5 – PROBLEMAS DE LA COMPAÑÍA EN EL SIGLO XVIII · Durante el siglo XVIII se pusieron en marcha...

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5 – PROBLEMAS DE LA COMPAÑÍA EN EL SIGLO XVIII

5.1 La Revolución de los Comuneros

Durante el siglo XVIII se pusieron en marcha en Hispanoamérica una serie de

movimientos cuyas características fueron interpretadas de diversas maneras. Se trataba de

rebeliones, motines, movimientos de masas que fueron producto de una época de crisis o de

transformaciones que provocan discontinuidades, cambios de estructuras económico-

sociales y desequilibrios. Estos desequilibrios tenían sus orígenes en el choque entre los

sistemas administrativos imperantes desde el siglo XVI y las aperturas liberales del XVIII.

En este sentido interpreta Sánchez Barba (1963, p. 206 – 207, II) el movimiento

comunero del Paraguay que si bien sostuvo los argumentos de “autoridad de común como

superior a la del rey”, las causas del levantamiento “son esencialmente económicas en

cuanto protesta contra la progresiva expansión hegemónica que ejercían los jesuitas de las

reducciones”. De esta manera el autor descarta la idea de que movimientos como el de los

Comuneros, puedan ser considerados como “precursores” de la independencia ya que los de

tendencia emancipadora, tuvieron una identidad y una heterogeneidad bien

marcadas, muy superior a estas “muestras del cantonalismo regionalista

hispanoamericano”. (SANCHEZ BARBA, 1963, p. 206, II).

Vicente Sierra (1967, p. 97, 1700-1800) al analizar las causas de los movimientos

comuneros de 1721 y 1735, dice que el aislamiento del Paraguay lo hizo permanecer en un

estado medieval con respecto a sus consideraciones sobre el derecho del “común”, propio de

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la época del auge de las ciudades. Además había un factor muy importante dado por la

necesidad de mano de obra que se vio reducida por la explotación a que eran sometidos los

indios encomendados. Tanto en Asunción como en Corrientes, la miseria de los

encomenderos iba contrastando con la prosperidad de los pueblos de las misiones a medida

que disminuía la población indígena afectada al trabajo de la yerba. La cercanía de tantos

indígenas libres de las encomiendas bajo la administración jesuítica, era motivo de especial

irritación. A su vez, molestaba a los correntinos, el hecho de tener que marchar contra los

comuneros paraguayos con los que compartían el odio hacia la Compañía que les restaba

mano de obra.

Estos sucesos relativos a la revolución de los Comuneros que, originados en

Asunción, repercutieron en Corrientes, serán analizados a continuación desde la óptica de

las Cartas Anuas ya que al ser éstas inéditas, incorporan otra versión a la ya conocida de los

historiadores liberales.

5.1.1 De la Revolución en la Carta Anua de 1720 - 1730

Las noticias referentes a los sucesos ocurridos en la Provincia comienzan a partir de

1728, como ya dijéramos y no desde el inicio del período que abarca esta Carta. La

explicación se relaciona con el acontecimiento que afectó la vida de la Compañía como lo

fue la Revolución de los Comuneros.

Por ello, el Padre Lozano refirió los inconvenientes que tuvo para redactarlas con el

celo que se merecían: “han sobrevenido tantos estorbos, de epidemias, de guerras, de

crueles persecuciones contra toda esta Provincia, que apenas nos dejaron vivir...” (CA

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1720-1730, p. 2-3). Todo esto y la necesidad de defender la honra de la Compañía, ocuparon

tanto a los Padres que “no nos sobró tiempo para escribir cartas más prolijas”

Si la prédica del Obispo Cárdenas había cundido en las regiones vecinas, afectando a

Corrientes, cuanto más lo hizo este movimiento que tuvo como protagonista a José de

Antequera y Castro, Caballero de la Orden de Alcántara, natural de Chuquisaca. Había sido

enviado al Paraguay como juez de pesquisa del Gobernador del Paraguay, Reyes

Balmaceda. En un acto que no correspondía a sus funciones, se arrogó el gobierno, dejando

en el Paraguay “tan detestable semilla que no cesaron los alborotos, tropelías y desórdenes

extraordinarios hasta 1735”, como dice Hernández, (1913, p.27) coincidiendo con Lozano,

quien añade que en Paraguay “ hubo por diez años una cruel persecución contra los jesuitas

y todavía no se había calmado totalmente”. (CA 1720-1730, p.9).

Él personalmente estuvo involucrado en estos sucesos ya desde Santa Fe, donde se

encontraba en 1724, pasó a Corrientes donde se reunió con los Padres que habían sido

desterrados de Asunción y, luego, sería uno de los ocho que entró en medio de la algarabía

popular cuando los Padres fueron restituidos al Colegio. Allí trabajó durante la cuaresma de

1728 intercalando sus tareas apostólicas con las de ser historiador de la Compañía. Como

bien él mismo lo dijera, no fue tan explícito y pródigo en el relato de los acontecimientos en

esta Carta Anua, incluso, de la que Furlong, (1959, p.13) opina que el relato aparece como

truncado.

Distinguimos en la Carta, diferentes cuestiones:

a. Razones del odio a la Compañía en Asunción

Lozano, al reflexionar sobre el motivo de la “cruel persecución” contra los jesuitas

considera como “razón más plausible” a la “protección de nuestros nuevos cristianos,

ejercitada ya por más de un siglo por nosotros” Explica, entonces en qué consistía esa

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“protección” de los Padres hacia los indios: la defensa contra la “injusta servidumbre que se

llama servicio personal” (CA 1720-30, p.80). Agobiados por estos “servicios serviles y

laboriosos” que los indios aborrecían, preferían huir por las selvas antes de ser sujetos a

“tan intolerable yugo”. Esta huída los ponía también fuera del alcance de los de la labor

misional, por lo que la Compañía gestionó y obtuvo de España la orden de prohibición que

los indios de los 30 pueblos prestasen servicio personal. A consecuencia de esto, se originó

el odio y las calumnias que volvieron a intensificarse cuando, en 1721, Antequera desplazara

a Reyes Balmaceda del gobierno del Paraguay, quién también era objeto de la envidia de

“una considerable parte de los vecinos”.

b. Antequera contra los jesuitas

Continuando con el relato de Lozano en las Cartas Anuas de 1720 a 1730, asistimos

al nombramiento de Antequera como juez pesquisidor, la prisión de Reyes y su posterior

huída hacia las misiones donde buscó refugio. El Virrey del Perú restituyó a Reyes quién, a

su vez notificó a Antequera de esta medida a lo que el juez no obedeció. Por el contrario,

comenzó a sospechar que los jesuitas estaban en su contra y en adelante “se mostró ofendido

con la Compañía cuyo hijo se llamaba antes” (CA 1720-30, p.83-84). Muchos

aprovecharon y, “con un odio casi hereditario”, comenzaron a prevenir a Antequera en

contra de los Padres. El efecto fue inmediato ya que el juez-gobernador, llevó a la Audiencia

sus acusaciones y propaganda contraria.

c. Reacciones a favor de los Padres

Lozano registra en las Cartas Anuas, cuatro testimonios a favor de los jesuitas por

parte de las autoridades eclesiásticas y civiles.

