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Entrevista con Michel Foucault

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  • Paids Studio

    ltimos ttulos publicados:111. M. Douglas - La aceptabilidad de l riesgo segn ias ciencias sociales112. H.-G. Gadamer - E iin icio de ia filosofa occidental 113/ E. W. Said - Representaciones deiintelectual114. E. A. Havelock - La musa aprende a escribir115. C. F. Heredero y A. Santamarina - El cine negro116. B. Waldenfels - De Husseria Derrida117. H. Putnam - La herencia dei pragmatismo118. T. Maldonado - Qu es un intelectual?120. G. Marramao - Cielo y tierra121. G. Vattimo - Creer que se cree122. J. Derrida - Aporas123. N. Luhmann - Observaciones de ia modernidad124. A. Quintana - E i cine italiano, 1942-1961125. P. L. Berger y T. Luckmann - Modernidad, pluralismo y crisis de sentido126. H.-G. Gadamer - M ito y razn127. H.-G. Gadamer - Arte y verdad de ia palabra128. F. J. Bruno - Diccionario de trminos psicolgicos fundamentales129. M. Maffesoli - Elogio de la razn sensible130. Ch. Jamme - introduccin a ia filosofa del m ito131. R. Esposito - E l origen de la poltica133. R. Aron - Introduccin a la filosofa poltica134. A. Elena - Los cines perifricos135. T. Eagleton - La funcin de la crtica136. A. Kenny - La metafsica de ia mente137. A. Viola (comp.) - Antropologa de l desarrollo138. C. Cavell - La mente psicoanah'tica139. P. Barker (comp.) - Vivir como iguales140. S. Shapin - La revolucin cientfica141. J. R. Searle - E i m isterio de ia conciencia142. R. Molina y D. Ranz - La idea de i cosmos143. U. Beck - La democracia y sus enemigos144. R. Freixas y J. Bassa - E/sexo en e l cine y e ! cine de sexo145. M. Horkheimer - Autoridady familia y otros escritos146. A. Beltrn - Gaiiieo, ciencia y religin147. H.-G. Gadamer - E i inicio de la sabidura148. R. A. Spitz - No y s 149. R. Flecha, J. Gmez y L. Puigvert - Teora sociolgica contempornea150. G. Baumann - E l enigma m ulticultural151. E. Morin - Los siete saberes necesarios para ia educacin del futuro152. O. Marquard - Filosofa de ia compensacin154. Z. Bauman - La cultura como praxis155. M. Canto-Sperber - La inquietud moral y ia vida humana156. J. Habermas - Accin comunicativa y razn sin transcendencia157. H. Arendt - Conferencias sobre ia filosofa poltica de Kant158. Ch. Taylor - Las variedades de ia religin hoy159. J. Habermas - La tica de i discurso y ia cuestin de ia verdad160. A. Jacquard y otros - Una educacin sin autoridad n i sancin?161. J.-P. Fltoussi - La democracia y e l mercado162. J. R. Searle - Libertad y neurobiologa163. M. Canto-Sperber y R. Oglen - La filosofa m oral y la vida cotidiana164. M. Aug y J. P. Colleyn - Qu es ia antropologa165. R. Rorty y G. Vattimo - E l futuro de la religin166. R.-P. Droit. - Entrevistas con M ichel Foucault

  • Roger-Pol Droit

    Entrevistas con Michel Foucault

    # PAIDS111 Buenos Aires Barcelona Mxico

  • Ttulo original: Michel Foucault, entretiensPublicado en francs, en 2004, por Editions Odile Jacob, Pars

    Traduccin de Rosa Rius y Pere Salvat

    Cubierta de Mario Eskenazi

    100 Pol-Doit, RogerCDD Entrevistas con Michel Foucault.- I a ed. l s reimp.-

    Buenos Aires : Paids, 2008.128 p. ; 20x13 cm. (Paids studio)

    Traducido por Rosa Rius

    ISBN 978-950-12-6766-2

    1. Filosofa I. Rosa Rius, trad. II. Ttulo

    1" edicin en Argentina, 2006 I a reimpresin, 2008

    Esta obra se benefici del P.A.P. GARCA LOKCA, Programa de Publicacin del Servicio de Cooperacin y de Accin Cultural de la Embajada de Francia en Espaa y del Ministerio francs de Asuntos Exteriores.Reservados todos los derechos. Q uedan rigurosam ente prohibida, sin la autorizacin escrita de los titu la res del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografa y el tratamiento informtico.

    2004 ditions Odile Jacob 2006 de la traduccin, Rosa Rius y Pere Salvat 2006 de todas las ediciones en castellano

    Ediciones Paids Ibrica SA Av. Diagonal 662-664 - 08034 Barcelona

    de esta edicin, para Argentina y Uruguay Editorial Paids SAICF Defensa 599, Buenos Aires e-mail: [email protected] www.paidosargentina.com.ar

    Queda hecho el depsito que previene la Ley 11.723 Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

    Impreso en Grfica MPS,Santiago del Estero 338, Lans, en enero de 2008 Tirada: 1000 ejemplaresISBN 978-950-12-6766-2

    Edicin p a ra com ercializar exclusivam ente en A rgentina y U ruguay

  • SUMARIO

    Impresiones........................................................... 9Un pensador, mil rostros...................................... 23

    I. Gestionar los ilegalismos........................ 45A propsito de Surveiller et punir (Vigilar y castigar)

    II. Desembarazarse de la filosofa ............. 59A propsito de la literatura

    III. Soy un artificiero...................................... 71A propsito del mtodo y la trayectoria de Michel Foucault

    A n ex o s................................................................. 105Cronologa sum aria...................................... 107Orientacin bibliogrfica ........................... 109Origen de los textos .................................... 121

  • IMPRESIONES

    Lo que se encuentra, al comienzo histrico de las cosas, no es la identidad an preservada de su origen, es la discordia de las otras cosas, es el disparate. La historia aprende tambin a rerse de las solemnidades del origen.

    M ic h e l F o u c a u l t , Nietzsche, la genealoga, la historia

  • La voz era sorda al comienzo, poco audible e incluso reservada. Se aclaraba y se tornaba ntida cuando se senta en mayor confianza, y esto no es ms que un detalle, nfimo, entre otros y, sin embargo, nunca he odo a nadie decir diga? de ese modo, como atemorizado, atento y prevenido a la vez. Como si, un segundo despus, todo fuera posible: una guerra o una risa, una amenaza, una pregunta, alguna trampa o una discusin intelectual.

    Cuando Foucault deca diga estaba al acecho, dispuesto a cualquier cosa, a batirse y a esquivar, a jugar o a morder, y creo que siempre mantena esa actitud. Siempre, o casi siempre, pareca estar sobre aviso. No a la defensiva, ni tampoco circunspecto, prudente o reservado. Pareca un viga, un vigilante preparado para cualquier acontecimiento, y cuando pienso en l me viene a la mente la clebre frase de Digenes el cnico: Qu me ha enseado la filosofa?: Estar preparado para cualquier eventualidad. Se trataba de eso, s, de la eventualidad, del sentimiento de lo

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    aleatorio, de la agudeza del guerrero: quin va? amigo? enemigo? qu dice que quiere? Pero todo a medio tono, en voz baja y amortiguada, casi tierna: Diga?.

    En el extremo opuesto, al otro lado del espectro, la' risa. Las risas, ms bien, porque Foucault dispona de una paleta muy variada. De conveniencia: para despedir, acoger o agradecer, una risa desmotivada, no del todo mecnica pero poco animada. De burla: cuando un crtico le desagradaba o un adversario lo haba herido, lanzaba una risa silbante, algo metlica. Ante lo absurdp, la estupidez, los golpes bajos y la ignorancia supina, responda con una risa amplia, sonora y estruendosa. Tena tambin otro tipo de risa que pareca sumergirlo cuando una palabra, un recuerdo o un gesto lo suman de repente, aunque fuera por un instante, en el universo del ligue y de los encuentros fortuitos.

    Slo le trat unos meses, poco tiempo, ciertamente, pero me bast para comprender que haba en l una parte inabordable. Pero, se trata de comprender? En absoluto, si se entiende por comprender una operacin del entendimiento que concluye, al final de un proceso racional, en un resultado argumentado. He reunido aqu slo algunas impresiones, sabiendo que son antiguas y huidizas, pero ste no me parece un motivo suficiente para desecharlas, y menos an para desconfiar de ellas.

    Creo, por el contrario, que conviene rehabilitar las impresiones. Lo que se nombra as, a falta de mejor concepto, habla de algo que no se encuentra en nin

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    guna parte, algo no necesariamente accesorio ni despreciable. El tono de voz, la luz de la mirada, la postura del cuerpo y la manera de moverse o de callarse, suelen evocar mucho ms que un detalle. O mejor: quin decidi, desde cundo y cmo, qu es un detalle y qu no lo es?

    B o rrar la s h u e l l a s

    Entre las impresiones que, a treinta aos de distancia, guardo en la memoria emerge un Foucault de negro, una maana de invierno, a la entrada de la Biblioteca Nacional. Un Foucault jadeante y acalorado acababa de bajar de la bicicleta y hablando deprisa, antes de sumergirse en los libros durante toda la jornada. Esta podra ser no estoy muy seguro la primera vez que lo vi. Estaba evidentemente impresionado de encontrarme con alguien a quien estbamos leyendo con pasin desde haca varios aos, y a quien llambamos la cantante calva, con afectuosa y admirativa irona. Que llegara en bicicleta, me sorprendi. Y me sorprendi asimismo su particular sentido del cuerpo: una preocupacin por el esfuerzo, la musculatura y la esbeltez, sin ostentacin, como si se tratara de un juego, una manera de pasear y una forma de vagar por la ciudad. Daba una constante impresin de libertad.

    Esta impresin se confirmaba, con razn o sin ella, por su aparente disponibilidad. Hay personas que jams tienen un almuerzo libre antes de un tri

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    mestre. A veces, el tiempo de un caf se encuentra, con suerte, al cabo de un mes. Me sorprenda que Foucault, alguien requerido, clebre y mundialmente conocido, diera siempre la sensacin de que, cuando se le quera ver, no tena nada que hacer al da siguiente. Pareca dejar a su interlocutor la eleccin del da y la hora, como si tuviera todo su tiempo disponible. Finga, pero con elegancia.

    De este modo, podamos comer. En el Mercure Galant, en particular, detrs de la Biblioteca Nacional de la calle Richelieu, restaurante ya desaparecido. Aqul era un lugar que se corresponda bien con Foucault. En efecto, en l se mezclaba la decoracin clsica con un universo inslito, lo cual confirma su reaccin a las preguntas que le planteaba, en aquella poca y en aquellos lugares. Lo que me interesaba era su relacin con Kant. Haba traducido la Antropologa en sentido pragmtico, y aquel trabajo, junto con la Historia de la locura, haba constituido su tesis complementaria. En apariencia, nada ms. Por qu? Cmo? No haba nada, pese a todo, que perdurase en secreto? Estas preguntas lo irritaban visiblemente y responda de forma tajante: En este momento, me intereso por las puertas de los retretes de los cuarteles alemanes del siglo XVIII. Clsico, s, y avanzado a la vez: una modernidad atravesada de mezclas.

