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39. a CONFERENCIA TEMA l a s Universidades hasta 1836. Su .transformación y nueva organización.—La enseñanza confiada al Estado. —Deficiencia del sistema actual. ,, ORADOR D, FRANCISCO FERNÁNDEZ DE HENESTROSA Señores: Al cumplir hoy el compromiso contraído conla Junta directiva de este Ateneo, de exponer ante vosotros en esta noche mi explicación sobre la conferencia his- tórica que trata de las Universidades hasta el año 36 de nuestro siglo, de su transformación moderna y dela intervención del Estado en la enseñanza superior, no sólo me asaltan graves temores, hijos de la importan- cia y magnitud de la empresa, sino que además tropie- zo con dificultades y obstáculos de tal índole, que me hacen abrigar profunda desconfianza sobre el buen desempeño de mi cometido. Lo intentaré, no obstante, esperando que vuestra benevolencia y mi buen deseo . suplan las deficiencias que seguramente hallareis en mi discurso. Son estas conferencias que forman el programa dado por vuestra Junta directiva como á manera de deter- minaciones singulares ó tratados concretos desprendi- dos del conjunto general de nuestra historia, lo cual hace que requieran para ser explicadas de una manera TOMO III XXXIX—1

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39.a CONFERENCIA

TEMAl a s Universidades hasta 1836. — Su .transformación y

nueva organización.—La enseñanza confiada al Estado.—Deficiencia del sistema actual. ,,

ORADOR

D, FRANCISCO FERNÁNDEZ DE HENESTROSA

Señores:

Al cumplir hoy el compromiso contraído con laJunta directiva de este Ateneo, de exponer ante vosotrosen esta noche mi explicación sobre la conferencia his-tórica que trata de las Universidades hasta el año 36 denuestro siglo, de su transformación moderna y de laintervención del Estado en la enseñanza superior, nosólo me asaltan graves temores, hijos de la importan-cia y magnitud de la empresa, sino que además tropie-zo con dificultades y obstáculos de tal índole, que mehacen abrigar profunda desconfianza sobre el buendesempeño de mi cometido. Lo intentaré, no obstante,esperando que vuestra benevolencia y mi buen deseo .suplan las deficiencias que seguramente hallareis enmi discurso.

Son estas conferencias que forman el programa dadopor vuestra Junta directiva como á manera de deter-minaciones singulares ó tratados concretos desprendi-dos del conjunto general de nuestra historia, lo cualhace que requieran para ser explicadas de una manera

TOMO III XXXIX—1

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debida y conveniente una copia de erudición y unacierta autoridad de especialista en la materia que for-ma su contenido, de que yo ciertamente carezco. Y hayademás en la conferencia que me toca explicar, una es-pecial circunstancia que agrava mi situación en estosmomentos. En todas las demás de que se ocupa el pro-grama del Ateneo, se fljaá la cabeza del enunciado unapersonalidad histórica que con el prestigio de su nom-bre, con los hechos de su vida, con las manifestacionesde su actividad toda, presta movimiento y excita pode-rosamente la atención del auditorio, quedando sólo alconferenciante la fácil tarea de delinear apologética-mente la figura del referido personaje, con lo cual sesuple la falta de datos ó preparación para desenvolverel tema. Pero esta facilidad que se encuentra en otrasconferencias, desaparece en absoluto en la que tengo lahonra de exponer, porque se trata aquí del desenvolvi-miento y desarrollo de una institución docente, dignaen verdad de los mayores respetos y merecedora dalosmás altos elogios, pero que como sucesión ó evoluciónhistórica de una idea, al fin serena y fríamente debe seranalizada, que no se compadecen bien con este génerode discursos ni esos movimientos de pasión, ni esosarranques de oratoria tan justificados cuando se tratade una personalidad histórica, y mucho más si los he-chos con que esa personalidad ilustra los anales denuestra cultura están todavía vivos en la memoria delos que asisten á estas sesiones.

Pero como justa compensación á las dificultadesque el tema que me ha sido encargado encierra, y co-mo lenitivo á los graves obstáculos que empeoran misituación, presenta aquél reconocidas ventajas, que notodo habían de ser abrojos en el camino áspero que de-termina mi tarea en esta noche.

Se reducen éstas, en primer término, á que yo pue-da disculpar las deficiencias de este trabajo por la ne-

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cesidad en que se me coloca de vaciar en los estrechoslímites de una sola conferencia todo lo que atañe y serefiere á la historia y á la vida de las Universidades ennuestra patria, materia que para ser tratada como suimportancia demanda, requeriría, no uno, sino muchosy extensos discursos; no una, sino varias y meditadasconferencias. En segundo lugar, existe en el caso- pre-sente por la forma ó estructura en que se halla redacta-do el tema, posibilidad de justificar mi silencio sobre loque pudiéramos llamar parte filosófica ó fundamentaldentro del problema de la enseñanza; porque así comocuando se trata de ésta en todas sus manifestaciones,no hay modo de hacerlo cumplidamente si antes no seresuelve, ya sea con uno ú otro criterio, ya dentro deuno ú otro sistema filosófico, aquellas cuestiones queson esencialísimas para poder abordar con segurida-des de acierto problema de tan trascendental importan-cia, cuando sólo se trata, como sucede ahora, de un as-pecto parcial ó manifestación concreta del mismo, bienpodemos prescindir de muchas de esas cuestiones teó-ricas propias para fijar el ideal, pero que damos comoresueltas al exponer su historia. Y aún hay más; ci-ñéndonos en nuestro discurso al estudio y desenvolvi-miento de las Universidades, debemos afirmar que lasdoctrinas que han sido más fuertemente controvertidascon relación á la enseñanza en general, pierden casitoda su fuerza ó se debilitan y obscurecen al menos aireferirse á estas escuelas superiores de cultura.

Porque, en efecto: lo mismo las relaciones que de-ben existir entre la enseñanza y la religión que las queafectan al carácter obligatorio ó voluntario de la mis-ma al igual de las conexiones que para con el Estadodeterminan su gratuidad ó retribución, si bien son pun-tos de difícil y complejo examen llamados por su capi-tal interés á mover en su rededor agitada y fuerte polé-mica cuando de la enseñanza primaria se trata, no des-

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piertan, ni con mucho, el mismo afán cuando sólo tra-íamos de las escuelas superiores.

Destinadas éstas por ley de su instituto á perfeccio-nar la inteligencia del hombre poniéndole en contactocon las verdades más altas de la ciencia; empeñadascon generoso anhelo en inculcar en las inteligenciasya cultivadas los grados superiores del saber humano,presuponen al realizar su obra adquiridas ya aquellasnociones fundamentales que forman la base de la edu-cación en el hombre, y para las cuales tan necesario esel desarrollo de la inteligencia como la iniciación delsentimiento religioso.

De otra parte, si los derechos de paternidad consa-grados solemnemente por leyes divinas y naturales pi-den de suyo que por nada ni por nadie pueda obligar-se al padre á que dé á sus hijos una instrucción quecontraríe Jas inspiraciones de su conciencia oíos de-beres religiosos, este derecho tan evidente como indis-cutible, por la naturaleza misma de las cosas, sólo al-canza un capital interés en su ejercicio cuando trata-mos de relacionarlo con los grados elementales ó pri-marios de la enseñanza; pero pocas veces se actúacuando á las Universidades nos referimos. Y de igualmodo el carácter gratuito déla instrucción que tantolia preocupado á muchos escritores, pocas veces se haextendido en sus desenvolvimientos á los centrosdocentes de que me propongo tratar en esta confe-rencia.

Prescindiendo, pues, de estas cuestiones, que pudie-ran llevarme á extensas disquisiciones, me propongoúnicamente como objeto de mi discurso examinar an-te la luz de la historia lo que han sido las Universida-des en nuestra patria, lo que son en la presente épocahistórica, y lo que á mi juicio deben ser en el porvenir.

Representan, para mí, en su nacimiento las Univer-sidades el primer paso dado en el camino de la secu-

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larización de la enseñanza. Permitidme, señores, quepara demostrar esta tesis, harto discutida por los his-toriadores y críticos de nuestra historia universitaria,exponga ante vosotros el estado general de la enseñan-,za en los siglos que inmediatamente precedieron á lacreación de las Universidades.

La dominación de los árabes en España fue época,como todos sabéis, poco adecuada para el fomento ydesarrollo intelectual de nuestro país: las necesidadesde la guerra, que formaban el primero y más sagradodeber de todo buen ciudadano, se avienen malamentecon el reposo y meditación que siempre acompañan álos legítimos progresos del entendimiento; la violenciade una situación anormal hacía imposible el desarrollodel saber humano y ahogaba en germen los desenvol-vimientos de nuestra cultura. Efecto de esto notamosen la historia patria que los tiempos que inmediata-mente siguieron á la conquista sarracena, en vez deayudar y favorecer el escaso movimiento de progresointelectual que en ella existiera durante la monarquíagoda, fueron, por el contrario, siglos de ruina que hi-cieron desaparecer de nuestro suelo las pocas escuelasque ya como restos de la dominación romana, ya comocreación particular del clero, existían entre nosotros.

Verdad es, señores, que por aquel entonces las cir-cunstancias de la Europa hacían presentir que á la ci-vilización antigua, tocada de muerte y herida en lo másprofundo de su ser, no le quedaba ya más destino queaniquilarse y perderse para siempre en el inmenso pan-teón de la historia. Verdad es que todos los elementossociales vivos y prepotentes entonces conspiraban de-cididamente á este fin y que en vano el genio de CarioMagno quiere oponerse con tenaz empeño á su de-cadencia ya rápida y ostensible, pues sus jigantes-cos esfuerzos fueron totalmente estériles, y si en vi-da pudo ser, y de hecho fue la majestad y grandeza

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de su trono, dique para evitar la catástrofe á su muer-te (ocupado el Occidente en la elaboración del feudalis-mo, que entre otras muchas cosas significó también laprotesta que aquellas fuerzas nuevas hacían contra tandilatado imperio), la transformación social tuvo com-pleto y acabado término.

