Afrodita Celeste en Los Templos de Cobre

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1 Afrodita celeste en los templos de cobre Francisco Bermúdez Guerra

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Afrodita celeste

en los templos de

cobre

Francisco Bermúdez Guerra

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A la memoria de mi mamá y de mi papá.

A mis alumnos.

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“Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado.”

William Shakespeare

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Capítulo 1

Ariadna depositó unas flores sobre el ataúd de su padre. Caminó lentamente, con

elegancia; iba vestida de negro, guardando un luto riguroso. Todo quedó en

silencio, la concurrencia fijó sus ojos en ella. Ni el Presidente, ni sus ministros se

atrevieron a interrumpirla, estaban apesadumbrados y con profunda emoción

colocaron su mano derecha sobre el pecho. Había muerto un patriota, el mejor

diplomático del país. Su deceso había ocurrido en la China, su automóvil había

chocado contra un tractor, y la muerte le llegó de inmediato. Una mujer también

murió en el accidente, se trataba de la secretaria personal del Embajador, y

también de su amante. Ariadna adoraba a su padre, había seguido todos sus

consejos, incluso, el de estudiar diplomacia. Y yo, la amaba a ella. La había

conocido meses antes, en la Escuela. Era delgada, de rasgos finos, cabello negro,

nariz puntiaguda, y ojos expresivos. Su fisonomía le confería un aspecto elegante.

Era inteligente, inteligentísima; rápidamente había logrado el primer lugar dentro

del ranking de los mejores alumnos de la clase. Hablaba varios idiomas, y tocaba

el piano como nadie. Mi querida Ariadna. En un principio no nos llevamos bien, me

pareció una chica muy antipática, orgullosa, y soberbia; interrumpía a los

profesores con frecuencia, e incluso los corregía. Era la hija del Embajador, todos

estaban pendientes de ella. A diferencia de su familia, la mía era normal, mi padre

era gerente bancario y mi madre se desempeñaba como abogada. En cambio,

Ariadna parecía moverse en la aristocracia, en los salones de la alta sociedad, en

los clubes sociales, en los restaurantes carísimos. Todo cambió un día; ella

presumía de manejar su propio automóvil, yo me transportaba en bus, sin

embargo, por alguna extraña razón, a la salida de la Escuela, su carro tropezó

contra una camioneta que llevaba niños con problema de síndrome de down en su

interior. Ariadna iba conduciendo a una velocidad que no se podría considerar

como anormal o alta, en cambio, la camioneta sí parecía ir bastante rápido. Se

chocaron de frente. No hubo heridos, la cosa no pasó a mayores, pero Ariadna

estaba muy nerviosa.

-¿Qué dirá mi mamá?- le preguntaba al asustado conductor de la camioneta-.

¡Tengo permiso para conducir desde hace un año!

Ella batía sus manos en la cara del sujeto. Había como seis niños adentro del otro

vehículo, todos parecían estar sorprendidos, ninguno lloraba.

-¡Disculpe señorita, no la vi! ¡Se lo aseguro!- decía el hombre, adentrado en años.

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Yo lo había observado todo. Era testigo presencial de primera mano. Me quedé

como una estatua mirando el espectáculo, aunque otra gente también lo hizo.

-¿Es estúpido? ¡Invadió mi carril! ¡Yo iba por la derecha, y usted…!

El conductor, quien contaba con una prominente barriga, volvió a su carro y sacó

una billetera. Sacó un dinero, aunque no alcancé a detallar el monto. Trató de

entregarle los billetes a Ariadna. Ella reaccionó con violencia.

-¿Trata de sobornarme? Fuera de eso, esto no alcanza para arreglar mi carro,

¡mire cómo lo ha dejado!- ella estaba fuera de sí, enardecida, su rostro pálido

adquirió una tonalidad rosácea.

El chofer de la camioneta sacó otros billetes y los volvió a ofrecer. Los niños con

síndrome de down no reaccionaban, estaban impávidos.

-¡Voy a esperar a la policía!- dijo Ariadna, y empezó a digitar unos números en su

teléfono móvil. De pronto, se quedó mirándome fijamente.

-¡Señorita, por favor! ¡No puedo tener problemas con el Tránsito! ¡Necesito este

empleo!- dijo el hombre de barriga prominente.

Ella lo ignoró y se acercó hasta el andén para hablar con privacidad. No alcancé a

escuchar nada de lo que decía. Ella me estaba dando la espalda. Una vez acabó la

conversación, se volteó de repente.

-¿Tú viste todo, no es así?- preguntó, señalándome con un dedo.

Traté de seguir mi camino, pero ella me persiguió y me alcanzó. Se puso delante

de mí, como si fuera un obstáculo insalvable.

-Tienes que ayudarme- dijo en voz baja.

No dije nada, solo sentí su olor. Era canela, su cuerpo expedía un olor delicioso,

encantador. Ella me miraba a los ojos, pero yo huía de hacerlo también.

-Debo irme, estoy tarde, mi mamá me espera- no supe qué disculpa dar.

-¿Eres de la Escuela, no es cierto? Te he visto en clase- traté de seguir caminando,

pero ella me agarró del brazo sin violencia, pero con firmeza.

Yo puse mi mejor cara de patán.

-Es necesario, no sé qué hacer en estos casos- dijo, con amabilidad.

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Volví a su olor, era canela, pero mezclado con chicle de yerbabuena.

-Deja que te dé el dinero, el tipo está nervioso.

-¿En serio?- me preguntó a muy poco distancia. Pude ver una pequitas en su cara,

que nunca le había detallado.

-Sí, ¿cuánto te ofrece?- Ariadna no me gustaba, yo tenía una pobre imagen de

ella. Me parecía arrogante, y creída. Aunque por su aspecto no pasaba

desapercibida, ni para mí, ni para otros.

-Como quinientos mil.

Yo miré hacia los carros; el conductor se había cruzado de brazos, y parecía

expectante. Estaba al lado de su vehículo. El automóvil de Ariadna se había

averiado, aunque no parecía tan grave, solo una bombilla dañada, y una pequeña

hendidura en las latas de adelante.

-Recibe el dinero- insistí.

-Acompáñame, por favor- apretó mi antebrazo.

-No sé…- quería salir de allí, pero a la vez estaba encantado con la presencia de

Ariadna. Era la primera vez que hablábamos.

-Te lo ruego- utilizó un tono lastimero que me molestó. Después apretó mi mano,

cuando yo ya había caminado unos metros.

Hice una mueca de inconformidad con mi boca y me dirigí hasta donde estaba el

chofer de la camioneta. El hombre arrugó los ojos como si no viera muy bien.

-Yo lo vi todo, usted invadió el carril derecho. Iba muy rápido fuera de eso.

El conductor trató de reaccionar con ira, pero se contuvo. Luego, caminó como

cojeando. Y habló casi gritando.

-Ella venía muy despistada- dijo-. Si hubiera estado pendiente, me hubiera

esquivado.

-No lo creo, usted iba como a cien por hora, por lo menos. La policía está por

llegar.

Ariadna se ubicó detrás de mí. Sentí su olor muy cerca.

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El hombre barrigón se limpió el sudor de la frente con su brazo derecho. Volvió a

agarrar la billetera y sacó un dinero.

-Yo sí lo esquivé. Si no fuera así, estaría herida- contestó ella.

El chofer me mostró un dinero. Eran como quinientos mil.

-Esto podría ser más grave. Usted transporta niños, iba muy rápido, e invadió un

carril que no le correspondía- ahora fingí ser un respetable perito de la justicia.

-¿Cuánto más? Solo tengo esto- advirtió con notable nerviosismo.

-Doscientos mil más, por lo menos, señor.

El chofer se volteó, miró a los niños, que empezaban a impacientarse.

-Cien mil, no tengo más.

El chofer tenía en sus manos los billetes, me los estaba entregando.

-Me parece bien- me dijo Ariadna en voz baja.

-Bueno. Estamos de acuerdo- tomé los billetes, y se los pasé inmediatamente a mi

representada.

Ariadna dobló el dinero, y sin contarlo, lo introdujo en uno de los bolsillos de su

jean.

-Todo está bien- dijo ella y caminó hacia su vehículo. El chofer hizo lo mismo. Uno

de los niños estaba llorando. Él no hizo nada para calmarlo en ese momento.

Ariadna se sentó en el lugar del chofer, encendió el auto, y se perdió en la calle.

Yo quedé parado allí, como un tonto. El tráfico se restableció, y casi fui arrollado

por un camión que transportaba gaseosas. La camioneta que llevaba a los niños

con síndrome de down también desapareció en cuestión de segundos. Uno de los

infantes se despidió de mí, moviendo una de sus manitas.

Ese fue mi primer encuentro personal con Ariadna. Nada romántico, poco cariñoso.

Ese episodio reforzó la idea que tenía de ella: era una soberbia, una arrogante. Ni

siquiera me dio las gracias por haberla ayudado.

En los días siguientes a aquel evento, ella volvió a su acostumbrada actitud; solo

hablaba con algunas personas, corregía a los profesores, y mantenía distancia del

resto de la gente.

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-Eso te pasa por bobo- opinó Óscar, mi mejor amigo en la Escuela, o mejor dicho,

mi único amigo en ese lugar.

-¿Bobo? No tuve alternativa, ella fue muy convincente- dije.

-La flaca te tiene loco hombre, acéptalo, te encanta la princesita.

Óscar era un melómano consumado, se vestía como un rastafari a lo Bob Marley;

aunque su cabello rubio, su piel blanca, y sus ojos verdes, no le ayudaban a

asemejarse a él completamente. Generalmente, él y yo tomábamos un café entre

clase y clase para despertarnos.

-No me gusta. Es que me agarró el brazo y todo, no pude hacer nada.

-Y ni las gracias te dio la bandida, ¡qué hermosura de chica! ¿Ya te decepcionaste

de tu amor platónico?

-Te digo que no me gusta. Es demasiado flaca, y pálida…

-Y sensual- Óscar sabía ser sarcástico cuando se lo proponía.

Tenía razón, en mi interior había un conflicto; por un lado ella me gustaba, pero

me parecía demasiado estirada, odiosa, y hasta maleducada.

-Ahí está- dijo Óscar, estirando el cuello.

Efectivamente, Ariadna se había sentado justo detrás de mí, dándome la espalda.

Iba sola.

La cafetería de la Escuela era inmensa, estaba llena de mesas y sillas, y

precisamente ella había escogido ese lugar.

-Dile algo- murmuró mi amigo, con una sonrisa maléfica en su rostro de

marihuanero feliz.

-¿Estás loco?- lo decía en serio. No estaba preparado para una humillación tan

temprana.

-Ahora o nunca mi querido Antonio- Óscar pasó de sonreír a amenazar.

-Quiero irme- busqué mi maleta en el suelo. La agarré, y estaba a punto de

ponerme de pie, cuando sentí que mi silla se desplazaba hacia atrás de forma

abrupta. Óscar la había impulsado con sus pies, estirando las piernas por debajo

de la mesa. Su fuerza corporal era suficiente para mover la silla y moverme a mí.

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Fui a dar contra el espaldar en el que se apoyaba Ariadna. El roce de las sillas

generó un ruido particular. El sonido de la vergüenza. Ella volteó a mirar con

sorpresa, sin sobresalto alguno. Óscar se tapó la boca, para no carcajearse más. Y

yo solo pude hacer lo que debe hacer todo caballero: ruborizarme.

-Excúseme- dije, sin embargo.

Ariadna había dirigido una primera revisión ocasional, casi que automática, pero al

escuchar mi voz volteó su cuerpo completamente.

-No hay de qué excusarse- oí que dijo con delicadeza.

Óscar me hizo una señal con las manos; aquella señal que se usa para decir:

“continúa”. Pero yo ya había acabado. Tomé mi maleta, me puse de pie, y caminé

algunos pasos.

-No te di las gracias.

Ariadna habló como si tratara de detenerme con la voz. Supe que se dirigía a mí, y

por eso frené en seco.

-¿A qué se refiere?- pregunté mirándola a los ojos. Ella hacía lo mismo.

-A lo del choque del otro día- dijo; retirando con timidez su objetivo visual hacia

otro lugar-. No te agradecí.

Ella comenzó la conversación, pero también la estaba acabando.

-No fue nada. ¿Ya arregló el auto?

La muchacha emitió un sonido de afirmación seco. La conversación había

concluido.

-Me alegra.

Ella se concentró en un té que estaba bebiendo, y en una revista que ojeaba. Me

quedé parado ahí un par de segundos más, que me bastaron para sentirme mal

otra vez y para presenciar las señales silenciosas que hacía mi amigo con sus

manos. Él quería que yo continuara con la charla.

Era suficiente humillación por ese día. Coloqué la correa que sujetaba mi maleta en

mi hombro derecho con más firmeza, y abandoné la cafetería.

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Después de salir de las dos horas de clase con el profesor Vergerier, quien nos

dictaba historia mundial contemporánea, mi amigo Óscar reprochó mi actitud con

Ariadna.

-¿Qué te pasó ahí, socio? ¡La tenías de un pelo!

-¡Gracias a tus dotes circenses!

Óscar soltó una risita nerviosa, típica de él.

Mi vida en la Escuela de Diplomacia transcurrió durante las siguientes semanas de

forma monótona y mecánica. Óscar era uno de los pocos amigos que tenía; era el

menos normal de los alumnos del plantel educativo, pero por lo menos era el único

que no parecía tenerme antipatía. Ariadna se comportaba como siempre, hasta

que ocurrió un hecho imprevisto.

El profesor de filosofía griega era un viejo amigo del papá de Ariadna, un antiguo

colega dentro del servicio diplomático; sin embargo, por razones un tanto oscuras

le tomó animadversión. La hija del Embajador fue la que pagó los platos rotos. Era

evidente que el profesor había trasladado su rencor hacia ella.

-¿Por qué Platón era liberal?

-Platón nunca fue liberal, de hecho está considerado como uno de los exponentes

del absolutismo- contestó ella, de la forma como siempre lo hacía.

El profesor Elleure tembló al escuchar la respuesta. Ese era su ademán nervioso

cuando alguien lo contradecía. Ariadna lo hizo a propósito, sabía que él y su papá

habían sido muy buenos amigos, pero que con el tiempo se habían convertido en

declarados enemigos.

-¡Está equivocada! ¡El sistema de sociedad ideal de Platón es lo más parecido al

ideal de justicia universal que proclaman los liberales!- Elleure se puso rojo, su

cabello de color negro tinturado se movía al compás de sus gritos.

Ariadna parecía gozar con el espectáculo.

-Si eso fuera verdad, ¿por qué el sistema platónico se asimila al de castas de la

India?

Todos mirábamos en silencio, ninguno tomaba partido. Elleure era muy subjetivo

con su alumna, pero no había podido hacer nada, hasta ese instante.

-¡Voy a colocarle un cero! ¡Cero! ¡Cero! ¿Me entiende?- gritó el docente.

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Ella movió sus labios, y dijo algo en voz baja, nadie escuchó.

-¿Qué está diciendo?- preguntó el iracundo.

-¡Que me importa un bledo!- Ariadna habló en voz alta, pero sin exaltarse-. Su

esposa es una santa, menos mal se divorció de usted.

El profesor Elleure hizo una mueca bastante grotesca, fue una mezcla de asco y de

molestia.

-¡Sálgase! ¡No quiero volver a verla en esta clase!- dijo, con verdadera furia.

-Si no hubiera sido por mi padre, su esposa estaría muerta, él fue quien la rescató

de usted, de sus maltratos.

El iracundo docente se acercó rápidamente hasta donde estaba Ariadna. Se colocó

delante de ella. Él llevaba un pesado libro detrás de su cuerpo, lo sostenía con sus

dos manos.

-¡No se atreva a decir necedades muchachita!- espetó.

-¡Es la verdad! ¡Usted le pegaba a su esposa, y mi papá la ayudó a separarse! ¡Por

eso lo odia!

-¡Estúpida!- el libro que llevaba el profesor se deslizó rápidamente; él lo tomó con

la mano derecha únicamente y lo descargó en la cara de Ariadna.

La nariz de la chica empezó a sangrar de inmediato. Ella simplemente movió su

cabeza hacia atrás, y mostró satisfacción. Había ganado la batalla.

El profesor lo supo de inmediato, por eso procedió a cargar nuevamente el arma –

su libro- y a embestir a su víctima de nuevo.

-¡No lo haga!- por algún motivo, oculto para los demás pero no para mí, agarré el

brazo de Elleure e impedí que volviera a golpear a Ariadna.

El sádico me miró estupefacto, sorprendido, quería seguir con su macabra

operación. Yo tuve que utilizar toda mi fuerza para detenerlo.

-¡Quítese de mi camino! ¡Necesito disciplinar a esta atrevida!- musitó como un

animal enjaulado a punto de ser sacrificado.

-Usted no tiene derecho a pegarle a nadie- dije, secamente.

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-Ya veremos- él trató de empujarme, para sacudirse de mí; pero, yo no estaba

dispuesto a dejarlo cometer el crimen.

-Profesor. Basta. O me veré obligado a…

Con la mano que tenía libre me dirigió un puñetazo. Mi mejilla derecha soportó el

ataque.

-¡Cobarde!- espeté.

En ese momento intervino Óscar y otros dos compañeros de clase. Neutralizaron

inmediatamente a la bestia.

Ariadna sangraba profusamente por la nariz. Y yo empecé a sentir que mi mejilla

se salía de mi rostro.

-¿Estás bien?- me preguntó con un pañuelo puesto sobre su rostro. La voz le salió

algo cómica.

Yo me senté en uno de los pupitres desocupados. Un mareo intenso se apoderó de

mí. Alcancé a observar que Óscar y los otros compañeros sacaban del salón de

clases al atacante, quien continuaba emitiendo improperios contra la alumna y su

padre.

Antes de desmayarme, lo último que vi fue el lindo rostro de ella mirándome con

preocupación.

-Ya despertó- dijo una voz femenina, algo ronca.

Mi visión estaba un poco nublada, pero pude distinguir el entorno en el que yacía.

Era la enfermería de la Escuela. La voz ronca le pertenecía a la enfermera; una

señora de cincuenta años de edad, bastante adicta a la nicotina.

-¿Cómo se encuentra?- me preguntó.

-Estoy un poco mareado- dije, y era verdad, todo me daba vueltas.

-Deben ser los nervios. No todos los días se pelea con un profesor a golpes.

Identifiqué la voz inmediatamente. Esa suave voz, como de chiquilla indefensa.

Ella estaba acostada en la camilla de al lado. Una bolsa de hielo estaba colocada

encima de su cara.

-¿Cómo estás?- le pregunté.

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-Mejor. Ya no sale sangre, pero se me hinchó la nariz- dijo sin mucha

preocupación-. Debo ir al hospital, sin embargo.

La enfermera trajo un vaso lleno de agua, y una pastilla de color azul.

-Tómese esto por favor- me acercó el vaso y la pastilla.

-¿Para qué es?- pregunté.

-Para los nervios. Tuvo una crisis debido al golpe, y a la pelea.

Traté de levantarme, pero el mareo no cedía. Ariadna siguió acostada a unos

cuantos metros de donde yo yacía. Me miraba con cierto pesar, y un poco de

picardía.

-¡Pega duro el profesor Elleure! ¿No es cierto?- comentó.

Solo atiné a celebrar el comentario con una breve sonrisa. Después de tomar la

pastilla me recosté de nuevo sobre la camilla.

-¿Quién vendrá por ti?- pregunté.

-Mi mamá. El tráfico no le ha dejado llegar con rapidez.

La enfermera agarró la bolsa de hielo que cubría el rostro de Ariadna.

-Ya se derritió- dijo, y salió del lugar con la bolsa en la mano.

-Me has defendido dos veces. Eres mi héroe.

Pensé que eso era producto de mi imaginación. Por eso no respondí.

-¿Escuchaste? ¡Eres mi héroe!

Volví a celebrar el comentario con una sonrisa.

La enfermera retornó rápidamente, y colocó la bolsa de hielo nuevamente, sobre la

nariz de mi compañera de batalla.

-Tu madre ha llamado, estará aquí en diez minutos- dijo, y salió como si necesitara

hacer algo urgente.

La muchacha puso sus pies sobre el suelo; caminó con dificultad, tratando de no

separarse de la bolsa. Yo vi toda la operación que realizaba. Se plantó al lado mío,

y acarició mi mano con suavidad. Pensé que todo eso era un sueño, o que ya me

había muerto y estaba en el cielo.

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Capítulo 2

A pesar de todo lo que ocurrió, el profesor Elleure no fue expulsado de la Escuela,

y ni siquiera suspendido, únicamente recibió una amonestación pública por parte

del Rector. El papá de Ariadna estaba muy molesto, y regresó del Lejano Oriente

con el único propósito de pedir el retiro de ese docente. Sin embargo, las

influencias de Elleure eran más poderosas: su hermano era ministro.

La familia de Ariadna presentó una denuncia criminal contra el atacante, pero

pocos días después desistieron de la misma, debido a la misma razón: el

Presidente le pidió al Embajador que lo hiciera. Semanas después nos

encontramos recibiendo clase de filosofía griega con aquel individuo. Ariadna tuvo

que asistir a regañadientes.

Mi relación con ella se volvió más cercana, incluso a veces hablábamos en los

descansos, o nos comunicábamos vía correo electrónico y por teléfono. Óscar

estaba satisfecho, y empecé a darme cuenta que Ariadna no era esa mujer fría y

odiosa que todos creíamos que era; todo lo contrario, era sensible, tierna, y le

encantaba el arte, sobre todo la música. Pero yo no sabía cómo ir más allá; era

indudable que ella me atraía, pero me asustaba la idea de perder su amistad

debido a alguna imprudencia que yo cometiera. Creo que Ariadna me consideraba

un buen amigo, y nada más.

-Pídele un besito- me dijo Óscar un día.

-¡Cómo se te ocurre! Es probable que me gane una cachetada.

-Ahora que son amigos, y que se hablan con frecuencia, deberían formalizar las

cosas.

-No creo que ella esté interesada en eso.

Lo decía sinceramente, Ariadna era amable conmigo, me comentaba asuntos de su

familia, pero las cosas no pasaban de ahí. Óscar, sin embargo, pensaba todo lo

contrario.

-Ella te ve como amigo porque así has planteado la relación. Debes pasar a un

nuevo nivel: el del amor.

-¿Qué debo hacer entonces?

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-Llevarla a cine, cómprale un helado, o invítala a una discoteca.

Pensé que tal vez lo primero y lo segundo eran factibles, pero que lo de la

discoteca no tanto. Ella odiaba la música estruendosa, y posiblemente bailar.

-Debes iniciar una nueva etapa, que te vea como un hombre- insistía mi amigo.

-¿Como un hombre? ¿Y qué soy yo? ¿Un chimpancé?- sabía a lo que se refería,

pero me gustaba gastarle bromas de ese estilo.

-¡No seas bruto! ¡Me refiero a que ella debe verte como un amante, y no como un

amiguito para jugar a las muñecas!

Reí hacia adentro, Óscar parecía un hombre muy seguro de sí mismo, pero él

también tenía la misma debilidad: era tímido, incluso más que yo.

-Si llevo las cosas a otro nivel, es probable que mi amistad con ella se arruine,

¿has comprendido?- quería poner fin a la discusión.

-Te da miedo; también te sientes cohibido porque piensas que ella es mejor que

tú, y probablemente crees que no estás a su nivel.

Óscar había tocado un punto sensible, y en parte tenía razón, sin embargo prefería

estar cerca de ella de la forma como estaba ocurriendo.

La Escuela de Diplomacia era un lugar propicio para la discusión académica, el

debate político, y la controversia filosófica; debido a esto, Ariadna, Óscar y yo

ingresamos a un grupo denominado como la sociedad Carmesí. Así se llamaba

porque se reunía en un salón de cortinas de color rojo carmesí. El grupo estaba

compuesto por alumnos de todos los semestres, y había una junta directiva que lo

dirigía: un presidente, y dos vicepresidentes. Los días martes y viernes, después

de la cinco de la tarde, se reunía la sociedad Carmesí. Para hacer parte de la

cofradía era necesario presentar una entrevista ante la junta directiva, y demostrar

interés en la discusión intelectual. Ariadna, Óscar y yo fuimos admitidos sin mucha

dificultad.