    Esta misma impresin produca su apartamento, situado en la ltima planta de un inmueble moderno, no muy lejos del metro de Vaugirard. La primera vez que estuve all todo me pareci curiosamente moderno. Incluso, no s por qu, me sorprenda que la

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    cocina tuviera microondas y que el mismo Foucault preparara, vestido con una camiseta blanca de cuello redondo, un plato de pollo, ligeramente cremoso. Luego, rindose, me cont que la.pared del fondo, que pareca una estantera fija, se deslizaba para comunicar con el apartamento contiguo, ocupado por su compaero. Segn los visitantes, el tabique estaba abierto o cerrado.

    En la decoracin contempornea, casi de diseo, de aquel lugar baado de luz, subsista, pues, con aquel tabique deslizante, una cierta apariencia antigua. Juego de piratas, escondrijo, trampa, corte. No era el trampantojo con la historia de puertas falsas y pasadizos secretos lo que all estaba en cuestin. Tampoco el cuidado de Foucault en no vivir a plena luz ms que de manera selectiva. Se trataba de algo mucho ms difcil de captar y tal vez ms interesante.

    Parecen existir en Foucault cajones secretos por todas partes, segundos planos ocultos. No porque su obra sea esotrica, evidentemente. No hay que inscribirla en la lnea de los ocultistas ni de otros autores crpticos, pero las relaciones de un libro al otro, por ejemplo, generalmente se encubren y las continuidades se enmascaran. Y creo que en su vida suceda lo mismo. Si Foucault tiene tantos rostros, que a menudo no encajan o encajan mal, se debe sin duda a su deseo de borrar las huellas, de establecer espacios en blanco y dejar silencios. Esa es tambin una forma de ser libre.

    Haba mucha libertad en Foucault, de forma siempre singular. Las veces que estuve en su casa me sorprendieron tambin sus posturas. Cuando habla

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    ba, tena maneras muy poco comunes de cogerse el crneo con una sola mano, doblar la pierna o dejar colgar el brazo. No veo en ello, simplemente, signos de relajamiento o actitudes distendidas de alguien que est ,en su casa y que, mientras habla, se sienta sobre una pierna o se deja caer en el sof.

    Algo de esto haba, ciertamente, pero no slo: la gestualidad de su cuerpo pareca tener una codificacin propia, distinta tambin de las convenciones que rigen la relajacin. La suya era una forma libre y distinta de comportarse, que corra el riesgo de perturbar el orden d las posturas corporales consideradas normales en sociedad. Quizs habra que relacionar todo esto con los estudios de Foucault sobre el adiestramiento de los cuerpos en la sociedad disciplinaria, donde se trata, precisamente, de restringir o de anular la parte del movimiento corporal libre y espontneo.

    Lo curioso es que esas posturas atpicas, esas maneras diferentes nunca daban la impresin de abandono. Poda parecer desgalichado, pero jams se mostraba fatigado ni decado. Haba en l una actitud de vigilancia constante, algn movimiento organizando siempre un repliegue, una distancia. Resulta imposible imaginarlo sin prestar atencin. Imposible imaginarlo sencillamente simple.

    F iebr e y a g it a c i n

    Algo deba permanecer inaccesible en l de modo indefinido. As es, en todo caso, como yo me lo ima

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    gino. Parece como si se las ingeniara de forma permanente para establecer una distancia con las personas. A primera vista, su extrema afabilidad cumpla esta funcin, ya que era tan excesiva, e incluso hiperblica, que slo poda crear grandes distancias.

    Su fiebre tambin lo situaba aparte, y utilizo esta palabra a falta de otra mejor. Foucault estaba como en perpetua agitacin, siempre en alerta. Nadie era menos plcido ni ms inquieto. Era capaz de redoblar los enfoques y los puntos de vista sobre un mismo tema con una velocidad extraordinaria. No cesaba de multiplicar los programas, las listas de las cosas pendientes. Un da habr que... era una expresin que repeta a menudo en sus conversaciones, y muy frecuente en sus escritos. Esa fiebre era un exceso, una profusin, un desbordamiento constante. Daba la impresin de que tena ms proyectos que tiempo, ms ideas que libros, ms posibles que realizaciones, las cuales, sin embargo, eran muy numerosas!

    Finalmente, Foucault era un impulso, un soplo vital permanente, una extraordinaria mquina generadora; y quedan miles de huellas y consecuencias de esa fuerza incitadora. Ejerci su influencia sobre toda la generacin a la que pertenezco, la generacin que contaba unos veinte aos en torno a Mayo del 68. Otros, sin duda, ms jvenes o pertenecientes a otras culturas, han sido influidos de maneras distintas por Michel Foucault. Por mi parte, aunque no sea fou- caultiano, s lo que creo deberle. En primer lugar, un programa. Mi trabajo como investigador se inscriba en una lnea que Foucault haba sealado en el

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    primer prefacio de la Historia de la locura. l haba dejado esa cantera de lado y no haba querido reeditar el prefacio. All escriba: En la universalidad de la ratio occidental, est esa particin que es Oriente: Oriente, pensado como el origen, soado como el punto vertiginoso del que nacen las nostalgias y las promesas de retorno, Oriente ofrecido a la razn colonizadora de Occidente, pero indefinidamente inaccesible, pues habita siempre el lmite: noche del comienzo, en la que Occidente se form, pero en la que ha trazado una lnea de particin, Oriente es para l todo lo que l todava no es, aunque deba buscar all lo que es su verdad primitiva. Habr que hacer una historia de esta gran particin, a lo largo de todo el devenir occidental, seguirlo en su continuidad y sus cambios, pero dejarlo tambin aparecer en su trgico hieratismo.1

    A su manera, los dos libros que he dedicado a determinados aspectos de esta particin se inscriben en la direccin indicada por Foucault. LOubli de l'Inde2 y Le Culte du Nant5 contribuyen, en ciertos aspectos

    1. Michel Foucault, Folie et draison. Histoire de la folie l'Age classique, Paris, Pion, 1961, pg. IV. El prefacio ha sido traducido en Michel Foucault, Entre filosofa y literatura. Obras esenciales, volumen I, introduccin, traduccin y edicin a cargo de Miguel Morey, Barcelona, Paids, 1999, pgs. 121-139; pg. 124.

    2. LOubli de lInde. Une amnsie philosophique, Pars, Presses Universitaires de France, 1989. Nueva edicin revisada y corregida: Pars, Le Livre de Poche, Biblio-essais, 1992. Este volumen se public en la coleccin de bolsillo Points (Pars, Editions du Seuil) en 2004.

    3. Le Culte du Nant, Paris, ditions du Seuil, 1997 para la edicinoriginal. Points-Seuil, 2004 para la reedicin en formato de bolsillo.

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    delimitados, a aclarar el lugar y la funcin de Oriente en la conciencia europea, as como la constitucin de su identidad moderna. Intentan acercar el proceso histrico que ha visto cmo el descubrimiento culto de Oriente, y ms concretamente del dominio snscrito, ha generado una reelaboracin filosfica de los rasgos que caracterizan a Europa, el espritu europeo, la identidad europea, etctera. No se trata de comparar identidades ya definidas en su integridad, Europa y la India, sino de ayudar a comprender los procesos dinmicos en los que estas representaciones se han transformado recprocamente.

    El segundo elemento importante es la conviccin, propia de Foucault, de que en los archivos todo est dicho explcitamente. Es intil imaginar estrategias secretas, intenciones ocultas en los procesos del saber y del poder: todo est formulado, precisado y repetido a cielo abierto. Esta idea me ha ayudado mucho, durante aos, a la hora de investigar lo que se haba modificado, en el siglo XIX, a partir del descubrimiento del budismo y de las interpretaciones suscitadas por dicho descubrimiento. Pude constatar que, en efecto, si se lee con atencin, todo est all, negro sobre blanco, sin vergenza ni ambages. De ello no deduje necesariamente que habra que dejar a todos los her- meneutas en paro, sino que, en la medida de lo posible, toda interpretacin intil debe ser descartada, dado que se trata de historia de los sistemas de pensamiento.

    Quedan tambin, de este impulso llamado Foucault, los grandes registros guerra y urgencia.

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    Foucault ha hecho comprender cuntos efectos de verdad y relaciones de fuerza estn fundamentalmente de acuerdo. No hay ms que guerra, en todas partes, y sin fin, sobre todo sin fin, sin origen ni trmino, sin victoria ni tregua; slo con evoluciones y cambios de estilo o de terreno. Tal es su enseanza de fondo: el combate como dimensin esencial del pensamiento y de la vida. Sin duda, Nietzsche ya lo haba visto, sin contar con Herclito y su gran intuicin de la discordia, pero fue Foucault quien permiti entrever la riqueza de esta perspectiva.

    La urgencia esta imperiosa necesidad de actuar propia de la fiebre estimula a intervenir en las luchas, a influirlas o modificarlas. En Foucault se acompaa de un desprecio soberano por la metafsica y sus apuros risibles. Ha sido posible seguirlo en este registro en un dominio determinado, el periodismo. He pensado a menudo, con emocin y gratitud, en su modo de considerar la prensa como lugar de intervencin para un intelectual. Un lugar permanente, legtimo y esencial, y no un mbito de incursiones puntuales, por el que pasaran firmas de prestigio. Foucault incitaba a una urgencia periodstica vivida desde dentro, en el seno de las redacciones, segn las modalidades que, evidentemente, cada cual debe inventar.

    Con este libro, he deseado rendir un modesto homenaje a Michel Foucault, con ocasin del vigsimo aniversario de su muerte. Se inicia con un breve estudio sobre su trayectoria, extrado de mi trabajo, La Compagnie des philosophes, en el que rememoro algunos elementos bsicos para quienes no conocen

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    demasiado su aportacin. Le siguen tres entrevistas publicadas en peridicos en distintas fechas.

    He reunido estas pginas dispersas con la intencin de que puedan servir para descubrir mejor su pensamiento y su itinerario. En estas entrevistas, Foucault aborda, de manera simple y directa, cuestiones importantes de su trabajo como, por ejemplo, la delincuencia, la institucionalizacin de los saberes y la dispersin de los centros de poder. Pero recuerda asimismo cuestiones ms personales, a las que se refiri con menor frecuencia. En particular, su vnculo con la literatura y con la tarea de escribir, su relacin con el marxismo y los comunistas, su formacin intelectual y su mirada sobre sus propios libros y sobre la acogida que se les dispensaba. Al hilo de las respuestas parece dibujarse un Foucault sensiblemente distinto del de sus obras y sus cursos.

    Tales son mis impresiones.

    Varis, 12 de julio de 2004

  • UN PENSADOR, MIL ROSTROS

    Segn las circunstancias, a un rostro se le pueden formular dos tipos de preguntas: en qu piensas? O bien: qu te pasa, qu tienes, qu sientes o experimentas?

