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8/22/2019 AguilarFernándezGuerraCivilFranquismoDemocracia http://slidepdf.com/reader/full/aguilarfernandezguerracivilfranquismodemocracia 1/17 http://www.nodo50.org/reformaenserio/articulos/14abril2006/Untitled-3.htm Claves de razón práctica ISSN 1130-3689, 140 marzo 2004: 24-33. Guerra civil, franquismo y democracia La articulación y ruptura del “pacto de silencio” Paloma Aguilar Fernández Transcurrido ya más de un cuarto de siglo desde la muerte de Franco, varios autores se han propuesto hacer balance del funcionamiento de la democracia en España. Entre los más críticos destacan quienes tildan al nuevo régimen de incompleto o de baja calidad; consideran que la transición ha sido injustamente mitificada y, conectando ambos fenómenos, atribuyen las deficiencias que dicen constatar a lo que se hizo o más bien se dejó de hacer en dicho periodo. Los detractores de la transición suelen sostener que ciertos legados del pasado franquista  perviven en nuestros días por la moderación de las demandas de la oposición durante el cambio de régimen. Hay otros que, como Josep M. Colomer, aun comprendiendo las razones de la mesura con que se actuó, piensan que “las virtudes de la transición se han convertido en vicios de la democracia” (Colomer, 1998: 181). Según este argumento, las instituciones que fueron pensadas para estabilizar el régimen en un momento de gran incertidumbre -durante el cual pocos dudan que desempeñaban adecuadamente dicha tarea- no tienen por qué ser las ideales en una época de normalidad democrática, donde no hay por qué obsesionarse con la inestabilidad gubernamental ni con evitar el debate  público sobre asuntos sensibles . La democracia, bien entendida, tiene más que ver con la articulación pacífica del conflicto que con el consenso, si bien éste es fundamental en las  primeras fases para lograr un compromiso amplio en torno a reglas y valores básicos. Las herencias que suelen mencionarse pueden ser, bien institucionales (debidas a la ausencia de purgas en las administraciones civil y militar, a la presencia de élites políticas anteriormente vinculadas al régimen autoritario, o a la mera existencia de un jefe de Estado designado por Franco); culturales (como el antipoliticismo o el antipartidismo, que se asocian con valores inculcados por la dictadura, o como el predominio de una ciudadanía poco participativa y la presencia de partidos políticos apenas transparentes y rígidamente centralizados), o sociales (enfatizándose la pervivencia de desigualdades socioeconómicas y las deficiencias en la provisión de determinados servicios públicos) . La mayoría de estos autores, además, considera que la transición nació de una negociación entre élites de la que fueron de la que fueron deliberadamente apartados los ciudadanos, basándose en la presencia de pactos secretos que limitaron las posibilidades de debatir abiertamente sobre el pasado e impidieron la adopción de medidas que habrían hecho justicia a las víctimas de la dictadura. En este sentido, hay una cuestión que

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http://www.nodo50.org/reformaenserio/articulos/14abril2006/Untitled-3.htm

Claves de razón práctica ISSN 1130-3689, 140 marzo 2004: 24-33.

Guerra civil, franquismo y democracia

La articulación y ruptura del “pacto de silencio”

Paloma Aguilar Fernández

Transcurrido ya más de un cuarto de siglo desde la muerte de Franco, varios autores sehan propuesto hacer balance del funcionamiento de la democracia en España. Entre losmás críticos destacan quienes tildan al nuevo régimen de incompleto o de baja calidad;consideran que la transición ha sido injustamente mitificada y, conectando ambosfenómenos, atribuyen las deficiencias que dicen constatar a lo que se hizo o más bien sedejó de hacer en dicho periodo.

Los detractores de la transición suelen sostener que ciertos legados del pasado franquista perviven en nuestros días por la moderación de las demandas de la oposición durante elcambio de régimen. Hay otros que, como Josep M. Colomer, aun comprendiendo lasrazones de la mesura con que se actuó, piensan que “las virtudes de la transición se hanconvertido en vicios de la democracia” (Colomer, 1998: 181). Según este argumento, lasinstituciones que fueron pensadas para estabilizar el régimen en un momento de granincertidumbre -durante el cual pocos dudan que desempeñaban adecuadamente dichatarea- no tienen por qué ser las ideales en una época de normalidad democrática, dondeno hay por qué obsesionarse con la inestabilidad gubernamental ni con evitar el debate público sobre asuntos sensibles . La democracia, bien entendida, tiene más que ver con laarticulación pacífica del conflicto que con el consenso, si bien éste es fundamental en las primeras fases para lograr un compromiso amplio en torno a reglas y valores básicos.

Las herencias que suelen mencionarse pueden ser, bien institucionales (debidas a laausencia de purgas en las administraciones civil y militar, a la presencia de élites políticasanteriormente vinculadas al régimen autoritario, o a la mera existencia de un jefe deEstado designado por Franco); culturales (como el antipoliticismo o el antipartidismo,que se asocian con valores inculcados por la dictadura, o como el predominio de unaciudadanía poco participativa y la presencia de partidos políticos apenas transparentes yrígidamente centralizados), o sociales (enfatizándose la pervivencia de desigualdadessocioeconómicas y las deficiencias en la provisión de determinados servicios públicos) .

La mayoría de estos autores, además, considera que la transición nació de unanegociación entre élites de la que fueron de la que fueron deliberadamente apartados losciudadanos, basándose en la presencia de pactos secretos que limitaron las posibilidadesde debatir abiertamente sobre el pasado e impidieron la adopción de medidas que habríanhecho justicia a las víctimas de la dictadura. En este sentido, hay una cuestión que

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siempre acapara la atención de los autores que más critican a la democracia por lasherencias de la transición: la “amnesia” de los españoles o los problemas de “memoriahistórica” que dicen que padece nuestra sociedad , al haberle sido impuesto un “pacto desilencio” sobre la guerra civil y la dictadura.

Los títulos de algunos libros recientes son suficientemente elocuentes: El pasado oculto,La memoria incómoda , La memoria insumisa , El silencio roto (coincidente, sólo en eltítulo, con la película sobre el maquis dirigida por Montxo Armendáriz), La vozdormida , Disremebering the Dictatorship , etcétera. Sin embargo, la denuncia de lasupuesta “amnesia” de los españoles en no pocas ocasiones se confunde con la delindiscutible silencio al que fueron sometidos los vencidos a lo largo de la dictadura.Mientras que la primera está sujeta a debate y ha cobrado gran fuerza en nuestros días, lasegunda es incuestionable y consta de una larga historia.

 El “pacto de silencio” en el ámbito político

El tantas veces mencionado “pacto de silencio” de la transición requiere una atención pormenorizada. En primer lugar, no deja de ser paradójico un pacto de silencio del quenunca ha dejado de hablarse ni de escribirse. En segundo lugar, el alcance de este pactodebe ser matizado con mucho cuidado, pues su mención se ha acabado convirtiendo enun lugar común que arroja más sombras que luces. En tercer lugar, es sorprendente quehaya tantas alusiones a una conspiración de silencio sobre el pasado cuando la guerracivil ha ocupado un lugar preferente en la literatura, el cine y la producción históricaespañolas.