La sociedad Carmesí tenía un reglamento muy estricto; solo podían hacer parte en

las discusiones los miembros del grupo, la metodología del debate se basaba en la

caballerosidad, por esto no se admitían peleas ni insultos verbales, y siempre debía

haber un alto nivel académico en las mismas. Para esto, se debía llegar preparado

a la reunión.

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El presidente de la Sociedad era un alumno de noveno semestre llamado Saladom

Aquebar. Tenía fama de inteligente, “inteligentísimo” decían algunos, y se tomaba

muy en serio su papel de líder de la cofradía. Los otros dos vicepresidentes eran

Carlos Peresquat, y Rita Zedeno; alumnos de octavo y séptimo semestre

respectivamente. Peresquat también era hijo de un embajador, y conocía a

Ariadna desde hacía muchos años. Rita Zedeno era una chica encantadora, su

carácter era muy distinto del que tenía Ariadna; era espontánea, se carcajeaba con

frecuencia, se vestía de forma muy sencilla, y era rubia de ojos claros. Todo un

primor.

Ariadna y Carlos Peresquat habían sido más que amigos durante el bachillerato, sin

embargo, la relación no fructificó. A pesar de esto, ambos se trataban con

deferencia y modales, aunque se notaba en el ambiente que muchas cosas habían

ocurrido. Saladom Aquebar era alto, de piel trigueña, y llevaba unos anteojos de

lentes muy gruesos; eso le confería una apariencia bastante particular: la de un

intelectual muy consagrado. Decían que era el mejor alumno de la Escuela.

Yo creía que había algo entre el Presidente y Rita Zedeno, la segunda

vicepresidenta, pero no, su relación era muy formal, podríamos decir que

diplomática.

-O le caes tú, o le caigo yo- dijo Óscar un día, cuando salíamos de la Sociedad.

Ariadna nos estaba transportando en su automóvil. Yo iba como copiloto.

-¿Caerle a quién?- pregunté, aunque sabía como siempre, a quién se refería.

-A Rita, ¡es muy atractiva! ¿No crees?- Óscar hacía ese comentario con una doble

intención: tantear mi gusto por la aludida, y darle celos a nuestra conductora.

-Es simpática, aunque es demasiado extrovertida para mi gusto- no quería caer en

la trampa de mi amigo.

-¿Simpática? ¡La mujer es un bombón!- exclamó Óscar.

-Yo no la veo tan bonita. Se viste muy mal, y tiene unos modales muy agresivos-

intervino Ariadna.

Óscar me pegó una palmadita en el cuello, quería que yo acabara la celada.

-Sí es bonita, pero le falta más…

-Glamour- completó mi amiga-. Lo que debe tener toda dama.

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Óscar volvió a golpearme el cuello, aunque con menos fuerza.

-¡Ustedes están ciegos! ¡Yo la veo encantadora! Y si tú, amigo, no le pones las

manos encima lo haré yo.

Ariadna movió los labios hacia un lado, el comentario le había disgustado.

-Antonio no es un patán como tú, no ve a las mujeres como objetos sexuales- era

la primera vez que Ariadna tocaba ese tema.

Óscar se destornilló de la risa, el comentario le hizo revolcarse en el asiento de

atrás.

-¿De qué te ríes? ¿Di en el blanco? ¿O qué?- preguntó la muchacha mientras

manejaba el automóvil por una autopista.

-Este amigo tuyo no le ha puesto una mano encima a ninguna mujer, yo creo que

es medio amanerado- Óscar se estaba pasando de la raya.

Yo traté de responder, pero Ariadna se adelantó.

-¿Amanerado? ¡Eso eres tú! ¿Crees que te ves muy sexy con ese pelo enmarañado

y sucio? ¡Despierta!

Mi amigo no se contenía, la respuesta le provocó una convulsión mayor.

-¿Con cuántas mujeres has estado don Juan?- pregunté en voz alta, ya que las

carcajadas eran estruendosas.

-Con decenas, casi que con cientos…

-¡Ja! ¡Ahora soy yo la de la risa! ¡Yo creo que tu única novia ha sido tu mano

derecha!- dijo nuestra amiga.

-¡Eso piensas tú! ¡Ya te demostraré lo contrario!- contestó Óscar un poco más

calmado.

-Ya veremos…- Ariadna movió el timón del carro hacia la derecha, habíamos

entrado en la calle donde vivía mi amigo.

-Por aquí vivo yo- anunció él.

-Eso lo sé, por eso estamos aquí- Ariadna parqueó el vehículo al frente de un

edificio de ladrillos pintados de blanco.

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-Hasta pronto tortolitos, nos vemos mañana, no se trasnochen- Óscar abrió la

puerta de atrás y empezó a salir con lentitud-. Está celosa.

Esto último me lo dijo en voz baja, hablando casi que encima de mi oreja derecha.

Cerró la puerta.

-Es un grosero, no sé cómo es amigo tuyo, y ese pelo, ¡qué porquería!

Ariadna arrancó sin más preámbulos. Había hecho esa ruta varias veces en las

últimas semanas. Estuvimos en silencio durante algunos minutos. Ella y yo

estábamos meditando sobre cuáles palabras escoger para seguir la conversación.

-¿Te gusta?- preguntó ella, sin vacilar.

-¿Me gusta quién?- nuevamente haciéndome el tonto.

-La del grupo Carmesí, Rita- dijo ella con extrema suavidad, como si quisiera

obtener una confesión gratuita.

-Son inventos de Óscar, bobadas nada más.

Ella disminuyó la velocidad del automóvil, ya había anochecido, las luces de los

otros vehículos iluminaban la ciudad. Todo se veía hermoso.

-Carlos y yo fuimos novios- declaró entonces, como explicando un tema complejo a

un niño pequeño-. Su padre ha sido embajador en Brasil, México, y otros países

que no me acuerdo.

-¿Y qué paso? Si no es indiscreción.

Estaba hipnotizado por las luces en la noche, siempre me habían gustado pero ese

día iluminaban de una forma especial. Eso ocurre cuando uno está al lado de una

persona especial, porque todo adquiere un cariz diferente.

-Yo estaba muy enamorada, pero tal vez él no. Se metió con mi mejor amiga del

colegio.

-¿Y te dolió?- pregunta tonta.

-Sí, y mucho. Los encontré besándose en un centro comercial.

-¿Ella dejó de ser tu mejor amiga? Me imagino.

-No, la perdoné; pero él no corrió con la misma suerte.

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-¿Terminaron de inmediato?

-Sí.

Vi en su cara algo extraño, una lágrima había salido de sus ojos. Supe de

inmediato que el tal Carlos Peresquat no había sido alguien más en la vida de

Ariadna.

Ya casi llegábamos a mi casa. Sin embargo, tenía que hacer la pregunta de rigor.

-¿Te gusta alguien ahora? ¿Estás enamorada?

-No. Si así fuera lo sabrías, hablamos todos los días, ¿no te has dado cuenta?- su

voz adquirió un tono diferente, el acostumbrado.

-¿Te has vuelto a hablar con él? ¿Con Carlos?

Hubo algunos segundos de silencio. Ella estaba preparando una respuesta

diplomática.

-He hablado con él un par de veces en la Escuela, pero nada significativo. Solo lo

que has visto en la sociedad Carmesí.

Habíamos arribado a mi casa. Ella condujo muy lento por la calle, hasta detenerse

al frente.

-No me has respondido, ¿y ella? ¿Te gusta?

-Ni siquiera la conozco. Aunque es simpática; si me gustara lo sabrías, hablamos

todos los días, ¿no es así?- respondí con la misma moneda.

Ariadna sonrió con educación, mi respuesta no le había gustado, pero ella había

hecho lo mismo antes conmigo, entonces tuvo que resignarse. Me despedí sin

darle un beso, nunca lo había hecho, ni siquiera en la mejilla.

-Que duermas- dijo, y apretó el acelerador. Se perdió en la noche.

Los debates en la sociedad Carmesí eran arduos, a veces pasaban a insultos

personales, pero la mecánica de la discusión evitaba que las cosas se salieran de

los límites. Uno de los polemistas más enconados era Federico Dallilian, un alumno

de nuestro mismo semestre. Él y Ariadna competían por tener las mejores

calificaciones. Sin embargo, Dallilian no soportaba que una mujer estuviera en su

mismo nivel, era un machista consumado.

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-Creo que el socialismo arruinó la perspectiva de la izquierda mundial- dijo en una

de las discusiones.

-¿A qué se refiere usted con eso?- le preguntó Ariadna-. Hoy en día hablar de

izquierda y de derecha está en desuso.

Dallilian sufría de estupidez crónica, no soportaba la crítica.

-Derecha significa libre mercado y democracia; izquierda es todo lo contrario,

estatalismo y dictadura- explicó en un tono de voz odioso-. La izquierda, sin

embargo, también podría ser una perspectiva diferente. Otra opción, eso fue lo

que arruinó el socialismo.

-Derecha e izquierda son creaciones de la época de la Revolución francesa,

totalmente descontextualizadas hoy en día, no sirven para nada.

Dallilian era de piel blanca, sin embargo, ese día se puso rojo. Ariadna tenía el

poder de enfurecerlo.

-La niña bien, hija del Embajador. Tu padre trabaja en un país comunista, ya

entiendo de dónde sacas todas esas ideas.

El presidente de la Sociedad tuvo que intervenir.

-No se admiten referencias personales, discúlpate- sentenció. Saladom Aquebar

era joven, pero ejercía influencia en todos los miembros.

-Muy bien, señorita hija del Embajador, me disculpo- hizo una reverencia

exagerada, y miró con fastidio a Ariadna-. Solo quiero decir que eso no es verdad,

todavía en la ciencia política se utilizan esos conceptos para diferenciar los

sistemas de gobierno que protegen la libertad y los que no lo hacen.

-Asuntos del pasado- contestó ella simplemente-. Fuera de eso, mi padre no

trabaja para un régimen comunista, es embajador de este país allí.

Dallilian sonrió con sarcasmo. Esa discusión era pan de cada día entre ella y él,

específicamente en lo relacionado con el trabajo del Embajador.

-Estoy de acuerdo con Ariadna- dijo Peresquat-. Eso de izquierda y derecha es

cosa del pasado.

Ella se sorprendió al escucharlo. Su semblante no fue más expresivo, sin embargo.

-¿Por qué la defiendes? ¿Te gusta todavía?- Dallilian estaba al tanto del pasado.

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-Nuevamente te lo advierto Federico, no puedes hacer referencias personales, si lo

vuelves a hacer me veré obligado a sancionarte- dijo el Presidente.

Dallilian le hizo una mueca de desagrado. Miró hacia el piso, y se cruzó de brazos.

-Los extremos políticos solo se pueden definir entre defensores de la democracia, y

los que no lo son- agregó Peresquat.

Ariadna movió su cabeza, asintiendo en silencio. Estaba de acuerdo, pero no

quería que fuera tan evidente su posición.

Ese día, después del debate, decidimos tomar algún refresco en un lugar cercano a

la Escuela. Ariadna, Rita Zedeno, Óscar, Carlos Peresquat y yo integramos la

expedición. Fuimos caminando hasta el lugar. Había música, vendían

hamburguesas, sándwiches, perros calientes, gaseosas, y hasta algún licor.

Era evidente la molestia de Ariadna, pero no se pudo hacer nada, Rita lo había

invitado. Unimos unas mesas, y nos sentamos todos alrededor de unas bebidas

calientes: café y té.

-Ese Dallilian sí que es antipático- comentó Rita.

-Estoy de acuerdo, ¿por qué lo aceptaron en la Sociedad?- preguntó Óscar, quien

se había sentado muy cerca de Zedeno.

-Es un tipo brillante, aunque un poco altanero- dijo Peresquat-. No tuvimos opción.

-¿Qué pasó con Carlos? ¿Fueron novios?- preguntó Rita.

-Así es. Pero eso fue hace mucho tiempo- contestó Ariadna, evidenciando todavía

la molestia.

Carlos tomó aire, y dijo:

-Ella nunca me perdonó. Yo siempre la quise.

Todos quedamos en silencio. Óscar se presentó entonces como el redentor de la

reunión.

-Hablemos de asuntos más agradables. ¿Les gusta la música? Yo amo a Bob

Marley.

Carlos no quería cambiar de tema, pero no tuvo otra opción que seguir la

corriente.

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-Yo adoro a Bob Marley- confirmó Rita. Por lo vista ambos habían congeniado

bastante.

-¿En serio?- mi amigo estaba exuberante de alegría-. La esposa de él se llamaba

Rita, ¿lo sabías?

-¡Vaya coincidencia!- la chica también estaba contenta. Por un momento respiré

tranquilo. Todo en la vida encaja perfectamente, pensé.

-¿Puedo hablar contigo? ¿A solas?- preguntó Carlos, dirigiéndose a Ariadna.

-No tengo nada que hablar contigo Carlos, todo se decidió hace mucho tiempo-

dijo ella.

Volvimos al silencio sepulcral. A la incomodidad de las situaciones.

-¡Por favor! ¡Solo es un minuto! ¡Prometo no mortificarte!- dijo él. Hasta a mí me

dio pesar.

-No, Carlos. Deja las cosas como están.

-¡Un minuto! ¡Te lo ruego!- insistió Peresquat.

Ariadna no tuvo más remedio. Se levantó de la mesa, y caminó hacia afuera del

lugar donde nos encontrábamos. Antes le hizo una señal a Carlos.

Óscar me lanzó una mirada de derrota, como si mis batallas estuvieran perdidas

por completo.

-¿Qué pasó entre ellos?- inquirió Rita.

-Fueron novios, pero terminaron hace tiempo- dije, sin ahondar en el tema.

-¡Qué lástima! ¡Hacen bonita pareja!- Rita remató con este comentario, que Óscar

interrumpió con un baldado de agua fría.

-Ella ya no lo soporta, le puso los cuernos con la mejor amiga.

Rita abrió los ojos, sorprendida. Esa información se la había dado yo a él.

-¡Y se ve tan santito el hombre!- exclamó.

-Apariencias. Yo en cambio soy solo fidelidad.

Rita era muy simpática, le pareció muy tierno el comentario y le dio un pequeño

pellizco en la mejilla izquierda. Óscar se ruborizó, nunca lo había visto así.

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Todo estaba consumado, ellos dos serían pareja. Esa fue mi percepción.

-¿Por qué no bailamos?- le preguntó él a ella.

-¿Aquí? ¿Estás loco? Nadie lo hace.

-Está sonando buena música- era verdad, un poquito de rock ochentero en inglés

sonaba en los altoparlantes.

-Está bien- ella se levantó y danzó al ritmo loco de mi amigo, que parecía

desbaratarse.

Yo quedé completamente solo en la mesa. Vi por el vidrio de la ventana que

Ariadna y Carlos hablaban acaloradamente; ella manoteaba, y él unía sus manos

como si estuviera suplicando. “Otra pareja” pensé. Mi destino sería la soledad.

Después de una buena tanda de música, y de baile, mis amigos volvieron a sus

lugares. Estaban cansados.

-Estoy excitado- dijo Óscar-. Sin embargo, debo ir al baño, he tomado mucho café,

ya vengo- se paró y caminó hacia adentro del establecimiento.

Rita no perdía su sonrisa. Se dirigió a mí con familiaridad.

-¿Y tú? ¿Estás bien? ¿Te incomoda que ellos hayan salido para hablar?- preguntó.

Pensé que Rita era bruja porque estaba adivinando mis pensamientos. Ella se

colocó al lado mío.

-Eres lindo- exclamó, y puso su cabeza sobre mi hombro.

No supe qué hacer. Era un gesto amistoso, pero tierno a la vez, no le vi problema.

Ella, sin embargo, dejó su cabeza en la misma posición como si esperara que yo la

consolara o algo por el estilo.

-¡No perdieron el tiempo!- Ariadna había vuelto. Se quedó parada unos instantes,

mirándonos fijamente.

Rita quitó la cabeza rápidamente, como si estuviera haciendo algo malo.

-No te preocupes querida. Quédate así, como estás.

Tomó su bolso que estaba en la silla, se despidió con la mano en silencio, y salió

hacia la Escuela donde guardaba el automóvil. Rita sonreía con nerviosismo.

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Capítulo 3

-No tienes por qué disculparte- dijo Ariadna-. Tú y yo no somos nada.

Ese comentario no me tranquilizó; ni siquiera un poquito.

-Rita estaba jugando, había bailado con Óscar. Ya sabes es muy…

-Extrovertida- completó ella.

-Así es.

-Sin embargo, ese es tu problema. Si quieres iniciar una relación con ella, yo te

apoyo- dijo esto, y me puso una mano sobre el hombro derecho.

Estábamos ingresando al salón de clases, para una nueva tortura con Elleure.

Ariadna no faltaba a sus clases, no quería reprobar por inasistencia. Yo había

decidido lo mismo.

El profesor Elleure se comportaba de la misma forma, no había servido para nada

el incidente que había tenido con nosotros. Seguía siendo el mismo orgulloso y

soberbio inquisidor. Con Ariadna era especialmente cruel.

-Hablemos de la polis- dijo, mientras ojeaba un viejo y pesado libro-. ¿Quién

quiere iniciar?

Un compañero levantó la mano. Se trataba de Pedro Unguil, era afrodescendiente.

Uno de los más aventajados estudiantes, solo se podía comparar con Ariadna en

cuanto a inteligencia y perspicacia.

-¿Qué opina Unguil?- preguntó el profesor.

-Opino que la polis es el primer intento que hubo en la historia para

institucionalizar la política- dijo. Utilizaba siempre un tono pausado y claro.

Elleure lo miró sin inmutarse, la respuesta no le había satisfecho.

Ariadna había renunciado a participar en esa clase; pero, por alguna extraña

razón, ese día sí lo hizo.

El profesor clavó sus ojos sobre ella. Como si estuviera recordando lo ocurrido.

-¿Qué estupidez se le ha ocurrido?- espetó con rudeza.

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Mi amiga no dejó que el comentario la perturbara, e intervino.

-Tal vez esto le pueda sonar a estupidez, pero, creo que Pedro está equivocado-

dijo-. La institucionalización de la política solo se dio con la llegada de la Era

Moderna.

Todo el salón quedó en silencio. Hasta el aleteo de una mosca se podía escuchar.

Elleure cerró el libro que ojeaba, se sacó las gafas, y empezó a caminar por el aula

con parsimonia. Parecía absorto en sus meditaciones. Ariadna temblaba de pies a

cabeza, aunque no quería demostrar esa situación con evidencia.

-Estoy de acuerdo con usted, ¡es una estupidez!- concluyó el meditador-. Unguil

tiene cinco, y usted tiene cero.

Mi amiga apretó los puños por debajo del pupitre, estaba visiblemente contrariada.

Era la primera vez que merecía una calificación tan baja.

-Yo concuerdo con Ariadna- intervino Óscar-. Solo se puede hablar de

institucionalización de la política a partir de la Era Moderna.

-¿Quién le está preguntando a usted?- Elleure estaba garabateando unos signos

sobre la lista de alumnos.

-Ariadna no merece esa calificación, y lo sabe, me parece una arbitrariedad-

completó mi amigo.

-¿Ah, sí? ¿Le parece una arbitrariedad? ¡Pues, usted también tiene cero!- gimió el

profesor.

-¡Es una bestia! ¡Primero le pegó en la cabeza! ¡Y ahora esto! ¿Qué más va a

hacer? ¿Matarla?- Óscar se había puesto de pie, hablaba con valentía, y tal vez

desfogaba esos sentimientos reprimidos que todos albergábamos contra el

docente.

-¡Cállese y siéntese! ¿O quiere que lo expulsen de aquí?- advirtió Elleure.

-¡No me voy a callar! ¡Todos vimos lo que usted hizo con Ariadna y con Antonio!

¡Usted no debería estar aquí! ¡Debería estar en la cárcel!- mi amigo había

rebasado sus límites.

Elleure pasó misteriosamente de la furia a la carcajada. Fue grotesco.

-¿Es genial, no? ¡Yo les pegué a estos, y no pasó nada! ¡Y ahora tampoco pasará

nada para mí, pero sí para usted!- el profesor tomó su libro y salió del aula.

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Nadie habló en ese momento. Sin embargo, varias voces de inconformidad se

empezaron a escuchar posteriormente.

-Tenemos que hacer algo, este tipo perdió los estribos- dijo el mismo Unguil.

-Así es, hablemos con el Rector- comenté.

-Yo apoyo a Antonio- dijo Ariadna-. Ya es el colmo.

Óscar se sentó, y respiró nuevamente con tranquilidad. Se cruzó de brazos, como

habitualmente lo hacía, y masculló unas palabras.

-Es un granuja de siete suelas, el muy….

Escuchamos varios pasos que venían del corredor. Todos nos callamos. De pronto,

un hombre alto de apariencia elegante, y de canas en el cabello ingresó al salón.

Era el Rector. Elleure venía detrás de él.

-He sido informado de una anomalía. De una falta de respeto contra un

catedrático- dijo el Rector-. Si alguien vuelve a hacerlo, tendrá que atenerse a las

consecuencias.

El rector Ardovallian era un antiguo exdiplomático, formado en las mejores

universidades de Inglaterra, y con una influencia política bastante grande. Era

amigo íntimo del Presidente de la República.

-¿Puedo decir algo?- me puse de pie para intervenir.

El Rector abrió los ojos, como si le sorprendiera mi actitud. Sin decir nada, me dio

la palabra.

-El profesor Elleure le ha faltado el respeto a mi compañera, y no lo digo por lo

que pasó aquel día, sino por lo que acabó de acontecer- tomé fuerzas para

completar mi intervención-. Estamos cansados de este señor.

Se escuchó un rumor se asentimiento general en el recinto.

-¿Cansados? Los estudiantes no tienen derecho a estar cansados con un profesor,

es su deber aguantar y soportar la disciplina que se les imparte- Ardovallian

hablaba con delicadeza. Era abominable-. Si usted no quiere estar acá, las puertas

están abiertas; y lo digo para todos, el que no se sienta a gusto por aquí, bien

puede irse.

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-Es injusto- manifestó Ariadna-. Él me pegó con un libro, hizo que mi nariz

sangrara, y ahora usted lo defiende, ¡qué colmo!

El Rector la conocía perfectamente. La estimaba a ella y a su padre. Sabía que se

encontraba en un aprieto.

-Lo que dije también va para usted, señorita. Aquí nadie tiene corona- Ardovallian

sabía que estaba pisando terreno pantanoso, pero no le importó-. Yo admiro a su

padre, es un gran embajador, pero las reglas son las reglas.

Elleure sonreía complacido. Sus dientes, ennegrecidos por la nicotina, aparecieron

como una siniestra muestra de poder en su rostro.

-¡Yo me voy!- gritó una muchacha. Se trataba de Linda Palquilque, una estudiante

de intercambio venida de Bolivia.

-Como quiera- dijo el Rector; quien antes de abandonar el salón le dirigió una

mirada de complicidad a Elleure.

La chica boliviana tomó su mochila, se la echó al hombro y caminó desde atrás del

recinto. Justo cuando pasaba al frente del profesor de filosofía griega, descargó la

bolsa contra el individuo. Hubo un sonido seco, como si algo se hubiera roto.

Elleure cayó de bruces contra el suelo. Sus anteojos se habían quebrado. La chica

no dejó de caminar. Todos aplaudimos su gestión.

-Gracias por defenderme- comentó Ariadna antes de empezar el debate en la

sociedad Carmesí-. Fue valiente, aunque no sirvió de nada.

-Ese Elleure debe tener un pacto secreto con el Rector- respondí.

-Son amigos del Presidente, acuérdate que el hermano de Elleure es ministro.

-Es cierto.

Rita caminó en puntitas hasta nosotros, lo hizo a propósito. En su rostro todavía

estaba presente aquella sonrisa nerviosa que exhibió en nuestra última salida

lúdica.

-¿Cómo andan chicos? Supe que su curso está peleado con Elleure- dijo.

-Ni te imaginas- contesté.

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Ariadna se puso de pie, como si quisiera dejarnos solos.

-¿Adónde vas?- inquirí.

-¿No es obvio? Ustedes quieren estar juntitos- dijo.

