aída Martínez y silvia Galvis: del documento al relato y …€¦ · edición 5 2010 106 aída...

12
EDICIÓN 5 2010 106 Aída Martínez y Silvia Galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia HELENA ARAÚJO El año pasado fallecieron dos de las escritoras más emblemáticas de Santander, ambas naturales de Bucaramanga: Aída Martínez Carreño (16.04.1940 – 28.05.2009) y Silvia Galvis Ramírez (24.11.1945 – 20.09.2009). Entrañablemente amigas entre ellas, recibieron un rápido análisis comparado de sus obras de parte de una escritora y crítica literaria bogotana de su misma generación. Un año antes de su partida, cuando Aída hacía parte del Comité Asesor de la Revista de Santander , quiso que este ensayo crítico fuera publicado en sus páginas. ¡Qué lejos estaba de imaginar que terminaría siendo un texto de recordación para ambas! Se publica en esta entrega como un homenaje a la memoria de estas dos mujeres extraordinarias, representantes del coraje, la ilustración y la pluma de su género en las tierras de Santander. LAUSANNE , SUIZA M ucho se ha hablado en los últimos años sobre el “auto- cuestionamiento y reinven- ción por la que ha venido transitando la historia en tanto disciplina”… Y mucho se ha habla- do, también, sobre el aporte femenino a la Nueva Novela Histórica y a la “legitimación cognoscitiva de la experiencia particular” en ámbitos provincianos o domésticos que foca- lizan el relato en la vida íntima de protago- nistas y actuantes. Ahora bien, a raíz de esta misma problemática, teóricos y lingüistas han principiado a investigar los componen- tes pragmáticos de la enunciación ficcional. Empleando el neologismo “factual”, Gerard Genette lo refiere a hechos verificables que conciernen al género biográfico, autobiográ- fico, histórico, periodístico y hasta la narratio judicial. Con respecto a ésta, ciertos inves- tigadores han comenzado a estudiar el Siglo de Oro español, buscando permeabilidad y semejanza entre una semántica ficcional y una semántica factual con respecto a testi- monios jurídicos. ¿Será posible? Demandas, memoriales, sentencias pueden concernir a la vida subjetiva y a los manejos subconscientes de magistrados o convictos. En los tribunales hispánicos la huella de la religión y del Santo Oficio perduró hasta el siglo XIX, no sólo en la metrópoli sino en sus colonias. Así, por ejemplo, la Nueva Granada, una sociedad de origen patriarcal como la criolla, demuestra gran rigor con respecto a ciertos “delitos femeninos”. “Delitos femeninos”, sí, delitos referentes a la moral y la honra. Delitos a los cuales, precisamente, han dedicado horas de investigación dos colombianas: una historia- dora que podría haber sido novelista y una novelista que podría haber sido historiadora. HÁBITOS Y PECULIARIDADES NEOGRANADINAS Aída Martínez demuestra su curiosidad por hábitos y peculiaridades neogranadinas desde un libro que tituló Mesa y Cocina en el Siglo XIX. ¿Se podrán combinar los recetarios de doña Josefa Ace-

Transcript of aída Martínez y silvia Galvis: del documento al relato y …€¦ · edición 5 2010 106 aída...

edic ión 5 2010

106

aída Martínez y silvia Galvis:del documento al relato y de la ficción a la historia

h e l e n a araújo

El año pasado fallecieron dos de las escritoras más emblemáticas de Santander, ambas naturales de Bucaramanga: Aída Martínez Carreño (16.04.1940 – 28.05.2009) y Silvia Galvis Ramírez (24.11.1945 – 20.09.2009). Entrañablemente amigas entre ellas, recibieron un rápido análisis comparado de sus obras de parte de una escritora y crítica literaria bogotana de su misma generación. Un año antes de su partida, cuando Aída hacía parte del Comité Asesor de la Revista de Santander, quiso que este ensayo crítico fuera publicado en sus páginas. ¡Qué lejos estaba de imaginar que terminaría siendo un texto de recordación para ambas! Se publica en esta entrega como un homenaje a la memoria de estas dos mujeres extraordinarias, representantes del coraje, la ilustración y la pluma de su género en las tierras de Santander.

lausanne , suiza

M ucho se ha hablado en los últimos años sobre el “auto-cuestionamiento y reinven-ción por la que ha venido transitando la historia en

tanto disciplina”… Y mucho se ha habla-do, también, sobre el aporte femenino a la Nueva Novela Histórica y a la “legitimación cognoscitiva de la experiencia particular” en ámbitos provincianos o domésticos que foca-lizan el relato en la vida íntima de protago-nistas y actuantes. Ahora bien, a raíz de esta misma problemática, teóricos y lingüistas han principiado a investigar los componen-tes pragmáticos de la enunciación ficcional. Empleando el neologismo “factual”, Gerard Genette lo refiere a hechos verificables que conciernen al género biográfico, autobiográ-fico, histórico, periodístico y hasta la narratio judicial. Con respecto a ésta, ciertos inves-tigadores han comenzado a estudiar el Siglo de Oro español, buscando permeabilidad y semejanza entre una semántica ficcional y una semántica factual con respecto a testi-

monios jurídicos. ¿Será posible? Demandas, memoriales, sentencias pueden concernir a la vida subjetiva y a los manejos subconscientes de magistrados o convictos. En los tribunales hispánicos la huella de la religión y del Santo Oficio perduró hasta el siglo XIX, no sólo en la metrópoli sino en sus colonias. Así, por ejemplo, la Nueva Granada, una sociedad de origen patriarcal como la criolla, demuestra gran rigor con respecto a ciertos “delitos femeninos”. “Delitos femeninos”, sí, delitos referentes a la moral y la honra. Delitos a los cuales, precisamente, han dedicado horas de investigación dos colombianas: una historia-dora que podría haber sido novelista y una novelista que podría haber sido historiadora.

