4 jesucristo, centro de la catequesis

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Cristo, centro de la Catequesis Oscar Esaú Villafuerte López 4. JESUCRISTO, CENTRO DE LA CATEQUESIS “Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que les he transmitido” (Ver 1 Co 11, 23) Si la catequesis es la “profundización en las verdades fundamentales de la fe”, y si lo que transmitimos es sólo lo que nosotros mismos hemos recibido de las generaciones pasadas, debemos de compartirlo con integridad y con plena fidelidad. De esto hablaremos en los próximos temas. UN CRISTOCENTRISMO TRINITARIO: DE JESÚS AL PADRE Y AL ESPÍRITU “Les digo la verdad: les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Consolador no vendrá a ustedes… porque retorno al Padre y ya no me verán” (Ver Jn 16, 7. 10) Retomamos para este tema el Directorio General para la Catequesis: El cristocentrismo del mensaje evangélico Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios: Él es la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis (toda ella), está referida a Él. En este sentido, lo que caracteriza al mensaje que transmite la catequesis es, ante todo, el "cristocentrismo", que debe entenderse en varios sentidos: En primer lugar, significa que "en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". En realidad, la tarea fundamental de la catequesis es mostrar a Cristo: todo lo demás, en referencia a Él. Lo que, en definitiva, busca es propiciar el seguimiento de Jesucristo, la comunión con El: cada elemento del mensaje tiende a ello. El cristocentrismo, en segundo lugar, significa que Cristo está "en el centro de la historia de la salvación", que la catequesis presenta. Él es, en efecto, el acontecimiento último hacia el que converge toda la historia salvífica. El, venido en "la plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), es "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana". El mensaje catequético ayuda al cristiano a situarse en la historia, y a insertarse activamente en ella, al mostrar cómo Cristo es el sentido último de esta historia. El cristocentrismo significa, igualmente, que el mensaje evangélico no proviene del hombre sino que es Palabra de Dios. La Iglesia, y en su nombre todo catequista, puede decir con verdad: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16). Por eso, lo que transmite la catequesis es "la enseñanza de Jesucristo, la verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es". El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña acerca de Dios, del hombre, de la felicidad, de la vida moral, de la muerte... sin permitirse cambiar en nada su pensamiento. 1

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Cristo, centro de la Catequesis

Oscar Esaú Villafuerte López

4. JESUCRISTO, CENTRO DE LA CATEQUESIS

“Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que les he transmitido” (Ver 1 Co 11, 23)

Si la catequesis es la “profundización en las verdades fundamentales de la fe”, y si lo que transmitimos es sólo lo que nosotros mismos hemos recibido de las generaciones pasadas, debemos de compartirlo con integridad y con plena fidelidad. De esto hablaremos en los próximos temas.

UN CRISTOCENTRISMO TRINITARIO: DE JESÚS AL PADRE Y AL ESPÍRITU “Les digo la verdad: les conviene que yo me vaya,

porque si no me voy, el Espíritu Consolador no vendrá a ustedes… porque retorno al Padre y ya no me verán”

(Ver Jn 16, 7. 10)

Retomamos para este tema el Directorio General para la Catequesis: El cristocentrismo del mensaje evangélico Jesucristo no sólo transmite la Palabra de Dios: Él es la Palabra de Dios. Por eso, la catequesis (toda ella), está referida a Él. En este sentido, lo que caracteriza al mensaje que transmite la catequesis es, ante todo, el "cristocentrismo", que debe entenderse en varios sentidos:

En primer lugar, significa que "en el centro de la catequesis encontramos esencialmente una Persona, la de Jesús de Nazaret, Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad". En realidad, la tarea fundamental de la catequesis es mostrar a Cristo: todo lo demás, en referencia a Él. Lo que, en definitiva, busca es propiciar el seguimiento de Jesucristo, la comunión con El: cada elemento del mensaje tiende a ello.

El cristocentrismo, en segundo lugar, significa que Cristo está "en el centro de la historia de la salvación", que la catequesis presenta. Él es, en efecto, el acontecimiento último hacia el que converge toda la historia salvífica. El, venido en "la plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), es "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana". El mensaje catequético ayuda al cristiano a situarse en la historia, y a insertarse activamente en ella, al mostrar cómo Cristo es el sentido último de esta historia.

El cristocentrismo significa, igualmente, que el mensaje evangélico no proviene del hombre sino que es Palabra de Dios. La Iglesia, y en su nombre todo catequista, puede decir con verdad: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16). Por eso, lo que transmite la catequesis es "la enseñanza de Jesucristo, la verdad que Él comunica o, más exactamente, la Verdad que Él es". El cristocentrismo obliga a la catequesis a transmitir lo que Jesús enseña acerca de Dios, del hombre, de la felicidad, de la vida moral, de la muerte... sin permitirse cambiar en nada su pensamiento.

