Al que mira.

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Antología del Taller de Jóvenes Escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina Al que mira

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Al que mira. Antología del Taller de Jóvenes Escritores de la Biblioteca Pública Piloto.

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Antología del Taller de Jóvenes Escritoresde la Biblioteca Pública Piloto

de Medellín para América Latina

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AL QUE MIRA

Antología del Taller de Jóvenes Escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín

para América Latina

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SCDD C863.08

Al que mira Medellín: Divegráficas, 2012.124 p. ISBN: 978-958-99591-4-5Antología del Taller de Jóvenes Escritores de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín; 144Ensayos colombianos, Poesía colombiana – Colecciones, Cuentos colombianos -- Colecciones

ISBN: 978-958-99591-4-5

© Biblioteca Pública Piloto. © Antología del Taller de Jóvenes Escritores

Coordinación editorial: Jorge Iván AgudeloDirector del Taller de Jóvenes Escritores de la Biblioteca Pública Piloto Ilustraciones: M.A.Noreña

Diagramación y diseño: Jairo Alonso Ocampo - Litojairo

Impresión: Divegráficas Ltda.

Primera edición: Biblioteca Pública PilotoMedellín, Colombia, diciembre 2012

Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América [email protected] / www.bibliotecapiloto.gov.coCarrera 64 No 50-32PBX: 460-0585Medellín

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PRESENTACIÓN

En 1992, a ocho años de la creación del taller de literatura para jóvenes de la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, se publicó Paracaídas, su primera antología. En la contraportada de dicho libro se lee a manera de colofón: Estos son, pues. No sé si seguirán escribiendo. Por ahora, representan a miles de muchachos y muchachas que escriben sus textos invisibles en la soledad de sus rutas ciudadanas, sin que nadie oiga, sin que nadie entienda. Veinte años después, podemos tranquilamente suscribir lo dicho por la escritora y fundadora del taller Claudia Ivonne Giraldo; no es perentorio darnos a la labor de archiveros, buscar los nombres de los que integraron el libro, preguntarnos por sus vidas o sus logros en el arte. Los jóvenes que han asistido, primero los viernes de cuatro a seis, ahora los jueves de cinco a siete, cumplieron y cumplen con un compromiso vital, que está más acá o mas allá de la escritura, de las palabras propias o ajenas, que no dejan, claro, de ser convocadas como medio privilegiado de conocimiento, de confrontación, de placer, de encuentro. Nadie enseña a escribir, ni siquiera los mejores maestros, y aunque es una verdad de a puño, nadie, ni el escritor novel más dotado, puede prescindir de la lectura de los grandes escritores para asumir su propia labor creadora. Y ahí están, con nosotros, cada jueves, reuniéndonos en torno a sus historias, a su particular manera de entregarnos mundos que solo conocemos gracias a ellos. No puedo dejar de decir que es un privilegio presenciar y acompañar las lecturas apasionadas que estos jóvenes adelantan, no por nada es la época que con mayor fervor se lee. Mencionemos al azar algunos autores: Gogol, Chéjov, Beckett, Carver,

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Rimbaud, Maupassant, Onetti, Rulfo, Caicedo, Jattin, nombres de un abanico que no es infinito. Las piruetas juveniles son, a veces, solo eso: piruetas que nos hablan de pasajeras desilusiones, pequeñas heridas en bazares triviales. No ocurre en estos textos, porque acá hay no solo un lenguaje, sino un cuerpo que ya regresa de experiencias definitivas. No es desdeñable pues este ejercicio y creemos no andar errados al percibirlo apropiado y auténtico. Puede verse alguna uniformidad temática, pero si se acerca el oído se oirán voces distintas, cada una encarando a su modo las tretas que le ha tocado vivir. Todos fueron niños y para ellos la infancia reinventada es un coto de caza de la escritura, pero cada uno lo hace a su manera. Y más aún, que ya es demasiado: no hay improvisación. Estos textos revelan estudio y una disposición eficaz para la reflexión. La complacencia en los paradigmas de nuestra sociedad, en sus manifestaciones que se consideran más esenciales como el amor, no existe, aquí se zahiere para escribir. Todos los textos arrastran un ceñudo escepticismo. No es para menos. Una mirada alerta, una terca decisión de pensarlo todo nuevamente y una vez y muchas veces, es lo mínimo que puede exigirse un joven que se acerque a la escritura. El lector va a encontrar aquí relatos, poesías y ensayos, géneros frecuentados con holgura por estos jóvenes y que reflejan sus múltiples búsquedas expresivas. Parafraseando un libro escrito por jóvenes de Medellín hace veinte años, podríamos decir: estos son, pues. No sabemos si seguirán escribiendo. Pero, por qué no decirlo, lo esperamos.

Jorge Iván AgudeloDirector del Taller de Jóvenes Escritores

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LAURA MARÍA CORREAMedellín, 1995. Estudiante de onceavo grado

del Instituto Jorge Robledo

La noche

A través de la historia los hombres han tenido la convicción de que cuando miran al cielo estrellado, están viendo un infinito negro saboteado por punticos brillantes de luz. Por alguna razón, no se dan cuenta de que se trata de un infinito brillo que algún dios cubrió con un lienzo negro y agujereado, tan grande como ese mismo infinito.

***

Exilio

En vista de su insoportable carencia de talentos, había pasado más de la mitad de su vida dedicado a acumular conocimientos. Decidió que saberlo todo sería la manera más segura de resaltar entre la multitud. Gran error. En cierto punto de su vida comenzó a hacerse evidente lo trágico e irremediable del asunto, cuando para las pocas personas que aún no habían desistido

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en ser parte de ella, hablar con él empezó a ser una experiencia terrible, que nadie quería repetir, aún si por alguna razón quisieran mortificarse a sí mismos. De la misma manera, para él resultaba cada vez más insoportable comunicarse, aunque solo tuviera que comprarle un pan al señor de la tienda. La única relación cómoda era la que mantenía con los libros. Desafortunadamente, ignoraba que éstos no podían explicarle lo que la gente viva sí. Era lamentable ver cómo, paulatinamente, se había ido olvidando de que existía vida fuera de los libros, al punto de descuidar casi por completo su cuerpo. Se fue olvidando de que existían seres humanos a su alrededor y las personas que alguna vez supieron de él fueron borrándolo de sus vidas. Pero lo que realmente importa no es que un hombre olvide al resto y que el resto lo olvide a él; eso es algo que eventualmente ocurre. El hecho trágico es que un hombre se olvide de su propia existencia, se exilie de su propio cuerpo para dar lugar a la misma nada, tan fácil como lo hizo él, y que además el mundo siga funcionando igual ante un suceso así, en que un cuerpo que solía contener a un ser deje de hacerlo para convertirse en un albergue de conocimientos.

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El nariz

Ese día saliste a la calle muy decidido a no volver. La idea era abandonar tu lugar en el mundo para ir tras lo que siempre quisiste, y lo hiciste en nombre de

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todos los narices que al igual que tú están cansados de vivir condenados al indigno lugar que les fue asignado en el universo. Hubiera sido imposible hacerse el desinteresado en las reuniones sociales de esos señores tan elegantes y aburridos, en que todos tus congéneres resultaban opinando que es un irrespeto imperdonable que la gente se refiera a ustedes en términos femeninos; o que es insoportablemente despectivo el trato que han recibido desde que los narices existen, aún antes de las palabra para designarlos. Por esas y otras razones que los mantienen indignados –y que son más importantes que los disfrutables aromas–, decidiste simplemente irte, sin pensar que para el aburrido hombre al que estuviste siempre atado, amanecer con un espacio liso y plano donde antes hubo una protuberancia –cuya presencia es signo de normalidad entre los hombres–, sería completamente devastador, le impediría continuar con su vida de asesor colegiado y, peor aún, no podría casarse con ninguna respetable señorita. No se te ocurrió que podrías darle una explicación, o dejar una razón con el criado para que no se preocupara por ti. No hace falta hablar de las cosas que hiciste en ese tiempo. Pero sí hay que decir que tuviste que rendirte, porque ser algo que nunca habías sido no es algo que un nariz pueda soportar: eso es solo para seres temerarios que no tienen destino y no les queda más que ensayar diferentes posibilidades. Pero tú sí lo tienes y está en la cara de ese asesor colegiado. Entonces te las arreglaste para lograr que las cosas pasaran de tal manera que el barbero borracho, que afeita la cara a la que perteneces, te encontrara, y después un policía lo encontrara en el momento en que pretendía

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deshacerse de ti y por fin terminara llevándote al lugar de donde huiste. Claro que mientras hacías todo esto fuiste lamentablemente torpe y estuviste a punto de permitir a la gente descubrir que hay un montón de cosas que les son ajenas. Afortunadamente ellos son más torpes. Así que llegaste a las manos del hombre aburrido pero por un tiempo te negaste a retomar tu lugar. Te permitiste revolcarte en el orgullo al ver que el señor desgraciado era aún más desgraciado sin ti. Después de tanto ego, decidiste, en medio de un acto de falsa compasión, hacerle el favor de reintegrarte a él y permitirle seguir con su vida, pero solo porque te enfermaba ver ese espacio vacío que antes ocupabas. Decidiste dejar ir, al igual que todos los narices, la única oportunidad que durante sus penosas existencias les es dada de escapar, porque eres un nariz y no sabes hacer nada diferente.

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El color del alumbrado público

Ahí están las lucecitas que cintilan descoordinadas, yendo y viniendo cada una a su propio ritmo y a su antojo. Uno solo nota ese vaivén apresurado cuando medio desenfoca los ojos. El montón de lucecitas parecen haber sido esparcidas por un niño sobre la negrura del Valle de Aburrá. Y el conjunto que esas constelaciones de estrellas terrenales forman se ve tan apacible desde aquí… pero sé que ahí adentro ocurren millones de historias: hay una cantidad de hombres y mujeres creando vida; señores que llegan a la soledad

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de una casa que pregunta por la mujer que no vuelve; niños que todavía no se quieren ir a dormir; humo y alcohol que arropa las orfandades de los que se rehúsan a estar solos. Sé que así como los agujeros de gusano se es-conden en los espacios entre las partículas subatómi-cas, lo mismo ocurre con los silencios, los olores, las historias que se acurrucan en medio de las luces, llenando los negros espacios entre ellas. Desde aquí no puedo oírlos, pero sé que este si-lencio trata, sin lograrlo, de engañarme. Sé que a esta hora las calles se llenan con el murmullo del tráfico y del metro que llega y se va de la estación; los parques son el escenario de un concierto entonado por grillos inquietos, los restaurantes, las cantinas y las discotecas lo son de las conversaciones a media voz y a voz en grito, y en algún cuarto a media luz, en algún parque solitario, o en algún callejón, tendrá lugar el beso que nadie escucha. Todo, absolutamente todo, hace parte de la gran sinfonía de esta ciudad que le regala su nombre al río que la divide. El cielo, sin embargo, parece haber sido cubi-erto con un telón gris.