HÁBITOS Y PECULIARIDADES

NEOGRANADINAS

Aída Martínez demuestra su curiosidad por hábitos y peculiaridades neogranadinas desde un libro que tituló Mesa y Cocina en el Siglo XIX. ¿Se podrán combinar los recetarios de doña Josefa Ace-

revista de santanDer

107

ar tes y literatura

vedo de Gómez con los diarios de José María Caballero o las crónicas de franceses como Lemoyne y Mollien con las de anglosajones como Souffray y Holton? Lemoyne relata, por ejemplo, que para organizar un banquete en honor del General Harrisson –enviado espe-cial de Estados Unidos– el excelentísimo mi-nistro de Hacienda, don José María Tanco, se instituye en maestro de ceremonias y jefe de comedor, luego de haberse encargado perso-nalmente de comprar los víveres. Esto suce-de, sí, sí, hacia 1829, en una sociedad que no considera el comer un proceso de educación y costumbres sino una herencia de antece-dentes indígenas e hispánicas, imbricando la tradición y el regionalismo. ¿Acaso no se ha comprobado cómo la gastronomía criolla no sólo abarca una problemática política sino li-teraria? Cuando la economía se abrió al libre cambio, muchos ilustres neogranadinos se preocuparon porque las viandas importadas podían suplantar los productos autónomos. ¿Olvidarlo? Sobre los valores de lo regional se escribe desde tiempos coloniales hasta la generación de “El Mosaico”, incluyendo a Vergara y Vergara, Marroquín, Pombo y algunos costumbristas. Ahora bien, cuando vienen las guerras civiles y durante la etapa de la Independencia, se sabe que “los ali-mentos pueden constituirse en armas para la lucha”. ¿No es famosa la proclama del Liber-tador en los Llanos, al perder gran número de soldados por el envenenamiento de vian-das? Más adelante, las hambres y miserias de los Mil Días serán descritas con gracia por “cachacos” como Lleras y Caballero. Inevita-blemente, comida y cocina se incorporarán a la historia nacional con la misma apabullante veracidad con que se incorporarán las vici-situdes de esa “presencia femenina” afincada a la temática de todavía otro libro publicado por una historiadora como Aída Martínez, capaz de condensar en menos de cien hojas lo ya referido y explicitado en extensas edicio-nes académicas.

Presencia Femenina en la Historia de Colombia es una breve obra que, sin em-

Aída Martínez

Carreño.

bargo, incluye páginas tan esenciales como las del aporte de las africanas al país, su rol de mineras o hechiceras, y la historia de esclavas que pagan con sudor y sangre la li-bertad para sus hijos. Por el otro lado, el vivir de las blancas en una sociedad que no ofre-ce más alternativa que el matrimonio o las órdenes religiosas, transcurre a menudo en conventos proclives a la discriminación racis-ta y clasista, conventos no ajenos al quehacer comercial, conventos que llegan a ser tan prósperos como pequeñas empresas. En las postrimerías del siglo XVIII, a medida que

la rebeldía femenina brota espontánea

en 1781 con el movimiento comunero. A

la intrépida Manuela Beltrán se agregan

compañeras igualmente capaces de denunciar

y rechazar impuestos. Incitando, provocando,

amotinando, pueden mostrarse tan valientes

como sus parientes o cónyuges.

edic ión 5 2010

108

las ordenanzas gremiales se vuelven laxas, se recomienda ceder a las mujeres las labores que no requieran fuerza física ni sean difí-ciles a su “corto intelecto”. Sin embargo, no todo es sumisión y remilgue: la rebeldía fe-menina brota espontánea en 1781 con el mo-vimiento comunero. A la intrépida Manuela Beltrán se agregan compañeras igualmente capaces de denunciar y rechazar impuestos. Incitando, provocando, amotinando, pueden mostrarse tan valientes como sus parientes o cónyuges. Entre 1811 y 1813, durante la presi-dencia de Nariño, se manifiestan también en reyertas y riñas. Durante las guerras civiles, se les ve tras la línea de fuego auxiliando heridos, sirviendo de espías o mensajeras. Definitivamente, el repliegue no vendrá sino hasta la instauración de la República, insta-lando a las unas en las “tertulias”, a las otras en el ámbito doméstico. ¿Y la educación? En 1821 el Congreso de la villa del Rosario de Cúcuta ordena a monjas y religiosas recibir alumnas: colegios como La Presentación y la Merced formarán pocas pero preciosas criollas ilustradas. ¿Quién lo hubiera creído? En 1841 la primera Exposición de la Moral y la Industria tuvo representación femenina en una sociedad que ya admite algunas actrices, bailarinas, y ¡hasta una compositora musical!