    G lL LE S D e l e u z e , La imagen-movimiento

  • Mi nombre es Nadie, deca ya Ulises. Homero llama polytropos a hroe viajero, y este calificativo griego se traduce, de manera aproximada, por hbil, rico en recursos, de las mil astucias, etctera. Ulises tiene salida para todo; su inteligencia no es terica ni contemplativa, orientada hacia lo eterno como la de los gemetras y los filsofos, sino pragmtica, tctica, inquieta y guerrera. Nmada y burln, el hroe homrico enreda las pistas multiplicndolas. Nunca se le atrapa donde se crea poder hacerlo; es libre, siempre, y asimismo liberador, y desconcertante. Como Michel Foucault.

    He aqu a un filsofo que escudriaba el plano de las penitenciaras en lugar de meditar sobre el olvido del Ser, que prefera las relaciones de la gendarmera a las pruebas de la existencia de Dios, un pensador astuto que no ces de cambiar y desmontar su identidad, de multiplicar las siluetas emboscadas. Cuando las referencias eran necesarias, elega a Arnauld, Linn y Quesnay en lugar de Descartes, Spinoza y

  • 26 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    Leibniz. Era historiador? Basta leerlo: su labor no se reduca a establecer los hechos, a restituir mentalidades y sacar a la luz cambios inadvertidos. Foucault pone en acto otra forma de pensar, en la que estn en juego los estatutos del lenguaje y de la verdad, de la razn y del inconsciente, de la historia y del sujeto... Nada menos.

    Pero explicaciones, ninguna. O tan pocas, densas y fragmentadas, que descubrirlas no resulta sencillo. Foucault tena ms ganas de hacer que de decir lo que haca al contrario de muchos... Su prematura muerte, en 1984, dej en suspenso un buen nmero de interrogantes y malentendidos. Cul es el sentido, ni completamente escondido ni del todo visible, de su empresa? Se tratara de comprender cmo se vinculan todos sus libros en apariencia inconexos, o situados en todo caso en registros diferentes . Ello permitira deshacer algunos errores (errores tenaces, coordinados y solidarios, como deca Bachelard). Para formar a un individuo reconocible, identificado y etiquetado de una vez para siempre, todava hay que empezar por aceptar esta multiplicidad diseminada que no coincide con ella misma.

    No me pregunten quin soy, ni me pidan que permanezca invariable. As termina la primera parte de La arqueologa del saber. Es realmente necesario incorporar a una fuente nica, estable y homognea ese inmenso bullir de rastros verbales que un individuo deja en torno suyo en el momento de morir? Debemos creer no es ms que una creencia que una sola y misma persona concentre los actos, los

  • UN PENSADOR, MIL ROSTROS 27

    secretos, las palabras y los textos desde la infancia hasta la muerte? O hay que dejar separados, simplemente yuxtapuestos, esos rostros distintos que reciben un mismo nombre? Establecer una primera lista no es una cuestin menor. De entrada, no es ms que una coleccin incompleta, heterclita y aparentemente absurda, como esas imgenes para linterna mgica que no logran formar una historia continuada.

    Un nio frgil se aburre entre dos guerras en Poitiers, en la vida de notables acomodados que llevan los suyos, y en particular su padre, cirujano y profesor de anatoma en la^escuela de medicina. Un dotado alumno de segunda enseanza llega al liceo Henri-IV a prepararse para la Ecole Nrmale Suprieure. En 1948, un normalista, homosexual y miembro del PCF, intenta suicidarse y parece bordear la locura. Un filsofo apasionado por la psicologa abandona la Fundacin Thiers por la Universidad de Lille. En Suecia, un agregado cultural circulando en Jaguar sorprende a la placentera ciudad de Uppsala. A la vuelta de Hamburgo, va Varsovia, un joven doctor, dandy feliz y provocador, ensea en Clermont-Ferrand. Un anticomunista dirige una guerra de desgaste contra Roger Garaudy. Un miembro del jurado de la Ecole Natio- nale d Administration participa en la elaboracin de la reforma Fouchet.

    Todos ellos se hacen llamar Michel Foucault.No son los nicos. El mismo nombre designa to

    dava a numerosos seres sucesivos o combinados: un estructuralista temporal, clebre por Las palabras y las cosas, que da clases en Tnez mientras vive en Sidi-

  • 28 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    Bou-Sad, el primer responsable del departamento de filosofa del centro experimental de Vincennes, el titular en el Collge de France de la ctedra de historia de los sistemas de pensamiento, el militante activo del Grupo de Informacin sobre las Prisiones, el firmante de innumerables peticiones y el periodista del Corriere della Sera que en 1977 escriba: Hay ms ideas en la tierra de lo que imaginan los intelectuales. Se llaman asimismo Michel Foucault, entre otros: un viajero en un templo zen, un conferenciante en Berkeley, un experimentador de alucingenos, un hombre que muere de sida en la Salptrire, aquel hospital cuyo nacimiento haba descrito el autor de la Historia de la locura.

    Varias biografas, la primera de ellas redactada por Didier Eribon, han intentado reunir los fragmentos de esta vida fulgurante y evocar las relaciones de Foucault con quienes contaron para l. Temporalmente: Louis Althusser y Jacques Lacan. Tardamente: Claude Mauriac y Paul Veyne. Continuamente: Jean Hyppolite, su primer maestro, a quien sucedi en el Collge de France, Georges Canguilhem y, sobre todo, Georges Dumzil, su gran predecesor, que le prodig amistad y apoyo durante toda la vida. Hay que aadir las polmicas con Sartre, la complicidad con Deleuze, y otros miles de encuentros en los que se entrev la silueta, desconcertante y fugaz, de un hombre unas veces fiel y otras spero, afable o difcil, temible o frgil.

  • UN PENSADOR, MIL ROSTROS 29

    A CADA FRASE UN ROSTRO

    Prescindamos de la psicologa. No se puede reducir la diversidad de Foucault a una cuestin de carcter ni a los efectos de un temperamento. Esta multiplicidad slo puede aprehenderse estudiando el uso que haca de las palabras. No es la misma la relacin leemos, por ejemplo, en La arqueologa del saber que existe entre el nombre de Nietzsche de una parte y de otra las autobiografas de juventud, las disertaciones escolares, los artculos filolgicos, Zaratustra, Ecce homo, las cartas, las ltimas tarjetas postales firmadas por Dionisos o Kaiser Nietzsche, y los innumerables cuadernillos en los que se cruzan las anotaciones del lavado de ropa con los proyectos de aforismos. Si se tuviera que clasificar los rostros de Foucault y establecer el inventario para un catlogo imposible, podran ser designados por la milsima de segundo en que se hubiera tomado la instantnea.

    El rostro 1961, por ejemplo. Hombre joven, calvo, de aire reservado. Hay algo, pese a todo, secretamente triunfante en su sonrisa. Acababa de publicar su primer libro: Historia de la locura en la poca clsica, una tesis de doctorado distinta de las dems, muy bien recibida por Canguilhem, Braudel y Blanchot. Asistimos con gusto a este choque de la Universidad y la sinrazn, escriba Maurice Blanchot en La Nouvelle Revue franaise. El prefacio de la primera edicin (en Pion, dentro de una coleccin dirigida por Philippe Aris) desaparecer en las reimpresiones posteriores. Este texto programtico es, sin embargo, uno de los

  • 30 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    escritos ms hermosos de Michel Foucault. No describa all un mtodo, sino que expresaba una intuicin que rige sus futuros trabajos: Podra hacerse una historia de los lmites de estos gestos oscuros, necesariamente olvidados una vez cumplidos, por los cuales una cultura rechaza algo que ser para ella el Exterior; y a lo largo de toda su historia, este vaco abierto, este espacio en blanco medante el que se asla la designa tanto como sus valores.

    La particin da existencia a los elementos que ella misma opone. Estos opuestos que Foucault denomina primeramente razn y locura, Occidente y Oriente, normalidad y perversin sexuales no pre- existen a la divisin que los define. El mismo movimiento que los distingue es el que los hace ser. Este proceso es impersonal, no requiere sujeto ni propsito voluntario. No obstante, es generador de luchas, est atravesado por tensiones y escindido por rupturas. El ltimo Foucault mantena que estas relaciones de fuerzas son las que engendran al mismo sujeto.

    Rostro 1984. Unidad de cuidados intensivos de la Salptrire. Un hombre agonizante recibe el primer ejemplar de su ltimo libro, El cuidado de s, tomo tercero de su Historia de la sexualidad, Cinco das ms tarde fallece de sida.

    En lugar de hacerlo por su ao de origen, estas instantneas se podran ordenar de otro modo. La ordenacin tendra la precisin arbitraria y fra de los ficheros antropomtricos: se les atribuira, por ejemplo, del 1 al 364, el nmero del texto de los Dits et crits de Michel Foucault donde son entrevistos. Luego se

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    reagruparan sus perfiles por series, clasificadas cada una de ellas en un dossier.

    Uno podra titularse: un filsofo literario. En efecto, muchos de sus pensamientos se organizan en torno a la experiencia de la escritura, concebida como una manifestacin impersonal de la actividad autnoma del lenguaje. El rostro 21, por ejemplo, declaraba en la NRF, en 1964: Klossowski restablece una experiencia perdida desde hace mucho tiempo la relativa a la similitud perfecta de Dios y el Diablo. La figura de Klossowski, en resonancia enigmtica con la de Deleuze, ocupa entonces un lugar central. A su alrededor se disponen los rostros de Foucault vueltos hacia las obras literarias mostrando, de forma ms abierta, el trabajo del lenguaje sobre s mismo: Blan- chot, Bataille y Artaud, pero tambin Roussel o Bris- set. Los rasgos de estos perfiles dan la impresin de pertenecer a una poca lejana. Cuando hablan del vaco, del espacio en blanco, del abismo y de los incesantes y arriesgados vaivenes entre lenguaje y pensamiento, no es seguro que an sean del todo perceptibles. No mucho ms que las voces militantes que se multiplicaron cuando, al entrar en el Collge de France (diciembre de 1970), Foucault afirmaba querer salir de la escritura. El rostro 132, en un debate con Noam Chomsky, declaraba a la televisin holandesa en noviembre de 1971: Cuando el proletariado tome el poder es muy posible que ejerza, respecto a las clases sobre las que acaba de triunfar, un poder violento, dictatorial e incluso sangriento. No veo qu objecin se le puede hacer a esto.

