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SYLVIA NOGUEIRA JORGE WARLEY De la TESIS Guía para autores y editores s=*

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Tesis

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S Y L V I A N O G U E I R A

JORGE W A R L E Y

De la TESIS

Guía para autores y editores

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D e la TESIS al LIBRO

Guía para a u t o r e s y ed i t o r es

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C O L E C C I Ó NM E T O D O L O G Í A S

Dirigida por Ana Lía Kornblit

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S Y L V I A N O G U E I R A J O R G E W A R L E Y

D e la TESIS al LIBRO

Guía para a u t o r e s y e d i t o r es

Editorial BiblosM E T O D O L O G Í A S

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Nogueira, SylviaDe la tesis al libro: guía para autores y editores / Sylvia Nogueira y Jorge Warley. - l 5 ed. - Buenos Aires: Biblos, 2009.156 pp.; 23 x 16 cm.

ISBN 978-950-786-713-2

1. Edición. I. Título CDD 410

Diseño de tapa: Luciano Tirabassi U.Armado¿Atm Sum a

© Los autores, 2009 © Editorial Biblos, 2009Pasaje José M. Giuffra 318, C1064ADD Buenos Aires [email protected] / www.editorialbiblos.com Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723

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No se perm ite la reproducción parcial o total, el a lm acenam ien to , el alquiler, la transm isión o la transform ación de este libro, en cualquier forma o por cual­quier m edio, sea electrónico o m ecánico, m ed iante fotocopias, digita lización u otros m étodos, sin el perm iso previo y escrito del editor. Su infracción está pe­nada por las leyes 11.723 y 25.446.

Esta primera ediciónse terminó de imprimir en Primera Clase,California 1231, Buenos Aires,República Argentina, en abril de 2009.

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índice

P re s e n ta c ió n ............................................................................................ 9

In tro d u c c ió n ....................................................................................... 17Los universitarios a comienzos del siglo XXI.................................... 19Los géneros académ icos........................................................................22La t e s i s .....................................................................................................25¿Para quién?............................................................................................27El libro .....................................................................................................32

C a p ítu lo 1De a u to re s y e d ito r e s ........................................................................35Autor versus editor .............................................................................. 35Antes de visitar al ed ito r......................................................................38Las funciones del ed itor........................................................................40Macro y m icroediting............................................................................ 52Aspectos del original observables por el autor y el ed itor............ 55

C ap ítu lo 2L as p r im e ra s d ec is io n es d e l a u t o r ............................................. 73Esbozos iniciales del libro posible...................................................... 73El perfil del d es tin a ta rio ......................................................................83La definición del aporte del libro ...................................................... 85La capitalización de los tópicos de la crítica .................................. 86El libro desde atrás .............................................................................. 88La selección de una editorial...............................................................89

C ap ítu lo 3De la te s is a l l ib r o .............................................................................. 93Dimensiones diversas del trabajo de reescritura de te s is ...............93

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La escritura de] libro: un trabajo coorientado en diferentesniveles tex tuales........................................................................................ 96La reformulación de la tesis: una especie de traducción............ 109La claridad: cuestión de legibilidad e inteligibilidad................... 113La reorganización de la estructura de la tesis: explicitación yo rd e n ....................................................................................................... 115La escritura del paratexto del libro: dedicarse alos nuevos lec to re s ...............................................................................131El m anuscrito terminado: lecturas y escrituras finalesantes de dirigirse al editor.................................................................. 146

D ecálogo (guía-resum en de orien tación gen era l).............. 149

B ibliografía ........................................................................................153

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Presentación

Este breve volumen se dirige a diversos protagonistas de la difusión de conocimientos a través de los libros. Por un lado, in ten ta ofrecer una orientación general para todos aquellos univer­sitarios que acaban de completar alguna fase superior de los estu­dios de su área y se encuentran con que en la actualidad, además de un diploma, tienen frente a sus ojos el producto de un duro empeño de investigación, elaboración, ordenamiento y escritura que juzgan que es de interés para un público mayor que las pocas personas que hasta ese entonces han tenido acceso a él en el marco de un reducido espacio académico. También se dirige a profesiona­les que pueden tener ya una considerable carrera académica y una tesis de posgrado defendida, pero escasa experiencia o falta de entrenam iento en la escritura destinada a difundir sus conoci­mientos fuera de la comunidad de especialistas de su área. Por otro lado, esta obra se dirige a editores o estudiantes de carreras de edi­ción que tengan particular in terés en indagar en el mundo de la producción de libros no ficcionales, no literarios, convencidos de que la comprensión de los esfuerzos y dilemas de los escritores aca­démicos es una clave para lograr que una tesis se vuelva un buen libro, eventualm ente un clásico de una disciplina que buena parte de las editoriales apreciaría incluir entre sus colecciones. En sen­tido recíproco, se apunta aquí no sólo a ayudar a los autores a des­articular representaciones sobre los editores que no hacen m ás que “enferm ar” a los libros sino tam bién a colaborar con los editores en la comprensión de las razones que, más allá de las habilidades de reescritura, tiene un autor para resistirse a “traducir” o modificar su tesis académica.

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Perm anentem ente distintas formas del discurso político, el que­hacer periodístico y hasta un extendido sentido común para nada ajeno a las aulas donde se cursan los estudios superiores repiten, casi a la m anera de un eslogan, lo que puede considerarse un “deber” social por parte del profesional recién egresado; se tra ta de un m an­dato del orden de la moral que puede sintetizarse en la necesidad de que el universitario que ha completado sus estudios “devuelva” a la comunidad aquello que de algún modo ella le ha brindado al posibi­litar su formación especializada. El momento adecuado para comen­zar con una tal devolución queda indicado, pues, con el cese de las cursadas de las m aterias, la entrega en fecha de los trabajos prác­ticos y la presentación periódica frente a las m esas examinadoras, y una certificación institucional que, además de brindar el regocijo y la satisfacción por la tarea cumplida, traza la raya después de la cual el tiempo por venir exigirá un desempeño y compromisos de otra naturaleza que los hasta ese entonces asumidos.

La referencia que antes se realizó acerca del trabajo de investi­gación es hacia la tesis. Esos cientos de borradores y páginas defi­nitivas que, de acuerdo con la misma búsqueda y los mismos argu­mentos que el autor ha seguido para seleccionar un cierto tem a de especialización y los modos de su tratam iento riguroso, se juzga que es im portante e interesante ofrecer a la difusión pública una vez que se produce la pausa y la decantación necesaria que sigue a su evaluación y aprobación académicas. En otras palabras, aquellos interrogantes acerca del tem a abordado, su interés y originalidad en el enfoque y tratam iento, que se debieron contestar de m anera afirmativa y fundam entada antes de encarar la labor y para ir dán­dole vida y alimentando su vigor, se convierten con posterioridad -e s decir, ahora- en prueba de su relevancia. En síntesis: certifican su valor social.

Se podría sumar, además, la certidum bre del carácter “ú til” que supone haber relevado y ordenado una bibliografía específica, entre una m asa de m ateriales de muy diversa procedencia, que a partir del aporte personal del investigador otras personas podrán tener más a mano para la consulta salteando la dura tarea de su detec­ción y organización. Si bien se suele afirm ar que las nuevas tecno­logías (internet y la posibilidad de consulta rápida de bases de datos, en prim er lugar) facilitan en la actualidad esta labor, la ase­veración debe ser relativizada cuando se tra ta de la pesquisa de fuentes serias y confiables. En muchos casos regionales y naciona­les, se podría añadir, las deficiencias estructurales en cuanto a la

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disponibilidad de las bibliotecas y los archivos, la inexistencia de hemerotecas o microfilmaciones, etc., determ inan que estas activi­dades valgan el doble.

Colocar tales saberes prácticos, esos “trucos” y “atajos” que guían el trabajo cotidiano de la investigación en las páginas de un libro impreso, supone arrancarlos de los modos más vagos e imprecisos con que una generación de docentes y estudiantes se los “sopla” a otra siguiendo una suerte de costumbre propia de los avatares de los artesanos, maestros y discípulos, y comenzar a dotarlos de la clari­dad formal propia del hacer científico que posibilite de tal m anera su acumulación, transm isión y difusión. Obligan incluso al propio autor a pasar revista y hacer memoria de aquellos obstáculos que en su momento supo salvar sistemática o espontáneamente y de una m anera imprevista o esforzada para, a través de la reflexión y mediante la distancia conceptual que permite la escritura, conver­tirlos en una guía metodológica que puede ser de buen uso para quienes se interesen en esa misma problemática.

Hay un viejo y conocido mito, que suele encarnar en sus conse­cuentes figuras estereotípicas, que m uestra a los universitarios como cerradas sectas de iniciados que se inclinan hacia cuestiones que en nada interesan al común, y que de continuo recurren a nomenclaturas oscuras y lenguajes herméticos los cuales, más que encontrarse justificados por el asunto que tra tan o de proteger el estudio de las ambigüedades del habla cotidiana, en realidad sólo sirven para disfrazar pomposamente la vacuidad de aquello que se inspecciona y exorcizar el temor a su discusión pública dado que la “utilidad” de lo actuado sólo es presunción de la institución que busca perpetuidad para sí y cobijo seguro para sus habitantes. Más allá de lo exagerado de la caricatura, quizá pueda también agre­garse a la necesidad de la publicación de un libro la intención más o menos explícita y consciente por parte del profesional de poner a prueba lo hecho frente a opiniones que no son ya las esperables -y en la misma medida relativam ente previsibles- dentro de la univer­sidad. Tal extensión supone enfrentar con convicción el desafío de la validación social del conocimiento por él adquirido y desarrollado.

Se tra ta en este caso de ver si los esquemas conceptuales ela­borados, el objeto de estudio que so juzga de importancia al igual que la rigurosidad de la metodología utilizada y las conclusiones a las que se ha arribado “resisten” lecturas diferentes que aquellas a las que los años de la formación superior han ido acostumbrando y que a veces corren el riesgo de term inar alim entando una cierta

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circularidad endogámica. Esta lectura am pliada bien puede ser considerada, en consecuencia, una suerte de “grupo de control” sui géneris.

Suele afirm arse, en este mismo sentido y según se dijo antes, que los profesionales egresados universitarios deben encontrar la m anera de “devolver” a la comunidad aquello que ella, de m anera directa o indirecta, ha posibilitado y que es evidente a partir del sostenimiento económico del sistem a de educación pública (y tam ­bién, en una buena proporción, la educación privada). Un señala­miento general que no pretende, como bien podría hacerlo, agregar razones de índole ética. Pues bien, he aquí una buena e inm ediata posibilidad para hacerlo; sobre todo porque de m anera latente el desafío es una convocatoria profesional de valor en tanto y en cuanto supone que el universitario interpelado debe poder dar m uestra de la suficiencia y la plasticidad suficientes en el manejo de patrones de investigación, metodologías, conceptos, hipótesis y teorías como para construir explicaciones claras y fundadas para un público que no es ya el de sus pares.

Según relata Albert Einstein en su autobiografía, fue uno de sus tíos quien supo alim entar sus intereses científicos proporcionándole libros de ciencia a largo de la adolescencia. De esas lecturas cientí­ficas dirigidas a un público no especializado, cuenta Einstein, nace­ría su constante cuestionamiento de las afirmaciones de la religión; un libre pensamiento de marcado rechazo hacia el Estado y la auto­ridad, y que lo guió para que sobre fines del siglo xix ingresara en el Instituto Politécnico de Zurich, en su escuela de orientación m atem ática y científica, decidido a estudiar física. Como se sabe, el creador de la teoría general de la relatividad siempre insistió en la necesidad de que fueran los propios científicos, incluso aquellos ocu­pados de las cuestiones más complejas y alejadas del pensar común, los encargados de llevar adelante la tarea de divulgación de sus conocimientos. Es más, para Einstein la capacidad de “traducir” para la comprensión bien generalizada las conceptualizaciones científicas es una señal definitiva de que el científico en cuestión sabe verdaderam ente sobre aquello que se trae entre manos. Fue ésta una convocatoria a la simplicidad que más tarde el propio Karl Popper suscribiría. P ara el epistemólogo autor de La lógica de la investigación científica constituye un atributo natural -y en algún sentido necesario- de todas las grandes teorías que la hum anidad ha sido capaz de producir el hecho de que, finalmente, puedan ser expresadas en unos pocos renglones.

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Asimismo, resu lta evidente para cualquier egresado universita­rio que una porción relevante de aquellos artículos, libros y expe­riencias que lo formaron han seguido históricamente ese mismo camino, de la tesis al libro.

En su obra Frorn Dissertation to Book, William Germano (2005) menciona como ejemplos de tesis doctorales que se convir­tieron en libros de influencia para la vida intelectual estadouni­dense Dialectical Imagination de M artin Jay y Sexual Politics de Kate Millett; sin ir más lejos, la misma editorial que ha publicado el volumen que ahora mismo el lector tiene en sus manos podría men­cionar de su catálogo, y a m anera de ilustración de tesis universita­rias convertidas en libros, el título Políticas de la maternidad y maternalísmo político de la historiadora de la Universidad de Buenos Aires Marcela Nari o Ser-en-el-sueño. Crónicas de historia y vida toba, de Pablo Wright, antropólogo y docente de la misma uni­versidad, entre otros muchos.

De seguro los ejemplos que podrían agregarse se cuentan por miles. De lo que se tra ta , entonces, es de que se perciba que tal tarea de publicación es la continuación de una práctica de acumu­lación, actualización y mejoramiento de los saberes necesarios para la reproducción de los estudios superiores, que por su propia natu ­raleza se encuentran en constante reelaboración y perfecciona­miento, así como del rico, complejo y contradictorio diálogo que el discurso universitario tiene establecido, desde su origen, quiera vérselo o no, con el conjunto de los discursos sociales y las necesida­des de su comunidad.

Así, este tomo busca acercar un conjunto de observaciones que posibiliten reflexionar sobre lo hecho y orientar el quehacer con relación a los diversos pasos que integran la secuencia que conduce de la tesis al libro, y que parten de una simple constatación inicial: una tesis no es un libro , y, por lo tanto, identificar un género con el otro, o suponer que entre ellos hay una distancia mínima, es una gran equivocación y fuente de los mayores malentendidos.

Hay una serie de transformaciones que median entre una y otro, la tesis y el libro, y para la explicitación y el análisis de ellas estas páginas buscan brindar una guía general.

En ese sentido, se busca enfatizar que el pasaje que lleva de la tesis al libro es producto de una tarea conjunta del autor y el editor. Resaltando lo obvio para que no se olvide, debe decirse que las nor­mas académicas no coinciden con las que dicta la práctica editorial; de igual manera, los pocos profesores - a lo sumo media docena- de

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alta calificación en la m ateria específica que asesoran, siguen en su evolución, indican errores y correcciones, y finalm ente califican y aprueban una tesis universitaria, no son en absoluto asimilables al público m ás amplio al que pretende llegar el libro. Baste mencionar, para que se imagine la distancia entre una y otra competencia lec­tora, que la tirada de un editorial comercial de un título sobre algún tem a universitario no puede ser inferior a los 1.500 ejemplares, según dicta la lógica básica y mínima de su rentabilidad.

Con respecto a la lectura, vale la pena añadir aquí que ese pasaje que lleva de la investigación académica a la forma del libro no se consuma simple y únicam ente en el traspaso de unos “pocos conocidos” a la dimensión mayor del público Lector entendido como una entidad vaga y poco asible. Es m ás que eso.

El modo de la circulación del libro perm ite destacar algunas lec­tu ras particulares, para nada abstractas, ligadas a espacios institu ­cionales y lectores relativam ente calificados que firman con nombre y apellido, y cuyas opiniones e interpretaciones tienen verdadero peso social. Así ocurre tanto con las revistas especializadas o de divulgación más general y con las páginas, los suplementos y las publicaciones de diverso formato (N, a d n , Radar, para citar los ejemplos nacionales más conocidos y prestigiosos, pero a los que se podrían agregar desde las revistas universitarias hasta múltiples espacios en in ternet y program as de radio y de televisión) donde se ejerce un quehacer crítico -m ás allá de la heterogeneidad- de par­ticular valor y que se encuentra en relación con los saberes acadé­micos a través de múltiples vasos comunicantes. Son estos espacios, en definitiva, los que ese público lector amplio que se ha mencio­nado busca para actualizarse y estar al corriente de las novedades que las editoriales publican. No en vano, el crecimiento editorial desde mediados del siglo XIX fue de la mano de la extensión de los sistem as de educación pública que dieron vida a ese “público lector”, a la vez que se fortalecía el quehacer periodístico y junto a él la figura del “crítico” que es precisamente quien, en medio de una can­tidad de publicaciones cada vez mayor y m ás diversificada, actúa como un formador de gustos y guía de lecturas.

De la tenis al libro. Guía para autores y editores es un volumen eminentem ente práctico, y si en esta presentación no se habla lisa y llanam ente de “consejos” es en realidad para no caer en un exceso de informalidad o demagogia. De cualquier m anera es inevitable que en varios puntos de la exposición se haga referencia a un con­junto de conceptos y apreciaciones provenientes de los diversos

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ámbitos de la lingüística y el análisis del discurso (de los que luego se da cuenta en las bibliografías general y específica), pero en todos los casos se in ten ta acudir a ellos antes como herram ientas que como nociones teóricas, es decir, con el objetivo de ilum inar con intensidad los aspectos centrales de la tarea que se pretende esti­mular, para brindar un apoyo tanto al autor como al editor en sus tareas.

El carácter “práctico” que se acaba de señalar apunta también en una dirección complementaria. Quienes escribieron De la tesis al libro. Guía para autores y editores tienen una larga trayectoria como docentes especializados en la problemática relativa a la lec­tu ra y la escritura, tanto en las aulas de la escuela media como en los diversos niveles de los estudios superiores universitarios, funda­m entalm ente a través de la forma del taller, tarea que les posibilita hasta el día de hoy estar particularm ente alertas frente a los incon­venientes que su experiencia cotidiana les ha posibilitado estim ar como los más relevantes. De igual m anera han trabajado y están en contacto perm anente con editoriales comerciales como lectores eva­luadores, directores de proyectos de colección, cumpliendo funcio­nes de edición y, por supuesto, tam bién como autores. Puede decirse finalmente, que quienes firman en la tapa son, a la vez, autores y editores. Ese doble carácter les ha permitido ser testigos de las necesidades, quejas y demandas de uno y de otro, del autor y del editor, cuya relación muchas veces se precipita en una serie de malentendidos que term inan por entorpecer y volver pesada y des­agradable una relación que debería ser todo lo contrario, en primer lugar porque el objetivo final -u n libro bien hecho, interesante y agradable de lee r- así lo requiere.

Sylvia Nogueira y Jorge Warley Buenos Aires, verano 2009

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Introducción

A comienzos de la década de 1960 el investigador francés Roland Barthes, uno de los fundadores de la semiología de tradición euro­pea continental, en el marco del desarrollo de una serie de trabajos pioneros sobre la fotografía —fundam entalm ente dos, “Retórica de la imagen” y “El mensaje fotográfico”- , se decidió a enfrentar de un modo sintético y lapidario un sentido común. Tuvo en cuenta, sobre todo, que ya empezaba a propagarse a través del periodismo y otros ámbitos de divulgación, como verdad que no necesita ser demos­trada, la idea de que había arribado la “era de la imagen” y que de la mano de las nuevas tecnologías y diversas, deslum brantes y novedosas formas de la comunicación no faltaba mucho para que los viejos instrum entos lingüísticos escritos fueran guardados en algún cajón hasta ser olvidados.

“La duda principal acerca del futuro del libro se origina en la difusión de las llamadas nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. El público, pero también, por cierto, los profesiona­les de la edición, ha comenzado a sospechar que la posibilidad de acumular y distribuir inmensos volúmenes de información a bajo costo y a gran número de usuarios pone en cuestión al libro como medio idóneo para satisfacer esa misma necesidad”, escribió Alejandro Katz (2002), y a continuación anotó como ejemplo signifi­cativo que en 1994 el Centro de Semiótica y Estudios Cognitivos de San Marino, que dirigía Umberto Eco, se dedicó a discutir el tema apuntado para reunir luego las discusiones en un libro llamado, valga la paradoja, El futuro del libro. “Desde cierto punto de vista”, redondea Katz, “la aparición de las tecnologías digitales de transm i­sión de información hace las cosas más parecidas al modo en que

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eran antes de la escritura”, o sea, un par de miles de años antes de la era cristiana.

Cuando planteaba polémicamente la cuestión, hace poco menos de medio siglo y cuando la televisión recién m ostraba sus dientes de leche, Barthes revisaba el argum ento para colocar una conclusión que apuntaba hacia las antípodas de los presagios apocalípticos.

En síntesis, el autor de Elementos de semiología señalaba lo evi­dente: toda expansión de la imagen, su despliegue a través de cual­quier soporte novedoso y deslum brante tecnología, siempre va acompañada de la palabra oral y escrita. Así, ejemplificaba Barthes y nosotros podemos continuar, sucede tanto con los eslóganes y las m areas que se suman a las grandes fotos que ocupan la mayor parte del afiche publicitario, o a través del locutor que, junto al breve texto sobreimpreso en la parte inferior de la pantalla, continúa con su comentario la imagen del noticiero, la letra de la canción en el caso del videoclip además de la información escrita que lo inicia y cierra mentando al intérprete, el nombre del tem a y otros datos generales, el epígrafe que se despliega al pie de la fotografía perio­dística que ocupa la m itad de la página tres del diario de hoy y se ubica inm ediatam ente debajo del título de tipografía de cuerpo inmenso, y así siguiendo. Aquellos artículos desconocían los ordena­dores de textos e internet, los videogames, el correo electrónico y los mensajes de texto, que les hubieran posibilitado agregar otras m uchas ilustraciones de este punto de vista.

En fin, aunque las revistas que acompañan los diarios, algunos magazines de radio y una catarata de rápidas opiniones vertidas a través de los televisores insistan cada tanto con énfasis altisonante que “vivimos una época de la imagen”, la verdad es que basta m irar con mínimo detenimiento alrededor para advertir que cada vez más formamos parte de una civilización de la lengua. En ella la escri­tu ra sigue siendo determ inante y las nuevas tecnologías, usos y cos­tum bres no hacen sino constatar tal realidad que se ofrece con la forma de un cada vez más variado “m enú” de opciones para su rea­lización, desde las más sencillas y cotidianas hasta las más sofisti­cadas y complejas.

A su m anera, y más allá de cualquier discusión posible sobre errores de concepción e implementación y motivaciones ocultas, las reformas educativas que en las últim as dos décadas o más se han llevado adelante han debido hacerse cargo inevitablemente de esta realidad en los diversos niveles del sistem a educativo.

Ocurre, pues, que cada vez se habla, se escribe y se lee más, no menos. Cada vez las formas de la oralidad y la escritura se diversi­

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fican en mayor medida y se estratifican en torno a pautas genéricas que, aunque no siempre sea posible percibir de m anera inm ediata y directa, corren en forma paralela a las cambiantes y renovadas necesidades de los hombres y las instituciones que los agrupan. Cumplen una ley de obligada “inercia social” que ya hace mucho tiempo el teórico ruso Valentín Voloshinov describió de m anera defi­nitiva.

Cada vez más los éxitos y los fracasos de la formación, en tanto se expresan en los diversos estratos del sistem a de escolarización pero tam bién en los espacios laborales, están relacionados con la demostración por parte de las personas de su capacidad y ductili­dad para m anejarse con la lengua oral y la lengua escrita. Se puede hablar, en consecuencia, de éxitos y de fracasos -aunque no de un modo causal exclusivo, por supuesto - en el manejo produc­tivo de la lectura y la escritura. Así es como queda demostrado en las m últiples pruebas de evaluación estatales y privadas, naciona­les e internacionales, que in ten tan detectar los obstáculos princi­pales del desarrollo educacional, y que explican, por ejemplo, el alto grado de abandono de las universidades en su ciclo de intro­ducción y el porcentaje mínimo de las poblaciones que completa sus estudios superiores.

El esfuerzo denodado que todos los sistem as educativos realizan en la actualidad para mejorar el desempeño por parte de los niños, adolescentes y jóvenes en el área de la lectura y la escritura da cuenta de este fenómeno. De igual modo se podrían citar muchos de los cursos de capacitación laborales que impulsan las empresas públicas y privadas para mejorar tal desempeño. Se tra ta de una cuestión de prim er orden, y los obstáculos y las dificultades que se enfrentan engordan habitualm ente las ponencias en los congresos de educación, las declaraciones del ministro del área y las asigna­ciones presupuestarias de su cartera, los pronunciamientos de los sindicatos docentes y los centros estudiantiles, etcétera.

Los universi tarios a comienzos del siglo XXI

A lo largo del último período las universidades de todo el mundo, aunque con diverso ritmo y proporción, han visto incrementadas en forma exponencial sus m atrículas así como el número de los profe­sionales egresados que finalizan sus carreras de estudios superiores.

Es sencillo arriesgar una prim era causa que explique el fenó­meno si se considera la tendencia de buena parte de los sistemas

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educativos nacionales a “em pujar” de una m anera cada vez más decidida a una mayor cantidad de personas para que sigan estudios de formación superior. La prueba de tal empeño la brinda la san­ción de renovadas leyes de educación y la implementación de refor­mas educativas que tienden a aum entar en años la obligatoriedad de escolarización, como, vale la ilustración, acaba de ocurrir en la Argentina con la promocionada Ley de Educación Nacional, sancio­nada a fines de 2006.

Entre las razones básicas para tal impulso, además, debe enlis­tarse en prim er término la percepción generalizada de que cada vez en mayor medida se necesita una fuerte capacitación profesional para conseguir puestos de trabajo más o menos estim ulantes y bien pagos. Además, si bien la anterior semeja ser la causa principal y directa, no debería ser dejada de lado la estimación de hasta qué punto la obtención de un diploma universitario supone un logro deseado de realización personal que tiene gran fuerza de atracción más allá de cómo pueda o no reflejarse finalmente en la vida labo­ral que se desarrolla y en el nivel del salario que se recibe al final de cada mes.

De igual modo -y en gran medida porque tal m asividad ha determinado, directa o indirectam ente, a la m anera como lo haría un estímulo económico de sobreoferta, una cierta depreciación de los estudios llamados “de grado”- , se han multiplicado las posibili­dades de formación en los cursos de posgrado. A lo largo de los ú lti­mos años las licenciaturas, las m aestrías, los doctorados y hasta los posdoctorados se han vuelto títulos cada vez m ás populares, necesarios y buscados por aquellos que siguen estudios superiores. La proliferación de las diversas formas de educación a distancia, favorecida por las nuevas tecnologías -desde la consulta, el foro y la tu toría electrónica que puede reun ir a dos o a cientos de perso­nas, hasta las teleconferencias, para citar sólo algunos ejemplos ya usuales-, o los cursados intensivos para aquellos que disponen de poco tiempo dadas sus ocupaciones laborales han fortalecido aun más el fenómeno en desarrollo.

Las reformas educativas de las que se ha hecho mención con ante­rioridad insisten, además, y lo hacen a cada paso, en la necesidad de generar nuevas y permanentes formas de capacitación docente. Se considera que la implementación de formas perm anentes de actuali­zación profesional es imprescindible en virtud de que los campos dis­ciplinarios son espacios de conocimiento en constante renovación, tanto en sus contenidos como en sus pedagogías.

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Cada una de estas instancias supone formas de asistencia, cur­sado y evaluación propias. La ampliación del campo profesional, que va de la mano de un ritmo constante e indetenible de actuali­zación, según se afirmó, obliga a sus miembros a concurrir a uno, dos o más congresos cada año, elaborar abstraéis, papers, artículos o informes de investigación, para proporcionar unos pocos ejemplos, que los enfrentan al desafío de m ostrarse eficaces en el tratam iento por escrito de los tem as de su especialidad de acuerdo con conven­ciones de presentación de formas de la oralidad y, sobre todo, de la escritura fuertem ente normativizadas.

Frente a un panoram a tal, no se m uestra como una exageración afirm ar que todo profesional debe prepararse denodadamente para ser un técnico en el manejo de la lengua escrita en sus diferentes formatos. Además, en tanto las demandas son cambiantes así como los m últiples factores que pueden incidir hasta último momento para determ inar su confección, se necesita de un manejo previo, sólido y bien sedimentado, que se asiente en hábitos consolidados y por lo tanto perm ita una utilización fluida de las herram ientas de la lengua; habilidades que posibilitarán la resolución de los incon­venientes “inesperados” o los cambios de últim a hora que deban enfrentar.

Dentro de este repertorio de saberes técnico-discursivos, una forma escrita clásica, como es la tesis, se utiliza cada vez con mayor frecuencia como requisito de aprobación exigido como instancia evaluativa que sirve de cierre para un determinado nivel de la edu­cación superior. Sucede que el punto culminante de la formación profesional está dado por la capacidad que debe demostrar el estu­diante para desem peñarse en el ámbito de la investigación de una m anera eficiente, creativa y personal, y es precisamente la elabora­ción de una tesis el parám etro que posibilita medir su virtud en este sentido.

La tesis es, de tal modo, un desafío, y su defensa y aprobación suponen un punto de llegada, de culminación, de cierre, pero tam ­bién una plataforma firme para que el profesional recién recibido comience, por fin, el desarrollo de su carrera sin más tardanza pre­paratoria o “transicional”. Se comprende entonces que muchos autores busquen que sus tesis, a las que de seguro juzgan de impor­tancia e interés para un conjunto amplio de personas más extenso que la media docena de especialistas que pueden haberla leído en el ámbito universitario, puedan emerger del cerrado ámbito acadé­mico para ser llevadas al “mundo”. Nadie que sienta que tiene algo

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im portante y fundam entado para decir deja de experim entar ese reclamo.

El prim er punto que debe quedar claro en relación con este anhelo por demás justo y razonable -y sobre el cual no nos cansa­remos de in sis tir- es que una tesis no es un libro, y por lo tanto hay aquí un nuevo trabajo que afrontar. Transformar una tesis en un libro acarrea una serie de operaciones que pueden ser estim adas simples, razonables y naturales o abstrusas e innecesarias, según se encare la tarea. Este volumen pretende ser un aporte que apro­xime esos juicios extremos a una ju sta (y realista o pragmática) apreciación, de modo tal que interesantes proyectos de publicación no term inen abandonados debido a desacertadas representaciones del trabajo de reformulación de la tesis para transform arla en un libro.

Los géneros ac adém icos

Desde sus inicios y su expansión en Occidente, hacia la llam ada Baja Edad Media, el desarrollo de las universidades supuso la u ti­lización de formas fuertem ente convencionalizadas para el desarro­llo de su labor. La tradición, en rigor, se rem onta mucho más atrás, a la China imperial cientos de años anteriores a Cristo, pero basta aquí con la referencia a las universidades como instituciones típicas de la modernidad occidental.

Desde el modo en que debe plantearse una investigación o los protocolos que debe seguir de m anera necesaria el trabajo en un laboratorio hasta la estructura básica de una clase, la m anera clara y precisa de redactar las consignas para un examen parcial, la par­ticipación en un congreso, una conferencia m agistral o un examen ñnal, siempre se buscó establecer patrones fuertes que sirvieran de guía en estas labores. En la medida en que las universidades se fue­ron consolidando como instituciones esas pautas normativas sedi­m entaron, ganaron una mayor determinación, lo cual se explica, naturalm ente, por la necesidad de contar con un marco transpa­rente y objetivo que garantice sólidas y eficaces formas de la acu­mulación y la transm isión de los conocimientos que se pretenden fundamentados, rigurosos y de gran utilidad social.

Una de las características principales que constituyen a la cul­tu ra hum ana es su capacidad de conservación y reproducción, es decir, do acopio y transm isión de conocimientos de una generación

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a la otra. Las instituciones educativas son claves para advertir el desarrollo de este aspecto en las sociedades modernas, y las univer­sidades en particular en lo que respecta a la ciencia y la “a lta” cul­tura. Dentro de ellas la escritura y los géneros escritos ocupan un lugar central.

A los fines de este volumen interesa destacar particularm ente el uso de la escritura universitaria. Resulta ya clásico en esta área mencionar, de m anera rápida, el concepto de género discursivo acu­ñado por el investigador ruso Mijaíl Bajtín y que resulta ya de gran popularidad para los habitantes de las diversas instancias del sis­tema educativo argentino. Para el autor de Estética de la creación verbal cada esfera de la vida social se caracteriza por la emergencia y estabilización de cierto tipo de enunciados que en ella echan pro­fundas raíces y, a la vez, van encontrando formas de estabilización, es decir ciertos esquemas particulares, constantes, de estilo, y reper­torios temáticos que posibilitan su producción y reconocimiento.

Acto seguido Bajtín clasifica a los géneros discursivos en prim a­rios o simples y complejos o secundarios. Los primeros son los que están ligados a las formas más sencillas de la oralidad, como ocu­rre, por ejemplo, con un diálogo cotidiano entre amigos o vecinos; los secundarios son los que se corresponden con los universos de la literatu ra , la ciencia o el periodismo.

Es claro, en consecuencia, que los usos lingüísticos orales y escri­tos típicos de la universidad corresponden a este segundo ítem taxo­nómico, e incluso pueden ser vistos en su interior como un subcon- junto de clara distinción. Esto es así, como se dijo anteriormente, debido a la necesidad de las casas de estudios superiores de ofrecer normas claras y fuertes para identificar los discursos que caracteri­zan a la institución. Aquí se los llam ará géneros académicos.

Podría argum entarse en contra de lo dicho en los párrafos ante­riores a partir de la constatación de que tales requerimientos nor­mativos no son iguales en todas las carreras, facultades y universi­dades. Esto es cierto y evidente, pero no por ello deja de ser verdadera y fácilmente detectable en las disposiciones generales de los planes de estudio y los programas de las m aterias particulares la orientación general que se sigue de la anterior afirmación en cuanto al señalamiento de una tendencia global y la búsqueda cons­tante de consensos para la implementación de criterios únicos de identificación de tales géneros.

Por ejemplo, en los últimos años ha comenzado a exigirse, en diversos niveles del sistema educativo argentino, la realización de

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una tesina. El escrito debe ser elaborado a partir de la asistencia de un tu tor o director y, en la mayoría de los casos, luego de aprobada en general debe ser defendida en una entrevista oral final. Las tesi­nas ya se realizan como requisito de egreso de la escuela media en un número creciente de escuelas secundarias privadas y públicas de la ciudad de Buenos Aires y otros puntos del país.

Ahora bien, también se recurre a la tesina como trabajo de investigación y escritura necesario para la obtención de una licen­ciatura en diversas carreras que se cursan en las universidades nacionales. Es evidente, entonces, que los requerim ientos en un nivel y en otro son necesariam ente diferentes aunque en los dos casos se apele al mismo nombre de tesina para caracterizar el tra ­bajo que debe realizarse.

Es más, ni siquiera en el interior de una misma facultad los cri­terios son claros y distintivos. Así, puede ocurrir que se produzcan enfrentam ientos de criterios entre el director de investigación o tu tor que aprobó un plan de trabajo y guió al estudiante, y el profe­sor encargado de su estimación y calificación final, que juzga lo rea­lizado sobre la base de valores diferentes de los de sus colegas. Por esta razón en varias unidades académicas —podemos citar aquí los casos de las facultades de Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires— se realizan con gran frecuencia reuniones y seminarios tratando de fijar criterios comunes.

Algo sim ilar ocurre en las escuelas medias entre las diversas áreas. Los tem as y los modos de encarar una investigación, por más pequeña y acotada que ésta sea, así como las formas de su presen­tación formal por escrito, no encierran criterios compartidos entre litera tu ra y m atem ática o computación y biología; es ésta una hete­rogeneidad que las indicaciones oficiales demasiado vagas e im pre­cisas no permiten despejar.

Si bien todas estas diferencias son ciertas, tam bién lo es -y este volumen resulta, al menos en parte, un reflejo de esa circunstan­cia- el hecho de que se tra ta no de un fenómeno misterioso o del empecinamiento caprichoso por defender lo “propio” sino de una problemática ya bien conocida y establecida que los especialistas in ten tan resolver, hasta un cierto punto, a partir del estableci­miento de mecanismos de consenso que en la mayor parte de los casos surgen de la resolución de los problemas y las necesidades cotidianas y bien prácticas.

Acerca de la problemática de la “indeterminación” que afrontan el conocimiento humano y su enseñanza, Claude Bastien (1992)

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anota que “la evolución cognitiva no se dirige hacia la elaboración de conocimientos cada vez más abstractos sino, por el contrario, hacia su contextualización”, la cual determ ina las condiciones de su inser­ción y los límites de su validez. Bastien agrega que “la contextuali­zación es una condición esencial de la eficacia [del funcionamiento cognitivo]”, según lo ha afirmado Edgar Morin (1999) en el intento de subrayar la certidumbre de que “el conocimiento no se puede con­siderar como una herram ienta ready made que se puede utilizar sin examinar su naturaleza. El conocimiento del conocimiento debe apa­recer como una necesidad prim era que serviría de preparación para afrontar riesgos perm anentes de error y de ilusión”.

De cualquier modo, la “juventud” de la tesina (al menos para el caso del sistem a educativo argentino) y su implementación reciente encierran inconvenientes que no se reproducen en igual grado cuando se considera el género académico tradicional del que ella deriva.

La tesis

La tesis universitaria se m uestra como una forma genérica más estabilizada en sus criterios generales que su herm ana menor, la tesina, aun cuando a ella tam bién le caben muchas de las observa­ciones que se hicieron precedentemente.

De acuerdo con la definición ya clásica y bien general acuñada por el escritor italiano Umberto Eco (1983), se debe entender por tesis:

Un trabajo mecanografiado de una extensión media que varía entre cien y cuatrocientas páginas, en el cual el estu­diante tra ta un problema referente a los estudios en que quiere doctorarse.

