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Jorge Luis Borges.
Los Cuadernos de Literatura
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QUEVEDO EN BORGES
Ilán Stavans
5 9 veces refiere Borges a Quevedo en su obra ensayística, poética y cuentística. El número puede o no ser exacto, pero en la medida de lo posible es exhausti-
vo. Autores o entidades que aparecen con igual o mayor frecuencia son Dios, el propio Borges,Platón, Lugones, Jesucristo, Chesterton, Stevenson, Shakespeare y Cervantes; con menor,Kipling, Goethe, José Hemández, Groussac,Swedenborg y Poe (1). Desconozco si el 59 esconde alguna cábala. Es una cifra amplia que enBorges denota amor intelectual, curiosidad yconstancia. Sólo miré su corpus personal; y enél, únicamente aquellos textos que aluden aQuevedo explícitamente, como autor o como literatura. Descontadas quedaron, pues, sus colaboraciones con Adolfo Bioy Casares, MargaritaGuerreo, Betina Edelberg, María Kodama, Alicia Jurado, María Esther Vázquez y tampocobosquejé entrevista, diálogo, conferencia o pronunciamiento alguno. Hablo en suma del movimiento de su pluma, tal como fue apareciendocon el transcurrir del tiempo en revistas o en libros. Al analizar este manojo de citas en formapanorámica, mi lector y yo descubriremos unaenciclopedia de aficiones, tedios, repeticiones,dos o tres jugueteos y alguna obsesión intrigante.
lCuándo descubrió Borges a Quevedo? Durante su estadía en Europa al paso de la Primera Guerra Mundial, cuando la familia Borges se asentó en Madrid hacia 1919, el joven escritor logró integrarse al creciente movimiento ultraísta y asistió a tertulias con Rafael Cansinos Assens y paseos con Ramón Gómez de la Serna. Pero más que nada Borges halló, en la penumbra de las bibliotecas públicas y entre los escaparates de librerías del centro, a los tutores veteranos de las letras españolas que habrían de influirle radicalmente: Cervantes, Baroja, Unamuno, Jiménez, Valle Inclán, los hermanos Machado, Lope de Vega, Góngora y Quevedo. Despreció a través de los años a unos y persiguió las cacofonías, técnica, poética y metáforas de otros. Sobre todo, hizo suyas las parábolas del Quijote y un par de rimas de El Parnaso español.
La efemérides de Quevedo se enmarca entre 1580 y 1645, la de Borges entre 1899 y 1986. Del nacimiento de uno al fallecimiento del otro median más de cuatrocientos años con sus plagas, guerras de independencia y sumisión, sus irrupciones tecnológicas y científicas, sus artes y sueños. Cuatrocientos son muchos años, con muchos millones de existencias. lPor qué el puente
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entre estas dos vidas? lQué había en Quevedo que fascinara a Borges?
Esta pasión continuada, este puente, contrasta con la casi total ausencia de alusiones a similares españoles, Góngora y Lope de Vega como ejemplos, para nombrar a los más renombrados. No debe verse esto como un enigma y menos todavía como carencia por parte del argentino. Lope escribió su arte desde la experiencia sentimental del amor de Jesucristo y del amor humano a mujeres, amigos y parientes. Tuvo una religiosidad personal. El argentino, por el contrario, se mantuvo lejos de cualquier tipo de experiencia sentimental. Mientras Lope cultivó varias tradiciones populares y usó en sus comedias emociones fuertes y dulces, Borges no sintió atracción alguna al teatro y menos al melodrama (2). Lope era transparente y directo, no complicado de espíritu ni mucho menos libresco. Quevedo, por el otro lado, era misógino y prefería el concepto e.g., lo abstracto y condensado en las ideas. Era barroco de alma. Entre profesar el estilo culterano o el conceptista, Borges fue en sus sonetos (como probaré más adelante) un discípulo de Quevedo. Góngora le resultaba demasiado rebuscado y oscuro y sin vivo interés en la metafísica. Me aventuro a señalar, así, que Borges vio en Quevedo un espejo, el reflejo de su rostro en el siglo XVII.
