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Lynn Picknett | Clive Prince

Cómo el genio del Renacimiento fabricó la Sábana Santa

Hace tres décadas, la datación por carbono de la reliquia cristiana más famosa del mundo reveló de manera concluyente que se trataba de una falsificación medieval o renacentista. Sin embargo, muchas preguntas permanecieron. ¿Cómo pudo un embaucador de hace quinientos años haber creado una imagen que parece tan asombrosamente real? ¿Cómo se formó tal imagen? Y, ¿quién se hubiera atrevido a fingir la Sábana Santa de Jesús?

Lynn Picknett y Clive Prince se dispusieron a responder a estas preguntas y descubrieron que el imitador no era otro que Leonardo da Vinci, cuyas innovaciones son reconocidas por haberse adelantado siglos a su tiempo. También reconstruyeron la técnica secreta de Leonardo, convirtiéndose en los primeros en analizar la imagen de la Sábana Santa.

Esta nueva edición especial completamente actualizada, publicada para conmemorar el 500 aniversario de la muerte de Da Vinci, presenta inéditas y emocionantes evidencias que vinculan la obra de manera incontrovertible con la Sábana Santa.

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INTRODUCCIÓN

El mismo Leonardo da Vinci se hubiera deleitado ante una ironía tan exquisita y perfecta. En agosto de 2005, en la Lincoln Cathedral, cuando la hermana Mary Michael se manifestó en contra de la filmación de El código Da Vinci —basada en el bestseller de éxito de Dan Brown—, la monja católica declaró durante su oración de vigilia de doce horas que «(la película) va en contra de la esencia de aquello en lo que creemos los cristianos», mientras blandía enardecida una fotografía del rostro del hombre que aparece en el sudario de Turín. La ironía reside en que, si estamos en lo cierto —y, naturalmente, creemos que sí—, entonces la imagen que sostenía tan fervientemente cerca de su pecho no era en absoluto la de su amado Jesucristo, sino la de quien fue, a su vez, un personaje polémico: Leonardo da Vinci.

El 13 de octubre de 1988, las pruebas de determinación de antigüedad efectuadas al sudario por el método del carbono 14 revelaron que se trataba de una falsificación de origen medieval o renacentista. No obstante, que se hubiera demostrado que esa extraña y sorprendente imagen había sido trazada por la mano de un hombre no la hacía menos fascinante, sino ¡mucho más!

Existe otra ironía similar en la presentación de reproducciones a tamaño natural de las imágenes frontal y dorsal del sudario en uno de los laterales de la notable iglesia de Saint-Sulpice de París, frente a la capilla de los Ángeles, con los enigmáticos frescos de Eugène Delacroix (de los que también se ha sugerido que contienen mensajes codificados). Resulta que esa iglesia no solo es uno de los escenarios de El código Da Vinci, sino que, además, afirmamos que el sudario es uno de los mayores engaños de Da Vinci, y que su propio código desafía la interpretación de los investigadores indómitos.

La controversia que rodea tanto al libro original de Dan Brown como a la película ha propiciado que el aspecto más conspicuo de Da Vinci —dada su ausencia de los libros de texto y de las historias del arte más reputadas— reciba ahora una atención sin precedentes. Da Vinci (o Leonardo, como debería conocérsele), el herético, el jubiloso, el liante, el irrefrenable codificador, emerge ahora a la luz pública medio milenio después de su muerte, extasiando a incontables millones de personas con lo que podría llamarse sus «artimañas mentales». Como ya había deleitado y consternado a sus coetáneos con demostraciones de sus habilidades de prestidigitador y la pericia de sus manos.

“Una persona que afirmaba pertenecer a la misma sociedad secreta que el maestro nos señaló que solo podía ser obra de Leonardo da Vinci. Ante lo que, en primera

instancia, nos manifestamos escépticos. Sin embargo, tras una intensa búsqueda —y obviando las frustrantes ocasiones en que nos hallamos en vía muerta—,

descubrimos que nuestro informante estaba en lo cierto. ¡La falsificación más famosa del mundo resultaba ser el Leonardo menos conocido!”

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Lynn Picknett y Clive Prince emprendieron una ardua labor de investigación e intentaron reproducir todas las características del sudario de Turín, usando los procedimientos químicos y los instrumentos con los que hubiera contado Leonardo en su época. Manos a la obra, con más entusiasmo que pericia al comienzo, lograron conseguirlo; ¡lo tenían! A pesar de lo específico de sus experimentos y su condición de amateurs absolutos, los resultados obtenidos fueron complacientes: probablemente, no fueron los primeros en reproducir una imagen del sudario en tela usando procesos básicos de fotografía, pero sí fueron los primeros en copiar todas y cada una de sus características.

Algunas de sus conclusiones originales han ido experimentando matices y modificaciones fruto de las subsecuentes búsquedas en áreas más esotéricas, como la red de sociedades secretas heréticas, que incluye a los caballeros templarios, así como algunas formas de francmasonería ocultista y los orígenes de sus aparentemente sacrílegas creencias.