“SU ÚNICO BIEN

INTRANSFERIBLE…”

Sin embargo, como apunta Aída Martínez, tanto las modestas y pobres como las ilustres familias continúan acondicio-nando a hijas, esposas y madres para la de-pendencia y la sumisión. Así, “carentes de derechos políticos, inhabilitadas para el ma-nejo de sus bienes, minusválidas ante la ley, terminarán rebelándose a través de su único bien intransferible: el propio cuerpo”. Publi-cado en 1996, luego de haber ganado el Pri-mer Premio de Historia en la Convocatoria Nacional de Colcultura, Extravíos: el mundo de los criollos ilustrados, dio a conocer la vida de Micaela Mutis (1783-1841) hasta entonces pundonorosamente confinada en archivos judiciales. Sobrina del ilustrísimo jefe de la Expedición Botánica, esta pobre heroína de una historia escandalosa, nacida en Buca-ramanga y educada en Santa Fe, conoce al joven abogado Miguel Valenzuela, destinado a ser su marido. ¿Admitirlo? De haber vivido en otra época, su existencia hubiese transcu-rrido, –como la de tantas jóvenes esposas– en la casa y el cuidado de los hijos. Sin embargo, otro destino la espera: la ciudad de Girón, declarada realista y hostilizada por Santa Fe, constituirá el escenario donde Micaela habrá de pasar “una vida de silencio y de rabia”, ante el acatamiento del marido al virreinato y su adhesión a España durante la tenebrosa etapa de la “pacificación”. En efecto, alejado en 1819 por los triunfos de Bolívar, Valenzue-la se instalará en Maracaibo durante los dos años que Micaela administra su casa, cuida a sus hijos y conoce y ama a un apuesto y arrogante primo suyo llamado Juan Bautista González. Prevenido de su infidelidad, el esposo instaura causa penal de adulterio, exi-giendo prisión para los culpables. ¿Prisión? Sí, el libro comienza con la marcha de cuatro alguaciles que atraviesan la plaza de Girón hasta golpear en la puerta de la casa donde vive Micaela Mutis con sus siete niños y un recién nacido que –según se rumora– ha sido concebido en ausencia del cónyuge. Indigna-

Tanto las modestas y pobres como las

ilustres familias continúan acondicionando a

hijas, esposas y madres para la dependencia

y la sumisión. Así, “carentes de derechos

políticos, inhabilitadas para el manejo de sus

bienes, minusválidas ante la ley, terminarán

rebelándose a través de su único bien

intransferible: el propio cuerpo”.

aída martínez y silvia galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia

revista de santanDer

109

ar tes y literatura

da, la supuesta adúltera recibirá con insultos a quienes terminan llevándosela aunque niegue los hechos y pretenda que “jamás ha pensado en amancebarse con un pariente”. Increíble pero cierto: esa niña de buena fami-lia, alumna en el convento de La Enseñanza y durante más de veinte años esposa de un realista notorio, será encerrada en la cárcel municipal hasta que el juez le adjudique do-micilio donde una respetable dama de la ve-cindad. Entretanto su amante, –preso como ella– osará escalar el muro del presidio y lue-go de robar los memoriales de la causa huir a Santa Fe. ¿Dudarlo? Los datos quedan ins-critos en los sumarios… Y no está por demás añadir que la de Micaela hubiera sido una mera aventura galante, si no incumbiese a una sociedad “en cuya urdimbre se cruzaban las estructuras del poder colonial, el peso de la religión y la existencia de castas para pro-ducir tensiones verdaderamente insoporta-bles”. Un año después de los hechos González retornará a la cárcel, devolviendo los docu-mentos robados y logrando, mediante una maniobra jurídica, trasladarse a los Llanos. Dictada la sentencia, los adúlteros podrán ser auxiliados por un abogado convencido de que Micaela muestra “arrepentimiento de su extravío” y González no tiene más culpa que la de ser mujeriego, haber pertenecido al ejército independentista y luchado por la causa republicana. Así pasa el tiempo, y… desde la fecha del auto de detención trans-curren meses en pleitos, confrontaciones y excepciones dilatorias. ¿Cederá el marido? Quizás… Una vez despojada Micaela de dote, rentas y gananciales, Valenzuela se digna proponer un acuerdo perdonando a la esposa y exigiendo la entrega del niño adulterino a ese amante cruelmente obligado a alejarse de Girón. ¿Qué remedio? Satisfecho con la tu-tela de sus hijos y los bienes de la separación conyugal, el marido burlado continuará con éxito su carrera de funcionario. ¿Y Micaela? Como tantas “pecadoras”, deberá aceptar su rol obligatorio de víctima. Depositada por or-den judicial en casa de uno de sus hermanos,

vivirá el resto de sus días en la amargura y la deshonra, recordando con desesperación el momento en que fuera obligada a entregar su niño menor a un mensajero con órdenes de llevárselo y ella de quedarse y verlo alejarse hasta ser sólo “un puntico entre los caracolíes del horizonte”.

Narradora cuidadosa, Aída Mar-tínez reparte lo que podría ser un recuento judicial en cinco episodios que alternan la crónica con el documento y el testimonio, in-cluyendo retrospectivas de una protagonista apta a definirse y caracterizarse. Novelesca, folletinesca, es la noche de insomnios en la que Micaela evoca sus rutinas de joven ma-dre, lujosamente instalada y rodeada de ser-vidumbre, pero incómoda ante un cónyuge sumado a quienes “merodeando los asientos burocráticos del viejo y del nuevo régimen van a sobrevivir con escaso honor”. ¿Recor-darlo? La alcoba donde Micaela duerme, su escribanía y mobiliario, le traen tantas me-morias como le traerá el baúl con ropa que le llevan a la casa donde ha de ha instalarse, gracias a una concesión judicial. Sí, sí, al des-empacar sus vestidos recuerda las ocasiones en que los llevó para un marido taimado y rencoroso, o para un primo empeñado en seducirla con sus atrevimientos y galanterías. “Habían pasado 20 años, pero en su baúl se mezclaban los rencores con las holandillas y los rasos”. Dolorosamente, Micaela se rebela y se revela, asumiendo el papel de amante

narradora cuidadosa, Aída Mar tínez repar te

lo que podría ser un recuento judicial en

cinco episodios que alternan la crónica con

el documento y el testimonio, incluyendo

retrospectivas de una protagonista apta a

def inirse y caracterizarse.

edic ión 5 2010

110

abandonada y madre despojada, sin perder su dignidad.