La escasez de estudios sobre determinados aspectos del pasado no tiene por qué deberse a

una suerte de “silencio impuesto” en todos los ámbitos de la vida española. Nada impidióque los testimonios personales sobre la guerra y el franquismo recopilados en fechasrecientes fueran recogidos con anterioridad. Además, como ya se ha mencionado, cuandose habla de amnesia, de desmemoria o de silencio impuesto en el contexto de lademocracia española, suelen confundirse al menos dos cosas. En primer lugar, está ladistinción clave entre diversos ámbitos como el político, el social y el cultural, dado queen estos dos últimos no tendrían por qué respetarse los pactos que se hubieran alcanzadoen el primero; prueba de ello es la locuacidad que ha suscitado dicho acuerdo y lasdenuncias vertidas sobre el mismo. Y, en segundo lugar, la diferencia fundamental queexiste entre el recuerdo de la guerra civil y el del franquismo, pues se trata de dosfenómenos que, por mucho que aparezcan ligados en nuestra mente y seancronológicamente consecutivos, generan muy distintos niveles de recuerdo, de trauma yde consenso.

Lo que ha ocurrido en el ámbito político tiene una doble vertiente. Por un lado, sí escierto que se acordó no instrumentalizar el pasado fratricida con fines políticos, aunquelas evocaciones latentes a la contienda , en sentido aleccionador (esto es, como algo quedebía evitarse a toda costa), fueron muy abundantes y casi siempre estuvieron basadas enun consenso fundamental, resumido en la frase “todos tuvimos la culpa de las atrocidades

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que entonces se cometieron” (Aguilar, 1996). Obsérvese que este consenso no ser refiereni a quién fue el culpable de que se destara la guerra ni a qué tipo de represión fue mássanguinaria, la de los franquistas o la de los republicanos. El consenso que en torno al pasado se alcanzó en la transición era de carácter muy general y estaba estrictamentecircunscrito a una lectura de la guerra civil en clave de tragedia colectiva que nunca más

debía repetirse y en la que ambas partes habían cometido atrocidades injustificables, sinentrar en más detalles. También es verdad que, a través de la Ley de Amnistía de 1977, seacordó pasar por alto las trayectorias políticas e ideológicas anteriores a la muerte deFranco, siempre y cuando se aceptaran sin ambages las nuevas reglas del juegodemocrático (Aguilar, 1997). En definitiva, parece que existe un acuerdo tácito entre lasélites parlamentarias para no instrumentalizar políticamente el pasado, especialmentedurante la transición, y un pacto explícito, que se refleja en la citada ley y que impide juzgar las posibles violaciones de derechos cometidas por cualquier parte antes del periodo de vigencia de la amnistía; pacto éste con implicaciones mucho más profundas, pues viene a ser una ley de punto final que, a diferencia de otras célebres, antecede acualquier proceso judicial.

En los pactos habituales en las transiciones entre aquellas élites políticas del pasado queestán de acuerdo en avanzar hacia un régimen de libertades y oposición moderada, sesuelen establecer una serie de reglas y, sobre todo, de “garantías mutuas (...) tendentes aevitar algún desenlace desgraciado”. Mediante dichos pactos se aspira a reducir laconflictividad, ya que consisten en un “compromiso negociado por el cual los actoresconcuerdan en renunciar (...) a su capacidad de perjudicarse mutuamente”. Lo normal esque se establezcan “ciertas cláusulas en las que se estipula que no se recurrirá a laviolencia”. Los acuerdos de esta naturaleza no tienen por qué estar formalizados; enmuchos casos no son más que arreglos informales pactados en discretas conversaciones.Suelen surgir cuando “[n]ingún grupo social o político es lo suficientemente

 predominante como para imponer a los otros su ‘proyecto ideal', y típicamente elresultado de esto es una ‘segunda alternativa' con la que ninguno de los actores seidentifica por completo y que no es la que ninguno de ellos anhelaba, pero en torno a lacual todos concuerdan y participan” (O'Donell y Schmitter, [1986] 1988: 63-5).

Ya que los pactos suelen tener la enorme utilidad de acabar con los recelos y suspicaciasexistentes entre fuerzas políticas antes enfrentadas, así como la de establecer las reglasdel juego, deberían ser examinados con cuidado y no condenados a la ligera. El hecho deque se trate de acuerdos entre élites no significa necesariamente que no incorporen lasopiniones del ciudadano medio. Para entender muchas de las decisiones cruciales que seadoptaron en la transición no podemos prescindir del sistema de valores predominanteentre los españoles. La mayoría suscribía las políticas de moderación y cautela adoptadas por las élites políticas que mayor protagonismo tuvieron en el periodo.

Es innegable que los pactos imponen límites al debate público y que las formas queadoptan las transiciones dejan una serie de legados sobre el nuevo régimen. Las reglas de juego que rigen el funcionamiento de la democracia son deudoras de la correlación defuerzas y de las prioridades políticas entonces existentes. Para algunos, el éxito final del proceso o, lo que es lo mismo, la consolidación de la democracia en España, no debería

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impedirnos evaluar de forma crítica la transición. Otros llegan incluso a afirmar que hastaque no se afronte el pasado bélico y autoritario, ubicando en la transición el germen del proceso dilatorio que denuncian, la democracia será deficiente e incompleta.

Visto desde la perspectiva de hoy, resulta evidente que el recuerdo del pasado

condicionó, al menos parcialmente, la forma del cambio político en España, esto es, lamanera en que se sustituyó la dictadura por al democracia. La presencia de la memoria dela guerra durante la transición fue abrumadora, lo cual es sumamente comprensible; por un lado, se evocaba con un fin aleccionador, como aquello que nunca más debía repetirse; por otro, el recuerdo de los vencidos, silenciado durante tantos años, comenzaba a abrirse paso tras la muerte de Franco. La dictadura, sin embargo, estaba demasiado próximacomo para que fuera posible reflexionar con sentido sobre ella; además, se anticipaba queno se alcanzaría un consenso equivalente a este respecto . En cualquier caso, el carácter traumático de ambos recuerdos (el de la guerra y el del franquismo), aconsejaba lamáxima prudencia.

La aversión al riesgo, sustentada en el miedo a un nuevo enfrentamiento fratricida, se vioincrementada por las tensiones y la violencia registradas en la transición. La crispación delos setenta hizo resurgir los temores a un golpe de Estado que desatara una larga ycruenta guerra civil. Los más críticos con el modelo de transición español suelendesatender el alto grado de incertidumbre del periodo, así como los peligros de amenazagolpista, proyectando desde un presente sin problemas de estabilidad política la invectivahacia un pasado que se imagina carente de limitaciones.