Uno de ellos es la carta del Arzobispo-Virrey del Perú, Don Diego Morcillo, de la

orden de la Santísima Trinidad, al canciller de la Audiencia de La Plata, fechada en Lima el

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26 de mayo de 1723. En ella destaca la labor de los Padres, no sólo en el Paraguay sino en

todo el mundo, donde se distinguen “por la santidad de su vida” siendo la Compañía “ la

columna más firme tanto en la propagación de la fe entre innumerables infieles del

Paraguay, como para conservar en ella a los recién convertidos” (CA 17 20 – 30, p.84 -

85).

El Obispo de Buenos Aires, Don Pedro Fajardo, a quién Antequera había escrito, se

indignó, según Lozano y envió un escrito laudatorio hacia la Compañía dirigido al Rey en

los siguientes términos: “¡Pobres Padres por cuántas pruebas tienen que pasar! Y su

crimen consiste únicamente en la defensa de la causa de Dios y en la conservación y

aumento de las misiones del Paraguay”. Dice que ellos son los que: “saben consolar a los

afligidos, aconsejar a los perplejos, instruir a la juventud, dirigir los adultos en el camino

de la santidad”. Además, “prestan sus servicios a los sanos, auxilian a los enfermos” (CA

1720 – 30, p.91-91).

Coincide el obispo con la opinión de Lozano acerca de que estos méritos fueron

precisamente los que provocaron el odio de los paraguayos.

También escribió al Rey en defensa de los jesuitas, el gobernador del Río de la

Plata, Bruno Mauricio de Zavala, el 28 de mayo de 1724.

d. Expulsión de los jesuitas del Colegio de Asunción

Continuando con el relato del Padre Lozano, vemos que Antequera, a pasar de todo,

siguió su persecución contra los jesuitas utilizando la fuerza como único recurso. Continuó

con su campaña de desprestigio y los calificó de “perturbadores del orden público,

traidores de la patria y de Dios mismo” haciéndolos odiosos a los ojos de los paraguayos de

mil maneras. La única razón es que “no los pudo atraer a su partido y hacerlos cómplices de

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su propia traición, quedando ellos siempre fieles al Rey y a sus ministros” (CA 1720-1730,

p.92-93).

Como es costumbre, según lo dice Lozano, de emplear para las guerras a los indios

guaraníes convertidos por los jesuitas, el Virrey pidió también en esta ocasión que se

llevaran 4.000 indios de las reducciones para aplacar la sublevación. Al conocer Antequera

estos preparativos, mandó expulsar a los Padres del Colegio de Asunción en el término de

dos o tres horas. Si había resistencia, haría bombardear el templo y el Colegio para

“sepultarlos bajo las ruinas” (CA 1720-1730, p.95). Este ataque sería nuevamente tratado

por Lozano en la Anua siguiente.

Cuando los Padres estaban celebrando la novena preparatoria para la fiesta de san

Ignacio, de 1724 se los notificó del decreto del Cabildo. El Rector del Colegio respondió

que los Padres no eran intrusos allí, sino que habían llegado por Cédula Real “y son dueños

legítimos del Colegio” (CA 1720 – 30, p.95), de manera que sólo saldrían de allí por otra

Real Cédula. Ante la presencia de la fuerza, vieron que nada ganarían con resistirse,

entonces trasladaron a la Catedral

“el copón con las Sagradas especies, entregaron las llaves alVicario y se marcharon a pie, ala caída de la tarde, por laardiente arena del camino fuera de la ciudad sin llevar nada delcolegio, sino sus breviarios aunque el largo viaje hubieraprecisado no pocos preparativos” (CA 1720 – 30, p.95).

En esta forzosa retirada fueron seguidos por personas que lloraban, “en especial los

alumnos del colegio, los cuales vinieron en tropel para despedirse entre llantos de

desterrados no menos como que asistiesen a la muerte de sus padres.” (CA 1720 – 30,

p.95).

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Pasaron esa noche en el rancho de una india, comiendo solo un poco de maíz y, al

clarear el día siguieron, recibiendo bastimentos del canónigo del Paraguay, Alonso

Delgadillo quien los protegió contra los soldados que los insultaban. Así siguieron adelante

por montes espesos, pantanos fangosos soportando las inclemencias del tiempo.

No hay en la Carta de 1720 a 730, otras referencias a los sucesos, sí las hay en la

Carta siguiente correspondiente a los años de 1730 a 1735.

5.1.2 De la misma Revolución en la Carta Anua de 1730 a 1735

En esta carta, firmada por el Provincial, Padre Jaime de Aguilar, pero escrita por

Lozano, según Furlong y Leonhardt, quienes dicen también que parece haber sido retocada

por otro Padre para hacerla más ágil y menos densa, el autor retoma el tema que pareciera

estar trunco en la Anua anterior. Nuevamente se desató la Revolución Comunera en

Asunción repercutiendo más marcadamente en el Colegio de Corrientes.

Partiendo de la expulsión de los jesuitas en 1724 del Colegio de Asunción y del

regreso por mandato del Rey en 1728, relata que, en 1732 una nueva expulsión tuvo lugar y

el autor de estas Anuas reconoce en ella motivos semejantes a la anterior oportunidad: “la

antigua malevolencia y el odio de algunos habitantes de la ciudad por la fidelidad de los

jesuitas al Rey” (CA 1730-1735, p.41). Se renovaron las calumnias, las vejaciones y los

Padres fueron acusados hasta de cometer crímenes. Lozano describió como “caótico” el

estado que reinaba en Asunción, mientras que en su Historia de las Revoluciones de la

Provincia del Paraguay (1721-1735), (1905, p.155, II), utilizó una imagen más elocuente:

más que una “república de cristianos” parece “una confusa Babilonia.” La situación había

empeorado con la aparición de un libelo lleno de injurias hacia los jesuitas.

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Como ya dijimos, Lozano retoma el relato desde el momento de la primera expulsión

de los Padres del Colegio de Asunción, diciendo que estaban todos en la iglesia rezando,

cuando escucharon un griterío, destrozaron la puerta y entraron en tropel amenazando que

iban a matarlos. Fueron sacados por la fuerza y arrojados más allá del río Tebicuarí. (CA

1730-35, p.42).

