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Adrienne L. Martín Stanford University DESNUDO DE UNA TRAVESTÍ, O LA 'AUTOBIOGRAFÍA 1 DE CATALINA DE ERAUSO Los intersticios del siglo XVII ofrecen la singular narración de una mujer que cuenta su vida vestida de hombre; en 1992 su historia se convierte en otredad, género, transgresión, travestismo. Sin duda, en los entretelones de los más de trescientos años de su recepción, se le ha puesto a este texto diferentes disfraces, algunos de los cuales quiero develar aquí. Retomemos entonces lo que Barthes llamaría sus biografe- mas. La historia de la vida de Catalina de Erauso, llamada la "monja alférez," desafía nuestra credulidad a cada momento. Según ella misma relata en su presunta autobiografía, Catalina nace en 1592 en una familia acomodada de San Sebastián. 1 Desde los cuatro a los quince años es internada en el convento dominicano de San Sebastián el Antiguo, de donde se fuga antes de profesar. Se corta el cabello y se viste de hombre, disfraz que utilizará hasta el fin de sus días. Durante tres años deambula picarescamente por España, sirviendo de paje a varios amos. Desde esta temprana edad se aficiona a la vida vagabunda y aventurera sin rumbo fijo: "sin saberme yo qué hacer ni á dónde ir, sino dejarme llevar del viento como una pluma" (8). A los dieciséis años (1603) se traslada a América, donde permanecerá durante los siguientes veintiún años, trabajando primero de tendero, y luego militando como soldado en las guerras de la Conquista en Perú y Chile. Se distingue por su valor, sangre fría e intrepidez y es nombrada alférez —de allí el apelativo "monja alférez"— por su heroicidad en la batalla de Paicabí (Chile). Al relatar su vida castrense, los valores que demuestra Catalina son mayormente bélicos, con una agresividad que se manifiesta constante- mente en altercados violentos en casas de juego, al cual era muy aficionada. Muchos son los momentos en que tiene que defender su honra con la espada, hiriendo o matando a varios contrincantes (entre ellos supuestamente su propio hermano). La mayoría de las veces logra escaparse de la justicia, acogiéndose frecuentemente al derecho de asilo en alguna iglesia. En otras ocasiones le falla la suerte y es encarcelada. Hacia 1622 es detenida por haber matado a otro hombre en una casa de juego. En vista de las graves heridas que sostuvo en la pendencia, y sin

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DESNUDO DE UNA TRAVESTÍ,O LA 'AUTOBIOGRAFÍA1 DE CATALINA DE ERAUSO

Los intersticios del siglo XVII ofrecen la singular narración de unamujer que cuenta su vida vestida de hombre; en 1992 su historia seconvierte en otredad, género, transgresión, travestismo. Sin duda, en losentretelones de los más de trescientos años de su recepción, se le hapuesto a este texto diferentes disfraces, algunos de los cuales quierodevelar aquí. Retomemos entonces lo que Barthes llamaría sus biografe-mas.

La historia de la vida de Catalina de Erauso, llamada la "monjaalférez," desafía nuestra credulidad a cada momento. Según ella mismarelata en su presunta autobiografía, Catalina nace en 1592 en una familiaacomodada de San Sebastián.1 Desde los cuatro a los quince años esinternada en el convento dominicano de San Sebastián el Antiguo, dedonde se fuga antes de profesar. Se corta el cabello y se viste de hombre,disfraz que utilizará hasta el fin de sus días. Durante tres años deambulapicarescamente por España, sirviendo de paje a varios amos. Desde estatemprana edad se aficiona a la vida vagabunda y aventurera sin rumbofijo: "sin saberme yo qué hacer ni á dónde ir, sino dejarme llevar delviento como una pluma" (8). A los dieciséis años (1603) se traslada aAmérica, donde permanecerá durante los siguientes veintiún años,trabajando primero de tendero, y luego militando como soldado en lasguerras de la Conquista en Perú y Chile. Se distingue por su valor,sangre fría e intrepidez y es nombrada alférez —de allí el apelativo"monja alférez"— por su heroicidad en la batalla de Paicabí (Chile).