El ciclo de vida que cubre una tesis supone, por parte de quien la realiza, un arduo esfuerzo de elaboración que se puede registrar en todos los niveles que atraviesa desde su planeamiento hasta su evaluación. De m anera simplificada se pueden mencionar como pasos centrales de la investigación:

1) la selección de un determinado objeto de estudio bien delimi­tado;

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2) la búsqueda de bibliografía y el diseño de formas diversas de la investigación y la experimentación;

3) la labor de dar cuenta de un soporte teórico y metodológico adecuado y preciso;

4) la ejecución de un rastreo muchas veces gigantesco pero nece­sario para dar cuenta de un cierto “estado de la cuestión” con relación al tem a que se ha elegido;

5) las periódicas consultas con el director a cargo, que en muchas ocasiones determ inan la reelaboración de una parte im portante sino de la totalidad de lo trabajado o la reorienta­ción completa de la investigación;

6) su plasmación en un cuerpo escrito claro, convincente y orde­nado. No se desarrolla aquí, pero tal trabajo de escritura encierra una serie de “pasos” que van desde los borradores iniciales, los informes de lectura de los textos relevados, los diversos tipos de fichas elaboradas, las correcciones y reescri­turas sugeridas a partir de las observaciones y reorientacio­nes del trabajo que determine el tutor. Y, finalmente,

7) la defensa oral de la tesis.

La tesis es un género discursivo académico que, como tal, supone condiciones de producción y esquemas de formalización bien delimi­tados. Esto es así tanto en lo que refiere a su extensión, las “partes” que constituyen su elaboración (aquellas que quedan plasm adas en el escrito final y aquellas que no, como los borradores, las consultas a diccionarios y enciclopedias, las charlas orientadoras con el tu tor y otros especialistas y colegas, los resúm enes o informes.de lectura), la obligatoriedad de que el enfoque teórico y el abordaje metodoló­gico estén explicitados y fundam entados en su elección, como en lo que hace el carácter explícito de la hipótesis de la que se parte y a que las conclusiones a las cuales se arriba estén volcadas de m anera clara y lógicamente encadenadas.

Para insistir en una definición de pocas palabras, a la m anera de Eco, se suele encontrar la afirmación que dice que la tesis se tra ta de un trabajo escrito extenso que desarrolla una investigación ori­ginal. Su naturaleza, por lo tanto, es la de una tarea de carácter científico que debe ser encarada por su autor como el primero rele­vante de su vida profesional. Consiste en una labor de graduación de los estudios superiores, de la cual .muchos suelen subrayar su carácter “probatorio”, aunque otros especialistas parecen tener una perspectiva menos “drástica”, como William Germano (2005), para

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quien “una tesis es una argum entación antes que una afirmación que debe ser probada”. De acuerdo con Germano:

Una tesis doctoral [...] ni siquiera es un argumento en sí, completo, sino una muy pequeña parte de un argumento mayor que ocupa un lugar en una disciplina específica o en la sociedad [...], o en el conjunto de la cultura considerado en su amplitud. Existe en ella una tensión entre el imperativo de ser creativo y original, y la necesidad de ocupar un lugar en el extenso diálogo que constituye un campo universitario.

La definición tiene la virtud y el valor de sacar a la tesis de los requerim ientos de absoluta novedad y genialidad del trabajo para situarlo en un contexto mucho más realista y cercano. Más próximo a la “puesta en escritura” que al énfasis sobre su carácter científico.

Para cerrar este apartado, podría decirse que no necesariamente la observación de Germano acerca del carácter argum entativo de la tesis debe estim arse contrapuesta a la apreciación m ás tradicional que subraya el eco de “comprobación rigurosa” que la misma pala­bra “investigación” a rras tra tras de sí, y bien podría pensarse en térm inos complementarios o de “mezcla” de diversas proporciones según sea la disciplina de la que se tra te , su problemática y el tra ­tam iento particular que se le dé.

¿Para quién?

Una de las cuestiones centrales que deben despejarse con rela­ción a cualquier discurso es para quién se habla o se escribe.

El lector, singular o plural, cercano o lejano, de características universales o de suma especialización, no es -según vienen ense­ñando desde hace ya tiempo la lingüística de la enunciación y los estudios del discurso- ni remite a una entidad concreta, empírica, ubicable m aterialm ente en tiempo y espacio, sino que se tra ta más bien de un presupuesto teórico. Es decir, una hipótesis de trabajo acerca de cuyas características -que en muchos casos es espontá­nea, implícita y surge de m anera inm ediata en la cabeza del emi­sor- es necesario especular en tanto y en cuanto más compleja sea la forma comunicativa puesta en juego.

Un lector ideal, hipotético -que, como el punto de fuga que guía la perspectiva en una pintura renacentista-, se puede postular

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como exterior sólo de una m anera figurada, dado que es esencial como horizonte ordenador de la interioridad misma del texto.

La inquietud puede parecer superflua, insistimos, cuando se hace referencia a una simple conversación cotidiana, dado que aquel para quien se habla está frente a nosotros, y somos, por lo tanto, testigos de su edad, sexo, nacionalidad, ubicación geográfica e histórica, costumbres, etc., además de un puñado de conjeturas que podemos sum ar de m anera casi autom ática por el simple hecho de compartir con quien escucha un aquí y un ahora. Del modo como se vista y se peina o de los gestos con que recibe nuestras palabras podemos derivar tam bién en muchos casos un cierto conocimiento sobre sus gustos y saberes, así como del vocabulario que ha elegido, los modos de la pronunciación que pueden revelar un origen regio­nal o extranjero... En fin, toda una serie de conjeturas que por lo general advertimos y absorbemos de m anera inm ediata, casi inconsciente, y que posibilitan calibrar y a justar ia conversación con relación a la información que nos proporciona el conjunto de datos mencionados. O tra cosa bien diferente, según se empieza a enseñar ya en la escuela, sucede con la escritura.

En este caso el receptor no está frente a nosotros, y ésta es la razón por la cual nos vemos obligados a realizar una serie de ope­raciones para “imaginarlo”. La tarea es por demás sencilla y rápida cuando ese destinatario ausente es uno y bien conocido por nos­otros, como sucede por ejemplo cuando se m anda una carta al padreo un correo electrónico a algún amigo o compañero de estudios o tra ­bajo. En esos casos su “reposición” no presenta inconveniente.

Pero, por esa misma razón, la cuestión se transform a en una más compleja en la medida en que la “distancia” que separa al escritor de su receptor se convierte en mayor, se agiganta. En ese caso la conjetura sobre el destinatario se vuelve necesariamente más “m arcada” convencionalmente, deviene fórmula burocrática, como ocurre cuando se envía una solicitud para un trabajo o una epístola elevando un reclamo o una queja hacia alguna em presa de servicios públicos. Se escribe: “Estim ado señor director...”, aun cuando se esté seguro de que no será el mentado director quien lea la misiva ni se lo conozca como para profesarle estima. La proble- maticidad se acrecienta doblemente cuando se tra ta de un destina­tario múltiple: un artículo de opinión que se publica en un diario, por ejemplo.

A partir de este último caso, resulta sencillo concluir que, cuando se llega al nivel de lo que por lo general se denomina

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“medios de comunicación m asiva”, la problemática se agudiza, y ni siquiera escapa de ella la lengua oral, puesto que la reproducción de la oralidad a través de los medios audiovisuales no puede ser consi­derada en los mismos térm inos que su uso en el intercambio inter­personal y, por lo tanto, se ve atravesada por los señalamientos anteriores realizados en torno a la escritura en cuanto a la n a tu ra ­leza hipotética, “virtual”, del destinatario.

Bien puede tom arse como ejemplo de lo anterior el discurso radiofónico, aquel que rem eda la direccionalidad, las marcas de apelación y hasta explota la emotividad directa propia del lenguaje fónico y sin embargo está fuertem ente separado de aquel, porque se tra ta de un discurso unidireccional que fija una relación asimétrica entre emisor y receptores.

La clasificación tradicional que separa la lengua oral de la len­gua escrita para distinguir sistem as operacionales de base similar pero divergentes en su ejecución traza los grandes ejes de la des­cripción de los usos de la lengua en las sociedades hum anas pero no agota tal descripción en lo que respecta a su carácter comunicativo. La oposición oralidad/escritura se encuentra, por ejemplo, atrave­sada por la necesaria distinción del carácter más simple o más com­plejo con que se visualiza el destinatario y, por ello, se convierte en determinación del mensaje.

¿De qué m anera resuelven las diferentes instituciones sociales la problemática sobre la determinación de un destinatario claro? Pues lo hacen de un modo sencillo y concreto: las características del destinatario quedan establecidas por las propias pautas genéricas que el género contiene como instrucciones. No se tra ta de un a priori, aunque de esa m anera se percibe cuando se in ten ta dar cuenta de un esquema genérico ya consolidado, sino del resultado histórico que resu lta necesariam ente en la medida en que un con­junto de enunciados va tomando posesión y, por lo tanto, ordenando la experiencia que los seres humanos recogen de su experiencia comunicacional real en una determ inada esfera de la vida social.

La escritura, por supuesto, existe y cumple otras funciones más allá del ámbito institucional. En consecuencia, cabe aquí, cubriendo el salto que va de la universidad a la librería, plantear la pregunta acerca de qué público tiene en su cabeza quien quiere publicar el contenido de su investigación académica. A partir de esta interroga­ción se puede determ inar el tipo de libro en que la tesis se conver­tirá, y la respuesta abre una serie de posibilidades; por ejemplo, de acuerdo con las denominaciones más convencionales, libro de con­

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sulta, ensayo, libro de divulgación, edición crítica, libro de referen­cia. Se tra ta de opciones que habitualm ente no se encuentran en forma pura, y a las que pueden sum arse otras.

Puede establecerse al respecto un esquema muy simplificador según el lector hipotético que se tenga en mente:

1) Un libro de consulta dirigido a estudiantes y docentes tercia­rios o universitarios, que aspire a ser incorporado a las biblio­grafías recomendadas sobre el tem a que tra ta .

2) Un ensayo, cuyos hipotéticos lectores son el habitualm ente considerado “público general”, una denominación imprecisa que califica a quienes están fuera del ámbito educativo sin, por supuesto, excluir a docentes y estudiantes.

3) Un libro de divulgación, que comparte con el ensayo su pre­tensión de llegada a un público amplio, y con el libro de con­sulta la solvencia en el dominio de su tem a, que en el caso del libro de divulgación será más restringido.

El carácter del libro de consulta es predom inante informativo. Toda pretensión estilística deberá ser postergada para privilegiar la entrega de una gran cantidad de definiciones tradicionales de con­ceptos, así como suficientes y variados ejemplos o explicaciones cla­ras sobre las distintas corrientes de las que se toman las definicio­nes propuestas. U na expansión de este tipo de libro es el tradicionalm ente llamado “m anual”, donde predomina el tono expo­sitivo y la explicación es apuntalada con recursos narrativos y visuales: fotos, dibujos, mapas, etcétera.

En el ensayo, el escrito carecerá de una estructura tan definida como en el caso anterior. Su propósito no es tanto informar como persuadir o convencer, y por lo tanto puede prescindir del aparato crítico y la extensión que requiere un libro de consulta. El ensayo cuenta con una tradición propia, más cercana a la escritura litera­ria, razón por la cual los juegos retóricos y de estilo tendrán un espacio mayor para su desarrollo.

En el libro de divulgación se revisan los conocimientos básicos sobre un tem a específico y, generalm ente, de gran actualidad (un suceso histórico reciente, la aparición de una nueva enferm e­dad...). Evita todo tipo de referencia erudita, y ofrece una estruc­tu ra sencilla y amena. Los capítulos breves, con subdivisiones tem áticas encabezadas por subtítulos seductores, son recursos aconsejables.

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Si bien las anteriores suelen ser las transformaciones m ás fre­cuentes a las que tienden las tesis, se hará una rápida alusión a la edición crítica y al libro de referencia.

La edición crítica plantea los problemas previos y propios que encierra la labor compleja de editar la obra de un tercero. Pone en prim er plano, revisa e incluso debate las decisiones tomadas durante el proceso de edición luego del cotejo de las diversas ver­siones de la obra en cuestión. A diferencia de los casos anteriores, aquí hay que pensar en un conjunto de lectores más restricto y, a la vez, con una mayor especialización y conocimiento del tem a tra ­tado, de m anera que los presupuestos que el libro trabaje serán mucho mayores así como la insistencia en una jerga lingüística (técnica) más especializada.

Un libro de referencia es el que generalm ente toma la forma de enciclopedia o diccionario especializado en un tem a circunscripto. Se tra ta de una clase de libro que en las últim as décadas se ha diversi­ficado en direcciones y ambiciones de diferente grado (cada una de ellas supone, por supuesto, determinado tipo de lector). Así, el “grado de especialización” no es único; las direcciones de realización del libro pueden, por lo tanto, concebirse con relación a diferentes “pactos” de lectura que se desprenden de la afirmación anterior. Es decir que su funcionalidad como diccionario puede estar pensada a la m anera de una introducción general al tem a y ofrecer el léxico básico constitutivo de una cierta área del saber, o posicionarse en un campo de mayor refinamiento y precisión. En el primer caso se asi­m ilará al manual, del cual se diferencia por un menor énfasis didác­tico. En el segundo deberá dirigirse -a l igual que la edición crítica- hacia lectores de mayor competencia. En su grado de más alta espe­cialización este tipo de obra busca agotar el repertorio de todos los conceptos posibles del área estudiada, ofrece claras definiciones de cada uno de ellos e incluso señala cuándo la comunidad científica los discute, y entrega además ejemplos habitualm ente considerados clá­sicos sobre el tema. Asimismo, en esta especie la estructura de remi­sión supone un alto grado de solidez y elaboración.

Como cierre vale la pena resa ltar que la sum aria clasificación que se ha propuesto, además de esquemática, describe tipos abs­tractos generales. En la “realidad”, lo que ocurre habitualm ente es que diferentes elementos de la tipología anterior se mezclan y yux­taponen. No es un fenómeno alarm ante sino más bien natural y hasta necesario en función del tem a tratado, el ejemplo que se bus­que subrayar, etc. La clasificación sum inistrada intenta cumplir

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una función orientadora para que el autor no pierda de vista que una cosa son las “mezclas” que se realizan de m anera consciente para solucionar un problema expositivo particular, y otra que este recurso derive en un híbrido caótico.

El l ibro

El libro, dice Pierre Bourdieu (1999), “objeto de doble faz, econó­mica y simbólica, es a la vez mercancía y significación, el editor es tam bién un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero, el amor a la litera tu ra y la búsqueda de beneficio”. Podemos suponer que el concepto de industria cultural, atribuido a Theodor Adorno, tuvo, hace sesenta años, la tensión semántica que consti­tuye un oxímoron; hoy ya no la tiene: el concepto de industria ha term inado por imponerse al de cultura, y quedan pocos editores supervivientes y algunos emergentes que conservan el carácter de personajes dobles, frente a los “técnicos financieros, los especialis­tas del m arketing y los contadores”. La industria editorial, agrega Bourdieu, es un espacio “relativam ente autónomo”, pero ya sabe­mos que la teoría de la autonomía relativa de los campos tiene mucho de coartada al no poder resolver un problema que, inevita­blemente, debe derivarse al estudio de casos. “Así, por causas espe­cíficas que es m enester analizar y deslindar, en ciertos momentos la autonomía es mayor y en otros, m enor”, escribió como síntesis introductoria José Luis de Diego en el prólogo a Editores y políticas editoriales en Argentina 1880-2000.

El libro es un medio de comunicación de masas. Quizá para muchos la anterior observación resulte obvia, pero aquí se insiste en destacarla teniendo en cuenta que un gran número de personas, según dicta al menos nuestra experiencia, suele dar tal nombre -medio de comunicación m asiva- a las formas típicas del siglo xx como lo son la prensa escrita, la radio, la televisión o las diversas formas provenientes de las llamadas “nuevas tecnologías”, pero deja indebidamente al libro fuera de esta clasificación. Quizá, entre otras cuestiones, porque la lengua y la escritura atraviesan y orde­nan la vida del hombre de m anera tan intensa y profunda que a veces se pierde de vista que se tra ta de tecnologías adquiridas.

En el capítulo inicial de su libro Introducción a las teorías de la comunicación de masas el especialista británico Denis McQuail describe la historia de los que define como “medios de comunicación

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de m asas” a partir de fines del siglo XV, es decir que de acuerdo con su periodización los mismos surgen en la época de la modernidad y la irrupción de la ciencia moderna, y encuentran en el libro su pri­m er y decisivo jalón.

Es decir que el libro abre la época de la comunicación de masas tal como por lo general se la entiende. Abre también la posibilidad de intervención a gran escala del factor tecnológico en el ordena­miento de la comunicación social.

El libro, entonces, en tanto y en cuanto producto de las tecnolo­gías que comienzan a desarrollarse de m anera imparable y en ace­leración desde aquel entonces y hasta llegar a la actualidad, supone una nueva forma de reproducción y distribución del saber en el marco económico-comercial de esa entidad que, para abreviar, se suele denominar “mercado”.

Pues bien, la relación mercantil reposa sobre la certidumbre de que un cierto contenido puede ser distribuido con la forma del libro a miles, cientos de miles y millones de personas a través de una relación económica que vuelve a los receptores cada vez más anóni­mos y “alejados” con respecto a quien escribe. En ese sentido, y de m anera paralela, el escritor se convierte en “autor” y necesita una figura de intermediación con el impreciso conjunto de quienes lo leen, algo que era innecesario cuando el vínculo se establecía entre un campesino que contaba cuentos para otros campesinos alrededor de un fuego nocturno o entre el trovador y los miembros de la corte que lo aplaudían y le daban de comer.

Y es en ese contexto donde emerge como nuevo y necesario actor el editor. Allí, entre el autor y sus lectores.

Se podría afirmar, de m anera sintética, que la tarea del editor se vuelve más necesaria en directa proporción a que la producción de libros se convierte en una actividad de alto nivel de profesionaliza- ción —que implica una serie de tareas complejas y convergentes, que van desde el productor editorial, el corrector, el diseñador de tapa e interiores, la papelera, el imprentero, el encuadernador, el d istri­buidor, el encargado de prensa y difusión, el vendedor... Como puede estim arse a través de este incompleto listado, la cadena que lleva el libro desde quien lo concibe y escribe originalmente hacia el conjunto de los lectores es compleja y esa complejidad alimenta cada vez más decisivamente la “distancia” que se mencionó con anterioridad.

De algún modo, una de las funciones del editor es darle un con­torno más o menos definido y preciso a ese público lector que se

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mide en miles y se ofrece en las proporciones de la heterogeneidad, multiplicidad y ambigüedad. Tal es, en definitiva, su trabajo. Y en la medida y proporción en que se transform a en un requerim iento más decisivo y necesario bien pueden em pezar a invertirse los té r­minos de la relación y observarse al editor no como figura subsidia­ria del autor sino todo lo contrario.

Por las características que se acaban de enunciar -carácter m ul­titudinario, heterogeneidad, m ultiplicidad- es por demás evidente que el público lector no es uno. Precisamente: ya que por definición queda claro que se tra ta de un conjunto de miles de personas con necesidades, gustos y valores por demás diversos, parte de la tarea fundam ental de un editor es la de dar cuenta y “anticipar” los gru­pos sociales que integran esa totalidad que aquí llamamos “público lector”. En la medida en que el editor haga bien su labor, la hetero­geneidad puede convertirse en un factor positivo puesto que puede perm itir visualizar de una m anera más concreta el interés de lec­tura , que luego podrá alim entar m ás precisas tem áticas, géneros, estructura general y modos de la escritura.

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Capítulo 1

De autores y editores

Autor versus editor

Casi desde el momento mismo en que el editor pasó a ser una figura relevante con relación al libro se estableció como el “contra­rio” del escritor.

Desde los días de auge del movimiento romántico, hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, pasando por el período de las vanguardias históricas no bien se iniciaba la siguiente centuria y hasta llegar a la actualidad, el enfrentam iento ha ido adquiriendo un carácter mítico y se puede recoger en diarios, cartas, entrevistas y ensayos con el fondo musical marcado de un himno épico que fogo- nea el combate.

Quizá no podría ser de otra forma, según lo han planteado his­toriadores y sociólogos, como Pierre Bourdieu (sobre todo en su obra Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario), dadas las “posiciones” antagónicas que escritor y editor ocupan en el fun­cionamiento del campo de la litera tu ra contemporánea. Se tra taría , en definitiva, de determinaciones m ateriales, económicas y sociales, que luego se esconden con disfraces variados en el terreno simbólico y del debate de ideas.

De cualquier modo, el aserto es particularm ente válido cuando se piensa en la literatu ra de ficción, en la novela y la poesía; es allí donde el oficio del creador, el valor estético y el carácter inefable y “trascendente” de la pieza de arte se m uestran esencialmente an ta­gónicos frente a quien aparenta sólo querer pensar, empaquetar, establecer un precio y hacer un buen negocio.

En el caso de las tesis el conflicto no se suscita en el terreno ambiguo y difícil de apresar de lo estético sino en el del conocí-

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miento especializado, lo cual significa que el “choque”, en lugar de verse reducido, puede ser de igual o mayor porte. Finalmente, ¿quién es el editor para atreverse a cortar, pegar y sugerir achica­mientos o cambios de vocabulario acerca de temas, conceptos y metodologías que únicam ente los especialistas en una determ inada disciplina alcanzan a m anejar con cautela después de muchos años de estudio y capacitación?

Ocurre que, como hemos dicho, la tesis es un género académico que en su hábitat natural, la universidad y los institutos de inves­tigación, tiene como destinatario a los pares y superiores de quien escribe en una cierta área de especialización. Ahora bien, cuando se transform a en libro, la tesis naturalm ente se orienta hacia otro tipo de lector, con el que guarda una relación asimétrica.

La relación entre pares es de cercanía máxima, de verdadera “complicidad”. Como miembros de aquello que el epistemólogo Thomas Kuhn denomina “comunidad científica”, sus habitantes comparten un marco teórico y metodológico común. Este marco no excluye las polémicas y los enfrentam ientos, pero tiene en sus cimientos un repertorio de conceptos comunes que han obtenido de los mismos artículos y libros como parte de su formación general, un lenguaje teórico compartido y un amplio y complicado mundo de presuposiciones que no necesitan ser vueltos a mencionar a cada paso porque se descuenta su reposición por parte de quien lee. Incluso, siguiendo la elaborada teoría de los paradigmas de Kuhn, hay una serie de presupuestos metafísicos que se comparten, es decir, una cierta cosmovisión o perspectiva para m irar el mundo que reúne y amalgama al conjunto de la comunidad de los físicos, los biólogos, los sociólogos, etcétera.

Se tra ta de una red de contención que necesariamente cae cuando cambia la direccionalidad de la comunicación hacia un des­tinatario no especializado o del que se puede presum ir incluso una formación de cierta competencia en el área, pero que así y todo se estima ajena al saber específico que se tra ta y sus diversas y más profundas implicaciones.

De acuerdo con diversos especialistas, los profesionales universi­tarios enfrentan una serie de dificultades y carencias a la hora de encarar la “traducción” que lleva de la tesis al libro. En primer lugar porque desprecian al lector que no es un par; en segundo lugar, por-, que se ven envueltos por una serie de prejuicios con relación a las tareas de la “divulgación” de su disciplina, pero también, tercero, porque no se han formado de m anera consistente en el terreno de la

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confección de trab a jo s escritos y esa deficiencia les im pide moverse con ductil idad m ín im a fu e ra de ciertos esquem as y vocabulario m ecan izados en su s años de formación superior. E n es te ú lt im o caso el rechazo esconde la rea l id ad de que no saben m uy bien cómo e n f re n ta r la t a r e a de confeccionar un libro des tinado a un público lector que no sea el hab itua l .

A m alia D e l lam ea (2002), por ejemplo, en fa t iza la n eces idad ;'de un aná lis is de la m a g n i tu d y d ive rs idad de prob lem as que p re s e n ­tan los tex tos que los «autores» e n t re g a n en ca lidad de «originales» p a ra los procesos de edición de m a te r ia le s técnicos, y que pro lon­gan , a la vez que d ificultan , co n s id e rab lem en te el t rab a jo de edi­ción”. P a r a a p o y a r su pu n to de v is ta c ita a la espec ia l is ta a rg e n t in a P a t r ic ia Piccolini (2002), profesora de la c a r re ra de Edición de la U n iv e rs id a d de B uenos Aires:

Escapa a los objetivos de este texto señalar las razones de esta debilidad en los autores universitarios, pero sí puede resultar pertinente mencionar dos faelores que seguramente ayuden a explicarla: por un lado, la notoria ausencia de un trabajo sistemático sobre la escritura a lo largo de la forma­ción de grado y posgrado, aun en las carreras humanísticas, y, por el otro, la falta de una tradición de divulgación cientí­fica -cuando no su poco prestigio académico- en la mayoría de las áreas del conocimiento.

“No caben d u d a s”, concluye D e llam ea , “de que am bos factores en fa t izados por la espec ia l is ta a rg e n t in a justifican, leg it im an y, m á s aún , m a rc a n de modo in cues tionab le la neces idad del t raba jo de edición de los tex tos científicos, técnicos y académ icos”.

S e g u ra m e n te h a b r á qu ien piense que qu izá son e x a g e ra d as las aseverac iones de e s ta s dos au to ra s , en p a r t ic u la r si se t ien e en c u e n ta que y a h ace m uchos años que en d ive rsas u n id ad es acad é ­m icas se v ienen i in p lem en tan d o m a te r ia s , ta l le res , sem inar io s y cursos de ex tensión que buscan s u b s a n a r ta le s falencias. Claro que u n a cuestión es a d v e r t i r u n p rob lem a y o tra b ien d is t in ta solucio­narlo. E s decir que, m á s a llá del rep a ro p lan teado , se puede coinci­d ir de m a n e ra p ro funda con la preocupación p lan tead a ; y a g reg a r incluso la observación de que se t r a t a de u n a p rob lem ática no espe­c íf icam ente u n iv e r s i ta r ia sino que los e s tu d ia n te s a r r a s t r a n a t r a ­vés de los d ife ren tes escalones del s is te m a educativo, lo cual difi­cu lta a u n m á s su corrección.

La conclusión es obligada. C u an to m ayor sea la in seg u r id ad del

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autor sobre sus herram ientas expresivas, mayor razón habrá para que escuche y se deje guiar por las indicaciones del editor. Según observa Umberto Eco en “El arte de la edición”:

El arte de la edición (es decir, la capacidad de controlar y volver a controlar un texto de modo de evitar que contenga, o contenga dentro de límites soportables, errores de contenido, de transcripción gráfica o de traducción, allí donde ni siquie­ra el autor había reparado) se desenvuelve en condiciones poco favorables. [...]

Establezcamos un dogma: el autor, que en cuestión de escribir y corregir se guía por los lineamientos “conceptuales” del texto, es la persona menos indicada para descubrir los propios errores.

Antes de visi tar al editor

El profesional que ha decidido que su tesis de doctorado puede (y debe) convertirse en un libro sabe que para llevar adelante esa aspiración debe contactarse necesariam ente con una editorial para gestionar la publicación. La tarea parece ser bien sencilla; sin embargo, para quien todavía no ha publicado un volumen completo y no ha tenido tra to con editores y correctores no lo es tanto.

¿Por dónde empezar? ¿Haciendo un listado de las editoriales posibles para en los días siguientes visitarlas de a una como quien busca trabajo y va tachando las ofertas de empleo en la sección de clasificados del diario? No parece ser la mejor elección.

Quizá sea aconsejable revisar en la propia memoria y experien­cia aquellas editoriales que a lo largo de su formación el tesista per­cibe como posibles para interesarse en su oferta. La palabra “posi­bles” in ten ta reunir en este caso el gusto y el deseo personales con un sentido de realidad. Es decir que es evidente que existen edito­riales de larga tradición y prestigio en una cierta área de conoci­miento que albergan en su catálogo una serie de autores y libros que el consenso de los especialistas en la mencionada disciplina ya coloca casi autom áticam ente dentro de las “bibliografías obligato­rias” y de referencia ineludible, generalm ente traducciones; por eso mismo, no parece indicado ni oportuno que aquel que va a publicar- su prim er libro intente por este rumbo.

Mucho más aconsejable parece optar por aquellas editoriales más pequeñas que suelen dar cabida preferentem ente a los nuevos

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autores. En la misma dirección vale apuntar que en algunos casos ciertas editoriales m edianas o grandes cuentan con colecciones específicas dedicadas a los “nuevos” ensayos y ficciones.

El relevamiento de las opciones no sólo se relaciona con la elec­ción de la editorial donde un poco m ás tarde se probará suerte, sino tam bién con detener la m irada sobre aquellos títulos que, por las características del autor, del tem a o del enfoque se asemejan en mayor o menor medida al que el tesista quiere que se le publique.

El relevamiento quizá forma parte ya y está incorporado como hábito por parte del universitario que pretende y necesita m ante­nerse actualizado en función de las novedades bibliográficas que de continuo alim entan su campo disciplinario; pero aun cuando así sea se tra ta en este caso de dirigir, quizá sobre muchos de los volúme­nes que ya se conocen, una m irada diferente. ¿En qué sentido? En que aquí no está puesta en prim er plano una cuestión de conteni­dos sino más bien una estrategia de ordenamiento y presentación.

No se tra ta , pues, en este caso, tanto de leer como de m irar con detenimiento. Algo así como el paseo que un lector interesado rea­liza por la librería levantando de la mesa o el anaquel el tomo que le interesa. ¿Por qué le interesal ¿Por las características de su tapa? ¿Su tamaño? ¿El precio? Quizá la respuesta que primero pueda o quiera arriesgarse es: por su tem a. Pero no se debe olvidar que el tem a es tem a en tanto y en cuanto se lo presenta de una cierta m anera. Por ejemplo, a través de la reflexión sobre un título atrac­tivo.

Como ya se repitió antes y ahora se insiste, una tesis no es un libro. Por lo tanto el trabajo de transform ación comienza por el pro­pio autor. Es inconcebible que aquel que quiera publicar quede en una cita con un editor y el día acordado se presente, le dé la mano y a continuación deposite sobre su escritorio la tesis doctoral tal cual fue concebida originalmente, casi como quien dice: “Acá está, ahora hágase cargo usted ...”.

Antes se señaló que convenía que el autor repase la “forma exte­rior” del libro antes de acercarse al editor con su propuesta, ahora agregamos que tam bién es útil que reflexione sobre su “forma in terna”: la lengua utilizada, las características de la introducción, el modo de presentación del tem a que va a ser tratado. Es una tarea imprescindible que, si se encara con un mínimo de concien­cia crítica, de inmediato va a llevar al autor a la revisión y refor­mulación de su tesis para acercarla a los requerim ientos del for­mato del libro.

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En el próximo apartado se describen tareas de las que tiene que hacerse cargo un editor y se dan lineamientos generales de lo que se debe esperar que él na tu ra lm en te focalice en el m anuscrito u original que se le entregue. El proyecto de publicación resu lta mucho más viable si el au tor entrega su trabajo con la convicción de que ha realizado su labor sin dejar cabos sueltos (por caso, bibliografías incom pletas u organizadas con distintos criterios), pero consciente de que muy probablem ente su escrito no sea toda­vía el libro acabado. ■

Las funciones de! edi tor

Este apartado busca acercar inicialmente al autor una observa­ción que es muy im portante tener en cuenta. El editor recibe canti­dades de originales y debe evaluar - a veces con muy poco tiempo a su disposición- no sólo la calidad intrínseca del original que pesa sobre su escritorio sino tam bién, y por lo general en un muy desta­cado prim er lugar, su perspectiva comercial. Por ta l razón vale la recomendación de que el autor no debe ofrecer a la editorial la tesis en crudo, es decir exactamente tal cual fue entregada y evaluada en el espacio académico, sino que antes debe reform ularla en función de las pautas generales que en esta publicación se indican.

Todas ellas, en definitiva, y vale aquí sintetizarlas, se apoyan en la idea de que es necesario establecer una nítida distinción entre la tesis y el libro, tanto en lo que hace a su extensión como a su “dis­posición” u ordenamiento - la dispo.si.tio, según nombra la retórica clásica a la estructura del traba jo - y su escritura.

El trabajo sobre la extensión relativa de tesis y libros se impone con previsible obviedad en la reescritu ra si el autor está prevenido de que textos que superan las 250 páginas (aproxim adam ente 700.000 caracteres) desalientan a la m ayoría de los editores. Sin embargo, debe quedar claro al respecto que la reformulación de una tesis con el propósito de publicarla no consiste simplemente en una reducción, que toda la tarea no se lim ita a achicar o com­pendiar la tesis, a componer una síntesis o resum en de aquella; la reelaboración de la tesis implica su reformulación general a partir de la constatación de un público lector particular. Se tra ta de un público imaginario, a la vez hipotético y deseado, que sin embargo puede ser pensado tam bién como heterogéneo y en parte no ajeno al ámbito académico donde originalm ente el trabajo fue concebido.

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Desde esta ú ltim a perspectiva se tra ta de revisitar la problemá­tica tra tada desde otra perspectiva.

En lo que atañe a la escritura, se tra ta de “traducir” de un género a otro los elementos de estilo, para englobarlos en un vocablo gene­ral. El problema que queda planteado es cómo “bajar” (quizá la metáfora sea excesiva) la escritura académica, como ablandarla y quitarle la dura caparazón de la jerga técnica; cambios que natu ra l­mente están en relación con un universo de lectores diferentes y con otras expectativas que las del especialista universitario.

El proceso de publicación de un libro a partir de una tesis se define, por un lado, por el género al que se lo destina, tem a sobre el cual ya hemos hablado en la introducción y que se retom ará en los capítulos siguientes. Otro factor que incide decisivamente en tal pro­ceso es la relación entre editor y autor, según ya se ha señalado. La historia de esa conflictiva relación ha abonado representaciones que no favorecen la producción de un libro y que conviene desarticular.

En sus célebres Mitologías Roland Barthes sostiene, a m anera de un presupuesto teórico general y englobante, que posibilita sos­tener y dar sentido al conjunto, que toda acción hum ana en la medida en que se repita y tienda a convertirse en convención o con­ducta social básica -como ocurre con el uso del m artillo que al pasar el tiempo convierte a alguien en “carpintero”- genera casi por iner­cia semiótica un cierto proceso de simbolización. En la medida en que se organizan retóricam ente esos símbolos pueden tom ar la forma fuerte de los mitos y los estereotipos. Una vez creados, éstos no sólo sirven para hacer referencia, de m anera más o menos “dis­frazada”, más o menos directa, a una cierta actividad, sino que tam ­bién vuelven sobre los hombres que los crearon para reglar sus acciones como si fueran el mundo mismo.

Son representaciones de la realidad que valen por la realidad misma; aquí se las llama “figuras”. En estas páginas se intenta acercar algunas consideraciones generales sobre las figuras del autor y, sobre todo, el editor.

“«El libro, desde que existe, siempre estuvo acompañado por los gritos de Casandra, y mucho más desde la aparición de los medios audiovisuales. M arshall M cLuhan había pronosticado para 1980 el fin del libro. McLuhan murió en 1980, su instituto en Toronto cerró y el libro sigue vivo», declaró a este periódico Siegfried Unseld [...J autor del libro E l autor y su editor, que acaba de aparecer, tradu­cido al español por Genoveva y Antón Dieterich”, escribió José Comas para el diario El País (Madrid, 6 de junio de 1985).

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Hace poco más de tres décadas, en 1978, se publicó una obra que los historiadores de la cultura y los periodistas especializados han bañado de un brillo casi mitológico en lo que respecta al un i­verso de la edición, por su valor revelador y ejemplar. Como se puede leer en la cita anterior, el libro se llama El autor y su editor y se publicó originalm ente en Alemania; su segunda edición fue traducida al castellano en 1982. P arte del atractivo del libro es que da cuenta de las aventuras y desventuras que con el quehacer edi­torial tuvieron algunos de los más grandes escritores del siglo XX, como Rainer M aría Rilke y Bertolt Brecht, pero son otros los aspec­tos que en este caso se desea subrayar.

Su autor, Siegfried Unseld, es director de la editorial Suhrkamp, casa que hasta la actualidad sigue siendo una de las más im portan­tes en el territorio germano. El origen de El autor y su editor es una serie de conferencias que Unseld brindó a lo largo de los años en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia y en la Universidad de Austin, Texas, Estados Unidos, que luego cobraron la forma de ensayos escritos. El apartado inicial - “Las tareas del editor litera­rio”- está dedicado a analizar los fundamentos de la edición literaria desde un punto de vista histórico y profesional, y abre con la siguiente cita tomada de una carta que el gran escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe envió al poeta Friedrich Schiller:

Cuando no se habla de los escritos, como de los actos, con afectuosa simpatía, con un cierto entusiasmo fanático, queda tan poco que no merece la pena hablar de ellos; la alegría, el placer, la participación en las cosas, es lo único real, que a su vez produce realidad; todo lo demás es vano y sólo obstaculiza.

Se tra ta en consecuencia, según la opinión de Unseld, de despla­zar la relación interesante y compleja con los autores con el objetivo central de que los libros existan. Unseld da cuenta de la tensión ancestral que reúne y repele al autor y al editor a través de conoci­das frases como “todos los libreros son hijos del diablo”, del propio Goethe, o “es más fácil cam inar con Jesucristo sobre las aguas que con un editor por la vida”, del dram aturgo Friedrich Christian Hebbel. Es decir, los problemas de relación no son propios de los desplantes y caprichos de la actualidad contemporánea sino que se extienden a toda la época moderna, por lo menos, y en ese sentido los autores considerados clásicos ya solían m ostrar los dientes no bien escuchaban el término “librero” (en el sentido de nuestro “edi­

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tor”, es decir, el que decide con relación a la confección m aterial de los libros).