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    Reagrupar por gnero, clasificar con etiquetas rostros literarios, militantes (o bien historiador, filsofo, periodista o profesor), es condenarse an a dejar de lado el movimiento, a no aceptar plenamente que Foucault no cesa de evolucionar, de convertirse en otro, de disociar su identidad. Un texto de octubre de 1982, publicado en 1988, lo expresa de modo muy sencillo: El principal inters de la vida y del trabajo es permitirnos llegar a ser alguien distinto del que ramos al comienzo. Los rostros de Foucault no pueden, pues, coincidir con los aos ni con los textos. Una sola entrevista puede engendrar varios de ellos, o pasar del uno al otro, ya que no se corresponden nicamente con las facetas de un carcter o de una poca. Esos rostros expresan relaciones de fuerzas; resultan siempre de una especie de guerra, que opone recprocamente los enunciados, las formas de saberes y de poderes, los dispositivos del discurso y de la accin. La lnea del frente no es fija, y por ello Foucault rechazaba responsabilizarse a perpetuidad de un sentido inmvil de sus trabajos: Hay que subrayar que no suscribo sin restriccin lo que he dicho en mis libros. El calidoscopio que constituyen sus obras, publicadas o no, permite captar en vivo la diversidad de los registros en que Foucault libraba sus combates.

    No es fcil orientarse rpidamente. Por ejemplo, est a favor o contra la defensa de la enseanza de la filosofa? El militante que prefiere la accin a la escritura juzga severamente la filosofa tal como se practica en la Universidad: No es ms que una vaga

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    y pequea disciplina universitaria, en la que la gente habla de la totalidad de la entidad, de la escritura, la materialidad del significante y otras cosas parecidas. Pero esta declaracin no anula las del profesor de filosofa en la Universidad de Vincennes, que defenda la prctica de la filosofa como ejercicio de libertad, o la defina como un diagnstico del presente. En los ltimos aos de su vida se acerc a la concepcin antigua de la filosofa como disciplina espiritual, cuya existencia haba sido reconstituida por Pierre Hadot, su colega en el Collge de France, Al igual que Nietzsche, Foucault se situ cada vez en una lucha concreta, en lugar de instalarse en el cielo de las verdades eternas.

    El combatiente tiene el sentido de la frmula. El humanismo?: La pequea prostituta del pensamiento, la cultura, la moral y la poltica de los ltimos veinte aos (entrevista publicada en italiano en 1967). El estructuralismo de Foucault, una invencin de Piaget? No lo creo, no es capaz, el pobre. Jams ha inventado nada. El humor tambin algo que no ha sido suficientemente destacado en sus libros forma parte de su panoplia. En el n 1 del peridico homosexual Le Gai Pied, el 1 de abril de 1979, el ironista adverta: No hay que confiar el suicidio a personas desgraciadas que pueden echarlo a perder y convertirlo en una miseria. Esta voz que habla de la muerte como de un placer tan sencillo tiene la gravedad de las grandes risas. En resumidas cuentas, Foucault tuvo demasiados rostros. A los ya entrevistos, podramos aadir an los siguientes: adversario de la psi

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    cologa con alianza ocasional con los freudianos, enemigo del psicoanlisis, partidario entusiasta de las primeras horas de la Repblica islmica de Jomeini, defensor de las libertades, crtico sarcstico de la enseanza, gran profesor... Los malentendidos eran inevitables.

    V ist o p o r D e l e u z e

    Sobre su obra abundan los contrasentidos. Antiguos o recientes, de buena o mala fe, se refieren sobre todo a los problemas del encierro (asilo, hospitales, prisiones, etctera), al vnculo entre la muerte del hombre y la accin militante, as como al retorno al sujeto y a la moral cuando su investigacin abandona la poca clsica por la aurora griega. Giles Deleuze muestra el pensamiento de Foucault dentro de su coherencia y su mayor amplitud. Se advierten tres ejes: el saber, el poder y el s (soi). El saber no es la ciencia, ni el conjunto de los conocimientos en el sentido habitual del trmino. Por esta vieja palabra, el filsofo designa un nuevo concepto: la articulacin de lo que una poca puede decir (sus enunciados) y ver (sus evidencias). Foucault, subraya Deleuze, nunca ha tenido problemas con respecto a las relaciones entre la ciencia y la literatura, o entre lo imaginario y lo cientfico, lo sabido y lo vivido, puesto que la concepcin del saber impregnaba y movilizaba todos los umbrales. Esta concepcin es puramente positivista o pragmtica: nada hay antes del saber (con l se distri

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    buye tanto lo que se dice como lo que se ve). Nada virtual ni latente, nada anterior ni oculto, ningn secreto: Cada formacin histrica ve y hace ver todo lo que puede, en funcin de sus condiciones de visibilidad, al igual que dice todo lo que puede, en funcin de sus condiciones de enunciado.

    Si hay saber, es a partir de dos elementos puros que, desde luego, nunca son accesibles en su pureza: un ser-lenguaje, gran murmullo impersonal en el que se recortan los enunciados, un ser-luminoso donde se constituyen las visibilidades. Los enunciados no son frases, ni las visibilidades objetos: no son las palabras y las cosas. En ellos hay que ver ms bien las condiciones de posibilidad del discurso y de la percepcin. Esta bsqueda de las condiciones constituye una especie de neokantismo caracterstico de Foucault, pero Deleuze precisa de inmediato que estas condiciones son siempre histricas, nunca las de toda experiencia posible. Del mismo modo, tales condiciones no conciernen a un sujeto universal, sino que, al contrario, son ellas las que le asignan su lugar. El sujeto que ve es l mismo un lugar de visibilidad. .. (as el lugar del rey en la representacin clsica, o el de cualquier observador en el rgimen de las prisiones). Entonces se desvanece el contrasentido que hace de Foucault un pensador del encierro. El hospital y la prisin son antes lugares de distribucin de lo visible que dispositivos de enclaustramiento.

    Estos perfiles pticos estn desdoblados por un discurso (mdico, psiquitrico, jurdico...) inseparable de ellos aunque de otro orden. Hablar y ver son,

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    en efecto, distintos por naturaleza. El objeto del discurso y el de la mirada son diferentes y, pese a su dependencia recproca, nunca coinciden. Aqu todava, mutatis mutandis, se recuerda a Kant: la espontaneidad del,entendimiento difiere de la receptividad de la intuicin. Queda un enigma por resolver, a saber, si lo visible y lo enunciable son como dos estratos paralelos, cmo se adaptan el uno al otro? Qu es, en Foucault, lo anlogo al esquema de la imaginacin en Kant? El poder dice Deleuze- es lo que ocupa su lugar.

    Foucault rompe con los postulados habituales y muestra que el poder es ejercido ms que posedo (slo se posee ejercindolo). Es creativo ms que represivo, incita y suscita, tanto como prohbe. En fin, es coextensivo con lo social: el poder no se localiza en ninguna parte. Presente en toda relacin de fuerzas, pasa tanto por los dominados como por quienes dominan. Irreductibles el uno al otro, saber y poder estn indisolublemente vinculados. El juego de fuerzas del poder aleatorio, turbulento, flexible engendra las mutaciones en la distribucin de lo decible y lo visible, cuya articulacin se encarga tambin de regularizar. El poder es como un afuera, sin forma estable, una zona de tempestades que slo una microf- sica permite aprehender.

    Lo esencial en el pensamiento de Foucault carto- grafiado por Deleuze es la relacin con el afuera. Un mundo sin interioridad. Cmo pensar, entonces, el sujeto, la existencia de un yo que proyecta gobernarse a s mismo? Un pliegue, y nada ms; la interioridad

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    no sera ms que un pliegue del afuera. Esta temtica persigui a Foucault a lo largo de toda su obra y culmin en sus dos ltimos libros, El uso de los placeres y El cuidado de s. Qu hicieron los griegos, segn Foucault-Deleuze? Revelar el Ser? No. Los griegos hicieron mucho menos, pero tambin mucho ms: al ejercitarse a gobernar a los otros a condicin de gobernarse a s mismos, plegaron la fuerza. Ahora bien, el hombre no pliega las fuerzas que lo componen sin que el afuera se pliegue a su vez, no abra un s mismo en el hombre. Los griegos formaron el primer pliegue, pero nada tienen, de universal. El saber, el poder y el s varan con la historia.

    Estas observaciones permiten eliminar una inquietud intil. Alarmados, algunos se preguntaron: si el hombre ha muerto, tal y como Foucault anuncia en Las palabras y las cosas, en qu habr que basar las luchas? Cmo articular el antihumanismo y la resistencia? No hay ninguna necesidad de invocar al hombre para resistir, afirma Deleuze sin ambages. En efecto, qu significa la muerte del hombre?: un cambio en la configuracin saber-poder. El horizonte de la poca clsica es Dios, lo indefinido, y no el hombre, concebido slo a partir de sus limitaciones, de su declive, etctera. El saber del siglo XVII se organiza en generalidades, series susceptibles, al menos en teora, de un despliegue infinito. En el siglo XIX surgen las fuerzas de finitud: la vida (sometida a la lucha incesante contra la muerte, vase Bichat), el trabajo (sometido al esfuerzo y la fatiga, a los lmites de la produccin), y el lenguaje (sometido a la fie-

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    xin). Dejando a Dios aparte, el saber se organiza alrededor del hombre; pero ello no supone una toma de conciencia del carcter finito de la condicin hu mana universal. La figura del hombre como forma del saber nace del encuentro con las fuerzas del afuera, las fuerzas del poder.

    Una vez se ha desvanecido esta figura del hombre, como se desvaneci la figura de Dios, desde ese momento, lo humano se encuentra confrontado y combinado con otras fuerzas del afuera. La vida se abre al cdigo gentico, el trabajo a la informtica, el lenguaje a las articulaciones de la literatura moderna; por todas partes, lo finito produce lo ilimitado. De golpe, esta muerte del hombre deja de ser triste: Contengamos las lgrimas, deca Foucault. Y ello no se contradice con el compromiso poltico: la muerte del hombre libera en lo humano fuerzas de vida que estaban aprisionadas en l por la figura transitoria del hombre. Al hablar del superhombre, Nietzsche nunca dijo otra cosa. Ni Foucault tampoco.

    L a risa d e l p e n s a d o r

    Un rasgo esencial, Foucault no renunci a la risa, y se instal sin complacencia en la tristeza. Su desaparicin suscit con razn un sentimiento de injusticia y de absurdo, pero no incit a la afliccin, porque supo rerse de lo trgico. Su voz de papel permanece, sus libros siguen produciendo efectos no previstos, encuentran lectores inesperados, hacen hablar (incluso

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    de otras cosas), desbaratan las clasificaciones donde se pretendera encerrarle, y continan incluyndolo en luchas en las que no haba soado. No sorprende un destino tan poco previsible en un filsofo que rechaz siempre la monarqua del autor y sus declaraciones de tirana. Michel Foucault ha logrado no ser el amo de sus propios libros, el guardin del sentido nico de su obra, alguien que dicta su ley a los lectores advirtindoles: Esto es lo que he querido decir, no tenis ningn derecho de entenderlo de otro modo. Foucault concibi, por el contrario, libros desa- cralizados, independientes de su productor, cajas de herramientas a las que cada cual se acerca para escoger, segn sus necesidades, un anlisis o un concepto, y para luchar, pensar o hablar, tres acciones que, a sus ojos, no son ms que una.

