A. Gesché, El Jesús de la historia y el Cristo de la fe

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te sobre Dios y que ha proporcionado al hombre la salvacin. A partir de ese momento hay lugar para una cristologa como cristologa, para un discurso centrado, esta vez directamente, en el mismo Cristo. Quin es se que ha hablado de este modo (cf. Lc 4, 22)? Cul es su legitimidad? Qu es lo que ha anunciado, no slo en sus actos y palabras, sino a travs de su persona? Ahora se trata de reflexionar sobre l. Quin es se que nos ha hablado como l lo ha hecho? Se ha dicho que l era el Hijo de Dios. Se ha dicho que l resucit. Se ha dicho que l era el Cristo, Seor y Salvador. Esas expresiones de la fe han querido expresar el misterio personal de Jess. Ellas son precisamente las que ahora tenemos que abordar y comprender. Ellas, por otra parte, ya no son, en estos tiempos nuestros, directamente evidentes. Parece claro, sin embargo, que las mencionadas expresiones merecen ser abordadas, que seguramente no han sido creadas a la ligera, que ellas representan para nosotros una apuesta. Que pertenecen, en cierto sentido, a un cuestionamiento legtimo y que sin duda deben y pueden llegar a ser inteligibles y descifrables. y es que, en definitiva, la figura y la persona de Jess tambin nos importan. La importancia concedida al mensaje no tiene por qu eliminar la que se concede al mensajero. Pero, quin es ese mensajero? El Jess de la historia o el Cristo de la fe?

Es bien conocida, y hasta se ha convertido en clsica, esta distincin entre el Jess de la historia y el Cristo de la fe. Refleja bien el evidente distanciamiento operado entre lo que nosotros llamaramos aqu la identidad histrica de Jess, tal como puede ser establecida por la ciencia histrica, y su identidad dogmtica, tal como ha sido constituida desde la fe. Es un hecho que hay que reconocer. Durante mucho tiempo slo hemos conocido al Cristo de la fe, confundindolo a veces, igualmente y de manera ingenua, con el Jess de la historia. Luego, a partir de los tiempos modernos, la tendencia opuesta ha ido abrindose camino, dando importancia cada vez mayor a la figura histrica de Jess, para confirmarla o para debilitarla, pero siempre en deterioro de la figura dogmtica y confesada desde la fe en Jess como Cristo. Ya no se puede seguir razonando de ese modo. Esas dos identidades coexisten perfectamente. Salvo raras excepciones, en todos los ambientes de investigacin se est de acuerdo en afirmar que es posible disear un perfil histrico de Jess, sea cual sea el nivel del acuerdo, pero en todo caso indiscutible. Todo el mundo reconoce, adems, que la identidad dogmtica de Jess permanece sin cuestionamientos, y esto teniendo siempre en cuenta que ese aspecto ha marcado la historia, de modo especial la historia de Occidente. A esta doble situacin de hecho se aade una doble exigencia de derecho. Primero, desde el punto de vista histrico. El creyente debe saber que la fe no puede despreciar la historia, ni la teologa dejar de considerar las exigencias histricas. Si la fe ve en Jess

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de Nazaret al Hijo de Dios, cmo podr sta ser consecuente consigo misma, con su doctrina de la encarnacin, si desatiende al hombre en quien reconoce la trascendencia y de la que ella dice que est investido? Es la misma figura de Jess la que correra entonces el riesgo de convertirse en un mito. y si la teologa no quiere prescindir de los discursos humanos y correr el riesgo de deslizarse hacia una derivacin irracional, cmo podr exigir cualquier forma de coherencia si ella misma queda instalada en el fidesmo, cerrando los ojos a la investigacin histrica? A continuacin nos fijamos en el plano dogmtico, que consiste en una relectura de Jess desde la fe que l mismo ha suscitado. Es suficiente el tratamiento histrico para comprender siempre cualquier cosa? Toda vida humana es tambin un destino y el destino no se resuelve en la historia. Todos poseemos un rasgo conmovedor que dirige nuestra personalidad, la cohesiona en algo ms o menos coherente y determina nuestro destino frente a nosotros l. Todos nosotros, mientras existimos, no nos reconocemos nicamente en el espejo de la historia. Un segundo nombre (Abrn por Abrahn, Jacob por Israel) se nos puede dar y, como nombre de destino, tambin nos designa, sin por ello traicionarnos. Por qu, pues, no admitir a priori un nombre de destino, el de Cristo, aadindolo al nombre histrico de Jess? Su historia es apasionante para nosotros. Nosotros no escribimos [nicamente] relatos histricos, sino vidas 2. Hablaremos pues, en primer lugar, como de un hecho y de un derecho, de la identidad histrica, y despus, de la identidad dogmtica de Jess. Sin embargo, ms all de ese hecho y de ese derecho, no existe un deber? Precisamente el de no yuxtaponer sin ms esas dos identidades, sino de articularlas. Porque el hecho de tratarlas la una al lado de la otra puede provocar un cierto malestar. Es preciso crear, por el contrario, un nexo entre la una y la otra, una cierta racionalidad que haga de puente entre las dos. Abandonada1. Merab Mamardachvili, Mditations cartsiennes, Paris 1997. 2. Plutarco, Vidas paralelas, 1, 1 (Madrid 1999).