Unseld pasa revista a una serie de intentos diversos (que agru­pan a escritores de la ta lla del filósofo Gottfried Leibniz y de Karl Marx, el autor de El capital) de producción independiente por parte de los autores, pero concluye que tales esfuerzos se m ostra­ron cada vez de m anera m ás débil e ineficaz en la misma propor­ción en que la producción m aterial de los libros se volvía m ás téc­nica y profesional, y, a la vez, crecía el público lector y las tares de la difusión y la distribución que cada mes engordaba con nuevos miles de ejemplares.

Los “gestos de independencia” se resolvieron en un imposible, concluye Unseld, y en la misma proporción que el asunto se les escapaba definitivamente de las manos, los artistas y pensadores sintieron crecer en sus alm as una mezcla de desconfianza, temor y desprecio hacia el editor, sobre el cual también desplazaron simbó­licamente todos los males asociados al “contacto” con el dinero y la estimación de los productos culturales como mercancías.

Desde entonces y hasta hoy, la imagen del editor está encade­nada a las imposiciones del censor y el explotador; una caricatura que no ha cesado de desfigurar los rasgos grotescos del capitalista de gusto vulgar y mucho dinero que vive entre el banco y el ban­quete m ientras el intelectual y el a rtista desfallecen de hambre.

Si bien por momentos el propio Unseld se deja llevar por cierta exagerada apelación romántica —al punto de que cuando enfatiza la relación de amor, entusiasm o y pasión por los libros no está haciendo, en definitiva, otra cosa que desplazar sobre el editor pre­dicaciones que normalmente se asocian con los artistas-, en otros, los mejores, detalla que las verdaderas dificultades entre autor y editor se explican “por la doble vertiente de la curiosa función de este último que”, como dijo Brecht, “tiene que producir y vender «la sagrada mercancía del libro»; es decir, ha de conjugar el espíritu con el negocio”.

La vinculación “romántica”, que funde al editor con el autor, no es inhabitual. El cubano Severo Sarduy, por ejemplo, pone en la cabeza de un personaje que participa de su Solo en Frankfurt un pensa­miento que conduce a definir la edición como una “epifanía, algo que ilumina y subvierte a la vez ese triángulo vibrante cuyos ángulos son el autor, el editor y el lector” (citado por Castañón, 2005).

De ahí que no es extraño que el editor pueda ser, él también, con­siderado un artista, un hombre capaz de creación. Así, el acto de

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crear encierra para él, por una parte, esa dimensión de trascenden­cia que el pensamiento romántico supo atribuirle y, a la vez, el com­promiso ético propio de quien debe velar porque ese conjunto de valo­res —que es aquel tesoro mayor que una comunidad ha sido capaz de acumular— sea adecuada y debidamente conservado y transmitido.

Se tra ta , pues, de una gigantesca responsabilidad intelectual y moral y un carácter inevitablemente m ercantil del libro que, para Unseld, sólo podrían alterarse si cambiaran las estructuras econó­micas. Si bien este editor alemán, es claro, desarrolla su tarea y sus reflexiones en el contexto de la Guerra Fría y de un mundo dividido en los modelos que proporcionaban desde el mapa la Unión Soviética y Estados Unidos, su pensam iento se alim enta de la evi­dencia de que la tarea editorial sobre la que él puede reflexionar se nutre obligadamente de la naturaleza propia de la modernidad capitalista.

De acuerdo con Unseld:

Tradicionalmente, la cultura nunca fue asunto de los más sino de los menos i....]. Quien lucha en este terreno por una transformación cree que la cultura debe democratizarse; quien entiende por cultura un proceso de humanización de la vida cotidiana, ineluctablemente entra en conflicto con su tiempo, y esto es válido especialmente para el editor que no participa en la caza del simple best seller, sino que publica libros para apoyar lo que puede y debe ser [...]. No es una con­tradicción organizarse de modo capitalista y editar literatura progresista.

Es claro y evidente que los límites para cualquier tarea que se intente llevar adelante existen, parece ser la conclusión de Unseld; de lo que se tra ta en consecuencia es de hacer de la mejor m anera posible, tratando de imprimirle a la tarea un sesgo y una utilidad democrática y progresista, que sirva, alcance y beneficie a la mayor cantidad de gente posible.

Por este camino el editor alemán in ten ta contestar a la pregunta “¿en qué medida una editorial, que como las demás empresas está organizada según el modelo capitalista y tiene que producir ganan­cias, puede editar literatura?”, consciente de que no puede saltearse la interrogación pero tampoco dejar que la respuesta conduzca hacia una suerte de dilema inmovilista y asfixiante.

Peter Hartling -quien fuera en sus inicios director editorial y luego abandonara esa tarea para convertirse en escritor- supo acu­

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ñar la expresión libro enfermo. Se refería con ella a los efectos cau­sados por los editores, quienes alguna vez fueron prestigiosos “crea­dores” de libros y a poco andar se convirtieron en esclavos del meca­nismo de aum ento de ventas, convirtiendo al libro en algo anacrónico y decadente. Unseld toma a H ártling como el represen­tante de una extendida corriente de pensamiento y se detiene, en consecuencia, a polemizar con él.

Antes de la irrupción de in ternet y el refuerzo de tal línea de pensamiento, H ártling encarna una posición apocalíptica que anuncia la m uerte inminente del libro. Por supuesto que ese vatici­nio, como intentó explicarse resum idam ente en el comienzo de este volumen, no puede ser tomado en un sentido literal. Es sencillo explicar por qué; Unseld, para no abundar, lo fundam enta a través del proceso general de democratización de las comunidades contem­poráneas y la consiguiente ampliación del alcance de los sistemas educativos que garantizan “por mucho tiempo el libro como fuente prim era de conocimiento”.

De cualquier m anera, y si no se toma su posición de m anera tan literal y se áígue su estructuración lógica a partir de la imposición del imperativo económico sobre el conjunto de los productos que constituyen la vida cultural de las grandes sociedades modernas, vale la pena detenerse para la consideración de sus argumentos.

Precisam ente, parte del valor del libro de Unseld es que, a par­tir de una m irada sutil y profunda sobre su presente, prevé para un futuro no muy alejado en el tiempo la expansión de las em pre­sas que fabrican y venden libros sin una verdadera dimensión edi­torial, dirigidas en lo esencial por gerentes económicos. Se tra ta de un verdadero acierto puesto que es una tendencia en expan­sión, que ocurre en el presente, donde en el ámbito del “negocio editorial”, del mismo modo que ocurre en los sistem as educativos y de salud, los especialistas que finalm ente prevalecen son los que m anejan las cuentas y la ecuación costo-beneficio. Las editoriales tradicionales tienden a ser reem plazadas por grandes consorcios que resulta imposible que sean gestionados por unos pocos indivi­duos.

En estos días la prensa escrita recoge diversos testimonios acerca de cómo el impacto de la crisis económica internacional ha repercu­tido en las empresas editoriales de mayor porte. Significativamente, las empresas estadounidenses más poderosas han empezado a “achi­car” sus costos despidiendo a los editores que hasta ayer nomás eran su mejor y más prestigiosa carta de presentación.

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No se tra ta de un dato menor, y quizá los autores a la hora de decidirse por una editorial para llevar su obra deberían considerar la opción que, a la sombra de las gigantescas empresas editoriales de -po r razones obvias y en relación directam ente proporcional a su fuerza económica- mayor influencia y renombre, ofrecen las edito­riales medianas y pequeñas, que son las que (aunque no en todos los casos, es cierto) han mantenido una dimensión “más hum ana” en lo que respecta al trato con el autor, en prim er lugar porque m antienen de alguna m anera y a la viaja usanza esa figura del editor clásico.

Y, precisamente, “una editorial [...] se define por su relación con el autor”, sostiene Unseld. No en vano las páginas más perspicaces de El autor y su editor son las que fueron reunidas en el apartado que lleva por título “La relación con el autor”.

Si bien las variantes a tener en cuenta para estim ar la n a tu ra ­leza de ese vínculo son de por sí muy amplias y heterogéneas, y se extienden desde el dato de la mayor o menor experiencia en el tra ­bajo de la publicación de libros que tengan tanto el autor como el edi­tor hasta llegar a las cuestiones socioeconómicas y culturales que escapan de las manos de uno y de otro, Unseld deja jugar sus pensa­mientos en torno a un caso ideal: aquel en el que entre el autor y el editor se establece un juego de recíprocas influencias.

Wilhelm Friedrich fue un editor cuya agitada labor resultó deter­m inante para la literatura alem ana de fines del xix; ningún historia­dor deja de subrayar este punto, pero tam bién se trató para él de una tarea desgastante por demás, al punto que finalmente la aban­donó porque no pudo soportar las constantes peleas y discusiones que se suscitaban con los autores. Inspirado por su figura, otro edi­tor germano que desarrolló su trabajo en la centuria siguiente, Samuel Fischer, constituye para Unseld el ejemplo paradigmático. Desde su empresa S. Fischer Verlag, publicó títulos de Henrik Ibsen, León Tolstoi, Émile Zola, Fiodor Dostoievski, Knut Ham sun y Hermán Hesse. A través de sus publicaciones Fischer posibilitó que se desarrollara la polémica fundam ental en torno al naturalism o y su editorial fue un ejemplo de compromiso y reflejo de su tiempo.

Fischer sintetiza y reúne las dos características básicas que deben entrelazarse en el quehacer de todo buen editor, sostiene Unseld: la claridad y la amplitud. Por haberlas poseído y no dejar que el prejuicio y los obstáculos menores se interpusieran en su quehacer, Fischer se convirtió en una guía para muchos de los edi­tores más im portantes del siglo XX. En palabras de Unseld:

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El escritor no crea para las necesidades del público. Cuanto más original se manifiesta su naturaleza, tanto más le costará hacerse comprender claramente. Obligar al públi­co a aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor.

Como puede verse, y al revés de aquellos que de continuo sostie­nen que la guía más im portante es conocer el “gusto de la audien­cia” para después adaptar a ella la oferta cultural, aquí la apuesta corre en el sentido contrario, y el editor se convierte en aquel cuyo mérito es crear un público receptivo de las ideas y las formas nove­dosas. La labor inestim able del editor, entonces, consiste en la cre­ación de un público.

Dado que un público no puede crearse desde la nada, el editor carga en sus espaldas la tarea de juzgar un cierto “estado” u “hori­zonte común” de los lectores de su época y, a partir de él, presentar de la m anera estratégicam ente más adecuada para su aceptación aquellas novedades que a rtistas y pensadores traen consigo, las que se han elaborado en los pequeños grupos de las revistas y los gru­pos estéticos o en los proyectos de investigación académicos y bus­can a continuación un espacio social mayor para ser leídos, compar­tidos y juzgados. El espacio de la comunidad, en definitiva. Que el “público lector” sea en verdad una vaga abstracción, que se tenga la certeza de que en realidad se tra ta de una entidad heterogénea y pasible de ser segm entada en agrupam ientos m últiples y menores, no hace sino volver todavía más valorable el desempeño de la tarea del editor.

El editor, sostiene Unseld, debe guardar un respeto al autor que ninguna otra persona puede alcanzar de igual modo puesto que no existe otra perspectiva social que posibilite considerar con detalle las inconmensurables dificultades de tipo social y económico que acompañan la vida de un escritor y la génesis de sus libros; podría agregarse aquí todas aquellas eventualidades y esfuerzos que acompañan la ta rea de investigación. Esa actitud respetuosa debe, en consecuencia, plasm arse en la fidelidad del editor para con sus autores.

Acorde con esta perspectiva, la labor editorial no puede estar definida a partir del “libro aislado prometedor de éxito sino en la obra y el escritor como conjunto [...] cada título es entonces como un anillo anual y con el tiempo surge lo que llamamos el perfil o cara de una editorial”, dice Unseld.

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EL autor y el editor incluye tam bién unos '‘Apuntes sobre la tarea del editor”. Es una especie de borrador que puntea aquellas consi­deraciones que guían a los autores para decidirse por tal o cual edi­torial. Según Unseld, los escritores eligen teniendo en cuenta los siguientes aspectos y en este orden:

1) E l catálogo de autores con el que cuenta la editorial. Como es sen­cillo advertir y argum entar, la “resonancia social” de una editorial se alim enta y apoya en la categoría, la influencia y las distinciones de los autores que ella publica y crece según el prestigio social e intelectual de los mismos.

El viejo secreto del editor —sintetiza Unseld— consiste en la saga­cidad que dem uestra para mezclar autores jóvenes y viejos; una amalgama que m ixtura lo diferente pero que debe hacerse con la sabiduría suficiente para que no se vea la línea que separa a los unos de los otros y más bien se perciba entre ellos una natural con­tinuidad.

En esa m ixtura el autor joven se beneficia del prestigio acumu­lado por los ya conocidos y consagrados, m ientras que los escritores de mayor experiencia reciben como recompensa de su tarea la vita­lidad contagiosa de los que recién comienzan. Aquellos traen la buena nueva de la actualización; éstos, la certidum bre de que no hay que dejarse deslum brar por las modas fugaces y sólo guardar en saco los objetos de valor. Es decir, tradición y vanguardia, duali­dad que incluso se proyecta sobre el cálculo económico que permite sostener en contrapunto y equilibrio más o menos estable a los tex­tos de venta segura y aquellos otros que se sabe desde el vamos son de rentabilidad dudosa.

El investigador asociado de El Colegio de México Adolfo Castañón ha dedicado un volumen completo, que no en vano se llama Los mitos del editor, a recorrer buena parte de la literatura americana contem­poránea, y no sólo ella, para rastrear los diversos y contradictorios modos en que esa representación aparece, en muchas oportunidades con un fuerte sentido humorístico.

Siguiendo los textos revisados por Castañón (2005):

De ahí que el editor pueda ser, el también, un artista, un hombre capaz de ennoblecer la creación de un catálogo al infundirle rigor y dignidad artística. [...] Artista, mártir, ade­más de verdugo.

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2) E l fo rm a to en que se e d ita n su s Libros. Se hace en es te í tem refe­renc ia t a n to a u n a es t im ac ión “e x te rn a ” como de contenido. M uchas veces el rasgo de “m o d e rn id a d ” y “a tenc ión al m un d o en que se vive” por p a r te de u n a ed ito ria l se m a te r ia l iz a en las ca rac te r ís t ic a s glo­bales del ta m a ñ o , la d iag ram ac ió n de t a p a e in te r io res de sus libros. Por ejemplo, si se sigue la h is to r ia de cu a lq u ie r ed ito ria l del m undo - l a s a rg e n t in a s , por supues to , inc lu idas en ese co n ju n to - se obser­v a rá de qué m a n e r a cada cierto t iem po se produce u n a renovación de la d iag ram ac ión y p resen tac ió n g enera les . E n u n cierto grado ta le s cambios s iguen la lógica de la ac tua lizac ión tecnológica - t ip o de papel, c a r tu l in a que se u t i l iza p a ra las ta p a s , c a rac te r ís t ic a s del p lastificado, modos de im pres ión , e tc .- , pero en otro t iene que ver con la neces idad de ofrecer u n a “c a ra ” renovada , m ás acorde a los t iem pos que corren.

A quí q u e d a n inv o lu c rad as incluso a lg u n a s cuestiones retórico- es té ticas . Por ejemplo, u n uso excesivo del color en la t a p a , que suele e s t a r asociado a la l i t e r a tu r a juv en i l o in fan ti l y las novelas que co m ú n m en te se d en o m in an “bes t se l le rs”, s e g u ra m e n te se rá rechazado p a ra u n a colección de tex tos un iv e rs i ta r io s que busca p re s e rv a r la se r ied ad del t e m a elegido y los modos de su t r a t a ­miento . Algo s im ila r puede decirse respec to del t a m a ñ o y las ca rac ­te r ís t ic a s de la t ipograf ía seleccionada.

3) L a capacidad de trabajo y resolución de p rob lem as p a ra sacar ade­lan te los proyectos. El ed ito r es, en definitiva, la figura cen tra l de un equipo de traba jo que involucra a lectores técnicos, d iagram adores , correctores, especia lis tas en public idad y prensa , em pleados adm i­n is tra tivos, etc. El a u to r elige a qu ien es capaz, en todo sentido, de “saca r a d e la n te ” su libro. S iem pre h a habido y s iem pre p resum ib le ­m en te h a b rá editoria les poco consolidadas y que sin em bargo se las a r re g la n a t rav és de u n a b u e n a promoción p a ra m o s tra rse a t r a c t i ­vas, y sin em bargo e s tá n d es t in ad as a u n rápido naufrag io si no se m u e s t ra n eficientes en cuanto al cum plim ien to satisfactorio de las d iferen tes ta rc a s que involucran a u n buen desem peño editorial.

Los tí tu los confusos, las t a p a s poco efectivas p a ra t r a n s m i t i r de u n a m a n e ra s in té t ica , c la ra y a la vez l la m a t iv a el contenido t e m á ­tico básico del texto, o la aparic ión de u n a g ra n c a n t id ad de e rrores en los textos por la au sen c ia de la le c tu ra a t e n ta de u n buen correc­tor, son todos signos inequívocos de que la editoria l en cuestión carece de u n a capac idad labora l adecu ad a , y por lo ta n to lo mejor se rá ev itarla .

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Esta capacidad se tiene que completar necesariam ente con otra no menos importante: la de disponer de un sistem a de distribución lo más extenso posible, que incluya la mayor cantidad de librerías y la posibilidad de llegada al exterior.

4) La “personalidad” del editor. Más allá de la observación obligada de que el térm ino es ambiguo e impreciso y de la evidencia de que El autor y su editor es en buena medida un libro autobiográfico, la m entada “personalidad” tra ta de un aspecto que Unseld destaca en particular teniendo en cuenta que el editor es el prim er interlocu­tor del escritor y es, además, el responsable de los tres puntos an te­riores. De acuerdo con Unseld:

El editor es el primer socio del autor, su primer interlocu­tor en el enjuiciamiento del manuscrito y en un posible t r a ­bajo que le proporcione ese máximo de sustancia y claridad del que es capaz cada escritor. Es también el primero en enjuiciar las posibilidades materiales de un libro.

Lógicamente este grado de colaboración no puede practicarse del mismo modo con todos los autores, por razones diversas. Por ello se insiste, como ya se indicó, en una cierta relación “modelo” -qu izá en un punto inexistente e im posible- que tiene la virtud de servir de regla general para la estimación posterior de los casos particulares.

El editor cumple una labor pedagógica, tanto en lo que respecta a sus autores como a sus empleados, indica Unseld, y antes de dar paso a los estudios sobre autores concretos, concluye su texto sobre el oficio de editor haciéndose a sí mismo la pregunta acerca de cuá­les son los libros que quiere publicar un editor. Aunque obviamente no hay una respuesta única, la que brinda Unseld es bien significa­tiva:

En un principio yo respondí que deseaba hacer libros que alegraran la vida a los lectores. Luego precisé que deseaba publicar los libros que mi empresa pudiera respaldar y que estuvieran en la línea de la misma como un todo, incluidos sus colaboradores y autores. Yo quiero hacer libros que ten­gan consecuencias...

A lo largo de la segunda parte del libro, la más extensa, Unseld da pormenorizada cuenta de algunos casos históricos de relación

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intensa y determ inante entre autores ya clásicos y sus respectivos editores que se ha demostrado como particularm ente decisiva.

El prim er ejemplo emblemático es la relación entre Hermán Hesse y el ya mencionado Samuel Fischer, una sociedad intelectual que fue determ inante incluso en la evolución y el pulimiento de la ambición estilística del autor de El lobo estepario. Casi como una moraleja se citan las siguientes palabras de Hesse:

Ambos tenemos funciones bien distintas. Sin embargo, comparto con él una cualidad: el tesón, el sentido del trabajo bien hecho [...].

En veinticinco años he aprendido a admirarle y a esti­marle.

Después de esta ilustración emblemática, es el turno de otros im portantes escritores de la cultura alem ana como Bertolt Brecht, Rainer M aría Rilke y Robert Walser. En su tratam iento queda claro que, si se buscan definiciones rápidas y comprimidas, basta aquella que define al editor como el puente entre el escritor y los lectores. En las palabras del propio Unseld:

Las tareas del editor pueden haber cambiado en los deta­lles del proceso de comunicación, pero en el fondo siguen sien­do las mismas: estar preparado para recibir al autor, para aceptar la novedad que comporta su obra y contribuir a su difusión.

De acuerdo con el reportaje que el periodista español le realizó a Unseld en ocasión de la reedición en lengua castellana de El autor y su editor, y a m anera de colofón:

El negocio editorial es, para Unseld, parte de una estruc­tura capitalista, donde el libro “es una mercancía. Como decía Brecht, una mercancía sagrada”, pero mercancía al fin, que tiene que afirmarse en un mercado. La contradic­ción entre el editor capitalista y el autor que presenta una obra contra los cimientos del mismo sistema la ve Unseld como “un conflicto de papeles, que estalló con especial viru­lencia con ocasión de la revuelta estudiantil de 1968". Para Unseld, las cosas están muy claras, y el trabajo del editor no admite la cogestión: “Siempre hay alguien que tiene que decidir”.

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Hay que agregar, además, que el trabajo de los editores com­prende otras tres tareas que, aunque no suelen ser reconocidas, son trascendentes: proteger las obras de la piratería, facilitar la llegada del libro a puntos remotos y promover su traducción. Estas tres m etas requieren no sólo una infraestructura a través de la cual se las pueda alcanzar efectivamente sino tam bién una alto grado de profesionalización.

Macro y microedi l ing

El libro es un objeto de producción industrial. Su m aterializa­ción, por lo tanto, es el producto de una secuencia organizada que tiene como objetivo su fabricación y distribución adecuadas. Como ya se indicó con anterioridad, ese ciclo productivo involucra queha­ceres diferentes y de cada uno de ellos se desprende una función. A lo largo de la historia esas diferentes funciones fueron exigiendo la especialización de quienes las desempeñan.

De acuerdo con Leandro de Sagastizábal (1995):

La edición de libros es uno de los momentos más eviden­temente sociales de la producción intelectual. Es una activi­dad que conjuga dimensiones básicas de la sociedad: la econo­mía, la política, la cultura. Aunque proviene de una produc­ción intelectual nacida casi siempre en la intimidad indivi­dual - a veces, nace de un equipo de trabajo, de un pequeño grupo-, plasmada en un texto va ampliando progresivamen­te su radio de llegada. De los primeros lectores allegados al autor, expertos o no en la materia, el texto pasa a la lectura profesional en una editorial.

Y continúa:

Luego de aprobada esta etapa se ingresa en el momento de la edición: en el proceso de transformación del lexto en libro intervienen múltiples personas y diversas especialida­des técnicas, a través de una compleja red de comercializa­ción el libro llegará a un número considerable de lectores.

En este contexto y en el cruce técnico-profesional que queda así delineado se pueden describir una serie de tareas básicas que cons­tituyen el quehacer del editor. Esos quehaceres se distribuyen en

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una secuencia que habitualm ente se denomina el “proceso de edi­ción”; esto es así aun cuando algunas de estas tareas no son m ate­ria exclusiva del editor (como el diseño o la corrección de pruebas), pero si bien no son llevadas adelante por él en persona sí han sido determ inadas, delegadas y supervisadas por el editor, y por lo tanto forman parte del mismo proceso.

En la últim a década se ha extendido, a veces borrosamente, la utilización del térm ino editing para dar cuenta de aquello que se considera el “núcleo duro” y decisivo de la ta rea de la edición y que se extiende desde el momento mismo en que se acepta un original, se establecen los cambios que deberán introducirse para su publicación como libro y la determinación de un público lector hacia el que estará dirigido a partir de establecer la colección de la que formará parte, su título y subtítulo y las características de la tapa, la solapa y la con- tratapa, principalmente. Por supuesto que muchas de estas aprecia­ciones luego podrán ir siendo total o parcialmente modificadas en la medida en que la fabricación m aterial del libro se vaya concretando.

En síntesis, ¿en qué consiste la tarea de la edición? Si se sigue la explicación de Piccolini (2002):

La edición es el proceso por el cual un original -o, incluso, un conjunto de ideas acerca de un posible impreso- se trans­forma en una matriz o un prototipo del cual se obtienen, por medios industriales, cientos o miles de copias idénticas. Cuando este proceso tiene como fin la publicación de obras no literarias, se habla de proceso de edición técnica, denomina­ción que, en cierto modo, oculta la amplia variedad de géne­ros editoriales originados mediante este trabajo. La edición técnica no es simplemente una réplica del proceso por el cual se generan los impresos literarios, sino que presenta algunos aspectos diferenciados.

La autora agrega en el renglón siguiente:

En un sentido estricto la edición es la preparación de un original para su publicación. Para diferenciarla del proceso de edición en un sentido amplio, se la suele llamar edición propiamente dicha o ed.iting, como se la conoce en inglés. La edición o editing es entonces la etapa del proceso de edición situada inmediatamente antes de la corrección de estilo. Cuando se refiere a originales no literarios se habla de edi­ción técnica (tec.hnicul. editing).

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Aquí resulta pertinente aclarar, con relación a la cita anterior y aunque sea a grandes rasgos, la diferencia entre edición y correc­ción de estilo, denominación corriente de lo que con más rigor se entiende por “corrección litera ria” (M artínez de Sousa, 1981) o “revisión de originales”. La edición consiste en la evaluación y con­sideración global de un original en todos sus aspectos con vistas a la publicación, m ientras que debe entenderse por corrección de estilo dos tareas más específicas: la lectura minuciosa de ese origi­nal con el objetivo de detectar y corregir los errores ortotipográficos que pudiera tener y la adecuación del texto a ciertas convenciones propias de la editorial, convenciones que suelen ser compendiadas en m anuales de estilo, propios de cada sello.

Como si buscara anticipar parte de las tareas que caerán sobre las espaldas del editor, Piccolini redacta a continuación un subtí­tulo que casi puede entenderse como una consigna o guía de tra ­bajo, en particular para quienes se encargan de convertir técnica­mente las tesis académicas en libros. Dice: “Los autores de las publicaciones técnicas no son escritores”.

En las publicaciones para los estudiantes o dirigidas a quienes ya ejercen tareas de edición se puede advertir que algunos especia­listas prefieren distinguir entre lo que denominan macro y microe- diting. El prim er térm ino rem ite a las decisiones mayores que de alguna m anera rodean el contenido y la forma del trabajo pero casi no “ingresan” a él. Por ejemplo, la ubicación del futuro libro en el ámbito de una determ inada colección, disposición que supone la relación de ese texto con otras obras que el editor juzga de caracte­rísticas y tem áticas similares. Esta disposición puede ser ventajosa cuando se tra ta de una colección editorial que ya está consolidada y que, por lo tanto, cuenta en su haber con el conocimiento que un público más o menos amplio tiene de ella.

Las colecciones, además, son ya un recurso tradicional de las edi­toriales para ordenar sus diversos títulos, y no debe perderse de vista que constituyen incluso un señalamiento claro para su detección y ubicación por parte de los libreros. El encargado de una librería difí­cilmente tenga tiempo y capacidad para interesarse en todos los títu ­los que recibe casi diariamente. El título de la colección, una contra­tapa y una solapa bien escritas son para él una ayuda indispensable.

Es evidente que cada obra es única, o al menos pretende serlo, en el sentido de su aporte original en un cierto campo de estudios, pero su ubicación en el interior de una cierta colección le otorga al libro una visibilidad tem ática inm ediata. P ara el lector bastan sim-

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pies y descriptivas indicaciones como “Pedagogía”, “N arrativa con­tem poránea”, “Historia argentina”, “La naturaleza y el hombre”, para brindarle una prim era orientación.

Otro tanto ocurre con el título. Los que suelen encabezar las tesis doctorales son excesivamente extensos y tienen un carácter descriptivo puntilloso y “seco”; en la mayor parte de los casos tal extensión se relaciona con la necesidad e intención de su autor de que de alguna m anera quede “comprimido” en él la hipótesis cen­tra l que guía la investigación. Por eso el nombre suele incluir tam ­bién la periodización y la ubicación geográfica, así como una pista sobre las características teórico-metodológicas del abordaje.

Cuando la tesis se convierte en libro se necesita otro tipo de titu ­lación. Es parte im portante de la intervención del editor proponer uno a la vez simple, directo y sugerente -e s decir, “comercial”, en el mejor sentido de la pa lab ra- que reemplace la dureza de la enun­ciación académica.

Un recurso in teresante del cual el editor suele echar mano es el uso de subtítulos, que buscan aclarar y complementar aquello que el título principal, m ás económico y “ganchero”, necesariamente deja fuera.

Queda aquí presupuesto que, dadas las características temáticas y de investigación rigurosa que supone la tesis académica, a nadie se le ocurriría, incluso por el más común sentido comercial, dejar que esa necesidad de “creatividad” e “ingenio” para plasm ar títulos y tapas con atractivo hacia los lectores puedan convertirse en apelacio­nes absurdas y ridiculas caricaturas. Es decir que el editor sabe muy bien el límite de su tarea de seducción, y el autor puede quedarse tranquilo al respecto si ese temor lo ha asaltado: sus ideas de base no se verán alteradas en función de un juego comercial inescrupuloso e inmoral, que por otra parte supondría un suicidio económico.

Pero un miedo así sólo puede esperarse de un autor que se ha dejado llevar en demasía por las figuras mitológicas que antes se mencionaron y que dem uestran que, en el fondo, no entiende qué es un editor y cuál es su misión.

Aspectos del original observables por el autor y el editor

Quizá la m anera más sencilla de explicar qué es un editor es dar cuenta de las finalidades que persigue dentro del universo de la producción editorial. En su libro Edición y corrección de textos Jo

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B ill ingham desa rro l la u n concepto sencillo que posibilita exponer, de acuerdo con su criterio , qué se propone todo editor. El concepto al que recu rre y que u t i l iza como eje in te rp re ta t iv o es el de “b a r r e ­ra s de la com unicación”. La m e tá fo ra que sug ie re B il l ingham es b ien sim ple y d irecta , y t ien e la v ir tud , p rec isam en te , de i lu s t r a r de u n a m a n e ra in m e d ia ta y com prensib le la n eces idad y el objetivo p r im ord ia l de la t a r e a de la edición.

Sucede que los editores , explica B il l ingham , a m en u d o p ien san en esos té rm in o s p a ra d ise ñ a r y p ro y ec ta r su traba jo . N a d a v a r ía d em asiado si se a ñ a d e que la pos tu lac ión de ta le s obstáculos puede se r o b ien u n a t a r e a consciente por p a r te del ed ito r o b ien u n reflejo inconsc ien te y a u to m a tiz a d o a p a r t i r de su t a r e a h a b i tu a l y por lo t a n to producto de qu ien a n a l iza ese q u eh ace r y no del propio editor: en cu a lqu ie r caso su valor explicativo pe rm anece . P o r si hace fa lta su explic itación, se p u e d e a g r e g a r q ue debe e n te n d e r s e por “b a r r e r a ” todo aquello que se in te rp o n g a a n u la n d o o d if icu ltando el lazo com unicativo que u n e a los a u to re s y sus d es t in a ta r io s . Q ueda as í d e l in ead a de m a n e r a g en e ra l la d irecc iona lidad que n u t r e y r e su m e to d a la t a r e a de la edición: la e lim inación l isa y l la n a de todos esos im ped im entos .

Las b a r r e r a s que p u e d e n co n sp ira r p a ra que se logre u n a eficaz com unicación au to r- lec to r pu ed en y deben se r c lasificadas con v is ­ta s a su m ejor v isualización y aná lis is , t r a s el objetivo obvio y final de su superación.

B il l ingham desa rro l la su pe rsp ec t iv a de u n a m a n e r a g en e ra l en re lación con la t a r e a de la edición, es decir que no se refiere a tes is o a ensayos u n iv e rs i ta r io s sino a todo tipo de textos. P o r e s ta razón, y a los fines del p re se n te traba jo , su s observaciones deben se r con- te x tu a l iz a d a s en función de lo que aq u í in te re s a d e s ta c a r en el cam ino de la t ran s fo rm ac ió n de la tes is al libro. A con tinuac ión se re to m a de m a n e r a libre y en función de in s t r u m e n ta r el proceso que lleva de la tes is académ ica al libro la l is ta que f igura en Edición y corrección de textos.

1) En primer lugar está la consideración del aspecto. El té rm ino rem ite a las ca rac te r ís t ic a s m á s g en e ra le s y ev iden tes de la p re s e n ­tación del m a te r ia l . El tex to que se lleva a u n a ed itoria l con v is tas a su publicación debe se r p re se n ta d o como un todo coheren te y bien e s tru c tu rad o . M ás t a rd e p od rán sob reven ir los cam bios que se e s t i ­m en necesarios, pero el tex to que se p re s e n ta no puede se r u n “espacio de co n su l ta” o u n “tex to en construcc ión”. No puede te n e r

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partes a medio escribir o concebidas a la manera de punteos de temas y problemas que después podrán o no desarrollarse. Ese “efecto de totalidad” es el prim er dato a tener en cuenta con rela­ción al aspecto del texto que se presenta.

Una tesis académica es un tipo de escrito que naturalm ente observa un cuidado ordenamiento y prolijidad, no son por lo tanto éstos los datos que pueden repeler a los potenciales lectores. Habría que pensar más bien al revés: si no es en este caso un exceso de meticulosidad, las taxonomías jerárquicas demasiado puntillosas, los títulos y subtítulos “duros”, las notas de presentación, los nume­rosos apéndices y los índices que insisten en subrayar la rigurosi­dad metodológica y conceptual y la claridad en el recorte de un cierto objeto de estudio, por ejemplo, los que ofrecen en definitiva una sustancia carente de interés para todo aquel que no sea un estricto especialista.

Aquí es indispensable hacer el señalam iento de que la seducción es un arm a indispensable para a traer e im pulsar la lectura. Y para que esa seducción sea efectiva no se debe perder de vista cuál es el auditorio hacia el cual el libro está dirigido.

Hace ya muchos siglos, Aristóteles señalaba que el discurso argum entativo -o sea, de m anera sintética, aquel que pretende con­vencer de una determ inada hipótesis a partir de la presentación ordenada de un conjunto de pruebas- debe integrar las dimensio­nes del convencer y el conmover. Si bien las observaciones del Estagirita se centraban en las características que debía tener un discurso del orden de lo persuasivo, sus observaciones no cambian drásticam ente cuando se desplazan hacia un escrito científico. Porque si bien es cierto que hace ya varios siglos que la irrupción de la ciencia moderna y sus discursos disciplinarios obligan a recon- textualizar las definiciones de los retóricos de la Antigüedad, no es menos cierto que un discurso científico es necesariamente, valga la redundancia en este caso, un discurso y por lo tanto supone de m anera obligada la contemplación de una “puesta en texto” y un conjunto de estrategias discursivas que sostienen el conjunto de: la red lógico-epistemológica que se busca vertebrar.

El filósofo griego indicaba, incluso, que había ciertos lugares particulares del discurso donde era conveniente depositar esa fuerza de la sensibilización: la introducción y el epílogo.

Hijo de su época, Aristóteles pensaba mayormente en la estruc­tu ra del discurso oral que podía desplegarse en las asambleas polí­ticas y en los estrados judiciales de su época, es decir que podría­

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mos muy bien hoy “ajustar” sus indicaciones a otro marco de civili­zación y a otro conjunto de convenciones semiótico-culturales. Aquel lugar estratégico que la retórica aristotélica encontraba en el exordio para situar la fuerza del conmover en el soporte libro se puede encontrar hoy en día “desparram ada” desde la tapa, la im a­gen y el título, el paratexto (solapa, contratapa, índice, etc.) -a l que dedicaremos un apartado en el capítulo 3 - hasta la inclusión del libro en cuestión en una colección determ inada en la que estará “acompañado” de otra serie de títulos y autores.

Incluso las gacetillas, folletos o volantes que la editorial envía regularm ente a las librerías y a los diversos medios de prensa for­man parte de esta constelación paratextual, o el modo en que el libro es presentado en el sitio de in ternet con que seguramente, como ya es de rigor, cuanta el sello para publicitar sus novedades.

Puede aquí anticiparse uno de los temores propios del autor: el “ablandam iento” de esa totalidad duram ente estructurada ¿no con­cluirá precipitando la falta de rigor, devolviéndole confusión a aquel cúmulo de m aterial que tanto ha costado ordenar? El temor carece de sentido si el editor que se hace cargo de la tarea es una persona mínimamente seria y con experiencia en su campo.

El autor quizá piensa que su relación con el editor, incluido el trato amable que se prodiguen y los cafés que en algunas ocasiones compartan para am enizar la charla y el intercambio de opiniones, es en realidad de pura cortesía, dado que en el fondo está alimen­tada por una profunda desigualdad: la asim etría que nace de la evi­dencia de que el autor sabe y el editor no. La aseveración es cierta a medias. Por un lado es evidente que es el autor -que acaba de doc­torarse, por ejemplo, en biología, sociología o derecho- quien conoce a fondo la disciplina sobre la que el libro versa; pero también es evi­dente que el autor no sabe cómo hacer un libro, editarlo, fabricarlo, distribuirlo y disponer los modos para que llegue a un determinado público lector. Si se observa la segunda parte de la oración anterior, resulta claro que la fórmula se invierte y ahora es el editor quien se convierte en poseedor del conocimiento, no el autor-.

Se tra ta de conocimientos diferentes y lo que se busca en defini­tiva es fundirlos en una tarea común antes que establecer una suerte de inútil e infértil competencia. Además, es también relati­vamente falso que los conocimientos de uno y de otro no encuentren puntos comunes y osmóticos. Finalm ente, el autor se ha formado leyendo libros así que, aunque sea de una m anera empírica, “algo” sabe sobre ellos; m ientras que cualquier editor mínimamente expe­

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rim entado a lo largo do los años y las lecturas también ha ido sedi­mentando un repertorio amplio de los conceptos, los autores y las corrientes básicas de aquellas disciplinas con que trabaja.