    El slo quera ocupar un espacio en blanco, quedarse sin identidad, y escriba para perder el rostro; lo cual es tambin, a fin de cuentas, un modo de rerse. Encontramos bajo otro ngulo la misma frase ya cruzada: No me pregunten quin soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentacin. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir. Su voluntad de no ser etiquetado ha vencido, y no es fcil, aos despus de su muerte, decir en qu categora jug. Al leer los ttulos de sus obras, podramos creer que se trata de un historiador de las costumbres de una especie particular un hijo de Lucien Febvre y Fernand Brau- del, de la escuela de los Armales, esos historiadores de larga duracin que sustituyeron la historia de las

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    guerras y las carestas por el estudio de fenmenos fciles (demografa, agricultura, transportes, etctera)... Pero ste no es un hijo disciplinado y se dedic a descubrir, en la historia de las ideas, rupturas, mutaciones bruscas y vuelcos inadvertidos. Peor an, su objetivo no era la reconstruccin del pasado, y por este motivo ciertos historiadores, despus de leerlo ms o menos bien, refunfuan o se enfadan con l. Decididamente, no es de los suyos. Yo hago historia del presente, proclamaba.

    Seguro? Foucault se ocup del encierro de los locos inventado en el umbral de la poca clsica y del nuevo rostro del hombre que aparece a finales del siglo XVIII, as como de la emergencia, en el XIX, de una mirada distinta sobre el cuerpo del enfermo, o de la constitucin, en la Grecia antigua, de la moral sexual de Occidente. En resumen, del pasado. Sin duda, se replicar que son nuestras evidencias actuales lo que le interesaba, y por ello se esforz por encontrar sus ancestros y trazar su genealoga. Al reconstruir la formacin de nuestras ideas presentes sobre la locura, la enfermedad, el hombre o el sexo, Foucault muestra que stas carecen por completo de evidencia, de eternidad. No se trata en modo alguno de una vulgar crtica de nuestros prejuicios, que dejara intacta la idea misma de verdad.

    Foucault tiene la capacidad de mostrar que incluso nuestros saberes ms exactos son transitorios y mortales, resultan de una disposicin temporal del discurso, de un sistema de representaciones cuyo origen y final son revelados por las investigaciones hist

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    ricas. La verdad no existe... Slo existen discursos histricamente reconocibles, que producen efectos de verdad, al delimitar lo que es pensable y lo que no lo es para una poca determinada. Pero, en s mismos, carecen de valor. Nos encontramos aqu ante un relativismo absoluto, no de la historia, sino de la filosofa la de Nietzsche. Foucault intent responder, de mil modos distintos, a la pregunta: qu hacer despus de Nietzsche? Es decir, tras la destruccin sin retorno de la idea misma de verdad. Slo una perspectiva histrica le parece an practicable. Releamos el captulo VII de La gaya ciencia-. Dnde podra encontrarse escribe Nietzsche una historia del amor, de la codicia, de la envidia, de la conciencia, de la piedad, de la crueldad? Incluso falta completamente hasta ahora una historia comparada del derecho, o tan slo del castigo Todo Foucault encuentra aqu su impulso: Nietzsche haba matado la verdad, y su lector emprendi la interminable redaccin del acta de defuncin. Como historiador y como filsofo o escribiendo desde un lugar en el que la distincin ya no tiene sentido.

    Esto es lo que hizo soar a Marx, que tambin abandon la perspectiva de la filosofa eterna por el punto de vista histrico. Sin embargo, ambos se distinguen no slo porque Marx crea todava en la verdad y en la ciencia, sino, sobre todo, porque Foucault invent una nueva concepcin de poder. Y el modo de accin de este poder ramificado y disperso se comprende mejor escudriando el plano de una penitenciara, o el empleo del tiempo en un internado, que le

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    yendo los debates parlamentarios. Tecnologa superior del adiestramiento de los cuerpos, dispositivo omnipresente, un poder en red de este tipo no opone dos clases (una que lo poseera y otra que querra ampararse en l), sino que ejerce sus efectos por igual sobre la opresin y sobre la resistencia, con luchas mltiples, locales y diseminadas, en las que los discursos son tambin envites y armas. Se trata de un poder que incita tanto como reprime; en resumen, un poder que ya no es aquel objeto enigmtico de las luchas polticas, sino un dispositivo complejo que se extiende sobre todo el cuerpo social y sobre sus producciones.

    Esta nueva concepcin del poder, que se explcita en 1975 con la publicacin de Vigilar y castigar, debe ser considerada como la principal aportacin de Foucault. Y ste es un punto crucial que todava hay que estudiar con detalle. Esto es mejor, sin duda, que intentar leer su obra a travs de una deficiente clave biogrfica. Algunos pobres espritus, como el bigrafo James Miller, se empean en interpretar el trabajo de Michel Foucault a partir de sus pretendidas inclinaciones morbosas. Desde su infancia hasta su agona, una misma fascinacin por la muerte habra posedo al autor de Vigilar y castigar. No habra dejado de sentirse obsesionado por la proximidad del placer y el aniquilamiento, y habra cultivado constantemente la crueldad, viviendo desgarrado entre la atraccin y la repulsin que sta le inspiraba. Una fatal complicidad con la destruccin le habra arrastrado sin cesar, tanto en sus libros como en sus experiencias personales, hacia lo peor. En resumen, su vida y su obra

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    se situaran bajo el signo nico del sadismo. Omos rer a Foucault y a todo lector juicioso.

    Para comprender algo ser mejor no olvidar el itinerario que, desde 1970 hasta 1984, le condujo del problema general de la voluntad de saber (qu significa exactamente este mecanismo motor de Occidente?, cmo se ha ajustado, modificado y plegado a regmenes distintos?) a la cuestin de la constitucin del sujeto individual, por medio del gobierno de s y de las disciplinas del espritu practicadas por los filsofos griegos y latinos. El hilo conductor de este recorrido es, finalmente, la idea de que la verdad no es ms que el producto de un juego de fuerzas, el resultado de una disposicin compleja, singular y cambiante de poderes en lucha, y no una realidad incorruptible o eterna. Esto puede ayudar a entender en qu sentido, en sus dos ltimos libros, al preguntarse sobre la emergencia del sujeto sexual, volviendo sobre las huellas de la Antigedad y de la tica a una visin esttica de la existencia, Foucault afirmaba buscar desprenderse de s mismo.

    En la obstinacin por no ser s mismo, en el esfuerzo continuado por escaparse de su propia persona y devenir, por fin, nadie, crey ver la labor del intelectual. Ser aquel que no se repite ni profetiza, que no legisla ni da lecciones de moral a nadie. Ni reside en el tribunal de la historia... Sueo con el intelectual destructor de evidencias y universalismos, el que seala en las inercias y las sujeciones del presente los puntos dbiles, las aperturas, las lneas de fuerza, el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia

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    cierta dnde estar ni qu pensar maana, pues est demasiado atento al presente...

    El nombre de Michel Foucault no es, pues, simplemente sinnimo de historiador ni de filsofo, ni siquiera es sinnimo de Michel Foucault. Jams idntico a s mismo, signo de contradiccin, como a su modo indica esta cita de Ren Char que hace las veces de emblema que cabra insertar en los tomos II y III de la Historia de la sexualidad. La historia de los hombres es la larga sucesin de los sinnimos de un mismo vocablo. Y contradecir es un deber. Pensador incitativo en tiempos en que la inteligencia, en Francia, no era un producto excedente, Foucault no fue un matre penser en el sentido usual de la expresin, sino un tipo particular de maestro de vida. Escuchemos cmo lo sugiere l mismo en su introduccin a La arqueologa del saber: No, no, no estoy donde ustedes tratan de descubrirme sino aqu desde donde los miro riendo.

  • P rim era e n t r e v ist a

    GESTIONARLOS ILEGALISMOS

    A proposito de Surveiller et punir (1975) ( Vigilar y castigar)

    Grabada en enero de 1975

  • D e la s to r tu r a s a las c e l d a s

    Se torturaba con eficacia, siguiendo un preciso cdigo de los tormentos. Se marcaba, amputaba y dislocaba los cuerpos. De la hoguera a la horca, de la picota al patbulo, el sufrimiento fsico se escenificaba con un fasto ejemplar, para que nadie lo ignorase... Ello termin, de forma bastante brusca, en la segunda mitad del siglo XVIII.

    El ruido montono de las cerraduras y la sombra de las celdas tomaron el relevo del gran ceremonial de la carne y la sangre. Ya no se exhibir el cuerpo del condenado: ser ocultado; ya no se querr herirlo, sino enderezarlo. Es el alma lo que se reeduca.

    El cambio se produjo en menos de un siglo, en el conjunto de la cultura occidental. La Edad Media no desconoci los calabozos ni las prisiones, es cierto, pero permaneci ajena al rgido sistema de detencin reglamentada y minuciosa, instaurada entre 1780 y

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    1830, tiempo en que Europa y el Nuevo Mundo se llenaron de penitenciaras... Fue Michel Foucault quien dio cuenta del sentido y el alcance de este nacimiento de la prisin.

    Basta decir, con los reformadores del siglo XVIII, qu la humanizacin y los progresos del gnero humano explican y justifican el cambio del sistema punitivo? Detrs de las coartadas de los idelogos, Foucault puso al desnudo el complejo juego de los poderes.

    El estrpito de las torturas y el silencio de la reclusin no se oponen como dos elementos aislados o dos fenmenos superficiales, sino que indican el paso de una justicia a otra, un cambio profundo en la organizacin del poder. Bajo la monarqua absoluta, el criminal desafa el poder del rey, y dicho poder lo aplasta recordando a todos su fuerza infinita. Para los tericos de la Ilustracin, el hombre que comete un crimen rompe el contrato que lo liga a sus semejantes; entonces, la sociedad lo aparta y lo enmienda, regulando con precisin cada acto, cada gesto y cada momento de la vida carcelaria.

    La prisin es una reglamentacin conveniente del espacio: la mirada del vigilante puede y debe verlo todo. Una reglamentacin del tiempo, cuyo empleo est fijado hora a hora. Y una reglamentacin de los gestos, las actitudes y los menores movimientos del cuerpo.

    Esta disciplina no fue inventada por la prisin, pero Foucault muestra, con profusin de referencias y documentos, cmo, durante la poca clsica, se refi-

  • GESTIONAR LOS ILEGALISMOS 49

    naron, unificaron y sistematizaron las tcnicas de adiestramiento del cuerpo. Ya existan, dispersas y aisladas, ipero no formaban esa red de procedimientos perfeccionados que, desde la escuela al ejrcito, se dispuso a controlar el cuerpo y sus fuerzas.

    La prisin no es, pues, nica: simplemente ocupa su lugar en el conjunto de la sociedad disciplinaria, esta sociedad de vigilancia generalizada que todava es la nuestra. Puede extraar escribe Foucault que la prisin se asemeje a las fbricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?

    Para captar su organizacin comn, esboz en este libro una anatoma poltica, un microanlisis del dominio del poder sobre los cuerpos. Cmo se organiza, en la prisin y fuera de ella, el juego de los poderes? Esto es lo que precisa, entre otras cosas, esta entrevista.

