ADELA FERRETO. Las Palabras Perdidas.

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1 LAS PALABRAS PERDIDAS Corría el año 3333, el de los cuatro treses, y ésta es la historia que, zumba, zumbando, con aire de misterio, contaba un super-mosquito-moscón de aquel entonces. En lo de andar oliéndolo todo, metiéndose por todas partes y averiguando chismes, los tales super-moscones no se diferencian mucho de los de ahora, simples mosquitos. A Super Moscón lo rodeaba una nube de zumbadores. –Ssss... les digo que sí, insistía ante un coro de oyentes ssssusurrantes, less digo que sssí. Me encontré la historia en unos papeles viejos, tirados en un basurero. –¿Quién confía en papeles de basurero?, exclamó con desprecio una mosca super-gorda. –¡Nadie!... Todo puede ssser un cuento, si no quieren, ¡no lo cuento! –Anda, Zumbón, cuenta de una vezzz... ¡De tanto esperar hasta la cabeza me zzzumba! –Y a nosotrosss el corazzzón y los ... seisss piess, dijeron los otros moscos súperes. –Bueno, carraspeó Zumbón, sucedió hace mucho tiempo, por ahí del año 2100, o 2200... No, ya sé, fue en el año de los cuatro doses, año de gracia de 2222. –Como quien dice en la prehistoria, sss... comentó la moscona super-gorda. –Había muchos niños... Les pido perdón, se trata de niños... –¡Um m m sss! ¡Qué cuento! –Los niños vivían en una ciudad que no les gustaba; era algo parecida a las de ahora, tal vez con más verde. –¿Parecida a las de ahora y no les gustaba? ¡Increíble! Ssson relimpias, hasta a nosssotros nos cuesssta entrar. –No les gustaba porque estaba llena de murallas y refugios anti-bomba. Era una sola mole de cemento pesada, sólida, dura, sin campo para correr ni jugar. Alrededor casi todo parecía muerto, gris. La gente tenía que usar bozales y bombas de aire purificado para preservarse de la contaminación. Los niños, pues, no podían salir a jugar, a correr, ni a bañarse en piscinas y menos en pozas... La verdad, sólo había pantanos. El agua estaba racionada, aunque no tanto como ahora. ¡Todo era un poco como ahora! –¡Qué niños! ¡Querían coger el cielo! ¡Bañarse en pozas, andar sin bozal, jugar al aire infecto! ¡Vaya locura! –Pues a esos niños del año 2222, no les gustaba la cosa. Parece que habían encontrado un libro viejo y, leyéndolo, averiguaron muchas cosas de los tiempos primitivos, de antes del año 2000. En el libro se hablaba de la naturaleza; de bosques umbrosos y de ríos de aguas límpidas, de bandadas de pájaros volando en el aire transparente, de niños jugando en los campos... Y también de lo que pensaban las gentes. –¿Lo que pensssaban? –Bueno, no estaban tan interesantes, como los de este tiempo, en que desde niños aprenden el Catecismo del Negocio, compendio de la Biblia de las Finanzas, en inversiones, ganancias, dividendos, altas especulaciones... Sabían de eso, ¡claro!, pero todavía pensaban en otras cosas y creían en la lealtad, la confianza, la generosidad, la amistad, el amor... –¡Creían en brujas! ¿Qué significan todas estas palabras? Siempre ando zumbando cuando alguien abre un libro, me gusta enterarme... Nunca he oído pronunciar estos ensalmos. ¿Qué significan?, preguntó la zumbona gorda. –Les aseguro, ¡palabra de super-moscón!, que no lo sé. Aquellos niños tampoco las sabían, pero las hallaron en el libro que leyeron a escondidas y trataron de entenderlas, parecían muy importantes para los antiguos. –¡Entenderlas! ¡Lo que hay que entender es la multiplicación de las ganancias, y basta! –¿Quieres callar? Los niños buscaron en el diccionario. Decía: lealtad: arcaísmo fuera de uso; confianza: arcaísmo fuera de uso, y así las demás palabras.

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De la autora costarricense Adela Ferreto

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LAS PALABRAS PERDIDAS

Corría el año 3333, el de los cuatro treses, y ésta es la historia que, zumba, zumbando, con aire de misterio, contaba un super-mosquito-moscón de aquel entonces. En lo de andar oliéndolo todo, metiéndose por todas partes y averiguando chismes, los tales super-moscones no se diferencian mucho de los de ahora, simples mosquitos.