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Desencantamiento

Tienes ocho años y estás en segundo de primaria. Hasta ahora tu mayor logro ha sido ser elegida como líder ambiental. Ayer las niñas grandes vinieron y estuvieron mucho rato en tu salón. Tú estabas sentada en un grupo con varias compañeritas que por esos días parecían ser tus amigas. Estabas haciendo un dibujo de tu familia, pero había un montón de gente a tu alrededor porque todas querían que les prestaras los marcadores de colores y olores que tu tía te había regalado. Y claro, no podías decir que no porque la líder ambiental tiene que compartir. Estabas disfrutando la novedosa popularidad que esos marcadores te daban, porque pocas veces escuchaste que tantas personas dijeran tu nombre al tiempo. Pero rápidamente te diste cuenta de que era mejor no tener ningún útil escolar que sobresaliera, porque el precio de la fama era que no lograbas dedicarte a tu dibujo, y de 40 marcadores solo te quedaban los que no te gustaban. Hasta que esa niña de once, que se convertiría en una especie de deidad para ti, vio que no te dejaban hacer nada, e hizo que te devolvieran todos tus marcadores y te dejaran tranquila. Te dijo que te estaba quedando muy bonito y se fue. Hoy has estado esperando toda la jornada a que vuelvan, pero eso será mañana, después del segundo descanso, y la misma niña grande de ayer te escogerá para jugar en la casita de muñecas por grupos. Sabrás que se llama Lorena. El próximo miércoles volverán y tendrás que escribir un cuento y hacerle un dibujo. Tú, que encontrarás una cantidad de entusiasmo que no es usual en ti, y que querrás tener toda su atención (porque

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además de los marcadores de olores, ser amiga de las niñas grandes hace que las demás te vean diferente), la llamarás muchas veces para mostrarle cómo vas. Ella, que es exactamente todo lo que quisieras ser, te dirá que la llames mentalmente cada vez que la necesites. Lo harás, y funcionará las primeras veces, pero solo porque ella sabía que la ibas a llamar. Así pasarán las últimas cuatro semanas antes de que se acabe el colegio, salgas a vacaciones y pases una navidad que en muchos años vas a seguir recordando. Rápidamente Lore se convertirá en tu persona favorita en el mundo, y cualquier sonrisa de su parte hacia ti será invaluable. Pero eventualmente entenderás que se va a graduar y no la vas a volver a ver, así que vas querer regalarle algo. Después de hacer acopio de valor y de haberte arrepentido sobre la marcha varias veces, en un descanso te aventurarás y cruzarás las puertas y pasillos que separan tu cómoda y blanca primaria del bachillerato, ese lugar color ladrillo, tan terrible y prohibido. Encontrarás a Lore y le vas a regalar el marcador que huele a mandarina, que es el que más te gusta después del de uva. Tendrás mucha vergüenza porque todas sus amigas te estarán mirando, así que te irás corriendo y apenas escucharás cuando diga gracias. La última semana de colegio las niñas de once les darán un dulce y una tarjetica de despedida. La que te dé Lore no podrá parecerte más linda: sobre un rectángulo de unos 20x10 centímetros de cartón corrugado fucsia hay otro rectángulo de cartulina plana negra, más pequeño, en el que con lapicero plateado escribió, entre otras cosas, que eres una niña muy dulce y que estaba muy feliz de haberte conocido; en la

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esquina inferior izquierda pegó un sticker de Hello Kitty y en la superior derecha otros de estrellas. Después de comparar con las de tus amigas, llegarás a la conclusión de que tu tarjeta fue significativamente más extensa y especial que cualquiera. Atesorarás esa carta y la vas a leer tantas veces que llegarás a aprendértela. Unas semanas después intentarás llamarla mentalmente, pero no aparecerá. Naturalmente te dirás a ti misma que no lo estás haciendo bien y por eso es que no funciona. Un día, un par de años después, estarás con tu mamá en la calle y te vas a encontrar con Lorena. Te enterarás de que tu mamá fue su profesora de primero de primaria, y creerás que por alguna razón eso estrecha tu lazo con ella. Varios años más tarde, cuando otra vez deje de ser un asunto importante, verás la carta entre las muchas otras que guardas, y vas a recordar lo mucho que querías a Lorena. Eso se repetirá muchas veces, porque adquirirás el hábito de sacar la caja de cartas y recuerdos anualmente, y de pasar días enteros releyendo y recordando todo, porque a eso de los doce años vas a leer en algún lado una frase según la cual recordar es vivir, y tú vas a creer que es verdad. Dentro de nueve años tendrás la edad que tenía Lore cuando la conociste y te acordarás de ella una tarde caminando por la calle, y aunque su recuerdo seguirá estando igual de iluminado por ese cariño infantil, también vas a darte cuenta de que ha dejado de ser una deidad y que hace mucho dejaste de esforzarte por ser como ella.

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Ceguera

Pobre infeliz, que no puede ver que la vida está pasando por su lado, porque ella espera una escena de película. Mientras que el azul eléctrico del cielo y el viento juegan a su alrededor, y la gente está ocupada viviendo, ella espera que pase algo inusitado, sin saber que lo extraordinario es lo que ocurre cuando uno decide vivir. No puede darse cuenta de que cada olor, cada sonrisa, supera a su libro favorito. Nada de lo que ve es perfecto porque no es lo que ella espera. Pobre tonta, que no se percata de que su imperfecta realidad rebasa por mucho su elaborada ficción.

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Algodón de azúcar

A eso de las seis de la tarde, cuando el viento te traiga el olor de las crispetas y el sonido de las risas de los niños persiguiendo palomas, y el aire se respire fresco y la vida parezca tan buena, puedes mirar hacia arriba y verlo ahí, rosado y perfecto en un cielo infinitamente azul.

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JOSE DANIEL LOPERAMedellín, 1985. Estudiante de Derecho

de la Fundación Universitaria Luis Amigó

El chiquillo, sus soldados

Un chiquillo, a las afueras de una importante ciudad, jugaba a los soldados. Con un trozo de madera separaba las malezas abriendo campo para la batalla, necesitaba espacio para ordenar las palabras que iba a decir a su tropa. A lo lejos se escucha un estruendo, el cielo se ilumina, una palabra se le escapa y sale corriendo, nuevamente la recupera y le grita a sus hombres: “cúbranse, nos están atacando”. Unos minutos más tarde el cielo se oscurece, a lo lejos la ciudad está en

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llamas. “Un pequeño bombardeo no será impedimento para nuestro batallón”, les grita a sus soldados, estos no eran muy valerosos, pues temblaban a cada orden del infante capitán, pero él era muy convincente, tanto que hasta el enemigo obedecía sus órdenes. Les ordena ponerse en marcha. La tropa canta al unísono una canción infantil sobre las palabras. Entran a una ciudad devastada, de las casas que quedaban en pie salían sus habitantes corriendo despavoridos, algunos de los soldados del infante daban de beber de sus cantimploras a los sobrevivientes, otros, en cambio, se sentaban a llorar entre los restos de los cuerpos mutilados, uno que otro recitaba un poema triste. El chiquillo reúne a su tropa, indicándoles que deben buscar a su madre, el calor es asfixiante, una oleada lo deja ciego por unos momentos, las estrellas empiezan a caer del firmamento, como si de bombas se tratase y nuevos tintes amarillos y anaranjados cubren el suelo. El capitán siente una alegría inusitada, poco le importa lo que está dejando atrás, porque él es un soldado, un soldado poeta, poeta, y no cualquiera: uno que busca fugitivas palabras, con un armamento inmenso de palabras. Su ejército, también de poetas, no dispara con armas, solo dispara tremendas palabras cada vez que el enemigo acecha. Pero al poco cae otra estrella, y él, sus soldados y las palabras comienzan a deshacerse entre nubes de polvo.

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La niña entre nubes

Sentado en el patio de su escuela, un poco adormecido por el calor en su cabeza, pensaba y pensaba, hacía lo que más le gustaba hacer: dejar ir su mente. Muy cerca de él pero ya en la sombra, se encontraba una niña de un rojo cabello rizado. Él empieza a mirar un poco sus delicados pies, asombrándose por su blancura. La niña tiene entre sus manos un teléfono celular y se lo acerca al oído para escuchar algo de música. En su rostro el niño observa como pintadas unas cuantas pecas que salen muy bien con el color de su cabello. Es la primera vez que se detiene a observar tanto a una niña, se siente raro y le da un poco de vergüenza al ver que ella se percata de que la está observando. Ella le devuelve la mirada con una sonrisa, él la interpreta como una invitación a hablar y va en busca de refugio en la sombra al lado de la niña pelirroja. Empieza a hablarle. Me llamo Andy, la niña le responde con la goma de mascar en la boca que se llama Mili. Andy y Mili hablan sin parar, de sus tareas de clase, de la profesora que nadie quiere, de sus mejores amigos y de los programas de televisión favoritos. Mientras se iba la hora del descanso los pájaros pasaban silbando, los árboles alrededor del patio se movían por el viento, la campana sonaba, ya todos habían entrado a la clase y ellos seguían ahí sentados. Mili mueve las piernas como sin saber qué hacer con ellas, sin tomarse mucho tiempo para pensarlo lo coge de la mano, él la sigue como medio hipnotizado, sin dejar de mirar la falda, sus piernas blancas, y esos rizos rojos en su espalda. Pronto se encuentran en

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el baño y ella lo está besando, él siente unos labios pequeños rozando su boca, le acaricia el cabello y también la besa. Pasan varios minutos y todo se detiene. Se asusta y pronto sale del baño, ella le sigue hasta el corredor despoblado y ve como desaparece en los pasillos iluminados por el sol de la mañana. Ella arregla su cabello, y se va andando como entre nubes a su salón de clase.

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Las palabras

Hay que encontrar las palabras,sacarlas a pasear.Alimentarlas en sus cochecitoscon otras palabras de ricos saboresa leche de palabras,y luego darles palmaditas para que eructen palabras.

Dejar que jueguen, que jueguen mucho,a descifrar otras palabras.

Luego cuando ya se cansen, acostarlas a dormir.Para que sueñen con otras palabras.Que sueñen que hacen el amor y tienen más palabritas.

Hasta que el mundo se invada de palabras, Nos caigan encima, como la lluvia, yno dejen caminar.Para cuando uno se sacuda el abrigocaigan palabras,

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sacar arrugadas palabras de los bolsillosy tirarlas a la basurapara que los mendigos las recojan y vuelvan a tirar,las encuentren los gatos callejeros,las atrapen y se las coman.

Que caigan a las alcantarillaso goteando por los tejadosse filtren en los ríos,en la tierra.

Para que nos las podamos tomar o comeren la mañana con el desayuno,en un jugo de naranjao en un vaso con limonada,acompañando el almuerzo o en un bistec,para tener fuerza y decir más palabras.

Escribirlas o pensarlas.Para pagar la cuentao para maldecir después de pagarla.

Perderse entre tantas y tantas,seguir diciendo,diciendo palabras,hasta que no aguantemos más, y se nos explote la barrigay salgan palabras.

En el entierrocuando éstas a su vez estén merodeandoen nuestra tumba digan unas cuantas, las que se nos lograron escapar.

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Una noche de esas

Corre la noche como todas.Una tras otra, de vez en cuando llueve.Las personas se cruzan camino a sus casas,se miran indiferentes.Unos ojos aquí,una cara allá,los coches pasan con sus sonidos de claxonsus luces sobre el pavimento.Es una noche,una noche de esas…Los mendigos duermen en las aceras,se cubren con plásticos,yo camino y camino en medio de la nochepor esas calles.

Una noche, otra calle,una calle otra noche.

Son calles y nochesy yo sigo caminando por ellas.Arriba hay nubes,no hay estrellas,luces en la periferia.

En las montañas, en lo alto,una estatua que parece un Cristo.Las calles montadas encima de las montañas,cientos y cientos de casas.

Ladrillos,montículos de ellos uno tras de otro,una cúpula de una iglesiay el aviso de una valla.En una noche de esas.