    La prisin, en su funcin y bajo su forma contempornea, puede parecer una invencin repentina y aislada, sobrevenida a finales del siglo XIX. Usted muestra, por el contrario, que su nacimiento debe situarse en un cambio ms profundo. Cul?

    Al leer a los grandes historiadores de la poca clsica, se constata que la monarqua administrativa, tan centralizada y burocratizada como se la imagina, era, sin embargo, un poder irregular y discontinuo, y dejaba a los individuos y a los grupos una cierta libertad para sortear la ley, acomodarse a las costum

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    bres, escaparse de las obligaciones, etctera. El Antiguo Rgimen arrastraba consigo centenares o incluso millares de disposiciones jams aplicadas, derechos que nadie ejerca y normas eludidas por multitud de personas. Por ejemplo, el fraude fiscal, la ms tradicional, y tambin el contrabando, la ms manifiesta, formaban parte de la vida econmica del reino. En resumen, entre la legalidad y la ilegalidad se produca una transaccin constante, que en aquella poca era una de las condiciones del funcionamiento del poder.

    En la segunda mitad del siglo XVIII, este sistema de tolerancia sufri un cambio. Las nuevas exigencias econmicas y el miedo poltico a los movimientos populares, que lleg a obsesionar en Francia tras la Revolucin, requirieron otra divisin de la sociedad. Se tuvo que afinar y estrechar el ejercicio del poder y fue necesario crear una red lo ms continua posible desde la decisin centralizada hasta el individuo. Apareci entonces la polica, la jerarqua administrativa, la pirmide burocrtica del Estado napolenico.

    Ya mucho antes de 1789, juristas y reformadores haban soado una sociedad uniformemente punitiva, en la que los castigos seran inevitables, necesarios e iguales, sin excepcin ni escapatoria posibles. De golpe, esos grandes rituales del castigo que eran las torturas, destinadas a provocar efectos de terror y de ejemplo, pero de las que se salvaban muchos culpables, desaparecan ante la exigencia de una universalidad punitiva concretada en el sistema penitenciario.

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    Pero, por qu la prisin y no otro sistema? Cul es la funcin social del encierro, del enclaustra- miento de los culpables?

    De dnde viene la prisin? Yo respondera: Un poco de todas partes. Sin duda ha habido invencin, pero invencin de toda una tcnica de vigilancia y de control, de identificacin de los individuos y de clasificacin de sus gestos, de su actividad y de su eficacia. Y esto, desde los siglos XVI y XVII, en el ejrcito, los colegios, las escuelas, los hospitales y los talleres. Una tecnologa de poder fino y cotidiano, del poder sobre los cuerpos. La prisin es la ltima figura de esta edad de las disciplinas.

    En cuanto a la funcin social del internamiento, hay que buscarla en torno a ese personaje que comienza a definirse en el siglo XIX, el delincuente. La constitucin del medio delincuente es absolutamente correlativa a la existencia de la prisin. Se intent constituir en el interior mismo de las masas populares un pequeo ncleo de personas que habran de ser, si as puede decirse, los titulares privilegiados y exclusivos de los comportamientos ilegales. Gente rechazada, menospreciada y temida por todo el mundo.

    En la poca clsica, por el contrario, la violencia, el hurto y la pequea estafa eran sumamente corrientes, y finalmente tolerados por todos. Segn parece, el malhechor llegaba a fundirse muy bien con la sociedad. Y en caso de ser detenido, los procedimientos penales eran expeditivos: la muerte, las galeras de por vida, el destierro. El medio delincuente no tena, pues,

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    ese cierre sobre s mismo que fue organizado esencialmente por la prisin, por esa especie de maceracin en el interior del sistema carcelario, donde se forma una microsociedad, en la que las personas traban una solidaridad real que les permitir encontrar, una vez fuera, apoyo en los dems.

    La prisin es, pues, un instrumento de reclutamiento para el ejrcito de los delincuentes. Para esto sirve. Desde hace dos siglos se afirma: La prisin fracasa, ya que fabrica delincuentes. Yo dira ms bien: Es un xito, ya que esto es lo que se le pide.

    Se repite, sin embargo, que la prisin, al menos idealmente, cuida o readapta a los delincuentes. Es o debera ser, se dice ms teraputica que punitiva...

    La psicologa y la psiquiatra criminales corren el riesgo de ser la gran coartada tras la cual se mantendr, en el fondo, el mismo sistema. No pueden constituir una alternativa seria al rgimen de la prisin, por la sencilla razn de que han nacido con l. La prisin que se instala inmediatamente despus del cdigo penal se hace pasar, desde el principio, por una empresa de correccin psicolgica, un lugar mdico-judicial. Se puede poner, pues, a todos los encarcelados en manos de los psicoterapeutas: esto no cambiar nada del sistema de poder y de vigilancia generalizada instaurado a comienzos del siglo XIX.

  • GESTIONAR LOS ILEGALISMOS 53

    Queda por saber qu beneficio obtiene la clase en el poder de la constitucin de este ejrcito de delincuentes del que usted habla...

    Pues bien, esto le permite romper con la continuidad de los ilegalismos populares. Se dedica a aislar a un pequeo grupo de gente al que puede controlar, vigilar, conocer por completo, y que est expuesto a la hostilidad y la desconfianza de los crculos populares de los que ha salido: las vctimas de la pequea delincuencia cotidiana siguen siendo los ms pobres.

    Y, a fin de cuentas, el resultado de esta operacin produce un gigantesco beneficio econmico y poltico. El primero, por las fabulosas sumas que reportan la prostitucin, el trfico de drogas, etctera. El segundo procede del hecho de que cuantos ms delincuentes haya, mejor acepta la poblacin los controles policiales; sin contar el beneficio de una mano de obra asegurada para las tareas polticas ms bajas: los encargados de pegar carteles, los agentes electorales, los saboteadores de huelgas... Desde el Segundo Imperio, los obreros saban muy bien que los esquiroles que se les impona, al igual que los hombres de los batallones antimotines de Luis Napolen, salan de prisin...

    Todo lo que se trama y agita en torno a las reformas de la humanizacin de las prisiones seria, pues, un seuelo?

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    Creo que la verdadera apuesta poltica no consiste en que los detenidos tengan una barra de chocolate el da de Navidad, o que puedan celebrar la Pascua. Se debe denunciar menos el carcter humano de la prisin que su real funcionamiento social, como elemento de constitucin de un medio delincuente que las clases en el poder se esfuerzan en controlar. El verdadero problema es saber si el encierro de este medio sobre s mismo podr acabar, si seguir, o no, separado de las masas populares. En otras palabras, el objeto de la lucha debe ser el funcionamiento del sistema penal y del aparato judicial en la sociedad, ya que son ellos los que gestionan los ilegalismos y los ponen en juego unos contra otros.

    Cmo definir la gestin de los ilegalismos? Supone esta frmula una concepcin no habitual de la ley y de la sociedad, de sus relaciones?

    Slo una ficcin puede hacer creer que las leyes estn hechas para ser respetadas, que la polica y los tribunales estn destinados a hacerlas respetar. Slo una ficcin terica puede hacer creer que nos adherimos de una vez por todas a las leyes de la sociedad a la que pertenecemos. Todo el mundo sabe tambin que las leyes estn hechas por unos e impuestas a los otros.

    Pero creo que se puede dar otro paso. La ilegalidad no es un accidente, una imperfeccin ms o menos inevitable, sino un elemento absolutamente positivo del funcionamiento social, cuyo papel est

  • GESTIONAR LOS ILEGALISMOS 55

    previsto en la estrategia general de la sociedad. Todo dispositivo legislativo ha reservado espacios protegidos y provechosos en los que la ley pueda ser violada, otros donde puede ser ignorada, y finalmente otros donde las infracciones son sancionadas.

    En el lmite, yo dira que la ley no est hecha para impedir tal o cual tipo de comportamiento, sino para diferenciar las maneras de eludir la propia ley.

    Por ejemplo?

    Las leyes sobre.la droga. Desde los acuerdos entre Estados Unidos y Turqua sobre las bases militares (vinculados por una parte a la autorizacin del cultivo de opio) hasta el distrito policial de Saint-An- dr-des-Arts (Barrio Latino de Pars), el trfico de drogas se despliega sobre una suerte de tablero, con casillas controladas y casillas libres, casillas prohibidas y casillas toleradas, casillas permitidas a unos y prohibidas a otros. Slo los pequeos peones se colocan y mantienen en las casillas peligrosas. Las grandes ganancias tienen va libre.

    Vigilar y castigar, como sus obras anteriores, se basa en el examen atento de una cantidad considerable de archivos. Existe un mtodo Michel Foucault?

    Creo que en la actualidad los razonamientos de tipo freudiano gozan de tal prestigio que a menudo el objetivo que se plantean los anlisis de textos histricos es la bsqueda de lo no-dicho del discur

  • 56 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    so, lo rechazado y lo inconsciente del sistema. Ser mejor abandonar esta actitud y ser ms modestos y ms curiosos a la vez. Cuando se miran los documentos, sorprende el cinismo con que la burguesa del siglo XIX deca exactamente lo que haca, lo que iba a hacer, y por qu. Para ella, poseedora del poder, el cinismo era una forma de orgullo. Y la burguesa, salvo a ojos de los ingenuos, no es en modo alguno tonta ni cobarde, sino inteligente y audaz. Y dijo perfectamente lo que quera.

    Encontrar este discurso explcito, implica evidentemente abandonar el material universitario y escolar de los grandes textos. No es en Hegel ni en Augus- te Comte donde la burguesa habla de manera directa. Al lado de estos textos sacralizados, una estrategia absolutamente consciente, organizada y reflexionada se lee con claridad en una masa de documentos desconocidos que constituyen el discurso efectivo de una accin poltica. La lgica del inconsciente debe ser sustituida, pues, por una lgica de la estrategia, y la prioridad concedida en nuestros das al significante y a sus cadenas debe reemplazarse por las tcticas con sus correspondientes dispositivos.

    Para qu tipo de luchas pueden servir sus obras?

    Evidentemente, mi discurso es un discurso de intelectual, y como tal funciona en las redes del poder establecido. Pero un libro est escrito para servir a usos no definidos por quien lo ha escrito. Cuantos

  • GESTIONAR LOS ILEGALISMOS 51

    ms usos nuevos, posibles e imprevistos, ms feliz me sentir.

    Todos mis libros, tanto la Historia de la locura como cualquier otro, pretenden ser pequeas cajas de herramientas. Si la gente quiere abrirlas y servirse de una frase, de una idea o de un anlisis, como de un destornillador o una llave de tuercas, para cortocir- cuitar, descalificar, romper los sistemas de poder, incluidos, si se tercia, aquellos de los que mis libros han salido..., pues bien, tanto mejor!

  • Se g u n d a e n t r e v ist a

    DESEMBARAZARSE DE LA FILOSOFA

    A propsito de la literatura Grabada en junio de 1975

  • Qu lugar, o qu estatuto, tienen los textos literarios en sus investigaciones?