A Super Moscón lo rodeaba una nube de

zumbadores. –Ssss... les digo que sí, insistía ante un coro de

oyentes ssssusurrantes, less digo que sssí. Me encontré la historia en unos papeles viejos, tirados en un basurero.

–¿Quién confía en papeles de basurero?,

exclamó con desprecio una mosca super-gorda. –¡Nadie!... Todo puede ssser un cuento, si no

quieren, ¡no lo cuento! –Anda, Zumbón, cuenta de una vezzz... ¡De

tanto esperar hasta la cabeza me zzzumba! –Y a nosotrosss el corazzzón y los ... seisss

piess, dijeron los otros moscos súperes. –Bueno, carraspeó Zumbón, sucedió hace

mucho tiempo, por ahí del año 2100, o 2200... No, ya sé, fue en el año de los cuatro doses, año de gracia de 2222.

–Como quien dice en la prehistoria, sss...

comentó la moscona super-gorda. –Había muchos niños... Les pido perdón, se

trata de niños... –¡Um m m sss! ¡Qué cuento! –Los niños vivían en una ciudad que no les

gustaba; era algo parecida a las de ahora, tal vez con más verde.

–¿Parecida a las de ahora y no les gustaba?

¡Increíble! Ssson relimpias, hasta a nosssotros nos cuesssta entrar.

–No les gustaba porque estaba llena de murallas

y refugios anti-bomba. Era una sola mole de

cemento pesada, sólida, dura, sin campo para correr ni jugar. Alrededor casi todo parecía muerto, gris. La gente tenía que usar bozales y bombas de aire purificado para preservarse de la contaminación. Los niños, pues, no podían salir a jugar, a correr, ni a bañarse en piscinas y menos en pozas... La verdad, sólo había pantanos. El agua estaba racionada, aunque no tanto como ahora. ¡Todo era un poco como ahora!

–¡Qué niños! ¡Querían coger el cielo! ¡Bañarse

en pozas, andar sin bozal, jugar al aire infecto! ¡Vaya locura!

–Pues a esos niños del año 2222, no les gustaba

la cosa. Parece que habían encontrado un libro viejo y, leyéndolo, averiguaron muchas cosas de los tiempos primitivos, de antes del año 2000. En el libro se hablaba de la naturaleza; de bosques umbrosos y de ríos de aguas límpidas, de bandadas de pájaros volando en el aire transparente, de niños jugando en los campos... Y también de lo que pensaban las gentes.

–¿Lo que pensssaban? –Bueno, no estaban tan interesantes, como los

de este tiempo, en que desde niños aprenden el Catecismo del Negocio, compendio de la Biblia de las Finanzas, en inversiones, ganancias, dividendos, altas especulaciones... Sabían de eso, ¡claro!, pero todavía pensaban en otras cosas y creían en la lealtad, la confianza, la generosidad, la amistad, el amor...

–¡Creían en brujas! ¿Qué significan todas estas

palabras? Siempre ando zumbando cuando alguien abre un libro, me gusta enterarme... Nunca he oído pronunciar estos ensalmos. ¿Qué significan?, preguntó la zumbona gorda.

–Les aseguro, ¡palabra de super-moscón!, que

no lo sé. Aquellos niños tampoco las sabían, pero las hallaron en el libro que leyeron a escondidas y trataron de entenderlas, parecían muy importantes para los antiguos.

–¡Entenderlas! ¡Lo que hay que entender es la

multiplicación de las ganancias, y basta! –¿Quieres callar? Los niños buscaron en el

diccionario. Decía: lealtad: arcaísmo fuera de uso; confianza: arcaísmo fuera de uso, y así las demás palabras.

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El jefe de los chicos, un rubio llamado Ernesto,

comentó: –¡Qué cosa más rara!, todo lo que en el libro

que leímos dice que es lo mejor, resulta que no se sabe qué significa, ni se puede averiguar, porque el diccionario dice que son arcaísmos y no explica nada.

Le preguntaron entonces al maestro, y les

contestó: –¿Por qué preguntan tanta tontería? Esos deben

ser nombres inventados, no recuerdo haberlos oído nunca, ¡y ni falta que me han hecho!