Si la izquierda fue más allá de lo estrictamente necesario en su talante negociador y si por causa de dicha actitud se enajenó el apoyo de ciertos grupos sociales, prematuramentedesencantados con la democracia y/o con la izquierda , son preguntas importantes sobre

las que habría aún que debatir. Con todo, la reflexión en torno a qué habría ocurrido si laizquierda hubiera adoptado un tono más belicoso respecto al pasado, además de pertenecer al reino de la especulación, no debe pasar por alto los obstáculos presentesentonces para llevar a cabo una política de depuración de responsabilidades bajo ladictadura. Y no sólo habría que considerar los límites verdaderamente existentes(legitimidad residual del régimen y protagonismo de sus élites reformistas), sino tambiénlo que los actores percibían como reales , pues nadie fue capaz de anticipar, hasta muyavanzado el proceso, ni la debilidad electoral que caracterizaría hasta nuestros días a laextrema derecha, ni las divisiones en el seno del Ejército. La obsesión de las élites políticas que protagonizan la transición por evitar los golpes de Estado les plantea undifícil dilema:

“¿Cómo harán los que quieren promover la transición para evitar un golpe sin quedar  paralizados de temor hasta el punto de desilusionar a sus partidarios y reducir sucapacidad de dar nuevos pasos hacia delante? En verdad, si llevan muy lejos estareacción anticipada, los promotores del golpe habrían alcanzado sus objetivos sin actuar siquiera” (O'Donell y Schmitter [1986] 1988: 44).

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Es imposible encontrar un punto de equilibrio que satisfaga plenamente a los distintossectores sociales, pues con frecuencia existen demandas irreconciliables. En España seoptó por seguir la pauta marcada por la gran mayoría de la población, que parecía desear un cambio moderado e incluyente y, desde luego, no pedir cuentas por el pasado,huyendo de cualquier posición que pudiera parecer rencorosa o revanchista. En este caso,

el tiempo transcurrido desde la etapa más violenta y represiva del régimen contribuye aexplicar, junto al deseo obsesivo de evitar otra guerra civil, la falta de atención explícita prestada al pasado, en abierto contraste con el énfasis en un futuro esperanzador dedemocracia e integración europea. En otros casos, sin embargo, “[e]l consenso entre losdirigentes para enterrar el pasado puede resultar éticamente inaceptable a la mayoría de la población”, porque “[a]lgunas atrocidades son demasiado inenarrables y permanecendemasiado frescas en la memoria del pueblo como para permitir que se las ignore”(O'Donell y Schmitter, [1986] 1988: 53) .

Varios autores se han planteado cómo hacer justicia con el pasado sin echar a perder el presente, resucitando el célebre dilema weberiano entre la ética de las convicciones y la

ética de la responsabilidad. Este interrogante fundamental también se lo planteó laizquierda en España. Con todo, el énfasis en la justicia retrospectiva nunca fue muy fuerteen nuestro país y ello en parte a causa de que las presiones internacionales en este sentidono eran tan acusadas como ahora, pero también porque toda tentación de revisar el pasado había sido extirpada de raíz en las filas de la oposición democrática desde tiempoatrás (Aguilar, 2002). Cualquier proposición en esa línea era inmediatamente tildada de“revanchista” por la derecha y de “inoportuna” por la izquierda. Tan estimagtizadosquedaron los pocos que demandaban justicia que, al final, una vez estabilizada lademocracia, la izquierda se olvidó de recoger sus soslayadas inquietudes, en partetambién porque no existía una demanda social fuerte y visible que presionara en esadirección.

La debilidad de lo que algunos autores han denominado “social agency” para dar cuentade las iniciativas populares destinadas a rememorar a las víctimas (Winter y Sivan, 1999)ha sido, hasta hace poco tiempo, notable en el caso español. Y si la sociedad no haliderado el proceso rehabilitador, a diferencia de lo ocurrido en otros países (recuérdese el papel desempeñado a este respecto por las asociaciones de derechos humanos en AméricaLatina), ¿qué han hecho las autoridades políticas? En el caso español, además de decidir no instrumentalizar el pasado en los debates parlamentarios, comenzaron a aprobar unaserie de medidas que, con el tiempo, equipararían -con deficiencias- a las víctimas deambos bandos en cuanto a derechos económicos, siendo, sin embargo, la rehabilitaciónsimbólica de los represaliados de la dictadura mucho más tardía, incompleta einsatisfactoria.

Las ya mencionadas limitaciones de la transición para llevar a cabo estas medidas noestuvieron siempre vigentes. Por tanto, otros motivos han de explicar lo que dejó dehacerse una vez estabilizada la democracia, alejada la amenaza militar y con mayoríasabsolutas de izquierdas en el Parlamento para compensar a los vencidos de la guerra y,sobre todo -pues algunas medidas respecto a éstos comenzaron a adoptarse desde muytemprano- a las víctimas del franquismo. No se trataba tanto de enjuiciar directamente a

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la dictadura, para lo que seguramente no se habría encontrado respaldo social suficiente,sino de rendir tributo a los que más habían padecido su represión. Las “reglas mordaza”de las que habla Stephen Holmes ([1988] 1993), que se adoptaron en la transición paraimpedir utilizar el pasado como arma arrojadiza, nada dicen acerca de la imposibilidad dehomenajear debidamente a las víctimas de un periodo autoritario. Aunque no es cierto

que no se haya hecho nada para tratar de compensarlas, sí lo es que quedan importanteslagunas por cubrir, que el retraso en la adopción de ciertas medidas ha contribuido aagravar las injusticias y que paradójicamente algunas de las iniciativas másespectaculares sólo se han adoptado una vez que el Partido Popular ha llegado al poder,aunque con grandes reticencias por su parte. Podría pensarse que une exceso de prudencia, debido a la proximidad del fallido golpe de Estado, explica que el primer Gobierno socialista no promoviera determinadas “políticas de la memoria”. Sin embargo,el silencio de los sucesivos gobiernos socialistas resulta mucho más difícil de entender.

Felipe González ha declarado recientemente que de lo único que se arrepiente en sus añosde gobierno es de no haber rendido el homenaje debido a los exiliados y a las víctimas

del franquismo: “[m]e siento (...) responsable de no haber suscitado un debate sobrenuestro pasado histórico, el franquismo y la guerra civil, en el momento en que probablemente era más oportuno”. Ni siquiera lo hubo durante el 50º aniversario delcomienzo y del final de la guerra civil (1986 y 1989); González dice “[n]o hubo, no yaexaltación, ni siquiera reconocimiento, de las víctimas del franquismo, y por eso hoy mesiento responsable de la perdida de nuestra memoria histórica, que permite ahora que laderecha se niegue a reconocer el horror que supuso la dictadura, y lo haga sin ningunaconsecuencia desde el punto de vista electoral o social” (González y Cebrián, [2001]2002: 37-8).

Tras decir en al menos cuatro ocasiones que lamenta la ausencia de dicho debate, afirma

no haberlo hecho por sentido de la responsabilidad. La única prueba que presenta a esterespecto es de la época en que Suárez aún era presidente de Gobierno. Por todaexplicación González cuenta que Gutiérrez Mellado le auguró que un día él llegaría a la presidencia y que entonces le pidió que, cuando esto sucediera, no removiera el pasado ydejara correr el tiempo hasta que la generación que había protagonizado la guerra civilhubiera muerto, porque, según el general, “debajo del rescoldo sigue habiendo fuego”(González y Cebrián, [2001] 2002; 37).

