A cajón cerrado - Marcelo B.

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A cajón cerrado, por Marcelo Birmajer LNR invitó a diversos escritores y escritoras argentinos a elegir un relato de su propia obra y justificar el porqué de esa elección. Aquí se inicia esta serie de cuentos, elegidos por sus propios autores, que estarán presentes en estas páginas durante el verano - 0 Foto: Nunö Me había pasado el día intentando escribir esa bibliográfica. Pretendía leer el libro en las tres primeras horas de la mañana y escribir el comentario pasado el mediodía. Pero había logrado finalizar la lectura cuando se iba la luz de la tarde, a duras penas, salteándome varias páginas. Me jacto de ser un comentarista que lee completos los libros que reseña; y si el libro es tan arduo que me aparta de este principio, sencillamente no lo reseño. No podía cargar sobre el autor la entera culpa de que aquella breve novela no permitiera ser leída de un tirón. En los últimos meses había ido desarrollando una suerte de afección

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A cajn cerrado, por Marcelo BirmajerLNR invit a diversos escritores y escritoras argentinos a elegir un relato de su propia obra y justificar el porqu de esa eleccin. Aqu se inicia esta serie de cuentos, elegidos por sus propios autores, que estarn presentes en estas pginas durante el verano-0

Foto:NunMe haba pasado el da intentando escribir esa bibliogrfica. Pretenda leer el libro en las tres primeras horas de la maana y escribir el comentario pasado el medioda. Pero haba logrado finalizar la lectura cuando se iba la luz de la tarde, a duras penas, saltendome varias pginas.Me jacto de ser un comentarista que lee completos los libros que resea; y si el libro es tan arduo que me aparta de este principio, sencillamente no lo reseo.No poda cargar sobre el autor la entera culpa de que aquella breve novela no permitiera ser leda de un tirn. En los ltimos meses haba ido desarrollando una suerte de afeccin simblica: sin importar la calidad del texto, me costaba ms leer cuando me pagaban por hacerlo.Este libro en particular no era malo, pero se notaba que el autor haba perdido las riendas de un cuento, finalmente convertido en novela corta. Los editores haban credo conveniente presentarlo como una novela a secas. Lo cierto es que aquello no era un cuento largo sino alargado, y la diferencia entre estas dos palabras se adverta, desventajosamente, en la factura ltima del relato. Se llamaba La seora de Osmany, y trataba de una viuda que recurra a la polica tras escuchar durante das, a altas horas de la noche, violentos golpes de martillo en el piso de abajo. El incidente derivaba en una historia policial de homicidio, enigma y, quiz, fantasmas.Recin pude sentarme frente al libro con nimo crtico y productivo cuando mi hijo se hubo dormido, cerca de las doce de la noche. Y an tuve que esperar una buena media hora a que mi mujer se quitara el maquillaje y se metiera en la cama, para comenzar a tipear las primeras letras sin temor a ruidos imprevistos.Pero cuando todava no haba dado la una, como si se tratara de un cuento fantstico, alguien, en algn lugar de mi edificio, presumiblemente debajo de mi departamento, inici una discreta tarea de remodelacin: se oan ruidos de muebles al ser arrastrados, sillas que caan, incluso algn martillazo. Quizs una mudanza, o un arreglo a deshoras (cuando nos desvelamos, olvidamos que los dems duermen). O un vecino estaba siendo robado y asesinado. Como fuere, no me permita escribir. El influjo benefactor con que la madrugada premia a todos quienes renuncian a horas de sueo para cumplir con sus labores me estaba siendo arrebatado por aquella bandada de ruidos fuera de programa.Apagu la computadora, recog un cuaderno, una lapicera, y avis con un susurro, a mi mujer dormida, que me iba a un bar a terminar el trabajo. Me contest con un murmullo alarmado, como