a su suerte, sin ofrecer el soporte de un instrumento que posibilite la reflexin, la distincin entre el Jess de la historia y el Cristo de la fe podra convertirse en un obstculo para acercarse a la realidad, la cual reclama siempre un mnimo de unidad para ser comprensible e incluso inteligible. Esa es la razn por la que vamos a introducir aqu un tercer elemento de reflexin, la identidad narrativa. Reflexin que nos facilitarn tanto los avances de la exgesis y de las ciencias del lenguaje, adquiridos durante los ltimos aos, como las recientes investigaciones en hermenutica, en fenomenologa y en filosofia. El hombre es un ser narrado; y en esta narracin se aseguran y se llevan a cabo su inmersin histrica y su inscripcin en un destino. De este modo, entre el Jess detectado por la historia y el Jess reconocido por la fe, descubrimos nosotros un Jess narrado. Ninguna construccin del espritu est en la base de este intento. En l se tomar en consideracin lo que caracteriza de una manera tan decisiva a la investigacin actual, esto es, el carcter realmente narrativo de los relatos evanglicos en los que se narra a Jess.

1. La identidad histrica de Jess A diferencia de la historiografia de los siglos XIX y comienzos del XX, caracterizada por las dudas, la historiografia actual se manifiesta unnime en reconocer la existencia histrica de Jess y en asegurar un ncleo slido que permanece invariable por encima de las discusiones siempre abiertas. Ciertamente, se sabe que los evangelios no son biografias sino que constituyen una relectura creyente de lo que ocurri con Jess. Pero tambin se sabe que, a travs de esos relatos, compuestos efectivamente a la luz de eso que se llama la resurreccin, aparece una realidad que se somete, de forma legtima o no, a una interpretacin o a una reconstruccin. Jess se encuentra cubierto, aunque reconocible, bajo el palimpsesto de la confesin cristolgica que es el Nuevo Testamento. Aqu no se trata de iniciar un estudio detallado sobre los trabajos que han conducido a este reconocimiento histrico