Hubo, pues, de verificarse ésta, no ciertamente pormodo pacífico y natural sino en medio y al calor degrandes estragos y de cruentísimas jornadas que hicie-ron necesario durante tres siglos castillos y no escue-las, armas y no libros, guerras, en fin, y no debates li-terarios.

Jugamos nosotros en tan trascendental transforma-ción papel importantísimo, y con denuedo atendimosen primer término á la defensa de nuestro territoriobuscando en las energías sociales hombres dispuestospara el combate, y no sabios aptos para el profesoradoyla cátedra. Y esto hizo que materialmente quedasenestancados en el patrio suelo los escasos gérmenes quede la civilización romana conservábamos aún.

• En estos azarosos días la ciencia huyó del estruendode los combates, y como asustada de tan tremenda lu-cha buscó en los claustros asilo para su santidad, al-bergue para su contenido reposo y meditación, en suma,para sus altas investigaciones.

Merced á este hecho que providencialmente se rea-lizaba en la historia, pudo evitarse que las sombras dela barbarie y de la ignorancia, muy extendidas ya, seapoderasen por completo de las sociedades nacientes.Merced á él el clero fundaba escuelas dentro de susmonasterios y bajo las bóvedas de sus iglesias, paraevitar la total ruina del saber humano, enseñando enellas con grandes dificultades, y de modo deficiente siqueréis, pero enseñando al fin, la gramática, la retóri-ca, la dialéctica, la aritmética, la geometría, y la músi-ca, como nociones fundamentales de toda cultura, con

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lo cual prestó á las nuevas sociedades el beneficio in-menso de que estos modestísimos conocimientos sir-viesen como de lazo de unión para que no quedase in-terrumpida la tradición científica en Europa, y fuesenel primer paso dado en el camino de nuestra regenera-ción intelectual.

Sin ningún género de duda del amor que la Iglesiamostró á la cultura y á las letras, no sólo resultó la con-servación de la ciencia amenazada de gravísimos peli-gros, sino que en él hemos de encontrar también el des- 9

pertar inicial de nuestras Universidades, que tuvieron?,visible y reconocida existencia, merced á la transfop,••*mación que estos hechos imprimían en el carácter fi¿ril y guerrero de los siglos x y xi de nuestra historia./'

En efecto: ya en el siglo xn, tan menospreciado poje,todos aquellos que de una manera sistemática y sirf,análisis suficiente, caprichosamente dirigen el califica- 'tivo de ignorancia sobre la Edad Media en general, ve-mos que de una manera franca y resuelta se determi-na en Europa con el nacimiento de las Universidades laregeneración literaria, encargada por misión providen-cial de impulsar al humano espíritu hacia las grandesalturas que tanto nos maravillan hoy en la época mo-derna.

Disminuido el estruendodel combate en unos sitios,y amortiguado el ardor de la lucha en otros, la ciencia,que sigilosamente se había ido apoderando de muchasinteligencias, y' ganando ascendiente al amparo de lapaz, ya intentada ó conseguida, se decidió á salir á laplaza pública, lanzando á los vientos de la opinión susprogresos y conquistas, soltando la ligadura tutelar delos claustros, no para emanciparse, no para divorciar-se del sentimiento religioso, sino para obtener con estepaso la plenitud de su iniciativa,pidiendo así á la Iglesiaque decretase su mayor edad. En este sentido, y nadamás que en este sentido, afirmé al principio que para

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mí representaba y representa el nacimiento de las uni-versidades el primer paso dado en el camino de la sercularización de la enseñanza. No se secularizó la cien-cia, ciertamente; no se apartaron sus métodos en ver-dad de los moldes en que venía envuelto todo el saberteológico y cristiano, pero se secularizó el magisterio ylos estudios real y verdaderamente profanos, auxilia-dos por la experiencia y la observación, tomaron defi-nitivamente, y de un modo estable y duradero, carta denaturaleza en nuestras escuelas.

Mucho contribuyó á este progreso en la enseñanzael feliz ensayo, el gran prestigio que á poco de su crea-ción hubo de adquirir la primera Universidad estable-cida; me refiero, señores, á la famosa Universidad deParis.

Tuvo ésta la suerte de que en el siglo á que vengoaludiendo ocupasen sus cátedras hombres tan preemi-nentes como Guillermo de Champeaux, Pedro Lombar-do, Roscelín, Abelardo y otros, que contribuyeron consus'discusiones, con sus certámenes, con las luces su-periores de su genio, en una palabra, á dar nombre in-mortal á aquella escuela, determinando los comienzosde una faz brillante, y augurando todavía un porvenirmás espléndido para la difusión y propagación de laenseñanza.

El ejemplo dado por estos clarísimos varones rápi-damente se propaga y extiende por toda la Europa, sir-viendo de emulación áiodos los pueblos que por aquelentonces con plausible celo se disputaron la gloria demandar á aquella Universidad sus hijos más esclareci-dos, para que aprendiesen directamente las enseñanzasque más tarde habían de comunicar á los suyos.

En realidad, sorprende tanto el número inmenso deestudiantes que en sus aulas llegó á reunir la Univer-sidad de Paris en los siglos xn y XIH como la facilidad,en verdad asombrosa para aquella época, con que

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su fama se extendió á los más apartados países y remo-tas comarcas, viniendo á ser en rigor esta escuela elvehículo déla ciencia europea, y la que sentó de unmodo deflnitivo los primeros sillares de nuestra cultu-ra moderna. En ella toma origen, dígase lo que se quie-ra, la historia universitaria de nuestra patria; los pre-cedentes y reglamentos en ella establecidos, sirvieronde ley y de jurisprudencia en nuestra Universidad deSalamanca, y á ella forzosamente tenemos que apelarpara explicarnos el método seguido en la división deltrabajo universitario.

Pero si todo esto es cierto, no conviene que extre-mando el argumento puedan entender algunos que lasUniversidades españolas carecen de precedentes indí-genas ó nacionales, porque esto sería en sí tan erróneocomo la afirmación contraria, que supone que la crea-ción de estos centros de enseñanza fue obra, lo mismoen su comienzo que en su desarrollo, totalmente ex-tranjera entre nosotros. Enfrente de estas opiniones ex-tremas, existe un justo medio que nos lleva á sostenerque si Ja Universidad de Paris, por su carácter cosmo -polita, fue la causa remota de las Universidades espa-ñolas, éstas encontraron en nuestro suelo gérmenesmuy abonados ya en el campo de la enseñanza, que lesdieron fisonomía propia y aspecto verdaderamentenacional.

Después que hubimos dominado algún tanto losmás fuertes empujes de la irrupción sarracena, rigiendolos detinos de la patria D. Alfonso VI, se creó en el mo-nasterio de monjes benedictinos de Sahagún una es-cuela que a poco de su creación fue famosa, según eldecir de los historiadores, concurriendo á sus aulas unnúmero grandedealumnos, entre loscuales se contabanno pocos seglares. Más tarde, su sucesor Alfonso VIIIagrandó las proporciones de los centros de enseñanzahasta entonces establecidos, fundando en Falencia una

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academia general de estudios, que fue pingüementedotada, tanto en recursos materiales como en la elec-ción de sus profesores, pues para explicar en ella sehicieron venir renombrados catedráticos de Francia éItalia.

La benévola acogida que en el pueblo español pro-dujo la creación de esta escuela, y la relativa magnifi-cencia y lujo que acompañaron á su instalación, ha sidocausa sin duda de que algunos cronistas, exagerandolos fines propios que vino á Henar en la historia de laenseñanza, la hayan considerado como nuestra prime-ra Universidad.

No tuvo ciertamente este carácter, ni tal fue la men-te de su regio fundador, que en el mero hecho de colo-car á la academia general de Patencia bajo el amparoy patronato de la corona, claramente demostraba quequiso hacer de ella un instituto real de enseñanza y noun centro independiente y autónomo separado del po-der monárquico, que es lo que en realidad constituyela verdadera característica de las Universidades quemás tarde se crearon.

Pero si bien esta escuela, lo mismo que el estudiogeneral de Salamanca, fundado por D. Alfonso IX, nopueden ser tenidos por universidades, indudablemen-te al igual de los colegios establecidos en Valladolidy otros puntos, fueron el precedente más inmediatodélas mismas, bastando sólo ligeras modificacionesoperadas en su vida externa, ó de relación con el Es-tado, para convertirse en tales, sin necesidad de alte-rar ni sus métodos de enseñanza, ni sus planes de es-tudio. ,

Tuvo la gloria de realizar, antes que ninguno otro,esta transformación el estudio general de Salamanca,bajo el reinado feliz del santo rey Fernando III, que almismo tiempo que lograba la unidad real de León yCastilla, vio establecida en nuestro suelo, bajo los me-

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jores y más gratos auspicios, la primera Universidadespañola.

Brillantemente comenzó su vida universitaria la ciu-dad de Salamanca, llena de energía y gancsa de presti-gios en los solemnes actos de la enseñanza; apenas ob-tenida la bula pontificia que sancionaba su existencia,apenas organizada, con vida independiente del poderreal, ya hubo de manifestarse como merecedora de laprotección, que por igual le dispensaron el pontífice yel rey Fernando III; y en el reinado de su hijo D. Alfon-9

so X, estableció aquella naciente escuela cátedras delenguas, retórica, medicina, matemáticas y música, in-dependientemente de los estudios jurídicos y teológicos;y no contenta con esto, en su afán de dar vigoroso im-pulso á la cultura patria, hizo que se tradujeran al la-tín las mejores obras de los griegos, que los árabes nosdieron á conocer en su lengua, así como las que estoshabían compuesto sobre matemáticas, química y medi-cina, consagrando en definitiva un especial y decididointerés hacia los conocimientos astronómicos, ya culti-vados por ios árabes, que recibieron aplicación dignade su mérito en las famosas Tablas-Alfonsinas.

Tales comienzos no pudieron menos de tener gran-de resonancia en el mundo científico, y bien lo pruebael hecho honrosísimo de que la Universidad de Sala-manca viese ocupadas en breve sus aulas por discípu-los de los más lejanos países, atraídos allí, tanto por surenombre y fama, como por la generosa emulación quesupo despertar entre propios y estraños.