 La irrupción del pasado en el Parlamento

Como resultado de las elecciones del 12 de marzo el PP obtuvo la mayoría absoluta en elCongreso de los Diputados. A partir de entonces, en la VII legislatura, asistimos a unaverdadera avalancha de memoria. La emergencia del pasado no se produce sólo en elámbito político –donde su presencia se dispara-, sino incluso también en social. En esteúltimo se asiste a la creación, a finales de 2000, de la Asociación para la Recuperación dela Memoria Histórica (AMRH) , uno de cuyos objetivos fundamentales es laidentificación de los restos de las múltiples fosas comunes en las que fueron enterradaslas víctimas de la represión franquista, sobre todo durante la guerra civil. Dicha

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asociación defiende la creación de una Comisión de la Verdad para devolver la dignidada las víctimas del franquismo, así como la apertura de los archivos militares,imprescindible para reconstruir con detalle la historia de la represión. El hecho de que el principal impulsor de la AMRH sea una persona nacida en la década de los sesentademuestra que, como ya se ha indicado, las partes más espinosas del pasado sólo ha

 podido ser abordadas con el advenimiento de una nueva generación libre de miedos y desentimientos de culpa. La constatación de que la anterior no está tan emancipada deltrauma del pasado se percibe en el hecho de que al aprobarse, el 20 de noviembre de2002, la condena al pasado franquista y el homenaje a sus víctimas (incluida laobligación de las administraciones públicas de facilitar el acceso a las fosas comunes y deayudar a la identificación de los restos), se acordó también, por un lado, “mantener elespíritu de concordia y de reconciliación que presidió la elaboración de la Constituciónde 1978 y que facilitó el tránsito pacífico de la dictadura a la democracia” y, por otro,evitar que lo aprobado “sirva para reavivar viejas heridas o remover el rescoldo de laconfrontación civil” .

Las iniciativas de la AMRH han tenido gran resonancia e incluso varios partidos políticosse han hecho eco de muchas de ellas. El hecho de que algunas hayan salido adelante sedebe, en parte, a un clima general mucho más proclive a combatir la impunidad quedisfrutaban las dictaduras salientes en los años setenta. La legislación penal internacionalse ha desarrollado mucho en las dos últimas décadas y abundan los que consideran quelas violaciones más graves de los derechos humanos deben ser cuando menosinvestigadas, y algunos defienden que condenadas judicialmente. Pero el impacto de talesmedidas no se debe tan sólo al cambio de clima internacional, sino también a una serie decambios producidos en nuestro país. Uno de ellos es la mencionada mayoría absoluta del partido cuyos orígenes están más vinculados al régimen anterior. El otro es que, como yase ha mencionado, junto con la estabilización de la democracia se ha producido un relevo

generacional importante, y que hay multitud de jóvenes que no conocen bien la historiadel franquismo pero sienten gran curiosidad por ella, conscientes del cambio tanespectacular que ha experimentado el país en tan poco tiempo.

De todas las iniciativas parlamentarias que, desde 1977 hasta 2002, contienen las palabras“franquismo”, “franquista” o “Francisco Franco”, el 57% ha tenido lugar a lo largo de laúltima legislatura. Como puede observarse en el gráfico, estas iniciativas no llegan a 10 por legislatura, hasta la penúltima del PSOE (que es cuando, según mi interpretación, serompe el pacto de no instrumentalización del pasado franquista), y se disparan en la VII,en la que el PP gobierna con mayoría absoluta.

Las menciones a la guerra civil, sin embargo, siempre estuvieron presentes en lasiniciativas parlamentarias, siendo sólo superadas por las relacionadas con el franquismo,en la última legislatura del PSOE y la reciente del PP. Las legislaturas clave respecto a larememoración del pasado en su conjunto –incluyéndose todas las categorías relativas al pasado son, claramente, la IV (1989-1993) y la VII (2000-2004), Ahora bien, como puede apreciarse en el gráfico, no es cierto que el pasado haya estado ausente del parlamento durante la democracia. Después de la legislatura constituyente en la queefectivamente apenas hubo iniciativas al respecto, durante el segundo gobierno de UCD

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(I legislatura), época en la que se rompe el consenso constitucional, se produce una primera avalancha de iniciativas, pues había que prestar atención a situaciones de graninjusticia, pospuestas por la necesidad de elaborar un texto constitucional de consenso yque debían ser urgentemente tratadas, dada la edad de los principales colectivosafectados. Lo que resulta sumamente sorprendente es la poca atención que reciben estos

asuntos en las dos primeras legislaturas del PSOE, e incluso en la última de este partido.

Entre las menciones al pasado que tienen lugar a partir del año 2000 ha habido una queha acaparado más atención que las demás. En el debate registrado en la ComisiónConstitucional del 20 de noviembre de 2002 se trataron siete proposiciones no de leyrelacionadas entre sí, suscritas por distintos grupos parlamentarios. Todas tenían que ver,de una u otra forma, con el reconocimiento de las víctimas de la guerra civil y delfranquismo (por su sacrificada contribución al régimen de libertades actual), la necesidadde reparar su sufrimiento (y el de sus familiares) tanto simbólica (exhumación de fosascomunes y enterramiento digno de los restos) como económicamente (protección a losexiliados y a los niños de la guerra), y con el homenaje a los fusilados durante la

dictadura. Finalmente, había un asunto algo más espinoso, que consistía en la condenaunánime, como pedían los proponentes, de la dictadura.

Este debate puede interpretarse como un intento de refundación del consenso de latransición en torno a reglas básicas del juego político. De hecho, tuvo lugar en el seno dela Comisión Constitucional, y recuerda y elogia explícitamente el talante conciliador delos constituyentes. En aquel entonces, dada la correlación de fuerzas y el deseo de laciudadanía de huir precipitadamente del todavía tibio cadáver de la dictadura, se entiendeque el consenso en torno al pasado sólo afectara al reparto de culpas por las barbaridadescometidas en la guerra civil por ambos bandos. Esto es lo único que suscitaba un acuerdo bastante unánime respecto al pasado, siendo el consenso mucho más amplio y sustantivo

en torno al futuro: establecimiento de un régimen de democrático e integración enEuropa.

Ciertamente, el nuevo régimen no dependía, para su funcionamiento efectivo, de lacondena explícita del anterior, pero no hay que desdeñar la importancia de las políticassimbólicas; y el reciente acto de reprobación de la dictadura ha permitido, en ciertaforma, rematar un consenso fundacional que había quedado incompleto debido a la proximidad de la dictadura y a la falta de acuerdo respecto a su valoración. Hoy día,aunque siga siendo delicado abordar el estudio del comportamiento de los españoles enlas últimas décadas del franquismo, y aunque buena parte de la población siga teniendouna valoración ambivalente de la dictadura, ya casi nadie niega su carácter represivo, pues su extraordinaria brutalidad a lo largo de su primera década (incluso si lacomparamos con otros regímenes autoritarios, como el italiano y el alemán en época de paz) está fuera de toda duda, y cada vez disponemos de una evidencia empírica mayor sobre sus dimensiones, por mucho que algunos autores recientes, de clara vocación polémica, se empeñen en minimizarlo.