Al relatar su vida castrense, los valores que demuestra Catalina sonmayormente bélicos, con una agresividad que se manifiesta constante-mente en altercados violentos en casas de juego, al cual era muyaficionada. Muchos son los momentos en que tiene que defender suhonra con la espada, hiriendo o matando a varios contrincantes (entreellos supuestamente su propio hermano). La mayoría de las veces lograescaparse de la justicia, acogiéndose frecuentemente al derecho de asiloen alguna iglesia. En otras ocasiones le falla la suerte y es encarcelada.Hacia 1622 es detenida por haber matado a otro hombre en una casa dejuego. En vista de las graves heridas que sostuvo en la pendencia, y sin

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duda para evitar el castigo que la amenazaba, Catalina confiesa su sexo,y su virginidad, al Obispo de Guamanga. Vuelve eventualmente aEspaña, donde solicita y Felipe IV le concede una pensión por serviciosprestados. Se marcha a Roma y recibe dispensación del Papa para seguirsu vida en hábito de hombre. La narradora termina abruptamente surelación en Ñapóles en 1626, pero se sabe por documentos conservadosde la historia empírica que volvió a América en 1630 y se estableciócomo arriero en Veracruz hasta su muerte en 1648 o 1650.

El retrato que le hizo el pintor Francisco Pacheco en Sevilla, antes deque volviera definitivamente a América (reproducida en Ferrer), parececaptar la esencia de esta enigmática figura, descrita en aquellos años porPedro de la Valle como sigue:

Es de estatura grande y abultada para mujer, bien que por ella noparezca no ser hombre... De rostro no es fea, pero no hermosa, y sele reconoce estar algún tanto maltratada, pero no de mucha edad. Loscabellos son negros y cortos como de hombre, con un poco de melenacomo hoy se usa. En efecto, parece más eunuco que mujer; viste dehombre á la española; trae la espada bien ceñida, y así la vida; lacabeza un poco agobiada, más de soldado valiente que de cortesanoy de vida amorosa. Sólo en las manos se le puede conocer que esmujer, porque las tiene abultadas y carnosas y robustas y fuertes,bien que las mueve algo como mujer. (Ferrer 126-127)

Es interesante notar aquí cómo Catalina se desvía de la norma ideali-zante para la mujer vestida de hombre en la literatura, ya que esta sueledeslumhrar con su belleza, a pesar del hábito masculino. Pero en fin,¿quién era y por qué debe importarnos?

Para la literatura del diecisiete, decididamente normativa respecto ala masculinidad, se nos revela aquí la existencia de un módulo quepermite la revisión de las transgresiones de ese canon. Tanto la"autobiografía" como el pedimento de la monja alférez a Felipe IV,2

revelan la construcción cuidadosa de una identidad positiva y netamentemasculina acorde con el patriarcalismo del momento. Fueran lo quefueran los subterfugios psicológicos de Catalina para lanzarse a la vidamasculina, en su pedimento explica que había ido a América "en hábitode varón por particular inclinación que tuvo de ejercitar las armas endefensa de la fe católica, y emplearse en servicio de V.M., sin que en el

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dicho reino de Chile todo el tiempo que asistió fuese conocida sino porhombre..." (Ferrer 135). Pisa, entonces, cuidadosamente la cuerda floja delas expectativas genéricas (de sexo y tipo literario) de crónicas delmomento, como las de Bernal Díaz del Castillo, el Inca Garcilaso de laVega y otros. Pero evidentemente, todos sus méritos resultan sermasculinos ya que los femeninos no tienen cabida en la vida aventureraque se forjó. Dice el Pedimento: "[F]ue con particular valor resistiendoá las incomodidades de la milicia como el mas fuerte varón, sin que enacción ninguna fuese conocida sino por tal" (Ferrer 136). Y como paraapadrinar su causa, Catalina respalda su pedimento recordándole al reylos servicios prestados por su padre y hermanos como soldados.

Termina recomendando ser premiada debido a su largo expedientede servicios, sus actos de valentía, la excepcionalidad de su discurso(sensu strictu), su nobleza y "mas por la singularidad y rara limpieza conque ha vivido y vive" (Ferrer 138). Lo que aparece en el expediente comouna breve apostilla, es de máxima importancia: su virginidad. Catalinaastutamente deja constancia del sirte qua non para la mujer de entonces:la castidad. Su condición de virgen le exime efectivamente de recibir lapena correspondiente a sus varias transgresiones.