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de Jess 3, pues para ello hara falta todo un libro. El objetivo de esta seccin consiste en disear, a travs de sus resultados, el perfil de la identidad histrica de Jess. En el momento en que Jess aparece, probablemente en Galilea alrededor del ao 4 del calendario comn, el judasmo palestinense hace frente a un claro debilitamiento de su fe. Debilitamiento debido a varios siglos de influencia extranjera (babilnica, griega y, ms recientemente, romana) y al deseo de adaptarse ms a la civilizacin del entorno. Al mismo tiempo, para contrarrestar ese desmoronamiento, aparecen en escena verdaderos intentos de reforma y de restauracin. En ese contexto surgen cuatro grupos religiosos -los saduceos, los fariseos, los zelotas y los esenios- que intentan, de distinta manera, reorientar al pueblo hacia el respeto profundo de la Tor. Los primeros, que se reclutan entre los sumos sacerdotes y entre los ambientes ricos e influyentes, estn polarizados alrededor3. Cf. especialmente, dentro de una literatura muy abundante: P. Geoltrain, Jsus. Le probleme historique, en Encyclopaedia Universalis, Paris 1968,426429; G. Bornkamm, Jsus. Lafoi en Jsus, en ibid., 429-431; H. Zahrnt, Jsus de Nazareth. Une vie, Paris 1996; G. Stanton, Paroles d'vangile? Un clairage nouveau sur Jsus et les vangiles, Paris-Montreal 1997; H. Cousin (dir.), Le Monde ou vivait Jsus, Paris 1997; E. Trocm, L'Enfance du christianisme, Paris 1997; Daniel Marguerat, Jsus de l'histoire, en J. Y. Lacoste (dir.), Dictionnaire critique de thologie, Paris 1998, 596-605; Charles Perrot, vangiles, en ibid., 436-440; Id., Jsus (col. Que sais-je?), Paris 1988; Camille Focant y otros, Le Jsus de 1'histoire, Bruxelles 1997; D. Marguerat, Le Dieu des premiers chrtiens, Genve 1997; D. Marguerat y otros, Jsus de Nazareth. Nouvelles approches d'une nigme, Geneve 1998; R. Luneau, Jsus, l'homme qui vanglisa Dieu, Paris 1999; G. Mordillat-J. Prieur, Jsus contre Jsus, Paris 1999 (tono un tanto forzado); J. Schlosser, Jsus de Nazareth, Paris 1999; G. Theissen-A. Merz, El Jess histrico, Sgueme, Salamanca 22000. En esta bibliografia se encontrar todo lo referente a las fuentes no cristianas (Plinio el Joven, Tcito y Suetonio), judas (Flavio Josefo) y cristianas respecto al conocimiento que puede tenerse de Jess. Se observar tambin que, si bien la redaccin de los evangelios es reciente (entre el 70 y el 85 para los sinpticos, hacia el ao 95 si nos referimos a Juan), aquella utiliza fuentes anteriores (entre los aos 51 y 58) Y tradiciones an ms antiguas todava, muy cercanas al acontecimiento, especialmente por lo que respecta al texto fundamental de la pasin (entre los aos 35 y 40). Actualmente se considera probado que haba en Jerusaln una comunidad cristiana desde el ao 36. Los historiadores no disponen sobre la vida de personaje alguno de la antigedad una documentacin histrica tan abundante y tan cercana al acontecimiento (D. Marguerat, Jsus de l'histoire, 597).

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del Templo. Aun cuando se manifiestan muy abiertos hacia la influencia helenstica en materia cultural y poltica (tambin adoptan una actitud conciliadora hacia los romanos), los saduceos promueven, en materia religiosa, un retorno estricto a la ley escrita y al Pentateuco, rechazando las adaptaciones introducidas por la tradicin y la invasin de las ideas modernas, como las de la angelologa y las de la resurreccin (ya conocemos, a este propsito, sus disputas con los fariseos), y tampoco comparten la sensibilidad popular mesinica. En definitiva, los saduceos, muy cercanos al poder, representan una resistencia integrista y aristocrtica frente a lo que ellos consideran un debilitamiento de la fe y del culto. Los fariseos centran su esfuerzo de renovacin ms bien en la moral y en la aplicacin de la Ley. Cercanos a los ambientes populares (son declaradamente antirromanos), apelan a la tradicin para comprender la Ley, de donde proviene su fama de casuistas. Ms pastorales, en el fondo, que tericos, aun cuando los fariseos han acabado por complicar la prctica de la Ley con disposiciones escrupulosas, su gran xito hay que situarlo no en el Templo, sino en la Sinagoga, instrumento de su influencia en el pueblo, donde se renen para la oracin y para la enseanza de la Tor. Atribuyen una importancia singular a la retribucin final y a la resurreccin de los justos ..Panorama completamente distinto del de los saduceos. Los zelotas, por su parte, temidos por los saduceos y desaprobados por los fariseos, buscan la va de la renovacin en la accin violenta y armada contra los poderes de ocupacin. Estn siempre dispuestos, por otra parte, a sustituir a las autoridades dbiles para imponer a los violadores de la Ley una observancia ms rigurosa que la exigida por aquellas. Los esenios, finalmente, constituyen un cuarto movimiento diferente de los tres anteriores, puesto que se apartan de la vida pblica. Los esenios llevan una vida comunitaria en el desierto de Jud, lejos del Templo y de su sacerdocio considerado por ellos impuro. Practican ritos diarios de purificacin, comparten una comida sagrada y observan una regla muy estricta. Influenciados en parte por la teologa iraniana, los esenios, a diferencia de los otros tres primeros grupos, dedican mucho tiempo a escribir (y si