Los niños estaban cada vez más intrigados. Un

día se acercó a Ernesto una niña, pequeñita, morena, rizada, y le dijo tímidamente:

–Si quieres, vamos. Conozco un duende... –¿Que conoces un duende?, ¿y a dónde vamos a

ir? –No cuentes lo del duende, es peligroso, el

pobre vive muy escondido. Dice que nos puede llevar, que él sabe cómo encontrar las palabras perdidas... ¿Si quieres?...

–¡Querer, quiero!... Ernesto, muy feliz, reunió

la banda de chiquillos y chiquillas y les propuso la "aventura": ir en busca de las palabras perdidas.

¡Aventura! Los pequeños hicieron sus planes

para escapar, el duende les mandaba recados con Asela, la morenita.

No dice en los papeles cómo escaparon... Tal

vez no fue tan difícil; los grandes estaban siempre enfrascados en sus finanzas o preparando guerras con rayos ultra. Los niños se fueron de excursión, pero no a ver plantas atómicas, ni ciclotrones, ni radares, ni centrales de computación, ni radio telescopios, ni plantas energético-solares; todo eso los tenía aburridos a pesar de que ya no eran enormes construcciones, como las primitivas, sino más sencillas y eficaces, casi como las de ahora.

Asela que, ¡no se sabía de dónde había salido!,

los llevó por otro lado. Caminaron un buen rato y por fin llegaron a un grupo de árboles, que nunca antes habían visto, resto de un bosque, al parecer,

muy viejo. La niña silbó suavemente, del hueco de un roble salió Felipín, el duende.

Los chiquillos lanzaron una exclamación; nunca

habían visto, ni en pintura, un ser tan pequeño, tan extraño.

El duende les indicó que hicieran silencio y con

la pequeña Asela los llevó a un lugar oculto entre los grandes troncos. Se sentaron en el suelo, Felipín en el centro.

–Pueden quitarse los bozales, les dijo, y las

bombas de oxígeno, aquí hay buen aire; luego agregó: sé lo que quieren, Asela me lo contó; les ayudaré, pero tienen que prometerme que serán discretos, que no le contarán a nadie que me han visto, que existo. Los amos serían capaces de volar este arbolado con todo y que lo consideran como reliquia de museo.

–Vamos al grano: conozco a la Abuela. –¿La Abuela?, dijo Ernesto, ¿todavía quedan

abuelas? Nos dijeron que era una especie desaparecida.

–No, conozco más de una; las abuelas son mis

amigas. Ésta, que es la abuela de Asela, no vive muy lejos; se oculta en un lugar del Otro Lado, a unas cuantas jornadas de aquí. ¿Quieren verla?

–Me gustaría, contestó Ernesto, pero... Salimos

en busca de las palabras perdidas... –Es ella quien guarda el secreto de las cosas

viejas, de todo lo perdido. Es la Abuela de los cuentos.

–¿Y Asela? –Pues Asela es la niña de los cuentos. ¿Vamos? –Vamos. Y así se pusieron en camino para ir al Otro

Lado, a unas pocas jornadas, en busca de la Abuela de los Cuentos que guardaba todos los secretos buenos.

Casi en seguida, se encontraron al borde de un

barranco, que bajaron a gatas y que comunicaba con

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una especie de túnel por el que siguieron bajando y bajando.

–¿Éste es el túnel que conduce al centro de la

Tierra?, preguntó Marcos, uno de los niños. Felipín no contestó, tal vez no oyó la pregunta

porque estaba sacando de su mochila una especie de hongos que repartió, como cena, entre los viajeros; a todos les pareció una vianda muy delicada. Bebieron agua de un chorro que saltaba de la roca. ¡Agua pura!, dijo el duende.

Como estaban cansados y con sueño, se

acurrucaron a dormir. Despertaron lejos del túnel, en una gran

explanada cubierta de hierba florida, poblada de árboles cargados de frutas. Por un cielo despejado ascendía un sol tibio y brillante que hacía resplandecer el campo.

En el centro de la explanada había una choza de

madera, con techo de teja, ventanita con cortinas de gaza y puerta labrada. ¡La choza de los cuentos!

Los chiquillos la contemplaron estáticos.