si le respondiera a una de las criaturas que poblaban su sueo.Por las dudas, arranqu una hoja del cuaderno, repet el mensaje por escrito y lo dej en el piso junto a la puerta.Desde que me cas, no acostumbro salir a esas horas de mi casa, y menos an para dirigirme a un bar. Pero no tena alternativa: al da siguiente por la tarde deba entregar mi comentario, por la maana me aguardaban una serie de compromisos y con aquellos ruidos no poda escribir.De soltero, no era imposible que decidiera bajar a la calle a cualquier hora de la madrugada. Sufra ciertos ataques de ansiedad que slo poda dominar abandonando mi solitaria habitacin y buscando algn sitio donde pudiera observar otras caras, autos o cualquier movimiento medianamente normal. El matrimonio y la paternidad me haban vuelto, gracias a Dios, un hombre ms tranquilo.Atraves el barrio como si nada malo pudiera pasarme y recal en un 24 horas de Agero y Rivadavia. Curiosamente, no sent la penosa melancola que poda haber acompaado la repeticin de un hbito de una poca pretrita, en la que haba sido un hombre solo y por momentos atormentado, sino la suave euforia del marido alegre en el reencuentro con migajas de libertad que ya crea imposibles. Eleg una lata grande de cerveza, una bolsa de saladitos, y me sent detrs de un tro de mujeres adolescentes. Su charla no me desconcentraba; por el contrario, comenc a trabajar con ahnco, y mirarlas me permita las necesarias pausas antes de corregir un prrafo o iniciar otro. Estaba tan contento que trataba al libro mejor de lo que mereca. La cerveza ayudaba.Entonces, un seor se acerc a mi mesa sonriendo.Me extendi la mano.Por un momento pens: "Es el autor".Sumada a la de los golpes bajo mi departamento, esta coincidencia podra haber alterado el curso lgico de mi vida. Pero en un instante comprend que el libro haba permanecido durante todo el tiempo con su tapa contra la mesa, y que este hombre vena desde una posicin en la que le hubiese sido imposible saber qu texto estaba yo leyendo.El hombre dijo mi nombre y me pregunt si era yo.Lo mir extraado y finalmente exclam:-Pancho.Era Pancho Perlman.Ahora sonrea. No s cun gordo estaba, pero la cara pareca a punto de reventar. La tena hinchada, los ojos casi achinados. Deba llevarme tres o cuatro aos (lo calcul como si fuera su cara, y no las fechas reales de nuestros nacimientos, la distancia de tiempo entre nosotros).No hubiera sido difcil que recordara su nombre por el nombre en s: no hay muchos judos apodados Pancho ni llamados Francisco, y l era el nico del club judo donde nos habamos conocido.Pero hay detalles que borran toda otra huella. El padre de Pancho Perlman se haba suicidado cuando l era un nio. Y cuando yo era un nio tambin.No s por qu, yo haba concurrido al velorio. El velorio judo, con el cajn cerrado. Recordaba un manto de color crema, con la estrella de David bordada en el medio, cubriendo el cajn. Tambin recordaba que el manto tena una quemadura de cigarrillo en una de sus esquinas, y que entonces me haba parecido la sea de que el hombre se haba quitado la vida.No les pregunt a mis padres, pero durante aos mantuve la certeza -callada e interna- de que cuando un judo se suicidaba, adems de enterrarlo contra la pared en el cementerio, se quemaba con un cigarrillo una de las puntas del manto con la estrella de David que cubra su cajn.Creo que slo me libr de este pensamiento hertico -si es que realmente me libr- cuando tuve que concurrir al terrible velorio de un amigo que se haba suicidado en la flor de la edad, en la flor de su xito y en la flor de su vida en general. Nunca supe por qu se suicid.Tampoco tena claro por qu se haba matado el padre de Pancho Perlman.Invit a Pancho a sentarse a mi mesa, e inici la tarea de recolectar argumentos y palabras para explicarle que deba entregar una nota al da siguiente. Aunque haca veinte aos que no nos veamos, aunque yo haba estado en el funeral de su padre suicida, aunque tenamos toda una vida para contarnos y la casualidad nos haba reunido como una casamentera, deba explicarle; mi familia necesitaba mi dinero, y para conseguir el dinero yo tena que terminar mi trabajo."Las personas que no nos suicidamos, Pancho-pens con una crueldad que me asust- tenemos que cumplir lo que nos toca."