Aguilera Contreras, Juan José - Cien Hijos de Elena

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“Cien hijos de Elena” 1 Juan José Aguilera Contreras.

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CONTENIDO

CAPÍTULO I LA OBSESIÓN DE MARCO.

CAPÍTULO II

UN CLIENTE SORPRESIVO

CAPÍTULO III REUNIÓN DE DOMINÖ

 

CAPÍTULO IV EL ACCIDENTE 

CAPÍTULO V LOS DÍAS SIGUIENTES 

CAPÍTULO VI INCENDIO DEL TALLER

CAPÍTULO VII OTRAS CONSECUENCIAS.

CAPÍTULO VIII AÑOS ATRÁS: LA CASONA

 

CAPÍTULO IX L

A ENTREVISTA

CAPÍTULO X UN IDILIO 

CAPÍTULO XI ELENA, SU PASADO

CAPÍTULO XII EL PRECIO DE UNA ESCLAVA 

CAPÍTULO XIII ¿QUIÉN ES

JEYKOL?

CAPÍTULO XIV UNA VIDA DE ESTAFADOR

 

CAPÍTULO XV FARNIAQUES Y

JEYKOL

CAPÍTULO XVI

PLANES PARA TEPANGO

CAPÍTULO XVII LA FINANCIERA DE TEPANGO

CAPÍTULO XVIII UN SOSPECHOSO DEL ACCIDENTE 

CAPÍTULO XIX TESTAMENTO DEL MORIBUNDO

 

CAPÍTULO XX UN INMBUEBLE PERDIDO

CAPÍTULO XXI GRANDES SORPRESAS 

CAPÍTULO XXII DIANA Y AGENOR 

CAPÍTULO XXIII EL EXGUARDAESPALDAS 

CAPITULO XXIV LA APUESTA

CAPITULO XXV UNA CITA PROVIDENCIAL

CAPÍTULO XXVI UN TIPO CON SUERTE

CAPÍTULO XXVII EL RESCATE DE DANIEL.

CAPÍTULO XXVIII EL REFLUJO 

CAPÍTULO XXIX LA ENCRUCIJADA

CAPÌTULO XXX NUEVOS HORIZONTES

 

CAPÍTULO XXX

I CIEN HIJOS DE ELENA

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ISBN 978 -607-8069-60-6.

Ediciones la Rana. Instituto estatal de la cultura. Guanajauto.

SEP indautor 03-2011-110812121500-01

Enero 2,016

, versión corregida.

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CAPÍTULO I La obsesión de Marco.

“La vida es recuerdo, no es lo que uno vivió,

sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para

contarla” 

Gabriel García Márquez

*****************

Esa tarde de verano, cuando Marco Sarabia cerraba su taller

mecánico, lo distrajo una colisión  escandalosa entre dos

vehículos, a unos cuantos pasos, apoderándose  de la

atención de los paseantes. ¿Qué importaba un choque más en

una zona urbana convertida en pista riesgosa de circo?

¡Nada extraño en esta hora en que transitamos del día a la

noche Después de todo, los  compradores de autos buscan

apropiarse del sabor de la velocidad, de una ilusión  de

libertad, pues ningún carro puede moverse más allá de los

límites que

 un ave

crío

  en su nido o en el ramaje del nido.

Fuera de su nido, se expone a lesiones graves o la misma

muerte, lo mismo que algunos automovilistas agobiados por

semáforos

, topes y otros cien atolladeros. L

a sensació

n de

la velocidad entra a la sangre como una droga que nos

instiga a sortear las trampas del tiempo, sin duda huir del

pasado, y a volcar las marañas de ofuscaciones que nos

atan, como una segunda fuerza gravitatoria.

No deja de parecer estúpido que basta un carro potente para

respirar sin la pesadez gravitatoria, donde quedamos

anclados como las moscas en el papel viscoso? Alguien

inventó  aviones igual que descubrió  los movimientos

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lejanos de los astros, para desafiar esas ataduras, esas

obsesiones, contra las que luchamos a diario por

liberarnos

. Así los

  gitanos, vagabundos o turistas viajan

sin cansancio, en el afán de obtener victorias, probando sus

fantasías de brincar las fronteras del tiempo. ¿Hasta dónde

nuevos espacios, nuevos paisajes, gentes o calles, nos

brindan un salto en la dimensión del tiempo?  Es una

pregunta sin respuesta, hasta ahora.

Entonces Marco vio entrar al taller un perro vagabundo que

se le escabullía por un flanco, huyendo hacia un escondite

entre los carros y motores en repar

ación

. Marco

intentó

 

atajar al invasor lanzando fierros, pinzas, bujías,

martillos. No encontró algo mejor y el animalillo se perdió

entre los recovecos del sitio. Lo había visto antes, pero

desaparecía y regresaba. ¡No lograba tranquilizarse

Marco con su

s cincuenta años de vida encima luchaba

entonces con toda su fuerza por un solo propósito: hacerse

de la propiedad del taller. Apenas eso y comer y dormir.

Pese a que los talleres como el suyo no pueden ocultar su

condición

 de sobrevivientes de un naufragio, arrollados por

el impacto de más y más revoluciones tecnológicas  e

incertidumbres de la vida. No le iba mal a Marco, pues los

cientos de carros viejos circu

lando ahí en Tepango

 con sus

motores y equipos maltrechos, le garantizan buen tiempo

más de acti

vidad.

Tepango, una ciudad tamaño mediano

 del

centro del país,  que quiere crecer, pero con el ánimo

incierto y marchito de los pueblos seniles, decadentes,

enfermos de los huesos, de las arterias, de anemia y otras

complicaciones.

Enfadado, lanzó varios pedruscos que chocaban contra el

muro de ladrillo del fondo. Es decir, contra la nada, pero

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¡era tan libre de hacerlo El bullicio provocó una estampida

de pájaros acampados en la techumbre. No había furia en su

gesto, sino impaciencia en el rostro cincue

ntón del

 

mecánico. Un día intensamente cálido, poco propicio para

concentrarse en algo. El aguijón de la impaciencia le

cerraba el paso a la claridad.

Ya el atardecer palidecía

,

abriendo las puertas a la penumbra y estrellas de la noche.

Su fortuna pendía de un hilo para consumar la compra del

inmueble que todavía  alquilaba. Luchaba por una victoria

grandiosa le hacía sentir el retorno a su infancia, como si

flota

ra en el vacío

  sobre una bolsa de adrenalina

arrastrada por el carro de la incertidumbre. Pero las cosas

se embrollaron. ¿Contra qué luchaba exactamente? 

Las primeras estrellas ya asomaban y, los rayos solares

comenzaban a abandonar el suelo de Tepango. ¡Un día menos,

menos luz, una noche más, otro ayer, en esa secuencia

 

¿Por

qué la demora o bien la compra del inmueble estaba por

estropearse? La pregunta torturaba a Marco. Su interés por

la propiedad creció al descubrir en su taller, tras años de

habitarlo, un verdadero refugio,

más

 que un taller.

Repiqueteaba el teléfono con insistencia. No alcanzaba a

oír el ring, ring. Su atención se dispersaba en uno y otro

rumbo.

Marco no quería no depender de un contrato de alquiler del

inmueble. Frente a los vaivenes de la vida, todo riesgo

puede explotar en cualquier instante. Quería la propiedad

del inmueble a toda costa.

Salió a la puerta exterior. Miraba la gente disfrutando la

tarde, salía

n a pasear o de compras. Las ondas solares

dejaban su cálida huella en el bodegón del taller, rebotando

sobre las copas de los árboles de la calle. Miró el horizonte

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lleno de nubes lejanas, borrosas, con indicios de lluvia

sobre los suelos de Tepango.

El repiqueteo del aparato

proseguía pero

no al alcance de

Marco, quizás sofocado por el ruido del tráfico. Soñaba que

ese día sucediera algo diferente a la monotonía cotidiana.

No sólo

  clientes, herramientas, cuentas bancarias,

cobranza. Un relámpago de recelo aguzó su oído y corrió

hacia el escritorio de su oficina. ¡La llamada que esperaba

con ansias

.-Buenas tardes, ¿cómo le va señor Marco? Le llamo de

parte de

la señora

Carasao.

 

Marco reconoció

la voz tan

anhelada, como melodía de un ángel.

.- Si, buenas tardes, bien, todo bien, ¿cómo está usted? 

.- Bueno ya lo adivinó usted. ¡Le tengo la gran noticia de su

vida, lance sus cuetes al viento Su asunto está listo. Vaya

cuando guste con el notario.- la fragancia de la voz

femenina, juvenil se tragó  la soledad del taller.

.- Gracias, claro que es una gran noticia, no sabe cuanto me

alegro de esta noticia…. Me alegra mucho de verdad. – la

voz resonaba con

más

  a

legría,

con fuerza, para competir

con los ruidos de la calle. Y Marco exclamó  sin pensar. – 

Tardamos un poco, pero al fin ya está arreglado. 

Ya era tarde para corregir la pifia de un reclamo injusto. Su

ansiedad adormeció su pensamiento. No tenía claro por 

donde y cómo se disparó esa pifia. ¿En

 

qué fibras oscuras en

sus controles del cerebro, estalló el disparo emocional en

automático? No, no fue equivocación, sino algo accidental,

por fallas de los dispositivos mecánicos y bien, ¿dónde o

cómo repararlos?

 

.- Déjeme decirle algo. ¡Tardamos mucho, claro - el tono de

voz de la secretaria retumbó en forma vehemente,

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exasperada. - Señor Marco, fue usted mismo mismo quien

exigió tantos cambios. Por no entorpecer, aceptamos las

sugerencias.

Pudo ser más sencillo

,

y se complicó

  con

algunos riesgos. Usted moviò un avispero, sin darse cuenta. 

Ahora usted me reprocha por demorar cuando sólo quise 

complacerlo.

Marco pudo medir antes sus palabras. La secretaría no

merecía la reprimenda. Nunca había sospechado que por su

terquedad, las cosas reventaban, al obstinarse en algunos

cambios legales.

.- Bien,

está

bien, ahora si me da los datos por favor.

 dijo

el mecánico de manera casi mecánica, mientras balbuceaba

con voz sin aliento que nadie podía escuchar, algo que

pretendía ser una disculpa.

.- Claro. Es todo, pásela bien. - ¡Vaya con la gente, hasta

con sus propias reglas se molesta -

Seguía murmurando

 la

secretaria.

.- Hasta luego. Le agradezco su amabilidad.- se despidió

con tono de aturdimiento. Daría todo por  borrar de su

mente el enredo.

Marco dio por hecho tener en el bolsillo la propiedad del

inmueble de su taller. Los anhelos de propietario de su

ta

ller se convertían en un trofeo

, en una realidad. Marco

Sarabia se arrellanó sobre su sofá deslucido. Pensó que no

debía a la mera suerte el obtener la propiedad de “su”

taller. ¡Su gran orgullo  Sorbía las ráfagas de aire fresco

pregoneras de la lluvia nocturna, y se zambullían como

burbujas por los laberintos de sus pulmones y neuronas.

Miraba al cielo jaspeado de nubecillas volubles. Deseaba

celebrar pronto la inauguración de su taller mecánico con

baile, copas, banquete, música. Aun en medio de los olores

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CAPÍTULO II Un cliente sopresivo.

“Cualquiera puede ponerse furioso… eso es

fácil. Estar furioso con la persona correcta, en la

intensidad correcta, en el momento correcto, por el motivo

correcto, y de la forma correcta… eso no es fácil.

“Aristóteles, Etica a Nicomaco.

*******

Un cliente con un carro ford llegó al taller, en ese

momento. Un señor vestido de traje azul marino, corbata

tono gris, de unos sesenta años de edad se presentó con el

mecánico.

.- Buenas tardes, ¿usted es el dueño del taller? – el tono

meloso cayó como agua helada, con un zumbido de alerta en

el mecánico.

.-

Sí, dígame.

-

extendió la mano ante al saludo.

  El gesto

agrio de Marco no desaparecía.

.- Créame, señor Marco,  no es mi costumbre molestar a

nadie. Vi su horario en el muro de la entrada. Ahora,

¡comprenda por favor ¡A  todos se nos pueden presentar

urgencias, casos inesperados

.- Señor, ya se me fue la gente. Un poco antes, y tal vez… -

comenzó a soltar su fastidio el mecánico.

.- Lo sé,  lo sé señor. No quiero importunar. Pero mis

enfermos y sus padecimientos no tienen tic tac en su reloj.

Mire, sólo revise los frenos. Es por seguridad. Le pagaré

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ufanaba siempre el orgulloso mecánico. La velocidad de los

eventos con su incertidumbre domina la situación,

perturbando

así nue

stros sentidos de alerta o por aciagos

presentimientos.

Por su parte, el dentista buscó en sus bolsillos unas

monedas que depositó en la máquina de la recepción y

extrajo de ahí un refresco gaseoso y unas golosinas saladas

y picantes y se arrellanó en el sofá de la recepción. El

perro pardo se echó de bruces comodinamente junto al

dentista, ahuyentando las sombras de las moscas con su

rabo y sus patas traseras, como si su refinado olfato ya

presagiara el funesto olor de la muerte.

Una pareja de jóvenes desaliñados, con gestos huraños

entraron al taller pidiendo limosna. Ambos jóvenes lo

miraban fijamente. El joven parecía nervioso con una

sonrisa extraviada. El dentista

primero sintió molestia por

la irrupción, luego miró con detenimiento a los jóvenes

estrafalarios. Fue hacia ellos y notó que sólo ella prestaba

atención; se asombró  al acercarse el dentista. Curioseó

Anzures, con mira

da clí

nica la cabeza del joven, con pelo

hirsuto, la piel color de la tierra y apreció dos cicatrices

en su frente. Huellas inequívocas de recios  golpes, con

viejas cicatrices. N

o estaba o no parecía drogado.

.- ¿Qué le pasó? –  el tono suave, docto, tranquilizó a la

joven.

.- Fue hace tiempo. Éramos estudiantes. Una pandilla de

vagos nos obligaba a robar tiendas, panaderías o dinero en

nuestras casas. Quisimos escapar y lo golpearon.

.-

¿Fue todo?

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.- No, los pandilleros nos acosaban a diario. Sabían nuestro

domicilio. Unos policías incrustados en la escuela nos

ayudaron.

.- ¿Alguien los delató? 

.- No, pero sus papás lo corrieron de su casa. Y hemos

andado por allá y por acá. –

 La

joven señalaba con su mano

derecha a su compañero.- ¡No puede caminar bien

Marco se acercó para saber qué sucedía. 

El dentista sacó de su monedero unos billetes y los

extendió a la joven que casi los arrebató para depositarlos

en un escondite dentro de su busto. Marco hizo lo mismo,

compartiendo el ánimo quijotesco, y además le obsequió al

joven una varilla de acero de más de un metro de largo. 

.- Les servirá de bastón y defenderse de los perros

callejeros o de lo que sea.- agregó Marco y se fueron los

jóvenes.

-

¡Tan jóvenes y l

levan mucho tiempo sumidos en

la miseria, viviendo así por culpa de… ¡

El joven arrojó al vacío la varilla, oyendo la voz primitiva

de su instinto, la lanzó con fuerza lo más lejos  con la

complicidad de los silencios y misterios del atardecer.

El dentista se creyó entonces comprometido a acompañar a

Marco. Los ruidos de camiones en las calles aun devoraban

los silencios del taller.

La pausa impuesta por la presencia de los jóvenes logró

mitigar la tensión

 entre Marco y el dentista.

.- Señor Marco, viví en México, como usted. Me iba bien.

Tuve mi dinerillo , un pequeño capital. Pero las cosas se

complicaron en esos años  tan fatales. ¡Los molinos del

infierno se tragaron mis ahorros

  el dentista masticaba

unas galletas. – Bah, no creo que le interesen mis detalles.

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.- Le entiendo. Mire usted. La gran ciudad nos enamora como

una jaula dorada y luego nos escupe puñetazos, orinándose

de nuestras ilusiones.

¡N

o la dejamos todos por motivos

económicos Las familias se desintegran, separaciones o

divorcios… no, no sólo alcoholismo, drogas. - Marco alzó

su mano derecha, atajando las interrupciones del dentista.

.- Siga usted. Siga, adelante. - exclamó el dentista como un

niño fascinado. – Pero construyeron la gran ciudad como un

circo gigantesco, de elefantes vírgenes y, mire, no para de

crecer, un festín y derroche de dinero. ¿De dónde sale tanto

que hasta lo tiran? No paran de gastar.

.- Ya veo.

.- Vea mi calendario, le faltan los volcanes. Está viejo mi

calendario, pero ahí aparecen esas reliquias y monumentos

aztecas.

.- Ah, veo

otras cosillas en su calendario… esas

beldades

con sus lindos traseros desnudos.- el dentista seguía

embelesado en el calendario.- De modo que usted no sabe

apreciar el valor inmenso de las reliquias.- lo dijo en

tono de desprecio.

.- No, no, doctor ¡para qué – El mecánico limpiaba el sudor

y grasas de sus manos.- Un carro viejo vale mucho como una

reliquia o monumento

, pero más si tienen la carrocería

,

traseros de lujo y belleza de esas mujeres que lo

enloquecen. No se preocupe, es algo natural. Son dos

bellezas monumentales, los carros y las modelos.

.- Tiene razón, una reliquia vale más que un carro del año.

Pero veamos, señor Marco  este carro rojo deportivo. Mire

bien la modelo rubia, recostada sobre sus bielas, bujías y

pistones, incrustada en los huesos de sus brillantes

piernas, sus rótulas tan redondas, glúteos y caderas tan

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turbulentas como los cigueñales y los músculos sartorio,

pectoral y pectíneo. Vea, solo mi claro interés profesional,

señor mecánico

. Nada trivial.-

suspiró con tono hipócrita.

.- Mire, los carros no duran para siempre. Y estas joyas al

paso de un tiempo, nos aburren y nos cansan. ¿Quién

revienta por un carro viejo? Despreciamos lo usado, porque

nos han llenado la cabeza de necedades. ¡No sólo los carros,

sino muchas cosas se rebajan por esas ideas tan locas Nos

obsesionan las cosas nuevas, luego las tiramos. ¡Vea las

diferencias entre lo nuevo y lo usado - señaló Marco

atento a los gestos del dentista.

 

Creo que así pasa co

n los

matrimonios. ¿Hasta dónde  soportamos una relación

dificultosa con la pareja, como una sentencia fatal?

Estamos ciegos para ver lo importante de una nueva vida

con una nueva pareja. Somos esclavos de un ambiente hostil

de lo que huele a

“segunda mano.”

 

.- ¿Qué  simplezas dice usted? ¿Cambiar o disponer la

pareja de uno como si fuera un simple carro? – Sin duda la

comparación de los carros con los matrimonios fue un

chasco imperdonable. P

irotecnias retóricas

.-

¿Sabe lo que

dice? ¡No compare el matrimonio con un pobre cacharro

.- No me malentienda, doctor. No dije nunca eso… - de mala

gana gruñía

  Marco, encandilado en la

discusión

.

  Me

malentiende. El cambio de pareja no trae nada bueno. Crisis

emo….

 

.- ¿Crisis, qué sabe usted...? ¿Y el tiempo que ha vivido,

ese tiempo pasado, gastado o usado, también  se deprecia,

también  pertenece a la basura de segunda mano? ¿Sus

recuerdos no le importan a usted? Sus ideas se

contradicen.- el dentista, con sus argucias y confusiones,

sonreía  como un gladiador triunfante.- ¿Tiempos usados?

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¿Recuerdos de segunda mano?  Bah... No sabe usted lo que

dice.

.- Le digo, usted trata de confundirme.-

replicó Marco.

 

.- No divague sobre el tema. La pareja nunca se conoce. Ya

sin esas cosill s y juguetillos y del sexo. En esas piruetas

alocadas ni

se conocen, ¿cómo

desea que vean esa diferencia

que ni usted entiende?– el diálogo de sordos y borrachos

proseguía en un duelo interminable.

.- Dígame pues ¿por qué tantos divorcios y separaciones? – 

el mal humor del mecánico reflejaba su pasión  por el

mando.

El mecánico iba a un lado y otro del carro  buscando al

tanteo, sus herramientas.

El dentista seguía erguido y meciendo en las puntas de los

pies, prolongando la controversia como juego de ping pong

sin red, ni pelota.

.- No estoy de acuerdo, ¿ya terminó? 

.- Muchos matrimonios se engendran en el miedo y la

soledad. Así  comienzan y al marcharse los hijos, nos

quedamos profundamente solos.-

remarcó el dentista.

-

Separación  y divorcio no es lo mismo. ¡Olvídese de los

trebejos legales Lo que nos aterroriza es la división, algo

que

por ahí no quedó resuelto

.

.- Vaya, me sale usted con algo tan trillado. ¡Simplemente

la soledad

….

  No me decepcione, doctor.

.- Separación es como viajar en tren. Usted va con su pareja

y después uno de los dos decide un vagón aparte, y retirarse

y se baja en la parada siguiente. La separación es pasajera y

reanudan el viaje.

Cuando no hay divisiòn, no hay

problemas. Pero si se dividen, cada uno agarra un tren

diferente.

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.- Claro, no pueden seguir.

.- Si, es el lado oscuro. Manías sadomasoquistas. Imagine si

uno se quiere divorciar y el otro no.

.- En medio están los hijos.- pensó Marco en voz alta.

.- Si, ya tocó usted el lado sentimental. – dijo mordaz el

dentista.

.- Claro, no se puede menospreciar.-apuntó Marco. 

.- Pues lo importante está en el hueco entre el matrimonio

y el divorcio. -El dentista no reparaba en el gesto

colérico de  Marco.- Estamos encerrados en una sencilla

aritmética. Después del uno sigue el dos. Grabéselo bien

.

.- Ya sé. Remordimientos, arrepentimientos. Yo le entiendo.

Es decir, en todo lo que hacemos, soñamos con un lujoso

carro deportivo “Porsche” y lo mejor del futuro.- El

diálogo fluía entre fantasmas afligidos.

.- Exacto. Ese

vacío

 

provoca la explosión

en

los líos

del

divorcio, como los pistones en los carros.

.- O sea, ya no tienen remedio.- sentenció  Marco con

tristeza.

.-

¡Nunca hay remedio en esta vida, así es señor Marco No

se engañe, nada es fácil. Usted se ahoga solo por su

metafísica y los milagros que espera usted de la vida. Vea

como todo mundo se las arregla con feroz egoismo

, ¿qué les

importan los demás? ¡Esas modelos maquilladas le sirven a

usted de ejemplo Las muy bellacas muestran todo menos

sus dientes, pero sus cuerpos despilfarran combaduras

asombrosas. ¿Qué piensa ahora del divorcio? ¿Tiene

remedio?

.- No

. Ahí está

 

ahí

 la

raíz

 del problema.

.- Vea usted, todo lo complica. Se preocupa demasiado. Vaya

usted a su iglesia. Ellos tienen todo para ayudarlo.

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Oraciones, confesionario, rituales, rosarios, cánticos,

bendiciones, penitencias. Y usted seguirá angustiado. Será 

usted un adicto fervoroso de su iglesia.- el dentista

eternizaba con sus galimatías.

.- No creí que usted considerara esa solución.

.- Respeto mucho la iglesia, soy un creyente. Pero vea

cómo

 

un matrimonio ya de origen pareciera un divorcio. Pero,

¿qué quiere usted? ¿Cuántos divorcios necesita usted para

ser feliz? Rehacer una vida no es tan fácil. Lo que importa

realmente es averiguar la espinita que trae cada uno

adentro, y desahogarla con alguien...-

el dentista remató

como un maestro de estilo autoritario.- Pero, mire, vamos

dando un giro a esta charla a puntos más concretos.

.- No, doctor, no, mire en unos minutos llegarán  mis

amigos. ¿Sabe de qué hablamos siempre? De todo, de

deportes, de bromas y nunca de nuestros asuntos privados.

Marco repuso y parecía retornar a su tarea.

.- No descuide lo importante. Miles de gentes se divorcian

o separan a diario. ¡Lo acaba de decir  usted mismo -

exclamó

  el dentista deleitandose en sus contradicciones,

echando al viento sus verdades a medias y desahogos.

.- Tal vez, pero usted sí me comprende.- el debate no

cesaba.

.- ¿Quién no repite que el matrimonio es la tumba del amor?

Más preciso es la muerte del espíritu deportivo, del

acicate natural de competir. ¿Cree usted que alguna vez

acaben las coqueterías, las picardías  de la mujer? El

secreto está en ver claramente este lado invisible y

aprovecharlo, dentro de sus límites.

 

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.- Igual puede ser un viaje al infierno. Ese lado invisible

habría que pensarlo. Mire doctor, así se han matado muchos

corredores de autos.

.- Usted quiere reformar las cosas, usted solito. No quiere

usted ver que de esa forma todo mundo se divorciaría una y

otra vez.

¡

Defendamos la estabilidad del carro blindado Por

ello es tan costoso. Usted no lo sabe, pero yo ya tuve un

divorcio. También mi mujer al casarse conmigo ya venía de

una separación. Espero que usted comprenda que su tiempo

y confianza conmigo no son inútiles... Tenemos algo en

común. –

 

zumbó algo extraño en l

a mente de Marco, por la

pulla del dentista.

.- La cuestión están en elegir la pareja. No, no es tan

fácil…- dijo Marco, con la sensación de tener los píes en la

lumbre.

.- U

sted le teme más al matrimonio que a la misma muerte.

.- ¿Y quién no, doctor? Pregunte a sus pacientes.

.- Bueno, ¿quién no desea un matrimonio duradero y feliz?

Mientras que la muerte, mientras más rápido, mejor. – 

sentenció sin saber los

  aires ominosos que

escondían

  sus

palabras.

En ese momento, recibió el dentista una llamada por su

celular. Sin embargo, una idea

cruzó

 por su mente como un

relámpago, ¿por qué  ahora le preocupaban tanto los

compromisos ajenos, el chismorreo de temas confidenciales

como ahora lo hacía con el doctor Onofre?

El dentista cerró su celular.  La pausa se humedeció con

frescas ráfagas de aire.

.-

¡

Me gustan estos ejercicios de

opinión

 

 

Marco intentó

dar un nuevo giro a la charla.- ¿Sabe qué sueño a diario?

Quiero restaurar carros compactos, rediseñarlos.  Quiero

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ganarme un lugar aparte como mecánico. Los carros viejos

no son como los sombreros de copa. Pero ¿sabe por qué esta

idea es muy buena? Sencillo, porque a la gente le gusta la

ilusión de retornar a su pasado, de lo que sueñan  con su

pasado.- Marco esbozaba una sonrisa de enorme candor y

placidez, como la de grandes inventores.

.- Sueños de inmortalidad, ilusiones.-balbuceó el dentista 

piadosamente.- ¡Fantasías de chiflados

Marco ya no escuchaba. Reflexionó. Había advertido la voz

de sus sensores internos de alarma. ¡Pregonaba  sus

confesiones más

secretas a un desconocido No sin riesgos.

¿No se arrepentiría alguna vez de estas confesiones a un

tipo extraño, hablantín? Cualquier amigo le echaría en

cara: “qué, ¿andas borracho, desnudándote  en las calles?”. 

Prefirió la prudencia. Frecuentemente la función de los

instintos obra como un impulso para potenciar la

conciencia del medio y de la inteligencia a veces

adormecida.

Marco no había abordado  antes sus ideas sobre su ámbito

privado con nadie. En algunos momentos, estuvo a punto de

estallar y decirle al dentista, “Bueno, dígame: ¿qué es lo

que quiere saber, a dónde quiere llevar esto?” Se sentía

atrapado como e

n el juego del gato y el ratón.

 

Se apresuró a

su tarea de la reparación del Ford. El dentista visiblemente

desconcertado tras la llamada. Por

su parte, Marco veía el

reloj, estaban por llegar sus amigos del dominó, fue hacia

su oficina, cortando la charla tan llena de divagaciones y

de augurios fatales. Miró  con enfado al dentista, el cual

asumió como su responsabilidad que el mecánico se sint

iera

ofendido con sus comentarios.

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.- Gracias, gracias de verdad, señor Marco.- Onofre sacó

del bolsillo su billetera y entregó un grueso fajo de dinero

al mecánico. Al ver el asombro de Marco, el

dentista

agregó.- Déjeme corresponder como se merece.

.- Pero mire usted, es mucho dinero, más de lo que cuesta

el servicio.-

Marco intentó devolver la diferencia que

creía justa. 

.- No, por favor, no me haga esto. Todo salió bien.- Onofre

expresó  con sinceridad. Muy lejos estaba de adivinar la

tragedia por venir.- Y con toda la pena del mundo, con pena

de verdad, pero necesito otro favor. Me acabo de enterar

que mi esposa se ha indispuesto, y debo llevarla conmigo.

Por favor, necesito de su apoyo. No puedo dejarla sola.

.- Deje su carro aquí, con gusto se lo guardamos.- Marco no

entendía claramente, no captaba la intención  del doctor.

Sin querer, su disposición

 

abría la puerta a la desgracia,

aun inimaginable.

.- No, mire, escuche. Es un poco más que eso. Necesito de su

apoyo para que usted me lleve con el carro a “Santiago”. Me

acompaña mi esposa también

. Ya vi

ene para acá en taxi.

Por

favor, no me diga que no. Sé que estoy colmando su

paciencia y comprensión.- imploró el dentista. 

.-

No es eso, sino que ya estoy agotado… Créame. ¡Podemos

intentar con un taxista

.-

Mire, ¿qué le parece? Descanse un ra

to y me resuelve,

pero ayúdeme. Sólo espero que llegue mi mujer. No cuento

con nadie, ni con un amigo o familiar.- el tono humilde no

dejaba dudas de su situación.

.-

Mire doctor, lo haría con gusto,

 pero no me siento bien.

Estoy muy cansado, de otro modo, créame. - hizo una pausa.

De sospechar el curso posterior de los acontecimientos,

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Marco debió sostener esta decisión con firmeza. Pero los

lamentos no sirven ni como una canastilla de auxilio,

cuand

o vamos en caída, en el vacío de respuestas

frente a

los enigmas del futuro.

.- Pues, quizás alguien que conozca. – Sugirió insistente.

- No acostumbro molestar a nadie. Ustedes no me conocen,

Tal vez su hijo quisiera ayudarme.

.- Bueno, si puedo ayudar, para que mi padre no se sienta

presionado, me sirvo un café y, doctor, podremos salir en un

minuto.- Daniel intervino con la generosidad propia de la

juventud.

En ese instante llegó  en taxi una joven veinteañera, de

parte de la esposa del dentista, precipitando las cosas.

Habló a solas con Onofre. El mismo dentista se notó 

sorprendido, alejándose con la joven hacia la puerta del

exterior del taller. H

acía ademanes de disgusto

. Luego la

presentó a Marco como su sobrina, quien ayudaba con unas

maletas del taxi al Ford.

Se despidieron el dentista, su sobrina y Daniel con prisa,

pues ya había obscurecido

  con el cielo plomizo. Marco

recomendó a Daniel conducir con cuidado. Daniel le comentó

que tal vez no regresaría esa noche a dormir en casa. Pero

el curso de las vidas humanas dista de seguir una

trayectoria lineal, previsible. Los hechos y decisiones

fortuitas que cada individuo agrega en la cadena de

sucesos, trazan el puente invisible más largo del universo,

entre lo previsible y el desenlace final.

Mientras salía del tráfico urbano de Tepango, Daniel

hablaba por el celular con un amigo suyo. La llovizna

comenzó. En el alto de un semáforo, habló con el dentista.

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.- Voy a pasar a la tienda de la gasolinera por algunas

galletas y bebidas, ¿desean algo de la tienda?

.- No, no gracias. Vaya con calma. No hay prisa.- El tono

amable del dentista facilitó a Daniel el plan que abrigaba

en su mente.

.-

Nos va a acompañar un amigo mío. Traerá mi camioneta

para el regreso.

.- Si, claro. Como a usted le convenga, joven.- el dentista

andaba desorientado, adormitado. Su sobrina permanecía en

silencio.

En el parador de la gasolinera, Daniel hizo algo de tiempo

en la tienda, esperando a su amigo, de nombre Ricardo.

Llegó pronto Ricardo. Amigos inseparables, hablaron del

plan del viaje. Entre ellos se aprecia un enorme parecido

físico, talla, color de la piel, peso. Además la vestimenta

juvenil de pantalón mezclilla,

  zapatos tenis y gorra

aumenta las similitudes a primera vista. Ricardo se

resistió a conducir la camioneta  en la carretera, lo cual

redundó en el desenlace del viaje. Tenía varios argumentos

para rehusar

por las citas en su agenda. Por fin accedió a

acompañarlo, pero lo condicionó a conducir el carro del

dentista, por ser menos complicado que la pick up.

Mie

ntras discutían ambos amigos, se escurrían

a sus

espaldas cerca de la pick up, un par de tipos. Al amparo de

la oscuridad, nadie podía adivinar

 sospechas contra ellos y

todo siguió su curso.  Daniel y Ricardo no percibían nada 

extraño, la trama descubriría más tarde movimientos que

no eran hijos de la casualidad. Una mano oculta con fines

malignos, implacables, no descansaba paso por paso. Nadie

ve

ía

a los tipos y rompieron el cristal de un faro delantero

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de la camioneta. Utilizaron un trapo grueso para silenciar

el golpe.

.- Doctor, mire es mi amigo Ricardo. No maneja camioneta

pick up y si usted acepta, él va a conducir su carro. ¡Por ser

automático Yo iré detrás de ustedes.

.-Muy bien

jóvenes

, mucho hacen por nosotros. Adelante.-

El dentista y su sobrina ya se veían fatigados por toda la

espera, ya muy prolongada.

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26

CAPÍ

TULO III.- R

eunión de dominó.

Marcos cerró la cortina del taller minutos después de 

la partida de su hijo Daniel. Justamente llegaban sus

amigos del grupo de dominó. Habilitados con los víveres,

brindaban efusivos a toda carcajada, con cervezas y la paca

de antojitos y tacos para cenar. La recepción de taller

parecía diseñada más para estas reuniones con sus muebles

y estampas alusivos a juegos, festividades y temas de

entretenimiento.

Hernán, periodista, ingeniero, pensionado y sesentón,

organizaba estas reuniones, una vez a la semana, donde no

aceptaban apuestas en su código de ética, para preservar

las amistades por encima de todo.

.- Y ¿de qué escribes hoy en la revista? –  alguien le

preguntó, desterrando los silencios.

.- No publicaron mi artículo. Con un carajo, ¡no les

importa

.- ¡Censura, prohibiciones –.

.-Puedo adelantarles algo. ¡Denme uno minutos

Provisionalmente, lo

titulé

 

“Detrás del Paraíso”.

  Quiero

leer una parte para ustedes.

.- Bien, somos todo

oído

.

El periodista afinó su garganta.

“Comienza con un tipo entrenador de una pandilla juvenil, a

la luz de la luna y unas cuantas linternas, los arenga.

Arrellanados sobre sofás improvisa

dos dentro de una

bodega abandonada,

seis jóvenes

escuchan su discurso a

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mitad de la noche, bebiendo cervezas. La mayoría de 

asistentes son muy jóvenes.” 

Leía su nota en forma pausada.

 

“Hay siempre alguien a nuestro lado en los momentos

difíciles, siempre encontraremos aliados en ese tramo de

nuestras vidas. Por ser diferente de nosotros, ese alguien

desconocido puede conectarnos a esa parte del mundo de

sonidos, imágenes y olores que no podemos percibir o que

percibimos de modo insuficiente. Como dicen, aquí todos

mosqueteros, uno para todos y todos para uno. Pues nos

ayuda a mult

iplicar nuestras capacidades. Má

s aun cuando

actúa en una dimensión superior a nuestras fuerzas y como

una especie de ángel. Nos abre nuevos caminos y nos

descarga de problemas.” 

“Pero a veces otro ser distinto acude a nuestro destino que

videne

sólo

a traicionarnos y obstruirnos,

causándonos

 

prejuicio y desgracias. Son unos monstruos o demonios.” 

“No hablamos aquí de nada sobrenatural. Son seres de carne

y hueso con nombre y apellido. Su ayuda descifra nuestra

conciencia de zonas límite

, donde prevalece la humildad de

la condición humana. En la antigüedad los reconocían como

ídolos, esencias invisibles, apolos, ateneas, minervas, con

poderes sobrehumanos. Pero son realmente amigos,

familiares, o conocidos. Algunos actúan a nuestro lado por

mucho tiempo y se marchan. Cuando nos falta ese apoyo

frente a las amenazas y peligros, sentimos naufragar en el

propio infierno. “ 

Algunos de los oyentes se miran confundidos, pues no les

resulta claro el mensaje.

“Miren, algun

os de ustedes me comprenden. Han pasado por

amargas experiencias. Los demás me entenderán pronto,

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porque nadie está a salvo de semejantes retos. Déjenme

continuar y entraremos a sesiones de preguntas y

respuestas.”

 

Seguía con su nota, el periodista.

“Tenemos una misión importante. Es más importante que

cuando disparamos las pistolas

, los automóviles o

los

cuchillos, el saber que cada uno es el ángel, la ayuda o

aliado incondicional de los demás. No dejaremos que nos

aplasten mientras robamos o matamos. Al menos, nos

vengamos. Nadie avanza ni cumple su misión sin el aliado…

¿queremos ser solo peones o alfiles y más?”

 

“.- Están llegando los demás…. – exclamó uno del grupo,

interrumpiendo al orador.” 

“Cuatro siluetas surgían entre las sombras de la noche. Un

perro color pardo oscuro iba con ellos meneando la cola.

Como si fu

era su guía en medio de la oscuridad.”

 

“.- ¡Vaya por fin llegan - exclamaron.” 

“.- Ha sido un día bueno. –  comentó un tipo  de aspecto

grotesco, caricaturesco, complexión  robusta mirando al

grupo. Se nota ya envejecido y con su sonrisa mordaz.

 

“Vamos al grano, hay mucha lana para todos. “ 

“Sonrisas y exclamaciones de júbilo. Todos le aplauden.” 

.

-

¡

Sshshsh. Recuerden donde estamos. Era notoria su

autoridad. – Sin ruidos. Nada de ruidos. “ 

“Comenzó a repartir fajos de dinero. “

 

“.- Úsenlo con cuidado como siempre. Ahorren todo lo que

puedan. Les repito. De este negocio que hicimos, debemos

guardar algo para equiparnos mejor, y también para

imprevistos. ¡Nunca faltan ”

 

Cada uno fue a saludarlo de mano y darle gracias.

 

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“Cien hijos de Elena” 

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“.- Antes de despedirnos, les tengo una noticia no muy

buena. Vamos a suspender nuestras reuniones aquí en este

bodegón. Lo van a usar para otra cosa. En una semana

tendremos otro lugar. ¡No es el fin del mundo ” 

“- Cómo, ¿no es tuyo este lugar? –  la noticia cayó de

sorpresa aun cuando el

rótulo

 

de “

S

e renta” en el muro

frontal apareció por buen tiempo. Pero siempre la balanza

caprichosa de la vida brinca de un lado otorgando sonrisas,

y pronto salta al punto extremo de las expiaciones.” 

“- No pasa nada, nos servirá esta pausa como descanso… -

agregó el líder de la pandilla, sin poder ocultar su propia

contrariedad.” 

Los oyentes del club de dominó comenzaron a impacientarse

por tanta palabrería del periodista. Y cesó de hablar. 

.- ¡Un lavado de cerebro para mafiosos y rufianes – 

coment

ó

 el flaco en voz alta.

.- Si, si, no tiene nombres ni argumentos. Sólo engaños y

promesas para mantenerlos bajo su control... y ya sabemos

de quién se trata.- dijo otro.

Todos con gestos de asombro hacían comentarios en voz

 

baja, intentando encontrar el sentido del relato con algo

palpable. Les invadió una inquietud extraña por sentirse

bajo el techo de una vieja escuela del crimen. Pero ¿hay

escuelas para esos criminales? ¿No la escuela es una

trinchera para hacer el bien?

.- No entiendo ese mensaje a una bola de criminales…ahora

resultan unas blancas palomitas, jóvenes aprendiendo a ser

criminales.

.-

¿De dónde imaginan eso?

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El servicio eléctrico  de luz se suspendió. Los truenos y

relámpagos anunciaban los chubascos que salpicaban la azotea

del taller.

En un trasfondo oculto como una caverna desconocida, techo de

una pandilla de malvados, despertó en los amigos de Marco,

suspicacias y pánico. El solo hecho de ampararse en las entrañas

de esta cueva de olores hediondos, cueva de una escuela del

crimen, ¿era una inocencia deseada, una negligencia simple por

ignorar su pasado? También cierta angustia sacudió a otros

como sentirse dentro de una vieja y peligrosa jaula de hienas. En

realidad, una fuerza supersticiosa para otros, pues la escuela

del crimen ocupa cualquier espacio del mundo, aun dentro de

nuestra conciencia, y cierta necesidad de pureza los arrastraba

a pedir un exorcismo o quizás rociarla de agua bendita, la

bodega vieja, el taller de hoy, el taller de Marco .

.-

¡Qué modos

de dar tus mensaje

s Así que esta bodega sirvió

como refugio para maleantes. – le dijo Marco en tono apagado

para que nadie más escuchara.- Y ¡al servicio de quién

.- Fue hace tiempo. Siempre conviene estar informado y sobre

todo contar con los amigos. Confiemos que todo salga bien.

 

Hernán abrazó a Marco. Después se dirigió al grupo. - Brindemos

por nuestro amigo Marco y por la prosperidad de su taller.

Un escalofrío recorría

las venas de Marco como una voz de los

instintos y con la furia de una alarma frente a los peligros aun

no visibles. Justamente ahora a punto de firmar la propiedad con

el notario, surgían casualidades de que preocuparse.

¡De modo que la bodega había pertenecido de alguna manera a un

grupo mafioso y que el perro pardo de ahí provenía, de esas

reuniones

A sabiendas de quién estaba detrás de esa pandilla, Marco

percibió con más claridad que tenía en su contra a un tipo muy

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poderoso, corrupto, asesino, jugando con vidas ajenas como

tirar dados a la mesa y más cuando quería vengarse. Si ya tener

un enemigo cualquiera, es una amenaza para la tranquilidad y la

misma vida de alguien, más si ese enemigo tiene una razón y

poder, entonces los tiempos de Marco estaban contados, como un

condenado a muerte.

Tal vez habría un recurso para impedir esa venganza siniestra.

En su mundo de las máquinas, se puede conseguir otra

oportunidad, pero es un mundo muy diferente el de las máquinas.

No aceptó verse sumido en esa fatalidad del condenado sin

remedio, pero tampoco se apuró a buscar

y poner en marcha un

plan para su salvación. Como la mayoría de la gente, desechan

las sombras de amenazas para continuar con las comodidades o

placeres, pocos o muchos, que les brinda su existencia, es decir,

resignarse a su suerte.

.-

¿Lo hablamos?

 

Farniaques es un rufián poderoso.

Ha ordenado

muchas veces atracos, vapuleadas contra quien sea. En cualquier

momento, te meterá en un problema, por lo menos. Mira, deja

decirlo a mi modo: desafiar a ese rufián, grabátelo bien, es lo

mismo que suicidarte. Cualquier vecino te lo dice.

.- ¿Crees que no  me preocupo? El tipo puede matarme o

despedazarme. No esperaba este tropezón. –  Marco, exaltado,

sorbió

la copa de tequila de un solo golpe. - Algo tengo que

hacer, pero no sé por donde empezar. No sabía que esta bodega

fue la cueva de esos asesinos.

.- Pero, mira. ¡Si en un rato de loca temeridad, matas en la calle

a ese tipo, te convertirías en un héroe con estatua ¡Nadie le va

a llorar - dijo con ironía. 

.- O hazlo t

ú

.- Marco sonriendo le

devolvió

 la broma.

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Los ruidos y aproximaciones de los demás iban e aumento e

impedían continuar el diálogo. La reunión festiva seguía su

curso.

.- Si a brindar y a jugar. ¡Todos a una.. Algo así.- dijo uno del

grupo.- ¡Que la vida es corta

.- Nada de tristezas, a jugar, a ganar todos.

 dijo otro.

.- Brindemos por todos nosotros y por nuestra fortuna.

.- Bueno, Marco sí que sabe lo quiere. Se sacó la lotería, va por

el camino de la gloria. ¡Que no se olvide de los amigos – agregó

con voz hueca, llena de sorna, él del cigarro.

.- Vaya, no te andas por las ramas.

 

protestó

 Marco.

.- Somos amigos, ¿o no? – terqueaba el fumador con su cigarro.

.- Si, somos amigos de los buenos. – intervino un mediador.

.- ¡Si me pagas, mato al marido de tu amante – todavía gritó él

del cigarro. Se refería al parecer al tipo más afamado del

pueblo, por sus vilezas, por su depravación y poderío.

 

Los demás querían terminar la trifulca.

.- ¡A quién le importa ese infeliz canalla

.- Que se vaya, mejor que se largue.- gritaban los comensales

contra

é

l del cigarro.

Dos de ellos tomaron del brazo al del cigarro. Lo llevaron hacia

la puerta de salida, haciéndole ver que las copas lo habían

ahogado y se fuera a su casa en un taxi.

El juego se acabó y una ola de silencio invadió el taller. Un día

plagado de mensajeros de desgracias para Marco.