2) Las consideraciones acerca de la estructura ocupan el segundo lugar. Billingham sostiene que “una estructura difícil de seguir es una excusa para abandonar la lectura” y la observación es por demás ju sta en un sentido general. Pero no siempre resulta senci­llo distinguir entre qué se debe considerar una estructura “fácil” y una “difícil”, y esto es así porque una u otra calificación están a ta ­das de m anera convencional a objetivos y expectativas particulares. De tal m anera que, siguiendo esta lógica, es posible im aginar una estructura de una sencillez tan extrema que, por eso mismo, carezca de interés alguno para un considerable número de lectores.

Valdría en este punto, entonces, hacer una serie de observacio­nes que bien se pueden derivar del térm ino o concepto mismo de estructura, que rem ite a un conjunto de partes perfecta y coheren­tem ente integradas, al punto de establecer el carácter absoluta­mente necesario para la existencia de cada una de ellas y para el modo en que se ofrece su ordenamiento, jerarquía y relación. Se tra ta de un arm ado artificial cuya mayor virtud consiste en ofre­cerse como natural. Ahora bien, la palabra “estructura”, además de esa asociación con un todo coherente y cohesionado, tam bién se vin­cula connotativamente con una cadena de términos que describen lo duro, lo metálico y maquinal, la técnica y el artificio. Y en ese sentido una tesis doctoral y un libro son estructuras de diferente tipo.

La prim era bien puede, validándose, aceptar ser apreciada en términos de esas asociaciones “duras”. La dureza, puede suponerse, es al parecer el costo a pagar para la acreditación de un cierto esta­tuto epistemológico o científico. La gran cantidad de gráficos y m aterial estadístico compilado en apéndices, los apartados dedica­dos al “marco teórico” o el “marco histórico”, las extensas definicio­nes de un concepto o un cierto perfil teórico, el exceso de ejemplos, el lenguaje técnico de difícil acceso para los no especialistas, tales son las huellas que provienen de la búsqueda del rigor conceptual y metodológico. El “sacrificio” de los juegos de lenguaje, de las produc­tivas ambigüedades de las imágenes rotóricas, de los brillos de la ironía, etc., persigue como meta la objetividad y la precisión.

El libro, por el contrario, supone una plasticidad y un dina­mismo mayores; su atractivo consiste en subrayar los aspectos más

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directam ente estilísticos -se podría incluso decir literarios- que encierra la calificación de ‘‘ensayo’’, sin por ello perder el sustento de una armazón clara y definida o que pierda rigurosidad el enca­denamiento explicativo o argumentativo.

Finalm ente la preocupación por la “estructura” de la exposición no es algo privativo de los tratados científicos, sino que ha preocu­pado a los escritores de ficción y poetas desde siempre, y de m anera agigantada en la contemporaneidad, cuando la cuestión se ha con­vertido incluso en una problemática tem atizada en los propios tex­tos. Como la crítica y la teoría estética han subrayado repetidas veces, una de las características más destacables del arte moderno es su autoconciencia y los muchos caminos por los cuales los aspec­tos metadiscursivos se desarrollan entrelazados con los personajes y cursos de acción. Como ocurre, para citar al menos una figura paradigmática, desde ia poderosa narrativa del novelista francés Gustave Flaubert.

En el sentido en que los escritores y poetas apelan a ella, una estructura no involucra únicam ente un cierto ordenamiento cuida­doso y efectivo de un repertorio de m ateriales, sino que obliga tam ­bién a brindar una resolución im aginativa a tal disposición. El tra s­lado de la tesis al libro abre la posibilidad y enfrenta la necesidad de encontrar esa formulación creativa.

Una mención especial merecen en este punto los títulos y subtí­tulos.

Los documentos largos y sin títulos son difíciles de leer y de com­prender. Cumplen una función ordenadora y sirven para organi- zarle al lector su lectura.

En la expresión oral los seres humanos recurrimos a una serie de elementos que permiten modelar aquel mensaje que queremos hacer llegar a uno o m ás receptores. La prim era herram ienta de que dis­ponemos son los múltiples matices que nos brinda nuestro aparato fonatorio. Elevamos el tono o susurramos, colocamos un repentino énfasis en una palabra que queremos que se retenga particular­mente (como hace un docente para que advirtamos que tal concepto es central y por ello casi lo grita en clase para que sus alumnos lo subrayen en el cuaderno). Contamos también con los que se denomi­nan “sistemas paralingüísticos”: la gestualidad y las posiciones de las manos y el cuerpo en su conjunto, etcétera.

Creer que la comunicación lingüística supone las palabras, así, desnudas y nada más, como cuando se despliegan en un pizarrón para enseñar estructuras sintácticas básicas, es no comprender la

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complejidad y la riqueza de la acción de comunicar que envuelve sistemas múltiples y que se apoyan en soportes bien materiales.

Otro tanto sucede con la escritura. Todo texto escrito incluye, además de lo que en el apartado siguiente y para abreviar se deno­mina “contenido”, una suerte de m anual de instrucciones que ayuda a su comprensión y lo guía. Lo que ocurre es que tales “instruccio­nes” una vez que se han interiorizado dejan de ser percibidas como tales y se naturalizan.

Hace unos años el periódico La Nación tenía un spot publicita­rio televisivo que decía: “El diario que se puede leer en dos horas o en quince m inutos”. Supongamos que efectivamente la totalidad del diario puede leerse en dos horas, ¿cómo es posible, pues, que se lo pueda leer tam bién en quince m inutos? Sin duda la publici­dad hacía mención a lo que comúnmente llamamos “lectura cru­zada” o de “barrido”; ésa que de continuo se tiene reservada para el diario en la m añana m ientras se desayuna rápido y antes de p a rtir hacia el trabajo. Ahora bien, ¿cómo es posible que ta l lec­tu ra se complete en tan pocos m inutos y el lector en cuestión se quede con la sensación de que efectivamente ha leído el diario? Pues ocurre que hay un conjunto de elementos guías que ayudan el lector en ese cometido: recuadros, diversos tam años de la tipo­grafía, subrayados, uso de negritas y bastardillas, color, títulos, subtítulos, epígrafes, copetes, ante y sobretítulos, “bajadas”, til­des, bochitas, núm eros...

Si se está leyendo un informe sobre la m archa de la economía de la semana pero lo único que interesa es ver cuáles han sido las defi­niciones del m inistro del área, ¿cómo se las encuentra? Fácil: se busca el nombre y apellido del funcionario que está destacado en medio del artículo con una letra más densa y oscura para ayudar a su localización y que vienen seguidos de las comillas que sin duda indican la aparición del discurso directo, es decir las “palabras tex­tuales” del hombre de gobierno.

A veces se insiste con demasiada liviandad en la utilidad de las herram ientas que los ordenadores de textos han traído consigo. A m anera de ejemplo, detengámonos un momento en la función “bus­car”: es sencillo advertir que la escritura hace ya mucho tiempo dio a la cultura hum ana un “antecesor” de esta función, no por viejo menos eficaz y necesario, como puede ser todo tipo de resalte tipo­gráfico: subrayados, bastardillas, cabezales, viñetas, que guían el ojo del lector ante el diario con singular rapidez y eficacia. Sin la espectacularidad que supone la diagramación de la doble página del

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periódico desplegada sobre la mesa, el libro se vale de los mismos recursos y hay que saber aprovecharlos adecuadamente.

Se señaló antes que los documentos largos y sin títulos son difí­ciles de leer y de comprender, lo cual es cierto, pero tam bién es cierto que la sobrebundancia de títulos y subtítulos puede generar un efecto contraproducente e inhibitorio del acercamiento para la lectura. Tal exceso impondría a la actividad lectora un bien molesto “tartam udeo” que term inaría conspirando contra la integración de las secuencias y de éstas en la totalidad discursiva.

No hay una fórmula exacta al respecto, no hay una “receta” que el editor puede soplar al autor para resolver el punto. No se puede establecer un a priori general que estipule como recomendable un subtítulo cada tres o cuatro páginas, dado que son m últiples las variables a tener en cuenta en cada caso, desde la tem ática de cada caso hasta su tratam iento específico. Una suerte de justo medio, de equilibrado ordenamiento que el trabajo conjunto de autor y editor deben encontrar.

Otro espacio decisivo que autor y editor deben atender es el índice, que en la tesis tiene una retórica bien distin ta de la que es admisible en un libro. Por ejemplo, los sistem as de números para ordenar la investigación que suelen ser muy comúnmente utiliza­dos en las investigaciones:

1 .1.1 .1 .1 .1 .1 .1 .2 .1.1.3.1 .2 . . . ,

o particiones similares se presentan de un modo excesivamente engorroso para el lector típico; en la búsqueda de un ordenamiento claro y preciso term inan desordenando la cabeza de quienes leen y espantando sus ganas de acercarse a un trabajo.

Lo peor que le puede pasar a un texto es que un lector se acer­que a él y después de ojearlo unos segundos decrete convencido: “Esto no es para mí”. Para combatir tal inconveniente se deben buscar títulos y subtítulos que por un lado cumplan con su trad i­cional y básica función explicativa del contenido que viene a conti­nuación pero que, a la vez, sean capaces de a traer la atención de quien lee.

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Una de las marcas evidentes de que la tarea de la titulación no funciona bien en lo que hace al formato del libro es la repetición evi­dente de palabras y construcciones más o menos similares, que en muchos casos y para peor ofrecen variantes más o menos cercanas a las que han sido seleccionadas para el título y, eventualmente, el subtítulo que brillaran en la tapa.

No puede ser, por ejemplo, que un ensayo que trabaje alrededor de la relación entre los medios de la comunicación de m asas y la sociedad someta al lector al padecimiento de volver a encontrar esas mismas dos o tres palabras con algunas pequeñas variantes en su ordenamiento o juegos en la línea de una misma familia de pala­bras (“m asas”, “m asas”, “de m asas”, “m asiva”, “masificación”...) que insisten con su cacofónica emergencia. El autor primero, luego el editor, deben evitar esta torpeza.

Otro tanto debe observarse en lo que respecta a la articulación entre títulos de capítulos y de parte, subtítulos, subtítulos secunda­rios, etc. Si bien pueden establecerse jerarquías gráficas (tamaños y tipos de letras -redonda o blanca, negra, bastardilla-, puntos, til­des, subrayados), se debe tener en cuenta que quien lee un libro no lo hace con la misma disposición que el catedrático que sigue pun­tillosamente el armado lógico-epistemológico de una investigación científica presentada para su evaluación como tesis de investiga­ción. Por esta razón debe evitarse en este caso también que el “des­file” de las variantes gráficas y tipográficas antes señalado no ter­mine alimentando la confusión antes que la claridad expositiva.

3) En tercer lugar, el contenido. P resentar los diversos aspectos que se relacionan con la edición de m anera separada para que puedan ser juzgados en su variedad por el autor busca, precisamente, que se pueda observar claram ente y desde el vamos que no todo se reduce -pese a lo que el sentido común, incluso el de los académi­cos, a veces indica casi con las m aneras de un reflejo condicionado- ai contenido.

Este es precisamente uno de los puntos que suele sacar más chispas entre editor y autor en la medida en que el libro va tomando forma. Las razones, a prim era vista, son sencillas de entender. El autor puede perm itir que se cambie tal o cual elemento que se estima como propio del modo en que se ofrece la investigación, hasta allí puede ceder, pero no en lo que respecta a su contenido. Queda claro que un razonamiento tal parte de la falacia que ya la lingüística y los estudios sobre los discursos sociales y la literatura

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llevan por lo menos un siglo atacando, y que es la pertinencia de la dicotomía contenido/forma. De cualquier modo no es el punto sobre el que aquí se busca insistir y más bien, al menos operativamente y de m anera ilustrativa, se acepta tal distinción.

Según como se lo mire, se puede decir que el contenido de la tesis y el libro que de ella surge es el mismo o no. Seguramente lo es en la mayor parte, pero se podrían hacer algunas puntualizaciones y brindar un caso para dem ostrar que la identificación puede pres­tarse a confusión, y no se tra ta de una confusión menor dado que remite al auditorio que un género y otro imaginan y al cual se diri­gen. Por ejemplo, en una investigación sociológica sobre los efectos de la producción m inera el autor utiliza el térm ino “lixivición” sin explicar su significado, puesto que se tra ta de un término que da cuenta de un procedimiento técnico propio de esa industria y que muy probablemente quien escribe, después de unos años de estar trabajando sobre el tem a, ya considera parte de un vocabulario inmediato y “conocido”. Sin duda va a encontrar en el margen de su trabajo una marca a través de la cual el editor, o el corrector, le sugiere que introduzca una breve y concisa explicación del signfi- cado de la palabra.

El verbo es “lixiviar”; el sustantivo, “lixiviación”; de modo que el editor propondrá al autor que incorpore una definición lisa y llana del término o que realice una reformulación que la incorpore, del tipo:

Los metales, cada vez más escasos, se encuentran en estado de diseminación y sólo pueden ser extraídos a través de nuevas tecnologías, luego de producir grandes voladuras de montañas con el uso de la dinamita, a partir de la utiliza­ción de sustancias químicas (cianuro, ácido sulfúrico, mer­curio, entre otros) para disolver (lixiviar) los metales del mineral que los contiene.

Se tra ta de un señalamiento habitual y es claro que no supone una reescritura en profundidad del texto, pero sí agregados mínimos que indican que el destinatario es otro que aquel que, más o menos inconscientemente, ha quedado flotando en la cabeza del autor.

Todo texto supone la disposición y el encadenamiento de una serie de enunciados expuestos y muchos otros supuestos; su eficacia se desenvuelve precisamente en que se dice algo y se dejan implíci­tas otras muchas cosas en función de los saberes que se especula que el lector trae consigo. Si la estimación no es correcta, el peligro

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es que el trabajo que se ofrece se vuelva difuso e ineficaz, predica­ciones que en últim a instancia determ inan y precipitan el fracaso comunicativo y comercial.

Con relación al contenido, se tra ta de encontrar un punto de equilibrio entre la “dem asiada” información que apabulle y con­funda al lector y la muy poca, que lo deje insatisfecho y produzca su irritación.

Una parte im portante de los trabajos de investigación académi­cos la constituye el llamado “estado de la cuestión”, es decir el rele- vamiento pormenorizado de las principales y diversas corrientes teóricas que se consideran de valor acerca de la problemática que se tra ta . No es simplemente una cuestión “subjetiva”, no es una mera “opinión personal” del autor la que lleva a considerar tal o cual autor o marco teórico y a descartar otros. No, tal “estado de la cues­tión” supone más bien dar cuenta del balance y la evaluación que la propia comunidad científica ha hecho de una disciplina. Por lo gene­ral se tra ta de relevamientos exhaustivos, que suponen la compila­ción de muchos nombres y títulos de obras, su clasificación en escuelas o corrientes, la fijación de sus presupuestos teóricos funda­m entales y tam bién, con la forma de la exposición, incluso la cita directa de aquellas definiciones apropiadas para condensar una u otra postura. También se desarrollan, aunque de m anera compen­diada, las polémicas que enfrentan a un enfoque teórico con otro y las diferencias metodológicas que entre ellos pueden advertirse.

Pues bien, en la medida de lo posible, el “estado de la cuestión” debe ser eliminado, o apenas señalado, muy brevemente, en la introducción del libro. En aquellos casos en que se juzgue que algu­nos de los puntos de tal sección de la investigación son fundam en­tales, entonces lo mejor será que se los reescriba integrándolos al desarrollo de la demostración.

Es im portante recordar aquí que, a diferencia de lo que ocurre en una tesis, la introducción, a su vez, debe ser una invitación a la lectura, no un relevarniento de la totalidad de las hipótesis en cir­culación sobre el tema. Basta, por lo tanto, con justificar la impor­tancia del tema, y agregar a lo sumo un “Me apoyo en... y me dis­tingo de ...” si se estim a que es imprescindible tal agregado para situar a grandes rasgos las fuentes y las polémicas teóricas.

Para los aspectos metodológicos se puede brindar la misrna reco­mendación que para el estado del arte: más que detallar, nombrar los instrum entos a los cuales se ha echado mano para desarrollar el tem a y llegar a ciertas conclusiones. Hay que recordar que una tesis

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es un trabajo de investigación que debe ser “defendido” frente a un tribunal de especialistas académicos en el área; por lo tanto la minuciosa reconstrucción del quehacer metodológico y su sólida fundamentación por parte del autor son labores imprescindibles, al punto que muchas veces se tiene en cuenta que el rigor metodoló­gico y el del campo teórico que constituye a la disciplina serán más tenidos en cuenta como virtud que la originalidad del tem a pro­puesto. Cuando la tesis se convierte en libro, los presupuestos son otros y por lo tanto tam bién los énfasis.

El uso de ilustraciones, tablas, gráficos, apéndices y anexos que llenan muchas páginas de los trabajos de investigación deben ser sopesados tam bién siguiendo sim ilar criterio. La regla es que resulta imposible reproducirlos en su totalidad, puesto que la mayo­ría del público lector ni siquiera va a detenerse en ellos. Lo conve­niente es reducirlos, “n a rra r” su contenido y dejar aquel m apa o gráfico realm ente imprescindible y que cumpla una tarea resumi- dora e indicativa del conjunto.

4) Por último, la lengua utilizada. Se agregan aquí una serie de observaciones en cuanto al lenguaje que se utiliza y que también puede generar “interferencias” en la comunicación que se busca establecer con el público lector.

El autor debe tener en cuenta que un libro se escribe básicamente teniendo en mente un horizonte de la lengua, que es aquel de su uso actual. Podría de inmediato hacerse el reparo acerca de que quizá la metáfora “horizonte” empuja a percibir la lengua de una época como un ente excesivamente homogéneo, algo obviamente falso, o como el modo en que el conjunto de los hablantes de una lengua -suponga­mos, el castellano- la utiliza de m anera oral y escrita de acuerdo con normas estrictas que en su cumplimiento determ inan una especie de igualación entre todos los enunciados y textos producidos, una esti­mación cuya falsedad es también muy fácil de demostrar. Sin embargo, convengamos que quienes efectivamente se constituirán en los lectores de la tesis convertida en libro comparten a grandes rasgos las normas, los usos y las costumbres de una lengua locali­zada temporal y espacialmente, y así conformada como un conjunto socialmente identiñcable. Pues ésa es la lengua de referencia que debe tener el libro.

Un lenguaje inapropiado, por lo tanto, conspira grave y decisiva­mente contra la difusión y la lectura de un texto. Se entiende aquí por “inapropiado” aquel que no tiene en cuenta tales determinacio­

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nes geográficas e históricas que, aunque quizá no haga falta subra­yarlo, no se relacionan con un universo tan vasto como la lengua castellana sino que tienen que ver -en nuestro caso- con un recorte bastante menor dentro de ella: la lengua rioplatense de las últim as décadas del siglo xx y hasta hoy.

Si, por ejemplo, un texto abunda en formas arcaizantes, el lector sentirá sin duda que se tra ta de una obra cuyo lenguaje está “fuera de moda”, y por lo tanto experim entará que se tra ta de algo ajeno y alejado de sus experiencias y expectativas.

Si la elección es por un lenguaje demasiado técnico o formal, pro­ducirá tam bién un extrañam iento perturbador e inconveniente. El lector estim ará que se tra ta de una “jerga de especialistas”, y en ese sentido es probable que la evalúe en el peor sentido, es decir, consi­derando que la jerga aparece aquí como una escritura deliberada­mente hermética, que se niega a compartir sus tem as y problemas con un público más amplio. El hermetismo se convierte, en conse­cuencia, casi en una huella de aristocratism o y quizá, si se permite cierta exageración para que quede doblemente subrayado lo que se quiere decir al respecto, hasta de fanfarronería.

Las jergas de tal tipo desanim an sin duda a los lectores. Hay un viejo sentido común bien arraigado popularm ente —y hasta un cierto punto la actividad pedagógica escolar, los docentes y los m anuales, así como la transm isión de conocimientos de diverso tipo por los medios de comunicación m asiva- que sostiene que el más sabio es aquel capaz de poner en forma sencilla las cuestiones más complejas. Y si bien no se tra ta de ensalzar las fórmulas del sentido común a las cuales rápidam ente pueden hacérseles diferentes repa­ros, conviene considerar la lengua en la que se va a escribir el libro en los términos de esa orientación general.

Se pueden hacer tam bién unas cuantas puntualizaciones en lo que hace a la sintaxis misma del texto. Una tesis académica vuelta libro reúne básicamente las m arcas genéricas del ensayo, y si bien una obra ensayística contempla, hasta un cierto punto, los vaivenes del estilo subjetivo de su autor, no es una obra estrictam ente litera­ria, y no conviene olvidarlo.

Se tra ta , por lo tanto de evitar las oraciones complicadas, largas, con puntos y puntos aparte que nunca llegan. Si se observa con cui­dado esta advertencia podrá verse que no se tra ta de negar el tra ­bajo propio que conlleva cierto estilo sino, por el contrario, obligar al autor a realizar una tarea más fina y cuidada en lo que respecta a los aspectos formales.

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En el prefacio a su obra ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, una suerte de m anual o introducción a la epistemología, su autor, el pro­fesor de origen británico Alan Chalmers, escribió a la hora de prolo­gar una nueva edición corregida y aum entada de su texto que, ade­más de la incorporación de algunas nuevas corrientes de la filosofía de la ciencia y la revisión de ciertos ejemplos históricos utilizados, la razón última y su mayor preocupación había sido seguir reescri- biendo lo ya escrito con el objetivo de hacerlo cada vez más llano y sencillo, cosa que 110 había conseguido del todo en la versión ante­rior. Chalmers afirma allí, lamentándose incluso por todavía no haberlo logrado del todo:

A juzgar por las respuestas a la primera edición de este libro, parece que los ocho primeros capítulos del mismo cum­plen muy bien la función de ser “una introducción simple, clara y elemental a los modernos puntos de vista sobre la naturaleza de la ciencia”. También parce ser universalmente aceptado que los cuatro últimos no la cumplen. Por consi­guiente, en esta edición revisada y ampliada he dejado los capítulos 1-8 prácticamente intactos y he reemplazado los cuatro últimos por seis totalmente nuevos. Uno de los proble­mas de la última parte de la primera edición es que había dejado de ser simple y elemental. He tratado de conseguir que mis nuevos capítulos sigan siendo simples, aunque temo que no lo haya conseguido del todo al t ra ta r de las difíciles cuestiones de los dos últimos capítulos.

Unas líneas después agrega:

Otro problema de la última parte de la primera edición es su falta de claridad. Aunque sigo convencido de que la mayor parte de lo que me proponía allí iba por buen camino, cierta­mente no fui capaz de expresar una postura coherente y bien argumentada, como han dejado en claro mis críticos.

Como se vio, el de Chalmers es un muy buen ejemplo de hum il­dad intelectual y conciencia crítica del autor sobre el texto que ha escrito, y la necesidad de seguir revisando lo ya hecho con el fin de term inar de dinam itar los “obstáculos de la comunicación”.

Tal es en este caso el desafío del escritor, la simplicidad, y no al revés como a veces suele pensarse. Muchas veces, vale la pena agre­gar, los autores se “refugian” en supuestas cuestiones de estilo o de

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elecciones retóricas particulares, lo que en realidad es la negación a aceptar que hay párrafos y capítulos completos que ya se creían cerrados hace tiempo y que ahora la lectura diferente del editor obliga a reconsiderar.

Ciertos excesos retóricos e innecesarias oscuridades sintácticas y repeticiones constituyen ese tono inapropiado que el editor busca evi­tarle al lector e indica consecuentemente en el texto para su revisión.

Es por demás evidente que los errores gram aticales harán que los lectores pierdan la confianza en los hechos, en las estadísticas y en el análisis; por esta razón es necesario arrancarlos de cuajo en las prim eras lecturas del texto que se convertirá en libro. La cues­tión es que si bien en algunos aspectos - la ortografía, hasta cierto límite la puntuación— el acuerdo entre autor y editor es casi inme­diato, no ocurre a veces lo mismo con la sintaxis o el armado gene­ral del texto.

Los procesadores de texto, a través de las funciones de “cortar” y “pegar”, han conducido en el último período a la repetición en dife­rentes capítulos de oraciones y párrafos —en ocasiones bastante extensos- similares, que el autor realiza muchas veces de manera automática e inconsciente dado que le permiten volver sobre un tema o cuestión y encontrar un “punto de arranque” para su tratamiento. Si el tramo repetido es exactamente igual, es trabajo del editor detec­tarlo y hacer el señalamiento para su supresión o reelaboración; pero ocurre que por lo general no es exactamente igual al anterior, hay una reelaboración parcial -fa lta alguna palabra, se ha cambiado el verbo o utilizado algún sinónimo o forma perifrástica, e tc —, con lo cual la corrección se vuelve problemática si el autor no acepta que se tra ta de una repetición tal cual el editor se lo ha indicado.

Los autores suelen hacer uso tam bién de palabras complejas o largas sólo con el afán de impresionar. Existen, al parecer, términos y alocuciones, voces en lenguas extranjeras que cargan sobre sus espaldas los brillos de cierto prestigio. Seguram ente es bien difícil explicar cuáles son los caminos por los cuales estas cristalizaciones se producen, pero lo cierto es que lo hacen de continuo como puede testim oniar cualquier estudiante o docente universitario después de padecer durante algunos años los ecos que resuenan en aulas y bibliografías.

Es verdad que en algunas ocasiones el uso y la repetición de cier­tos términos apuntan en un sentido pedagógico, es decir, se reiteran para que sedimenten en su importancia y se vayan volviendo nece­sarios y familiares para los estudiantes, pero en la mayor parte del

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resto de los casos, sobre todo a la hora de pensar el lugar que ocu­pan en el libro, son innecesarios y fácilmente podrían ser trocados por otros vocablos m ás habituales y, como le gustaba decir a Adolfo Bioy Casares, amables con el lector.

Citemos algunos ejemplos de tales términos: Weltanschung (visión de mundo o cosmovisión), campo intelectual (en el sentido en que lo usó y popularizó el sociólogo francés Pierre Bourdieu) o experticia (término muy usado en ciencias de la educación) apare­cen muy comúnmente para procurar llevar sobre el nombre del autor los supuestos fulgores del saber que a rras tran consigo, pero nada impide que en la mayor parte de los textos en los que apare­cen reproducidos de una m anera general puedan ser reemplazados por visión del mundo, representación o ideología, en el prim er caso; vida cultural, cultura, esfera o mundo de los intelectuales, en el segundo, y saber especializado, en el tercero. En un sentido similar, conceptos como habitus ya son casi de sentido común y suelen encontrárselos sem analm ente en los suplementos culturales de los diarios -es decir que han sido adoptados por el discurso periodís­tico-; no parece necesario, por lo tanto, repetir las definiciones de Bourdieu como si se las estuviera descubriendo.

Se podría aquí abrir un debate. Por supuesto que no es el objeto de estas líneas plantear que nada hay de riguroso en los conceptos y en las teorías, razón por la cual pueden ser reemplazados sin más por las ambiguas y poco precisas palabras de todos los días; nada de eso. Es más bien al revés: precisam ente por el cuidado intelectual que se debe tener en el manejo de los conceptos y las teorías se busca aquí señalar que flaco favor se les hace si se los utiliza más como una suerte de connotadores de las luces que la ciencia trae consigo antes que con un verdadero afán científico y de búsqueda de establecimiento de conocimientos rigurosos. Se dijo antes que al respecto se podría abrir un debate, y en realidad ello muchas veces ocurre cuando el editor hace alguna observación sobre ciertos té r­minos técnicos a los que el autor echa mano con demasiada abun­dancia. Parte de la discusión consiste en establecer si el uso de algún término de este tipo tiene verdadera necesidad o no, y eso es algo que no se puede prever desde aquí y que habrá que considerar en cada caso.

N uestra experiencia sobre el tem a, las confidencias que algunos autores han realizado de m anera privada o que se puede recoger en sus declaraciones públicas, perm iten sostener la sospecha, y por lo tanto hacer el consiguiente señalamiento, de una utilización inde­

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bida muchas veces acompañada de una “defensa” que casi roza el capricho.

Para sum ar otro ejemplo: está “de moda” en sociología y antro­pología hablar de “juvenil/es” como sustantivo. Cuando, por caso, se lee: “En este marco, las acciones de las familias y los juveniles objeto de la acción institucional m ostraban una constitución cultu­ral que desbordaba al dispositivo legal”, es inevitable preguntarse si la falta de un sustantivo modificado por “juveniles” es una errata. Se tra ta de un caso evidente en el que el cuidado por los matices propios de la jerga del especialista no hace más que agregar un obs­táculo al lector. Es posible que tal utilización sea pertinente en un cierto marco intradisciplinario, pero nada hace suponer que sea conveniente introducir este uso en un texto dirigido a un público amplio.

En fin, los cambios que introducen los editores cubren una amplia variedad de áreas y pueden afectar a una mayor o menor porciones del texto entregado para su publicación de acuerdo con las características del original. Sin duda el quehacer del editor no consiste m eram ente en tom ar documentos largos y complejos y, a la m anera de una m áquina de picar carne, convertirlos en folletos y m anuales simples; aun cuando su tarea, por lo menos a la hora de convertir una tesis académica en libro, por lo general sí supone casi necesariam ente una labor de reducción y reescritura.

Para muchos autores, la actividad de la edición se reduce a “arreglar” un texto para garantizar su precisión y claridad, más el agregado de algunos elementos de color sumados a su presentación general (tapa, título, contratapa, solapa, gacetillas de difusión). Como probablemente se haya podido concluir de los apartados ante­riores, en su búsqueda el trabajo del editor no se aleja mucho de esa creencia, siempre y cuando se acepte que la consecución de la “pre­cisión” y la “claridad” como variables para seducir a un público lec­tor relativam ente amplio son sustantivos que, si se los m ira bien, encierran cuestiones variadas, diferentes y de diversa complejidad.

Son propósitos que, si se les dedicara la totalidad del tiempo que una edición perfecta requiere, podrían hacer que autores y editores se toparan con la certidumbre de que ese tiempo no es menor que aquel que los poetas conciben para los versos verdaderam ente tras­cendentes. Así, se term inaría enfrentando la realidad de un período

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interm inable de realización y un costo impagable de incontables horas de trabajo. En el ya mencionado artículo “El arte de la edi­ción”, Eco afirma:

Si se manda un manuscrito a una university press norte­americana, tienen que pasar dos años antes de que salga. En esos dos años hacen composición y editing a través de los cua­les io mismo se escapa alguna tontería [...]. Estos dos años de trabajo cuestan.

En el límite de la búsqueda de perfección, quedaríamos de cara no sólo al trabajo inacabable de la creación del autor sino tam bién a otra infinitud complementaría, la que encierra la tarea de un edi­tor embarcado en idéntica búsqueda.

Como conclusión, y para ilum inar con una hipérbole lo que se ha querido afirmar: que las tareas utópicas propias del deseo de per­fección sean concebidas como necesario aliciente no significa que el autor y el editor no puedan y deban convenir, a la vez y de hecho, la deposición de las propensiones narcisistas que subyacen en estas ambiciones. Lo harán, claro, en función del objetivo de que los libros -im perfectos y siempre mejorables, como el que lector tiene ante s í- finalmente lleguen y sean bien recibidos por nuestras manos, las de los lectores.

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Capítulo 2

Las pr imeras decis iones del autor

El capítulo anterior se concentró en la figura del editor. Las con­clusiones que de él se desprenden perm iten al autor de una tesis in tu ir qué clase de trabajo le espera si quiere hacer de ese escrito académico un libro publicado y, lo que sería mejor, leído. En los siguientes apartados, el punto de vista focaliza más en la figura del autor y la exposición apunta a ayudarlo a definir un proyecto para reescribir su tesis de m anera oportuna y económica, en el sentido de optimizar los esfuerzos y no invertir tiempos demasiado dilata­dos en tal reformulación. Las siguientes páginas se proponen, sim ultáneam ente, afinar para el editor la descripción de los aspec­tos que tiene que observar en los m anuscritos surgidos a partir de tesis y ayudarlo a detectar qué trabajo ha hecho o dejado de hacer un autor.

Esbozos iniciales del l ibro posible

Como hemos repetido, una tesis aprobada tiene que convertirse en un manuscrito presentable a una editorial antes de llegar a ser un libro. Ese proceso implica la metamorfosis necesaria de un escri­tor universitario, que tiene que pasar a dominar hábitos de compo­sición distintos de los requeridos en los ámbitos de producción del conocimiento. La transformación no es sencilla, como atestiguan los ya cristalizados mitos de las relaciones de amor y odio entre edito­res y autores.

Para que la difusión en forma de libro de sus saberes no le sea traum ática al tesista, es recomendable que se dé un espacio propio,

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privado y (relativam ente) independiente tanto de la academia como del mercado de la cultura, antes de lanzarse a una editorial con el fin de que ésta publique su trabajo. Ese espacio puede considerarse un tiempo de transición en el que se tome distancia del género tesis y se organice la tarea de revisión de ella sin ingenuidad, sin creer que la fu tura obra ya está escrita o que se la puede elaborar sin mayor dedicación. Tal actitud suele frustrar el proyecto de conver­tir la tesis en libro, objetivo al que dedican su año sabático muchos autores académicos, aunque por cierto con más facilidad fuera de la Argentina. Lo que es relevante de este dato, de todos modos, es que la elaboración de un libro a partir de una tesis debe ocupar un lugar im portante en la agenda del autor, al que convendrá tener bien avanzado su m anuscrito editorial, si no terminado, antes de ofre­cerlo a una. Pero no es esa la única producción que hay que gene­ra r en ese espacio: el autor tam bién tiene que disponerse, por ejem­plo, a hacer una segunda vuelta de reescritura una vez que concrete el vínculo con una editorial: ésta podría solicitarle cambios. Las dinámicas editoriales y las académicas son lo suficientemente dife­rentes como para requerir no sólo la transformación de la tesis sino también, hasta cierto punto, del tesista, que debe pasar a ser un autor de un texto, que se convertirá en libro a través del trabajo en equipo editorial.

En las universidades, las investigaciones que se vuelcan en infor­mes, artículos y tesis llevan bienios, trienios, lustros y hasta décadas de trabajo; los textos que se escriben durante esos períodos se van puliendo en las sucesivas revisiones y reescrituras que generan las diversas instancias que atraviesan las comunicaciones: las ponen­cias, que luego se adecúan para ser publicadas en actas; las rendicio­nes periódicas de informes a las instituciones en las que se radican los estudios; los artículos para revistas especializadas que los some­ten a referatos, a evaluaciones de pares que suelen imponer reformu­laciones como condiciones de publicación; las tesis cuya composición debe ir ajustándose a indicaciones de los directores de ellas y a las normas institucionales que rigen el género.

La ductilidad que semejante entrenam iento en escritura acadé­mica debería generar no es directam ente transferible al ámbito edi­torial: en éste, los tiempos de producción de textos no suelen admi­tir períodos tan extensos como los que implica la producción de conocimiento; además, algunos escritores universitarios desconocen la autoridad específica del editor y sus colaboradores en cuanto a la producción y circulación de libros. Si el escritor universitario se

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parapeta en tal desconocimiento de cualquier autoridad que no sea la académica, si es refractario a toda revisión o ajuste que se le pro­ponga para su manuscrito, es probable que la tesis no se convierta en libro o tenga el formato de uno pero el impacto esperable de un mimeo o una publicación in terna de la universidad.

El panoram a no se pinta sólo de ese modo, sin embargo. Puede preverse una escena diferente, aunque igualmente perniciosa para la concreción del libro. Un escritor puede confiar demasiado en su editor y de hecho dem andarle la redacción final del libro al entre­garle un manuscrito mal redactado, que será desechado o rearmado por otros corriendo todos el riesgo de que el autor desconozca luego el texto que tendría que firm ar como suyo. Puede suceder también que el tesista tenga prem ura de ser publicado y entonces no admita los tiempos que implican las evaluaciones de los consejos editoria­les, que bien pueden ocupar al menos un año, o los cronogramas de publicación, que atienden a variables como la oportunidad de venta y promoción de un libro. El análisis de la viabilidad económica de la publicación, la edición del m anuscrito, los pedidos de autorizaciones para reproducciones de imágenes o textos, la impresión, las lectu­ras de prueba, la indexación de la obra, son etapas del proceso edi­torial que prolongan la concreción del m anuscrito en libro. El autor debe seguir esos pasos, estar al tanto de ellos, pero con paciencia prudente.

Si no tolera los procedimientos de una editorial y si un contrato no se lo impide, el autor tal vez retire su manuscrito y se precipite en otras editoriales hasta encontrar su editor perfecto o cansarse de ser rechazado. De estas dos posibilidades, la prim era es práctica­mente utópica si la tesis no es cuidadosamente revisada y reescrita por su autor en función de la nueva difusión a la que aspira; la segunda situación, la de los sucesivos rechazos en editoriales, es un duro aprendizaje que puede evitarse si de entrada se entiende que entre las habilidades que hay que desplegar en el mundo de la difu­sión del conocimiento está la argumentación en el interior del equipo de publicación, conformado por el autor, el editor y todos los profesionales que concurren en la conversión del manuscrito de autor en libro. El tesista, de todos modos, 110 debe dejarse ganar por el desaliento que provoca el rechazo de una editorial, que no nece­sariam ente dice algo del manuscrito ofrecido: puede la empresa misma estar atravesando una coyuntura para la cual no sea ade­cuado el texto en cuestión y no han faltado editores que se han arre­pentido de rechazar una obra que luego hallan editada por otra

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compañía. Si los rechazos se repiten, sin embargo, habrá que reeva- luar la potencialidad de la tesis o del m anuscrito elaborado a partir de ella para transform arse en libro y, lo que no es menos impor­tante, la capacidad y disposición del tesista para colaborar con el equipo editorial. Para evitar reevaluaciones tard ías que hacen des­aprovechar ocasiones de publicación y desgastan al tesista y a la tesis, es muy aconsejable dedicar un buen esfuerzo a las prim eras reflexiones sobre el libro al que puede aspirarse con entusiasm o y racionalidad.