“Todo cuanto queda recogido ocu-rrió aun cuando aparezca como parte de las divagaciones, las reflexiones y los pensamien-tos de algunos personajes, o sea parte de la recreación de los ambientes y de los hechos”, explica Aída Martínez en su introducción a un texto que abarca zonas de escritura y reescritura, en la medida que desgaja los do-cumentos del espacio de inserción original y los ensambla en una narración que, sin dejar de ser verídica, los reconstruye. Finalmente, se trata de realizar un deslinde, asimilando y ampliando detalles con los cuales urdir un relato que recupere aspectos presentes en la versión original. Así, al adquirir identidad, el detalle mismo se redefine en relación con la totalidad a la que pertenece y la focalización produce un efecto de co-presencia en rela-ción con el documento: pocas páginas bas-tan para perfilar el escenario de la historia, creando un “campo de tensión” entre realis-tas y patriotas, demandantes y demandados. Sin embargo, en las retrospecciones, ciertos elementos llegan a incidir en el ambiente y producir suspenso. Finalmente, la fluidez en un tiempo o en un espacio dado expande la biografía de Micaela Mutis, constituyén-dola en una lectura de la realidad histórica. Sin proponérselo, la autora contribuye a la

gestación de una textualidad que despliega modalidades costumbristas o criollistas con respecto a procesos de frustración, encierro o recuperación de la memoria. Precisamente, los recorridos que realiza la memoria preten-diendo atrapar simultaneidades y sucesiones, trazan una senda de fatalidad y remiten a la tradición novelesca. Sí, sí, la tragedia de Micaela Mutis sucede pocos años antes de que en el Norte Nathaniel Hawthome dé a conocer una impresionante versión del drama adúltero titulado The Scarlet Letter, y de que en el Sur, la joven argentina Camila O’Gorman sea arrestada, vejada, humillada y fusilada junto con su amante, en una maca-bra ceremonia de la dictadura rosista.

EL PACTO DEL SILENCIO

Ahora bien, si Aída Martínez llega así a transformar la narratio jurídica en ver-sión novelesca, cuando decide redactar un informe sobre la prostitución neogranadina, los resultados no son menos literarios –qui-zás porque su fidelidad a la documentación no excluye cierta sana ironía. ¿Admitirlo? Aquí, la energía semántica del texto no in-tenta legitimar sino cuestionar, edificar sino deconstruir, poniendo en tela de juicio las bases mismas de una ideología conservadora y sexista. Una vez más, se presencia así el tránsito de la información oficial y por ello, categórica, a la duda, a la revisión, al descrei-miento. Sí, sí, el mismo título sugiere una escala en la ambigüedad: De la moral pública a la vida privada 1820-1920… Soslayadamen-te, lo que proclama la moral pública lo “igno-ra” la vida privada… El primer subtítulo del ensayo (Un siglo de hipocresía), y la primera definición de lo que va a ser el asunto, dicen mucho sobre una profesión que no obstante haber sido prohibida y penalizada, prospera-ría “en permanente acomodo entre las leyes que la combatieron y la sociedad que la to-leró, pretendió ignorarla y aún, la fomentó”. Un sistema clasista heredado de la colonia, una población explotada por el capitalismo terrateniente y comercial, constituían una

satisfecho con la tutela de sus hijos y los

bienes de la separación conyugal, el marido

burlado continuará con éxito su carrera

de funcionario. ¿Y Micaela? Como tantas

“pecadoras”, deberá aceptar su rol obligatorio

de víctima. depositada por orden judicial en

casa de uno de sus hermanos, vivirá el resto

de sus días en la amargura y la deshonra.

aída martínez y silvia galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia

revista de santanDer

111

ar tes y literatura

ciudadanía con “distintos códigos morales, religiosos y de valoración de la mujer”. Bajo el subtítulo de Una sociedad permisiva-repre-siva, Aída Martínez relata cómo el Libertador prohíbe la prostitución en 1828 mediante un decreto que es rechazado cuatro años des-pués por los santanderistas y reinstaurado luego por quienes decidirán más adelante expulsar a las prostitutas de las ciudades para “fomentar nuevas poblaciones”, enviándolas “a lugares desiertos, de climas mortíferos, donde quedaban abandonadas a su propia suerte”.

Sin embargo, el oficio más antiguo del mundo seguiría ejerciéndose en territo-rio neogranadino, hasta imponerse en 1858 una legislación muy estricta. ¿Ignorarlo? La prohibición no logró erradicar el problema, “tan sólo condujo a la práctica de la clandes-tinidad, impidió conocer su magnitud, tomar medidas oportunas sobre la salud pública y fomentó, en los bajos fondos, su conexión con el hampa”. Cabe señalar que mientras la policía y los servicios médicos se involucra-ban en los aspectos más sórdidos de la trata de blancas, mujeres menos degradadas pero igualmente victimizadas eran contratadas como domésticas por familias que les im-ponían la iniciación sexual de sus vástagos, considerando tales relaciones “menos ries-gosas de contagios venéreos”. Claro está que en esos casos, como en los de atentados al honor de muchachas bien nacidas, la ley se mostraba muy clemente con los varones. Y las deshonradas –¿culparlas?– preferían no ir a los juzgados para evitarse humillaciones. “Ante la seducción, el ultraje, el uso de la fuerza masculina, la costumbre establecía, más allá de la ley, el pacto del silencio”. En silencio también, las jóvenes engañadas (fue-ran ricas o pobres), vivían la preñez y el naci-miento de niños discretamente recibidos en hospicios regentados por órdenes religiosas habituadas a guardar el secreto. Niños que, evidentemente, no eran reconocidos, ni man-tenidos, ni auxiliados por padres exentos de toda responsabilidad legal… Así se procedía