Los amigos de Marco se despidieron.

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CAPÍTULO IV  : El accidente.

Después de las compras en la tienda, Daniel olvidó  su cartera,

sin querer, con su licencia de manejo en la ranura para monedas,

cercano al freno de mano del ford, ahora conducido por Ricardo.

Es decir, ante cualquier eventualidad, a partir de ese momento,

el conductor

parecería

 ser Daniel.

¡Era el único documento de

identificación en el carro Ricardo no llevaba licencia de

manejo, ni otra cédula propia. Entonces, fueron hacia su destino.

La lluvia se hizo más intensa, justamente al salir de Tepango. No

cesaba de llover. La tormenta eléctrica simulaba una fiesta

nocturna muy ruidosa, con castillos y cohetes, al amparo de la

oscuridad del camino.

La distancia a transitar distaba unos veinte kilómetros con un

tramo corto de curvas. Ricardo calculaba menos de media hora

de camino. No

planeó

  con su amigo sobre el regreso, por si

pasaban la noche en el sitio de destino, Santiago. Una ciudad de

unas cien mil personas, la mayor parte turistas y extranjeros

con residencia en el país.

En algunos instantes, Ricardo se

encontraría  ya a la vista con las primeras luces de la red del

alumbrado en las colinas de Santiago.

Unos minutos después de tomar la carretera, Daniel se dio

cuenta que los faros delanteros estaban fallando. Sin las luces

resultaba imposible avanzar, se dificultaba ver con claridad la

línea de división de su carril. La lluvia y la oscuridad

complicaban más las cosas

. Hasta ese momento, Daniel marchaba

atrás del ford. Salió del camino principal, entrando a una vereda

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de terracería. Buscó una linterna, se vistió el impermeable y

salió a revisar la falla. La tempestad no facilitaba descubrir el

origen de la

anomalìa

.

Apenas abría el cofre de la pick up,

cuando sintió varios golpes en la cabeza y en otras partes del

cuerpo. Sólo veía largos túneles con sombras y luces tenues

dentro de su cerebro. Después quedó sumido en un estado de

inconsciencia, pero seguía con vida. 

Ricardo no se daba cuenta de lo que pasaba con su amigo de

escolta. Pronto entraría al tramo final con unos dos kilómetros

de curvas suaves pero continuas, una tras otra. Por el

retrovisor notó que el

dentista estaba dormido. La sobrina le

hizo un amable gesto, aludiendo a su aliento alcohólico, para

dejarlo descansar. Ciertamente, Marco nunca se percató  del

estado de ebriedad del dentista. Sin duda, el vino hizo sus

estragos lentamente.

El tráfico, pese a la lluvia, no era escaso.

Ricardo trataba

siempre de seguir al vehículo delantero, para aprovecharlo

como linterna. El tráfico carretero suele ser muy diferente a la

uniformidad de una milicia disciplinada y marchando al compás,

resaltan más bien las diferencias de carros en circulación en

cuanto a la capacidad del motor, pericia del conductor,

conocimiento de la carretera, entre otros factores. La

iluminación de la luna apenas se notaba.

Justamente al comenzar una zona de curvas, Ricardo sintió que

el ford resbalaba, tal como si hubiera aceite regado en el piso.

Perdió el control. Por instinto esquivó a un camión que por

instantes o microsegundos, le pareció enorme como una ballena

que se le echaba encima. Sintió un golpe muy ligero contra el

camión de carga, la ballena, que circulaba en el sentido opuesto.

No supo la magnitud del impacto, per

o alcanzó a virar

rápidamente a su derecha para atenuar el impacto y el ford salió

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supuestas de los frenos que no respondieron en el momento

crucial No se exoneraba de culpas al conductor.

¿De dónde salía tanta información? Nadie se lo preguntaba,

ni el mismo Marco.

Marco entendió que su esposa, Clarisa, se enteraría de 

alguna manera. A fin de mantenerla informada, Marco le

llamó por el celular. Después de darle antecedentes y

tratar de tranquilizarla, le comentó que estaba con Daniel.

Le prometió ir por ella para estar cerca de su hijo.

.- No debes preocuparte. Daniel

está bien en lo que cabe. La

enfermera ya me adelantó algo, y me atenderá el doctor.

 

.- Estoy muy nerviosa. ¿No me mientes? - la angustia de

Clarisa explotaba con riesgo de convertirse en un problema

mayor por su enfermedad.

.- Por favor atiende un rato más al taller. Estaré en

comunicación contigo. Ahora debo estar

en el hospital.

.- Y ¿lo de los frenos? ¿Te están culpando a ti?

.- Es lo que dice la prensa. Pero Daniel está bien. Sufrió

unas lesiones. En cuanto podamos verlo, voy por ti.- a toda

costa buscaba tranquilizarla.

Entonces le cruzó por la mente que el asunto implicaba

asuntos legales contra él y contra Daniel. Quería poner en

orden sus ideas.

El arroyo de novedades fluía

de manera

tempestuosa; pisaba en terreno desconocido, espinoso.

Olvidó el t

ema, pues su celular repiqueteaba. Era su mujer,

nuevamente. Su preocupación iba en aumento. Después de

una hora no lo atendían en el hospital. El celular insistía.

Era Clarisa, su mujer.

.- 

¿Qué sabes de Ricardo? Sus papás están preocupados. No

lo han visto desde ayer y me aseguran que andaba junto con

Daniel. Creo ya se enteraron del accidente y van para allá.

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“Cien hijos de Elena” 

38

¿Cómo sigue mi hijo?- La noticia se divulgaba con enorme

velocidad, como todas malas noticias.

.-

No, no sé, diles que estoy averiguando todo.

  Cuando

vengan, los atiendo.

.- ¿Cuándo podré ver a Daniel? – La mamá imploraba con

insistencia.

.- En unos minutos me llamará el doctor. Te llamo pronto.

La llamada le despertó una duda. Se informó dónde podría

mirar las pertenencias de su hijo. No encont

ró obstáculos.

Observ

ó

 la vestimenta, calzado, la gorra y otras prendas en

un depósito. No correspondían a Daniel. Para la mirada del

padre no escapaban los detalles, las diferencias en la

vestimenta respecto a las de Ricardo las cuales otras

personas, no podían jamás reconocer. ¡Algo había pasado 

Algo no andaba bien.

Ahora, ¿Ricardo

, amigo de su hijo,

participó hasta la última hora? Los indicios obtenidos de

acuerdo con su observación de las prendas hacían suponer

que Daniel pudo no ser el conductor cuando ocurrió el

accidente. Quizás podría estar a bordo, pero ¿dónde estaba

entonces?

Marco se las ingenió para  entrar al cuarto del hospital en

que se encontraba el conductor. Bajo las presiones que se le

venían encima, convenía descifrar la personalidad

verdadera del conductor del ford. A disgusto de la

enfermera, fingió equivocarse de cuarto, pero pudo ver por

un instante al lesionado. No, no era Daniel. Y reconoció a

Ricardo, disipando sus dudas. Pero ¿quién otro podía ser?

El cabello y

peinado excluía

n a Daniel. La piel de Ricardo

er

a más blanca. No le quedó

 

duda. ¡Cambiaron de conductor

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“Cien hijos de Elena” 

39

en el recorrido Pero no podía descartar que en el momento

del accidente, Daniel no fuera a bordo del ford.

¿Dónde estaba entonces

Daniel

? Podría estar lesionado en

otro hospital. De otra manera, ¿por qué después del tiempo

transcurrido Daniel no le llamaba? ¿Dónde podría estar?

No quiso especular, no descartaba que al impacto fuese

arrojado del carro y su cuerpo anduviera perdido cerca del

siniestro. Quizás permaneciera inconsciente.

No se le ocurrió aun buscar una abogado ante los líos que se

precipitarían en su contra.

 

Cuanto más tiempo pasaba solo en los

pasillos y accesos

del hospital, más aumentaba su sensación de despeñarse

hacia un profundo abismo. Su soledad definía la ecuación

de su enorme indefensión. ¡No sabía qué hacer

Unos reporteros se le acercaron. Les pidió tiempo para

responder pues

la investigación oficial

  aun no arrojaba

resultados, él no sabía nada. Más tarde,  un representante

del ministerio público  le pidió que declarara sobre el

asunto. Se limitó a señalar lo menos posible. Su trabajo

respecto a la revisión y reparación de los frenos del ford y,

segundo, que a petición del doctor fallecido, su hijo Daniel

venía conduciendo el auto ford del doctor. ¡Es lo que sabía,

nada más y era su verdad

Realmente el asunto estaba muy embrollado, y nadie le

podía probar nada

  ni a favor, ni en contra, con la

información conocida  por todos hasta ese momento.

Respecto a Ricardo, él mismo tenía varias preguntas. Pensó

en proteger a Ricardo, desligándolo de cualquier cargo y

evitar reclamos con sus padres. El oficial del ministerio

público le pidió no se retirara para que firmara su

declaración.

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estrecho, transitado y famoso por los incidentes. Las

presiones del dentista, su actitud de súplica y respeto

dando muy buena impresión como

 persona. Ahora fallecido,

de nada servía apelar a su memoria, al favor hecho ante sus

súplicas. ¡Mera historia

De nada servía lamentarse, pero las horas encrespadas

apenas comenzaban. ¡Buscaba en su mente apoyos o

evidencias para su defensa La avalancha de

acontecimientos al parecer no tendría final.

Llegaron m

ás tarde los padres de Ricardo

. Los datos

disponibles

contenían

  varias contradicciones. Ignoraban

todo sobre su hijo, y algunos detalles antes de su partida

de Tepango. El mismo les aclaró que bien podían regresar o

no esa noche a Tepango.

.- ¿Qué fue lo que pasó? – El padre de Ricardo no ocultó su

irritación.- La nota del periódico nos tiene inquietos.

.- Pero mi hijo, ¿cómo está? – La madre en un tono menos

hostil parecía amable.

.- Está en manos de los doctores. No me han informado

nada.-

y Marco bajó la voz, mirando a los lados.

-

Lo están

confundiendo con Daniel. No sabemos realmente qué ha

pasado. Daniel venía manejando y me encuentro aquí con

Ricardo. Debieron hacer el cambio de conductor durante el

camino. No sé bien. Por favor, esto se los digo para

manejarlo con prudencia y proteger a Ricardo. Quiero que

no tengan ningún cargo en su contra. 

Los padres de Ricardo repararon con más claridad en este

punto que les comentaba Marco. La cadena de hechos se

reconstru

ía con muchas lagunas. Ahora

flotaban en una

burbuja de conjeturas, confusiones, supuestos.

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“Cien hijos de Elena” 

42

.- Lo más importante, señor Marco, es la atención de

Ricardo, queremos llevarlo a otro lado, a otro hospital

donde tenemos amigos de nuestra confianza. Es aquí mismo

en Santiago.- La señora mostraba otra conducta, pues

comprendía mejor el momento de angustia de Marco y de su

esposa.- Pero estamos con ustedes y con Daniel, esperando

todo se arregle.

.- Por favor, no digan nada.

La madre de Ricardo ya había solicitado verlo. La enfermera

que la atendió, no podía

 captar la diferencia entre ellos.

P

ero cursó

 

la petición de los familiares y

, de regreso de

consulta con los médicos, les dio respuesta.

.- Me dice el doctor que su hijo se está recuperando bien.

De ésta no se muere, pronto será dado de alta. El doctor

está ocupado con otros pacientes, pero  los atenderá a

ustedes.- la enfermera les ofreció un minuto y se retiró

con prisas.

Esta información disminuyó las preocupaciones de los

padres de Ricardo. Naturalmente, se mantenía en el aire la

aflicción

 por el paradero de Daniel.

Salieron a la calle en compañía de Marco. 

.- En mi declaración, me hice responsable único del

accidente. El oficial del ministerio público me llamará

pronto para que la firme. Lamento no poder ayudar mucho a

ustedes con los gastos

médicos

. Pero en lo que pueda,

responderé.- Marco logró con estas precisiones su apoyo.

Servía para no confundir el caso. 

.- No, ya bastante tiene usted encima para que abusemos. Al

contrario, le ayudaremos en lo que podamos. Tal vez

podamos buscar pistas sobre Daniel. Tienen amigos

comunes. Y de cualquier modo, háblenos cuando se le

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“Cien hijos de Elena” 

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ofrezca algo.- la actitud del padre de Ricardo daba un giro

completo.

.-

No está de más que acepte a este abogado para su

defensa. Lo avalamos, es amigo nuestro.- la madre de

Ricardo le entregò una tarjeta de presentación.- Ya nos

adelantamos y si usted acepta, vendrá a verlo. Reside aquí

mismo. Tiene experiencia y no le cobrará caro. 

La relación amistosa y frecuente de sus hijos facilitaba una

corriente de simpatía entre ambos. Los padres de Ricardo

dependían del negocio

  de una farmacia para su fuente de

ingresos. Por ello, contaban con poco tiempo para

permanecer en Santiago.

.- Nos retiramos, señor. Ojala todo se arregle bien. Mañana

nos damos una vuelta. Cuente con nosotros.- Los padres de

Ricardo se despidieron.

Marco nuevamente se sentía más abatido, agobiado. No

intentaría darse a la fuga en absoluto. Sería lo peor,

pensaba. Las preocupaciones en torno a las presiones de

tono agresivo de los familiares del dentista iban en

aumento,

desplazando a segundo término las

implicaciones

y riesgos legales, es decir penales, para Daniel, su hijo y

para él mismo. Lograban intimidarlo tanto por el aspecto

penal como por el costo monetario de los daños derivados

del accidente. ¡Apenas contaba con efectivo para los gastos

del día

Para ganar tiempo, habló con el abogado recomendado. Este

le citó en su despacho, a unos cuantos pasos. Le expuso los

hechos que sabía. Aceptó la propuesta del abogado. No

hablar de

más, ganar tiempo, proporcionarle toda

información conveniente y

, en caso necesario, consultarle

cualquier cuestionamiento, así como negarse a hablar de no

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“Cien hijos de Elena” 

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estar presente su abogado. Tampoco firmaría el pliego de

peticiones de los familiares del dentista fallecido. El

abogado comenzó a trabajar en su defensa.

 

Así sucedió. Los presuntos familiares de Anzures le

presentaron a Marco el documento relativo a reclamos de

daños. No estaba firmado por una sola persona. Pidió tiempo

para leerlo. El grupo de familiares del occiso permanecía

al acecho de la presa, afuera del hospital. Se veía obligado

a permanecer en Santiago, no tanto por las demandas de los

familiares del dentista, sino por la importancia de

permanecer cerca de la autoridad judicial, como se lo

solicitaron.

Las demandas de los familiares sumaban una cantidad

enorme. Incluían el pago de funerales, daños totales del

carro y el equipo portado en la cajuela, pago de pensión a

familiares menores de edad que se calificaban como

dependientes del doctor, así como pago de deudas

contraídas por el mismo doctor, señalando que contaban

con los pagarés y evidencias necesarias. Vencido por su

desesperación frente a esta demanda, regresó

con el

abogado.

.- No le dé importancia. Págueles algo, a cuenta de los

funerales. Evitaremos lo peor, que usted sea detenido. La

investigación oficial está en proceso. Usted se ha hecho 

responsable y eso fue lo mejor. Vaya a Tepango,

pero estará

a disposición de la autoridad. 

Camino de vuelta a las oficinas del ministerio, se encontró 

nuevamente con los familiares de Onofre Anzures.

.-

Mañana los buscaré,

ahora debo ir con el licenciado en la

oficina del ministerio público.

-

les explicó Marco.

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Al parecer, los aires del atardecer cambiaban ligeramente

el entorno.

.-

Mire señor, queremos ir por partes para no perjudicarlo.

Usted nos pagará los gastos del funeral mañana mismo. Ya

veremos lo demás.- Un joven del grupo de familiares se le

acercó

.-

Sabemos donde encontrarlo a usted, así que no

habrá problemas. 

Después de terminar con los presuntos familiares del

fallecido doctor Anzures, Marco notó que el periodista

Hernán

  de su grupo de amigos del

dominó venía a su

encuentro.

- Te ando buscando. Dime en qué  te puedo ayudar. –  el

periodista lo abrazó  con una mano. –  Hay que hacer algo.

Balancear las cosas y que no todo se cargue en tu contra.

.- Te lo agradezco, de verdad. He sentido mucha presión

aquí en el hospital, y en el ministerio público. Un ambiente

muy cargado. Hace apenas unas horas me sentía el tipo más

afortunado, y ¡mira ahora cómo dio vuelta todo Desconozco 

todo en estos embrollos.

.- Mira, no es el fin del mundo. Cuenta conmigo.

  El

periodista insistió.- Háblame a diario, mantenme

informado. Por lo pronto, aléjate de aquí todo el tiempo

que puedas. En este ambiente, las situaciones de violencia

intimidan a cualquiera. No des información más que a tú 

abogado.

.- Pensaba justo en ello. ¡Es muy duro este ambiente, te

aplasta, a cada momento, me siento asustado En cualquier

rato ordenan mi detención. Todos piden mi cabeza y la de mi

hijo.

 

sentía sus pies hundidos en la boca del infierno.

.- Te comprendo. Tranquil

í

zate. Desconoces esto, no lo

puedes controlar. - el periodista notó el gesto de Marco

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que lo quería interrumpir.- No pierdas la perspectiva.

Estás en manos de tu abogado. Estás en un dilema, pero no

tan grande, porque será el abogad

o quien busque la

solución, no tú.- el tono pausado logró cimbrar las

barreras psicológicas del mecánico. 

.- Me ayudas mucho. Espero

un cambio favorable en este lío

.

Pero quiero respirar algo diferente, lograr más confianza.

.- No, no te confíes, pregunta, consulta todas tus dudas.

Pero hay algo bueno que te quiero decir. Otros

acontecimientos de importancia han ocurrido hoy mismo,

van a ocupar el interés de todos los medios. Eso te

beneficiará gracias al poder de los escándalos. La atención

pública se distrae, cambia de rumbo. Tu caso perderá

importancia desde hoy. Tienes suerte.

No pasaba por alto el periodista el hecho de que en

situaciones como la que atravesaba Marco, cada historia

ofrece al menos dos versiones siempre asimétricas, la del

acusado y la del fiscal en este caso. Frente a la

comparecencia con el ministerio público, Marco se repetía

sin cesar la conveniencia de callar, omitir datos o

minimizarlos ante el temor de que la evaluación de

circunstancias agravara su penalización. En el otro

extremo, el experto judicial tiende a presumir lo peor de

las culpas para responder a las demandas sociales de

castigar a los delincuentes.

La defensa pondría el acento en cuanto al estado

resbaladizo de la carretera a la altura del accidente y

también  a la necesidad del conductor de volantear para

evitar el choque con un vehiculo que venía en sentido

opuesto. ¡N

ada mejor aun sin evidencias y a buscar

más

argumentos

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Las partes en conflicto actúan y piensan en planos opuestos 

en términos de la información de su propia conveniencia e

intereses. El periodista le

tendió la mano amistosamente al

despedirse ese día fatal. Marco miraba el reloj de pulsera.

Ya debía regresar a su casa. 

De regreso a Tepango, Marco se detuvo en el sitio del

accidente. Exploró el sitio por una hora, tratando de

imaginar algunos detalles sobre la colisión del carro

contra las rocas y árboles. Ya anochecía. Su mujer no

dejaba de llamar por el celular. No se veía un solo rastro

del accidente. El carro accidentado, el Ford, ya había

sido

retirado. La gente cercana al lugar no le supo, ni le quiso

decir nada, salvo que por la lluvia y la noche, no creían que

nadie hubiera visto un solo detalle. Caminó cerca del sitio

por sí encontraba huellas de su hijo. Nada.

Nadie había dicho nada referente al seguro del carro. Muy

probable existía  un seguro del carro. La actitud de los

presuntos familiares complicaba el caso. Embestían contra

Marco como vulgares extorsionadores. ¡Podían ser capaces

de más amenazas, dada su belicosidad

  Pero la exigencia de

pagos parciales le concedía ventaja de tiempo.

En el resto del viaje a su casa, lo asaltó por un instante un

pensamiento terrible. ¿

Hasta donde estaba en riesgo su

estabilidad económica debido a esta eventualidad y volver

al colapso? Fue algo mezquino, estaba consciente, pero un

riesgo así echaría por la borda muchos años de trabajo,

ahorros y esperanzas.

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CAPÍTÚ

LO VI Incendio del taller.

Cada día, cada hora, acarreaba una oleada de ansiedad, un

momento crucial en la vida de Marco. La probabilidad de un

veredicto en su contra no podía descartarse, pero dominado

por el estrés perdía el sentido del conjunto. No sabía qué

hacer. Su preocupación inmediata e intensa seguía enfocada

al pago exigido.

Sumando el saldo de la cuenta del banco, más

los fondos

para pago de deudas a proveedores y parte para la nómina,

reunió una cantidad que cubriría los gastos del funeral, de

la fianza y algo más para los gastos de abogados. Se dio a la

tarea de reunir más recursos, apelando a préstamos

personales con amigos.

El abogado se centraba en minimizar una penalización que

implicara la detención de Marco, o bien en ese escenario,

contar con la posibilidad de quedar libre bajo fianza. Todo

indicaba que la averiguación se orientaba hacia la falla de

los frenos, como causa del siniestro.

Había que  mantener un trato conciliador y negociar con los

familiares, para evitar riesgos graves.

¡No abrían sus

cartas ¿Cuánto sabían a detalle del accidente? 

No había duda. Antes de emprender el viaje trágico, el

dentista había informado a algún familiar, de lo que estaba

ocurriendo en el taller. Solamente Marco podía, identificar

algunos datos respecto a tres actores involucrados, el

mismo, Daniel

y Ricardo. ¡Nadie más Aspectos diferentes y

circunstanciales. Las aclaraciones y averiguaciones

judiciales requerían mucho trabajo y diligencia por los

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“Cien hijos de Elena” 

49

enredos mismos de los datos contradictorios, confusos. En

estas situaciones, el presunto culpable cuenta con la

ventaja inicial de estar más enterado, mejor informado que

los investigadores y los forenses. Una relación asimétrica 

de información conveniente al culposo, lo cual se convierte

en arma de dos filos.

Los familiares astutamente no proporcionaban más 

información de la conveniente. Nadie los podía acusar de

acoso, extorsión o delito alguno. A cambio ofrecían su

silencio de alguna información agravante para el mecánico

.

¿Cuánto sabían? Ahí descansaba su ventaja. Su punto débil

consistía en mostrar su urgencia por el dinero, sin

máscaras como extorsionadores y sin soportes legales de

su presunta demanda. ¡Creían ganado su pleito a base de

intimidarlo

Pero algo les preocupaba. Estaban frente a frente como

jugadores de poker. Los puntos débiles de Marco, además de

la culpabilidad e impaciencia, consistían en la falta de

dinero y en cierto menosprecio por los rivales por suponer

que se conforma

rían con cualquier monto o la aceptación de

pagos graduales. Ni al menos daban sus nombres.

Un joven de chaqueta negra, por el luto, encabezaba el

grupo que exig

ía el dinero como compensación de

l

os daños.

Ninguno hablaba sobre la esposa que se salvó del percance. 

.- Les entrego en este momento todo el dinero que tengo a

la mano. Les propongo que lo reciban como pago parcial de

la cantidad que acordemos.- les dijo Marco.

.- ¡No sea idiota, esto es risible - Enardecido el familiar

se negaba a aceptar el monto.-

No me joda señor.

No tiene

palabra, no se arriesgue.

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50

.- Veamos con calma. No me niego a cubrir los pagos.

Recuerden que asumí las responsabilidades, no me escondo

de nadie. Recuerden que esto

nos tomó por

sorpresa. Es todo

el dinero que tengo de momento. Estoy gestionando

préstamos personales. Cumpliré los pagos con ustedes. Lo

podemos arreglar.

El joven de la chaqueta recibió el dinero mostrando

ademanes de inconformidad. La avidez en su gesto nada

bueno presagiaba. Marco le pidió firma, nombre y teléfono.

¿No tenía hijos el

dentista

? ¿Qué parentesco o relación

tenían el joven y los otros deudos con el

dentista?

Convenía averiguar sobre este punto, pero el mecánico

estaba solo.

.- Mañana esperamos sin falta una cantidad mucho mayor

que esta. Ni un solo día más. ¡Pero si prefiere, haremos que

lo encarcelen Hasta ahora lo hemos ayudado, callando lo

que sabemos. No abuse de nuestra paciencia.-

¡Un chantaje Se retiraron claramente molestos. Ya nada

importaba si eran o no familiares de Anzures.

Entonces sonó el teléfono en el taller. Era la mamá de

Ricardo.

.- Quiero expresarle mi más sincera preocupación sobre su

hijo, Daniel. En todo lo que podamos ayudar. Ricardo ha

mejorado. Nos contestó algunas preguntas con señas. Ahora

sabemos que Daniel

no iba a bordo con él, cuando ocurrió el

accidente. - la madre de Ricardo le quitó un gran peso de

sus hombros.

.- Le agradezco mucho, señora. No sabe cuánto. Y espero su

hijo siga mejorando.

.-

No se preocupe. Lo mantendré al tanto. Avísele a su

esposa.

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“Cien hijos de Elena” 

51

La esposa de Marco estaba conmovida cuando Marco la puso

al tanto de la recuperación de Ricardo,  lloraba de la

emoción por

  aligerarse un fardo de encima. Ella

frecuentaba más a Ricardo, como amigo de Daniel.

Mas tarde, ya de noche, recibió otro mensaje supuestamente

de parte de Elena Carasao.

¡No había modo de garantizar

su

verdadera procedencia Una persona desconocida se

comunicó por celular. Y volvió a ignorar esta información

por lo extraño de su origen. El mensaje breve le decía que

su hijo Daniel

estaba bien y que pronto sabría más de todo

lo ocurrido. Pero algo

contribuyó a aliviar su angustia.

¡Cómo deseaba creer esta versión Pero ¿cómo podía Elena

estar enterada de Daniel?

En realidad, ¿Quién era el informante? Le reconfortó la

noticia y aun más a su mujer.

En los días siguientes, dos hechos fueron de enorme

significado. Los jóvenes presuntamente familiares del

dentista Onofre Anzures reiteraron sus visitas a Marco

varias veces, mañana, tarde y noche. La cantidad que les

ofreció entregar les pareció tan reducida que la

rechazaron de manera soez. Entonces, le exigieron la firma

de pagarés, a lo que él se negó. Estaba poniendo en venta

propiedades para solventar los pagos. Les propuso aceptar

los bienes mismos, que eran su casa y un automóvil.

Rechazaron esta opción. En su versión,

necesitaban dinero

con prontitud y no tenían tiempo para venderlos. Se

retiraron visiblemente molestos, insinuando que se

atuviera a las consecuencias.

Esa noche,

pocos días después d

el siniestro, Marco cerraba

el local del taller.

Era sábado.

 

Sólo estaba el perro a su

lado. De repente todo quedó a oscuras, dos tipos altos,

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52

encapuchados, lanzaron botellas con mecha incendiando

pronto todo el taller. Se movieron rápido y con precisión 

en sus blancos. Así lo observó

  Marco. Uno de ellos

disparaba con un calibre 22 contra los muros y el techo del

edificio.

Al final del ataque, hicieron algunos disparos contra

carros en reparación, dañando seriamente a dos de ellos.

Los encapuchados vieron a Marco. No era su intención dañar

a nadie. Se fugaron con plena calma, al amparo de la

oscuridad nocturna

y las calles solitarias. Marco quedó

petrificado.

Después de una columna de fuego, el humo se

dispersaba por el taller. El susto le duraría para siempre. 

El perro se fugó hacia la calle ladrando.

El ruido de la sirena de los bomberos apenas atrajo su

atención.

El abogado ya preparaba alegatos sobre esta amenaza que

podía volcar las cartas en su favor. Aun cuando no contaran

con evidencias para inculpar a los familiares del dentista,

salvo por las fotos tomadas de los disparos y los daños

sobre los carros y el inmueble.

El abogado usó estos actos para disolver las culpabilidades

en contra del mecánico  e introducir más dudas y

confusiones en torno al accidente

. Utilizó los recibos

firmados por los jóvenes en contraparte del dinero pagado.

Así buscaba obligarlos a identifica

rse y dar sustentos

legales para sus peticiones de dinero como

indemnizaciones. El abogado requería de más fotografías

con sentido efectista. Los impactos en el edificio y los

carros como pruebas circunstanciales de allanamiento,

incendio del local, asalto a mano armada con brutalidad,

amenazas de muerte y daños a terceros. 

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“Cien hijos de Elena” 

53

Las consecuencias legales del accidente no resultaron tan

extremas para Marco. Fue detenido por unos pocos días.

Salió bajo fianza

. Exhibi

ó

  los riesgos

que había corrido

Marco en la balacera y el incendio con fines perversos.

¿Quién lo quería muerto antes de la sentencia? El auxilio

de la prensa jugó un papel decisivo así como

 la astucia del

periodista.

Los familiares o protegidos del dentista desaparecieron,

jamás volvieron a dejarse ver. Habían cometido un grave 

error, llevados por su ceguera y codicia.

El taller quedó cerrado por varios días. Marco perdió su

casa, un carro, además quedó abrumado de deudas con

amigos y cajas de ahorro. Marco estaba arruinado otra vez,

como los días en que salió de la ciudad de México, en un

país propenso o adicto al tobogán de bancarrotas

continuas. El origen de su situación actual ahora derivaba

de errores propios de juicio, de falta de prevención, en

cuanto al accidente. O por expresarlo de otra manera, por

su dificultad de decir NO frente a una situación 

visiblemente arriesgada para él y par

a Daniel, su hijo.

Pero creía contar con algo de suerte, pues al no

registrarse la propiedad del taller a su nombre, no tuvo

que ofrecerlo en hipoteca para los préstamos

.

Volvió

con su

mujer a los espacios del taller para albergue. Tal como los

días en que empezó su nueva vida en Tepango.

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54

CAPÍ

TULO VII Otras consecuencias.

La salud de Clarisa se agravó unas semanas después  del

incendio del taller. La ausencia y temores sobre la suerte

de su hijo sobrepusieron una carga emocional enorme sobre

sus hombros. Sus enfermedades exacerbaron su baja

resistencia debido a diversos padecimientos, como explicó

el médico.

El deterioro de su salud realmente se acumulaba

por años. No pasaba un día sin soportar una afligida agonía

por las complicaciones. Clarisa empeoraba cada día, sondas,

camillas, inmovilidad. No había escape. Se hizo todo cuanto

estaba al alcance. Al cabo de unas semanas, Clarisa

fallecía, convirtiéndose en una víctima indirecta del

percance automovilístico. Al sepelio solamente asistieron

amigos cercanos de Marco y sus trabajadores.

Ricardo se acercó acompañado de su novia, Diana, más joven

que él, piel morena clara como el color de las tierras del

norte, guapa, alta, frente amplia, ojos oscuros, enormes. Al

término de la ceremonia, quedaron a solas con Marco en el

cementerio. Ricardo asistió  a duras penas, debido a la

secuela del accidente. S

eguía bajo atención médica bajo

riesgo de una parálisis parcial atenuada por la fisioterapia

y los medicamentos. No podía caminar sin encorvarse

con

expresiones de dolor en el rostro. Los demás asistentes se

alejaban.

.- Gracias por venir Ricardo.- Marco tenía el rostro

demacrado, los ojos marchitos por el exceso de desveladas.

.-

No sé cómo empezar, señor. Le han llovido encima muchas

calamidades.- Ricardo dijo lacónicamente. 

“Ci hij d El ”

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“Cien hijos de Elena” 

55

.- Ya pasarán, ya vendrá algo mejor. – puso su mano sobre el

hombro de Ricardo.

.-

Depende mucho de usted, señor Marco. Soy amiga de

Daniel.- la voz de Diana sonó retadora, casi con dureza. Lo

sorprendió. 

.-

¿De mí? ¿A qué te

refieres

? ¡Depende todo de mí

.- Retirémonos de la sepultura un poco, señor Marco.-

intervino Ricardo.

Caminaron unos metros, respiraban el fresco del soto y los

pastos del cementerio. Se detuvieron a la sombra de una

jacaranda.

.- Usted sabe bien porque. ¿No ha pensado en que todo fue

una represalia del señor Anaya? De ese rufián. Las

condiciones que rodearon esa tragedia no fueron un

accidente carretero. –  la joven estaba excitada. Le

brillaban los ojos.- Queremos ayudar, ¿No va a hacer nada

contra ese maldito asesino?

.- Sabemos más cosas ahora. – Ricardo trató de llevar el

tema con serenidad.- Recuerde que el dentista llegó muy

tarde a su taller. Me lo platicó

Daniel por celular. Lo

presionó mucho para que arreglara su carro. ¿Cuántas cosas 

no le parecieron extrañas  a usted? Haga memoria. Todo

extraño, ¡pedirle su apoyo para el transporte a Santiago, a

esa hora de la noche, con la lluvia No parece normal.

.-

Además el

dentista fue al taller con usted de parte de

ellos.- Diana prosiguió. 

.- ¿Ellos? ¿Quiénes son ellos? ¿El dentista y su familia? – 

la irritación de Marco por las acusaciones implicadas

comenzaba a estallar.

“Ci hij d El ”

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“Cien hijos de Elena” 

56

.- La familia Anaya. El dentista no cuenta aquí. Fue otra

víctima. – Precisó la joven.- ¡Quisieron matarlo a usted

Ahora mire

quién

es lo pagaron.

.- ¿Tú  cómo lo sabes? –  la tensión de Marco arriesgaba 

llegar hasta la discordia.

.- Preguntando. No sabe usted todo lo que yo estimo a

Daniel. Nadie como Ricardo y yo compartimos su desgracia.

Ese tipo mata por mero gusto. Todo apunta hacia Farnas.

.- Todavía no entiendo. – Marco exigía que se explicaran

con la sola entonación de su voz.

 

.-

¿Nunca ha sospechado de que la familia Anaya metió las

manos en el siniestro? –  la furia de la joven sacudía su

lacia cabellera color castaño claro, que bajo los reflejos

de la luz solar trazaban líneas de suave curvatura, como si

corrieran en paralelo a la de su bronceado cuerpo.

.- Ricardo retomó la palabra para suavizar el hilo del

encuentro.- No queremos que usted se convierta en

cómplice como lo es la señora Elena. 

.- Pero ¿de qué hablan? ¿Cómplice de qué o de quiénes? – 

Marco ya estaba furioso.

.- Todo el pueblo sabe que Farnas es un pinche asesino, un

mafioso. Lo único que importa es resolver lo que sabemos.

¡La su

erte de Daniel

la decidió

 este mal nacido - Diana no

pudo contener su rabia.- No habrá justicia si usted sigue

indiferente.

¡Se trata de su hijo

Ni siquiera podemos

reportar el secuestro.

.- No, no creo. ¿Qué pruebas tenemos para acusarlos? ¿A la

señora Elena o a su esposo? Solo conozco a ella. Dudo que

esté involucrada.

 

El caso está cerrado. Pensé en todo

cuando estuve

en la cárcel.

“Ci hij d El ”

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“Cien hijos de Elena” 

57

.- No, claro que no. – La ironía en boca de Diana no escapó a

Marco.- ¡Fue a usted a quien el dentista le pidió que lo

llevara a Santiago, no a Daniel No le dice nada eso. El

dentista fue con usted de parte de Elena Carasao. ¿No le

dice nada, o no quiere darse cuenta de tantas

coincidencias? ¡

Daniel, su hijo, sigue desaparecido Y usted

se ha cruzado de brazos. No ha hecho nada por él. ¡Yo en sus

zapatos, ni pensaría  en matar a ese maldito - la

vehemencia de la joven acusaba los bríos de los domadores

de potros y vaquillas, en sus tierras natales de Texas.

Ricardo hizo señas a Diana de que callara.

 

.- ¡Están acusando sin base alguna El juicio está cerrado.-

Perdida la paciencia, estaba a punto de salir corriendo del

lugar. Imposible, darles una bofetada.

.- Los legalismos no vienen al caso. Pero ella no es una

santa. ¡Todos sabemos quiénes son ella y su marido ¿Cree

usted que ella ignora la perversidad de su marido? ¡Es un

desgraciado animal Y usted ha dejado a su suerte a Daniel.

- la mirada fija de Diana lo retaba. –  Es hora que usted

reaccione.

.- ¡Nadie me había insultado como tú ¿Creen que yo…? – la

boca de Marco se abrió lo más que pudo. Pero algo había de

cierto. Sus manos agitadas volaban por todos lados,

expresando su indignación. En sus adentros, sabía que los

dardos de Diana daban en el blanco. Estaban muy cerca del

sepulcro de Clarisa. Su muerte fue consecuencia del

siniestro.

.- Vienen mis padres hacia acá. Si le interesa que le

apoyemos, cuente con nosotros, no esté solo. Pero en

cualquier caso, seguiremos buscando a Daniel.

 Ricardo y

su novia se alejaron, dejando solo y sorprendido a Marco. – 

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Cien hijos de Elena  

58

Queremos saber si contamos con usted. Y en todo caso,

procederemos contra la familia Anaya.

Se

había

  sentido seguro de que el accidente y sus

consecuencias estaban ultimados, una vez que pagó con la

muerte del dentista y su sobrina, con las pérdidas

económicas en su bolsillo,

con

los días de cárcel

,

además

 el

asalto al taller más la muerte de Clarisa, su mujer, nadie le

podía reprochar nada. ¿Qué otra desgracia le esperaba en

estos los días más aciagos de toda su vida? Por supuesto,

seguía desaparecido

Daniel, su hijo.

Abrumado cada día

,

debía dedicar

 su tiempo desde ese instante a descubrir la

desaparión repentina de su hijo, deseando un giro en el

rostro del azar.

Descartó cualquier culpa  sobre Elena Carasao, pero no

dudaba de la calaña de Farniaques Anaya.

Su relación íntima con Elena Carasao sonaba como el mayor

escándalo en Tepango, alcanzando la dimensión del  gran

secreto a voces. No conocía, ni aceptaba la montaña de

fábulas sobre Farnas, Creía que esa ola de acusaciones y

denuestos eran producto en cierta medida de

resentimientos por su dinero y poder. Pero ¿Elena? Quizás 

se negaba como muchos enamorados a engañarse para

desvanecer cualquier sombra que oscurezca la imagen de la

mujer amada. El estigma que pesaba sobre su relación  de

adulterio

con Elena, ahora él viudo,

lo imaginaba como un

estigma sin fundamento, dada la situación de Elena. En ese

hilo tan cándido de ideas, se decía que ese adulterio era

incorrupto, obligado. Pero adulterio al fin y al cabo frente

al tribunal

absoluto, inapelable en toda la lìnea de los

tiempos, como emanado de una voluntad divina,

omnipotente, de la atmósfera social.

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Cien hijos de Elena  

59

AÑOS ANTES

 

CAPÍ

TULO VIII La casona.

Mientras recorría esa mañana el área moderna de Tepango,

d

onde nació, Marco se apuró

 para proseguir con su agenda

de actividades. Nuevos y grandes edificios, a su paso por el

centro de la ciudad, asomaban en las zonas comerciales,

residenciales y anchas avenidas, cambiando el paisaje

grabado en su memoria.

Cerca de sus cincuenta años de edad, Marco reflexionaba

sobre el pasado de su carrera laboral y alternativas

actuales de empleo. Su capital actual se fincaba en su

amplia experiencia al servicio de diversas empresas del

ramo automotriz. En algunos de los talleres mecánicos,

dedicó varios años, aun siendo joven, al mantenimiento de

unidades de transporte

dedicadas a la distribución de

productos dentro de la ciudad de México.

Estas páginas de su currículum se interrumpieron, porque

las empresas sucumbían a los vaivenes del ciclo fatal de

auges y recesiones. Primero, le dictaban una sentencia de

descanso por un mes o más, segundo, aceptar un sueldo

menor, haciendo lo mismo. Fatalmente, como el crudo

invierno, llegaba el comunicado del despido. Esos tiempos

parecen accidentales, luego con el peso de los problemas y

deudas, l

os días grises

se hacen eternos hasta quedar

grabados en el calendario inverso de las frustraciones más

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Cien hijos de Elena  

60

humillantes. Pero el tiempo pasado no se convierte siempre

en humo como los cadáveres.

Marco

hizo así su peregrinaje

en distintas ciudades, esa

odisea abrió sus perspectivas en ambientes muy diversos.

Recorrió los mismos caminos frotados por zapatos

desgastados de miles y miles de trabajadores en busca de

empleos, de alimento. En las tierras del norte, en Texas,

intentó buscar otra cara de la fortuna. El panorama de los

valles fértiles, de los pozos petroleros, al lado de las

carreteras,

seducía, inspiraba cualquier optimismo

, sino la

euforia misma. ¡Dinamismo, vivacidad en las calles,

repletas de la explosión juvenil entremezclando rostros

tan diversos en etnias, en las tardes domingueras

Le fue imposible encontrar allá algo atractivo, un trabajo

gratificante. Las ofertas a su alcance para nada se

acercaban a sus objetivos más modestos, para los de un

extraño entre extraños. Entró en contacto con varios

paisanos, muchos de ellos indocumentados. Decenas de

historias de desesperanza, de anhelos de creer lo increíble

sobre la legendaria hospitalidad del pasado,

más allá de la

frontera norte de Sonora o Chihuahua. Pero al paso de los

años los obstáculos se multiplican.

La zona menos

elástica

 del

muro

de esponja”

se agiganta.

Lo mismo repele los más osados, abriendo sus poros

virtuosamente sus puertas y trincheras

según la

conveniencia del momento. Por más que los salarios le

ofrecieran un nivel superior a la mera sobrevivencia, no

sería más que un gusano, dueño jamás ni de su sombra, de

su destino para hacer algo de qu

é

  sentir orgullo. Era la

nueva realidad migra

toria, la del “muro de esponja”,

elástico, segregatorio. 

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62

La casona de Elena Carasao y su marido, Farniaques Anaya,

la construyó un arquitecto al gusto de Elena, pero con

desacuerdos a veces ásperos

  de Farna que al tiempo, la

llegó a mirar como el símbolo de sus aspiraciones sociales

y status de prestigio, así como un buen cepillo desmancha

la mugre de una bestia inmunda.

Elena se ocupaba en algunos negocios e inversiones desde

su soltería, principalmente en empresas inmobiliarias.

Farnas y Elena coincidían en algunos puntos. Pese a

cualquier diferencia entre ellos, se

mantenían

  unidos

frente a enemigos visibles o emboscados, que no eran pocos.

Destruir a un tipo poderoso y con fortuna es doble

atractivo para muchos que ambicionan ocupar posiciones y

vacantes por años anheladas, igual que Farnas lo hizo en su

momento. Cuanto más tiempo se perpetuaba Farniaques en

su pequeño imperio, más la fortuna acumulada, más rivales

cosechaba.

Ya esperaban a Marco. La secretaria de la señora Elena

Carasao le entregó  el contrato. Marco firmó sin reparos.

¡Algunos sueñan con fantasías de volar o toparse en una

calle con el cofre de joyas  Marco soñaba con todo su

empeño  por su taller de mecánica, pese a la rudeza del

oficio, por

escudriñar y resolver problemas de máquinas

descompuestas. Todo marcha sobre ruedas.

.-

¿Quiere pasar por aquí? –

 

la secretaria abrió la puerta

del despacho de Elena Carasao, dejándolo solo.- Ahora lo

atienden.

Destacaban dentro del estudio un enorme escritorio de

caoba, sillones de piel, algunos cuadros y objetos de adorno

en porcelana o piel con

diseños o estampados con

 

guirnaldas de laurel, de la llave de la vida y de entrelazos y

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volutas o de olas, entre otros, luchaban contra una vaga

sensación de monotonía. Pregonaban por el reconocimiento

de riqueza,

más que el juego de armonías y contras

tes, en

rendición a los caprichos que pueden regalarse los

negocios boyantes. Encima de su escritorio, destacan dos

estuatillas, una de Elena de Troya, símbolo de la belleza, y

otra de Atenea, símbolo de la sabiduría.

La provincia se transformaba. Múltiples fortunas

florecían a partir del auge de los precios del petróleo, en

la época en que Elena y Farniaques cambiaron su residencia

de la gran ciudad y se instalaron en Tepango. Se aunaron

otros factores en la fase de expansión, mediante

interesantes impulsos de inversiones en centros

comerciales, infraestructura, y otros rubros como la

industria manufacturera en el ensamble de partes de autos,

televisores y sus partes iban de una a otra mano con la

transformación de la provincia. Además de moderar

demandas de los grupos sociales que reclamaban su cuota

tiempo atrás, se sumó a la necesidad de estabilizar algunas

fuentes de inquietud que incrementaban las fuerzas y

alcances de las crisis por la frágil envoltura económica del

país. En resumen, cristalizó  un intento de repartir la

cueva del tesoro con sus lodos, hedores y tóxicos de aguas

estancadas, durante tiempos suficientes para la memoria de

una generación.

 

La casona era el núcleo del pequeño imperio de Farnas. El

matrimonio de Elena lo tenía todo, en una palabra nada le

faltaba, sólo hijos comunes.

