4 Hijo de Abrahán, Hija de Jefté

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EL HIJO DE ABRAHÁN Y LA HIJA DE JEFTÉ Los textos, que meditamos seguidamente, refieren el sacrificio de Isaac (cf. Gn. 22,1-19) y las hazañas de Jefté (cf. Jc. 11,1-12,7). Ambos episodios nos impactan porque parecen aprobar la religiosidad de los sacrificios humanos, no obstante el contexto cultural de los rituales sanguinarios de la época. I El conocido relato del sacrificio de Isaac no escapa a la nota distintiva de crueldad, si bien el hijo no llega a ser sacrificado, tal vez con la intención de denunciar tales actos de barbarie. Normalmente se comenta el supremo acto de fe de Abrahán, capaz de renunciar a su único hijo por amor a Yavé. En la celebración de la Vigilia pascual, Isaac representa y anticipa la figura del Hijo único enviado por el Padre para salvación de todo el que crea en Él (cf. Jn. 3,16s). Abrahán responde a la llamada. Su Aquí estoy a la voz divina silencia la oposición lógica al mandato recibido. No dubita y emprende de inmediato el recorrido sacrificial. El hijo, en cambio, ignora el desenlace y pregunta -es la única intervención de Isaac en el relato-: 1

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EL HIJO DE ABRAHÁN Y LA HIJA DE JEFTÉ

Los textos, que meditamos seguidamente, refieren el sacrificio de Isaac (cf.

Gn. 22,1-19) y las hazañas de Jefté (cf. Jc. 11,1-12,7). Ambos episodios nos

impactan porque parecen aprobar la religiosidad de los sacrificios humanos, no

obstante el contexto cultural de los rituales sanguinarios de la época.

I

El conocido relato del sacrificio de Isaac no escapa a la nota distintiva de

crueldad, si bien el hijo no llega a ser sacrificado, tal vez con la intención de

denunciar tales actos de barbarie. Normalmente se comenta el supremo acto de fe

de Abrahán, capaz de renunciar a su único hijo por amor a Yavé. En la celebración

de la Vigilia pascual, Isaac representa y anticipa la figura del Hijo único enviado

por el Padre para salvación de todo el que crea en Él (cf. Jn. 3,16s).

Abrahán responde a la llamada. Su Aquí estoy a la voz divina silencia la

oposición lógica al mandato recibido. No dubita y emprende de inmediato el

recorrido sacrificial. El hijo, en cambio, ignora el desenlace y pregunta -es la única

intervención de Isaac en el relato-:

Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio? (Gn.

22,7).

Sin entender la respuesta del padre, ambos siguen el viaje hasta llegar al

lugar y construir el altar. El enigma se aclara cuando el padre ata a su hijo encima

de la leña. Isaac no se resiste a lo ineludible, hasta que una nueva llamada divina

salva la vida del joven Isaac:

No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño (Gn. 22,12).

Abrahán actúa movido por su fe incondicional al Dios de la alianza y

subordina el sentimiento paterno a su conciencia religiosa. Isaac, aunque profesa

la misma fe, todavía no ha hecho suya la promesa.

La dependencia de Isaac para las decisiones de su vida será reincidente.

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El criado de Abrahán recibe el encargo de encontrar mujer para Isaac (cf.

Gn. 24,2-4) y le presenta a Rebeca:

El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac introdujo a Rebeca en la

tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la

muerte de su madre (Gn. 24,66-67).

Es notable la transferencia de afectos de la madre a la esposa.

El Isaac adulto obra torpemente, cuando afirma que Rebeca es su hermana

con el fin de eludir los celos y agresiones de los desconocidos (cf. Gn. 26,7). Y ya

anciano, cae en las estrategias -manipulación o desquite- de Rebeca y concede la

bendición de primogenitura a Jacob, en vez de Esaú (cf. Gn. 27,1-40).

Isaac no protagoniza una historia relevante, como los otros patriarcas.

Eclipsado por la figura paterna, permanece en el segundo plano ante aquellas

situaciones que requerirían mayor prudencia y decisión.

Desde la perspectiva cultural, en cualquier sociedad o familia los niños y

adolescentes incorporan determinados códigos de conducta. Cuando surgen los

interrogantes sobre el futuro (carrera, estudio, trabajo, familia), los criterios,

valores y opiniones del ambiente inmediato condicionan notablemente las

decisiones del joven.