Felipín, el duende, llamó: –¿Se puede? –¡Entra, que entren todos, los estaba esperando! La Abuela, sentada en su poltrona, con los

anteojos medio caídos sobre la nariz, los ojillos alegres, las mejillas sonrosadas y una sonrisa tierna y acogedora en los labios, les tendió los brazos.

Los chiquillos se precipitaron como si siempre

lo hubieran hecho y la cubrieron de besos, que ella les devolvió con ternura.

–¡Qué tibia!, ¡qué suave eres! Abuela, tienes

una suavidad que se mete en el corazón, dijo Malena, una de las niñas más pequeñas del grupo, acurrucándose en su regazo.

–Es la tibieza del amor, su suavidad, dijo la

Abuela. –¡Es amor!, murmuraron los niños como en

sueños.

La Abuela agregó: –Sé que buscan las palabras perdidas; han

hallado un vislumbre de la primera: ¡Amor! El amor llena el mundo, para comprenderlo, no alcanza una vida... Ustedes verán: en él caben todas las palabras bellas, buenas; las palabras que alientan la vida y unen a las criaturas. ¡Bondad es amor!, ¡belleza es amor!

En eso cantó un pajarillo, otros, le respondieron.

Los niños escucharon inmóviles, en profundo silencio.

–¿Qué es eso?, preguntó Ernesto. –Son pájaros, cantan. Están alegres, dijo Asela. La Abuela agregó: –Le cantan al amor... Vengan, vean danzar a las

mariposas sobre las corolas recién abiertas; a las abejas que liban miel, a las libélulas, a los abejorros; vean mil flores y mil brotes expandirse a los rayos del sol, todos festejan la vida y el amor, ¡es Primavera!

Los chiquillos habían salido fuera y, cogidos de

la mano, cantaban en coro como si no hubieran hecho otra cosa en su vida:

A la rueda rueda, Si me das la mano rueda del Amor, con fiel corazón, si me das la mano con lealtad de amigo te la daré yo. te la daré yo. Aquel día aprendieron muchas de las palabras

perdidas; y con la Abuela en su jardín o junto a la lámpara, en las veladas, fueron aprendiendo las demás. En el Jardín aprendían en el Libro de la Vida; por las noches, la Abuela les contaba cuentos.

–Los cuentos acaban de enseñar cómo es el

amor, en ellos encontrarán todas las palabras perdidas, les decía la viejecita.

Les contó "El príncipe feliz y el gigante

egoísta", "La Sirenita", "La historia de una madre", "La reina de las nieves", "Cenicienta", "La bella y la bestia", "El rey del río de oro", "El cuento de Navidad", "El Niñito de Belén" y muchos otros llenos de encanto y belleza. Y también los que hacían reír, con sonoras risas: los de los tontos vivos y los vivos

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tontos, los de Tío Conejo, Epaminondas y Charbarcha, el que apostó con el diablillo; y ¡qué se yo!, leyendas y milagros... ¡La Abuela se sabía todos los cuentos del mundo!

Y cuando llegó la hora de regresar, lo niños se

negaron a hacerlo. –Abuela, nos queremos quedar... –¿Y vuestros padres? –No tenemos padres, nacimos en una probeta.

Tú eres nuestra Abuela y nos has enseñado el amor y todas las palabras perdidas, las bellas palabras que no conocíamos. Eres lo mejor que tenemos. ¡Déjanos contigo!

Felipín, el duende, le guiñó un ojo lloroso a la

Abuela; ella dijo: –Pueden quedarse. –¡Hurra!, exclamaron los niños abrazando a la

Abuela.

Se quedaron a vivir en el mundo del Otro Lado, el que está al revés de éste.

El buen Juan de los cuentos, les hizo casitas de

cuento con ventanas, con cortinitas de gaza y puerta labrada; y una escuela en la que todos los libros eran de cuentos, hasta los de ciencia; y en donde los números apenas se asomaban un poquito, como para contar quedó y jugar suela: ¡Uno, dos, tres, queso!

Cuando crecieron, los chicos se casaron con las

chicas y fundaron un pueblo muy feliz que nunca olvidó el significado de las palabras del amor, ni supo de guerras. Un pueblo al Otro Lado, en donde siempre se cantaba:

"Dame la mano, como una sola y te amaré, flor seremos, dame la mano como una flor y me amarás, y nada más".

Adela Ferreto.