Ensayo tan feliz como el de esta excuela, necesaria-mente había de determinar poderosos estímulos en losdemás estados de la patria española; y movidos porellos, tanto el condado Barcelonés, como el reino deAragón—casi al mismo tiempo que se creaba en Casti-llada Universidad de Valladolid—fundaban la de Lériday Huesca, y poco más tarde Zaragoza y Valencia imita-

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ban su ejemplo y agrandando la esfera de acción de losEstadios generales procuraban encaminarse derecha-mente hacia el instituto universitario esforzando susiniciativas y ganando el privilegio de conferir gradosacadémicos.

Estos progresos tuvieron su coronación en el reina-do felicísimo por más de un concepto de los Reyes Ca-tólicos. D.a Isabel llama para la educación de sus hijosá los más distinguidos maestros, así españoles comoextranjeros, y funda bajo la dirección de Pedro Mártirde Angleira, sabio italiano, una escuela que no tardó enllenarse de numerosos discípulos, uniéndose á estacreación particular el vehementísimo deseo manifesta-do ostensiblemente por la reina, deque las clases ele-vadas de la sociedad española, abandonando Jos cam-pos de batalla, donde su presencia ya era casi innece-saria, convirtiesen sus aptitudes y vocación al cultivode las letras y las ciencias.

En este reinado, al mismo tiempo que se consolida-ba el hecho glorioso de la unidad de la monarquía y dela patria española, se constituía también de un mododefinitivo nuestra antigua organización universitaria.

Las enseñanzas de Zaragoza y Valencia ganan elcarácter de verdaderas Universidades. El cardenal Ji-méaez Cisneros conquista la gloria de llevar á cabo laorganización de la Universidad de Alcalá. Barcelona,Sevilla, Granada y Toledo, así como Oviedo y Santiagosi no se crearon entonces, por lo menos en este tiemporeformaron sus reglamentos y se dieron una constitu-ción definitiva. En suma, fue tan profuso en la organi-zación de Universidades el siglo xvi, que llegaron ácontarse en nuestra patria más de 30, según afirmanalgunos historiadores y más de 40 según otros, no de-teniéndome á citar sus nombres y á exponer sus orí-genes, porque esto por un lado fatigaría excesivamentevuestra atención y por otro, dada la escasa significa-

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ción de muchas de estas escuelas, me apartaría inútil-mente de los flnes principales que debe llenar esta con-ferencia.

Baste sólo decir que en este periodo de nuestra his-toria reyes, prelados y magnates rivalizaron con no-ble emulación no sólo para fundar y establecer nuevasescuelas y centros de enseñanza, sino para dotarlas es-pléndidamente, tanto en su instalación, como en suprofesorado, ejemplo que seguido por gentes de con-dición más modesta, hizo que aquellos cuyos recursos .no alcanzaban á más, fundasen cátedras de latinidad ódejasen legados á conventos con la obligación de abriraulas para ciertas materias, principalmente humanida-des, lógica y teología, siendo tan grande este movimien-to de desarrollo en la instrucción pública, que puedeasegurarse que jamás hubo nación alguna donde losmedios de aprender se hallaran en tanta abundanciacomo entre nosotros existieron en aquel entonces. Enefecto, durante este periodo y hasta la época fatal denuestra decadencia, se hallaban las Universidades es-pañolas al nivel de las más adelantadas del mundo,enseñándose en ellas tal vez con más perfección que enningunas otras, todas las ciencias conocidas. Explicán-dose no sólo las humanidades, las lenguas orientales,la filosofía, la jurisprudencia y las ciencias sagradas,sino la medicina, las matemáticas y las ciencias físicas;que nada de cuanto constituía el saber de aquellostiempos, fue desconocido por los profesores de nuestrasescuelas, ni ningún sistema innovador dejó de tenerprosélito y representación digna entre los hombres quemarchaban al frente de la cultura patria.

Lícito me será que, hablando desde una tribuna es-pañola y dirigiendo mi palabra á hombres asociadosdesde los comienzos de nuestra regeneración políticaen este Instituto del Ateneo madrileño, que tanto ha he-cho y viene haciendo en pro de la enseñanza española,

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me detenga á^presentaros el grandioso espectáculo que*ofrecía España en este siglo xvi, en que su dominaciónterritorial alcanzó los más extensos límites y su prepo-tencia intelectual y científica hubo de colocarla en elprimer lugar de las naciones europeas, merced al geniosoberano de sus sabios, de sus guerreros, de sus lite-ratos y de sus artistas.

Que título especial y recordación gloriosa mereceránsiempre en los corazones españoles, al igual de nues-tros felices éxitos de guerra, los esfuerzos de sabios co-mo Antonio de Nebrija, Alvarez y el Brócense, lanzadosá la ardua tarea de restaurar la lengua latina, tan bar-barizada entre nosotros durante los siglos deliierro, denuestra Edad Media. La empresa del inmortal Cisneroscongregando en Alcalá á los varones más versados enlas lenguas sabias y llevando á cabo la impresión de laprimera Biblia políglota, que más tarde se reproduceen Amberes bajo la dirección del esclarecido extreme-ño Benito Arias Montano. Luis Vives, ilustre valencia-no, haciendo su presentación en el mundo científicocon obras de tanto mérito como La ciudad de Dios, La .jilosofia primera y su Tratado del alma, fijaba los me-dios de llegar á la filosofía moderna abriendo anchocampo al método experimental y precediendo al famo-so conde de Verullam que, con relación á Vives, vieneá ser un discípulo poco aprovechado de tan preclaromaestro. Por distintos caminos del saber, pero con glo-ria siempre para sus autores, Antonio Agustín restable-ce el estudio de la jurisprudencia, el maestro Cano acla-ra las fuentes del derecho canónico, Francisco Victoriapublica su famosa obra de Relleetiones consignando enella las bases fundamentales del derecho público in-ternacional y sentando de modo tan definitivo las re-glas ó cánones sobre la guerra, que después de tres si-glos sü doctrina es enseñada hoy como la última pala-bra del derecho de gentes en esta materia; y con él, por

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último, sobresalen en ambos derechos jurisconsultostan notables como los Sepúlvedas, los Maldonados, losCovarrubias y otros.

: Nuestro ilustre compatriota Pedro' Ciruelo, catedrá-tico de Salamanca, es llamado á la Universidad de Pa-ris para encargarse de explicar la primera cáte&ra dematemáticas de aquella escuela, mientras á otros cate-dráticos compañeros suyos se les citaba para la correc-ción del decreto de Graciano y del Cómputo Gregoriá-',no. Nuestros obispos alcanzaron alto renombre y bri-llaron sin igual en los Concilios de Basilea y de Trento.

Al español Pedro Ponce se debe el arte de hacer ha-blar á los mudos, al mismo tiempo que Garay, españoltambién, hacía el primer ensayo para sustituir por va-por el velamen de nuestros buques. Pérez de Oliva,FrayLuis de Granada, Fray Luis de León y Avila inmortali-zan sus nombres en los anales de la elocuencia. Floriánde Ocampo, Mariana, Zurita y Hurtado de Mendoza re-basan los estrechos moldes de la Crónica para dar áluz verdaderas historias. En suma, al compás de nues-tro renacimiento literario llevado á cabo por tantos ytan insignes poetas, las artes se enriquecían con nom-bres tan ilustres como Herrera y Toledo en la arquitec-tura, y Murillo, Velázquez y Zurbarán en las artes pic-tóricas.

Verdadero arrobamiento produce la contemplaciónde estos hechos con otros muchos que honran y enal-tecen el progreso intelectual de nuestra patria en el si-glo xvi y parte del xvn, de más sorprendente efecto siconsideramos el estado general de Europa, trabajadapor tantos combates, así en el terreno de las armas co-mo en las regiones del ideal y del sentimiento religioso,si tenemos en cuenta que entre las máximas saludablesdel Renacimiento, consumado en el siglo xv, palpitabanideas, tendencias y direcciones saturadas de odio con-tra el catolicismo, que en vano se pretendían ocultar

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bajo aquellos amores platónicos que á muchos escrito-res de esta época infundía la resurrección de la culturagreco-romana^ pareciendo imposible que sólo en Espa-ña se diese el fenómeno inexplicable para muchos deque la ciencia en todas sus manifestaciones alcanzaseel más completo desarrollo sin que sus enseñanzas secontaminasen del virus herético, que tan extenso poderalcanzaba en Europa y que tantos daños había de pro-ducir al andar del tiempo eri las sociedades modernas.

La consideración de este fenómeno'es para mí, seño-res, prueba inequívoca de la armonía que existe entrelos dogmas católicos y el adelantamiento y perfecciónde las ciencias, testimonio irrecusable de que si la inte-ligencia del hombre es por sí causa y raíz de los másgrandes progresos en el orden humano, estos progresosse acrecientan cuando, obedeciendo ala ley de su natu-raleza y considerándose destello de la inteligencia in-creada, busca en ésta ayuda y aliento para la realiza-ción de sus altos fines, y no cuando en obstinada luchapretende arrojar de su trono á la razón divina, enten-diendo que ella es inútil ó perjudicial á los esfuerzos de'la individual razón.

¿A. qué era debido en definitiva este progreso, esteadelantamiento, este grado tan superior de cultura? Yoconfieso ingenuamente que creo que era debido alaperfecta y acertada organización de nuestras escuelas.