Muchas veces, el hijo reacciona como su padre o realiza el proyecto que su

padre no llegó a realizar. Bajo esta presión, al hijo no le queda otra alternativa que

seguir el camino esperado.

En realidad, pretender ahorrarles a los jóvenes el trabajo de búsqueda o el

aprendizaje de los fracasos y las equivocaciones, conduce a una sobreprotección

que bloquea el crecimiento. Además, con nuestros preferencias o frases

categóricas, podemos cercenar su libertad. Sin embargo, entre los adultos, hoy

parece primar cierta desorientación, al no saber cuál es el modo mejor de

acompañar el crecimiento de los jóvenes y de evolucionar con ellos.

Los jóvenes, sea por la fuerte o por la débil personalidad de los adultos que

los acompañan, pueden reaccionar pasivamente, como Isaac, frente a las

alternativas y dificultades.

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II

En el libro de los Jueces se menciona a Jefté, hijo de Galaad y una

prostituta (cf Jc. 11,1). Su origen bastardo le merece la no pertenencia al clan

familiar y la pérdida del derecho a la herencia, por este motivo acaudilla para el

pillaje a unos cuantos desocupados. Pronto, su valentía y habilidad guerrera se

hacen famosas, y por esto los israelitas se le acercan para proponerle ser su jefe

en la lucha contra los amonitas. El desenlace de los hechos confirma, luego, los

designios divinos. Movido por el Espíritu, Jefté se apresta a la batalla y formula un

voto:

Si entregas en mi poder a los amonitas, el primero que salga por la puerta de mi

casa para venir a mi encuentro, cuando regrese vencedor, será para el Señor, y lo

ofreceré en holocausto (Jc. 11,30-31).

Semejante promesa tiene el antecedente de Abrahán, aunque la ley no

aprobaba estas costumbres bárbaras (cf. Dt. 12,31).

La consiguiente victoria de Jefté se transforma en desgracia: el jefe

vencedor es un padre derrotado.

Cuando Jefté regresaba a su casa de Mispá, salió a su encuentro su hija,

danzando y tocando el pandero. Era hija única, pues Jefté no tenía más hijos. Al

verla, rasgó sus ropas y gritó:

- ¡Ay, hija mía, me has destrozado; tú eres la causa de mi desgracia, porque me

he comprometido ante el Señor y debo cumplir mi promesa! (Jc. 11,34-35).

Jefté no había imaginado semejante tragedia. De calcularlo, no habría

pronunciado el voto. La coherencia a ultranza le impide algún cambio de posición.

La ausencia del nombre de la hija subraya, aún más, el fatal destino. La hija, sin

embargo, no se resiste, más bien alienta al padre a cumplir su voto, tan sólo llora

su virginidad.

Para nuestra mentalidad civilizada esta página nos paraliza. Nos viene la

sospecha de una divinidad sádica, que se complace en el sufrimiento y la muerte

de los inocentes. Con todo, en la actualidad, no faltan frecuentes testimonios,

conocidos personalmente o por los medios de comunicación, donde la indigencia,

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la alimentación y la sanidad deficientes o donde las variadas expresiones de

violencia hacia los menores cercenan las posibilidades de crecimiento e, incluso,

de vida. Jefté paga tributo a una divinidad ideologizada, nosotros a la cultura que

desprecia el valor de la vida y se ensaña con los débiles.

El hijo de Abrahán y la hija de Jefté nos plantean el drama de la población

indefensa de la sociedad. La irresistible dominación de las ideologías y los

sistemas sociales o la notable influencia de los mandatos paternos condicionan

notablemente el ejercicio de libertad, proporcionado a la edad infantil o juvenil.

Naturalmente, no se trata de suprimir los límites necesarios, sino de recurrir al

diálogo y al buen trato, incluso en las correcciones.

Desde la perspectiva religiosa, podemos sacrificar las jóvenes conciencias con

preconceptos y normas que obstaculizan el camino hacia el Dios de Jesús y que,

en el mejor de los casos, caen en el olvido.

Finalmente, en ambos relatos llama la atención que nadie impide el desenlace,

nadie sale en defensa del débil. Es un hecho tolerado en aquella sociedad, así

como nosotros nos acostumbramos o asistimos pasivamente a la vulneración de

los derechos de los niños y adolescentes.

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