Este libro no es más que una introducción a un mundo mucho más diverso y revelador, que se aborda bien en su secuela: La revelación de los templarios, que posteriormente sirvió de inspiración para Dan Brown en El código Da Vinci. En particular, el conocimiento por parte de los autores de la verdadera naturaleza de la sociedad secreta más controvertida, el Priorato de Sión, ha aumentado más allá de toda expectativa a consecuencia de todo este proceso que protagonizan estas páginas.

A día de hoy, las investigaciones sobre el sudario no cesan. A los autores de este volumen, el destino les puso en sus manos la primera prueba concreta que vinculaba a Leonardo con el sudario turinés. Lo más increíble es que esa prueba llevaba ante sus ojos más de una década hasta que tuvieron conciencia de ella... Este libro representa el inicio de lo que para los autores fue toda una aventura. Esperamos que para los lectores también sea un camino abierto.

“Irónicamente, nos hallamos en el mismo barco que los creyentes, al menos en un aspecto. Nos pareció ofensivo ese desprecio tajante hacia el sudario con el que

muchos se llenaron la boca de la noche a la mañana. Había muchísimas cuestiones que plantearse; máxime cuando se había demostrado que era falso. ¿Qué pensar del efecto negativo? Si la imagen había sido pintada, como parecían señalar las

pruebas del carbono, ¿dónde estaba la pintura? ¿Realmente habían crucificado al hombre que aparecía en la imagen? Si era así, ¿quién fue el infeliz que sirvió de

modelo? Y ¿qué falsificador medieval tuvo la destreza, la inteligencia —y la audacia— de crear una broma tan pasmosa para la posteridad?”

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LA PRUEBA

El carbono 14 es una forma radiactiva del carbono que se produce en la atmósfera superior por la acción de los rayos cósmicos. Lo absorben todos los seres vivos y el índice de absorción se puede detectar en ellos. El índice de absorción es constante durante la vida del organismo. Y cuando este muere, el carbono 14 mengua durante un periodo muy largo y a un nivel constante. El proceso de datación por carbono mide la cantidad de carbono 14 de una muestra; como podemos calcular la cantidad que habría estado presente en el organismo vivo, la diferencia entre esta cifra y la cantidad existente arroja la edad de la muestra.

Tras la aprobación a las pruebas al sudario del papa Juan Pablo II en octubre de 1986, concurrieron a ello tres laboratorios: la Universidad de Arizona (Tucson), el Oxford Research Institute y el Swiss Federal Institute of Technology de Zúrich. El secretismo típico de la Iglesia rodeó la toma de muestras. Pese a que oficialmente fijaron la fecha en el 23 de abril de 1988, se aprovechó la presencia del presidente de la República Italiana en Turín y evitaron la expectación de la prensa cambiando el evento al 21 de abril a las cuatro de la madrugada sin previo aviso. Estaban presentes los presidentes de cada uno de los laboratorios, incluido Teddy Hall, y la operación fue supervisada por Michael Tite, del British Museum Research Laboratory.

Cortaron un fragmento de unos 25 cm2 de uno de los extremos, del que se extrajeron tres muestras que fueron selladas en contenedores especiales y, junto a unas muestras de control, entregadas a cada uno de los representantes de los laboratorios. Asimismo, se realizó una grabación en vídeo de todo el proceso.

Los resultados de la prueba del carbono se hicieron públicos el 13 de octubre de 1988, aunque ya se

habían «filtrado» previamente. La determinación del carbono probó con un 99,9 por ciento de certeza que el sudario se remonta al periodo entre el año 1000 y el 1500, y con un 95 por ciento de certeza que la tela era de entre el 1260 y el 1390.

La sábana santa de Turín era falsa.

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LEONARDO, EL CANDIDATO PERFECTO

Leonardo es el candidato perfecto, acaso también el único, al título de creador del sudario. Pierre Barbet intentó demostrar lo improbable que resultaba que la imagen fuera obra de un hombre y detalló los atributos que hubiera debido reunir este con las siguientes palabras: «Si es obra de un falsificador, tuvo que ser un anatomista, fisiólogo y artista excelente, de una genialidad tan difícil de mejorar que tuvo que estar hecho a medida».

El falsario tenía que ser alguien con dones espectaculares, y cuyo método en este caso era único y tan avanzado a su tiempo que sigue guardando secretos para los especialistas en

arte y los científicos. Tenía que ser una figura innovadora, alguien que viera más allá de la metodología obvia y convencional. Así como un investigador realmente experimentado, que hubiera comprobado de primera mano cómo funcionaba el método de la crucifixión, por ejemplo. Por la misma razón, el falsificador debía poseer conocimientos directos de anatomía.