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no, que se piense en los famosos manuscritos de Qumrn). Lo que ellos buscan, en definitiva, es una interiorizacin de la ley y una santidad ms asctica que legalista; y todo ello a la espera de la venida del Mesas. Se puede, pues, asegurar que a principios del siglo 1 cuatro movimientos muy diferentes, a veces incluso divididos entre ellos, pero ansiosos todos por devolver a la Tor el puesto que le corresponde, intentan recuperar para el judasmo su propia identidad. Es pues en este contexto de reajuste religioso, que ver poco a poco esfumarse todas sus pretensiones, exceptuados en parte los fariseos (de los cuales encontramos hoy da una especie de descendencia en los rabinos y en las sinagogas), donde aparecen Juan, llamado el Bautista, y Jess, los cuales, a su vez y a su manera, van a intentar hacer ms coherente su fe en Dios al pueblo de Israel y de Jud. Ambos se sitan, con sus peculiares diferencias, en un movimiento de inspiracin mesinica y proftica, lo que les diferencia de los primeros reformadores. Juan, en circunstancias que en parte nos son desconocidas, adquiere un gran prestigio hacia el ao 25 de nuestra era. Instalado en el desierto, consigue reunir una muchedumbre extraordinaria y anuncia la venida inminente de Dios a Israel. Al pueblo que abandona sus obligaciones y cae bajo la clera divina, Juan lo llama a un arrepentimiento inmediato y radical que queda simbolizado -circunstancia que slo corresponde a su movimientoen torno al clebre bautismo en el Jordn. Alrededor de l se juntan gentes tan diferentes como fariseos o soldados, pues en el fondo, por su intransigencia y su fe, est por encima de las diferencias. Por su fuerza espiritual, es capaz de convencer a la gente para que en adelante observen un comportamiento ejemplar y continen despus, a diferencia de los esenios, manteniendo en el mundo su vida familiar y profesional. Un buen nmero de judos fieles a esta conversin, inspirada en el Bautista, y que siguieron a Jess y a sus discpulos aunque sin confundirse con ellos, continuarn durante un cierto tiempo el empuje inicial en algunas comunidades del Prximo Oriente. Finalmente se disolvieron de forma definitiva, a ejemplo de los saduceos, de los zelotas y de los esenios.

Tambin el ministerio y la enseanza de Jess se deben situar, en principio, en ese mismo contexto de renovacin de la fe de Israel. Aun cuando sus discusiones se mantienen siempre vivas 4, l se muestra ms cercano a los fariseos, cuya preocupacin por el pueblo comparte, que de los saduceos, sus nicos adversarios irreductibles. Muy prximo al Bautista y habiendo mantenido quizs algn contacto con los esenios, Jess, por los datos que se han podido reconocer como ms primitivos a partir de la lectura de los documentos cristianos, tambin va a predicar, segn su modo peculiar de actuar, una vuelta a Dios. Y si su mensaje acaba asimismo resultando un fracaso (la cruz), ste slo ser, sin embargo, provisional y nunca definitivo. Como si, al fin, un intento de renovacin fuera a resultar un xito. En este sentido, uno de los secretos del xito podra ser que, a diferencia de los mismos fariseos, tan cercanos por otra parte de la gente modesta, y a diferencia del Bautista, tan sensible a los problemas de la vida cotidiana, Jess, desde el principio y de una manera que sorprendi a sus contemporneos por su singularidad, se dirigi a aquellos a los que, con un cierto desprecio, se les llamaba la gente del pueblo, los pobres de la tierra (los Am haarets), que constituan, por lo dems, la inmensa mayora de los judos palestinos, aunque abandonados tanto por los poderes pblicos como por los reformadores. El ministerio de Jess debi de comenzar al esfumarse el de Juan, hacia el ao 28 o alrededor de los aos 30. Desde el punto de vista histrico no se puede decir nada -a no ser que tomemos como punto de referencia lo que se poda conocer de todo joven judo en aquella poca 5_ respecto a la infancia y a la adolescen4. Las polmicas son, con frecuencia, ms agudas entre quienes comparten una misma concepcin general. Se puede comparar esta situacin a la de Scrates respecto a los sofistas, buscadores tambin ellos de la sabidura, con quienes, sin embargo, mantuvo sus discusiones ms vivas. 5. En este sentido hay que leer: R. Aron, Los aos oscuros de Jess, Bilbao 1992; Sch. Ben-Chorin, Jesus im Judentum, Wuppertal1970; G. H. Dalman, Jesus-Jeshua: Studies in the Gospels, New York 1971; K. Schubert, Jsus la lumiere du judaisme du premier siecle, Paris 1974; P. E. Lapide, Fi/s de Joseph? Jsus dans lejudaisme d'aujourd'hui et d'hier, Paris 1978; G. Yermes, Jsus le juif: les documents vangliques l'preuve d'un historien, Paris 1978; A.