Como parte de ese esfuerzo, vale la pena rem em orar libros su r­gidos de tesis que se hayan leído o que estén en las bibliotecas per­sonales, preguntarse cuáles se leyeron con gusto o provecho, cuáles se desestimaron y, en uno y otro caso, conviene clarificar los moti­vos que generaron tales efectos de las obras. Hacerlo a partir del análisis de fragmentos que se juzguen logrados o fallidos en ellas es una estrategia para ir diseñando con precisión la propia composi­ción del futuro libro.

Las prim eras reflexiones sobre la revisión de la tesis se enrique­cerán con consultas a colegas que tengan experiencia de difusión de su trabajo académico y puedan recom endar o desaconsejar edi­toriales o editores con fundam ento, siempre que el tesista relati- vice esos juicios teniendo en cuenta que un editor que no sea bueno para un escritor puede resu ltar muy eficiente para otro. M ientras tanto se pueden citar aquí comentarios de reconocidos escritores que no se dedican exclusivamente a la litera tu ra , discurso más transitado en las memorias y crónicas de editores como Esther Tusquets, Carlos Barral o Jorge Herralde, cuyos relatos, de todas m aneras, son reveladores de que la producción de libros es una cuestión que afecta m anuscritos y personas.

Alejandro Horowicz, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, autor de textos como Los cuatro peronismos y experimentado en el trabajo editorial por sus tareas de director de colecciones, ha aseverado: “El editor puede ser el mejor amigo de un escritor o su peor enemigo [...] Un libro como Revolución y guerra, de Tulio Halperín Donghi, no tuvo editor sino imprentero. Uno se da cuenta por las elaboraciones extrem ada­mente farragosas, el uso inadecuado de los puntos y aparte y un modo de construir oraciones subordinadas que hace que muchas de las afirmaciones term inen resultando extenuantes para el lector. Un editor profesional hubiera podido con pocos señalamientos resolver la cuestión con mucha solvencia y el libro hubiera ganado

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enorm emente”. Como autor, recuerda su trabajo con el editor Luis Chitarroni. “Cuando le entregué lo que a mi juicio era una versión term inada de EL país que estalló, él me la devolvió con una cartita en la que me señalaba cómo había que corregir ese original. D urante dos o tres días estuve oscilando entre m andarlo a la puta m adre que lo parió, y esto es literal, o hacerle caso. Podía imponer mi propio punto de vista, pero lam entablem ente descubrí que tenía razón. Y tuve que reescribir el libro, siguiendo las pautas que él me dio y que ayudaron extraordinariam ente a la calidad del texto”. Por su parte, Chitarroni, no sólo destacado editor sino también recono­cido novelista y crítico literario, tiene como Horowicz la autoridad que esa experiencia multifacética proporciona para entender las relaciones entre escritores y editores.

Es una cuestión de argumentación y no de imponer una voluntad sobre el otro [...] Ahora, si ocurre esta imposición, alguno de los dos está en problemas: o el escritor, que tiene un problema de autoridad con el otro, o el editor, que tiene un exceso de intervención en un material que le es ajeno.1

Hay editores y editores, como en toda profesión, pero un buen editor, con quien se pueda entablar diálogos en los que se ponga en juego la escucha y el respeto recíprocos, es el mejor compañero que un escritor puede cultivar. Del mismo modo, hay escritores y escri­tores, incluso entre los provenientes de las universidades, pero un buen escritor, uno que no asimile la comunicación académica con la de difusión de los conocimientos y entienda que ésta requiere su propio entrenam iento y sus pertinentes “directores”, constituye la inversión más rentable de una editorial y, tal vez un poco utópica­mente, para una sociedad que favorezca la democratización del conocimiento. Es sabido que la concentración del poder editorial en gigantescas empresas multinacionales atenta contra tal beneficio social, que no es todavía una batalla perdida, como insiste André Schiffrin (2000, 2006, 2008), fundador de la editorial The New Press, que intenta contrarrestar las publicaciones de las grandes corporaciones a partir de un fuerte cuestionamiento de los criterios de duro m arketing que in tentan imponer los grandes grupos y que

1. S i lv ina F r ie ra , “El p ro b lem a de l id ia r con p a l a b r a s de otro", Página 12, B ue nos Aires, 4 de ju l io de 2006.

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term inan ahogando la posibilidad de editar libros que no aseguren ventas de m illares de ejemplares.

Además de ser consciente de estas limitaciones de las editoria­les más im portantes —en cuanto a publicidad y presencia en las librerías y en los medios de comunicación m asiva-, el autor deberá sopesar las características de la editorial que busca. La gama es amplia: desde pequeñas editoriales casi artesanales hasta editoria­les m edianas ya consolidadas. Pero es im portante que tenga en cuenta la capacidad de un sello para m antener un flujo constante de sus libros en las librerías, algo que sólo un catálogo “vivo” y numeroso ayuda a mantener.

Más allá de la editorial a través de la cual se pretenda dar a conocer el trabajo, es necesario adm itir que no se puede escribir para un público relativam ente extenso buscando fundam ental o exclusivamente la aprobación de los especialistas. Para eso están los géneros discursivos que circulan dentro de la comunidad acadé­mica (Beacco, 2004). En algunas instituciones se practica el deporte de “boxear” las publicaciones de amplia difusión de los colegas y esto suele inhibir al escritor universitario que incursiona en el tra ­bajo editorial. Si se compromete con éste, si se entrena en las habi­lidades discursivas que garantizan la calidad de la información difundida a través de sus libros, el escritor universitario puede con seguridad ignorar el ring académico que lucha por ensimismarse. O devolver los golpes, como hizo Mario Bunge en una entrevista de suplemento de un diario cuando en 2008 se empezó a publicar su Tratado de filosofía para el público hispanohablante (los ocho tomos de Treatise on Basic Philosophy se publicaron originalmente entre 1974 y 1989, durante el exilio de Bunge, que comenzó en 1963). A la pregunta sobre las expectativas que le generaba la traducción de su obra al castellano, el profesor e investigador respondió: “No puedo saber cuál será la reacción a la versión castellana de mi tra ­tado, porque mi bola de cristal está turbia. Pero sospecho que no será entusiasta, ya que, desde la reacción anticientífica de 1930, los filósofos deben presentar el certificado de defunción para que sus colegas argentinos les lleven el apunte [...] Creo que los intelectua­les deberían escribir y hablar no sólo para sus colegas sino también para el gran público, siempre que tengan algo que decir y sepan decirlo claram ente y con amenidad. Desgraciadamente, la universi­dad no aprecia ni favorece la divulgación. Esto contrasta con los filósofos de la Ilustración, así como con algunos grandes científicos posteriores, de Michel Faraday y E rnst Mach a Albert Einstein y

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Stephen Jay Gould”.2 Al empuje que estas palabras dan es justo sum ar el aliento de que los sistem as de acreditación universitarios han incluido en sus diversas grillas de evaluación items vinculados a las tareas de divulgación que un docente investigador o una ins­titución realice. Puede dem andarse con variadísimos y polémicos argum entos que ese trabajo se aprecie más significativamente desde el ámbito académico, pero el camino está abierto. Hay que transitarlo y prestigiarlo, construyéndose una posición en el campo de la divulgación, cuyo carácter netam ente político queda asentado en declaraciones como aquellas con las que la Academia sueca jus­tificó en 2007 el otorgamiento del premio Nobel al ex vicepresidente estadounidense Al Gore y al Panel Intergubernam ental sobre Cambio Climático ( i p c c ) por “sus esfuerzos para construir y disemi­nar mayor conocimiento sobre el cambio climático provocado por el hombre y para establecer los fundamentos de medidas que se nece­sitan para contrarrestar tal cambio”.

Una vez que el tesista se ha expuesto a la “lluvia de ideas” que puede generarle la revisión de libros publicados a partir de tesis y la consulta a colegas o m aestros de su campo disciplinar, tendrá que comenzar a desbrozarlas.

Cuando term ina de escribir su trabajo académico, es posible que el tesista ya haya escuchado alguna propuesta de elaboración de un libro a partir de ese escrito con el que ha culminado años de estu­dio e investigación. Directores, lectores, personas entrevistadas o consultadas para constituir el corpus o afinar el análisis que funda la tesis pueden sugerir, solicitar incluso, un libro que reformule la tesis completa o alguna sección de ella para un determinado público o colección editorial. En ese caso, buena parte del camino hacia el libro ya está señalizada: esas sugerencias o solicitudes modelan decisiones fundam entales como la posibilidad de recortes de la tesis o el tipo de destinatario al que se dirigirá el nuevo escrito o la estructura y el estilo a los que el futuro libro deberá responder. Al tesista le cabe, sin embargo, la decisión última de aceptar o deses­tim ar la propuesta recibida; tanto más sabio será cuanto más atento evalúe la o las demandas de modificaciones que otros le hayan hecho: esos puntos de vista ajenos pueden representar inte­reses reales de un público más extenso que el jurado académico al

2. E n t r e v i s t a a M ario Bunge , “L a c á t e d r a no a p re c ia la d iv u lgac ión”, N. Revista de Cultura, X “ 238, B u e n o s Aires, 19 de abr i l de 2008.

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que la tesis debe destinarse o el lector ideal que el tesista en su solipsismo puede desear.

Quien no ha recibido propuestas de escritura de un libro a par­tir de su tesis tiene la libertad y el trabajo de diseñar inicialmente su propio camino hacia él. Para ello debe hacerse algunas pregun­tas que convendría tam bién se respondiera quien cuenta con pro­puestas de publicación: contestarlas facilita la apropiación de las sugerencias ajenas, la asimilación de ellas a un proyecto académico o profesional propio del tesista o al menos tan personal como las instituciones en las que aspira a participar lo perm itan.

Algunos de los interrogantes que perm itirían afinar prim eras tomas de decisiones serían los siguientes:

a) ¿Cuánto tiempo y esfuerzo quisiera invertir en la producción de escritos a partir de mi tesis? ¿Tres meses? ¿Un año? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Con qué propósitos?

b) ¿Estoy dispuesto a aceptar indicaciones de reescritura por parte de un editor aun para un m anuscrito que ya considero listo para la publicación? ¿H asta qué punto las atendería? ¿Las adm itiría en cuanto a puntuación, cambio de títulos, léxico o sintaxis de oraciones? ¿Aceptaría que suprim a partes de mi texto, solicite expansiones, reorganice la estructura de mi argumentación o demande cambios de estrategias discur­sivas como el despliegue de una explicación deductiva en vez de una inductiva, por caso? ¿Cuál sería el límite de mi adap­tabilidad a esas indicaciones?

c) ¿Para qué colecciones editoriales existentes sería más apro­piado mi trabajo? ¿Cuáles de ellas son más reconocidas en mi medio? ¿Comparto criterios numéricos (en cuanto a extensión de los volúmenes, del público, de inversión económica o de tiempos de escritura) con empresas editoriales que pudieran estar interesadas en mi eventual libro? ¿Comparto otros in te­reses con ellas, como académicos o ideológicos?

d) ¿Puedo hacer una edición de autor, costearla y distribuirla yo mismo? ¿Con qué propósito? ¿Cuáles serían las ventajas y las desventajas de tal proyecto editorial personal?

e) ¿Cómo valoro yo el aporte de mi tesis al campo académico? ¿Podría tener un impacto multidisciplinar, se in teresarían en mi objeto de estudio, mi corpus o mis conclusiones especialis­tas de áreas distintas? ¿Cuáles? ¿Qué valor podría tener la divulgación de mi tesis o de determ inadas partes de ella entre estudiantes de esas áreas?

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f) ¿Qué interés podría tener mi tesis para el ciudadano medio? ¿Se la puede vincular a algún debate social actual o que se agite periódicamente? ¿Qué posturas se enfrentan en ese debate? ¿A cuál consolidaría mi aporte? ¿O promovería la generación de otro punto de vista en la discusión? ¿Sería posi­ble que mi tesis abriera una polémica, lo provocara, en la opi­nión común? ¿Por qué?

g) ¿Es posible preparar artículos para revistas especializadas a partir de cada uno o de varios capítulos de mi tesis? ¿Sería compatible esa publicación de artículos con la de un libro o ellos agotarían el público al que podría apelar mi investiga­ción? Si tengo que elegir entre elaborar varios artículos a par­tir de mi tesis o un único libro, ¿qué opción tomaría? ¿Qué se valora más en las instituciones que trabajo o desearía traba­jar?

h) ¿Cómo se juzga en esos ámbitos la divulgación académica? ¿Coincido con la posición dominante entre esos juicios? ¿Qué me interesa más? ¿Extender el número de mis lectores den­tro de la comunidad académica o divulgar mi saber (y el de la comunidad que lo constituye) fuera de ella? ¿Poder registrar en mi currículum vitae una o varias publicaciones prestigio­sas en mi campo de estudios, expandir la fama de mi nombre fuera de ellos, llevar a cabo una acción política que ponga en evidencia la potencialidad del saber que construyo?

Las respuestas a varias de estas preguntas probablemente impongan algunas averiguaciones al tesista, no desvinculadas de proyectos académicos, profesionales y hasta de vida. Por esto, las prim eras respuestas a estos interrogantes no serán definitivas. Pero es necesario que el tesista se plantee estas cuestiones para poder superar el pánico ante la hoja en blanco del futuro libro o el desgano ante el proyecto de reescritura de una tesis que ya le habrá consumido mucho tiempo y energía. Concentrarse un tiempo en la planificación del proyecto de escritura abre la posibilidad de rege­nerar el entusiasmo por el tem a investigado y por la comunicación del propio trabajo. Incluso cabe entonces la posibilidad de diseñar un proyecto de escritura que supere el de la tesis al recuperar m ate­riales o subtem as que se fueron dejando en el camino del recorte del objeto estudiado. Es probable tam bién que se diseñen nuevas y relativam ente breves o sencillas indagaciones, que podrían comple­m entar exposiciones de capítulos de la tesis, ampliarlos, para con­vertir algunos de ellos en libros y no la tesis como totalidad en uno

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solo. A lternativas como estas implican proyectos de escritura a mediano plazo, un plazo que podría extenderse hasta una década, dando continuidad y coherencia a las publicaciones de un especia­lista.

En otras palabras, pulir la idea, la noción general del libro o los libros de los que la tesis podría ser fuente es una tarea fundam en­tal para lograr ser publicado sin m algastar esfuerzos y, lo que es más im portante, ser leído por un público más extenso que un jurado académico. Puede ser que al tesista no le interese tanto esta meta como la de registrar en su currículum la publicación de un libro, pero hasta en ese caso debe apun tar a un público que justifique la inversión de una editorial. Si tal público existe pero no asegura ren­tabilidad en un plazo razonable, hay que pensar en la obtención de un subsidio para que la editorial afronte los gastos de publicación.

También se presenta la opción de publicar en editoriales que ofrecen, con condiciones y servicios flexibles, impresiones en baja tirada o por demanda en colecciones específicas para tesis. La opción es válida si no se avizora un público comprador de una tirada de por lo menos mil ejemplares y si se tiene en cuenta que ese tipo de edición suele ser relativam ente muy costosa en m ás de un sen­tido: no sólo requiere la inversión económica del autor, sino una muy considerable de tiempo pues él debe asum ir prácticamente solo y sin experiencia pertinente gran parte de las tareas que en una editorial están distribuidas entre diferentes profesionales, y que hacen de un texto un libro, legible y leído.

La producción de e-books y la exposición de ellos a través de in ternet parecen renovar las posibilidades de la edición, pero toda­vía no se las considera el soporte preferido para la difusión del cono­cimiento académico (Germano, 2001) y nada hace pensar que lo sea en el mediano plazo. In ternet, de hecho, aporta hoy una oportuni­dad a quien quiere hacer accesible su tesis a un público m ás vasto sin reescribirla en absoluto: páginas de universidades y bibliotecas virtuales abren espacios para albergar los escritos académicos con que se cierran estudios de nivel superior, especialmente de pos­grado. Salvo en este último caso, las observaciones que en este tra ­bajo se van proponiendo son válidas para cualquiera de las modali­dades de publicación señaladas aquí: las impresiones en baja tirada o a demanda o los e-books no dejan de ser libros y el hecho de que se los publique en colecciones específicas, dedicadas a tesis, no supone que el texto original deba ser m antenido escrupulosamente.

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El perfi l del destinatar io

La configuración del destinatario al que se dirigiría el libro es decisiva para la planificación de la escritura, la revisión y la circu­lación del futuro texto. Conviene redactar una descripción deta­llada de él, descripción que luego pueda utilizarse como guía que oriente y reoriente perm anentem ente la escritura del libro, la toma de decisiones sobre él, la evaluación de su inteligibilidad, la revi­sión de sus opciones. Ese “retra to” debería incluir aspectos como el conocimiento atribuido a los lectores, conocimiento lingüístico, dis­cursivo, disciplinar y vital; sería aconsejable tam bién considerar sensibilidad e ideología de ta l destinatario, las representaciones sociales que sostiene y que pueden determ inan su punto de vista sobre el objeto diseñado por el tesista. Estos rasgos ayudarían a diseñar las estrategias explicativas y argum entativas del futuro libro, estrategias en las que radica buena parte de las diferencias entre la tesis y el libro. Experiencias de lectura de breves artículos de divulgación de tesis realizadas con estudiantes de ingreso uni­versitario han puesto en evidencia que la falta de entrenam iento de los alumnos en la lectura del género tesis y el desconocimiento de la estructura de ese género les dificulta el reconocimiento de lo que los mismos artículos explicitan como recorte de un tem a, aporte académico y social en general, dato verificado o hipótesis no demos­trada. En otras palabras, para esos estudiantes el desconocimiento discursivo resultaba tan im portante como el de la información comunicada por el texto de divulgación y expresiones como “el alcance de esta investigación” o la alternancia entre verbos en indi­cativo y en potencial para distinguir aserciones de hipótesis no eran suficientes m arcas para ayudarlos a reconocer secuencias fun­dam entales del escrito.

Una tesis puede reescribirse para estudiantes universitarios for­mándose en alguna carrera para la que sea pertinente el tem a, el objeto de estudio o las teorías que sustentan la construcción y el análisis de ese objeto; si los lectores a los que se apunta son estu­diantes de primer ingreso a la universidad o avanzados o recién graduados es una variable que debe ser considerada en ese uni­verso posible de destinatarios; otra cuestión que tendría que ser tenida en cuenta es si el futuro libro podría ser pertinente para la bibliografía obligatoria de alguna o varias de las m aterias que ellos cursan o si se aspira a que el texto sea de lectura voluntaria, opta­tiva, complementaria.

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U na tesis tiene un destino previsible en un libro destinado a pares, a especialistas de la misma área de estudios que el tesista o de otras próximas. Esta opción es muy considerable en circunstan­cias en las que se objeta la falta de comunicación al interior de la comunidad científica, el desconocimiento que los expertos tienen del trabajo de sus colegas. O tra vez, el saber acerca de la teoría y la metodología que sustenta la tesis o de los antecedentes de ella es un aspecto considerable de la definición de esos lectores, que pueden ser heterogéneos si el libro aspira a un impacto multidisciplinar, multiplicidad que puede hacer proliferar los puntos de vista y las consecuentes evaluaciones sobre decisiones teóricas o procedimien­tos analíticos aplicados al objeto de estudio de la tesis divulgada.

Una tesis puede también reescribirse para un público más gene­ral interesado pero no especializado en el tema. Este destinatario requiere la selección cuidadosa de los principios teóricos que se le explicitarán y explicarán, la reasignación de funciones a secuencias de ejemplos o análisis de casos, la reconstrucción profunda del enun- ciador del texto, que no debe ahora estar demostrando de m anera sostenida a tres o cuatro jurados altam ente calificados que ha inves­tigado y estudiado críticamente todo lo pertinente a su tem a y que ha analizado exhaustivam ente su original objeto de estudio.

De más está decir que la definición de un destinatario para el libro que se proyecta escribir a partir de una tesis tiene una conse­cuencia fundam ental: cuál será el género discursivo en que se transform ará la tesis. No es lo mismo escribir un m anual que un ensayo, una obra de consulta que una edición crítica, como se ha señalado en la Introducción.

Cuando ha pensado en los diferentes destinatarios a los que podría apelar su fu tura obra, el tesista debería considerar la posi­bilidad de que el nuevo texto pueda convocarlos conjuntamente de modo tal que la audiencia del libro sea lo m ás extendida posible. Este propósito no se logra con facilidad. La explicación de los prin­cipios más básicos de la tesis hace al libro accesible a más lectores, pero alejaría a los más versados en el tema. Contra ese alejamiento se sostienen tópicos como el de que tales explicaciones básicas, aun­que no le enseñen nada a los especialistas, pueden serles útiles como m ateriales de enseñanza, si son profesores. A pesar de los argum entos que estos tópicos proporcionan, hay que sei' muy caute­loso en el intento de extender el público al que puede dirigirse el libro. Si bien esa extensión es fundam ental para definir la rentabi­lidad económica de un libro y, en consecuencia, su viabilidad de

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publicación, no debe resu ltar en una indefinición del destinatario de la obra que produzca la impresión de estar desordenada o desor­ganizada. Este es otro factor im portante para desestim ar la publi­cación de un manuscrito de autor.

La definición del aporte del l ibro

Como ya queda señalado, se puede elaborar un libro o más a par­tir de una tesis. Suele decirse que vale la pena reescribir en un solo libro una tesis que aborda un tem a verdaderam ente original o argu­m enta una perspectiva nueva sobre una cuestión ya cristalizada. Al ser el primero en uno u otro aspecto, ese libro encuadraría el pro­blema durante un considerable período, sería la referencia ineludi­ble de cualquier otro trabajo que tra ta ra la cuestión en adelante, podría volverse un “clásico” que varias editoriales desearan para sus catálogos. Por cierto tal originalidad es difícil de circunscribir y realizar, pero el primero que debe identificarla es el tesista, nadie mejor que él para hacerlo: las tesis exigen la explicitación del aporte que se hace con ellas al menos en el ámbito académico y la reflexión que funda tal explicitación es una rica fuente de conceptos para reconocer la originalidad del libro o los libros que derivarán de la tesis. Sin embargo, es necesario no asim ilar la singularidad de la tesis a la del libro en tanto los ámbitos en los que una y otro circu­lan son distintos.

Hay que considerar, por ejemplo, que muchas investigaciones a las que la tesis debe rem itir entre sus antecedentes pueden resul­ta r familiares o básicas para los jurados académicos pero ser com­pletamente desconocidas para los destinatarios del libro, lectores de un ámbito en el que se han divulgado escasamente los estudios aca­démicos sobre un tema y para quienes la singularidad de un libro que introduzca un panorama sobre el tratam iento de esa cuestión, panorama en el que se enm arcaría el aporte singular del tesista, es mucho más notable y significativo que para los jurados de la tesis fuente. Por esto, al definir el aporte de su futuro libro el tesista deberá distinguir publicaciones de circulación restringida de ¡as de más amplia difusión acerca de su tem a. Es con respecto a éstas que tendría que circunscribir el valor de la propia obra a partir de ras­gos como fecha de publicación, formación del autor (académica o no, en qué área), perspectiva teórica, alcances de la investigación (si la hay), claridad expositiva.

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La capi tal izac ión de los tópicos de la crítica

Las reseñas de libros, académicas o periodísticas, son una buena fuente para revisar los tópicos sobre las virtudes y los defectos de los textos que se escriben a partir de tesis de grado o posgrado. Suele suceder que esos tópicos se repiten mecánica, injusta o inapropiadam ente como juicios típicos del género reseña, pero no por ello deben ser desestimados; vale la pena considerarlos en cali­dad de advertencias al embarcarse en el diseño del propio libro.

E ntre los defectos -m uchos de los cuales ya han sido conside­rados- de los libros elaborados a p a rtir de tesis, es frecuente seña­lar los siguientes:

• se extienden innecesariam ente, con minuciosidad agobiante o redundancias tediosas;

• requieren a los lectores saberes especializados, obstaculizan la lectura con térm inos técnicos, referencias bibliográficas o especulaciones teóricas, están escritos para los colegas o para públicos de otras latitudes;

• reproducen requisitos formales de las universidades, listan agradecimientos a personalidades académicas e instituciones en las que se ha llevado a cabo la investigación y rinden más tributo a ellas que consideración a los nuevos lectores;

• desmerecen el hallazgo personal del autor rodeándolo de exposiciones teóricas forzadas o prescindibles a las que se dedica tanto o más espacio que al aporte singular del escritor a su campo de estudios;

• prometen pomposamente aportes extraordinarios al campo disciplinar sin hacer en verdad tales aportes o ni siquiera superar el sentido común;

• son ambiguos, están desprovistos de rigurosidad, rem iten a nociones que nunca se explican o que no se definen correcta, nítidam ente, a lo largo de la obra;

• caen en contradicciones al criticar - a veces sin piedad- en otros errores que ellos mismos cometen;

• refuerzan estereotipos o prejuicios con la autoridad que otorga la formación académica, y

• ocultan juicios de valor.

Entre las virtudes de los libros escritos a partir de tesis, suele reconocerse las que siguen:

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• los fundam entan investigaciones serias, profundas, desarro­lladas en mucho tiempo, por especialistas con formación específica (no por aficionados o periodistas “metidos a inves­tigadores”);

• abren una problemática, son una buena introducción a un tem a, aportan nuevos argum entos a debates estancados, res­ponden a una problemática social instalada en la discusión pública, desautom atizan conceptos cristalizados, ayudan a asociar el saber comunicado con conflictos o necesidades sociales actuales, aclaran panoram as confusos;

• presentan y analizan m ateriales difíciles de hallar, dispersos, de acceso restringido;

• exponen trabajos exhaustivos;• trazan un estado de la cuestión que tra tan ;• están escritos de m anera “bella”, “fluida”, “am ena”, “sencilla”,

“llana”, “polémica”, “atractiva”, “didáctica”:• explican ordenada y rigurosam ente sus hallazgos, son un

“puente” entre la universidad y la sociedad;• despliegan un saber pero tam bién una pasión, un entusiasmo

sostenido a través de las páginas, y• requieren lectura exigente, m irada compleja, pero no críptica.

Estos listados ponen en evidencia el sutil equilibrio, el justo medio o aurea mediocritas al que debe tender el tesista que se vuelve autor de libro. Así, por caso, la exhaustividad de la investi­gación, por un lado, otorga seriedad, legitimidad, confiabilidad, a las conclusiones del especialista; por otro, esa misma exhaustividad es motivo de indignación para lectores hastiados por la minuciosi­dad de la información comunicada. Para alcanzar aquel preciado equilibrio será im portante que el escritor, página a página, no ceje en la lucha contra la asimilación de la investigación con el relato sobre ella y contra la identificación de la comunicación académica con la de difusión del conocimiento. La “saturación del corpus”, las cantidades de casos analizados para alcanzar la “representatividad de la m uestra” o la rigurosidad de un marco teórico no deben tras­ponerse mecánicamente al discurso que informa sobre una investi­gación. Sí esto os cierto aun para la escritura de tesis, es un sine qua non de la difusión de conocimientos para la cual el autor tiene que planificar, como buen orador, no sólo la dimensión intelectual de su obra sino también la placentera, la de la delectación.

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El l ibro desde atrás

Un buen ejercicio para ir perfilando mejor el proyecto de libro que puede emprender un tesista es escribir varias contratapas de los libros que en prim era instancia podrían surgir de su tesis. Esa redacción no sólo ayudaría a definir el futuro libro sino también adelantaría breves presentaciones globales de él, que podrían soli­citar o presentarse a los editores a los que se apele. Ese tipo de tex­tos podrían ser demandados en diferentes instancias de elaboración del libro: en situaciones iniciales, de evaluación del potencial de publicación del texto que el autor propone; podría ser solicitado tam bién en momentos finales de la producción del m aterial, cuando se está preparando el paratexto editorial de la obra, el paratexto que influirá o in ten tará influir en los lectores que vean el texto en librerías, tradicionales o virtuales.

Sería útil escribir dos o tres contratapas al menos; por ejemplo, una para un libro que retom ara la tesis completa y se destinara a profesionales del área, otra que se centrara en el estado de la cues­tión del tem a y se dirigiera a estudiantes de nivel superior, una te r­cera que focalizara el problema analizado en la tesis y lo explicara al público en general. La escritura de una cuarta contratapa, variando alguno de los rasgos de definición del libro (el destinata­rio, por caso), es probable que resulte productiva e ilumine la poten­cialidad de la tesis para convertirse en un libro. Por ejemplo, si se reescribe la contratapa del libro que retom ara la tesis completa, pero dirigida a alumnos que se inician en los estudios universita­rios, ¿qué se les diría allí para alentarlos a consultar este libro?; lo que se les anunciara a ellos, ¿podría ser pertinente tam bién para el ciudadano en general?, ¿cómo?

La contratapa podría organizarse en tres o cuatro párrafos. El pri­mero presentaría un marco que contextualice el tem a central de la tesis y adelante o sugiera cuestiones para las que es pertinente. El segundo párrafo focalizaría el objeto de estudio y lo describiría haciendo referencias a reconocidas fuentes teóricas con que se lo ana­liza, o el interesante u original corpus en que se lo construye o los motivos del recorte del objeto o la definición de la hipótesis que guía el desarrollo de todo el texto. El tercer párrafo puede; ser dedicado a algunos subtemas atractivos y alguna conclusión destacada o movili­zante. El cuarto párrafo, finalmente (en orden, 110 en importancia argumentativa), presentaría al autor del libro para autorizar su voz y su obra. Podría mencionarse allí la tesis que funda el libro en tanto

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esc origen se asocia a arduo y serio trabajo, avalado por instituciones académicas. Sin embargo, si se hace esta opción, es recomendable no olvidar que las tesis habitualm ente se asocian también a lecturas aburridas, tediosas, inaccesibles. Por ello la referencia a la tesis como fuente del libro debería acompañarse de comentarios sobre el trabajo de reformulación al que ha sido sometida, sobre las pasiones que entusiasmaron al tesista para embarcarse en el estudio de su objeto primero y luego en el esfuerzo de divulgar sus hallazgos. Esta última observación podría dar pie a explicitaciones sobre el impacto o el sen­tido que tal información podría tener en los lectores.

Una vez redactadas las contratapas, habría que revisar en ellas si dejan en claro a los lectores (que en esta instancia de planifica­ción del libro deberían incluir tam bién y principalmente al editor) quién debería comprar el libro y por qué. Entre esas razones sería conveniente que hubiera alusiones a trabajos similares ya existen­tes en el mercado y a la superioridad de este libro frente a ellos.

Finalmente, es im portante tener en claro el valor de este “ejerci­cio” de redacción de contratapas para el futuro libro. Es un ensayo de definición sintética de la m eta de reescritura de la tesis, una argumentación provisoria del autor para sí mismo. Eventualmente podrá después ofrecerlas al editor, de cuya incumbencia particular es la elaboración definitiva de tapas, contratapas y solapas del libro.

La selección de una editorial

El tesista puede reflexionar primero sobre el libro o los libros que le in teresaría publicar a partir de su tesis sin restringirse a los requisitos de una editorial particular. Esa prim era instancia de pro­yección de su futuro libro, centrada en los objetivos personales del autor, luego debe revisarse en función de unos requisitos concretos que orientarán la reformulación de la tesis.

Antes de abocarse a la selección de una editorial académica, deberían ser indagadas y evaluadas otras posibilidades de publica­ción generadas por instituciones públicas o privadas, que pueden hacer convocatorias como la siguiente del Fondo M ultilateral de Inversiones del Banco Interam ericano de Desarrollo (Fomin):

Becas para estudios sobre las remesas c!e los migrantes

Disertaciones y tesis. Son elegibles las disertaciones doc­torales y las tesis de maestría que se hayan [sic] completadas

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en tre el 1 de enero de 2005 y el 31 de diciem bre de 2007, en un iversidades de los países m iem bros del BID.

El autor de la disertación o la tesis ganadora recibirá un estipendio de 10.000 dólares para preparar un capítulo o un artículo en un libro que será revisado por colegas del bid y será publicado, con el nombre del autor, en colaboración con una editorial académica, o en la edición especial de una revis­ta que próximamente lanzará el BID titulada Remesas y Desarrollo. Otros autores de las disertaciones o las tesis que reciban la “mención honorífica” recibirán un estipendio de 5.000 dólares para preparar monografías u otras publicacio­nes del bid sobre temas de interés especial.

[...] Un comité de selección compuesto por académicos e investigadores de organizaciones multilaterales de los países miembros del bid dará a conocer el resultado final.

De más está decir que posibilidades como ésta requieren de parte del tesista un juicio sobre la convergencia ideológica entre su trabajo y la institución a la que se lo presente pues ella impondrá un sentido a la obra al promover su difusión, al integrarla a sus pro­yectos.

Si se opta por elegir una em presa editorial para presentar un manuscrito elaborado a partir de la tesis, y una vez que se han tomado las prim eras decisiones sobre el tipo de libro que se aspira a producir, sólo entonces es conveniente hacer un listado de las edi­toriales y, más específicamente, de las colecciones que son adecua­das para dar a conocer el trabajo o que han publicado últim am ente volúmenes en el campo sobre el que la tesis versa. Luego habrá que pensar y jerarquizar criterios con los que ordenar ese listado: pres­tigio académico de las editoriales, contactos personales que se tie­nen con ellas, estilo de las potenciales colecciones a las que se podría destinar el propio escrito, ejemplares por tirada, política de promoción. Es recomendable dedicar un análisis serio a la pondera­ción de esos criterios (u otros que el tesista ponga en juego) en rela­ción con los objetivos principales de convertir la tesis en libro: si se pretende dirigirse a especialistas y profesionales, el prestigio de la editorial es muy importante; si el tesista focaliza el trabajo de revi­sión y reescritura que deberá emprender, la evaluación clel estilo de la colección a la que apunta y la extensión media de sus volúmenes sería lo fundamental; si se aspira a un determinado impacto de la publicación, las políticas de promoción, publicidad, traducción, indexación de la empresa, son más que significativas; si se busca

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rédito económico directo o inmediato, habría que asegurarse qué derechos de autor reconoce la editorial o, más productivamente, dedicarse a otra actividad que no sea la escritura o la difusión de saberes.

Una vez que se han ponderado los criterios con que ordenar el listado de editoriales y colecciones a las que presentar el m anus­crito, hay que proceder a aplicarlos rigurosam ente. El orden obte­nido es im portante porque tendrá consecuencias en la revisión de la tesis y porque organizará otro recorrido: el manuscrito debe presen­tarse a una sola editorial por vez. Si no es aceptado en una o el autor no admite las condiciones de trabajo que se le proponen en la prim era editorial de su listado, podrá entonces muy bien ofrecerlo a la segunda, pero sólo entonces. Algunas empresas incluyen explí­citamente en sus normas y contratos para los autores que los m anuscritos que se les rem itan no estén sim ultáneam ente someti­dos al juicio de otra editorial; en algunos casos puede faltar tal explicitación, pero siempre está mal visto que una misma obra se someta al mismo tiempo a la consideración de distintas editoriales. La respetabilidad del autor queda dañada por tal tipo de acción, que puede ser tem pranam ente puesta en evidencia, por ejemplo, por un evaluador que sea convocado por más de una editorial, lo cual no es infrecuente en el medio.

Habiendo tomado el tesis ta las prim eras decisiones sobre qué clase de libro tiene voluntad de escribir y dar a conocer a partir de su tesis, tiene que poner manos a la obra, la computadora o la lapicera. El trabajo sobre el índice de la tesis conformaría una buena guía de la reescritura. Teniendo en cuenta las reflexiones que haya hecho a partir del análisis de otros libros elaborados a p a rtir de disertaciones académicas, de las recomendaciones de m aestros y colegas, de las indagaciones sobre las propias asp ira­ciones y la potencialidad de la tesis que hay que transform ar, habrá que revisar los títulos; calcular borrados, agregados, subdi­visiones y modificaciones de capítulos, referencias y anexos. Elegido el proyecto editorial al que se postularía el manuscrito, habría que a justar esa prim era modificación del índice de la tesis a los requisitos de las colecciones que pudieran albergar la futura obra. Calculadas las oportunidades de venta del libro en cuestión, sería conveniente delim itar tiempos para la preparación del m anuscrito u original que se postulará en la editorial, concedién­dole a la ta rea un tiempo razonable de edición del texto. Especificar tiempos que se dedicarían a cada una de estas opera-

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cioncs de la reescritura convertirá el nuevo índice en una agenda de trabajo. A estas cuestiones de la puesta en texto del nuevo libro se dedica el próximo capítulo.

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Capítulo 3

De la tesis al libro

En este capítulo se parte del comentario de un ejemplo autentico de reescritura de tesis y luego se presentan consideraciones genera­les para facilitar el progreso del tesista en la planificación de su manuscrito de libro y ponga “plum a” (o computadora) a la obra. Estas consideraciones son complementarias de las que sobre aspecto, estructura, contenido y lengua se expusieron en el primer capítulo y apuntan a precisar pasos para concretar el proyecto de escritura. En este mismo sentido, las indicaciones generales son ilustradas con fragmentos de libros elaborados a partir de tesis en el medio local. Los ejemplos m uestran realizaciones particulares de los principios de escritura aquí propuestos, pueden por sí mismos suge­rir ideas para que el tesista resuelva aspectos de su propio trabajo y familiarizan al escritor con la retórica propia del libro escrito a p a r­tir de una tesis, retórica que no necesariamente hay que reproducir de m anera automática, pero que no se debería desconocer, aunque más no sea para apartarse intencionalmente de ella con habilidad y no perturbar la comprensión del texto quebrando demasiado las expectativas del lector sobre el género.