-Te leo siempre -me dijo-. Sos uno de los pocos periodistas que me interesan.-Muchas gracias -dije-. Hago lo que puedo.-Me voy a buscar un caf -dijo.-Mir... -comenc.Pero Pancho ya haba salido hacia la caja. Regres al minuto con un caf en la mano.-No te dejan escribir todo lo que quers, no?-En ningn lado -dije-. Pero ahora tengo que terminar una nota.-Ahora, ahora? -me pregunt incrdulo.-Ahora, ahora -afirm-. Y qu haces vos por ac?Pancho tard en contestarme.Finalmente, vacilando acerca de si deba revelrmelo o no, respondi:-Hay noches que no me soporto solo en casa.La confesin me dobleg. Insistira en que deba trabajar, pero ya no encontraba fuerzas para pedirle seriamente a Pancho que postergramos nuestro encuentro.-Te casaste? -me pregunt.-Y tengo un hijo -dije.Pancho haba dejado el caf sobre mi mesa, pero an no se haba sentido lo suficientemente invitado.-Sentate -capitul-. Y vos?Pancho meti como pudo su anatoma entre el banco y la mesa de frmica. Una camisa celeste frreamente sumergida en el pantaln compactaba su barriga; llevaba vaqueros azules involuntariamente gastados y zapatos de gamuza marrn sin cepillar.Dud tambin en responder esta pregunta.-Lo mo es una historia -dijo finalmente-. Me cas dos veces, y tuve dos hijos con la peor de las dos.-Qu edades tienen? -pregunt.-Siete y nueve -dijo-. Pero mi ex mujer no me los deja ver.En el silencio inmediato a la exposicin de su drama, decid que escuchara a Pancho cuanto l quisiera y luego, fuera la hora que fuera, acabara mi bibliogrfica. Llegara a casa con el tiempo justo para pasarla a la computadora y dormir unas horas antes de cumplir con el primer compromiso de la maana. Necesitaba un caf bien cargado.-Voy a buscar un caf -avis.Pancho asinti. Una sonrisa de extraa felicidad emergi en su cara. Era la tranquilidad del hombre solo, atormentado, que en la madrugada ha encontrado con quin conversar.Camin hacia la caja pensando en la sencillez de Pancho. Sancho Perlman, debera llamarse. Toda su vida haba sido un hombre transparente. Sus sentimientos, sus deseos, afloraban de l antes de que pudiera expresarlos voluntariamente. Con la cara hinchada, sus gestos eran an ms evidentes.En mi familia, las pasiones y dolores no se libraban con tanta facilidad. Cada uno de los integrantes de mi clan familiar posea un rictus que variaba, sin demasiada relacin con la experiencia real, de la tristeza a la alegra, en funcin de quin estuviera en frente. Luego de ese rictus, venan las palabras. Y por debajo de ambos, sin llegar nunca a hacerse pblicos, ni para nosotros ni para los dems, nuestras tragedias o placeres. Nadie es lo suficientemente inteligente como para conocer sus propios sentimientos, y mi familia jams se hubiese permitido decir algo que no fuera inteligente o sobre lo que no conociera al menos en sus tres cuartas partes.Los Perlman no eran necesariamente ms pobres que nosotros; pero s decididamente ms incultos y vulgares. El mximo plato al que aspiraban era la milanesa con papas fritas y su postre utpico era el dulce de leche. Nos llamaban "paladar negro" porque nos gustaban pescados que no eran el filet de merluza. Betty Perlman se vesta muy mal, y pretenda intercambiar vestidos con mi madre. Esto ocasion que mi madre siempre le prestara vestidos a Betty y, muy de vez en cuando, aceptara de ella alguno, que fatalmente terminaba colgado en el ropero y arrugado un poco antes de ser devuelto, para que Betty no descubriera el desprecio. Natalio Perlman era un judo ms practicante que mi padre, pero conoca mucho menos de la cultura juda en general.Mi