Hay varias semejanzas en las biografías. Ambos nacieron en capitales, Madrid y Buenos Aires, y su acento urbano queda presente en lo atractivo del arrabal o en la aventura trotadora del pícaro don Pablos de Segovia. Aunque los estratos miserables aparecen en ambas obras, ni Quevedo ni Borges se preocuparon por la iniquidad social. Muy a temprana edad los dos fueron conocidos como poetas, Quevedo en 1605, a los veinticinco años, al ser incluido en la antología Flores de poetas ilustres de Pedro de Espinosa, y Borges a los veinticuatro, publicando Fervor de Buenos Aires en 1923, libro que Ramón Gómez de la Serna reseñó con gran entusiasmo en la Revista de occidente. Los dos se casaron tarde y por conveniencia, no por amor: Quevedo en 1634, a los cincuenta y cuatro años con la viuda doña Esperanza de Mendoza y el matrimonio duró tres meses; Borges por vez primera a los sesenta y ocho, en 1967 con Elsa Astete Millán, vieja amiga de juventud, y el matrimonio duró hasta 1970, menos de tres años. Luego el argentino se desposó en 1986 con su alumna María Kodama, meses antes de su muerte, con el solo fin de hacerla albacea y legarle sus derechos. En ambas literaturas la presencia femenina es de importancia menor o es aborrecida.
Pese a que los dos intentaron textos largos, es en la prosa corta -<�uguetes» los de uno, «pseudoensayos» los del otro- y en la poesía donde mejor se desempeñaron. Sus temas fueron constantes: dios, el tiempo, la muerte, el hombre, las metáforas y las palabras, pero Borges les supo inyectar cierto tono misterioso, laberíntico.
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Los dos, Borges y Quevedo, se aficionaron a la filosofía y a la teología y sufrieron en su vida por puntos de vista políticos obtusos en el momento, el español por estar asociado con el Duque de Osuna y Borges por su desafío a los militares durante el régimen de Juan Domingo Perón. Ambos, sin embargo, eran reaccionarios en materia ideológica y nada progresistas. Adolecían, además, de una ingenua visión política: si bien Quevedo escribió Política de Dios y gobierno de Cristo, este libro no propone ninguna interpretación nueva de la jerarquía de valores en la España del siglo XVII. En realidad lo que hace es equiparar el modelo del monarca con los actos y palabras de Cristo y en prosa hermosa, elabora un alegato contra los malos ministros. Borges, fuera de una que otra declaración pública contra las estrategias económicas o militares de la Argentina en los 70, nunca exentas de una amplia dosis de ironía, jamás escribió nada político. Aunque sí, ambos escritores mezclaron en su poesía pasajes, fechas y efigies de la historia nacional.
Los dos amaron la lectura. Sus libros están plagados de alusiones a otros libros y más de una vez inventaron autoridades apócrifas. Compartían un giro por lo estoico: ni Quevedo ni Borges pregonaron la vida aventurera, sino recomendaron las ausencias, la resistencia al sufrimiento a través de la labor intelectual. Compartían también un par de anhelos: la perfección del soneto y el control del liviano vuelo de las palabras. El argentino no escribió jácaras o versos burlescos, ni profesó la parodia idiomática o produjo neologismos, y no se adentró en tales tareas quizás porque su tiempo no las cultivaba, quizás por ser dueño de una personalidad menos alebrastada y ponzoñosa que la de su admirado maestro.
Ofrezco a continuación una lista crítica de las alusiones de Borges a la técnica y obra de Quevedo. La he dividido en tres sectores: cuentos, poesía y un tercer apartado de ensayos, prólogo y artículos (3).
Cuentos
Por su carácter narrativo, esta sección está casi del todo libre de referencias directas. Si bien se mantienen escondidas las que no he podido vislumbrar, reconozco las siguientes:
Ficciones, 1944:* en el famoso relato «Pierre Menard, autor del Quijote» (p. 445) el narrador enlista entre trabajos de traducción de Menard el de la Aguja de navegar cultos de 1631, que ha titulado en idioma francés La boussole des précieux.
El libro de arena, 1975: el relato «Utopía de un hombre que está cansado» (p. 121) tiene como epígrafe una aseveración de Quevedo: «Llamóla Utopía, voz griega cuyo significado es no hay tal lugar». «Noticia, juicio y recomendación de la
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Utopía y de Tomás Moro» (inserta en la traducción española de Jerónimo de Medinilla, Córdoba, 1637) (en: Obras completas, tomo 1: Obras en prosa, ed. de Felicidad Buendía. Madrid: Aguilar, 1961, 5.ª edición, p. 476).
Poesía (4)
El idioma de los argentinos, 1928: se incluye «Un soneto a don Francisco de Quevedo» (p. 102), único homenaje poético que nombra al español. Más adelante Borges usaría imágenes o motivos de su tutor y repetirá el tributo personalizado, como hizo con Spinoza, Cervantes o James Joyce, en El otro, el mismo. Este soneto, sin embargo, lo mismo que la colección a que pertenece, fueron excluidos de las Obras completas de 1974.
