Abraham Valdelomar - Los ojos de Judas

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Abraham Valdelomar (1888-1919)Del libro "El caballero Carmelo" (Lima, 1918)

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Los ojos de Judas

Abraham Valdelomar

I

ELpuerto de Pisco aparece en mis recuerdos como una manssima aldea, cuya belleza serena y extraa acrecentaba el mar. Tena tres plazas. Una, la principal, enarenada, con una suerte de pequeo malecn, barandado de madera, frente al cual se detena el carro que haca viajes al pueblo; otra, la desolada plazoleta donde estaba mi casa, que tena por el lado de oriente una valla de touces; y la tercera, al sur de la poblacin, en la que haba de realizarse esta tragedia de mis primeros aos.

En el puerto yo lo amaba todo y todo lo recuerdo porque all todo era bello y memorable. Tena nueve aos, empezaba el camino sinuoso de la vida, y estas primeras visiones de las cosas, que no se borran nunca, marcaron de manera tan dulcemente dolorosa y fantstica el recuerdo de mis primeros aos que as formose el fondo de mi vida triste. A la orilla del mar se piensa siempre; el continuo ir y venir de olas; la perenne visin del horizonte; los barcos que cruzan el mar a lo lejos sin que nadie sepa su origen o rumbo; las neblinas matinales durante las cuales los buques perdidos pitean clamorosamente, como buscndose unos a otros en la bruma, cual nimas desconsoladas en un mundo de sombras; las paracas, aquellos vientos que arrojan a la orilla a los frgiles botes y levantan columnas de polvo monstruosas y livianas; el ruido cotidiano del mar, de tan extraos tonos, cambiantes como las horas; y a veces, en la apacible serenidad marina, el surgir de rugidores animales extraos, tritones pujantes, hinchados, de pequeos ojos y viscosa color, cuyos cuerpos chasquean las aguas al cubrirlos desordenadamente.

En las tardes, a la cada del sol, el viaje de los pjaros marinos que vuelven del norte, en largos cordones, en mltiples lneas, escribiendo en el cielo no s qu extraas palabras. Ejrcitos inmensos de viajeros de ignotas regiones, de inciertos parajes que van hacia el sur agitando rtmicamente sus alas negras, hasta esfumarse, azules, en el oro crepuscular. En la noche, en la profunda obscuridad misteriosa, en el arrullo solemne de las aguas, vanas luces que surgen y se pierden a lo lejos como vidas estriles En mi casa, mi dormitorio tena una ventana que daba hacia el jardn, cuya nica vid desmedrada y raqutica, de hojas carcomidas por el salitre, serpenteaba agarrndose en los barrotes oxidados. Al despertar abra yo los ojos y contemplaba, tras el jardn, el mar. Por all cruzaban los vapores con su plomiza cabellera de humo que se dilua en el cielo azul. Otros llegaban al puerto, creciendo poco a poco, rodeados de gaviotas que flotaban a su lado como copos de espuma y, ya fondeados, los rodeaban pequeos botecillos giles. Eran entonces los barcos como cadveres de insectos, acosados por hormigas hambrientas.

Levantbame despus del beso de mi madre, apuraba el caf humeante en la taza familiar, tomaba mi cartilla e bame a la escuela por la ribera. Ya en el puerto, todo era luz y movimiento. La pesada locomotora, crepitante, recorra el muelle. Chirriaban como desperezndose los rieles enmohecidos, alistaban los pescadores sus botes, los fleteros empujaban sus carros en los cuales los fardos de algodn hacan pirmide, sonaba la alegre campana del cochecito; cruzaban en sus asnos pacientes y lanudos, sobre los hatos de alfalfa, verde y florecida en azul, las mozas del pueblo; llevaban otras en cestos de caa brava la pesca de la vspera, y los empleados, con sus gorritas blancas de viseras negras, entraban al resguardo, a la capitana, a la aduana y a la estacin del ferrocarril. Volva yo antes del medioda de la escuela por la orilla cogiendo conchas, huesos de aves marinas, piedras de rara color, plumas de gaviotas y yuyos que eran cintas multicolores y transparentes como vidrios ahumados, que arrojaba el mar.