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JAIME CARVAJALMedellín, 1992. Estudiante de Música

de la Fundación Universitaría Bellas Artes

La chica de la flor

Su abuelo le dio unas pocas monedas, una suma bastante grande para los bolsillos de sus pantalones cortos. El abuelo era un hombre curtido, de camisa desabotonada y manchada por el sudor y los jornales de los cuales ya había perdido la cuenta; supo a buena hora que no valía la pena almacenar días y años en su memoria y bastaba solo con saber que lo había hecho durante casi toda su vida, bastaba con mirar su mecedora vieja, para darse cuenta que no ganó mucho en la vida, salvo una esposa enferma, una hija, y un nieto al que no sabía qué decirle acerca de nada. –Ahórrelos mijo– le dijo con una voz quebrantada por los días secos.–¿Qué es ahorrar abuelo?– preguntó su nieto.–Es guardar la plata para comprarse una mecedora nueva–respondió con la mirada fija en los zapatos sucios de su nieto. Por la noche, mientras comían cerca al calor del fogón de leña, el chico le contó a su madre sobre el regalo del abuelo; su madre, bastante ocupada en las labores de la cocina, no pareció oírle, así que repitió la historia, esta vez reaccionó y miró a su hijo. Ambas

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caras estaban sucias, el chico era una bola de polvo y arena, mezclada con chocolate seco en las comisuras de los labios y su madre se parecía a la abuela por sus canas de ceniza. –Guarde la plata hijo. –¿Para qué?– preguntó el chico mientras sacudía el delantal de su madre. –Para que cuando sea grande, no tenga que cocinar en leña–. Su hijo ya había dejado el comedor para irse a observar la noche. El chico se sentaba todas las noches después de comer debajo de un árbol gigante que en el día daba una sombra apacible, fresca y serena, que también utilizaba para descansar después de la escuela y encontrarle formas infinitas a las nubes que hacían menos monótono el azul eterno de un cielo de tierra caliente. Observaba las estrellas durante un largo rato y se preguntaba por qué no podía ir hacia ellas, pensaba que si ahorraba monedas durante mucho tiempo tal vez algún día iría a una, tantos brillos le inquietaban y divertían, después se iba a dormir con su madre. Al otro día en la madrugada fue a la escuela que quedaba en el pueblo, el recorrido era largo pero divertido, ya lo hacía solo y disfrutaba ver los árboles y las montañas mientras caminaba y cantaba una canción que había aprendido la semana anterior, su dicha, aunque larga y placentera, siempre tenía un final amargo, la llegada a la escuela. No le gustaba mucho la idea de estar sentado la mayor parte de la mañana frente a un pizarrón, mirando una mujer vieja y flaca con el pelo un poco revuelto y con unas canas que no eran a causa de la ceniza, eso era lo que menos disfrutaba, la presencia de la profesora. Permanecía

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tranquilo y callado mirando por la ventana, anhelando la hora del recreo. Llegada la hora, salió al patio y se sentó bajo un árbol de mangos, unos mangos prohibidos. Los mangos más deliciosos de todo el mundo estaban en ese árbol y ahí estarían hasta que se cayeran y se estallaran por el impacto con el polvoriento suelo. Un fruto anhelado por todos, negado por unos cuantos viejos cascarrabias. Mientras pasaba el recreo mirando cómo ese árbol se mecía con el viento, también miraba de vez en cuando a una chica que era un par de años más grande que él, cabello no muy oscuro, corto y adornado por una florecita que de vez en cuando se caía y al recogerla ella la olía. Él la observaba y sentía cosas en el estómago, no eran mariposas, o eran mariposas que ansiaban salir, unas mariposas revoltosas, al rato se aburría de sus mariposas y volvía a los mangos que flotaban entre las ramas verdes y olorosas del árbol. Después de clase el chico se disponía a tomar su ruta de regreso a casa, se tocó los bolsillos y recordó que tenía las monedas del abuelo y decidió que las gastaría, también decidió que las iba a gastar pasando el día con la chica de la flor; con un valor casi innato fue donde la chica y se quedó mirándola. –Hola– dijo después de un momento. –Hola– respondió sonriendo la chica de la flor. –Tengo unas monedas que mi abuelo me ha regalado, las quiero gastar contigo. –Tienes la cara un poco sucia. –Son varias monedas. –Está bien– y comenzaron a caminar hacia el parque del pueblo. Una vez llegaron el chico le dijo que tenía

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mucho calor y quería sentarse durante un rato en la sombra de algún árbol cercano, la chica estornudó y se le cayó la flor, él reaccionó y la recogió del suelo, la olió y se la puso de nuevo. Se sentaron debajo de un árbol. –Me gustan los árboles– dijo el chico. –A mí me gustan las flores. –A mí también– respondió sonriendo– pero las flores no dan tanta sombra como los árboles. –Pero no puedes ponerte un árbol entre el cabello. –Pero puedo estar entre el árbol. ¿quieres dar una vuelta a caballo?– le preguntó el chico. –Está bien, pero se me puede caer la flor y la pisa el caballo– respondió un poco insegura. –Yo sé montar a caballo, una vez vi a un señor que montaba a caballo con una taza de café y no se le derramaba, tomaba de ella mientras el caballo seguía andando, yo puedo hacer eso también, pero mi mamá no me deja tomar tinto, además no se te caerá la flor. Los chicos rieron un momento y se dirigieron hacía un señor que tenía varias mulas y caballos en una esquina del parque. – Hola, quiero montar a caballo con ella, tengo monedas para pagarle– el hombre miró al chico, sonrió y los montó en un caballo que cojeaba, ambos estuvieron incómodos durante todo el trayecto, y cuando terminaron de dar la vuelta al parque, el hombre los bajó. –Mire, tenga una moneda– le dijo el chico al hombre. –No se preocupe niño– le sonrió y no aceptó la moneda.

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–Podemos montar otra vez si quieres– le dijo a la chica. –No quiero, quiero ir al río. Caminaron entre callecitas y callejones, los dos mirando dentro de las casas por las que pasaban. Veían mulas con los lomos cargados, viejos fumando y bebiendo, viejos sentados en mecedoras, con sus miradas perdidas en los recuerdos de años mejores, porque hubo años mejores, y ellos, los viejos, lo sabían y los vivían en un silencio perpetuo y en una oscilación constante. Mientras llegaban a la orilla de un riachuelo, los dos chicos reían y se tomaban de las manos, corrían y suspiraban como si la vida fuera eso, una rueda de canela, o de chocolate, un correteo incesante por pequeñas praderas que se agrandaban ante la pequeñez de ellos, sombras de árboles que parecían verdes palacios con goteras doradas; las monedas nunca importaron, no querían mecedoras. Al llegar a la quebrada se quitaron los zapatos y se quedaron un momento en la orilla con sus pies entre la corriente del agua que bajaba fresca de alguna montaña cercana. –Hoy he sentido en el estómago algo parecido a cuando uno tiene hambre– le dijo el chico a la chica. –¿Tienes hambre? –No, eres tú. –Yo no tengo hambre. –No, que tú me haces sentir como si tuviera hambre, pero no tengo hambre. –Me voy a meter al agua. –Yo también. Ambos se quitaron la ropa y se dispusieron a meter sus cuerpos enteros al riachuelo, pero cuando se dieron vuelta y se vieron, se quedaron un poco

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perplejos, el chico veía en ella un brillo muy similar al que tenían las estrellas en la noche, como si viera una estrella debajo de la sombra de un árbol y se fue acercando lentamente hacia la chica de la flor, cuando ya estaba lo suficientemente cerca, la empezó a tocar con su dedo índice, desde el cuello hasta su ombligo deslizó su dedo, haciendo un recorrido ondulante por sus pechos, similares a los del chico, y terminando en un remolino pequeño que era el final del trayecto, ella lo miró un instante y lo empujó hacia el agua, que ahora era fría y densa, la chica empezó a alejarse con un caminar lento e inconsciente, y el chico se paró y se sacudió el agua, recogió la flor que se le había caído, y sacó de sus pantalones tirados en el pasto las monedas que su abuelo le había regalado el día anterior. Dio un grito y la chica volteó. –Esa flor que tanto se te cae, no huele a nada– le gritó a la chica de la flor y mientras le tiraba las monedas, añadió– gástalas, no puedes llegar a casa sin ropa– y emprendió su huida río arriba.

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A este lapicero que escribe tan buenole regalo de mi vidaunos renglonesunos movimientosy un poco de tiempo la cama celosay el sueño y la perezame cobrarán mañanaeste último obsequio.

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El matarife y el carniceroel cirujano y el odontólogotan diferentes en el usodel filotan distintos en sus maneraspor cuestiones sanitariasquieren que los confunda.

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Sumergidoen la horizontalidad y mi mentecomo montaña rusa.

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Un ron con hielocada fin de semanala historia del Titanicse repite en una barra.

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JULIANA ORTÍZMedellín, 1995. Estudiante de Antropología

de la Universidad de Antioquia

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Las zapatillas de yeso

–No se te olvide, salgo a las diez–, fueron mis palabras antes de bajarme. Toqué las piedras, muy frías a esa hora, en ese lugar que apenas empezaba a ser visible. Bajo la densa niebla se respiraba un aroma floral mezclado con la corteza de los árboles, que parecía desprenderse de su viejo hogar para caer en la hierba y convertirse en moho. El frío traspasaba mis pequeñas zapatillas, sucias por el contacto con el piso; al bajar del auto, habían recibido un pequeño roto, a manera de bienvenida, por parte del astilloso piso que, en medio del verde y las hojas mojadas, alberga a los infernales zancudos cuyo único objetivo era dañar una fusión de formas y sonidos con su exasperante zumbido. Esos pequeños animales eran unos chupasangres que interrumpían mi sueño. Al entrar, todas estaban listas para la clase. Con sus medias impecables y sus peinados que, al parecer, fueron hechos por la lengua de una vaca en un fallido intento por arrebatarles la cabeza. ¿Qué más se podía esperar? ¿Acaso sería adecuado un peinado estrambótico? No, arruinaría la uniformidad y el baile no tendría sentido. Me había perdido el calentamiento, fue difícil integrarme. Las paredes se mostraban amenazantes con sus salientes que parecen tan frágiles pero resultan un arma mortal para las mallas. Un arma despiadada que en un segundo y con el mínimo contacto acaba con lo único que nos brinda calor. La clase continuó normal: ejercicios de fuerza

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como si se nos preparara para una competencia de karate; mientras tanto, nuestra espalda parecía querer superar las leyes anatómicas y librarse de las ataduras para unir un extremo con otro. Los brazos, por su parte, concentraban toda la alegría y esa tranquilidad que debíamos mostrar ante un público idéntico que nos remedaba como en una comedia, el espejo se burla de esfuerzos inútiles mostrando nuestro cansancio, mientras que con los saltos deseábamos calentarnos para seguir con la clase; pero al final solo terminábamos exhaustas y nuestra venia parecía el acto final de los payasos. Pero aparte de eso, todo era hermoso y apacible. El sonido del piano rápidamente se convertía en un allegro obligándonos a sobrepasar nuestro límite. Parecía ser cómplice del frío aroma de las flores que, arrastrado por las corrientes de aire, penetraba por las numerosas ventanas. La luz que se filtraba era apenas una muestra de los rayos de sol que habían logrado atravesar el tupido follaje de ese bosque. Nos recordaba esos cinco minutos de sueño que nos vimos obligadas a dejar para llegar a tiempo a clase. Nos recordaban el cansancio de nuestros párpados y nuestro cuerpo, que a pesar de todo seguía ahí, siendo testigo del día, sintiendo y actuando al ritmo de la música hasta que el ejercicio termina y la barra, nuestra vieja amiga, con la que aprendimos a estabilizar nuestro cuerpo jugando a los científicos que buscan de una u otra manera hallar el punto perfecto de estabilidad; era ahora solo un apoyo para comenzar de nuevo, un pequeño respiro para continuar con los giros. Vueltas que nos mostraban nuestro pequeño mundo: paredes peligrosas, árboles florecidos, ventanas diminutas y esas personas crueles

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que nos recordaron las mañanas que faltaban para dejar de usar esas zapatillas, frágiles al frío y moldeables por la dureza e irregularidad del suelo cubierto por plástico con el fin de facilitar los giros, pero en el fondo, no era más que madera esperando arrancar la tela que cubría nuestros pies; solo podíamos aguantar hasta que se convirtieran en puntas, una clase élite de zapatillas que lucharía contra la madera. Ese yeso que produciría un crujir al saltar, que desafiaría a esas astillas siendo impenetrables pero tan frágiles, que aquel jardín se convertiría en un deleite para nuestra vista y a la vez, en un espacio donde estaba prohibido entrar. –Chicas, nos vemos el sábado en la función. No olviden llegar calientes, con las mallas y una moña bien hecha. Nada de mechones en la cara.