 Las razones de la ruptura del pacto político

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En los últimos años hemos asistido a la ruptura del pacto político de noinstrumentalización del pasado sellado por los protagonistas de la transición. Desde elParlamento se han planteado diversas iniciativas acerca de la condena del alzamientomilitar del 18 de julio, la rehabilitación económica y moral de los familiares de losfusilados por el franquismo, el homenaje a los exiliados y el reconocimiento moral de los

guerrilleros del maquis, que se suman a medidas anteriores, mucho menos discutidas, queconcedían pensiones a los mutilados, a los militares, a las viudas y huérfanos del bandovencido, así como ayudas económicas a los presos políticos de la dictadura. Asimismo,en varios medios de comunicación se han adoptado recientemente iniciativas parahomenajear a los exiliados o a las víctimas de la dictadura. Finalmente, como ya se haseñalado, algunas organizaciones sociales están llevando a cabo iniciativas para laapertura de fosas comunes que datan, sobre todo, de la guerra civil.

Además de las posibilidades insospechadas que ha abierto el desarrollo del derecho penalinternacional, hay otros factores que contribuyen a explicar por qué en el caso español el pasado ha adquirido tal protagonismo en tiempos recientes. Según mi opinión el cambio

observado ha sido el resultado combinado de un giro estratégico por parte de las élites políticas y de las iniciativas de una sociedad rejuvenecida y curiosa, con amplios deseosde saber lo que ocurrió y no tan temerosa como sus mayores a la hora de reivindicar laapertura de archivos o la identificación de fosas comunes.

Aunque el pacto político en torno a la no instrumentalización del franquismo se dio deigual forma que relativo a la guerra civil, conviene subrayar que mientras que el primeroestaba basado en un equilibrio fundamental entre las partes contratantes (dado que ambos bandos habían sido culpables de barbaridades durante la guerra), en el segundo nunca seobtuvo una armonía equivalente, pues mientras que todos estaban interesados en nohurgar en la contienda, si se trataba de la dictadura era evidente que la separación entre

víctimas y victimarios era mucho más nítida. En realidad, al final el equilibrio del pactode silencio en torno a la guerra se ha mantenido porque ambas partes perdían si serompía. Sin embargo, el hecho de que los beneficios de mantener el mismo acuerdo entorno a la dictadura estuvieran repartidos de forma tan desigual, pues unos ganaban (losque habían colaborado activamente con la dictadura), mientras que otros perdían (los quese habían opuesto a ella, limitando sus posibilidades de extraer réditos políticos de ello)explica su ruptura posterior.

Se ha dicho repetidamente que el punto de inflexión en la resurrección del pasado enEspaña, el momento en el que se pone fin al “pacto de silencio”, es 1996, con motivo del60º aniversario del inicio de la contienda española. Otros lo ubican en 1995, al cumplirse20 años desde la muerte del dictador y publicarse una serie de libros sobre él . Yo, sinembargo, sostengo que el acuerdo para no remover el pasado se rompe anteriormente: envísperas de las elecciones de 1993, cuando, por primera vez, tras tres legislaturas conmayoría absoluta, el PSOE teme perder el poder. Ante esta posibilidad, decidió acabar con el citado acuerdo político y hacer una campaña contra el Partido Popular en la que lainstrumentalización de su pasado franquista desempeñó un importante papel. Dichacampaña, en la que también se enfatizaron los logros de los gobiernos socialistas

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anteriores, tendría un éxito inesperado que, según mi interpretación, fue, al menos parcialmente, debido a la movilización del miedo al “retorno” de la derecha.

En un interesante trabajo no publicado sobre la campaña electoral de 1993 se dice quedichas elecciones marcan un punto de inflexión en la vida política española pues, “por 

vez primera (...) nadie puede anticipar el desenlace”. En el PSOE primó la estrategiadestinada a estigmatizar al PP como partido derechista, de “pasado inconfesable” y cuyo“verdadero proyecto” permanecía oculto. Los socialistas trataron, y en parteconsiguieron, movilizar de esta forma al antiguo votante del PSOE, indeciso ahora acausa de los escándalos surgidos y de la elevada tasa de desempleo. “La gran novedad dela campaña estribó en la agresividad desplegada por el PSOE contra su principalcontrincante, sin parangón en la historia de la democracia española”. De hecho, conanterioridad, “se respetó un acuerdo tácito por el cual la izquierda no debía cargar demasiado las tintas en relación al pasado (...). Nada parecido sucede en 1993, con elrégimen democrático ya consolidado, cuando el PSOE, por primera vez desde 1982, se veobligado a remontar unas encuestas desfavorables”. En esta ocasión, no sólo Alfonso

Guerra llega a decir que el PP encarna “la peor derecha de Europa”, sino que la pervivencia de la democracia peligra si este partido llega al poder .

El acuerdo de no instrumentalización política del pasado fue roto por el PSOEamparándose en que el PP, a su vez, había quebrado, con su forma de hacer oposición, el pacto fundacional de la democracia. Según unas declaraciones que Mari-Klose (1998:17)recoge en su investigación, Rosa Conde sostuvo que “el PP rompe las reglas del juegodemocrático”. Algo muy parecido diría posteriormente Felipe González, quien, en suconversación con Juan Luis Cebrián, entiende que fue el PP quien rompió un acuerdo básico de gobernabilidad y estabilidad política con su manera agresiva e irresponsable deejercer la labor opositora. Para González, el consenso de la transición supuso la

superación de “la política del rencor” y “la reconciliación entre los vencedores y losvencidos en la guerra civil”. Este “espíritu de consenso”, según él, se mantuvo “hasta elcomienzo de los años noventa, cuando Alianza Popular se convierte en PP y sus nuevosdirigentes reinstauran la política del rencor. Iniciaron una oposición crispada, una políticade ruptura de los acuerdos básicos” (González y Cebrián, [2001] 200: 24;28) . Para él, laruptura del consenso perpetrada por el PP es la que explica que Aznar habla de lanecesidad de una “segunda transición”.

Es interesante este entendimiento distinto del pacto fundacional de la democracia, cuyareivindicación, por otra parte, tan buenos frutos electorales daba. Por un lado, la izquierdaconsidera que el PP ha sido el primero en romper las reglas del juego al acabar con lamoderación y el espíritu de consenso que tanto abundaron en la transición. SegúnGonzález: “El consenso constitucional se basó, tras los pactos de la Moncloa, en un estilode relación entre Gobierno y oposición de respeto y reconocimiento mutuo, y en lanecesidad de un acuerdo básico en cuatro o cinco temas fundamentales” (González yCebrián, [2001] 2002: 44). Los socialistas consideran que el cambio introducido por elPP en esa relación les autoriza moralmente a romper el otro pacto, el de noinstrumentalización del pasado franquista, con el fin de extraer réditos electorales en unmomento de gran debilidad del PSOE. También recuerdan que al PP, mientras fue AP, no

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le entusiasmaba la Constitución ni la forma en que se hizo la transición y que, sinembargo, después ha pretendido apropiarse del legado de lo hecho entonces. El PP, a suvez, acusará al PSOE de haber roto el pacto de no instrumentalización del pasado, puesson muchos los socialistas que, incluso hoy en día, sostienen que ese partido tienecomportamientos propios del régimen anterior.