Farnas Anaya se

había

refugiado bajo el manto de la casta

apoderada del mismo tiempo y de la brújula del rumbo

que,

por siglos se mantenía a flote a bordo de sus carros

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Cien hijos de Elena  

64

triunfales. No era el suyo un papel envidiable con su olor

hediondo de malhechor, pese a sus negocios limpios. Su

olfato de pirata le facilitaba integrarse a las olas que

empujaban las velas de sus naves.

De mediana estatura, de hombros anchos, de ojos saltones,

mandíbula prominente,

Farna

s mantenía una

actitud

agresiva, cínica, como hábito forjado por años para hacerse

temer, odiar o al menos ahuyentar posibles adversarios. Un

depredador agresivo, entrenado para el combate selvático,

en diferentes medios desde la intriga, el ataque o la

calumnia.

También sumiso y cortesano con sus superiores.

Farniaques como miles de Farniaques debían jugar su papel

de peones en el tablero, protegiendo jerarquías superiores.

Por su adicción continua a la bebida y cervezas, Farnas

padecía  algunas enfermedades que lo tiran a veces en la

cama. Estas dolencias a veces cuestionadas por repentinas

recuperaciones, pero apuntaldas por el placer de traerle

gratos recuerdos, adormeciendo ideas negras, o también le

complacen con sueños fantasiosos.

¿Qué sucedía en

 esa trama con la vida personal y relaciones

con una mujer tan bella como Elena? Los cuchicheos de la

gente fomentan leyendas sobre jardineros o sirvientes que

por las noches merodean por las ventanas de la alcoba de la

guapa mujer echada al olvido por su marido, el Farnas. Los

pretendientes dispuestos a correr una aventura de

“Casanovas” con Elena se alejaban frente a la amenazante

presencia de los guardaespaldas.

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C e jos de e a

65

CAPÍTULO IX La entrevista

.

La secretaria volvió  dando paso a Elena, su jefa, quien

extendió la mano para saludar a Marco. Ocupó el sillón del

enorme escritorio de caoba.

.- Me da mucho gusto señor Marco que usted se quede con el

local. Siéntese por favor.- La invitación mostraba el

propósito conocer al

nuevo arrendatario, desconocido. Sin

embargo, a

mbos se miraban con la simpatía de los viejos

amigos.

Elena Carasao lucía con garbo, muy atractiva, espigada,

vestida con un conjunto combinado en color guinda y negro

que remarcaba su tez bronceada. Rondaba sobre los cuarenta

años de edad, nada grato para ella confesarlo. Al igual que

todas las mujeres, sus facultades superiores de olfato e

intuiciones sobre el compás  y profundidad de nuestras

costumbres, rituales y prejuicios.

El tono de la voz melódica y cristali

na conjugaba con su

hábito de ocupar el centro de atención.  Su acicalamiento

acentuaba su femineidad, su aire de elegancia sensual.

Parecía mucho más joven que Marco. Portaba algunas joyas,

como el reloj de marca, aretes de oro y un collar de una

sola piedra.

Elena Carasao dejó el sillón del escritorio y se ubicó

frente a Marco en un sillón de piel color claro. 

.- No sabe cuànto gusto me da. Me alegra mucho de verdad

que lo apruebe a mi favor. - Marco daba por asegurado el

arrendamiento. El espacio techado del taller cubr

ía lo

necesario para diez carros y el equipo de trabajo.-

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Agradezco que me haya esperado y lo cuidaré como si fuera

mío. 

.- Se lo encargo como si fuera suyo. No me decepcione.

Cumpla con lo que a usted le corresponde, como yo haré con

mi parte.- El tono sugestivo delataba signos amistosos.

.-

Téngame confianza, me la ganaré. Ne

cesito el local por

varios años, si a usted le parece…. 

.- Nos conviene a los dos que sea por un buen tiempo.- La

señora Elena poseía el don de una sonrisa amable,

espontánea.

- Estoy para servirle en lo que pueda y ahora

debo irme a una cita con amigas de la niñez. Usted sabe, son

afectos especiales.

.- Ya veo. Decían nuestros abuelos que las aves vuelven a

sus nidos. ¡Aquellos tiempos… - Marco apenas se daba

cuenta de sus propias divagaciones.

Elena sonreía complacida de la candidez de Marco. O tal vez

el tipo no lograba apartar la mirada sobre su nueva

arrendadora, cautivado de pies a cabeza. No le molestaba a

ella, lo que en otra situación  no hubiera consentido.

Comenzaba a sim

patizarle aquel mecánico. Vislumbraba algo

nuevo, ¿por qué el mecánico le inspiraba de repente

sensaciones tan gratas?

Una joven del servicio doméstico trajo agua, café, té y

galletas. Elena, atenta a las miradas inquietas del

mecánico, se cruzó de piernas. Parecía inhalar con delicia

el aroma del café.

En ese momento de la charla, entró al estudio un tipo de

unos cuarenta años, estatura elevada, complexión robusta,

aires de pedantería y vestido co

n un blazer azul marino,

camisa blanca con anillos en rayas verdes, alineados con

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sus calcetas. Se presentó por sí solo ante Marco, con

sonrisa de boy scout.

.- Jeykol

… gusto de conocerlo. ¡Estoy para servirle –

 Los

ademanes de ambos no ocultaban cierto recelo mutuo. Elena

ignoró la entrada del tipo algo caucásico.

Se trataba de un empleado de confianza de la casona al

servicio de Farniaques, marido de Elena. ¿Cómo vino a

integrarse a la entrevista con el mecánico? No había sino

una explicación, la espiaba una vez más por cuenta de un

marido longevo y receloso.

.-

¿Por donde anda usted? Ya me han dicho de sus ideas

, a

veces absurdas. Todos tenemos algo de niños…- Elena

empezó a sonreír con estudiada coquetería. Una más de las

las virtudes de la reina de la hermosura de Tepango y de

todo el mundo, a juicio del mecánico.

.- Tiene razón. Comprendo su atención conmigo al

confiarme y esperar para alquilar su local. –  delataba

cierto nerviosismo al farfullar las palabras.

.- Sé bien que usted no me fallará señor Marco.

Puntualidad, mucha puntualidad en los pagos y en los

cuidados del local tal como se lo entrego. Somos gente

honorable, usted y yo. –  La dama de guinda lo miraba

fijamente, pues los ríos subterráneos al recorrer su escala

emocional estaban fluctuando una y otra vez de dirección.

.-Delo por hecho.

- Nos llevaremos bien, pero cumpliendo los acuerdos.

Aprendí mucho de un gran amigo que ocupó por años cargos

importantes como director de algunas empresas, y

funcionario de alto nivel. El me inculcó disciplina y la

puntualidad.

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.- Usted comprobará mi puntualidad.- el mecánico no

quería pecar de timidez o de omisión.- Ni lo dude.

.-

Quiero decirle que su trabajo me parece algo… no es

como él de los abogados o los médicos. ¡Me refiero a los

retos, las pasiones, con que se enfrentan al tratar casos

tan apasionantes Espero explicarme bien. Usted trabaja

con máquinas y eso en lo personal, no parece muy divertido.

.- Tiene razón. No soy ningún héroe. Cuando mi trabajo sale

bien, nadie lo aprecia. Y si algo sale mal, me hacen pedazos.

Pero ¿quién no envidia

los

diseños, las comodidades

 de los

carros viejos o modernos? Pero,

¡soy muy aburrido, pues

sólo armo unas piezas de allá o desarmo otras para echar a

andar carros viejos, descompuestos - Trató de poner a

probar sus sospechas, suponiendo que la señora intentaba

coquetear con Jeykol, o ¿con los dos? 

.- No, no lo tome a mal. Aprecio la velocidad de los aviones,

autos. ¿Qué haríamos sin ellos? ¿Sabe por qué creo que los

modelos de carros se renuevan constantemente? Porque

todos sentimos la urgencia de cambios. En cualquier cosa,

pero que haya cambios.

También soy algo infantil y

romántica. ¡Olvide usted lo que dije Volvamos a su negocio,

¿comenzará de inmediato? –La actitud afable de Elena

contribuyó a llevar el rumbo de la charla abierta a todos

los temas.- Dígame ¿Cómo es que le gusta tanto su oficio?

¿

N

unca ha pensado en otro quehacer? ¿Hay algo más

importante que los carros? ¿Por nada cambiaría de oficio?

¿Ha soñado con ser un gran conductor de carros deportivos

alguna vez?

.- No, ni lo he pensado. Pero mi trabajo es como un

santuario. Desde joven me ha gustado

y soñado…

.

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.- Entonces le importa no lo que necesita el carro, sino

usted…..- Elena interrumpió y le ganó una risa franca,

divertida que contagió a Marco.

- Me imagino que usted de

andar tanto entre las máquinas, no vaya a convertirse en

otra máquina. - Las mejillas de su rostro se encendieron y

su belleza cobró más realce.

-

Y ¡las máquinas no sueñan

¡Jeykol se distrajo e ignoraba el motivo de sus risas

.- Por supuesto. Sólo seguí su… parecer. Volviendo a su

pregunta. Reparar un carro es todo un arte, no un oficio

tedioso y mediocre

. ¡Darle vida de nuevo a algo que no

funcionaba ¿A quién no le gustaría volver a pintar un

cuadro o revivir el pasado?–  el tono pausado de Marco

insistía como un niño en el juego de la gallina ciega

esforzado por atinar al blanco.

.- Va demasiado lejos su idea, pero la respeto. Lo más

sencillo, lo importante lo tenemos siempre frente a

nosotros. Vamos, usemos la imaginación.- le animaba Elena

mostrando regocijo.- ¿Qué recuerda de su primer carro? A

mí me trae grandes recuerdos, fue como un juguete

insustituible.

Pero, inventos, tecnologías y

nuevos

medicamentos ¿no son al cabo y al fin como el cielo y el

mar, para todos? ¡Podría contar muchas historias – y exhaló

un suspiro.

Elena puso atención en que las miradas de Marco parecían

embriagarla de una suave sensación de euforia

, viniendo de

un mecánico tan simple, limitado a admirar las carrocerías

de los carros más elegantes y seductores. Así debió ser 

Marco, el paje del viejo césar. No era la primera vez que la

dueña de la hermosura más desafiante de Tepango

,

escuchaba que su nombre evocaba la figura de poder, de

seducción y también de libertad. Una mujer  troyana de

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imponernos el gobierno de lo urgente, de las prisas. El

carro, el celular, internet y de alguna manera las armas

forman un círculo de excelencia para el progreso o para el

crimen. Pero ¿toda la gente con estos aparatos en sus

manos, las quiere para el abuso, para delitos? La

abundancia de armas, de pizzas, de carros, resuelve sus

problemas con tianguis de cosas de segunda mano. Ropa,

carros, muebles. En fin bazares de todo. ¿A dónde puede

llegar todo eso? ¿A educación, medicinas, ropas, perfumes

de segunda mano,

y aún a formas

de gobierno de las cosas

en puestillos baratos de un bazar?

Elena no escuchaba al espía. Sus ideas volvían al hilo de la

charla. En el lenguaje del amor, basta una sola palabra, un

solo guiño, una entonación sutil, una mirada inequívoca,

para derribar las barreras más rocosas, como en los mares

choca el oleaje apasionado, hasta convertirse en la espuma

simbólica del fuego cristalizado.

.- Pero ¡si ya existe eso Casi me pierdo esta charla tan

variada, tan fecunda. No me la esperaba. No me convence que

por su accesibilidad, los carros y otros aparatos se

conviertan en algo perverso en manos de delincuentes. No

voy de acuerdo que todo está en manos de la fatalidad.

Entonces si todo, si l

a tecnología misma funciona en su

favor, habría más delincuentes, o ¿lo entendí mal?- la

señora ostenta

 una sonrisa franca con sus labios finamente

sensuales. La pasaba divertidamente, como gusta a las

diosas de la belleza. - Creo más en la voluntad de lo que

hacemos, que en las casualidades.

.-

Y bien, ¿cuál es esa diferencia? Usted dice que ya

existe.-

Marco interrumpió.

 

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72

.- Si todo eso ya es accesible, entonces, la diferencia está

en la actitud. Pero cómo explicar tanta gente que vive o

sueña

 con la sensa

ción de ser

 

dueños de

l mundo. Pero,

¡qué

modesto es usted Marco Estamos en plan de conocernos tan

rápido. Otro día terminamos este parloteo para que me diga

por qué le gusta

  tanto su

oficio de mecánico.

- Marco no

simuló el placer que ella le llamara por su nombre en un

franco coqueteo y abriera una clara oportunidad para verla

posteriormente.

.-

Creame señora Elena, m

e siento orgulloso de mi trabajo,

de mis

amistades, por modestas que sean, y ellos de mí. Bien

que lo sé. – Marco jugó demasiado esta carta desafiante en

apariencia, pues confrontaba el aire de importancia con que

Elena había mencionado a sus amistades distinguidas. Desde

luego, ella lo mira atentamente, mas no pareció molesta, ni

ofendida en absoluto. – Y sólo un punto más. Quiero ganar

toda su confianza, saber cualquier duda que tenga sobre mi

trabajo y mi pasado, saber dónde estoy y comprender a mis

amigos, como espero lo sea usted, señora Elena.

.-

¿A qué se refiere con su trabajo?

 

.- Algunos mecánicos arreglan carros, sabiendo que están

involucrados en delitos como transporte de drogas.

.-

No lo había pensado, Marco. Qué bueno que me dice, rento

algunos locales.

.- Y cuando guste, dese una vuelta por el taller.

.- Claro que si, Marco.- Elena con una sonrisa seguía el

hilo de la plática, al tiempo que tocaba el hombro del

mecánico con más coquetería.- lejos de sentirse molesta

por la pulla de Marco, muestra con

claridad su intención.

Un afecto adquirido impedía que la observación del

mecánico por atinada que fuese, pudiera en absoluto

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“Cien hijos de Elena” 

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fuerza de la verdad, en cuanto a lo que logra la persona

afortunada, como Marco por estar ahí en el momento

indicado.

.- No expresé bien algunas ideas. De hecho, estaba

pensando que nos conocimos de vista usted y yo, Marco, en

la escuela. Uno revalora las amistades con las personas de

los años de juventud. Nos traen recuerdos gratos. Otro día

acabaremos de platicar sobre sus ideas.- Elena seguía en

conversación exclusiva con Marco, zarandeaba con gracia su

cabello, al tiempo que sacudía su falda mostrando las

formas curvas de sus piernas.

Estaba desenterrando Elena polvos del pasado en Tepango,

su lugar de origen, buscando reconciliarse con sus

fantasmas y obsesiones justamente definirlos dentro de

formas placenteras, deseadas para dirimir conflictos del

presente. Su origen no era divino de ninguna manera, como

la reina legendaria de Grecia, pero ¿por qué volvió a su

pueblo de origen la mujer más hermosa, como sabe que

pregonan sus admiradores, la más famosa por su riqueza y

talento? ¡Falta algo, quizás su libertad

Jeykol mostraba su asombro de ver a otra Elena, distinta a

la que conocía como asesor de los negocios de la familia de

Farniaques Ayala. Jeykol se consideraba su primer

admirador pero cauteloso, por temor al mafioso marido de

la guapa mujer, que ahora coqueteaba a un tipo tan

ordinario como Marco. ¿Qué le veía? Pues la vanidad de

Jeykol sangra por todos sus poros, con envidia evidente

hacia el mecánico. No, obviamente no la conocía bien o se

daba un cambio repentino en Elena.

De hecho, Elena no estaba eligiendo.

Ya había elegido

, era

libre. No le importaba en su condición de mujer casada,

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después de largos años de sumisión a reglas no escritas,

castigos y vituperios, dar un vuelco a su historia y

respirar el aire de la felicidad. Y la diosa Elena, libre como

las diosas, se dio la libertad para fugarse en mente con el

nuevo amante.

Un vuelo fugaz cruzaba por la mente de la diosa de belleza

en Tepango, si podrá con su poder y talento, ayudar en algo

a liberar del maniático mecánico, embelesado del oro falso

y viejo de los carros chatarra. Elena en sus adentros aceptó

el reto del destino, y sin pensar, abrió el paso a

 la aventura

que sue

ña a solas por las noches en su enorme mansión.

Así Marco, el lacayo de césares  modernos, simulados en

marcas ostentosas de carros nuevos, cegado y enloquecido

por las curvaturas sublimes de las carrocerías y brillo de

sus faros y carrocerías, y no pensó ni por un instante

entregar todo su amor por la diosa de belleza que le ofrecía

lo mejor de su sonrisa.

Jeykol llevaba a cuestas una historia de fraudes, de

espionaje y de comediante. A su paso despedía un aroma de

perfume adulterado p

or más que comprara perfumes de

marca. En su historial registraba numerosos casos de

quejas de personas de distinta condición social y

económica a quienes había timado.

Elena no lo repudiaba o

menospreciaba por ello, sino por su servilismo con

Farniaques, su marido.

.- Bueno, este tema nos da mucho para platicar.- Elena se

puso de pié por tercera vez para despedirse. Buen rato

había dedicado a bucear en los archivos de su mente, en el

álbum de sus recuerdos juveniles, y ahí había surgido poco

a poco la figura de Marco.

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.- ¿Cuánto no daríamos por revivir esos momentos? Adiós y

buena suerte.

Marco

permanecía callado, lleno de recuerdos en un pueblo

chico como Tepango, tantas cosas comunes en su pasado los

unían. Rodeados de una bruma de circunstancias

desfavorables, padec

ían

  de una vida afectiva realmente

miserable, abriendo un ancho puente hacia una promesa

esperada, una aventura tempestuosa. Circunstancias y

fuentes de origen distintas de Elena y Marco, pero su vida

emocional pasaba por tiempos oscuros, de s

equía,

con una

presión in

tensa para el disfrute de tiempos de placer, de

felicidad.

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CAPÍ

TULO X Elena y Marco, un idilio.

Después de la entrevista, danzaban en la mente de Marco con

fuerza obsesiva, imágenes de la radiante belleza d

e Elena,

sus ojos y labios, sus largas y torneadas piernas, hasta el

menor detalle observado o imaginario de su cuerpo, como lo

grabó su memoria fiel, precisa de mecánico. Persistían

obsesivamente. Las flechas impetuosas del amor no pasan de

largo, ante cualquier oportunidad.

Revivía cada detalle,

sus comentarios y actitudes francamente cautivadoras.

Avivaron sus sentimientos más cálidos respecto a Elena, no

pasaba un momento en que estas impresiones no se

apoderaran febrilmente de su ánimo, de sus deseos. La

sentía plenamente a su alcance. Toda barrera posible entre

ambos no se pudo interponer.

Elena había renunciado por mucho tiempo a su libertad y

deseo de amar y ser amada. Ella misma le puso precio a su

matrimonio con Farniaques a quien nunca amó

, y tampoco

engañó. No lo amaba, pero le había temido siempre, le

seguía temiendo, pero nada iba a impedir ahora el avance

arrollador de sus pasiones.

Tal vez temía más a la red vieja de prejuicios y rituales con

sus rígidas cadenas de censura.

Humillada por las

infidelidades constantes del marido, no tenía un argumento

claro, una razón  convincente para sostener la imagen de

esposa fiel y respetable. Quería sepultar esa imagen en el

pasado

, después de mucho tiempo de convivencia en

habitaciones separadas. Los

escándalos lugareños de

cualquier modo fluían en su contra, ya como mujer de un

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ebrio, libertino, y otros flancos del marido como su edad y

su aspecto horrendo.

Despertaban en Elena ideas fugaces, amontonadas pero

coherentes que la fustigaban por su condición de esclava.

¿Alguna razón para seguir así? Trabajar, comer y dormir.

Pocas veces divertirse. Se disparó con toda claridad, como

el nuevo amanecer, el vacío que llevaba en su vida afectiva.

Algo muy poderoso la empujaba a un cambio urgente. Empezó

a advertir que era usada por su marido como un recurso

mezquino, como un parapeto contra las olas de miedos y

señalamientos

  en contra sus

crímenes. Así co

mo era muy

antiguo el término de sus relaciones íntimas, de

cohabitación en la misma alcoba.

Sucedió  lo predecible con Elena. Se vieron en diversas

ocasiones a partir del siguiente reencuentro, bajo

pretextos de Marco para asuntos sobre el arrendamiento,

tanto ella como él no perdieron mucho tiempo en devaneos,

o palabras. La atracción mutua puso todo sobre rieles. En

sus encuentros buscaban

cierta discreción

. Solamente se

veían en algún hotel o en la casa que Elena acondicionó con

prisas para este propósito, con improvisaciones en el

mobiliario. Una casa lejana del centro de Tepango y de las

miradas curiosas de paseantes. Una casa pequeña  pero

cómoda. Marco se sentía rejuvenecido. Era otro. En cierta

ocasión, Elena quiso distraerse con cuidados del jardín del

frente. Era temprano, pero el rayo solar imponía toda la

potencia agobiante de su fuego. Iba en bata. De pronto,

Marco tomó la manguera y disparó chorros de agua contra

su amante. No le hizo mucha gracia

. Ni le importó que el

remojón dejara asomar en plena calle algunas curveadas

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porciones de su figura sensual. Pero reaccionó devolviendo

el juego con un cubetazo. ¡Jamás se había divertido así

antes con otra mujer Realmente, Elena disfrutaba como

nunca su amorío fuera de toda preocupación.

La relación entre los amantes se fue construyendo a lo

largo de numerosos episodios inusuales. Desde la primera

ocasión, pudo Elena sentir cuando Marco la hizo suya, la

intensidad del goce sexual. Desconocía hasta donde el

placer de la caricia ardiente en sus senos la agitaba, le

provocaba una sudoración como nunca, jadeaba,

 permitiendo

olvidarse de algunas inhibiciones.

Ninguno de los dos concibió un plan de acción para su

aventura o nueva vida. Todo lo dejaban al vaivén, como la

giraldilla se deja guiar por el viento en el esquema más

natural. ¡Como si fueran jóvenes amantes libres de todo

cautiverio Querían dar un salto enorme al liberarse de

invisibles cortinas pegajosas y desdibujadas por montones

de temores y fantasmas que ahí se anidaban, como arañas

cambiando de cutícula.

Disfrutaban

de goces íntimos, de placeres sexuales. La

pasión  salvaje despertada entre ellos no demandó

preámbulos. Ya en las escaramuzas sexuales, dando de sí

hasta el límite, toda su experiencia e ímpetu. Como si

respiraran una segunda juventud, desafiando paradigmas

tirados en un envejecido

desván

, al destierro en la edad

plateada, para tirarla como traste viejo. Siempre les

faltaban tiempo de placer y palabras románticas. Ella se

había apartado por largos años, de esos momentos de

placer, enamoramiento y

pasión

;

hacía tiempo

que

naufragaba

dentro de un matrimonio vacío.

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Elena apenas pensó en el Farnas. En los inicios de su

matrimonio, le amenazó de las consecuencias en caso de

infelidad. N

o la perdonaría

. P

alabras más, palabras menos,

él mismo la mataría, sin pensarlo. Renunció Elena a toda

sensatez, a toda meditación para medir riesgos o

reflexionar su

situación. Sin duda Farniaques llegó a

enterarse de las veleidades de su mujer con el mecánico, y

debió consentirlas o quizá  ignorarlas pues daba por

sentado que se trataba de un devaneo pasajero de su mujer y

que pronto le pasaría.

  En parte, Farniaques pudo sentirse

obligado a algo de tolerancia, como una compensaci

ón de

todo el tiempo que gastaba en constantes bacanales.

En diversas ocasiones, Elena pospuso una y otra vez tratar

con Marco sobre la perspectiva de su relación y abrirse

paso hacia el divorcio. Temía enfrentar a su marido, pero

al fin y al cabo las puertas del conflicto estaban ya francas

para dar paso al estallido. En las historias de estos

amoríos siempre abundan las resistencias y obstáculos de

quienes los rodean. Sin embargo, no le preguntó por algún

tiempo a Marco su parecer sobre su futuro como pareja.

¿Qué ofrecía en su situación, mientras no propusiera a

Farniaques el divorcio?

Gracias a su fortuna o dinero impresionante, Farniaques

vivía entregado a los placeres más mundanos entre mujeres

y fiestas. Su riqueza proveniente

del tráfico de la

violencia, fraudes, despojos, estafas, golpizas por encargo

o intimidaciones, extorsiones, lo aproximaba a la

farándula. En su oficio, utilizaba la información privada,

conf

idencial para allegarse más dinero.

 

Más parecía un

rufián por mero gusto, que por la codicia.

  O simulaba

ignorar los devaneos de Elena, o bien preparaba el terreno

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vanidad o soberbia de rufián y de su dinero, más aun por los

asistentes y monigotes que le rodeaban a diario, nunca daba

el primer paso ya como una

táctica

aherrumbrada.

Para ella, los recuerdos juveniles con Marco, incendiaron

los primeros fuegos del amor. Más ella que el mecánico,

pensaron al principio en una relación duradera. Sabían del

 

riesgo que corren esta categoría de amantes en cuanto a la

perspectiva futura de su relación. Enfrentar todo un

proceso de ajustes, de inquietudes por la menor amenaza a

su ventura.

Elena abrigaba más temores que su amante.

 

Comenzó

 como

una frívola aventura, ahora se preocupaba de una relación 

duradera, no planeada. Tampoco deseaba terminarla, pero

¿qué hacer? No lo cuestionaba y tampoco Marco a ella, pero

a ojos de cualquier persona ajena, el ganador justamente

era el mecánico por la belleza contundente de Elena y sus

dotes para ser amada, eclipsando por su belleza y elegancia.

A su manera, Elena temía enfrentar a Farniaques por ser un

despiadado rufián vengativo,  y Marco a su esposa Clarisa,

por su vulnerabilidad.

Al enamorarse de Elena, perdió el sentido de cualquier otro

compromiso. Vez tras vez, se desaparecía de la vista de

Clarisa, ahora pretextaba que lo contrataban para un carro

descompuesto en un sitio lejano a doscientos kilómetros de

distancia, luego la venta de un carro y trasladarlo a otro

sitio igual o más lejano. Pretextos, no explicaciones.

Nunca había amado a una mujer de manera tan intensa. Se lo

juraban ambos, Elena y Marco, amarse para siempre. Y todo

parecía que vencían

 

todo pronóstico en contra.

En menos de un mes, después del primer encuentro íntimo

con Elena, Marco ya ocupaba la atención de Farnas. Por su

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oficio en el tráfico del espionaje, podía “desnudar” de pies

a cabeza a cualquier enemigo o quien se le antojase.

Las

fuentes de información suelen tener un

 bajo costo

, más

Ya fuera por coincidencia o por rutina, solo en contadas

ocasiones, cenaban juntos Elena y Farniaques. Más de una 

noche, Farniaques la convocó.

 

El propósito parecí

a que iba

a reventar de una vez, como esa noche ocurrió.

.- ¿Cómo has estado, todo bien? – melosamente comenzaba

la estrategia del bribón  con su sonrisa de sarcasmo para

asestar un golpe a su estilo.

¡Aun cuando fuera al aire Rara

for

ma maníaca de mostrar su poder, pues de no ser por su

violencia, su risa caricaturesca bien podía matar de risa a

cualquiera. ¡Tenía cierto aire de idiotismo

.- Todo bien y ¿tú? – después de una pausa, mientras se

servía el platillo, Elena respondía. 

.- Me alegro de vernos un día que otro.- la voz de Farnas

asomaba la garra.-

Te veo más guapa que nunca. ¿Hay algo

nuevo, algo extraño que me digas? ¿Un motivo por el cual

me pareces más hermosa, más atractiva?

.-

Lo único extraño es que te importe algo de mí. Aparte de

eso, nada nuevo.- la frialdad de Elena aunada a su timbre de

voz claro y firme retaba cualquier prueba, en todo

momento. Era su mejor arma.- ¿Alguna novedad de parte

tuya?

.- Nada, nada, algunas reuniones de trabajo. Aburridas

siempre.- Farniaques se sentía  por esa noche sin fuerzas

para afrontarla. ¡No iban a conversar sobre sus

escandalosas noches de farra, vinos y prostíbulos

.- Pues menos mal. Me retiro, necesito descansar.- Elena se

puso de pié fingiendo indignación.

 

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.- Claro, solo me gustaría que me des algo de tú tiempo y

que pongas fecha para platicar. Hay algunas cosas que valen

la pena.

.- No le veo problema. Mañana, pasado mañana, es lo de

menos.

.-

¿No te gustaría saber el tema

?

.- No en este momento, pero si es importante para ti,

cuando dispongas.

.- Te adelanto algo. Mis enfermedades me obligan a ser

previsor. ¡No, no es nada preocupante ni para ti, ni para mí

He pensado sobre mi testamento y necesito tu

opinión.

 

.- Mejor lo hablamos mañana con la cabeza fresca. Doy por

seguro que nada cambia en lo que siempre hemos acordado,

sobre nuestra separación de bienes. Supongo que eso no lo

vamos a discutir. No deseo ir a la cama con

preocupaciones.- Elena le observó fijamente, y notó que él

le temía más de lo que ella a él.

  Ni ella misma adivinaba

toda la pasión y devoción que su belleza despertaban en el

rufián.

.-

No, claro que eso ya está más que hablado. Son otras

cosas y como te dije, quiero tu opinión, solo tu opinión. 

.- Entonces me voy tranquila a la cama, pásala bien. 

Cuando Elena ya estaba lejos del comedor, Farniaques daba

un manotazo tremendo contra la mesa. Las cosas se habían

salido de su control, ya el mismo percibía los sudores

  y

limitaciones de la vejez no confesada. Tampoco aceptada.

Pero aun no vencido ni acobardado.

Pronto volvió a la carga. Lo azuzaban sus gentes cercanas.

Apenas tre

s días después, un revuelo de gritos y alaridos

dominaba toda la casona.

Amanecía

con la frescura del

verano. Los empleados y trabajadores de oficina y de

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Dos jóvenes fueron hacia donde estaba Farniaques. Por vez

primera, Elena increpaba delante del personal a su marido.

Todo mundo se asomaba por puertas y ventanas.

.- Que me traigan ahora mismo una pistola… - estaba fuera

de control y dispuesta a todo.

Alguien debió decirle al mafioso que su mujer pedía a

gritos la pistola. Entonces caminó hacia ella con prisa.

Solo.

Cuando Elena lo vio a unos cuatro metros, le echó en cara. 

.-

Son unas bestias, como tú. O los encie

rras o los mato en

seguida.

 

le espetó con el brillo en los ojos por la ra

bia. Se

daba la vuelta y regresò  para agregar.- Fue un juego de

idiota. Hazlos encerrar ya. No quiero verlos para nada.

Por años y años, Elena soportó en silencio muchas

vejaciones de su marido. En la casona se advertía el aliento

y hedor de los intestinos asquerosos y enfermos, como una

alcantarilla. Humillantes chistes durante la comida en

alarde de sus borracheras con mujeres callejeras.

Acentuaba rasgos de las “pimpollos o primores” por sus

traseros. Realmente no le preocupaban a Elena dichas

afrentas. Además Farniaques jamás le alzó la voz y menos

intentó siquiera ponerle la mano encima. Sin embargo, le

costaban ser la comidilla del personal de la oficina y aun

de gente del pueblo, más enterados de calumnias y

murmuraciones de la vida ajena que de su propio fuero.

Carecía del menor afecto por su marido y poco, muy poco

interés le despertó alguna vez.

La humillación y reclamo con el respaldo de la razón 

dejaron callado al mafioso. Nadie en la casona recordaba en

absoluta una escena semejante. Los doberman quedaron

enjaulados por unos días y luego desaparecieron.

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Farniaques le envió una explicación mediante una

asistente. Eran perros entrenados, llevaban el bozal y

servían para la

 seguridad de la casona.

Elena no contestó nada. La asistente no sabía que hacer y

tras unos minutos de que la dejaron plantada como un

poste, regresó a su oficina.

La intentona de Farniaques de desquite por su desventura

en la cena, también falló.

Hechos anecdóticos como este se repitieron en la casona.

Siempre con el sello de las iniciativas burdas del mafioso,

incapaz de un plan eficaz cegado por la rabia y los celos.

Pero evitó posteriormente hacerlo abiertamente para no

exponerse delante de los demás.

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CAPÍTULO XI Elena, su pasado.

Al conocerse en tiempos de la universidad, nadie en el

colmo del optimismo o de la indolencia,

podía

vislumbrar

relación alguna entre Elena Carasao y Farniaques Anaya,

imposible apostar al noviazgo y menos al matrimonio entre

ambos. Nada más opuesto, de un lado, una hermosa joven con

gracia, y, del otro extremo, un joven de estatura mediana,

con calvicie prematura,

mandíbula prominente

  y ojos de

batracio. A diario comenzó a llevar un carro semideportivo

para galantear a la muchacha más hermosa de su grupo

quizás de la generación misma, Elena Carasao.

Farniaques con su acoso, su risa carroñera, se entrometía

en todo, adicto a enterarse de todo, de cualquier secreto.

Eran opuestos, Elena conjugaba con su belleza, dotes de

simpatía, inteligencia social y generosidad como pocas de

sus compañeras. ¿Qué tenía en común con Farniaques?

¿Cómo la conquistó?

 

Un tipo de aspecto físico

inmundo,

caricaturesco y por si fuera poco, sarcástico y agresivo.

Desde su nacimiento y orfandad creyó ser rechazado por

todos. Sus padres le heredaron bienes y dinero para su

sobrevivencia, pero le dejaron la impresión traumática por

el abandono. Pensaba

que también ellos lo rechaza

ron.

Ignoraba todo de su origen, apenas su nombre constituía 

una pista de sus antepasados de lejanas y extrañas tierras.

Vagamente recuerda en su niñez, le suena la voz extraña de

las forquiadas. Unas brujas lengedarias, pero tan horribles,

que asustaron a mefistofeles

, según viejas leyendas. Deben

 

ser tan difíciles en la memoria de todo el mundo, que su

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nombre se borró de todos los diccionarios, como varios

monstruos de los avernos.

Sus ventajas no fueron pocas, dada su inteligencia. Se

integró a pandillas desde su infancia, aprendió la facilidad

de atemorizar y explotar a la gente. Si no conseguía más

que

el repudio de todos, no le quedaba más recurso que

explorar y alcanzar los beneficios del dinero.

Ciertamente no es justo todo el vituperio y desprecio con

que la maraña social condena y castiga algunos rasgos

físicos de las personas. Sean o no de nacimiento, pero quizá

la máquina social

con sus tribunales, requieren por su

misión, reducir al máximo las desviaciones que impidan lo

que entendemos por progreso o evolución.

Farniaques Ayala pertenecía y no a este catálogo de

víctimas de las condenas, supersticiones y reprobación. Su

perfil claro de violento y depredador, sin duda su respuesta

espontánea a ese estigma, lo convertía en una incógnita o

charada. El cobro de facturas a su favor, arrojaba un

balance incierto. ¡Tú la máquina social me repruebas por

algo con que nací, pues yo me

recupero golpeando a quien

sea La vieja ley de no importa quien me la hizo, sino quien

me la pague. Agregado a su apetito voraz por el dinero.

Volviendo a Elena, en su pasado, algunos episodios

destacaban en su diario y grabados en su biografía

personal.

En su pasado, al cumplir diecisiete años aceptó una

invitación a bailar de un compañero de la escuela en

Tepango. Fue su primer noviazgo. Se enamoraron pronto con

la ternura y

pasión

  de la adolescencia. Se juraron amor

eterno a diario. Se entregaron uno al otro. Se amaron sin

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reservas en la casa del novio. La casa se encontraba cerca

de un campo deportivo y desde la azotea podía

contemplarse el río seco, del pueblo. Elena jamás olvidaría

tantos recuerdos de esta jornada llena de romance. Menos

de un año duró el idilio. El negocio de los padres del novio

fracasó. Faltos de alternativa, decidieron marchar al norte,

cruzaron la frontera, en busca de un nuevo y mejor

horizonte.

El novio carecía de opciones que ofrecer a Elena, pese al

lazo afectivo que

parecía

  unirlos para siempre. Ambos

lloraron por la separación inesperada, involuntaria.

 

Elena no podía creer, menos aceptar esa pérdida  en tan

temprana etapa de su vida. Como precaución, durante esos

amoríos Elena cuidó de prevenir o asumir un embarazo

posible. Acudió al ginecólogo en varias ocasiones,

resultando de los estudios médicos  su condición de

esterilidad. Joven aun no dio importancia al dictamen del

especialista, agregado que le aseguraban que ya habría

soluciones en unos años más. No le preocupó entonces su

dificultad natural para la maternidad. No

tendría

problemas, ni pensó en requerir del recurso de una

adopción.

Elena nunca olvidó a ese primer amor, al cual se entregó la

doncella con la locura del primer amor. Siempre esperaría

el regreso del novio de la escuela

. Perduraría este

recuerdo por el futuro que le esperaba en su vida pasional.

Cruzaron algunos intercambios. Elena le había dado un

libro de una portada donde predominaba el color verde del

mar y la novela justamente llevaba por tema la historia de

una pareja de pescadores. El novio le obsequió un bosquejo

de su casa al lado del río y del campo deportivo, dibujado

“Cien hijos de Elena” 

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por él mismo. La pintura o bosquejo medía casi un metro de

altura elaborado en papel pergamino. Las siluetas de los

cuerpos desnudos de ambos, abrazándose, parecían flotar

por encima del barandal y del cuarto que daba al río y al

parque deportivo. Encima de la silueta, los rostros eran

rec

onocidos pues se trataba de sus propias fotografías. Los

dos conservarían siempre estos recuerdos.

Posteriormente Elena marchó a la ciudad de México, donde

se relacionó con un vecino joven, grato de presencia a los

ojos de Elena, muy circunspecto. Pronto

abrió sus

pretensiones respecto a Elena. Fue sorpresivo que en unos

días le propusiera matrimonio. La sorprendió al grado que

se convenció del enorme interés que le mostraba. La noche

de bodas el recién marido desapareció. Mientras ella se

vestía para la noche, él le dijo que iba a la tienda.

Nunca jamás regresó. Sus padres del joven la visitaron poco

después. Le preguntaron si estaba dispuesta a facilitar su

separación, dado el insólito comportamiento del joven 

consorte. A cambio le ofrecieron como recompensa, se

quedara con el departamento destinado a su vida

matrimonial, y los enseres que ahí ya se encontraban. No

hizo preguntas y aceptó. 

Estos episodios amargaron la semilla de romanticismo de

Elena, siendo muy joven aun. La raíz emocional de Elena se

e

ndureció. Sin llegar al escepticismo, pues en sueños o días

de lluvia para meditar, alentaba esperanzas de una nueva

oportunidad de encontrar un verdadero lazo afectivo, un

compañero que llenara sus anhelos de amor y sexo. Tuvo

algunos amoríos

pasajeros pr

incipalmente con compañeros

del trabajo o de la escuela. Encuentros o revolcones de un

día donde se consumaban sus fantasías sexuales.

“Cien hijos de Elena” 

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Conservar y pulir su belleza ocupó entonces su  mayor

prioridad. Se propuso encontrar una pareja que satisficiera

su objetivo primordial, hacerse de una fortuna. Después de

experiencias amorosas decepcionantes, era lo mejor para

ella, en ese momento. Renunció a la posibilidad de de ser

amada. La falta de noticias del novio que tuvo en Tepango,

ensanchó su sequedad emocional.

Alrededor de esas fechas, Elena había comenzado a trabajar

en un despacho de “Apoyos Empresariales” de la ciudad de

México, apenas terminaba los

estudios de la preparatoria.

Su padre le compró un carro nuevo compacto. A los pocos

días fue robado en la calle cerca de su trabajo, donde lo

había estacionado.

Mantuvo en silencio la desaparición por unos días.

Investigó con ayuda de compañeros de trabajo acerca de

pistas para recuperarlo.

Con apoyo de un joven abogado pasante, obtuvo i

nformación.

Sus pesquisas llevaban a la sospecha de que el carro fue

robado una hora después de que Elena lo estacionó en una

calle solitaria. Muy temprano, transitaban por ahí personas

rumbo a la escuela, a las tiendas de abarrotes o que salían

a caminar o trotar.

.- Sólo vi a dos tipos muy altos. Estaban junto al carro

color rojo, no tenía placas. Parecía muy natural su

presencia. Uno de ellos vestía una camiseta

blanca con

dibujos y tenía  pelo corto. El otro era gordito y de piel

rosada. – Una señora vecina del sitio del robo proporcionó

la información. Señaló  detalles interesantes y aportó  una

descripción

para

el perfil físico de los delincuentes.

 

El joven

quería aprovechar

esta fuente de datos para la

averiguación. 

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Pero el pasante incurrió en un doble error y le comunicó a

Elena su debilidad por faltar a su palabra, de tener fuera

del asunto a su padre. La impaciencia y temor frente a su

padre para arreglar la desaparición del carro, la llevaron a

pensar en otra solución, antes de que su padre actuara,

temiendo por su seguridad.

Esa tarde, esperó  que el pasante se retirara. Consiguió

nombres, fotos y domicilio de los rateros del auto y los

escritos de la averiguación. Motivó a dos compañeros de la

escuela para que la ayudaran en el rescate. Hicieron un

plan, l

o más absurdo, pero el ímpetu

 ju

venil será siempre

rebosante de idealismos y en la noche ya acechaban a los

maleantes cerca de su domicilio. Se fueron a caza de los dos

sospechosos.

Tenía los datos que torpemente le entregó el abogado

pasante. Compraron una pistola clandestinamente. Llegaron

con cautela al vecindario. No quisieron pasar como

sospechosos en su vecindario. No hicieron preguntas, ni

veían el carro rojo.

Pasaron dos horas. Ya la noche solitaria con el ruido de los

grillos y de los perros sugerían  precauciones. Los vieron

llegar. Elena sola se adelantó fuera del plan concebido.

.- Ehy… ustedes, quiero hablarles. Si, ustedes. – gritó la

joven llena de su indignación. Sus compañeros estaban y

atemorizados. Perdieron la ventaja del ataque sorpresa.

.- ¿Es con nosotros? – la voz del tipo, ronca y sonora, no

perturbó a Elena.

.- Si, es con ustedes.

.-

¿De qué se trata? –

 se le acercaron.

Los amigos de Elena no sabían qué hacer.

 

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.- Ustedes robaron mi carro, aquí está la foto. – les increpó 

Elena en el punto máximo de su imprudencia.

.- No m rches  guerita. ¿En qué chingaderas te andas

metiendo? – Uno de los tipos empezó a agitarse.- ¿Qué te

traes pendeja?

.- Espera, espera.

Traigo dinero…

Elena no pudo darse cuenta de las miradas lascivas del tipo

que no perdía de vista el escote. Le comenzó a acariciar y

sobar en las mejillas, en las manos y el trasero. Ella no

perdía el dominio de sus nervios.

 

.-

¡Qué me lo devuelvan Yo les pagaré.

- aun conservaba

cierto aplomo.

.- Y ¿cuánto nos vas a pagar? –  parecía interesado en

resolver mediante dinero.

Elena se molestó y jaló del gatillo hiriendo 

superficialmente en una pierna a uno de los tipos. Se

arrastraba con dolor, pero se mostró más agresivo.

 

.- ¡Verá está maldita cabrona - gritó con violencia el tipo

herido. La golpeó con saña una y otra vez.

.-

No, no grites. ¡Está rebuena Mejor nos la tiramos ahí en

ese rincón. No se irá sin que pruebe lo que nunca en su

pinche vida ha soñado. 

La violación o violaciones duraron varias horas, durante la

penumbra, en que Elena perdió la conciencia. La infamia de

los

reyezuelos

 

de las calles y de la oscuridad ocurrió sin

tropiezos. Al amanecer del día siguiente, apenas pudo

levantarse. Nadie transitaba por ahí.

Los compañeros de Elena se asustaron. La rudeza de

aquellos

dos tipos armados los amilanó. Furtivamente se

alejaron del sitio unas calles. ¡Después de todo era culpa de

ella

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Ambos tipos la violaron. La golpearon, dejándola a su

suerte en la calle. Nadie parecía  notar el abuso. Como si

nada pasara.

.- ¡Puedes volver a buscar tu carro, mamacita –  la

carcajada socarrona de un tipo se perdió entre los ruidos

de camiones que pasaban a velocidad.

Ella tuvo que aceptar la cobardía de sus amigos,  estaba

sola y vejada. Le dolía la violación física y moralmente. Se

sentía humillada como nunca.

Imposible para Elena seguir mintiendo a sus padres, ahora

necesitaba de su consuelo y tampoco podía engañarlos

sobre los indicios de la agresión física de que fue víctima.

En su bolso se hallaban aun los papeles relacionados con la

identificación de los agresores. Su padre lleno de coraje e

indignación fue con el pasante. Confirmó los datos que

deseaba, no le comentó del incidente. No dijo ni una palabra

durante el día a Elena ni

 

a su esposa. Y desapareció por la

tarde.

Fue la madre de Elena quien primero sospechó que su

marido, enfurecido, desesperado, fuera a cobrar cuentas con

los rufianes. Nada le comentó a su hija.

Pasaron dos días y Elena ya se preocupaba por la suerte de

su padre. No había regresado a casa ni se comunicaba con

ellas una sola vez. Al principio, les alivió la idea de que en

la búsqueda del carro, bien podía haber viajado fuera de la

ciudad.

Aun conservaban Elena y su madre la esperanza de que el

señor Carasao siguiera con vida. Algo raro pasaba, pero aun

no temían lo peor, es decir, que l

o hubieran matado o

secuestrado

. Les alarmaba el conflicto en que podría

meterse, desafiando al par de cobardes capaces de toda

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brutalidad. Aun con ventajas de atacar por sorpresa y

armado, no podría vencer a los matones.