II

MIpadre, que era empleado en la aduana, tena un hermoso tipo moreno. Faz tranquila, brillante mirada, bigote prdigo. Los das de llegada de algn vapor vestase de blanco y en la fala rpida, brillante y liviana, en cuya popa agitada por el viento ondeaba la bandera, iba mar afuera a recibirlo. Mi madre era dulcemente triste. Acostumbraba llevarnos todas las tardes a mi hermanita y a m a la orilla a ver morir el sol. Desde all se vea el muelle, largo con sus aspas montonas, sobre las que se elevaban las efes de sus columnas, que en los cuadernos, en la escuela, nosotros pintbamos as:

ffff

xxxxxxx

Pues de los ganchitos de lasefespendan los faroles por las noches. Mi padre volva por el muelle, al atardecer, nos buscaba desde lejos, hacamos seales con los pauelos y l perdase un momento tras de las oficinas al llegar a tierra para reaparecer a nuestro lado. Juntos veamos entonces la procesin de las luces cuando el sol se haba puesto y el mar sonaba ya con el canto nocturno muy distinto del canto del da. Despus de la procesin regresbamos a casa y durante la comida pap nos contaba todo lo que haba hecho en la tarde.

Aquel da, como de costumbre, habamos ido a ver la cada del sol y a esperar a pap. Mientras mi madre sobre la orilla contemplaba silenciosa el horizonte, nosotros jugbamos a su lado, con los zapatos enarenados, fabricando fortalezas de arena y piedras, que destruan las olas al desmayarse junto a sus muros, dejando entre ellos su blanqusima espuma. Lentamente caa la tarde. De pronto mam descubri un punto en el lejano lmite del mar.

Ven ustedes? nos dijo preocupada, no parece un barco?

S, mam respond. Parece un barco

Vendr pap? interrog mi hermana.

l no comer hoy con nosotros, seguramente agreg mi madre. Tendr que recibir ese barco. Vendr de noche. El mar est muy bravo. Y suspir entristecida

El sol se ahog en sangre en el horizonte. El barco se divis perfectamente recortado en el fondo ocre. Sobre el puerto cay la noche. En silencio emprendimos la vuelta a casa, mientras encendan el faro del muelle y desfilaba la procesin de las luces.

As decamos a un carro lleno de faroles que sala de la capitana y era conducido sobre el muelle por un marinero, quien a cada cincuenta metros se detena, colocando sobre cada poste un farol hasta llegar al extremo del muelle extendido y lineal; mas, como esta operacin hacase entrada la noche, slo se vean avanzando sobre el mar, las luces, sin que el hombre ni el carro ni el muelle se viesen, lo que daba a ese fanal un aspecto extrao y quimrico en la profunda obscuridad de esas horas.

Pareca aquel carro un buque fantasma que flotara sobre las aguas muertas. A cada cincuenta metros se detena, y una luz suspendida por invisible mano iba a colgarse en lo alto de un poste, invisible tambin. As, a medida que el carro avanzaba, las luces iban quedando inmviles en el espacio como estrellas sangrientas; y el fanal iba disminuyendo su brillor y dejando sus luces a lo largo del muelle, como una familia cuyos miembros fueran muriendo sucesivamente de una misma enfermedad. Por fin la ltima luz se quedaba oscilando al viento, muy lejos, sobre el mar que ruga en las profundas tinieblas de la noche.

Cuando se colg el ltimo farol, nosotros, cogidos de la mano de mi madre, abandonamos la playa tornando al hogar. La criada nos puso los delantales blancos. La comida fue en silencio. Mam no tom nada. Y en el mutismo de esa noche triste, yo vea que mam no quitaba la vista del lugar que deba ocupar mi padre, que estaba intacto con su servilleta doblada en el aro, su cubierto reluciente y su invertida copa. Todo inmvil. Slo se oa el chocar de los cubiertos con los platos o los pasos apagados de la sirviente, o el rumor que produca el viento al doblar los rboles del jardn. Mam slo dijo dos veces con su voz dulce y triste:

Nio, no se toma as la cuchara

Nia, no se come tan de prisa

III

PAPdebi volver muy tarde, porque cuando yo despert en mi cama, sobresaltado al or una exclamacin, sonaron fras, lejanas, las dos de la madrugada. Yo no o en detalle la conversacin, de mis padres; pero no puedo olvidar algunas frases que se me han quedado grabadas profundamente.

Quin lo hubiera credo! deca pap. T conoces a Luisa, sabes cun honorable y correcto es su marido

No es posible, no es posible! respondi mi madre, con voz medrosa.

Ojal no lo fuese. Lo cierto es que Fernando est preso; el juez cogi al nio y amenaz a Luisa con detenerlo si ella no deca la verdad, y ya ves, la pobre mujer lo ha declarado todo. Dijo que Fernando haba venido a Pisco con el exclusivo objeto de perseguir a Kerr, pues haba jurado matarlo por una vieja cuestin de honor

Y ella ha delatado a su marido? Qu horrible traicin, qu horrible! Y qu cuestin ha sido sa?