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cia de aquel que sus compatriotas galileos llamaron al principio, segn el testimonio mismo del Evangelio, el hijo de Mara y de Jos el carpintero (cf. Mt 13, 55 Y paralelos). Jess, ya adulto, emprende su ministerio en las aldeas de Galilea, toma la palabra en las sinagogas lo mismo que cualquier otro judo, ensea ms frecuentemente en el campo o junto al lago de Genesaret. De entre sus primeros y bastante numerosos discpulos, rene en torno suyo un grupo restringido, al que se le llama los Doce (todos galileos, como l), cuya institucin no tiene en s nada de sorprendente, si se tiene en cuenta que, partiendo del nmero simblico de las doce tribus de Israel, la organizacin de los esenios colocaba a la cabeza un consejo de Doce. Entre esos doce que rodean a Jess, y que no constituyen en absoluto una especie de grupsculo separado del mundo como ocurra entre los esenios, se encuentran pecadores, un recaudador de impuestos y adems, lo cual no deja de ser sorprendente, nada menos que un zelota. Unos llevan nombres hebreos, otros nombres griegos. Pero todos, o casi todos, tienen en comn que provienen de ese pueblo de la tierra del que acabamos de hablar. Con ellos, pues, posible embrin de una comunidad futura, Jess va a compartir -lo cual es una verdadera caracterstica de su manera de actuar- la misin que l ha asumido respecto a las tierras de Palestina (Galilea y Judea). Cmo es esta enseanza de Jess, y sobre todo su estilo propio, tal como pueden ser definidos histricamente y tal como se distinguen de las otras predicaciones que hemos visto? La enseanza de Jess, que Marcos califica con una palabra propia que no se encuentra en ninguna otra parte en el entorno del lenguaje religioso, es decir, la palabra Evangelio, se caracteriza por su alejamiento de toda abstraccin, por una suerte de pacto nico y particular entre las ideas ms sublimes y una especie de sencillez, garantizada por una apertura a los aspectos ms familiares y ms cotidianos de lo humano, y por un recurso constante a relatosChouraqui, Jsus et Paul: jils d 'Israel, Aubonne 1988; 1. H. Charlesworth, Jesus' Jewishness: Exploring the Place of Jesus within Early Judaism, New York 1991; E. P. Sanders, Jesus and Judaism, London 1994; Marie Vidal, Unjudo llamado Jess, Baracaldo 1999; Id., El judo Jess y el Shabbat, Baracaldo 2001.