No llegó su padre a su casa esa noche, ni la siguiente. Elena

y su madre lo buscaron en hospitales, oficinas del

ministerio público, sin suerte. Poco a poco perdían la

esperanza de volver a verlo con vida. Do

s meses después,

una llamada anónima les informó a Elena y su madre donde

encontrar el cuerpo del fallecido señor Carasao.

Frente al sepulcro de su padre, Elena juró en voz baja que

por su propia mano, veng

aría su muerte. Nadie, ni su madre

 

podían

  imaginar

la capacidad de odio y obsesión que

perseguiría fatalmente por toda su vida a su infortunada

hija. A partir de esa fecha, la misión de su venganza, una

venganza cruel, sangrienta, se convirtió en el faro de su

destino.

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No cayó en el marasmo del miedo  absoluto. O la figura de

los criminales se fijó en su mente como fieras invencibles,

por lo cual no los enfrentaría nuevamente cara a cara. O

bien, pensándolo fríamente, una venganza por encargo le

daba una doble satisfacción de su poder. La seguridad de

aniquilarlos, la seguridad de no caer otra vez en el riesgo

de ser sacrificada. Sus pesadillas se desvanecían con la

sensación de mirarlos morir en un charco, en el lodo de su

propia sangre.

Tiempo

después de

la

búsqueda, llegó

 por fin el momento de

Farniaques. De aspecto rudo, desagradable, que nada lo

podía encubrir, le pareció  de primera impresión  una

pesadilla cuando se le acercó. ¿Podía alguna mujer

congeniar, abrazarlo, pensar siquiera meterse a la cama con

un salvaje, de aspecto tan ridículo  y grotesco como

Farniaques? Pero frente a su ánimo de venganza, estaba

dispuesta a sacrificar todo.

No tardó  Farniaques en derribar barreras y se acercó a

Elena, le juró su amor, le confesó varios de sus secretos, le

pidió a Elena que renunciara a continuar los estudios y que

jamás trabajaría sino en aquellas labores en que él

estuviera conforme. Pareciera raro este compromiso a no

ser por los propósitos  y condiciones que Elena fijó, y

Farniaques cumplió.

Contribuyó al resultado de esta relación, como si se

tratara de una tirada de dados a la suerte, la travesía

vacacional junto con sus colegas estudiantes por el puerto

de Acapulco. Una docena de compañeros participaban en el

viaje. Una noche abordaron un navío para disfrutar del

paseo en alta mar. Cena y copas de vino, baile y así se

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facilitaron a Farniaques sus aspiraciones para ser aceptado

por Elena. Vino a ser su noche de bodas.

Respecto a las condiciones fijadas por Elena, comprometían

tanto la suerte de ambos que requerían la máxima

discreción. Sería su secreto por siempre. Solamente ellos

podían estar enterados de estos requisitos establecidos,

pues implicaban ilícitos y venganzas que ella mantenía

reprimidas desde tiempo atrás. Elena tenía su pasado, si

bien decía estar dispuesta a todo por su ánimo de venganza.

A sus espaldas, las compañeras de aula y otros más reían y

bromeaban a sus espaldas, so

bre la fealdad cómica d

el

desventurado espantajo.

¡Farnas se mostraba seguro, aplomado, pese a la ridiculez

asombrosa de su físico Ciertamente, sus más  elevadas

expectativas sobre la mujer de sus sueños, la mujer que

idealizaba, de sobra las colmaba Elena. Así ambos no podían 

pedir

más

  a la vida, viendo a su alcance sus metas

más

 

preciadas. Al lado de su apariencia, alardeaba que

acostumbraba portar alguna clase de armas, al menos

navajas. ¿Por qué deseaba que todos lo supieran? Tal vez al

principio lo utilizó como herramienta de apoyo para

husmear y exhibir la flaqueza de muchos, humillarlos,

atemorizarlos fácilmente.

¡Qué mejor para Elena Se enteró que le movían no sólo una

furia

espontánea

  sino motivos de lucro, cuando algunos

interesados en sus habilidades, le pagaban con creces para

satisfacer sus propias venganzas y agravios, simulando

golpizas al gusto del cliente. Ya tenía experiencia el rufián 

con una estrategia de ataques contra blancos deseados,

usando s

eñuelos en

sus

prácticas

  de la violencia y de

conflictos ajenos.

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No disimuló Elena nunca su interés “en una relación seria”.

El noviazgo fue breve con flores, cenas, regalos que algo

ayudaban como un tapizado de paredes aberrantes,

pasmosas. Además, era espléndido, dando pie a mitos sobre

su fortuna, nada espectacular por entonces, pero más que

suficiente para provocar algunas

fantasías

. Ante los

halagos y propuestas de Farniaques, Elena le aclaró que

ella aceptaba una relación, a cambio de un compromiso y lo

firmaría para siempre. No para algo pasajero. El lazo con

Farniaques se cimentaba por encima de cualquier duda.

Farnas la

animó

  a que le enterara con detalles de sus

tribulaciones y le abundó sobre los sucesos de la muerte de

su padre y de sus violadores. Farniaques le expresó,

conmovedor, su comprensión y cabal respaldo. No sólo

justificó sus odios, sino que los alentaba una y otra vez.

.- Un día llegará el hombre que me libere de esta obsesión.

Yo sabré corresponder con todo lo que me pida.

- Elena lo

miraba fijamente a los ojos.

.- ¿Todo lo que yo te pida? No sabes lo que dices. Tú para mí

eres todo.-

Los ojos del rufián

 brillaban de felicidad. Fue

sincero en calificar el bajo costo de obtener lo que

quisiera de Elena en ese sangriento intercambio.

.- Es pura palabrería, o hasta no ver…- el brillo de los

ojos lo desafiaban y abrían el ímpetu  de sus ansiedades

mutuas.

.- Si tienes toda esa información, ¿qué trabajo puede darme

acabar con esa basura? – dijo fríamente Farniaques.

.- ¡Quiero verlo yo misma Tendrás nombres, fotos y lo que

yo tenga, cuando quieras....

 Elena lo

retó con el gesto de

su rostro.

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.- Primero nos casamos. ¡Que no queden las palabras en el

viento Lo celebraremos en un convenio. ¡A mi esposa no le

voy a fallar en algo tan especial para ella

.- ¡Yo creo en ti, firmo el convenio que quieras A mí sólo

me importa que me dejes verlos ya muertos.

.- Comprendo cuanto los odias. Y eso que ha pasado mucho

tiempo.

.- ¡Se trata de mi padre Y ¡lo que me hicieron estos

malditos

.-

Lo sé

. Eso no puede quedar

así

.

¡Cualquiera en

tus

zapatos, harí

a lo mismo

Mañana mismo dejas de ir a la

escuela y solo trabajarás en el futuro donde yo esté de

acuerdo.- Farnas le habló con toda la seriedad posible.

Elena se quedó pasmada. 

.- No te entiendo, pero ¿qué tiene que ver la escuela en

esto?

.- No puedo evitar la ira que me da cuando algunos tipos no

te quitan la mirada o se te acercan… 

.- ¿Son celos? Me pides mucho, no es mi propósito en la

vida encerrarme en una casa. - Elena

pensó que

 era mucho

pedir.

.- ¿Sabes lo que tú me pides? ¿Celoso? Pero haremos

negocios. Tú me ayudarás. No te encerraré  en cuatro

paredes.

.-

Creo que debo cumplir lo que te dije, ¡lo que tú me pidas

No tendrás problemas conmigo. 

Juntos, desde su luna de miel, repasaron y fraguaron su

estrategia para atrapar a los forajidos. Con ayuda de

miembros de su pandilla,

Farniaques

cumplió su palabra y los dos

juraron

jamás

hablar del asunto. Hicieron parecer un asalto callejero la

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presunta muerte de los asesinos del padre de Elena. Farnas

contó con una enorme ventaja respecto a los rivales por la

sorpresa, la diferencia en edades, en armas y por la

emboscada. Tal vez por el alcohol y algo más, a Elena le

parecieron sus agresores, mucho más viejos de la cuenta. La

sed de venganza

había durado

mucho tiempo

, pero se sintió

extraña. La revancha se consumó en unos minutos. No

mostró gran placer la ofendida, como lo había deseado, al

contemplar la escena de sangre y agonía de los mafiosos

tendidos en el suelo, balaceados y apuñalados con saña.

 

Dada su experiencia en los sucesos violentos, Farnas se

aseguró de que no quedaran muertos, sino sólo gravemente

heridos. De esta suerte, las averiguaciones policíacas

serían menos preocupantes. Además en su papel de verdugo,

sabía que el daño consumado resultaba mil veces mayor que

haberlos matado. Así sufrirían más.

A partir de este lance, Farna

s empezó a asumir un cambio en

su tarea profesional. Redujo, aunque no de golpe, todo lo

que pudo su instinto de daños extremos, violentos  contra

nadie, y menos matar. Salvo en defensa propia. Le bastaba

con atemorizar y conseguir sus fines monetarios. ¿Hasta

dónde la felicidad esperada, la victoria anhelada con su

hermosa pareja, actuó  para este cambio de actitud? Ya

tenía algo o mucho que proteger.

Muy distante de un matrimonio ideal, la pareja

comenzó

 

compartiendo una amistad y necesidad mutua de compañía,

con intereses comunes.

.- ¡Muchas mujeres hacen lo mismo que yo – se decía ella

con tono de desamparo.

La perseguiría una pregunta siempre. ¿

Un tipo como

Farniaques, brutal, de aspecto repugnante, rufián a sangre

“Cien hijos de Elena” 

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fría, tiene derecho a comprar el compromiso de amor por

toda la vida de una mujer desesperada? Pasó un tiempo para

que estas reflexiones hicieran mella en su ánimo. Le temía

y se conducía como mujer sumisa, incapaz de serle infiel y

además de una sordera frente al río de murmuraciones que

pronto llegaron a sus

oídos

 sobre Farna

s con sus amoríos,

parrandas y crueldades.

Las murmuraciones a donde fuera Elena, como esposa del

mafioso, si bien construían, sin base alguna, una mezcla de

fascinaci

ón y de repro

che hacia Farnas, como una especie de

macho triunfador, en cambio a ella la estigmatizaban como

una vulgar ramera, como a una cualquiera. Ambos

despertaban emociones intensas, complejas a su alrededor.

La vida de Elena cada vez menos sociable, tal vez

alimentaba el chismero. Las suspicacias, los secreteos,

como pieza clave del tribunal de culpas y prejuicios, nutren

de

energías

 

propias a la especulación y

  confabulaciones.

¿Podía la belleza, la elegancia, sus modales y su voz dar un

giro a esa percepción con quienes la rodeaban? Tampoco

ella imploraba

compasión

  de nadie, al contrario, era

indiferente a esos rumores.

Farniaques desechaba preguntarle nada de su pasado y a

decir verdad, tampoco le gustaba cuando Elena preguntaba

algunas cosas acerca de su trabajo o de su pasado. De suerte

que rechazaba el interc

ambio de esta información

  con su

mujer. Farnas optó  por esta vía no por decencia o

moralidad, contraria a su tendencia a espiar y maltratar,

sino por el enorme respeto y veneración a Elena, su mejor

am

iga por no decir la única a quien confiaba mucho y

además para no alentar una corriente de doble flujo, o sea,

“Cien hijos de Elena” 

que diera lugar a preguntas escabrosas por parte de Elena,

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donde él sería el gran perdedor.

- 2 -

Volviendo a la casona en Tepango, para coordinar sus lazos

de comunicación profesional, Farnas y Elena convinieron en

asignar esa función a una sola persona. El cambio constante

del asistente que llevaba y les traía informes había

ocasionado algunos errores o fallas. Se extraviaban

archivos, carecían de seguimiento de asuntos de

importancia, surgían malentendidos frecuentes.

Principalmente requerían de un tipo con habilidades

singulares para amoldar bien, dadas las fricciones

originadas por el cúmulo de tensiones y tareas pendientes.

Farnas había contratado a un tipo jovial, estafador como

él, sangre liviana como lo identificaban los demás. Tenía

sus objeciones, pero ¿dónde hallar un tipo adecuado?

Propuso a Jeykol y Elena dijo que lo tendría a prueba. 

Pasado algún tiempo de su vida matrimonial, Elena conoció

a este tipo tan extravagante. Jeykol se conducía muy osado

al no simular sus galanteos, pese a ser un empleado de

Farniaques, su marido, arriesgaba demasiado por sus

pretensiones. Llamaba su atención por las numerosas

ocasiones en que se cruzaban durante reuniones de trabajo.

No le faltaban cualidades como su buen humor, no tan mala

apariencia, pero se opacaban a la vista de una mujer con

experiencia que notaba en Jeykol todo un impostor, una

moneda falsa. De cualquier manera, se hizo informar

discretamente acerca del tipo de quien todos decían era

centroamericano, irlandés o italiano. O sea, todo y nada de

“Cien hijos de Elena” 

concreto sobre la personalidad de este especie de bufón

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destacado en la improvisación y en el arte del engaño  como

profesión y afición en su historia personal. 

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“Cien hijos de Elena” 

edad, a cambio de dinero para sus gastos en buenos zapatos

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y ropa. Apenas asistía  a la escuela y no le importaba

ninguna amistad con los de su edad.

Entre los varios parroquianos de edad que ganó su

confianza, había una pareja de ancianos. Rara vez salían a

la calle, salvo los domingos a la misa.

¡A nadie extrañaba su

encierro en casa Logró pleno acceso con ellos, no solo para

ayudar en las compras, sino con el tiempo, para servirse

algunos bocados. Tenían ahorros en monedas de oro y

divisas, objetos de v

alor y pronto descubrió una pequeña

caja fuerte con varios fajos de billetes. Planeó todo.

En la oscuridad de una noche, seguro de que nadie lo veía,

entró a la casa de los viejitos. Los sujetó en la misma cama

en que dormían. Quedaron inmovilizados. Sin agua, ni pan.

Tampoco medicinas. Tomó el dinero, pasó ahí la noche y

desapareció para siempre. La pareja senil no parecía contar

con

familiares. Unas treinta horas después, una amiga de la

anciana los encontró medio muertos. Vino la policía e

investigaron con los vecinos, entre ellos el tutor de

Jeykol. Los llevaron al hospital de urgencias.

La frecuencia de entrevistas de la policía con el tutor iba

en busca de evidencias sobre las sospechas acerca de su

protegido. ¿Alguna vez le observaron conductas delictivas?

Todo lo contrario. Ciertamente Jeykol

lo engañó, pero su

tutor

lo apoyó ciegamente. La viejita falleció un

os meses

después. Ameritaba Jeykol cargos por intento de homicidio,

robo a mano armada, y otros según la policía. 

.- Fue algo muy cruel. Una larga agonía.- el oficial

presionaba al tutor de Jeykol.- Mejor si la hubiera

asesinado. ¿Qué relación tenía el muchacho con usted?

 

“Cien hijos de Elena” 

.- Ningún parentesco. Le ofrecí la adopción. Dijo que iba a

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pensarlo.- el tutor medía las palabras. Tenía temor de la

policía y más aun de Jeykol. Después de ese acto criminal,

creyó conocerlo mejor y capaz de todo. Jeykol tenía

entonces quince años y el tutor cerca de sesenta.

.-

¿Cómo lo conoció? –

 

el tono de voz del policía y su

mirada fija buscaban intimidarlo.

.- En la calle. Me ayudaba con mandados, igual que a otros

vecinos. Duró un año conmigo. Estudió la primaria, me dijo

que nació en Centroamérica.

 

.-

Igual que muchos otros chiquillos. ¿

Le

pedía mucho

dinero a usted?

.- No, al contrario. Con su franqueza, me aclaró que no

deseaba ser molestia para mí. Que bastaba con la ayuda de

techo y algunos alimentos que le daba, pero que le gustaba

vivir de modo independiente. Trabajaba cuidando y lavando

carros afuera de los cines y tiendas. A la hora de la comida,

ofrecía ayuda  a varios vecinos. Lo conocimos bien, y su

conducta era intachable.

.-

Sé que usted y algunos vecinos observaban conductas

raras en ese muchacho, dada su edad. No fumaba, no tomaba,

pero quería vestir muy bien y tener su carro. El robo y su

intento de homicidio son muy claros. ¡Por ello desapareció,

se fue

de la ciudad ¿No lo cree usted?

 

.- No se decirle

más. Hablaba poco, no tenía novia.

- el

tutor musitaba las palabras.

.- Le dejo mi tarjeta con mis datos. Si sabe algo, avíseme.

Pero volveré con usted.- dijo el policía, 

.- Cuando guste,

oficial. Aquí estaré.

Una hora después, el

tutor

recibió un recado de la maestra

de Jeykol, pidiendo fuera a la escuela para conversar. Ahí

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“Cien hijos de Elena” 

muchacha me vendrá con su apuro del embarazo,

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francamente no soy partidaria del aborto. ¿Qué opina? – 

Mary, la maestra, lo miraba de frente, retadora. En el fondo,

ella y otros ponían en duda su papel de tutor.

.- Dentro de lo que yo pueda, cuente conmigo. Es decir, la

muchacha que llegue a tener un hijo de Jeykol.

¡Sea

realmente o no hijo de Jeykol – lo dijo intimidado.

.- Por cierto, ¿usted le ofreció su apellido? 

.- Si claro, platiqué con él. Me dijo que iba a pensarlo. 

Todo el vecindario hablaba ese

día y mucho después del

niño perverso y criminal

. El tutor

fue la única persona en

el vecindario que jamás olvidaría a Jeykol.

El joven delincuente se perdió  saltando de una a otra

ciudad del país. Sabía sobrevivir en las calles. Le tomó un

poco de tiempo olvidar su primer delito. Le importaba no

ser atrapado por cometer una indiscreción. Por ello se

apartaba de todos, no quería amigos. Tomaba poco

 vino, muy

poco. De forma intermitente, comenzó a dedicarse a una

preparación escolar más completa.

Los pillajes en que estaba entrenado le permitían ingresos

y horizontes muy limitados. Pero dedicó algún tiempo, de

manera interrumpida, al aprendizaje del bc  de algunos

oficios, como carpintería, mecánica, electricidad y otros.

Jamás se arrepentiría del empleo de este tiempo. Acudió a

las escuelas.

Sobresalió en

  materias como historia o

psicología, sin querer lo llevaban de la mano o lo

motivaban para una visión más amplia de su profesión de 

estafador. Se hizo autodidacta obsesivo en sus temas

escogidos. Consultaba libros más especializados en las

bibliotecas que limaban los filos de la serpiente, en

ventaja de la eficacia.

“Cien hijos de Elena” 

Utilizó los contactos en la escuela para diversificar su 

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ámbito  social, o sea víctimas  a explorar y explotar. Su

lenguaje progresaba, se enriquecía, no al ritmo que deseaba

por falta de tiempo y recursos. Trabajos pesados en

almacenes lo doblegaban. Pero gustaba y aprendía  las

calidades de productos tan diversos como ropa fina,

aparatos del hogar, vajillas, vinos, de todo. Preguntaba con

tacto y obtenía aquello que le interesaba con un enfoque

selectivo, planeado.

Su aprendizaje avanzaba con rapidez

. Se sorprendía del

brinco social

que daban algunos compañeros tan solo con

los títulos de estudios. Tomó la vía rápida con escuelas de

matrículas accesibles, programas intensivos. Era obsesivo.

Impresionaba por lo brillante a maestros y compañeros.

Conseguía el teléfono de todos, maestros y compañeros. Al

cabo de un tiempo, ya pertenecía al club de golf, tenis,

gimnasio

o natación. Invariablemente adeudaba las cuotas

de dos o tres meses en el club. Además los descuidos en

esos ambientes le facilitaban uno que otro de sus robos.

Actuaba solo, siempre solo, por la enorme desconfianza a

las indiscreciones tan comunes de su prójimo. No logró

ningún título  profesional. Carecía de paciencia para una

larga formación profesional  No le hacía falta  en sus

motivos de hacer fortuna. Observaba a los hombres de

negocios que prosperaban. Jamás apreció que hicieran gala

a los cuatro vientos del título. Tanto mejor si ahorraba

tiempo y dinero, que mucha falta le hacían para ir a sus

metas y ambiciones. Pero contaba con elementos, aplomo y

conocimientos para ostentarse como consultor de negocios,

a

bogado o cualquier otra profesión. Así

Jeykol

se preparó

para escalar a otro nivel de sus actividades especializadas.

“Cien hijos de Elena” 

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CAPÍTULO XIV Una vida de estafador.

Jeykol vagabundeaba por diferentes ciudades. Seguía

aprendiendo maneras fáciles para enriquecer sus

habilidades y estilo de vida, viviendo del mejor modo

posible a costa de gentes distraídas. El ancho mercado de

los estafadores necesita de dos partes, un seductor,

parlanchín, que sabe el terreno que pisa, contra un

embobado con sueños de encontrar

  regios tesoros a mitad

de la calle y sin coste. A

ños después, sucedió un evento que

también llamó la atención en un pueblo del norte del país. 

Una tarde en una finca, la gente miraba con preocupación la

amenaza de lluvia. La cosecha de jitomate resultó

magnífica. Toño era un próspero agricultor especializado

en hortalizas y gozaba de fama ganada en obtener

rendimientos muy

altos en la región sobre todo de jitomate.

Lo podía lograr en predios distintos. La buena suerte era su

hada madrina. Pero en esa ocasión no sólo le preocupaba la

lluvia sino la tendencia muy franca a la baja del precio.

.- Se necesitan más de veinte camiones para transportar el

jitomate maduro.- Toño hablaba con su asistente

principal.- Paciencia, es lo principal. Nos urge un

comprador, no hay que perder la fe.

¡No faltan

sorpresas

.-

Pero, ¡con el precio del mercado

Cuidado con los

especuladores. Y con los ladinos. –  desde las cuatro

camionetas de su gente, dominaban desde la entrada el

camino a la finca.

.- Viene alguien.-

gritó un

o de los peones.

Ciertamente el polvo levantado por unos carros

testimoniaba de los visitantes.

“Cien hijos de Elena” 

.- Debe ser un comprador.- apenas se oían las palabras del

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asistente de Toño. 

.- Si, muévete para que no piensen que estamos ociosos y a

su merced.- indicó Toño, quedándose solo.- Por si acaso.

Era Jeykol. Venía en carros de lujo con ayudantes muy

vistosos, sobre todo la joven rubia de pantalones

apretados. Jeykol disfrazaba sus verdaderos rasgos, llevaba

bigote y lentes para el sol. Salió del carro semideportivo 

con el cortejo de sus ayudantes. Miraba con detenimiento la

plantación.

Todo estafador de oficio sabe de antemano sus habilidades

especiales que tonifica con ropajes que lo cubran de toda

sospecha, de igual modo que la fiera hipnotiza su presa. Un

carro de lujo, propio o prestado, un reloj de marca y sin

duda ropa y zapatos de marca, son requisitos del manual de

procedimientos de estos profesionales. Sus artes de la

fanfarronería y de los modales como

ritual derriban los

muros de la inercia y más de los inocentes que arrollan a su

paso. Pero debe contar con la resistencia de los suspicaces

o de quienes ya experimentaron con anterioridad el embate

y costos en sus bolsillos por engaños.

Vencen los temores y complacen las fantasías de los más

resistentes, cuanto más expectativas, más tiempo dedica el

estafador a obtener un rápido

desenlace. Regularmente el

estafador huye de la escena de su crimen. El estafador no da

el paso siguiente hasta devorar y explotar hasta vaciar a la

víctima, según  su talento y manejo de la oportunidad.

.- No se ve mal el jitomate.- espetó Jeykol a Toño.-

Supongo que aquí tú

 eres el bueno.

.- Si, nos fue bien.- Toño aparentó cierto donaire e

indiferencia calculada.

“Cien hijos de Elena” 

.- ¿Podemos ver? – en ese momento Jeykol le dio una tarjeta

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de presentación con los datos de domicilio, nombre,

teléfonos con el membrete del despacho. 

.- Por favor, pasen.- Toño apreció la elegancia de la

tarjeta de presentación y la guardó.

.-

Adelántense tú y Gabriela,

miren por

ahí

.-

ordenó

vagamente Jeykol, que solo caminó unos pasos. 

Jeykol seguía viendo la plantación unos minutos y fue a su

carro. Hizo unas llamadas desde el celular. La música del

carro sonaba alegre, divertida. Después regresaron sus

expertos

. Fueron hacia Jeykol y platicaron un momento y

caminaron hacia las plantas mirando el color, tamaño,

probaron algunas y la densidad del sembradío.

.- No está mal el jitomate. Me gusta. ¡Por mí podemos

llegar a un arreglo – profirió Jeykol.

.- Claro, ¿qué propones? – repuso con una mezcla de alivio

por salvar su producto y de recelos.

.- El precio anda algo bajo, ya sabes, la oferta y demanda.

¡Muchas importaciones

.- Se vale que me propongas. Si me parece, le avanzamos.

¡Nada se pierde

.- El precio de la cosecha pasada, ¿te parece? 

.- Más quince por ciento. Inflación, precio del fertilizante

y todo lo demás.

-

Toño negoció

  con titubeos. No hablaba

con su firmeza habitual.

.- Creeme no soy principiante. Y tengo socios. Sólo puedo

ofrecer con el precio de antes, y si te interesa te compr

casi todo. O todo.- Jeykol apreció el efecto de la

propuesta.

.- ¿De cuántas toneladas hablamos? 

.- Tú dime, ¿de cuántas dispones? 

“Cien hijos de Elena” 

.- Bueno, mira, hoy acordamos y mañana te las puedes

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llevar.- algo le sonaba raro a Toño. Pero ya flotaba en el

aire la amenaza de la lluvia.

.- Yo hago negocios en caliente. Me llevo hoy las que pueda

según lleguemos a negociar. ¡Mi tiempo si que vale… – dijo

el farsante con aire de fastidio.

.- Apenas tengo gente para un solo camión. Ya es tarde.-

Toño escuchaba su instinto o intuición.

.- No te preocupes. Yo me hago cargo.- su timbre firme,

sonriente

dominò

 la escena.

.-

Llévate las que puedas, me lo pagas hoy, y mañana las que

puedas y así me vas pagando según te las vayas llevando,

¿ok? 

.- Sale, muy bien, como tú digas.

De repente a un chasquido de los dedos de Jeykol,

comenzaron a moverse unos camiones que estarían a un

kilómetro a la vista. Venían con muchos peones.

 

.- Muévanlos rápido, ya es tarde, y tapen las cajas por si

llueve. Espero no quitarte tiempo, pero soy comisionista.

No puedo perder mi tiempo.

.- Te acompaño. Mis peones ayudarán. 

Ya oscurecía y los peones de Jeykol llenaban más y más

camiones de jitomate a una velocidad inusual. Toño y Jekol

contaban las cajas y luego los camiones se iban de la finca.

Jeykol

mandó traer

 

unas cervezas. Toño aceptó. Ya no

disimulaba su gusto. Comenzaban a caer unas cuantas gotas

de lluvia.

.- Listo, mira, aquí está mi cuenta.- dijo Jeykol.

.- Bueno, faltan algo

más a mi favor.

-

Toño pidió

  una

cantidad algo superior.

“Cien hijos de Elena” 

.- De acuerdo, bien, me gustó hacer negocios contigo. Y si

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te parece, te caigo pronto para nuevos negocios.- y

comenzó a elaborar un cheque. Ya sus camiones se habían

retirado rebosantes del rojo jitomate.

Parecían

  dirigirse

rumbo al pueblo entre Sinaloa y Sonora.

Toño se retorcía. Jamás trataba con cheques y menos por

esa cantidad.

.- No acepto cheques. – dijo tajante.

.- Bueno, veamos en el pueblo si alguien nos lo puede

cambiar o darme el aval.

.-

Necesito algún efectivo para darle algo a mis peones,

¿cuánto traes? 

.- Algo, algo de dinero.- Jeykol buscó en sus pantalones y

en el carro. Reunió un monto de dinero y se lo entregó a

Toño. Incluso la joven de nombre Gabriela le prestó una

parte.

.-

Mira, yo estoy en el hotel “La Joya” en la suite 204.

-

Jeykol ya había entregado el cheque.- Ahí estaré. Mañana

seguimos con el corte, esperemos que la lluvia no afecte

mucho.-

la frase saltó con toda

oportunidad, no era

gratuita. El temor a la lluvia de parte de Toño resultaba

decisivo.

.- En media hora te alcanzo. Quizás el gerente del banco nos

acompañe. Es mi amigo.

 

Realmente Toño

se encontraba aturdido.

No conocía al tipo.

Apenas vio que los carros de Jeykol iban rumbo al pueblo.

Fue primero a la casa del gerente del banco. No estaba ahí

pero la esposa ofreció ayudar para localizarlo y que se

encontraran en el hotel “La Joya”

.

“Cien hijos de Elena” 

Llegando al hotel, Toño fue con el encargado. Preguntó por

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Jeykol, cuya tarjeta por supuesto llevaba otro nombre. Dio

las señas del personaje. 

.-

Si, aquí comió un grupo como el que usted me dice.

Estuvieron buen rato.- el informe del encargado le pareció

alentador.

.- Entonces, si está hospedado aquí. 

.- No, vinieron unas personas que los conocían y

comentaban que serían sus huéspedes por esta noche.- los

datos del encargado podían llevar

a establecer una escena

útil para rastrearlo

.

Toño no se percataba de los detalles,

concentrado en el propósito directo de hallar pistas

concretas. Evidencias.

Una hora después llegó el gerente del banco.

.- Gracias por venir. Ando preocupado.- Toño le explicó

todo. Estaban sirviendo café. 

.- El cheque parece bueno, falta claro ver las firmas y su

respaldo. Mañana lo vemos temprano.- dijo el gerente para

tranquilizarlo.

.-

¿Lo puedes averiguar ahora?

 

.- No, no puedo. Mañana temprano. A las ocho te espero.

Llegaré temprano y averiguamos. Por ahora hay que esperar

y confiar en que todo salga bien.

Toño siguió el consejo de su ayudante y se fueron a

  la

comandancia de la policía. No los conocía y los atendieron

pronto.

.- ¿Hace operaciones con un cheque por este monto? – 

Preguntó el inspector de la policía local.- Ojala el cheque

sea bueno. La rapidez con que actuaron crea sospechas.

Duerma bien y espere buenas noticias para mañana. Puede

ser un simple susto.

“Cien hijos de Elena” 

.- Déme todo su apoyo para buscarlos. Son unos veinte o

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más camiones cargados de jitomate. No pudieron

desaparecer.- Toño ya comenzaba a desesperarse.

.- No creo que podamos avanzar de noche. Tal vez ya

salieron de nuestra jurisdicción y hasta del estado. En

todo caso, si los encontramos ¿de qué los acusamos?

Necesito que el banco dé su fallo sobre el cheque y

esperemos lo mejor para bien de usted.- otro policía trató

de alardear.

.-

¿Tiene las placas de algunos de los camiones? Ya es muy

noche y nos

ayudará

 

esa información,

pues debe haber

muchos transportistas moviendo el jitomate de la región.-

el policía buscaba una pluma y papel para anotar los datos

de los vehículos. 

.- Lo veré con mi gente. Será hasta mañana.- el descuido no

pudo ser mayor, pensaba Toño. 

Rebotó el cheque.

El fraude de Jeykol estaba consumado.

Toño acudió al día siguiente a la televisión local,

ofreciendo una recompensa importante por el estafador,

dando el retrato hablado. Su familia le pidió cambiar de

actitud, pues el golpe ya estaba dado y las sospechas que a

Toño le surgían sobre todos los que le rodeaban, dañaban

sus relaciones e imagen. La noticia se propaló a los cuatro

vientos.

Casualmente, el tutor

reconoció

 a Jeykol en el noticiero. Le

pareció una hazaña y que ya andaba en golpes “de escala”.

Lamentablemente ni siquiera se imaginaba el paradero de su

protegido. Se preguntó si alguna vez ya habría ido a la

cárcel. Bueno, ya lo merecía, pero le seguía temiendo.

¡Pensar que lo quiso como a un hijo

“Cien hijos de Elena” 

Tanto el tutor como Toño, cada uno por su cuenta, nada

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podían  hacer para frenar la carrera del bandido. Por

complicidad o negligencia no hicieron lo que sus sensores

les ordenaban

. Sea el temor, la mezcla de confusión entre la

simpatía y la rabia contra Jeykol, mas les resultaba

increíble el atolondramiento con que permitieron abusos

al ceder su confianza. ¡Dejarse sorprender de manera tan

absurda por los modos tan obvios del estafador, como si él

hubiera engañado y mentido a unos niños Esta paralización

de pensamientos y de acción da el sustento principal a los

estafadores y otros criminales. La autoridad rema

contracorriente para captar elementos, investigar los

delitos de este tipo y fundamentar una demanda contra sus

imposturas y delitos.

Toño se enteró de que Jeykol había estado en el hotel y el

restaurante “La Joya”, mas no agotó  la gama posible de

preguntas.

¿Cómo el tipo se enteró de su cosecha de

jitomate? Jeykol visitaba este pueblo norteño porque

asistió  a unos cursos sobre desarrollo personal, o algo

semejante.

Jeykol desapareció de la ciudad norteña. Posteriormente, la

prensa publicó sobre el fraude.

“Cien hijos de Elena” 

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CAPÍ

TULO XV Farniaques y Jeykol.

Jeykol cambiaba continuamente de residencia, de nombre y

referencias. Una historia de imposturas y escondites. Sus

golpes y su forma de actuar directamente lo obligaban a

una vida errante. Tras la experiencia con el robo a los

viejitos, temiendo las peores consecuencias,

jamás

 

recurriría

 a la fuerza, a la violencia

física

  contra nadie.

Acumuló así una fortuna apreciable y fue a dar a Tepango.

Andaba cerca de los cuarenta años. Cierto hastío  y sus

previsiones, lo inclinaron a decidirse por establecerse y

aprender negocios estables y decorosos. Dio un giro

completo a su vida y ahora se dedicaba a crear una imagen

de un hombre de negocios o al menos de un destacado asesor

en la materia, donde había cabida para expertos

improvisados y aun de charlatanes. Tenía ahorros

suficientes para empezar a forjarse dentro de una nueva

empresa.

Andando en sus andadas, al cabo de un tiempo, se enteró de

la reputación local e influencia y regional de Farniaques.

De modo casual llegaron a sus manos informes confiables

acerca de sus planes concebidos para crear una caja de

ahorro y préstamo. Pidió cita vía teléfono con él y se

presentó en sus oficinas. Expuso su motivo de servir como

asesor en proyectos financieros de interés local. La

secretaria le hizo esperar una hora en la antesala.

“Cien hijos de Elena” 

.- Sea breve y puntual. El señor le da dos minutos para su

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entrevista.- el aire glacial de la mujer, algo envejecida, no

inmutó a Jeykol.

.-

Pase por aquí.

- un ayudante vestido

de paisano lo llevó

por un laberinto.- Espere a que lo llamen.- fue todo lo que

le dijo el ayudante y se

fue. Una hora más y lo recibió

Farniaques. Había fotos suyas en el despacho editadas por

profesionales de este arte, reforzando sus mejores ángulos

de perfil o de frente, posando junto a personajes

prominentes de la localidad, así como gente famosa en los

espectáculos y las artes.

 

Lo recibió el rufián con lo mejor de su aire de indiferencia.

¡Como si fuera un insecto

.- Buenos días señor Anaya. Sé  que su tiempo es muy

valioso. Permítame dos minutos para exponerle en estos

diagramas lo que puedo aportar, modestamente, a su

proyecto de la Caja de A

horros. Un análisis para selección

de franquicia que por supuesto puede anularse frente a las

ventajas de la autonomía. Organización, fondeo,

contabilidad, comité de selección de préstamos, técnicas de

cobranza. Estos diagramas hablan por sí solos. De cualquier

modo, por si ya están definidas sus estrategias..- Jeykol

comenzaba su discurso, pero apreció el gesto de enfado de

Farniaques. Pero no

se dejaría imponer por el visible

menosprecio ¿al tema o a la persona?

 

.- Esa idea de la Caja no viene al caso por ahora. Venga

dentro de una semana y veremos si lo puedo ocupar en algún

otro asunto. Claro, si cree que le pueda convenir, no le

aseguro nada por ahora, pero en cualquier caso usted

tendrá mucho éxito en lo suyo,.. en lo de finanzas.- el

sarcasmo de Farnas resonaba por todo el despacho en que

“Cien hijos de Elena” 

conversaba con Jeykol. Aun sin matizar ni abusar del gesto

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corporal, Farnas dominaba habilidades para conseguir los

efectos deseados a sus mensajes sin el menor gesto delator.

.-

Qué

  bueno que me da tiempo para pensarlo. Mis

conocimientos en finanzas pueden ser útiles en varios

campos. Lo importante para mí es trabajar con u

sted y

aprender. Después de todo, la experiencia complementa

cualquier profesión. El prestigio de usted… 

.- Como le dije, vuelva en una semana. Quizás tenga algo

para usted.- el tono del Farnas ratificaba la fama por su

sequedad y autoritarismo con sus subordinados. Poses,

clichés más dados en un origen ligado al ritualismo del

paleolítico, de un tótem primitivo.

No le agradaba en absoluto a Jeykol ser objeto de estas

humillaciones. Su discurso apenas duró unos segundos. Pero

había resuelto penetrar en la organización de Farnas y tal

vez

ser parte de ella. Se había informado al respecto y

estaba dispuesto a no dejarse vencer por fruslerías. Se

enteró sobre antecedentes sobre el timador, su despotismo

y su riqueza y poder. Su orfandad en la niñez también,

situación que ambos compartían.

Farniaques abandonó su despacho, dejando solo a Jeykol. Ni

siquiera se despidió. Un ayudante entró al despacho para

mostrarle la salida. De cualquier manera, logró algo.

Farniaques se sorprendió de que alguien ya

estuviera

enterado del proyecto de la caja de ahorros, que justamente

no le interesaba, sino a su mujer, Elena. El proyecto estaba

olvidado pues habían acordado posponerlo por unos meses.

El argumento principal de Farniaques era que le quitaba

mucho tiempo, y que el negocio sólo generaría problemas.

Creía haberla convencido del proyecto. Le intrigó por unos

“Cien hijos de Elena” 

momentos cómo el tipo había conseguido información sobre

esta idea. Ya no celaba a su mujer como antes, cuando llegó

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a ordenar propinar verdaderas palizas a sus galanes que no

se molestaban en fingir sus intenciones respecto a Elena.

La presencia de Jeykol, alto, entusiasta, bien parecido, lo

incomodó. Sin duda un profesiona

l en el espionaje como

Farnas no aceptaba la menor anomalía en sus tableros de

control. La rudeza con que lo trató había sido suficiente

para alejarlo, así lo creyó, y si regresaba le daría largas,

después de su brevísima reunión con su colega, otro

farsante como él,

Jeykol. Por decirlo

así

, Jeykol era un

delincuente sin sangre en las manos, tanto en los hechos

como en sus planes. Lo inquietaba la suerte de los dos

viejitos, pero prefería el silencio, el olvido de ese pasaje

de su adolescencia, para dormir mejor.

Esa tarde, Farniaques aprovechó la hora de la comida para

abordar el tema con su

mujer. Pocas veces comían en la

 

misma mesa en la casona, la cual entonces se hallaba en

proceso de mejoras, remodelaciones, mobiliario. Esta obra

absorbía la mayor parte del tiempo a Elena.

 

.- Te ves muy bien. Una excelente combinación de blusa y

falda.- Farniaques abrió la charla. 

.- ¡Extraño que me vengas con rodeos Gracias por el

cumplido.- el enfado de Elena siempre marcaba distancias.

Sus borracheras y encerronas con las callejeras, no le

importaban, al menos tanto como la gente del rufián que se

dedicaba a espiar y aun intentar boicotear algunos

negocios y proyectos de ella. Una táctica para dominarla.

.-

Bueno, me gustaría oír

tus quejas. Algo no te gusta. Tal

vez te quede tiempo después de rehacer la casa a tú gusto.

¿En qué más puedo complacerte? – los ademanes del timador

“Cien hijos de Elena” 

traicionaban los mensajes de su voz. Quienes lo conocían

como Elena, repudiaban esa incongruencia o hipocresía. 

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.- Solamente que no pongas obstáculos a lo que hago o

quiero hacer. ¡No es mucho pedir –

 

el tono áspero de Elena

fue contundente.

.-

Nunca hablamos como ahora. ¿Alguien te ha venido con

algún proyecto? 

.- No, ¿De qué se trata? Vayamos al punto sin rodeos.

.- Varias cosas, pero me vinieron hoy con el asunto de la

Caja de Ahorros. ¡Antes te interesaba ¿Deseas revivirlo?

.- Tengo mis negocios propios y los cuido. Eso lo hemos

definido. Yo no me meto en tus líos con tus pellejas.- Elena

no le había reprochado sus andanzas, pero creyó necesario

decirlo para ahuyentar a toda costa la presencia de

extrañas en su casa.- Exactamente de qué quieres hablarme.

¿De un negocio como socios tu y yo? No tiene caso,

chocamos en todo, en lo del personal, en los controles, en

todo.

A Farnas le gustaba el estilo un tanto directo, franco de

Elena, reacia a las improvisaciones en negocios y

también

firme para mantener un clima de respeto, aun de irritación

por las palabras altisonantes, como ella las llamaba.

No dejaba de meditar, ¿qué sucedía o podía suceder a futuro

con una mujer hermosa como ella privada de relaciones

sexuales? Viéndola tan serena, tan dueña de su

s emociones,

no abrigaba Farnas siquiera sospechas de que lo engañara.

Hacía mucho tiempo que ni intentaba acercarse a Elena para

besarla o acariciarla. Seguro de que después de su muerte,

ella se casaría con otro más joven que é

l mismo, quedaba

tranquilo, pues entonces ya qué importaría. Mientras tanto,

ella le parecía más agria de carácter, como lo destacaba

“Cien hijos de Elena” 

ahora. Estaba ella tan concentrada en sus negocios y la

remodelación de la casona.

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.- De modo que tú sola puedes con el proyecto.

.-

Si, no necesito más que tiempo y que no te interpongas.

 

.- Entonces, ¿no te importa si me decido por iniciar algo

parecido a una Caja de A

horros? A cambio tú tendrás acceso

a la experiencia que se vaya consiguiendo.- al parecer

Farnas ahora se comprometía sin haberlo pensado a un

negocio que no dominaba, pero excitante.

Ya tenía  decidido su jugada sólo para no sentirse

apabullado por el aplomo de Elena.

Sólo

 por fastidiarla.

.- Comienza si ya estás listo. Creo que hay espacio para dos

cajas y si lo deseas, te puedo recomendar un gerente de

alguna de las áreas, tú podrás conocerlo, ponerlo a prueba. 

.- ¿Puedo saber quien sería el gerente? – gruñó, herido por

la curiosidad.

.-

No hay nada nuevo. El señor

Laspers que fue gerente del

banco, es su garantía. – comentó ella. 

.- ¿El panadero? Laspers viene de una familia de buenos

panaderos.

Pero, ¿banquero?

 

.- Si, tanto como tú y yo venimos de familias ajenas a todo

esto. – dijo con ironía. 

Al término  de la reunión, no llegaron a una conclusión

firme, pero Farnas actuaba en su zona predilecta de la

ambigüedad, de la confusión

  con vagas palabras, dejando

así abiertas las opciones que le vinieran en gana.

- 2 -

Volviendo a Jeykol en un desplante de humildad o

impaciencia, habló por teléfono con la secretaria de

Farniaques Anaya, pidiendo otra cita. Le indicó que

“Cien hijos de Elena” 

volviera a llamar y que dejara su teléfono. Jeykol esperó

con impaciencia si le devolvían la llamada. Por la noche,

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volvió a insistir con la secretaria, la cual le dijo que lo

esperaban en esa oficina tres días después

, puntualmente a

las 8 de la mañana. Averiguó sobre el domicilio señalado. Un

edificio de doce pisos, propiedad de Farnas

. ¡Supersticioso,

no construyó el piso trece por algo  La ostentación se

palpaba en esa propiedad con sus grandes ventanales de

vidrio, ascensor transparente, las estructuras de hormigón 

y una amplia zona verde que rodeaba el conjunto.

Acudió temprano a la cita. La secretaria le aclaró que el

señor Anaya lo esperaba en el restaurante “Paraíso”. La

hora del desayuno.

.- Pase por aquí.- el empleado llevó a Jeykol a un salón

donde había mucha gente. 

Saludó  a Farniaques con el gesto más amable que podía

expresar.

.- Tome asiento, amigo.- lacónicamente lo recibió en medio

de la algarabía de la fiesta. Un asistente le apuntó con su

mano la mesa donde debía esperar. Festejaban

 

algún

cumpleaños por lo visto o algo parecido. 

No era así. Realmente Farniaques descubrió una mina de

oro en estos festines donde gratuitamente se propalaba su

imagen pública de generosidad, de repartidor de favores.

Gritaban sus seguidores a los cuatro vientos de la próxima

reunión donde todo mundo podía acudir. Las comidas y

bebidas abundaban con más platillos para deslumbrar.

Además, la gente cede al deseo de socializar y estar al

tanto de las noticias locales.