en una sociedad que “mediante la negación y el silencio mantenía una capa protectora de sus irregularidades, explicando, en parte, la persistencia de un conflicto: prohibir lo que propiciaba”. Entretanto, –¿podría acaso evitarse?– señoritos y señores santafereños seguían soñando con las cortesanas que sus congéneres describían en crónicas de viajes o de estancias en una París, ciudad-madre de todos los vicios, no sólo en cuanto a lupa-nares sino en cuanto a salas de espectáculos donde actrices y coristas se exhibían en prodigiosa venalidad… ¿Cómo sorprenderse de la aversión del clero neogranadino hacia la ópera, el concierto, la comedia, el sainete o cuanto se asemejara a una representación teatral? ¿Cómo extrañarse de que en la Me-dellín del siglo XIX al cantar cierta diva ita-liana en una de las iglesias locales, el párroco denunciara y condenara “un inmenso coliseo de prostitución y de lascivia”.

UNA TEMÁTICA DE

EVIDENTE REALISMO

Ahora bien, si en ensayistas como Aída Martínez el discurso factual puede te-ner visos ficcionales, en ciertas narradoras puede abarcar una temática político-social de evidente realismo. Así, en su novela ¡Viva Cristo Rey! Silvia Galvis combina el relatar con el historiar, transformando cincuenta años de guerras civiles colombianas en una picante crónica sobre clérigos, gamonales,

Silvia Galvis

Ramírez

edic ión 5 2010

112

tribunos y caudillos relacionados con damas convencionales o excepcionales en su medio. ¿Dudarlo? De los Mil Días a la hegemonía conservadora, de la República Liberal a la Dictadura militar, la historia colombiana es prolija en arengas y sermones, manifiestos y discursos, sin prescindir de escenas tragicó-micas y salaces. Entrenada en el periodismo y plenamente contemporánea, Silvia Galvis acusa cierta influencia de García Márquez. En efecto, ¿cómo situarse en un ámbito rural y construir una saga a la vez política y fami-liar, sin evocar el Macondo de Cien Años de Soledad? En ¡Viva Cristo Rey! el espacio na-rrativo abarca dos aldeas de la zona petrole-ra, donde mujeres fanatizadas por la religión, ultrajadas por el machismo o exacerbadas por su propia sensualidad, han de lidiar maridos, novios y parientes dedicados a la defensa de la Fe o a la lucha por la justicia. ¿Adivinarlo? Azules, beatos y clericales, dis-putan el poder a rojos, ateos y comunistas… Mejor dicho, entre riñas y enfrentamientos, matanzas y asesinatos van pasado mes a mes y día a día los primeros cincuenta años del si-glo. A lo largo del texto y como cómplices de la represión oficial, los conservadores ejercen desde la parroquia y el púlpito, mientras los liberales conspiran en los cafés y manifiestan en la plaza pública. Eso sí, a todos les anima una misma sed de venganza, aunque la disi-mulen en el atrio de la iglesia o en el burdel que con el nombre de “La Cárcel del Amor” ha construido en un sector vecino una cor-tesana tan hábil en su oficio como la célebre Petra Cotes macondiana… Sin embargo, cuando el revolucionario estelar, llamado Alejo Coronado, pasa de líder estudiantil a demagogo elocuente y finalmente a senador de la República, la capital va cobrando tanta importancia en el relato como esa zona tro-pical donde familias de uno y otro partido se han exterminado durante lustros. Sí, sí, la celebérrima Bogotá, con sus cerros lluviosos y su Palacio Presidencial, será inevitablemen-te teatro de intrigas, conjuras y contubernios.

¿Recordarlo? De Benjamín Herrera a Jorge Eliécer Gaitán y siempre a la sombra del le-gendario Uribe Uribe, los liberales lucharán por una justicia social que los conservadores creerán contraria a la ley divina.

Ahora bien, al ejercerse en este largo, aventurero y pormenorizado relato, la narradora omnisciente avanza con descaro y vitalidad, sin temer que la versión paró-dica de los hechos incurra en lo burlesco o lo reiterativo. Como en García Márquez, la facundia semántica no excluye ni exage-raciones ni efectos de sorpresa, aunque la tendencia a yuxtaponer lo trágico y lo trivial para alcanzar momentos de comicidad, cree tautologías en torno al motivo eclesiástico, el tópico religioso y la descripción de esa Cris-tolandia donde los fraudes electorales son tradición y los policías se las arreglan para desbaratar huelgas u organizar matanzas sin que se les culpe, tal como se puede verificar años después en los correspondientes archi-vos oficiales. ¿Acaso no se trata de una novela realmente histórica? No sólo editoriales, ma-nifiestos y discursos, sino episodios y aconte-cimientos son verídicos, cómo no, episodios y acontecimientos que en los cuarenta y ocho capítulos de la pormenorizada crónica viven dos mujeres reacias a las normas tradiciona-les. ¿Será cierto? La maledicencia de tantas señoras, la amenaza de tantas madres, el arrebato místico de tantas monjas y sus tran-ces de devoción beatífica, no pueden mucho contra la voluntad de dos amigas que buscan su propia línea de conducta. ¿Quiénes? Vícti-ma del gamonal de su pueblo y autora de un diario con graciosas concesiones a la cotidia-neidad, Visitación (que así se llama) describe sus miserias de niña campesina y su interna-do en un convento de la capital donde conoce a Rosalía, eterna enamorada de un paisano que acaba siendo el estudiante más rebelde de la única universidad capitalina donde los profesores no llevan sotana. Novia, luego esposa de quien se convertirá en un ambi-cioso político, Rosalía llegará sin embargo a