cortos y llenos de vida, en los que se mezclan imgenes y parbolas. Los historiadores insisten, a la vez, sobre la evidencia del amplio espacio concedido por Jess a las parbolas (no se encuentran vestigios de este gnero literario en los dems textos del Nuevo Testamento) y sobre el hecho patente de que stas derivan, en su mayora, de un estilo y de una inspiracin que slo pueden pertenecer a un solo e idntico autor, tanto por el contenido como por determinados trazos del todo especficos. El corazn de esta enseanza, que se encuentra tambin fuera de las parbolas, se concentra en la llamada al reino de Dios. ste es visto como el acontecimiento no de una liberacin poltica (es la diferencia con los zelotas) o de un cataclismo csmico (como aparece en la apocalptica de la poca), sino como el acontecimiento de la hora de Dios en la que cada hombre est llamado, mediante actos internos de arrepentimiento, de misericordia y, sobre todo, de amor (agape constituye una palabra clave y decisiva del vocabulario cristiano con relacin a eros y filia), en la que cada hombre est llamado -repetimos- a comprometerse, ante su propia conciencia, con Dios y con su prjimo. Este planteamiento es visible especialmente en la llamada intransigente a cumplir los dos mandamientos. Estos actos interiores se deben traducir expresamente en actos efectivos, so pena de ser considerados inmediatamente como hipcritas ante Dios mismo. La tradicin quedar sumamente afectada por este aspecto de la enseanza de Jess, como puede comprobarse por las cartas de Juan, de Pablo y de Santiago, personajes por otra parte tan diferentes. La insistencia sorprendente de Jess respecto al amor a los enemigos es tan desconcertante que, an hoy da, sigue asombrando. Pero ah se detecta un perfil propio del evangelio de Jess. El reino de Dios, pues es de eso precisamente de lo que aqu se trata, es para Jess una realidad ya presente y no algo que se deba esperar en el futuro. Presentado, pues, de manera ms interiorizada, el anuncio del reino de Dios y de los hombres, realidad al mismo tiempo presente y por venir, se efecta en la insistencia sobre la alegra que proporciona su descubrimiento: se trata de un euaggelion, un evangelio, una buena y gozosa noticia, rasgo festivo que no se encuentra entre los profetas ni predicadores, de

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acentos speros y decididamente fulminantes, que provocan el miedo ms que la serenidad o la persuasin ntima. N o parece que, para Jess, haya que recurrir a la maldicin o al dramatismo para encontrar a Dios 6. Jess no se aparta del judasmo reformista de su tiempo que, como ya hemos visto, centraba su inters sobre la Ley. Sin embargo, a diferencia de los dems, l modifica la orientacin que el judasmo haba ido asumiendo, alejado de su fuerza original, bajo la multiplicidad de leyes, mandamientos y prescripciones que la tradicin haba ido acumulando. Jess aprecia menos en la Ley un principio formal de obediencia, y de una obediencia frecuentemente molesta y supersticiosa, que la llamada a una obediencia interior y concreta a la voluntad de Dios, por otra parte ms fundamental que cualquier expresin puramente legal. De ah proviene, cuando hace falta, la llamada de atencin respecto a exigencias ms antiguas y ms radicales que la ley actual, a propsito del matrimonio, del templo, de la oracin, de la preocupacin por el prjimo, etc. y, ms en particular, la norma de conducta y de discernimiento que es la prioridad del espritu sobre la letra, regla verdaderamente propia del talante y del espritu de Jess. El ejemplo ms evidente sobre esto es la famosa afirmacin sobre el sbado, a cuya normativa le da la vuelta, porque la preocupacin por el hombre debe estar siempre por encima de la observancia ritual, del mismo modo que la reconciliacin debe ir por delante del culto. Hay que reconocer que la salvacin posee otros horizontes, infinitamente ms dilatados, que la pureza legal o el cumplimiento de las normas. Por eso podemos ver a Jess adoptar un comportamiento del todo indito, que no existe ni entre los saduceos ni entre los esenios, en relacin a la enorme muchedumbre de los pequeos, tan desgraciados e ignorantes, tan agobiados ante el peso insoportable en que se ha convertido la Ley. l encuentra las palabras adecuadas para acercarse a ellos y para facilitarles el acceso a Dios. Facilitar a cualquier hombre el acceso a Dios, tal es, sin duda, el6. Lo cual no autoriza, sin embargo, a hablar, como hace Renan en su Vida de Jess, de las florecillas galileas que crecen bajo el paso perfumado de Jess.