Tan importante como la autorepresentación de Catalina como hombreo cuando menos mujer masculinizada, es el hecho de que fue tratadasiempre como hombre por los demás. Aún conocida ya su verdaderaidentidad en América y en España, se le trató y en varios documentosde la época se le cita como varón, dando en cierto modo carácter oficialy público a su presunta masculinidad.3 Por ejemplo, aunque Catalina esnombrada como hija en el testamento del padre (1611), en el de la madre(1622) se incluye entre los hijos bajo el nombre que usaría durante elresto de su vida, Antonio de Erauso.4 Por último, su apodo de "monjaalférez" incorpora un decidido oxímoron y las muchas cartas derecomendación que apoyan su pedimento insisten en su valor y lacorrección de su comportamiento viril. Pero, ¿por qué no se haproblematizado más allá del hombre o mujer de papel, por qué no esesto algo más que una comedia de enredos?

Un aspecto desatendido de la composición psicológica de Catalina deErauso es su probable lesbianismo. En su estudio de los datospsicológicos y fisiológicos de la monja alférez, el Dr. Nicolás Leónrecuerda que "Catalina jamás tuvo inclinación a los hombres, amistadestrecha o marcada simpatía por ellos. Por el contrario, le agradaban las

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mujeres, pero las de 'buenas caras.'"5 Vallbona interpreta su costumbrede entrar en el coqueteo para retractarse en el momento de consumar elacto como sigue: "Subyace en toda esta pose una serie de signos queconnotan una complacencia lesbiana reprimida por la protagonista hastaen el discurso narrativo (palabras referidas a sí misma) debido al peligroque corría si en aquellas circunstancias se llegaba a descubrir su sexo."6

La autobiografía relata la tensión que supone Vallbona en variosepisodios de clara trascendencia homoerótica. El más evidente ocurre enLima cuando una doncella cuñada del amo de Catalina, el mercaderDiego de Solarte, se enamora de él/ella. Solarte las sorprende juntas,Catalina acostada en las faldas de la doncella, "andándole en las piernas"(24). Erauso es despedida y su solución al dilema es típica y romántica-mente masculina al perderse una relación sentimental: se inscribe comosoldado y se marcha a la guerra, ya que "era [su] inclinación á andar yver mundo" (25).

Pero lo que ha sido más difícil contextualizar para la crítica es porqué en su propia autobiografía Catalina de Erauso se atreve a contar loque eran para el momento histórico desvíos contra natura, que si sehubieran dado a conocer, le habrían podido ocasionar graves problemas.Lo que hay que recordar aquí es que el lesbianismo no existía en laépoca como categoría sexual, y menos social. Sí existía, en cambio, lacategoría de sodomita, que cubría hombres y mujeres. Pero el castigopara la mujer fue siempre más liviano que el para hombres. Aunque laglosa de 1565 a las Siete partidas estipulaba la pena de muerte por actoscontra natura cometidos por hombres y mujeres, pocas de estas fueroncondenadas por actos sodomíticos, a menos que utilizaran algúnutensilio fálico.7

Lo interesante es que durante su vida no hubo pruebas ni denunciasde transgresión sexual contra Catalina. Por lo menos, no se registraninguna en la documentación conservada. Su sexualidad es obliterada,y si se la interpreta no es como lésbica sino reticentemente como unintento de ella por hipermasculinizarse. Por ejemplo, en una castísimanota al texto, Ferrer prefiere ignorar las implicaciones homoeróticas dela escena con la cuñada del mercader Solarte, prefiriendo interpretar "elcapricho [de Catalina] de enamorar doncellas" así: "séase porque llegó ahacerse ilusión que era hombre, ó ya sea que se valía de este ardid pararecatar más á las gentes su verdadero sexo" (24).