El hacedor, 1960:* en el poema en endecasíla-bos «La luna» (p. 818) se lee
Más que las lunas de las noches puedo Recordar las del verso: la hechizada Dragan moon que da horror a la balada Y la luna sangrienta de Quevedo
La imagen poética de «la sangrienta luna», que fue incluida por Quevedo en su soneto «Faltar pudo su patria al grande Osuna», en El Parnaso español de 1648, Musa I, persiguió a Borges por su fuerza y belleza. La comenta o invoca un total de seis veces y aparece por vez primera discutida en un ensayo de la revista Cosmópolis, «Apuntaciones críticas: la metáfora» (p. 72), en noviembre de 1921. En el libro Historia de la eternidad, en una nota al pie de la página (p. 369) que forma parte de «Las Kenningar», se discute el soneto «Faltar pudo su patria ... »:
Doy con el insigne soneto de Quevedo al duque de Osuna, horrendo en galeras y naves e infantería armada. Es fácil comprobar que en tal soneto la espléndida eficacia del dístico.
Su tumba son de Flandes las campañas Y su epitafio la sangrienta luna
es anterior a toda interpretación y no depende de ella. Digo lo mismo de la subsiguiente expresión: el llanto militar, cuyo «sentido» no es discutible, pero sí baladí: el llanto de los militares. En cuanto a la sangrienta luna, mejor es ignorar que se trata del símbolo de los turcos, eclipsado por no sé qué piraterías de don Pedro Tellez Girón.
Cabe notar que exactamente las mismas palabras serán repetidas por el autor en su ensayo posterior de 1952 titulado «Quevedo» e incluido en Otras inquisiciones, mismo que se reproducirá integralmente más tarde en Prólogos del año 1982.
Otra referencia en El hacedor aparece en el soneto «A un viejo poeta» (p. 823):
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Caminas por el campo de Castilla Y casi no lo ves. Un intrincado Versículo de Juan es tu cuidado Y apenas reparaste en la amarilla
Puesta del sol. La vaga luz delira Y en el confín del Este se dilata Esa luna de escarnio y de escarlata Que es acaso el espejo de la Ira.
Alzas los ojos y la miras. Una Memoria de algo que fue tuyo empieza Y se apaga. La pálida cabeza
Bajas y sigues caminando triste, Sin recordar el verso que escribiste: Y su epitafio la sangrienta luna (5).
La obsesión reduccionista de Borges no es gratuita: a Spinoza lo vio siempre como un geómetra de la divinidad que pulía vidrios y al pueblo de Israel como un viajero atemporal. Su metabolismo simbólico tipificaba, o mejor debe decirse conceptualizaba, sin mayor preocupación: Quevedo era el símbolo de «la sangrienta luna» y Melville era el imaginador moderno de Leviathán. De vez en cuando se ampliaría la obsesión y vería a Quevedo como el creador, no de una sino de dos imágenes: «la sangrienta luna» y la del «polvo enamorado».
El oro de los tigres, 1972:* el poema «Al idio-ma alemán» (p. 1.116) dice
Mi destino es la lengua castellana, El bronce de Francisco de Quevedo, Pero en la lenta noche caminada Me exaltan otras músicas más íntimas
Años más tarde, en el «Epílogo» a las Obras completas (p. 1.143), Borges escribió para una enciclopedia ficticia del año 2074 su propia biografía y dijo de sí mismo que
Sus preferencias fueron la literatura, la filosofía y la ética. Prueba de lo primero es lo que nos ha llegado de su labor, que sin embargo deja entrever ciertas incurables limitaciones. Por ejemplo, no acabó nunca de gustar de las letras hispánicas, pese al hábito de Quevedo.
Ambos textos comprueban que, en el aparador de la literatura hispánica, Borges sólo encontró amor por Quevedo, por su «bronce» en el Marco Bruto, editado en 1643, del cual sacó epitafios como el del Duque de Osuna.
La Cifra, 1981: en el poema «Epílogo» (p. 35), que discute los años y la muerte del propio autor, otra vez hay referencia al bronce. Borges se autonombra «Hermano en los metales de Quevedo».
Ensayos, Artículos y Prólogos
Abundan las referencias en este apartado y en
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la mayoría de los casos son iguales a la sección ensayística, aunque ampliadas y pulidas. La primerísima aparece en «Maison Elena (Hacia una estética de los prostíbulos en España)», un artículo impreso en la revista Ultra en octubre 1921 (pp. 23-28) donde el argentino asegura que las «fáciles curvas de una niña» que vende su carne están «esculpidas como una frase de Quevedo». La imagen es esquiva y abstracta. Borges tiene veintiún años apenas y está despertando a sus ritmos poéticos.