5.1.2.1 De la repercusión en el Colegio de Corrientes

En ese entonces, el Colegio de Corrientes “casi se vio envuelto por la misma

tempestad que arruinó al Colegio del Paraguay. Pues fueron provocados por la misma

prevaricación los habitantes de Corrientes por los del Paraguay” (CA 1730-1735, p. 41) y,

a continuación, Lozano, hizo una aclaración muy semejante a la que también se encuentra en

la Historia de las Revoluciones, respecto a las características de ambos pueblos. Dice en la

Carta Anua que los habitantes de Corrientes “no son muy desemejantes en vida y

costumbres” de los asunceños (CA 1730-35, p.42) mientras que, en la otra obra

mencionada, señala que “los naturales de ambas ciudades frisan mucho en genios,

costumbres y afectos” (LOZANO, 1905, p.168).

Los correntinos fueron proclives a aceptar las insinuaciones de los paraguayos y se

rebelaron contra el Gobernador, nombrado por el Virrey, al igual que los Comuneros. Por lo

tanto, dice la Anua:

“...también aquí se turbó la relación con los nuestros y seconcentró también contra ellos el odio y la envidia de un modomuy natural y lógico, ya que la Compañía pareció a los traidorescomo la muralla más firme para conservar la fidelidad de lasmasas para con el rey y sus representantes” (CA 1730-1735, p.46).

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Atizados por los paraguayos, los correntinos también pretendieron disolver el

Colegio, expulsando a los Padres de la ciudad. Lozano dice que lo hubiesen ejecutado sin

duda, de no contar con el apoyo de José Aranda, comendador de los mercedarios. Dice la

Carta que por “su gran afecto a la Compañía se resolvió defendernos arengando a los

tumultuosos y afeándoles su sacrílego intento” (CA 1730-1735, p.46). Aranda amenazó con

abandonar la ciudad junto con sus compañeros si los jesuitas eran desterrados. Estas

palabras causaron efecto porque los de Corrientes “volvieron a su juicio”, pero, no obstante

no retornó del todo, la confianza de ellos hacia los Padres y lo manifestaron molestándolos

“interceptando las cartas pero, no hallando nada de comprometedor en ellas, dejaron

también de esto” (CA 1730–35, p.46).

Sin embargo, no todos los mercedarios adoptaron la misma actitud de Aranda ya que

otro miembro de la orden, escribió un libro contrario a los jesuitas y comenzó a divulgarlo

entre la gente.

Enterado el Virrey del Perú, se indignó y lo mandó a comparecer a Lima para

imponerle castigo. “Pero la justicia divina se anticipó y le mandó una enfermedad y que

causa horror en quienes lo ven” (CA 1730-35, p.46).

5.1.2.2 De otras repercusiones de la Revolución de los Comuneros y demás

circunstancias sobre Corrientes, según la Carta Anua de 1735 a 1743

También escrita por el Padre Pedro Lozano, esta Carta contiene referencias directas

respecto a la repercusión de la mencionada Revolución en las misiones de los ríos Paraná y

Uruguay que, indirectamente afectaron las frágiles relaciones entre los correntinos y los

jesuitas. Se trata de las consecuencias de las acciones emprendidas por orden del

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Gobernador de Buenos Aires para evitar que los Comuneros continuaran sus planes contra

los pueblos de las misiones.

Lozano, al enumerar los males que afligieron a las reducciones en los últimos nueve

años, señalaba como primera fuente de ellos, la guerra del Paraguay, en la cual

“...los Comuneros querían ocupar 7 reducciones, o todas sipodían y sujetar a los indios a la esclavitud y atrincherarse paraque no pudieran entrar allí con fuerzas armadas los quequedaban fieles al rey” (CA 1735-1743, p.343).

Para evitar esto, el Gobernador de Buenos aires, Don Bruno Mauricio de Zavala, del

que dependían los treinta pueblos, “mandó poner en pie un ejército de indios de 30.000 de

éstos por tres años” (CA 1735-43, p.343). Los efectos fueron desastrosos, ya que no había

quién cultivara la tierra para sustentarlos. Las familias comenzaron a sufrir hambre y los

Padres debieron obligar a los pocos que quedaban a hacer todos los trabajos por los

ausentes, sabiendo que “suelen ellos siempre ser remisos en lo que cede en provecho ajeno,

y no para su propia comodidad” (CA 1735-43, p.344).

A esta situación se incorporaron las hambrunas ocasionadas por las sequías y la falta

de ganado que el Padre Lozano describe muy bien, destacando sus efectos que escaparon a

las posibilidades de control por parte de los jesuitas. Dice que el año 1733 fue

extremadamente estéril, durando la sequía desde diciembre hasta marzo de 1734 arruinando

las cosechas.

“Ya que muchos pueblos carecen de ganado vacuno (...)se desparramaron los indios por todas partes, vagando por losmontes como frenéticos, para que juntamente con sus mujeres yniños, buscasen algo que comer” (CA 1735-1743, p.345).

Otros huyeron a los pueblos vecinos, otros se fueron en balsas río abajo hasta los

pueblos de españoles, otros a las estancias donde estaban las vacas de los pueblos de las

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misiones, atropellaron a los vaqueros que cuidan los ganados de cada una de las

reducciones, originando peleas y muertes.

“Subió el hambre a tal grado, que estos pobresmiserables caían muertos a lo largo de los caminos; quedandootros tan debilitados que ya no podían sostenerse bajo sus pies,abandonando sus casas para que no oyesen más el llanto de sushijitos hambrientos” (CA 1735-1743, p.345).

Las misiones florecientes de antaño, se habían convertido en una especie de pueblos

fantasmas a juzgar por las expresiones de Lozano, no quedaban huertas ni cultivos y los

animales de cualquier tipo, eran devorados por los sobrevivientes. Las escenas descriptas

tienen tintes aterradores y, en medio de ellas, los Padres intentando todo para paliar el

sufrimiento.

El hambre se transformó en una “enfermedad incurable” que “les atacaba los sesos

y los indujo a devorar el cuero crudo de los animales y, en algunos pueblos, hasta la carne

de gatos y perros” (CA 1735-1743, p.346). Uno de los misioneros tuvo que arrancar de la

boca de las criaturas, pedazos de cuero ya que, imposible de digerir, había provocado la

muerte de muchas de ellas. Esta situación los hizo tornarse insaciables y poco podían hacer

los Padres más que buscar ellos mismos comida y repartirla a los niños y niñas dos veces

por día. Esto les causaba consternación y aflicción al ver que los pueblos se arruinaban.