Eran las Universidades entonces completamenteautónomas en su vida interior: libres en sus métodos;gratuitas en sus enseñanzas. Dotadas de una organi-zación verdaderamente democrática, tenían vida pro-pia, sin que nadie se mezclara en imponerlas ningúnmétodo especial, ningún reglamento, ninguna traba;no conocieron más límites en su libre desenvolvimien-to, que aquellos que dimanaban del espíritu de la épo-ca ó de la escasez de recursos que eri algunas ocasio-nes hicieron muy difícil, si no imposible, la realización

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de los deseos de mejora y perfeccionamiento á que ge-neralmente aspiraban: no conocieron más autoridaddirecta que la del rector que asimismo se dieron concompleta independencia contribuyendo á su elección,no sólo los maestros que formaban el claustro uni-versitario, sino también aquellos estudiantes que porsu antigüedad ó merecimientos ganaron el derechode intervenir con su voto en el gobierno de la Universi-dad: no oyeron más explicaciones que las dadas por ca-tedráticos que también, de un modo electivo, eran de-signados para explicar las respectivas asignaturas,ocurriendo como consecuencia de e¿te procedimientoelectivo el hecho frecuente de que resultasen elegidosdos ó más profesores para la enseñanza de una mismamateria científica, en cuyo caso los alumnos podían es-coger aquel ó aquellos que les inspirasen más autori-dad y respeto, ya por sus condiciones pedagójicas ó yapor su valer literario: no siguieron ningún método es-pecial forzosamente impuesto para la adquisición de ¡aciencia, sino que, por el contrario, establecidos méto-dos variados y diversos para el estudio de la misma,los alumnos fueron libres de adoptar el que mejor seavenía con sus aptitudes y vocación: en suma, fueronnuestras antiguas Universidades tan independientes ensu vida interior como en la designación de sus profersores y métodos de estudios.

La forma de ascender en esta época al profesoradoresultó en extremo convenentísima, pues tuvieron de-recho para aspirar á tan honroso puesto todos aquellosjóvenes que, concluidos los grados académicos, volun-tariamente se consagraban á continuar perteneciendo ála Universidad, explicando en ella la cátedra que mejorles parecía ó que más se adaptaba á su vocación cien-tífica, sin que por nadie se limitara su iniciativa en tannoble ejercicio. Llamábaseles lectores de extraordinarioy atentamente se iban siguiendo, tanto por el claustro

Tomo III XXXIX-2

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como por el rector, los progresos ó deficiencias que en>ellos se notaban con relación á la nueva carrera em-iprendida, y cuando el aplauso de los estudiantes ó elaprovechamiento de estos era notado por la Universi-dad., se les confería de un modo definitivo el carácter decatedráticos de derecho, entrando á formar parte delnúmero de maestros. Expresando, pues, en fórmula con-creta la antigua organización universitaria diremos:,que la Universidad se daba sus métodos, sus leyes, susreglas de conducta y sus catedráticos; sin que el Esta-do en nada ni por nada interviniese.

No se me ocurre, y lo digo sinceramente, objetarnada, absolutamente nada contra esta organización delas Universidades en el primer período de su fundación,porque entiendo, como dije antes, que en ella se satis-facen cumplidamente todos los fines que deben llenarestos centros superiores de enseñanza, porque juzgoque si en la instrucción primaria y elemental el rigorde la disciplina suele ser á veces de todo punto necesa-rio ¿para el mejor aprovechamiento de los escolares, essiempre contraproducente cuando á las Universidadesse aplica é impide que se realice en ellas la ciencia porla ciencia, convirtiéndolas en instrumento monopoliza-dor del Estado para la expedición de títulos profesio-nales.

Verdad es que hoy, dentro de las condiciones legalesen que se mueve la instrucción pública en España, nopodemos comprender cómo sea bueno y convenienteque los alumnos elijan sus maestros ó contribuyan ála designación del rector, pues si tal derecho concedié-semos á los estudiantes que actualmente cursan en•nuestras Universidades, es bien seguro que los abusosde esta libertad escolar serían de tales proporciones,que por sí sólo bastarían para desorganizar la institu-ción de enseñanza más perfectamente organizada. Perosi bien esta previsión es totalmente cierta cuando se

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aplica á jóvenes de 15 ó 16 años que concurren á lasaulas universitarias, no para completar sus conoci-mientos y ahondar en los arcanos de la ciencia, sinopara proveerse de un título que, ganado con el transa-curso del menor tiempo posible, les habilite para elejercicio de una profesión determinada, no lo es igual-mente cuando á la Universidad antigua nos referimos,pues en ella entraban los estudiantes á la edad en quehoy generalmente salen, permaneciendo largo númerode años adscritos á la escuela, y siendo pocos en reía-'ción los que llegaban al término de los estudios supe-riores, lo cual hacía que aquellos centros diesen enverdad menos médicos y menos abogados que dan hoy,pero en cambio eran más los verdaderos sabios que seformaban en su seno.

Constituía la Universidad antigua el centro único ádonde podían concurrir los hombres que por vocaciónespecial eran llamados al cultivo intenso de la ciencia,no se conocían entonces las sociedades particularesconsagradas, como hoy los ateneos y academias, al per-feccionamiento del saber humano, no eran tan frecuen-tes las solicitudes de poder y mando con que hoy cons-tantemente nos tienta la sociedad moderna, y esto con-tribuía á levantar el nivel intelectual de aquellas escue-las en las que muchos ponían de por vida toda la acti-vidad de su ser y todas las aptitudes de su inteligencia.

Desgraciadamente para la cultura española las idea,sdominantes en Europa durante los fines del siglo xvny principios del xvm eran poco favorables á nuestraorganización universitaria; la edad moderna compene-trada con la reforma protestante en el orden religioso,é influida intelectualmente por la revolución cartesiana,había declarado guerra á muerte á todos los organismosde la antigua sociedad, había alentado ó favorecido losexcesos arbitrarios del poder civil, dispuesta á no cejar•en su empeño: hasta obtener el triunfo definitivo de sus

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aspiraciones eondensadas, para daño de todos, en laomnipotencia cesarista del Estado.

Dentro de este poder absorbente que en España con-tó con la fuerza no despreciable que pudo prestar lasabiduría de los juristas, estaban destinadas á caernuestras Universidades, perdiendo en la caida toda suautonomía y libertad antigua.

¿Qué extraño es, señores, que los Universidadescombatidas exterior é interiormente por tan demoledo-ras ideas, procurasen salvar su existencia como perso-nas morales ó colectivas, abandonando su fln científicopara atender ante todo y sobre todo á la conservaciónde su ser? ¿Quién puede sorprenderse de que resultarade estos hechos la decadencia científica en que las ve-mos en el primer tercio del siglo xvm? ¿Y quién, porúltimo, se atreverá á negar hoy en que la Europa denuestros días ha sacado las últimas consecuencias delas premisas sentadas en el siglo xvn, que estas fueronel origen principal y la causa eficiente de nuestra de-cadencia universitaria?

No he de detenerme yo ciertamente á daros la prue-ba de las afirmaciones que acabo de hacer; no entra enmi propósito semejante tarea, bastándome sólo consig-nar el hecho de la decadencia, sin que me crea obligadoá recorrer su historia ó analizar sus orígenes, para po-der pasar al nuevo período universitario, realizado du-rante los días del tercer monarca de la casa de Borbón.

Intentó Carlos III transformar radicalmente la ma-nera de ser de nuestra enseñanza. Monarca de genero-sos alientos, venido á ocupar el trono español en edadmadura y reflexiva, conocedor del moderno movimien-to de progreso establecido ya definitivamente en mu-chas naciones de Europa, satisfecho en su .vanidad'real-ai regir los destinos de España, cuya historia más ad-miraba que conocía, rodeado de ministros de superiorinteligencia, pero contaminados como él de las ideas

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modernas, no es extraño que pretendiera poner activi-dad vigorosa en todos los ramos de la administraciónpública, sin que se librase de su pensamiento reformis-ta la antigua organización universitaria.

Es indudable que este monarca, digno de elogio pormuchos títulos, lo fue también por cuanto se refiere ála instrucción pública en general; pero yo niego, y ne-garé siempre, que la acción de Carlos III, ó mejor di-cho, de sus ministros, fuese fecunda y favorable en lo¡,que atañe á nuestras Universidades.

Pues si Carlos III mereció elogios, como también suhermano Fernando VI, en cuanto contribuyeron á lacreación de academias, sociedades económicas y cier-tos institutos, que fomentaban la cultura y desarrolla-ban, al mismo tiempo que los intereses materiales, losmorales é intelectuales del país, su gestión y la de susministros, en lo que á las Universidades afecta, fue enextremo funestísima.

Si en vez de intentar la reforma en el sentido radi-calmente centralizador en que quisieron plantearlaaquellos ministros, se hubiera llevado á cabo respetan-do con exquisita prudencia todo lo que era fundamen-tal en organismo tan importante, es bien seguro queotra sería la suerte de nuestras Universidades, que envez de resistir la reforma, la hubieran apetecido para ad-quirir con ella todo el perfeccionamiento y mejora de lonuevo, sin perder por esto ninguna de las energías quegarantizaban su vida independiente y autónoma, comoproducto de la labor lenta pero constante de la tradi-ción y la historia.

Preciso será que nos detengamos á justificar estasaseveraciones, que no sería propio de la majestad deesta cátedra, ni llenaría esta conferencia su finalidadpropia, si pasase de modo ligero sobre reformas con sinigual pasión controvertidas.

Conviene á mi propósito exponer en términos con-

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cretos el enunciado de latésis que intento demostrar, pa-ra queseapreciemejor tantola congruencia de lapruebaque aduzca, como la trabazón lógica del razonamientoen que se funde. Al efecto, diré: que á mi juicio las re-formas iniciadas por Carlos III en nuestras Universida-des, y continuadas dentro del mismo criterio en losreinados posteriores, herían en lo más Intimo su ma-nera de ser histórica, determinándose como consecuen-cia de ellas, no ya el decaimiento, sino la completa rui-na del instituto antiguo universitario, para ser sustitui-do por la moderna Universidad centralizada, dependien-te, tanto su en vida intelectual como material, del poderdel Estado.

Sentado esto, examinemos con toda imparcialidadcuáles fueron las reformas de Carlos III en lo que serefiere á nuestras Universidades. No necesito decirosque antes del año de 1769, que es cuando se empiezan ámanifestar legislativamente los proyectos y el pensa-miento de los ministros de este monarca con relacióná nuestras Universidades, ya el Consejo de Castillaaprobaba los nombramientos de catedráticos, separán-dose frecuentemente de la designación del claustro, pa-ra sustituirla con personas cuya actitud científica de-jaba mucho que desear.