***

Gato

En un rincón de la calle resalta un observador nocturno. Sus ojos brillan entre su pelaje. Allí donde el movimiento de una cola y el sonido de una campanilla apenas si se alcanzan a distinguir; un simple caminante solo escucha el bullicio de un bar repleto de gente que se ahoga en el alcohol. Otros, tal vez, lo único que ven es un almacén por donde el solitario animal vaga en busca de comida. Para quienes deciden encontrarse en la decadencia de cada persona, esos ojos no existen. Nadie se atreve a preguntarse por lo que ve. Nuestro espectador oculta sus garras. Nada

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puede temer, él no pertenece al elenco de esa comedia y por tanto no necesita disfraces ni máscaras. El vacío de ese teatro se refleja en los ojos, que deforman esos escenarios, donde los cuerpos se esfuman y solo queda la pregunta que nadie hizo. Todo se vuelve reflejos. Pequeñas luces que resaltan en la oscuridad. Solo queda la cabeza que sostiene esos hermosos ojos. Solo quedan los pensamientos que nadie ha tenido. Como una ilusión, solo queda el recuerdo de la obra. El observador de la noche nada puede decir a los actores. Su rostro inexpresivo es suficiente. Su aparente desdén hacia los que al verlo prefieren alejar sus miradas, hacia los que intimidados optan por retirar la vista y simplemente alejarse, logra infundir miedo; miedo a reconocer la falsedad en la que se vive, a reconocer que todo es mentira. Esos ojos amenazan con descorrer el velo.

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ALESSANDRA RUIZ Medellín, 1994. Estudiante de Derecho

de la Universidad de Medellín

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La Cita…

Mientras estaba tirado en la cama, pensaba en la noche y el momento de encontrarme con ella, pensaba en esta noche y en el momento de ver su belleza y sus ojos claros, ya que nunca había estado tan emocionado por una cita, en este instante podía sentir cómo mi corazón latía y cómo cada cinco segundos esbozaba una gran sonrisa. No sé en qué momento me quedé dormido, solamente sé que desperté como de una pesadilla, agitado, sudando frio y asustado, al mirar el reloj me di cuenta que faltaba una hora para lo que tanto había esperado, así que me agaché, recogí mi camisa negra y mientras me la ponía caminaba hacia el baño a cepillarme los dientes y untarme un poco de colonia; salí de mi casa a eso de las 7:15, dejando atrás esa fría muralla y abriendo una noche estrellada llena de sorpresas. Mientas caminaba por las oscuras calles veía lo hermosa que llegan a ser las noches, ventanas prendidas, vidas secretas, de personas y historias que jamás llegaré a conocer, parejas que pasan, viéndose tan enamoradas y ensimismadas en un mundo tan efímero que pronto acabará con la fantasía de sus sueños, y una pequeña lluvia que ilumina el suelo y hace que el resplandor de la luna sea más hermoso con los pasos, debo admitir que amo las noches, el silencio de éstas inspiran y elevan mi alma como nunca lo hará ninguna droga, aunque disfrutaba tanto de esto, hoy quería llegar a hablar con ella y disfrutar de un café. Cuando iba llegando a Mucca, estaba ahí sentada, con una camisa a cuadros y una falda que

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dejaba ver sus piernas, la noche hacía brillar su cabello de un rojo oscuro y a la distancia podía observar su sonrisa y la belleza de sus dientes blancos, no sé por qué esbocé una sonrisa de niño estúpido y terminé sentándome apenas, diciendo un “hola” apagado y silencioso; mientras tomábamos una cerveza, hablábamos de nuestros días, de las noches y la pasión por instrumentos raros, los insectos voladores y los libros marcados con un profundo sentimiento de odio y desprecio a este mundo corrupto; amaba estos momentos efímeros pero alucinantes que solíamos tener, ya que con nadie podía expresar lo que realmente sentía en los momentos de mi soledad. Salimos del bar y empezamos a caminar viendo cómo el viento hacia mover los arboles, y aprovechando las siluetas que dibujaba la luna, mientras yo observaba su figura, que deseada por mí, siempre sería ajena; como de costumbre nos tiramos en el frio pasto a mirar las estrellas y a empezar a jugar con nuestras muñecas, cuando las hojas caían lentamente y rozaban nuestra piel; cualquiera que nos hubiera visto nos habría gritado drogados, pero nuestra droga es la belleza que nos rodea y cada pedacito de este mundo que con el tiempo se destruye bajo el poder de un hombre que jamás entenderá y mirará lo bello que lo rodea. En algún momento terminamos en mi apartamento envueltos en susurros y en pequeñas risas que rápidamente se esfumaron, cuando empezamos a hablar de historias de terror que hicieron temblar nuestros cuerpos y acercarnos hasta llegar a un punto en el que parecíamos pequeños niños que se esconden del monstruo del armario y del Coco; ella estaba tan asustada, que yo me tragué mi miedo y empecé

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a contarle chistes, a hacerle muecas y a animar el ambiente, empezamos sonriéndonos pero terminamos riéndonos a carcajadas, abrazados y a punto de darnos un beso, hasta que ella con una frase dañó el momento: “¿Te imaginas donde todo este tiempo en realidad estuviéramos solos?”, yo lo único que hice fue reírme y darle un pequeño beso en la mejilla mientras ella se recostaba en mi hombro, tarareando una canción. Con el pasar de las horas, nos volvimos tan cercanos, que no necesitábamos hablar para saber que pensaba el otro y nuestra conversación se basó en el reflejo de su mirada clara en mis ojos oscuros; no nos atrevimos a romper el silencio y el resplandor de la luna dibujaba nuestros rostros en la oscuridad de la habitación.Después de este momento, nos antojamos de tomar algo, por lo que fuimos bailando hasta la cocina a preparar café frio y a comer galletas de mantequilla, mientras comíamos, ella bailaba al compás de un vals que yo susurraba, me levanté y me dirigí al baño pensando en este gran día y los momento felices por los que había pasado, creo que no dejé de tener una cara de niño estúpido y en esos momentos no hubiera cambiado por nada; mientras regresaba del baño un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, me hizo correr hasta el comedor y hacerme parar en seco, borrando todos mis deseos e ilusiones al ver dos tazas de café, una vacia y la otra llena…

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MARÍA CAMILA VANEGASMedellín, 1993. estudiante de Filología

de la Universidad de Antioquia

Del enlatado

No hay mucho que pueda hacer desde aquí, mis cuatro paredes. Llevo diez días comiendo enlatados. No, no se ha acabado el mundo, pero me han cortado la luz. No quise salir más, fue un martes, me cansé de andar escuchando las nimiedades de todo el mundo y me vine a encerrar; premedité un poco el asunto, fui al supermercado y compré enlatados, entre ellos, frijoles, verduras, frutas, atún y por supuesto salchichas, que hasta ahora han resultado mis favoritas, además, el líquido en el que vienen sumergidas me pone a salivar bastante, agradable asunto. No es que coma mucho al día, tres laticas de las que guardo en el cajón de arriba de la cocina y ya, estoy bien. He quemado toda mi colección de películas, ya no tengo nada más que ver, comencé por las de acción y ayer terminé viendo clásicos en blanco y negro, un tanto desesperado, pero incinerando el tiempo. El día que volví con las bolsas del supermercado en las manos desconecté el teléfono, en todo caso una acción un poco inútil, teniendo en cuenta que mis acumuladas cuentas harían que un par de días después me dejaran sin nada, ni luz, ni agua. Entonces, como

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entenderá usted, no me he bañado en diez días, los primeros fue un poco extraño empezar a familiarizarme con mi olor, pero ya no lo siento si no me acerco demasiado a mi propio cuerpo. Dormir es como seguir despierto, eso sí, me molesta un montón. Me siento igual si estoy despierto o dormido, con una marcada diferencia y es que cuando duermo comienzo a sentir mis mejillas llenarse de frío, la saliva se tuesta en las comisuras de mis labios, blanca, unos días un poco más grumosa que otros. No entiendo por qué. Entonces se hallará usted lleno de dudas, cuestionándome el por qué. Ese día iba caminando con un par de conocidos, no pude soportar más las charlas sobre el clima, se acercaba el invierno, además ahora sí que es cierto, porque aunque me he prohibido mirar por las ventanas por miedo a hacer contacto visual con la gente, escucho las gotas caer sobre el techo, otras tantas estrellarse en el patio y dejar mojado el piso de baldosín blanco y negro. También las aguas arrastran hojas. No pude soportar más el asunto del clima, era obvio que se arrastraba el invierno detrás de nosotros, incluso ese día me había puesto unas botas. ¿Entonces por qué tenían que hablar de eso? ¿Por qué no dejar a un lado, tranquilo, a lo obvio? Es mejor estar aquí e irme quedando lentamente sin comida, que regodearme afuera y hablar del venidero verano con los conocidos, que vamos a la playa a pasarnos toda la tarde, que visitemos a los viejos compañeros que ahora viven miserables, que los llenemos un día, que les demos tranquilidad con nuestras placenteras vidas. Yo no sé, pero de aquí no salgo, de pronto ellos no se habrán

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olvidado de mí porque hace días que me tocan la puerta por la tarde, gritan mi nombre también, pero como todo está cerrado y apagado, seguro piensan que me fui, que me conseguí alguien que me hiciera conversar más, que me hiciera vibrar más y cosas de esas ridículas de las que han hablado tantas veces delante de mí. Lo único que me preocupa son las latas que se van reduciendo y tener que orinar en un balde y otras necesidades, como el agua, que aunque todavía tengo una buena cantidad, se va acabando. Pero nada, me quedo aquí, privándome de cualquier cosa que me quieran decir, quién sabe si me olvidan dentro de unas semanas, a lo mejor me dejan tranquilo, que de sus rostros y sus manos ya ni los retazos adivino.