Rita reía sin control, como siempre. Mi amiga no esperó la respuesta, y se fue a

hablar con el presidente de la Sociedad.

-¿Está brava? ¡No tiene porqué!- Rita tenía toda la razón-. Ambos se gustan, pero

ninguno se atreve a dar el paso decisivo.

-Yo la quiero, pero me asusta que me rechacé, prefiero ser su amigo- dije en voz

baja.

-Lo sabía, eres un cobarde. Ariadna es como una princesita. Está en busca de su

príncipe de ensueño; por eso ella también tiene miedo.

-No sé qué hacer.

-Tú debes dar el paso decisivo.

Miré hacia donde estaba ella. Conversaba animadamente con Saladom Aquebar.

-Tal vez Ariadna merece un hombre como él- dije.

-¿Como Saladom? Él es un nerd declarado, creo que no ha besado a ninguna

mujer en toda su vida.

-¿Qué pasó con Carlos? ¿Él te dijo algo?

-Parece que él quiere volver con ella, pero Ariadna no lo acepta- Rita sonreía a

todo momento, incluso cuando decía cosas trascendentales.

-¿Y tú? ¿Quién te gusta?- quería cambiar de tema.

Rita aplacó su excitación, respiró hondo, y declaró con sinceridad.

-Él, lo quiero a él- se trataba de Saladom.

-¿Pero me acabas de decir que es un nerd declarado, y que no se ha metido con

ninguna mujer?- no entendía a las mujeres, o por lo menos a ella.

-Ya lo sé, eso es lo que me gusta, que es como un santito- dijo, con un tono

pueril-. Pero es un chico inteligente, y me parece bello.

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-¿Y qué ha ocurrido? ¿Por qué no estás con él?

-Es peor que tú, es bastante tímido, no sé qué hacer.

-Declárate. Dile que lo amas.

Rita se carcajeó, todos voltearon a mirar, incluso Ariadna y su interlocutor.

-Soy extrovertida, pero no estúpida; eso lo espantaría. Ya caerá algún día.

Óscar se sentó a nuestro lado, seguía indispuesto por lo que había ocurrido con

Elleure.

-¡Ánimo compañero! ¡Ya acabaremos con el enemigo!- dije esto, y le di una

palmada en la espalda.

-¡Tengo una rabia! ¡Y ese Rector! ¡Defendiendo la injusticia!- exclamó.

-Lo que necesitas es una distracción. ¿Cómo te parece Leyia Canno?

Óscar volteó su cabeza hacia mí lentamente, sabía lo que venía.

-¿Estás chiflado? Ella es peor que Ariadna, su padre es un hombre muy rico, creo

que es dueño de una procesadora de pollos.

-¿Y qué?- Rita no dejaba su sonrisa socarrona.

-¿Y qué? ¡Estamos hablando de Leyia Canno!- insistió Óscar-. Creo que solo siente

repulsión por mí, he visto cómo me observa.

-¿Y cómo te observa?- pregunté.

-Como si le repugnara.

-Tal vez deberías cortarte ese pelo, y bañarte- dije.

Óscar me hizo una mueca de desaprobación, como diciendo: “Si claro, muy

chistoso”. Él jamás se cortaba el pelo, y sí se bañaba diariamente, aunque parecía

que no lo hiciera.

El presidente de la sociedad Carmesí se dirigió a todos los miembros presentes.

Todos nos quedamos en silencio.

-Damas y caballeros, es mi deber dar inicio a nuestro debate de hoy. Pero antes,

quisiera hacer un importante anuncio- carraspeó un poco, aclarándose la garganta

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-. Uno de nuestros miembros ha sido retado por la sociedad Piedra y Martillo. Es

nuestro deber prepararlo para el combate.

La sociedad Piedra y Martillo era otro grupo de debate de la Escuela de

Diplomacia; se denominaba así porque su fundador fue un reconocido arquitecto y

exministro de relaciones exteriores: Ángel Aquillo. Era usual que entre las

sociedades de debate se plantearan “combates”, o discusiones entre uno y otro

grupo. A decir verdad, en la escuela de diplomacia existían siete sociedades de

debate: la Carmesí, Piedra y Martillo, Océano Profundo, Leopardos Morados,

Imperio Lúcido, Letras y Signos, y Civilización Futura.

Todos los estudiantes de la Escuela en segundo semestre debían afiliarse a alguna

de estas sociedades, aunque no era obligatorio. Sin embargo, no pertenecer a uno

de estos grupos equivalía a ser un paria. Era discrecional de las sociedades, sin

embargo, aceptar a sus miembros; si un estudiante no ingresaba a alguna de ellas

se le llamaba “alejado”. Los alejados de la Escuela no eran muchos, pero sí

constituían un sector definido del plantel educativo; ya sea porque ellos se creían

muy importantes como para pertenecer a una sociedad, o porque eran unos

inadaptados extremistas.

Cada sociedad de debate era identificada con un color. La Carmesí se identificaba

con el rojo carmesí, obviamente; a Piedra y Martillo le correspondía el color café, a

Océano Profundo el azul, a los Leopardos Morados el violeta, a Imperio Lúcido el

amarillo, a Letras y Signos el gris, y a Civilización Futura el verde. Los “alejados”

eran identificados, extraoficialmente, con el negro.

Cuando un miembro de una sociedad planteaba un combate a otro miembro de

otra sociedad, se convocaban a los dos grupos, y se realizaba el debate en público.

Sin embargo, el debate solo se podía desarrollar entre los miembros que hubieran

sido retados.

-¿Quién se ofrece a preparar y ayudar a nuestro miembro?- preguntó el

Presidente.

-¿Cuál ha sido?- preguntó Óscar.

-Leyia Canno- respondió Saladom.

Óscar apretó mi pierna. Era una coincidencia demasiado grande; Rita, como

siempre se burló del asunto.

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-¿Te parece muy cómico querida vicepresidenta?- Saladom conocía perfectamente

a Rita, pero a veces le fastidiaba su actitud-. ¿Quieres ser tú?

Ella movió su cabeza de un lado al otro, no estaba dispuesta a aceptar el encargo.

-¿A quién propones?- el Presidente podía ser muy riguroso, si ese era el caso.

-¡Óscar! Él debe ser el ayudante- dijo la muchacha.

Mi amigo clavó su cabeza hacia adelante. Como si se estuviera escondiendo.

Parecía un avestruz.

-¿Es cierto? ¿Quieres ayudar a Leyia?- Saladom habló con un tono de voz

reverencial.

Óscar permaneció como una estatua unos segundos. Todos estaban pendientes de

él. Rita le dijo algo al oído; yo no pude escuchar.

-Me siento incapaz de asumir la misión. Debe hacerlo alguien más avezado.

Propongo a mi amigo Antonio.

El muy cobarde estaba descargando su responsabilidad en mí. Generalmente, si un

vicepresidente proponía a alguien para un deber, era obligación asumir el encargo.

Sin embargo, Rita fue muy inteligente, porque supuse que le había aconsejado

proponerme a mí. Yo ya me había ganado cierta reputación en la Sociedad, y por

decir lo menos, era como la estrella en ascenso del grupo.

Saladom Aquebar se mostró complacido, incluso, elevó una de sus cejas en señal

de satisfacción.

-¿Qué piensan los vicepresidentes?- inquirió.

Rita se puso de pie. Pasó de la excitación lúdica a la profunda seriedad.

-Acompaño la moción. Antonio es el indicado.

-¿Y tú? ¿Qué piensas Carlos?- preguntó el Presidente.

-Creo que sí, es lo mejor- dijo Peresquat, sin mucho ánimo.

-¡Está hecho! ¡Eres el acompañante de Leyia para este combate!- sentenció

Aquebar.

Ya no podía hacer nada. La Junta Directiva me había escogido. Todos aplaudieron.

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Ariadna lo hizo con poca pasión. Me guiñó un ojo, y se sentó en el lugar de

siempre.

Uno de mis deberes como acompañante, era asesorar al cofrade retado, y

prestarle toda la ayuda posible. Sin embargo, si él perdía el debate las

consecuencias recaerían en él, y también en mí. Era preocupante.

Al salir de esa reunión Leyia Canno se aproximó hasta donde yo me encontraba. La

chica era de mi estatura, lucía siempre muy elegante, y ese día observé que tenía

ojos grises. Su apariencia era agradable, aunque era el doble de engreída que

Ariadna.

-Te agradezco Antonio, ¿te parece si nos reunimos mañana en la tarde en mi

casa?- al hablar miraba su teléfono móvil con mucho interés-. El tal combate es el

próximo martes; el retador es una estúpida llamada Ana Querencio.

-¿Sobre qué tema es el debate?- pregunté.

-Japón- dijo; como si algo le hubiera sentado mal al comer.

-Perfecto- respondí-. Me gusta.

-¿En serio?- la chica parecía extrañada-. Entonces, así quedamos. Aquí está la

dirección.

Me entregó un papel garabateado con unos números.

-Mañana a las cuatro, ¿qué opinas?- propuse.

Ella se lanzó a darme un beso en la mejilla, y un abrazo. Era algo inusual en ella.

-Allá te espero.

Leyia salió de la sala, Ariadna y Óscar me esperaban. Como si quisieran darme el

pésame.

-Muchas gracias, te lo agradeceré de por vida- le dije a mi amigo.

Él me dio un pequeño puño en el hombro.

-Lo hice por ti. Si ganas, serás el nuevo futuro presidente de esta Sociedad.

-Pero si pierdo, estaré a merced de la penitencia que me impongan- repuse.

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Ariadna no decía nada. Se acercó con cierta precaución, como si temiera alguna

reacción contra ella.

-Estoy orgullosa de ti- dijo, inesperadamente.

Rita abordó a Óscar y comenzó una charla con él, muy animada como para variar.

Ariadna y yo caminamos en silencio hasta su automóvil, ella siempre me llevaba

hasta mi casa después de los debates. Nuestros otros amigos nos seguían a una

distancia prudente.

-Primero Rita y ahora Leyia, eres un tigre- dijo.

-¿A qué te refieres?- no esperaba ese comentario-. Solo la voy a asesorar, y fue

por decisión de la Junta Directiva.

Ella sonreía con cierto desánimo. Como si le preocupara algo.

-Lo sé. Saladom ya había pensando en ti, estábamos hablando de eso

precisamente antes de que se hiciera la votación.

-¿En serio?

Ariadna dejó de sonreír, y se acercó a mí como nunca lo había hecho.

-Estoy orgullosa- y me abrazó-. Pero no te pases con ella. Es muy creída.

El abrazo fue muy corto, para mi pesar. Ella ingresó al automóvil rápidamente.

-¡Esperen!- gritó Óscar-. ¿Nos puedes acercar hasta nuestras casas, Ariadna?

Nuestra amiga, sacó la cabeza por la ventana del vehículo, y gimió de manera muy

jocosa.

-¡Anden con prisa, por favor!

Rita y mi amigo corrieron con energía, y también ingresaron al carro. Yo ya me

había hecho en el asiento del copiloto.

-Los de Piedra y Martillo son unos salvajes, ganaron el concurso intersociedades el

año pasado- comentó Rita-. Te deseo mucha suerte.

-Gracias, ¿qué pasa si perdemos?- quise saber eso, aunque intuía las

consecuencias de una derrota.

-La Sociedad será castigada, y ustedes dos serán sancionados específicamente.

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Capítulo 4

La casa de Leyia Canno estaba ubicada en un sector residencial muy exclusivo. Su

padre era rico. De hecho, a pocos metros de allí también vivía Ariadna. Un

mayordomo, con guantes y smoking me recibió en la entrada. Parecía de película.

-La señorita lo espera en la biblioteca- dijo el estirado sujeto.

Caminé por varios pasillos y corredores hasta llegar a lo que parecía ser una sala

de estudio. El lugar estaba rodeado de miles de libros, y de retratos de gente que

no conocía. El mayordomo me había preguntado –antes de dejarme allí solo- si

quería tomar algo. Le contesté que una gaseosa.

Pasaron los minutos y mi acompañante de debate no aparecía. El padre de Leyia

era dueño de una procesadora de pollos; pero, por la apariencia de la casa, más

bien se sugería que el señor era petrolero o magnate de Hollywood, era increíble.

Pasaron los minutos y ella no llegaba. Ya me había tomado un vaso de gaseosa, y

nada.

Decidí dar una vuelta por la biblioteca. Libros en francés, en ruso, en alemán, en

finlandés, eso fue lo que vi. No había muchos ejemplares en español, qué cosa

más rara.

-¿Te gusta?- escuché una voz femenina al fondo de la estancia.

-¿Me gusta qué?- pregunté, volteando la cabeza hacia donde venía el

cuestionamiento-. ¡Ah! Eres tú, ya me iba a ir.

Leyia caminó despacio, como si alguien la estuviera observando con cuidado. Era

usual en ella ese tipo de espectáculos. Perfectamente bien vestida, como si

perteneciera a la nobleza.

-Son los libros de mi abuelo. Los heredó mi padre.

-¿Tu abuelo?- me imaginé que sería alguien importante por el énfasis que hizo

sobre esa información.

-Vergel Canno, ¿no sabes quién es?- preguntó ella.

No tenía la menor idea. Me quedé en silencio. Ella emitió un pequeño sonido de

queja.

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-Embajador en la ONU. Fue presidente del Consejo de Seguridad y todo.

No quise hacer ningún comentario. Tal vez, yo era el ignorante.

-Para ser la nueva figura de la Sociedad, eres como tonto- dijo ella.

Eso me ofendió, pero a la vez me divirtió. Leyia era odiosa, pero su tono de voz

era simpático, caricaturesco.

-Disculpa, no sabía que eras de pedigrí- dije.

Ella volvió a emitir ese sonidito de queja, algo como ¡Uhm!

-El pedigrí lo tienen los animales, especialmente los perros, no los humanos. Veo

que eres rematadamente tonto.

Esta vez me pareció hasta gracioso.

-¿Dónde vamos a trabajar?- cambié de tema.

-Donde gustes. Apuesto que jamás habías visto una biblioteca personal tan

grande.

Estaba en lo cierto. Me sentía abrumado.

-Te parece aquí- escogí la primera mesa desocupada que encontré.

Ella no tuvo reparos. Colocó un ejemplar de “Historia del Japón” enfrente de mí.

Era un libro gordísimo de un tal Yaruna Kamasawi.

-¿Por dónde empezamos?- preguntó, abriendo el texto.

-No creerás que nos vamos a leer eso; esta grande- dije, abriendo los ojos lo

máximo que pude.

-Antonio Davage es tu obligación ayudarme- dijo juguetonamente.

-Pero, es que se ve aburrido- empecé a bostezar y todo.

Ella era indomable, y un poco insoportable. No escuchó mis súplicas, y comenzó a

leer el libro desde la primera página.

-El Japón es un imperio que ha trasegado por diferentes etapas históricas…- era

como si leyera un cuento infantil a un niño.

Por media hora no pude hacer nada, hasta que decidí intervenir drásticamente.

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-¡Leyia! ¡Para! ¡Así no vamos a conseguir nada!- dije, levantando la voz-. ¡No

creerás que estaré aquí hasta quién sabe cuándo! Creo que es mejor entrenarnos

en argumentación.

-¿Argumentación? ¿Qué es eso?- preguntó, sin cerrar el mamotreto.

-Tácticas para el debate. Por ejemplo, si el tema es la Segunda Guerra Mundial,

nosotros defenderemos la postura moral.

-¿De qué estás hablando?- sus labios temblaban por alguna razón desconocida.

-Postura moral. La postura moral siempre lleva a posiciones inatacables. Quiero

decir que si tratan de involucrarnos en el tema político, histórico, o jurídico,

nosotros nos iremos siempre por el lado moral; es fácil.

Ella estaba realmente interesada. Cerró el libro, y prestó toda su atención sobre

mis palabras.

-Si el tema es la participación de Japón en esa guerra, nosotros diremos que fue

inmoral el ataque a Pearl Harbor, ¿entiendes?

-No mucho, pero te sigo- dijo ella. Ahora parpadeaba con nerviosismo.

-Si hablan de la etapa postindustrial, nosotros diremos que ha sido inmoral que el

Japón abandone sus más preciadas tradiciones.

Ella colocó su cabeza sobre la mesa. Después expulsó unos gritos. Fue

verdaderamente chistoso.

-¿Por qué no lo pensé antes? ¡Soy una bruta! ¡Y tú eres un genio!- una vez hizo

esto, me dio un beso en la boca.

Fue un pequeño beso, pero logró activar mis alarmas.

-No es algo del otro mundo, pero es una táctica- traté de restarle importancia al

asunto.

-¡Antonio Davage, eres de lo mejor!- volvió a elogiarme-. ¡Quiero darte mil hijos!

Esa última frase me preocupó más que el beso.

-No se te olvide, el terreno moral, siempre llevar la discusión al terreno de lo

bueno y lo malo- complementé.

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Ella estaba realmente emocionada. En la siguiente hora, le seguí dando ejemplos

de lo que le había explicado. Cuando empezaba a anochecer, decidí irme. Leyia me

acompañó hasta la puerta -la que daba a la calle-.

-Me has ayudado mucho. ¡Ahora eres mi héroe!- de improviso, ella me abrazó y

levantó sus caderas, encadenando sus piernas alrededor de mi cuerpo. Para lograr

eso pegó un saltito. Yo tuve que agarrarla para que no se fuera hacia atrás.

A pocos metros de donde estábamos, una muchacha paseaba un perro pequeñito.

La mujer se quedó mirándonos con demasiado interés. Se trataba de Ariadna. Mi

sorpresa fue mayúscula. Casi que dejo caer al suelo a Leyia.

-¿Cómo va la preparación?- preguntó desde lejos.

La garrapata se soltó al instante, al escuchar la voz de mi amiga.

-¡Va muy bien!- grité-. ¿Y ese perro? ¿Cómo se llama?

-¡Dondo! ¡Se llama Dondo!- el animal era negro, minúsculo, de movimientos

nerviosos.

Leyia volteó a mirar a Ariadna. Su expresión cambió radicalmente. Volvió a ser la

de siempre.

-¡Hola Ariadna! ¡Lindo tu perrito!- gritó, emitiendo unos sonidos disonantes-.

¡Antonio es un dios!

El perrito estaba haciendo sus necesidades fisiológicas justo enfrente de la casa de

Leyia. Mi amiga no contestó nada, levantó una mano, y se despidió sin pronunciar

palabra. El animal la siguió.

-Estaba como contrariada- dijo la garrapata.

-Creo que sí.

Una semana después se llevó a cabo el combate. Los debates entre sociedades se

realizaban en el salón principal de la Escuela; cualquiera podía asistir. En la parte

de adelante se colocaban los estandartes de las dos sociedades enfrentadas. El

nuestro era rojo carmesí, y el de Piedra y Martillo era café.

El lugar estaba lleno de gente. En esos combates cada sociedad elegía un jurado, y

los dos elegidos nombraban a un tercero. La sociedad Carmesí había elegido como

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jurado al profesor Vergerier. Nuestros oponentes habían seleccionado al profesor

Grummt. Sin embargo, y para pesar nuestro, Elleure sería el tercer jurado.

-¡Qué mala suerte!- le comenté a Leyia en voz baja.

-¿No se puede hacer nada?- preguntó con ansiedad.

-Nada, no se puede hacer nada.

La mesa principal fue ocupada por los tres jurados, y por los presidentes de ambas

sociedades. El moderador sería el presidente de Océano Profundo.

-Damos comienzo al combate- dijo el moderador-. ¡Por favor cállense todos!

La sala fue apaciguada de inmediato.

-¿Quién es el combatiente de Carmesí?- preguntó.

-La señorita Leyia Canno- respondió Saladom Aquebar.

-¿Quién es el combatiente de Piedra y Martillo?

-La señorita Ana Querencio- anunció el otro presidente.

-El tema del combate es Japón, para ello, nuestros jurados han seleccionado tres

tópicos a debatir. Se seleccionará a la suerte uno de ellos- el moderador tomó una

bolsa negra, y revolvió con su mano derecha en el interior de esta; sacó un papel-.

“Los siete samuráis” de Akira Kurosawa.

-¿Cine?- me preguntó Leyia impresionada.

-¿La has visto?

-Hace rato. Espero acordarme.

-Hemos acordado que comenzará el combate la representante de Piedra y Martillo-

explicó el moderador.

Ana Querencio pasó al atril, que estaba ubicado al lado izquierdo de la mesa

principal.

-En esta película, Kurosawa muestra el conflicto de un antiguo Japón, y del nuevo

Japón. Los samuráis representan al viejo país, y los campesinos al nuevo…

Querencio era una chica obesa. De cabello rojo. Tenía varias pecas en el rostro.

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-… al finalizar la película, Kurosawa muestra el triunfo del nuevo país sobre el

antiguo…

-Acuérdate de la táctica- le dije en voz baja a Leyia.

Cinco minutos más tarde, el combatiente de Piedra y Martillo había acabado su

argumento. Sus amigos la aplaudieron con exaltación y júbilo.

-¡No hay aplausos sino hasta el final!- recordó el moderador-. Tiene la palabra el

combatiente de Carmesí.

Leyia caminó hasta el atril como si estuviera modelando. Se escucharon algunos

silbidos en el público.

-Los samuráis representan el bien, y los ladrones el mal. Los campesinos no son ni

lo uno ni lo otro- dijo Leyia-. Kurosawa trata de enviar un mensaje a los

espectadores. Insinuando que toca volver a los valores de antaño…

La argumentación de la chica fue perfecta. Se había comportado muy bien. Otra

vez, cinco minutos más tarde, ella acabó con su argumento y volvió a sentarse

junto a mí.

-¿Cómo lo hice?- me preguntó en un murmullo.

-Perfecto, creo que ganaremos.

Querencio volvió al atril para contra-argumentar. Sus movimientos eran toscos. Allí

entendí por qué le había planteado un combate a Leyia.

-No es cierto. Kurosawa no plantea el bien y el mal; plantea un tema político

nacional, quiere recordarle al Japón lo que fue, y lo que debe ser, así de simple. Es

política su posición, no moral…

Otros cinco minutos que se pasaron volando. Leyia sonrió con satisfacción después

de escuchar a su oponente, y luego pasó nuevamente al atril.

-Los samuráis representan lo mejor del Japón: el bien; y los ladrones el mal.

¿Cómo lo sabemos? Por la actitud de los samuráis, su optimismo, su vitalidad, su

sencillez. Los ladrones en cambio, son feos, maleducados, obscenos. Los

campesinos se mueven entre estos dos extremos. Al finalizar gana el bien…

Leyia contra-argumentó y volvió a su lugar. Estaba confiada.

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-Ya hemos escuchado las dos posiciones. Nuestro jurados deben dar su veredicto-

enunció el presidente de Océano Profundo-. Debo saber el voto de cada uno de

ellos. Profesor Vergerier, ¿cuál es su decisión?

-Voto por Piedra y Martillo- dijo. Los miembros de ese grupo saltaron de sus sillas

de la emoción, y emitieron vítores.

-¿Cuál es su decisión?- le preguntó al profesor Grummt.

-Voto por Carmesí- dijo.

Leyia me abrazó sin ningún pudor.

-El turno es para el profesor Elleure.

El docente me miró con una sonrisa macabra. Esperó a que todos estuvieran en

silencio para hablar.

-Voto por Piedra y Martillo.

Se escucharon aplausos, y risas exageradas.

-¿Cuál es la penalización para Carmesí?- le preguntó el moderador al presidente de

la sociedad ganadora.

-Deben acudir mañana en ropa interior al comedor principal de la Escuela, y

almorzar de esa forma allí- sentenció.

Todos los de Piedra y Martillo rieron con mayor razón.

Saladom Aquebar se veía devastado. Leyia se tapó la cara con las manos. Estaba

llorando.

-No te preocupes. Lo hiciste muy bien- le dije, tratando de consolarla.

-Me siento mal- dijo entre sollozos la muchacha.

Los miembros de Carmesí se acercaron. Los profesores abandonaron el salón, y los

de Piedra y Martillo entonaron su himno.

-¡Ese imbécil de Elleure!- dijo Óscar con rabia.

-Quería vengarse- agregó Ariadna, mientras acariciaba el cabello de Leyia.

