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— 80 — 8. Monte Tabor D ejamos el alojamiento en Nazaret. Esta noche dor- miremos ya en Jerusalén. Nos encaminamos en primer lugar al Monte Tabor, a pocos kilómetros de Nazaret. A la salida de Nazaret pasamos por el Monte del Precipicio, desde el que quisieron despeñar a Jesús sus paisanos cuando estuvo con ellos al comienzo de su vida pública. En el trayecto pasamos muy cerca de Naím, y nos acordamos de la viuda a la que el Señor le concedió el milagro de la resurrección de su hijo (cfr Lc 7,11-17). Seguimos por los montes de la Baja Galilea. Al llegar al monte Tabor, que destaca claramente en medio de la llanura, recordamos la batalla de los cananeos contra Barac y Débora, de la tribu de Efraín, derrotando a Sísa- ra y al ejército numeroso de Yabín, el rey cananeo al que Yavé había entregado a los judíos por su infideli- dad. Débora era una profetisa que en aquellos momen- tos juzgaba a Israel (cfr. Jueces,4). Débora prefigura a María, como Yael, otra protagonista de la derrota que mató a Sísara. En el Tabor hubo cultos cananeos, por el lugar estra- tégico que ocupa. Se ve el Monte Hermón, al norte, el valle de Jezreel (llamado también Esdrelón y Armage- dón) y el Lago en los días sin neblina. En lo alto del monte, después de la Misa, nos encon- tramos un peregrino que venía andando desde Roma e iba a Jerusalén. Llevaba 86 días andando. Tenía unos 60 años, bien curtidos por el sol y el aire de tantas tierras. Peregrinación a Tierra Santa Cuarto día – Sábado 9 de junio 8. Monte Tabor A la entrada del templo.

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8. Monte Tabor

Dejamos el alojamiento en Nazaret. Esta noche dor-miremos ya en Jerusalén. Nos encaminamos en

primer lugar al Monte Tabor, a pocos kilómetros deNazaret. A la salida de Nazaret pasamos por el Montedel Precipicio, desde el que quisieron despeñar a Jesússus paisanos cuando estuvo con ellos al comienzo desu vida pública.

En el trayecto pasamos muy cerca de Naím, y nosacordamos de la viuda a la que el Señor le concedió elmilagro de la resurrección de su hijo (cfr Lc 7,11-17).Seguimos por los montes de la Baja Galilea. Al llegar almonte Tabor, que destaca claramente en medio de lallanura, recordamos la batalla de los cananeos contraBarac y Débora, de la tribu de Efraín, derrotando a Sísa-

ra y al ejército numeroso de Yabín, el rey cananeo alque Yavé había entregado a los judíos por su infideli-dad. Débora era una profetisa que en aquellos momen-tos juzgaba a Israel (cfr. Jueces,4). Débora prefigura aMaría, como Yael, otra protagonista de la derrota quemató a Sísara.

En el Tabor hubo cultos cananeos, por el lugar estra-tégico que ocupa. Se ve el Monte Hermón, al norte, elvalle de Jezreel (llamado también Esdrelón y Armage-dón) y el Lago en los días sin neblina.

En lo alto del monte, después de la Misa, nos encon-tramos un peregrino que venía andando desde Roma eiba a Jerusalén. Llevaba 86 días andando. Tenía unos 60años, bien curtidos por el sol y el aire de tantas tierras.

Peregrinación a Tierra Santa

Cuarto día – Sábado 9 de junio

8. Monte Tabor

A la entrada del templo.

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Acceso a la iglesia del Tabor.

Interior de la iglesia del Tabor.

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La iglesia del Tabor, como en tantos otros sitios,estuvo completamente abandonada —lo que quedarade ella, y el lugar mismo— desde sl siglo XII (con losCruzados) hasta el siglo XX, con los franciscanos. Vere-mos estos datos de modo más completo.

Desde los tiempos más remotos, caminos y pistasde caravanas han surcado la fértil llanura de Esdrelón,en Galilea. Los viajeros que bajaban desde Mesopota-mia y Siria, tras costear el mar de Genesaret, la atrave-

saban hacia el oeste, para llegar al Mediterráneo y con-tinuar hasta Egipto. Los que partían del sur, desdeHebrón, siguiendo la vía que pasa por Belén, Jerusalény Samaría, la cruzaban hacia el norte cerca de Nazaret.Testigo de su marcha, solitario en medio de la planicie,se erguía el monte Tabor.