No ha querido decirlo. Pero, admrate. Esto ha ocurrido a las cuatro de la tarde; Kerr ha muerto a las cinco a consecuencia de la herida, y cuando trasladaban su cadver se promovi en la calle un gran tumulto, omos gritos y exclamaciones terribles, fuimos hacia all y hemos visto a Luisa gritar, mesarse los cabellos y, como loca, llamar a su hijo. Se lo haban robado!

Le han robado a su hijo?

Sent los sollozos de mi madre. Asustado me cubr la cabeza con la sbana y me puse a rezar, inconsciente y temeroso, por todos esos desdichados a quienes no conoca.

Dios te salve Mara, llena eres de gracia, el Seor es contigo, Bendita eres

Al da siguiente, de maana, trajeron una carta con un margen de luto muy grande y pap sali a la calle vestido de negro.

IV

RECUERDOque al salir de la poblacin, pas por la plazuela que est al fin del barrio del Castillo y empec a alejarme en la curva de la costa hacia San Andrs, entretenido en coger caracoles, plumas y yerbas marinas. Anduve largo rato y pronto me encontr en la mitad del camino. Al norte, el puerto ya lejano de Pisco apareca envuelto en un vapor vibrante, veanse las casas muy pequeas, y los pinos, casi borrados por la distancia, elevbanse apenas. Los barcos del puerto tenan un aspecto de abandono, cual si estuvieran varados por el viento del Sur. El muelle pareca entrar apenas en el mar. Recorr con la mirada la curva de la costa que terminaba en San Andrs. Ante la soledad del paisaje, sent cierto temor que me detuvo. El mar sonaba apenas. El sol era tibio y acariciador. Un ave marina apareci a lo lejos, la vi venir muy alto, muy alto, bajo el cielo, sola y serena como un alma; volaba sin agitar las alas, deslizndose suavemente, arriba, arriba. La segu con la mirada, alzando la cabeza, y el cielo me pareci abovedado, azul e inmenso, como si fuera ms grande y ms hondo y mis ojos lo miraran ms profundamente.

El ave se acercaba, volv la cara y vi la campia tierra adentro, pobre, alargndose en una faja angosta, detrs de la cual comenzaba el desierto vasto, amarillo, montono, como otro mar de pena y desolacin. Una rfaga ardiente vino de l hacia el mar.

En medio de esa hora me sent solo, aislado, y tuve la idea de haberme perdido en una de esas playas desconocidas y remotas, blancas y solitarias donde van las aves a morir. Entonces sent el divino prodigio del silencio; poco a poco se fue callando el rumor de las olas, yo estaba inmvil en la curva de la playa y al apagarse el ltimo ruido del mar, el ave se perdi a lo lejos. Nada acusaba ya a la Humanidad ni a la vida. Todo era mudo y muerto. Slo quedaba un zumbido en mi cerebro que fue extinguindose, hasta que sent el silencio, claro, instantneo, preciso. Pero slo fue un segundo. Un extrao sopor me invadi luego, me acost en la arena, llev mi vista hacia el sur, vi una silueta de mujer que apareca a lo lejos, y mansamente, dulcemente, como una sonrisa, se fue borrando todo, todo, y me qued dormido.

V

DESPERTcon la idea de la mujer que haba visto al dormirme, pero en vano la buscaron mis ojos, no estaba por ninguna parte. Seguramente haba dormido mucho, y durante mi sueo, la desconocida, que tena un vestido blanco, haba podido recorrer toda la playa. Observ, sin embargo, los pasos que venan por la orilla. Menudos rastros de mujer que el mar haba borrado en algunos sitios, circundaban el lugar donde yo me haba dormido y seguan hacia el puerto.

Pensativo y medroso no quise avanzar a San Andrs. El sol iba a ponerse ya, y restregndome los ojos, siguiendo los rastros de la desconocida, emprend la vuelta por la orilla. En algunos puntos el mar haba borrado las huellas, buscbalas yo, adivinndolas casi, y por fin las vea aparecer sobre la arena hmeda. Recog una conchita rara, la ech en mi bolsillo y mi mano tropez con un extrao objeto. Qu era? Una medalla de la Pursima, de plata, pendiendo de una cadena delgada, larga y fra. Examin mucho el objeto y me convenc de que alguien lo haba puesto en mi bolsillo. Tuve una sospecha, la mujer; quise arrojarle, pero me detuve.