Inquisiciones, 1925: en el ensayo «Torres Villarroel (1693-1770)», seis veces Quevedo es referido al discutirse la vida y obra de su seguidor y pupilo Villarroel, que además de poeta fue aprendiz de astrólogo, catedrático y escritor de textos fantásticos (p. 7, 9, 11, 12, 13, 14). El texto es erudito y árido, aunque abunda en los giros prosísticos luego reconocibles en Borges. Viene luego una apología a «Sir Thomas Browne» donde, buscándole la latinidad al poeta inglés, el autor dice que los latinistas del siglo XVII buscaban lo absoluto y etimológico en las palabras (p. 37).
«Su actividad fue inversa a la que ejercen hoy los académicos, a quienes atarea lo primitivo del lenguaje: los refranes, los modismos, los idiotismos. Contra sus dicharachos castizos trazó la pluma de Quevedo, tres siglos ha, el doctoral Cuento de Cuentos y la carta que lo precede».
Le sigue todo un capítulo dedicado al español: «Menoscabo y grandeza de Quevedo» (pp. 39-45). Es el primer ensayo extenso, redondosobre el tema. Su estilo es perspicaz y un tantoefusivo. Borges lo publicó por vez primera enRevista de Occidente en 1924 y no quiso nuncaque se republicara. Algunos párrafos iluminadores:
Quiero indicar que casi todos sus libros son cotidianos en el plan, pero sobresalientes en los verbalismos de hechura.
O bien,
todo lo anterior es señal del intelectualismo ahincado que hubo en la mente de Quevedo. Fue perfecto en las metáforas, en las antítesis, la adjetivización; es decir, en aquellas disciplinas de la literatura cuya felicidad o malandanza es discernible por la inteligencia.
También
Quevedo es, ante todo, intensidad. No descubrió una sola forma estrófica (proeza lograda de hombres cuya valía fue incomparablemente menor: verbigracia, Espinel); no agregó al universo una sola alma; no enriqueció de voces duraderas la lengua. Transverberó su obra de tan intensa rectitud de vivir que su magnífico ademán
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se eterniza en una firme encarnación de leyenda. Fue un sentidor del mundo. Fue una realidad más. Y o quiero equipararlo a España, que no ha desparramado por la tierra caminos nuevos, pero cuyo latido de vivir es tan fuerte que sobresale del rumor numeroso de otras naciones.
Borges, bordeando los veinticinco años, ya entiende bien a Quevedo y lo aprecia como maestro. La idea de no haber agregado al universo una sola alma será el leit-motif de su ensayo «Quevedo» en Otras Inquisiciones: según el argentino Quevedo fue fecundo en metáforas ilustres, aunque no en símbolos que atraparan a sus lectores. Borges ya enaltece el artificio verbal.
.. .le atareó mucho lo problemático del lenguaje propio del verso y es lícito recordar que fingió en uno de sus libros un altercado entre el poeta de los pícaros y un seguidor de Góngora ...
Quevedo era fundamentalmente grandeza en el uso de palabras. Son admiradas, también, sus dudas metafísicas:
... conoció el doble encontronazo de la vida segura y la insegura muerte ...
En «Menoscabo y grandeza de Quevedo» se habla por primera vez del verso «Polvo serán, más polvo enamorado». Se comentan también, aunque no a fondo, El Parnaso español, la Epístola censoria, el Marco Bruto, algunas composiciones burlescas y jácaras, lo que demuestra avidez por atrapar integralmente el perfil de Quevedo.
Siguen en Inquisiciones dos referencias en «Examen de metáforas». Borges era de la _idea de que el número de metáforas posible es finito. Elabora en éste y otros textos, una lista de metáforas y al hacerlo, mencionó en dos ocasiones las fantasías satírico-morales de Quevedo (p. 73, 75). En «La nadería de la personalidad», otro ensayo, habla una vez más de Torres Villarroel, «gran sistematizador de Quevedo» (p. 89). Y en las «Acotaciones» finales de la colección hay tres alusiones más al arte metafórico «que es inmejorable» de Quevedo (p. 121, 142, 158).
El tamaño de mi esperanza, 1926: en «la adjetivización» (p. 53), al hablar de la utilización de adjetivos en castellano, Borges dice que
Quevedo es argumento suficiente de perfección y nadie como él ha sabido ubicar epítetos tan clavados, tan importantes, tan inmortales de antemano, tan pensativos.
En «Invectiva contra el arrabalero» (pp. 139-140) se habla sobre la germanía, tema que novolverá a aparecer en su obra.