aída martínez y silvia galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia

revista de santanDer

113

ar tes y literatura

concientizarse, comprometerse y participar en campañas obreristas de un partido re-volucionario, inspirándose en el ejemplo de María Cano, primera líder comunista del país. ¿No es para admirarla? A lo largo de su historia de novia burlada, esposa engañada y madre de un niño que fallece en los amotina-mientos bogotanos de 1948, Rosalía se com-prometerá con el socialismo y se instituirá en líder de los trabajadores, enfrentándose a la censura de una familia que no sólo critica su rol político sino su insistencia en conservar la amistad de esa condiscípula suya que fue-ra Visitación, damisela en un burdel donde terratenientes y gamonales, forasteros y mi-litares suelen hallar “apoyo y comprensión para sus descarríos”. ¿Culparlas? Pasada la juventud y las arduas etapas de su trayecto-ria, ambas mujeres se retirarán del ruedo, dejándole el turno a la generación por venir y dedicándose, en las soledades del campo, a vivir de buenos y malos recuerdos.

BIOGRAFÍA PARALELA

Más de diez años de perseverante investigación llevó a Silvia Galvis la elabo-ración de la que sería su segunda novela histórica, inspirada en la biografía de Rafael Núñez y de quien fuera su última esposa. Increíble pero cierto, a lo largo de 888 pá-ginas, Silvia Galvis desiste por fin de sagas familiares, idilios inmemoriales, burdeles de alto nivel y hembras cuya belleza seráfica o sabiduría doméstica asimila al destino de revolucionarios nacidos en alguna delirante aldea de los trópicos. ¿Dudarlo? Aquí se deci-de a olvidar todos los Macondos para conme-morar una época que subsiste en documentos oficiales. Bueno, se diría que ya no le bastan crónicas, memorias, epistolarios, ni publi-caciones conocidas. Presa de una verdadera fiebre investigadora, va del Archivio Segreto Vaticano al Public Record Office de Londres, de la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá a la Congressional Library de Washington, sin menospreciar tesis universitarias ni mo-nografías de la Academia Colombiana de

Historia, en torno a quien fuera el célebre presidente cartagenero y su no menos célebre compañera de dichas y de desdichas…

¿Se podrá hablar de un antihéroe? ¿De una antiheroína? Bajito y flaco, enclen-que y orejón, Núñez transmite su inteligencia en el brillo de la mirada. Ni siquiera su voz, fañosa, le ayuda. En Soledad, los encantos de trigueña ojiclara vienen doblados de un autoritarismo recalcitrante y de cierta ten-dencia a la beatería. Al iniciarse la novela, el uno es secretario del Tesoro de la admi-

Más de diez años de perseverante

investigación llevó a silvia Galvis la elaboración

de la que sería su segunda novela histórica,

inspirada en la biografía de rafael núñez y de

quien fuera su última esposa.

Rafael Núñez, grabado Papel Periódico Ilustrado.

edic ión 5 2010

114

nistración Tomás Cipriano de Mosquera, la otra administra una cigarrería y una venta de productos farmacéuticos, contra la volun-tad de parientes y familiares reacios a que las señoritas trabajen. Virtuosa y rezandera, Soledad cree, sin embargo, que como el vien-tre de su madre ha sido bendecido diecisiete veces y su padre ha muerto prematuramente, ella debe contribuir al presupuesto familiar. Tan respetada por obispos y prelados como por dignatarios del conservatismo, se ha in-teresado desde siempre en cierto vecino de El Cabrero, quien después de pasar varios años en Europa, hace carrera política en la capital. ¿Liberal Núñez? Su trayectoria ha sido más bien zigzagueante… En 1853 sirve a Obando como secretario de Gobierno meses antes de pasársele a Melo. Y si luego es ministro de Hacienda de Mallarino, prefiere apoyar en seguida a Mosquera, preparándose para la Convención de Rionegro y para votar con los radicales contra el mismísimo General. Los radicales –¿culparlos?– desconfían del cartagenero. Personajes como Murillo Toro y Camacho Roldán no se sorprenden cuando lo hallan entrevistándose con conservado-res como Jorge y Carlos Holguín. Así va Núñez… Y si su primera candidatura presi-dencial fracasa, pronto queda al mando del Estado de Bolívar. ¿No quería instalarse en Cartagena? 1876 será “su” año, no sólo por el

nombramiento costeño sino por reconocer y cortejar a la irreprochable Soledad Román. Luego de un matrimonio fracasado y varias aventuras donjuanescas, ¿le había llegado a Rafael la hora de enamorarse en serio?