En 1996, los nuevos comicios darían la victoria al PP y, si bien es cierto que el PSOEvolvería a intentar emplear la misma maniobra que tres años atrás, ya no pudo capitalizar, por diversos motivos, los votos de última hora que había logrado en la campaña anterior.La repetición del mismo mensaje resultó esta vez mucho menos creíble, puesto que el PPhabía desplegado con cierto éxito una imagen de moderación ideológica, presentándosecomo heredero de la tradición centrista de UCD. El vídeo de campaña del PSOE en 1996,con las criticadas imágenes de los dóberman, tuvo más bien un efecto boomerang .

Tras el ascenso al poder del PP en 1996 y, muy especialmente, tras la mayoría absolutaque dicha formación obtuvo en 2000, el resto de las fuerzas políticas, que ya habían

comenzado a emplear el pasado como arma electoral unos años antes, se emplearán afondo para tratar de combatir al PP mediante su asociación con la dictadura, planteandodebates parlamentarios en torno a la rehabilitación de diversos grupos de víctimas delfranquismo que pondrán en situaciones sumamente delicadas al partido gobernante. Eneste cambio de estrategia sumarán sus fuerzas las dos principales formaciones deizquierda (PSOE e IU) y los partidos nacionalistas. Sólo entonces se aprovecharon unaserie de aniversarios cruciales, como los de 1996, 1999 y 2000, para intentar estigmatizar a la derecha por su mácula franquista de origen, cuando, con anterioridad, se habíandesatendido efemérides clave, como las de 1986 y 1989, en las que el PSOE habíadispuesto de mayorías absolutas y el riesgo involucionista ya estaba ausente del panorama político.

En los ámbitos social y cultural, el pasado había comenzado a resurgir con fuerza en1995. Sin embargo, en el Parlamento no lo haría hasta 1996, con motivo de la llegada delPP al poder. Ese mismo año también se conmemoraría el 60º aniversario del principio dela guerra y de la llegada de las Brigadas Internacionales, mientras que 1998 señalaba el20º aniversario de la Constitución y 1999 los 60 años desde el final de la guerra. Tras lamayoría absoluta que obtuvo el PP en 2000 se han producido al menos seis debates parlamentarios sumamente interesantes. Dos de los primeros se refieren al maquis (27 defebrero y 16 de mayo de 2001), otro a la condena del alzamiento militar (13 de febrero de2001), el cuarto a la restitución moral de los fusilados del franquismo (21 de junio de2001) y, finalmente, el del 19 de febrero de 2002, a la reparación moral y económica delos presos y represaliados del franquismo.

Para la izquierda, el recuerdo del pasado se ha convertido en un argumento políticoimportante. Se trata de la “memoria necesaria”, puesto que la izquierda considera que nose ha reconocido suficientemente su papel en la lucha contra la dictadura ni lasconcesiones que se vio obligada a realizar en la transición para secundar el espíritu dereconciliación nacional. Por un lado, los comunistas han hecho la lectura de que sutransigencia de entonces y su aceptación incondicional de la política de consenso tuvo

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 para ellos un coste electoral muy alto del que no acaban de recuperarse. Sin embargo,afirman, la única oposición partidista y sindical que tuvo cierto protagonismo durante ladictadura fue la comunista. Ellos, como han demostrado Sartorius y Alfaya, fueron losque más condenas recibieron y los que más protestas contra la dictadura organizaron,sobre todo a través de Comisiones Obreras. Luego, tras la muerte de Franco, hicieron

gala de una gran contención y demostraron su voluntad conciliadora al aceptar laMonarquía y renunciar, por tanto, a la República y su bandera.

El Partido Socialista, a pesar de haber gobernado durante 14 años (varios de ellos conamplias mayorías parlamentarias), no impulsó muchas de las medidas que luego hadefendido. Sin embargo, una vez que se ha visto desalojado del poder, ha utilizado elrecuerdo de la dictadura como arma arrojadiza contra el PP, con el fin de que nadieolvide su estigma filofranquista de origen. Los partidos nacionalistas vascos y catalanesse han sumado a esta estrategia.

Frente a esta “memoria necesaria”, está una visión de la “memoria redundante”, que es la

que sostiene el PP y en la que se ha mantenido para negar su apoyo a las medidasdestinadas a condenar públicamente el pasado. Todo ello hasta febrero y, másinequívocamente, hasta noviembre de 2002, en que por fin aceptó condenar elfranquismo. Según el PP, las apelaciones al pasado resultan innecesarias y las críticas a ladictadura redundantes pues no hay mejor demostración de que nadie apoyaría hoy unadictadura es la exitosa experiencia democrática vivida hasta la fecha, así como la prácticaausencia de minorías antisistema, pues, si dejamos de lado a formaciones como HB, los partidos de extrema derecha y extrema izquierda no tienen representación parlamentariani apoyo social en España. Para el PP, la única secuela de la dictadura, el único legadodel franquismo que dificulta la convivencia democrática es precisamente la existencia deETA.

Por otra parte, el PP es totalmente contrario a poner en cuestión el modelo de cambio político, pues, en vista de lo popular que resulta entre los españoles la transición y delorgullo que suscita su recuerdo, dicho partido ha intentado apropiarse de su legado,reclamándose heredero de la UCD y albacea de la Constitución de 1978, siendo hoy díauno de los principales adversarios de su reforma. En el debate ya aludido, en febrero de2001, Robles Fraga, diputado del PP, sostiene abiertamente: “Tengo que decir que lareivindicación que nosotros hicimos de la reconciliación nacional, de la transición, de losdebates constitucionales, del texto constitucional y de todo lo que hemos hecho desdeentonces, fue sin duda una de las razones por la que mi partido obtuvo un magníficoresultado electoral que sin duda ustedes conocen”. A continuación menciona: “Losfantasmas totalitarios del pasado que los españoles decidieron enterrar muy hondo hace25 años”. Más tarde, el debate pasa a centrarse en el terrorismo de ETA, al que el PPconsidera el único anacronismo de hoy y el peor vestigio del pasado. Ésta es laargumentación del PP: el único pasado peligroso, el único que merece la pena debatir enel Parlamento y condenar, es el que sigue vivo; por tanto, el único legado del pasado quemerece la pena atender es el terrorismo de ETA.

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El PP ha mantenido esta actitud hasta las elecciones locales y autonómicas de mayo de2003, momento en el que, temiendo por vez primera (como el PSOE en 1993), perder sumasivo respaldo electoral a menos de un año de las elecciones generales, recurrió a ladescalificación del adversario utilizando el pasado. Los acuerdos entre el PSOE e IUfueron tildados de conjunción “social-comunista”, en clara alusión al Frente Popular. Esta

etapa de la historia fue evocada para intentar convencer al electorado de que algo parecido podría ocurrir en España de vencer la citada coalición .

Conclusiones

He intentado demostrar que el pacto de silencio fue un acuerdo de no instrumentalización política del pasado, auspiciado por una sociedad traumatizada por el mismo, temerosa delas consecuencias de volver sobre él y deseosa de mirar hacia el futuro. El hecho de quelos principales acuerdos institucionales de la transición fueran negociados entre élites noquiere decir que las prioridades de un sector mayoritario de la ciudadanía no se tuvieranen cuenta en absoluto.