***

Llorar por los pies

La dejé llevarse dos libros que me prometió entregar. Nunca sucedió y tampoco me molestó, le servirían de distracción mucho mejor que a mí. Cada cosa me llevaba a ese punto de la ciudad donde por primera vez la había visto. El parque era grande y peligroso. Ese día había una feria artesanal que no dejaría pasar, parecía que nadie estuviera disponible, entonces estaba solo, miré ofertas por entre las cabezas de niños que iban intentando saquear algunos descuidados bolsillos y los vendedores de incienso, que lo único que de verdad vendían eran chocolatinas de marihuana, ofrecidas

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solo en el instante en el que uno se acercara. Había muchísimo sol y muchísima gente. Estaba justo en la mitad de un montón de tipos que embetunaban zapatos, ella tenía embetunados los párpados. Vendía su ropa, la había usado y ahora la vendía quién sabe para qué, había un par de compradoras interesadas. Me quedé postrado mirándola mientras convencía a sus compradoras de cualquier cosa que yo no escuchaba, hasta que me devolvió la mirada extrañada y me la plantó sin miedo, pretendiendo asustarme. Lo hizo, di media vuelta y me fui hasta la esquina más lejana. Leyó mis expresiones y me sentí verdaderamente estúpido, aludido, atrapado. Supo elevarme, hacer de mis domingos desde ese día un circo con un dejo deprimente. Ella tenía dos lunares en la boca, uno justo en el lado inferior del labio superior y uno en la comisura izquierda, me pedía constantemente que se los besara sin ninguna vergüenza. Siempre llevaba igual de enmarañado el pelo, pero atractivo; robaba miradas al desfilar sus huesos y calaba siempre muy rápido sus cigarrillos, ansiosa. Nos revolcamos entre celos dulces, me mecí todos los días en sus cabellos, me enterré en sus creencias, me aprendí de memoria cada uno de los lunares de su espalda y también los de su boca. Me contó mil historias, me recordó que mujeres como ella había en cualquier esquina, que se conocía. Que podía sentarse a hablar con cualquier persona que se le acercara y que le diría lo mismo que a mí, que eso nunca le importaba. Nos estrellamos en todas las paredes de la ciudad, me recogía, me seguía arrastrando del brazo. Y después se fue, como me lo había dicho. Siempre cumplía.

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Miré todas las piernas de la ciudad intentando reconocer sus pasos y ninguna era ella. Ninguna tenía ese olor a sudor dulzón que expelía ella. Por esos días había conseguido una canasta y por cualquier calle había repartido chicles a cambio de monedas a los que se pasearan por ahí, ningún dedo olía a chicle como los de ella. Nunca me dejó heridas porque no alcanzó a tocarme, nunca nos quisimos porque no tuvimos tiempo. Entre mis mundos, mis días. Me entregué perdido a seguir buscándola para mirarle el pelo enmarañado por última vez y tal vez mirarle de nuevo los lunares para cerciorarme de si en mi recuerdo aún se mantenían. Caminar, caminar. Ir conociendo, mientras buscaba en cada rincón y esquina por la que anduvimos, sin tocarnos las manos. Más temprano que tarde me la encontré, igualita. Con sus ojos pintados de azul, sus zapatos negros, unas medias veladas y un vestido. Me miró sorprendida pero aliviada. Se me acercó inmediatamente, no moduló y esperó a que yo quisiera hablar. No sabía por dónde empezar, pero ya empezaba. –A veces, cuando estoy mirando un bombillo y me da por cubrirme los ojos con mi pelo, porque como ve, otra vez lo he dejado crecer, yo la veo a usted. Cuando tengo tiempo me maldigo dos veces por siempre caer en sus manos. Cuando no tengo tiempo adorno mis historias con cada una de sus fachadas. A veces cuando no tengo afán y termino de bañarme, me miro desnudo, nunca vulgar. Y sigo pensando en lo mismo.

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Solo quiero que cuando se me acabe el año y cuando a veces me ponga triste porque no tengo nada más que hacer, recuerde que tuve un atisbo, la oportunidad de tan siquiera imaginarme eso que podía pasar. Pero nunca pasó. Yo por lo menos a veces puedo vivir de eso cuando miro el bombillo. –Es cuestión de disolver el ego, ceder un poco y perdonar siempre –me dijo–. Conozco la historia de un ratón y de un aprendiz, algún día te la cuento, pero creo que nuestros días se agotaron. Yo le enredo la vida a todo aquel que se me acerca, a lo mejor es un capricho, mis caprichos perjudiciales para la salud mental del resto, y eso que no me considero trascendental, ya he repetido no sé cuántas veces, la nimiedad del yo. No entiendo por qué me sigues buscando, ya no hay nada, pero tus ojos son tan bonitos… Imposible no mirarlos. Volví con la cara hacía el asfalto. Respiraba tan fuerte que los que caminaban a mi lado se asustaban. Tenía unos malditos zapatos que me iban sacando ampollas en los dedos, yo seguía caminando, perdido, expuesto. Con ganas de no llegar a ningún lado, de evitar estar en mi habitación pensando. La vi irse muy contenta y le sonreí a su espalda, me la imaginé mirando al cielo. Maldiciéndolos a todos por comunes, maldiciéndonos por mentirosos, maldiciendo a los jóvenes que se cepillan los dientes con gasolina y un par de cerillas. Qué importaba ya, nunca me hirió porque nunca me tocó. Pero lo que todavía no entiendo es por qué luego de haberme quitado los zapatos y quedar descalzo, el cielo empezó a escupirme e hizo llorar mis pies.

***

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Esperar se hace difícil

Sinceramente me cansé de estar esperando en las escaleritas cada fin de semana. A este hombre que se suponía que era mío se le olvida a veces mi nombre. Eso me pasa por tener menos de veinte y creerme de unos treinta mentales, eso me pasa por correr en dirección contraria a las cosas dulces y acostumbradas como trabajar en una empresa de confecciones, con taconcitos azules oscuros y pantalón liso del mismo color, una blusita blanca de cuello y si fuese muy de buenas, una escarapela en la mitad de mi pecho que destaparía a propósito un poco, para que mi jefe me mirara, y si fuese mucho más que de buenas, me ascendiera, iría a comprarme algo de ropa brillante para los fines de semana y de pronto salir con mis amigas. Pero no, yo decidí no imprimir hojas de vida para repartir por todos lados, yo decidí irme de café en café buscando algo, alguien. Esto, estas malditas escaleras con piedritas salidas que me rasgan la falda en el culo. Salí corriendo de todos los caminitos que me llevaban a una cama tibia con un hombre que nunca despierta, ni él, ni nada en mí, y por eso estoy aquí sentada en estas escaleras que me rasgan el culo. Últimamente todo ha estado más jodido, levantarse para seguir corriendo no es siempre fácil y menos en semana, con estos días tan grises. Pero tampoco salen lágrimas, es como quejarse para terminar acoplándose a lo que sea que venga, seguir corriendo en la mañana y a veces sin poderse lavar los dientes.

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Hoy no me importaría irme con cualquier tipo, me gustaría que tuviera barba, para contarle los lunares escondidos dentro de ésta mientras duerme. Solo le pondré una condición al tipo que me levante de estas escaleras, si me va a tocar las tetas que tenga las manos tibias.

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ALEJANDRA PÉREZRemedios, Antioquia, 1994. Estudiante de Ciencias Políticas

de la Universidad Eafit

Volver

Volví porque mis papás se murieron y yo, en mi calidad de hija única debía enterrarlos, pero eso no tenía que ser así, yo iba a tener un hermano pero a ése le dio por nacer muerto, ¡maldito!, si estuviera vivo se habría ocupado de todo y yo no habría tenido que hacer este viaje de diez horas. De todos modos, a mi hermanito le perdonaré su falta. Los que no se salvan son mis papás, ¿cómo me dejan sin familia antes de que yo haga la mía? Cuando me bajé del avión, vi a lo lejos a las que habían sido mis únicas amigas de toda la vida con un cartel enorme que decía en letras amarillas, azules y rojas, “Bienvenida”, pero ¿quién se puede sentir bienvenida cuando dentro de 4 horas tiene que dar sepultura a sus padres? En fin, les valoré el gesto sin importar lo imprudente y ridículo que fue, a fin de cuentas dentro de una semana iba a estar lejos de ellas y de sus cursilerías. Cuando ya nos encontrábamos cerca les lancé una sonrisa y ellas despavoridas soltaron el cartel y se me tiraron encima llenándome de picos, abrazos y por supuesto el más sentido pésame. Minutos después del recibimiento, me hubiera gustado ir a la que había sido mi casa, descargar las maletas, dormir

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un poco y luego prepararme para ir al cementerio, pero Juliana y Paola me convencieron de no hacerlo, me invitaron a que me quedara en su apartamento al menos un día y así, cumplíamos el sueño adolescente de vivir las tres juntas. Honestamente, la idea no me

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convencía mucho. Sin embargo, estaba tan cansada que lo más probable era que me quedara dormida y se me pasara por alto el entierro. Pero no, no soy desalmada y la muerte de mis papás sí me entristece, es sólo que ocurrió en un momento tan inoportuno que no pude evitar sentirme molesta. Cuando llegamos a la casa de mis amigas, todo pasó como me lo esperaba, casi que al instante empezaron a bombardearme con preguntas sobre mi vida amorosa, porque claro, ellas creían que yo iba a llegar con un rubio alto de ojos azules que no hablara español, para que me consolara en mi papel de nueva huérfana, pero al ver que no materialicé su ideal de mujer que se va al extranjero y vuelve con hombre debajo del brazo, se sintieron en la obligación de preguntar y preguntar hasta que se dieron cuenta en qué había fallado. Creo que llegaron a pensar que no me gustaban los hombres, lo cual, en ese momento de la conversación no era tan importante, pues ya era tiempo de salir para el cementerio, al fin mis padres me salvaban de algo. Una vez en el cementerio y en coherencia con la buena educación que mis papás me habían dado, me porté a la altura: me persigné correctamente, hice todas las oraciones, y el llanto me interrumpió justo en el momento más conmovedor del discurso que había escrito en honor a los difuntos. Cuando se acabó el entierro me fui rápido para que Paola y Juliana no me hicieran volver a su apartamento. Decidí ir a la casa de mis papás y visitar el que había sido mi cuarto para comprobar si seguía estando como lo dejé, así como pasa en las películas cuando un hijo pródigo vuelve a casa. Y sí, la casa seguía como la recordaba, el mismo color de las paredes, las mismas materas

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con las mismas flores. Las fotos de todos mis logros infantiles en la misma repisa que estaba al lado de la puerta principal para que todo aquel que entrara en esa casa reconociera que yo era el orgullo de la familia. En ese momento, no se por qué, recordé a mi hermano. Me sentí identificada con él porque los dos habíamos fracasado, él por nacer muerto y yo por vivir sin ganas. Fue entonces cuando me di cuenta que ni aquí ni a diez horas de vuelo estaba lo que buscaba, simplemente porque no buscaba nada. Sin embargo, tenía la impresión de que tal vez mi hermano me entendía, que si iba a su encuentro, al menos por una vez, yo iba a tener una charla amena con alguien. Y en vista de que nada me ataba, eso hice.