Guard la medalla y cavilando en el hallazgo, llegu a casa cuando el sol se pona. Mi curiosidad hizo que callara y ocultara el objeto; y al da siguiente, martes de Semana Santa, a la misma hora, volv. El mar durante la noche haba borrado las huellas donde me acostara la vspera, pero aproximadamente eleg un sitio y me recost. No tard en aparecer la silueta blanca. Sent un violento golpe en el corazn y un indecible temor. Y sin embargo tena una gran simpata por la desconocida que vestida de blanco se acercaba.

El miedo me venca, quera correr y luchaba por quedarme. La mujer se acercaba cada vez ms. Me mir desde lejos, quise irme an; pero ya era tarde. El miedo y luego la apacible mirada de aquella mujer me lo impedan. Acercose la seora. Yo, de pie, quitndome la gorra le dije:

Buenas tardes, seora

Me conoces?

Mam me ha dicho que se debe saludar a las personas mayores

La seora me acarici sonriendo tristemente y me pregunt:

Te gusta mucho el mar?

S, seora. Vengo todas las tardes.

Y te quedas dormido?

Usted vino ayer, seora?

No; pero cuando los nios se quedan dormidos a la orilla del mar, y son buenos, viene un ngel y les regala una medalla. A ti te ha regalado el ngel?

Yo sonre incrdulo; la dama lo comprendi, y conversando, perdido el temor hacia la seora vestida de blanco, cogido de su mano, emprend la vuelta a la poblacin.

Al llegar a la plazuela del Castillo, vimos unos hombres que levantaban una especie de torre de caas.

Qu hacen esos hombres? me pregunt la seora.

Pap nos ha dicho que estn preparando el castillo para quemar a Judas el Sbado de Gloria.

A Judas? Quin te ha dicho eso? Y abri desmesuradamente los ojos.

Pap dice que Judas tiene que venir el sbado por la noche y que todos los hombres del pueblo, los marineros, los trabajadores del muelle, los cargadores de la Estacin, van a quemarlo, porque Judas es muy malo Pap nos traer para que lo veamos

Y t sabes por qu lo queman?

S, seora. Mam dice que lo queman porque traicion al Seor

Y no te da pena que lo quemen?

No, seora. Que lo quemen. Por l los judos mataron a nuestro Seor Jesucristo. Si l no lo hubiese vendido, cmo habran sabido quin era los judos?

La seora no contest. Seguimos en silencio hasta la poblacin. Los hombres se quedaron trabajando y al despedirse la seora blanca me dio un beso y me pregunt:

Dime, t no perdonaras a Judas?

No, seora blanca; no lo perdonara.

La dama se march por la orilla obscura y yo tom el camino de mi casa. Despus de la comida me acost.

VI

ESTUVEvarios das sin volver a la playa, pero el Sbado de Gloria en que deban quemar a Judas, sal a la playa para dar un paseo y ver en la plaza el cuerpo del criminal, pues segn pap, ya estaba all esperando su castigo el traidor, rodeado de marineros, cargadores, hombres del pueblo y pescadores de San Andrs. Sal a las cuatro de la tarde y me fui caminando por la orilla. Llegu al sitio donde Judas, en medio del pueblo, se elevaba, pero le tenan cubierto con una tela y slo se le vea la cabeza. Tena dos ojos enormes, abiertos, iracundos, pero sin pupilas y la inexpresiva mirada se tenda sobre la inmensidad del mar. Segu caminando y al llegar a la mitad de la curva, distingu a la seora blanca que vena del lado de San Andrs. Pronto lleg hasta m. Estaba plida y me pareci enferma. Sobre su vestido blanco y bajo el sombrero aln, su rostro tena una palidez de marfil. Era tan blanca! Sus facciones afiladas parecan no tener sangre; su mirada era hmeda, amorosa y penetrante. Hablamos largo rato.

Has visto a Judas?

Lo he visto, seora blanca

Te da miedo?

Es horrible A m me da mucho miedo

Y ya le has perdonado?

No, seora, yo no lo perdono. Dios se resentira conmigo si le perdonase Usted viene esta noche a verlo quemar?

S.

A qu hora?

Un poco tarde. T me reconoceras de noche? No te olvidaras de mi cara? Fjate bien. Y me mir extraamente. Fjate bien en mi cara Yo vendr un poco tarde Dime, le has visto t los ojos a Judas?