¿Cuándo sería el banquete próximo? Preguntaban los

comensales. En pocos días. Claro, la gente de Farniaques se

“Cien hijos de Elena” 

las ingeniaba para depurar con cuidado las invitaciones. No

costaba mucho el afán de Farniaques. Difundir su imagen de

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la mejor manera posible. Que hablaran bien del pillo, que la

gente del pueblo de Tepango se acostumbrara a

oír

 y

oír

 de

sus hazañas y bondades, hasta saciarse. Tal como se

construye la necesidad de una marca nueva de zapatos, un

dentífrico o de ropa. Además, como él lo creía, necesitaba

soportes para consolidar su reputación y poder.

Un grupo de cinco jóvenes al lado de la mesa de Jeykol

mascullaban quejas y señalamientos contra el rufián.

Engaños, abusos,

 despojos,

malversación de fondos, acoso de

sus empleadas. Una lista larga de rumores con acusaciones

de atropellos, ondulando en el espacio como volutas de

humo.

.- Miren, con la fortuna y millones que tiene, comiendo su

plato especial, tortas de frijol con salsa picante. Y con

vajilla de plata.-

el sarcasmo de la expresión se cobijó

bajo el murmullo silencioso del resentimiento cegado por

cientos de agravios.

.- Una fortuna

que salió de la nada. Pinche viejo avaro. –

 

terció otro con la ramplonería de ser un simple eco de

señalamientos constantes.

.- ¿De la nada? De joder a otros…. 

Conocedor de la gente, Jeykol apostaba que cuando les

tocara el turno

irían humildemente con

Farniaques a

despedirse o quizás a implorar un favor. Pero grabó en su

memoria el perfil de algunos de ellos, por si adelante

convenía hablar con ellos. ¡Usarlos del modo conveniente a

su oficio

La gente comenzó a marchar una hora después. Todos se

despedían del tirano con respeto y al parecer algunos

“Cien hijos de Elena” 

hacían tiempo para pedirle favores. Jeykol observaba esa

atmósfera selvática, densa, extraña  a su estrategia de

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arrebatar, no de pedir. Sólo quedaban unas cuantas

personas.

Segundos después, los presentes se marchaban también. No

sabía què

 

hacer. Trataba de simular toda emoción, todo

gesto que comprometiera su máscara de impasívidad.

Apenas iba a consultar sobre su cita con el asistente,

cuando Farniaques volvía a su mesa rodeado de una docena

de sus más allegados. Siguió con su copa de vino y sus

botanas.

.- Venga acá, amigo.- Farnas llamó a Jeykol. Cierto tono de

enfado le advirtió sobre una sorpresa desagrable. 

Jeykol no dejó de mostrarse atento y fingir avenencia.

Intentaba saludar a los demás sin esperar correspondencia.

Comprendía Jeykol su situación extraña, subordinada. No lo

conocían, ni le devolvían el saludo.

 

.- Mire que el mundo es muy pequeño. Me trajo recuerdos su

apariencia. Usted estuvo allá por el norte hace algún

tiempo. Ahí conoció usted a

 

un gran amigo mío. Se dedica a

la producción de jitomate.- Farnas fingía no observarlo.

Hablaba con pausa, con su voz ronca, estudiada, con

simulado malestar. La gente los miraba. Jeykol no esperaba

una bofetada tan sorpresiva.

.-

¡Norte del país Tal vez. He viajado mucho.

- Jeykol

miraba hacia el techo como haciendo memoria. Mantuvo la

calma. Un duelo de comediantes.

.- Hicieron un buen negocio, usted y Toño. Pero a usted se

le olvidó pagarle…. –

 Farnas

soltó una sonora carcajada con

la masa coral de los demás asistentes. Así gustaba de

someter y exhibir a sus subordinados.- ¿Le gustaría

“Cien hijos de Elena” 

platicarnos cómo planeó la operación? Cero riesgos para

usted. ¡Hasta logró salir en los televisores de todo el país

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Vaya que usted ganó mucha fama. 

La gente los miraba con atención. Ignoraban e

l tema y los

detalles de la charla que abordaba con el desconocido.

Notoriamente se estaba burlando del interlocutor. Jeykol

no perdía el aplomo, pero pensaba en una respuesta. 

.- Usted desea trabajar para mí y a mi me gusta la gente

honesta como usted. Le doy la oportunidad de resarcir de

daños a mi amigo Toño. Usted lo dejó esperando en un

conocido restaurante y está pendiente cumplir con su

promesa. Vamos, no está el horno para bollos. Dèse la

oportunidad.

.- Creo recordar. Quizás el señor del jitomate tardó en

llegar a la cita. Pero le garantizo a usted, señor Anaya, mi

trabajo honesto y… 

.-

Bien, entonces vaya aquí con mi asesor y haga un cheque

al portador para nuestro amigo jitomatero del norte. Yo me

hago cargo de que le llegue ese dinero.- Farnas señaló a

uno de sus ayudantes que atendiera esa instrucción.

-

También conocí a su tutor.

Entonces se ruborizó Jeykol. Por su parte, Farniaques

recalcó las últimas palabras con énfasis. Dio por sentado

que también estaba enterado acerca de la suerte de los

ancianos. Siguiendo su instinto, no podía, no le convenía

sino callar sobre el punto. Además Farnas ya conversaba

con otra persona, la cual le pedía apoyo o favor para algo.

.- No se vaya.- el ayudante recibió el cheque. Jeykol

volvió a su

asiento

y esperó que

Farnas se desocupara para

reiterarse a sus órdenes. El monto expedido repercutía en

un golpe severo a las finanzas personales de Jeykol.

“Cien hijos de Elena” 

¡Farnas lo tenía agarrado de donde más duele

Paradójicamente, era victima de las mismas perversiones

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con que Jeykol engañaba a sus clientes. Entonces lo llamó

el ayudante del

rufiá

n.

.- Mañana comenzará a trabajar con el señor Anaya. Vaya a

su oficina temprano.- fue todo.

“Cien hijos de Elena” 

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132

CAPÍ

TULO XVI Planes para Tepango.

Jeykol se presentó puntual a la cita.

Un asesor de Farnas lo

atendió en el restaurante “Paraíso” después de otras horas

de espera. Durante la espera permaneció solo en una mesa

contigua a la de cinco personas que cuchicheaban sus

inquietudes. El fondo musical parecía amortiguador de sus

voces.

.- Huele como un camión de basura y lo parece.- decía una

señora.- ¡Qué aspecto tan ridículo, ni bañándose

.- Todos tenemos algo que ver en la suerte de este tipo.

¿Qué hace, qué le debemos? Sólo nos explota. – otra mujer la

secundó en sus ataques vehementes. 

.-

Pronto morirá, ya está viejo. ¿Quién será

 su mujer?

.- Te equivocas, es una mujer muy guapa. ¡Una gran capa

todo lo tapa, pero qué vida se da el Farniaques . 

.- Hablando, nada logramos. Somos como unos ratoncitos.

Jeykol escuchaba el descontento de aquellas personas.

Menos mal que no todos vienen a suplicar, pensaba, pero no

dejan de ser ratoncitos. Ellos mismos lo dicen.

De repente se armó una batahola junto a Farniaques,

llamando la atención de los presentes. Una mesalina

abrazaba al timador, sentada en sus rodillas y alzaba la voz.

.- Pide perdón. De nada sirve que lo niegues.- se dirigía a

un tipo alto, de barba y bigote, de unos cuarenta años, el

cual se mostraba como en un marasmo, sin saber qué hacer.

 

“Cien hijos de Elena” 

El grupo cercano a la mesa de Farnas se movió de tal forma

que la atención se centraba alrededor del mismo pillo, la

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mesalina y el tipo de barba.

.- Habla cobarde, di algo en

 

defensa. ¿Por qué lo

hiciste?- agregó la mesalina, en el papel de juez y verdugo.

.-

Me obligaron…, m

e golpearon.- apenas se escuchaban los

murmullos del acusado.- Querían matarme.

.- Aquí no caben los traidores ni soplones, ya lo sabes. 

El tirano hizo una señal a su asistente.

.- Ponte de rodillas y dale unas vueltas al salón. – La voz

del asistente

sonó

 llena de absoluta autoridad.- Vamos que

esperas..

El tipo de barba se arrodilló y comenzó a desplazarse con

gran esfuerzo para cumplir la sentencia. Luego, evitando

cruzar su mirada con nadie, se deslizaba con más dolor por

la humillación que por lastimar sus rodillas. Le rodaban las

lágrimas. Alzaba sus manos para d

arse fuerzas y mantener

el equilibrio. A la tercera vuelta buscó un gesto de

clemencia de Farniaques. Un silencio pesado colgaba sobre

las arañas del salón principal del restaurante.

Un ambiente denso, amenazador como los rayos previos a la

tormenta dejó la escena de tortura y crueldad. Una

advertencia para quienes traicionaban al Varano. Todos

iban hacia la puerta de salida.

.- Venga conmigo.- dijo el asistente a Jeykol.

Caminaron hacia el centro del salón. Ya estaban solos. 

.- Vaya con el señor Laspers de parte del patrón. Ponga

usted todos sus recursos para el proyecto de la caja y a

trabajar. E

l señor

Laspers y ust

ed serán la cabeza visible,

nadie más.- así transmitía la orden de Farniaques,

entregando una hoja con el domicilio de Laspers.

“Cien hijos de Elena” 

.- Sólo una pregunta, ¿Laspers manda o yo?

.- Los dos, los dos, hay mucho qué hacer para los dos. – se

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despidió agitando su mano derecha y salía rumbo a la calle. 

.-

Ahora mismo voy allá.

- dijo Jeykol y tal vez no lo

escuchaba nadie.

La casa de Laspers

se distinguía

por un frente enorme,

actualmente aprovechado para locales de negocios, entre

ellos la panadería. Jeykol había perdido la idea sobre la

hora. Todo mundo comía entonces. Se anunció con la persona

del servicio que abrió la puerta. 

.-

Deseo hablar con el señ

or Laspers

. Aquí está mi tarjeta.

 

La mujer del servicio dejó entreabierta la puerta e hizo

seña de regresar. 

.- Que si es urgente, que espere una media hora y de no

serlo, que vuelva en la tarde, a las siete de la noche. La

familia está comiendo.- señaló. 

.-

Vuelvo más tarde, a las siete.

- Jeykol

pensó que era lo

mejor a fin de tomar ese tiempo para madurar sus planes.

Buscó un sitio para esperar. ¿Quién era el tal Laspers?

Tomó dos taxis dando domicilios de pretexto para dar unas

vueltas y platicar con los taxistas. Además hizo paradas en

tiendas de abarrotes no muy lejos de la casa de Laspers.

Hizo preguntas con aparente desenfado y ya contaba con el

perfil de su contacto. De familia de panaderos por muchos

años, ex gerente de banco donde trabajó por muy c

orto

tiempo, dueño de una carpintería que fabricaba muebles,

muy allegado a Farniaques. Aun sentía la digestión por el

exceso de comida, ya olvidaba las impresiones de la tortura

al tipo de la barba. Después de un regaderazo en su casa, fue

a la cita. Entre tanto hacía un repaso de sus notas para

entrevistarse con Laspers.

“Cien hijos de Elena” 

De cualquier modo, su habitual desconfianza presidiría su

relación con Laspers. Tomaría las cosas según vinieran con

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las salvedades de cubrirse si algo se agravaba, y ganar

algún dinero e

n el nuevo negocio de la Caja, pero sin perder

de vista su objetivo de sentar cabeza en Tepango. Ya

consideraba definido en su archivo personal un final de sus

correrías por una y otra, y otra ciudad para huir de sus

víctimas en su vida de estafador. 

Lo pasaron a la biblioteca de la casa. Los cuadros, algunas

pastas de libros y otros signos le indicaban un perfil de

fortunas

añoradas

y apasionamiento por libros de historia.

El piano viejo, pinturas que reclamaban restauración y las

alfombras daban evidencia de un pasado más afortunado.

Junto a la chimenea como eje de la reunión, conversaban

Laspers y Jeykol.

.- Señor Jeykol, ¿lo han atendido bien? Andre Laspers y

dígame en qué l

e puedo servir.-

el tipo sobresalía

 por su

estatura, piel muy blanca y amabilidad.

.- Al contrario, soy yo quien se viene a poner a sus órdenes.

Estuve

con el señor Anaya y me expresó sus deseos de darle

vida a la Caja de Ahorros y Préstamos. Sería una tarea a

nuestro cargo.

.- Pues ¿le parece? Compartamos ideas y puesto que ya lo

h

a pensado, ¿por dónde comenzamos?

Jeykol

presentó sus ideas con un enfoque

demasiado

libresco. Llevaba sus diagramas, catálogos, trámites y

agendas de trabajo con el propósito de causar la impresión

de ser un egresado de las aulas o de seminarios, pero

di

stante de las prácticas rutinarias. Tardó cerca de unos

minutos mirando de soslayo la cara del interlocutor.

“Cien hijos de Elena” 

.- Naturalmente, debemos ahora intercambiar ideas sobre

el capital inicial. – remató su exposición captando el aire

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socarrón de Laspers. 

.-

¿Capita

l inicial? Claro, lo que tenemos en las manos. Es

la historia de todo trabajo bancario. Cuente con dos

locales, los tengo aquí mismo en esta que es su casa. Dos

muchachos que nos ayudarán, previo entrenamiento y claro

mis informes sobre los que serán nuestros clientes

principales. – resumió Laspers. No mostraba mucho interés.

.- Déjeme preguntar algo necesario a mi entender. ¿Cuánto

tiempo le podrá dedicar usted a la caja?

 

.- Mire, mañana mismo comienzan los muchachos. Organizo

la papelería y usted y yo trabajaremos con muchas llamadas

telefónicas. Es todo. 

.- ¿Llamadas por teléfono? 

.- Si, por supuesto, a nuestros clientes. Gente que quiere

deudas, préstamos. Me haré cargo de

  elegirlos. Si tienen

respaldo o garantías, atenderemos sus solicitudes de

préstamos. En todo caso, haremos con cargo a ellos un

estudio de su capacidad de endeudamiento. A todos los

convertiremos en socios mediante una aportación que será

nuestro capital inicial. ¡Es lo que todos hacen, véalo en

cualquier negocio grande Hay riesgos, pero ¿dónde no

existen?

.- Claro, claro, ya comprendo. Debo admirar su experiencia.

Y ¿en cuánto al señor Anaya? 

.- Ya veo. –  con su sonrisa benigna, Laspers entendía el

papel de los involucrados, incluida la inocencia de Jeykol,

pero

no subestimó al rec

omendado de Farniaques.-

Preparemos la agenda de asuntos con el señor Anaya a su

tiempo, sea con él o con la persona que nos designe. Quizás

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“Cien hijos de Elena” 

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CAPÍ

TULO XVII La financiera de Tepango.

Pronto se presentó

Jeykol en la panader

í

a, y brotando de la

nada como la Financiera de Tepango. Apenas dos o tres

personas por día pedían informes acerca de los préstamos.

No se colocaron anuncios que publicitaran y promovieran la

Caja, a la cual insistía Laspers en llamarla la Financiera. A

partir de la segunda semana de su apertura,

comenzó a

manifestarse una verdadera afluencia de gente que aun

dudaba de gestionar el crédito ansiado. Hacían preguntas y

preguntas. Y las colas de clientes comenzaron en grandes

aglomeraciones el desfile de ovejas al barranco. Los

buscadores de préstamos comprendieron que lo mejor para

ellos era no perder el tiempo en preguntas

, señal

inexcusable de vacilaciones, y entonces llegaron con sus

expedientes para ser los primeros en colocar sus depósitos

a tasas de interés

muy a cualquier otra financiera local o

regional. Ahí radicaba la estrategia de promoción de la

nueva y soberbia financiera.

¡Los más altos intereses de tus ahorros Su lema.

A diario contrataron personal para tal o cual puesto con

los mejores sueldos. Los seis locales de la casa de Laspers

fueron cerrados, incluida la panadería, para abrir espacios

a las oficinas de la financiera después de ser remodeladas

para comodidad de los usuarios. ¡Un ambiente de euforia

incitaba una espiral en ascenso franco

La calle de la financiera, se cerró al tráfico vehicular por

las aglomeraciones y colas de los clientes. A la gente de

“Cien hijos de Elena” 

Tepango se sumaban los vecinos de pueblos circundantes. O

depositaban su dinero o compraban títulos de crédito con

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la promesa de ganancias verdaderamente extraordinarias.

Gente de reconocida fama local se veía dentro de las colas

de solicitantes. Eran un factor importante de que el panal

de miel atrajera más y más moscas. No gastaban un solo

centavo en publicidad o promoción de la financiera. Las

voces corrían por todos lados y cientos de familias

ansiosas de ganar dinero fácil daban rienda suelta a su

codiciosa imaginación. Los padres, tíos o familiares

instigaban a diarios a sus cercanos a invertir en la

financiera. ¡Después de todo estaba en manos de gente

competente y cabal

.- Yo lo conozco. Laspers fue gerente del banco. - decía

alguno con fervor.

.- Si tú nunca has ido al banco. ¿Cuál banco? 

.- No pues lo dirige una persona muy competente. Lo que

pasa es que algunos no arriesgan. Pero un experto en

finanzas, competente nos dará altas ganancias.- replicaba.

.-

¿Competente? ¿Qué quieres decir?

 

.- Que sabe de su negocio.

.- Competente quiere decir casto, ve tú  diccionario.-

repuso el escéptico.

.-

No se trata de palabrería, ni de un sabelotodo como tú.

Pero si es casto, honrado, tanto mejor.

Todo Tepango hablaba en el almuerzo o la cena de la

financiera y aun los más reacios, durante la noche por si

acaso preparaban su expediente. ¿Qué más daba ganar algo y

pasear lejos

más allá del “

charco

  del

Atlántico

  y subir

alguna vez en su vida a un avión? El contagio se

multiplicaba como epidemia y sabían algunos que

“Cien hijos de Elena” 

justamente una especie de enfermedad o de postración se

apoderaba de todos. Como cuando las voces de alerta en las

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costas señalan con la bandera amarilla y luego la roja, la

gente duda, se confunde pero permanece fascinada hasta ver

que el oleaje lo arrolla y amenaza su patrimonio, su vida

misma

. La fascinación por el peligro no es nada nuevo y en

la espiral masiva cobra una fuerza salvaje, avasallante,

como lo demostraban las colas crecientes a las puertas de

la financiera de Laspers.

Laspers quedó pronto apartado de la vista de todos. Su

labor intensa de ordenar, verificar e integrar expedientes

le absorbía todo el día. Su trabajo inagotable durante la

semana lo trató de compensar paseando en lugares cercanos

a bordo de su nuevo y flamante carro de lujo, durante los

domingos.

Cuatro meses después de la apertura de la financiera y no

se otorgaba aun un solo préstamo. La gente comenzaba a

desesperar. ¡Muchas expectativas se habían despertado  Y

ahora los rumores reinantes apuntaban hacia una atmósfera

de desconfianza hacia Laspers. ¿Qué se hacía con el dinero

depositado y a dónde iban los expedientes? Desde alguna

parte conocedora del tema, brotaban estos rumores como

advertencia para los cientos de familias que entregaban su

suerte a la Financiera.

Elena, enterada a diario,

tomó cartas en el asunto y fue a la

oficina de Farniaques.

.- ¿Qué es lo que pasa? Ya involucraste a muchas personas. 

¡Mucha gente cree que el negocio de la Financiera es mío 

Tú me involucraste

  sin mi consentimiento. La

documentación  original ¿por qué  está en tus manos? O

mañana mismo comienzas a dar respuestas a la gente, ya no

“Cien hijos de Elena” 

para de hablar de un fraude, o yo misma veré que Laspers

renuncie y yo me hago cargo.

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.- Tú misma lo recomendaste. La Caja está funcionando

bien. Con o sin el panadero Laspers.

¡Si nos dejáramos

llevar por los chismes de vecindad - contestó impávido

Farnas.

.- No hay de otra, o mañana comienzas a calmar las cosas o

yo misma intervengo. No me importa un comino tus

negocios, no te quieras pasar de listo. Todos me hacen parte

de esta Caja.- la furia de Elena aclaraba su decisión firme

de actuar.

Al salir del despacho dio un tremendo portazo.

Era jueves el día siguiente. Laspers llamó por teléfono a

Jeykol que fuera urgente, que no pasaba nada. Que entrara

por la casa de atrás de la panadería por el cúmulo de gente

solicitando dinero y cerrando calles aledañas para impedir 

el tráfico de vehículos. Hacía tiempo que no se veí

an. Por

cierto, Laspers ya había comprado la casa que daba al patio

trasero de la antigua panadería. Entre otras adquisiciones.

.-

Lleva estos expedientes a la casona. Ahí te esperan. Date

prisa.- Laspers lo acompañó a un carro de modelo viejo,

amplio.- Mira, son muchos expedientes. Ya hay dinero para

la gente. Son las diez de la mañana. Que te den el dinero

antes de las dos para hacer algunos pagos.

El carro viejo con los asientos traseros, el maletero y todo

espacio posible iba saturado de expedientes al parecer

ordenados y revisados. Al llegar a la casona ya lo esperaba

un asistente de Farniaques.

.- Hola, lo espero en las caballerizas.

 

le indicó.

 

“Cien hijos de Elena” 

Apenas llegaba cuando un grupo de jóvenes se hacía cargo

de tomar los expedientes y en las viejas caballerizas ahora

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improvisadas como oficinas, revisaban los papeles.

.-

En un momento terminamos. ¡Todo marcha de maravilla

¿No crees? – le dijo el asistente de Farniaques.

.- Hay que ver las colas. No hay personal suficiente para

atenderlos.

.- Todo negocio nos sale bien, ¿cierto? 

No hubo manera de responderle. Lo llamaban del lado del

despacho de Farniaques. Tardó media hora en retornar el

asistente. Jeykol no tuvo tiempo de decirle el recado de

Laspers sobre la importancia de tener el dinero antes de

las dos. Pero al ver su reloj, todo iba muy bien y ya le

llamaban.

.- Ves, todo va en orden. Solo tienes que llevar este cheque

al banco. Ahí te esperan. Suerte y a seguir trabajando. Tú y

yo tenemos que vernos dentro de un mes. No se te olvide.-

se despidió el asistente.- Por cierto, se me olvidaba. Este

dinero es adicional para ti, por tu trabajo, de parte del

jefe.

 

Era un grueso fajo de billetes de alta denominación.

 

El trámite del cheque en el banco fue inmediato. Un

funcionario le invitó a pasar a su cubículo.

.- No creo que quiera contar el dinero. Pero no se preocupe.

¿

Vea usted mismo los costales, por esta ventana,

cómo

cargan su dinero a un camión blindado.

- el funcionario

insistió que Jeykol lo viera.

Ciertamente unos costales de lona útiles para esos fines ya

estaban apilándose en el camión blindado. 

Cuando el camión llegó a la

Financiera la misma gente le

abrió paso. Cientos y cientos de caras felices veían cómo el

“Cien hijos de Elena” 

personal del camión blindado descargaba los grandes

costales de dinero.

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.- Los que tienen su expediente completo y esté su nombre

en las listas, hagan fila para pagarles sus ganancias.- un

joven de la Financiera salió a informales. Todos se

arremolinaban en la pared donde pegaban las listas.

Faltaban cuarenta minutos para las tres de la tarde. Hora

límite para los pagos de ese jueves.

Comenzaron a recibir sus primeros pagos los usuarios de

los servicios de la Financiera.

.- Miren, vean. Es todo este dinero. Y todo por los intereses

de mi dinero que puse en la Financiera. - los primeros en

recibir su ganancia mostraban la fajilla de billetes a los

demás y la noticia se propagaba. 

.- Me dieron los intereses atrasados y los de un mes más.-

gritaba otro.

Pese a que no faltaban escépticos, la gente decía conocer

bien a algunos de los que salían muy contentos de las cajas

con sus fajillas de dinero.

.-

¿Cuándo nos pagan a los demás? –

 gritaban todos.

.- El martes próximo.- decían. 

.- ¿Por qué hasta el martes? 

.- Mañana viernes es día festivo, el banco no trabaja y el

lunes nos recibe el papeleo p

ara tener más dinero que hoy.

T

odo va bien. Cualquier duda aquí estamos. Pronto les

pagaremos sus ganancias a todos.- les decían los del

personal de la Financiera.

Todo marchaba muy bien. Al llegar a su casa, Jeykol recibió

un recado de Laspers. Le

pidió

 enterarse del reporte de la

Financiera y que de modo discreto y cuidadoso, le diera una

vuelta a los domicilios ahí señalados. Debía pronto hacer 

“Cien hijos de Elena” 

un reporte de las observaciones que él mismo apreciara,

adicionales a las que los formatos le señalaban. Sin duda

son las garantías, cuyos expedientes completos nadie

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conocía en forma detallada

, sino Laspers,

pensó

Jeykol.

Esta tarea permitió al nuevo experto en finanzas, abundar

sobre la situ

ación de cada usuario.

Como todos lo presagiaban, los servicios de la Financiera

semejaban el negocio de una red ferroviaria, donde las

fantasías, codicias y riesgos de los incautos que caían en

el cebo, conducidos por un chalado, corrían hacia el

despeñadero

.

La presión de pago de los inversionistas y de

los ahorros, condujo a un dramático desenlace. Laspers de

ser el personaje más famoso de Tepango y de pueblos

vecinos, ya era confrontado. El gran experto en finanzas

que con una vara mágica transformaba el dinero en

cantidades copiosas, ya no daba la cara a un tumulto

enardecido.

Jeykol acudió a la cita con el asistente de Farniaques donde

le encargaron otras tareas. Se dedicó  entonces con

discreción a las verificaciones encomendadas.

Jeykol tom

ó

 

fotografías de los inmuebles ofrecidos en garantías de

préstamos, y así dar un reporte más fiel y completo. Las

listas de casas, lotes e inmuebles ocupaban calles enteras

en zonas de la periferia de Tepango. Lo mismo casas

habitadas que baldíos, calles con servicios qu

e sitios sin

agua y drenaje. De todo había.

El reporte de Jeykol influyó para ajustar los fondos

líquidos y satisfacer parte de las demandas de pagos de la

gente que se apilaba afuera de la Financiera. La

disponibilidad de recursos cayó bruscamente. Días hubo que

o no había

dinero para los pagos o se entregaban unos

“Cien hijos de Elena” 

montos insignificantes a unos cuantos usuarios, haciendo

correr el rumor que por el exceso de trabajo y por los

cortes contables, la Financiera se comprometía a cumplir

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con su compromiso de pagos inmediatos.

Empezó a circular el rumor de que Laspers había huido de

Tepango. Era cierto. Al suspender

los pagos de nómina al

personal contratado, cobró más fuerza el rumor y la

irritación de la gente se desbordaba en insultos a Laspers.

Pero la antigua panadería fue cerrada con candados y

custodiada por vigilantes a todas horas. Los perdedores que

eran la

mayoría

  de los usuarios de la Financiera se

amotinaban.

Contrataron abogados que les argumentaban que nada podía

hacerse, pues ninguno de los usuarios contaba con papeles

comprobatorios del fraude que alegaban en su contra. El

recurso de los testimonios sirvió para que tiempo después

se lograran algunos rescates

, según se decía, y por los

alegatos y promociones de los abogados, que se creara un

organismo liquidador.

El organismo liquidador muy poco pudo atemperar los

ánimos exaltados, violentados de la gente. Empeoraron las

cosas cuando un empleado del organismo o que se hizo pasar

como tal, les dijo a algunos que ya no había recursos y más

aun que se estaban depurando las listas de acreedores. Se

habían registrado algunos que nunca habían pisado jamás la

Financiera. Daban así por hecho una intención de pervertir

el sentido de las demandas de los afectados y subió de tono

la violencia.

Una noche la gente empezó a lanzar pedradas contra la

antigua panadería, después unas teas volaban proyectadas

contra el interior de las instalaciones de la Financiera y se

“Cien hijos de Elena” 

produjo un incendio. Los vecinos requirieron el apoyo de la

gente para evitar que sus casas resultaran afectadas Los

bomberos tardaron más de una hora en llegar pero contaban

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con recursos limitados, incluyendo el agua.

.- Se queman los archivos.- gritaba la gente.

.-

Todo acabó.

-

decían otros al ver en el fuego los

documentos comprobatorios de sus demandas, sÍ es que

todavía existían.

“Cien hijos de Elena” 

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CA

TULO XVIII Un sospechoso del accidente.

Volviendo a Diana y Ricardo, no dejaron nunca de insistir en

los hechos extraños  del accidente, dedicando su tiempo a

investigar y captar más información. Sus observaciones se

dividían en  lo de antes y lo de después. Desde que el

dentista llegó  al taller de Marco hasta el traslado a

Santiago. En rigor, no lograban aun nada evi

dente, sólo

cabos sueltos. Como víctima,  Ricardo por un lado ganaba

simpatías, pero a la vez despertaba sospechas y rumores

derivadas del miedo de involucrarse contra el rufián

Farniaques. Sostenía la necesidad de entrevistarse con las

personas que estuvieron con el dentista antes de que este

acudiera al taller. Lo que pudo aportar Marco, de nada

servía. Se reducía a meras conjeturas. Descartaban que el

dentista guardara alguna sospecha de un atentado, en el

cual su vida se arriesgara hasta su propia muerte. Menos

aun el dentista que, en esa hipótesis, arriesgaba además a

su propia mujer o a su sobrina. En tal suerte, no hubiera

ido al taller. Excluían toda pesquisa en Santiago, aun con

el abogado o la viuda del dentista.

Así sus conclusiones después de varias pláticas

  y

averiguaciones, no existía al menos una sola pista firme

para continuar.

Diana primero rechazó y luego puso en duda de contar a

Elena como una aliada de su causa. A instancias de Marco,

descartó la culpabilidad que le  achacaba, en parte por

supuesta complicidad de

los crímenes ligados al siniestro

.

“Cien hijos de Elena” 

Su sospecha partía de lo que dijo el dentista a Marco, en

cuanto a la recomendación de Elena para llevar su carro al

servicio mecánico. Carecía de base, pues la recomendación

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pudo suceder tiempo antes

de acudir al taller, pues también

el dentista mismo precisó que “ya antes de esa fecha, había

ido al taller, pero sin encontrar a Marco

. Gradualmente,

Diana y Ricardo reconocieron que carecían  de pruebas en

toda implicación de Elena, dejándola fuera de sus recelos.

La doble ventaja de Marco como el mejor informado del

caso y por su condición de víctima, reafirmó su autoridad

moral. P

agó su cuota de culpa al

 estar detenido en Santiago,

en parte en solidaridad con Ricardo, quien sufrió fracturas,

lesiones y otros daños en el siniestro. Pero así protegía a

Daniel, cuya situación desconocía hasta este momento. 

A Marco le exasperaba la terquedad de los jóvenes. A su

juicio, Diana exageraba la negligencia de Marco, al aceptar

el carro ford a esa hora

y más aun permitir que Daniel

interviniera para trasladar al dentista a Santiago, pese a la

lluvia nocturna.

A cambio, comenzó

Marco a cuestionar su propia pasividad,

en contraste con la dinámica entrega de los jóvenes a

luchar por su verdad y justicia para Daniel, el dentista y su

sobrina, y el mismo Ricardo. Pero ¿su encarcelamiento, los

daños sufridos en su contra, el asalto, las pérd

idas

económicas, los litigios y lo demás

? Y sobre todo,

¿con qué

derecho se arrogaban los jóvenes inexpertos donde no había

legalmente más que el olvido? Y al sacudir el avispero, ¿no

cabía en la inteligencia de Diana los riesgos que avivaría

contra Ricardo, contra ella misma y aparte Elena?

La muralla de guardaespaldas, artimañas y recursos del

mafioso

no era fácil de atravesar.

“Cien hijos de Elena” 

Recurierron los jóvenes al abogado del pueblo de Santiago,

y le pareció absurdo pretender desempolvar un caso ya

cerrado. Coincidía en que la curiosidad de dos jóvenes

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quijotescos, desorientados, no calibraba los alcances de

retar a Farniaques y sus secuaces.

Diana descartó la cooperación de Marco en

su apasionada

batalla. No terminaban las cuentas de los jóvenes en contra

de Marco. El contrapunto provenía de los resentimientos

por su infidelidad con Clarisa. La conspiración de Diana

apuntaba en ese sentido. En esencia, quiso arrancarle una

confesión en

su espacio person

al. ¡

Marco no

cedería a las

 

obsesiones de una desconocida como Diana De hecho, Diana

no distinguía el conflicto potencialmente letal para Elena,

en medio de su marido como presunto autor intelectual del

crimen y de su pusilánime amante, para armar una

sangrienta batalla legal.

Diana estaba comprometida con Ricardo, llevando una

relación premarital. Diana guardaba en secreto su embarazo

y principalmente que la paternidad era de Daniel. ¡Nunca lo

daría a saber a nadie

Por ello

, sufría fuertes conflictos

internos, ¿no debía si tan sólido era su sentido de lo justo

y la verdad, decirle a Marco que llevaba a su nieto en el

vientre? Y ¿cómo explicarle esa realidad brutal a Ricardo?

Desde los primeros d

ías

  del embarazo,

temía ir

al

ginecólogo para el examen respectivo. ¡De hecho lo evadía

No se daba cuenta del estrés tremendo que esta situación 

significaba, y tampoco quería saber los posibles daños por

algunas copas de vino ingeridas por negligencia

después del

embarazo. Sólo ella se daba cuenta de toda su esta

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“Cien hijos de Elena” 

desconocida, que pretendía involucrar a Marco en sus

asuntos.

Desconcertados los ayudantes y la secretaría la hicieron

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pasar al sitio.

.- Hola, ¿puedo saber quién eres? O ¿ya nos conocemos? – 

con estudiado tono amistoso,

trataba de aligerar la tensión

advertida en los gestos de Diana y por el presentimiento de

que no traía buenas intenciones.

.- No nos conocemos señora Carasao. No tengo ese gusto.-

la rudeza de la voz y ademanes le parecieron innecesarios a

Elena, pero le pusieron en guardia sobre la belicosa joven.

.- Veo que hace falta aquí café o agua.- la naturalidad de

Elena comenzaba a sacar de balance a Diana, pues ella, en su

estrategia, contaba con enfadarla de forma deliberada a fin

de abrir paso a sus querellas.

.- Por mí no se preocupe.- Diana no bajaba la guardia por

su aprensión.

 

.- Creo que tu asunto es de gran importancia para ti y

también puede serlo para mí. Cuenta con toda mi atención y

por favor comienza, no llevamos prisa.- la calma de Elena

sorprendió a su interlocutora con la calidez de su trato.

.- Iré al grano. Ya costó mucho el accidente donde

perdieron la vida el dentista Anzures y su sobrina. Supongo

que la prensa ha difundido todo y que sabemos del asunto,

pero Daniel

, el hijo de Marco el mecánico, sigue

desaparecido. Es un gran amigo mío y dedico todo mi tiempo

y recursos hasta dar con su paradero, esté muerto o vivo.-

Diana expuso con detalles su objetivo.- Creo que usted

puede ayudarnos mucho. Sabemos que usted hizo llegar unas

notas a Marco y cremos que usted podría ayudar a

“Cien hijos de Elena” 

localizarlo. ¡Puedo equivocarme, pero confío plenamente en

usted para orientarme

.- Dudo que pueda ayudarte en ese sentido. No existen

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pruebas sino meras suposiciones.

Es todo lo que sé pero

cuenta con mi apoyo en tú  investigación. –  Elena eludía

agregar datos, pues

no conocía bien a Diana.

 

.- Cuando usted le hizo llegar esas notas, ¿sabía del lugar

exacto o de un dato preciso sobre Daniel?

.- No, no hice más que informar un dato que uno de mis

ayudantes me proporcionó. Claro no es una fuente

confiable.

Tal vez me precipité en el ánimo de apoyarlo

moralmente e infundirle esperanzas. No recuerdo los

detalles. Tampoco ha venido Marco o me ha llamado para

solicitar mi cooperación. ¿Él te envió conmigo? 

.- No, realmente, sé que se molestará por venir sin su

consentimiento.- saltó entonces la franqueza de Diana. Una

de sus cualidades.

.- Olvida eso. No te preocupes. Te reitero que me importa

mucho de manera personal, lo concerniente a su hijo

Daniel.-

Elena se permitió tomar suavemente su mano

izquierda.

Sonó el teléfono del estudio y Elena se disculpó para

atender la llamada. Mientras Diana sentía que aminoraba su

ánimo predispuesto contra la señora. Veía su biblioteca,

sus pinturas

en un espacio más reducido del despacho

principal de la casona, donde había recibido Elena a Marco

en la ocasión del contrato y donde lo conoció. El contexto

era más personal. Diana observaba los detalles. 

Su atención en los

elementos que observaba, fueron

interrumpidos por el servicio de café, galletas y panqués

que le obsequiaban. Contado el tiempo de la espera y siendo

“Cien hijos de Elena” 

la hora de la comida, no pensó dos veces en consumir los

panecillos de chocolate y nuez. Gradualmente deponía su

actitud hostil con la dueña de la casona por falta evidente

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de motivos para sus sospechas

. No le importó acercarse a la

biblioteca y a los cuadros de pintura. Elena seguía en el

teléfono. En una esquina estaba un piano.

.- Veo que eres aficionada a los libros.- la voz de Elena la

turbó un poco de las reflexiones que justamente elucubraba

sobre su interlocutora.

.- No, no exactamente. Mi padre me enseñó algo de pintura,

pero él mismo me alentó la vocación que yo sentía y fui a

la escuela de ciencias. – no hacía énfasis en sus palabras,

sino que fluían llanamente. 

Un estremecimiento como si fuera una especie de líquido

espeso recorría la médula espinal de Elena. ¿Pintura,

química?, en una joven que podía ser su hija por la edad que

aparentaba, le despertaba frecuentes recuerdos.

.- De modo que ¿eres originaria de aquí, de Tepango? 

.- No, mi padre nació aquí, luego se fue con mis abuelos a

Texas. Allá nací. Visité México, algun

as ciudades y por

supuesto aquí en  Tepango, pero eran visitas de unos días.

Ahora he venido con mucha disposición a conocer bien estas

tierras. No sé si quedarme o volver y por lo pronto ya tengo

novio, Ricardo, que es un gran amigo de Daniel. Pero

estamos destrozados con lo de Daniel.-

la reacción

 sincera

de Diana mostró su rostro más humano. 

Elena pensaba en atar los cabos que se desprendían. Fuera o

no cierta su corazonada, iba entregando toda su amistad y

ternura hacia aquella jo

ven extraña portadora de algunos

datos del pasado que la intrigaban sobre momentos

inolvidables.

“Cien hijos de Elena” 

.- Supongo que vine en un momento inesperado. No la

entretengo más, por favor piense en los datos que le

comenté y espero su ayuda. Dígame qué día la puedo ver.-

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Diana quiso sincerarse con ella.

.- Si, déjame enterarme algo más de todo ello. Tenemos que

hacernos cargo de lo de Daniel.

Te ayudaré en todo

 lo que

pueda y cómo me digas. ¿Necesitas gente con experiencia?

Tú dime. Por favor ven a verme sin tocar la puerta, todas

las veces que lo quieras.

La expresión llena de sinceridad de Elena la conmovió  y

derrib

ó

  todas sus inquietudes

acerca de señalar sus

culpabilidades de un modo u otro. Al final de la reunión,

Elena la acompañaba conversando rumbo a la salida. En ese

trayecto, Diana se detuvo por un instante observando un

pergamino que, dentro de la biblioteca sobresalía por su

tamaño y sus rasgos más visibles.

Elena

percibió su interés,

fugazmente. Ambas sintieron una

especie de sacudida intrigante en su memoria. Diana notó

que guardaba mucho parecido con aquel pergamino de que su

padre

tanto le había hablado. Diana conservó la copia

  a

escala de esa pintura. Por su parte, Elena no sospechó nada,

pero un zumbido instantáneo reafirmó su simpatía sobre la

recia personalidad de la joven, que le despertaba vagas

nostalgias.

Al día siguiente, Diana recuperó su tranquilidad. Acudió por

fin al ginecólogo, quien le examinó y le diagnosticó un

embarazo extrauterino. ¡No había ya qué  preocuparse por

ahora del embarazo Más tarde, sin duda, confesaría todo a

Ricardo. Y se sintió liberada de ci

ertas angustias.

Diana regresó algunas ocasiones al despacho de Elena,

conversaron de diferentes temas. También del accidente,

“Cien hijos de Elena” 

pero con un ánimo de cooperación y de franqueza. Diana le

comentó a su modo, del noviazgo previo que tuvo con Daniel,

además de sus metas de continuar sus estudios y realizar su

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matrimonio con Ricardo. En todo momento, supo y aceptó

que contaba con las simpatías y apoyos de Elena. 

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XIX El testamento del moribundo.

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Veinte testamentos sumaban ante el notario, la historia de

la voluntad frívola  sobre la herencia del siempre

moribundo Farniaques. ¡Ningún mejor símbolo para ilustrar

sus vacilaciónes Rectificaciones, reconsideraciones y

titubeos suyos. Ya no impresionaba y menos a Elena, a la

única persona que le comunicaba sus decisiones

  o, mejor

dicho, su vodevil tan monótono sobre la herencia. Aun gente

cercana como sus ayudantes, abogados y personal doméstico

bromeaban sobre el juego del longevo con su muerte. Ni sus

achaques o la curiosidad de cómo repartiría su herencia

lograban llamar la atención de nadie.

Con numerosos hijos habidos entre sus amantes,

surgían

expectativas y curiosidad sobre los beneficiarios del

testamento. Citó en ocasiones a algunos de ellos.

Berrinches de un anciano moribundo deseoso de ganar ya no

simpatías sino algo de atención, de avenencia con alguien.

Su capacidad de expresar la autenticidad de sus

sentimientos, sí que yacía sepultada mucho tiempo atrás

entre cenizas, lodos y alcoholes ya procesados y

reciclados.

Próximo al límite de su vida productiva o de su muerte, en

términos de probabilidades, Farniaques guardaba reposo

unos cuantos días y volvía a su actividad frenética usual,

dando lugar a s

ospechas de la autenticidad de sus recaídas

por motivos de salud. Las fingía a veces, en honor de sus

destrezas como farsante. Pero los odios ganados humillando

“Cien hijos de Elena” 

sin ton ni son a todos, de manipular a todas horas con o sin

objeto, le auguraban un funeral como él  de un vagabundo

cualquiera, cuando sucediera, con la ausencia de amigos que

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no tenia, y alguna pena fingida de algunos asistentes solo

interesados en asegurarse la vista del cuerpo en el ataúd, o

mejor en el sepulcro y que no reviviera por cualquier error.

Lo cual no le importaba un comino dado el desprecio

abrigado por cuantos lo rodeaban, acostumbrado a escuchar

a espaldas suyas, cuchicheos y vituperios sobre toda su

persona, fuera en lo físico, sus excesos de rufían.

Seguía insistiendo a Elena q

ue le diera unos minutos para

tratar sobre el testamento. Ella aceptó hablar con Farnas

para otros temas. Esa tarde se dieron cita a solas en el

despacho principal.

.- Te agradezco que hayas venido. - se escuchaba clara la

voz de Farnas. Su salud visiblemente no dejaba dudas de su

mejoría.

 

Otra mejoría, otra farsa.

Elena le guardaba respeto desde el episodio de los

maleantes que la habían ultrajado y luego habían matado a

su padre. Además Farna

s se sujetaba a las decisiones que,

junto con ella acordaban en lo concerniente a las

copropiedades y el uso de los fondos de dinero o de

inversiones compartidas por ambos. Naturalemte, Elena no

tenía herederos explícitos

  a la vista. Ella contaba con la

ventaja de la edad respecto a Farniaques, despertando

infundios sobre su intenciòn supuesta de acaparar  la

herencia del mafioso. Pero él mismo lo descartaba. Pese al 

romance con el mecánico, que provocaba tensiones entre

ambos

, le seguía mostrando toda su confianza.

Elena no se atrevía a enfrentar cara a cara a Farniaques en

cuanto al accidente. Por una parte, la falta de pruebas que

“Cien hijos de Elena” 

lo involucraran, y por otra, al cuestionarlo, pecaría

peligrosamente de tendenciosa e inocente por asumir

necesariamente una posición al lado de su amante.

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.- Empecemos pues con lo de tu testamento.

Confío en que

no me vengas con simulaciones ni artificios.- Elena miraba

directo a los oj

os de sapo del rufián.

.- Más que suficiente. No es fácil para mí decirte lo que

vengo a exponer. Necesito de tu comprensión. –  La voz se

diluía entre sus achaques y su histrionismo.- Pero me

dejaré de rodeos. No somos ni tú ni yo ningunos mojigatos.

Tengo hijos que te pido reconozcas. Es el punto principal

que traigo por esta vez. Los he apoyado mucho, como a

otros. Pero me han ganado por su inteligencia y dedicación.

Los hice estudiar en las mejores universidades. Conocen

California y algunos lugares de Europa.

.- ¿Qué yo los reconozca? ¿Que lleven tu nombre y mi

nombre y apellidos?

.- No, no precisamente. Son dos jóvenes, Agenor y Olimpia

Los elegí con cuidado para que hereden lo mío. ¡Espero que

lo engrandezcan

Tampoco se trata de que tú les heredes

nada de lo tuyo. Sólo que los reconozcas. 