-¡Soy una boba!- gimió la chica.

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-No digas eso. Hiciste lo que pudiste- intervino Rita.

-Bueno chicos, ya oyeron, mañana en ropa interior en el comedor- dijo Saladom.

-¿Qué penalización tendrán Leyia y Antonio?- intervino Carlos Peresquat.

Todos allí le lanzaron una mirada fulminante.

-¿Qué propones Carlos?- le preguntó Aquebar.

-Que se den un beso en la boca- contestó inmediatamente.

-¡Qué ridículo eres Carlos!- a Ariadna no le gustó la penitencia.

Leyia se refregó la cara, y me miró como si todos sus familiares se hubieran

muerto. Los ojos estaban enrojecidos, y su expresión era lamentable.

-¿Solo eso?- preguntó.

-Ya oíste Leyia, dale un besito a tu acompañante de combate- ordenó Saladom.

La chica sacó un pañuelo de su cartera y se limpió el rostro. Después sonrió

tímidamente, y esperó a que yo iniciara la operación.

-¡Qué estupidez!- Ariadna nos dio la espalda, e hizo el ademán de hablar por su

teléfono móvil.

Yo lo hice rápidamente. Acerqué mis labios a los de ella, y la besé. En un

santiamén.

-Está hecho. Esa fue su penalización- dijo el Presidente-. Mañana será a otro

precio. No se olviden del castigo muchachos, o nos impondrán una sanción peor.

Todos salieron del lugar; excepto Rita, Ariadna, Leyia, Óscar, y yo.

-Los invito a comer pizza- anunció la Vicepresidenta.

-¡Me adhiero!- exclamó Óscar.

Leyia se había calmado, aunque parecía muy abatida.

-Me imagino que perdiste a propósito- me dijo Ariadna en voz baja.

-¿Por qué dices eso?- le pregunté.

-Para besuquearte con esta- murmulló otra vez-. Los vi ayer, en la puerta.

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No pude aguantar, y lancé una carcajada. Ariadna no modificó su posición, me

observaba con seriedad.

-¡Vamos chicos, tengo hambre!- dijo Rita-. ¡Rápido!

No hubo más comentarios. En una pizzería que quedaba enfrente de la Escuela

cenamos ese día. Ariadna estaba pensativa. Rita no paraba de hacer bromas sobre

el castigo impuesto. Leyia estaba mejor de ánimo.

-Yo me pondré mi bikini- dijo Rita-. ¿Y tú?

Óscar le seguía la cuerda.

-No tengo ropa interior. Saldré desnudo.

-¡Qué asco!- repuso Rita-. ¡Ponte algo! ¡No quiero pasar del ridículo a la infamia!

Ariadna soltó una risita, lo mismo que Leyia.

-¿Y ustedes dos? ¡Se besaron con pasión!- agregó Óscar.

Leyia se había compuesto del todo. Ariadna volvió a sus pensamientos.

-Fue un castigo, mi querido amigo- dije.

-Pues no me pareció.

-Ponte serio Óscar- advirtió Leyia-. Antonio es todo un caballero, y me ayudó

mucho para preparar el debate.

-¡Me imagino la preparación!- continuó.

Rita parecía gozar con estos comentarios.

-Sí Óscar, no los molestes más- Ariadna metió la cucharada.

-¡Ya sabemos quién está celosa!- a mi amigo le sirvieron un banquete, y lo estaba

aprovechando en debida forma.

-¿Celosa yo? ¿Por qué?- Ariadna preguntó indignada. No estaba de buen humor.

-Dejemos las cosas así, solo fue un juego, nada más- Rita trató de calmar la

tempestad.

La verdadera preocupación de Ariadna era la actitud del profesor Elleure.

-Definitivamente nos tiene entre ojos- comenté, intuyendo sus pensamientos.

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Ariadna respondió inmediatamente, era eso lo que la atormentaba.

-¡Sí! ¡Ese desgraciado! ¡Y el Rector no hace nada!- exclamó, como si se estuviera

desahogando.

-¿Se refieren a Elleure? ¡Ni me hablen de él! ¡Es un asco!- Óscar compartía los

sentimientos de nuestra amiga-. Pero tengo un plan, ya se los expondré.

Ese día comimos pizza animadamente. Después cada uno se fue a su casa a

pensar en la penitencia del día siguiente.

-¡No saldré en ropa interior!- protestó Leyia-. Si acaso, lo haré en camiseta y

jeans.

-Es la regla- le explicó Aquebar-. Si no cumplimos, nos sancionarán con mayor

gravedad.

A las doce del día la cafetería de la Escuela estaba atestada de gente; la mayoría

de las personas acudían allí para almorzar. El presidente de Carmesí nos ordenó

entrar en paños menores. Los hombres dejamos la ropa en el baño de caballeros,

y las mujeres en el que le correspondía a ellas. Fue penoso, ese día me coloqué los

calzoncillos más grandes que tenía, y creo que los demás hicieron lo mismo.

Saladom Aquebar ingresó al lugar de primero, todos lo seguimos en fila.

-¡Esto es indignante!- Leyia lucía una sensual ropa interior negra. No se veía mal.

Ariadna se acercó y me susurró en voz baja: “¿Te gusta mucho?”. Yo solté la

carcajada. No era capaz de mirarla del cuello para abajo, sin embargo, lo hice y

ella me administró un coscorrón en la cabeza.

-No te pases de listo- me dijo.

Rita era la más animada, entró después de Aquebar a la cafetería, y fue recibida

con rechiflas y silbidos. El lugar se convirtió en un verdadero carnaval de gritos,

aplausos, risas, burlas, y piropos grotescos. Hicimos una fila india, uno tras otro, y

nos ubicamos en todo el centro de la estancia. Rita sonreía y hacía poses, Ariadna

estaba totalmente ruborizada, Leyia estaba furiosa, y los demás tratábamos de

taparnos nuestras partes pudendas. Nos tomaron fotos, videos, y hasta nos

arrojaron papeles y servilletas. Fue humillante. Pasados cinco minutos, el

presidente de Piedra y Martillo se acercó hasta nosotros, y anunció:

-¡Carmesí ha cumplido con su castigo!

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Capítulo 5

Cumplir aquella penitencia fue un suplicio. Pero esas eran las reglas de las

sociedades de debate. Una vez dejamos la cafetería, observé con mayor detalle a

Ariadna. Se veía preciosa. Vestía una ropa interior blanca con encajes, no aguanté

las ganas y le lancé un piropo, a mi manera.

-Te ves hermosa- yo caminaba detrás de ella. Ariadna escuchó mis palabras,

volteó a mirarme con indiferencia, y caminó rápidamente hasta el baño. Pensé que

había sido muy atrevido, y me dio vergüenza.

-Ella te escuchó amigo, muy bien- me comentó Óscar, cuando nos vestíamos otra

vez.

Al salir del baño, Ariadna me esperaba cruzada de brazos.

-Necesito hablar contigo, a solas- dijo.

Fuimos al salón Carmesí, donde se reunía la Sociedad. Estaba desocupada. Cerró

la puerta. Me miró directamente a los ojos, sin pestañear, su actitud me intimidó.

-Estoy enamorada de ti- dijo, y colocó sus labios sobre los míos con infinita

delicadeza.

-¿Estás hablando en serio Ariadna?- fue lo único que atiné a decir.

Ella volvió a besarme, con mayor pasión.

-¿Qué crees?- preguntó.

La abracé con fuerza, apreté mi cuello con tanta intensidad hasta casi perder la

respiración. Nos volvimos a besar.

-No quiero que vuelvas a meterte con Leyia- dijo, levantando un dedo

amenazadoramente.

-Claro que no, entre ella y yo no hay…

-Lo sé, pero siento que esa niña sí desea estar contigo.

Solo sonreí, y le di un beso en la nariz. Ella lanzó una mirada pícara. Eso me

encantó.

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Al salir del salón nos encontramos con Óscar y Rita. Nos estaban buscando.

-¿Qué estaban haciendo muchachos?- preguntó mi amigo-. ¡No quiero que sean

papás tan pronto!

-Nosotros nos cuidamos- respondió Ariadna.

Óscar se sonrojó, no esperaba esa respuesta.

-¿Qué ocurre?- pregunté.

-Que tenemos un plan para contrarrestar a Elleure definitivamente- anunció Rita-.

Entremos allí.

Volvimos a ingresar en el salón Carmesí. Ocupamos unas sillas.

-Elleure tiene una debilidad- comenzó Óscar-. Explotaremos esa debilidad.

-¿Debilidad? Pero si ese señor parece un fósil; no tiene sentimientos, ni pasiones,

ni nada- contesté.

-Eso crees tú- intervino Rita-. Sin embargo, nosotros, los alumnos de cursos

avanzados sabemos que Elleure tiene un defecto.

-¿Cuál es?- Ariadna estaba muy interesada. Parecía estar ansiosa.

-Es un viejo verde- soltó mi amigo-. Elleure siente una tremenda fascinación por

las muchachitas.

Ariadna parecía asqueada, hizo una mueca exagerada de fastidio.

-¿Y qué? Sigo sin entender- dije.

-Fácil, mi querido Antonio, lo engañaremos, y probaremos que es un viejo inmoral.

Óscar parecía estar muy optimista.

-¿Cómo vamos a hacer eso?- Ariadna y yo no habíamos captado las intenciones de

ellos.

-Una alumna debe servir de carnada, y así demostraremos que ese señor es de lo

peor- explicó Rita.

-¿Y quién se arriesgará?- Ariadna mostró preocupación, el plan no la convencía-.

Lo único que sé es que no seré yo.

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-Obviamente, que no- dijo Óscar-. Tú y Elleure son enemigos acérrimos. Debe ser

alguien más creíble.

-¿A quién propones?- pregunté con incertidumbre.

-Elleure estaba en la cafetería. Observó con saña nuestro castigo- Rita no dejaba

su extroversión ni por un momento-. Yo me di cuenta de un detalle.

-¿Qué?- Ariadna abrió los ojos como platos.

-El muy depravado no dejaba de contemplar a Leyia. La observaba con morbo-

contestó la chica.

-Es que se veía muy sexy- hablé sin pensar.

Ariadna movió rápidamente su brazo y me incrustó un pellizco en la pierna.

-¡Ay!- lancé un quejido-. ¡Es la verdad! ¿Qué puedo hacer?

Ariadna volvió a proceder de la misma forma. Esta vez con mayor crudeza. Salté

de la silla.

-¿Podrá esa niña cumplir con el plan?- preguntó ella.

-Tenemos que intentarlo- dijo Óscar.

Minutos después invitamos a Leyia a nuestra reunión. Ella tampoco entendió la

trampa en principio.

-¿Y qué debo hacer yo?- preguntó con ingenuidad.

-Seducirlo. O hacer que lo seduces- le explicó Rita-. No vas a hacer nada con él,

simplemente debes poner de relieve que el tipo no tiene límites morales.

-¿Cómo procederemos?- pregunté.

-Leyia invitará al profesor aquí. Nosotros esconderemos unas cámaras, filmaremos

todo, y después lo publicaremos en Internet- Rita habló con rapidez, como si fuera

un militar exponiendo la estrategia a sus subordinados.

-¿Y si se sobrepasa?- Leyia no estaba feliz con el asunto.

-No te preocupes, nosotros estaremos monitoreando todo- dijo Óscar.

La chica quería venganza. Haber perdido el combate con Piedra y Martillo le había

causado más que furia.

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-Está bien, lo haré- Leyia aceptó finalmente.

Colocamos unas cámaras en el bolso de nuestra compañera, y en el salón Carmesí.

Esas cámaras nos enviaban una señal a nosotros. Leyia fue hasta donde se

encontraba la oficina del profesor Elleure. Ella iba vestida con una minifalda muy

corta. Tocó la puerta de la oficina, lo hizo con nerviosismo. Nosotros podíamos ver

y escuchar todo lo que pasaba, ya que nos ubicamos en un cuarto anexo al salón

Carmesí, donde ubicamos todos los equipos. Un hermano de Rita, que era

ingeniero electrónico nos ayudó con la logística.

-¡Pase!- gritó el profesor.

Leyia ingresó a la oficina. El profesor la miró con escepticismo.

-¿Qué desea señorita Canno?- preguntó, mientras digitaba en un computador.

-Profesor necesito una guía- dijo Leyia tímidamente.

-¿Una guía? ¿Cómo así?- Elleure se mostró brusco.

-Sí, es que no entiendo muy bien el tema de Aristóteles.

-¿Aristóteles? ¿Qué de Aristóteles?- el sujeto no dejaba de digitar.

-La política, no entiendo lo de las constituciones.

Elleure levantó la vista. Por un momento fugaz dirigió sus ojos hacia las piernas de

nuestra compañera.

-¡Depravado!- gritó Ariadna.

-¡Silencio!- espetó Rita-. Tenemos que estar pendientes.

Nosotros veíamos todo en las pantallas de los computadores que estaban

conectadas a las cámaras que se encontraban en el bolso de Leyia y en el salón

Carmesí.

-¿Y qué quiere saber sobre eso?- Elleure volvió a sus asuntos, pero había dejado

un poco su altivez.

-Quiero que me ayude con un debate- decía Leyia con cierta timidez, pero con una

inocencia seductora-. El tema es Aristóteles, y como usted pudo atestiguar hace

unos días me falta mucho en esa habilidad.

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-¿Habilidad para qué?- dejó de teclear por un instante, y la observó

desconcertado.

-Para debatir, quiero que usted me ayude, por favor- hizo énfasis en ese tono

inocentón.

-Estoy muy ocupado, debo entregar este artículo hoy- dijo muy cortante el

profesor.

-Lo perdimos- espetó Óscar.

Por un momento no se escuchó nada, pero Leyia permaneció allí.

-En el salón Carmesí hay un atrio para discursos, y es un sitio ideal para ensayar-

la compañera era una gran actriz-. Podemos estar solos.

Eso último cambió el panorama. Elleure se echó hacia atrás en la silla, y miró de

pies a cabeza a la alumna.

-¿Por qué no acá?- preguntó.

-Es que aquí es muy pequeño, y no puedo hablar en voz alta- explicó Leyia.

-Y no te podemos filmar bien- agregó Rita.

-Cinco minutos y nada más- propuso Elleure, con una pequeña sonrisa de

satisfacción en el rostro.

-Eso depende- respondió Leyia-. Tal vez me apasione con el ensayo.

Elleure la miró fijamente. La estaba deseando.

Ariadna y Rita lanzaron sendos epítetos que correspondían con sus sentimientos de

desprecio.

El profesor y la alumna dejaron la oficina. Caminaron juntos hacia el salón

Carmesí.

-Prepárense para escuchar todo y grabar- dijo Óscar.

Así lo hicimos, tal como nos explicó el hermano de Rita. Habíamos colocado

cámaras ocultas por todo el salón.

-¿En qué sociedad de debate estuvo usted profesor?- le preguntó Leyia, mientras

ingresaban al lugar.

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-En ninguna, fui un alejado, no me gustaba pertenecer a ningún grupo.

Leyia no repuso nada.

La chica caminó lentamente hasta el centro del salón, como si quisiera ordenar las

sillas que se encontraban allí. Elleure la miró con detenimiento. Era evidente que

apreciaba el cuerpo de Leyia. Ella se agachó de manera insinuante.

-¡Es una zorra!- exclamó Ariadna.

-¡Cállate!- la reprendió Rita.

El profesor movió su mano derecha hacia su cintura. Después la bajó, y la frotó

contra sus pantalones.

-¡Qué asco!- gimió Ariadna-. No puedo ver esto.

Leyia siguió con la actuación. Permaneció en esa posición impasiblemente. Elleure

caminó hacia ella. Después se quedó estático, como si estuviera dudando, luego

siguió. Leyia estaba muy nerviosa. El profesor quedó justo detrás de ella. Colocó

sus manos encima de las caderas de nuestra compañera.

-¡No más!- reclamó Ariadna. Rita le puso una mano sobre la boca para que se

callara.

Leyia colocó su cuerpo totalmente de forma vertical, pero sin mover las piernas, ni

voltearse; indudablemente estaba muy temerosa. Elleure bajó sus manos

lentamente, y agarró las nalgas de la chica. Ella parecía a punto de estallar.

Después el sujeto siguió bajando hasta llegar a los muslos de la chica. Subió las

manos, tomando la falda; se podían ver los calzones de Leyia. Él trató de besar la

cola de la chica, pero en ese momento ella se volteó y le aplicó una cachetada

feroz. Elleure le respondió con un puño, que la mandó al suelo.

Rita, Ariadna, Óscar, y yo corrimos a ayudarla. Entramos como bólidos al salón.

Elleure no supo qué hacer, había quedado en shock. Nuestra compañera estaba en

el suelo, la ayudamos a ponerse de pie.

-¡Esta muchachita trató de agredirme!- gritó el profesor.

-¡Bestia!- gritó Leyia-. ¡Mis papás pedirán su renuncia!

-¡Ella me abofeteó! ¡Le pegó a un profesor!- Elleure estaba descompuesto.

-¡Porque usted se sobrepasó con ella!- aventó a todo pulmón Óscar.

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-¿Sobrepasarme? ¡Ella me tendió una trampa!- replicó el profesor.

-¿Una trampa? ¡Nosotros grabamos todo! ¡Tenemos la prueba de su felonía!-

también me uní a la pelea desatada.

Elleure me miró estupefacto. Era el rostro del terror, algo tétrico. Nos dedicó una

expresión de amenaza y salió caminando deprisa. Leyia tenía el pómulo izquierdo

enrojecido, maltrecho.

-¿Estás bien?- le pregunté.

La muchacha prorrumpió en llanto, colocó su cabeza sobre mi hombro. Ariadna no

estaba feliz con la situación, pero no podía hacer nada.

-¡Estoy histérica! ¿Por qué hicimos eso?- expresó con vehemencia la víctima.

-Era necesario- Rita la consoló-. Elleure ha roto los límites, debe irse de la Escuela.

Pocos minutos después ingresó el Rector. Elleure venía detrás de él, como si lo

estuviera protegiendo.

-¿Qué pasó aquí?- preguntó-. El profesor me dice que la señorita Canno lo atacó.

Eso es inadmisible.

-¡No es cierto! ¡Él me tocó con descaro, y yo me defendí!- gritó Leyia.

-Ella se me insinuó, y yo la estaba ayudando con las sillas, pero en un momento

dado me dio una cachetada- Elleure era el dios de las mentiras. Tenía una sangre

fría impresionante para engañar.

El Rector contempló al profesor con pesar, y luego le dedicó una mirada

fulminante a Leyia.

-¿Eso es verdad? Si es así, usted está en problemas- dijo.

-¡No es cierto!- intervino Ariadna-. Todo está grabado en video, él se sobrepasó

con Leyia, y ella se defendió.

-¿Grabado?- preguntó el Rector-. ¿Cómo es eso?

-Acompáñenos- le sugirió Óscar.

Todos caminamos hacia el cuarto adyacente al salón. Sobre una mesa había unos

computadores portátiles. Óscar realizó unas operaciones, y apareció un video en la

pantalla de uno de aquellos aparatos. En él se veía cuando Leyia ingresaba a la

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oficina de Elleure, después mostraba la conversación que mantuvieron ellos dos, y

al final se podía observar el incidente en el salón Carmesí.

-¡Todo fue planeado! ¡Me han embaucado!- espetó Elleure con desesperación.

El Rector estaba sorprendido, en su rostro de dibujó una expresión de

preocupación.

-Esto debe ir al Consejo Superior, no tengo otra opción- salió del cuarto sin decir

más. El profesor caminó detrás de él.

-¿Consejo Superior?- Óscar no había leído el reglamento de la Escuela, era peculiar

en él.

-La máxima instancia académica de este lugar; te pueden expulsar si es el caso- le

explicó Rita.

-Bueno, la suerte está echada- contestó él.

Una semana después citaron a Ariadna, a Rita, a Leyia, a Óscar, y mí a una

audiencia con el Consejo Superior de la Escuela. Era una sala pequeña, había una

mesa muy larga al fondo de esta, allí estaban sentados los miembros de este

organismo. El Rector presidía el Consejo, había otras tres personas. Elleure

también se encontraba allí presente.

-Estamos aquí para resolver el incidente entre estos alumnos y el profesor Elleure-

dijo con voz ceremonial el rector Ardovallian -. Según el profesor esta alumna lo

atacó con dolo, y ella aduce que el docente se sobrepasó con ella.

-¿Qué pruebas hay?- preguntó Winston Lakario. Era un reputado catedrático de

derecho internacional. Él y el Rector no se llevaban muy bien.

-Hay unos videos- respondió Ardovallian, como si estuviera cansado.

-Queremos verlos- exclamó Lakario.

El Rector desplegó un computador portátil sobre la larga mesa, y apretó unos

botones. Nosotros no podíamos ver nada. Pero sí escuchábamos el sonido de

estos. Lakario abrió los ojos, estaba impresionado. Los otros dos miembros del

Consejo Superior no mostraban signos de emoción alguna.

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-¿Qué tiene por decir profesor Elleure?- le preguntó el Rector, después de ver las

pruebas.

-Que todo es una farsa, un montaje, una trampa, ellos me engañaron, allí se

puede ver a todas luces- dijo.

-Es verdad. Podemos observar que los alumnos llevaron a cabo una conspiración

en su contra, sin embargo, también es cierto que usted tocó indebidamente a la

señorita Canno- dijo Lakario-. Me parece que su conducta fue inapropiada para el

cargo que ostenta.

Elleure estaba furioso, parecía que quería matar al catedrático de derecho

internacional.

-Pero las cámaras, la filmación, la emboscada; no creo que el profesor sea culpable

del todo- dijo Xanxivar, otro de los miembros del Consejo Superior.

-¡Él se aprovechó!- gritó Leyia. Había aguantado mucho, pero no resistió.

-¡Señorita, guarde la compostura!- la reprendió Ardovallian.

-¡Sí, este tipo es un abusador! ¡A mí ya me agredió físicamente!- Ariadna

acompañó la acusación de Leyia.

-El profesor Elleure tiene antecedentes de abuso físico contra estudiantes-

comentó Lakario-. Ya le perdonamos una vez.

-Eso es cosa del pasado- dijo el Rector.

-Tenemos que arreglar este asunto de una vez por todas- sentenció Lakario-. La

disciplina de la Escuela no se puede resquebrajar.

Ardovallian respiró hondo, arregló unos papeles que tenía sobre la mesa, e hizo un

anuncio.

-Nos reuniremos en privado para tomar una decisión, por favor salgan, y ya los

llamaremos de nuevo; esperen afuera.

Eso hicimos. Elleure se movía con displicencia, como si ese asunto no le importara.

Nos sentamos todos juntos en un sofá que había afuera. Elleure se quedó parado

a unos metros de distancia; quería aparentar tranquilidad.

-¿Qué pasará?- me preguntó Ariadna en voz baja.

-Ojalá supiera- le respondí, y le di un beso en la boca.

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Media hora después nos volvieron a convocar a la pequeña sala. Ardovallian

esperó unos instantes, y comenzó a anunciar el veredicto.

-El Consejo Superior ha decidido imponer un castigo al profesor Elleure- dijo con

paciencia-. Una amonestación en su hoja de vida.

Todos estábamos pasmados, no creíamos lo que estábamos escuchando.

-A la señorita Leyia Canno también se le ha impuesto un castigo: matrícula

condicional. A sus otros compañeros, igualmente se les anotará una amonestación

en su hoja de vida.

-¡Eso es injusto!- gritó Leyia-. ¡Este tipo es un delincuente, y ustedes lo protegen!

-¡Señorita, cálmese! ¿O quiere que la expulsemos?- espetó el Rector.

-Tranquila Leyia, tranquila; piensa con cabeza fría- le alcancé a decir en voz baja.

Elleure nos miró con burla, y salió rápidamente de la sala. El Rector hizo lo mismo,

y lo acompañaron los otros dos Consejeros. El profesor Lakario se quedó con

nosotros en la estancia. Guardaba unos documentos en su portafolio.

-Yo no estuve de acuerdo con esa decisión, pero fui la voz minoritaria- dijo-. Lo

siento.

-Tranquilo profesor, gracias- exclamé.