El ejemplo de la germanía ... fue el lunfardo hispánico del Renacimiento y la ejercieron escritores ilustres: Quevedo, Cer-
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vantes, Mateo Alemán. El primero, con su sensualidad verbal ardentísima, con ese su famoso apasionamiento por las palabras, la prodigó con sus bailes Y- jácaras, y hasta en su grandiosa fantasmagoría «La hora de todos» ...
El idioma de los argentinos, 1928: se incluyen referencias a la metáfora y también la controvertida discusión «El culteranismo» (pp. 75-82), donde el argentino prueba que la dicotomía de estilos conceptista y culterano no es reproducible en la fácil ecuación Quevedo/Góngora. Según el autor, ambos escritores eran a la vez conceptistas y culteranos. Borges elaboró esta idea en la Antología de Quevedo que preparó para Alianza Editorial en 1982. Dice en el prólogo (pp. 7-15) que
Acaso nadie, fuera de su ostensible rival y secreto cómplice, Góngora, ha paladeado el castellano, el peculiar sabor de cada palabra y de cada sílaba, como don Francisco de Quevedo y Villegas, caballero de la Orden de Santiago y señor de la Villa de la Torre de Juan Abad.
Habla de la grandeza verbal (« ... para Quevedo, como para Mallarmé o para Joyce, la palabra es lo intrínseco ... ») y nos avisa que su selección usa la edición de José M. Blecua de 1963, 1968 y 1980, referencia bibliográfica nunca antes hecha. Cita otra vez «Faltar pudo su patria al grande Osuna» e incluye íntegro también «De la Asia fue terror, de Europa espanto», soneto que según Borges ha quedado «hoy razonablemente olvidado». Vuelve a referirse a «Retirado en la paz ... » y para variar, habla de «la sangrienta luna» usando la cita de Propercio en relación al verso «Polvo serán, más polvo enamorado» que ya antes había usado en Otras inquisiciones, y equipara a Quevedo con Góngora, diciendo:
El tiempo borra y atenúa las diferencias. Los adversarios acaban por confundirse; los une el común estilo de la época. He aquí una pieza que por razones obvias no figura en esta antología:
Menos solicitó veloz saeta Destinada señal que mordió aguda; agonal carro por la arena muda no coronó con más silencio meta,
que presurosa corre, que secreta, a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada Sol repetido es un cometa.
lConfiésalo Cartago, y tú lo ignoras? Peligro corres, Licio, si porfías en seguir sombras y abrazar engaños.
Mal te perdonarán a tí las horas, las horas que limando están los días, los días que royendo están los años.
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Es un soneto típico de Quevedo y lo escribió Góngora.
En El idioma de los argentinos hay más trabajos que hablan de Quevedo, citándolo tangencialmente bajo la seña de grandeza verbal y fecundidad metafórica: «Indagaciones de la palabra» (p. 13); «La felicidad escrita» (pp. 61-62); «Otra vez la metáfora» (p. 68, 73); «La simulación de la imagen» (p. 108), «La fuición literaria» (p. 131), «Fechas» (p. 156), «La conducta novelística de Cervantes» (p. 174) y el homónimo ensayo «El idioma de los argentinos» (p. 182).
En Evaristo Carriego, 1930:* la primera alusión en la biografía novelada del poeta argentino que cantó a los arrabales de Buenos Aires es una nota/confesión del narrador añadida veinticuatro años más tarde, en 1954 (p. 122):
En aquel tiempo creía que los poemas de Lugones eran superiores a los de Daría. Es verdad que también creía que los de Quevedo eran superiores a los de Góngorn.
Daría la impresión que Borges se ha desilusionado de Quevedo pero no hay indicio que lo confirme. Supongo que fue ésta una corazonada pasajera, un deseo de abandonar una obsesión que podía intimidarlo.
Hay dos alusiones más en Evaristo Carriego: uno (p. 135), cuando al comentar a los hombres que sobreviven la fatalidad, a pesar de sufrir injurias o de causarlas, Borges dice que ésta
es la reacción estoica de Hernández, de Almafuerte, de Shaw por segunda vez, de Quevedo.
Luego se dice que Atila y Quevedo adolecían del pecado original de lo literario pues «son estructuras de palabras, formas hechas de símbolos» (p. 161).
Discusión, 1932:* en «La supersticiosa ética del lector» (p. 202), Borges habla de Baltasar Gracián, Cervantes, y de Quevedo dice «que versifica en broma su muerte». En «Una vindicación del falso Basílides» (p. 213), el argentino dice que hacia 1916 leyó
esta oscura enumeración de Quevedo: Estaba el maldito Basílides heresiarca. Estaba Nicolás antioqueno, Carpócrates y Carintho y el infame Ebión. Vino luego Valentino, el que dio por principio de todo, el mar y el silencio.