.- No entiendo bien lo del reconocimiento. Entonces,

¿llevan tu apellido y no requieren del mío?  Seamos

precisos.

 

no deseaba Elena caer en ningún juego, como ya

había intentado

Farnas en ocasiones anteriores con falsos

lloriqueos.

.- No, ya tienen su nombre y apellido que por cierto es

Paniagua por decisión suya. Seré totalmente sincero. Antes

no me interesaba este tema de elegir mis sucesores. Ahora

sí me importa, y quisiera contar contigo. Ya no tengo

fuerzas para enseñarles

nada, o sea lo que

me gustaría que

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“Cien hijos de Elena” 

.- Bueno, para eso nos dimos unos minutos.

.- ¿Qué sabes del accidente de Anzures? ¿No metiste las

manos? –  el tono de la voz metálica, enérgica, de Elena

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vibraba en el aire

. Perdió algo de su serenidad.

 

.- ¿Anzures? Un imbécil que siempre me contradecía. ¡No, no

vale la pena que nadie se encargue de un tonto como ése

.- Entonces, ¿puedo averiguar entre tu gente y, saber que

ninguno de ellos metió la mano, por su cuenta o por

instrucción tuya?

.- ¿Tan importante es para ti? – brincó el mafioso.

.-

¿Puedo averiguar o no? Quiero la verdad.

 

.- ¿La verdad? Si, alguna vez estuve furioso contra ti y ese

mequetrefe del mecánico. ¡Un don nadie Pero jamás giré

ninguna orden de hacerle daño ni al dentista ni al

mecánico.- la garganta de Farnas se ahogaba en su propia

saliva. Aguantaba el dolor al morder la sal en las heridas

más recónditas, los celos, pero jamás saldría de su boca un

destello de debilidad. Su voz alzaba de tono, pero mantenía

su estilo seco. - Después de todo, dejemos que ese señor

siga por ahí, que las cosas sigan igual, porque n

o

es ningún

peligro.

.- Que sea algo que a ti no te importe nada. Y así nos

entendemos. ¿Qué derechos tienes para reclamos de un

matrimonio que tú

mismo mataste

…? ¿Cuántos años sin

verme, ni buscarme?.- Elena contuvo sus impulsos

, pensó

que callar era lo mejor y no dar ninguna pista o pretexto a

Farnas y provocar su còlera contra Marco. Ambos temblaban

de emociones salvajes despertadas por lo tirante del

asunto, y parpadeaban velozmente, ahogando sus voces en

una respiración profunda.- Volviendo al tema, sólo  haré

unas preguntas entre tu gente.

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“Cien hijos de Elena” 

.- En caso de ofrecerse, iré con usted para saber de sus

puntos de vista.- Agenor se condujo de forma amable.

.- Pueden irse. Vivirán unos días más en el hotel donde

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están, mientras les arreglan sus cuartos en esta casa.

- dijo

Farnas.

Ninguno se despidió de Farna

s. Secamente, tomaron rumbo a

la salida. Elena se quedó con la idea de que además de tener

miedo a su padre, no tenían idea remota del alcance de su

herencia y tampoco Farniaques se preocupaba de su

preparación para tal efecto. Sin duda, podían necesitar de

ella.

Dadas las cosas, Elena hizo cita con su notario. Le resultaba

conveniente revisar y actualizar sus propiedades. Muchas

de ellas flotaban en el aire, nunca se llegaron a formalizar

y la coyuntura del testamento del ““varano”” podría bien

causar algunas dificultades por traslapes, confusiones o

aclaraciones. También le dejó recado a Marco, a través de

su secretaria, para verse lo más pronto posible. 

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XX Un inmueble en aprietos.

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Al ver el reloj de péndulo de la casona,

Elena

notó que

 

disponía de la tarde. Podía aprovechar tiempo. Elena quiso

arreglar algunos asuntos personales. Quería pensar a solas. 

Condujo su carro con su mente en automático, sin apreciar

el rumbo que tomaba. Reconoció entonces algunas

particularidades del paisaje. El río

seco con lirios y el

campo deportivo. ¡Nostalgia de aquellos días  Se le

vinieron muchos recuerdos de su adolescencia.

Todo se combinó en el nudo de circunstancias. Diana

caminaba en dirección opuesta a su  carro que circulaba

lentamente. Se cruzaron nuevamente sus caminos. Diana la

saludó a unos cuantos metros.

.- Hola, ¿busca algún domicilio por aquí? –  la voz de la

joven resultaba tan dulce, tan amigable que Elena recobró

el aplomo. No esperaba encontrarla.

Bajó del carro.

Le pareció mucho más joven con su vestimenta de una

playera color claro y unos pantaloncillos cortos de colores

blanco y rojo. Estaba acostumbrada al modo indefinido de

que la tratara de tu o de usted.

.- Justamente a ti.- la sa

ludó de beso en la mejilla.

-

¿Podemos platicar en algún lado? 

.- ¿Le parece bien caminar junto al río? Es zona segura.-

Diana le devolvió el beso de mejilla.

.-Diana, por favor olvida los

formalismos, me gustaría que

me hables de tú. Tenemo muchas cosas importantes de qué

hablar…

-

“Cien hijos de Elena” 

Repiqueteaba repetidamente el celular de Elena.

.- Discúlpame. ¡Se trata de algo urgente También te puede

importar a ti. En el camino te platico.- subieron al carro.

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El notario de Elena le pidió que acudiera a su de

spacho, lo

más pronto que le fuera posible. No tardó en llegar. Ahí se

encontraba Marco.

Después de saludarlas, el notario les pidió entraran a su

despacho.

.- Ojalá sólo sea una confusión, pero usted, señora Elena, le

vendió un inmueble al señor Marco, el cual dice que ya le

pagó. No me ocurre con frecuencia, señora Elena, pero en

mis registros, puede haber algunas lagunas o confusiones.-

El notario notó que carecía de bases legales para titular la

propiedad de acuerdo a la petición de Elena. Por tanto,

salvo las aclaraciones que se pudieran aportar, no existían

bases legales para una compra venta de ese inmueble, el

taller de Marco.

Dentro del conjunto de propiedades de Elena y de su marido,

no dejaban de ocurrir algunos errores o descuidos en

alguna propiedad, pese al aparente

celo y empeño que ambos

dedicaban con los abogados para llevar los documentos en

orden. Elena bien sabía todo lo que significaba para Marco,

no tanto perder sino cuestionar el descuido de algo tan

importante

para él.

De terquedad como pocos, jamás había aceptado antes de

este tropezón, que Elena se lo trasladara como donación. 

Sólo tenía la posesión. Ya era tarde, por no haber arreglado

previamente la escritura pública. Todo movimiento por

insignificante que fuese para corregir el incidente

alcanzaría otra dimensión. 

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“Cien hijos de Elena” 

.- En resumen, señora Elena, para poder servir sus

indicaciones, nos quedan dos caminos. Usted habla con su

marido para rectificar o adecuar la escritura ya a nombre

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de Martín

Rebolledo. Pero no

estará

 en e

l registro públi

co

hasta que usted me lo ordene. Yo me encargo, o bien queda a

discreción suya cualquier otra solución que satisfaga al

señor Marco, aquí presente.- el notario de unos cuarenta

años, de gafas planteaba el punto por el cual se reunían.

.- Quisiera si es apropiado, que usted licenciado, le

instruya a su asistente que revise una vez más sus archivos

y me confirme que no hay ninguna confusión en este caso. La

posesión en manos del señor Marco ya cuenta con años de

antigüedad y no se había presentado cuestionamiento ni

duda alguna. Quiero dejar muy claro que el convenio para

la compraventa del taller fue un acto de buena fe, que todo

ha sido un error de mi parte al no consultar con usted.

Estoy dispuesta a satisfacer hasta donde me sea posible el

cumplimiento de mi trato para que el señor Marco conserve

a su favor el inmueble. – Elena insinuaba cualquier esfuerzo

o tal vez hasta recovecos legales a favor de su amante.

.- A petición del señor Marco, ya he hablado  con Martín

Rebolledo. Le propuse algunas opciones, que estarían

sujetas a la aprobación de usted, para que se le otorgue la

propiedad de otro inmueble de iguales o mejores

condiciones. Tiene un restaurante en sus proyectos

personales. No aceptó. Me respondió que como premio a su

fidelidad y trabajo con el señor Farniaques había recibido

facilidades para quedarse desde hace años con el sitio. Al

señor

Rebolledo le parece ideal para su futuro negocio.

 el

notario acomodó sus gafas.- Asumo que yo le fallé esta vez

“Cien hijos de Elena” 

señora Elena, al no tenerla a usted al tanto sobre sus

propiedades y darle un reporte mensual confiable

.- No, no tratemos de buscar culpas, de nada nos sirven.

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Veamos cómo se puede arreglar. Debe haber alguna forma.

 

Vea por favor cualquier salida que nos convenga.- insistió.

Rehuìa encontrarse con la mirada de

  su amante, quien

miraba y escuchaba atento con aire profundamente abatido

como un sentenciado a muerte.

Pasaron unos largos instantes de silencio. Tampoco Diana

creía oportuno decir algo. Marco caminaba pausadamente

hacia la puerta con i

ntención de

retirarse

, sintiéndose

defraudado. Sus sueños se marchitaban de un solo golpe.

.- Por mi parte, haré todo lo que me diga Marco. Licenciado

debe haber un modo…. Con toda su experiencia. Se lo

encargo. Es de gran importancia para mí. O bien, Marco, si

hay una solución, dime. ¡Lo que cueste - de repente Elena

dijo con una emoción viva, buscando su mirada.

Marco estaba de espaldas hacia ellos. Volteó pausadamente

hacia ella.

.-

Entonces, sólo hay una respuesta, ¡cásate conmigo –

 

Marco hizo una seria inflexión de todo su cuerpo hacia ella.

Su voz fluía entre su perturbación  y todo su anhelo de

felicidad.

Elena misma quedó asombrada de aquel hombre, su amante,

que se había alejado de ella por unas semanas y

,

que parecía

ya no importarle nada después de sus desgracias con el

accidente. Ahora era viudo. Ambos se miraban fijamente.

.- Te lo pido entonces como debe ser. – Marco dobló una de

sus rodillas y se dirigió nuevamente a Elena.

-

¡cásate,

casémonos, te lo pido y te prometo siempre amarte y

respetarte

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“Cien hijos de Elena” 

Tanto Diana como el notario eran ajenos a las mañas y

manipulaciones del rufían que por años faroleaba a los

cuatro vientos sus graves achaques, de moribundo,

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bu

rlándose de todo el mundo. Su puente entre la

hipocondría y la pantomima era el puente más  estrecho y

pequeño de todo el mundo.

.- Te agradezco de verdad que me esperes. Han sido muchas

sorpresas para un solo día. Y licenciado si me concede unos

tres minutos, ya lo dejaré en paz. 

.- Con gusto, no hay ningún inconveniente señora. – dijo al

entrar a su privado.

.- Creo que ya debo pensar en mi testamento. –  se lo

manifestó sentada en su privado.

Le expresó su decisión a grandes líneas. Había que definir 

aquellas propiedades ya establecidas, las copropiedades y

las que debían deslindarse del dominio de su marido o de

cualquier otra figura legal. Le indicó que en un apartado

señalara una lista de negocios o inmuebles en forma de

usufructo vitalicio para ella misma, para asegurar sobre

toda contingencia su capacidad de atender sus propias

necesidades.

Las propiedades y derechos eran un pastel muy grande, si

bien frente al capital del mafioso del marido, su fortuna

quedaba opacada. Diversos conflictos

surgí

an por bienes no

deslindados entre ambos, pero siempre los arreglaban con

facilidad y en armonía.

.- Muy bien, señora, Le tendré un borrador lo más pronto

posible para que por favor lo verifique usted misma. Ahora

me dice por favor los nombres de los beneficiarios de esta

voluntad suya.

“Cien hijos de Elena” 

.- Por supuesto, Marco Sarabia, Daniel Sarabia y Diana

Valtierra. Le pido que sea yo quien les transmita esta

disposición, salvo que ocurra algo inesperado que me prive

de esta facultad.

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Pese a los años de experiencia como  notario, su aire

siempre

flemático

 se

trastornó

 por un instante.

.- Muy bien, ¿a partes iguales? Necesito papeles de

identidad de ellos.

.- Me haré cargo de obtenerlos. Además señale con el

fundamento que usted crea mejor, que en caso de suceder

que uno de los beneficiarios no pueda aceptar por cualquier

razón, o que expresamente rechazara esta voluntad,

entonces podría quedar hasta un solo beneficiario como

última opción. 

.- Suponiendo algo extremo, y que ninguno pueda

beneficiarse, ¿qué indicación me da usted?

.- Espero que como usted mismo lo dice no ocurra tal

eventualidad, entonces todo sería para las beneficencias

que usted ya conoce. Tal vez alguna nueva. De cualquier

manera lo que ya está en posesión de las beneficencias y

algo más, quedará debidamente asignada para ellas.

.- De mi parte es todo, señora, si es que no existe otra

indicación suya. 

.- Si, solo quiero pedirle me asesore en una ocasi

ón

próxima de los pasos que requiero para una adopción.

 

.- ¿Una adopción? Se refiere a un hijo. 

.- Si, quiero tener una hija adoptada. Se llama Diana, pero

antes debo asegurar algunos detalles.

.-

Claro, le prepararé lo necesario.

 

Al parecer, absorta en una llamada por celular, Diana

esperaba afuera del privado, ajena a las disposiciones

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“Cien hijos de Elena” 

.- Me gusta la idea, las necesito para estrechar mi

relación con Marco y ver con más claridad muchas cosas.

¿Has pensado en algunos lugares? – dijo Elena.

.-

Sí, me permití avanzar en

...

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.- Déjate de formalismos conmigo. Date cuenta de todo lo

que vales para mí, para desenredar todo, pero ¿

Daniel?

.- Tengo amigos que me ayudarán. Daré toda mi prioridad

para encontrar a Daniel. Confía en que tengo algunas

ventajas para ello.

.- Y ¿qué lugares se te ocurren?

.- Creo que es mejor que puedan partir ahora mismo.

Algunos sitios turísticos de México y de Europa. Allá

podrás claro hacer los cambios que quieras.

.- ¿Tan de repente? 

.- Sino, no lo haces, ¿cuándo podrás disfrutar de un

momento como éste? Me refiero a Marco y .. Si, cierto,

vayamos a su casa. Es decir, al taller.

.- Mejor déjame hablar con Marco y tú  me ayudas con los

preparativos y maletas.- dijo entre broma.

.-

Vaya que eres de una pieza…

- Diana

la abrazó,

deseándole que fueran felices.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXI Grandes sorpresas.

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174

La tarde del día siguiente, surgieron extrañas inquietudes

y desasosiegos en la casona, en el despacho de Elena,

cuando ella entró por la puerta especial. Su secretaria,

Cristina, la esperaba, pese a la hora. La actividad parecía

inusual.

.- Siento distraerla señora, pero hay varios asuntos

urgentes.- el nerviosismo de la secretaria brillaba en sus

ojos como luces de luciérnagas nocturnas.

.- No hay de qué preocuparse, te lo aseguro. Veamos los

casos que creas importantes.

.- Bueno, la quieren ver con urgencia los señores Agenor y

Jeykol.

.- ¿Vienen juntos? – dijo con un gesto de extrañeza. 

.- No, el señor Jeykol está aquí en el recibidor y el señor

Agenor me pidió que lo comunicara con él en cuanto usted

llegara.

.- Correcto, lo atenderé personalmente. Sólo me urge un

asunto. Dile a Jeykol que no se vaya y que lo recibo en un

momento. Pasa a Agenor cuando llegue.

La secretaria

salió por un instante

  para comunicarse con

Agenor.

No demoró en presentarse.

Agenor e

ntró

directamente al despacho de Elena.

Sus arrebatos y voces desgañitadas del hijo de Farniaques

hicieron temblar, durante el día, a los subordinados.

.-

Señora, creo que usted me evade. Tenemos muchos

asuntos de qué hablar y tomar algunas decisiones.-

“Cien hijos de Elena” 

exclamó con nerviosismo el hijo de Farniaques con sus

aires faroleros de diplomado bisoño.

.- Bien, con gusto. Prepara una agenda de los puntos que

deseas que tratemos y me la env

ía

s. Env

ía

la con atenci

ón a

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Diana, mi asistente, con los documentos que sean

necesarios.

 

dijo Elena poniéndose de pié para

significar el

término de la breve reunión. 

Cristina casi chocaba con Agenor quien terminó la

entrevista visiblemente contrariado por la entrevista

expres. Su malestar aumentó por la decisión de turnar su

asunto a un subordinado. Y se

alejó

 a zancadas.

La secretaria oyó el timbre con que la llamaban.

.- Ahora, escucha bien esto, Cristina. De mañana en

adelante, tendrás una nueva jefa, me suplirá cuando yo no

esté. Te pido que la apoyes estrictamente como si fuera yo

misma.- Elena parecía distraída buscando algo en su

escritorio.

.- ¿No cambia mi situación? Me siento preocupada.

¿Alguna instrucción en especial? – Cristina, la secretaria,

no ocultaba su nerviosismo por la prepotencia y amenazas

de todo tipo de Agenor.

.- Nada, nada. ¿Qué te pasa, Cristina?  Tu situación  no

cambia en nada. Siempre he tenido confianza en tu trabajo,

pero tomo algunas previsiones

. No le des información

importante a nadie más que

a una

persona que me suplirá

por unos días. ¿Está claro? Y no te preocupes.

.- Sabe que siempre contará conmigo y toda mi dedicación y

discreción, y ¿quién es esa persona?

.-

Te dejaré nombres e instrucciones en un sobre cerrado en

tu escritorio. No digas nada, no preguntes nada, no pasa

nada, ¿está bien? Ve a dormir con toda tranquilidad.

 

“Cien hijos de Elena” 

.- Si, gracias por su confianza y me ganaré la de esa

persona. Adiós.

.- Como si fuera yo misma. Cristina, ya te puedes ir. Dile a

Jeykol que pase.

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Primera vez que Jeykol mostraba una cara sombría,

excitada. Alguien enteramente distinto al que

conocía

 por

buen tiempo.

.- Buenas noches y gracias por recibirme señora. 

.- ¿Qué es lo que sucede Jeykol? Qué asuntos parecen tan

urgentes.

.- Disculpe mi impetuosidad, pero ante todo vengo a pedir

su consejo y apoyo. El joven Agenor me llamó. No sólo me

despide, me ha ordenado que me vaya. Me da pronto, que me

vaya no sólo de aquí, sino del país. Me parece excesivo,

injusto, he trabajado mucho para el señor y sería mi ruina.

Sin omitir que afectará el resultado de algunos proyectos

que el señor Anaya me encargó. No sé cómo decirlo, pero 

creame, soy indispensable, al menos en algunos proyectos.

Me parece una resolución muy precipitada.

.-

¿De qué proyectos se trata? Tengo poco tiempo,

necesito

el resumen.

.- Le tengo listados, vea por favor solo las carátulas.- el

antiguo bufón mostraba un desempeño distinto, tenía

armados los

trabajos o expedientes con una presentación

envidiable.- Vea por favor usted misma.

.- ¿Tiene idea de por qué le piden que se vaya tan de

repente? – Elena exploró posibles escenarios a la vista.

.- No, en absoluto, tampoco me pidieron cuentas. Por

cierto, manejo fideicomisos con fondos que pertenecen al

señor Anaya. Lo muestran estos papeles que me permito

entregar a usted.

“Cien hijos de Elena” 

.- Bueno, ya es muy noche, déjeme estos asuntos. Y pensaré

qué hacer. Concluimos con dos puntos. Uno, no se vaya,

usted mismo vea con la secretaria de Agenor que yo misma

le he ordenado que no se vaya hasta arreglar asuntos de mi

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competencia con usted.

.- Disculpe mi impertinencia, pero

¿si no me contesta o

persiste en su posición? – dijo Jeykol todavía medroso.

.- No pasará nada, no se preocupe, yo creo conocerlo a

usted y tendrá suficiente  habilidad para esto y más.  Le

insisto, solo diga que yo le ordené que no se vaya, hasta que

yo misma se lo indique.

.- Y ¿el otro tema? – preguntó curioso.

.- El otro tema, es algo muy especial en que usted me

ayudará. Mañana venga por un expediente que le dejaré con

mi secretaria. Confiaré en sus habilidades. Dedique todo su

tiempo, todo su talento, todos los medios que necesite

estarán de inmediato a su alcance. Averigüe  desde ahora

mismo el paradero de Daniel Sarabia, un joven de unos

veinticinco años. Todos los datos estarán en ese expediente

y los recursos

sólo

 

pídalos a mi secretaria. –

  el viejo

comediante no adivinaba cómo de repente Elena le confiaba

algo tan especial. Conocía entonces el tema sobre el

accidente, pero no a fondo. Así Jeykol se infló de sus bríos 

proverbiales.

.- H

ay un tercer asunto. Usted ya sabe quién es Martín

Rebolledo.- Jeykol apuntaba lo relevante y movió la cabeza

afirmativamente.- Convénzalo de que acceda a vendernos un

inmueble que acaba de adquirir. ¡Usted tendrá la

información mañana No lo coaccione, sólo use la

persuasión. Maneje esto con toda discreción. 

“Cien hijos de Elena” 

.- Si, señora, délo por hecho. Cuente conmigo, verá mi

trabajo. Pero, ese inmueble, ¿me lo vendería a nombre de

usted o a mí? – volvía a ser él de antes.

Elena hizo un gesto de asombro. Jeykol

entendía

muy pronto

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y daba por resuelto el asunto del taller. ¿Conocería tan

bien a Martín Rebolledo o era otra fanfarronada más de las

suyas?

.- Ahora debo irme y espero sus noticias.

.- No sabe todo lo que agradezco su…- la voz de Jeykol

vibraba de emoción, pues el salir expulsado le hubiera

implicado no sólo pérdidas cuantiosas, sino cargos pena

les

para que lo persiguieran por todo el mundo.- Haré lo mejor

posible.

.- Si, si, ya debo irme.- y Elena se retiró. 

Jeykol parecía haber superado la angustia de las presiones

que le acababan de poner al borde del pánico. Y claro más

que contento de ahora sentirse protegido y servir a Elena

Carasao.

Mientras, Elena salió de su oficina y se asomó cerca de la

habitación de Farniaques. Estaba solo postrado en su cama,

auxiliado por una enfermera. Las luces a medias para no

fastidiar al enfermo. Su destino llevaba el signo de la

soledad, una soledad absoluta. ¿En cuánto tiempo

recuperaría su salud, cuántos días o semanas? No le

importaba eso a nadie, ni a sus hijos que heredarían una

fortuna muy superior a la suya. Era un comediante aun para

morir, se burlaba de los demás, duraría muchos años más en

medio de las borracheras y las prostitutas, derrochando

dinero y las pocas energías disponibles.

Caminaba hacia sus habitaciones independientes del resto

de la casona

, cuando sonó su celular.

 

“Cien hijos de Elena” 

.- ¿Elena?, hola todo arreglado. En unas horas deben salir

rumbo al aeropuerto.- Diana era muy puntual. Ya era de

noche.

.- Gracias otra vez, no me gusta ir a los aeropuertos. Pero,

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estando arriba, me siento bien.

.- No vas sola. Marco ya debe estar esperando. Su primera

parada será Costa Rica. Te gustará y a Marco también. El

lleva todo el papeleo, reservaciones y todo.

.- Gracias otra vez por tu apoyo. ¿Cómo lo tomó?

.- Muy bien, está contento. 

.-

¿Quién nos llevará? No es conveniente que tú vayas.

 

.- Descuida, será mi suegro, el papá de mi prometido,

Ricardo. Pasará por ti, por favor sé puntual pues le dije que

no tocara el claxon. La actitud de Diana aun revelaba la

dificultad de definir su relación de amistad o de exagerado

respeto hacia Elena.

.- Qué bien planeado, pero un favor más, ¿podrías venir a

mi oficina mañana para que me ayudes con algunos asuntos? 

Cristina, mi secretaria, te apoyará en todo.

.- Cl

aro, ahí estaré, vete tranquila, me haré

 cargo.

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“Cien hijos de Elena” 

.- ¿Por dónde empezamos? Dime tu nombre. – Diana tomó

asiento en un sofá del privado, muy cerca del escritorio.

.- Cristina, la apoyaré como si fuera usted la señora Elena.

 

la secretaria pensó en que nadie preguntaba por su

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nombre. - La señora Elena me dijo que usted se instale aquí

en su privado.

.- Cristina, necesito mucho de tu apoyo. Ponme en

antecedentes de lo más importante.-

.- Aquí dejó ella unos expedientes y un sobre cerrado

para usted. - Los documentos llenaban el espacio de la

mesa redonda con vidrio al centro.

Dentro del sobre cerrado, se encontraban unas llaves y

algunas líneas. 

“Diana: Las llaves son de la caja fuerte, ahí encontrarás 

dinero para algunos asuntos. Dale un vistazo a los

resúmenes de estos documentos. Nuestra prioridad como

acordamos es lo referente a Daniel y lo relativo al taller.

¡Disculpa por encimarte todo este trabajo, apenas pude con

estas breves líneas Estoy muy emocionada no sólo por el

viaje, sino que doy gracias de haberte encontrado como mi

mejor amiga, y espero ganarme alguna vez tú cariño como si

fueras mi propia hija. Comprenderás que no hay manera de

explicarte todo, pero ayúdame con tu mejor disposición en

aquello que te sea posible y que nunca podré agradecerte

como quisiera. Tu

amiga, Elena”.

Diana algo extraña a las efusivas expresiones, no dejó de

conmoverse, pero había que afrontar varios problemas.

¡Vaya giro de la tuerca, de las coyunturas de la vida, ayer

Diana acusaba o sospechaba de Elena, como esposa de

Farniaques en cuanto al accidente, y unos días después,

ocupaba el lugar de mando del pequeño pero importante

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“Cien hijos de Elena” 

lindas piernas. Calculadoramente le dio casi la espalda a

Agenor, continuando con su celular. - Te parece si nos

vemos hoy por la tarde. me gusta llevar las cosas a mi

gusto y tiempos. .. Si, claro, ahí estaré, chao.

- su voz y

ademanes emanaban coquetería, acrecentando sus

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atractivos femeninos. Diana

vestía

 un

pantalón corto azul

marino, llevando al descubierto sus largas piernas, así 

como una blusa blanca semitransparente, combinando un

efecto de inocencia y coquetería perturbadora.

Con estudiada atingencia, volvió al visitante. 

.- Agenor, no tengo el gusto de conocerte personalmente. Si

te parece que haya asuntos que tratemos, nos podemos ver

por la tarde o maañan. – la voz pausada, metálica de Diana

dominaba los espacios del privado.

.- Son asuntos muy sencillos. Los veremos en privado y

ahora. Y si algo urge es que el tipo que está afuera de esta

oficina, debe largarse del país de inmediato. Yo mismo di

esa instrucción.- Agenor quería imponerse, pero su tono

corporal, el sube y baja del timbre de su voz aguda

delataban sus incongruencias internas.

.- En absoluto, no. Todo lo veremos más tarde. El señor

Jeykol no se puede ir sin consentimiento nuestro, sin

terminar asuntos pendientes. También hay asuntos

pendientes que conciernen al matrimonio Anaya. De

cualquier modo, te recuerdo que esta oficina es de negocios

de la señora Elena Carasao y aquí no hay nada que te

incumba. No tienes ningún mando sobre nadie aquí.  Ni lo

pienses. Me respetas y te respeto, es todo. Eso no está a

discusión.

-

no había más remedio que

meter orden en la

relación con el joven intruso, impertinente.

“Cien hijos de Elena” 

Evidentemente, Agenor concentró sus lanzas en asestar un

golpe efectista dejando suponer que Farniaques gozaba de

privilegios y mando sobre los negocios de su mujer, de lo

cual no estaba informado correctamente. Ignoraba el estilo

de zorro, de ambigüedad con que gustaba de que algunos

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negocios suyos se interpretaran en ventaja suya.

¡No cayó

 

en la cuenta de su error Era un juego del todo o nada, pues

si fallaba, perdía todo.

.- ¿Quién decide aquí? Usted es una extraña. – Agenor no

dejaba de mirarla, lo traicionaba su sistema glandular, y se

conducía como un a

dolescente

implorando atención

,

embargado por la belleza de Diana. Pero estaba consciente

como ella de su antagonismo que los ubicaba frente a frente

en el campo de batalla.

.- Y ¿quién dice eso? No acostumbro a recibir presiones de

nadie. Bien sé mi papel aquí. - una sonrisa de la joven, con

su escote de la blusa cruzada y pantalón atrevidos,

remataron la entrevista improvisada.

Sin pensarlo, Diana se puso de pie, finalizando la reunión.

.- Exijo que me traten con respeto, como deben tratar a mi

padre. Nos veremos.- Agenor se marchó del privado,

alcanzando a dejar una tarjeta sobre el escritorio de Diana,

mirándola furioso de reojo.

.-

Que tengas buen día.

-

Diana subió el tono de voz para que

le oyera y se dirig

ió a

Cristina.-

Ahora sí que pase el señor

Jeykol.- El comediante entró con lo mejor de su

amabilidad. Tomó asiento frente al escritorio donde ya

estaba Diana. Algo alcanzó a escuchar.

.-

Empezará usted con el asunto de

Daniel

Sarabia. Sé

algo

de su experiencia. Le entrego el expediente con toda la

información que necesita. .

- Diana fue al grano.

 

Llévese

“Cien hijos de Elena” 

los documentos, aquí le entrego un dinero, y tal como usted

aceptó, comience a resolver estos asuntos de inmediato.

.- Sólo le pido un minuto. Estoy a sus órdenes como me lo

indicó la señora Elena.

Cuenten con todo mi esfuerzo. Toda

la noche le di vueltas a los encargos y me anticipo a decir

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que se trata de uno solo, que es lo mismo un caso que otro.

Ahora estoy especulando, pero pronto le traeré noticias.

También quisiera libertad y autorización de parte suya para

los gastos de este asunto.- Jeykol no faltaba a su

predisposición a la discrecionalidad y hasta dispendio en

gastos a cambio de ser eficaz en resultados.

No mencionó que ya había consultado con sus fuentes de

información. ¡No perdía un segundo

.- Supongo que usted ya está mejor enterado. Ya que lo

menciona, esperamos que pronto nos traiga noticias. ¡Como

si fuera lo más importante en su vida Todo está en ese

expediente de carpeta amarilla. Respecto al dinero,

haremos una transferencia a su cuenta bancaria, cuando sea

preciso, y usted llevará una relación de lo que gastó por

cada concepto, incluyendo sus propios gastos.- el tono

ejecutivo de Diana impuso una norma de disciplina.

.- Correcto. Me siento en deuda también con usted. Sobra

decir lo que significa para mí sentirme salvado de que me

expulsen…

 

.-

Bueno, nadie puede garantizar nada. Hacemos lo que esté

en nuestras manos por ayudarlo y usted cumplirá su

compromiso de dedicarse y actuar de inmediato.

.- Claro, cuente con ello y más. – el comediante se retiró

m

ostrándose humilde.

 

Diana llamó a la secretaria. 

“Cien hijos de Elena” 

.- Vamos al centro, vamos de compras. Necesitamos

almorzar y de un mejor ambiente.- tomó algunos de los

papeles.

.-

Muy bien, ya llegó el personal, el abogado y los

asistentes. ¿Alguna indicación para ellos? 

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.- De momento, no. Que sigan con su agenda. Urge ir al banco

y otros asuntos. Salgamos.

.- Dejaré bien cerrado.- dijo Cristina.

Un chofer se hizo cargo de trasladarlas. De repente, una

idea asaltó a Diana. Y bien pensó, ¿hasta qué punto Elena le

dejaba al mando de sus recursos, de su capacidad de

decisiones para que, estando ella en los zapatos de Elena

literalmente, se diera cuenta cabal de sus límites aun para

su misión de hacer justicia a Daniel y Ricardo?

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXIII El ex guardaespaldas.

Jeykol fue directo a su propósito, no se andaba por las

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ramas el famoso brib

ón

. Lo me

ditó durante

toda la noche.

Al apreciar que le ponían  las insignias de comandante,

sentía  la motivación para hacer suyo el encargo. Valoró

según los datos, que estaba en juego la suerte de Daniel

Sarabia, a quien no conocía. Le fascinó su papel de

detective, tan compatible con su calidad de actor.

Un detective detecta, olfatea de modo natural al

comediante y viceversa, así como el sabueso sabe rastrear

las pistas. Fue directo a la casa de Martín Rebolledo. Pero,

a fin de explorar el terreno, primero puso en su mira a la

compañera de Martín. Divorciado de su mujer, se había ido a

vivir con su amante, una joven morena de exuberantes

formas.

Jeykol supuso que su situación la volvía una presa ideal.

Jeykol dio unas vueltas cerca del domicilio, esperando

tener suerte de encontrarla a solas. Tocó la puerta de un

departamento al azar.

.- Buenos días, ¿la casa del señor Martín Rebolledo? – 

inquirió

Jeykol

. La joven llevaba un bebé en sus brazos.

.-

Si, ¿quién es usted? …

Pero si ya nos conocemos, Jeykol.-

la joven extendió su mano para saludarlo  efusivamente.

Jeykol pensaba si esta situación  imprevista era lo mejor

para su propósito, cuando ella le ofreció que pasara al

interior de su departamento.

.- Gracias, ¿puedo esperarlo aquí o vengo más tarde? 

“Cien hijos de Elena” 

.- Jeykol, pero si somos tan amigos, pásale, Martín ya no

tarda. Vaya que nunca faltan las sorpresas.- ¡Una joven de

belleza tan espectacular invitándolo al interior de su

departamento a solas con el bebé –

 

Me llamo Marta, ¡ya se

te había olvidado, no te hagas el idiota

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Jeykol, azorado, miraba a su alrededor, temiendo caer en

una trampa. ¡No se necesita ser detective para saber de los

riesgos de meterse a una casa ajena, donde al invasor

inocente, lo pueden acusar de varios cargos con facilidad

.- Gracias por recibirme. Mira, urge este asunto, necesito

tu confianza, quiero ganar tiempo. Es un asunto especial

para mí. Déjame ponerte en antecedentes. Tú decidirás si

me puedes ayudar. –  Jeykol decidió jugar toda su apuesta

con la joven. Simulando la fuerte impresión por la belleza

de Marta, deseaba hablar con ella, en ausencia de Martín. El

gesto de Marta parecía de contrariedad.- Es algo bueno

para ti, muy bueno para ustedes. Escucha bien por què me

apuro a explicarte.

.- Pues dime, si que parece importante. ¡Te preocupa que

llegue Martín

Es obvio. Vivo con

él

.

.- Qué bueno que nos ahorramos aclararlo. Me interesa más 

de lo que crees. Pienso en un gran negocio. Sería ideal que

lo hagamos juntos, como socios.- Jeykol deseaba que no

llegara antes de su discurso el marido, ya entrado en años.

 

.- Cuenta conmigo. Me gusta tu franqueza.

.- Martín, tu marido, es propietario de un bodegón en el

centro de la ciudad. Voy al grano.- la joven movió su

trasero y todo su cuerpo conmocionada por tantos

formalismos

, tan extraño

s para ella.- Piensa en mi oferta.

Date tu tiempo, sé que puedes influir para que Martín

acepte mi oferta. Tengo socios grandes para explotar ese

“Cien hijos de Elena” 

inmueble. Te garantizo mucho dinero. Les ofrezco el triple

de lo que vale, además de otras ventajas que las puedo

demostrar de inmediato.- a pesar de su nerviosismo, Marta

puso atención.

 

.- Mira, todo lo que sé es que Martín piensa en un

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restaurante, es todo lo que le ha pensado sobre ese lugar.

Aun no aprende a pasarla como jubilado. Necesita gente

para el restaurante pero no tiene dinero. Además no tiene

experiencia. Al menos le diré lo que nos propones… pero

está llegando, le dará gusto verte.- Marta fue a abrir la

puerta de entrada.

.- Mira quién está aquí, buscándote.- Martín entraba con

unas bolsas de supermercado. Reconoció a Jeykol.- Quiere

saludarte.

.- Acaba de llegar y le pedí te esperara. ¡Tiene aquí unos

segundos

.- Gusto de verlo. Hacía tiempo de no verlo, me separé del

trabajo con el señor Anaya y aquí estamos. ¿Para qué soy

bueno?

.-

¿Les sirvo algo? Un refresco o café… Mientras

platican

sus asuntos. – la joven intentaba aliviar cualquier tensión

y manejar las cosas bajo el ambiente tranquilo de un museo.

Y lo estaba logrando.

.-

Supongo que extrañas

tu

trabajo, sé que te gustaba

mucho.-

aventuró

 Jeykol.

.- Un poco, un poco, si la extraño, pero tiene sus asegunes.

¿No querrán que vuelva? 

.- No, realmente es algo mucho mejor para ti. Tal vez

recuerdes el negoci

o que inició la familia Anaya

 hace unos

meses. Un fraccionamiento de viviendas allá por el sur de

la ciudad. Se llama “Vergel del Olmo”. Lo tengo a mi cargo.

-

“Cien hijos de Elena” 

Jeykol mentía, echando el anzuelo en busca de una reacción. 

Un riesgo calculado.

.- No, sólo sé que es una construcción nueva. Me ha gustado

mucho, viéndola por fuera. –

 

Martín no sospechaba del

anzuelo, ni sabía al parecer nada sobre Agenor como hijo

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heredero.

.- Administro solo una parte, pero tengo capacidad de

decidir algunas cosas. Necesito gente con experiencia, como

tus dones especiales para diversas actividades que se

relacionan con este proyecto.

.- Si en algo te puedo servir.- Mart

ín obvió su interés sin

ambages, estimulado por su codicia.

.- No me lo vaya a quitar de la casa, Jeykol, lo quiero todo

el día aquí. Estamos de luna de miel.- la joven interrumpió

echando los brazos al cuello de Martín, pese a que llevaba

pantalones cortos, mostrando sus torneados muslos. Sus

artes obraban para reforzar la propuesta de Jeykol.

.-

Vaya, todavía no me dicen nada y ya te adelantas.

-

Martín

la sentó a su lado.

.-

Pues se trata justamente de que tú no me dejes solo y de

que nos podamos echar la mano en este negocio.- Jeykol

ofreció  sus argumentos y persuasión, lanzando al aire la

tentación, picando la curiosidad. 

.- Deja que nos inviten a almorzar y le seguimos.-

Martín

pasó al baño, mientras Marta alentaba a

Jeykol a no dejar

de hablar con sus ademanes.

.- ¡Si es algo muy sencillo Tú aceptas ser mi gerente de

seguridad del proyecto, un magnífico sueldo y además te

ganas una casa del fraccionamiento

y ya está hecho.

-

Jeykol caminó hacia la ventana con gran aplomo.

“Cien hijos de Elena” 

.- Hombre, cuenta conmigo, ¿pues yo qué hice? No creo

merecer tanto. Que bueno que el viejo delegue sus negocios.

Y mejor que lo haga contigo.- el ex guardaespaldas se veía

confiado, satisfecho de poder impresionar a Marta, su joven

amante.

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.- Si, ciertamente, yo necesito que me apoyes. Pero,

concédeme dos favores, Uno, acepto la invitación a

almorzar y los gastos que vayan por mi cuenta y segundo,

vamos a ver el sitio, la casa y si aceptas mi idea, tómate

tiempo para pensarlo y platícalo con tu mujer, pones fecha

y todo lo acordamos, ¿cómo te parece?

 

.- Es algo grande, magnífico. Con esa casa a nuestro

nombre, y dejamos este departamento a cambio. Yo te

ayudaré en todo. – la joven besaba efusivamente a Martín. – 

Vayamos a comer.

Hablaron de muchas cosas, agregando la cooperación de la

joven, empezaba a tener éxito el plan de Jeykol, mejor de lo

que jamás le había sucedido. Después de comer fueron al

sitio. Caminaron entre las casas en construcción. La gente 

del sitio trataba con respeto a Jeykol,

quien se ostentó

como director administrativo del proyecto. El presentó  a

sus dos invitados con toda cortesía. 

.- Sobra decir que, ya necesitas del servicio de seguridad.-

dijo Martín.

 

.-

Más que nunca y de inmediato.

Hay algunos robos y otras

anomalías.- comentó Jeykol.

La piscina, áreas verdes  y otras instalaciones del

fraccionamiento cautivaron a Marta y a Martín. No lo

ocultaban.

.- Claro, tienes toda la decisión para lo que me ofreces. 

“Cien hijos de Elena” 

.- Si, por supuesto. Vamos a la casa muestra. Es algo más

chica que la destinada para ti y tu mujer.- tal vez daba un

paso en falso al comprometer su palabra.

.- Bueno, lo vamos a platicar. A la mejor si la casa es muy

grande, pero si nos conviene la vendemos. Depende de cómo

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nos convenga.-

salió lo apocado del ex guardaespaldas.

 

.- Yo te apoyo en lo que sea mejor para ti, mi amor.

.- No, mi reina, primero en nuestro futuro.

Un icono de la misma tentación sexual  como Artemisa la

cazadora; la tentación más electrizante que hubiera visto,

pensaba Jeykol

sobre la joven con su short, y ¿por qué no la

había reconocido a primera vista?

.- Tomen su tiempo. No hay prisa.- dijo el bufón.

.- No, si hay prisa. Mira, pensaba llevármela tranquilo con

mi jubilación, pero esta es buena oportunidad. Entonces, si

tienes tú tiempo, nos podemos ver hoy por la noche.

.- Si, claro. - Jeykol ganaba la primera partida.- Hoy por

la noche en el restaurante del centro que está al lado del

ayuntamiento.

.-

Perfecto, ahí estaremos, ¿verdad mi reina? ¿Cómo es que

te ha ido tan bien? – dentro de su visión tan sencilla de las

cosas, Martín atinaba al meollo. Había conocido a un Jeykol

que en su inicio resultaba un extraño, y a duras penas y con

rudeza lo recibía su jefe Farniaques.

 

.-

Tú sabes, esto que llaman capitalismo

. Es como un nogal,

es cuestión de estar cerca, muy cerca, si es que quieres

nueces.- sonrió Jeykol y también Martín para demostrar

sus dones en cuanto a intelecto.

El comediante se

entusiasmó

  del rumbo que tomaba su

tarea. No quería precipitarse informando a Diana, con

euforias no maduras todavía. Faltaba mucho por hacer para

“Cien hijos de Elena” 

asegurar las firmas necesarias. Apostó todos los recursos

que le permitían doblegar su resistencia y atrapar a

Martín, ¿o a su mujer? Quedó pensativo en esta encrucijada

personal, la cual maduraba de modo obsesivo.

Se esforzaba en recordar detalles dónde pudo conocer

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antes a Marta.

¿Cómo memorizar y diferenciar una

mariposilla entre toda la bandada de mariposillas?

Gregarias las mariposillas, igualmente depredadoras y

cambiantes de piel una y otra vez, ¿cómo cazarlas con

trampas? Pocas veces asistía  Jeykol a las encerronas o

bacanales organizadas por la gente de Farnas

, pero ahí

debió ella conocerlo.

Las formas muy seductoras de la mujer de Martín  lo

perseguían a todas horas. Su presencia, su busto perfecto y

sinuoso, sin omitir las provocativas ondulaciones de sus

piernas, se adherían en su cerebro. La mariposilla capaz de

aturdirlo significaba mucho en su nueva vida. Estuvo

fascinado antes con otras mujeres,

pero no había

comparación alguna con sus nuevas sensaciones.

En estas digresiones y con mucho trabajo encima, tomaba un

café, cuando sonó su celular. Cristina le citó a las 16 horas

de esa tarde. Ahora requería coordinar con toda

puntualidad una y otra cita. Ambas de gran importancia.

Con la meticulosidad de un perito de laboratorio, revisó su

agenda. Cada proceso, cada palabra

y ademán debían rendir

sus resultados. Con algo de improvisación, los palomeaba,

al paso que planeaba los avances de su siguiente ataque.

Lo esperaba Cristina esa tarde.

.- Hola, digame para que soy bueno.

.- No se ha reportado, usted Jeykol.

“Cien hijos de Elena” 

.- Comunique a Diana, por favor, que va muy bien el asunto

del taller. Necesito toda su confianza y que apruebe mis

decisiones, a veces sobre la marcha.

Cristina lo miraba un tanto de

sconcertada. No conocía a

fondo el trabajo de Jeykol.

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.- Pero tengo cita con ellos ahora mismo.

Les ofreceré algo

muy concreto. Debo irme.- ahora no hacía de comediante. 

.- Se atravesó algo de repente y no me es posible

contactarla. – Cristina ignoraba los planes de Diana para el

día siguiente. 

.- Pues debo irme, me esperan.

 

se despidió con su mejor

sonrisa.

Ahora Jeykol estaba seguro del grado de confidencialidad

de su labor, al no obtener respuestas claras de Cristina.

¡Era algo muy directo y confidencial

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXIV La apuesta.

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En su nueva actividad, Diana se enfrentó a un gran desorden.

Nadie contaba con documentación actual, suficiente, de

diversas cuentas, adeudos, activos, y otros conceptos.