Dimensiones diversas del trabajo de reescri tura de tesis

La reescritura de una tesis para convertirla en libro es un pro­pósito que se puede realizar a través de empresas de muy diverso aliento. Factores que pueden imponer reformulaciones más comple­jas (que impliquen, incluso, alguna investigación adicional) se explicitan en las siguientes palabras prelim inares de Miguel

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Somoza Rodríguez, doctor en Ciencias de la Educación que publicó Educación y política en Argentina (1946-1955) en 2006 (Buenos Aires, Miño y Dávila):

Esta obra fue originariamente concebida como una tesis doctoral, defendida en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, de España, en 2002. Por diversas y desafortunadas razones su publicación se vio postergada hasta el presente. Es obvio que el formato de una tesis, dirigida a un comité académico de un país que no tiene la misma familiaridad y conocimiento espontáneo acerca del peronismo, y un libro dirigido princi­palmente a un público argentino, tienen que diferir en su conformación. Además de haberse supri­mido para la presente publicación varios apartados relacionados con aspectos históricos y contextúa­les, y modificado otros capítulos, a consecuencia del tiempo transcurrido entre su redacción primi­genia y el momento actual, el desarrollo de algu­nos temas hubiese necesitado una presentación diferente, por lo que queremos dejar constancia expresa del reconocimiento de esa necesidad. Sin embargo, creemos que los contenidos centrales continúan expresando, de manera global, nuestro parecer sobre las políticas educativas y los proce­sos de socialización política llevados a cabo por el peronismo en el período estudiado, y que pueden aportar alguna reflexión de interés, (p. 19)

La advertencia de Somoza Rodríguez señala la dificultad más intrínseca de la publicación de un libro a partir de una tesis (ajus­ta r el discurso originalmente destinado a un “comité académico” a un público más vasto) y la previsible de tener que actualizar partes del texto cuando entre la preparación del trabajo académico y el libro media un lapso considerable, cuya extensión puede volverse directam ente proporcional a la cantidad de texto que hay que modi­ficar en la tesis (el “estado de la cuestión” es la sección más sensi­

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ble al paso del tiempo, aunque no la única). Somoza Rodríguez añade otra variable, menos general que las anteriores: el hecho de que la tesis haya sido preparada en una universidad de un país dis­tinto del de los lectores del libro. En su caso, esa ajenidad afecta el conocimiento atribuido a los destinatarios de una m anera singular: el público del libro tendrá más saberes sobre el peronismo que los especialistas extranjeros del jurado ante el que se defendió la tesis. Además de que ello lleva al autor a decidirse por el borrado de expli­caciones sobre “aspectos históricos y contextúales”, esos saberes que atribuye a los nuevos lectores tienen que incidir sobre el resto de su obra. Conforman la posición de lectura del destinatario y el autor no puede ignorarlos (más respecto de un tem a asociado a pasiones políticas), no puede dejar de evaluar la distancia que se genera entre ellos y las proposiciones de su libro: esa distancia debería reorientar las estrategias argum entativas de la tesis orga­nizadas en función de jurados académicos extranjeros, que no se presuponen ciudadanos peronistas ni antiperonistas. La cultura universitaria siempre se recorta distintiva de la sociedad a la que pertenece; de todos modos, esa pertenencia es constitutiva y no debe desdeñarse en la reescritura de una tesis (ni, dicho sea de paso, cuando se la escribe, pero no es la cuestión de las presentes reflexiones).

Otro caso que implica una ardua tarea de reformulación de la tesis es el de un cambio de género radical. La tesis vuelta ensayo implica un considerable trabajo de reescritura, pero se conserva la argum entación como denominador común de los dos géneros impli­cados; una tesis que pretende convertirse en un m anual, por el con­trario, debe hacer el esfuerzo de desplazarse desde la argum enta­ción hacia la explicación; desde un orden establecido por la necesidad de demostración de una tesis hacia la secuencia didác­tica que requiere la gradualidad de la enseñanza. Convertir una tesis en un m anual es un desafío que pocos se disponen a em pren­der, pero no faltan los ejemplos, entre los que se cuenta El delito de opinión pública, tesis de grado en leyes del dos veces presidente dominicano Leonel Fernández Reyna, que se volvió famoso manual jurídico y fuente de consulta básica especialmente en el ámbito periodístico.

Podría pensarse que el mínimo esfuerzo de reescritura de una tesis sería el necesario para publicaciones académicas que m antie­nen ese género discursivo, como, en el medio argentino, la colección “Tesis de doctorado” de Eudeba. Sin embargo, el tesista que se

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decide a preparar un m anuscrito para proponerlo a una colección semejante no debe correr el riesgo de juzgar que en casos como ése no hay mayor reescritura que hacer. Incluso en esa situación prác­ticamente excepcional, una reformulación bien sopesada es impres­cindible para captar la atención del editor acosado por los múltiples manuscritos que atestan su oficina y pugnan por pasar de su escri­torio para iniciar el proceso que los convertirá en libros.

La escri tura del libro: un t rabajo coorientado en di ferentes niveles textuales

Una m uestra de esa necesidad ineludible de reescribir la tesis puede darse al confrontar fragmentos de la que preparó para su doctorado la especialista en educación Silvina Gvirtz con segmentos de la publicación correspondiente hecha por Eudeba en 1999 en la colección “Tesis de doctorado”. La tesis, como la autora explica en la presentación, fue defendida en 1996 y calificada “sobresaliente con recomendación de publicación”.

En primer lugar, vale la pena comparar la carátu la de la tesis y la tapa del libro:

U n iv e r s id a d d e B u e n o s Aires

F a cu l ta d de Filosofía y Letr as

I n s t i tu to d e In v es t ig ac io n es e n

C ie n c ia s de la E d u c a c i ó n

El discurso escolar a través de los cuadernos de clase:

Argentina 1930-1990

Silv ina G v i r t z

J u l i o d e 1995

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Los datos institucionales que integran la carátula de la tesis desaparecen; la tapa del libro conserva de aquella solamente el título del escrito y el nombre de la autora. El manuscrito que un tesista lleva a una editorial, un texto “intermedio” entre la tesis y el libro, debe aproximarse cuanto pueda a la fu tura publicación y ello debe hacerse desde la prim era página: en el manuscrito del libro sólo debe registrarse nombre del autor y título del trabajo. Todos los demás datos académicos (institución, posgrado o carrera que se culmina con el escrito, director de tesis, etc.) deben ser borra­dos para no correr el riesgo do que al ver la prim era página el edi­tor ya juzgue que el texto presentado no es todavía un manuscrito de libro. Tal juicio sería demasiado imprudente pero es un riesgo que el autor no debe exponerse a correr: una desestimación rápida de su texto podría producirse cuando el editor tiene su escritorio y sus estanterías agobiados por m anuscritos apilados que compiten por su atención y un dueño de editorial que espera sus decisiones en tiempos acotados.

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Más allá de las modificaciones formales que, con el cambio de tam año de letra, han subrayado como subtítulo la indicación de las coordenadas de espacio y tiempo del corpus estudiado, es en éstas donde se halla una variación significativa entre tesis y libro: este último aborda un período (1930-1970) menor que el analizado en la tesis (1930-1990). Este tipo de cambio conlleva una significativa tarea de revisión del texto doctoral. Ante el jurado académico, el tra ­bajo de investigación alcanza el presente; ante un público más amplio, la autora establece una distancia entre el período estudiado y el momento de publicación de la obra.

Se puede avizorar el trabajo de reescritura que implica ese recorte temporal a partir de fragmentos como los siguientes (se des­tacan aquí los segmentos variantes):

Fragmento de tesis doctoral

Se tratará entonces de caracterizar, a lo largo de este estudio, parte de los enunciados que conforman este dis­curso escolar, aquellos que presenta este particular dispositivo que es el cuaderno. No sería ocioso aclarar, no obstante, que no se tratará de hacer generalizaciones a lo que podría ser el discurso escolar. Lejos se está de ello, y en esc sentido sólo se intentará rea­lizar un mínimo acercamiento a través de la descripción del dispositivo men­cionado.

El estudio de las regularidades discursivas presentes en los procesos de escrituración mencionados no obs­tará para que se realicen algunas consideraciones de carácter histórico. Por supuesto, estos casi cincuenta años que abarca la muestra sólo habrán de permitir abordar la corta y mediana duración, lo que no impide intentar determinar los movimientos

Fragmento de libro

Se tratará entonces de caracterizar, a lo largo de este estudio, parte de los enunciados que conforman este dis­curso escolar, aquellos que presenta este particular dispositivo que es el cuaderno. No sería ocioso aclarar, no obstante, que no se tratará de hacer generalizaciones a lo que podría ser el discurso escolar. Lejos se está de ello, y en ese sentido sólo se intentará realizar un mínimo acercamiento a través de la descripción del funcionamiento del dispositivo mencionado en un período histórico determinado (1930-1970).

hl estudio de las regularidades discursivas presentes en los procesos de escrituración mencionados es bási­cam ente de carácter histórico, aun­que algunas consideraciones sobre el presente puedan ser esbozadas. Por supuesto, estos casi cuarenta años que abarca la muestra sólo habrán de per­mitir abordar la corta y mediana dura­ción, lo que no impide intentar deter-

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de estos enunciados a lo largo del tiempo.

[.. .] El trabajo se dividirá, enton­ces, en los siguientes capítulos. Un pri­mer capítulo, la introducción, en donde se ha planteado el problema. [.. .] Y el último capítulo, el séptimo, intentará, a modo de conclusión, reali­zar algunas reflexiones generales sobre el cuaderno, sus posibilidades y límites, en la escuela hoy.

minar los movimientos de estos enun­ciados a lo largo del tiempo.

[...] El trabajo se dividirá, enton­ces, en los siguientes capítulos. Un pri­mer capitulo, la introducción, en donde se ha planteado el problema y se indica­rán los alcances y límites del estudio. [...] Y el último capitulo, el séptimo, intentará, a modo de conclusión, reali­zar algunas reflexiones e hipótesis generales sobre el cuaderno de clase.

En párrafos como éstos pueden reconocerse cambios que impli­can una relectura muy aten ta de la tesis para que no se escapen “detalles” concatenados a la decisión básica del recorte tem poral del objeto de estudio: “estos casi cincuenta años que abarca la m uestra” / “estos casi cuarenta años que abarca la m uestra”. Son variaciones mínimas, pero de importancia. Si el autor no hace cuidadosamente el “barrido” de los puntos del texto que necesitan estas variaciones m icroestructurales, corre riesgos: que el editor piense que el mismo descuido afecta otros aspectos del texto, que se le escapen también a un corrector del manuscrito, que los detecte un lector que revise el libro para escribir una reseña de él, que despisten a un destina­tario final de la obra.

Otras divergencias entre los fragmentos citados de la tesis y el libro de Gvirtz sobre los cuadernos escolares constituyen un indicio de cambios que afectan cuestiones m acroestructurales, como el sen­tido global del texto, de alcance más general en la tesis:

.. .sólo se intentará realizar un mínimo acercamiento a través de la descrip­ción del dispositivo mencionado.

.. .sólo se intentará realizar un mínimo acercamiento a través de la descrip­ción del funcionam iento del disposi­tivo mencionado en un período histó­rico determinado (¡930-1970).

La distancia que la autora construye ante los lectores del libro entre su objeto de estudio y el presente de su publicación la lleva a hacer agregados al texto de la tesis, agregados que precisan la cues­tión que presenta el libro: añade “del funcionamiento” (comple-

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mentó que especifica el tipo de descripción que se ofrece) y reitera la restricción temporal anunciada desde el título de la obra.

El cambio introducido en un párrafo se refuerza con variantes que se despliegan en los subsiguientes para reforzar la cohesión del texto del libro, en el que la ponderación del carácter histórico del estudio se invierte respecto de la tesis:

El estudio de las regularidades discursivas presentes en los procesos de escrituración mencionados no obs­tará para que se realicen algunas consideraciones de carácter h is tó ­rico.

El estudio de las regularidades discursivas presentes en los procesos de escrituración mencionados es bási­camente de carácter histórico, aunque algunas consideraciones sobre el pre­sente puedan ser esbozadas.

En la partitio1 del libro, Gvirtz tam bién hace agregados que, por un lado, m uestran una reescritura que procede de párrafo a párrafo en la presentación inicial de la obra y, por otro, afecta el texto com­pleto al proyectarse en otros capítulos y redefinir el sentido de su argumentación. Un escrito para doctorarse es el trabajo de cierre de un estudio de posgrado, el último que se redacta como “doctorando”; un libro escrito a partir de una tesis es un inicio o un hito en una escritura profesional que se espera continuar. La tesis de Gvirtz anuncia una conclusión que alcanza el presente; su libro, en cam­bio, reconfigura ese presente en “hipótesis generales” que requeri­rían otros estudios, otros libros que las dem ostrarán:

El trabajo se dividirá, entonces, en los siguientes capítulos. Un primer capítulo, la introducción, en donde se ha planteado el problema. [...] Y el último capítulo, el séptimo, intentará, a modo de conclusión, realizar algu­nas reflexiones generales sobre el cua­derno, sus posibilidades y límites, en la escuela hoy.

El trabajo se dividirá, entonces, en los siguientes capítulos. Un primer capítulo, la introducción, en donde se ha planteado el problema y se indica­rán los alcances y limites del estudio. [ . . .] Y el último capítulo, el séptimo, intentará, a modo de conclusión, reali­zar algunas reflexiones e hipótesis generales sobre el cuaderno de clase.

1. P a l a b r a l a t i n a con la q u e se d e s ig n a la d escr ipc ión q u e al inicio de u n d isc u rso se hace p a r a o r i e n t a r las e x p e c ta t iv a s del d e s t in a ta r io .

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Una comparación de los índices de la tesis y el libro de Gvirtz per­mite delinear los cambios estructurales que su reescritura organizó:

índice de tesis (fragmento) índice de libro (f ragm ento)

Capítulo ! Capítulo IIntroducción .......................................... 1 Introducción ....................................... 91.1. El cuaderno como fuente 1.1. El cuaderno como fuente

Drimaria ....................................... 4 primaria........................................ 111.2. El cuaderno como 1.2. El cuaderno como

dispositivo escolar .................. 10 dispositivo escolar ..................... 141.3. La producción escolar de 1.3. La producción escolar de

discurso: el discurso escolar .. 15 discurso: el discurso escolar .... Ifi1.4. Descripción de los 1.4. Alcances y límites de

cuadernos .................................. 27 la investigación........................... 23

Capítulo 111.5. Descripción de los cuadernos

estudiados ................................... 27El cuaderno, sus marcas físicas .... 32 2.1. Hacia una definición de Capítulo II

c u a d e rn o .....................................33 El cuaderno, sus marcas físicas....... 292.2. Fisonomía del cuaderno 2.1. Hacia una definición de

de c la s e ....................................... 42 cuaderno. Su relación con otros2.3. La pautación del espacio y recursos de escrituración ......... 79

la escrituración.......................... 51 2.2. Fisonomía del cuaderno2.4. Elementos que articulan el de c lase........................................ M

cu ad e rn o .....................................63 2.3. La pautación del espacio y[...] la escrituración........................... 39Capítulo Vil 2.4. Elementos que articulan elConclusiones: cuaderno de c lase...................... 45algunas cuestiones escolares en torno [...]del cuaderno Capítulo Vil7.1. El cuaderno y el problema de Conclusiones ..................................... 157

la autonomía en la labor 7.1. El cuaderno de clase y eldocente ..................................... 239 problema de la “creatividad”

7.2. El cuaderno de clase y el en el trabajo educador ............ 157problema de la creatividad en 7.2. El cuaderno y la cuestión deel trabajo ed ucad o r ............... 244 las transformaciones en la

7.3. El cuaderno y la cuestión de educación escolar....................... 159las transformaciones en la 7.3. Los limites del estudio v laeducación escolar...................747 apertura a futuras

investigaciones.......................... 161

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Antes de observar las variaciones “de detalle” entre el índice de la tesis y el del libro, seguram ente llam ará la atención el alto grado de identidad de uno y otro. Vale en este punto resaltar que aquí se está revisando un trabajo “mínimo” de reescritura, un proyecto que no implica una trasposición genérica porque el libro se publica en una colección que justam ente se llam a “Tesis de doctorado”. En otro marco, por ejemplo el de una colección denominada “La Educación Argentina”, las distancias entre tesis y libro se am pliarían y, por señalar un hito de esa distancia, la asimilación de capítulo 1 e in tro­ducción no habría sido adm itida y se habría solicitado que el conte­nido teórico y metodológico se redujera y desplazara hacia una Introducción distinguida, separada, del prim er capítulo.

Pero, como ya se ha señalado, que el proyecto de escritura no implique un cambio de género está muy lejos de significar que no haya que reescribir la tesis cuando se la destina a un público comprador de más de mil lectores. Como puede observarse, el capítulo in tro­ductorio del libro tiene un subtítulo m ás que el de la tesis: “Alcances y lím ites de la investigación”. E sta frase retom a de m anera prácticam ente idéntica el enunciado que la autora agregó en la partitio de su obra publicada al anunciar el contenido del capítulo 1: “Un prim er capítulo, la introducción, en donde se ha planteado el problema y se indicarán los alcances y límites del estu­dio”. El agregado del nuevo subtítulo en el libro entra así en correspondencia directa con las decisiones de recortar el período histórico de un modo distinto al que se lo hizo en la tesis y de subrayar, desde las prim eras páginas, el carácter histórico del estudio publicado.

El capítulo conclusivo, por su parte, m uestra más diversidad de operaciones de reformulación de la tesis: se reduce el título del capí­tulo, se reordenan las secciones que lo componen, se borra una y se la reemplaza por otra que retom a el subtítulo agregado al capítulo introductorio (repetición del térm ino “lím ites”) y anuncia perspecti­vas de investigación que se abren a partir del estudio que ha con­chudo. De esta m anera, el libro exhibe una estructura “circular”: el final es explícitamente coherente con los planteos del inicio de la obra, que llega a una conclusión a la que se dirigió desde la presen­tación de las prim eras páginas.

El agregado del subtítulo “Alcances y límites de la investigación”, además de entram arse de m anera explícita con la presentación y la conclusión de la obra, tiene la virtud de ajustarse a las condiciones específicas de la publicación del libro. El señalamiento de los alean-

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ccs de una investigación es una secuencia propia del género discur­sivo tesis y los lectores familiarizados con él no necesitan de un sub­título para identificar el desarrollo de esa secuencia. Es prudente calcular, por el contrario, que el público más vasto al que se dirige el libro no tenga ese conocimiento discursivo, lo cual se podría compen­sar con el subtítulo que marca una parte de la estructura del texto, por cierto una sección que a la autora le interesa especialmente resaltar, como se deduce de la recurrencia de la cuestión.

Otros agregados evidentes desde el índice no marcan la estructura del texto sino que especifican el contenido: “2.1. Hacia una definición de cuaderno. Su relación con otros recursos de escrituración”. El agregado, al vincular el objeto de estudio en una clase que lo com­prende, potencialmente extiende los intereses a los que apela.

Agregados menores en extensión (“Descripción de los cuadernos estudiados”, “Elementos que articulan el cuaderno de clase”) son m uestra de un cuidadoso “pulido” del texto que se destina a un público más amplio que un jurado académico. Todo en la reescritura de la tesis responde sistem áticam ente a la decisión central de modi­ficar y destacar el recorte del objeto de estudio: no se hace una des­cripción abstracta o ahistórica de los cuadernos, sino de un corpus particular (el de los estudiados)', no se analiza el cuaderno en gene­ral, sino un tipo específico (el de clase, no el cuaderno borrador, por ejemplo).

Una últim a comparación de fragmentos de la tesis y el libro de Gvirtz permite observar una reescritura hacia el interior de un capítulo:

Fragmento del capítulo 1 de tesis

l .4. La descripción de los cuadernos estudiados

El trabajo que aquí se presenta con­sidera como objeto de estudio a cua­dernos de clase de la escuela primaria argentina elaborados entre 1935, el primero, y 1989 el último.

El subsistema escolar primario cuenta y contó con otro tipo de cua­dernos, entre ellos interesa destacar el

Fragmento del capítulo 1 de libro

1.5. Alcances y límites de la investi­gación

El trabajo que aquí se presenta con­sidera como objeto de estudio a cua­dernos de clase, de la escuela primaria argentina, elaborados entre los años 30 y los primeros años de la década del 70, ya que se podría considerar que es durante estos cuarenta años que el cuaderno ocupa en el aula un lugar

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cuaderno borrador. Para esta investi­gación se consideraron los cuadernos borradores sólo de manera compara­tiva. El análisis se basa en los llama­dos “cuadernos de clase”, por ser ellos donde se pro'duce una escrituración sistemática, es decir, en los que se deja registro de las actividades des­arrolladas diariamente en la escuela. Por el contrario, el uso del cuaderno borrador es aleatorio (la institución, en general, no regula su utilización) y tiene como fin auxiliar al alumno cuando este lo considere pertinente.

En segundo lugar, cabe subrayar que se limita la investigación al sub­sistema primario ya que este disposi­tivo no se presenta en ei nivel medio...

de privilegio trente a otros recursos auxiliares, y sin significativas discon­tinuidades en lo que a su estructura y dinámica interna se refiere.

Limitar el estudio a esta época se debe tanto a cuestiones internas, del cuaderno mismo, como externas, rela­tivas a cambios más generales del sis­tema educativo que afectaron al mismo en forma directa o indirecta.

En lo que respecta a las primeras, los cuadernos de mediados de la década del 60 y principios de los 70 comienzan a mostrar cambios, como se observará en el capítulo vi, que podrían estar iniciando una significa­tiva discontinuidad respecto de las características de los cuadernos de los años previos, cuyo significado y alcance no es posible desentrañar sin un cuidadoso análisis contextúa!.

La utilización de la primera per­sona del singular en los mismos, la utilización de colores más variados, el cambio que se produce en las ilustra­ciones (las que comienzan a relegar la utilización de la copia a través del papel de calcar, para dar mayor liber­tad a la escritura y el dibujo expre­sivo), son algunos ejemplos relevantes de ese proceso de cambio.

A su vez, factores externos señalan los límites de este trabajo. Entre los vinculados a la política educativa cabe destacarse un nuevo enfoque en el tra­tamiento de los problemas educativos fundado, como observa Braslavskv (19<N0) en el "convencimiento de que el desarrollo económico puede y debe ser impulsado por la elevación del nivel educativo de la población’"

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(282). La Alianza para el Progreso plasma estas premisas en sus distintos documentos entre los que cabe desta­car la carta de Punta del Este. En ésta se definen las estrategias centrales para garantizar una “revolución en libertad” , alternativa a la reciente revolución castrista.

Dice la autora que al considerarse la educación como una inversión en capital humano, se la convierte en un aspecto de la realidad social que requiere ser planificado, analizado y orientado objetiva y científicamente en función de su productividad y eficien­cia. Una de las discusiones mas encen­didas y centrales de esta época en la Argentina resulta de preguntarse por el agente que se encargaría de la planifi­cación y organización de la educación. El papel del Estado en materia educa­tiva dividía las aguas entre quienes proclamaban una educación laica y quienes eran favorables a una educa­ción libre o, en otros términos, se pre­guntaba por la principalidad y subsi- diariedad del Estado.

Vinculadas a estas políticas, en esta década parece generarse, en la Argentina, un ingreso institucional más significativo de las ideas pedagógicas de la denominada “escuela nueva” . Las mismas parecieran penetrar muy rela­cionadas con la creación de nuevos establecimientos privados no confesio­nales, que surgen a partir del triunfo de la llamada “enseñanza libre” [...] .

Las modificaciones llegan hasta los recursos del cotidiano escolar (que indicarían el fin del cuaderno como instrumento privilegiado de escritura­ción de la tarca).

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A este respecío, puede mencio­narse, entre muchos otros, la difusión de las copiadoras como tecnología de apoyo a la institución escolar (sellos mimeógrafos y t'otocopiadoras), la difusión del uso de la carpeta para los grados superiores (sobre todo sexto y séptimo grado).

Algunos maestros, todavía en la actualidad, registran la década de los 60 como un momento clave en el pro­ceso de modernización de la escuela. “ Parecía que todo levantaba vuelo” , “el cambio era muy grande” , son algunas de las frases más utilizadas por ellos, para hacer referencia a esta época, como lo detalla Feldman (1994). En este sentido no está de más observar el destacado lugar que tuvo en este pro­ceso la difusión en el proceso de for­mación docente del desarrollo de la tecnología institucional, entre cuyos autores más destacados se encontraban Taba (1962) y Chadwick (1970).

A partir de estas aclaraciones, en las que se puso énfasis en la importan­cia de la discontinuidad operada, en algunos momentos del libro se podrán observar algunos pasajes que hacen referencia al tiempo presente. Para dar cuenta de ciertas continuidades se han tomado, a modo de ejemplo, algunos cuadernos entre 1970 y 1990, que se utilizan sólo tentativamente y a fin de explorar posibilidades de estudios posteriores.

Dentro del análisis de los alcances de este trabajo, cabe subrayar que se limita la investigación al subsistema primario, ya que este dispositivo no se presenta en el nivel medio [...] .

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En este punto, se hace necesario aclarar la situación de los cuadernos escolares concernientes al “primer grado inferior” (que a mediados de los 60 se transforma en “primer grado”), ya que las particulares características de los procesos de enseñanza y apren­dizaje de la lecto-cscritura ameritarían la necesidad de llevar adelante estu­dios específicos sobre el tema. Los recaudos a ser contemplados no termi­nan allí. El subsistema escolar prima­rio cuenta y contó con otro tipo de recursos auxiliares.

El texto del libro reordena y expande el de la tesis. La redefini­ción de la serie de cuadernos estudiados, observable en el primer párrafo de los fragmentos que se acaba de citar, es sucedida en el libro por el agregado de una decena de párrafos antes de recuperar otro segmento de la tesis (“se lim ita la investigación al subsistema primario ya que este dispositivo no se presenta en el nivel medio”). Pero el agregado no es simplemente una inserción en el texto origi­nal: m ientras en éste se menciona primero el deslinde entre cua­derno de clase y otros posibles objetos de estudio (el cuaderno borra­dor u otros recursos auxiliares) y después la focalización en la escuela prim aria (no el nivel medio), en el libro las aclaraciones sobre los alcances del trabajo se refieren primero al nivel educativo y luego al tipo de recurso auxiliar analizados.

Ese cambio de orden no es arbitrario. Responde a la incorpora­ción de una breve narración histórica que contextualiza el objeto estudiado y justifica su recorte temporal. El relato agregado en el libro revela el nuevo destinatario que la autora ha figurado: al jurado académico no le atribuye desconocimiento, por caso, de la “escuela nueva”, concepto que explica para el público más amplio. Esta confrontación de la tesis y el libro m uestra, además, que los años comprendidos entre los 70 y los 90, borrados del objeto de estu­dio desde el título de la publicación, no son eliminados por completo del texto del libro sino que se los ha incorporado en la condición de fuentes de ejemplos “a fin de explorar posibilidades de estudios pos­teriores”. El cierre del libro está a la vista desde su principio, al lee-

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tor se le m uestra el camino completo. El efecto producido es el de una obra organizada, coherente, sistemática, ordenada.

En general, todo el agregado que se está revisando apunta a cola­borar con ese nuevo destinatario, a orientarlo en la comprensión del sentido de la obra. Al tiempo que se van haciendo aclaraciones sobre la historia de los cuadernos (“los cuadernos de mediados de la década del 60 y principios de los 70 comienzan a m ostrar cambios”), se dan indicaciones sobre la organización del libro (“como se obser­vará en el capítulo vi”). Así, el lector, por un lado, no tiene que hacer el esfuerzo de recordar la partitio para entender la relación entre las partes del texto ni, por otro lado, se hastía de que se le repita lo que ya se había señalado. La reiteración de información (el contenido del último capítulo antes de las conclusiones) se da en una secuencia discursiva distinta: no se tra ta ahora de una enumeración en la que son descriptos brevemente todos los capítulos sino de una narración en la que se acota algo sólo sobre uno o algunos de ellos. Repetición con variación es la clave para enseñar agradando, conjunción que se recomienda desde tiempos remotos a quien prepara un discurso, más allá del discurso académico.

El ejemplo que se acaba de revisar de la reescritura de una tesis para convertirla en libro m uestra que tal reformulación es una tarea que debe ser por orientada por objetivos precisos y que afecta diversas dimensiones del texto.

Entre los objetivos que tienen que orientar el trabajo de reescri­tu ra son fundamentales los que se deciden en función de la nueva situación comunicativa que el libro promueve: en este sentido, más allá de los casos particulares, siempre se demanda mayor claridad al autor de libro que al tesista. Otros objetivos pueden ser más varia­bles (como, en el caso revisado, el de redefinir el recorte temporal del objeto de estudio) y estar ligados a otras metas (por ejemplo, dejar al lector con la expectativa de una próxima publicación del autor) pero siempre deberían ser subordinados a los propósitos de promover el interés del público (el editor, primero) en la obra y facilitar al desti­natario la comprensión de la argumentación fundada en un trabajo especializado y académico. A esta m eta concurre la reescritura de títulos, subtítulos, índices, capítulos, párrafos, oraciones con diver­sas operaciones de agregado, borrado, reordenamiento y sustitución.

En los próximos apartados se exponen primero algunas observa­ciones generales sobre la reformulación y el concepto de claridad (que suele ser recurrente en las negociaciones entre un autor y un editor pero no tiene una definición unívoca) que pueden ser orien- tativas para todo el trabajo de reescritura de la tesis. Luego se pre­

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sentan consideraciones específicas para reelaborar diferentes zonas de la tesis de m anera adecuada para convertirla en un libro.

La retormulac ión de la tesis: una especie de traducción

La reescritura a partir de la cual una tesis es convertida en libro es un acto de composición textual en el que la tesis funciona como un texto fuente del que se parte y el libro como el texto m eta al que se quiere llegar. El proceso es semejante al de una traducción, en la que el autor del texto m eta actúa como mediador que posibilita a destinatarios no previstos del texto fuente el acceso a éste. En el caso de la conversión de la tesis en libro, no se tra ta de trasponer un discurso elaborado en un idioma a otro idioma sino de una tra s­posición genérica que implica una “traducción” del discurso especia­lizado de un campo de saber a un lenguaje más estandarizado.

Esta particular “traducción” implica que el tesista tiene que tom ar distancia del texto fuente de su propia autoría para asumir otro rol discursivo, para construir en el texto m eta un sujeto enun­ciativo distinto del enunciador de la tesis. El “yo” que se manifiesta en la tesis, aunque se desdibuje con la voz pasiva u otras fórmulas de impersonalidad, m antiene una relación de asim etría con el “tú ” al que se dirige, el enunciatario que las instituciones académicas ligan a los jurados ante quienes se defiende una tesis. El “yo” o enunciador de la tesis es probablemente quien más sepa del tema particular que expone, pero sus enunciatarios están colocados en una posición institucional de superioridad jerárquica, son expertos de su área o de áreas concurrentes a la suya y tienen que leer para evaluar. En cambio, en el libro, la asim etría entre el enunciador y el enunciatario se invierte (el lector lee para aprender de un autor ya consagrado por otros, una figura a la que le reconoce una auto­ridad ya evaluada) o desaparece (el enunciador argum enta y dis­cute con pares que buscan m antenerse actualizados).

Toda reformulación implica una dinámica tensión entre mismi- dad y otredad. Se quiere comunicar “lo mismo” a “otros”; en el caso de la reformulación de una tesis como libro, se quiere difundir ante un público relativam ente vasto lo que se demostró ante un puñado de especialistas. El discurso tiene entonces que variar para posibi­litar el nuevo acto comunicativo y con esa variación cambiará el “contenido” del mensaje, lo comunicado indefectiblemente no será exactamente “lo mismo”. Así como no es posible bañarse dos veces en el mismo río, no hay enunciados que puedan repetirse idénticos,

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con el mismo sentido (podemos saludar, decir “Hola” y, si no nos con­testan, volver a decir “¡Hola!”, pero este segundo enunciado tendrá un sentido que se completa con un tácito “¿No me escuchaste?”).

En la conversión de una tesis en libro, el género, el discurso, el enunciador del texto fuente y los del texto m eta constituyen los fac­tores determ inantes de la “otredad”. La mismidad se vincula más bien con el autor empírico de ambos textos y con la información que comunica. La identidad de la persona empírica que elabora la tesis y el libro constituye una dificultad para elaborar la distancia que se debe establecer entre el enunciador del texto fuente (la tesis) y el del texto m eta (el libro). La pretensión de difundir un contenido seme­jan te al producido en el ámbito académico impone la paráfrasis como tipo de reformulación dominante entre tesis y libro, es decir que se tra ta de una reformulación que apunta a establecer una relación de equivalencia semántica entre el texto fuente y el texto meta.

La reformulación parafrástica se puede desplegar como una expansión o una reducción. La reescritura de una tesis para un des­tinatario no especializado puede orientarse a una explicación que lo introduzca en el campo correspondiente del saber y, en ese caso, el texto fuente se expandiría con la introducción de definiciones de conceptos y ejemplificaciones de ellos. O tras estrategias explicati­vas, como el uso de metáforas, comparaciones, hiperónimos y homó­nimos, metonimias, am pliarían la extensión del texto original.

El resum en de una extensa tesis conformaría un caso de reduc­ción parafrástica, aunque no necesariam ente resu ltaría una refor­mulación adecuada para lectores no especializados. La reducción del texto fuente, si se limita exclusivamente a una selección de seg­mentos a suprimir, puede dificultar la comprensión de la obra. Asimismo, no hay que confundir reducción de algún aspecto del tra ­bajo de investigación con la reducción de la extensión del texto o el trabajo de reformulación de la tesis. Ya se ha visto en el caso anali­zado de Gvirtz que la reducción de la variable tem poral del objeto de estudio se liga a una expansión del texto fuente.

La reformulación que hasta aquí se ha estado considerando es de tipo interdiscursivo en tanto implica la trasposición del discurso aca­démico al discurso de (alta) divulgación, la transformación de una tesis en un ensayo, artículos especializados o un manual. Se reco­noce otro tipo de reformulación que la reescritura do una tesis apro­vecha como recurso productivo para convertirla en un manuscrito de libro: la reformulación intradiscursiva, la que se establece entre fra­ses de un mismo texto para explicar un enunciado, sintetizarlo o dis­tanciarse de él completa o parcialmente. M ientras la reformulación

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interdiscursiva es una cuestión que tiene que ser objeto de reflexión fundam entalmente en la instancia de planificación de la reescritura, la reformulación intradiscursiva es una tarea que se va desplegando oración a oración, párrafo a párrafo, m ientras se va reescribiendo la tesis, aunque el propósito y la orientación de la reformulación in tra ­discursiva tam bién sean decididos de m anera general al planificar el manuscrito del libro.

Ejemplos diversos de reformulación intradiscursiva pueden ser rastreados en El examen en la universidad. La instancia de la eva­luación como actividad sociopolítica, de Raúl M uriete (Buenos Aires, Biblos, 2007):

En América Latina y especialmente en la Argentina, la construcción de los juicios de exce­lencia ha venido acompañada por una forma casi compulsiva de evaluación. Mejor dicho, se ha tomado la evaluación como una forma de medir rendimientos, con criterios absolutamente eficien- tistas, con metodologías poco claras o impuestas, que fortalecen las estrategias de control.

Por su parte, diversas investigaciones comien­zan a tratar de comprender las condiciones de pro­ducción y deseos de los docentes [.. .] Otros estu­dios en el campo de la investigación educativa, como los de Peter Woods (1998), enfatizan en la representación, entendiéndola como un trasfondo de significados y sentidos, fruto de la interacción y la interpretación (compartida o no) de la evalua­ción o los juicios; representación de una forma de comprensión y de una forma de proceder respecto de ciertos saberes, lo que habilita a una interacción que fortalece fronteras semióticas en las que se negocian sentidos y significados, (p. 21)

En estos párrafos se destacan dos reformulaciones intradiscursi- vas: una es la señalada a través de “mejor dicho” y la otra, la marcada a través de la repetición del término “representación”. La primei'a es una reformulación rectificativa: el enunciado introducido por “mejor dicho” corrige, enmienda, la frase anterior. No se trata aquí, como en

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una conversación espontánea en la que se utilice “mejor dicho”, que el enunciador perciba que dijo algo erróneo y pasa a reparar su equi­vocación. En el texto de Muriete, la reformulación intradiscursiva está puesta en este caso al servicio de hacer oír Ja voz propia del investigador, de poner en evidencia la posición ideológica desde la que habla. La primera oración asevera un hecho contextual que el enun­ciador juzga con una calificación contenida: “casi compulsiva”; la ora­ción introducida por el conector “mejor dicho” otorga mayor espacio de manifestación al sujeto enunciador, que así toma distancia de quienes dicen que excelencia y evaluación van de la mano.

La reformulación intradiscursiva desplegada después por medio de la reiteración del térm ino “representación” es de otro tipo, es explicativa: introduce definiciones del térm ino -en sentido especia­lizado- “representación”. La repetición de la palabra en cuestión, acompañada de una nueva aclaración de su significado disciplinar, es adjuntada a la prim era explicación con un punto y coma. El pro­cedimiento es correcto, una reformulación intradiscursiva puede conectarse al enunciado que reformula simplemente por medio de signos de puntuación (el punto y coma, las comas, las rayas, los paréntesis), pero el uso de conectores puede facilitar a los lectores la detección de las reformulaciones y la identificación del sentido de ellas (explicativo, rectificativo, recapitulativo):

En el campo pedagógico, ser “ docente” es más que ejercer una habilidad intelectual: es por sobre todo un ejercicio político-institucional que implica las “poderosas herramientas” que sirven para mar­car, dominar y, de algún modo, regir el deseo del otro, capturarlo; es decir que en algún momento hay actos de individualización (en algunos cursos presenciales pero numerosos, donde el docente no alcanza a individualizar a sus alumnos salvo en el momento del examen, del cara a cara definitivo) en los que el docente se ve ante la “tentación” de influir sobre un alumno, es decir, de algún modo “marcarlo", rigiendo sus propios deseos y, al mismo tiempo, hacerse reconocer en los deseos propios. En definitiva, es pedirle al alumno que se identifique con sus propios proyectos, (p. 23)

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En este fragmento de la obra de M uriete, la reformulación expli­cativa se señala con '‘es decir” (sirven a la misma función conecto- res como “dicho de otro modo”, “en otras palabras”, “o sea”, “esto es”) y la recapitulativa con la "inserción de “en definitiva” (equivalente de conectares como “en sum a”, “en conclusión”, “en fin”). El uso de los conectares explicita el valor que el enunciador otorga a las fra­ses que conecta, si las plantea equivalentes o un resumen una de otra: el lector no tiene que invertir esfuerzo en in terpretar la pluri- vocidad que puede acarrear un signo de puntuación y puede concen­tra r su atención en la comprensión de la argumentación que la obra propone. Precisar los fragmentos de la tesis que pueden resultar plurívocos a un público más amplio es una de las operaciones que hay que realizar para hacer el texto más “claro”.