Se trata de una porción del «Sueño del infierno», datado en 1608. En «la duración del infierno», al comentar los infiernos literarios, Borges dice que el de Quevedo era una «mera oportunidad chistosa de anacronismos» (p. 235).
Historia de la eternidad, 1936:* el libro se abre con un epígrafe latino proveniente de La perinola de 1632: « ... Supplementum Livii; Historia infinita temporis atque aeternitatis ... » (p. 349). Apa-
Francisco de Quevedo y Villegas.
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rece también la ya antes discutida nota de «Las Kenningar» (p. 369).
En el ensayo «Los traductores de las 1001 noches (p. 407), al hablar de la noche mil uno, se la refiere como
esa maquette de la irrisión de Quevedo -y luego de Voltaire- contra Pico de la Mirandola: Libro de todas las cosas y otras cosas más (sic) ...
El título correcto es Libro de todas las cosas y otras muchas más, que formaba parte de Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio de 1631, donde Quevedo incluyó embutes juveniles y obras festivas. En «Arte de injuriar» (p. 420), Borges habla de una tradición satírica que usa como fórmula una inversión siempre incondicional de términos
un médico, por ejemplo, puede ser acusado de profesar la contaminación y la muerte ...
y dice que esta no era despreciada por Macedonio Fernández, Quevedo o Shaw. Es curioso, cuando el argentino nombra a Quevedo, lo hace siempre acompañándolo de dos o tres nombres propios, como son Shaw, Voltaire o Fernández. Parecería como si al albur, las listas mentales que poseía Borges fueran estáticas e inmóviles.
Otras Inquisiciones, 1952:* aparece aquí el ya mencionado trabajo «Quevedo» (pp. 660-666), el segundo gran tributo ensayístico después de «Menoscabo y grandeza ... » Borges habla de La política de Dios y el gobierno de Cristo nuestro señor y La hora de todos de 1644. Se analizan varios poemas y el argentino repite su especial pasión por «Polvo serán, más polvo enamorado», que
es una recreación, o exaltación, de una de Propercio (Elegias I, 19): Ut meus oblito pu/vis amare vacet.
Hay alusiones al metal: dice Borges que el lenguaje de Quevedo era un instrumento lógico y asegura que sus creaciones estaban más allá del mundo porque eran objetos puros « ... como una espada o como un anillo de plata».
En la misma colección, en el ensayo «Nathaniel Hawthorne» (p. 670), Borges se refiere a Góngora en su soneto Varia imaginación y a Quevedo en su Sueño de la muerte de 1622 y a la metáfora «que asimila los sueños a una función del teatro». Igual idea es presentada en sus Nueve ensayos dantescos de 1982, donde otra vez aparece ese motivo de «la sangrienta luna» (p. 111, nota) y en el ensayo «El verdugo piadoso» se pregunta (p. 120) lPor qué puso Dante a Francesca en el infierno y oyó la historia de sus culpas? Una respuesta que da Borges es la explicación técnica y la otra mezcla al sueño con el teatro:
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De algún modo la prefigura la clásica metáfora del sueño como función teatral. Así Góngora, en el soneto Varia ima[!inación(«El sueño, autor de representaciones. / en su teatro sobre el viento armado / sombras suele vestir de bulto bello»); así Quevedo en su Sueño de la muerte («Luego que d�sembarazada el alma se vio ociosa sin la tarea de los sentidos exteriores, m� embistió de esta manera la comedia siguiente; y así la recitaron_ mis pot�ncias .ªoscuras, siendo yo para mis fantasias auditorio y teatro»).
Más adelante en Otras inquisiciones, en «El primer Wells» (p. 698), Borges dice que
Como Quevedo, como Voltaire, como Goethe como algún otro más, W ells era menos 'un literato que una literatura.
En «El Biathanatos» (p. 701), al hablar de la tesis y la antítesis de Jesucristo y Judas, se confirma que «para Quevedo, 'prodigioso diseño fue Job de Cristo'». Hay ciertos cuentos y ensayos de Borges que obviamente se inspiran en Judas y en Job, tal como los miraba Quevedo. En «Tres versiones de Judas» (Artificios, 1944) no hay una sola alusión a Quevedo y sin embargo, el motivo del cuento -]'Hls Runeberg, un teólogo, desarrolla una teona que ase_gura que Judas fue tan importante como Jesucnsto en el acto redentor pues se vendió para salvar a la humanidad- viene directamente del Sueño el Juicio final. Cuando Mahoma, Judas y Lutero van ante Dios, el primero dice:
-Señor, yo soy Judas;y bien conocéis _ vosque soy mejor que estos: porque si osvendí remedié al mundo; y éstos, vendiénd�se a sí y a vos, lo han destruido todo (6).