Tampoco podía seguir el hilo para recuperar esos papeles.

Revisaba expedientes con ayuda de Ricardo. La ausencia de

bitácoras por parte de los

asistentes de Elena o resultaba

abrumadora. Elena no tenía el de Elena responsabilizarlos

por cada partida. Nadie podía nadie memorizar todo, 

registros de operaciones, y menos con detalles, fechas. Una

tarea de meses por delante, nada de su agrado.

¡En resumen un caos y deficiencias para dar pasos firmes

hacia delante

Por suerte o desgracia para todos, Agenor no mostraba

signos de enterarse del mismo desorden. Había cuentas

comunes de las que poco se sabía.

Agenor se concentraba en

la separación y  liquidación de problemas comunes entre

Elena y su esposo. De esa manera, no faltaron presiones y

patrañas para embrollar las cosas, tildar algunos negocios

de Elena como si hubieran derivado de un abuso de confianza

contra el patrimonio de su marido.

El motivo claro era beneficiarse de lagunas de información,

de ser posible. Estaban enrarecidas porque muchos metían

las manos. Diana hizo suyo el hábito de organizar un diario

con los datos relevantes usando su pluma fuente como una

espada para atacar las traiciones de la memoria.

“Cien hijos de Elena” 

Azuzado por Olimpia, su hermana, Agenor movía sus fichas y

maniobras para envenenar las relaciones con Elena, a la que

ya veían como insaciable deprededadora de algunas

propiedades. El estado de salud de Farnas

impedía pensar en

su papel de árbitro. Suponían que la gravedad duraría

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algunas semanas.

Lo menos que Diana deseaba era decirle a Elena, a su

regreso, que los montones de papeles y confusiones,

impedían avanzar en el diseño de una oficina moderna. Y con

cuentas claras. El rezago imponía una cuota de trabajo

arduo por los meses siguientes, salvo que pasara algo. Una

chispa y buscaría atajos para resolver las cosas. 

.- Ojalá sea mero instinto femenino.  Y ¿entonces? 

.- Lo que no hemos visto es lo de Daniel. - ambos se daban

cuenta de la amplitud o posible complejidad de la

responsabilidad a cuestas de Diana.

El hecho de plantearlo, de analizarlo confrontando sus

puntos de vista, la colocaba en una atalaya observando un

panorama mucho más enriquecido, como si viera el cielo

estrellado no con la simple vista, sino con un telescopio,

disfrutando de la gama de colores, sensaciones de

profundidad y distancias o conexiones entre racimos de

estrellas allá en el lejano cosmos.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXV Una cita providencial.

Martín llegó primero al restaurante. Ya esperaba a Jeykol.

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Estaba solo. Jeykol

se disculpó por demoras de previos

compromisos. La luz mortecina de unas cuantas lámparas 

apenas luchaba contra las sombras de la noche incipiente.

.- No te apures. Apenas acabo de llegar.- Martín vestía con

más formalidad.

.- Espero hayas pensado en mi propuesta. De gustarte, la

llevaré a comité para que me la aprueben y comenzarás de

inmediato.- Jeykol leía en el rostro del interlocutor sus

vacilaciones.- Claro, hemos venido a negociar. ¿Algo no te

gusta?

.- No me agrada hacer las cosas al vapor, amigo. Repasé

cada punto. Ya soy algo viejo, creo que tengo buen

antecedente con mi jefe, el señor Anaya, me tiene confianza,

pero ¡hay tanta gente joven para que los ayude Además con

los apoyos que él me brindó tengo suficiente para vivir.

 

.- Nadie nos está presionando. Si necesitas tiempo, ¿te

parece una semana o dos? Promete que lo pensarás.

.- Hay otra cosa, ¿esperas algo a cambio? Házmelo saber.

.- Ahora te pido tiempo. Acaba de llegar el dueño de este

negocio. Es mi amigo y tenemos un asunto por tratar. Te

invito a que platiquemos, si no tienes inconveniente vamos

a su oficina. – Jeykol se puso de pie.

Se hicieron las presentaciones. El dueño del restaurante

debía

varios favores a Jeykol

, préstamos, apoyos mediante

convenciones y reuniones de clientes en el restaurante y

otros más.

 

“Cien hijos de Elena” 

.- Estoy vendiendo mi negocio. Tú lo sabes, se me han caído

las ventas. Tengo adeudos y lo peor es que los planes

nuevos sobre el centro histórico serán un golpe de muerte.

Hablo con toda claridad, o lo vendo o pienso en otro giro.-

el tipo ya había contado esta historia a Jeykol unos meses

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antes. Ahora explotaba las angustias del propietario.-

Subirán los impuestos, me limitarán el agua y todo lo que

nos puedan complicar no sólo a mí, sino a todos los que

tenemos negocios en el centro. Imaginen aquí rodeados de

obras en construcción… más tráfico que ya nos rebasa. 

.- Gracias por tus ideas y preocupaciones. Como amigos, no

soy el apropiado para proponerte algo en vista de estas

circunstancias. – Jeykol sondeaba a Martín. – No comparto

tanto pesimismo, pero reconozco tu experiencia y destrezas

en los negocios.

.- He oído de cambios en las oficinas del patrón.- expresó. 

.- Me pidieron que ahora apoye a la señora Carasao y claro

lo hago con todo el gusto. ¡Es muy generoso poder seguir

trabajando con ellos Todos los asuntos pendientes del

señor Anaya también están bajo mi responsabilidad.

Espero

que pronto se reestablezca mi jefe, las cosas serán mejor

todavía. 

.- Cierto, mi ex jefe seguido se nos enferma, pero tiene

mucha madera. Le sobran energías para rato. Escuché

comentarios sobre su salud, pero no debe ser nada

preocupante.- intervino Martín. - ¿No es muy exagerada su

visión del centro para nuevos negocios?

.- Sinceramente, no me quiero deshacer de mi negocio. Me

gusta, me cuesta muchos desvelos. Las ventas nunca son

regulares, hoy tienes dinero, mañana quién lo sabe. ¡No

tengo ya edad para más desafíos

“Cien hijos de Elena” 

Se despidieron del propietario del restaurante. Jeykol

indujo las cosas para que Martín pensara en lo hablado.

.- Me interesa, me interesa mucho, sólo dame tiempo para

organizarme. Además como viste, me acabo de casar otra

vez.- parecía haber absorbido las preocupaciones sobre el

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porvenir de algunos restaurantes y la dificultad de

iniciarse en negocios donde se carece de experiencia.

Afuera del restaurante ya esperaban a Martín en un carro

algo pasado de modelo. Era Marta y alguna acompañante.

Ella vino a alcanzarlos.

.- Que bueno que platiquen.

 

la joven vestía una blusa de

atrevido escote, casi transparente y llevaba unas botas

cortas que en conjunto la rejuvenecían aun más. La

acompañante permaneció a bordo del carro. - ¿Ya estás

listo para irnos a la fiesta, amor?

.- No, ve con tu amiga.- al menos no se apreciaba ninguna

aprensión, como celos, en el rostro del ex guardaespaldas. 

.-

Me hubiera gustado que me acompañaras. La bebé

  se

quedó con una amiga, pero llegaré temprano.- se despidió

de Jeykol con un beso de mejilla, pero

aproximó

  lo

suficiente su cuerpo contra él.

Ellas se fueron a la fiesta, Martín insistió en tomar taxi y

Jeykol pensaba donde ir para tomar una copa, y no quedarse

a solas excitado con la provocativa amante de su futuro

socio.

No le agradó el desparpajo de Marta.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXVI Un tipo con suerte.

La secretaria irrumpió con un papel para Jeykol.

.-

Es para usted, ¡Que es algo urgente

“¡Te espero, ven solo mañana muy temprano, de inmediato

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Marta, por lo de ayer. Me urge y a ti.” Era el mensaje que

le

hizo llegar a través de un chiquillo. Debajo de la hoja,

estaba un domicilio.

.- ¿Qué ha adelantado sobre Daniel? –  Diana no simulaba

cierta simpatía y también algo de celo al reconocer aun a

disgusto suyo, lo imprescindible que era Jeykol.

Por supuesto en una sociedad envarada y leyes complejas,

ambiguas, siempre caben los Jeykol para llenar los vacíos.

Repasaba su agenda.

Otra parte de la valía del comediante era su hiperactividad

y ahora iba a la cita con la sexi joven amante de Martín,

cuya imagen apenas lo dejaba dormir.

El domicilio del mensaje se ubicaba dentro de un conjunto

habitacional de departamentos tipo social. Se estacionó

Jeykol cerca del edificio

“F”.

 

No había muchas escaleras

para llegar al sitio exacto.

.- Que bueno que viniste, pásale.- Marta vestía un conjunto

deportivo color rosáceo.- Estaba haciendo ejercicios.

.- Tu figura lo dice, pero no creo que te hagan falta. Me

vine en seguida, pues tu nota dice que es algo urgente.

.- Es urgente pero para ti.- precisó la joven que ahora no

se comportaba coqueta o trivial. ¿Estaba sola en el

departamento?

.-

Me asombras, ¿urgen

te

? Deja adivinar. Se trata de Martín

que ya se decidió.- exploró el comediante. 

“Cien hijos de Elena” 

.- No, ni lo busques. El pinche de Martín nada tiene que ver

en cosas de importancia. No tiene cerebro para nada, sólo

tú se lo inventas.

.-

Entonces, vayamos al tema, te escucho con atención.

 

.- Primero, mi situación. Me gustaría saber a qué me

atengo. Le propusiste a Martín una ganancia de algo más de

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un millón de pesos. Sé bien lo que a ti te interesa y a mí me

interesa ese dinero para mí, sólo para mí. 

.- Claro que hay dinero para negociar. Disculpa mi

curiosidad, pero ¿cómo puedes saber lo qué pretendo? 

.- La mitad del dinero en una hora y la otra parte al tener

lo que tú quieres.- la joven lo miraba y ahora no le

importaba si Jeykol miraba sus bondadosos senos.

.- Puede ser, pero dame una sola pista de lo que me das a

cambio. – Jeykol no descartaba una trampa, una grabación.

.- Lo tienes frente a tus narices. Buscaste a Martín que era

jefe de seguridad de esa familia, es por ahí donde tú andas

todo perdido. Te recuerdo que a Martín no le sacarás na

da

ni con la peor tortura. No lo podrás convencer y mientras

dejas pasar las horas. Bien lo sabes el tiempo corre y

debiera preocuparte más de lo que piensas y también quien

te da órdenes. - mas claro no podía hablar la joven.- Sé

bien lo que buscas, o mejor dicho a quien buscas.

.- En una hora me es imposible reunir esa cantidad, pero

confiando en que estamos en un pacto serio y de buena

voluntad entre amigos, déjame usar una conexión para mi

computadora.

Jeykol se las ingenió para pedir un café y así echar una

mirada por el baño y curiosear con rapidez en los dos

cuartos, claro con anuencia de la anfitriona.

“Cien hijos de Elena” 

.- ¿Es tuyo este departamento? Me gusta. – Jeykol perdía

sus aprensiones. Con decidida intención, comenzó a mirarla

livianamente.

.- Sin preguntas. Nada de trucos. He vivido mucho y no me

dejo engañar, al menos tan fácil. Yo te demostré confianza,

ahora te toca corresponder.

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202

.- No me agradaría que lo principal quedara sin que lo

atendiéramos. 

.- ¿Lo principal? Ahora ¿qué pretendes, sino evasivas?

Ya la computadora estaba conectada y venían y salían

mensajes por Messenger.

.- Lo principal para mí sería tenerte. Gozarte y pasar el

mejor rato de mi vida contigo. Tenemos tiempo, ¿por qué

desaprovecharlo?

.- Mientras no te pases de listo. Ni pienses en burlarte de

mí. Nada de juegos. Digamos que así nos quitamos el estrés. 

La chica se desvestía y caminó jalando de la camisa a

Jeykol

hacia la recámara.

.- Somos de palabra y la cumpliremos. – la voz de Jeykol ya

sonaba difusa.

.- Cumple lo de este momento. – la chica se comportaba muy

efusiva besándose ambos de pies a cabeza. 

Pasaron un gran momento apasionado. Jeykol hubiera

deseado alargar el placer que compartieron. Lamentaba

desperdiciar la coyuntura para repetir la

sensación del

cuerpo ardiente de Marta o como se llamara. Regresó a la

sala donde dejó su computadora laptop. 

.- Ya tengo listo para transferirte el dinero. Sería

imposible tenerlo peso por peso. Pero, si lo prefieres,

tomamos unas dos hora más para que hagan el paquete del

dinero y luego nos vamos al banco.

“Cien hijos de Elena” 

.- Lo he pensado. Mejor haz la transferencia bancaria. Te

doy ahora los datos. –  Marta se puso de pie y fue a una

recámara, regresó con su bolsa y anotó los datos. 

.- Ya puedes checar la transferencia.

Es una lástima que te

quieras ir. ¿Te puedo pedir que demos un viaje por algunos

lugares atractivos? Unas semanas solamente.

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203

.- En absoluto, estoy huyendo. No puedo seguir con Martín. 

.- ¿De eso se trata? Aun no me dices cual es la sorpresa que

me tienes.- Marta ya había verificado los datos.

.- El joven del accidente. Tú lo andas buscando. No más

rodeos, ni preguntas.

.- ¿Tú sabes localizarlo? ¿Está bien? – Jeykol no simuló su

sorpresa. La veía sin creer la suerte que corrían ambos.-

¡Es la sorpresa que me tienes

.- Eres un cabrón. Bien sabes que esto valía mucho más.

Vamos en camino al lugar. No sé cómo esté de salud, pero

ahí está. Muévete. 

.-

¿Cómo lo supiste?

 

.- No te importa, si me involucras, te va de la chingada, no

me conoces. Pero recuerda que

las paredes hablan y yo sé

escuchar. Eso fue ayer mismo. Le di una mirada al lugar.

.- Te parecerá increíble  lo que me has impresionado.

Martha, estoy enamorado de ti. Haría cualquier cosa que me

pidas.- Jeykol estaba serio.

.-

Fíjate en lo qu

e dices. Nunca digas eso solo por hablar y

menos a alguien como yo. No creo en nada, ni nadie. Mira lo

de Martín.- Marta parecía sincera.

.- Ciertamente parezco necio, pero.. ¿Qué quieres decir con

lo de Martín?

 

.- ¿No ves la golpiza que me puso el desgraciado? Además

me cuenta con gotero y sus pinches gestos el poco dinero

“Cien hijos de Elena” 

que le pido. Pero, no más preguntas que a ti eso te vale.

Mejor ve pidiendo apoyo de unas dos o tres gentes de tu

confianza con picos, palas, herramientas. Date prisa, toma

la carretera hacia el poniente.

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“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXVII Rescate de Daniel.

Por medio del celular, Jeykol

solicitó

el apoyo urgente de

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205

una cuadrilla de personal con sus herramientas, así como

uno o dos paramédicos. Debían guiarlos por la misma ruta,

para el rescate anhelado.

.- ¡Lo trajeron algo lejos – dijo Jeykol. – una hora y media

de camino escabroso.

.- No creo que haya estado solamente aquí. Primero lo

retuvieron en otra parte y para evitar sospechas de

vecinos, lo tiene escondido. Ve despacio, tenemos que dar

vuelta a la izquierda ya pronto.- de vez en vez, lo abrazaba

y acariciaba.

.- ¿Cómo lo recuerdas? 

.- No ves la tele. No duran en un solo lugar. Recuerdo bien,

por el kilometraje que llevamos recorrido. Hay dos pistas

muy claras. Vamos a encontrar una especie de altar con

ofrendas. De ahí avanzas menos de medio kilómetro y

veremos un camino de herradura. Nadie anda por aquí.

Vamos a entrar por la parte trasera de la casa donde lo

tienen secuestrado.

El carro de Jeykol

a la sombra de un soto de árboles

quedaba visible para la gente de apoyo, a la cual le seguía

transmitiendo detalles de los accesos para ganar tiempo.

Puso su mano sobre la pierna de Marta. Ella fue cariñosa en

su respuesta. Un beso tierno tal vez estimulado por la

música de la radio, los distrajo de su tarea. Sin duda los

“Cien hijos de Elena” 

secuestradores cuidaban el sitio y sus alrededores.

Recomendó a los demás hacer el menor ruido posible. 

.- ¿En qué piensas? - preguntó Marta, absorta su mirada en

el vacío. 

.- En ti, esperaba otra disposición de tu parte. Hallaste un

tesoro y te fuiste muy directo sobre el dinero. pero no eres

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tan ambiciosa. Te portaste como una vulgar raterilla. – 

dijo Jeykol.

.- ¡Qué estúpido  eres Por confiar en tanta gente, por

creerles, mira cómo me ha ido. ¡Me han visto la cara de

est

úpida

hasta el cansancio

Después de que haces un favor,

se van, ni se despiden, ni te dan las gracias… ya es tiempo

de que vea por mi bebé y por mí.- no hizo aspavientos como

en otras ocasiones. Su voz era tranquila.

Jeykol la miraba fijamente. Sus ojos enormes, su boca

sensual y comprendió que estaba enamorado. ¡Haría lo que

fuera por Marta

.-

Ya están aquí. –

 

Marta veía

por el retrovisor. Y

avanzaron juntos.

El carro y una camioneta tipo

van

 

tomaron la terracería

por unos dos kilómetros entre baches y pequeños troncos y

ramas del camino. Se estacionaron cerca de un solar en

ruinas. Lo ocultaba un tupido ramaje de los árboles. 

.- Derriben esa pared. –  Marta les indicó a los cuatro

hombres que venían con sus machetes, picos, palas y

martillos o mazos. Su voz apenas se escuchaba y con los

dedos en sus labios pedía que hicieran el mínimo de ruidos.

Ustedes los paramédicos preparen lo que tengan a la mano.

.- El doctor viene con nosotros.

 dijo uno de ellos.

Se presentaron entre sí. La altura de algunos árboles

cercaba tan bien a la ca

sa abandonada que nadie podía

“Cien hijos de Elena” 

adivinar el paradero de la víctima. Jeykol aun dudaba de

toda su buena suerte. ¿Cómo imaginar este desenlace 

afortunado todavía unas horas antes? 

.- Trabajo en el dispensario de la señora Carasao. ¿Nos

puede dar alguna información de la salud del joven? –  el

médico

 

con su botiquín se acercó a Marta.

 

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.- Supongo que lo golpearon, no ha comido bien, pero es

poco lo que sé. 

.- ¿No lo ha visto, es hombre o mujer? ¿Es solo una

persona?

.- Si, es un joven, no lo he visto.

En veinte minutos ya estaban retirando los vidrios de una

ventana de la casa vieja, abandonada donde esperaban

hallar a Daniel.

.- Ustedes quédense aquí. Por favor sean cautos y observen

con toda atención por sí alguien viene por otro lugar. ¡Que

nadie los vea –  Jeykol se hizo cargo de esta labor de

vigilancia.

.- Ahí está.- dijo un obrero. Jeykol se lo describió a

Cristina por la red.

Despertó mucho júbilo entre todos,

aunque ninguno de ellos lo conocía.

El cuerpo de Daniel se encontraba ahí acostado, las ropas

destrozadas, en un cuarto maloliente. El médico pulsaba el

cuerpo exánime, inconsciente. Las huellas de los golpes, de

la sangre y heridas cauterizadas, impresionaban a

cualquiera.

.- Mejor lo llevamos a otro lado. Necesito equipo y

medicinas. – Expresó el médico.- Que hagan una especie de

camilla para llevarlo en la camioneta.

Marta llamó a Jeykol para el traslado y preparar o

improvisar la camilla. Ya había pensado en un pueblo

“Cien hijos de Elena” 

cercano donde buscaría un contacto para una solución

repentina como ésta.

.- Con todo cuidado. –  encargaba el médico  a los hombres

que movían el cuerpo de Daniel. ¿Saben qué hacer? 

.- Si, hay un pueblo cerca a unos quince kilómetros. Espero

encontrar ahí a un internista que conozco y que tenga su

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equipo. Me adelanto. Le di toda la pista que pude a Marta, mi

amiga para que me alcancen. A ustedes les doy todas las

gracias y cuenten con una buena recompensa.- se dirigió a

los paramédicos  y los trabajadores cuya diligencia y

destreza facilitó el rescate.

Aun no estaba todo resuelto. Pero no se veía siquiera un

rastro de vida humana alrededor del lugar.

Jeykol tomó la delantera. No localizaba un medio para

contactar al internista que según recordaba tenía su casa

ahí cerca. Llegó a una tienda para comprar alguna bebida y

alimentos casuales. Hizo plática con el dueño. Valía mucho

no despertar sospechas.

.- Hace tiempo venía con frecuencia por aquí.- dijo Jeykol

que retiraba de la estantería más mercancía para los

demás. Esperaba que Marta obrara con toda cautela para no

llamar la atención de la gente del pueblo. De rato pasaba

por la calle una pareja, niños.

.- Es el mejor lugar para vivir. Uno lo cree hasta que vive

por meses aquí.

-

respondió el tendero bonachón.

 

.- Me gustaría saludar a un amigo que vive en una de estas

casas. Es médico.

.- Sólo hay dos médicos, pero es mujer la otra. Si le quiere

dar una vuelta, suba unas cinco calles. Da vuelta a su

izquierda. Es la casa más grande de aquí, pintada de

“Cien hijos de Elena” 

amarillo. No tiene letrero del doctor y si no está, en menos

de un rato ya estará llegando. Pero ahí está su mujer. 

.- Le agradezco mucho. Cóbrese la cuenta. –  mientras el

tendero contaba el dinero, Jeykol salió a la calle, subió a

su carro y le dijo a Marta cómo ir directo a la casa.

.-

Aquí tiene el cambio. –

  el tendero contento deseaba

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seguir la charla.- Y cuando quiera una casita para renta o

comprarla, venga conmigo.

La camioneta ya estaba delante de Jeykol. Marta hacía suyo

el compromiso y ya tocaba la puerta de la casa, cuyas señas

no dejaban duda.

.- Buenos días .. o tardes.- dijo a la señora que abrió la

puerta.

.- Si, ¿en qué les puedo ayudar? 

.- Traemos un enfermo. Está muy grave. ¿Está el doctor?

.- No, ya no tarda, pero soy enfermera. Pásenlo de una vez. – 

sin darse cuenta la enfermera los apoyaba de manera

óptima, pues abrió la puerta principal del pequeño hospital

que tenía junto a su casa para que entrara la camioneta van.

Parecía una pequeña sala de cirugía con los aparatos

necesarios como el estetoscopio, botiquín profesional,

batas blancas y otros utensilios.

Jeykol presentó a la enfermera si el paramédico  podría

audar.

.-

Soy pasante de medicina y no tenía nada para atenderlo. –

 

casi se disculpaba el médico que venía con ellos. –  Me

gustaría ayudar. 

.- Si, quédate aquí adentro. Vamos a ver que se recupere.

Está muy joven, es lo bueno.

-

la enfermera daba señales de

aliento a los demás creyendo que eran sus familiares.-

Esperen afuera por favor.

“Cien hijos de Elena” 

Marta pidió a todos los demás que se retiraran a sus casas.

Se marcharon en la camioneta. Así quedaron solos Marta y

Jeykol. El pasante de medicina seguía apoyando a la

enfermera. Sonaba el celular de Jeykol, era Diana. Casi se

había olvidado de reportarse con ella.

.-

¿Dónde has

 estado? -

olìa a

 enfado y ansiedad. Tal vez

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por lo que Marta llamó intuición  femenina, pero Diana

llamaba en el momento oportuno.- Estoy preocupada. ¿No

tuviste ningún problema? 

.- Mejor será que estés sentada. Hay magníficas noticias…

en lo que cabe. A

 te va

.

.- ¿De qué me hablas? ¡Nada grave – la voz consternada de

Diana parecía como si tuviera informes de lo que pasaba

con Daniel.

.- Todo lo contrario. Tuvimos hoy un día de mucha suerte.

Ya lo rescatamos. Está atendido por los médicos.

Comprenderás la discreción con que te hablo. 

.-

No lo puedo creer. ¡Se trata de… ¡

 

.- Si, el joven que buscamos. Con cuidados médicos,

esperemos lo mejor.

.- Quisiera verlo ahora mismo.

.- No creo que sea conveniente. Allá te explico todo. Estará

en muy buenas manos. Yo mismo debo retirarme de aquí en

unos minutos.

.- Comprendo, pero tenme informada. Estoy temblando de la

emoción. 

.- Claro, no es para menos. – Jeykol ignoraba todo el cariño

de Diana por el joven ahí postrado, golpeado, exánime. 

.- No lo dejes solo de ser posible.

 

Pedía

 Diana.-

Estaré

esperando.

“Cien hijos de Elena” 

.- Debemos atenernos a lo que digan los médicos.  Es lo

mejor.

La enfermera salió de la sala de cirugía. 

.- Sólo puedo decir que de ésta no se muere, pero requiere

mucha atención. Ya viene mi marido. Es internista. No se 

preocupen, está en buenas manos. Que bueno que lo trajeron

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en seguida.- volvió a la sala llevando más utensilios. 

Al llegar unos minutos después, el internista se fue directo

a la sala. De algún modo lo pudo llamar su mujer o adivinó

de la urgencia al ver movimiento y luces en la sala. Pasó

frente a Jeykol y Marta apenas con un gesto de saludo, dada

su prisa.

Ambos estaban solos afuera de la sala de cirugía. Marta se

estrechó en sus brazos. Se veía agotada.

.- Tantas cosas que no acabo de comprender. Sabemos bien

tú y yo todo el riesgo que llevamos. No sé ni quien es el

joven, pero me compadezco de su suerte. Tengo idea de

donde sale el dinero para todos estos gastos, pero ni me

importan, ¿cómo entender toda esta locura? –  Marta se

acostó colocando su ca

beza sobre las piernas de Jeykol.

.- Lo importante es que está resuelto y es gracias a ti.

Hubiera muerto si no te compadeces de él. Me pediste no

hacer preguntas y te viene de pronto un ataque de

curiosidad. Por seguridad de los dos, mejor dejemos así y ya

veremos qué hacer.

 

.- Demasiado práctico, demasiado frío. Sólo te debo

preguntar algo muy importante. – dijo algo confundida.

.- Espero que pueda darte una buena respuesta.- Jeykol

acariciaba su cabello.-

Me gustaría otra

oportunidad para

demostrarte que no soy frío.  ¿Le hablaste a Martín sobre el

secuestro de este muchacho?

“Cien hijos de Elena” 

.- No, no lo iba a hacer sino hasta preparar el terreno. Ya

conociéndolo… ¡No seas tonto

.- Fue lo mejor.

.- Sospechó desde que le hablaste de dinero, de ofrecerle

casi gratuitamente un pastel tan grande para él. En ese

aspecto no tiene nada de tonto, pues desconfía de todo.

 

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.- No tenía alternativa. Yo tengo otra pregunta que me

importa. ¿Por qué vives con un tipo que te golpea, que es

mezquino con los gastos que le pides y tan viejo para ti?

.- Me quiere, me quiere a su modo. Y no hay muchos así. Me

protege aun sabiendo quien soy, mi pasado, todo eso.-

Marta pecaba de sincera.

.- Pero tú no lo quieres.- acechaba presionado a Marta para

conquistarla.

.- Me gustas, me gustas, pero te perdería en unos pocos

días. Vamos a divertirnos un rato y te olvidas de mí. 

.- Haré cuanto pueda para que cambies de parecer.- Jeykol

luchaba cada vez menos contra las resistencias internas. Su

pasión por la chica lo cegaba.

El internista salió de la sala. Se dirigió hacia ellos.

 

.- De milagro el joven está con vida. Sufrió varios golpes

en la cabeza, en las costillas y las piernas. Pero unos

golpes son anteriores a otros. Unos menos graves.

Necesitamos varios estudios para ayudar a su

recuperación.

- el

médico

 

parecía muy seguro de su

diagnóstico. 

.- Me impresionó mucho verlo casi muerto hace unas

horas.- dijo Marta.

.- Vayan a descansar. No pueden verlo ahor

a pero mañana ya

se estará recuperando. Y entonces ya sabremos mucho más.-

el

médico

 les

indicó con la mano e

l camino a la salida del

“Cien hijos de Elena” 

pequeño hospital- El médico pasante que viene con ustedes

desea ayudar y ciertamente me servirá, si no hay objeción.

.- No, no, claro, como usted diga. ¿Acerca de los gastos,

doctor? –  Jeykol hizo a su modo una de sus preguntas de

sondeo.

.- No se preocupen. Si alguno de ustedes dos o los dos

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quieren regresar dentro de unas horas, aquí pueden

acompañarnos. Les podemos preparar unas camitas. No tiene

caso a mi modo de ver, pero lo del dinero siempre tiene una

solución, no se preocupen.- ya estaban fuera, en la calle,

despidiéndose

.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXVIII Reflujo.

Dos días después de

l rescate de Daniel

, un sábado

cercano

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214

al próximo invierno de Tepango, Farnas caminaba dentro de

su casona. Se recuperaba de otra más de sus ya famosas

recaídas. Su asistente le informó sobre la agenda de

actividades por sí deseaba tratar alguno de los asuntos.

Al enterarse de que Martí

n Rebolledo esperaba en la

antesala, su rostro aún con las huellas de agotamiento,

visiblemente mostró su contrariedad. Otros más como

Agenor estaban en la lista de la agenda. Fiel a su disciplina

de guardar secretamente sus pensamientos, reflexionaba en

el tiempo y confianza que tuvo con su ex guardaespaldas

Martín por el afecto que le guardaba. Farniaques creyó que

nunca lo vería más y ahora ¿qué hacía en sus oficinas, en

su casona?

.-

¿Te informó Martín sobre lo

 que quiere? -

dijo lacónico

.

.- Sólo que  pide lo aconseje sobre algo.- contestó el

asistente.

.- Que espere Martín. El lunes atiendo a ese muchacho.- se

refirió a Agenor su hijo. –  Ni hoy ni mañana atenderé a

nadie.

.- Muy bien señor, ¿se ofrece a usted algo más? 

.- Puedes retirarte.

El asistente informó a los interesados la disposición de

Farniaques y Martín pareció contento de verse favorecido

por ser el único que sería recibido. 

“Cien hijos de Elena” 

Entre los asuntos que le requerían, estaba un reporte

acerca de las acciones que Diana había realizado y su

función  como reemplazo de Elena. Atinadamente, Diana

había solicitado a su secretaria que ella misma entregara

en mano a Farniaques, de ser posible, su propio reporte

acerca de lo que ella estaba llevando a cabo. Ello sería una

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cortesía y una posible anticipación a lo que Agenor pudiera

decirle. Ignoraba cómo manejaba Elena su relación en

cuanto a labores.

Farnas seguía su plan de reposo. Probó una de sus comidas,

leyó algo. Conversó con la gente de servicio de la casona.

No quería saber nada de nadie, ni leyó ningún  informe.

Pasaron las horas y le recordaron que tenía en espera a

Martín Rebolledo. 

.- Cierto, le pedí que esperara. Me arreglo un poco y lo

haces pasar al jardín.- le comentó al intendente. Una

espera de varias horas. ¡Un fiel cancerbero del demonio

Martín pasó a tomar uno de los

asientos de la mesa de

trabajo del jardín, donde Farnas solía pasar sus ratos

apacibles.

.- Martín, qué gusto verte. ¿Cómo te va? Platícame.- no le

costaba esfuerzo alguno desplegar sus artes de la

fanfarronada, de salud de un roble.

.- Todo bien, señor. Con mi tiempo libre, he pensado en

algunas cosas…

 

.- ¡Tiempo libre Alguna vez, que será pronto, yo tendré ya

esa libertad. ¿Tu familia, bien? Platícame. 

.- Ya ve usted, la familia lo ve a uno libre y piden

compartirlo todo.

Se acercó un ayudante y le susurró algo al oído. Le dio

instrucciones

y asentando con la cabeza se marchó.

 

“Cien hijos de Elena” 

.- Decías algo de tu familia, ¡en lo poco que mi pobre

tiempo te pueda ayudar, siempre cuéntame  entre tus

amigo.- retomaba la charla.

.- Verá señor, además de viajar, la familia y yo pensamos en

mudarnos de casa… 

.- Viajar, muy bueno, excelente. Justamente pensaba en

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darme una vuelta por aquí cerca. Tomar aire libre del

campo. ¿Qué planes tienes mañana Martín? –  y pronto se

escurrió para deshacerse  de Martín al menos por un

momento.

.-

Cuente conmigo señor. Si en algo puedo servir.

 

.- Me complacerá conocer a tu familia, Martín. Si no te

distraigo, vente mañana para dar un paseo, comer algo

sabroso por ahí y no dejes a tu familia abandonada en

domingo. Te espero.- fingía cierto malestar derivado

todavía de su eterna convalecencia.

.- Sólo tengo a mi mujer. ¿Puedo traerla? - Martín se

despedía

con servilismoy alegre por la respuesta que

percibía de su ex jefe, quien desconocía en absoluto de la

fami

lia de Martín.

 

.- Trae a quien quieras, ¡ni lo preguntes –  el mafioso ya

caminaba hacia su aposento.

Todas las emociones que había acumulado en los últimos

días, desplazaban de la atención de Martín cualquier otra

inquietud

. Aun sus secretos más persona

les como las

encomiendas que le habían dado, aún las más

comprometedoras, aun más trataba de enterrarlas en el

olvido. ¡Con un jefe tan amistoso y humano

Con Marta, su joven amante, había desahogado muchos de

estos secretos que ella fingía no entender. Ahora se

concentraba en planear su tiempo para agradar a su ex jefe.

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“Cien hijos de Elena” 

acompañante y se acomodó en una almohada para descansar

en tanto llegaban a Santiago.

Nada especial sucedió durante un viaje de ida con un clima

excelente. La música del radio acompañaba el ronquido del

Farnas. A pierna suelta disfrutaba del paseo como un crío

sin pena alguna. Mientras tanto, Marta se maquillaba y

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comenzó a frotar sus piernas con una crema que lustraba

más la tersura de la piel joven y sensual. 

Jugueteaba al ritmo de la música que entonaba suavemente.

Bajo el rayo solar del mediodía y la languidez del momento,

Martín acariciaba la i

dea de pasar la noche y hacer el amor

con Marta como nunca antes. Estaba extasiado de mirarla

tan alegre y atractiva, dando por hecho que la había

persuadido de cautivar al vejete.

Al aproximarse al centro de Santiago con sus calles

rebosantes de turistas, Martín bajó el volumen de la radio.

.- Así que ya llegamos.- dijo Farnas estirándose y

arrastrando las palabras. Bebía líquido de

un

ánfora de

vidrio verdoso, elegante. Martín supuso que el elixir

contenía una especie de vitamínico para la recuperación

del viejo.

.- Si señor, ¿Quiere ir a algún lado en especial? 

Se había acomodado a lo ancho del respaldo del asiento, y

entonces miraba las calles y se dio cuenta de la compañía

femenina.

.- ¡Cómo Martín, no me avisas de que viene tu mujer – 

Farnas había reconocido a Marta, una cara y cuerpo

memorable de alborozos tan mundanos, como los había

tenido con muchas

otras jóvenes. Al amparo de la

 

circunstancia del momento, la joven le pareció mucho más

guapa.

“Cien hijos de Elena” 

.- Es mi señora. Una disculpa, pero… - Martín mantenía

toda la atención en el tráfico del centro de Santiago. 

.- Un gusto enorme, señora, estoy a sus pies para servirle.

Pasaremos un rato de lo mejor.- besó la mano de Marta, la

cual también lo reconocía y correspondía a la teatralidad

de la sorpresa.- Vamos a este domicilio, un restaurante

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donde nos esperan.

El gerente del restaurante los pasó a un privado. Volaba el

tiempo mientras miraban desde la cima de un cerro el

paisaje urbano rodeado de recios contrastes de zonas casi

secas junto con amplios espacios con arboledas enormes,

sembradíos con riego, dos o tres ranchos ganaderos.

Gradualmente, el sabor y los hechizos del cognac lograban

derrumbar las pocas inhibiciones de Marta.

A una señal de Farnas, uno de sus asistentes comprendió y

fue con Martín.

.- ¿Señor Martín? – lo saludó amablemente de mano.- Un

favor enorme. Venga conmigo por favor.

Martín aceptó solícito. 

.- El jefe acostumbra llevarse algunos regalos cuando

viene a Santiago y yo no sé escoger. Écheme la mano. Venga

conmigo. Vamos a las tiendas.

Embotada por el vino, Marta ya entonaba con soltura las

melodías del ambiente. Farnas acariciaba su cuerpo a sus

anchas. Y todos felices, pues ¿no Martín mismo había pedido

su complacencia? Farnas sentía que sus achaques habían

quedado atrás, muy en el pasado.

Sintiendo suyo el momento, Marta correspondía con

sonrisas y jolgorio las bromas y ocurrencias del anciano

que la tomaba de la cintura, luego la besaba con calculada

resistencia de la joven. Más dueña del momento no podía

“Cien hijos de Elena” 

serlo. ¡Era la reina del momento No había bebido gran cosa,

pero se olvidó de todo.

En ese lapso, Martín acompañó al asistente a las compras. Y

fue toda una sorpresa toparse en las calles con Jeykol.

Atormentado por los celos, Martín creyó ver señas

quiméricas, al encontra

rse con un amigo. Hablar con Jeykol

sería un escape, un desahogo insustituible.

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¿Qué hacía Jeykol tan cerca de ellos? Ni al menos le pasó

por la mente una duda a Martín, absorto en su furia. 

.- Voy a tomarme una copa por aquí. Allá te alcanzo.- le

dijo al asistente por separado

.- ¡Qué bueno encontrarlo Déjeme invitarle una cerveza.

¿Si tiene tiempo? – le dijo a Jeykol.

.-Siempre hay tiempo y más para los amigos como usted.-

respondió Jeykol.

Sentados en un café, Martín hablaba y hablaba de sus

aventuras juveniles y de otros tantos triunfos de que se

ufanaba. En un momento, Jeykol

apreció que

hablaba hasta

por los codos. ¡No podía perder la oportunidad

.-

Martín, yo le tengo mucho r

espeto. Es usted la persona

más valiosa que he conocido. De verdad. ¡Tantas cosas que

los dos hemos vivido – Jeykol preparaba el ambiente.

.- Pues está correspondido. Yo reconozco en usted un gran

amigo. Podemos hacer muchas cosas….  pero ahora en

benefic

io de usted y mío.

-

su voz carecía de acento,

sumido

en las penas que lo incendiaban por dentro.

.- Sumando nuestras habilidades es eso y mucho más de lo

que cree, más de lo que la suerte nos puede deparar. 

Hablemos de lo que sea, con entera libertad y confianza.

.- Oh, claro, libertad, confianza, sólo con amigos como

usted.

¡Usted ni nadie

me va a jugar cubano, porque me las

“Cien hijos de Elena” 

sé de todas – con su cara de niño, de inocencia, aquel tipo

hercúleo, de huesos pétreos, sabueso entrenado, perdía su

brújula a la menor provocación. 

.- Lo sé y lo admiro  mucho. Mire todo esto alrededor tan

admirable, lagos, bosques, estamos aquí libres, libres como

el aire. Y tantas cosas tan peligrosas que hemos vivido.

¡Qué cosas no podemos lograr juntos Y aprender de usted… 

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221

.- Todo, todo. Mire, estando aquí, en Santiago y usted puede

oírlo con interés y también ver cómo ganar unos dineros.

¡Hay datos que valen mucho - Martín sentía en sus venas y

entrañas toda la presió

n, todo el odio contra Farnas y en

ese momento sólo veía como tenderle una trampa hasta

embalarlo en el infierno.

.- Dígame, “a feria que voy, plata, oro... al hombre sabio,

bien le cae oro, plata y tesoros”. - un simple estímulo en la

dirección correcta, y el  alma atormentada de Martín

hablaría lo que por años mantuvo en un cofre hermético.-

“Amigos cabales, tesoros reales…

-

terqueó Jeykol.

-

Nadie, nadie ha tenido el talento, la capacidad de descubrir

la trama del accidente, lo del doctor Onofre. Fue algo

magistral, un plan perfecto, sólo un cerebro brillante lo

hizo…. 

De un golpe, Martín bebió la copa de tequila.

.- Yo sé todo. Mire, directamente nada, estuve ajeno a lo

del accidente... El

accidente ese, ahí donde murió un doc

tor.

Hubo otros problemas. Desapareció un muchacho, salió

herido otro. En fin, nadie sabe de ello, pero yo sí.- Martín

comenzó a beber otra copa.

.- Algo me han comentado. Realmente suena muy

interesante. Yo apuesto a una pista. ¡Una falla mecánica

Pero, ¿cómo?

 

“Cien hijos de Elena” 

.- Claro, claro. Va bien. Un plan así se hace en horas, en un

buen de tiempo y con paciencia. Ahí le va algo para que

usted vea cómo se hacen las cosas. Aprenda. ¿Quién ignoraba

el odio de mi jefe contra el mecánico? Pues me insinuaba

con frecuencia, ¿qué hacemos Martín? Usted diga y nada

más, yo le

dije una

y otra vez. Por fin, me comentó: ya

tenemos hora y fecha. Mira, vendrá en ese momento una

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222

persona. Es un pobre chiflado. Yo lo entretengo y tú te

quedas con su carro. De algo servirá, lo entretengo, que se

tome unas copas conmigo, mientras.” 

.-

¡Su carro Voy atando los cabos…

- dijo Jeykol.

.- Si, ese día me aseguré de tener a mi lado a uno de mis

muchachos muy ducho en mecánica. ¡No como ese tal Marco

No este sí que sabe. Pues llegó el tal Onofre. Era todo. El

carro tenía que descarrilar al recorrer una distancia

calculada por mi mecánico, y nadie podía descubrir todas

las maniobras que hizo. ¿Cómo fue a dar al taller de ese

Marco? Claro, usted ya lo adivinó. Mi jefe lo guió hacia ese

taller. Oí que el doctor aceptaba atender un paciente muy

especial para mi jefe. En resumen, fue a dar al taller del

tipo, y el jefe lo comprometió a estar muy temprano al día

siguiente, atendiendo al paciente fulano de tal.

.- Con eso fue suficiente. Onofre embriagado no podía

conducir el carro y pediría auxilio para que lo llevara, por

lo noche y lluvioso, a Santiago.- Jeykol

completó

,

averiguando con tiento.

.- Algo así. Usted amigo, sea más atento a cada pasito, a

cada detalle. ¡No se descuida nada en esto ni por un

milímetro

Mi jefe le

recomendó el taller, pero debió

mencionar más a la señora, a su mujer. ¡Era muy torpe que

fuera de parte de Farnas

¡El mecánico no hubiera mordido

“Cien hijos de Elena” 

el anzuelo Vea la importancia del detalle. Ahora, ¿no le

parece genial?

.- Si, claro, todo un gran plan. Pero, ni murió el mecánico, y

si desapareció su hijo. Igual que no hacía falta ninguna

revisión del carro del Onofre. Supongo que…. 

.- No, mire, todo el fin era no tanto matarlo. Si le costaba

eso, ni modo, sólo era darle una lección. Mire, Onofre tardó

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demasiado en el taller, en una supuesta revisión del carro.

Pues Farnas le dijo, “júrame que no te irás manejando, ya es 

muy noche. Y haz que te revise el carro. No quiero que te

pase nada.

 

Y le dio otra cantidad fuerte de dinero. Además

del monto que, de propia mano, le dio para atender al

paciente ese en Santiago. Vea mi astucia y la de mi jefe… 

.- Entonces, ocurrieron algunas casualidades…- lo tentó a

seguir hablando.

.- Claro, claro. Nada ocurre como queremos. Es la vida. Vea

usted con más atención las cosas. Mis muchachos llamaron

por su cuenta a otros de mis ayudantes. Le insisto, lo

importante era joder al mecánico. ¿Cuántos carros no

sufren accidentes sin sangre? El grupo de mis muchachos

hizo lo demás a su modo. Nunca hablé más de ello con mi

jefe. Y creo que los resultados le parecieron hasta

mejores… ¿A quién no le duele la suerte de su hijo?

.- O sea, ya a nadie le importó. Metieron la mano una y otra

vez, gente distinta. Por ello, la trama

se enredó y nadie le

entiende.- dijo Jeykol.

Algunos detalles de Martín no merecían crédito. Faltaban

algunos cabos. Lo principal ya estaba dicho.

.-

Olvídelo. ¿Qué gana usted? Piense en eso, en usted

primero. Mire mi caso. ¿Qué me importa en esta pinche vida?

Me importa mucho mi chica. Pero es tan tonta.

“Cien hijos de Elena” 

- Vaya, se ve de película.- Jeykol pidió otra ronda de

bebidas.

Martín Rebolledo se retiró del café, sin despedirse.

( 2 )

Ya atardecía. Martín estaba de regreso en el restaurante.

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Los platos de la comida servida casi vacíos, cuando

llegaron dos tipos que saludaron a Martín. No hacía falta

adivinar que venían como refuerzo de la seguridad de

Farna

s. Siempre era así.

.- Nos vamos en unos minutos. El jefe Agenor nos envió.-

los tipos de la seguridad de Farnas le indicaron a Martín. 

Los tipos de seguridad iban por delante hacia el carro que

los llevaría junto con Farnas de regreso a la casona de

Tepango.