El catedrático se acercó hasta donde estábamos nosotros. Leyia estaba otra vez a

punto de colapsar. Lloraba sin ninguna cortapisa. Ariadna y Rita trataban de

consolarla.

-Elleure es muy poderoso, ejerce una gran influencia sobre el Rector- explicó

Lakario-. Yo ya estoy cansado de él, y de Ardovallian.

Se desplazó hacia la salida, pero vaciló. Se quedó como petrificado por un

momento, después se volvió hacia nosotros.

-Solo hay una salida para todo este problema- enunció.

-¿Cuál profesor?- pregunté con curiosidad.

-Afrodita celeste en los templos de cobre- susurró-. Investiguen.

Nuevamente tomó ruta hacia la puerta, y nos dejó allí, solos.

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Capítulo 6

La casa de Ariadna era inmensa, espectacular, allí vivía con su mamá y su

hermana menor, Alexandra. En el mismo barrio donde se domiciliaba Leyia Canno.

El padre de Ariadna se encontraba en la China, era el embajador de nuestro país

allí. La familia nunca viajaba a los países donde él ejercía la representación

diplomática. Se rumoreaba que él mantenía un romance secreto con su secretaria

personal, sin embargo, la mamá de Ariadna no le colocaba atención a esos

chismes. Doña Fernanda era muy conservadora, tradicional, apegada a las

enseñanzas de la iglesia Católica, y cooperadora del Opus Dei. En cambio, el padre

de Ariadna, al parecer era muy liberal, y de ideas de vanguardia. Allí estaba el

corto circuito entre estas dos personas.

-¿Qué carajos será Afrodita celeste en los templos de cobre?- pregunté.

Ariadna puso su cabeza sobre mi pecho, y estaba completamente relajada, encima

de uno de los sofás de la sala. Doña Fernanda se encontraba en un grupo de

oración, debido a esto nosotros podíamos hacer aquello. La hermana menor

estudiaba en su cuarto, en el segundo piso.

-No tengo la menor idea- contestó-. Tampoco me interesa, al fin y al cabo nos

castigaron.

-Pero la que llevó la peor parte fue Leyia.

-Sí, pobrecita, sus padres están furiosos.

-Elleure siempre se sale con la suya.

Ariadna se sentó en el sofá, de forma vertical. Parecía cansada. Se arregló el

cabello con cuidado, y me dedicó una mirada particular.

-¿Te parezco bonita?

-Eres el ser más hermoso que conozco.

-¿Y Leyia? ¿Parecías muy emocionado con el video?

-No digas eso, solo tengo ojos para ti.

Ariadna no dejaba de auscultarme, como médico dermatólogo.

-¿Qué ocurre?- pregunté.

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-Quiero besarte- dijo, luego puso sus labios en mi boca. A continuación, se

abalanzó sobre mi humanidad. Todo su cuerpo estuvo encima de mí. Estaba

realmente excitado, acariciaba sus muslos, y no dejábamos de besarnos-. ¿No te

gustaría hacer el amor conmigo?

No quise confesarle en ese momento que era virgen, que jamás había estado con

una mujer. No dije nada.

-¿Qué respondes?- ella hablaba, y me besaba.

-Nunca lo he hecho.

-Yo tampoco, sería hermoso.

De un momento a otro, ella desabotonó su blusa, pude mirar su sostén, y la piel

blanca de su pecho. Le di uno besos en sus senos. Ella estaba realmente resuelta a

cometer un pecado.

-¡Los pillé!- una voz infantil invadió la sala. Era Alexandra.

Ariadna se ajustó nuevamente la blusa, y saltó como conejo al otro lado del sofá.

-¿Qué haces aquí?- preguntó Ariadna.

La chicuela era una adolescente de dieciséis años, estaba a punto de terminar el

colegio, pero no dejaba de hablar como niña que está saliendo de la pubertad.

-Yo vivo aquí-contestó-. ¿Qué iban a hacer?

-¡Qué te importa!- Ariadna estaba agitada, y algo apenada.

-El sexo, ¿no? Si mi mamá se entera te mata.

-Mi mamá no se va a enterar, porque tú no les va a decir nada.

-¿Y si le digo?- la muchachita era un proyecto de extorsionista profesional-. ¿Qué

me das por mi silencio?

-Te prometo que no te doy una paliza.

-Necesito algo más substancial, como dinero o prestarme tu carro.

-¡Nunca! ¡Ni siquiera tienes permiso para conducir!

Yo miraba pasivamente la discusión.

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-¿Quién va a manejar?- otra voz invadió el lugar. Era un sonido más grave.

Ariadna palideció de inmediato, era Doña Fernanda, su madre.

-Nadie, solo que Alexandra quiere que le preste mi carro- respondió.

La señora del Embajador era alta, de rasgos finos como Ariadna, ambas se

parecían mucho. Había canas en su pelo, arreglado con laca. Un riguroso negro

era el color que sobresalía en su vestimenta. Era una mujer agradable, pero su

mirada era desapacible, como si algo la atormentara.

-No tienes licencia de conducción- se dirigió a la chicuela.

-Eso era lo que le estaba diciendo- agregó Ariadna.

-¿Y tú, quién eres?- Doña Fernanda me miró con atención.

-Es Antonio. Ya te hablé de él- dijo mi amada.

La señora me observó de pies a cabeza, eso me incomodó un poco. Luego me

tendió la mano.

-Mucho gusto, soy Fernanda, la madre de Ariadna.

-Antonio Davage, el gusto es mío.

-¿Ya le ofreciste un té con galletas?- la señora se dirigió a su hija mayor.

-No mami, estábamos…

-Revolcándose- intervino Alexandra.

El rostro de Fernanda se distorsionó, como si le hubiera entrado un virus

degenerativo en la cara.

-¿Cómo así? ¿Qué es eso Ariadna?

-Alexandra se refiere a que estábamos revolcando la sala, porque a Antonio se le

perdió un anillo, ¿no es así?- me pegó un pellizco imperceptible a los ojos de los

demás.

-Sí, es verdad, un anillo de grado; un regalo de mis padres- no supe qué más

decir.

-¿Y se te perdió aquí?- preguntó la señora.

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-Al parecer sí- dije.

Alexandra se tapaba la cara con las manos para no explotar en risas. Su hermana

le hacía muecas amenazantes.

-Aunque creo que lo debí dejar sobre mi mesa de noche- añadí, para acabar con el

incidente.

La madre de Ariadna no estaba muy convencida con mi versión. Emitió un suspiro,

y caminó hacia las escaleras que daban al segundo piso.

-Dale el té con las galletas, Ariadna- dijo esto mientras subía por los escalones.

-¡Estúpida! ¡Mañana no verás el sol porque estarás en el cementerio!- gimió mi

amada.

-¡El carro! ¿O prefieres que le cuente la verdad?- la extorsionista era diestra en su

arte.

-¡Pero solo una vez! ¡Y con mucho cuidado!

Alexandra había ganado. Estaba radiante, como si se hubiera ganado la lotería.

-Yo haré el té- nos informó, y fue hacia la cocina.

-Es una bellaca- complementó Ariadna.

El episodio me generó hilaridad.

-¿De qué te ríes?- me cuestionó la otra.

-¿Siempre pelean así?

-El noventa por ciento del tiempo; y el otro diez por ciento nos estamos pegando.

Alexandra sirvió el té en el comedor. Unas ricas galletas con chips de chocolate

acompañaban la bebida caliente. Fernanda bajó a acompañarnos en la mesa. El

tema central de la conversación fue todo el incidente ocurrido con Elleure.

-¿Eso dijo el profesor? ¿Afrodita celeste en los templos de cobre?- preguntó con

interés la señora.

-Sí, eso fue lo que dijo- confirmé.

La madre de Ariadna tomó un sorbo de té; nos dio la impresión de estar pensando

en algo muy importante, y serio.

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-¿Qué pasa mami? ¿Sabes qué es eso?- mi amada se había percatado de lo

mismo.

-Es un asunto delicado. Es una clave.

-¿Una clave? ¿Para qué?- pregunté.

-Cosas de adultos, no sé por qué les dijo eso a ustedes.

-¡Mami tienes que decirnos! ¡Por favor!- insistió Ariadna.

La señora volvió a tomar otro sorbo de té; partió una galleta en dos, y engulló uno

de los pedazos, con calma. Tenía todo el tiempo del mundo.

-Es un rumor. Hay una conspiración contra el Presidente. Supuestamente, la

conspiración se activaría con esa frase- explicó la señora, en voz baja; como si

alguien más aparte de nosotros la estuviera escuchando-. Hay un grupo de

personas que quiere tomarse el poder.

-¿Cómo sabes eso?- Alexandra participó en el interrogatorio.

-Tu padre; es uno de los conspiradores.

-¿El profesor Lakario también lo es?- pregunté.

-Él y otros más.

-¿Qué tiene que ver Elleure con todo esto?- Ariadna estaba conmocionada.

-Él, su hermano, y Ardovallian defienden al Presidente. Tu padre, Lakario, y otros

más hacen parte del grupo adverso.

-No entendemos. Si papá es embajador de este gobierno- intervino nuevamente

Alexandra. La chica no solo era buena para extorsionar.

-Hay corrupción en el Gobierno, mucha corrupción. Crímenes, delitos graves; ellos

quieren que las cosas cambien- explicó Fernanda, mucho más confiada.

-¿Y la clave? ¿Para qué sirve?- pregunté.

-Así se identifican Los Griegos, los que hacen parte de la conspiración.

-¿Griegos? ¿Cómo es eso?- mi amada y yo no comprendíamos del todo el asunto.

-Los Griegos son los conspiradores; Los Romanos son los que defienden al

Presidente- anunció con calma la señora.

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-¿Y eso qué tiene que ver con ellos?- inquirió Alexandra.

-Posiblemente Lakario quiere que ustedes les ayuden- Fernanda acabó su té y se

paró de la mesa-. Sin embargo, no estoy de acuerdo con eso, es peligroso.

¡Ariadna, te prohíbo que te inmiscuyas en eso!

La señora fue hacia la cocina con la tasa desocupada en la mano.

-¿Griegos? ¿Romanos? Mi padre nunca ha hablado de eso- espetó Ariadna-. Parece

una locura.

-Es necesario que hablemos con Lakario- comenté.

Las dos muchachas movieron sus cabezas al mismo tiempo. Estaban de acuerdo.

-¿Y no van a seguir con lo suyo?- preguntó la chicuela-. Yo voy para arriba

también.

-¿Con lo nuestro? ¿Qué te pasa?- Ariadna preguntó extrañada.

-Con lo suyo, ¿no van a hacer el amor? Yo distraigo a mamá.

-¡Estúpida! ¡No seas tan metida!- exclamó mi amada-. ¡Vete de aquí!

Alexandra agarró su tasa y también se dirigió a la cocina. Antes lanzó un grito.

-¡Ariadna está enamorada! ¡Quiere sexo! ¡Quiere sexo!

-¡Cállate mi mamá te puede escuchar, idiota!- dijo la otra.

No hubo respuesta.

-Tienes razón, hablemos con Lakario- mi amada había cambiado abruptamente de

emoción. Me sorprendió.

Winston Lakario tenía su oficina de abogado en el centro financiero de la ciudad.

Llegamos allí sin cita previa. En el séptimo piso de un moderno edificio estaba

ubicado el bufete legal Lakario and Lawyers. Nos recibió una secretaria muy joven,

de unos veinte años de edad.

-¿De dónde vienen ustedes?- preguntó la mujer.

-De la Escuela de Diplomacia, queremos hablar con el doctor- dije.

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-¿Tienen cita?

-No, pero es urgente, él nos conoce- informó Ariadna.

-Va a ser difícil, el doctor Lakario no atiende a nadie sin una cita concertada de

antemano.

-¡Por favor!- rogué.

La chica tomó el auricular de un teléfono, y apretó unos botones que se iluminaron

de improviso como árbol de Navidad.

-Doctor Lakario, aquí se encuentran unos alumnos de la Escuela de Diplomacia-

informó la chica-. Dicen que usted los conoce.

Ariadna y yo estábamos a la expectativa.

-El doctor Lakario los atenderá en cinco minutos- dijo la secretaria.

Nos sentamos en unas sillas muy elegantes que se encontraban en la recepción.

Ya se estaba haciendo de noche.

-Yo no veo a mi padre en una conspiración- comentó mi acompañante.

-¿Él nunca te ha dicho nada?

-En lo absoluto. Solo sé que es fiel al Gobierno. Me sorprende lo que nos contó mi

madre.

-Sorpresas nos da la vida.

-Pero no él, mi padre no es así. No le gustan ese tipo de confabulaciones.

La secretaria se acercó.

-Ya pueden seguir.

Ingresamos al despacho del profesor Lakario. Era una oficina muy amplia,

elegantemente decorada; en el fondo había un lienzo de un templo ateniense en

ruinas. Ariadna y yo nos percatamos de eso al instante.

-Tomen asiento muchachos, ¿en qué les puedo ayudar?- preguntó el profesor.

-Es sobre lo que usted nos dijo al finalizar la audiencia con el Consejo Superior-

anuncié.

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-¡Ah! ¡Sí, claro! Lo de Afrodita celeste en los templos de cobre- dijo él-. ¿Qué

averiguaron?

-Que es una conspiración contra el Presidente. Que ustedes son Los Griegos, y que

ellos son Los Romanos; y que esa frase es una clave de reconocimiento- explicó

Ariadna.

Winston Lakario nos observaba con detenimiento desde el otro lado del escritorio

de madera de caoba. Mascaba la punta de un estilógrafo con nerviosismo.

-¡Buen trabajo! ¿Quién les contó eso?- preguntó con una dosis muy alta de

infantilismo.

-No importa quién fue. Queremos saber para qué nos dijo eso- comenté.

El profesor Lakario se paró de la silla, llevó los brazos hacia atrás, y se colocó

detrás de nosotros.

-Tenemos enemigos en común. La Escuela es otro campo de batalla- habló en voz

baja misteriosamente-. El Presidente ha traicionado a este país, lo está

desangrando en corrupción, en crímenes para cubrir sus delitos, y nosotros

queremos detenerlo.

-¿Un golpe de Estado?- preguntó Ariadna-. Eso es ilegal.

-Algo más sutil. Estamos destruyendo su gobierno por dentro- murmuró en

nuestros oídos-. Su padre nos está ayudando. Otros están en la misma tónica.

-¿Y nosotros qué? Insisto, solo somos unos estudiantes universitarios- repliqué.

-Elleure es una ficha clave de este Gobierno. Su hermano es ministro, y creemos

que sabe algo muy personal sobre el Presidente- añadió Lakario, sin despegarse de

nuestros oídos.

-Solo es un profesor- dijo Ariadna-. ¿Qué influencia puede tener?

-Elleure y su hermano son viejos amigos del Presidente; muy buenos amigos, casi

que compinches. Él es un aficionado a la filosofía, y por eso dicta clases, pero es

un asiduo visitante del palacio presidencial. Nuestras fuentes nos confirman que es

un asesor muy importante, tal vez el más importante.

Lakario volvió a su silla. Sacó su pipa y comenzó a fumar. Era un hombre de unos

cuarenta y pico de años, pero tenía una apariencia muy juvenil. Se vestía muy

bien.

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-¿Y nosotros? ¿Cómo podemos ayudar?- Ariadna compartía mi posición.

-Lo que ustedes hicieron fue genial; lo de las cámaras, la celada, la chica que lo

seduce; toda una operación de inteligencia, me sorprendió muchísimo. Queremos

que ustedes preparen un nuevo plan contra Elleure; pero mucho mejor

organizado.

-¿Un nuevo plan? ¿De qué tipo?- el asunto me empezó a estremecer.

-Todo a su tiempo, todo a su tiempo. Por ahora quiero saber si ustedes están

dispuestos a mantener todo esto en secreto, ¿lo podrían prometer?- preguntó,

apuntándonos con la pipa-. Si esto lo llegan a saber ellos, mucha gente estaría en

grave peligro, incluyendo a su padre.

Mi amada y yo nos miramos con resignación.

-Lo prometemos- exclamamos al unísono.

-Muy bien, ¿quieren saber algo más?- preguntó Lakario.

-¿Por qué Los Griegos y Los Romanos? ¿Qué es Afrodita celeste en los templos de

cobre?- yo lo quería saber todo de una vez por todas.

-Fácil. Yo también soy aficionado a lo cultura griega, como Elleure; por eso nos

bautizamos así. Cómo él también es un cultor del helenismo, nos burlamos de ellos

llamándolos Los Romanos- explicó-. Afrodita celeste en los templos de cobre es

una señal, una clave; es algo complejo que no puedo explicarles hoy. Solo les diré

que también hace referencia a mi afición por los griegos.

Nos quedamos en silencio. Todo eso parecía un juego, pero la verdad era que nos

estábamos involucrando en un asunto muy delicado.

-Yo me pondré en contacto con ustedes- dijo Lakario-. Tengo que despedirlos

muchachos.

Se puso de pie y nos dio la mano. Salimos de la oficina bastante preocupados.

-El profesor Lakario no está mal- dijo Ariadna.

-¿No está mal? ¿Cómo así? ¿A qué te refieres?- le pregunté mientras bajábamos

por el ascensor del moderno edificio.

-A que es atractivo.

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-Es un profesor, Ariadna. ¡Si quieres, sedúcelo!- exclamé con rabia.

-¿Estas celoso? ¡Increíble! Yo sí he tenido que aguantar tus devaneos con Rita y

con Leyia, pero yo no puedo hacer un comentario cualquiera sobre un hombre.

-¿Rita? ¿Leyia? ¿Estás loca?

-¡No te hagas el bobo! Rita te tiene echado el ojo, y Leyia ni se diga.

-¡Qué barbaridad! Ninguna de ellas dos me gusta.

-Pero a ellas sí les gustas, y tú les correspondes- Ariadna cruzó los brazos como

siempre lo hacía cuando se enfadaba.

-No quiero pelear contigo- dije-. Mucho menos por bobadas.

La puerta del ascensor se abrió en el primer piso. Salimos como bólidos de allí.

Al siguiente día, nos reunimos con Rita, Leyia, Óscar, en el salón Carmesí, que

estaba desocupado en ese momento. Les contamos todo. Ellos estaban

impresionados con el asunto.

-¿Los Griegos? ¿Los Romanos? ¿Qué tipo de jugarreta macabra es esta?- preguntó

Óscar.

-Una guerra. Y ahora nosotros estamos metidos en ella- respondí.

-Afrodita celeste en los templos de cobre, ¿es una clave? ¿Para qué?- Rita, para

impresión nuestra, también estaba muy seria.

-No sabemos. El profesor Lakario dijo que más adelante nos explicaría- les conté.

-Esto me da susto- murmuró Leyia-. Si me pillan en otro plan maléfico, me

expulsan de la Escuela, ya me lo advirtieron.

-Elleure es el objetivo del plan. Al parecer, necesitan una información valiosa que

él conoce sobre el Presidente- añadí-. Tenemos que inventarnos algo.

Óscar lanzó una de sus habituales sonrisas maliciosas. Había pensado en algo.

-¡Ya lo tengo! ¡Sé lo que debemos hacer! ¡Es maravilloso!

Nuestro amigo empezó a exponernos lo que se le había ocurrido.

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Capítulo 7

-¡Absurdo!- exclamó Ariadna-. ¡No lo vuelvas a mencionar!

-¡Es perfecto!- Óscar estaba excitado-. ¡Este será el fin de Elleure!

-No me parece tan malo- dijo Rita.

-¿Están locos, ambos?- preguntó mi amada-. ¿Saben lo que significa hacer eso?

-Significa deshacernos de una vez por todas de ese bastardo- afirmó Leyia.

-¿A qué precio? ¡Nos expulsarán de aquí!- Ariadna se oponía al plan de Óscar

rotundamente.

-Él comenzó la guerra- respondió mi amigo.

-Pero, ¿esto? ¡No entro a casas ajenas sin permiso, es un delito!- decía Ariadna.

-Él debe tener mucha información oculta; si esos datos se los entregamos a Los

Griegos, ellos podrían hacer algo eficaz- explicó Rita, con mucha calma.

-Es verdad Ariadna, tenemos que arriesgarnos. Acuérdate de lo que nos dijo

Lakario.

El plan era peligroso, sin embargo, era la única forma de saber exactamente lo que

ocultaba Elleure. De saber por qué el Presidente lo protegía tan tenazmente.

-Me niego a participar- contestó ella.

-Tu padre está en la conspiración, hacer parte de Los Griegos- tenía que

convencerla-. ¡Ayúdale!

Ella me miró con miedo. Era indudable, se acordaba de las advertencias de su

madre.

-¿Y cómo vamos en entrar? ¿Alguien sabe dónde vive Elleure?- preguntó; bajando

las defensas por un momento.

-En una casa, ubicada en nuestro barrio- informó Leyia-. Yo sé dónde es

exactamente.

-Perfecto, procedamos- dijo Óscar.

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Días después, nos ubicamos al frente de la casa del profesor Elleure. Nos

escondimos adentro del carro de Ariadna. Esperamos a que él saliera hacia la

Escuela. Era una mañana de una jornada normal de trabajo, y de estudio.

-Llegaremos tarde a las clases- dije.

-No hay otra forma Antonio- indicó Óscar.

Efectivamente, el profesor abandonó el lugar, manejando un lujoso automóvil

convertible de alta gama.

-¿Le alcanza el sueldo de profesor para comprar eso?- Leyia estaba impresionada.

-Tal vez- soltó Rita, con su habitual optimismo.

-¡Vamos!- exclamó Óscar-. ¡Rápido!

Salimos del carro de Ariadna. La casa de Elleure estaba rodeada por un alto muro

de piedra.

-¿Cómo ingresamos? ¡Es imposible!- Ariadna era la más nerviosa.

-¡Así!- Óscar puso sus dos brazos en forma de cuna. Una mano sobre la otra. Rita

colocó uno de sus pies sobre las manos de nuestro amigo; después él la empujo

hacia arriba. Ella se agarró de la parte de arriba del muro. Después Óscar le dio un

aventón más fuerte. Rita puso sus pies completamente sobre el muro, y saltó hacia

el otro lado-. ¡Ya ven!

Lo mismo hizo con Leyia, con Ariadna, y conmigo. A continuación, él saltó de

alguna forma, y quedó agarrado con sus manos sobre las piedras. Después vimos

que empezó a escalar, hasta llegar a la parte de arriba, como lo hicimos nosotros.

Su estatura lo ayudó bastante. Luego, pegó un brinco, y nos alcanzó.

Un jardín enorme rodeaba la casa de Elleure. Su casa era una mansión. Era mucho

más grande que las residencias de Leyia, y de mi amada. Corrimos por el prado

hasta llegar a una puerta que daba al patio.

-¿Estará abierta?- pregunté.

Óscar movió la manija. Nada.

-¿Qué hacemos?- preguntó-. ¿Alguien sabe abrir cerraduras?

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-No, ninguno de nosotros es un ladrón profesional- advirtió Ariadna.

-¡Tan chistosa!- respondió nuestro amigo.

Leyia se arrimó a la puerta. Introdujo una llave que llevaba en el bolsillo. Pero no

funcionó. Después lo intentó con otra llave que portaba, y la manija cedió

milagrosamente.

-Todas estas casas contratan al mismo cerrajero. Y él instala las mismas

cerraduras por todos lados- comentó.

-Vamos- nos animó Rita, quien nuevamente se aventuró de primero.

Ingresamos a una sala. Parecía normal, los muebles no eran ni muy viejos ni muy

modernos. Caminábamos como si en el suelo hubiera huevos. Nos desplazamos

por un corredor; había varias puertas que daban a habitaciones desocupadas. En

el fondo del corredor encontramos una habitación más grande, estaba llena de

estatuas pequeñas, y de libros de la cultura helénica.

-¡Está obsesionado con la Antigua Grecia!- comentó Rita-. Este tipo me da miedo.

Sacamos libros de los estantes, los examinamos. Pero no nos topamos con nada

fuera de lo normal. Inspeccionamos con detenimiento las estatuas de Zeus,

Atenea, Apolo, Hermes, Artemisa, Dioniso, y por último, la de Afrodita.

-Miren esto- dijo Ariadna. Debajo de la estatua de Afrodita había una USB pegada

a la base.