DE SOLITA A DOÑA SOLA

Célebre por colaborar en el ex-carcelamiento y la fuga de un ilustrísimo conservador, Solita (así la apodan) le censura al novio ciertos nombramientos liberales, mostrándose reacia a todo arreglo con esos “rojos ateos”. Para complacerla, Rafael le obedece: cuando viene la guerra, los radicales advierten con razón que de ganarla el “nu-ñismo” la perderá el liberalismo. ¿Evitarlo? El ejército victorioso será fiel al ya célebre cartagenero, nombrado presidente del Se-nado y dispuesto a viajar a Bogotá para la transmisión de mando. Bueno, ya para ese entonces se ha divorciado Núñez de su pri-mera esposa y contraído matrimonio civil, luego de hacer aprobar una ley con ese fin. Y luego de mandar su novia a París para una ceremonia “a distancia”. Sin embargo, ¿quién lo hubiera creído?, de regreso a Cartagena, la recién casada será censurada y despreciada por ciertas damas de la alta sociedad, segu-ramente instruidas por una suegra reticente a reconocer esa “unión adúltera”. Trabajo le cuesta a Solita acercarse al obispo, aún más trabajo convencerlo de que su matrimonio ha de resultar benéfico para el conservatismo. ¿Acaso no va su marido por buen camino? Si la Constitución radical de 1863 instauró la separación entre la Iglesia y el Estado, una nueva Constitución, promovida por Núñez podría imponer la asociación formal de auto-ridades políticas y eclesiásticas. ¿No es para felicitarse? Los argumentos de Solita parecen interesar tanto al obispo de Cartagena como al de Bogotá, una vez trasladada a la capital, como esposa del presidente. ¿Presidente? Sí, sí, maestro en el arte de influir, intrigar y convencer, Núñez ha aprovechado las divi-siones liberales para realizar acuerdos con las facciones disidentes y cosechar votos.

El par tido del clero aspiran a una Constitución

que, según el jurista Miguel Antonio Caro,

“honre el pensamiento del doctor núñez”.

Frenando por f in el “sistema de enseñanza

pública, laica, gratuita y obligatoria, esencia

del programa radical”, la nueva Constitución

devolverá la autoridad a la Iglesia en 1886.

aída martínez y silvia galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia

revista de santanDer

115

ar tes y literatura

Como Primer Mandatario, ¿estará el cartagenero dispuesto a entrevistarse con delegados de la Santa Sede para imponer un gobierno realmente católico? Soledad piensa que sí… Al llegar a Bogotá, en 1885, asumirá con garbo su papel de primera dama, pese a los desdenes de cierta gente engolada. Su fervor por el clero y por el conservatismo no tarda en ganarle simpatías. Cuando un desacuerdo con los radicales santandereanos suscita un levantamiento popular, Núñez, enfermo de disentería, finge no enterarse de la complicidad de Doña Sola (como la llaman entonces) con los militares que desencadenan otra guerra. Secundada por el secretario de Gobierno, Doña Sola entregará las armas oficiales a los conservadores y exigirá un decreto para financiar la campaña. ¿Olvidar sus gloriosos cuarenta días de mando? Al recibir los partes de la victoria, la Primera Dama organiza un banquete y un baile de gala. Entonces, sí, sí, la otrora “concubina” merece el homenaje de las matronas santafe-reñas y de los prelados. Ganado a la causa, el mismísimo obispo se muestra solícito. Bue-

no, digamos que a medida que va pasando el tiempo, va resultando evidente que el clero y el partido, el partido y el clero, o mejor dicho, el clero del partido y el partido del clero aspi-ran a una Constitución que, según el jurista Miguel Antonio Caro, “honre el pensamiento del Doctor Núñez”. Frenando por fin el “sis-tema de enseñanza pública, laica, gratuita y obligatoria, esencia del programa radical”, la nueva Constitución devolverá la autoridad a la Iglesia en 1886. E inspirará ciertos decre-tos. ¿Cómo evitar que los jefes liberales sean tratados con el mismo rigor que ciertos estu-diantes y pedagogos ansiosos de denunciar las arbitrariedades de la llamada “Regenera-ción”? Silenciada y amordazada, la prensa no podrá publicar las protestas de intelectuales como Vargas Vila y Jorge Isaacs, reducidos a la clandestinidad o al exilio. “En Colombia reina un despotismo sombrío”, dirá el indio Uribe. Y Camacho Roldán se referirá a “un enjambre de espías del gobierno”, mientras “en el trono están Núñez y Misiá Soledad, el papa y su papesa”. ¿Será la suya una alusión irónica a la devoción de la pareja por León

Casa en El

Cabrero, donde

vivió y murió

Rafael Nuñez,

Papel Periódico

Ilustrado.

edic ión 5 2010

116

XIII? Ya para ese entonces Núñez ha recibido la Orden Piana y Soledad ha escrito cartas y enviado regalos al Vaticano con motivo del jubileo. Verdad que si en 1888 se aprueba una ley otorgando poderes extraordinarios al Ejecutivo, también se concluye un acuerdo concordatario entre Su Santidad y el presi-dente colombiano, concediendo a la Iglesia derechos sobre la educación y las misiones y compensando cuantiosamente las expropia-ciones de latifundios y conventos efectuadas durante el gobierno del General Mosquera. Exultante, Soledad asiste a un Te Deum de celebración. Se diría que su fe de mística an-ticipa la noticia que ha de llegarle poco des-pués: envenenada (¿suicidada?), la primera esposa de Núñez ha fallecido. Así, con triun-fales nupcias presidenciales, celebradas el 23 de febrero de 1889 en la Catedral de Cartage-na, termina la historia de este idilio. La voz del esposo murmurando: “¿Sabes? Eres mi ángel guardián, Sola, y este es nuestro paraí-so terrenal”.