Las semillas escaseaban ya que las reservas se habían agotado, pero los Padres se

esforzaron en buscarlas y las repartieron entre los indios. Pero ellos se las comieron,

haciendo fracasar el intento de contar con una próxima cosecha. Otra imagen que surge del

relato de Lozano, es la de los indios recogiendo de noche en los campos, lo que otros habían

sembrado en el día.

Y el relato continúa con detalles que, a nuestro criterio, explican muchas de las

críticas, ataques y acusaciones que, en su momento y posteriormente, se hicieron contra la

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Compañía y los indios misioneros, hasta considerarlos como otro “enemigo” que impidió a

los correntinos descansar. (MANTILLA, 1972, p.83).

Continuando el relato, otro problema se incorporó a los ya maltrechos campos de

cultivo de los jesuitas: las semillas que salvaron y alcanzaron a brotar, se helaron en las

noches del 20, 21 y 22 de agosto de 1733, llevando a los indios a la desesperación “tanto

que ya no le hacían caso de los misioneros que los animaron y obligaron a sembrar de

nuevo” (CA 1735-1743, p.347).

La cosecha era indispensable como recurso alimenticio pues el ganadero de otrora, se

había agotado “ya que la codicia de los españoles y de los lusitanos había despoblado

aquellas inmensas y fertilísimas praderas donde pastaban antes millones de vacas

cimarronas” (CA 1735-43, p.348). Lozano explica que todo esto se debió al incremento del

tráfico mercantil ya que los vacunos eran vendidos a Perú y Chile, mientras que los cueros

eran exportados a Europa, vía Brasil o Buenos Aires.

Todavía los Padres contaban con algunas reservas en los campos de Yapeyú y San

Miguel, antes poblados de ganados, pero también casi agotados hacia 1735. Acostumbrados

ya al consumo de carne, los indios debían retornar a su antigua forma de alimentación, lo

que ya no los satisfacía. El resultado fue que muchos volvieron a las selvas en procura de

alimento, abandonando nuevamente los campos en los que la lluvia que llegó finalmente, en

los meses más secos de noviembre y diciembre, había hecho crecer cizañas, ahogando la

buena semilla. De tal manera que cuando los indios “volvieron de los esconderijos de las

selvas, se echaron en bandadas sobre los campos ajenos, para saciar su hambre con lo que

habían sembrado” (CA 1735–43, p.348).

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Fue difícil de calcular el número de muertos por hambre, pues muchos morían

vagando por los campos, pudiendo constatarse de acuerdo al censo realizado, la muerte de

10.130 indios, entre ellos 6.094 párvulos.

5.1.2.3. De los acontecimientos de 1735 según la Carta Anua de 1735 a 1743

Dividiremos estos acontecimientos en dos aspectos para continuar con el análisis de

aquellos que, afectando a los pueblos de las misiones, repercutieron en la ciudad de

Corrientes y en sus relaciones con la Compañía. Por un lado, las constantes del hambre y la

escasez con las consecuentes invasiones a la jurisdicción de Corrientes en procura de

alimento. Por el otro, la reorganización de un nuevo movimiento Comunero que, en 1732

había asaltado el Colegio de Asunción y expulsado nuevamente a los jesuitas. Pronto se

incorporará un problema de vieja data: el de la Colonia de Sacramento y el tratado de

Madrid.

a. El hambre, la escasez y sus efectos

En 1735 no se terminaron ni el hambre ni las penurias, por el contrario, se

acrecentaron ocasionando nuevas huidas de indios y abandono de los campos y pueblos.

Todo aprovechado por los charrúas a los cuales se acercaban los guaraníes en busca de

comida, encontrando la muerte para secuestrar sus mujeres.

Otros “se retiraron a la célebre laguna de Yberá, donde levantaron una especie de

sinagoga de Satanás” (CA 1735-1743, p.356-357). Al perjuicio espiritual que significaban

las imitaciones de ceremonias sagradas en las que los supuestos párrocos celebraban

matrimonios, se unía el que infligían con sus “invasiones hostiles a la vecindad de la ciudad

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de las Siete Corrientes y a las estancias de ganados españoles, cometiendo homicidios

cuando lo precisaban para cometer sus hurtos impunemente” (CA 1735–43, p.357).

El atrevimiento de éstos llegó a tal punto que los españoles le declaraban la guerra

para reprimirlos. Pero Lozano rescata también la actitud de otros “que no eran tan malos” y

transmigraron a tierras circunvecinas a la ciudad de Corrientes por lo que eran más fáciles de

controlar y reencauzar hacia sus pueblos. En esta tarea estuvo comprometido el Padre

Ignacio Pérez, rector del Colegio de Corrientes, quien tenía especial aprecio por estos indios

ya que había sido misionero entre ellos, logrando enviarlos de regreso a las reducciones.

La magnitud de estas tragedias que sufrieron los indios misioneros está en las cifras

que proporciona la Anua: había, en 1735, 8.022 personas desaparecidas las cuales formaban

1.354 familias. Los difuntos fueron 2.637 adultos y 3407 párvulos. (CA 1735-43, p.358).

Los indios fugitivos, olvidaron sus costumbres cristianas asolados por el hambre, lo

que los llevó a cometer imprudencias al desparramarse sin control por campos, montes y

bañados, muriendo devorados por tigres o dándose muerte entre ellos mismos.

También sufrieron sequía los pueblos más cercanos al Paraguay, faltaba ganado

hasta en las estancias a lo largo del Uruguay, otrora tan plenas, porque la sequía las había

diezmado. Una manga de langostas había hecho lo suyo, destruyendo los pastos, con la

consiguiente muerte de vacunos.

b. Efectos del movimiento comunero en los indígenas

Desde enero de 1735 a mayo de 1736, por orden del gobernador, Bruno Mauricio de

Zabala, 1200 soldados indios fueron sacados de las misiones para acampar en las márgenes

del Tebicuarí para actuar contra los comuneros. Este hecho repercutió también en la gran

merma de ganado que fue necesario para su manutención. Ytatí fue el centro de desde donde

emprendieron en cruce del Paraná, costándoles gran trabajo llegar desde los pueblos hasta el

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campamento. Muchos habían recorrido hasta 100 leguas por “caminos intransitables por las

extraordinariamente copiosas lluvias de los pasados meses de noviembre y diciembre” de

1634 (CA 1735-1743, p.367). Pasaron a nado riachuelos convertidos en ríos por las lluvias

además de “pasar con el agua hasta el pecho por los pantanos, sin contar con el paso por

los grandes ríos Paraná y Uruguay” (CA 1735-1743, p. 367). La Anua registra también la

actitud de alegría con que los indios efectuaron ese servicio al Rey, alentados por los

misioneros.

