenguajes y modos de transmisión de la fe? Sé que el lenguaje teológico y doctrinal es absolutamente indispensable para dialogar con el pensamiento moderno, pero creo que es un error tratar de iniciar a la fe o alimentarla, dando primacía a la exposición doctrinal, explicada casi siempre en categorías premodernas. A mi juicio, hemos de recuperar y dar más relevancia a la experiencia fundante que vivieron junto a Jesús los primeros discípulos, y, sobre todo, a la enseñanza de su estilo de vida. Hemos de aprender a creer desde la sensibilidad, la inteligencia y la libertad de nuestra cultura contemporánea: poner el Evangelio en contacto con las preguntas, miedos, aspiraciones, contradicciones, sufrimientos y gozos de nuestros tiempos.

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- ¿Es posible mirar hacia el futuro de la Iglesia con esperanza? Lo primero es construir nuevas bases que hagan posible la esperanza. Hemos de aprender a despedir lo que ya no evangeliza ni abre caminos al reino de Dios, para estar más atentos a lo que nace, lo que abre hoy con más facilidad los corazones a la Buena Noticia. Al mismo tiempo, hemos de impulsar la creatividad para experimentar nuevas formas y lenguajes de evangelización, nuevas propuestas de diálogo con gentes alejadas, espacios nuevos de responsabilidad de la mujer, celebraciones desde una sensibilidad más evangélica… Creo que hemos de dedicar más tiempo, oración, escucha del evangelio y energías a descubrir llamadas y carismas nuevos para comunicar hoy la experiencia de Jesús.

(13 de agosto de 2010, Parroquia de San Vicente)

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