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CHRISTIAN ZULUAGA Medellín, 1991. Estudiante de Ciencias Políticas

de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín

Aquellos: los demás

Setenta y siete veces. Tal vez menos. Pero en ese mes siempre se le veía haciendo lo mismo: leía el libro... luego lo rasgaba. Era la suficiente cotidianidad. A pesar de los sueños se encerraba en su habitación a dejar que pasaran los días y aporrearan lentamente: refugio encontrado para huir de sí mismo. Los medios informativos no importaban: que la pobreza producía mucho atraco, que el peligro de aquella enfermedad, que la corrupción seguía caminando sobre nuestras cabezas y que nadie responde por los daños, que el poder, que las armas…risas, risas, risas… En esos días, en medio de hojas rasgadas, recordó por un momento cuánto había afrentado a su cuerpo. No le dio mucha importancia, en todo caso eran suyas las cicatrices. Con su cuerpo había enfrentado las luchas. Era su propia memoria. Alguien golpeó su puerta. “¿Quién puede acompañarme esta noche?”, se preguntó. Hasta no tener respuesta no se levantó de la cama: no era nadie, era su mente, era su propia alucinación. En esos días, también se atrevió. Salió de la

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habitación y una afanada mujer que cruzó la calle se topó con sus lamentos: “si tuviera un espacio en ustedes reescribiría hasta mi propia vida. Si me dejaran, por lo menos, expresar aquello que me oprime. Si ustedes trataran de unir de nuevo las hojas que he roto de tanto libro...” “Qué tal este loco” susurró la mujer. Él. Así a secas. Sin nombre…Desconocido habitar.

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Pensamiento sin forma

Yo no quisiera que una sola cosa determine mi vida. Tampoco dos. No quisiera que nada determine mi vida. Quizá, que enormes espantapájaros de amor se postren en los linderos de mis angustias y emitan su falso atractivo a toda sospecha de caricias amables, palabras bellas, historias memorables… Que espanten pájaros que se acerquen a pronunciar, por ejemplo: dulce, cielo, vida, entrega, fidelidad. ¡Todas esas expresiones grotescas en que vive hoy el amor, me repugnan!; como quien en su cordura y en su manera docta de ser, no soporta arrebatos modernos o contemporáneos, o de hoy, o de moda, o no sé. Prefiero que triunfe el individuo, el soliloquio y el egoísmo. Yo no sé si es la crítica, o mejor, no sé si es el pesimismo lo que determina mi vida. A lo mejor me desagrada el amorío, lo coherente, el venturoso trasegar. Pero solo hay algo que sí soporto, no lo puedo ocultar: nada me identifica y ningún concepto me define. ¡Curioso! Sintácticamente también soy polimorfo.

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Marineros

Marineros fueron quienes naufragaron en sus angustias

Marineros y marineros caminan por el mar de la ciudad

¡Si es que caminan! ¡Si es que hay ciudad!

Marineros se me aparecieron y si me enseñaron lo he olvidado

De noche, solo de noche, ¡malditos!

¿Por qué naufragando de noche?

Solo yo puedo surcar mis aguas de noche,

La presencia de ustedes me destruye, me ahoga.

Marineros insensatos, aléjense y ocúltense en su dolor

Que yo quiero soledad para navegar en el mío.

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De cómo caminar…

Si por si acaso otro día camina No esquive su forma de caminar. Entienda en su desgracia Que nunca ese caminado le va a mejorar.No oculte con ademanes, No oprima el gesto, no oprima el mirar. No se rehúse al nuevo pasoNo modifique su andar.

¡Camine como ha caminado!Esa es su forma, así debe trasegar. Si el paso está dudoso y lo van a cuestionar¡No le importe imperfecto! Siga ese caminar.Un día estaba la señora insegura“¿Voy al norte o voy al sur?”¡Qué gansada eso, señora!Cuidado se pierde…¡Cuidado que no hay luz!

Me disculpo por las veces que gocé con su caminarUsted subía y bajaba con el miedo a errar.Lo que pasa es que no resisto burlarA quien certeza espera al caminar.

¡Que fui muy restrictivo! ¡Que te impedí el libre andar!¿Por qué cuestionas mi camino?Lo digo por si acaso quiere caminar.

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El hombre y sus cántaros

En una ocasión cántaros pesadosNo había rastro de dónde provenían sus aguas¿Y dos? ¿Y tres? ¿Y diez? ¿Y mil?¿Cuántos pedazos de agua combinados?

En una ocasión cántaros livianosEl agua y su misterio se vaciaba sigilosamente¿Y dos? ¿Y tres? ¿Y diez? ¿Y mil?¿Cuántos de los mismos pedazos se sustraían de sus vasijas?

En una ocasión cántaros establesEl nivel suficiente de una y otra agua Y dos y tres y diez y milAguas y aguas de cántaros y cántaros.

El hombre los llevaba, se reflejabaIr y venir y ver a otros cántarosIr y venir y ver a otros hombresFormas y formas: distintos los cántaros de otros hombres.

No tuvo ningún cántaro de agua clara.Sucios, grisáceos, tímidos y deleznablesPerdía un cántaro…otros llegabanEra su vida, eran sus cántaros.

Cántaros contradictorios: ¡Si fuera agua dulce nada más!Y entre uno y otro cántaro agua indistinguible,Agua del reflejo trasegar Eran los cántaros su vida…era la vida el agua combinar.

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MARIANA DÍAZMedellín,1991. Estudiante de Diseño Gráfico

de la Universidad Pontificia Bolivariana

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Soñar Despierto

Todos los días, al frente de la iglesia en el parque de Envigado, se realiza un evento silencioso que no necesita una tarjeta de invitación o una hora de asistencia. Especialmente en las mañanas, un grupo de personas, por lo común ancianos, se sienta en las sillas del parque y alimenta a las palomas, que los rodean esperando por su parte del botín; creo que les hace sentir bien el poder sostener a alguien o que todavía alguien los necesite, aunque sea una paloma. Otras veces solo se quedan quietos como adentrándose en la nada y volviendo al pasado. Esa tarde, un hombre ya maduro pero todavía joven pasaba por el parque. Su mente divagaba mientras su cuerpo se movía en automático sin prestarle mucha atención a lo que lo rodeaba, las palomas se alejaban cada vez que daba un paso, abriéndole camino entre ellas; pero hubo una que no se movió, el hombre la miró, se paró un segundo y como su cuerpo estaba en automático, en un simple impulso pateó la paloma que voló por los aires. Y antes de que se hubiera dado cuenta de lo que acababa de hacer, lo rodearon los ancianos que alimentaban a las palomas, y sin una sola palabra, lo comenzaron a golpear con sus bastones. Las ancianas, que eran más sensibles, lo atacaban con sus bolsitos. Y lo único que podía hacer el hombre era taparse y tratar de abrirse camino entre ellos, huyendo de la vejez.

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JAIRO RUIZMedellín, 1995. Estudiante de onceavo grado

del Instituto San Judas Tadeo

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El demonio temido

Me encontré en un cuarto blanco, había una mesa, la cama donde acabo de despertar y un baño metálico, al cabo de un tiempo entra un hombre negro vestido de blanco, de su cuello colgaba un estetoscopio que parecía ahorcarle, me trae un pequeño plato de comida; el extraño visitante deja la puerta entreabierta, al salir solo encuentro un largo pasillo, en el que hay alineadas algunas habitaciones con puertas entornadas, camino hasta encontrar la puerta al final del pasillo, dentro de las habitaciones se podía ver hombres cabizbajos, con una expresión marchita en sus rostros, perdidos en la soledad de su encierro; al final descubro una gran puerta blanca, al abrirla veo que mas allá hay otro pasillo idéntico, camino y todo se repite de la misma manera una y otra vez, ¡El tiempo lentamente se deforma, el aire se torna árido, el pasillo se convierte en un horno, los objetos empiezan a tomar formas grotescas, el blanco se convierte en carmesí, el camino se hace mas profundo y la puerta lentamente se aleja de mi! Pero aun peor que las mudanzas del exterior, eran los cambios en mi naturaleza, todos los esfuerzos para detener el derrumbe de mi exterior y la disolución de mi yo parecían infructuosos, el demonio se había apoderado de mi, me convertí en otro habitante más de este lugar; de repente cae un dado de mi bolsillo, ya ha pasado un minuto y no deja de rodar.

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MABEL GÓMEZMedellín, 1994

Encuentro

Hace algunos años iba de camino al centro a comprar un vestido aceptable para una fiesta a la cual no deseaba ir. Como siempre, las calles estaban abarrotadas de gente, a la cual evadía sutilmente mientras caminaba, pero en una de esas veces fallé, choqué con alguien y caí al piso, esa persona extendió su mano para ayudarme a levantar, era un chico de apariencia muy normal, tanto que ya ni siquiera recuerdo cómo era; al tomar su mano, entonces lo supe, él era yo, tranquilamente me levanté y lo miré a los ojos, noté que él también sabía que yo era él, me llenaron un montón de sentimientos que jamás había sentido y jamás he vuelto a sentir, permanecimos unos pocos segundos mirándonos fijamente; al reaccionar, nos soltamos, pusimos unas pequeñas sonrisas de complicidad y cada uno siguió su camino.

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El hombre ante el espejo

Nunca me ha gustado lo que veo cuando me paro frente al espejo, me duele ver a ese miserable hombre que todos los días tiene que besar los pies de sus superiores, que tiene 5 hipotecas, que vive en un patético intento de apartamento, ese hombre que por mucho que lo haya intentado nunca logró encontrar un pasatiempo, un hombre de aspecto sombrío, de ojos vacíos y piel seca; pero esta mañana cuando te vi a los ojos, noté que el hombre que tu ves, no es el del espejo, es un hombre con sueños, futuro y esperanza, de mirada jovial e inquisidora, un hombre guapo, esbelto, inteligente y sobre todo, muy capaz. Al saber que nuestras opiniones de mí eran tan distintas, me llené de miedo, porque estoy seguro que jamás seré aquel hombre, así que por favor, no me odies y perdóname. Adiós.

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Final feliz

Siempre fui considerado una persona solitaria, ya fueran mis padres, familiares o personas que medio trataron conmigo; pero nunca lo fui, siempre estuve acompañado de una infinidad de fantásticas, encantadoras, dolorosas, felices, trágicas y muchas más historias que veía en películas, animes, libros y sueños; ellas me trajeron un sinfín de emociones que probablemente otros no han sentido y tal vez jamás sentirán, puedo asegurar que conozco el verdadero amor como conozco el verdadero odio, ya sea hacia

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algo o hacia alguien, no tiene importancia. Pero llegó un momento donde empecé a sentirme un poco vacío, ya que mis fieles compañeras siempre tienen un fin; por eso me sumergí en un sueño que jamás terminará, aunque nunca podré volver atrás... hum… bueno… no soy tan idiota como para hacerlo, aún si pudiera.