La primera medida de carácter legal que dictaronlos ministros Campomanes.y Moñino, es la de 14 deMarzo de 1769 creando el cargo de director para lasUniversidades. Representaba este cargo la intervenciónque el Estado pretendía ejercer sobre los claustrosuniversitarios, significaba su nombramiento una dele-gación del poder real destinada á resolver en superiorinstancia todas las cuestiones que surgiesen en el go-bierno y régimen de las Universidades.1 La Real Cédula que daba vida á estos nuevos fun-cionarios, claramente nos dice cuáles eran sus atribu-ciones, y fácil nos hade ser deducir cuál fuese en de-

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unitiva el alcance y propósito de este acuerdo minis-terial.

A fin de que el cariño adquirido en una Universi-dad determinada hacia sus profesores ó antiguas cos-tumbres no detuviese la acción gubernamental que eldirector debía realizar, se prohibía que fuesen nombra-dos para estos puestos, consejeros que hubiesen estu-diado en la Universidad cuya dirección se le encomen-daba.

Dictada esta regla de incompatibilidad, el Directornombrado al tomar posesión de su cargo se constituíapor ministerio de la ley en jefe del rector, que teníaobligación de entregarle todos los documentos, capítu-los, reformas, decretóse índices, tanto d,e los librosque existiesen en el archivo de la Universidad como delas causas pendientes en el Juzgado académico.

De igual manera sancionaba este moderno jefe de laenseñanza la elección de rector, pudiendo anularla enunos casos y nombrar por sí en otros para desempeñareste puesto á personas determinadas.

Todos los acuerdos ó disposiciones que hubiera detomar el claustro de profesores, necesariamente se ha-bían de poner en conocimiento del director, que, pre-vio su informe reservado, los remitía al Consejo de Cas-tilla para su aprobación definitiva.

Terminantemente quedaba prohibido por la RealCédula que estoy examinando que el rector pudiese'por sí y bajo su autoridad conmutar asignaturas, dis-pensar grados académicos ó alterar el orden de las en-señanzas, aun cuando sólo fuese en su distribución ymétodo. Todas estas reglas de conducta escolar co-rrespondía al director proponerlas y al Consejo de Cas-tilla desestimarlas ó decretar su cumplimiento.

En suma y abreviando en la exposición del conteni-do de esta Real Cédula, para no fatigaros excesivamen-te, diré que después de todas estas atribuciones que

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como comprendereis hacían totalmente innecesaria lapersona del rector para mantener y dirigir el régimencientífico é instructivode la Universidad, se confería d©una manera plena y absoluta á los nuevos directorescreados la administración y contabilidad de todos losbienes, rentas ó censos que á la misma correspondían,con lo cual se terminaba la obra insigne de regenera-ción universitaria ideada y proyectada, aun cuandofelizmente no planteada por los ministros del rey Car-los III.

Elocuentemente denota á mi juicio esta Real Cédu^la, que se trataba, no de corregir los defectos ó losabusos que el tiempo hubiesen acarreado sobre nues-tras vetustas Universidades, sino de atacar con golpecertero su existencia independiente y autónoma paratransformarlas en oficinas asalariadas del Estado.

Contraste singular ofrece el cotejo de las disposicio-nes de esta Real Cédula, pues parecíanatural que cuan-do una reforma tan radical se intentaba, cuando se pre-tendía hacer desaparecer en absoluto un organismo quetanta gloria había dado á la cultura patria, sería parasustituirlo por otro que, aun cuando sometido al Esta-do, realizase al amparo de éste un progreso en el ordencientífico que sirviese de compensación excesiva á losdaños que producía ó á los intereses antiguos que tanhondamente lastimaba; pero en vez de esto sólo encon-tramos como compensación á tan abundante lujo defacultades administrativas, la creación de una cátedrarnás de filosofía moral, otra de estudios teológicos yotra de aritmética y física.

Seguramente os parecerá que semejante impulsadado en el orden científico á nuestras Universidadesno dejaba en muy buen lugar el acierto reformista desus autores, porque en verdad que escribir largos pre-ámbulos habiéndonos de la decadencia intelectual denuestras Unversidades, invocar con frases pomposas

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la necesidad de levantar su. nivel científico, y dar cornoremedio y solución atan decantados males en el ulti-mo tercio del siglo xvm la creación de las tres cátedrasque he enumerado, más parece un cruel sarcasmoque obra de ministros sesudos y respetabilísimos.

Cuando á la luz de una crítica reposada se exami-nan estos hechos, necesariamente hay que convenir enque el amor á la ciencia y el deseo de comunicarle vi-goroso impulso, agrandando sus horizontes é impor-tando á España los adelantos que en las ciencias natu-rales existían ya en algunas naciones de Europa, eranmás aparentes que reales en los ministros de Carlos III.Sólo partiendo de esta hipótesis para no ofender suilustración, tan acreditada en otros respectos, es comopodemos explicarnos que creyesen preciso crear unanueva cátedra de filosofía moral, cuando tanto y tantohabían hecho nuestras Universidades en el estudio de3a metafísica y de la filosofía toda; sólo así se compren-de que de igual modo trataran de abrir nuevas ense-ñanzas sobre materias teológicas, cuando precisamentelos adelantamientos de nuestras Universidades en estarama del saber conquistaron para España la denomi-nación que aún conserva hoy de ser el primer país teo-lógico del mundo; sólo así, por último, pudo ocurrírse-les entender que constituía una verdadera mejoracientífica el establecimiento de una nueva aula.de arit-mética y física, olvidando sin duda que estos estudioshabían adquirido tal celebridad entre nosotros en plenosiglo xvi que la Universidad de Paris encargó á un pro-fesor de Salamanca la explicación de su primera cáte-dra de matemáticas.

Mas por si alguno entendiese todavía después delexamen que acabo de hacer de la Real Cédula de 14 deMarzo de 1769, que ella hubo de dictarse á impulsos, delacendrado deseo que para mejorar la,educación cientí-fica de nuestro país mostraron siempre los ministros

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del rey Carlos III, conviene que le recordemos que nocontentos con la creación del cargo de director', esta-blecieron en el año siguiente de 1770 en las Universida-des los censores regios, comisionados para interveniren nombre y por delegación del poder real en todos losasuntos técnicos y científicos, á fin de que nada se hi-ciese en los métodos, en los ejercicios ó grados ó en ladisciplina escolar, en una palabra, sin su consejo yaprobación, con cuya medida quedó totalmente anula-da hasta la menor iniciativa universitaria.

Hasta tal extremo llegaron las faculfades de los cen-sores regios, que no podían los alumnos escoger temapara su disertación en los grados académicos sin elconsentimiento expreso de los mismos, siendo la leyen este punto tan extremadamente rigurosa que pro-hibía la disertación, ya sobre asuntos jurídicos quedirecta ó indirectamente se relacionasen con las rega-lías de la corona, ó ya sobre tesis más ó menos enla-zadas con las doctrinas del tiranicidio que con tan am-plia libertad y tan extensamente se habían discutido ennuestras aulas en siglos anteriores.

Tal vez se me diga para atenuar los defectos quevengo encontrando en todo el pensamiento de reformauniversitaria ideado por los ministros de Carlos ni ,que tales disposiciones legales no tuvieron cumpli-miento y que la rectificación de su conducta, quedandoen suspenso lo hecho y procediendo á abrir una infor-mación sobre el estado de las Universidades españolas,salva la responsabilidad que á aquellos ministros pu-diera imputárseles por semejantes actos.

Aun cuando es evidente que las reformas que heexaminado no fueron voluntariamente suspendidas porlos ministros de entonces sino de modo necesario porla fuerza de las circunstancias; prescindiendo de esto,diré que si bien el hecho referido puede servir para dis-minuir la culpabilidad de los que pensaron ejecutarlo

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aumenta en cambio la torpeza de sus autores y confír-mala tesis que senté antes «de que las reformas pro-yectadas por los ministros de Carlos III, en vez de me-jorar, empeoraban el estado decadente de nuestras Uni-versidades.

A deshora acudieron aquellos gobernantes al palia-tivo de una información que sirviese de base para lareforma universitaria; por aquí debieron comenzar an-tes de dará conocer tan visiblemente su pensamiento;pero pretender que las Universidades sabedoras ya delalcance de las reformas que se intentaban se prestasensolícitas á sacrificar su vida é independencia en arasdel Estado y acusarlas por su resistencia como enemi-gas de todo adelantamiento científico, paréceme unagrave injusticia ideada sólo para justificar con el ata-que una lamentable equivocación.

Llevado el asunto de las reformas con tan poca ha-bilidad por parte del gobierno y no siendo ya posibleocultar con frases pomposas las intenciones descu-biertas, la pasión hubo de envenenar los ánimos ha-ciendo totalmente estéril un pensamiento que desen-vuelto con prudencia, seguramente hubiera producidoexcelentes resultados.

Entendiéronlas Universidades, y á mijuicio enten-dieron bien, que él informe que se les pedía en nada nipor nada había de cambiar el criterio centralizador queimportado de Francia trataba el gobierno de arraigar ennuestras costumbres administrativas; pensaron acer-tadamente que la centralización era la muerte del ins-tituto universitario, y para conservar su existencia re-Celosas ya de cuánto procedía del poder civil, tenaz-mente resistieron y obstinadamente lucharon contratodo proyecto de alteración en su manera de ser an-tigua.

Verdad es, señores, que en esta resistencia fueroninjustas las Universidades ocultando los abusos que el

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tiempohabía introducido y negando las corruptelas quetan hondamente habían relajado su disciplina escolar;pero cúlpese de esta injusticia á los ministros que laprovocaron con la ligereza de su conducta anterior, yténgase en cuenta que esta conducta creó en los cuer-pos universitarios una atmósfera tan densa de descon-fianza, que llegaron á creer lo mejor y más sano ocul-tar la verdad para salvar la vida.