En «Sobre The Purple Land» (p. 733), al hablar de la novela de Hudson, se dice que El Buscónde 1626 es un libro al que «lo entorpecen los sacrificios inútiles».
El hacedor, 1960:* en «La trama» (p. 793) se hace repetir a Quevedo y Shakespeare la misma sentencia escénica, «iTú también, hijo mío!», con el fin de perpetuar la historia de una metáfora.
El informe de Brodie, 1970:* en el prólogo (p. 1.023) se cita a Quevedo al hablar de «el pelaJe overo rosado de cierto caballo famoso». Hay en Quevedo el siguiente «overo» completame�te imaginario: «En mi vida subí en tan mala bestia. Está ahí mi caballo overo de San Felipe, y es esbocado en la carrera ... » Es un caballo que don Pablos finge tener, para disimular ante don Diego, su antiguo amo.
El Buscón, Libro III, cap. VII, ed. D. Ynduráin. Madrid: Cátedra, 1980, p. 246.
Prólogos, 1975: el volumen, como su nombre lo indica suma varias introducciones escritas a
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lo largo de los años. Hay un prólogo a Miguel deCervantes: Novelas ejemplares (Emecé, 1946) donde se habla del Marco Bruto como usando un estilo demasiado retórico (p. 45), y se le compara a Chesterton y Virgilio (p. 49) para asegurar que su prosa es digna del más agudo análisis. En Macedonio Fernández (Ediciones Culturales Argentinas 1961, p. 79) se habla del «estilo barroco» de Quevedo. Hay un prólogo a Francisco deQuevedo: Prosa y verso (Emecé, 1948, pp. 119-126), que es el mismo ensayo que aparece en Otras inquisiciones, al que sólo se le ha sumado una posdata de cuatro líneas fechada en 1974. En el prólogo a Domingo F. Sarmiento: recuerdosde Provincia (Emecé, 1944, p. 129), Borges vuelve a anunciar que los escritores que son dignos de un agudo análisis son Chesterton, Quevedo y Virgilio, pero ahora suma a Mallarmé. Y finalmente en la obra Macbeth de Shakespeare (Sudamericana, 1970, p. 146), se compara la pasión técnica de Quevedo con la de Mallarmé y Lugones.
Borges, se deduce, tenía un conoc_imiento cabal de Francisco de Quevedo. Prefena un par de obras y ninguneaba otras tantas. Fundaba su inspiración en la biografía del poeta y al hacerlo, la investigaba. En «Quevedo» se nombra a Juvenal Séneca, las Santas Escrituras, Alfonso Reyes, José de Salas, Joachím de Bel�ay, Propercio Aurelio Fernández Guerra y Luciano. El barro�o como época, tema que se desarrolla en su prólogo a la Antología de Quevedo de 1982, intrigaba a Borges y no sólo veía claramente la rivalidad del conceptismo y el culteranismo sino que tomaba partido, como poeta y como crítico. Fijo para siempre su visión del Quevedo poeta en dos versos, «la sangrienta luna» y «Polvo serán, más polvo enamorado».
Hay abundantes alusiones a los Sueños del infierno y Sueño de la muerte y el argentino robó uno que otro título, como sucede con el «Prólogo de prólogos», inspirado en el Cuento de cuentos. Se desinteresó por los temas satírico-burlescos, los morales, o por alabanzas a España o a la política monetaria de su amigo el conde-duque. Ello obligó el total silencio de España defendida(1609), El chitón de las tarabillas (1630), Providencia de dios (no publicada hasta 1700) y Vidade San Pablo (1644), entre otras. Nada arriesgado sería creer que esos textos no fueron leídos siquiera pero no podría culparse a Borges porque, después de todo, cada escritor se impone el orden anárquico de sus propias lecturas.
Pero la principal atracción de Quevedo en Borges radica en la enseñanza poética. A través de la lectura en edades sucesivas, de 1919 a 1982, Borges admiró el tono conceptual y conciso el desdén por los adjetivos superfluos y el eq�ilibrio entre prima y filosofía del español. Abunda este giro conceptista en el arte borgeano: la condensación, el pensamiento compacto. Véase el soneto titulado «Soy» en La rosa profunda de 1975.