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Una pequeña historia de amor

Mi padre es una de esas personas que la gente denomina como abusador y vividor, seguramente tienen razón, ya que es un alcohólico y un jugador que nunca ha trabajado. Cuando agotó toda la herencia que mis abuelos habían dejado, siguió viviendo a costa de mi madre, a la cual violó y golpeó innumerables veces; esto terminó, cuando ella, después de muchos intentos, logró escapar dejándonos a mi padre y a mí, solos. Después de esto dejé la escuela y empecé a trabajar, tuve varios empleos a la vez. Mantener a mi padre exigía una buena suma de dinero; siempre me enorgullecí de mi habilidad para ocultar las heridas, era tan bueno que nunca nadie notó los enormes moretones de mi cara. Una excéntrica mujer me contrató como maquilladora, como esto me daba mucho más dinero, pude dejar los otros empleos y retomar mis estudios. Al graduarme ya era considerado uno de los mejores, por supuesto, mi salario también había crecido, gracias a eso pude comprar una gran casa para mi padre y un buen seguro que pudiera darle una buena vida en caso de que me ocurriera algo. Ahora tengo una novia, estamos viviendo juntos en un pequeño apartamento

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a unas cuadras de la casa de mi padre, decidí que era mejor si él y mi novia no se conocían, eso me ahorra muchos problemas; visito a mi padre todos los días para darle dinero y dejar que descargue su ira en mí, porque, aunque no lo crean, amo a mi padre, lo amo más que a nada en este mundo, más que a mi novia, a Dios o a mí mismo, les puedo asegurar que felizmente renunciaría a todo lo que he logrado en la vida, mataría y moriría por cumplir uno de sus caprichos; él lo es todo para mí, y aunque sé que él siempre me ha visto como una herramienta que cuando deje de ser útil solo tiene que desechar, mi devoción por él no hace más que crecer. Siempre me pregunté inútilmente por qué no puedo odiarlo, o por lo menos dejar de amarlo, por qué soy tan feliz al darle grandes sumas de dinero solo para después recibir una paliza, pero no se formen una idea equivocada, no soy masoquista, es más, odio el dolor, odio a las personas que no son capaces de vivir por sí mismas, a las abusivas y groseras, a los alcohólicos, drogadictos, corruptos, criminales, violadores; en resumen, odio cualquier cosa que pueda quitarle belleza a este mundo; estoy muy consciente de que mi padre cumple casi todas las características que aborrezco, pero aún así, él solo me produce un respeto y devoción tal que solo podría compararse con la fe que todos los humanos juntos le tienen a Dios; amo a mi padre, y sin importar lo que ustedes digan, mi amor por él solo está destinado a crecer cada vez más.

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Un Héroe

Ah… que aburrido, aquí no hay nada para hacer, espera… para empezar ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué estoy rodeado de un montón de viejos que

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supuestamente son como yo? Saben, solo porque también soy viejo no significa que sea como ellos, yo no me paso el día quejándome de todo y esperando que venga la enfermera para mirarle el trasero, ni hago fiesta cuando se le logra ver el escote al acomodar las cobijas; no, yo soy mejor que ellos, yo no me conformo con una simple papilla y una visita al mes con una sonrisa fingida; yo aspiro a ser aclamado y querido por todos, siempre comer los mejores manjares, donde todos los días sean entretenidos y vivir experiencias nuevas y emocionantes, la gente lloraría de alegría con solo tomarlos de la mano o besar a sus bebés, pagarían millones por tener el privilegio de hospedarme unos cuantos días y mi basura sería subastada para la caridad, mi familia estaría muy orgullosa, vivirían hablando de lo grandioso que es ser mi familia, serían la envidia de todos. Pero el problema es ¿cómo puedo lograrlo?, ¿qué tengo que ser para alcanzar tal estatus? ¡Ah! Ya sé, voy a volverme Papa, ah no, espera, eso toma mucho tiempo y hay que ser muy astuto y malicioso, mm… no sé… tal vez uno de esos ídolos musicales, na… no me gusta cantar, tal vez presidente, mm… no, tampoco, no sirvo para ser corrupto, tal vez un héroe… ¡sí! Eso es, un héroe, pero no cualquier héroe de esos que simplemente salvan a una anciana de ser arrollada por un auto y mucho menos uno de esos a los que les dan medallas por haber matado a un montón de gente en nombre de su patria, no, necesito ser algo más grande, necesito ser un ¡súper héroe! si, jajá… es perfecto, solo necesito buscar un gran barril de desechos tóxicos y luego desviar unos cuantos misiles, destruir algunos meteoritos, atrapar uno que otro terrorista, detener un avión en caída libre y volar por todo el mundo dejando que la gente me admire y

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fotografíe con mi encantadora sonrisa, jajá… si… es el plan perfecto, bueno, a ponerse en ello, ¡ah! No, espera, ahí traen la comida y justo es mi enfermera favorita que tiene esas piernas que están de infarto, ¡espera! Es… ¡sí! Woooow…. ¡toma!, gelatina, es justo lo que necesitaba para este jodido dolor de espalda, ja… adoro vivir aquí.

***

¿Quién es?

Suena el timbre

–¿Quién será?

–¿Qué cosa?

–El que tocó el timbre.

–Nadie tocó el timbre.

–Pero sonó el timbre.

–No ha sonado el timbre.

–Vale.

Suena de nuevo el timbre.

– Ves, ahí está.

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–¿Qué cosa?

–El timbre.

–No ha sonado el timbre.

–Pero lo escuché.

–Nadie ha tocado el timbre.

–¿Seguro?

–¡Si!

Vuelve a sonar el timbre.–Ya basta, voy a abrir.

–Como quieras.

–…Qué raro….

–¿Y?

–No había nadie.

–Ves, nadie había tocado el timbre.

–…Si….

Suena el timbre.

–…

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Suficiente

Era un perfecto día para salir a caminar, el cielo estaba nublado pero no llovía, había buena iluminación y un viento frio llenaba mis pulmones con cada respiración; todo mi cuerpo gritaba desesperado que debía dejar ese eterno reposo que he llevado desde mi niñez a causa de mi enfermedad. Debía salir de casa y poder llenar todo mi ser. Tomé mi silla de ruedas y salí sin ser notada, necesitaba olvidarme de todo, correr riesgos, necesitaba ser libre. Fui tan rápido como pude pero no era suficiente, así que tiré la silla de ruedas y empecé a correr torpe y lentamente, pero cada vez iba ganando más velocidad, más destreza y mucha más desesperación, mi cuerpo no dejaba de gritar, necesitaba más, ser más ligera, más audaz, ir mucho más rápido; sin dejar de correr empecé a deshacerme de lo innecesario, primero fue mi suéter, luego mis zapatos, desaté mi cabello, desgarré mis ropas hasta no quedar nada, pero no era suficiente, después de mucho correr llegué a un enorme risco, sin pensarlo, salté, y, por fin, fue suficiente.

***

Tengo un gran empleo

Tengo un gran empleo, no sé cómo lo obtuve ni sé hace cuanto que lo ejerzo, es más, ni siquiera sé quién soy aunque tengo una vaga idea… como sea, mi cargo me proporciona inmortalidad, sabiduría y poder, mucho poder, mmm… creo que se podría resumir en

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que soy un ser omnipotente. En algún momento de todo este tiempo que he ejercido este trabajo me di cuenta de lo divertido que son los humanos, todos con particularidades que los hacen únicos y distintos al resto, he analizado a cada uno de ellos muy minuciosa y detalladamente, pero son tan pocas las personas y sucesos que me han parecido verdaderamente interesantes, que escasamente hay tantos como dedos en mis manos, y creo que debería agregar para esas personas que siempre buscan otras alternativas, que tengo unas perfectas manos de cinco dedos cada una. Cuando encuentro a un posible buen entretenimiento, solo tengo que darle un pequeño empujoncito, ya sea hacer que muera un ser querido, que tenga una vida llena de desgracias o simplemente darle el poder que tanto deseaba, y voilà, obtengo algo divertido con lo que pasar el rato, aunque a veces se convierte en enorme fracaso. Me avergüenza un poco admitirlo ya que es algo egocéntrico, que me fascina cuando matan a otros en mi nombre, la mayoría de las veces fue esa tal iglesia que anda alabándome, aunque nunca he entendido el por qué, eso no sirve para nada y nunca lo hará, personalmente creo que deberían ocupar mejor su tiempo. ¡Ah¡ Eso me recordó una de mis favoritas; je… era una chica que aseguraba que yo le hablaba y fue lo suficientemente astuta como para pasar todas las pruebas que le pusieron y así logró que todos la siguieran y obedecieran fielmente, pero cometió un error de cálculo y terminó siendo quemada, aunque tiempo después de haber muerto inútilmente, la nombraron santa, digo, no tiene lógica, ya estaba muerta, no es como si existiera ese cielo en el que ellos creen; ésta es mejor, también era una mujer, aseguraba

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que había concebido a mi hijo, es gracioso el pensar que haya una mujer en todo el universo que tenga la fuerza y la capacidad como para engendrar un ser con tanto poder, pero bueno, continuando con la historia, este niño creció y con ciertos trucos (que por cierto eran muy revolucionarios para la época) logró tener fieles seguidores pero también poderosos enemigos, lo cual lo llevó a ser crucificado, si les interesa, creo que es una muerte hermosamente cruel; después de eso sus seguidores escribieron un montón de cosas bastante creativas, diría yo, las cuales comenzaron a tener gran influencia, al punto que en la actualidad hay un gran número de personas que alaban a mi supuesto hijo. No creo que los humanos piensen de manera lógica, ya que si hubiera sido cierto que mataron a mi hijo, hace bastante rato que habría exterminado a la humanidad, no sé, por más que me esfuerce nunca he logrado comprender las acciones y pensamientos de los humanos, pero bueno, si lo hiciera, no sería tan divertido.

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MANUEL IGNACIO RESTREPOMedellín, 1995. Estudiante de grado onceavo

del Instituto Jorge Robledo

El farolero de Londres

Sir Timothy Kendrick vivía junto a su esposa y su única y muy amada hija en las tierras de sus nobles antepasados, que cultivaban para vivir. Lord Kendrick era un hombre educado y sentía que el campo lo cohibía; los impuestos que el rey imponía eran una carga imposible de llevar para el empobrecido noble. Cierto día llegó al hogar Kendrick un viejo amigo del Lord, trayéndole importantes noticias. –En Londres los parlamentarios se han rebelado ante Carlos I. Han formado un ejército y expulsado al rey hacia el norte donde él también reúne sus fuerzas– decía el recién llegado. –Ya era hora. Ese tirano ha destrozado al país y ahorca al pueblo con sus malditos caprichos– exclamó Kendrick. –Cuidado, el rey es muy poderoso. Elija bien su bando Sir Kendrick. Le ruego deje sus principios atrás, piense en su futuro y en el de su familia– replicó el sujeto con la cabeza gacha. –Pero cómo me dice eso señor, usted sabe también como yo que Carlos I no merece ser rey, al casarse con una católica irrespetó a su pueblo.