Uno bien podría preguntarse por qué Catalina de Erauso nunca sufrió

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ningún castigo por adoptar el hábito masculino. Recuérdese que eltravestismo fue prohibido tanto por la ley canónica como por la civil.8 ElAntiguo Testamento explicita "No llevará la mujer vestidos de hombre,ni el hombre vestidos de mujer, porque el que tal hace es abominacióna Yahvé, tu Dios" (Deuteronomio 22.5). A pesar de estas proscripciones,la ejemplaridad de Catalina en la esfera militar probablemente pesabamás que su transgresión en el atuendo. Esta percepción se fortalece mássi se consideran las varias recomendaciones de sus superiores y el hechode que provenía de una familia hidalga que había sacrificado otros hijosvarones al servicio de la corona. De hecho, Catalina fue una celebridad,una heroína que se vio transformada en figura legendaria en los corralesmadrileños contemporáneos por el comediógrafo Montalbán. En fin,difícilmente podría aplicársele las leyes que regían al vulgo a una mujerfestejada por la alta jerarquía eclesiástica en Roma y que gozaba de lasimpatía del pueblo y del rey como heroína guerrera de América. Peroesta "aceptación" no era una clarividencia del siglo diecisiete sino másbien una manera de coaccionar cualquier capacidad del ser humano alservicio del estado.

Es posible entonces ir contra la corriente hermenéutica actual ypostular que las travestidas pueden considerarse, en cierto sentido, entrelas primeras feministas. Según ha apuntado Lillian Faderman, aunquemudas, y sin ninguna ideología formulada para expresar sus conviccio-nes, éstas veían el papel de la mujer como aburrido y estrecho. Ansiabanampliarlo, y la única manera de cambiar ese papel en su día fue hacersehombre. Sólo en hábito masculino convincente podían reclamar para sílos privilegios generalmente acordados a los hombres de su clase. Eltravestismo debió ser una tentación o, a lo menos, una fantasía favoritapara muchas jóvenes aventuradas que entendían que como mujer podíanesperar poca latitud o libertad en su vida.9 Por cierto, cabe preguntarsepor qué querría una mujer hacerse hombre. Desgraciadamente, elcondicionamiento histórico de las mujeres templa cualquier proyecciónsobre el asunto hecha desde nuestro momento de lectura contemporáneo.

En su reciente estudio del travestismo, Marjorie Garber afirma que loscríticos miramos a través del travestido (para ella, este significa principal-mente el hombre que se viste de mujer y le dedica muy poca atencióna la mujer vestida de hombre) en vez de a él mismo para determinar susexo "verdadero" y así colocarlo en una de las dos categorías tradicio-nales: femenino o masculino, hombre o mujer.10 En su libro procura ver

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al travestido como tal, como significante de un espacio de posibilidadque confunde las categorías, tanto sexuales como culturales. En otraspalabras, para Garber, el travestido cuestiona y desestabiliza el binarismoy representa una crisis de la categoría misma. La indeterminación sexualcuestiona el orden social y el travestido es indicador de una crisis. ¿Peroocurre este cuestionamiento si no sabemos que se trata de un travestido?Al bajar esta teoría a la tierra, al enfrentarla a una realidad histórica,surgen dudas. Porque a fin de cuentas, ¿qué crisis proporciona untravestido si no lo reconocemos como tal? En el terreno de la realidadnunca vemos un travestido, nunca observamos un ser andrógino sino unapersona de determinado sexo imitando el otro. Lo que interesa esprecisamente el enigma o lo convincente que es la persona que hace laimpersonación. Y, claro está, cuando se trata de épocas pasadas cuandolos códigos genéricos y sexuales eran muy diferentes a los de hoy,también interesan las motivaciones y posible beneficios.

El caso de Catalina de Erauso no es aislado, fueron muchas lasmujeres en Europa que vivieron años, si no toda su vida, en hábito dehombre, frecuentemente sin ser descubierto su verdadero sexo hastadespués de muertas. Los casos confirmados no son otra cosa que laepidermis del asunto, ya que naturalmente los que se han documentadoson aquéllos en que las mujeres han sido descubiertas, muchas veces alcortejar o casarse con otras mujeres. Y los casos más detallados podríanfácilmente ser los más atípicos.