Los Cuadernos de Literatura
Soy el que sabe que no es menos vano Que el vano observador que en el espejoDe silencio y cristal sigue el reflejo O el cuerpo (da lo mismo) del hermano.Soy, tácitos amigos, el que sabe Que no hay otra venganza que el olvidoNi otro perdón. Un dios ha concebido al odio humano esta curiosa llave. Soy el que pese a tan ilustres modos De errar, no ha descifrado el laberintoSingular y plural, arduo y distinto, Del tiempo, que es de uno y es de todos. Soy el que es nadie, el que no fue una espadaEn la guerra. Soy eco, olvido, nada. La noción del individuo inserto en el devenir
ingobernable y misterioso del cosmos es típicamente quevedesca. El yo poético tiene una fuerza que es contundente y la confiesa el poeta ensus elucubraciones ante los otros, los tácitosamigos. Obvio que es un poema moderno: el sujeto está arrinconado, ya no tiene la seguridadde dios o la ciencia y está sumido en el más temerario escepticismo. Inspira escalofríos el tonodel devenir histórico pues el individuo aprendede la Historia lo fatal del olvido. Como los deQuevedo, el de Borges es un soneto intelectualen el que el poeta contrapone a la unidad lamultiplicidad, la certeza contra la duda. Apareceel concepto por doquier: el tiempo como propiedad de uno y todos, la vida cual laberinto, espejos como símbolos de identidad, el hombre como negación («eco, olvido, nada»). Incluso la rima es quevedesca. Compárese el último tercetocon el terceto de Quevedo que proviene de «Conocer las fuerzas el tiempo, y el ser ejecutivo cobrado de la muerte», en El Parnaso español de1648:
Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución con que me adviertecuán frágil es, cuán mísera, cuán vana ... La desgarradura del ritmo interior se deja sen
tir. El lamento se yuxtapone a la certeza intelectual y el sujeto se ve imposibilitado a librarse deerrores naturales sometedores y de lo inescrutable del tiempo. La clave está en la puntuación:las comas rompen la armonía y dan la idea delincontrolable paso del tiempo. Quedan las últimas palabras como afirmaciones categóricas, como testimonios sin escapatoria.
Las enseñanzas de Borges terminan en supoesía, pero fueron dejando huella a lo
...largo de su obra. 59 huellas, 59 claves. ...,
* (Paginación proveniente de las Obras completas (Bue�nos Aires: Emecé, 1974).
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NOTAS
(1) Véase Daniel Balderston, The Literary Universe ofJorge Luis Borges. An lndex to References and Allusions to Persons, Titles, and Places in his Writings. Connecticut: Greenwood Press, 1986: 125-126 pp.
(2) Ver mi artículo «Borges, Averroes y la imposibilidaddel teatro», en Latin American Theater Review. The University of Kansas, 22/1 (Fall 1988).
(3) Baso mi paginación en las siguientes ediciones: Inquisiciones (Buenos Aires: Editorial Proa, 1925), El tamaño de mi esperanza (Buenos Aires: Editorial Proa, 1926), El idioma de los argentinos (Buenos Aires: M. Gleizer, 1928), El libro de arena (Buenos Aires: Emecé, 1975), Prólogos (Buenos Aires: Torres Aguero, 1975), La cifra (Buenos Aires: Emecé, 1981), Nueve ensayos dantescos (Madrid: Espasa-Calpe, 1982), Obra poética, 1923-1977 (Madrid: Alianza, 1981). No he encontrado cita alguna en las únicas reseñas consultadas, las de El Hogar (Textos cautivos, 1936-1939, editados por Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal. Tusquets Editores, 1986).
(4) Ver sobre el tema Guiseppi Bellini, Quevedo ne/lapoesía ispano-americana del 900. Milán: Editrice Viscontea, 1967.
(5) Véase un estudio detallado de la poesía de ambosautores y de este soneto en particular en Christopher Maurer «The Poet's Poet: Borges and Quevedo», aparecido en Borges the Poet, editado por Carlos Cortinez, Fayetteville: Univ. of Arkansas Press, 1986: 185-196 pp. Maurer equivocadamente ficha el soneto como parte de El otro, el mismo (Buenos Aires: Emece, 1969), p. 79.
(6) Sobre el tópico, véase Jean Vilar, «Judas según Quevedo» (Un tema para una biografía), en Quevedo, editado por Gonzalo Sobejano. Colección El Escritor y La Crítica 108. Taurus, 1978: 106-119 pp. Aparecido originalmente enMelanges offerts a Charles Vincent Aubrun. París: EditionesHispaniques, 1975, II: 385-397 pp.