La falta de caballos hizo que el gobernador Zabala solicitara al Superior de las

misiones, Padre Bernardo Nussdorffer, que hiciera recoger caballos allí y vacas puesto que

las que traían se habían puesto muy flacas por la distancia recorrida. Estos hechos hicieron

que, tanto misioneros como indios se hicieran odiosos a los ojos de los habitantes, por su

lealtad “ya en el tiempo de Antequera y ahora en el de los llamados Comuneros rebeldes del

Paraguay” (CA 1735-1743, p.372). El gobernador se conmovió al comprobar esta lealtad

frente al odio y persecuciones de los paraguayos, demostrando agradecimiento también por

la colaboración de los Padres, escribiendo al Superior. También redactó un informe al Rey

donde defendió a los indios de las calumnias que eran objeto. Todas estas acciones fueron

cumplidas por los indios sin recibir salario alguno, adquiriendo a sus propias expensas, las

armas necesarias, como lo destacó el Gobernador.

5.2 La cuestión de la Colonia del Sacramento

Desde su fundación, en 1680, la presencia de la Colonia de Sacramento por parte de

los portugueses en el estuario rioplatense, será motivo de largas idas y vueltas de y hacia

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España o Portugal, de acuerdo con las conveniencias políticas y habilidades diplomáticas de

ambos reinos.

Los indios misioneros que siempre eran requeridos en cuanto a prestar servicios en

las guerras, fueron llamados a sitiar y tomar la Colonia, acciones que les demandaban duros

trabajos como trasportar armas, abrir trincheras, levantar baterías. Estos indios respondían

acudían a prestar servicios de guerra ante el menor requerimiento, dejando en sus tierras

todas sus pertenencias y familias, avanzando a pie, con recursos insuficientes y sujetos a las

decisiones de los jefes que los desafectaban dejándolos totalmente desprovistos de lo

necesario para emprender el regreso a sus pueblos. A la deriva y hambrientos, provocaban

desmanes perjudicando a las estancias correntinas, con robos y asaltos, como se verá en las

Anuas.

5.2.1 De la cuestión de la Colonia en la Carta Anua de 1735 a 1743

Estando las reducciones arruinadas por tantos males, los indios debieron nuevamente

marchar a cumplir con otro servicio a la corona como lo fue el asedio de la Colonia de

Sacramento, para echar de allí a los lusitanos. Tres mil indios marcharon por un camino de

150 a 200 leguas andando a pie por falta de caballada, a iniciar el sitio en el que

permanecieron hasta marzo de 1736.

Algunos indios sitiadores entraron en tratos con los lusitanos, siendo objeto de azotes

y fusilados, pero muchos españoles que tenían intereses con los portugueses de la Colonia,

y no deseaban que éstos sean privados de ella, “exageraron maliciosamente los excesos de

estos pocos indios, intrigando para que los separasen del cuerpo de ejército” (CA 1735-

1743, p. 399), sabiendo que de este modo fracasaría el asalto.

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Las calumnias contra los indios se generalizaron hasta que el gobernador Don

Miguel de Salcedo quién dio crédito a los rumores, mandó que se retirasen los indios del

ejército sitiador. El oficial encargado de cumplir las órdenes, las ejecutó con poca

consideración, mandando de regreso a los indios sin tropa de ganado para su sustento. Solo

les quedaron 300 vacas con las que emprendieron el camino de regreso, a paso lento casi

muertos de hambre, con los campos secos y el ganado agotado.

Esta situación debió haber afectado nuevamente a las estancias de Corrientes ya que:

“...como en el campamento se habían acostumbrado a comercarne, que había en abundancia, no aguantaron la escasez dealimento, y se tomaron la libertad de irse armados a las estanciasde ganado, y de proveerse por fuerza y a gusto de sus sustento.De allí se originaron muchos atropellos y excesos de lo cual nohay que admirarse entre bárbaros, cuando muchas veces hasta enEuropa, suele suceder esto, recién acabadas las guerras,inundando las regiones bandadas de pillos y ladrones.” (CA1735-1743, p.401).

La Carta Anua continúa describiendo el crítico estado de las reducciones en 1736 a

consecuencia de las campañas y de las fuerzas de la naturaleza que también colaboraron

para hacer más patética la situación. Los indios que no fueron a la guerra muy pronto se

unieron a los que sí lo habían hecho causando nuevos males, “abandonando el trabajo

honrado, con el cual tenían que sostener a sus mujeres e hijos, alistándose en aquella tropa

de holgazanes” (CA 1735-43, p. 401).

La helada deshizo todos los cultivos, lo mismo que una nueva sequía no permitió

otra siembra. La imagen siguiente es también muy elocuente en la descripción de situaciones

que pudieron haber afectado a las estancias correntinas, aumentando el disgusto de los

habitantes:

“Podían verse tropas de 80, hasta 100 indios (no contándoselas malas mujeres ni a los párvulos, a los cuales desparramó el

177

hambre por todas partes), los cuales vagaban por las estancias,asaltando y matando cruelmente a los pastores, que cuidaban elganado; e inundaban los caminos públicos, atropellando tropasenteras de ladrones a los viajeros, despojándolos de todo lo quetenían, y, en caso de resistencia, acabando con ellos. (...) Otrosque se habían retirado a los montes, perecieron por viruela,como otros tantos, que se habían refugiado a las ciudades deSanta Fe, la Asunción y Corrientes.” (CA 1735-43, p.402).

La situación poco a poco se hacía incontrolable para los jesuitas de las reducciones a

quienes ya les resultaba imposible retener a los indios en medio de tantas calamidades.

No obstante, fue importante en ese período, aunque no se menciona en la Carta

Anua, la llamada Cédula Grande de Felipe V, expedida el 28 de diciembre de 1743, que fue

una reivindicación del sistema y organización de las misiones del Paraguay, resolviendo a

favor de los jesuitas y los indios, todos los puntos y materias en las que habían sido

acusados.

5.2.2 De la misma cuestión en la Carta Anua de 1750 a 1756

La Cédula Grande, fue una conquista efímera ya que, como dice Pastells (1943, p.

XXIII ) “los enemigos de la Compañía, consiguieron pocos años después contra ella el

tratado de Límites con Portugal, preámbulo de la expulsión de Carlos III y de la ruina de la

orden, gestionada por las cortes borbónicas”.

Los sucesos ocurridos en esa oportunidad aparecen en la Carta Anua escrita por el

Padre José Barreda que abarca el año en que se celebró el tratado y sus consecuencias. Si

bien no hay referencias concretas al colegio de Corrientes, los acontecimientos sirvieron

como alimento a los que conspiraban contra la Compañía en esa época. La influencia de

estos sucesos aparece evidente en la historiografía correntina actual.