LA MEZCLA DE LAS

MUCHAS VOCES

A la vez construida como relato ficcional y dotada de rigor historiográfico, esta obra de Silvia Galvis concierne una ver-

sión y una interpretación del pasado colom-biano. Focalizada en un personaje político de la dimensión de Rafael Núñez, aspira a una valoración revisionista a partir de la influen-cia que en su itinerario de estadista tuviera Soledad Román. ¿Podrán situaciones y acon-tecimientos consagrados por una supuesta “Historia Oficial” admitir propuestas diver-gentes? Como otras novelas latinoamerica-nas, ésta busca “participar en el proceso de gestación, desarrollo, consolidación o cues-tionamiento y resemantización de los imagi-narios nacionales del continente”. ¿Dudarlo? La autonomía de la narración con respecto a cánones de representación ficcional puede implicar un rechazo a las codificaciones con-vencionales, apelando a técnicas nuevas. La actitud irreverente, el impulso carnavalesco, la tendencia a la personificación de actuantes insólitos o absurdos, son otras maneras de crear veracidad en el relato. Si –como lo ha dicho Bajtin– el cronotopo “define el proceso de asimilación histórico real en la literatura”, aquí se trata de la interacción de cronotopos, de sus múltiples contradicciones, de la mez-cla de las muchas voces que crea el discurso dialógico. Sí, sí, en la novela de Silvia Galvis la exploración del pasado en torno a figuras protagónicas puede realizarla un investi-gador ficticio, un reportero de mentira, un corresponsal político o un narrador omnis-ciente: al borrar sutilmente las diferencias entre discurso literario y discurso documen-tal, se prescinde del realismo tradicional y se esgrime un lenguaje supersticioso y religioso, pero excelsamente dialógico. Siguiendo a Ba-jtin, “el dialogismo estructura desde el inte-rior el modo mismo sobre el cual el discurso conceptualiza su objeto y su expresión”. Cabe añadir, sin embargo, que el caso de Soledad Román resulta paradójico: si es cierto que en la novela se la describe desde los primeros capítulos como una heroína decimonónica, también es cierto que sus intrigas con los dignatarios eclesiásticos y sus tretas de espo-sa intervencionista van creando a lo largo del texto una contra-imagen suya tan poderosa

aída martínez y silvia galvis: del documento al relato y de la ficción a la historia

A la vez construida como relato f iccional y

dotada de rigor historiográf ico, esta obra

de silvia Galvis concierne una versión y

una interpretación del pasado colombiano.

Focalizada en un personaje político de la

dimensión de rafael núñez, aspira a una

valoración revisionista a par tir de la inf luencia

que en su itinerario de estadista tuviera

soledad román.

revista de santanDer

117

ar tes y literatura

como la del mismo Núñez. A la vez alaba-do y condenado por varias generaciones de historiadores, politólogos y académicos, el Regenerador podría haber representado aquí una réplica de sucesivas caracterizaciones. ¿Cómo enfocar su relación con esa cartage-nera piadosa y astuta, beata y seductora que fuera Soledad? En torno a Soledad, pese a Soledad, gracias a Soledad, el relato pasa de la anécdota al reportaje, del rumor callejero al chisme de salón, del decreto solemne a la proclama oficial, sin olvidar minuciosas y a veces tediosas epístolas de tribunos, prelados y funcionarios, que hubiesen resultado inso-portables de no estar intercaladas entre los monólogos (un tanto histéricos) de la esposa enervada y los (muy confidenciales) conciliá-bulos de los cónyuges culpables. Verdad que Soledad gobernaba a Núñez como Núñez go-bernaba al país. No en vano solía él llamarla su “ángel guardián”.

Ahora bien, Soledad Román, –igual que otras protagonistas de Silvia Gal-vis– remite una vez más al gran interrogante de la novela histórica y de la historia novela-da: ¿cómo definir el imaginario de quienes describen “lo que realmente sucedió”? Por ejemplo, si recordamos a la Micaela Mutis de Aída Martínez, ¿podríamos sugerir semejan-zas entre ambas “heroínas”? Refiriéndonos inicialmente a las paradojas del discurso ficcional y el discurso factual, admitimos que

perduran en la hoy denominada Nueva No-vela Histórica. Vinculada por su significación con el ejercicio del poder, ésta puede ser pan-fletaria o difundir proclamas y programas políticos, pero también puede focalizar su interés en una figura protagónica del pasado o intentar una revisión de sus ideologías e itinerarios. Lo más evidente, sin embargo, es que como novela “reclama y ejerce efectiva-mente el derecho a desprenderse de las atadu-ras documentales y de los modos codificados de narrar”. Ahora bien, ya mencionamos que las posturas de teóricos y lingüistas contribu-yen al dilema. Si la ficción ha sido considera-da por la narratología como específicamente literaria, sucede que en los últimos años se ha llegado a la conclusión de que “lo que carac-teriza ambos regímenes –ficcional y factual– es una mezcla textual que resulta del juego de los préstamos e intercambios recíprocos”. Al interrogarse sobre la validez del método de análisis narratológico, Gérard Genette opina que si los índices de “ficcionalidad” están también presentes en el relato factual, “la contaminación entre ficción y no-ficción fun-ciona en ambos sentidos”. Aceptando que la cercanía de ambos géneros, su permeabilidad y semejanza, implican un proceso semántico que otorga a la novela histórica tanta libertad como a la historia novelada, ¿no pueden am-bas ser fieles a una textualidad inscrita en la verdad? ❖