-Observemos lo que tiene- dijo Óscar, mostrándonos un computador portátil que

se hallaba sobre un escritorio.

Prendimos el computador, y enchufamos la USB a este. La unidad nos pedía una

clave para abrir los archivos.

-Probemos con ELLEURE- dije. Óscar digitó la clave pero no nos dio acceso.

-GRECIA- propuso Leyia. Tampoco funcionó.

-SEXO- sugirió Rita. El computador no nos dejaba ingresar a los archivos de la

USB.

-¡AFRODITA!- exclamó Ariadna.

Óscar acogió esa fórmula, y efectivamente funcionó.

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Había solo un archivo. Tenía un nombre peculiar; cuando lo leímos, nos

estremecimos.

-¡Club de los Alejados!- prorrumpió Óscar.

-¿Qué es eso?- Rita estaba estupefacta, como todos.

-Elleure me contó que él había sido un alejado en la Escuela, cuando él estudió

allí- nos informó Leyia.

Óscar colocó el cursor sobre el archivo, y le dio click. Inmediatamente apareció un

documento escrito, se llamaba: “Estrategia para obtener el poder total”. En ese

documento se detallaban las estrategias para convertir el Estado en una dictadura;

de cómo se debían desviar los recursos públicos para ese propósito, y cuáles

enemigos había que eliminar; aparecían, entre otros, el nombre del papá de

Ariadna, y el de Winston Lakario.

-¡Esto es muy grave!- exclamé.

-¡Así es!- una voz ronca, me respondió. Un hombre corpulento, se encontraba en

la habitación. Nos apuntaba con un arma. Se nos acercó con cautela-. ¡Quédense

quietos!

Óscar trató de digitar algo, pero el individuo lo amenazó con brusquedad.

-¡Si sigues moviendo tus manos, te las voy a cortar!

Nos hizo ponernos de pie. El individuo apagó el computador, y guardó la USB en

uno de los bolsillos de la chaqueta que vestía.

-¡Caminen!- nos ordenó. Salimos de ese lugar. Volvimos a pasar por el corredor,

junto a las habitaciones desocupadas. La puerta principal estaba abierta-. ¡Vayan

hacia esa camioneta!

Un vehículo de color negro -parecido a una furgoneta-, estaba estacionado justo al

frente de la casa de Elleure. Ingresamos a la parte de atrás. El individuo cerró la

puerta con seguro. Después, se ubicó él mismo al volante, y la camioneta comenzó

la marcha.

-¡Si intentan algo, los mato!- gritó el conductor. Iba solo.

Todos estábamos aterrorizados. Paralizados del susto. No sabíamos hacia dónde

nos llevaba el extraño. Después de media hora de marcha, nos dimos cuenta que

la camioneta se dirigía hacia las afueras de la ciudad. Ninguno decía nada. El

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individuo tampoco emitía ningún sonido, solo se escuchaba el ruido del motor del

vehículo. Una hora después de haber dejado la casa de Elleure, la camioneta

ingresó en una finca. La camioneta se detuvo al frente de una casa, estaba muy

descuidada.

-¡Bajen!- gritó el hombre, apuntándonos con el arma.

Obedecimos sin chistar, no era buen momento para fungir como héroes. Nos hizo

entrar en la casa. Un fuerte olor a boñiga de vaca penetró en mis fosas nasales.

Era una típica casa de campo. Después nos llevó a un sótano, oscuro y frío. Se

llegaba allí bajando por unas escaleras. Una vez que bajamos hasta ese lugar, el

hombre cerró la puerta del sótano con seguro. No dijo nada más.

-¡Esto es espantoso!- Leyia estaba a punto de llorar.

-¡Cálmate! ¡Es necesario que pensemos con cabeza fría!- afirmé, con los nervios de

punta.

-¡Nos van a matar!- explotó nuestra compañera.

-¡Es cierto Leyia! ¡Debes tranquilizarte!- Ariadna acompañó mi sugerencia.

-¡Todo por seguir tus locos planes!- gritó nuevamente nuestra compañera.

-¡No fue culpa mía! ¡Todo parecía ir bien!- gimió Óscar.

-¡Todos seguimos el plan! ¡Ninguno fue obligado a la casa de Elleure!- exclamó

Rita.

Leyia se acurrucó al lado de una pared, y lloró como niña chiquita. Yo traté de

consolarla.

-¡Déjala Antonio!- Ariadna me agarró de un brazo-. Debe desahogarse.

Minutos después nos dimos cuenta que estábamos completamente atrapados.

Había dos ventanas, pero estaban aseguradas por gruesos barrotes. Era indudable,

el sótano había sido modificado para mantener prisioneros.

-Tengo hambre- comentó Óscar. Todos nos habíamos sentado al lado de Leyia.

Ella se había tranquilizado un poco.

-Están preparando un golpe de Estado- dijo Rita-. Elleure hace parte de la

conspiración.

-Un autogolpe diría yo- respondió Ariadna.

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-Tu padre y Lakario están en peligro- comenté en voz baja.

Ariadna no respondió, pero en su rostro se podía observar un agudo sentimiento

de zozobra.

-¿Cómo salimos de aquí?- preguntó Óscar-. El estómago está revolcándose.

Ninguno tenía una contestación para esa pregunta. Estábamos en una finca

alejada de la ciudad, y el sótano estaba totalmente asegurado. De otro lado, el

hombre armado podía disparar contra nosotros en cualquier momento.

-Creo que hasta acá llegamos- dijo Leyia. Ya no lloraba, pero era la más pesimista

de todos.

Llegó la noche. El sótano era un lugar lúgubre y gélido. Yo me abracé con Ariadna.

Óscar y Rita hicieron lo mismo. Leyia se quedó dormida. Por las ventanas entraba

un poco de luz, pero no bastaba para iluminar toda la estancia, que estaba

desocupada.

Minutos antes de salir el sol, el hombre armado abrió la puerta de la prisión. Bajó

con cuidado las escaleras para no tropezar. Llevaba una linterna en una mano, y el

revólver en la otra. Nos observó con detenimiento. Iluminó nuestras caras, una por

una. Su expresión era neutra, no daba muestras de emoción alguna.

-¿Quiénes son ustedes?- preguntó, con una voz ronca de fumador.

-Alumnos del profesor Elleure. Solo quisimos hacerle una consulta- dijo Rita.

El hombre volvió a iluminar nuestras caras. El comentario de Rita no le había

gustado del todo.

-¿Alumnos? ¿Y por qué husmeaban por allí?

-Queríamos darle una sorpresa- dijo Óscar.

Sonó muy estúpida esa explicación.

-Ustedes han visto algo que no podían ver- habló en voz baja-. Tengo orden de

eliminarlos.

-¡No!- exclamó Leyia-. ¡Por favor! ¡Somos unos simples niños! ¡No sabemos, ni

vimos nada!

El hombre se acercó rápidamente hasta ella. La agarró del cabello, y la tumbó

contra el piso. Yo quedé petrificado por el miedo. El hombre dirigió la linterna y el

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revólver contra la muchacha. Le quitó el seguro al arma, y apuntó contra su

cabeza. Leyia rogaba por su vida, como jamás había visto hacerlo a alguien.

¡Pum! ¡Pum! Yo cerré los ojos. Dos disparos se escucharon como estruendos

poderosos en ese sótano. Rita y Ariadna explotaron en sendos sollozos. Óscar gritó

como loco. Después se escucharon unos pasos. Alguien bajaba por las escaleras.

Eran ruidos de botas. Varias personas se acercaban con celeridad.

-¿Están bien?- preguntó una voz diferente a la del hombre armado.

Tuve fuerzas para mirar de nuevo. Una visión espantosa se presentó ante mí en

ese momento. El piso estaba lleno de sangre. Leyia estaba inconsciente. Dos

sujetos que portaban sendos pasamontañas registraban la estancia. Después

ingresaron otros dos hombres, también llevaban pasamontañas en sus cabezas.

Los cuatro visitantes estaban armados con rifles de asalto.

-¡Muchachos! ¿Están heridos?- una voz familiar me tranquilizó. Era Winston

Lakario. Estaba bajando las escaleras en ese momento.

-Creo que Leyia está muerta- dije, totalmente perturbado. Quería llorar.

El profesor también llevaba una linterna. Se agachó para verificar mi información.

Tocó a Leyia con cuidado. La muchacha abrió los ojos, y miró con espanto a

Lakario.

-¡Déjenme ir!- dio un alarido. Creo que mis tímpanos casi se reventaron.

-No te preocupes, soy yo, Winston Lakario- el profesor trató de calmarla-. Todo

está bien.

La sangre que estaba en el piso no era de la chica. Miré con más cuidado, y me di

cuenta que le pertenecía al hombre de la voz ronca. Estaba muerto, su cabeza

estaba destrozada. Los dos disparos habían entrado por detrás del cráneo. Los

hombres de los pasamontañas le habían dado de baja.

-¿Cómo llegó hasta aquí profesor?- pregunté asombrado.

-Nuestros informantes.

No dijo más. Solo nos hizo señas para que subiéramos al primer piso de la casa. El

sol estaba iluminando con más vigor. El lugar olía muy mal. Otros soldados

estaban registrando por aquí, y por allá. Nos sentamos en un sofá muy viejo. Le

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contamos lo ocurrido al profesor. Él bajó al sótano, y descubrió que el hombre

muerto todavía llevaba la USB en el bolsillo de su chaqueta.

-¿Y dicen que todo eso está acá?- inquirió con incredulidad.

-Así es- le confirmamos.

-¿Por qué ingresaron sin permiso a la casa de Elleure?- nos preguntó.

-Para ayudarles a ustedes, a Los Griegos- respondí.

-Fue una locura. Estuvieron en grave peligro. Esta gente no tiene escrúpulos- el

profesor se veía muy perturbado-. Esto se pone más feo cada día.

-Tenemos hambre- se quejó Óscar.

-Y sed- completó Rita.

Un soldado -de los que llevaba pasamontañas-, nos acercó unas cantimploras y

unos panes. Comimos y bebimos como náufragos recién rescatados. Lakario fue

hasta un vehículo y sacó un computador portátil. Lo trajo hasta donde estábamos

nosotros.

-Quiero ver esos datos- dijo. Luego incorporó la USB al ordenador-. ¿Cuál es la

clave?

-AFRODITA- Óscar habló con la boca llena de pan.

El profesor estaba asombrado con lo que leía. Sus ojos no se despegaban de la

pantalla del computador. Luego emitió un suspiro.

-¿A eso se refiere Afrodita celeste en los templos de cobre?- pregunté.

-No precisamente- contestó Lakario-. Utilizan la misma clave, pero la de nosotros

sirve de manera diferente.

Después ingresamos al vehículo que conducía el profesor Lakario. Los soldados

permanecieron en la casa de la finca.

-¿Y esos policías? ¿No son adeptos al Gobierno?- intervino Rita.

-Sí, trabajan con el Gobierno, pero son fieles a la Constitución y a las leyes, están

hartos de este régimen corrupto y asesino; auxilian a Los Griegos- explicó Lakario.

-¿Hay una fractura en esas fuerzas?- yo no entendía del todo la situación.

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-Así es. Algunos apoyan a Los Griegos, y otros a Los Romanos- el profesor

respondía lo necesario, no quería entrar en muchos detalles-. Es mejor que se

queden en mi apartamento, por ahora. Después irán a sus casas.

El penthouse del profesor Lakario era inmenso, ostentoso, y elegante. Él era un

importante coleccionista de arte. Nos ofreció un desayuno suculento, compuesto

por huevos escalfados, tostadas, chocolate caliente, y jugo de naranja dietético.

-¿Está casado?- preguntó Ariadna.

-Lo estuve. Mi mujer se acostó con otro- nos contó el profesor.

-¡Qué triste!- exclamó la chica-. ¿No se siente solo?

-A veces- sonrió con diplomacia-. ¿Quieren más jugo? Le diré a Harrison que

prepare más.

-¿Quieres casarte con él?- intervine-. Tal vez te gustó su casa.

Lakario había ido a la cocina.

-¡No seas ridículo! ¡Solo preguntaba por cortesía!- Ariadna se molestó, bastante.

-¡Celos! ¡Malditos celos!- Óscar entonó una melodía.

-¿Celos? ¡No soy celoso! ¡Es que Ariadna!- exclamé.

-¿Ariadna, qué? ¿No puedo hablar? ¿No puedo conversar? ¡Visita a un psicólogo!-

contestó mi amada.

-Problemas en el cielo- volvió a intervenir Óscar.

-¡Cállate!- le arrojé un pedazo de tostada en la cara.

En ese mismo momento volvió el anfitrión.

-¿Jugando con la comida?- volvió con una jarra repleta de jugo de naranja-.

Espero que tengan mucha sed. Harrison prepara esta bebida como para los dioses.

-Gracias profesor. Estos chicos son bastante inmaduros- comentó Ariadna.

Lakario sonrió sin muchos ánimos. Se veía preocupado, sin lugar a dudas. Había

visto la lista negra en la que se encontraba su nombre, y eso no era una buena

noticia.

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-A pesar de la locura que cometieron, esta información es vital, gracias- murmuró.

Se refería a lo que habíamos encontrado en la USB de Elleure.

-¿Qué vamos a hacer ahora, profesor?- preguntó Ariadna-. Él ya debe saber que

entramos a su casa. Y que ustedes mataron a su custodio.

-Protegerlos a ustedes. Los Griegos tenemos la obligación de mantenerlos con

vida. De otro lado, no creo que cambien sus planes; todos estamos en peligro.

Eso era lo que yo no quería escuchar, pero Lakario tenía razón, ya no había vuelta

atrás. Era probable que Elleure ya estuviera enterado de nuestra intromisión en su

residencia, y de la sustracción de la USB. La guerra era inevitable.

-Ustedes deben ir a la Escuela normalmente, nuestros agentes estarán pendientes

de su seguridad, actúen como si nada hubiera ocurrido- explicó Lakario.

-Eso estará difícil- comento Leyia, quien no se había recuperado del shock.

El mayordomo del profesor entró al comedor. Era un individuo moreno, de

prominente estatura, y vestido con un uniforme negro impecable.

-La señorita Valdewarde está en la portería- habló como si estuviera ensayando un

histrión.

-¿A esta hora?- Lakario estaba molesto-. ¿Qué hace ella aquí? Está bien, que la

dejen pasar.

-¿Quién es ella profesor? ¿Su novia?- Ariadna insistía con ese tema.

-No. Hace parte de Los Griegos. Pero no nos íbamos a reunir sino hasta por la

noche.

-¿Valeria Valdewarde? ¿Ella no es la actriz de televisión y de cine?- Óscar empezó

a arreglarse el pelo-. ¡Esa mujer es preciosa!

-¡Ahora sí te acicalas! ¡Cochino!- Rita le pegó un codazo a nuestro amigo en todo

el estómago.

-¿Otra celosa?- Ariadna quería desquitarse del anterior comentario.

-No. Es que este muchacho es demasiado picarón- Rita soltó una carcajada.

-¿Una actriz? ¿Por qué hace parte de Los Griegos?- pregunté.

-Ya lo verás, ya lo verás- contestó Lakario, utilizando un tono misterioso.

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Capítulo 8

-No me gustan las escenas de cama, me hacen sentir incómoda- nos explicaba

Valeria Valdewarde-. Yo soy una actriz, no una zorra.

Lakario se divertía con los comentarios de la recién llegada. Nosotros estábamos

impresionados, pocas horas antes casi nos matan, y en ese momento estábamos

hablando con una figura prominente del jet set.

-Los directores quieren acostarse conmigo, pero yo rechazo sus propuestas, y a

pesar de esto me dan el papel, ¿no les parece cómico?- continuó Valdewarde.

-¿Y a qué se debe esta visita?- la interrumpió el profesor.

-Quería hablar contigo, en privado, pero tu secretaria me informó que estabas en

la casa- respondió la otra.

-¿Es urgente?- Lakario estaba serio nuevamente.

-Muy urgente. Tengo información de ya sabes qué, y sobre tú sabes quién- dijo la

mujer, mirándonos de reojo.

-No te preocupes, puedes hablar con confianza, estos chicos lo saben todo- le

informó el profesor.

-¿De verdad? ¿Los reclutaste? ¿Son Griegos?- Valdewarde estaba asombrada.

Lakario movió su cabeza, asintiendo positivamente a la pregunta.

-Está bien, como quieras. El ministro Elleure viajó a China, parece que necesita

hablar con el Embajador- la mujer hablaba como la presentadora de

entretenimiento de un noticiero-. El Presidente lo envió hace pocas horas.

Ariadna escuchó a Valdewarde con atención. Estaba pálida.

-¿Con el Embajador? ¿Para qué?- casi que no puede articular esas palabras.

-No lo sabemos querida, pero suponemos que es algo importante, me lo contó el

jefe de Prensa de la casa presidencial.

La mujer miró a Ariadna desprevenidamente, en principio; después cayó en la

cuenta de quién era.

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-¡Tú eres la hija del Embajador! ¿Cierto?- la actriz emitió un grito.

Ariadna no la escuchó. Estaba preocupada.

-Sí Valeria, ella es su hija- confirmó Lakario.

Después le contamos a Valdewarde todo lo ocurrido. Ella escuchó el relato con

horror y miedo.

-¿Un autogolpe de Estado? ¡Qué bárbaros! ¿Imponer una dictadura? Esto no me

gusta para nada, ¿qué vamos a hacer?- preguntó.

-Proteger a los chicos, y citar a una reunión extraordinaria; Los Griegos estamos

en peligro, y necesitamos definir nuestras acciones- Lakario se puso de pie-. Yo los

llevaré a mi oficina, por el momento. Allí nos encontraremos con todo el grupo.

Valeria Valdewarde aparentaba tener unos treinta años, era alta, de piel blanca,

labios protuberantes, y mirada dulce. Sin embargo, se comportaba como si

estuviera actuando ante las cámaras todo el tiempo; esa actitud no generaba

animadversión sino risa.

-Necesito ir antes a mi casa. Si todos nos vamos a reunir, prefiero estar más

presentable- comentó.

Lakario entornó los ojos.

-Así estás bien, no vamos a ningún cocktail.

-Insisto. No quiero dar una mala imagen- la actriz era persistente.

-Muy bien. Nos encontramos dentro de una hora, en mi oficina- Lakario

nuevamente estaba serio-. Avísales a todos.

-Así será- la mujer quería pedir algo más-. ¿Uno de los chicos me puede

acompañar?

-¿Para qué?- el profesor empezaba a desesperarse.

-Para que me ayude a citar a los demás, mientras yo me arreglo.

-Como quieras, pero no llegues tarde- Lakario se dirigió a su habitación.

Valeria Valdewarde nos observó con detenimiento.

-¿Quién se ofrece?

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Ninguno dijo nada.

-¿Qué tal tú?- la actriz se fijó en mí. Para rematar.

-No creo que…- traté de negarme, pero Valdewarde ya me había tomado de

gancho con uno de sus brazos.

-Estarás bien- solo dijo eso, y me llevó casi a la fuerza hasta la puerta del

penthouse.

Ariadna y los demás me observaron con compasión.

-¿Cuál es tu nombre?- me preguntó en el interior de su lujoso automóvil. Ella lo

manejaba, utilizando unos anteojos negros para protegerse del sol.

-Antonio Davage.

-¡Qué nombre tan bonito! ¡Suena al personaje principal de una telenovela!

No comenté nada.

-¿Qué estudias Antonio?

-Diplomacia.

-¿Y ellos son tus compañeros de estudios?

-Así es. Son mis compañeros.

-¿Y tienes novia?- preguntó, mientras tomaba a cien kilómetros por hora la

autopista.

-Sí, si tengo.

-¿Cómo se llama?

-Ariadna. La hija del Embajador.

-¿La chica que estaba en el apartamento de Winston? ¡Qué afortunado! ¡Esa niña

es preciosa! ¡Te felicito!

-Gracias. Sí, es muy bonita.

-¿Bonita? ¡Es divina! Debe ser, ya que el Embajador es un churro.

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En ese momento nos tropezamos con un embotellamiento de tránsito, tuvimos que

detenernos de inmediato.

-¡Qué mala suerte!- espetó Valeria-. Si llegamos tarde Winston nos acribilla.

-Mala pata.

-¿Y desde hace cuánto son novios?

-Un par de semanas.

-¿Y la quieres? ¿Estás enamorado?- la actriz se quitó los anteojos, y volteó su

cuerpo, dirigiéndolo hacia donde yo estaba.

-Muy enamorado. Ariadna es la mujer de mi vida, la quiero con todo mi corazón.

-¡Qué bonito! ¡Ese amor de chicos es muy romántico! Añoro esa época, cuando era

joven.

Los automóviles no se movían hacia ningún lugar. Estábamos atascados allí.

-¿Planeas casarte con ella?- ella buscaba en su bolso algo.

-Cuando me gradúe. Sí.

Encontró su teléfono móvil, y trató de digitar un número.

-¡La señal no entra! ¡Carajo!- gritó.

-En esta autopista es muy difícil sintonizar la señal, es más fácil cuando se sale de

ella- le expliqué.

Valeria se resignó, guardó su teléfono, y siguió con el interrogatorio.

-¿Y las otras chicas que estaban allí? ¿Te gustan?

-Son mis amigas, nada más.

Valeria me empujó un pequeño puño en el hombro.

-Pues, a esas otras chicas no les eres indiferente- comentó-. Yo soy bruja, y sé

cuando una mujer está interesada en un hombre.

-Leyia es guapa, y Rita es muy amable, pero yo quiero a Ariadna.

-¿Y has coqueteado con las otras?- ella quería morbo.

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-Pero, nada grave- contesté, tratando de ser lo más sincero que podía.

-¡Tigre! ¡O sea que sí!- nuevamente me empujó otro puño.

-Leyia se me insinuó una vez en su casa, pero no transcendió; y con Rita no ha

ocurrido lo más mínimo.

Los carros avanzaron un poquito más. Valeria aceleró lo que más pudo, pero el

atasco era gigante.

-Winston nos va a asesinar, y después nos va a pegar.

Esa expresión me pareció muy simpática. La actriz me agradaba, por alguna razón

me inspiraba confianza.

-¿Y ella te es fiel?- preguntó, una vez nos dimos cuenta que todo seguía igual en

esa autopista.

-Supongo que sí…

-¡No suenas muy convencido!

-Me afecta, o me preocupa que ella esté interesada en el profesor Lakario- solté

esa bomba sin más ni más.

-¿Lakario? ¿Te refieres a Winston?- ella aflojó una risotada-. ¿Estás loco? ¡Él podría

ser el padre de Ariadna! Fuera de eso, a Winston no le gustan las niñas chiquitas.

Esa frase “niñas chiquitas” no me agradó; Ariadna era toda una mujer.

-El profesor es guapo, según dicen las mujeres; y es rico.

-Aun así, yo lo conozco, siempre ha andado con mujeres de su edad, o de la mía;

jamás con muchachitas- aclaró Valeria-. Tal vez tu Ariadna esté entusiasmada

temporalmente, se le pasará pronto ya verás.

-Ella pertenece a una clase social que no es la mía.

-¿Y a qué clase social pertenece Ariadna?

-Es la hija de un embajador, vive en un barrio muy exclusivo…

-Pero se enamoró de ti, y se le nota; no quedó muy contenta cuando te escogí

como acompañante de esta travesía.

-Tal vez ella se merece algo mejor que yo.

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Valeria auscultó mi rostro por unos breves segundos, como si estuviera buscando

una espinilla, o alguna imperfección en mi cutis.

-Los celos, son signos de inseguridad, ¿no crees que te mereces a Ariadna? ¿De

qué tienes miedo?

-No quiero perderla, ¡la amo!- solté una lágrima-. Pero ella es perfecta; es

hermosa, inteligente, culta, educada.

La actriz posó su mano suavemente en mi hombro izquierdo.

-Ella es una buena chica, he oído sobre Ariadna; sin embargo, no puedes controlar

sus sentimientos, debes afrontar lo que traiga el futuro. Vive el momento, y en

este momento ella está contigo.

No quería que una extraña me viera llorando, así que me volví hacia el lado

derecho, me concentré en lo que ocurría al otro lado de la ventana.

-Toma esto, límpiate- Valeria me ofreció un pañuelo desechable.