S, seora. Son inmensos, blancos, muy blancos

Dnde miran?

Al mar

Ests seguro? Miran al mar? Te has fijado bien?

S, seora blanca, miran al mar

Sobre la arena donde nos habamos sentado, la seora mir largamente el ocano. Un momento permaneci silenciosa y luego ocult su cara entre las manos. An me pareci ms plida.

Vamos me dijo.

Yo la segu. Caminamos en silencio a travs de la playa, pero al acercarnos a la plazuela donde estaba el cuerpo de Judas, la seora se detuvo y mirando al suelo, me dijo:

Fjate bien en l Me vas a contar adnde mira. Fjate bien Fjate bien.

Y al pasar ante el cuerpo, ella volvi la cara hacia el mar, para no ver la cara de Judas. Pareca temblar su mano, que me tena cogido por el brazo, y al alejarnos me deca:

Fjate adnde mira, de qu color son sus ojos, fjate, fjate

Pasamos. Yo tena miedo. Sent temblar fuertemente a la seora, que me pregunt nuevamente:

Dnde miran los ojos?

Al mar, seora blanca Bien lejos, bien lejos

Ya era tarde. La noche empez a caer y las luces de los barcos se anunciaron dbilmente en la baha. Al llegar a la altura de mi casa, la seora me dio un beso en la frente, un beso muy largo, y me dijo:

Adis!

La noche tena un color brumoso, pero no tan negro como otras veces. Avanc hasta mi casa pensativo, y encontr a mi madre llorando, porque deba salir un barco a esa hora y pap deba ir a despacharlo. Nos sentamos a la mesa. All se oa rugir el mar, poderoso y amenazador. Madre no tom nada y me atrev a preguntarle:

Mam, no vamos a ver quemar a Judas?

Si pap vuelve pronto. Ahora vamos a rezar

Nos levantamos de la mesa. Atravesamos el patiecillo. Mi hermana se haba dormido y la criada la llevaba en brazos. La luna se dibujaba opacamente en el cielo. Llegamos al dormitorio de mi madre y ante el altar, donde haba una virgen del Carmen muy linda, nos arrodillamos. Iniciamos el rezo. Mam deca en su oracin:

Por los caminantes, navegantes, cautivos cristianos y encarcelados

Sentimos, inusitadamente, ruidos, carreras, voces y lamentaciones. Las gentes corran gritando y de pronto omos un sonido estridente, caracterstico, como el pitear de un buque perdido. Una voz grit cerca de la puerta:

Un naufragio!

Salimos despavoridos, en carrera loca, hacia la calle. El pueblo corra hacia la ribera. Mam empez a llorar. En ese momento apareci mi padre y nos dijo:

Un naufragio. Hace una hora que he despachado el buque. Seguramente ha encallado

El buque llamaba con un silbido doloroso, como si se quejara de un agudo dolor, implorante, solemne, fro. La luna segua opacada. Salimos todos a la playa y pudimos ver que el barco haca girar un reflector y que del muelle salan unos botes en su ayuda.

El pueblo se preparaba. Estaba reunido alrededor de la orilla, alistaba febrilmente sus embarcaciones, algunos haban sacado linternas y farolillos y auscultaban el aire. Una voz ronca recorra la playa como una ola, pasaba de boca en boca y estallaba:

Un naufragio!

Era el eterno enemigo de la gente del mar, de los pescadores, que se lanzaban en los frgiles botes, de las mujeres que los esperaban temerosas, a la cada de la tarde; el eterno enemigo de todos los que viven a la orilla El terrible enemigo contra el que luchan todas las creencias y supersticiones de los pueblos costaneros; que surge de repente, que a veces es el molino desconocido y siniestro que lleva a los pescadores hacia un vrtice extrao y no los deja volver ms a la costa; otras veces el peligro surge en forma de viento que aleja de la costa las embarcaciones para perderlas en la inmensidad azul y verde del mar. Y siempre que aparece este espritu desconocido y sorpresivo las gentes sencillas vibran y oran al apstol pescador, su patrn y gua, porque seguramente alguna vida ha sido sacrificada.

An omos el rumor de las gentes del mar. Cuando empez a retirarse, se apagaron los reflectores y el piteo ces. Nadie comprenda por qu el barco se alejaba; pero cuando ste se perda hacia el sur, todo el pueblo, pensativo, silencioso e inmenso, regres por las calles y se encamin a la plaza en la que Judas iba a ser sacrificado. Mam no quiso ir, pero pap y yo fuimos a verle.