178

En el capítulo destinado a las misiones, el Padre Barreda, auguraba tiempos peores:

“Cultivaban [hasta ahora] esta tan floreciente provincia deneófitos cerca de 80 sacerdotes [...]Dije: cultivaban; pues enadelante (si Dios no dispone otra cosa), no habrá nada quepuedan cultivar” (CA 1750-1756, p.22)

El estado de ánimo del Padre refleja el patetismo de la situación: “¡Con cuanto dolor

mío tengo que declarar tal triste estado de cosas; y con cuantas lágrimas estoy

escribiéndolo!” (CA 1750-56, p.22).

Las causas de este dolor que hizo escribir al Padre que “jamás estaba la Provincia

tan profundamente acongojada”, también aparecen registradas:

“Y no consiste nuestro dolor en que esté resonando Europa de lasabsurdas fábulas sobre nosotros, que han propalado losholandeses, imputándosenos la aspiración de nuevos imperios yreinos; teniéndonos los unos por traidores, y los otros por impíos;denunciando algunos también que acuñamos monedas, y quemanejamos armas. No hacemos caso de todo eso [...] Sino, lo quesentimos, y debemos sentir, es que tantos neófitos y tan religiososson arruinados por completo.” (CA 1750-1756, p.22)

Se debió toda esta congoja y abatimiento a la firma del Tratado de Madrid por el cual

se pretendía que la Compañía renuncie al “gobierno de todos los pueblos de los guaraníes”.

(CA 1750-56, p.22) El tema fue tratado en una Congregación Provincial reunida en

Córdoba, donde los Padres opinaron que si se abandonaban los pueblos en manos de los

oficiales reales, “se arruinarían más prontamente”, pero ante la gravedad de las

circunstancias, se decidió dejar todo en manos del Padre General.

La noticia sobre el tratado de Madrid, llegó primero por vía del rumor, por lo que no

fue considerado como real por parte de las mismas misiones afectadas, creyéndose que eran

artimañas de los lusitanos. El Superior de las mismas, Padre Bernardo Nussdorffer, ordenó

inmediatamente que no se dijera nada a los indios, pues “como ninguna cosa en más odiosa

179

a los indios, que abandonar los sepulcros de sus mayores, era de prever un gran alboroto”

(CA 1750-56, p.24).

En 1751 llegaron las letras reales confirmando la noticia de la entrega de los siete

pueblos orientales del Uruguay - San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Juan, Santo

Angel San Francisco de Borja y San Miguel – a los lusitanos a cambio de la Colonia de

Sacramento. El Padre Francisco Retz ordenaba por carta, el inmediato acatamiento de lo

estipulado, la trasmigración de los indios, recomendando “que no dejase piedra por mover”,

para poder entregar los pueblos ya desiertos a los Comisarios Reales.

Pero los Padres, en vista que nada se indicaba acerca de los de qué campos se

entregarían, decidieron que lo correcto sería esperar la llegada de los Comisarios para saber

qué tierras podrían ocupar. Simultáneamente pidieron al virrey del Perú, a la Audiencia de

La Plata y al Padre General, que solicitaran la revocatoria de tal medida, enviando a Madrid

al Padre Logu para tratar estas cuestiones. Al pasar por Río de Janeiro, el gobernador Gómez

Freyre lo detuvo impidiéndole continuar el viaje.

Las órdenes de evacuación de los pueblos continuaron siendo recibidas en diferentes

oportunidades, según lo especifica el Padre Barreda, para lo cual él mismo debía dirigirse a

las misiones para dar cumplimiento a las mismas. Los misioneros, por su parte, respondieron

que pondrían todo su empeño en ejecutar esta tarea que consideraban difícil, pero que lo

harían por gratitud hacia el Rey Fernando VI.55

Los caciques y cabildos consultados acerca de si querían permanecer en los pueblos

y acatar la nueva dominación lusitana, respondieron que se irían, siguiendo a los españoles.

55 La Carta de 1750-56 brinda elementos para el análisis de la actuación de los Padres frente al Tratado de 1750.Para el mismo asunto ver la Relación del P. Nusdorffer sobre el plan de mudanza de los siete pueblos, enCortesão, 1970: VII, 139-300. También Mörner, 1968: 135-136, sobre Barreda, los demarcadores y Escandón.

180

Para ello, los de San Luis solicitaron al Padre Superior que se les otorgue “aquel

terreno que tiene por términos el lago Iberá, y los ríos de Santa Lucía y de Miriñay” (CA

1750-1756, p.28). En los otros pueblos, las respuestas fueron de acatamiento, pero el

Superior, sentía algo de temor porque los indios eran inconstantes. Pero continuó con los

trámites enviando a misioneros e indios a diferentes direcciones para ver sitios apropiados

para la instalación de los nuevos pueblos.

Mientras tanto se producía la llegada de los comisarios que fueron esperados por el

mismo Padre Barreda y su secretario, el Padre Juan Escandón. El jefe de los enviados reales,

era Don Gaspar de Mundive, marqués de Valdelirios, senador del Consejo de Indias. Como

comisario, encargado de las misiones, había llegado el Padre Luis Lope Altamirano.

Aunque las dificultades eran muchas, “los párrocos se dedicaron a esta tarea con

toda su alma” (CA 1750-56, p.31), pero aparece descripta en la Anua, una circunstancia

que provocó la ira de los indios. Se trató de una solicitud que hiciera el Padre Nussdorffer

ante el Provincial Barreda, autor, como ya sabemos, de la Carta 1750-1756, de que se diese

posibilidad a los indios de arar y sembrar en las nuevas tierras para que tuvieran que comer

cuando se instalaran en ellas. El provincial hizo gestiones ante el comisario y éste, las hizo

ante Valdelirios quien comprendió y les concedió hacer sus sementeras y un plazo de tres

años para poder realizar la trasmigración sin problemas. Barreda dispuso que, mientras unos

trasmigraban, los otros se ocuparían de cultivar la tierra, trasladando de inmediato “los

arados y las herramientas; otros a sacar las cargas de propiedad común y privada”; (CA

1750-56, p.32) se construyeron carretas, mientras que los indios de Jesús, Trinidad y Santo

Tomé, levantaron ranchos para los nuevos pobladores. Se calculaba que en seis meses

estaría concretado el traslado, pero inesperadamente, llegó una carta del Padre comisario al

Padre superior donde le solicitaba urgiese la trasmigración para que no se impaciente el