El monte Tabor está localizado en la Baja Galilea,al este del Valle de Jezreel, 17 kilómetros al oeste delMar de Galilea. Su altura es de 575 msnm y se elevaa 400 m con respecto a su entorno. Su cumbre se des-taca desde lejos. Visto de este a oeste (desde KfarTabor) su cumbre es muy aguda; visto de sur a norte(desde Afula) es redondeada.

Por su aislamiento y forma cónica —que sugiere lade un volcán aunque su origen sea calcáreo—, y porelevarse más de 300 metros sobre el terreno circun-dante, parece de una altura imponente. Destaca lanotable vegetación de sus laderas, cubiertas siemprede encinas, lentiscos y plantas montaraces, y en prima-vera, de lirios y azucenas. Desde su cumbre, una anchameseta donde además abundan los cipreses, se divisaun hermoso panorama. Estas características convirtie-ron al Tabor en escenario para los cultos de los pueblos

Vista desde el Tabor.

Monte Tabor.

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cananeos, que veneraban a los ídolos en las cimas;pero también para las fortificaciones militares, comoatalaya sobre la región: de lo uno y de lo otro hubo enese lugar, donde las huellas de la presencia humana seremontan a hace setenta mil años.

El monte Tabor ha sido siempre considerado unmonte Santo. Desde el Antiguo Testamento ya lo llama-ban así las tribus israelitas del norte. Existía ya un san-tuario cananeo cuyos restos son visibles aun hoy día enla cripta de la actual basílica. En el siglo III Antíoco IIIocupó la cima donde estableció una tropa Siria. Másadelante, con la primera revuelta judía del año 66 fuefortificado por José Flavio, y desmantelado por Vespa-siano.

Se lo conoce también con el nombre de Monte dela Transfiguración de Jesús y de la batalla entre Baracy el ejército de Jabin, comandado por Sisera.

Según los relatos del Antiguo Testamento, fue enlas inmediaciones del Tabor donde Débora reunió ensecreto a diez mil israelitas al mando de Barac, quepusieron en fuga al ejército de Sísara (Cfr. Jc 4, 4-24);allí mataron los madianitas y amalecitas a los herma-nos de Gedeón (Cfr. Jc 8, 18-19); y una vez conquis-tada la tierra prometida, el monte delimitó las fronterasentre las tribus de Zabulón, Isacar y Neftalí (Cfr. Jos 19,

10-34), que lo tenían por sagrado y ofrecían sacrificiosen su cumbre (Cfr. Dt 33, 19). El profeta Oseas fusti-gó ese culto porque, sin duda, en su tiempo no erasolo cismático, sino también idolátrico (Cfr. Os 5, 1).Finalmente, encontramos una prueba de la fama delTabor en su uso como imagen literaria: el salmista loune al Hermón para simbolizar en los dos todos losmontes de la tierra (Cfr. Sal 89, 13); y Jeremías lo com-para con el descollar de Nabucodonosor sobre susenemigos (Cfr. Jr 46, 18).

Antes de la transfiguración, Jesús y sus discípulosse encontraban en la región de Cesarea de Filipo, elpueblo de Banias del día actual. (Mr 8:27.) No es pro-bable que Jesús y los apóstoles se marchasen de esasinmediaciones o de la región cuando fueron a la “mon-taña encumbrada”. (Mr 9:2.) Desde el siglo IV se haconsiderado el monte Tabor como el lugar tradicionalde la transfiguración, pero como está a unos 70 Km. alSSO. de Cesarea de Filipo, parece una ubicaciónimprobable. Sin embargo Mateo 17,1 nos dice “seisdías después...” y en seis días bien podían haber hecho70 km.

Aunque en el Nuevo Testamento no aparece citadopor su nombre, la tradición enseguida identificó elTabor con el lugar de la transfiguración del Señor: se

Vista desde el Tabor, hacia el norte.

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llevó con él a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a unmonte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspectode su rostro, y su vestido se volvió blanco y muy bri-llante. En esto, dos hombres comenzaron a hablar conél: eran Moisés y Elías que, aparecidos en forma glorio-sa, hablaban de la salida de Jesús que iba a cumplirseen Jerusalén. Pedro y los que estaban con él se encon-traban rendidos por el sueño. Y al despertar, vieron sugloria y a los dos hombres que estaban a su lado.Cuando estos se apartaron de él, le dijo Pedro a Jesús:—Maestro, qué bien estamos aquí; hagamos tres tien-das: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías—pero no sabía lo que decía (Lc 9, 28-33; Mt 17, 1-4; Mc9, 2-5).