    En la Historia de la locura y en Las palabras y las cosas slo los indicaba, los sealaba ms o menos de pasada. Yo era la especie de paseante que dice: Pues bien, ah, veis, no se puede dejar de hablar de El sobrino de Rameau. Pero no les haca desempear ningn papel en la estructura misma del proceso.

    Para m la literatura era cada vez el objeto de un balance, no de un anlisis ni de una reduccin. Tampoco el de una integracin en el campo del anlisis en s. Era el reposo, la parada, el blasn, la bandera.

    v

    Usted no quera que esos textos desempearan el papel de expresin o de reflejo de los procesos histricos.

    No... (silencio, reflexin). Habra que abordar la cuestin a otro nivel.

  • 62 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    Nunca se ha analizado realmente cmo, desde el conjunto de las cosas que se dicen, desde el conjunto de los discursos efectivamente pronunciados, algunos de esos mismos discursos (el literario, el filosfico) reciben una sacralizacin y una funcin particulares.

    Parece que tradicionalmente los de carcter literario o filosfico se han empleado como sustitutos o como envoltura general de todos los dems. La literatura debe valer para los restantes. Hay quien ha historiado lo que se deca en el siglo XVIII pasando por Fontenelle, Voltaire, Diderot o La nueva Elosa; o ha considerado tales textos como la expresin de algo que, finalmente, no llegaba a formularse de una manera ms cotidiana.

    Respecto de esa actitud, pas de la expectativa (sealar la literatura all donde estaba, sin indicar sus relaciones con lo dems) a una posicin francamente negativa, intentando hacer reaparecer de forma positiva todos los discursos no literarios o paraliterarios que pudieron constituirse efectivamente en una poca dada, y excluyendo de ellos la literatura. En Vigilar y castigar slo trato de la mala literatura...

    Cmo se distingue la mala literatura de la buena literatura?

    Esto ser lo que habr que abordar algn da. Habr que preguntarse, por una parte, cul es verdaderamente esa actividad que consiste en poner en circulacin ficcin, poemas, relatos.,., en una sociedad. Se deber analizar tambin una segunda opera

  • DESEMBARAZARSE DE LA FILOSOFA 63

    cin: entre todos esos relatos, qu es lo que hace que algunos sean sacralizados y pasen a funcionar como literatura? D inmediato son colocados dentro de una institucin que en su origen era muy diferente: la institucin universitaria. Ahora, sta comienza a identificarse con la institucin literaria.

    Hay ah una inclinacin muy visible en nuestra cultura. En el siglo XIX, la universidad fue el elemento en cuyo interior se constitua una literatura llamada clsica que, por definicin, no era una literatura contempornea, y que se haca valer a la vez como plataforma para la literatura contempornea y como crtica de esa literatura. De ah resulta un juego muy curioso, en el siglo XIX, entre la literatura y la universidad, entre el escritor y el universitario.

    Y luego, poco a poco, las dos instituciones, que bajo sus desavenencias eran de hecho profundamente idnticas, tendieron a confundirse por completo. Se sabe perfectamente que hoy en da la literatura llamada de vanguardia slo es leda por los universitarios. Se sabe muy bien que, en la actualidad, un escritor que haya superado la treintena est rodeado de estudiantes que hacen sus tesis basndose en su obra. Se sabe asimismo que la mayora de los escritores se gana la vida impartiendo cursos y como profesores universitarios.

    Por lo tanto, ya tenemos ah una verdad: que la literatura funciona como tal gracias a un juego de seleccin, de sacralizacin, de la valoracin institucional, en la cual la universidad es a la vez emisor y receptor.

  • 64 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    Existen criterios internos a los textos, o slo es una cuestin de sacralizacin por parte de la institucin universitaria?

    No lo s. Quisiera decir simplemente esto: para romper con ciertos mitos, entre ellos el del carcter expresivo de la literatura, fue muy importante establecer ese gran principio de que la literatura slo tiene que ocuparse de ella misma. Si se ocupa de su autor, se ocupa ms bien de la muerte de ste, del silencio, de la desaparicin de quien escribe.

    Poco importa que nos refiramos aqu a Blanchot o a Barthes. Lo esencial es la importancia del principio de la intransitividad de la literatura. sta fue, en efecto, la primera etapa, la cual nos permiti desembarazarnos de la idea de que la literatura era el lugar de todos los trnsitos, o el punto en el que desembocan todos los caminos, la expresin de las totalidades.

    Pero creo que esto slo era una etapa, pues, al mantener el anlisis a este nivel, se corre el riesgo de no conseguir deshacer el conjunto de las sacralizacio- nes que han afectado a la literatura. Por el contrario, se corre el peligro de sacralizarla todava ms. De hecho, esto es lo que sucedi, al menos hasta 1970. Se utilizaron algunos temas de Blanchot o de Barthes en una especie de exaltacin ultralrica y ultrarracio- nalizante a la vez de la literatura como estructura de lenguaje, no pudiendo ser analizada ms que en ella misma y a partir de ella misma.

    Las implicaciones polticas no estaban ausentes de tal exaltacin. En virtud de ella, se llegaba a decir que

  • DESEMBARAZARSE DE LA FILOSOFA 65

    la escritura estaba hasta tal punto exenta de toda determinacin que el hecho de escribir era en s mismo subversivo, que el escritor tiene, por el propio gesto de escribir, un derecho imprescriptible a la subversin! Por consiguiente, el escritor era revolucionario, y cuanto ms escritura era la escritura, ms se hunda sta en la intransitividad y ms produca, por ello mismo, el movimiento de la revolucin. Desgraciadamente, y como usted bien sabe, estas cosas se dijeron...

    Los pasos de Blanchot y de Barthes tendan a una desacralizacin de la literatura, rompiendo los vnculos que la situaban en una posicin de expresin absoluta. Esta ruptura implicaba que el siguiente movimiento sera desacralizarla por completo, y tratar de ver cmo, en el conjunto general de lo que se deca, se haba podido constituir, en un momento preciso y de una forma determinada, esa regin particular del lenguaje a la que no hay que pedir que comporte las hormas de una cultura, pero a la que s que hay que preguntar cmo una cultura pudo decidir concederle esa posicin tan singular, tan extraa.

    Por qu extraa?

    Nuestra cultura atribuye a la literatura un papel, en cierto sentido, extraordinariamente limitado: cuntas personas leen literatura? Qu lugar ocupa realmente en la difusin general de los discursos?

    Pero esta misma cultura impone a todos sus hijos, como camino precisamente hacia ella misma, pasar por todo el peso de una ideologa, de una teologa de

  • 66 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    la literatura durante sus estudios. Hay ah una especie de paradoja.

    Y ello guarda relacin con la afirmacin de que la escritura es subversiva. Que alguien lo afirme, en tal o cual revista literaria, no tiene importancia ni efecto alguno. Pero si todos los docentes, desde los maestros hasta los profesores de facultad, dicen al mismo tiempo, explcitamente o no, que las grandes decisiones d una cultura, los puntos de inflexin..., se deben buscar en Diderot, Sade, Hegel o Rabelais, resulta evidente que, al final, est en cuestin la misma cosa: unos y otros ponen en funcionamiento la literatura del mismo modo. A ese nivel, los efectos de fortalecimiento son mutuos. Los grupos autodenominados vanguardistas y la gran masa de la Universidad estn de acuerdo, y esto ha conducido a un bloqueo poltico muy grave.

    Cmo ha escapado usted a ese bloqueo?

    Mi manera de retomar el problema fue, por una parte, el libro sobre Raymond Roussel, y luego, en particular, la obra sobre Pierre Rivire. Ambos formulan una misma pregunta: a partir de qu umbral un discurso (ya sea de un enfermo, de un criminal, etctera) comienza a funcionar en el campo que se describe como literatura?

    Para saber qu es la literatura, no son sus estructuras internas lo que quisiera estudiar. Me gustara captar ms bien el movimiento, el pequeo proceso, por el que un tipo de discurso no literario, desatendido,

  • DESEMBARAZARSE DE LA FILOSOFIA 67

    olvidado apenas pronunciado, entra en el campo literario. Qu es lo que sucede ah? Qu se desencadena? Cmo se modifica ese discurso en sus esfuerzos por el hecho de ser reconocido como literario?

    Sin embargo, usted ha consagrado textos a obras literarias a propsito de las cuales esta cuestin no se plantea. Pienso en particular en sus artculos publicados en Critique sobre Blanchot, Klossowski y Bataille. Si se reunieran en un volumen, daran una imagen poco habitual, tal vez, de su recorrido...

    S, pero... {silenci). Sera difcil hablar de ello. En el fondo, Blanchot, Klossowski y Bataille, que fueron los tres por los que me interes en la dcada de 1960, eran para m mucho ms qu obras literarias o discursos interiores de la literatura. Eran discursos exteriores a la filosofa.

    Es decir?

    Tomemos a Nietzsche, si le parece. En relacin con el discurso filosfico universitario, que no cesa de remitirse a s mismo, Nietzsche representa el borde exterior. Sin duda, toda una hilera de la filosofa occidental se puede encontrar en Nietzsche. Platn, Spinoza, los filsofos del siglo XVIII, H e g e l . t o do eso pasa por Nietzsche. Y, sin embargo, en relacin con la filosofa, hay en Nietzsche una rugosidad, una rusticidad, una exterioridad, una especie de naturaleza montaraz que le permite, con un movi

  • 68 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    miento de hombros y sin que esto sea en modo alguno ridculo, decir con una fuerza que no puede evitar: Vamos!, todo eso son pamplinas....

    Desembarazarse de la filosofa implica necesariamente una desenvoltura de este tipo. No es quedndose en la filosofa, ni refinndola al mximo, ni tampoco rodendola con su propio discurso como nos libraremos de ella. De ninguna manera. Es oponindole una especie de estupidez asombrada y alegre, una suerte de carcajada sin sentido y que, finalmente, comprende o, en todo caso, rompe. S, rompe ms que comprende.

    En la medida en que yo era, pese a todo, universitario, profesor de filosofa, lo que quedaba de discurso filosfico tradicional me estorbaba en el trabajo que haba hecho a propsito de la locura. Hay ah un hegelianismo que arrastra. Mostrar objetos tan irrisorios como los informes policiales, las medidas de in- ternamiento, los gritos de los locos, no es suficiente para salir de la filosofa. Para m, Nietzsche, Bataille, Blanchot y Klossowski fueron maneras de salir de ella.

    Haba en las violencias de Bataille, en las dulzuras insidiosas e inquietas de Blanchot y en las espirales de Klossowski, alguna cosa que a un mismo tiempo parta de la filosofa, la pona en juego y la cuestionaba, despus sala de ella y volva a entrar... Alguna cosa como la teora de los soplos en Klossowski se vincula, no s por cuntos hilos, a toda la filosofa occidental.Y luego, por su puesta en escena, su formulacin, por la manera en que funciona en Le Baphomet, escapa totalmente a ella.