La claridad: cuestión de leg ibi l idad e intel igibi l idad

A los escritos académicos, cuando son reformulados para un público no especializado, generalm ente se les demanda mayor cla­ridad. El profesor o investigador inmerso en tal situación reescribe su trabajo pensando que su nuevo texto es transparente como el agua. Pero se lo devuelven para que lo reformule otra vez, si no lo descartan como candidato de publicación.

Con frecuencia no es fácil responder al requisito de claridad, por­que el concepto (de hecho una metáfora que da pie a diversas in ter­pretaciones y se sustenta en la vana ilusión de la transparencia del lenguaje) suele fundarse en juicios impresionistas, discutibles. Qué hace más “clara” una exposición debe ser tem a de diálogo, de nego­ciación, entre un autor y su editor.

La redacción en lenguaje “claro” y “simple” (una auténtica des­treza que se define y entrena de m anera distintiva según la esfera de comunicación que se trate) ha sido el objeto de investigación al que se han dedicado en el siglo XX grupos como el movimiento para la simplificación de la comunicación pública (Mouvement pour la Simplification des Communications, m sc) en el mundo francófono y el movimiento del lenguaje llano (Plain Language Movement, plm ) en ámbitos sajones. Con el propósito de optimizar la comunicación de instituciones gubernam entales, jurídicas, financieras, farmaco­lógicas, con públicos no familiarizados con los temas propios de esas instituciones, aquellos movimientos elaboran recomendaciones que apuntan tanto a la legibilidad como a la inteligibilidad de los textos dirigidos al “afuera” de una comunidad discursiva.

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La legibilidad es vinculada con una estructura textual “de superficie”, “visible”, y la inteligibilidad, con una estructura “pro­funda”, de organización de la información. La “claridad” de un texto es planteada como directam ente proporcional tanto a su legibilidad como a su inteligibilidad. La mayor legibilidad de un texto se consi­dera promovida por la reducción de la extensión de las palabras, las frases, las oraciones; el reemplazo de palabras desconocidas por otras familiares y de conceptos abstractos por concretos; el predo­minio de la voz activa sobre la pasiva y el “aire” dado a las páginas con el interlineado, el tamaño de los caracteres, el diseño. La mayor inteligibilidad de un escrito, por su parte, se asocia con la disminu­ción de la densidad semántica de la información, la explicitación y sistematización de la estructura del texto y la adecuación de la información a los saberes del destinatario y las condiciones prototí- picas del género discursivo del texto meta.

Si bien tal distinción entre es tructu ra superficial y profunda es discutible, puede resu lta r operativa para organizar la revisión de la tesis y atender equilibradam ente a las diferentes variables que ellas comprenden. El método de trabajo de reescritura no es único; se puede partir de las m icrounidades ligadas a lo “visible” del texto (la revisión de la ortografía o el alineam iento de los renglo­nes) o de cuestiones m acroestructurales “profundas” (la revisión del orden de los capítulos o el recorte del objeto de estudio). Se puede empezar releyendo la tesis y m ientras se hace esa lectura con el propósito en m ente de p reparar el m anuscrito de un libro (una lectura esencialm ente d istin ta de la que se hace, por caso, para p reparar la defensa de la tesis ante el jurado académico) es posible ir reescribiendo frases para a ju sta r la sintaxis, la ortogra­fía y la puntuación (si es que algún error de norm ativa o tipogra­fía se ha deslizado en la tesis), bajar la densidad sem ántica provo­cada por la acum ulación de léxico disciplinar, reco rta r la extensión de las oraciones por la abundancia de incisos u estruc­tu ras incluidas, in se rta r explicaciones de térm inos técnicos que resu lta necesario sostener en el libro, etc. Sin embargo, hay adver­tencias que hacer sobre la opción de a tender primero a la legibili­dad o a las microunidades del escrito: el riesgo de perder de vista la totalidad global del texto, la coherencia entre sus partes; la posibilidad de desperdiciar esfuerzos por hacer reescrituras foca­lizadas que no están orientadas por decisiones m acroestructurales y cuando éstas se toman haya que volver a reescribir o borrar; el peligro de no calcular bien los tiempos que lleva la revisión del

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“m aquillaje” del m anuscrito, que pueden extenderse más de lo que comúnmente se cree.

Legibilidad e inteligibilidad son cuestiones que tiene que atender el autor en relativa soledad cuando prepara el manuscrito que pre­senta a una editorial. En el proceso de conversión del m anuscrito en libro, el editor, los correctores y los diseñadores gráficos constituyen colaboradores fundam entales en la construcción de esas dos cualida­des de los textos. Pero hasta que ese momento llega, el autor debe procurar entregar al editor un texto escrito con caracteres y un interlineado que resulten cómodos para la lectura; con la normativa ortográfica y de puntuación seguida de m anera esmerada; con pági­nas en las que el texto principal no sean párrafos interminables o abigarradas de eruditas y extensas notas al pie que reduzcan el cuerpo del texto a una línea y así se dé la impresión al editor de que el texto no ha sido revisado ni reformulado para la publicación. Será im portante no caer en el juicio de que reformularlo siguiendo prin­cipios como el de acortar frases y oraciones o explicitar cuidadosa y didácticamente la estructura del texto es infantilizar al auditorio. Más vale recordar siempre los defectos que suelen señalárseles a los libros escritos a partir de tesis aun en reseñas elogiosas.

La reorganización de la estructura de la tesis: explici tación y orden

La reescritura de una tesis para publicarla como libro implica, como ya se ha señalado reiteradam ente, un cambio de género que impone algunas modificaciones imprescindibles, que no quedan sujetas a elecciones de estilo del autor o normas de una colección editorial. Esos cambios consisten fundam entalm ente en distanciar el nuevo escrito del discurso destinado a los círculos más restringi­dos de la comunidad académica; en otras palabras, se tra ta general­mente de distanciar el libro del género tesis. Uno de los rasgos del texto que esos cambios afectan de m anera radical es la estructura del texto, la secuencia de sus contenidos, su ordenamiento, la rela­ción entre las partes con el todo.

Algunas secciones prototípicas de la tesis, por caso, el “Estado de la cuestión” o el “Marco teórico”, exigen reconfiguración con previ­sible constancia. Puede haber colecciones editoriales más o menos permeables a los géneros de graduación de los estudios superiores, pero con frecuencia no se admite la rígida formalidad inicial de las

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tesis, que suele plasm arse en introducciones, cuyo objetivo es dem ostrar al jurado académico que el tesista ha leído todo lo perti­nente a un tema, que integra esas lecturas en un todo coherente y que avanza en ese campo disciplinar con sistem aticidad fundada en una teoría, cuya metodología domina con solvencia.

La apertura de un libro, por el contrario, tiene como función privi­legiada captar la atención del lector y describirle con nitidez la cues­tión que la obra aborda y el modo en que lo hace. La captación del interés del destinatario, la motivación para la lectura, no está desvin­culada de esa descripción que tendría que servir como guía de lectura que facilite la comprensión. Al clarificar la estructura del texto para el lector, al describirla, conviene en primer lugar, cuanto antes, expli- citar un interrogante al que la obra responde, como lo hace Ana María Fernández en la Introducción de Las lógicas colectivas. Imaginarios, cuerpos y multiplicidades (Buenos Aires, Biblos, 2008):

I n tr o d u c c i ó n

Este libro se presenta hoy como corolario de un proceso de trabajo académico y profesional de muchos años. Se trata, en realidad, de establecer una demora en el recorrido que cree condiciones de posibilidad para pensar, para elucidar, es decir, para poder “pensar lo que se hace y saber lo que se piensa”. Sus condiciones de producción han sido largas y complejas, y han tenido que atravesar uva- tares institucionales de todo tipo. Su primera ver­sión ha sido una tesis de doctorado defendida recientemente en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, corregida y aumen­tada para la presente publicación.

Situar estos escritos como una demora para pensar implica, en este caso, habilitar un tiempo y un espacio que en un a posteriori permita reflexio­nar sobre lo que se ha pensado, sobre !o que ya se ha hecho, para abrirlo a su elucidación y producir con ello nuevo pensamiento. Pero antes es necesa­rio hacer un poco de historia.

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A lo largo de tantos años de trabajo, más allá de devenires, avatares y transformaciones referen- ciales, se ha mantenido abierta una pregunta que ha sostenido los campos de problemas en los que he trabajado: ¿cuál es la relación entre lo psíquico y lo social? Pregunta que insiste aunque vayan cambiando las maneras de formularla. Pregunta aún abierta acompañada por la apuesta de sostener las tensiones que produce el requerimiento de des- disciplinamientos disciplinarios. Pregunta y apuesta que atraviesan estos escritos de muy diver­sas maneras.

En el marco de esa interrogación, la noción de imaginario social -acuñada en 1964 por Cornelius Castoriadis-’ ha estado presente en diversos ensa­yos, en las intervenciones institucional-comunita- rias y en las investigaciones académicas realizadas y en curso en diferentes temáticas.

Cuando esta noción desembarcó en Buenos Aires a principios de los 80...

1 C. Castoriacfis, La institución im aginaria de la sociedad , Barcelona, Tusqucts, 1983, vol. l , p . 11.

En la introducción del libro los comentarios sobre el interro­gante planteado deben incluir al menos una descripción de los capí­tulos del libro como pasos o progresivas respuestas que se irán dando a la cuestión. Es recomendable que esas aclaraciones, que nunca faltan en la tesis y de ella se retoman, sean acompañadas en el libro con explicaciones sobre las relaciones entre los capítulos, lo cual reforzaría la coherencia global del escrito. Este refuerzo, por supuesto, no debe ser una promesa que no se cumpla. Es un modo de ayudar al lector a identificar el sentido, la orientación de la obra, y compromete al menos la reescritura de aperturas y cierres de los capítulos, que en la tesis pueden adm itir mayor independencia entre sí que la que es conveniente en un libro.

Ana María Fernández, por ejemplo, retoma literalm ente a lo largo de los capítulos de su obra el interrogante que planteó en la

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prim era página de la Introducción. Lo hace en el inicio de ellos, citándose a sí m isma textualm ente, reformulándose explícitamente y explicando el sentido de las reformulaciones:

Capítulo 1 Haciendo m et-odhos

1. P e n s a r p r o b le m a s : c r i t e r io s d e in d a g a c ió n

En la pregunta inicial, ¿cuál es la relación entre lo psíquico y lo social?, se operaron las pri­meras refomuilaciones que permitieran enmar­carla de otro modo: ¿cómo se produce sentido? A partir de allí, se ha planteado indagar cómo desde el fondo mdiiereneiado de significaciones imagi­narias sociales se produce una figura, una forma de sentido. Así se trata de elucidar los tránsitos de los universos de s ignificaciones imaginarias sociales a las singularidades de sentido, en la pro­ducción de subjetividad.

Puede decirse que en la base de la transforma­ción de la pregunta operaba una incomodidad. Porque, ¿qué es lo psíquico?, ¿qué es lo social? Si primero tuviéramos que definir con qué noción de sujeto y con qué noción de sociedad fuéramos a trabajar, entraríamos en un callejón sin salida [...]

Interrogar por el cómo y no por el quién no constituye un mero detalle. Allí reside uno de los ejes más fuertes del problema y una de sus mayo­res complejidades teóricas, que habilita a pensar desde una noción de subjetividad que implique la indagación de sus procesos de producción más que de sustancias, esencias o invariancias universales.

¿Cómo de un campo de disponibilidades de significancia institucional-social-histórico - se produce, en nuestro caso, en una actividad grupal, en un momento y no en otro, en alguien y no en cualquiera, en algunos y no en todos, una singula­ridad de sentido? (pp. 27-28)

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El capítulo 1 cierra del siguiente modo:

Por lo dicho, este trabajo en tanto programa de indagación conceptual, una vez indicados sus cri­terios de indagación más generales, pondrá en consideración el estado actual de los conocimien­tos del campo de problemas que la noción de ima­ginario social inaugura.

En un primer movimiento, a partir de ubicar tales problemas que inauguran la noción de imagi­nario social, se profundiza en la noción de signifi­caciones imaginarias sociales [.. .]

En un segundo movimiento, ya en la Segunda Parte, se presenta el dispositivo grupal-institucio- nal con el cual trabaja la cátedra 1 de Teoría y Técnica de Grupos de la Facultad de Psicología (Universidad de Buenos Aires). Allí se pone en proceso de elucidación el propio dispositivo, pun­tuando algunas cuestiones conceptuales que ope­ran en acto en él... (p. 36)

Esta partitio constituye un adelanto de cómo se va a responder los interrogantes planteados. La confrontación entre apertura y cierre del capítulo permite ver cómo son retomados no sólo los tópicos de la apertura sino hasta el léxico (con variantes de “indagar”, “elucidar”, “imaginario social”, “institucional”). No hay que confundir tal recu­rrencia con la repetición agobiadora e innecesaria de términos que se censura de oración a oración en la prosa. Lo que aquí puede juzgarse excesiva repetición es un efecto del yuxtaponer párrafos que en el capítulo original están distanciados por páginas y páginas. La corres­pondencia entre los interrogantes iniciales (que abordan primero cuestiones conceptuales y luego “nuestro caso”) y la descripción de las partes de la obra (que “en un primer movimiento” se dedica a una noción y después al “propio dispositivo”) produce un beneficioso efecto de lectura, el de que el libro está firmemente estructurado, que se puede saber desde el principio a dónde va, qué sentido tiene.

La tarea de redactar cuidadosamente aperturas y cierres merece especial atención cuando se subdivide un extenso capítulo de la

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tesis o se reúne dos o más de ellos para el libro (caso más infre­cuente que el primero, pero no imposible). Si la cantidad de capítu­los es muy extensa, es conveniente organizar la estructura del libro en partes subdivididas en capítulos. La explicitación de los criterios de establecimiento de esas partes constituye otra ayuda para facili­ta r la comprensión global de tesis o argumentaciones complejas. Por esto, al igual que los capítulos y el libro completo, las partes necesitan al menos introducciones, si no introducciones y conclusio­nes, especialmente en disciplinas o proyectos de investigación que exijan análisis minuciosos que puedan hacer olvidar al lector el interrogante principal del escrito.

Al iniciar cada parte de su obra, Fernández hace aclaraciones sobre la estructura del libro y a ellas se les dedica una página exclusiva para subrayar el sentido de la parte que el destinatario acaba de leer y anunciarle una vez más (ya lo había hecho en la Introducción) la función que cumple en el todo la parte siguiente, la que va a leer:

La Primera Parte ha estado dedicada a! des­pliegue conceptual de las nociones de imaginario social y significaciones imaginarias sociales. Esto ha pennitido pensar cómo operan estas produc­ciones en lo histórico-social; también ha dejado planteadas algunas cuestiones que se mantienen como problemas abiertos, tales como con qué herramientas conceptuales pensar las confluen­cias y las divergencias entre significaciones ima­ginarias sociales y psique sin reinstalar modalida­des binarias.

Ahora, se pone foco en la elucidación de algu­nas situaciones elegidas a tal efecto producidas en un dispositivo grupal-institucional; se despliegan operatorias de lectura del dispositivo en acción y se establecen algunas distinciones entre distintas lógicas colectivas puestas enjuego.. . (p. 131)

H asta aquí, respecto de la estructura del libro, se ha tratado la necesidad (genérica y pragmática) de describirla explícitamente

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desdo las prim eras páginas y la conveniencia de retom ar tal descrip­ción a lo largo de la obra si ésta es extensa o compleja. Dicho de otro modo, y es importante subrayarlo, la partitio dispersa no es reco­mendable para obras breves; en éstas bastan índices construidos cla­ram ente y títulos pertinentes para cada sección. Es más: incluso conviene aligerar la descripción de la obra cuando ésta no es extensa y, en vez de sintetizar capítulo por capítulo, es aconsejable agrupar­los por temáticas. A modo de ejemplo: “Los dos primeros capítulos se dedican a m ostrar los resultados comparativos de la investigación realizada entre estudiantes de la escuela media de la Capital Federal y del conurbano bonaerense; el tercero y el cuarto presentan algunas hipótesis explicativas de las diferencias encontradas en las poblaciones respectivas y las conclusiones establecen un diseño con­ducente a que docentes y responsables del área educativa tengan en cuenta”.

Otra cuestión que atañe a cuestiones estructurales de la refor­mulación de la tesis como libro es la del orden de los capítulos. Es conveniente evaluar si el que tienen en el escrito académico no debería ser cambiado. Las lecturas que el director de la tesis, el jurado y otros colegas hayan hecho de la tesis pueden sugerir cuál es el capítulo más atractivo (por tem a, estilo, originalidad), que generalm ente no es el primero de la tesis. En lo posible, adelantar tal capítulo de modo que él motive la lectura de los capítulos más arduos y “sesudos” es un procedimiento recomendable: si estos últi­mos abren un libro, es probable que el lector no llegue ni a ojear las partes más deleitables de la obra.

Lo ideal es lograr un ritmo en la estructura del texto, una alter­nancia no sólo entre capítulos con mayor o menor densidad infor­mativa, sino también entre párrafos m ás o menos complejos. Así lo hace M aría Bjerg en Entre Sofie y Tovelille. Una historia de los inmigrantes daneses en la Argentina (1848-1930) (Buenos Aires, Biblos, 2001):

O bservando la relación entre los ciclos de c recimiento o ¡as etapas de depresión de la eco ­nomía argentina y la expansión o el retroceso del ti lijo migratorio danés, se advierten corres­pondencias que estarían dando cuenta de que en la D inam arca de finales del siglo xi.x y princi-

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píos del x x existía una idea más o m enos clara de las condiciones de inserción que la A rgentina ofrecía a los potenciales migrantes. El flujo danés respondió al crec im iento de la econom ía argentina de la década de 1880 recién en la segunda m itad de la década. Entre 1881 y 1885, el p rom edio de ingresos era insignificante (un total de 304 inm igrantes en el qu inquenio) y mantenía la tendenc ia de la década de 1870. Entre 1886 y 1890 quedaron registrados 1.300 ingresos, pero esta expansión del flujo fue inte­rrumpida por la crisis de Baring. Tras la recupe­ración de la econom ía argentina y el inicio de una etapa expansiva que se ex tendería entre 1895 y 1913, el flujo danés em pezó a crecer len­tamente. El siglo x x com enzó con un ingreso de cerca de mil inmigrantes en el qu inquenio 1901- 1905, cifra que se triplicó en el período más cuan tioso de la in m ig rac ió n d an esa a la Argentina: 1911-1915. [ . . . ]

Diarios, agentes, guias de viajeros, folletos de propaganda, todos ellos constituían canales formales a través de los que circulaba in form a­ción. Pero, jun to a ellos, las relaciones sociales p r im arias fueron p os ib le m en te uno de los medios que más contribuyó a estim ular a miles de daneses a em igrar a la A rgentina y a inter­narse en la cam paña del nuevo sur. Estos v íncu­los precedieron a las notas en los diarios daneses o a los esfuerzos de reclu tam iento de los agentes. El intenso intercambio epistolar, los relatos de los retornados, el envío de dinero o de pasajes, fueron tejiendo una intrincada red de relaciones por la que circulaba gente e información que, en ocasiones, redundó en el trasplante de fragmen­tos de las aldeas danesas a la pampa argentina.

Estas relaciones primarias, sobre las que nos detendremos en el capítulo siguiente, estaban

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sus tentadas en su m ayor parte en el contacto epis tolar entre los daneses de la pam pa y sus familiares o conocidos que desde Dinamarca buscaban un destino en ultramar. Esas cartas tenían m ucho en com ún con las guías de viaje­ros o con los folletos de las agencias. Trabajo, precios de los p roductos rurales y salarios eran sus tem as recurrentes.

Había escam pado tras la tormenta provocada po r la crisis de Baring y Niels Christiansen, que vivía en la A rgentina desde mediados de los 80, trataba de convencer a su herm ana y a su cuñado para que abandonasen Grenaa. En julio de 1898 envió una carta desde Estación Vela, en el Partido de Tandil, donde les contaba: “ Estuve ocupado tratando de enviar trescientos tonder de trigo que debían venderse com o semilla en Buenos Aires, por esta tarea y por hacerm e cargo de cuidar dos mil ovejas, unos cuantos caballos y otros animales, recibo un pago extra de veinti­cuatro pesos mensuales (treinta y cinco coro­nas)” . (pp. 43, 48-49)

El prim er párrafo de esta cita es extenso (aquí, de hecho, abre­viado) y de densidad semántica considerablemente alta que, sin embargo, va dando “respiros” a la atención exigida al lector. Enunciados generales (“...el flujo danés respondió al crecimiento de la economía argentina....”, “...el flujo danés empezó a crecer...”) son sucedidos por oraciones que acumulan datos numéricos de diversa índole como fundamento de aquellos enunciados que, a su vez, fun­cionan como pausa de la presentación de datos. Fragmentos como éste, a pesar de la densidad de información que presentan, guían la lectura e interpretación de cuadros estadísticos y mapas que se incorporan al capítulo sin agotarlos (por lo cual el lector interesado puede optar por observar él mismo más detalladam ente tablas y gráficos diversos m ientras el lector menos interesado en los porme­nores de los datos no es agobiado con una explicación minuciosa de

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ellos). De esta m anera, m ateriales diversos no se relegan y acumu­lan al final del libro en anexos que son habituales en las tesis pero que con dificultad in teresarían al lector lo suficiente como para in terrum pir su lectura y rem itirse a ellos o estudiarlos como una unidad que lo haría revisar el libro una vez que ha term inado de leerlo. La selección de algunos gráficos, mapas y tablas y su expli­cación parcial es una buena estrategia para conservar información de la tesis, pero de modo tal que mayor cantidad de lectores no la ignoren.

Enseñar agradando es desde la Antigüedad una fórmula reco­mendada por los grandes maestros. En el texto de Bjerg, los cuida­dos prodigados al lector no se reducen a exponer prudentem ente datos, distribuidos además en páginas de abigarrados párrafos m atizadas con otras “aireadas” por las tablas y los gráficos. La expli­cación de censos y estadísticas alterna, como puede observarse en la cita, con la narración de casos particulares, narración en la que la investigadora acalla su voz por un instante para ceder el espacio a las palabras de cartas o testimonios orales de las personas cuya vivencia más hum ana se pierde en la generalidad de las fuentes públicas y oficiales. Esta clase de alternancia, fundada en la diver­sidad de m ateriales que estudió Bjerg, organiza tam bién todo el libro: un capítulo inicial narra la historia de Dinamarca pertinente para el fenómeno que estudia; en el segundo, domina la descripción del perfil de los migrantes, con cuadros estadísticos y mapas diver­sos comentados; en el tercero, se relata la notable historia de “Hans Fugl (o Juan Fugl, como lo llamaban en Tandil), un maestro danés que emigró a la Argentina en 1844...”. La armonía a la que apunta esa alternancia resulta un evidente principio constructivo que Bjerg siguió tam bién en los restantes capítulos de su obra.

La alternancia equilibrada entre lo general y lo particu lar es un aspecto del libro que la autora no deja pasar por alto al lector; la subraya con frases que refieren a la estructura del texto, como la recién citada: “Estas relaciones prim arias, sobre las que nos deten­dremos en el capítulo siguiente...”. Incisos de este tipo forman parte de lo que se llam a una partido dispersa, es decir, anuncios de lo que sigue en el discurso diseminados a lo largo del texto. L a partitio dis­persa (que debe retom ar en algún sentido la inicial que forma parte de la introducción, no repetirla idéntica, mecánicamente) cumple la doble función de recordarle al lector la estructura del libro y, en los capítulos que se presumen más áridos, alentarlo a seguir leyendo. Este cuidado de la atención del lector se m antiene, de alguna

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m anera en sentido inverso, en los capítulos que se calculan de lec­tu ra m ás fluida: la significatividad de las narraciones de casos se explicita con cierres (de apartado, de capítulo) que explicitan el carácter ilustrativo de la narración, sus vínculos con el marco con­ceptual desde el que se emprendió el análisis. Estas explicaciones no perm itirían al lector cometer el error de asociar lectura “fluida” con “recreos” intrascendentes de la argumentación. Así, por caso, los dos párrafos que cierran el capítulo sobre Hans Fugl:

Dentro del análisis de redes y de sus relacio­nes con el acceso al mercado de trabajo, un aspecto a tomar en cuenta es el de los tipos de lazos que unen a las personas insertas en esas redes por las que circula información. ¿Esta circu­lación se da preferentemente por lazos débiles o por lazos fuertes? Las posiciones a este respecto son encontradas, como lo demostraron las hipóte­sis de Marc Granovettcr y Margarct Grieco.24 En su análisis del mercado de trabajo, Granovettcr sostiene que la información relevante acerca de nuevas oportunidades de empleo se transmite a través de lazos débiles. La debilidad o la fuerza del lazo no se mide solamente por la intensidad de la relación sino que la división es también entre acceso a oportunidades laborales a través de ami­gos o parientes (lazos fuertes) o a través de “ami­gos de amigos” o de conocidos (lazos débiles), en los que la frecuencia está reforzada por el criterio de la proximidad social. Granovetter sugiere que son los lazos débiles los que permiten el conoci­miento de oportunidades existentes en otras áreas del mercado de trabajo, es decir que posibilitan arribar a lugares distantes de la estructura social.

J_1 Véase Marc Granovettcr, G etting ci Job (Cambridge, H arvard Univc rs i ty Press, 1974) y M arca rc t Grícco, K eeping it in the Family. So c ia l N etw ork and Em ploym cnt C hance (Nueva York, 7'avistock, i 987).

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El acceso a esas estructuras se efectiviza no sólo a través de lazos secundarios sino especialmente a través de aquellos que desempeñan el papel de puentes que conectan distintas redes densas de relaciones sociales. Margarct Gricco, por su parte, llega a resultados opuestos a los de Granovettcr. ¡Mientras éste en gran parte define la fuerza del lazo sobre la base de la frecuencia del contacto, Grieco sostiene que la frecuencia del contacto físico no demuestra ni la debilidad del lazo ni la baja transferencia de información pues, desde su perspectiva, la debilidad o la fuerza de la red está dada ante todo por el reconocimiento de relacio­nes recíprocas que Granovettcr no tomaba en cuenta. Estos lazos fuertes están, según Gricco, vinculados a la parentela como la principal orga­nizadora de la migración y de la inserción del migrante en el mercado de trabajo. Son los parien­tes y no los amigos de amigos o conocidos los que garantizan a los inmigrantes una inserción rápida y segura en el mercado laboral.

Si bien estas distinciones son quizá pura­mente tautológicas, ellas nos recuerdan que la migración y la inserción pueden ser variables y asincrónicas. Según lo sugieren nuestras fuentes, la recurrencia a lazos fuertes o débiles variaba y se combinaba. Por ejemplo, el caso de Fugl ilus­tra una trayectoria de emigración y de inserción en la sociedad argentina basada casi exclusiva­mente en lazos débiles con referencia a su origen étnico y a sus relaciones con nativos. Tanto su emigración de Dinamarca com o sus primeros empleos antes de llegar a Tandil tienen lugar mediante redes de lazos débiles de dominancia étnica, mientras que su inserción en la sociedad de la frontera es el producto de una relación débil y pluriétnica. La em igración desde Maribo y Jutlandia parece, sin embargo, estar dominada

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por lazos fuertes y la inserción de los inm igran­tes en la sociedad receptora y en el mercado de trabajo y de tierras por vínculos donde el com po­nente familiar y p a esa n i es central. Sin embargo, a medida que las redes se vuelven más densas, el papel de los terceros y de los “ amigos de los am igos” en la circulación de información favo­rece la emigración a través de lazos débiles de individuos que sin familiares ni conocidos en la pam pa terminan insertos en una com unidad de base étnica con límites precisos dentro de los cuales, com o verem os más adelante, se recrea y reproduce una versión de la cultura danesa.

La narración de un caso cumple diversas funciones en el libro de Bjerg. Da un descanso a la atención del lector, exigida antes con la proliferación de los datos estadísticos, pero, además, es aprove­chada para abonar una imagen positiva del enunciador del texto y alejar a este último de la estructura de la tesis. La investigadora, al na rra r el caso particular, va poniendo en escena su arduo trabajo de reconstrucción del pasado, su laborioso rastreo de documentos pri­vados, su empeño en equilibrar la información que aportan las dife­rentes fuentes que maneja. Respecto de la liberación del libro de la estructura formal de la tesis, Entre Sofie y Tovelille tiene una breve introducción en la que la referencia al marco teórico se reduce a la mención de la corriente del network analysis y de algunos referen­tes individuales de la talla de Clifford Geertz. No se exhibe allí un relevamiento de la producción bibliográfica del campo disciplinar correspondiente, no se señalan las polémicas que lo atraviesan ni se desarrollan los presupuestos teorices de la investigación. Esto no significa que tal exposición haya sido completamente borrada de la obra, como se observa en el fragmento recién citado, que incluye definiciones conceptuales (las de “lazo débil” y “lazo fuerte'”) y la síntesis de una divergencia entre especialistas del área, síntesis que resulta sencilla y breve en tanto el enunciador no hace citas textuales de sus fuentes teóricas sino que las absorbe y resume en su propio discurso, sin necesidad de mayores referencias bibliográ­

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ficas que in terrum pirían la lectura. Una sola nota al pie se lim ita a mencionar los dos libros en los que se funda esta explicación de con­ceptos pertinentes al caso que narra el capítulo; Bjerg no extiende la nota con la enumeración de clásicos sobre el tem a u observacio­nes detalladas sobre los dos libros en cuestión. El párrafo de cierre del capítulo iniciado con la historia de un inm igrante destaca, sin mayor ostentación, el aporte propio a la polémica disciplinar rese­ñada. Y no descuida la atención del lector a la cohesión del capítulo con otros: a eso apunta la prospección que implica el “como veremos más adelante”, el señalamiento de un tem a que se retom ará y am pliará en la obra.

El capítulo que se extiende en un relato biográfico resulta una lectura atractiva y fluida, no sólo porque la historia contada está jalonada por vicisitudes variadas sino tam bién por el hecho mismo de que domina la secuencia narrativa, que es de más fácil compren­sión que una estructura descriptiva o argum entativa: la sucesión temporal de los hechos implica un orden que se percibe con mayor nitidez, es más fam iliar para la mayoría de los lectores que el en tra ­mado conceptual que organiza el recorrido de la m irada en una des­cripción o las diversas relaciones cuasilógicas establecidas entre una hipótesis y los fundamentos con que se la sostiene.

Puede suceder que la m ateria de la tesis no perm ita alternar tipos de secuencias discursivas o que el eje de análisis o el criterio de organización del corpus no sean temporales, pero que de todos modos se evalúe conveniente beneficiar al destinatario del libro con algún relato. En casos tales, siempre queda el recurso de dar un marco narrativo a la exposición con el relato de la historia de la investigación misma. De hecho, desde la semiótica (Greimas, 1976) se ha descripto el discurso científico como la narrativa de una aven­tu ra cognitiva, de un sujeto (insatisfecho, acuciado por su ignoran­cia, azuzado por un interrogante) que busca un objeto de valor, un tesoro (un conocimiento, una respuesta), en un viaje en el que no faltan los obstáculos y los retrasos (las hipótesis mal formuladas) y los oponentes (las tesis con las que se polemiza), pero que siempre tiene un final feliz para el héroe de la aventura del saber, que llega a la respuesta a la que se ha dirigido y sale de la experiencia del viaje (la investigación) dotado de nuevas capacidades (nuevo saber, nueva autoridad).

El ensayo, ese plástico género en el que probablemente la tesis se metamorfosea en libro con mayor comodidad, se presta bien a la narrativa del trabajo científico y posibilita el enriquecimiento del

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texto de origen académico con una prosa que apele no sólo a la razón sino tam bién al placer de la lectura (y de la escritura). Jim ena Néspolo, cuya tesis de doctorado en Letras se publicó como Ejercicios de pudor. Sujeto y escritura en la narrativa de Antonio di Benedetto (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2004), advierte que “el orden del libro responde casi con fidelidad al ritmo progresivo en que se fue desarrollando mi ta rea”. No importa especular cuánta infidelidad se desliza en ese “casi” porque el progreso de una inves­tigación y el orden del discurso en que se da cuenta de ella son variables absolutamente independientes. Lo que es significativo del caso es la decisión retórica de organizar el libro como un análisis crítico de una obra narrativa, análisis enmarcado en otra narra ­ción, que abre Ejercicios de pudor:

PR Ó L O G O

El impudor de la crítica

En 1995 conocí a una mujer, una de esas raras criaturas que parecen condenadas de antemano a naufragar entre dos mundos, el de la realidad y el del deseo. Pequeña, de ojos muy oscuros, de tez cobriza y una voz tan débil que por momentos se quebraba y se tomaba inaudible, esa mujer no escribía ni tenía obra, y sin embargo todo su ser clamaba a gritos que ella era también - o a su pesar- parte de la “Literatura” . En su pequeño departamento de Palcrmo, en una caja de cartón protegida sólo por el olor de lo viejo, guardaba un par de lentes, una boina, y un centenar de fotos y de cartas.

La lectura inicial de la narrativa de Antonio Di Benedetto estuvo marcada -cómo desconocerlo - por esta mujer y por el enigma que aún hoy me despiertan las madres, viudas e hijas del improba­ble museo de la novela argentina. Mujeres que sin asumir jamás una voz propia se dejan hablar níti­damente por otro y luego se convierten en las más celosas cancerberas de esa voz que les da vida,

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pero que también las condena a la más exasperante reclusión.

Graciela Lucero -a s í se l lam aba- guardaba en su casa además de toda la obra completa de Di Benedetto y una cantidad considerable de artículos críticos que ella misma habia rastreado, un gran paquete en el que atesoraba con devoción todas las cartas - la mayoría de amor y de abandono- que otras mujeres le habían enviado al escritor durante los dos últimos años de su vida, que fueron preci­samente los años compartidos. Yo la imaginaba en sus noches abotargadas de soledad leyendo esas cartas, viviendo su misma tristeza de manera mediada a través de la pasión y del dolor de otras mujeres y me parecía - e n ese momento lo creía a s í - que ella misma era un personaje de Di Benedetto... (pp. 7-8)

La historia del enunciador del texto se enlaza a m anera de con­trapunto con la historia de la obra que es su objeto de análisis; el juego entre las dos historias se tram a desde la antítesis contenida en los títulos “Ejercicios de pudor” y “El impudor de la crítica” y la posible transform ación del yo se sugiere en una proposición paren- tética (“en ese momento lo creía así”) que connota que en el ahora del discurso esa creencia ya ha sido desplazada por un conocimiento -se deduce- construido en la investigación que se puede seguir “casi fielmente” en el libro.

En síntesis, no hay fórmula única que establezca cómo se debe organizar un libro que surge a partir de una tesis. Unos pocos prin­cipios ponen escaso límite, pero bien definido, a la imaginación con que se puede resolver la cuestión; todos ellos apuntan a adaptar el texto al nuevo acto comunicativo que la reformulación posibilita, a colaborar con la comprensión del público no especializado, a a traer y sostener la atención del destinatario m ás vasto que el jurado aca­démico. La estructura del libro tiene que ser inteligible para el lec­tor y en este punto vale la pena tener en cuenta que un eje tempo­ral se comprende más fácilmente que uno espacial o lógico; dicho en otras palabras, una narración (que puede absorber y enm arcar

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secuencias descriptivas y argum entativas) hace más accesible e inmediato el sentido de una obra. Es, de todos modos, siempre con­veniente describir la estructura del libro al menos con una partido en la introducción, partitio inicial que es recomendable reforzar con una partitio dispersa a lo largo de la obra si ésta es extensa, de organización compleja o alta densidad informativa. La introducción será breve porque el libro no puede iniciarse con la exposición rigu­rosa de marcos teóricos, principios metodológicos y estados de la cuestión. Tampoco el libro puede ser cerrado con acumulación de anexos que constituyan m aterial disruptivo de la lectura y, por esto mismo, potencialmente páginas descartables para el lector no espe­cializado. La explicación parcial (y distribuida a lo largo del libro) de una selección de los contenidos de esas secciones prototípicas de la tesis es la alternativa para conservar adecuadamente aquella información. El mismo cuidado que hay que poner en apertura y cierre de libro debe dedicarse a apertura y cierre de capítulos, cuya cohesión y función dentro del todo de la obra puede m arcarse con incisos retrospectivos o prospectivos sobre tem as o perspectivas ya desarrollados o próximos a ser expuestos. Esos incisos son uno de los recursos para subrayar el eje estructurador de la información del texto y el del discurso, hay que destacarlos. El paratexto es otro.