familia no era especialmente refinada; encajbamos con comodidad en la clase media; pero los Perlman ingresaron en el poco definible segmento de personas con sus necesidades bsicas solucionadas y sin inters por ninguna otra necesidad. Tomaban prestado del grotesco italiano y del atolondramiento judo para componer aquel espectculo de bocas abiertas al comer, lugares comunes al hablar y despreocupacin en general.Y, sin embargo, sin embargo... Los Perlman rean. No con la risa manaca de mi padre o la risa contenida de mi madre. Rean sin darse cuenta. Rean por un chiste imbcil o por algn accidente de alguno de ellos mismos. Natalio y Betty Perlman se besaban. Salan de viaje y dejaban a los dos hijos con los abuelos. A veces, los Perlman, Betty y Natalio, se mataban a gritos delante de nosotros; y mi madre me deca:-Ves, mucho besito, pero en realidad se odian.Yo nunca me atrev a contestarle:-No, no se odian. Las parejas humanas tambin se gritan y se enojan. El odio es entre mi padre y vos, que ni se dan besitos ni se gritan.Tampoco tena derecho ni conoca lo suficiente de las parejas: ni de la de mi padre y mi madre, ni de la de Betty y Natalio.Y tampoco hoy s mucho de mi relacin con mi mujer, ni crea que Pancho supiera por qu, exactamente, se haba separado de su mujer ni por qu no lo dejaba ver a sus hijos.-Y por qu te separaste? -le pregunt, regresando con el caf.-Conocs a los Lubawitz? -me pregunt.-S -dije-. Incluso los menciono en un cuento.Los Lubawitz eran una suerte de "orden" juda, con las ideas de los ortodoxos y los mtodos de los reformistas: utilizaban camiones con altoparlantes, organizaban actividades y trataban de adivinar quin era judo, por la calle, para sugerirle un rezo o ponerle los tefiln.-Ahora los pods mencionar en otro -me dijo Pancho-. Mi mujer se hizo Lubawitz. Yo siempre fui muy judo, en casa festejbamos todo. Pero mi mujer se pas. Se pel, se puso la pollera, me conmin a dejarle crecer los peyes a los chicos. Pods creerlo? No la aguant. Soy judo hasta la mdula, pero tambin tengo mi tradicin. Mis comidas. Ahora los Lubawitz le dicen a mi ex mujer que no me deje ver a mis hijos.Iba a preguntarle: "Y tus padres que dicen?" Pero record que Natalio Perlman ya no estaba entre los vivos.-Y tu mam? -pregunt.-Est destruida -me dijo-. Dice que ya no quiere vivir. Estoy tratando de llegar a un arreglo con mi ex mujer para dejar de insistirle en que me deje ver a mis hijos semanalmente a cambio de que se los deje ver semanalmente a mi mam.-Cada cunto los ves?-Cuando puedo -dijo Pancho.Y se termin la gota fra de caf que le restaba en el fondo de la taza de plstico.Pancho Perlman, el hombre sencillo, ya no era tan sencillo. Y, sin embargo, segua sindolo. Todas las familias, todas las personas, sufran tragedias a lo largo de la vida: accidentes, grandes peleas y, como en este caso, divorcios. Lo que diferenciaba a los sencillos de los refinados era la actitud ante cada uno de estos cataclismos. Pancho Perlman no haba concurrido con su mujer new-lubawitz a una terapia de pareja. Ni su mujer haba probado combatir su frustracin con la comida macrobitica o el yoga. Ante el primer traspi en el desarrollo de su psiquis, o de su matrimonio, o lo que fuera que la hubiese desbarrancado, la seora de Pancho Perlman haba ido a abrevar directo a las fuentes: al shtetl, a las costumbres piadosas de sus antepasados.Y el divorcio... Nada de dilogo ni de intercambio pacfico. Pasin y odio: no te veo ms, y ni pienses en volver a ver a mis hijos.No era forma de solucionar las cosas, pero lo cierto es que no existe forma alguna de solucionar las cosas; y sencillamente Pancho Perlman y su esposa lo saban antes que muchos. Yo rogaba para que mi mujer nunca decidiera abandonarme, y para resistir en mi hogar hasta que mi hijo cumpliera treinta aos. Eso era todo lo que se me ocurra para mantenerme dentro de los lmites de lo que consideraba la normalidad.Lo