181

comisario lusitano. Dice Barreda: “Después de habérsele leído esta carta a los indios, es

increíble describir la mala impresión que produjo entre ellos, tanto que [pareció que] les

había entrado el demonio.” (CA 1750-56, p.34) Y más adelante agrega: “cuando el superior

y los curas estaban avisando a los indios y promoviendo la empresa, primero empezaron a

refunfuñar, después a contestar abiertamente, y al fin a alborotarse” (CA 1750-56, p.36)

Los primeros en manifestarse fueron los indios de San Nicolás que negaron obediencia al

Párroco “gritando desaforadamente que de ninguna manera se debían abandonar sus sitios

antiguos” (CA 1750-56, p.38). Los de San Miguel siguieron el ejemplo, comenzando a

enfurecerse cuando vieron que el Padre Diego Palacios retiraba los ornamentos y cuadros

del templo, acusándolo de querer entregar todo lo que les había costado tanto, a los

lusitanos. Comprendiendo que no se demoraba el traslado, en lugar de darles tiempo para

hacerlo,

“...echándose ya de su casa a los ancianos, niños ymujeres, teniéndose ellos que marchar cincuenta y hasta cienleguas lejos, despojándose sus templos, que les eran más carosque su misma vida, entregándose sus casas y pueblos a loslusitanos, sus enemigos encarnizados; considerando ellos quetenían que marcharse a lugares, donde no había nada, ni templo,ni casas [...]lo tenían, naturalmente por una inmensa desgracia,subiéndoles las lágrimas a los ojos y quedando su corazón comoparalizado de sentimiento” (CA 1750-1756, p.40).

El Padre Barreda justifica luego, que todas estas “tristes consecuencias no se deben a

las artimañas de los jesuitas, sino al justo dolor de los indios” (CA 1750-56, p.40).

A partir de allí todas fueron urgencias e intentos de los comisarios por apresurar y de

los Padres por cumplir con más energía las órdenes, encaminándose al frente de sus pueblos

para que los indios los siguiesen, ocurriendo todo esto en 1752.

En enero de 1753 debía realizarse la total trasmigración pero la rebelión fue

haciéndose general en San Nicolás, San Miguel y San Juan mientras que los de Santo Angel

182

se movían de muy mala gana y lentamente mientras los caciques se reunían secretamente.

Los de San Luis se negaron dos veces a avanzar también por temor a los charrúas a pesar de

la escolta que le prestaron los de los pueblos de Yapeyú y de La Cruz.

A continuación, la Carta es pródiga en detalles acerca de las reacciones que provocó

la presencia de los demarcadores, ocupando los de San Miguel el camino de acceso

obligándolos a volver a Buenos Aires. A consecuencia de estos acontecimientos “se hablaba

mucho contra los guaraníes, y algo también contra los jesuitas” (CA 1750-1756, p.53).

El Padre Barreda puso empeño en oponerse a las habladurías tratando de convencer a

todos que “la rebeldía de los indios no provenía de la codicia de los jesuitas”, renunciando

él mismo públicamente ante el obispo y el gobernador, a los siete pueblos.

Los comisarios, al ver las demoras y que los Padres no conseguían nada con los

indios, presentaron al gobernador Andonaegui la Real Cédula que ordenaba desalojar a los

indios por la fuerza. El gobernador dirigió una carta a los sediciosos para que dejasen la

resistencia armada y no lo hacían “los tendría por enemigos declarados, y los perseguiría a

sangre y fuego”. (CA 1750-56, p.56) El alegato de los indios es conmovedor en cuanto a sus

argumentos de fidelidad al Rey, su fe cristiana y de las reiteradas ocasiones en que España

los había defendido de los lusitanos.

El gobernador decidió que no podía esperar más y declaró la guerra en contra de los

indios, mandando levantar tropas en las ciudades de Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires,

resolviendo el comienzo de la marcha para agosto de 1753.

Los Cabildos de los pueblos enviaron al gobernador cartas, incluso aquellos que no

tenían que mudarse como el de Concepción, pero que tenían sus estancias y yerbales en la

zona y que serían condenados a la ruina pues no habían encontrado aún otros terrenos para

establecerlos, para pedir protección. Las cartas, llenas de sencillez y sinceridad, que

183

demostraban un gran apego a los pueblos establecidos, no causaron ninguna impresión y

continuaron los preparativos bélicos, también por parte de los indios que vieron la inutilidad

de sus súplicas.

El Padre Barreda hizo un último intento escribiendo al marqués de Valderirios con

nuevas argumentaciones y alegatos en contra de la guerra que se aproximaba, levantando la

voz “para que el marqués no movilice el ejército; para que suspenda la guerra; para que

espere hasta nuevas órdenes de parte del Rey”. (CA 1750-56, p.69-70) Los trámites que

siguieron fueron infructuosos y Andonaegui amenazaba con devastar todo a sangre y fuego,

enviando el comisario estrictos preceptos a los párrocos del Paraná y del Uruguay y

especiales para los de los pueblos a entregar. Al conocerlos, los indios se enfurecieron aún

más y los de San Nicolás le arrebataron al Padre la llave del arsenal, llevándose las armas.

Corrieron rumores que el Padre había vendido indios y pueblos por cuatro mil pesos que en

realidad, era la cifra que el Rey de España había ordenado repartir entre los indios de cada

pueblo para contribuir a los gastos de la trasmigración.

En adelante, todo serían inconvenientes, ardides de los indios, artificios para demorar

las comunicaciones, añadiéndose a ello, una serie de calumnias como lo eran las que

enumera la Anua:

• Los jesuitas habían colocado en el Paraná baterías de cañones, trincheras y

fortificaciones;

• Movilización de un ejército de cuarenta mil hombres en los accesos a las

misiones con la intención de “impedir el descubrimiento de minas de oro”

(CA 1750-56, p.85) explotadas por los jesuitas en perjuicio del erario real.

• Fundación de un imperio en las misiones, cuyo emperador era Nicolás I,

según versiones que habían llegado a Europa llevadas por los portugueses.

184

El jesuita emperador, sería el superior de las misiones, Padre Matías

Strobel56 a quien le habían transformado el nombre en Nicolás y el apellido

en Stromp, “el cual significa en holandés: trueno” (CA 1750-56, p.85-86)

convirtiéndolo en un tirano sanguinario que “con su rayo postró a los

jesuitas en América, y con su trueno se hizo oír en Europa”

Esta última calumnia, causó más risa que enojo y, cuando el gobernador de Buenos

Aires y los jeves militares, pasaron por el territorio de las misiones, no encontraron ninguna

evidencia del famoso Nicolás I.