La escri tura del paratexto del libro: dedicarse a los nuevos lectores

Se llam a “paratexto” al conjunto de textos, verbales y no verba­les, que rodean el texto y orientan su lectura; título, tapa, contra­tapa, solapas, índice, prefacio, prólogo, conclusión, epílogo, epígra­fes, dedicatorias, notas, ilustraciones, negritas, bastardillas, el diseño gráfico, etc. El paratexto no tiene un enunciador único; de hecho, se distingue al menos el paratexto de editor del paratexto de autor. Los lím ites del paratexto son imprecisos y se discute si, por ejemplo, una introducción forma parte del paratexto o del texto o si la elaboración del título de un libro corresponde al editor o al autor. Una vez más, resu lta que el trabajo conjunto de uno y otro será más fructífero que la disputa.

Lo que importa tener en cuenta respecto del paratexto es que, en prim er lugar, es una variable ligada al género discursivo; el para- texto de cada género tiene rasgos identificatorios. Entonces, un paratexto bien construido ubica el texto en un género y, por lo tanto,

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orienta la expectativa del lector, lo predispone a leer de determinada manera: no se busca lo mismo en un ensayo que en un m anual, una biografía o una guía para principiantes en algo. Si el lector no está familiarizado con el género de que se tra te , el paratexto debería hacerle notar que la obra no responde a las pautas genéricas que él conoce y de ese modo prevenir que el destinatario imponga al libro una clasificación errónea, que desvirtúe el sentido del texto y genere lo que se denomina “lectura aberrante”. Además, el paratexto de un libro es una parte decisiva de su definición como mercancía: de más está decir que tapa, contratapa, índice, son zonas del texto que influ­yen notablemente sobre las decisiones de quien busca un m aterial en una librería o una biblioteca y a ello se debe que a menudo se las reproduzca también en las promociones virtuales.

ElJibrQ.debena tener un título distinto del de la tesis, que tiene una retórica propia, pero no hay una fórmula fija para la reescri­tu ra del título. Si se complica el hallazgo de uno adecuado para la publicación, incluso si no se tropieza con esa dificultad, conviene revisar los títulos de otros textos que circulan en el mercado al que se destina la propia obra y que tam bién se hayan elaborado a par­tir de tesis. Si ya se ha elegido una editorial en particular, el hori­zonte es más acotado y hay que tra ta r de ajustarse al estilo de la colección de destino. Un ejemplo podría darse a partir de algunos volúmenes de la serie “Tesis/ensayo” de la editorial Beatriz Viterbo:

• Gina Saraceni, Escribir hacia atrás. Herencia, lengua, memo­ria

• Christian Gundermann, Actos melancólicos. Formas de resis­tencia en la posdictadura argentina

• M ariano García, Degeneraciones textuales. Los géneros en la obra de César Aira

• M aría Cecilia Graña, La suma que es el todo v que no cesa. E l poema largo en la modernidad hispanoamericana

• M aría Ju lia Daroqui, Escrituras heterofónicas. Narrativas caribeñas del siglo xx

• M argarita Saona, Novelas familiares. Figuraciones de la nación en la novela latinoamericana contemporánea

• María Fernanda Lander, Modelando corazones. Sentim enta­lismo y urbanidad en la novela hispanoamericana del siglo XIX

• Laura Loustau, Cuerpos errantes. Literatura latina y latino­americana en Estados Unidos

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• Sandra Lorenzano, Escrituras de sobrevivencia. Narrativa argentina y dictadura (Sylvia Molloy - Héctor Tizón)

Estos títulos se componen de dos oraciones; la prim era -que hemos subrayado-, connotativa; la segunda -e l subtítulo-, precisa tem as y/o corpus que aborda el ensayo. Con un ejemplo como éste se derriban imperativos como el de que el movimiento de lo general a lo particular que caracteriza los títulos de tesis debe evitarse en los de libros. Lo que de éstos suele borrarse más bien son las preci­siones sobre perspectivas teóricas o recortes del objeto de estudio, como puede verse en el siguiente caso, la obra ya citada de Muriete:

Título de la tesis

Un estudio sobre las formas de constitución del juicio profesoral. El caso de los profesores de las carreras de Ingeniería de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco

Título del libro

El examen en la universidad. La instancia de la evaluación como acti­vidad sociopolítica

El título del libro no puede extenderse tanto como es aceptable en una tesis y sí debe tra ta r de am pliar los conceptos temáticos, que anuncia de modo tal que apele a intereses más variados que los que pueden ser convocados por el recorte de la investigación académica.

Del índice del libro ya se ha señalado la conveniencia de que no proliferen los niveles jerárquicos de títulos intentando distinguirlos con múltiples variaciones tipográficas que se vuelvan crípticas o un código no económico (de esfuerzos) para el lector. La reformulación del índice de la tesis debe orientarse, además, a m ostrar explícita­mente la estructura de la obra, el eje que organiza la exposición, sea temporal, espacial, lógico. En este punto es im portante que los títu ­los de cada capítulo retomen de alguna m anera los de capítulos pre­cedentes o siguientes y que esa retoma sea un marcador del eje en cuestión: referencias a años o períodos históricos hacen evidente un ordenamiento temporal, ese es el caso menos complejo para el lector (lo cual no significa que lo sea para el autor cuyo saber puede ponerle objeciones a la periodización señalada). También es impor­tante brindar a través del índice una idea aproximada del contenido de los capítulos, para lo cual es útil que los títulos de éstos tengan un subtítulo explicativo y que se listen los subtítulos internos del

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capítulo. Veamos el siguiente caso de La importancia de ser llamado “libro de texto”. Hegemonía y control del currículum en el aula de Adriana Fernández Reiris (Buenos Aires, Miño y Dávila, 2005). Citamos sólo un fragmento de su índice:

Capítulo 5El diseño, ci desarrollo y la comercialización delos libros de texto1. Algunas tendencias generales de la producción

editorial en la actualidad2. Datos básicos para el interrogante sobre el por­

venir de los libros3. Las etapas del proceso editorial de los libros de

texto4. La normativa sobre el control estatal de los

libros de texto5. Los procesos de distribución, comercialización

y consumo

Capítulo 6Los contextos específicos de edición y producciónde los libros de texto analizados1. Breve referencia histórica y perfil actual de las

editoriales2. Las editoriales al amparo de M inerva y

Mercurio3. Las perspectivas y valoraciones de los editores

entrevistados4. Las venturas y desventuras de los autores de

libros de texto5. Las perspectivas y valoraciones de los autores

entrevistados

Capítulo 7Los libros de texto en las escuelas 1. Discusiónacerca de los casos estudiados1. Indicadores generales de la distribución del

poder y del control simbólico en los cuatro casos

2. Los libros de texto y los esquemas teóricos y prácticos de los profesores

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3. La incidencia de los libros de texto en la plani­ficación de la enseñanza

4. La incidencia de los libros de texto en el des­arrollo eurricular

5. La incidencia de los libros de texto en la eva­luación curricular

6. Taxonomía para el análisis de la clasificación y el enmarcamiento de las instituciones, las prác­ticas instruccionales y regulativas de cada caso

Capítulo 8Los libros de texto en las escuelas II. Las percep­ciones y valoraciones de profesores, estudiantes ypadres1. El vínculo de los profesores con los libros de

texto expresado a través de sus escritos auto­biográficos

2. Un sondeo sobre la recepción lectora en los estudiantes

3. Apreciación general de las expresiones de los estudiantes sobre los libros de texto

4. Apreciación general de las expresiones de los padres sobre los libros de texto

En un índice como éste, no es fácil la detección del eje que estruc­tu ra la obra. El título del capítulo 6, sobre los “contextos específi­cos”, sugiere que el 5 funciona como descripción de un contexto más general de producción de los textos, m ientras los capítulos 7 y 8 abordarían otros contextos, ligados más bien al consumo o la eva­luación de los libros. Las m últiples variables que componen el objeto de estudio de esta investigación (diversos contextos, diversos productores -editores, autores-, diversos lectores -alum nos, profe­sores, autoridades, padres—) tienen, por cierto, la virtud de atraer múltiples intereses del público potencial pero, desde el índice, vuel­ven algo difusa la estructura de la obra, la percepción del eje prin­cipal del análisis.

Suele desaconsejarse tam bién la repetición idéntica de títulos distinguidos solamente por una numeración (“Los libros de texto en las escuelas i”, “Los libros de texto en las escuelas n”, por lo poco

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descriptivos que se vuelven. En el índice que se acaba de citar, ese problema se salva con la segunda parte que compone el título de los capítulos y con la enumeración de los subtítulos. La ventaja que puede reconocérsele a la repetición de frases idénticas en títulos y subtítulos es que m arca “bloques” de capítulos (5 y 6 constituiría uno; 7 y 8, otro), relación que suele más bien destacarse organi­zando la obra en partes subdivididas en capítulos. La repetición de frases idénticas en subtítulos en el interior de los capítulos (“La incidencia de...”) tam bién tiene desventajas y ventajas: es algo tediosa pero marca una subunidad tem ática del capítulo, una subunidad que comprende varios apartados de él. Cada autor debe evaluar beneficios y efectos colaterales: en este caso, el de la repe­tición de “La incidencia de...”, la precisión conceptual requeriría en realidad un subtítulo 3 con categorías subordinadas 3.1, 3.2, 3.3, con lo cual se caería en la desaconsejada complejidad de la jerar- quización de títulos y subtítulos. ¿Qué facilita más la lectura al destinatario? Con los m ás entrenados, no habrá problema; los menos familiarizados con lecturas complejas como las que aquí se tra tan suelen prestar menos atención a las distinciones num éricas del paratexto que a enfáticas repeticiones verbales. Suelen tam ­bién concentrarse más en los principios de los títulos que en sus finales: si la extensión de los títulos y subtítulos de los capítulos se prolonga es probable que la información señalada hacia el medio y el cierre de los títulos sea ignorada por los lectores menos hábiles. Conviene, entonces, t ra ta r de recortar la extensión no sólo del título de la tesis sino tam bién la de los capítulos y los subtítulos internos.

Merece ser evaluada, además, la cantidad de subtítulos que con­formen cada capítulo y la posibilidad de agregar algunos (como se vio en el caso de Gvirtz) para facilitar la comprensión de la obra, al delimitar partes de ella o resaltar secciones nucleares de la exposi­ción. Hay que cuidarse, sin embargo, de no caer en el extremo de colocar un subtítulo cada dos o tres párrafos: es un indicio de, al menos, una prosa que tiene abrum adora densidad semántica o carece de una ilación fluida párrafo a párrafo.

Otro segmento prototípico del paratexto de los libros escritos a partir de tesis es el de “Agradecimientos”, que suele anteceder al prólogo e incluso al índice, pero tiene ubicación relativam ente libre: no faltan libros que colocan el texto de los agradecimientos después de las conclusiones finales. Sin embargo, la anteposición ofrece una oportunidad aprovechable retóricamente.

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La sección de “Agradecimientos” es en verdad un género con tem a, estructura y estilo bien reconocibles. El título es fijo y tam ­bién la secuencia prototípiea de los párrafos: primero se hace refe­rencia a la tesis que es fuente del libro y a la institución que la enmarcó; se comenta luego su defensa o su revisión para la publica­ción (por ejemplo, si se la ha actualizado o ampliado). Sigue la enu­meración de los agradecimientos propiamente dichos, ordenados por grado de colaboración o incidencia académica en el trabajo (director de tesis, lectores de borradores, correctores, bibliotecarios y otras personas que hayan ayudado en la recopilación de m ateria­les, jurados de la defensa). Después se hacen los agradecimientos a los seres queridos, fam iliares y amigos, zona del texto que combina el agradecimiento con la disculpa por e] tiempo dedicado a la tesis y arrebatado a la vida privada. Un ejemplo bien próximo a las características canónicas de la sección es el siguiente, tomado de Las máscaras de la decadencia. La obra de Jorge Edwards y el medio siglo chileno de M aría del Pilar Vila (Rosario, Beatriz Viterbo, 2006):

Agradecimientos

Este libro tiene su origen en la tesis doctoral que presenté y defendí en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata en diciembre de 2002. La recomendación de publicación por parte del jurado me anima para dar a conocer los resul­tados de ' ‘La narrativa de la decrepitud en la obra de Jorge Edwards”, tal es el título de la investiga­ción presentada en esa oportunidad. Como todo proyecto de esla naturaleza, lleva entre los p lie­gues muchos nombres que, en distintas instancias y con distinta intensidad, participaron del mismo. A todos ellos, mi reconocimiento. Deseo, en espe­cial, rnecionar algunos nombres de los que este libro es deudor.

En primer lugar, ¡ni profunda gratitud para Susana Zanelti, directora de tesis, atenta lectora, aguda crítica y generosa conductora. Su calidad

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académica y, sobre todo, humana constituyó un invalorable apoyo. Sus lúcidas observaciones y su acompañamiento fueron un aporte que agradeceré siempre.

iMi especial reconocimiento para mis amigas y colegas Nelda Pilia y María Silvia Alasio, quienes estuvieron acompañándome con su palabra y su presencia en los momentos más significativos de este proyecto, y para Carmen Perilli por sus gene­rosas lecturas, así como también por sus inteligen­tes sugerencias.

Quiero expresar mi deuda con Ana Lee Pauls de la Universidad de Princeton por su excelente disposición para permitirme acceder a materiales depositados en el Department o f Rare Books and Special Collections de esa universidad, lo mismo que José Apalbanz de la Biblioteca Nacional de Chile. Ambos, además, me atendieron de modo preferencial durante mis visitas a esas bibliotecas. Del mismo modo, mi reconocimiento para Analía Abrameto de la Biblioteca del Centro Regional Zona Atlántica de la Universidad Nacional del Comahuc por su inestimable colaboración.

A Ezcquiel Vela por recuperar el primer manuscrito del ataque de un virus informático. A Jordi Egea i Torrent y Pabio Tévez por buscar materiales en las b ibliotecas de Cataluña y Alemania y a Ada lotti por las múltiples traduccio­nes del francés.

Finalmente a mi marido y a mi hija quienes participaron de este proyecto desde el primer momento, no sólo con observaciones agudas y escuchas pacientes sino con la tolerancia, com­prensión y cariño que sólo el vinculo familiar puede dar. (pp. 7-8)

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“Agradecimientos” es una sección en la que hay que controlarse con severidad. En prim er lugar, no debe extenderse. Es probable que el autor, al term inar su trabajo, tenga una larga lista de perso­nas e instituciones que merecen su sincero reconocimiento (o sus disculpas), pero el listado de nombres propios generalm ente resulta fastidioso e insignificante para el lector que no conoce a los mencio­nados ni les debe nada.

Otro efecto puede provocar la sección si se revierte esa idea de que el lector no les debe nada a los agradecidos y se la aprovecha para construir la imagen del autor desde sus pasiones y sus emociones, antes de que empiece a desplegar su personalidad más académica, más “racional”. Completar el listado árido de nombres propios con observaciones sobre cómo otros han colaborado para mejorar la investigación y/o el texto propios cumple la doble función de agrade­cer y de describir la propia obra destacando sus puntos fuertes y sin precipitarse directamente en el autoelogio. El agradecimiento a otros es un modo de señalar cuánto se ha rastreado, cuánto se ha consul­tado, revisado y puesto a prueba la propia producción, cuánto esfuerzo se le ha dedicado, y todo ello resalta un argumento sobre la calidad y autoridad de lo que se le está brindando al lector. Además, la redacción en primera persona del singular y la expresión de la intimidad refuerzan el propósito de conmover primero las emociones del auditorio para predisponerlo bien hacia el discurso del autor, con­sejo de la retórica que se sostiene desde tiempos remotos. Así procede Claudia Gilman en los agradecimientos de Entre la plum a y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina. (Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 2003), que se cita parcialmente:

A lo largo de este tiempo conocí el placer de una idea luminosa, una tm uvaille en las innumera­bles bibliotecas y archivos consultados, el desaso­siego de toda tarea de largo aliento, la desventura del Tercer Mundo bibliográfico [.. .] £1 lector y la autora agradecerán el que estas páginas hayan sido supervisadas por Beatriz Sarlo, cuyas observacio­nes y anotaciones al margen convirtieron en con­ceptos oscuras nebulosas de palabras.

Gonzalo Aguilar, Adriana Rodríguez Pérsico y Nora Domínguez fueron atentos lectores y críticos

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que aportaron solidez a mis hipótesis y me ayuda­ron a reformularlas con el fin de hacerlas más cla­ras para los lectores y para mí misma [.. .] Tengo una gran deuda con [ . . .] Blanca Busto, de la Biblioteca Nacional del Uruguay, quien micro- filmó para mí una década entera del semanario Marcha. Todo por auténtico am or aI arte y algo del latinoamcricanismo que caracteriza al período de estudio de este volumen. [.. .]

Pablo Kreimer fue un lector implacable de estas páginas. Lo fue en los momentos más necesarios, es decir, los últimos. Su lectura atenta y sus suge­rencias de edición, sumadas a la orientación que puede dar un investigador ajeno a estos temas, fue­ron importantísimas para llegar a esta versión final.

Muy poco verosímilmente podría aparecer el nombre de mi hija en el rubro agradecimientos. Ciertamente, Irina no colaboró striclu sensu con la redacción de mi tesis y, luego, de este libro, empe­ñada como estaba en aprender a leer y escribir, y en otras habilidades propias de la infancia. Sin embargo, debo agradecerle mucho: dispuse libre y tal vez algo egoístamente del tiempo que hubiera podido dedicarle y, a menudo, de la totalidad de ese tiempo. Lo mismo vale para toda mi familia, a la que pido perdón por mis ausencias y agradezco por habérmelas perdonado de antemano haciendo inútil este pedido.

Advierto, como es de rigor, que pese a la colabo­ración recibida, soy la única responsable de lo que he escrito; de toda imperfección, error u omisión y, espero, de los eventuales aciertos, (pp. 10-11)

Los ag radec im ien tos fo rm ulados de u n a m a n e ra como és ta ponen en p r im e r plano a !a pe rsona del en u n c iad o r del texto e in t ro ­ducen la h is to r ia de la investigación y la e s c r i tu ra del libro p a ra lograr la captatio beneuoLentiae, p a r a a lc a n z a r la b u e n a p red ispos i­ción del lector, p a ra a se g u ra r le de d iv e rsa s m a n e ra s la c la r idad y

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solidez de lo que va a leer, sistem ática y explícitamente distinguido de la tesis (“Irina no colaboró strictu sensu con la redacción de mi tesis y, luego, de este libro”), distinción que no siempre se encuen­tra en la clase de libros que nos ocupan y en los que se deslizan fra­ses como “los objetivos de esta tesis”, “el prim er capítulo de esta tesis”, frases que connotan que el libro no ha recibido una reescri­tu ra específica. En los agradecimientos de Gilman, se construye cierta identificación con el lector (obsérvense enunciados que los reúne, como “el lector y la autora” o “para los lectores y para mí m ism a”) y, a partir de allí, se in ten ta conmoverlo. Ya se ha dicho que un antiguo precepto retórico aconseja enseñar agradando; es momento de señalar que al docere y al delectare siempre se ha reco­mendado con sabiduría sum ar el mouere, mover las pasiones. La identificación del autor con el lector da pie a apelar a su piedad, en una construcción que vincula el tem a de la obra con peripecias y sentimientos regionales.

La configuración del enunciador del texto puede extenderse a un prólogo que preceda la introducción del libro. El prólogo es una parte optativa de la reformulación de la tesis. Si se decide incluirlo, debe distinguirse de la introducción, más centrada en la presentación de la obra. El prólogo, que puede escribir un tercero invitado (el direc­tor de tesis, un especialista del área, el editor amigo, un implicado en el objeto estudiado), avanzará en las motivaciones del trabajo, el impacto que se espera de él, los placeres y las desdichas atravesados por el autor durante el proceso de su elaboración. Recuérdese el ejemplo de Néspolo, quien, dicho sea de paso, al escribir tal prólogo reduce los agradecimientos a dos párrafos breves. Esta estrategia es en verdad favorecida en las editoriales y un modo de evitar el previ­sible reproche de las reseñas periodísticas de que el autor rinde plei­tesía a la academia incluso cuando no se dirige a ella.

La introducción, parte imprescindible del paratexto de autor, ya ha sido objeto de reflexión por el impacto que ella tiene en la com­prensión de la estructura de la obra y la necesidad de que no repro­duzca la rigurosidad y la extensión iniciales de una tesis. Vale la pena de todos modos insistir en que en esta paite hay que cuidarse especialmente de cometer el error de “hacer ostentación” de cierto saber teórico. Es claro que de alguna m anera en el mai’co de la tesis doctoral los apartados teóricos y metodológicos son una obligación e incluso se espera de ellos una extensión importante dado que es una de las funciones de los evaluadores verificar allí si el fundamento teó­rico y su manejo son adecuados con relación al tema seleccionado y

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aquello que se quiere demostrar, pero no ocurre lo mismo con el libro. Aquellas reiteraciones de autores, corrientes y libros citados que se aprietan en el desarrollo de la tesis espantan desde la página del libro a cualquier lector y, de hecho, impiden la lectura ñuida. Las “tachaduras”, simpliñcaciones y reescrituras que el editor suele suge­rir e imponer intentan, precisamente, dotar al texto de esa fluidez.

En igual sentido se puede revisar el uso que se hace de las citas, que conducen a la proliferación de notas bibliográficas. En su tesis, y con relación a esa necesidad de fundam entación de cada paso argum entativo que se va dando, el autor recurre de continuo a un conjunto amplio y complejo de autores y textos; la mayor parte de ellos, seguram ente los centrales en lo que hace al andamiaje con­ceptual de su trabajo, son autores clásicos y consagrados del área. Las referencias a ellos, por lo tanto, deben ser precisas, pertinentes y de una extensión m ediana y larga, más allá de las paráfrasis que también se puedan utilizar. Ese abigarrado mundo de las referen­cias bibliográficas debe ser “traducido” al formato del libro a partir de considerar su simplificación y la elección de aquellas citas bre­ves que de alguna m anera posibilitan la reposición del nudo o los nudos teóricos que nutren y ordenan el devenir del texto.

Así es importante quitar a las citas su característica de “célebre”, es decir el funcionamiento como criterio para prestigiar las afirm a­ciones propias. Si el autor ha incurrido en esta demasía y puede un segundo distanciarse de lo que él mismo ha escrito, advertirá hasta qué punto esas muchas citas y apellidos no cumplen más que de una m anera muy superficial la forma de “figuras de autoridad”.

Es im portante tener en cuenta la cantidad de citas, o sea la pro­porción que ocupan con relación a la totalidad. Es cierto que en muchos casos el libro sobre un determinado tem a busca cumplir, más o menos explícitamente, una función pedagógica, donde infor­mación y formación se articulan, y en ese sentido se podrían ju sti­ficar las citas extensas como una m anera legítima de acercar aque­llos autores, obras y conceptualizaciones que se estim an fundam entales. Pero aun cuando exista un cometido de este tipo, no se puede correr el riesgo de que el libro se convierta en una suma de recortes más o menos articulados por una “voz” central. Tal texto sería más próximo a una antología que a un ensayo. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las citas de más de mil palabras sue­len requerir autorización de sus autores o de los herederos de los autores y/o de la editorial del texto fuente para poder ser reprodu­cidas legalmente. Además de que tal autorización tiene un costo económico variable e insume un tiempo que hay que calcular cuida­

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dosamente, es necesario prever que los autores o las editoriales pueden no acceder a la solicitud de autorización.

En el engarce de voces ajenas con la del enunciador del libro hay que recurrir a estrategias y alternativas para evitar la falta de cohe­sión en el escrito que llegará a manos de los lectores. Algunas estra­tegias son tan simples como convertir las citas extensas en pequeñas narraciones, es decir, la utilización de la paráfrasis y el discurso indi­recto (recuérdese el ejemplo de Bjerg, cuando ella sintetiza una polé­mica de su campo disciplinar en el cierre del capítulo abierto con una narración autobiográfica). La cita textual, pues, se restringirá a aquellos párrafos u oraciones que se consideran fundamentales y que deberán articularse con las formas indirectas de la exposición.

En cualquier investigación académica las notas al pie cumplen una función im portante, dado que constituyen uno de los recursos privilegiados que posibilitan establecer la verdad de aquello que se refiere. Es decir que si alguien llegara a dudar de aquello que el autor del trabajo afirma tanto en cuanto a la existencia misma de esa referencia o a que ha sido extractada de una m anera antojadiza para in ten tar hacerla decir algo bien diferente a aquello que dice en su contexto original, pues bien, la nota al pie permite la constata­ción de su referencia; por ello su importancia. Pero ocurre que en una investigación extensa las citas son verdaderam ente inconta­bles, a veces sum an muchas por página, aun cuando se cite el mismo libro dado que hay que mencionar cada página que se ha citado. Esa necesidad de la tesis académica es dañina si se la tra s­lada tal cual al libro. Es necesario, tam bién en este caso, una reela­boración que apunte a reunir varias notas en una, elim inar otras o “disolverlas” en el natu ral devenir del cuerpo textual. La simple observación, por parte del público lector, de páginas que en su dia- gramación se presentan virtualm ente divididas en dos, el cuerpo central arriba y las numerosas notas al pie debajo, produce des­agrado: un público lector amplio no está acostumbrado ni tiene muchas ganas de ver interrum pida su lectura por ese vaivén conti­nuo. Para evitarlo se suele recurrir al sistema anglosajón o “autor- año”; es una alternativa para evitar tal interrupción y consiste en incorporar al cuerpo del texto las referencias bibliogi’áficas entre paréntesis que solamente indiquen el nombre del autor citado y el año de la obra que se está retomando, como en los siguientes frag­mentos de E l tiempo vacío de la ficción. Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres (Buenos Aires, Fondo de C ultura Económica, 2004). En ellos puede verse cómo la autora, Alejandra Laera, explica sus fuentes con sus propias palabras y a

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veces, sólo a veces, reproduce textualm ente una breve frase de su referente teórico sin llevar a una nota al pie los datos bibliográficos:

...pese a la fuerte diferenciación que de ellos [Gutiérrez y Cambaceres] se hizo en el siglo pasado y que la crítica literaria del siglo xx ha heredado, ambos retratos de escritor son un sín­toma de las nuevas condiciones de posibilidad del campo cultural argentino en los 80: proliferación de periódicos, aparición de una figura más moderna de editor, aumento del público y especia- lización gradual de funciones (Altamirano y Sarlo, 1983). Se renueva y amplía, así, el repertorio de estrategias a disposición de los escritores... (p. 32)

Según Josefina Ludmer, Cañé y López narran en sus autobiografías “reales” o “ fíccionales” las diferencias políticas y sociales del pasado, m ien­tras convierten las diferencias del presente poste­rior al 80 en “puramente culturales” : los escrito­res “despolitizan la escritura” al cruzar esc umbral (Ludmer, 1999: 39-46); pese a no ser un “patr ic io” como los otros dos. También Cambaccres “en 1880 separa claramente la parte política de su vida, que pone en el pasado como farsa y fracaso, de la parte literaria y teatral que es el presente y P ot-pourri” (Ludmer, 1999: 50- 53). En cfccto, tanto Cañé y López como Cambaceres cuentan las diferencias políticas del pasado en sus textos... (p. 39)

Laera toma de una obra escrita por Carlos A ltam irano y Beatriz Sarlo en 1983 la descripción del “campo cultural argentino en los 80” sin citarlos ni enviar a una nota al pie o al final del capí­tulo la referencia bibliográfica: entre paréntesis integrados al cuerpo del texto coloca apellidos de los autores y año de edición de

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la obra en la que se basa. Si al lector le in teresa identificar ese texto, consulta la bibliografía, donde hallará los datos completos; si no, sigue leyendo fluidam ente. De modo sem ejante procede con Josefina Ludmer, aunque en este caso, como sí hace citas tex tua­les de la fuente, al año indicado entre los paréntesis siguen dos puntos y números de las páginas donde pueden ser hallados los conceptos que Laera está resumiendo.

A modo de ejemplo, veamos como sería el último párrafo de Laera si se recurriera al tradicional sistem a de referencia al pie (ejemplo 1) y cómo, incluso dentro de ese sistema, se lo puede sim­plificar (ejemplo 2):

Ejemplo 1

Según Josefina Ludmer, Cañé y López narran en sus autobiografías “ reales” o “ iiecionales” las diferen­cias políticas y sociales del pasado, mientras convierten las diferencias del presente posterior al 80 en “pura­mente culturales” : los escritores “des­politizan la escritura” al cruzar ese umbral;1 pese a no ser un “patricio” como los otros dos. También Cambaceres “ en 1880 separa clara­mente la parte política de su vida, que pone en el pasado como farsa y fra­caso, de la parte literaria y teatral que es el presente y P ot-pourri" .' En efecto, tanto Cañó y López como Cambaceres cuentan las diferencias políticas del pasado en sus textos.

1 Josefina Ludmer, El cuerpo del delito. Un m anual, Buenos Aires, Perfil, 1999, pp. 39-46.

ídem, pp. 50-53.

Ejemplo 2

Según Josefina Ludmer, Cañé y López narran en sus autobiografías “reales” o “ ficcionales” las diferen­cias políticas y sociales del pasado, mientras convierten las diferencias del presente posterior al 80 en “pura­mente culturales” : los escritores “des­politizan la escritura” al cruzar ese umbral; pese a no ser un “patricio” como los otros dos. También Cambaceres “en 1880 separa clara­mente la parte política de su vida, que pone en el pasado como farsa y fra­caso, de la parte literaria y teatral que es el presente y P ot-pourri”.' En efecto, tanto Cañé y López como Cambaceres cuentan las diferencias políticas del pasado en sus textos.

1 Josefina Ludmer, FJ cuerpo dei delito. Un m an u a l, Buenos Aires, Perfil, 1999, pp. 39- 46, 50-53.

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Por último, es recomendable no abusar de este recurso. Un párrafo con tres o cuatro referencias bibliográficas entre paréntesis puede ser tanto o más incómodo que un párrafo con otros tantos números volados con sus correspondientes notas al pie.

La moderación de las notas aplica tam bién a la bibliografía. Los investigadores suelen elaborar listados interm inables de los libros, publicaciones, lugares de internet, presentaciones a congresos de papers aun inéditos. El volumen, podría estim arse, está en relación directamente proporcional al trabajo de relevainiento, lectura y organización que se ha llevado adelante; lo cual en un punto es cierto, pero tam bién lo es que el autor de una tesis doctoral busca validar calidad a través de cantidad e “im presionar” a quienes serán los encargados de su evaluación final. En relación con el libro la bibliografía debe ser modificada para constituir una más acotada y manejable por quienes aunque están interesados en el tem a que se tra ta y no son especialistas en él; por esta razón, les interesa ver cuáles son las fuentes utilizadas, qué otros libros im portantes sobre esa problemática vale la pena leer, etc.: si se sepulta este interés con el desfile de títulos o con el señalam iento de textos inaccesibles para quien está fuera del mundo académico es obvio que más que propiciar nuevas lecturas más bien se las está desalentando.

La bibliografía que por lo general cierra el libro debe ser más bien breve; como ya se dijo con relación a las citas, debe encontrarse proporcionada respecto del volumen del texto (no puede ser que un trabajo de doscientas páginas dedique quince o más para el fichado bibliográfico) y donde al correr de los capítulos debe haber quedado claro -como una guía de futuras lecturas posibles- los tres o cuatro títulos que de alguna m anera se le aconseja al lector para seguir informándose sobre el tem a que se tra ta .

El manuscr ito terminado: lecturas y escri turas f inales antes de di rigirse al edi tor

Horacio, el poeta latino, recomienda en la Epístola a los Pisones a quien quiere dedicarse a escribir que es prudente buscar la crítica no complaciente que ayude a pulir los textos para no caer en el ridículo, del que no se vuelve. El consejo es más que bueno. Después de que el jurado de tesis ha leído el escrito y antes de que lea su reescritura un editor, pruebas de lectura con lectores que no hayan intervenido en el proceso de elaboración de la tesis y que puedan decirnos que una sección del texto resulta difícil de entender, que hay repeticio­

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nes innecesarias o resultan un “tic” de escritura, que el estilo se vuelve tedioso en tal punto del trabajo o por tal razón, que la argu­mentación se debilita en tal sección, son más que convenientes. Como señala Gilman en los agradecimientos citados de su obra sobre el escritor latinoamericano revolucionario, si esos lectores no se for­maron ni se desempeñan en el campo disciplinar al que responde el libro, mucho mejor para probar la inteligibilidad de la obra. No es fácil encontrar semejantes lectores con la disposición necesaria de tiempo y atención, pero hay que hacer un esfuerzo por conseguirlos (y disponerse, a su vez, a devolver sinceramente el favor).

Hechas esas pruebas, el autor -s i no tiene otro contacto más per­sonal- debe preparar una carta para la editorial que ha seleccio­nado. En ella debería presentar su libro desde su título, señalando sus objetivos, alcances, tipo de lector al que se dirige, extensión y estructura general de la obra. La descripción de esta última debe­ría ser completada con el índice del manuscrito y, luego, una muy breve descripción del contenido de cada capítulo (no más de tres­cientas palabras). La carta debería señalar también oportunidades de publicación de la obra (una fecha conmemorativa, el recrudeci­miento de una enfermedad, etc.) y otros textos relacionables con el propio en el mercado, con los que se formule una comparación. La carta debería ser acompañada por el currículum del autor en el que se incluyan los datos para que el editor pueda contactarlo. Eventualmente, se puede agregar un capítulo de m uestra.

Este procedimiento puede tener alguna variante según las “nor­mas para los autores” que muchas editoriales explicitan o imponen tácitam ente. Si son explícitas (en una página web de la editorial, por ejemplo), de más está decirlo, hay que ajustarse a ellas. Y no desalentarse o enfurecerse con el mundo si el prim er intento es fallido. Puede ser legítimo el desaliento o la ira contra la lógica del mercado cuando el manuscrito, punta de iceberg de un inmenso esfuerzo, no es valorado como se espera. Sin embargo, nada se logra con esas reacciones o el ignorar que es dura la competencia con múl­tiples manuscritos que pugnan por ser publicados tanto como un deportista en las Olimpíadas o, para no caer en nuevas hipérboles (como se hizo en el cierre del capítulo 1), que la lucha de nuestro manuscrito en el escritorio de un editor es equiparable a algún cam­peonato internacional (uno local quedaría chico a la comparación). Para cada autor, hay un editor. Con esta convicción, hay que hacerle al propio manuscrito el camino hacia el libro. Paso a paso.

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Decálogo( G u í a - r e s u m e n de o r i e n t a c i ó n g e n e r a l )

1. Una tesis académica no es un libro. La afirmación supone la advertencia de que para acceder a la publicación comercial se debe contemplar un trabajo de reelaboración que posibilite “traducir” un género discursivo en el otro, es decir, pasar de un conjunto de convenciones que sirvieron para ordenar el trabajo de investigación a otro esquema normativo.

2. No hay un único tipo de libro. El autor debe definir con clari­dad si su libro tendrá la forma de un ensayo, una obra de con­sulta, un manual, etc. Cada una de estas “especies” encierra ordenamientos formales distintos.

3. El autor no debe llevar a la editorial su tesis doctoral. De algún modo debe convencer al editor de la perspectiva inclu­so económica de la investigación que busca publicar. Es difí­cil que el editor tenga en cuenta una propuesta “en crudo”, que no se adecúe desde el vamos a los requerimientos y aspectos formales propios del libro. Es el mismo autor, por lo tanto, el que asume la tarea inicial y decisiva de convertir la tesis en libro.

4. El “público lector” al que el libro se dirige es una entidad exa­geradamente vaga, heterogénea e inasible. Dentro de tal vas­tedad primero el autor y luego, de manera definitiva, el. editor deben precisar los límites y las características de un público más concreto, tarea no muy difícil no bien se reflexiona sobre los alcances y la regular circulación del tem a del que se trate.

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La claridad del punto es vital para determ inar el “tono” gene­ral que tendrá la exposición.

5. Hay ciertos espacios propios de la tesis que deben ser particu­larmente revisados (incluso, en muchos casos, directamente eli­minados) para transform ar ese género académico en un libro. Así ocurre con los apartados reservados a los contextos teóricos y metodológicos, “estados de la cuestión”, las largas citas tex­tuales que se piensan en función del respeto que determinados autores y obras tienen dentro de un campo disciplinario espe­cífico, los apéndices, las ilustraciones, los gráficos y los cuadros.

6. Hay ciertos espacios propios del libro que deben ser cuidado­samente pensados y elaborados en función de aportar clari­dad inmediata a los lectores que pudieran m ostrarse in tere­sados en la obra y se acercan a ella. Así ocurre con la intro­ducción al volumen, así como con todos los aspectos paratex- tuales (índice, contratapa, pertenencia a una determ inada colección). La orientación general del editor para la presenta­ción gráfica general del texto es aquí fundam ental.

7. Un libro se caracteriza por tener una escritura fluida. Aun cuando tra te de tem as complejos y recurra a un moderado vocabulario técnico, esa fluidez es la principal garantía para generar interés en los lectores. Tanto la revisión inicial de la investigación por parte del propio autor así como el editing y la corrección de estilo deben apun tar en este sentido.

8. La fluidez de la escritura se nutre del correcto y eficaz equili­brio entre lo que se expone y lo que se presupone. Es decir, entre lo que literalm ente se escribe y aquello que, detrás de las palabras, se juzga que son conocimientos que el público lector posee y maneja. El acto comunicativo completo es la suma de exposición y presuposición. Si se le cuentan al lector demasiadas cosas que ya sabe, abandonará la lectura por aburrimiento; si se le cuentan demasiadas cosas que descono­ce, el lector juzgará entonces y con razón que es un texto incomprensible.

9. Para que una tesis académica se convierta en un libro se nece­sita el trabajo cooperativo entre el autor y el editor. No se tra ta

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de una competencia ni de imposiciones poco razonables, sino de que los dos actores acepten, de m anera natural, el conoci­miento, la experiencia y el trabajo específico del otro.

10.Si la tirada de publicación se agota además de la celebración habrá que pensar de inmediato en una reedición corregida y perfeccionada: un libro siempre puede ser mejorado.

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Bibliografía

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