Un dato revelador es que la mayoría de los casos que han investigadoDekker y van de Pol en su reciente estudio del travestismo femenino,son de marineros o soldados. Dicen los autores que hasta el siglodiecinueve, por toda Europa se encontraban mujeres entre los muertosen muchos campos de batalla.11 Así es como muchas fueron descubiertas.Un gran número de jóvenes prófugas abandonaban hogar y país paravivir al margen, infiltrándose indiscernibles en grupos de adolescentesmasculinos en barcos o ejércitos. Y todo esto dentro de la estrictadiferenciación entre los sexos (en ropa y comportamiento) de latemprana época moderna. La mujer travestida no es, entonces, unarareza histórica ni mero cliché literario o teatral, sino parte de unatradición afianzada hondamente. El travestismo femenino ofrecía unaopción real y viable para escapar de la pobreza y de circunstanciasdifíciles o, simplemente, para librarse de los confines rigurosamentemantenidos del sexo femenino.

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Catalina de Erauso es, por lo tanto más que una curiosidad crítica. Suimportancia reside, quizás, en hacer realidad la figura literaria de lamujer varonil. De alguna manera probó que una mujer podría sersoldado, conquistador, comerciante y mantener una vida independiente.Catalina asumió los códigos exteriores del patriarcado, pero éste estabatan obsesionado por ellos que no captó la facilidad con que Catalinahabía subvertido la exterioridad que lo definía. Pero, si se libró delcontrol masculino, no se libró de otro confín, la sexualidad. Su virgini-dad, debidamente constatada por Iglesia y Rey, fue lo que la protegió delcorrespondiente castigo civil y eclesiástico. Fue ésta la que, junto con suparadójica "virilidad," la avaló como buena ciudadana de la corona.Mientras "pasaba" como hombre, no alteró el orden social. Y para hacerlorecibió la licencia más alta posible de los patriarcas —el permiso papal yreal. En realidad, se le hizo miembro de honor del sexo masculino.

Notas

1 Historia de la monja alférez, escrita por ella misma, e ilustrada con notas ydocumentos, ed. de Joaquín María de Ferrer (París: Julio Didot, 1829); citoparentéticamente de esta edición. La historia editorial de las memorias de lamonja alférez es complicada. Se supone que Catalina de Erauso las escribieraen Madrid, poco antes de su vuelta definitiva a América. La motivación muyposiblemente sería un intento de respaldar su pedimento al rey con unarelación de sus servicios como soldado en América, petición que comosabemos fue concedida en 1626. Hasta la fecha no ha aparecido ejemplar deuna presunta edición de la época. Sí existe, sin embargo, la huella de unmanuscrito. En su "Historie Reality and Fiction in "Vida y sucesos de lamonja alférez," tesis doctoral de Middlebury College (1981), Rima-GretchenR. Vallbona provee los detalles de la historia del texto. Su edición crítica delmanuscrito que le sirvió de base a Ferrer me llegó en el momento de entregareste texto. Un breve cotejo indica varias revisiones y adenda que enriquecenel texto de 1981. Véase Vida i sucesos de la Monja Alférez: Autobiografía atribuidaa Doña Catalina de Erauso (Tempe, Arizona: Center for Latin AmericanStudies, Arizona State University, 1992).

2 "Espediente relativo á los méritos y servicios de Doña Catalina de Erauso,que se halla en el archivo de Indias de Sevilla" (1626). Recopilado en Ferrer135-138.

3 Luis de Castresana, Catalina de Erauso: la Monja Alférez (Madrid: AfrodisioAguado, 1968) 82.

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4 José Berruezo, ed., Historia de la Monja Alférez Doña Catalina de Erauso, escritapor ella misma (Pamplona: Editorial Gómez, 1959) 21.

5 Dr. Nicolás León, Aventuras de la Monja Alférez (México: Complejo EditorialMexicano, 1973) 126.

6 Rima-Grethen R., Vallbona 299, n. 2.7 Judith C. Brown, Immodest Acts: The Life ofa Lesbian Nun in Renaissance Italy

(New York & Oxford: Oxford University Press, 1986) 134.8 Brown, 134.9 Lillian Faderman, Surpassing the Love ofMen (New York: William Morrow &

Cov 1981) 61.10 Vested Interests: Cross-Dressing and Cultural Anxiety (New York & London:

Routledge, 1992).11 Rudolph M. Dekker y Lotte van de Pol, The Tradition ofFemale Transvestism

in Early Modern Europe (Basingstoke, Hampshire: Macmillan Press, 1989) 22.