Ahí Estaba El Mar

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Ahí estaba el mar, la más ininteligible de las existencias no humanas. Y allí estaba la mujer, de pie, el más ininteligible de los seres vivos. El día que el ser humano se hizo una pregunta sobre sí mismo, entonces se convirtió en el más ininteligible de los seres por donde circulaba sangre. Ella y el mar. Sólo podría haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos desconocidos hecha con la confianza con la que se entregarían dos comprensiones. Lori miraba el mar, era lo que podía hacer. Sólo le estaba delimitado por la línea del horizonte, es decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la tierra. Debían ser las seis de la mañana. El perro libre vacilaba en la playa, el perro negro. ¿Por qué un perro es tan libre? Porque el misterio vivo no se indaga. La mujer duda porque va a entrar. Su cuerpo se consuela de su propia exigüidad en relación con la vastedad del mar porque es la exigüidad del cuerpo lo que le permite volverse caliente y delimitado, y lo que le hacía pobre y libre persona, con su parte de libertad de perro en las arenas. Ese cuerpo entrará en el ilimitado frío que sin rabia ruge en el silencio de la madrugada. La mujer no lo sabe, pero está cumpliendo un acto de coraje. Con la playa vacía a esa hora, ella no tiene el ejemplo de otros seres humanos que transforman la entrada en el mar en simple juego imprudente de vivir. Lori está sola. El mar salado no está solo porque es salado y grande, y eso es una obra de la Naturaleza. El coraje de Lori es el de, no conociéndose, igualmente proseguir, y obrar sin conocerse exige coraje. Va entrando. El agua saladísima está tan fría que la eriza y ataca sus piernas como en un ritual. Pero una alegría fatal -la alegría es una fatalidad- ya la invadió, aunque ni se le ocurra sonreír. Al contrario, está muy seria. El olor es el de una fétida marejada perturbadora que la despierta de su más adormecido sueño secular. Y ahora está alerta, incluso sin pensar, como un pescador está alerta sin pensar. La mujer es ahora una, compacta y liviana y aguda -y se abre camino en la frialdad que, líquida, se opone a ella, y sin embargo la deja entrar, como en el amor en que la oposición puede ser un solicitado secreto.

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Clarice Lispector

Transcript of Ahí Estaba El Mar

Ah estaba el mar, la ms ininteligible de las existencias no humanas. Y all estaba la mujer, de pie, el ms ininteligible de los seres vivos. El da que el ser humano se hizo una pregunta sobre s mismo, entonces se convirti en el ms ininteligible de los seres por donde circulaba sangre. Ella y el mar.

Slo podra haber un encuentro de sus misterios si uno se entregara al otro: la entrega de dos mundos desconocidos hecha con la confianza con la que se entregaran dos comprensiones.

Lori miraba el mar, era lo que poda hacer. Slo le estaba delimitado por la lnea del horizonte, es decir, por su incapacidad humana de ver la curvatura de la tierra.

Deban ser las seis de la maana. El perro libre vacilaba en la playa, el perro negro. Por qu un perro es tan libre? Porque el misterio vivo no se indaga. La mujer duda porque va a entrar.

Su cuerpo se consuela de su propia exigidad en relacin con la vastedad del mar porque es la exigidad del cuerpo lo que le permite volverse caliente y delimitado, y lo que le haca pobre y libre persona, con su parte de libertad de perro en las arenas. Ese cuerpo entrar en el ilimitado fro que sin rabia ruge en el silencio de la madrugada.

La mujer no lo sabe, pero est cumpliendo un acto de coraje. Con la playa vaca a esa hora, ella no tiene el ejemplo de otros seres humanos que transforman la entrada en el mar en simple juego imprudente de vivir. Lori est sola. El mar salado no est solo porque es salado y grande, y eso es una obra de la Naturaleza. El coraje de Lori es el de, no conocindose, igualmente proseguir, y obrar sin conocerse exige coraje.

Va entrando. El agua saladsima est tan fra que la eriza y ataca sus piernas como en un ritual.

Pero una alegra fatal -la alegra es una fatalidad- ya la invadi, aunque ni se le ocurra sonrer. Al contrario, est muy seria. El olor es el de una ftida marejada perturbadora que la despierta de su ms adormecido sueo secular.

Y ahora est alerta, incluso sin pensar, como un pescador est alerta sin pensar. La mujer es ahora una, compacta y liviana y aguda -y se abre camino en la frialdad que, lquida, se opone a ella, y sin embargo la deja entrar, como en el amor en que la oposicin puede ser un solicitado secreto.

El camino lento aumenta su coraje secreto -y de pronto se deja cubrir por la primera ola!-. La sal, el yodo; todos los lquidos la dejan por unos instantes ciega, toda empapada -aterrada de pie, fertilizada-.

Ahora que el cuerpo est todo mojado y del pelo gotea agua, ahora lo fro se transforma en frgido. Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que haba abandonado haca milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se estn casi inmediatamente endureciendo con la sal. Con el cuenco de las manos y con la altivez de aquellos que nunca darn explicacin ni a ellos mismos: con el cuenco de las manos lleno de agua, la bebe a grandes tragos, buenos para la salud de un cuerpo.

Y era eso lo que le estaba faltando: el mar por dentro como el lquido espeso de un hombre.

Ahora est toda ella igual a s misma. La garganta alimentada se contrae por la sal, los ojos se enrojecen por la sal que seca, las olas la golpean y vuelven, la golpean y vuelven pues ella es una defensa compacta.

Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe ms agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendr todo nuevamente.

El sol se abre ms y la eriza al secarla, se zambulle de nuevo: est cada vez menos vida y menos aguda. Ahora sabe lo que quiere: quiere quedarse de pie quieta en el mar. As se queda, entonces. Como contra los costados de un barco, el agua golpea, vuelve, golpea, vuelve. La mujer no recibe transmisiones ni transmite. No necesita comunicacin.

Despus camina dentro del agua de regreso a la playa, y las olas la empujan suavemente ayudndola a salir. No est caminando sobre las aguas -ah, nunca hara eso despus de que hace milenios ya hubieran andado sobre las aguas- pero nadie le quita eso: caminar dentro de las aguas. A veces el mar opone resistencia al salir tirndola con fuerza hacia atrs, pero entonces la proa de la mujer avanza un poco ms dura y spera.

Y ahora pisa en la arena. Sabe que est brillando de agua, y sal y sol. Aunque lo olvide, nunca podr perder todo eso. De algn modo oscuro su pelo empapado es de nufrago. Porque sabe -sabe que cre un peligro-. Un peligro tan viejo como el ser humano.