secreto de Jess y de su verdadera misericordia o, an mejor, de su invencible respeto al hombre. De un modo particular, a ese hombre profanado por el desprecio de los poderosos, marginado por el orgullo y, ms que nada, por el orgullo religioso de aquellos que se consideran los nicos justos. En adelante, con Jess la gloria de Dios que, como proclama el Antiguo Testamento, envuelve al hombre, se convierte en un derecho de todo hombre. En su espritu y en su corazn, como tambin en su cuerpo. Por ello, aunque ste no sea el nico rasgo, Jess no tiene ningn reparo en aparecer ms de lo que conviene, segn nuestra lgica racional, como un taumaturgo. Considerada en s misma, la cosa no tiene una importancia especial, dado el ambiente de la poca. Sin embargo, Jess interpreta la dimensin del hecho de una manera completamente distinta. Hace cantar cada vez la gloria de Dios; gloria de Dios, precisamente, porque el hombre ha sido enaltecido. Aprovecha todas esas curaciones para explicar, contra la malevolencia, que la enfermedad no es la consecuencia necesaria de una culpa o el signo de una maldicin divina. Se trata de un hecho desgraciado que debe ser tratado como tal, al margen de cualquier forma de moralizacin. Participa por lo dems en la mesa de aquellos que entonces eran considerados pecadores o deja que se le aproximen, lo cual resultaba del todo intolerable en esa poca y considerado como un atentado a la santidad de un mensajero de Dios. Pero l ve precisamente la santidad de Dios al margen de las discusiones sobre lo puro y lo impuro. En ningn caso centra en ello el criterio para determinar la relacin con Dios. Nunca se muestra contrariado por los aspectos rituales de lo puro y lo impuro (en la mesa, en el contacto con determinadas formas de enfermedad o de indisposiciones, etc.). Nunca tiene reparo en mezclarse con los paganos (centuriones romanos, cananeos, siro-fenicios), o con los herejes, como los samaritanos, cosa inimaginable y fuera de discusin en aquella poca. y si l reconoce los derechos del Csar, no lo hace por oportunismo, como los saduceos. Resulta muy especial y hasta sorprendente su soltura en el trato con las mujeres, comportamiento inslito que no deja de intrigar a la gente que le rodea y no se encuentra en ninguno de sus predecesores.

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De tal suerte que Jess, sin ponerse por encima de la Ley, manifest una soberana, una libertad y una autoridad que sorprendieron a sus contemporneos. Sin ninguna clase de orgullo, sino sintindose ms bien en una perfecta y serena unin con Dios, habla y acta como quien quiere, no poner pesadas cargas sobre el hombre, sino salvarle; mostrarle el camino de Dios en trminos que no le resultan extraos, ni espantosos, ni desalentadores. Se puede asegurar que Jess rechaza para s mismo y denuncia para los dems el miedo ante Dios. Para Jess, la entrada en el Reino supone alegra y tambin felicidad (pinsese en las bienaventuranzas, otro trazo seguramente autntico referente al estilo de Jess). Por eso existe hoy acuerdo para decir que, si Jess pertenece ciertamente al mundo judo de su tiempo, l fue al mismo tiempo otro; yeso pertenece, sin duda, a su perfil histrico y no es el resultado de una construccin legendaria o creyente. Con Jess se perfila una nueva forma de relacin entre Dios y los hombres, menos escrupulosa y menos pesada, ms generosa y ms confiada. Hay tambin hoy acuerdo en fundamentar esto en la misma conciencia personal que Jess tena de Dios, al que en su oracin llama con un nombre conmovedor y en el que se aprecia un detalle personal que se le reconoce como propio y que marca toda la diferencia. Se trata, sin duda, de una conciencia tan madura y tan interiorizada que fue capaz de resistir con fuerza y sin miedo frente a los defensores de la ortodoxia. Eso fue, en definitiva, lo que condujo a la confrontacin final, en la que le cupo la peor parte, condenado menos por razones de oportunidad poltica, aunque tampoco faltaron, que por la imagen que se haca de Dios, como qued atestiguado en el juicio que se hizo contra l. Sera, pues, un error el apelar tanto a la escasez de testimonios directos como al indiscutible nfasis provocado por la relectura creyente, para poner todo en duda. Jess se incorpora de la manera ms normal del mundo a un periodo que ve alzarse ms de un personaje con la inquietud de conducir a Dios al pueblo de Israel. Al mismo tiempo, una especial continuidad, una especie de perseverancia en los propsitos y en el comportamiento, disea un perfil indiscutible de Jess que tiene sus propios rasgos y que, dentro de su misma sencillez, no depende de la leyenda,