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Cristo, centro de la Catequesis

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Los evangelios, que narran la vida de Jesús, están en el centro del mensaje catequético. Dotados ellos mismos de una "estructura catequética", manifiestan la enseñanza que se proponía a las primitivas comunidades cristianas y que transmitía la vida de Jesús, su mensaje y sus acciones salvadoras. En la catequesis, "los cuatro evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús". El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico La Palabra de Dios, encarnada en Jesús de Nazaret, Hijo de María Virgen, es la Palabra del Padre, que habla al mundo por medio de su Espíritu. Jesús remite constantemente al Padre, del que se sabe Hijo Único, y al Espíritu Santo, por el que se sabe Ungido. Él es el "camino" que introduce en el misterio íntimo de Dios. El cristocentrismo de la catequesis, en virtud de su propia dinámica interna, conduce a la confesión de la fe en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un cristocentrismo esencialmente trinitario. Los cristianos, en el Bautismo, quedan configurados con Cristo, "Uno de la Trinidad", y esta configuración sitúa a los bautizados, "hijos en el Hijo", en comunión con el Padre y con el Espíritu Santo. Por eso su fe es radicalmente trinitaria. "El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana". El cristocentrismo trinitario del mensaje evangélico impulsa a la catequesis a cuidar, entre otros, los siguientes aspectos:

La estructura interna de la catequesis, en cualquier modalidad de presentación, será siempre cristocéntrico-trinitaria: "Por Cristo al Padre en el Espíritu". Una catequesis que omitiese una de estas dimensiones o desconociese su orgánica unión, correría el riesgo de traicionar la originalidad del mensaje cristiano.

Siguiendo la misma pedagogía de Jesús, en su revelación del Padre, de sí mismo como Hijo y del Espíritu Santo, la catequesis mostrará la vida íntima de Dios, a partir de sus obras salvíficas en favor de la humanidad. Las obras de Dios revelan quién es Él en sí mismo y, a la vez, el misterio de su ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Sucede así, analógicamente, en las relaciones humanas: las personas se revelan en su obrar y, a medida que las conocemos mejor, comprendemos mejor su conducta.

La presentación del ser íntimo de Dios revelado por Jesús, uno en esencia y trino en personas, mostrará las implicaciones vitales para la vida de los seres humanos. Confesar a un Dios único significa que "el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal". Significa, también, que la humanidad, creada a imagen de un Dios que es "comunión de personas", está llamada a ser una sociedad fraterna, compuesta por hijos de un mismo Padre, iguales en dignidad personal. Las implicaciones humanas y sociales de la concepción cristiana de Dios son inmensas. La Iglesia, al profesar su fe en la Trinidad y anunciarla al mundo, se comprende a sí misma como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

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DE JESÚS A LA IGLESIA Y A LOS HERMANOS

“Si uno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve…” (1 Jn 4, 20)

Para profundizar en este tema, traemos a colación la “Misericordia de Dios”, y el neologismo con el que el Papa Francisco nos invita a “salir” a las periferias existenciales. La Misericordia de Dios Los diccionarios definen la “Misericordia” como “la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas”. Ésta, se manifiesta ordinariamente en amabilidad, y asistencia al necesitado, especialmente de perdón y de reconciliación. La misericordia es mucho más que simple “simpatía”, no se queda sólo en sentimiento, conduce a la práctica. En el cristianismo, de hecho, es uno de los principales atributos divinos. La misericordia puede considerarse también un “sentimiento de pena o de compasión por los que sufren”, sentimiento que nos impulsa a ayudarles o a aliviarles en sus múltiples y diversas necesidades; en determinadas ocasiones, la misericordia puede traducirse también en la virtud que nos impulsa a ser benévolos en el juicio o al emitir un castigo. Etimológicamente, “Misericordia” proviene de tres palabras latinas: Miser (Pobre, miseria, necesidad). Cor, cordis (Corazón). ia (hacia los demás). La misericordia es, pues, “tener un corazón solidario ante aquéllos que presentan necesidad”. No hay que confundir la misericordia con la lástima. La lástima es un sentimiento pasajero, incluso más pobre que la compasión. De la palabra “lástima” no se deriva un adjetivo aplicable al que la siente, sino al objeto que la provoca, y lo contrario sucede con la palabra “compasión”, de la que se deriva “compasivo”. Son “lastimeros” o “lastimosos”, por ejemplo, los infortunios, las enfermedades, el hambre, o la persecución. Por otro lado, son “compasivas” las personas en quienes estos males producen lástima. La palabra hebrea ra - jamím y la griega “éleos”, suelen traducirse “misericordia”. El verbo hebreo ra - jám se define como “sentir o irradiar afecto entrañable”; es decir, ser compasivo, tener cariño, tratar con dulzura, o sentir una tierna emoción.