Efectivamente, si se conciben buenas razones para creer que el sudario de Lirey no es el mismo que se exhibe hoy en Turín, la identidad del creador de este último prácticamente cae por su propio peso. Considérese, además, el notable parecido entre el rostro del propio Leonardo y el del hombre del sudario, y se habrá superado la mera coincidencia.

En marzo de 1993, la revista italiana Oggi publicó una entrevista con la fundadora y presidenta del grupo, Maria Consolata Corti, con el titular siguiente: «¡Gran escándalo! ¡El hombre del santo sudario

es Leonardo!». Corti y sus colaboradores habían reparado en las insólitas similitudes existentes entre Leo-nardo y el hombre del sudario, y sus investigaciones les habían convencido de que, efectivamente, la imagen era un autorretrato. En su opinión, el sultán turco de Constantinopla, Bajezid, le había encargado la confección de la obra.

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LA CONSPIRACIÓN

El propósito de la investigación era mostrar que la alquimia proveyó a Leonardo de los medios. Tal vez, sin embargo, sus medios y sus motivos eran inseparables. Quizás la alquimia no solo le proporcionó los conocimientos con los que fabricar una falsificación ingeniosa e intrépida —cuya falsedad, en definitiva, no pudiera ser detectada en su tiempo—, sino que también pudo ponerle en contacto con una red amplia y secreta de mentes heréticas como la suya.

¿Existen pruebas positivas de que se produjera una sustitución alrededor del año crucial de 1492? Obviamente, cuando se trata de analizar una conspiración en la que pudo estar implicada gente de altísimo nivel, resultaría de lo más improbable que hubiera sobrevivido alguna prueba documental directa —y, evidentemente, no de dominio público—, aunque las hubiera en la época.

Si ocurrió en algún momento, los primeros años de la década de 1490 son el periodo de tiempo más probable en que pudo darse el cambio del sudario. El año 1464 es significativo porque fue entonces cuando los religiosos realizaron los primeros alegatos sobre la autenticidad de la tela. Antes, todo cuanto el sudario había cosechado era un ligero interés y mucha hostilidad. La nueva reivindicación fue obra de un franciscano, Francesco della Rovere —quien posteriormente ascendió hasta convertirse en el papa Sixto IV—, en su tratado On the Blood of Christ,10 aunque nada certifica que tuviera jamás la ocasión de ver el sudario. En el tratado solo menciona brevemente la reliquia, pero dado que su supuesta autenticidad corroboraba sus argumentos teológicos, abrazó la causa entusiasmado. No obstante, el papel que desempeñó en el cambio de suerte del sudario revela indicios de lo más significativos. Se estaba fraguando una conspiración.

¿EL GRIAL O EL SUDARIO?

Las primeras historias sobre el grial no describían la reliquia: podía tratarse de cualquier tipo de objeto. Según las leyendas más duraderas, se trataba de la copa que utilizó Jesús en la última cena y que contuvo su sangre o, en otras versiones, su sudor, y que José de Arimatea trajo a Europa. Currer-Briggs cree que los primeros romances sobre el grial describían en realidad el sudario, que «contuvo» la sangre y el sudor que lo empapó. Los cronistas posteriores presumieron que debía de ser una copa o algún tipo de recipiente similar, y fue así como nació el gran mito.

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SUMARIO

Prefacio

Introducción. Ironía e inspiración

1. Más preguntas que respuestas

2. El veredicto de la historia

3. Teorías

4. Corresponsales

5. El hermano italiano de Fausto

6. La conspiración del sudario

7. Las medidas del hombre del sudario

8. Avances positivos

9. El último testamento de Leonardo

Epílogo. A su imagen: el eslabón perdido Agradecimientos Notas y referencias Bibliografía Créditos de las ilustraciones Índice analítico

SOBRE LOS AUTORES

Clive Prince es un escritor inglés de temática ocultista, conocido por libros como Descifrando el Código Da Vinci (2004). Lynn Picknett es escritora especializada en fenómenos paranormales, lo sobrenatural, los misterios religiosos e históricos, las teorías conspirativas y la pseudohisotria. Ambos escritores británicos han colaborado en una serie de investigaciones de las que han nacido varios bestsellers, entre ellos El enigma de la Sábana Santa y La revelación de los templarios, un libro que el propio Dan Brown reconoció que había sido una de las principales fuentes de inspiración para su novela El código Da Vinci. http://www.picknettprince.com/

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Ficha técnica del libro

EL GRAN SECRETO DE LEONARDO DA VINCI

Clive Prince | Lynn Picknett Ediciones Luciérnaga, 2019

15 x 23 cm.

400 páginas

Cartoné

PVP c/IVA: 19,95 €

A la venta desde el 8 de octubre de 2019

Para más información a prensa:

Lola Escudero - Directora de Comunicación Ediciones Luciérnaga Tel: 91 423 37 11 - 680 235 335 - [email protected]

www.planetadelibros.com

www.edicionesluciernaga.com - @Luciernaga_Ed