siempre exagerada. Por ltimo, hay que decir que de l se sabe ms que sobre cualquier profeta del Antiguo Testamento y casi otro tanto que sobre muchos personajes clebres de su poca o incluso ms tardos. Se ha podido decir, a este propsito, que sobre la vida de Averroes se sabe menos que sobre la de Jess. Hechos, actitudes y palabras debidamente atestiguados han podido resistir al proceso de legendarizacin. Ciertamente, trazos de ese tipo pueden encontrarse en determinados relatos, pero precisamente stos no se pueden explicar sin el fondo histrico que les ha permitido desarrollarse. Solo se puede crear leyenda donde hay un fondo: nunca se hace un bordado sobre nada. No es tanto la leyenda la que explica la composicin del evangelio, sino que son los hechos los que explican la parte de leyenda. Ni en el plano geogrfico ni en el cronolgico se puede llegar a describir completamente, ni con la precisin ni la certeza requeridas, el desarrollo externo de la actividad de Jess. Los sinpticos, por ejemplo, no mencionan ms que una fiesta de Pascua, lo cual reduce a un solo ao la actividad de Jess, mientras que san Juan menciona tres fiestas de Pascua a lo largo de las correras de Jess, lo cual nos invitara a pensar en dos o tres aos de ministerio. Respecto a los lugares, si es cierto que Jess se desplaza por Palestina y por Jerusaln, queda claro que muchas anotaciones, como en tal casa o sobre tal montaa, etc., deben entenderse como estereotipos literarios. Eso quiere decir que ah no est lo esencial -si es que ha estado alguna vez-, sino en lo que Jess hizo y anunci a lo largo de todo un ministerio que, en definitiva, fue sumamente corto y estuvo condicionado enseguida por enormes tensiones. El episodio de los vendedores echados del Templo es el ms emblemtico y el mejor atestiguado: de l arranca la gran ruptura con las autoridades saduceas y sacerdotales. Este ministerio termina bruscamente al ser arrestado Jess en los alrededores de Jerusaln y al trmino de un proceso formalmente romano bajo Pilatos, procurador romano muy conocido en los anales romanos y que, si parece poco inclinado a condenar a Jess, es famoso por su dureza hasta el punto que, ms tarde, Roma decidi truncar brutalmente su carrera. Proceso tambin judo, a juzgar por ciertas acusaciones elevadas con-

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tra SU pretensin mesinica, en las que la aristocracia saducea tuvo, sin duda, la parte ms importante. Los fariseos, en cambio -cosa sorprendente-, no se cuentan entre los acusadores. El proceso culmina con una condena a muerte por crucifixin, en aplicacin de la Lex Juliae maiestatis. Esta muerte, sin embargo, no signific el final del destino de Jess. Hay algo que merece una atencin especial porque todo lo que Jess hizo y ense (cf. Hch 1, 1) no se derrumbar con su muerte y, a diferencia de otros movimientos reformadores, prosigui en la memoria de los suyos. No es como si, antes incluso de eso que acabar llamndose la Resurreccin, haba ya algo que explicaba, in nuce, virtualmente y casi del todo, la posibilidad y el hecho de la no desaparicin del mensaje de Jess? Puesto que ya existan los motivos que justificaban los desarrollos posteriores, no es cierto que, por ello precisamente, es posible explicar la posibilidad y el hecho de tales desarrollos? Resultan stos comprensibles si se deba formular la hiptesis de que Jess no existi y no tiene ya una consistencia propia? No es esto reconocer que lo que va a seguir, a saber, la emergencia de la identidad dogmtica de Jess, no se puede desconectar de la historia y no es tampoco indigno del historiador, como si se tratase de una violencia de la fe? Nosotros podemos contar con la identidad histrica de Jess.

2. La identidad dogmtica de Jess A pesar de todo, acaso es la identidad histrica de un hombre la nica que le puede o debe determinar? No puede un hombre tener un destino y pertenecer tambin este destino a la historia? y no ocurre esto, ciertamente de manera distinta, aunque no menos real y legtima? Ya que juzgar igualmente las cosas que son desiguales es tan injusto como juzgar desigualmente las cosas que son iguales (Aristteles). La verdadera nocin de historia queda abierta y contiene en s misma la instancia de una interpretacin, puesto que nadie nace slo para s mismo. Sin llegar a decir, con Feyerabend, que los hechos slo aparecen en funcin

de una explicacin dada 7, queda claro que todo acontecimiento est penetrado de un sentido que va siempre ms all de su inmediatez. En todo evento (