nico que se me ocurra sugerirle a Pancho era que se hiciera practicante e intentara reconquistar a su ex esposa por esa va. Pero no me atrev a decrselo. Adems, haba vuelto a casarse; y a m me estaba entrando el hambre y un tentador sandwichito de jamn y queso en pan negro clamaba por ingresar en el microondas. No era el mejor momento para convocar a nadie a regresar a la senda de nuestros ancestros.Me levant a buscar el sndwich mientras Pancho me hablaba de su nueva mujer, una ecuatoriana mulata.Ahora el libro de La seora de Osmany me pareca una excelente nouvelle, discreta y atractiva, y no encontraba deficiencia alguna en su desarrollo y longitud. El segundero del microondas me pareci el contador de los aos de mi vida; pens en cuntos buenos libros haban perdido su oportunidad de una buena resea slo porque el crtico no se haba tomado una madrugada ms y no se haba encontrado con Pancho Perlman."Es correcto -me dije-, milanesa con papas fritas, flan con dulce de leche, mulata ecuatoriana."Pancho Perlman, a su modo, haba seguido las lneas familiares. Y yo an continuaba admirando su sencillez. Pero..., por qu don Natalio Perlman se haba suicidado? Ya lo he dicho: no lo s. Nadie sabe por qu las personas se suicidan. Tampoco sabemos por qu queremos vivir. Pero suicidarse es extrao, y querer vivir es normal.Natalio Perlman era un hombre normal. Sus comidas eran normales, su comportamiento era normal, el amor por su mujer y sus hijos era normal. Hasta fue normal que se acostara con la mujer de la limpieza, la llamada shikse.Mary era una paraguaya ni siquiera exuberante. Tena sus pechos, eso s, y en el club la mentbamos al igual que al resto de las shikses. Pero no eran mucho ms grandes que los de la propia Betty, y Mary ni siquiera era tanto ms joven.Por qu haba derivado en tragedia aquel previsible incidente?Muchos maridos como Perlman haban tenido alguna aventura, ya sea con su propia domstica, con la de un amigo o con una mujer X. Y, como mucho, el drama culminaba con la domstica despedida, o con la otra rechazada, o con una separacin en regla. Pero un suicidio?Dicen que Mary estaba embarazada. Qu s yo. Tambin se rumore que Natalio se perdi por esa mujer, y que ella tena otro, en Paraguay. Mis padres no aceptaban por buena versin alguna. En mi casa no estaba bien visto regocijarse con los chismes. O hacerlo pblico. Cun aliviados se habrn sentido mis padres al testimoniar el completo fracaso de la gente sencilla!"Ah tens cmo terminan -poda escuchar a mi madre- los que se dan besitos en la puerta. Los que se ren involuntariamente, los que cuentan chismes, los que se matan a gritos y se reconcilian locamente. Ah los tens."Toda una vida de contencin, de pasiones sofocadas, de sexo dosificado, reciba por fin un premio inapelable: nosotros, querido, no nos suicidamos.Y, sin embargo, sin embargo..., en mi familia haba un suicida. Era nada menos que el hermano de mi madre. A los diecinueve aos, mi to Israel se haba suicidado. Fue en el ao 1967; yo apenas tena un ao.La diferencia entre las familias sencillas y las refinadas ante la tragedia: me enter de la existencia de mi to Israel a los quince aos. Quiero decir: en una misma hora me enter de que haba existido, de que haba tenido diecinueve aos y de que se haba suicidado. Como si se tratara de una adopcin, mi abuela haba guardado el secreto del suicidio de su hijo. Pero no era una adopcin, era un hijo muerto.A mis primas se les dijo que mi to haba muerto en la Guerra de los Seis Das. Con la adultez, una decena de aos despus de enterarme de la existencia y muerte de mi to, siempre record con un estremecimiento de fro su nombre, el mismo nombre del pas de los judos, que haba estado a punto de desaparecer por la misma fecha en que mi to se suicid. Los judos lograron defenderse en su pas, pero mi to no logr derrotar a sus demonios internos. Tampoco lo logr mi joven amigo, ni Natalio Perlman.Y por