Caminamos todo el barrio del Castillo y al terminarlo y entrar a la plazoleta, la fiesta se anunci con una viva luz sangrienta. A los pies de Judas arda una enorme y roja llamarada que haca nubes de humo y que iluminaba por dentro el deforme cuerpo del condenado, a quien yo quera ver de frente.

Pero al verlo tuve miedo. Miedo de sus grandes ojos que se iluminaban de un tono casi rosado. Busqu entre los que nos rodeaban a la seora blanca, pero no la vi. La plaza estaba llena, el pueblo la ocupaba toda y de pronto, de la casa que estaba a la espalda de Judas y que daba frente al mar, salieron varios hombres con hachones encendidos y avanzaron entre la multitud hacia Judas.

Ya lo van a quemar! grit el pueblo. Los hombres llegaron. Los hachones besaron los pies del traidor y una llama inmensa apareci violentamente. Acercaron un barril de alquitrn y la llamarada aument.

Entonces fue el prodigio. Al encenderse el cuerpo de Judas, los ojos con el reflejo de la luz tornronse rojos, con un rojo iracundo y amenazador; y como si toda aquella gente semi-perdida en la obscuridad y en las llamas hubiera pensado en los ojos del ajusticiado, sigui la mirada sangrienta de ste que fue a detenerse en el mar. Un punto negro haba al final de la mirada que casi todo el pueblo seal. Un golpe de luz de la luna ilumin el punto lejano y el pueblo, que aquella noche estaba como posedo de una extraa preocupacin, grit abandonando la plaza y lanzndose a la orilla:

Un ahogado, un ahogado!

Se produjo un tumulto horrible. Un clamor general que tena algo de plegaria y de oracin, de maldicin pavorosa y de tragedia, se elev hacia el mar, en esa noche sangrienta.

Un ahogado!

El punto era trado mansamente por las olas hacia la playa. Al grito unnime sigui un silencio absoluto en el que poda percibirse el nudo manso del mar. Cada uno de los all presentes esperaba la llegada del desconocido cadver, con un presentimiento doloroso y silente. La luna empez a clarear. Deba ser muy tarde y por fin se distingui un cadver ya muy cerca de la orilla, que pareca tener encima una blanca sbana. La luna tuvo una coloracin violeta y alumbr an el cadver que poco a poco iba acercndose.

Un marinero! gritaron algunos.

Un nio! dijeron otros.

Una mujer! exclamaron todos.

Algunos se lanzaron al mar y sacaron el cadver a la orilla. El pueblo se agrup al derredor. Le clavaban las luces de las linternas, se peleaban por verle, pero como all en la orilla no hubiese luz bastante, lo cargaron y lo llevaron hacia los pies de Judas que an arda en el centro de la plaza. Todo el pueblo volva a ella y con l yo cogido siempre de la mano de pap. Llegaron, colocaron en tierra el cadver y ardi el ltimo resto del cuerpo de Judas quedando slo la cabeza, cuyos dos ojos ya no miraban a ningn lugar sino a todos. Yo tena una extraa curiosidad por ver el cadver. Mi padre seguramente no deseaba otra cosa, hizo abrir sitio y como las gentes de mar lo conocan y respetaban, le hicieron pasar y llegarnos hasta l.

Vi un grupo de hombres todos mojados, con la cabeza inclinada teniendo en la mano sus sombreros, silenciosos, rodeando el cadver, vestido de blanco, que estaba en el suelo. Vi las telas destrozadas y el cuerpo casi desnudo de una mujer. Fue una horrible visin que no olvido nunca. La cabeza echada hacia atrs, cubierto el rostro con el cabello desgreado. Un hombre de sos se inclin, descubri la cara y entonces tuve la ms horrible sensacin de mi vida. Di un grito extrao, inconsciente, y me abrac a las piernas de mi padre.

Pap, pap, si es laseora blanca! Laseora blanca, pap!

Cre que el cadver me miraba, que me reconoca; que Judas pona sus ojos sobre l y di un segundo grito ms fuerte y terrible que el primero.

S; perdono a Judas,seora blanca, s, lo perdono!

Padre me cogi como loco, me apret contra su pecho, y yo, con los ojos muy abiertos, vi mientras que mi padre me llevaba, rojos y sangrientos, acusadores, siniestros y terribles, los ojos de Judas que miraban por ltima vez, mientras el pueblo se desgranaba silencioso y unos cuantos hombres se inclinaban sobre el cadver blanco.

Ocultbase la luna