Circuló la versión que en la ciudad de Corrientes, “es decir casi a la entrada de las

Misiones, afirmaron algunos bajo juramento, que había dos columnas de ejército de

guaraníes, que forman un cordón para custodiar sus estancias y fronteras.” (CA 1750-56,

p.87). Éstos se habían ya opuesto a los demarcadores reales, lusitanos y españoles, habiendo

sido muertos por los indios cuatro individuos que navegaban río Paraguay arriba siendo estas

declaraciones enviadas a Madrid. Pero lo cierto es, según el Padre Barreda, que todos los

demarcadores “han vuelto, sanos y salvos a la misma ciudad de Corrientes y después a

Buenos Aires...” (CA 1750-56, p.87).

Frustrados todos los intentos de pacificación, ambos campos se prepararon para la

guerra que se extenderá entre 1753 y 1756. Sigue, a continuación en esta Anua, el relato de

los sucesos que tienen relación con esta guerra, de los que tomaremos solamente aquellos que

tuvieron mayor repercusión en la ciudad de Corrientes y en sus deterioradas relaciones con la

Compañía. Un episodio ligado a esta guerra tiene relación estrecha con los hechos que

afectaron a Corrientes y está relacionada con la muerte en manos de los indios de Yapeyú, de

Don Bernardo Carajus, cabildante de aquella ciudad, que no tuvo la condena suficiente por

56 Una versión diferente es la que refiere Aurelio Porto (1954: IV, 218-223) quién dice que Nicolás I seríaNicolau Nenguirú, Corregidor del pueblo de Cocepción, conocido y mencionado por el P. Cardiel.

185

parte de los jesuitas y despertó nuevos resentimientos en la ciudad. Casajús fue enviado por el

general Andonaegui al Padre Antonio Estellez, párroco de Yapeyú con varias cartas, una de

ellas para éste en la cual le anunciaba que había llegado con dos mil soldados al Itú y le

solicitaba reses y caballos “y le mandó alistar en el paso del río Ibicuy canoas y bogadores,

para trasladar al ejército.” (CA 1750-56, p.93) Le preguntaba además sobre si los indios se

habían y decidido a obedecer o a resistir. Al llegar Carajus al paraje Don Pedro del río

Miriñay, fue interceptado por los guerreros de Yapeyú ante los que insistió en que tenía cartas

para entregar personalmente al párroco, intentando abrirse camino por la fuerza. Dice el Padre

Barreda:

“Pero, esa gente, ya airados por si mismos, seexacerbaron más todavía por las amenazas, asaltaron al senador,y derribaron a él y a uno de su comitiva, y se apoderaron de lascartas. Andonaegui sintió mucho la muerte del senador, tanto más,cuando se vio en aprieto cada vez mayor, no sabiendo ya, como ypor quién se podía comunicar con el párroco de Yapeyú” (CA 170-56, p.94).

El historiador Mantilla (1972, p.107, I) dice que, tanto la tropa correntina 57 como en

la ciudad de Corrientes hubo sublevación e indignación y considera que este asesinato era

una “venganza política de los jesuitas”.

Mientras Andonaegui trataba de solucionar este problema de comunicación con

Yapeyú, “le ofreció espontáneamente sus servicios Don Nicolás Antonio, tesorero de la

misma ciudad de Corrientes”(CA 1750-56, p.94). No quiso éste aceptar la custodia

importante que aquél le ofreció, diciendo que le bastaban veinte hombres, pero cuando iban

hacia Yapeyú, estando dormidos una noche, los indios le robaron los caballos, por lo que el

tesorero tuvo que desistir y regresar.

186

No hay otra mención a Corrientes en el resto de la Carta que continúa con una

descripción pormenorizada de la guerra, incluyendo diálogos y trascribiendo cartas.

Otros detalles sobre la repercusión de la guerra guaranítica sobre Corrientes, están en

Mantilla (1972, p.106-109), que indican la intensidad y alcances de los mismos en el ánimo

de los habitantes. Considera que el Tratado de Madrid fue una torpeza porque afectó las siete

prósperas reducciones de la Compañía que “trabajó desesperadamente por anular el

compromiso internacional, y ante la inutilidad de sus esfuerzos, autorizó la resistencia

armada de los pueblos permutados” (MANTILLA, 1972, p.106, I). Esta última afirmación

no se infiere de las Cartas Anuas, al contrario, pereciera ser que los Padres utilizaron todos

los recursos a su alcance para evitar el cumplimiento del tratado, es cierto, pero no incitaron a

los indios a una guerra de resistencia.

Según el mismo autor el Colegio fue el local utilizado para el canje de géneros por

dinero que Andonaegui, cuando resolvió abrir la campaña en 1755, había remitido para

preparar otro contingente de 200 hombres. Eran 1500 pesos de los que debían entregarse

treinta pesos a cada soldado y sesenta a los oficiales. Un cuñado del gobernador “y los

jesuitas aprovecharon esos fondos”, y negociaron en el Colegio (MANTILLA, 1972, p.108)

porque el gobernador Patrón, encargado de distribuir los fondos, obligó a los soldados a

cobrarse con los géneros de su cuñado, el importe adjudicado, pero a unos precios tan altos

que no sirvió para nada. Una posterior remesa de dinero, ya en tiempos del general Pedro de

Cevallos, también se evaporó dando lugar a protestas violentas.

57 Andonaegui había mandado que se reclutaran 200 hombres en Corrientes para la campaña contra los indios.

187

5.3 La última Anua: 1756-1762

La Carta Anua de 1756 hasta 1762, es la última con que contamos antes de la

expulsión de la Compañía, es breve58 y refleja el estado de calamidad que el Padre

provincial Pedro Juan Andréa apunta desde el comienzo de la misma. Dedica la última de

las tres partes en que divide su Carta, a las misiones (CA 1756-62, p.29-31) en la que

continúa las referencias acerca de los problemas derivados aún de la trasmigración, con el

traslado de los neófitos a los pueblos vecinos y la búsqueda de los fugitivos por parte de los

misioneros.

Pero, al poco tiempo, fue anulado el Tratado de Madrid, con la reanudación de la

guerra, en 1762, esta vez bajo las órdenes del gobernador de Buenos Aires, don Pedro de

Cevallos quien llevó a cabo el asedio y toma de la Colonia del Sacramento con indios

paraguayos.

Muy pronto comenzará el tiempo de la expulsión.

58 Carta Anua de la Provincia del Paraguay desde el año de 1756 hasta el año de 1762, enviada del padrePedro Juan Andréa, provincialde la misma Provincia a nuestro reverendo Padre general Lorenzo Ricci, inédita,trascripción 1994, IAP/UNISINOS, 40 pág, incluye censo 1762 de las misiones.