qu se haba suicidado mi to? No lo s. Nadie lo sabe.Mi madre, cuando no le qued ms remedio, me cont una historia de psicosis. Pero nada quedaba claro: haba sido un chico normal hasta que se suicid.Mi to haba asistido a mi nacimiento y a mi circuncisin, me haba tenido en brazos, pero yo no supe de l hasta los quince aos. As lidiaban con las tragedias las familias refinadas.La sencilla familia Perlman haba llorado sobre el cajn de Natalio, haban invitado a amigos y conocidos al ritual de la tragedia, lo haban enterrado en Tablada -en una ceremonia, s, ntima, de la que slo participaron Betty, los chicos y los abuelos-. El suicidio est penalizado por la religin juda, los muertos por mano propia son enterrados contra un paredn alejado del resto y visitados slo por sus parientes ms cercanos. Pero el barrio entero saba que se haba suicidado.Un tiro? Veneno? No recordaba. Y no se lo iba a preguntar a Pancho a las dos de la maana. Mi to, saba, se haba pegado un balazo en la boca, sentado al borde de una terraza, luego de ser un muchacho normal durante diecinueve aos.El sndwich me haba adormecido y tuve que ir en busca de otro caf.Cuando regres, quera que Pancho se fuera y ponerme nuevamente a trabajar. No obstante, me o preguntar:-Cmo fue que se mat tu pap?Cmo pude haber preguntado eso? Qu tipo de locura me haba asaltado? As era como se comportaban los hijos de las familias refinadas? As era como continuaba la senda familiar de contencin y rictus? Qu haba pasado con aquel hombre que yo era, que saba que decir la verdad nada solucionaba y por lo tanto ms vala hablar de cosas sin importancia y no molestar?Pancho me mir, cre yo, procesando una docena de preguntas: "Est loco este tipo? Me est preguntando de qu modo se mat mi pap, o por qu? El modo en que me lo pregunt, es frialdad ante la tragedia, o la compulsin a soltar la pregunta sobre un enigma que lo apesadumbr durante toda su infancia?"Yo podra haber contestado "s" a todas ellas.Acaso poda quedarle an una gota de caf en su taza? Por qu se estaba llevando esa informe vasija de plstico blanco a los labios?Lo que fuera que hubiera en la taza -granos de azcar humedecidos o el solo vaco-, Pancho lo bebi.Mir el reloj colgado de la pared -las dos y diez-, mir a las tres adolescentes -una de ellas se haba dormido-, y me dijo:-Mi pap no se suicid.Sigui un dilogo en el que todas mis capacidades retentivas fueron desbordadas. Ya no saba si preguntaba lo que deseaba preguntar, ya no saba qu quera callar y qu decir. No saba qu quera saber. Estaba seguro, y creo que desde entonces lo estar para siempre, de que, supiera lo que supiera, no conocera la verdad.-Lo mataron? -pregunt.-No. Est vivo.El cajn cerrado, el manto con su quemadura en la punta, el llanto de la familia simple... Todo un fraude.Natalio Perlman haba huido con la shikse. Betty Perlman, incapaz de aceptarlo, lo haba dado por muerto. Lo haba velado en su casa. Haba hecho creer al barrio que se haba suicidado.Padre, madre y suegros haban permitido que se diera a Natalio por muerto. Haban viajado en coches fnebres hasta no se saba dnde, y regresado a sus casas. A los chicos se les dijo la verdad: el padre haba huido con Mary. Pero para el resto del mundo, Natalio, su padre, se haba suicidado.Yo vi a Pancho durante pocos aos despus de la muerte de su padre. Si no recuerdo mal, la ltima vez haba sido en los das posteriores a mi bar mitzv.No s, desde entonces, si habr logrado mantener el secreto como lo consigui conmigo. Ni tampoco se lo pregunt en ese 24 horas, a las dos y media de la maana.Supongo que a su esposa y a sus dos hijos les habr dicho la verdad. Y que decir la verdad tampoco habr servido para nada. Pocas de las afecciones del alma son comunicables. Les habr dicho la verdad a su esposa y a sus hijos? Para qu?No era acaso mejor permitirles creer que su abuelo y suegro estaba muerto, antes que relatarles la incontable historia de la seora que vel falsamente a su marido fugitivo?Vi en mi recuerdo la mancha en la punta del manto y sent nuseas. Me levant y corr al bao. Pero mirndome al espejo, en vez de vomitar comprend: la mancha en la esquina del manto no sealaba a los suicidas; era un guio para avisar a los entendidos que el cajn estaba vaco."Tranquilos, muchachos, el cajn est vaco. Es todo una joda."Regres a la mesa hablando imaginariamente con mi madre: "Viste, mam. Las personas que se besan en la puerta, que ren y se gritan, no slo no se suicidan: ni siquiera van a morir alguna vez en su vida".