-Gracias, estoy avergonzado- respondí, mientras me limpiaba las lágrimas.

-El amor es tiempo presente, Antonio; si en el futuro ella no va a estar contigo,

debes asumirlo con valentía, porque así es la existencia, pasajera- agregó.

La miré sin decir nada. Ella tomó el timón, y apretó el acelerador, como por arte

de magia el tráfico fluía. Llegamos a su casa diez minutos después. Era una

residencia acogedora, no muy grande. En la sala sobresalía un retrato al óleo de

Valeria, además había varias fotografías de ella en portadas de revistas, puestas

en portarretratos.

-¿Te gusta mi palacio?- me preguntó, después de haberse maquillado, y de

cambiarse de ropa-. Tengo que avisarles a los demás, ya vuelvo.

Tres perros de raza golden retriever invadieron la estancia; uno de ellos quiso

subirse encima de mí, el otro solo olía el tapete, y el tercero se echó plácidamente

al lado de mis pies. Así transcurrieron veinte minutos más.

-¡Ah! ¡Ya conociste a Júpiter, a Neptuno, y a Urano!- exclamó la actriz, una vez

volvió conmigo.

-Son geniales- dije-. Me encantan los animales.

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-Eso habla bien de ti. Quien ama a los animales y los respeta, es un buen ser

humano.

-Me imagino.

-He citado a Los Griegos, tenemos que ir rápido, o Winston estallará.

Los perros no querían dejarme partir. Valeria tuvo que amonestarlos.

-Otro día vendrá, y les invitará a un paseo, ¿no es así Antonio?- preguntó Valeria.

-¡Desde luego!- exclamé. Los canes movieron sus colas con emoción, después nos

acompañaron hasta el automóvil.

-¡Hasta la noche!- les gritó la actriz. Después de entrar al vehículo.

El tráfico fluía con rapidez, no había atascos de ninguna clase. Valeria colocó un

disco compacto de música flamenca. No hablamos mucho.

-¿Por qué se han demorado tanto?- nos recibió el profesor en la sala de juntas de

su oficina. Allí estaban Ariadna, Rita, Leyia, Óscar, y otras personas que no

conocía.

-La autopista estaba imposible, Winston. ¿No es así, Antonio?- preguntó Valeria

con un tono muy antipático.

Yo solo moví la cabeza, asintiendo.

-Está bien. En pocos minutos nos comunicaremos por videoconferencia con el papá

de Ariadna- informó Lakario-. La situación es delicada.

-¿Por qué afirmas eso Winston?- Valeria se sentó con elegancia en una de las sillas

que estaba alrededor de la mesa de juntas; después de haber saludado a algunos

asistentes.

-El profesor Elleure ya se enteró que tenemos en nuestro poder su USB; el

Presidente también lo sabe, esa es la razón del viaje del Ministro- informó Lakario.

-¿Quién te dijo eso?- un hombre de piel morena, vestido con camisa y corbatín,

intervino.

-El jefe de la Policía, me lo acaba de comunicar.

-¿Y qué piensan hacer Los Romanos?- preguntó otro individuo que yo no conocía.

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-Eso nos lo dirá el Embajador- respondió Lakario.

Una imagen se iluminó sobre la pared de la sala de juntas. Al principio era una

silueta indefinida, difusa, luego se aclaró. Era el padre de Ariadna. La muchacha se

emocionó mucho al ver a su progenitor.

-¿Cómo están?- una voz extremadamente calmada invadió la sala de juntas-. Creo

que iré al punto. El ministro Elleure se acaba de reunir conmigo, me ha

amenazado. Afirma que si decimos, o hacemos algo, matarán a mucha gente.

-¡Eso es una cobardía!- exclamó el hombre moreno del corbatín.

-¿Qué más te comentó?- preguntó Valeria.

-¡Son unos imbéciles! Creen que a pesar de todo, pueden seguir con sus planes-

dijo el Embajador.

-Nosotros ya sabemos lo que planean hacer, ¡y no nos vamos a quedar con las

manos cruzadas!- expresó Lakario.

-¿Qué propones Winston?- preguntó otro hombre. Parecía tener bastantes años

encima.

-Recurrir al plan original. Llegó la hora de sacar a Los Romanos del Gobierno.

Lakario lucía muy confiado. Ariadna no dejaba de mirarlo.

-¿El plan original? ¿No será peligroso en estas circunstancias?- el papá de Ariadna

estaba preocupado.

-No queda otro camino- respondió con resignación el profesor.

-Está bien. Debo irme. Ariadna sé que estás ahí, ¡cuídate mi amor! ¡Te quiero

mucho! ¡Un beso!- el Embajador levantó su mano como si se estuviera

despidiendo-. ¡Antonio, cuida a mi hija!

-¡Te quiero papi! ¡Te mando un besote!- la muchacha se paró de la silla. Estaba

muy emocionada.

La imagen dejó de iluminarse, la comunicación se había interrumpido.

-Llegó la hora- anunció Lakario-. ¡Afrodita celeste en los templos de cobre!

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Todos los asistentes, excepto Ariadna, Leyia, Rita, Óscar, y yo, se pusieron de pie.

Colocaron sus manos derechas sobre el pecho, y exclamaron al unísono: “¡Que

vuelva la civilización!”.

Uno de los puntos del plan, era que nosotros volviéramos a la Escuela. Teníamos

que comportarnos como si nada estuviera ocurriendo. Elleure siguió con sus

clases, y era evidente que nos estaba ignorando. Por las tardes nos volvimos a

reunir con la sociedad Carmesí.

-El Torneo de la Sociedades se acerca- anunció Saladom Aquebar.

-¿Cuál será el tema de este año?- preguntó Carlos Peresquat.

-La Segunda Guerra Mundial.

-Ese es mi tema- intervino Federico Dallilian; el chico menos carismático del grupo.

-Y también el mío- Ariadna no lo soportaba.

-Como sea. La mecánica es la misma. Irán tres representantes por cada sociedad;

yo seleccionaré a los nuestros- Aquebar nos miró con solemnidad, y luego hizo el

anuncio-. Ariadna, Federico, y Leyia.

-¡Muy bien!- Dallilian estaba excitado con el anuncio. No así sus camaradas.

-¿Por qué yo?- Leyia estaba agotada física y emocionalmente-. ¿No me puedes

reemplazar?

-Quiero que tengas una revancha; por lo que ocurrió con Piedra y Martillo-

Aquebar trató de dirigirse a ella con ternura y suavidad.

Rita lo contempló embobada. Óscar le dio un pequeño codazo.

-Quiero ganar este año, ¿entendido?- preguntó el Presidente.

Ariadna, Federico y Leyia asintieron con la cabeza.

-También quiero hacer otro anuncio- agregó Aquebar-. Mi tiempo como presidente

de Carmesí ha culminado; según los estatutos es necesario nombrar a mi

reemplazo en el cargo.

-¡Yo me postulo!- exclamó Federico Dallilian.

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-Bueno, hoy no será la votación, vayan pensando en su candidato preferido- dijo

Aquebar disimulando una sonrisa pícara.

Una hora más tarde nos reunimos en la casa de Ariadna. Era más seguro que

hacerlo en la Escuela. La madre de la muchacha había optado por inscribirse en un

curso de tejido crochet, llegaba hasta avanzada la noche.

-¿Por qué no te postulas?- le pregunté a nuestra anfitriona.

-¿A qué?- contestó ella.

-A la presidencia de Carmesí.

-No me interesa; lidiar con tipos como Dallilian o Peresquat me da asco.

-Serías una magnífica presidenta- agregó Leyia.

-Gracias, pero no, paso. Tal vez se lo merece Rita, ella es vicepresidenta- Ariadna

había mejorado sus relaciones con las otras chicas.

-Sí, votaré por Rita- Óscar estaba entusiasmado con la idea; aparte de eso, ella y

él se habían convertido en amigos muy cercanos últimamente.

-Yo también votaré por ti, si no se postula Ariadna- dije.

-Muy querido, mi amor; pero no me postularé- ella dijo esto y me dio un beso en

la boca.

-Cuenta con nuestro voto, Rita- concluyó Leyia.

-Todos ustedes son unos corazones- la chica tan cordial y entusiasta como

siempre.

-Dallilian es un fastidio, ¿no creen?- preguntó Ariadna.

-Así es- dijimos al unísono-. Pero te toca trabajar con él.

-¡Qué karma!- espetó mi amada.

Alexandra, la hermana de nuestra anfitriona, bajó las escaleras en ese momento;

lo hizo como si estuviera hipnotizada o narcotizada. Se nos quedó mirando con los

ojos enrojecidos.

-Papá ha muerto- dijo-. El Ministerio anunció su fallecimiento.

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Capítulo 9

Fue un golpe muy fuerte para Ariadna, ella adoraba a su padre a pesar de todo.

Quiso seguir sus pasos, y emularlo. Después del funeral ella decidió permanecer

sola en su casa, al lado de su madre y de su hermana. No quería hablar con nadie,

ni siquiera conmigo. Estaba desecha. Los primeros informes aseguraban que el

Embajador había muerto en un accidente automovilístico, que lo acompañaba su

secretaria –y supuesta amante-, y que el carro fue a dar de frente contra un

tractor.

-Fue un asesinato- comentó Lakario-. Estamos seguros de eso.

-¿Qué pruebas tienes Winston?- le pregunto Valeria Valdewarde. Estábamos

reunidos en su casa. Leyia, Rita, y Óscar también se encontraban allí-. El gobierno

chino dice que fue un contratiempo.

-Junto con el ministro Elleure viajó el general Ponzze, experto en homicidios que

parecen accidentes; el jefe de la Policía cree lo mismo- aseveró el profesor.

-Me resisto a creer en eso- insistió la actriz, mientras consentía a Júpiter, a

Neptuno, y a Urano.

-Estos muchachos fueron secuestrados por un hombre que trabajaba para Ponzze.

El General es uno de los fervientes defensores de este Gobierno- Lakario no cedía.

-Si tú lo dices- Valeria estaba asediada completamente por los perros-. El plan

sigue en marcha, ¿supongo?

-Desde luego.

-¿Cómo está Ariadna?- me preguntó la actriz.

-Está muy deprimida, su madre y su hermana también lo están. No responde mis

llamadas, estoy preocupado por ella.

-Déjala en paz por un tiempo, ya se repondrá- intervino Lakario.

-Si lo que sospechas es cierto, nosotros estamos en grave peligro- aseguró Valeria.

-Tenemos que estar pendientes, todo puede pasar; es necesario acelerar la

estrategia, este régimen debe caer- el profesor estaba más resuelto que nunca.

-¿Cuál será el siguiente paso?- pregunté.

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-Ustedes irán a la Escuela, como siempre; ya les avisaremos. Nosotros estamos a

punto de dar el próximo golpe, confiemos en que todo salga bien- el profesor se

puso de pie-. Debo irme, necesito coordinar todo.

Valeria había horneado unas galletas, y un pastel. Los perros la seguían a donde

iba ella. Era una mujer divertida, un poco alocada, y glamorosa, pero muy

simpática. Le había empezado a tomar cariño.

-¿Y ustedes dos son novios?- se dirigió a Rita y a Óscar.

-¡Oh, no! ¡Calla esa boca!- reaccionó la aludida.

-¿Por qué? ¡Si se ven muy juntitos!- Valeria era especialista en provocar reacciones

bochornosas.

-Ella no quiere- aseguró Óscar-. Está enamorada de un ñoño.

-¿Cómo así?- la actriz se interesó en el asunto.

-¡No le digas así! ¡Es un chico muy juicioso!- Rita amonestó a Óscar con el mismo

ánimo juguetón de siempre.

-Tiene un nombre ridículo, Saladom Aquebar, ¡figúrate!- espetó nuestro amigo.

-Es de ascendencia libanesa, ¡respeta!- contestó Rita-. Fuera de eso, es el

presidente de nuestra sociedad de debate.

-¿Y te pone atención?- le preguntó Valeria.

-Nada. Ni la mira. Yo creo que el tipo es medio volteado- dijo Óscar.

Ese comentario provocó risas en todos, incluso en Rita.

-¿Es homosexual?- la actriz amaba el morbo.

-¡No, qué va!- Rita salió en defensa del presidente de Carmesí-. Lo que ocurre, es

que él es demasiado serio y juicioso.

-Serio y juicioso- Óscar la imitaba.

-¡Tonto!- la chica le dio un golpecito en la cabeza.

-Bueno, ¿y tú?- Valeria se fijó en Leyia-. ¿Tienes novio? ¿Te gusta alguien?

La muchacha apenas se había repuesto de la experiencia con el hombre armado.

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-No. El amor no es lo mío- contestó lánguidamente.

-Debe haber alguien que te atraiga- insistió la actriz. Óscar me dio un pequeño

puntapié sin que nadie lo notara.

-Sí, pero no tengo esperanzas…- Leyia habló como si fuera la mujer más

desgraciada del Universo.

Óscar volvió a empujarme un puntapié.

-¿Y quién es el afortunado?- Valeria le ofreció más galletas a la chica.

-Nadie. Es un amor imposible- también suspiró.

-Bueno, respeto tu privacidad- la actriz se dio por vencida.

-¿Y usted? ¿Tiene esposo, o novio?- intervino Óscar.

Júpiter, Neptuno y Urano estaban a punto de comerse unas galletas. La actriz

quitó el plato segundos antes de que los perros devoraran su contenido.

-Yo también tengo un amor imposible. Te entiendo Leyia. Los hombres a veces son

tontos, o muy inmaduros.

-¿Quién es? Si se puede saber- Óscar también estaba interesado en el morbo.

-Alguien que anda por ahí, muy importante, pero no tengo chance- ella igualmente

suspiró-. Estamos en estado de desgracia muchachas, nuestros hombres no nos

ponen atención. Solo Ariadna y Antonio viven un romance idílico.

“Ojalá fuera así” pensé. Ariadna se había empezado a comportar muy extraña

conmigo desde que se enteró de la muerte de su padre. Era como si ese hecho

hubiera desencadenado algo oculto en ella. No tenía idea de qué se trataba.

Después de comer más galletas, y pastel, nos despedimos de Valeria Valdewarde.

Júpiter, Neptuno y Urano no nos querían dejar partir.

-¿Quién desea ser presidente de Carmesí?- preguntó Saladom Aquebar-. ¿Hay

alguna postulación?

-Yo, yo quiero ser presidente- exclamó Federico Dallilian.

-¿Alguien más?- preguntó Aquebar.

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-Postulo a Rita Zedeno- dije.

-Muy bien, ¿hay otro nombre?- no se presentaron más postulaciones-. Entonces,

votemos. Lo haremos de forma secreta, como ordenan los estatutos.

Federico Dallilian obtuvo siete votos, y Rita consiguió diez.

-¡Un aplauso para la nueva presidenta de la sociedad Carmesí!- Aquebar estaba

emocionado. En la sala se escuchó una ovación sobrecogedora.

-¡Muchas gracias muchachos!- Rita estaba exultante-. ¡Prometo llevar a la sociedad

Carmesí a la victoria!

Nuevamente se escuchó una ovación. A posteriori, se llevó a cabo otra votación,

para nombrar un nuevo vicepresidente. Esta vez el elegido fue Zaúl Gondras, un

chico pasadito de kilos, pero muy inteligente y perspicaz.

Ariadna había vuelto a la Escuela, había votado por Rita, pero no daba muestras

de haber salido de la depresión.

-¿Puedo hablar contigo?- le dije al salir de la reunión.

-No tengo ganas, disculpa.

-Estoy preocupado por ti, ¿te pasa algo?

-Que mi papá murió, ¿te parece poco?

Era verdad, me sentí mal; pensé que era un egoísta egocéntrico. Acompañé a

Ariadna hasta su vehículo, vi cómo ingresaba en su interior.

-¿Hablamos más tarde?- traté de suavizar el asunto.

-No estaré en casa. Me reuniré con el profesor Lakario; mi papá dejó unos asuntos

bajo su cuidado.

Eso último no me gustó. Ella prendió el vehículo, y me dejó ahí, solo.

-Tranquilo- escuché una voz femenina atrás de mí. Era Leyia.

-¿Lo ves? ¡Se reunirá con Lakario! ¡Pero a mí, me huye!

-Es comprensible. Está pasando por un momento difícil, quiere estar a solas.

-¡Pero con Lakario sí quiere estar!

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-¿Sientes celos? Ariadna te adora, déjala tranquila.

Lo mismo me había asegurado Valeria Valdewarde. Era como una especie de

conspiración femenina.

-Ella está rara, lo siento. Algo mal está ocurriendo, y ella no me lo quiere decir.

-Deja las cosas así. Se le pasará.

Federico Dallilian se aproximó, no le importó que Leyia y yo estuviéramos

conversando.

-¿El torneo? ¿Cuándo nos reuniremos para preparar el debate?- se dirigió a la

chica.

-Debes entender que Ariadna ha sufrido una desgracia. Muy pronto lo haremos-

Leyia fue cortante, ella también se había ofendido con la actitud de Dallilian.

-Si queremos ganar, tenemos que hacerlo de inmediato. Y si Ariadna no se siente

bien, pues debería dejarle el puesto a otra persona- respondió.

-¿No escuchaste? ¡Lo harán pronto! ¡Ariadna no va a renunciar, cálmate Federico!-

intervine en la conversación.

-¡Cálmate tú, estúpido! ¡Yo no quiero hacer el ridículo en el torneo!

Agarré a Dallilian del saco, y alcé su cuerpo hasta tener sus ojos frente a los míos.

Me había exasperado.

-Mira Federico, ¡respeta el dolor ajeno! ¡Es más importante el estado emocional de

Ariadna que un idiota torneo!

El chico me miró con rabia, y con temor. Nunca me había visto en ese estado.

-Solo quiero hacer las cosas bien- dijo en voz baja.

-Y las haremos- Leyia se acercó, y trató de separarnos-. Te invito a comer a mi

casa.

La casa de Leyia era gigantesca. Yo solo conocía la biblioteca y la sala. Ese día, ella

me dio un tour por la residencia. Quedé asombrado. El papá de la chica era rico.

Sin embargo, Leyia permanecía sola la mayor parte del tiempo, ya que sus padres

viajaban constantemente.

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-¿Te gusta la pasta?- me preguntó en la cocina.

-Me encanta.

-Entonces prepararé unos raviolis, ¿te apetecen?

-Delicioso.

La chica sacó una caja de una alacena, después unas salsas, y por último unas

hojas de lo que parecía ser un aderezo vegetal.

-Yo cocino, me encanta cocinar- comentó Leyia-. Ojalá me case con alguien que

comparta mi afición.

Recordé en ese momento el video que grabamos; donde Leyia seducía al profesor

Elleure. Por mi mente volvió la imagen del profesor subiendo la falda de la joven.

También evoqué el abrazo que me brindó en la puerta de su residencia, y cuando

Ariadna nos descubrió.

-¿En qué piensas?- preguntó; mientras desocupaba el contenido de la caja en una

olla.

-En todo lo que nos ha ocurrido en estas semanas.

-Increíble, ¿no?

-Ahora estamos envueltos en una conspiración política. Habíamos empezado como

unos simples estudiantes.

Ella desocupó toda la caja. Después abrió unos frascos y vertió unas salsas.

-Es cierto, y hasta nos secuestraron- el episodio del hombre armado había sido

especialmente traumático para Leyia; pero comenzó a mirarlo como una anécdota

más.

La cocina fue invadida por un aroma exquisito, una combinación de tomate y

especias.

-¿Y tus padres? ¿Dónde están?- le pregunté, mientras mi estómago lentamente

crujía al esperar el manjar.

Ella batió la olla con un artefacto de madera, me miraba de reojo.

-Viajando. Están en España. En un congreso de procesadores de pollos.

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-¿Hay congreso de procesadores de pollos?

-Imagínate- sonrió mientras batía.

-¿Te puedo hacer una pregunta? Es un poco impertinente- traté de entretenerme a

punta de chismes y paseos por la cocina.

-¿De qué se trata?

-¿Cuál es el muchacho que te gusta?

Leyia no volteó a mirar, solo batió más lentamente y se limpió la frente con la

manga de la blusa.

-Tú, siempre me has gustado. Desde que nos reunimos aquí; me he obsesionado

contigo- dijo con suavidad, sin sobresaltos, y con cierto tono melancólico.

-Sabes que tengo una relación con Ariadna.

-Así es, y la respeto. Eso no impide que yo sienta algo por ti- era evidente que la

cocina tranquilizaba a Leyia; normalmente sus comentarios estaban cargados de

emociones contradictorias.

-¿No te atrae Óscar?- cambié de tema.

-No. Es un buen chico, pero es muy descuidado. Su cabello, su pinta de hippie. No.

El olor era insoportablemente atrayente, no veía el instante de probar la comida.

-Tú me caes bien, me gustaría verte con alguien que te quisiera.

-No hay nadie más- exclamó-. Así es el amor, caprichoso, inmanejable.

Leyia arrojó unas hojas vegetales en la preparación. Después fue a la nevera y

sacó una botella de vino. Buscó unas copas, y sirvió licor en ellas. Me entregó una.

-¡Salud!- expresó con vigor la chica.

-¡Salud!- respondí.

-¿Sabes a qué soy aficionada? ¡No lo vas a creer!

-¿A qué?

-Al ajedrez. Mi padre participó en unos torneos, y me enseñó a jugarlo.

-¿De verdad? A mí también me gusta jugar.

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-¡Perfecto! ¡Juguemos unas partidas! ¡Ya traigo el tablero!- la chica salió de la

cocina, y corrió con entusiasmo.

De la olla partía un humo blanco, con un rumor agitado de atracción impetuosa.

Era imprescindible mantener la compostura, hasta que se sirviera la preparación.

-¡Aquí está!- Leyia apareció con un tablero de ajedrez, y una bolsa verde con unas

fichas en su interior. Los colocó sobre una mesa; después abrió la bolsa y sacó las

fichas. Las puso en orden-. ¿Quieres blancas o negras?

-Blancas, quiero ganarte.

-Está bien- la chica estaba entusiasmada, miraba la olla con despreocupación-. En

unos diez minutos estarán listos.

Fue y batió nuevamente la olla. Yo ya había movido un peón; el que estaba

delante del rey.

-Así que empezaste. Perfecto- ella movió también el peón del rey.

No sé qué ocurrió, tal vez fueron los vinos, pero salí con un comentario que a mí

mismo me sorprendió.

-A veces pienso en ese video. Cuando Elleure te subió la falda. Me excita mucho

esa imagen.

Leyia tenía clavados sus ojos en el ajedrez. Esperó a que yo moviera otra ficha.

Era como si no hubiera escuchado nada. Luego, se puso de pie, y miró la olla, le

dio otra batida. Agregó más vegetales, y más salsa, también pimienta.

-Te toca- dijo.

Moví el caballo de la reina. Ella, en vez de responder, deslizó su mano por el

tablero y acarició mis dedos.

-¿Entonces, te gustó?- Leyia había puesto sus rodillas encima de la silla; su cuerpo

se estaba abalanzando por encima de la mesa.

-Bastante. Eres hermosa…- tampoco sé por qué dije eso.

Ella colocó sus manos a cada lado del tablero, y estiró su cuello hasta tocar mis

labios con los de ella. Ya nos habíamos besado antes, pero eso fue diferente. Sentí

que respiraba agitadamente, y su aliento era cálido. Leyia puso sus piernas encima

de la mesa, y me besó con más intensidad. Era agradable lo que sentía. Por un

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lado pensé en Ariadna, pero también en Lakario. Una especie de rabia me invadió.

Las fichas del ajedrez cayeron al suelo. La muchacha estiró sus extremidades

inferiores hacia adelante, y se sentó encima de mí. Yo la abracé, y le di unos besos

en sus pechos. Ella movió sus manos por debajo de su falda, y se quitó las bragas.

Luego, desabrochó mi pantalón.

Nunca había hecho el amor con una mujer, esa fue la primera vez. Leyia tampoco

lo había hecho. Ambos éramos vírgenes. Ella emitió griticos de dolor, pero también

de exaltación, era raro. Al final, una mezcla de sentimientos de culpa, rabia, y

satisfacción invadieron mi alma. Nos acariciamos mutuamente, nos besamos,

después de concluir el coito.