Alberga en su cumbre la Basílica de la Transfigura-ción. Tres aldeas árabes se hallan a los pies del monte:Shibli (al este), Umm-el-ghanam (al sureste) y Dabu-riya (al oeste).

Debajo de la cripta de la nueva basílica fue descubier-ta una gruta, lugar de culto de los judeo-cristianos. Pare-ce ser que en el monte pudo haber también un grupo deeremitas. Estos mantenían vivo el culto aun hasta des-

pués de la conquista árabe. En la época cruzada pareceque la situación mejoró mucho. Desde el siglo IV yahabía un monumento erigido a la Transfiguración. En elsiglo IX estaba confiado el culto a monjes benedictinos,que mejoraron mucho la Iglesia, pero en el 1200 el Sul-tán Malek Al-Adel queriendo fortificar el monte, hizodesaparecer la Iglesia, y realizó construcciones sarrace-nas cuyos vestigios aun hoy se pueden ver.

En el siglo XIII llegaron los franciscanos con el finde custodiar los lugares Santos. Hasta el siglo XVII noconsiguieron la propiedad del monte Tabor, que se laconcedió el emir Fakr-ed Din. Estaba todo en ruinas.Hasta 1924 no se construyó la actual basílica por elarquitecto Barluzzi. El mosaico que representa latransfiguración del Señor está en el ábside de la igle-sia. Al entrar a la basílica a la izquierda está una capi-lla dedicada a Moisés, y a la derecha otra dedicada alprofeta Elías.

De la primitiva basílica cruzada, además de la criptay de algunos muros visibles debajo del muro recons-truido, forma parte también el altar que se encuentraen el centro mismo de la cripta. Y de la basílica de

Otra visión del interior de la Basílica.

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época bizantina el único elemento cierto es el pavimen-to en mosaico que puede apreciarse hoy yendo endirección a la sacristía. También se conservan varioscapiteles y fragmentos de columnas que pertenecierona esta época. Además podemos encontrar, al norte dela basílica y debajo del pavimento del lugar identificadocomo el refectorio del monasterio medieval, unapequeña gruta excavada que contenía en la pared res-tos de inscripciones en griego y algunos monogramascon cruces, quizá resto del cementerio de los monjesbizantinos que habitaron la montaña.

Para visitar los monumentos de la zona septentrio-nal de la cima del Tabor hay que volver a la Puerta delViento y desviarse a la derecha, entrando así en lo quees la propiedad griego-ortodoxa. En el interior de latorre del nordeste, se puede visitar la gruta de Melqui-sedec y las ruinas de una iglesia cruzada excavada engran parte de la roca de la montaña. Allí se conmemo-raba el encuentro de Abraham con Melquisedec. Másallá se alza la iglesia y el monasterio de San Elías quetienen los monjes griego-ortodoxos, reconstruidosobre las ruinas de una antigua iglesia de la época cru-zada.

La exploración arqueológica en el Tabor ha puestode manifiesto la existencia de un santuario en el siglo IV

o V —que algunos testimonios antiguos atribuyen asanta Elena—, construido sobre los vestigios de unlugar de culto cananeo. Más adelante, las narracionesde algunos peregrinos de los siglos VI y VII se refierena tres basílicas, en recuerdo de las tres tiendas mencio-nadas por san Pedro, y a la presencia de un gran núme-ro de monjes. De hecho, se ha encontrado un pavi-mento en mosaico de esa época, y consta que el Con-cilio V de Constantinopla, en 553, erigió un obispadoen el Tabor. Durante la dominación musulmana, aque-lla vida eremítica fue decayendo, y en el año 808 seencargaban de las iglesias dieciocho religiosos con elobispo Teófanes.

A partir del año 1101, y mientras duró el reino lati-no de Jerusalén, se estableció una comunidad de bene-dictinos en el Tabor. Restauraron el santuario y levanta-ron un gran monasterio, protegido por una muralla for-tificada. Esta no fue suficiente para resistir los ataquessarracenos, que conquistaron la abadía y, entre 1211 y1212, la convirtieron en un bastión de defensa. Aun-que se permitió a los cristianos volver a tomar posesióndel lugar algo después, la basílica fue de nuevo destrui-da en 1263 por las tropas del sultán Bibars.