-Te shocke, no? -pregunt Pancho.Asent.-Cmo pudiste mantener el secreto? -le pregunt.Se encogi de hombros.Pero acaso mi abuela no haba logrado borrar la existencia de su hijo, al menos para m, durante quince aos?-Ahora est en la Argentina -me dijo.-Quin? -pregunt.-Mi padre -dijo Pancho-. Natalio.Mir en las gndolas del 24 horas buscando algo ms que comer o beber, pero nada me interesaba.-Hace como diez aos que la paraguaya lo dej. Ni bien llegaron a Paraguay, l supo que ella estaba casada. O al menos que tena un hombre all. Mi padre termin financiando al matrimonio. El amante era el otro y mi padre, el marido cornudo.-Y recin ahora volvi?-Fue una reparacin para mi madre: la dej darlo por muerto. Adems, mis abuelos nunca le perdonaron haberse escapado con una mujer no juda.-Por qu me dejaron a m entrar en ese velorio? -pregunt.-Nunca supimos cmo fue que apareciste por ah.-Creo que te fui a visitar -dije-. Y de pronto me encontr con... con eso.-No -dijo Pancho-. No puede haber sido as.-Qu s yo -dije-. Eramos muy chicos.Como un holograma en el aire, en mi memoria apareci la imagen de Pancho junto a m, los dos con pantalones cortos, intentando comprender cmo era ser nios, nios judos del barrio del Once en un pas gentil. Ahora nos estbamos preguntando cmo ser adultos.Quit la vista de todos lados.-Ya lo viste? -le pregunt.-Hace dos meses que lo veo -me dijo-. Est bastante mal. -Y agreg con una coherencia oculta-: Ahora que mi mam no puede ver a sus nietos, ella tambin necesita compaa.-Y ellos dos se vieron?-Creo que no. El vive en una pensin.-De qu trabaja?-De nada. Vive de lo que hizo con el contrabando en Paraguay. Quiz mantiene todava algn "bagayito".La palabra "bagayito" son como una cornetita de cartn en un velorio. En un velorio de verdad.-Ya no voy a poder dormir -me dijo Pancho, el sencillo.-Yo tengo que trabajar.-Te dejo -me dijo.Le iba a decir que no haca falta, pero se fue. Despus de todo, eran una familia sencilla. Las personas simples no se suicidaban; como mucho, fingan los suicidios.La seora de Osmany era un gran libro. "Cumple con el deber de cualquier ficcin -escrib, mientras una de las adolescentes pavoneaba su enorme y hermoso trasero en busca de una ensalada de fruta en vaso-: evitar la realidad. Consolidar un relato lgico y verosmil."BIOGRAFA DE MARCELO BIRMAJEREs escritor. Entre otros libros, es autor de Historias de hombres casados (Alfaguara), al cual pertenece este cuento, y de la novela Tres Mosqueteros, recientemente reeditada por la editorial Planeta. Es coautor del guin de la pelcula El abrazo partido. Ha sido traducido a nueve idiomas, entre ellos el francs, el italiano y el coreano.POR QU ELEG ESTE CUENTOCuando mi editora por aquel entonces, Mara Fasce,decidi publicar mi libro Historias de hombres casados, me sugiri agregar algunos cuentos. La situacin para m era ptima: escribir con la seguridad de que, si me gustaban,esos cuentos seran publicados en un libro. Ya han pasado diez aos desde que escrib ste, que fue de esa tanda.En los meses en que lo escriba, trabajabacomo guionista para un programa de televisin.Llegaba a mi estudio alrededor de las cinco y media de la maana, para poder dedicarel alba a la correccin. Cuando le puse el punto final a A cajn cerrado sala el sol, y me dije:"As es como yo quera llegar a escribir cuando empec a escribir". .