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El término, de hecho, está estrechamente relacionado con la palabra “matriz”, refiriéndose también a las “entrañas”, las cuales se ven afectadas cuando se siente de manera afectuosa y tierna la compasión o la piedad (Ver Is 63, 15 - 16; Jr 3, 11 - 20). Tradicionalmente, la religión cristiana ha enseñado la necesidad de practicar esta virtud, imitando la misericordia divina, en forma de obras, tanto “espirituales” como “corporales”. Obras de Misericordia Espirituales: Enseñar al que no sabe. Dar buen consejo al que lo necesita. Corregir al que yerra. Perdonar las injurias. Consolar al triste. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Rogar a Dios por los vivos y las almas perdidas. Obras de Misericordia Corporales: Visitar y cuidar a los enfermos. Dar de comer al hambriento. Dar de beber al sediento. Dar posada al peregrino. Vestir al desnudo. Liberar al cautivo. Enterrar a los muertos. “Misericordiando” Abordaremos una reflexión de José Rodríguez Mateos, uno de los blogueros colaboradores de “info vaticana”: “Si alguien preguntara por el Papa, y recibiera como respuesta que Francisco anda “misericordiando en las periferias”, con lógica pensaría que quien le responde, o está bebido, o anda de broma. Pero, ¿Qué ocurre cuando es el propio Francisco, el Papa, el que nos habla de esta suerte y de tal manera? En primer lugar, nos choca la frase, luego, intentamos comprender lo que expresa, y si lo conseguimos, finalmente incorporamos a nuestro lenguaje un modo de expresión nuevo: “Misericordiando” (una especie de gerundio de “hacer misericordia”), y “periferia” (es decir, lo que está fuera, o lo que rodea). “Misericordiando” es una palabra que ni siquiera el corrector del ordenador puede aceptar sin volverse loco. Por mucho que la reescribamos siempre la marca en rojo.

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¿Qué está ocurriendo, pues, con el léxico de Francisco, con su forma de expresarse y, aún más, con su pensamiento? Ocurre que entre un Papa Alemán y un Papa Argentino, hay un salto mayor que entre un Papa de color blanco y uno negro, con todos los respetos que ambos nos merecen. Mientras que el pensamiento, el lenguaje, es decir la “idiosincrasia” del pueblo germano, es concreto, concluyente y coherente, independiente de que sea o no acertado, el pensamiento del pueblo argentino, su lenguaje, es excesivo, provisional y hasta enredado, cargado de prosa y florituras, pero pocas veces determinante, hasta pasada media hora, que es lo que suelen tardar en declinar cuando toman el verbo... Esto, que no supone una falta, sino una peculiaridad, se vuelve un problema cuando, acostumbrados a la forma de expresarse de Benedicto XVI, clara y concisa, nos topamos con la de Francisco, recargada y a veces ambigua: “creo en Dios, no en un dios católico, un dios católico no existe, existe Dios”… ¡Con lo fácil que hubiera sido decir sólo creo en Dios! Seguir el verbo de Francisco está resultando una tarea de ímprobos esfuerzos, por lo que han surgido un sinfín de traductores y teólogos, que nos dicen, desdicen y luego vuelven a decir lo que dijo, pero que no pretendía decir, hasta que el Vaticano decida retirar lo dicho, anular la frase o colgarle el muerto a otro, si es menester, para salvar la curiosa y particular manera que el Papa Francisco tiene de entender y llevar su cargo Petrino. Por ejemplo: ahora mismo los Obispos y las conferencias Episcopales no saben si van a tener más poder autónomo, el mismo o aún menos, incluso ninguno, pues según parece, el Santo Padre, es dado a marearla y luego dejar a todos mirando al cielo, tomar él mismo las decisiones y pasar de todo, es decir, dejando en la periferia a todos aquellos que antes había estado “misericordiando” (Sandro Magíster 19 -12 -13). En conclusión, deberíamos ir acostumbrándonos a estas idas y venidas, que al parecer seguirán siendo la pauta de este papado; a decir que hemos leído por completo su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, en el “sueño” de Francisco por cambiar todo lo que sea necesario, incluso lo que nadie ha imaginado, pues en verdad, a imaginación y verbo, pocos como los argentinos…”

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CRISTO, FUENTE, CONTENIDO Y HORIZONTE DE LA CATEQUESIS

“Nosotros anunciamos a Jesucristo…” (Ver 1 Co 1, 23 – 25)

Decimos que Cristo es la “fuente” de nuestra catequesis porque de Él sale, de Él procede y dimana todo su contenido. No podemos inspirarnos o tomar en cuenta otras temáticas diferentes. Decimos que Cristo es el “contenido” de nuestra catequesis, porque a Él es a quien se comparte: su vida y su obra, sus palabras y sus hechos. No hay otra cosa que debamos transmitir. Finalmente, decimos que Él es el horizonte de nuestra catequesis, porque es nuestro “límite”, nuestra “finalidad”.

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