  • DESEMBARAZARSE DE LA FILOSOFA 69

    Esas idas y venidas alrededor del muro de la filosofa hacan permeable y finalmente irrisoria la frontera entre lo filosfico y lo no filosfico.

  • T ercera e n t r e v ist a

    SOY UN ARTIFICIERO

    A propsito del mtodo y la trayectoria de Michel Foucault

    Grabada en junio de 1975

  • A usted no le gusta qu le pregunten quin es, lo ha dicho a menudo. Pero de todas formas voy a intentarlo. Desea ser llamado historiador?

    Me interesa mucho el trabajo de los historiadores, pero yo quiero hacer otra cosa.

    Debemos llamarle filsofo?

    Tampoco. Lo que hago no es de ningn modo una filosofa. Tampoco una ciencia, a la que se podra pedir las justificaciones o las demostraciones que tenemos el derecho de exigirle a una ciencia.

    Entonces cmo se definira?

    Soy un artificiero. Fabrico algo que sirve, en definitiva, para un cerco, una guerra o una destruccin. No estoy a favor de la destruccin, sino de que

  • 74 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    se pueda seguir adelante y avanzar, de que los muros se puedan derribar.

    Un artificiero es en primer lugar un gelogo, alguien que mira con atencin los estratos del terreno, los pliegues y las fallas. Se preguntar: qu resultar fcil de excavar? Qu se resistir? Observa cmo se levantaron las fortalezas, escruta los relieves que se pueden utilizar para ocultarse o para lanzar un asalto.

    Una vez todo bien localizado, queda lo experimental, el tanteo. Enva exploradores y sita vigas. Pide la redaccin de informes. Define de inmediato la tctica que hay que emplear. La zapa?, el cerco?, el asalto directo?, o sembrar minas? El mtodo, al fin y al cabo, no es ms que esta estrategia.

    Su primera ofensiva, si asi puede decirse, fue, en1961, la Historia de la locura en la poca clsica. Todo es singular en esta obra: su tema y su mtodo, su escritura y sus perspectivas. Cmo le vino la idea de esta investigacin?

    A mediados de la dcada de 1950, publiqu algunos trabajos sobre la psicologa y la enfermedad mental. Un editor me pidi que escribiera una historia de la psiquiatra. Pens en escribir una historia que nunca apareci, la de los mismos locos. Qu es estar loco? Quin lo decide? Desde cundo? En nombre de qu? Es una primera respuesta posible.

    Hay otras?

  • SOY UN ARTIFICIERO 75

    Haba seguido tambin estudios de psicopa- tologa, una pretendida disciplina que no enseaba gran cosa. Entonces se me plante esta pregunta: cmo un saber tan parco puede arrastrar tanto poder? Haba motivos para sentirse anonadado, y yo lo estaba tanto ms porque haba hecho prcticas en hospitales, en concreto, dos aos en el centro psiquitrico de Sainte-Anne. Al no ser mdico, no tena ningn derecho, pero al ser estudiante y no enfermo, poda pasearme. As, sin tener que ejercer nunca el poder vinculado al saber psiquitrico, poda, en cambio, observarlo a cada instante. Estaba en la superficie de contacto entre los enfermos con quienes discuta con el pretexto de hacer tests psicolgicos y el cuerpo mdico, que pasaba regularmente y tomaba las decisiones. Esta posicin, debida al azar, me hizo percibir dicha superficie de contacto entre el loco y el poder que se ejerce sobre l, e inmediatamente trat de restituir su formacin histrica.

    Por lo tanto, haba por su parte una experiencia personal del universo psiquitrico...

    Esta experiencia no se limita a los aos de prcticas. En mi vida personal me sent excluido desde el despertar de mi sexualidad: excluido, no realmente rechazado, sino como alguien perteneciente a la parte oscura de la sociedad. No obstante, ste es un problema impresionante cuando se descubre por uno mismo. Esto se transform muy pronto en una especie de amenaza psiquitrica: si no eres como todo el

  • 76 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    mundo, eres anormal; si eres anormal, ests enfermo. Estas tres categoras: no ser como todo el mundo, no ser normal, y estar enfermo, pese a ser muy diferentes se han encontrado asimiladas las unas a las otras. Pero no tengo ganas de hacer mi autobiografa. No me parece interesante.

    Porqu?

    No quiero porque podra dar la impresin de agrupar lo que he hecho en una especie de unidad que me caracterizara y justificara, y dara su lugar a cada uno de los textos. Juguemos ms bien, si lo desea, al juego de los enunciados: vienen as, y se rechazarn unos y aceptarn otros. Creo que se debera lanzar una pregunta como se lanza la bola en la mquina del milln: la bola hace tilt o falta o no hace tilt, luego se relanza, y de nuevo se ve...

    La bola rebota, pues. Lo que le interesaba eran ya las relaciones entre saber y poder?

    Me pareca, paradjico, sobre todo, plantear el problema del funcionamiento poltico del saber a partir de ciencias tan elaboradas como las matemticas, la fsica y la biologa. Slo se planteaba el problema del funcionamiento histrico del saber a partir de estas grandes ciencias nobles. Pero yo tena ante m, con la psiquiatra, ligeros trazos de saber apenas formados que estaban absolutamente vinculados a formas de poder susceptibles de anlisis.

  • SOY UN ARTIFICIERO 77

    En el fondo, en lugar de plantear el problema de la historia de las matemticas, como lo haba hecho Tran Duc Thao, o como lo haca Jean-Toussaint De- santi, en vez de plantear el problema de la historia de la fsica o de la biologa, yo me deca que haba que tomar ciencias apenas formadas, contemporneas, con un material rico, precisamente porque nos son contemporneas, y tratar de comprender cules son sus efectos de poder. Esto es en definitiva lo que quise hacer en la Historia de la locura-, retomar el problema de los marxistas, a saber, la formacin de una ciencia dentro de una sociedad dada.

    Sin embargo, los marxistas no planteaban, en esa poca, el problema de la locura o de la institucin psiquitrica...

    Comprend ms tarde que estos problemas eran considerados peligrosos, en ms de un sentido, por parte de los marxistas. Esto violaba, en primer lugar, la gran ley de la dignidad de las ciencias, esa jerarqua todava positivista, heredada de Auguste Com- te, que sita en primer lugar las matemticas, luego la astronoma, etctera. Ocuparse de estas ciencias desagradables, incluso viscosas, como son la psiquiatra o la psicologa, no estaba bien!

    Sobre todo, al escribir la historia de la psiquiatra y tratar de analizar su funcionamiento histrico en una sociedad, encontraba, sin saberlo, el funcionamiento de la psiquiatra en la Unin Sovitica. No tena en mente el vnculo de los partidos comunistas

  • 78 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    con todas las tcnicas de vigilancia, control social y localizacin de las anomalas.

    Por esto, si bien ha habido muchos psiquiatras marxistas, algunos de ellos abiertos e inteligentes, la invencin de la antipsiquiatra no corri a su cargo. Fueron los ingleses algo msticos quienes llevaron a cabo este trabajo. Los psiquiatras marxistas franceses hacan funcionar la mquina. Sin duda, cuestionaron un determinado nmero de cosas, pero su papel en la historia del movimiento antipsiquitrico es muy limitado.

    Quiere usted decir por su profundo vnculo con un cierto mantenimiento del orden?

    Exacto. En 1960, un comunista no poda decir que un homosexual no era un enfermo. Tampoco poda proclamar que la psiquiatra est ligada, en todos los casos y de principio a fin, a mecanismos de poder que es necesario criticar.

    Este libro no goz, pues, de una buena acogida entre los marxistas...

    En efecto, se produjo un silencio total. No hubo un solo marxista que reaccionara ante el libro, ni a favor ni en contra. No obstante, este libro se diriga, en primer lugar, a quienes se planteaban el problema del funcionamiento de la ciencia. Retrospectivamente, nos podemos preguntar si su silencio tena relacin con el hecho de que con toda inocen

  • SOY UN ARTIFICIERO 79

    cia con toda necedad, pues- yo haba levantado una liebre que les estorbaba.

    Exista, adems, una razn ms simple y evidente en el desinters de los marxistas: no me haba servido de Marx, explcita y masivamente, para efectuar el anlisis. A pesar de todo, en mi opinin, la Historia de la locura es, por lo menos, tan marxista como las historias de las ciencias escritas por los marxistas.

    Ms tarde, entre 1965 y 1968, cuando el retorno a Marx produca los efectos no slo tericos sino tambin prcticos que usted conoce bien, era difcil no ser marxista, era duro haber redactado tantas pginas sin que hubiera, en un solo lugar, la pequea sentencia elogiosa sobre Marx a la que aferrarse... Por desgracia, haba escrito tres pequeas frases sobre Marx, que eran detestables! Entonces, me qued solo y llegaron las injurias.

    Se sinti solo entonces?

    Lo experiment mucho antes, en particular tras la publicacin de la Historia de la locura, Entre el momento en que comenc a plantear ese tipo de problema concerniente a la psiquiatra y sus efectos de poder, y el momento en que estas cuestiones comenzaron a tener un eco concreto y real en la sociedad, trascurrieron aos. Tena la impresin de haber encendido la mecha aunque no pareca haber servido de nada. Como en los dibujos animados, yo tecleaba esperando la detonacin y la detonacin no llegaba.

  • 80 ENTREVISTAS CON MICHEL FOUCAULT

    Imagina realmente su libro como una bomba?

    Desde luego! Pensaba en l como en una especie de onda de choque verdaderamente material, y sigo sondolo as, una onda que revienta puertas y ventanas... Mi sueo... que fuera un explosivo eficaz como una bomba y hermoso como los fuegos de artificio.

    Y la Historia de la locura fue percibida muy pronto como un fuego de artificio, pero sobre todo como literatura. Esto le desconcert?

    Pareca un juego cruzado: yo me haba dirigido ms bien a los polticos y en un primer momento slo fui entendido por personas a quienes se consideraba literatos, Blanchot y Barthes, en particular. Podra ser que, incluso a partir de su experiencia literaria, ellos tuvieran una sensibilidad especial hacia ciertos problemas, sensibilidad de la que carecan los polticos. Su reaccin me parece el signo de que, dentro de su prctica esencialmente literaria, eran ms profundamente polticos que quienes se servan del discurso marxista para codificar su poltica.

    Vuelvo a las historias biogrficas! Afortunadamente, stas afectan a algo ms que a mi biografa. Cuando supe que personas a las que admiraba mucho, como Blanchot y Barthes, se interesaban por mi libro, experiment a la vez asombro y cierta vergenza, como si, sin quererlo, les hubiera engaado. Pues lo que yo haca era para m totalmente ajeno al campo de la litera

  • SOY UN ARTIFICIERO 81

    tura. Mi trabajo estaba ligado directamente a la forma de las puertas en los asilos, a la existencia de cerraduras, etctera. Mi discurso se relacionaba con esa materialidad, esos espacios cerrados, y quera que las palabras que haba escrito atravesaran los muros, rompieran las cerraduras, abrieran las