Nadie se atreverá á negar que anduvieron acertadasen esta previsión nuestras Universidades, porque lógi-camente pensando si la noticia oficiosa recogida por elgobierno sobre los abusos y males que en ellas exis-tían, determinó medidas como las contenidas en lasReales Cédulas de 1769 y 1770, es bien seguro que el co-nocimiento oficial de estos mismos males adquiridomediante información de carácter auténtico y legal, se-guramente hubiera determinado una más radical trans-formación en el organismo universitario, desapare-ciendo con ella de modo definitivo y permanente cuantorepresentaba vida propia ó libertad escolar en la anti-gua Universidad española. .„

Ciertamente no se ponen en razón todos aquellosque censuran con acritud la resistencia y aun pasióncon que nuestras Universidades, ó no Contestaron, ó lohicieron faltando á la realidad de las cosas al evacuarel informe que se les pedía por el Consejo de Castilla,porque si es lícito lo miámo cuando se trata de la per-sona individual que cuando á la persona moral ó co-lectiva nos referimos, demandar de ella todo género deabnegación y toda clase de sacrificio en aras de intere-ses más altos que su propio provecho personal, no po-demos lícitamente exigirles que decreten y realicen susuicidio; y esto y no otra cosa significaba, dados los

. precedentes expuestos, el que las Universidades resol-vieran favorablemente la consulta que se les hacía pormandato de aquel alto Cuerpo consultivo.

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En suma, y para concluir con lo que ala gestiónde reformas universitarias realizadas por el gobiernode Carlos III se refiere, diré que no se obra con justiciacuando se supone á sus ministros dominados ó influí-dos por el espíritu moderno que reinaba en Europapara contrastarlo con el espíritu de reacción que se su-pone existía en nuestros claustros universitarios, por-que nada más lejos de la verdad que suponer enamo-rados del ideal moderno en la Europa del siglo xvm álos ministros que después de dar las instrucciones con-tenidas en las Reales Cédulas que he examinado invo-cando para ello ideas de progreso y adelantamiento, enel año 1778 ó sea en el último del reinado que nos ocu-pa, cuando fueron notados en España los primeros la-tidos de la revolución francesa, se apresuraron á tomartales medidas de represión que hacían imposible, uo yala realización del progreso moderno, siiío hasta la emi-sión de las ideas en todas sus formas.

Elocuentemente retrata el estado de ánimo en que seencontraban aquellos gobernantes, el príncipe de la Pazen sus bien escritas Memorias y aun abusando devuestra paciencia, he de leeros sus propias palabras.Dice así: «El ministro Moñino, que ayudado de muchostrabajó en favor de las luces en los días serenos, lastrató como enemigo cuando llegó ¿"juzgarlas peligro-sas y culpables. La carrera de las reformas emprendi-das medio siglo había, hizo larga parada y aun retro-cedió muchos pasos. Se cohibió la imprenta con rigorextremado; el gobierno adoptó un silencio temeroso, yeste mismo silencio fue impuesto á todo el reino. Todoslos diarios, aun aquellos que se ocupaban solamente deasuntos de letras ó de artes, desde el año 1791 fueronsuprimidos en la corte y en todas las provincias. LaGaceta hablaba menos de los sucesos de Francia quepodría haberse hablado de la China. Ni paró en estosolo, porque acrecidos los temores del gobierno, todos

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los directores de las sociedades patrióticas recibieronórdenes secretas de aflojar las tareas y de evitar lasdiscusiones en asuntos de economía política; las Uni-versidades y Colegios, de ceñir la enseñanza á los ren-glones más precisos, los jefes de provincia de disolvertoda academia voluntaria y de celar estrechamente lasantiguas que existiesen bajo el amparo de las leyes.Tal pareció España entonces por dos años largos comp!un claustro de rígida observancia. Todo, hasta el celomismo y el amor de la patria, era temido por la corte.»

Esto hicieron los ministros de Carlos III cuando no-taron que las ideas revolucionarias socavaban porigual los cimientos de la religión y de la monarquía; yesta conducta es, á mi juicio, la prueba más inconcusade que la tendencia que entonces se manifestaba en loque se refiere á la reforma universitaria, más que ins-pirada en el amor á la cultura y, en el deseo del pro-greso científico, lo estaba en el propósito de centralizarestos organismos de enseñanza entregándolos porcompleto al poder del Estado. Si en vez de seguir estacorriente ceníralizadora, se hubiera procurado sólomejorar nuestro decadente estado universitario, per-feccionando los métodos de enseñanza y tratando derobustecer la autoridad del rector por medio de pru-dentes innovaciones, pero conservando todo lo que ha-bía de bueno y fecundo y respetando su gloriosa tradi-ción, otra sería la suerte de las actuales Universidades.

En rigor, durante el reinado de Carlos III, con refe-rencia á las Universidades, fuera de estas Reales Cédu-las examinadas, sólo existe el plan de Olavide, que sedictó para la Universidad de Sevilla, plan en que se ha-blaba mucho de la decadencia de nuestras escuelas y sepintaba con colores demasiado fuertes el estado en quese hallaban y las rivalidades que existían entre unas yotras Universidades de Ta península; y los planes de1771 y 1776, que coincidiendo con el anterior en cuanto

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á la apreciación de nuestro decadente estado universi-tario, d-'ctaron para remediarlo medidas de carácteradministrativo, sin que en ninguno de estos planes sehiciera nada que valga la pena de tomarse en cuentapor lo que al mejoramiento intelectual y científico denuestras Universidades se refiere. Algo mejor que todoesto fue el plan dictado en 1807 por Caballero, inspiradopor D. Manuel Godoy y del cual nos habla éste ensus ya citadas Memorias. En este plan, si bien no sevolvía hacia la tradición universitaria de nuestra pa-tria, se ensanchaban los horizontes de los conocimien-j,tos y se mejorábanlos métodos de enseñanza, creandodos asignaturas verdaderamente nuevas que fueron elderecho público y la economía política. Es digno denotarse, señores, lo que sucedió con este plan de es-tudios.

Resulta perfectamente comprobado por documentoshistóricos, que el plan de estudios de 1807 es debido alclaustro de la Universidad de Salamanca. Es decir, queaquella misma Universidad que cuando los ministrosde Carlos III la consultaron sobre las reformas que enella podían introducirse, se mostró más apegada queninguna otra á la tradición, rechazando en absoluto to-da idea; de novedades que juzgaba peligrosísimas,cuando al poco tiempo de esto fue requerida ,por el mi-nistro de Carlos IV, hubo de contestar: que era precisomejorar y levantar los estudios dando mayor amplitudá los antiguos métodos de enseñanza, llevando á tal ex-tremo su deseo de reforma, que por sí misma dictó elplan de 1807 en el cual sólo pertenece á Caballero el ac-to de suscribirlo.

En este plan, si bien la Universidad de Salamancaobrando con exquisito tacto no se atrevió á ir de fren-te contra los preceptos escritos en la legislación queexistía, hizo cuanto pudo para modificar las tenden-cias dominantes en aquella legislación, y el hecho es

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que en él no se consigna un solo principio, centraliza-dor con relación á las Universidades.

Se crearon, pues, como he indicado, cátedras de de-recho público y de economía política y se dio mayorimportancia á los estudios sobre las ciencias físicas ynaturales que desde el siglo xvti habían adquirido tanpoderoso desarrollo en todas las demás naciones deEuropa. Se estatuían ordenadas reglas, así sobre losgrados y ejercicios académicos como sobre las condi-ciones del profesorado y pruebas de aptitud para lle-gar á él, con otra multitud de disposiciones de carácterpuramente escolar que honran al mismo tiempo al reyen cuyo reinado se dictaron y al ministro que tuvo lahonra de suscribirlas.

La aparición de este plan corrobora más y más nues-tra tesis de que las Universidades fueron refractarias álas reformas proyectadas por los ministros de Carlos III,en tanto en cuanto aquellas reformas envolvían la pér-dida de su autonomía y de su vida propia; pero fueron,en cambio, las primeras en tomar esta iniciativa cuan-do se les manifestó que no se trataba de crear un siste-ma de centralización, sino solamente de mejorarla en-señanza y los métodos que á la misma se refieren, le-vantando el nivel intelectual de nuestra cultura.

Razones de gobierno hicieron imposible que esteplan, digno de elogio por muchos conceptos, fuera leyen el año de su redacción; y al siguiente en que debíahaber empezado á regir, con el comienzo de nuestraheroica guerra de la independencia, quedaron en sus-penso sus disposiciones y olvidados sus preceptos.

Al reunirse las Cortes españolas en Cádiz en 1812ocupó lugar preferente entre sus deliberaciones la re-forma de nuestra legislación de instrucción pública, yen el año siguiente se dictó un nuevo plan de estudiosque, teniendo en cuenta lo hecho en el anterior, intro-dujo principios desconocidos hasta entonces en las re-

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formas intentadas. Digo desconocidos, con relación á laépoca reformadora iniciada en tiempo de Carlos III, pe-ro no desconocidos si nos referimos al período de tra-dición ó al período antiguo dé nuestras Universidades.

Aludo á los principios de enseñanza gratuita y delibertad de enseñanza.

Alto sentido moderno palpitaba en este plan dé es tu-dios de 1.813. Informado al calor de las ideas predomi-nantes en la historia de la filosofía durante el pasadosiglo, si bien no abandonaba la afirmación espiritualistani descendía en sus fundamentos esenciales á l o s bajos"fondos del material ismo y sensual ismo tan en boga enlas escuelas francesas é inglesas, se separaba no obs-tante de! puro esplritualismo cristiano, dando á la filo-sofía como ciencia de la razón una Capital importanciay una excesiva preferencia en e} orden de los conoci-mientos humanos . '••••.•". ;

Consecuencia de esto, el plan de 1813 revistió un ca-rácter tan marcadamente teórico y abstracto, que unidoa l a s excesivas pretensiones de grandeza y Suntuosi-dad, que con relación á las instalaciones de enseñanzaabrigaba, hacíap de él una obra ideal más propia parael recreo y solaz de sus autores que para la vida prác-tica de los institutos univers i tar ios .

