EL HIJO DE ABRAHÁN Y LA HIJA DE JEFTÉ
Los textos, que meditamos seguidamente, refieren el sacrificio de Isaac (cf.
Gn. 22,1-19) y las hazañas de Jefté (cf. Jc. 11,1-12,7). Ambos episodios nos
impactan porque parecen aprobar la religiosidad de los sacrificios humanos, no
obstante el contexto cultural de los rituales sanguinarios de la época.
I
El conocido relato del sacrificio de Isaac no escapa a la nota distintiva de
crueldad, si bien el hijo no llega a ser sacrificado, tal vez con la intención de
denunciar tales actos de barbarie. Normalmente se comenta el supremo acto de fe
de Abrahán, capaz de renunciar a su único hijo por amor a Yavé. En la celebración
de la Vigilia pascual, Isaac representa y anticipa la figura del Hijo único enviado
por el Padre para salvación de todo el que crea en Él (cf. Jn. 3,16s).
Abrahán responde a la llamada. Su Aquí estoy a la voz divina silencia la
oposición lógica al mandato recibido. No dubita y emprende de inmediato el
recorrido sacrificial. El hijo, en cambio, ignora el desenlace y pregunta -es la única
intervención de Isaac en el relato-:
Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio? (Gn.
22,7).
Sin entender la respuesta del padre, ambos siguen el viaje hasta llegar al
lugar y construir el altar. El enigma se aclara cuando el padre ata a su hijo encima
de la leña. Isaac no se resiste a lo ineludible, hasta que una nueva llamada divina
salva la vida del joven Isaac:
No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño (Gn. 22,12).
Abrahán actúa movido por su fe incondicional al Dios de la alianza y
subordina el sentimiento paterno a su conciencia religiosa. Isaac, aunque profesa
la misma fe, todavía no ha hecho suya la promesa.
La dependencia de Isaac para las decisiones de su vida será reincidente.
1
El criado de Abrahán recibe el encargo de encontrar mujer para Isaac (cf.
Gn. 24,2-4) y le presenta a Rebeca:
El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac introdujo a Rebeca en la
tienda de su madre Sara, la tomó por esposa, y con su amor se consoló de la
muerte de su madre (Gn. 24,66-67).
Es notable la transferencia de afectos de la madre a la esposa.
El Isaac adulto obra torpemente, cuando afirma que Rebeca es su hermana
con el fin de eludir los celos y agresiones de los desconocidos (cf. Gn. 26,7). Y ya
anciano, cae en las estrategias -manipulación o desquite- de Rebeca y concede la
bendición de primogenitura a Jacob, en vez de Esaú (cf. Gn. 27,1-40).
Isaac no protagoniza una historia relevante, como los otros patriarcas.
Eclipsado por la figura paterna, permanece en el segundo plano ante aquellas
situaciones que requerirían mayor prudencia y decisión.
Desde la perspectiva cultural, en cualquier sociedad o familia los niños y
adolescentes incorporan determinados códigos de conducta. Cuando surgen los
interrogantes sobre el futuro (carrera, estudio, trabajo, familia), los criterios,
valores y opiniones del ambiente inmediato condicionan notablemente las
decisiones del joven.
Muchas veces, el hijo reacciona como su padre o realiza el proyecto que su
padre no llegó a realizar. Bajo esta presión, al hijo no le queda otra alternativa que
seguir el camino esperado.
En realidad, pretender ahorrarles a los jóvenes el trabajo de búsqueda o el
aprendizaje de los fracasos y las equivocaciones, conduce a una sobreprotección
que bloquea el crecimiento. Además, con nuestros preferencias o frases
categóricas, podemos cercenar su libertad. Sin embargo, entre los adultos, hoy
parece primar cierta desorientación, al no saber cuál es el modo mejor de
acompañar el crecimiento de los jóvenes y de evolucionar con ellos.
Los jóvenes, sea por la fuerte o por la débil personalidad de los adultos que
los acompañan, pueden reaccionar pasivamente, como Isaac, frente a las
alternativas y dificultades.
2
II
En el libro de los Jueces se menciona a Jefté, hijo de Galaad y una
prostituta (cf Jc. 11,1). Su origen bastardo le merece la no pertenencia al clan
familiar y la pérdida del derecho a la herencia, por este motivo acaudilla para el
pillaje a unos cuantos desocupados. Pronto, su valentía y habilidad guerrera se
hacen famosas, y por esto los israelitas se le acercan para proponerle ser su jefe
en la lucha contra los amonitas. El desenlace de los hechos confirma, luego, los
designios divinos. Movido por el Espíritu, Jefté se apresta a la batalla y formula un
voto:
Si entregas en mi poder a los amonitas, el primero que salga por la puerta de mi
casa para venir a mi encuentro, cuando regrese vencedor, será para el Señor, y lo
ofreceré en holocausto (Jc. 11,30-31).
Semejante promesa tiene el antecedente de Abrahán, aunque la ley no
aprobaba estas costumbres bárbaras (cf. Dt. 12,31).
La consiguiente victoria de Jefté se transforma en desgracia: el jefe
vencedor es un padre derrotado.
Cuando Jefté regresaba a su casa de Mispá, salió a su encuentro su hija,
danzando y tocando el pandero. Era hija única, pues Jefté no tenía más hijos. Al
verla, rasgó sus ropas y gritó:
- ¡Ay, hija mía, me has destrozado; tú eres la causa de mi desgracia, porque me
he comprometido ante el Señor y debo cumplir mi promesa! (Jc. 11,34-35).
Jefté no había imaginado semejante tragedia. De calcularlo, no habría
pronunciado el voto. La coherencia a ultranza le impide algún cambio de posición.
La ausencia del nombre de la hija subraya, aún más, el fatal destino. La hija, sin
embargo, no se resiste, más bien alienta al padre a cumplir su voto, tan sólo llora
su virginidad.
Para nuestra mentalidad civilizada esta página nos paraliza. Nos viene la
sospecha de una divinidad sádica, que se complace en el sufrimiento y la muerte
de los inocentes. Con todo, en la actualidad, no faltan frecuentes testimonios,
conocidos personalmente o por los medios de comunicación, donde la indigencia,
3
la alimentación y la sanidad deficientes o donde las variadas expresiones de
violencia hacia los menores cercenan las posibilidades de crecimiento e, incluso,
de vida. Jefté paga tributo a una divinidad ideologizada, nosotros a la cultura que
desprecia el valor de la vida y se ensaña con los débiles.
El hijo de Abrahán y la hija de Jefté nos plantean el drama de la población
indefensa de la sociedad. La irresistible dominación de las ideologías y los
sistemas sociales o la notable influencia de los mandatos paternos condicionan
notablemente el ejercicio de libertad, proporcionado a la edad infantil o juvenil.
Naturalmente, no se trata de suprimir los límites necesarios, sino de recurrir al
diálogo y al buen trato, incluso en las correcciones.
Desde la perspectiva religiosa, podemos sacrificar las jóvenes conciencias con
preconceptos y normas que obstaculizan el camino hacia el Dios de Jesús y que,
en el mejor de los casos, caen en el olvido.
Finalmente, en ambos relatos llama la atención que nadie impide el desenlace,
nadie sale en defensa del débil. Es un hecho tolerado en aquella sociedad, así
como nosotros nos acostumbramos o asistimos pasivamente a la vulneración de
los derechos de los niños y adolescentes.
4
Top Related