.- Ella viene conmigo.- precisó  con despotismo Farnas,

dando el paso cortésmente a la joven que sonreía

triunfalmente. Los de seguridad abrían paso en las puertas,

como guardianes de un virrey anciano.

.- Tú nos sigues con el carro en que vinieron- le ordenaron

a Martín, quièn recibiò el golpe como cuando aplastan una

cucaracha.

Farnas iba en el asiento trasero con Marta, abrazándola por

la cintura. Contemplaban el panorama de la carretera.

Farniaques estaba parlanchín bajo el contagio del paisaje y

la juventud de Marta.

.- Ni viene al caso, pero estos lomeríos me recuerdan algo

de la costa. Estaba de visita en una casa junto al mar. Bajé

con los demás visitantes por una escalera tallada sobre la

roca hasta la playa. Caminamos una hora sobre la arena,

“Cien hijos de Elena” 

Entonces el mayordomo de la casa nos pidió que

regresáramos a la casa pues el reflujo de las olas era muy

peligroso y nos haría pedazos.- miraba fijamente a Marta

solicitando su atención.

.- ¿El reflujo? – ella deseaba mostrase obsequiosa.

.- Eran sus palabras. Del mayordomo. Cuando volvimos a lo

alto de la casa, vimos cómo el oleaje iba creciendo. Las

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ráfagas del viento podían arrancar cualquier árbol de un

solo tajo. Pronto nos dimos cuenta que las olas chocaban

con tal fuerza contra el acantilado y la escalera que

hubieran destrozado a cualquier buque. Una escena

terrible.- el rostro del anciano reflejaba la seriedad e

impresión que tal fenómeno no bien definido, le produjo.

.- Nunca he estado en el mar.- dijo ella.

.- Pronto iremos, te lo prometo. Reflujo o como sea de las

olas, pero las cosas van y vienen. Es el sentido de la vida.-

pontificó el anciano.- Llevemos a mi amiga a su casa.-

Ordenó al chofer.

 

Los conductores no miraban siquiera hacia atrás. No les

importaba un centavo el carro que conducía Martín.

Recibieron una llamada por celular que les indicaba

avanzar con más rapidez para un chequeo médico del rufiàn.

Se veía muy bien Farnas, pero su convalecencia exigía esos

cuidados. La distancia con el carro de Martín se multiplicó.

Por su parte, Martín se sentía humillado y decepcionado de

 

sí mismo. Nada había logrado en sus propósitos. Con sus

trampas propias, se estaba burlando de sus planes. No sabía

en cuánto se había equivocado en dudar de la palabra de

Jeykol,

Con su ex jefe no consiguió un solo segundo durante

el paseo y ¿para qué? Rastreó sus pensamientos y se tachó

como un

imbécil

 

estúpido, de nada le servía el intento de

“Cien hijos de Elena” 

agradar y llenar la vanidad del anciano. Además le facilitó

a su amante.

.- ¡Qué estupideces he hecho Imbécil de mí, para qué este

ridículo. –Martín golpeaba su cabeza contra el vidrio

lateral con furor y con lágrimas  de sangre.- ¡Qué idiota

¿Qué

motivo ten

ía

 para

….?

 

La carretera le parecía más sinuosa que nunca. Su arrebato

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le quitaba la concentración obligada del conductor. Casi se

le humedecían las mejillas. No había derramado una lágrima

desde hacía tiempo y no lo hubiera hecho delante de otra

persona sin avergonzarse. Algo de la rudeza paramilitar

había aprendido o mal aprendido en sus años en trabajos de

seguridad.

De repente perdió el control del volante al entrar a una

curva del camino. El carro zigzagueó y al poner el freno

hizo una cabriola peligrosa. Parecía cosa de un instante y

el carro salió del camino, dio unas volcaduras, chocó con

toda su masa contra unas rocas y ac

abó por incendiarse y

estallar en un bombazo. Nadie se detuvo a mirar el

accidente. Murió en un instante quien había levantado

sospechas de haber sido el ejecutor. Además de ser el autor

de otros actos delictivos presumiblemente.

El mismo que pudo ser el autor de un accidente anterior en

que perdió la vida el dentista Anzures y su sobrina,

coincidiendo en el mismo sitio.

Muy diferente a la situación de Martín que, por su ebriedad

se olvidó de todo, daba rienda suelta a sus emociones, sus

resentimientos y frustraciones y abandonó el control de

volante. ¡Sería más bien accidental que el carro no hubiera

salido de la carretera disparado hacia el abismo

“Cien hijos de Elena” 

Martín como todo ser humano, en ese instante ignoró que

esa especie de ese ordenador o antena multidireccional de

su cerebro dejaba de concentrarse en controlar el carro.

Sus ojos y manos seguían en el volante, pero algo de su

amígdala, de su hipotálamo o de su cerebro gobernaban su

at

ención en otro sentido. Igual que en el sueño o bajo la

embriaguez del vino, o cuando el cansancio paraliza nuestra

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capacidad, nuestros sentidos no es que contribuyan a que se

quiebre del sistema de alerta, de los mecanismos de

defensa, sino que un interés mayor se impone a lo que

conviene a la supervivencia misma, y ya no es posible

superar prueba alguna externa.

Nuestros sentidos no son dueños únicos de la lucidez, no es

que nuestra atención o lucidez se desvíe de algo. Nuestros

sentimientos de ira, de amor o de odio gobiernan nuestros

pensamientos y algunas acciones. Por supuesto tampoco se

pueden realizar dos tareas al mismo tiempo sea en el plano

físico, en el

intelectual o sentimental, a riesgo de

confundirse o tener resultados desastrosos.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXIX  La encrucijada.

Esa mañana, días después de la muerte de Martín Rebolledo,

se encontraban Diana y Cristina trabajando arduamente.

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Cerraron la puerta y convinieron en concentrarse en la

agenda. Un aire muy fresco se respira en la oficina. Por más

de tres horas no paran de revisar y modificar papeles.

.-

lo faltan algunas aclaraciones en estos reportes

contables. Veamos qué falta,  están por llegar Elena y

Marco. ¿Qué le informo? - comenta Diana.

.- Respecto a Daniel, con una buena atención, los estudios

prometen mejorías. Vamos a cruzar los datos que tenemos.

Sólo unos minutos y terminamos. – dijo Cristina.

.- Nadie reclama nada sobre Martín. No parece importarle a

nadie.

 

añadiò Cristina.

 

.- Es tan raro todo esto. Me da la impresión de que aquí 

todo pasa

en los sótanos

y nadie se entera.- Hizo una

pausa.- ¿Será cierto que nadie pregunta por Martín?

Después de su divorcio, vivía enamorado de Marta.

¡Sabemos del pasado de los dos Si, debió quererla mucho.

¿Qué ocurrió cuando conducía su carro y se estrelló? Ahí

acabaron sus sueños

.

No lo sabemos, se llevó sus secretos.

Cristina se veía preocupada. 

.- Pero ¿qué planes tienes para mí?

.- No sé decirte. Si te refieres al trabajo, apenas llegue

Elena, me pedirá que le entregue su despacho y to

do

será

como antes.- un dejo de tristeza por el afecto que le había

tomado al despacho, y principalmente el cariño hacia

“Cien hijos de Elena” 

Cristina le hizo meditar.- Quise dar orden a todo lo posible

con tu ayuda, pero no me siento bien para darle cuentas.

.- No creo. Ella ya no seguirá  aquí. Vivirá ahora para

Marco… para el señor Marco. Te pedirá que te encargues de

sus negocios, o la mayoría de sus negocios. Te ve como si

fuer

as su hija…

.- Te estás volviendo loca, Cristina. Ni me pedirá nada. Y al

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229

saber de todo el dinero que he gastado sin su

consentimiento, júralo que se molestará.- exclamó Diana.-

Además, Elena conoce tu trabajo. déjate de tonterías. ¡Con

los enredos que le asedian, menos

El problema será

conmigo.

.- ¡No la conoces, es tan desprendida como tú Ella tiene su

oficina privada a unos metros de aquí. Es muy acogedor, ahí

le gusta aislarse a veces con sus tareas personales.

.- No me convences. No saques conclusiones a la ligera.

Arreglará su separación primero. Es lo que creo.- repuso

Diana pensando en voz alta.- No veo posible el divorcio,

 

¿qué opinas? 

.-

La señora Elena

 no me incluye en sus temas personales.

Su confianza contigo es algo muy distinto. En cuanto al

dinero, lo has gastado en lo que para ella es lo más

importante, así hubieras malgastado todo ese dinero. Ella

te necesita ahora como nunca.- las palabras de Cristina

conmovieron a Diana. Reflexionaba

cuántos

 asuntos

decidió

 

sin prever la reacción posible de Elena, tal vez con excesos.

Un mes o antes, era una desconocida.

¡Tantas dudas y sospechas que tuvo con Elena

Apreciaba que Cristina afrontaba un conflicto interior,

debido a la incertidumbre de su porvenir laboral, confiando

“Cien hijos de Elena” 

demasiado en ella, en Diana. Las sombras de su relación

pasada no se borraban, no del todo.

Sonó el celular de Cristina.

.- Muy bien, Jeykol llamó y quiere hablar contigo.

Caminaron de retorno.

.- Todo lo sucedido parece un juego de mesa de billar. Los

acontecimientos salen rodando hacia un destino deseado y

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al cruzarse en el camino de otros, pierden el orden inicial y

cambian su rumbo. Ello depende de la habilidad del jugador.

- Diana meditaba en silencio.- ¡Nada que  yo pueda hacer

compensa

rá lo que ha hecho por la señora Elena, por mí y

por otros más

.- Otro día lo platicamos con mayor profundidad. 

Diana y Cristina se despidieron. El farsante tomó  su

camino, rozagante hasta sentirse fugitivo en un mundo

fabuloso. Evasivo por costumbre, no enfrentaba los hechos

recientes, ni anteriores, para seguir de espalda a su propia

vida de farsante, aun consigo mismo.

Así

  cerraba esta

reflexión, extraviado y confundido en su perspectiva

inmediata muy personal respecto a Marta, de quien le

torturaban dudas delirantes. Un conflicto àcido  le

incendiaba las venas de su propia sangre.

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXX Hacia nuevos horizontes.

Elena

y Marco llegaron al día siguiente a Tepango. No

avisaron previamente. Querían ver primero a Daniel. Fueron

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a la casa de Diana, haciendo tiempo en una cafetería, dada

la hora tan temprana de su arribo. La pequeña ciudad

respiraba todavía el fresco del amanecer. Muy pocas

personas circulaban fuera al trabajo, la escuela o la

iglesia.

Diana seguía habitando la casa que le dejara su padre junto

al río.

.- Somos nosotros, Diana. Disculpa por levantarte tan

temprano.- Marco hablaba en voz baja. Diana estaba aun en

pijama.

.- Hola, abran la puerta en un momento, voy a vestirme.

Tras acomodarse en el sofá, oyeron venir a Diana.

.-

Les preparo un café en un minuto.

 Y luego me platican de

su viaje.

.- No, no te molestes, mejor te invitamos a desayunar.-

aclaró Elena. 

.- Ricardo ya está listo. Él los puede atender. —Se

escuchaba la regadera. Guardaban en secreto sus planes de

matrimonio. Aun no se notaba el embarazo de Diana.

Casi renqueaba Ricardo al ir a saludar de mano a la pareja.

.- ¿Cómo les fue de viaje? - dijo con tono amable y abrazó

a cada uno.

.- Nos gustó todo, pero vimos  lugares increíbles como

Marruecos.-

Marco comentó

  sin ocultar su condolencia al

“Cien hijos de Elena” 

notar su esfuerzo por caminar.- Hemos estado preocupados

por ustedes, por Daniel y por ti.

.- Si, si comprendo. De mí no se apuren, gracias por los 

apoyos que me han brindado. Tengo muchas esperanzas con

los tratamientos. Durarán un tiempo pero me recuperaré. -

comentó

 el joven.

.- Somos nosotros los agradecidos, inmensamente

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agradecidos con ustedes.- dijo Elena mientras Diana en

bata de baño pasaba junto a ellos.- Diana, gracias mil, se

me pasó la manos en dejarte nuestros problemas.

Diana los abrazó y junto con Ricardo

, acomodaron las

maletas de los visitantes.

.- Ni digas eso. Han pasado muchas cosas. Creo que podemos

comenzar por Daniel.- Diana observó que la mano de Elena

apretaba la de Marco en señal de consuelo.- Lo atienden en

un excelente hospital.

.- Gracias Diana, hemos hablado por teléfono con los

médicos

  del hospital. Sabemos lo d

ifícil de su caso. No

pierdo la fe en su mejoría. – dijo Elena.

.-

¿Qué fue lo que pasó con mi hijo? ¿Fue un secuestro?

 

 

Marco esperaba la respuesta ansiosamente.

.- Si, alguien no quería que Daniel estuviera cerca del

carro que llevaba Ricardo. Lo engañaron, bajó al borde de la

carretera, lo golpearon y se lo llevaron. Lo movieron de un

lado a otro.

Duró

 

así

 mucho tiempo. Los golpes de la cabeza

y de la columna vertebral fueron los más perjudiciales.

Pronto se recuperará, está en las mejores manos.- Diana se

conmovió al ver la perturbación de Marco.

.- Lo llevaremos a otro lugar. Se los queremos agradecer,

pero ahora nos haremos cargo de Daniel. Diana, si es

posible, necesito que sigas por favor al frente del

“Cien hijos de Elena” 

despacho. Te necesito más ahora. - Elena tomaba la mano

de Marco o la ponía sobre su pierna, notoriamente

compungidos. - ¿Necesitas más apoyos?

.- No, no debe preocuparse, Elena. En relación al despacho,

será mejor que la ponga al tanto de todo, del manejo de

algunos asunto

s y del dinero…

- Diana plantea su punto de

vista con algo de nerviosismo. Notoriamente le habla con

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respeto y deferencia.

.- Diana, todo lo que hagas está correcto. Maneja todo

como mejor te parezca. Así podré  arreglar cosas

personales. Pero dinos algo,

¿cómo fue lo del secuestro?

 

.- Martín Rebolledo fue el responsable de todo.  ¡El que

metió las manos con su gente - a Marco se le removió

todo, sus nervios iban a estallar.

.- Merece la cárcel, si bien le va…- exclamó con toda su

furia.

.- Acaba de morir. - añadió Ricardo.

.-

¿Cómo? ¿Martín acaba de fallecer?

 

 

preguntó Elena con

asombro.

.- Si, en el mismo lugar que tuve el accidente. Su carro

sufrió volcaduras, se fue contra las rocas, hizo explosión y

se acabó todo.- completó Ricardo. 

.- ¡Alguien tuvo que investigarlo ¿Era Martín el

verdadero culpable? – rugía Marco, palidecía por la rabia, 

clamando venganza.

- Jeykol ayudó en todo. Logró el rescate de Daniel.

Creemos que Martín actuó  por cuenta propia, queriendo

complacer los deseos de su patrón. - agregó  Ricardo con

voz ronca.- De cualquier modo, lo que dijo acerca de las

insinuaciones criminales de su patrón, ya no nos sirven.

¡Está muerto

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“Cien hijos de Elena” 

.- Mejor si lo haces. Si pretendes algo, dilo.- Elena abrió

fuego.

.- ¡Tú  recordarás este reloj y aretes ¡Diamantes y oro

puro Los usabas con frecuencia hasta hace unos meses.

Plat

icamos sobre ellos y te ofrecí labrar una copia fiel

 de

ese juego de adornos que significan mucho para ti. Si esa

gente te desvalija este reloj y aretes, entonces admitirás

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sin dificultad que esa misma gente derrocha tu dinero en

papeleo inútil, en tonterías. Se han llevado tus principales

archivos a otra parte, para sorprenderte, y además se la

pasan comprando co

sas como si fueran de juguetería…

  lo

vemos a diario - la sonrisa de triunfo de Farnas culminó

con la entrega del reloj y aretes de marca.- ¡No debes

rodearte de quienes te traicionan Me costó algo

recuperarlos.

.- Se parecen, pueden ser. ¿Puedo llevármelos  para

comparar?- Elena recelaba pero había una evidencia.- Y

¿dónde los encont

raste?

.- Verás, quienes hurtan lo ajeno, ¿qué hacen con la

mercancía? Pues tratan de

  venderla para tener dinero.-

Farnas se frotaba las manos, su tic favorito para izar la

bandera de victoria.

Elena notó que Agenor y Olimpia venían hacia la mesa y se

puso de pie para retirarse. Al menos lograron confundirla.

.-

Pero ¿usted ya se va?

- casi

protestó

 Agenor. Los

saludó

de manos.

.- Urge ver algunas cosas. –  Elena se retiró sintiendo

incomodidad por la emboscada de Farnas.

La cita duró

 pocos

minutos y regresó Elena con Marco y los

demás a la casa junto al río. Le pidió a Diana hablar a

solas.

“Cien hijos de Elena” 

.- Diana, ¿podemos hablar? – al entrar Elena de inmediato

mostraba ya otro gesto. .- Claro, vayamos ahí.- dijo

Diana, cerrando la puerta del cuarto. Sintió cierta

angustia.

.-

¿Conoces este reloj y aretes? –

  pese a todo, Elena

mantuvo cierta ecuanimidad.

.- Claro, los conozco, o mejor dicho los reconocí de

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inmediato. Es una de tantas cosas que quiero hablar

contigo. – Diana miraba con atención los objetos de oro y

unas piedras finas de adorno.

.-

¿Las conoces? ¿Cómo?

 

.- Escúchame por favor. Confirmé mis sospechas. Te las dio

mi padre, pero las originales son de otro material. Lo sé

muy bien. Me importaba y me importa saber si tú conociste

a mi padre y si él mismo te los regaló y por qué no me lo

habías dicho. - la contraofensiva vehemente de Diana fue

demoledora para Elena. - ¡Dame por favor las que te dio Al

menos deja que las vea. Me duele mucho, Elena, tu

desconfianza.

Suspir

ó y se sentó en la cama del cuarto.

 Elena re

spiró

con

alivio. El resto del grupo se acercó. 

- ¿Cómo es que tú las tienes y cómo están ahora en oro y

diamantes? – insistía Diana.

.- No... No sé cómo me pusieron una trampa.- Elena se

desplomó sobre la cama. Quedó apabullada por un instante.

-

Lo peor será morder el anzuelo de ese maldito.

.- Elena, no te entiendo bien. ¿De qué o de quien estás

hablando? ¿De Farnas?

.- Quiere dividirnos. Ponerme en tucontra.

Confía en mí por

favor y concentrarnos en una manera de encararlo. Mejor

“Cien hijos de Elena” 

ayúdenme a darle una lección que no se le olvide nunca a

este funesto farsante.

Los trucos de Farniaques para confundirla y ponerla en

contra de Diana le pusieron furiosa. ¿Qué importaba si los

aretes y el reloj fueran a dar adonde fuese?

.

  Te juro Diana, que

no permitiré

que nadie se burle de

nosotros. ¡Me cuesta tanto ser tan impulsiva Ahora debo

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pensar en algo.- abrazó con calidez a Diana ocultando las

lágrimas de sus mejillas.

Hacía tiempo que Elena no sentía en carne propia el tajo

grosero de las humillaciones.

Le costó poner en evidencia

cierta debilidad y falta de respeto a Diana, Marco y

Ricardo. Advirtió las carencias y sobriedad del mobiliario

que rodeaba a Diana y Ricardo. Las frases envenenadas de

Farnas por un momento la hicieron titubear, pero quién

sino el mismo rufian fue responsable de los accidentes en

que los jóvenes sufrieron lesiones graves, fracturas de

huesos, al borde de la misma muerte. Y pese a ello,

¡

vaya

cinismo de este maldito demonio, pensó en silencio

.- Mejor encararlos Elena, aunque

dudaste de mí

, te

comprendo. Conozco ya sus intrigas. Me han espiado a todas

horas, pero no me importa. Me importa más saber por qué

no me tuviste la confianza de aclarar tu relación con mi

padre. Nunca mencionó tu nombre. Fue él quien me contaba

mucho sobre ti y esos recuerdos que te dejó. –

  las

emociones de Diana desbordaban su natural cordura. Los

demás oian el diálogo secreto imposible de entender.

.- No, no, no es eso, ahora estoy confundida. Lo de tú padre

y yo, estarás de acuerdo, queda como un tesoro que lle

vo y

llevaré en mi vida privada. ¿Cómo iba yo a pensar quién era

tu padre? Ya habrá tiempo de aclarar. Si, están usando las

“Cien hijos de Elena” 

cosas para confundirme. - Elena buscaba una disculpa ante

la joven.- Siempre cargaré con este remordimiento. Por

unos aretes y un reloj pude perder tu confianza y…  Caí en

su trampa.

.- Quiero explicarte algo. Los

llevé junto con los aretes

con un joyero para que verificara ciertos datos y

asegurarme de mis sospechas. Lo demás ya lo sabemos. No

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me di cuenta hasta ahora de su desaparición. También debes

escucharme que tus archivos más importantes los retiré,

los tuve que retirar del despacho debido a las

intromisiones constantes de Olimpia. Y...

 

decía Diana.

.- No tienes que explicarme nada. Discúlpame por este

traspié. Quiero devolver el golpe ahora mismo. Y ahora

debemos platicar con los demás. ¿De acuerdo, mi querida

Diana? - Elena la abrazó efusivamente.- De verdad, te

quiero como una hija. Hasta con un hijo, podemos cometer

un error. Gracias y comprendeme.

.- Lo siento

también. Te diré

algo. No me siento del todo

bien. Creo estar embarazada…- con mucha emoción se

abrazaron.

Elena les propuso desayunar en un restaurante del centro

de Tepango

.- Pocos días han sido tan difíciles. Creo que ya tengo una

idea. Quizás no sea lo mejor,  pero necesito otra vez su

ayuda. Es hora de que ese maldito impostor me las pague.

Sólo es un pobre cobarde hipócrita. Merece un

escarmiento.- ya habían ordenado los platillos y bebidas.

Marco platicaba a petición de Ricardo sobre los lugares

visitados en su paseo turístico.

De repente, Elena los

interrumpió. Estaban a solas.

“Cien hijos de Elena” 

.- Si, ya tengo una idea interesante. Arrancaremos hoy la

inauguración de un Centro de Arte de Tepango. Disculpen

por las prisas, pero quiero hacerlo de una vez. Pues he

pospuesto y vuelto a posponer tantas cosas que son de

verdadera importancia.

 

Elena seguía su discurso.

-

Nuestro

éxito está en

 

la sorpresa, nuestra discreción

absoluta.

.- Claro, cuenta con nosotros. ¿Cómo te ayudamos? – 

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preguntó Marco. 

.- Vamos a meter al maldito en un costal de víboras y

arañas

.

Sé muy bien donde

le duele. Hay cosas que ni

siquiera le pertenecen. Se esconde a la luz del día, como

una miserable cucaracha. ¡Este es mi plan La casona que

diseñé y comencé, será demolida.

.- Pero Elena….

.- La casona es su gran orgullo; nada le importa más. Será

algo importante en la historia de Tepango. Fuera de su

guarida, Farnas es un pobre diablo, una perita en dulce,

como dicen. Lo exhibiremos frente a todo mundo, que la

gente lo vea, que haga compromisos. Es la clave. - Elena

sonreía, estaba regocijada con su coraje para

reivindicarse.

.- ¿Quieres hacerlo hoy? – Preguntó  Diana.- ¿O quieres

pensarlo unas horas?

.- Si, ustedes igual que yo, necesitamos el desagravio.- su

euforia no daba lugar ni a preguntas.- Debí escucharlos

desde antes.

Diana y Marco cruzaban miradas de desconcierto.

.- Hoy mismo en la tarde, con prensa, con los medios, con

invitados especiales. –  la euforia de Elena impedía  a los

“Cien hijos de Elena” 

demás analizar por el tiempo tan limitado para organizar

una idea tan incomprensible.

Elena poco a poco planteó los detalles de su plan. Un plan

muy sencillo como los buenos guisados de un buen

restaurante.

Diana, Ricardo, Marco, Jeykol y Cristina trabajaron con

toda la intensidad posible para cristalizarlo. Un evento

sorpresivo en esa misma tarde.

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El evento logró un éxito extraordinario. Presidieron

Farnas, personajes locales y regionales del arte, de la

academia, de la política y de todo el pueblo. Más de mil

gentes. Elena como oradora principal en unas cuantas

palabras explicó la la donación de la casona, como un

acuerdo entre ella y Farniaques, para un proyecto social al

servicio de Tepango.

El discurso de Elena con firmeza y voz emotiva, enfatizó

que era una idea vieja soñada por ella y Farniaques. Pidió el

aplauso de todos para ser parte del proyecto, y que lo

tomaran como suyo. ¡Farnas no pudo negarse frente al

público a impulsar una noble misión que su esposa otorgaba

en su nombre Y apenas puso disimular y resistir los

misiles envenenados que le retorcìan todas sus entrañas.

En resumen le arrebataba la casona para donarla para fines

de interés público.

Un plano enorme elaborado a toda prisa por Marco

, sirvió

como maqueta donde se veía el trazo de las nuevas áreas,

libres de murallas, para el teatro, el parque y

estacionamiento para carros en la superficie donada por

Elena de más de

 cuatro

hectáreas

 en la zona urbana. Fue en

los discursos donde se habló de cerrar las calles para

disponer de más espacios. Espacios y recursos para enseñar 

“Cien hijos de Elena” 

y promover arte, para exhibir pinturas, esculturas, para

bailes, para museo, música y otras actividades.

Voces que alcanzaron fuerte resonancia, que salían de

repente y aplaudían la promesa del Centro del Arte, la

apertura de una calle amplia junto a la casona, una escuela

en una de las zonas donde se construía un fracc

ionamiento,

guarderías y más peticiones que obligaron a Farnas a

concederlas públicamente. La gente gritaba que no querían

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meras promesas. La prensa, la radio al día siguiente lo

confirmaría por escrito. 

Marco llevó a Daniel, estuvieron juntos en las fila

s de

atrás, disfrutando del acontecimiento. Podían ver

claramente las caras de Agenor y Olimpia.

- 2 -

Al atardecer, ya punteaba el crepúsculo. Al final del

evento

, sólo estaba el

grupo de familiares por parte de

Farnas y de Elena. Caminaban en fila hacia las oficinas y

habitaciones de la casona, que ya estaba sentenciada a

muerte, a sus últimos días  como la flamante casona del

buitre más odiado en Tepango, el Farnas.

Elena caminaba al lado de Diana, Ricardo y Daniel, tomando

la delantera de todo el conjunto. Después Marco se rezagó 

intentando deshacerse del perro del taller que por ratos lo

seguía, con la fidelidad que sólo estos animales pueden

obsequiar. El perro tomaba a juego los ademanes de Marco.

La obra de excavación para instalar una cisterna que estaba

en medio del camino, con decenas de fierros como estacas y

piezas peligrosas, hizo que Marco se moviera con más

cuidado. Todos marchaban en silencio, absortos en los

“Cien hijos de Elena” 

acontecimientos. Nadie previó retirar esos escombros de la

obra de una cisterna en proceso con muchos fierros,

pedazos de madera en cortes a modo de estacas, piedra y

arena que en el gris atardecer convertían  el socavón 

encharcado en una trampa riesgosa.

Los aires musicales del evento aun continuaban y

dominaban el entorno gratamente.

Detrás de Marco,  a distancia, venían Olimpia y Farniaques

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quien se sentía agravado por sus achaques y pesadumbres

debido a las noticias y compromisos que hizo Elena, sin

consultarlo. A

trás de ambos,

caminaba Agenor, con un aire

evidente de preocupación y malestar.

Farniaques caminaba con lentitud, comentando algo a su

hija. Ella se ponía más  furiosa cada vez. En un instante,

ella, presa de un súbito  impulso, recogió una varilla 

metàlica  del suelo y la levantó  tan alto y con toda la

fuerza que pudo. De inmediato, se lanzó contra el área 

posterior, o los huesos de la caja craneal y

vértebras

 de la

espalda de Marco, para asestarle un golpe mortal. Lo tenía 

a su merced a unos pasos.

El instinto del perro olfateó  el peligro y obró con toda

celeridad. El animal se arrojó contra Olimpia, cuando en su

carrera ya estaba cerca de Marco, enarbolando su arma. ¡La

fosa de la obra se encontraba al borde, con una caída de

hasta tres metros de profundidad

Al atacar el perro a Olimpia, perdió el balance y cayó a la

fosa. Emitiò un terrible chillido al sentir la brusca

frialdad de ese puente tan extraño, que nos une con la nada,

con ese vacío desconocido

. Fue Marco el primero en

advertir la caída de la joven  hacia el vacío. Pero nadie

pudo advertir que Farniaques se lanzaba de inmediato, por

“Cien hijos de Elena” 

impulso paternal y suicida al rescate de su hija. También

cayó así a la fosa, en el único acto humanitario a lo largo

de su vida. Pudo ser un acto heroìco en otras condiciones,

pero se desvaneció en las aguas lodosas, podridas y charcos

de sangre del socavòn.

Elena y Diana apenas escuchaban los gritos de terror, y

volvieron al sitio al advertir los ladridos del perro. Todos

espantados volvieron a la zanja mortal, frente a la

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excavación, miraban sangre, ropas desgarradas y los

estertores de los dos moribundos.

Marco y Ricardo abrazaban a Elena y a Diana. Agenor lloraba

a solas, helado del espanto, tal vez por primera vez en su

vida. Lloraba por su hermana. Sòlo por Olimpia, pues

mostrar o fingir pena por su padre le producía profundas

confusiones y alborotos. Nada se podía remediar, sino

llamar a la policía y ambulancias.

Pronto, Elena, junto con sus compañeros, prosiguió  su

camino. Respiraba en silencio la brisa de una nueva vida,

tal como lo sintió en sus noviazgos de juventud, de igual

suerte cuando abrazò a su padre en la última oportunidad,

de la misma manera que cuando se encontró con Marco y

luego con Diana. ¡Cierto que la vida no comienza una sola

vez, sino dos y hasta màs momentos, como dos relampagos,

los que al conectarse entre sì forman un arco de

esperanzas, tendiéndole a Elena el paso a nuevos tramos del

futuro

“Cien hijos de Elena” 

CAPÍTULO XXXI Cien hijos de Elena.

Por fin llegó la última semana del invierno. Tepango era el

mismo con o sin Farniaques. Ignorado por todos, aun por los

augurios más ociosos, el hijo de las forquiadas, mismas que

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asustaron al mismo diablo, según leyendas arcaicas de los

árabes, bien podía estar en el hoyo más profundo y

escabroso del cementerio; o bien ya debe estar contento, de

regreso al último rincón de los infiernos como cancerbero

de sus rencores y amarguras; a nadie le importa en Tepango.

¡Nadie lo extraña, ni le importa

En el mirador de la casa junto al río de Tepango, Elena

ayudaba en la preparación de la comida. Junto con la bella

Diana, cortan rodajas de frutas y verduras, de naranjas,

perejil, tomates, pepinos, setas, en copia deslucida de un

arcoiris. En silencio miran la mezcla de colores, sabores y

formas vaciados en una vasija de vidrio transparente. En

las múltiples rodajas de la mezcla, adivinan los rostros de

su pasado, dominando en el ambiente el aroma del café de

Soconusco, el cual combina Elena con su copa de cognac.

Meditan en sus adentros, ¡qué estos idiotas de Marco, Daniel

y

Ricardo, lleguen cuando se les dé la gana

Como diosas mitológicas de belleza, gracia y talento, reían

con soltura del sinfín de estupideces de la vida. Toman el

fresco de la tarde, una copa de vino en el patio exterior con

vista a la calle, al río s

eco y el follaje espeso de la

arboleda. Una sombrilla las protegía  del rayo solar, que

recorta la terraza en fragmentos caprichosos de

“Cien hijos de Elena” 

triángulos o polígonos  cada ve z más pequeños. Diana

frotaba la dorada piel de sus manos, rostro y piernas con

una crema espumosa, refrescando la llamarada de anhelos

no cumplidos.

.-

Diana. No sé que pienses, pero algo me pica la

curiosidad. Ese asunto que me quieres comentar. ¡Debe ser

algo inquietante - dijo Elena con su tono cálido. Vestía

una falda roja con bordes negros y una blusa blanca

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transparente. Igual que en sus días de juventud.

.- Bueno. Si. Pero no es fácil. Me preocupa que por descuido,

te diga una tontería. Es algo serio.

.- ¿Qué te pasa? No me andes con rodeos. Suelta esa duda.

Por favor, ¿dudas de mi confianza.

.- ¿Cómo puedo decirlo? Sé que me paso de la raya. Es algo

muy personal. Si es un disparate, promete que no te

enfadarás.

.- No le des más vueltas, ¡dime lo que estás pensando

.-

Bien, ¿te gustaría tener tus hijos? Nunca, te confieso

,

nunca he notado tu menor intención de tener tus hijos.

Claro, adoptados…

 

El disparo repentino sorprendió a Elena.

.- ¡Hijos adoptados Pero ¡¿es una broma? – Exclamó con

vehemencia.- Claro, ya lo he pensado muchas veces, como

cualquier mujer. Mejor olvídalo, me apura este necio de

Marco… Odio que nos haga esperar. Sola me acostumbré a

quererlo como si fuera mi hijo. No lo conoces, pero es un

muñeco de resortes, bujías y de tornillos. A veces abusa de

mi soledad. Lástima, pero soy así, suspicaz y voluble. No me

gusta hablar de eso….

- Tenme paciencia... Yo voy a ser madre. Hay ratos tan

difíciles. Se sufre mucho. Pero cuando veo tantos niños

“Cien hijos de Elena” 

huérfanos, todos lo sabemos, esperan siempre una mano

amiga. No sólo en dinero, afecto o regalos. Velo con calma.

¡Si quieres lo olvidamos ahora mismo, ya está olvidado

.- No, no es primera vez que me tienta esa idea. Nunca le

dediqué tiempo suficiente.

-

Elena contempló el cielo

limpio, sin nubes grises, ni vientos impertinentes.- Ayh,

Diana, ¡cómo has cambiado mi vida Vale más ahora oír tus

ideas, que luego arrepentirme.

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.- Hay varios procedimientos, quizás alguno te interese.

Algunos no son muy rígidos. Hay opciones. No las descartes

por ahora. Piénsalo por favor.

.- ¿Cuáles? Me interesa de verdad. Es mucho compromiso su

crianza y su educación. Ellos, quienes sean, no me conocen y

yo tampoco a ellos.

.-Mira, hay opciones. Van desde el padrinazgo, hasta una

adopción completa. Tienen sus pros y contras.- insistió

Diana.- Yo puedo apoyarte.

.-

¡Y así de golpe, me quieres como madre de más de uno

solo –  Elena no pudo soslayar una risa reprimida con

desasosiego.-

¿Lo dices en serio? ¡Me haré cargo de cien

hijos, de cien niños o niñas Si, si, tendré mis hijos. ¡Seré

madre Ya lo tengo decidido. – el trono de las diosas es tan

ancho, donde caben caudalosos ríos y arboledas de sinuosas

formas, las infinitas flores de la primavera, los ardores del

verano en fugaces agüeros del futuro.

.- Pues ya tienes dos, yo y mi hijo que llevo en mi vientre.-

Diana se ruborizó. Manifestó las palabras cohibidas y

fluyeron sin pensarlo.- Y cuenta con mi apoyo. Vemos a

nuestros jóvenes tan lastimados y destrozados.

- el tono

grave de Diana invitaba a la reflexión. Claramente

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“Cien hijos de Elena” 

admiración por lo que hizo por mí. Era tan diferente a

todos. ¡Cínico, perverso, malvado, infiel Me hice a la idea

que ese era mi destino. Llegaron Marco y tú… ya sabes lo

demás. Abrí los ojos. Ahí había otro mundo. Porque debes

saber, que antes de él, la histo

ria de mi vida fue tan

amarga; desengaños y desdichas. ¡Puerta que abriera o

tocara, venían siempre las desgracias

.- Elena, te castigas demasiado. Se puede ser feliz… 

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.- ¡Felicidad Bah, ¿qué sabes de felicidad? Eres tan joven…

- Elena la abrazó nuevamente, con vigor y ternura que ella

misma desconocía, besó la mejilla de Diana y su vientre

lozano que alimenta una nueva vida y esperanza.

.- Es necesario algo o mucho de egoísmo para arrancar de

la colmena regia una gota de felicidad. Debe ser horrible el

divorcio.- Diana se resistía a su propio impulso de

derramar una lágrima de felicidad y abrazar a quien le

ofrecía la grandeza de ser su madre. ¿Una reacción natural

de la orfandad completa?

.- Así lo creo yo también. Pude enamorarme de un día para

otro,

pero le temía al divorcio.

El anillo matrimonial es

una cadena de oro pero también de acero dulce. De alegrías,

sinsabores y conflictos.

.- Por fin desahogué contigo, cuando esté a solas con

Ricardo… 

Elena la interrumpió nuevamente.

.- Marco no para de hablar del doctor Anzures. ¡Sus ideas

tan locas del divorcio Qué los trenes, que la pareja viaja

en vagones por separado, que uno se baja del tren y el otro

no. Sueña con aprender y volar en los aviones, es un

mecánico de pies a cabeza.

.- ¿Cómo lo conociste?

“Cien hijos de Elena” 

.- Hablando de lo mismo, no quiero olvidar dos temas

contigo. Primero, te cuento que Jeykol se casó con Marta…

la que vivía con Martín. Me pidió vacaciones. Se tomará

unas semanas.

.- Me da gusto por Jeykol. Nunca anda por las ramas.

 

Exclamó

Diana.-

A ella, le debemos mucho. ¡Tantas cosas

que murmuran de los dos, un estafador y farsante, con una

prostituta, y una zorra que salvó a Daniel  De ser necesario,

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yo sería primera en defenderlos. ¡¿Martín? Pobre diablo,

mandó asesinar a Marco. Lo más fácil, sería tomar una

espada o un cuchillo o veneno; para darle su merecido.

Antes de morir claro. Pero, te pregunté algo que me da

curiosidad.

Elena simpatizó un instante con su idea, tal como su ánimo

incansable de venganza por los asesinos de su padre, que

además la violaron. Más no podía continuar envenenando su

vida con tantas amarguras de su pasado. Prefirió mantener

en silencio esa parte de su historia, una grieta subterránea

de su alma negada a morir como el canalla de... Ni su nombre

deseaba recordar.

.- Falta otro punto. Hablé con Cristina. Es muy talentosa.

Pronto tomará un curso sobre  administrar, algo así…. Le

ofrecí nuestro apoyo.

.- ¿Me vas a quitar a Cristina? – Saltó Diana.- La necesito.

.- A veces debemos sacrificar algo. A ti te corresponde

formar tu equipo, preparar a tus aliados. Eres una líder. Sin

tu círculo de aliados, caminarías muy despacio. – Diana se

quedó pensativa, sorprendida por ese ángulo novedoso de

las cosas.

Mas no le extrañan las palabras esquivas de Elena.

“Cien hijos de Elena” 

.- En cuanto a tu pregunta. No hay ningún secreto. Al

principio, me sentí obligada a ciertas discreciones. Pronto

me casaré con Marco.

.- Entiendo, tal vez no debía preguntarlo. No tengo

derecho…

 

.- Bueno, no lo tienes, pero me siento como en una olla de

presión. He guardado en silencio muchas cosas. Ahora te lo

digo. Realmente me gustó o me enamoré de Marco desde

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joven.- Elena exhaló un murmullo como quien arroja de sus

hombros una tonelada de penas.- Mira, mejor lee esta nota.

Me la envió hace mucho

tiempo.

“No sé cuanto ni cómo nació esta oleada de sentimientos.

Por ti, por tus ojos, y por tu belleza. Cada noche, cada tarde

al mirar tus ojos y tu boca que se cruzan una y otra vez en

mi sendero, tiernos y sensuales, hicieron un gran prodigio.

Me sentí superior, me sentí renacer y logré sepultar varias

penas e incertidumbres que me ahogaban. Pues sólo pienso

en ti y en las promesas que recibo de tus miradas. Me siento

feliz esperando verte en ese jardín que se mece al vaivén de

miles y miles de estrellas por las noches. Me embriaga tu

perfume como las flores de ese jardín, que quisiera

recorrer junto contigo.” 

.- ¿Fue cómo se te declaró? –  Preguntó Diana con su

franqueza singular.- Es un verso, muy raro de un

mecánico. Lo copió, pero sin duda mostrand

o sus

sentimientos.

.- No, termina de leerla. Será mejor. 

“¿Cuántas veces estuve a la espera para pedirte una cita?

¡Celos de ver el asedio de otros pretendientes, timidez

Salí de Tepango, me partía en dos el dejar de verte y la

lejanía cultivó esa silenciosa adoración. No estoy seguro

“Cien hijos de Elena” 

que ello sea amor, pero el recuerdo de tus miradas avivan

siempre el anhelo de acercarme y estar junto a ti por todo

el tiempo que lo decidas. Con toda franqueza, se aunó a mis

celos infantiles, una oleada de rumores venenosos que

acrecentaron mis dudas por mi vanidosa certeza de que sólo

podrías ser para mí. Soñaba en pasear a tú lado, en bailar,

en diversiones tan simples, pero todo rodaba al abismo.” 

.- No concluye en alguna propuesta. ¡No encuentro la fecha

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–  Diana miraba a los ojos de Elena.- De verdad, ¿será de

Marco?

.-

Es su letra. Estoy segura. También tuve dudas porque es

otro Marco el que conocí en la escuela, no concuerda con

esos rodeos y apocamientos de la carta. Pero no me propuso

nada del noviazgo.

Diana le devolvió la nota, asaltada por un repentino

pensamiento. Y, si Elena atrapada en su abismo de

confusiones, rodaba sin freno, ¿pudo sustituir en su mente

al verdadero emisario de la nota, por Marco? Peor para su

imaginación, pues ¿el verdadero autor de esa nota que,

escrita de propia mano, le hizo llegar a Elena, pudo ser su

padre? “¡Mi padre Pensó Diana.” De golpe rechazó el dilema.

Pero, jamás aceptaría del todo a Marco por las cobardías y

pausas con que obró para defender a Daniel, su hijo.

Tampoco Diana era fiel a su integridad, tratando de

sepultar en la penumbra sus recuerdos intensos con Daniel.

Un flujo de escalofrío recorrió su cuerpo; temía que los

ojos de Elena la exploraran como una radiografía. No

llegaban Marco, Ricardo ni Daniel.

.- Nadie lo conoce como tú. Somos distintos al paso de los

años. Además cualquier persona se siente aturdida al

“Cien hijos de Elena” 

expresar con sinceridad sus sentimientos… Es más fácil y

cómodo tratar con amigos que con la persona que amamos. – 

Diana opinó cuidando sus palabras.

.- Claro, estaba casado con Clarisa cuando nos

reencontramos. No me importó y, tal vez por vivir un día

difícil, no tuve reparos en abrir mis sentimientos. Estaba

con nosotros un espía en la entrevista, cuando lo volví a

ver. Me arriesgué y me di cuenta de que lo peor sería

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perder la oportunidad. Pero me atreví a todo y me decidí a

ganar tiempo, ¿cómo saber si podríamos volver a tener

otra facilidad para nosotros? Hice todo lo posible para

evitar el peor desastre de mi vida… Lo amo pero lo odio por

ser tan metódico.

.- Bueno, ustedes han tenido oportunidad de vivir

intensamente. Dejemos en paz el pasado….- ¿Por qué no se

te lanzó desde entonces?

.- Nunca se lo pienso preguntar.

.-

En tu caso, yo sí se lo preguntaría.

-

Diana se arriesgó a

la intromisión. 

.-

Lo sé, tú eres muy franca, pretendes saberlo todo. Y

nadie lo puede.

.- Y ¿se casarán pronto? – Diana lo pensó antes de lanzar la

pregunta.

.- Si, si claro. Pero sin prisas, sin esos rituales, pero con

entera fe en nosotros mismos, y en nuestro futuro.

 Elena

la miró directo a los ojos y sonrió.- Bah... Yo quiero cantar

y bailar como me dé la gana. Quiero escoger mis canciones y

divertirme como en las locuras de mis sueños. 

Respirando en lo profundo, la asaltó un torrente de

suspicacias. ¿Murió realmente el maligno infeliz que nunca

quiso morir? Debe arder en el infierno, el mismo infierno

“Cien hijos de Elena” 

que ella invocó para su venganza. Manoteó con ira contra

una mosca, como mensajera de nuevas angustias. Y ¿Agenor?

Bueno, al tipo le sobran problemas con sus hermanos al

acoso de la herencia. Y por fin aceptó que Marco, pese a ser

mitad una máqui

na, le daba cierta seguridad, como los

frenos y pedales de su Ford. Lo demás ¿es solo un sueño?

Diana pensó en las experiencias que compartían. También en

sus planes de matrimonio, y en los muchos secretos que

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preferían guardar. Pese a los laberintos del mundo en su

alrededor, ¿podría seguir conviviendo con ellos, o volver a

sus tierras más allá al norte de la frontera?

Miró por una ventana hacia el río eterno, no escuchó el eco

del fluir de sus aguas, ¡no, sus manos firmes y celo por sus

compromisos son los pinceles, el abanico rebelde de

colores de su juventud, hoy dispersos, pero en el futuro se

enlazarán en un solo manojo, el lienzo distintivo, singular,

de su vida