Acerbas censuras sufrió este proyecto, y acerada sá-tira pesó sobre sus autores-, que no lograron ver reali-zada una obra que pareció á muchos inmejorable, y quécalificaron otros por aquél entonces de verdadera fan-farronada legislativa. Sobre los elogios y las censurasque este plan inspiraba, dominó en el año siguiente láreacción del gobierno absoluto de Fernando VII que,llena de odio hacia las tareas de los legisladores de Cá-diz, derogó en breve cuanto habían sancionado y dis-cutido aquellas Cortes, sin que nadie pretendiera salvarde taa enorme y universal naufragio el plan que nosocupa. ' •

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Volvemos, pues, en el año 1815 no ya á los mismosdecretos y disposiciones que regían la enseñanza du~rante el reinado de Carlos IV dictados por el Príncipede la Paz, sino á las disposiciones verdaderamente ru-tinarias y absurdas que imperaban en tiempo del reyCarlos III.

Y de esta manera y de esta forma, viviendo las Uni-versidades, no con vida propia, puesto que no teníanseguridad de su independencia, ni con vida nueva, por-que aquellos ministros no podían comunicársela, lle-gamos alano 1820, en que restablecido otra vez, comosabéis, el sistema constitucional, vuelven las Cortes ápensar en la cuestión magna de la instrucción públicay en la reforma de nuestras Universidades.

Para atender á estos fines, nombraron las Cortesuna Comisión que llevó á cabo su cometido redactandoun proyecto de plan de estudios, en que se reproducíancasi de una manera literal todas las disposiciones delaño trece, según afirma y declara nuestro esclarecidopoeta Quintana en el elocuente y bien escrito preámbu-lo que precede á este proyectado plan de 1821.

Sometido en este mismo año á la discusión de lasCortes dilataron éstas su debate de un modo excesivo,viniéndola nueva reacción de 1823 á hacer que esteplan de estudios siguiese la misma suerte que siguió elde 1813. Volvemos de nuevo á una situación interina enlo que se refiere á la enseñanza, y en 1824 se dictó no unplan, sino un decreto que derogaba totalmente lo pocolegislado en 1821; y después de esto quedamos absolu-tamente desprovistos de toda reforma universitariahasta la muerte de Fernando VII, en que se confió alilustre duque de Rivas la redacción de un plan de en-señanza que se presentó á las Cortes en 4 de Agostode 1836.

En este nuevo plan nuestros legisladores no se atre-vieron á llevar á cabo la obra verdadera de progreso

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realizada por los legisladores de 1813 y 1821, concretán-dose á adoptar un sistema intermedio entre el plan devCaballero de 1807, y los planes de 1813 y 1821, con lo cual,ni se satisfacían las aspiraciones progresivas de los se-gundos, ni tampoco se realizaban las mejoras prácticasdel primero. Verdad es que para los efectos legales esinútil que tratemos de examinarlo. Pues con motivo dela célebre sublevación de la Granja acaecida al año si-guiente de su publicación, se restableció otra vez el Có-digo de 1812 y se dictó en el mismo año una reformacon la cual se siguió viviendo hasta el plan de estudiosde 1845.

Este último plan, lo mismo que la reforma que des-pués se verificó en 1850, y al igual del reglamento de1852, vino á condensarse en la ley de Instrucción públi-ca de 1857, vigente todavía en algunos de sus artículos»y que constituye sin género de duda un progreso den-tro de nuestra legislación de enseñanza.

¿No es verdad, señores, que cuando hemos recorri-do paso á paso la lucha gigantesca entablada desde loscomienzos del siglo xvm entre las Universidades pe-leando por su organización independiente, y la monar-quía absoluta primero, y la constitucional después, ace-chando todas las ocasiones que se presentaban paraterminar con la vida autónoma de estos organismos, yvemos en definitiva consagrado tan deplorable triunfoen la ley de 1857, que cerraba para siempre en nuestrapatria toda idea de independencia por parte del institutouniversitario, no es verdad, repito, que se siente en elalma la pena que siempre produce á todo corazón ge-neroso las desdichas de la patria?

Decaídas las vitales energías de nuestro cuerpo uni-versitario después de tan rudos golpes, poco trabajodebió costar á los autores de la ley expresada consig-nar en ella, al mismo tiempo que el principio de com-pleta libertad de enseñanza, parala' instrucción prima-

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ría, y de libertad limitada á un determinado número deaños para la segunda enseñanza el régimen de centra-lización, constituyendo al ministro de Fomento en jefesuperior de todas las escuelas, y creando una direcciónpara que administrase sus intereses, al mismo tiempoque aquél nombraba rectores considerados por la leycomo jefes locales del distrito universitario.

Sobre estas bases descansaba nuestra instrucciónpública rigurosamente reglamentada y en perfecta de-pendencia del Estado, cuando unos decretos de 1868 vi-nieron á establecer en nuestra patria, de una manerailimitada en sus desenvolvimientos, eí principio abso-luto de libertad.

Tan radical reforma, operando sobre un país que ha-bla perdido su tradición universitaria, establecida enmomentos de agitación política, y mezclada por com-pleto con las ideas de revolución que significaron e-nlos primeros momentos la ruina de todo lo existente,necesariamente había de tropezar con graves resisten-cias, ya por parte de aquellos profesores que se consi-deraron vencidos, y que tanto hicieron para desacredi-tar este principio, ya por la masa escolar, que sometidaasevera disciplina, gustosamente entendió que la li-bertad de enseñanza significaba el derecho á la holga-zanería ó la libertad de la ignorancia.

Tan incalificables como numerosos fueron los abu-sos que se cometieron á la sombra y so pretexto de lalibertad decretada, abusos que determinaron la reac-ción exagerada de 1874, que si bien necesaria para ha-cer que desapareciesen los males de una situación caó-tica, fue funestísima en el orden de las ideas, prescri-biendo en absoluto casi un principio que yo franca-mente declaro que juzgo indispensable para realizarennuestra patríala regeneración universitaria de que tannecesitada se siente al presente.. Días de regocijo y esperanza fueron por lo que á la

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instrucción en general se refiere, aquéllos en que pro-mulgada la Constitución de la monarquía restaurada seconsagró en ella de modo solemne el principio de liber-tad tan asendereado primero por los abusos revolucio-narios, y después por las disposiciones legales delaño 74.

Partiendo, pues, de lo estatuido en este preceptoconstitucional, me propongo examinar la última partedel tema, ó sea la intervención del Estado en la ense-ñanza, consignando por adelantado que sólo soy parti-dario del principio de intervención por modo accidentaló histórico, pero que una vez que estas condiciones ha-yan desaparecido, entiendo que es un profundo errorllevar la acción del Estado á organismos que sólo pros-peran y se engrandecen con atmósferas de libertad yestímulos de competencia. Y creo firmemente que sisobre estas materias se ha de hacer algo fecundo enEuropa, es preciso que el pensamiento de los gobiernosvaya alentando las iniciativas individuales ó colectivas,y retirando al mismo tiempo la persona moral del Es-tado de todo lo que á la enseñanza se refiere, porquesólo así se logrará armonizar la gloriosa tradiciónuniversitaria con las necesidades ó costumbres de lostiempos modernos.

Al tratar esta cuestión aparecen, para todos los quepensamos que la misión del Estado se reduce á no inter-venir nada en la enseñanza, grandemente simplificadoslos términos del problema, y limitada sólo nuestra ta-rea á examinar, si dadas las condiciones históricas deun país ó su estado de cultura ó las bases de su ley fun-damental, conviene que los gobiernos ayuden y auxilientemporalmente á la enseñanza, hasta que al cabo éstarealice el ideal de su independencia, bastándose á símisma para su racional progreso.

No creo necesario detenerme en refutar las ideas deaquellos (pocos hoy por fortuna), que enfrente del prin-

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cipio de libertad, que yo defiendo como base del des-arrollo orgánico de la instrucción pública, entiendenque el Estado debe intervenir directamente, teniendo laexclusiva en todas las materias que con la enseñanzase relacionen, ahogando la iniciativa individual y elconcurso que pudiera establecerse.

Para refutar estas ideas, sería preciso que yo com-batiese el concepto del Estado de donde las mismas sederivan, lo que seguramente me apartaría del fin pro-pio de esta conferencia en la cual me interesa demos-trar y probar lo que yo pienso, y no refutar lo que en-tiendan otros.

Esto sentado, para que á nadie extrañe mi silenciosobre este punto, vuelvo de nuevo al hilo de mi inte-rrumpido discurso.

Al defender el principio de libertad para todos losgrados de la enseñanza, no quiero significar con estoaquella mal entendida libertad de la ciencia proclama-da por Jas escuelas radicales, que afirma y sostiene queel maestro desde su cátedra puede decir cuanto se leantoje, aun cuando sus ideas ataquen á los fundamen-tos esenciales de la sociedad. No: semejante libertadimplica para mí la negación de la libertad misma en loque ésta tiene de más esencial en su contenido. No:semejante tolerancia por parte del Estado representaríauna vergonzosa abdicación de aquellas condicionespropias de todo buen gobierno, que sólo podría justifi-carse ó en pueblos salvajes ó en países hondamenteperturbados por dolorosa anarquía.

La libertad de enseñanza tal y como yo la entiendo,consiste en la libérrima facultad que todos los siste-mas y todas las escuelas deben gozar para instruir áá la juventud fuera de los centros oficiales, pero res-petando todo aquello cuya existencia consagra de mo-do permanente la ley fundamental del Estado.

Concretando ahora estos principios abstractos al es-

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tado legal que alcanza la organización de la enseñanzaen nuestro país, se hace visible en primer término lanecesidad en que nos encontramos de hacer una leygeneral de instrucción pública que desenvuelva en re-glas y preceptos precisos el principio de libertad consig-nado en el artículo 12 de la Constitución de 1876, y en se-gundo lugar debemos desear qne la interpretación quese dé al artículo constitucional represente tal ampli-tud en su espíritu, que sea posible la creación de Uni-versidades independientes de las oficiales para que és-tas puedan irse paulatinamente suprimiendo sin lasti-mar los derechos adquiridos.