-¿Estás bien?- me preguntó, sabía que yo estaba preocupado por Ariadna.

-Me siento extraño- solo atiné a decir eso.

Ella me dio un beso en la boca, y se puso de pie. Se colocó nuevamente las

bragas, con cierta vergüenza. Caminó hacia la estufa, y encontró que los raviolis se

habían quemado. Rápidamente apagó los fogones. Luego, dirigió su mano derecha

hacia su zona genital. Estaba adolorida.

-¿Te ocurre algo?- pregunté; con la intención de que ella no me escuchara.

-Nunca lo había hecho- con eso, lo dijo todo.

Solicitamos una pizza a domicilio, y terminamos la partida de ajedrez. La cocina se

había llenado de humo.

-¿Vas a terminar con ella?- me preguntó, en la puerta de su casa.

-No sé, tengo que pensarlo.

-Creo que fue un error- Leyia expresó esto con angustia-. Hacerlo, estuvo mal.

-Si ocurrió, fue por algo- simplemente dije esto y me despedí. Le di un abrazo, y

caminé por la calle solitaria. Era muy de noche. Me dirigí a la casa de Ariadna,

hacía frío y empezaba a llover. A los lejos un automóvil se desplazaba en la

dirección donde yo me encontraba. Era el carro de Lakario. Me escondí detrás de

un árbol. El vehículo se detuvo justo en frente de la casa de Ariadna. Ella estaba

ahí, adentro del carro. Lakario conducía. Hablaron durante unos minutos. Luego,

ella se despidió, moviendo sus manos. El automóvil volvió a ponerse en

movimiento.

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“¡Rayos!” pensé. Me sentí traicionado. Por otro lado, recordé a Leyia, y tuve

vergüenza. Observé cómo Ariadna ingresaba en su hogar. Siempre con esa

elegancia y porte que la caracterizaban. De cierta forma intuía que la estaba

empezando a perder.

“Hola, creo que lo de ayer fue un error. Discúlpame. No puedo interferir entre

Ariadna y tú. No diré nada. Te quiero mucho. Leyia”. Ese fue el mensaje que

encontré al otro día en mi teléfono móvil. Precisamente, Ariadna se sentaba al lado

mío en la clase de economía política. Cuando lo estaba leyendo, la muchacha se

acercó a saludarme.

-¿Cómo vas? ¿Sigues bravo?- preguntó sin besarme, o tocarme.

-¿Y Lakario? ¿Qué te dijo?- guardé el aparato rápidamente en mi maleta.

-Mi papá dejó un fideicomiso, Lakario es el fiduciario. Veinte millones de dólares,

para mi mamá, para mi hermana, y para mí.

-¡Eres rica! ¡Qué bueno!

Ella sonrió con discreción.

-El profesor está preocupado. Pero el plan sigue en marcha- Ariadna murmuró

esto.

-¿Ah, sí? ¿Y qué más discutiste con él? ¿La anatomía del hombre maduro?-

tampoco sé hoy en día por qué salí con eso.

-No seas ridículo, él es un profesor, no me gusta. Deja de fastidiar.

Ariadna se acomodó en su pupitre y sacó unos libros. Mi comentario la había

molestado sobremanera. Posteriormente, mi teléfono móvil comenzó a pitar en

forma, sin que yo pudiera hacer algo. Creí que era otro mensaje de Leyia.

-¿No vas a contestar?- preguntó Ariadna.

Alargué mi brazo, y tomé el aparato. Vi lo que había en la pantalla con terror.

¡Afrodita celeste en los templos de cobre! ¡Que vuelva la civilización!

Era la clave. Los Griegos habían empezado a responder el ataque del Gobierno. El

primer paso del plan estaba en marcha, no había reversa. Todo iba a cambiar.

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Capítulo 10

Arandio Esquidel había trabajado con el Gobierno durante varios años; había sido

el jefe del Servicio de Inteligencia. Confesó ante una multitud de periodistas

nacionales e internacionales que el presidente de la República le había ordenado

asesinar a varios opositores. Esquidel había sido un fiel escudero del régimen, sin

embargo, su más encarnecido enemigo –el jefe de la Policía-, lo había grabado en

video manteniendo relaciones sexuales con varias prostitutas. Era sencillo: o

confiesas tus crímenes, o le muestro a todo el mundo tus películas porno. El exjefe

de Inteligencia no tuvo opción, y Los Griegos se anotaron un punto a su favor. Se

había desencadenado un escándalo, que podría llevar a la dimisión del Presidente.

-Winston está jugando con fuego- comentó Valeria Valdewarde-. Está poniendo en

peligro su vida. Ese fue un golpe bajo.

-A mí sí me pareció bien. Es la única forma de desenmascarar a este Gobierno-

Ariadna se había convertido en la más ferviente defensora de Winston Lakario; y

aunque ella lo negaba, todos intuíamos que su relación con él era más que

estrecha, muy a mi pesar.

-Está utilizando las mismas trampas que ellos usan contra sus opositores: el

chantaje y la extorsión- agregó la actriz.

-No hay otra opción. Son unos asesinos, de lo peor. Estoy segura que ellos

mataron a mi papá- Ariadna dijo esto con altivez, como si ella fuera la defensora

de oficio de Lakario.

Leyia, Rita y Óscar también se encontraban allí; frecuentábamos la casa de

Valdewarde asiduamente. Ella preparaba galletas y pasteles, y nosotros jugábamos

con Júpiter, Neptuno y Urano. Los perros se emocionaban cuando nos veían.

Valeria era especialmente amable conmigo, habíamos entablado una amistad muy

especial. Ariadna se reunía secretamente con Lakario, ella afirmaba que era para

discutir el traspaso de la fiducia que había dejado su padre, pero todos dudábamos

de esa versión. Sin embargo, ella seguía asistiendo a la sociedad Carmesí, salía

con nosotros de vez en cuando, y trataba de aparentar que todo seguía igual.

Conmigo era muy fría, casi que rayaba en la antipatía.

-¿Renunciará el Presidente?- preguntó Rita-. Esto sí que es un escándalo.

-No lo creo. Es un caradura- contestó Valeria-. Se requiere más que eso.

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-Winston dice que no tiene otra opción. Pero, si no lo hace, Los Griegos tienen

preparadas más sorpresas para él- comentó Ariadna.

-¿Y desde cuándo le dices Winston al profesor Lakario?- pregunté.

-Tú y tus estúpidos celos- alegó la muchacha. Luego, se puso de pie, y se

despidió-. Debo preparar el debate para el torneo. ¿Cómo vas tú con eso, Leyia?

-Ya me reuní con Federico, falta que tú lo hagas con nosotros.

Leyia trataba de ignorar lo que había pasado entre nosotros, se sentía culpable, sin

embargo, también se daba cuenta de la actitud de Ariadna conmigo. No sabía qué

hacer.

-Muy bien. Antonio sabe mucho sobre la Segunda Guerra Mundial, me imagino que

él te estará asesorando muy de cerca- espetó con malicia Ariadna antes de irse-.

Hasta pronto.

Leyia me dedicó una mirada cómplice. Ella y yo no habíamos vuelto a hablar en

privado desde la cena en su casa.

-¿Me estoy perdiendo de algo?- preguntó Valeria, mientras le quitaba algunas

pulgas a Júpiter-. ¿Esa niña quedó mal de la cabeza?

-Está celosa- intervino Óscar-. Cree que Leyia y su noviecito tienen algo.

-¿Y ustedes dos tienen algo?- nos preguntó la actriz; dedicando un tiempo a

observarnos con detenimiento a cada uno.

-¡Cómo se te ocurre!- exclamé.

Leyia estaba pálida, como si estuviera a punto de llorar.

-Tenemos que irnos- informó Rita-. Los preparativos del torneo son exigentes.

Cuando ya me avecinaba a abandonar la casa, la actriz me tomó del brazo.

-¿Puedo charlar contigo un momento?

Rita, Leyia y Óscar se sorprendieron. Pero no les pareció raro. La actriz y yo

habíamos configurado una muy buena amistad.

-Vamos para la Escuela, te esperamos allá- mencionó Rita. Luego, ellos se

despidieron de mí.

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-Vuelve a tomar asiento Antonio- expresó misteriosamente Valeria.

-¿De qué quieres hablar? Me asustas.

-No te hagas el estúpido, tú y esa niña tienen algo.

-¿Cuál niña? Ariadna, desde luego, somos novios- sabía perfectamente a quién se

refería ella.

-Ariadna no, Leyia. Ella te mira con verdadero amor, está enamorada; y tú le

correspondes disimuladamente.

-Estás viendo espejismos.

-¿Espejismos? Tengo solo algunos años más que ustedes, pero poseo un sexto

sentido infalible, ¿qué ocurrió? Dime, o lo averiguaré por mi cuenta- la actriz era

bastante persistente.

-Nos acostamos- dije a sangre fría.

Valeria abrazó a Júpiter como si le hubieran dado una terrible noticia.

-¿Pero, qué hicieron? ¿Ariadna, lo sabe?

-No, aunque creo que sospecha algo. Igual, ella está involucrándose con Lakario.

Vive metida en su oficina, o en su apartamento. Nuestra relación está llegando a

su fin.

La actriz fue hasta un pequeño bar que había en la sala, se sirvió un trago de

coñac.

-Es verdad, hay algo entre ellos dos, aunque no lo podría confirmar.

Por primera vez en aquellos días, sentí tristeza, ganas de llorar; mi Ariadna estaba

escapándose de mis manos, de mi corazón. Alguien neutral estaba confirmando

mis temores.

-¡Y usted está enamorada de Lakario! ¿No es así? Yo también tengo un sexto

sentido muy desarrollado.

Valeria volvió al sofá. Los perros no la dejaban en paz un solo segundo.

-Es mi amor platónico. Lo admiro bastante; es inteligente, guapo, rico, amable,

educado. Tu novia debe estar deslumbrada por el gran maestro; aunque creo que

será algo temporal.

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-Ella cambió mucho conmigo desde el fallecimiento de su padre; no ha vuelto a ser

la misma.

-¿Y tú? ¿Te acostaste con Leyia por eso? ¡Qué descarado! ¿No te da vergüenza?

-Fue un momento de debilidad. Estábamos tomando vino, sus padres estaban

ausentes. Estamos muy arrepentidos.

Valeria se agarró el estómago para reír. Sus carcajadas retumbaron en toda la

casa.

-¿Arrepentidos? ¡Par de tontos! ¿Por qué decidiste hacerlo con Leyia? Porque te

gusta, ¿no es así? Hay algo que te atrae de ella.

Sin lugar a dudas. Me gustaba mucho, pero sentía que traicionaba a Ariadna.

Estaba involucrado en un conflicto emocional.

-¿Debo romper con Ariadna? Usted dice que ella tiene algo con Lakario.

Valeria se quedó en silencio unos instantes, luego tomó una decisión.

-Los dos estamos interesados en saber qué ocurre realmente. ¿Por qué no los

espiamos? Y así salimos de la duda- propuso.

La sugerencia era infantil, pero me atrajo. Salir de la incertidumbre

definitivamente.

-Trato hecho.

Ni Valeria ni yo éramos detectives privados, por lo tanto, no sabíamos como espiar

a nuestros respectivos amores. A estas alturas, era evidente que la actriz estaba

enamorada de Lakario. Decidimos montar guardia al frente de la oficina del

profesor; en un café ubicamos nuestro punto de observación. Era estúpido, pero

así lo hicimos, por intuición. Nos turnábamos para hacer la vigilancia, o a veces,

los dos juntos la hacíamos. Pasaron varios días y nada ocurrió. Sin embargo,

después de una semana nuestras corazonadas resultaron ser ciertas. Lakario y

Ariadna salieron del edificio en dirección nuestra; pasaron la calle, e ingresaron al

café. La actriz había conseguido unos disfraces muy ridículos. Ella portaba una

peluca de cabello rubio y gafas oscuras; y yo, me había engalanado con una barba

muy poblada y gafas de lentes oscuros. Ellos no se dieron cuenta de nuestra

presencia, y se ubicaron justo detrás de nosotros. Solo nos separaba una especie

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de rejilla de madera de color blanco. Ajustamos nuestros oídos, para escuchar lo

que hablaban.

-Es increíble, papá nunca dijo nada sobre esto- decía Ariadna.

-Ya ves, él pensó en todo, prefirió dejar la fiducia y no enmarañarlas a ustedes en

una sucesión.

-Qué bueno. ¿Cuándo estará lista la transferencia?

-Hoy mismo, la cuenta está a nombre de tu madre.

Ariadna había pedido un sorbete de curuba, y Lakario tomaba un té.

-Quiero resolver las cosas con Antonio, he decidido hablar con él- dijo ella.

-Es lo mejor. De una vez por todas.

-Sí. Tal vez, no quiero vivir más en este país. Pero no sé si él…

-Pregúntale. No pienses en otra cosa, sé feliz.

Por mi cuerpo pasaba una extraña sensación. Nervios, incredulidad, expectativa,

decepción, no sabía qué sentir. Valeria me apretaba las manos con fuerza,

extrema.

-Sí, lo he decidido. Le preguntaré de una vez por todas. A pesar de que yo soy la

mujer, y él es el hombre.

-Hazlo. No lo dudes un segundo.

-¿Estará dispuesto a casarse conmigo, e irse a vivir al extranjero?- preguntó

Ariadna.

Casi me atoro con el café que estaba tomando, el líquido también se derramó en

mis piernas. Valeria trató de ayudarme. Afortunadamente ellos –nuestros espiados-

no se percataron del traspié.

-¡Qué bonito!- exclamó Lakario-. ¿Puedo ser el padrino de bodas?

-¡Desde luego, profesor!- Ariadna estaba emocionada-. Pero, él está extraño; cree

que yo tengo algo con usted, está muy celoso. Y Leyia no se le despega, la muy

bandida.

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-No lo podemos culpar, te la has pasado todas estas semanas en mi oficina.

Ajustando los términos del traspaso de la fiducia. Debe estar celoso, es obvio.

-Es cierto, ¿no? Yo adoro a Antonio, lo quiero con toda mi alma. Voy a proponerle

matrimonio; y también pedirle el favor que se vaya conmigo a Europa, o a Canadá.

Estoy resuelta.

Valeria había triturado mis dedos, ya casi no los sentía en ese momento.

-¿Y usted, profesor? Valeria Valdewarde ha estado persiguiéndolo durante mucho

tiempo, debería darle una oportunidad.

-Quizás. Pero su mundo no es el mío, ella se mueve en el jet set, en el glamour,

en lo light, y allí me siento muy mal.

-¿Pero la ama? ¿No es así?- preguntó Ariadna.

La respuesta se demoró; el profesor tomó varios sorbos de té antes de emitirla.

-Creo que sí. Ella es muy simpática, me hace reír mucho.

La actriz pellizcó mis brazos, por sus ojos comenzaron a brotar lágrimas.

-¡Qué bueno! ¡Debería proponerle matrimonio!- agregó Ariadna.

-Ya veremos, ya veremos.

Esperamos unos minutos más. Ariadna y el profesor salieron del café; no se dieron

cuenta de nuestra presencia, y volvieron al edificio donde se encontraba la oficina

de Lakario.

-¿Estaba equivocada? ¿No es verdad, Antonio?- preguntó Valeria, con los ojos

enrojecidos.

-Sí, estoy en shock- dije-. ¡Ella quiere casarse conmigo! ¡Quiere irse del país!

-¡Y Winston me ama!- la actriz pasó del llanto a la euforia-. Lo amo tanto, lo

adoro.

Algo ensombreció el momento. Recordé lo que había ocurrido con Leyia, en la

cocina de su casa.

-¿Debería contarle a Ariadna? ¿Lo de Leyia?- pregunté, con amargura.

-Creo que sí, Antonio. Debes ser sincero.

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Ariadna, ese mismo día, me invitó a cenar en uno de los restaurantes más caros de

la ciudad. Había apartado dos reservaciones. “Quiero hablar contigo de algo muy

importante”, dejó este mensaje en mi teléfono móvil. Yo ya sabía de qué se

trataba.

Efectivamente, la cita era a las ocho y treinta de la noche. Ambos llegamos muy

puntuales. Yo lucía una corbata roja y un traje de paño de color azul oscuro; ella

estaba ataviada con un vestido plateado, enterizo. Había ido al salón de belleza, se

veía hermosa.

-Antonio, quiero disculparme contigo. Estas últimas semanas han sido muy duras.

La muerte de mi padre, la sucesión, la fiducia, mi madre, mi hermana. Quiero

decirte que eres muy especial para mí. Te amo, con todo mi corazón.

Apretó mi mano derecha, y me miró a los ojos todo el tiempo.

-Te entiendo, yo también he cometido estupideces. Perdóname.

-No sé a qué te refieres- contestó ella-. Sin embargo, quiero proponerte algo muy

importante, inusual, pero lo he decidido.

Estaba muy emocionado, mi corazón latía rápidamente.

-Antes de que digas algo, debo confesarte algo- la interrumpí.

Ella me observó con preocupación, con ansiedad.

-¿Qué es?

-Cometí una locura, estaba celoso, tú estabas muy rara…

-¿Qué ocurre?- insistió ella.

-Un día, en la casa de Leyia, ella me sirvió unos vinos, y no sé qué ocurrió, pero lo

hicimos, hicimos el amor.

Ariadna dejó de apretarme la mano. Su expresión pasó de la preocupación a la ira,

a la rabia. Se puso de pie rápidamente, tiró la servilleta a la mesa con furia. Corrió

hacia la salida. Yo fui detrás de ella.

-¡Discúlpame!- le grité. Ella avanzó por la calle. Antes de salir le di unos billetes al

camarero.

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Ariadna corría como loca, estaba llorando, me había tomado cierta ventaja. Decidí

tratar de alcanzarla. Pasaba las calles con obstinación, los automóviles le pitaban.

Tuve que emplearme a fondo para llegar hasta donde estaba ella, pero era

imposible, parecía corredora profesional olímpica.

-¡Ariadna, espera! ¡Te amo! ¡Te amo!- le grité-. ¡Perdóname! ¡Por favor!

Ella corrió hasta un parque, y trastabilló, su traje se había enredado de manera

aparatosa, cayó al suelo. Yo intenté ayudarla, pero ella no se dejaba.

-¡Eres un estúpido! ¡Un imbécil! ¿Con Leyia? ¡Esa zorra! ¡No te quiero volver a

ver!- gritó.

-¡Pero estaba celoso! ¡Creía que estabas con Lakario!- ella no me oía, se había

puesto de pie, pero el traje se había roto, de sus rodillas salía sangre. Caminó

como pudo hasta una banca que había en el lugar. Se sentó y empezó a llorar, se

cubrió la cara con las manos-. Te amo mi amor, te quiero a ti, no a Leyia; eso fue

un impulso estúpido, estoy adolorido, arrepentido.

Ariadna no dejaba de llorar. Traté de abrazarla, pero ella me rechazaba, estaba

furiosa. No había nubes en el cielo, las estrellas se podía ver perfectamente, era

una noche cálida.

-¡Eres un rufián! ¡Un mentiroso!- gritó. Siguió llorando.

No dije nada, dejé que se desahogara. Recordé la primera vez que la había visto,

parecía una diosa. Una princesa. También evoqué sus primeras miradas que ella

me dedicó. Nadie, ninguna mujer me había visto como ella, era extraño.

-Tú eres Afrodita, eres una diosa. Y estos son nuestros templos de cobre, nuestros

templos de amor.

Ella no respondió nada.

-Cuando tú estás todo lo demás desaparece, solo importas tú Ariadna. Perdóname,

soy un chiquillo tonto, tú eres lo mejor que me ha pasado. Cuando estoy contigo

soy especial, me haces sentir especial. Yo no amo a Leyia, eso fue una estupidez.

Ariadna dejó de cubrirse la cara. Volteó a mirarme, su maquillaje se había corrido,

y seguía saliendo sangre de sus rodillas. Ella hizo una expresión de dolor.

-Si me quieres dejar, no te culpo; pero sabes que eres la mujer de mi vida, porque

yo te amo, y tú a mí. Mi Afrodita, en los templos de cobre.

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-Me duelen las rodillas- murmuró ella.

Yo dejé la banca, y me acurruqué para ver las lesiones. No eran gran cosa, eran

raspaduras, pero la sangre era escandalosa. Saqué mi pañuelo, y limpié las

heridas. Ella emitió unos quejidos. Le di un par de besos a sus rodillas. Ella no hizo

nada, solo miró hacia el cielo. Se había calmado.

-Debo colocarte un poco de alcohol.

-Después, no es nada.

Estuvimos en silencio un rato. Ella puso su cabeza sobre mi hombro izquierdo.

Tenía sueño.

-Ariadna, ¿puedo preguntarte algo?

-¿Qué? ¿Si soy virgen? Pues sí, no soy una vagabunda como tú.

-No, no es eso. ¿Quieres casarte conmigo? ¿Por qué no vivimos en Londres?

Ella dejó de apoyar su cabeza sobre mi hombro. Empezó a buscar algo en uno de

los bolsillos de su vestido. Era un estuche.

-Debes preguntarme, entregándome esto- dijo en voz baja; estaba ronca por tanto

gritar.

Vi lo que había en el estuche, era un anillo.

-¿Quieres casarte conmigo, Ariadna?- le entregué el estuche, abierto. Era un anillo

hermoso.

Ella recibió el estuche, sacó el anillo y se lo colocó en uno de sus dedos. Lo lució

con elegancia. Levantó la mano, para ver cómo se veía con las estrellas del cielo al

fondo.

-No me queda opción. Eres lo que más amo, fuera de mi mamá y de mi hermana.

Sí Antonio, quiero casarme contigo. Te perdono lo de Leyia.

Nos besamos en ese parque por varias horas. Después caminamos por las calles

solitarias, empezó a hacer mucho frío. No queríamos abordar un taxi, o algún

vehículo. Paseamos, cogidos de las manos. La acompañé hasta su casa, casi era

de madrugada.

-Te amo con todo mi corazón, Antonio. Si me vuelves a fallar te mato- sentenció

ella antes de entrar en su casa. Después me dio un beso en los labios.

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La sociedad Carmesí ganó el torneo de debate. Piedra y Martillo ocupó el segundo

puesto. El rector Ardovallian renunció a su cargo poco después; el profesor Elleure

también dejó la Escuela. Vergerier asumió las riendas del centro educativo.

El presidente de la República dimitió por esas épocas. El Congreso de la República

inició una investigación en su contra. El ministro Elleure y el general Ponzze

también fueron objeto de procesos penales.

Rita y Óscar iniciaron un romance tórrido. Leyia hizo lo propio con Federico

Dallilian; se habían hecho muy buenos amigos durante el torneo de debate.

Ariadna perdonó a Leyia, y esta última también le pidió excusas. Las dos chicas

son, hoy en día, muy buenas amigas.

El profesor Winston Lakario contrajo nupcias con la actriz Valeria Valdewarde.

Júpiter, Neptuno y Urano llevaron las argollas durante la ceremonia nupcial.

Ariadna y yo nos casamos un viernes, en el mes de octubre, poco antes de que

cayera la noche. A la ceremonia asistieron todos los integrantes de la sociedad

Carmesí, la madre y la hermana de Ariadna, y todos Los Griegos.

Meses después se llevaron a cabo nuevas elecciones presidenciales. El profesor

Winston Lakario lanzó su candidatura por un nuevo movimiento político llamado

“Los Griegos”. Con una abrumadora votación, se convirtió en el nuevo Presidente

de la República, y su esposa Valeria, en la Primera Dama.

Mi esposa y yo viajamos a Londres. Terminamos nuestros estudios de diplomacia

en una universidad local. Yo fui empleado por la embajada de nuestro país en

Gran Bretaña.

Durante su discurso de posesión, el nuevo presidente Lakario dijo: “Nuestro país

ha sido víctima de la injusticia, del exceso de tiranía, y de perversión. Ha llegado la

hora de comportarse como un estadista, y no como un simple gobernante, de

extender la democracia, y de practicar la libertad en toda nuestra Nación. ¡Ha

retornado la civilización!”.

Ariadna y yo asistimos como invitados especiales a la posesión del nuevo

Presidente. Ella estaba esperando nuestro primer hijo.

FIN

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