Por lo que se refiere a la guerra, el pacto político ha sido respetado, pues aquí se aplica ellema común de “nunca más”, una extendida conciencia de culpabilidad compartida; y,además, son muchos los que piensan que todos tienen algo de que avergonzarse si seretrotraen a este periodo. Sin embargo, el acuerdo de nos instrumentalización del pasadodictatorial tenían un carácter asimétrico que lo hacía especialmente inestable, pues unos políticos disponían de pasado franquista o de afinidades familiares o ideológicas con elmismo, y otros no. Mientras que todos tenían algo que perder si rompían el pacto desilencia respecto a la guerra civil, aquellos que no disponían de un pasado franquistatenían grandes incentivos para traicionar el acuerdo y utilizar la dictadura como armaarrojadiza contra el adversario, siempre y cuando previeran que ello no les iba a

 perjudicar electoralmente. Además, resulta obvio que sobre la violencia de posguerra nohay reparto de culpas posible, pues de los muchos miles de personas ejecutadas oduramente represaliadas tras la contienda sólo uno de los bandos enfrentados eraresponsable.

Además de las mencionadas razones de la quiebra del pacto político y del cambio desensibilidad operado a nivel internacional en torno a la necesidad de poner fin a laimpunidad de las dictaduras, también ha resultado crucial la transformaciónexperimentada en la cultura política de los españoles, cada vez menos obsesionada con elorden y la paz, y menos atenazada por la culpa y el miedo. La llegada de una nuevageneración a la esfera pública ha facilitado, sin duda, que se fueran abriendo nuevas posibilidades de diálogo con el pasado. Hoy día, los únicos límites a este respecto vienencontemplados en el célebre Proyecto no de Ley aprobado con el consenso de todas lasfuerzas políticas el 20 de noviembre de 2002: la indagación histórica y la compensación alas víctimas no ha de servir como arma arrojadiza ni para reabrir heridas mal cicatrizadas.El pasado ha de afrontarse para que no siga cerrado en falso; pero, según la mayoría delos españoles, el espíritu de consenso y moderación de la transición debe ser recuperado, pues se trata del periodo de la historia de España del que más orgullosa está laciudadanía.

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Al margen del grado de acuerdo que nos suscite este juicio tan ampliamente difundido(que para algunos no es sino el fruto de la interesada mitificación de la transición por  parte de las élites políticas), deberíamos preguntarnos qué cuentas pendientes tiene laEspaña democrática actual con su pasado. Sin pretender, en absoluto, que las líneassiguientes constituyan un listado exhaustivo de tareas, quisiera llamar la atención sobre

algunos aspectos.

Es cierto que la Ley de Amnistía de 1977 no permite juzgar a los responsables de loscrímenes del franquismo, pero nada impide que se realicen investigaciones históricasrigurosas sobre determinados episodios y personajes. Se han escrito algunos trabajos degran calidad sobre la represión del maquis, los campos de concentración, las cárceles delfranquismo, el sistema judicial bajo la dictadura, el Tribunal de Orden Público o laBrigada Político-Social, pero aún queda mucho por hacer. Además, aunque no pueda juzgarse penalmente a los torturadores del franquismo, que por causa de la citada leygozan de inmunidad total, nada debería impedir que fueran debidamente documentadossus delitos, pues muchos son los testimonios orales que podrían recopilarse al respecto y

muchas las investigaciones históricas que podrían alumbrar. En relación con esto, lasfichas policiales del franquismo deberían explotarse de forma exhaustiva para determinar el funcionamiento del aparato represivo y evaluar el grado de implicación social con elmismo. El problemático acceso a los archivos policiales y militares sí que ha constituido,durante mucho tiempo, un obstáculo difícil de salvar por los investigadores. También escierto que algunos archivos fundamentales fueron destruidos tras la muerte de Franco yque personas que serían clave para dilucidar ciertos aspectos no suficientemente clarosdel franquismo y la transición se niegan a conceder entrevistas o a escribir sus memorias.

La falta de reconocimiento, sobre todo en el ámbito local, de las víctimas del bandovencido resulta aún sangrante. A nadie se le oculta la gran asimetría que sigue existiendo,

en multitud de pueblos y ciudades, a la hora de rendir homenaje a las víctimas de laguerra civil. Además, falta claramente voluntad política para rendir tributo público yvisible a los que perdieron la guerra y a los represaliados por la dictadura. Tampoco se ha prestado la misma atención que en otros países a los valiosos testimonios orales de ese periodo que, en ocasiones, constituyen la única fuente disponible para reconstruir conminuciosidad el funcionamiento de la maquinaria represora del franquismo. Laresponsabilidad de la Iglesia católica en el mantenimiento de esta desigualdad de trato es,en muchos casos, manifiesta. Dicha institución, por otro lado, ha desaprovechadonumerosas oportunidades de pedir perdón por su activa implicación a favor de uno de losdos bandos en la guerra civil y por haber contribuido al sostenimiento de una dictadurasangrienta. Esta situación es absolutamente anómala en el contexto del último papado,que es en el que en más ocasiones ha pedido perdón por fracasos históricos de la Iglesia.Otro buen contraejemplo de la actitud oficial de la Iglesia española la encontramos enArgentina, donde en septiembre de 2000 la Iglesia pidió perdón por sus “pecados”durante la Junta Militar. Las autoridades religiosas españolas no sólo no piden perdón por sus graves responsabilidades, sino que incluso han solicitado, con el apoyo entusiasta delPP, la canonización de Isabel la Católica, iniciativa que fue originalmente impulsada por el régimen de Franco en 1958 y que había quedado paralizado durante todos estos añosen Roma.

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Finalmente, aunque ya ha comenzado a ser rigurosamente investigado, el asunto másdelicado sigue siendo la connivencia social con la dictadura, tanto en sus inicios (cuandoademás de numerosas delaciones había un sistema de control social muy exhaustivo),como en sus últimos años (cuando los informantes de la policía también desempeñaronun papel que, si bien nunca tuvo la importancia ni las dimensiones que adquiriría en los

 países ex comunistas, también debía ser esclarecido). Por desgracia, como bien diceFrancisco Ayala: “Lo peor de las tiranías como la padecida en España (...) es que suexcesiva presión sobre los particulares, si bien hace brotar las cualidades más excelsas deunas cuantas almas excepcionales, extrae en cambio del común de los mortales, que notenemos madera de héroes ni de santos, nuestras posibilidades más ruines” (Ayala, [1982]2001: 465). No creo ni que el manto de silencio político con que se cubrió el franquismodurante varios años ni que la falta de interés que durante tanto tiempo ha mostrado lasociedad acerca de dicho periodo sena ajenos a todo ello.

O' Donell y Schmitter ([1986] 1988: 106) señalan algo parecido, aunque sin referirse alcaso español, cuando afirman que “condiciones que en el corto plazo pueden conducir a

una transición ordenada y continua hacia la democracia (...) más tarde pueden tambiénimpedir la consolidación si sus reglas y garantías restrictivas generan mucho desencantoy llevan a un distanciamiento en materia de procedimientos”.