El monte quedó abandonado hasta la llegada de losfranciscanos, en 1631. Desde entonces, consiguieron

Mosaico que recuerda la Transfiguración.

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mantener la propiedad no sin dificultades; estudiaron yconsolidaron las ruinas existentes, pero aún debieronpasar tres siglos para que fuese construida una nuevabasílica: la actual, terminada en 1924.

Hoy en día, los peregrinos suben al Tabor por unacarretera sinuosa, trazada a principios del siglo XX parafacilitar el abastecimiento de materiales durante laconstrucción del santuario. La llegada a la cima estámarcada por la puerta del Viento —en árabe, Bab el-Hawa—, un resto de la fortaleza musulmana del sigloXIII, cuyos muros rodeaban toda la planicie de la cum-bre. En el lado norte de esta extensión, se encuentra lazona greco-ortodoxa; y en el lado sur, la católica, acargo de la Custodia de Tierra Santa.

Desde la puerta del Viento, una larga avenida flan-queada de cipreses conduce hasta la basílica de laTransfiguración y el convento franciscano. Delante dela iglesia, pueden verse las ruinas del monasterio bene-dictino del siglo XII, aunque también hay vestigios de lafortaleza sarracena. De hecho, esta se edificó aprove-chando los cimientos de la basílica cruzada, los mismossobre los que se apoya el santuario actual, de tresnaves, que ocupa el plano del precedente.

La fachada, con el gran arco entre las dos torres ylos frontones triangulares de las cubiertas, transmite almismo tiempo bienvenida e invitación a elevar el alma.Al atravesar las puertas de bronce, esta sensación semultiplica: la nave central, separada de las laterales porgrandes arcos de medio punto, se convierte en unaescalera tallada en la roca que desciende hasta la crip-ta; y encima, muy elevado, destaca el presbiterio, quetiene detrás un ábside en el que está representada laescena de la Transfiguración sobre un fondo completa-mente dorado. La evocación del misterio queda subra-

yada por una particular luminosidad, conseguida gra-cias a los ventanales abiertos en la fachada, los murosde la nave central y el ábside de la cripta.

En la transfiguración, Jesús muestra su gloria divina,confirmando así la reciente confesión de Pedro —túeres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16, 16. Cfr. Mc8, 29; y Lc 9, 20)—, y, de este modo, también fortale-cer la fe de los Apóstoles ante la proximidad de laPasión (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 555 y568), que ya ha empezado a anunciarles (Cfr. Mt 16,21; Mc 8, 31; y Lc 9, 22). La presencia de Moisés yElías es bien elocuente: ellos «habían visto la gloria deDios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anun-ciado los sufrimientos del Mesías» (Catecismo de laIglesia Católica, n. 555). Además, los evangelistasnarran que, cuando todavía Pedro estaba proponiendohacer tres tiendas, una nube de luz los cubrió y una vozdesde la nube dijo: “Este es mi Hijo, el Amado, enquien me he complacido: escuchadle” (Mt 17, 5. Cfr.Mc 9, 7; y Lc 9, 34-35).

Glosando este pasaje, algunos Padres de la Iglesiasubrayan la diferencia entre los representantes delAntiguo Testamento, Moisés y Elías, y Cristo: «ellos sonsiervos, Este es mi Hijo (...). A ellos los quiero, peroEste es mi Amado: por tanto, escuchadle (...). Moisés yElías hablan de Cristo, pero son siervos como vosotros:Este es el Señor, escuchadle» (San Jerónimo, Comenta-rio al Evangelio de san Marcos, 6).

Para Benedicto XVI, el sentido más profundo de latransfiguración «queda recogido en esta única palabra.Los discípulos tienen que volver a descender con Jesúsy aprender siempre de nuevo: “Escuchadlo”» (JosephRatzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde elBautismo a la Transfiguración, p. 368).

Moisés. El profeta Elías.