No se me ocultan las graves dificultades que al pre-sente y por mucho tiempo todavía asaltan y asalta-rán á los gobiernos en el camino de estas reformas,pues las energías sociales en nuestro país no marchanmuy de acuerdo con este ideal que apetecemos, y lasiniciativas individuales no se mueven sin aquellas ga-rantías de éxito que sólo de modo muy incompletohan obtenido hasta ahora. Pero si se procura alejar deéstas toda idea de desconfianza y no sólo se las estimu-la, sino que se las ayuda y protege, entonces habremosdado un gran avance en el camino que pensamos reco-rrer y no apartándonos de esta dirección, es seguro quellegaremos al fin aun cuando para conseguirlo emplee-mos mucho tiempo, que ya sabemos todos que éste essiempre factor indispensable de los progresos sólidos yduraderos.

No es posible que dentro de los límites de un dis-curso pueda tratar todos los puntos que á mi juicio de-be comprender una ley orgánica de la enseñanza espa-ñola, por lo cual he de concretarme después de los'principios fundamentales que dejo enunciados á seña-lar sólo aquellas deficiencias capitalísimas que existenen la manera de ser y de vivir actual de nuestras Uni-versidades.

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Es un hecho generalmente reconocido por todos losque se ocupan de estos asuntos, que las Universidadesespañolas, efecto de su organización, ni llenan el fincientífico que constituye para mí su finalidad propia,ni satisfacen el fin profesional que las leyes les asignan.Todos los que hemos cursado en estás escuelas supe-riores/hemos sentido al abandonarlas uno de estos dosvacíos; ó las lecciones de nuestros maestros fueron fun-damentalmente científicas y apenas si podemos vislum-brar las relaciones que las unen con nuestra profesiónen la vida, ó por el contrario, fueron puramente prácti-cas y de aplicación, en cuyo caso difícilmente nos dare-mos cuenta del porqué de los hechos que realizamos.

Y no es esto culpa, como pretenden algunos, del pro-fesorado español, ni del escaso tiempo que aquí se con-sagra á los cursos académicos, porque aun cuando su-pongáis un magisterio formado de eminencias, y auncuando pudierais dentro de lo racional dilatar algo máslos años escolares, es indudable que nada se adelanta-ría, porque el mal radica en el organismo, y es precisoque éste se transforme para que se remedie y sane,porque el mal proviene, en una palabra, de la imposibi-lidad material de atender simultáneamente á la educa-ción profesional y á la educación científica de los alum-nos que concurren á las Universidades.

Sepárense estos dos fines, destínense algunas Uni-versidades de las existentes á los estudios superioresdel saber en general, y conságrese el resto á la educa-ción de hombres aptos para ejercer* las carreras ó pro-fesiones que autorizan las leyes del Estado, y entonceshabrá desaparecido el mal que al presente vicíala edu-cación de nuestra juventud destinada á luchar estéril-mente por la realización de un imposible.

Pero si esta confusión ó amalgama que al presenteexiste en nuestras Universidades con relación al finprofesional y científico de la enseñanza arguye un de-

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í'ecto gravísimo en su estructura orgánica, no es menorel daño qué se causa haciendo recaer sobre una mismapersona las funciones de examinador y de maestro,funciones totalmente incompatibles si los títutos acadé-micos han de tener aquella respetabilidad moral que enjusticia debe reconocérseles y que la sociedad tiene de-recho á exigir de sus poseedores.

Cuestión fuera de toda duda es para mí la necesidadque existe de que unos sean los que enseñen y otros losencargados de calificar estas enseñanzas, porque apar-te de lo que he dicho,, juzgo que la separación es abso-lutamente necesaria para que el principio de libertadpueda tener adecuado desenvolvimiento, pues entrelas varias causas que entibian la iniciativa individualen el ejercicio de la instrucción pública, es quizás lamás poderosa de todas el justificado recelo y la legítimadesconfianza de que sean jueces de los alumnos libres,no un cuerpo de examinadores completamente desliga-do del magisterio, sino maestros retribuidos por el Es-tado, á los cuales, pensando con un criterio racional yhumano, hemos de suponerlos, si no enemigos, por lomenos indiferentes al progreso y desarrollo délas ins-tituciones libres de enseñanza.

¿Cómo es posible, señores, que dentro de la concu-rrencia establecida por la legalidad vigente puedan lu-char con éxito instituciones que sólo viven de los es-fuerzos particulares enfrente de instituciones que nocontentas con tener asegurado su fin económico, reci-ben todavía del Estado la facultad de monopolizar lafunción de hecho más interesante en el orden prácticode la enseñanza? No; la lucha y la competencia en estascondiciones resulta altamente desfavorable para las-primeras; y mientras no se les dé armas iguales, esperfectamente inútil que la ley las autorice para entraren una lid cuyos resultados no se ocultan á ningún es-píritu medianamente previsor.

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• Preciso es, pues, que el Estado, sino quiere seguirviviendo en constante contradicción consigo mismo, óborre el precepto de su ley constitaeional, ó cree con laurgencia que el caso demanda, un cuerpo de examina-dores que inspire igual garantía á los centros libresque á los centros de la enseñanza oficial, que preferiblees, de seguir en la situación que estamos sobre esteparticular, rechazar el principio de libertad, teniendovalor para declarar al Estado el único maestro aptodentro de las modernas sociedades, que no proclamary consagrar este principio negándole después los me-dios de que se desenvuelva y desarrolle. ¡Que hora esya también de que salgamos de esta lamentable confu-sión en que vivirnos, dando á conocer á las gentes queno aman debidamente á la libertad aquellos que cons-tantemente la ponen en sus labios, sino los que procu-ramos que informe todas nuestras acciones, aunquepor respeto á su santidad la pronunciemos menos!

Problema de más difícil solución que los anterioresme parece el de señalar las condiciones que han de re-unir los catedráticos en las escuelas ó Universidadessostenidas con fondos del Estado.

Dadas las deficiencias que existen en nuestro vigenterégimen de enseñanza, yo no me atrevo á declararmeenemigo de la oposición como tílulo para aspirar á tanhonroso cargo, pues prefiero y preferiré siempre comomenos malo este medio, sobre todo si para derogarlose cree preciso hacer al gobierno dispensador de talesnombramientos; pero esta creencia, ó mejor dicho des-confianza que me inspira el Estado, no quiere decir queconsidere aceptable la oposición, entendiendo por elcontrario que ella no es indicio seguro para determi-nar la competencia de los aspirantes al magisterio.

Muy alta idea abrigo de la misión que el profesora-do debe llenar en la sociedad; para mí las funcionesque realiza constituyen un verdadero sacerdocio, y

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quisiera verlos rodeados de tales medios de indepen-dencia, que ninguna ambición ó necesidad del ordenmaterial los separase de su levantado ministerio. Perociñéndome á la realidad délas cosas,y teniendoen cuen-ta que no fácilmente se realiza mi aspiración, sí diréqué los ejercicios brillantes de un opositor á cátedras,si incompletamente demuestran los conocimientos queposee sobre la asignatura cuya explicación se le confía,nada dicen respecto de su vocación ni aun de sus con-diciones pedagógicas para la nueva carrera que em-prende. Si á esto se une que con frecuencia suelen triun-lar en tales certámenes aquellos jóvenes que reúnenmás condiciones oratorias con detrimento y daño de laciencia profunda y verdadera, pero más modestamentemanifestada, ganarán fuerza las objeciones que veni-rnos presentando, y se demostrará la- necesidad quehay, si no de suprimir la oposición, al menos de acom-pañarla de otras pruebas que la rodeen de mayores ymás eficaces garantías de acierto.

Precedentes muy aprovechables para llevar á caboesta reforma pudieran encontrar nuestros legisladoresen la antigua Universidad española; de allí han tomadosin ningún género de duda las Universidades alemanasé italianas su institución del priva-docentes, que tantoparecido guarda con nuestros antiguos lectores de ex-traordinario de que ya hemos hablado.

No son estas reformas únicamente las que debe rea-lizar la ley orgánica de instrucción pública en España,pues si bien ellas son las que reclaman mayor urgenciay demandan más vivo interés, á su lado debe figuraruna conveniente distribución del trabajo científico, quesólo es fecundo cuando ordenadamente se dirige poraquellos que han consagrado á este problema toda suactividad y todos sus esfuerzos.

Conveniente sería, por lo tanto, que sobre los planesde estudios el Estado sancionase con fuerza legal las

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conclusiones votadas por un congreso técnico com-puesto de los hombres más experimentados y más ap- :

tosen la honrosa carrera del magisterio, pues la adop-ción de un criterio semejante para reformar la labor icientífica de nuestras Universidades, evitaría segura-mente los anacronismos que á las veces se notan, nopor defecto del representante del Estado, que no puedeser omnisciente, sino por la falta de consejo, que siendoproducto de larga discusión y obra de verdaderas emi-nencias, necesariamente realizaría, hasta donde esto esposible en lo humano, la perfección que apetecemos.

En suma, señores, sin que á mí me sea dado tratar-en los estrechos términos de una conferencia, todos losextremos que debe comprender una ley de esta índole,tanto en su parte fundamental como en los accidentesde su reglamentación, y deseando poner fin á este yalargo discurso, con el cual excesivamente he abusadode vuestra generosa benovolencia, diré, por últi-mo, que el ideal para la organización de nuestras Uni-versidades no debemos buscarlo en las escuelas de es-ta clase que al presente existen en las naciones del vie-jo y del nuevo continente, pues ni las Universidadesinglesas con su régimen liberal antiguo, ni las Univer-sidades de las Estados Unidos con su autonomía mo-derna, ni las Universidades alemanas, que después dela ley de Bismark de 1877 viven casi tan centralizadascomo las de nuestro país, ni las Universidades italianasy belgas pueden enseñarnos nada que nosotros no ha-yamos tenido en nuestras antiguas Universidades. Ha-cia estas debemos encaminar ó dirigir todos nuestrospensamientos de reforma, haciendo compatible la partefundamental de su organización con las necesidadesde los tiempos modernos y favoreciendo la creación,de nuevos centros de enseñanza, encaminados á resu-citar la gloriosa tradición universitaria de la naciónespañola.—HE DICHO.