Éste es precisamente el sentido de la críticas de Navarro (2002), quien en su libro Bienestar insuficiente, democracia incompleta, trata de ligar, de forma poco convincentea mi juicio, el argumento sobre la conspiración de silencio en torno al pasado que afirmaque existe en nuestro país con las deficiencias que dice observar en el funcionamiento delEstado de bienestar español. Éste es uno de los autores que más ha incidido en la idea deuna “democracia incompleta”, un “déficit democrático” o una “democracia vigilada”, yque ello ha de achacarse a la “desmemoria histórica”, resultado, a su vez, de una

“transición incompleta”, fruto de una desigual correlación de fuerzas entre izquierdas yderechas.

Para Sartorius y Alfaya (1999: 13) en las dos últimas décadas se ha tratado de abolir elrecuerdo de la dictadura, “como si el conjunto de la sociedad española hubiese padecidoun fenómeno de amnesia colectiva sobre su más reciente pasado”. Y la consecuencia detodo ello es que “[e]l pueblo español (...) ni ha desarrollado una profunda concienciaantidictadura ni, por lo tanto, una sólida conciencia democrática que le inmunice frente alos errores del pasado”. Para muchos autores, tener presente el recuerdo de lo acontecidoes la única forma de evitar su repetición, mientras que, para otros, recordar constantemente dificulta la construcción de un futuro democrático estable. Esta última es,como veremos, la posición del Partido Popular.

Con frecuencia se tacha a nuestra sociedad de “amnésica”, e incluso se empleanmetáforas biológicas para referirse a ella, como si de un cuerpo enfermo se tratara. Eneste sentido, Vidal Beneyto afirmo en 1980 que “[p]ara evitar la ruptura democrática ysustituirla por la autorreforma del franquismo se le practicó a los españoles la ablación dela memoria histórica, lo que produjo en ellos efectos análogos a los que la lesión de loslóbulos frontales, sede de la capacidad rememorativa, produce en los primates: pérdida de

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las barreras defensivas, invalidación de las pautas innatas de comportamiento, ruptura dela propia estructura de la personalidad, engendradoras, todas ellas, de incertidumbre, peligrosidad, confusión y desgana” (citado por Reig Tapia, 1999: 332).

Si comparamos el caso español con el argentino, el contraste es llamativo. Frente a la

ausencia de protesta social ante la Ley de Amnistía española de 1977 -que, además deliberar a los presos políticos de la dictadura, impedía cualquier futura persecución de personas vinculadas a la misma-, en Argentina nos encontramos, tras la Junta Militar, conuna sociedad civil sumamente movilizada para exigir responsabilidades por lasviolaciones de derechos humanos, con una primera campaña electoral que gira alrededor de este asunto y, finalmente, con la enérgica protesta de la ciudadanía frente a las leyes dePunto Final y Obediencia Debida que, pocos años después, acabarían aprobándose. Esobvio que el amplio consenso social que existía en Argentina en la condena a la dictadurano tuvo equivalente en el caso español.

Aunque su respaldo electoral era insignificante tras la muerte de Franco, los partidos que

aludían en sus siglas a la República y al republicanismo no fueron legalizados para las primeras elecciones democráticas. Así ocurrió, por ejemplo, con Acción RepublicanaDemocrática Española (ARDE) y con Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC), noautorizadas hasta después de los primeros comicios. Según José Varela Ortega, durante latransición “buena parte de las decisiones institucionales (...) reflejan una comprensible pero obsesiva preocupación de los constituyentes de 1978 por evitar los problemas de laEspaña liberal y democrática anterior a la guerra civil, que atribuyeron erróneamente a unexceso de parlamentarismo y pluripartidismo, subestimando el impacto de las arbitrariasmanipulaciones de gobiernos débiles y divididos. De ahí que, paradójicamente, elcontramodelo político de los padres fundadores de la democracia no fuese el régimenfranquista, sino más bien la Restauración de 1875 y la II República” (citado por Powell,

2001: 634).Felipe González, inquirido sobre si la dictadura estaba acabada a la muerte de Franco,afirma, tras recordar que Franco murió en la cama, que “Si el poder estaba destruido, nolo percibíamos desde la oposición, por mucho que se especulara sobre su debilidad desdehacia un montón de años. No se percibía aunque fuera verdad” (González y Cebrián,[2001] 2002: 45-6).

Sólo muy recientemente se ha empezado a hablar en España de “desaparecidos”. LaAsociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (AMRH), para la que existenmás de 30.000 cuerpos no identificados en fosas comunes de toda España y unos 2.000casos documentados de desaparecidos, fue pionera en llamar la atención sobre esteasunto. Gracias a los datos aportados por esta organización, la ONU ha aceptado queEspaña figure entre los países con casos de desapariciones forzadas pendientes (véaseSilva y Macías, 2003).

La creación de esta asociación y el éxito de sus propuestas han supuesto un verdadero punto de inflexión en el hasta entonces exiguo papel desempeñado por la sociedad civil para liderar propuestas destinadas a “rescatar” la memoria de represaliados y vencidos.

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Es verdad que, con anterioridad, distintas agrupaciones relacionadas con el bandorepublicano y los represaliados del franquismo (mutilados, ex militares, huérfanos, viudasy ex guerrilleros) habían conseguido hacer llegar algunas de sus reivindicaciones alámbito político, pero el impulso proporcionado por la ARMH ha hecho que lasasociaciones proliferen, que logren trasladar sus propuestas a los gobiernos y que

diversos sectores de la sociedad se presten a colaborar en la localización de restos.BoletínOficial del Congreso de los Diputados núm. D-448 de 29-11-202, pág. 14.

Este apogeo editorial no supone que antes no se hubieran hecho indagaciones de calidadsobre el dictador. Por ejemplo, la biografía de Juan pablo Fusi, una de las pioneras y degran éxito editorial, se publicó el mismo año en que se cumplían 10 años de la muerte deFranco.

Pau Mari-Klose (1998): “Elecciones críticas, votantes críticos, campañas críticas.Consecuencias electorales de la campaña del PSOE en 1993”. En la prensa se recogió laindignación de Julio Anguita con esta estrategia del PSOE. En 1994, el líder de IU afirmó

que González debería dimitir por utilizar el miedo al franquismo e incluso tildó de“miserables” a los que lo empleaban con fines electorales. Ese mismo año AlfonsoGuerra pediría la retirada de la candidatura de Madrid de Mercedes de la Merced por “fascista”.

Según González: “A la muerte de Franco, había un razonable temor al enfrentamientohistórico que habíamos vivido durante los siglos XIX y XX, y eso aconsejaba un esfuerzode prudencia, de aproximación al otro. Esa actitud fue la mejor para poder conseguir, por  primera vez en la historia de España, una convivencia democrática pacífica. Uno de losfundamentos de ésta es, sin duda, el temor a rebasar ciertos límites, rompiendo las reglasdel juego, un temor clavado casi genéticamente en nosotros” (González y Cebrián, [2001]

2002: 25).Curiosamente, IU ha acusado recientemente al PP de haber roto el consenso de latransición y de recuperar la idea de “enemigo” en la contienda política ( El País , 1 de julio de 2003). Por otra parte, en la campaña electoral de las segundas eleccionesautonómicas madrileñas de 2003, Esperanza Aguirre acusó a la izquierda de estar empleando un lenguaje “guerracivilista”.