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Homilía en el Monte Tabor.Fiesta del Inmaculado Corazón de María

Queridos hermanos, como San Pedro, podríamosdecir hoy nosotros también en este lugar: “¡Qué biense está aquí!”. Aquí nos quedamos... Vamos a meter-nos en la escena: hemos subido hasta aquí, con elSeñor, como San Pedro, San Juan y Santiago. ElSeñor da por concluida su larga estancia en Galileay se dirige a Judea y Jerusalén. Se va acercando eltiempo de su Pasión. Anuncia a sus discípulos que vaa padecer mucho por causa de los príncipes de lossacerdotes, y va a ser llevado a la muerte y al tercerdía resucitará (cfr Mt 16,20-22). San Pedro pretendeimpedirlo y tomando aparte al Señor su puso areprenderlo. El Maestro responderá con energía:“Apártate de mí, Satanás, eres escándalo para mí,porque no sientes las cosas de Dios sino las de loshombres” (Mt 16,23). Y les dirá a todos que sialguien quiere seguirle debe tomar su cruz, “porqueel que quiera salvar su vida la perderá, pero el que lapierda por mí la encontrará”.

En este contexto se comprende que el Señor quie-ra fortalecer la fe de los suyos, para que crean en sudivinidad, y no se acobarden cuando llegue elmomento de la persecución y la pasión. Y seis díasdespués, de paso hacia Judea, los condujo hasta aquía tres de ellos. Y contemplarán la impresionanteescena de la transfiguración del Señor. Verán “quesus rostro se puso resplandeciente como el sol, y susvestidos blancos como la luz” (Mt 17,2), y apareceránMoisés y Elías -los dos personajes más importantesdel Antiguo Testamento, que representan a la Ley y alos Profetas- hablando con Él y adorándole comoHijo de Dios que es. San Marcos añadirá que “ningúnbatanero de la tierra puede dejar así de blancos losvestidos de Jesús” (Mc 9,3)

Cerremos los ojos del cuerpo y abramos los delalma, para imaginarnos la escena, representada enlos frescos del altar. Los discípulos contemplan lagloria que Jesús merecerá por su Pasión, la que con-templaremos en el cielo. Y escucharán la voz delPadre: “Este es mi Hijo, el Amado, en quien me hecomplacido: escuchadle” (Mt 17,5).

Durante la Misa en el Tabor.

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Cada uno de nosotros, y la Iglesia en su conjunto,tendrá también dificultades. La Iglesia de un modo uotro será siempre perseguida, con la intención dehacerla desaparecer de la tierra. A veces los enemi-gos serán muy poderosos y harán mucho daño,como a Jesucristo. Pero no será el fin. De la pasiónsurgirá la resurrección. De nuestros dolores y sufri-mientos saldrá gracia abundante si estamos unidos alSeñor. Creamos que El es el Hijo de Dios. Todo estásometido a su poder, aunque permita el mal uso dela libertad de los hombres. Pero al final triunfará, ynosotros unidos a El. Por tanto nada se pierde si todonos lleva al Señor.

Pero es necesario “escucharle”, como hemosoído a Dios Padre. Benedicto XVI en su libro “Jesúsde Nazaret” dirá que el sentido más profundo de latransfiguración “queda recogido en esta única pala-bra. Los discípulos tienen que volver a descendercon Jesús y aprender siempre de nuevo: ‘Escucha-dlo” (p. 368). Nosotros le escuchamos leyendo suPalabra, en el Evangelio, siendo “un personajemás”, meditando “una a una las escenas de la vidadel Señor, sus enseñanzas”, como decía San Jose-

maría. Como aconsejaba él, digámosle: “Señornuestro, aquí nos tienes dispuestos a escucharcuanto quieras decirnos. Háblanos; estamos aten-tos a tu voz. Que tu conversación, cayendo en nues-tra alma, inflame nuestra voluntad para que se lancefervorosamente a obedecerte” (comentario al IVmisterio de luz del Santo Rosario). Tenemos la segu-ridad de que “si obramos así, si no ponemos obstá-culos, las palabras del Cristo entrarán hasta elfondo del alma, y nos transformarán” (Es Cristo quepasa, n. 20).

Celebramos el Corazón Inmaculado de María. Nosabemos si el Señor, durante sus años de vida juntoa su Madre y a San José, le concedió ver en algúnmomento el resplandor de su divinidad, como a losapóstoles aquí en el Tabor. Pero lo que sí podemossuponer es que estuvo tan unida a su Hijo en suhumanidad, durante tantos años, que sería como si leestuviera viendo en su gloria, tanto en la pobreza deBelén, como en el taller de José. Si nuestro corazónestá limpio como el de la Virgen —sin manchas depecado— también sabremos ver en la humanidad deCristo la gloria de su divinidad.

Frente a la Basílica.