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–Sí así lo piensa…el Conde de Essex reúne a su ejército cerca de aquí, en Edgehill. Adiós mi amigo y por favor, cuídese– dijo el hombre colgándose la capa y retirándose preocupado. Sir Timothy se quedó pensativo. Había tomado una decisión. A la mañana siguiente, después de despedirse de su familia, ensilló su caballo y emprendió el camino para unirse al ejército parlamentarista. ¡Había entrado a la Guerra Civil Inglesa! Al finalizar ésta, por su valor y habilidad había conseguido una considerable riqueza, la estima de sus camaradas, pero principalmente enemigos que lo odiarían hasta la muerte. Sin embargo, no tenía de que preocuparse; el poder estaba en manos de los suyos y podía volver a disfrutar su fortuna con su familia, al menos por el momento. Todo cambiaría. Años después Carlos II restableció la monarquía en forma relativamente pacífica. Entonces Kendrick presintió que sus enemigos irían por su cabeza y que para conservarla tendría que escapar. La fortuna se quedó en la tierra y en sobornos; sus compañeros de armas ahora apoyaban a sus perseguidores. Solo le quedaba su familia. Un criado que aún le era fiel le consiguió una casucha en el centro de Londres. Pero tuvo que pagar un alto precio por ésta; su propietario era un panadero llamado Thomas Farrine, al que el noble, ahora sin un penique, se vio obligado a entregarle a su joven y bella hija como esposa. –Prefiero no tenerla, que verla compartiendo nuestro sufrimiento–, se justificaba Sir Kendrick mientras las lágrimas se secaban en su enrojecida cara. Y en efecto sufrían. Pasaban varios días en que

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él y su esposa no probaban bocado, para completar su tragedia él no podía salir a trabajar pues temía ser reconocido. Pero en muestra de solemne fidelidad, aquel que una vez le sirvió y que ahora era tal vez su único amigo, le ayudó de nuevo encontrándole un trabajo seguro, que el inocente Lord Kendrick consideró perfecto. La mañana anterior a su primera jornada declaraba con voz firme, y en tono poético: –Hacedor de estrellas he de ser llamado, en la paz del manto de la noche seré portador de luz y ya verás mujer, que lo honorable y trabajoso que me será conseguir el pan, le dará a éste el mejor sabor que hayamos probado–. Y así siguió hasta el atardecer. Entonces, llegada la hora se colgó la capa y una botella con una mezcla de aceites, y asiendo una larga vara que terminaba en mecha, salió a su primera noche como farolero de Londres. Solo Dios sabe que tan horribles cosas vio este hombre; cuando llegó a su hogar, tenía la mirada tan perdida como el habla; el rostro como un fantasma y sus manos temblaban mientras cargaban algunas monedas. Sin importar cuánto intentara su esposa volverlo a la vida, aquella entidad dejó de ser humana. Nunca más le oyó pronunciar palabra alguna. Solo dormía desde el amanecer hasta pocas horas antes de la caída del sol; comía lo que su mujer preparara y salía a su triste ocupación. Las imágenes que recorría su mente le habían hecho olvidar incluso las sangrientas batallas de otros tiempos. Con su luz alumbraba a los que morían de frío, viendo el resplandor de las chimeneas por las ventanas de las casas de los ricos;

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cuerpos moribundos abandonados para que la peste terminara de consumirlos; otros tirados entre sangre y heces; presenció todo tipo de asesinatos. Pero lo que más lo afectaba era pasar por Pudding Lane y oír los gritos del bastardo de su yerno, a su sollozante hija y la impotencia de no poder detenerlo, pues Farriner podía entregarlos al rey. Todo se reunía en su cabeza, matando poco a poco su alma. Así día tras día y noche tras noche. La oscura pero calurosa noche del domingo 2 de septiembre de 1666, mientras caminaba hacia la casa de su martirio para encender el farol que había enfrente, escuchó un sollozo que iba aumentando a medida que se acercaba. “Otro lastimero pecador, presa de esta maldición que es la peste” pensó, dándole poca importancia. Pero cuando estaba a punto de unir la mecha de su antorcha con el pabilo del farol, sintió que algo se aferraba a su tobillo mientras el sollozo se convertía en un gemido incomprensible. Asustado, movió la antorcha y halló a su hija deformada por bultos negros en su cuerpo semidesnudo, solo la reconoció por aquellos ojos que años antes vio abrirse por primera vez, y que ahora le miraban mientras jadeaba y lloraba. Soltó la antorcha, se lanzó al piso y la abrazó, sintiendo como se debilitaba su respiración. Después que expiró en sus brazos, al momento recogió la antorcha, se dirigió con paso torpe en dirección a un establo en esa misma calle y volvió cargado de madera y paja, con las que levantó una especie de lecho donde acomodó el cuerpo de su hija, le cerró los ojos y dejando a su lado un espacio, siguió su camino hasta llegar a su hogar, poniendo la

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antorcha junto a la puerta. Entró y recogió cuantos frascos de aceite encontró, fue a su habitación y besó a su esposa en la frente derramando un poco del líquido en la cama. Regresó al callejón con la antorcha encendida y los frascos de mezcla aceitosa. Los roció sobre la paja, dejando uno que lanzó sobre sí mismo; tomó la antorcha y mientras decía las siguientes palabras, dio inicio a una de las peores catástrofes de la capital de Inglaterra. –La ira alimenta los sueños de pureza, paz y libertad, el fuego los realiza. La peste, el pecado y la monarquía han infestado a Londres. Te purificaré de tus males Inglaterra, el viento se llevará las cenizas y el Támesis los recuerdos. Y Londres se vistió de fuego.

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ROSA BALLESTEROSMedellín, 1992. Estudiante de Sociología

de la Universidad de Antioquia

Niñez

Cuando era la cosecha de mangos donde mis abuelos, los árboles se llenaban de niños que andaban como micos de rama en rama, buscando el mango más maduro; yo peleaba con ellos porque, aunque había mucho para elegir, siempre quería lo que ellos tenían; los palos en esos tiempos eran muy felices, llenos de niños riendo, gritando y peleando. El árbol más triste era el que no había dado frutos en esa cosecha, pero a veces se reía con los niños que se paseaban para alcanzar una fruta en un árbol cercano. Después de un tiempo la cosecha llegaba a su fin y ya no había niños con quienes reír o pelear, solo quedaban unas cuantas frutas podridas en el suelo. Ahora, 10 años más tarde, no tengo más mangos que los que puedo comprar pasando por una transitada calle, las peleas son conmigo misma y las risas con los recuerdos, ahora soy un árbol sin frutas y muchas otras veces solo el final de la cosecha, con los rastros de lo que una vez fue bello pudriéndose a mis pies.

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Abuelo

Toda la vida luchando, madrugando, comiendo arroz frío, trabajando bajo el sol, arriando vacas, sembrando maíz, arroz, yuca y todas las frutas que se te atravesaron por la mente. Le entregaste tu vida a la tierra. Hoy, después de 77 años de mala vida, de pobreza y de grandes esperanzas, te das cuenta que tienes lo mismo que cuando empezaste y unos cuantos hijos que te juzgan porque no los hiciste presidentes; ahora estás viejo y triste, ahora cortas todos los palos, completamente todos, quieres quemar la tierra y quemarte en ella, no lloras porque has entendido que no tiene sentido; ¡ay querido abuelo de mi infancia, de mi todo! Cuánto has entregado a esta vida que te mira con desprecio.

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Amante desconocida

Cuando me miras de esa forma tan particular siento que todo vale la pena, pero luego recuerdo que quizá así también la miras a ella y el mundo se me cae; cuando te veo así tan perfecto y me invento nuestro amor de una forma inigualable, pienso que también ella te inventa en sus sueños y una vez más el mundo se me cae, y cuando me tocas creo que a ella también la tocas con ese mismo fervor, entonces ya no son tus manos, son las de ella, no son tus besos, son los suyos grabados en tus labios; entonces pienso que las dos nos amamos sin saberlo, que unimos nuestras vidas

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sin ser conscientes, que tenemos el olor de ambas grabado en el cuerpo y pensamos que es el tuyo, pero vos no sos más que el resultado de nosotras; mientras tanto la amo a ella y aparento amarte a ti, y ella me besa sin saberlo. Solo espero conocer un día más que su nombre, más que la leve sospecha de que es ella quien está contigo cuando yo te anhelo, o más bien la anhelo, espero un día ver el rostro de esos labios que he besado tanto tiempo.

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Preconceptos

Hace mucho tiempo que no soy yo, me dejé atrapar por esa masa horrible que lo envuelve todo, me volví juiciosa, me volví de este mundo y dejé de ser mía para ser de todos, dejé de tener el pelo de colores y de pintarme todo a mi manera, me tapé las piernas y las tetas; me entregué a los libros, a los que me gustaban y a los que me aburrían, pero debía amar porque así lo dicen, me inventé a mi misma en el reflejo de lo aceptado, fui a la iglesia y creí, fui comunista, luché y me apasioné, fui capitalista y también hice lo mismo, todo, todo lo que la vida me ha pedido. Cuando me dijeron: “dedícate a estudiar que tienes el resto de la vida para acostarte con hombres”, también lo creí. Lo que no sabía era que luego estaría así de gorda y solo los ancianos impotentes voltearían a mirarme, lo que no sabía era que estaría sentada en un escritorio con la cara tapada por papeles aburridos, lo que no sabía era de esta celulitis, de estas piernas aguadas, las estrías

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en mis tetas, la exigencia de pelo negro en la hoja de vida, este matarte para sobrevivir. ¿Por qué no vi que esto pasaría?, ¿por qué tenía que hacerle caso a los que me dijeron que viviera después y que trabajara mucho, que me encerrara, que me frustrara, que sobreviviera? Ni madre soltera pude ser, ni puta en la boca de todos, ni borracha, ni nada; me jubilé a los quince cuando me dijeron lo que sería mejor para mí, y la mayor parte del tiempo, con este pensamiento que me ha tomado veinticinco años construir, estoy de acuerdo, y pienso

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que no sería nadie de haber seguido con aquellas amigas monas que competían por ver quién besaba más hombres en un mes, que no sería nadie si me hubiera tomado esa cerveza en lugar de ir a la iglesia aquel domingo; pienso que soy muy afortunada de tener esa oficina, afortunada de tener este apartamentico, esta camita, esta vidita, estoy complacida, solo que a veces me pongo a pensar que no soy yo sino el resultado de lo que me dijeron que debía ser y me deprimo un poco cada que subo un kilo, cada que me toca quedarme aquí hasta las 10 de la noche porque tengo que presentarle un informe a mi anciano jefe. Pero no puedo cambiar nada, la vida pudo más que la rebeldía de mi remota juventud, solo puedo seguir arrastrándome como todos en la masa hedionda y sucia que da vueltas sin que nadie sepa para donde va y una que otra noche como ésta dejarme tocar por la tristeza. Quizá me rebele un día y vuelva a ser yo, pero esta noche no, debo leer y pensar en las palabras exactas que mi jefe quiere oír para que apruebe con la mirada y me haga sentir una gran profesional, porque de qué se trata ser ganador sino de que los otros sean quienes lo digan aunque uno este nadando en basura. Pero nada de esto importa, debo escribir, esto soy, por eso luché, por eso me sacrifiqué, debo fingir que estoy complacida.

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Aprender a reír

Eres bueno y de un momento a otro, te ves en la necesidad de ser mejor, pero luego entiendes que “lo mejor es enemigo de lo bueno” y debes seguir adelante, callar y llorar, llorar donde haya poca luz, sin hacer mucho ruido, para que nadie vea, para que nadie escuche; cuando la luz sea más fuerte y haya quienes escuchen, debes reír y cantar, pues a la vida no le gustan los débiles. Después de un tiempo debes mirar todos tus días como una meta alcanzada, abrazar al enemigo y amar lo odiado, soñar los sueños realizables, desechar lo inalcanzable y si sientes que quieres llorar, no tiene sentido, sigue adelante y finge una sonrisa heroica, recuerda, a la vida no le gustan los débiles. Escribe tu proyecto, lo que serás mañana, cuenta a todos tu destino, consigue la aprobación de tus padres, de tus amigos y de la vida, finge que todo está bien, que quieres estar cinco años en una universidad, que quieres una familia y un horario, que te encanta esta cárcel; recuerda, la vida te vigila, inclemente, no acepta rebeliones, te quiere sonriente y adicto a ella, hazle creer que te tiene. Un día te cansas de fingir sonrisas, y le dices a la vida lo que piensas de ella: que la odias, que tú no la pediste, que tu madre te trajo a ella y luego se fue, que crees que dar vida es el peor de los pecados, que no quieres horario, ni aprobación, que a los nueve años perdiste toda ilusión y fantasía, que perteneces a un oscuro deseo que ruega que todo termine, que tus juegos de infancia fueron fúnebres, que esperabas sentado con lágrimas y sonrisas podridas cansadas de

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fingirse, esperabas que todo fuera nada, que tú fueras nada. Aquellos que quisieron darte felicidad solo han despertado un odio y verdadero asco por la vida. Eres un cadáver emocional, un cuerpo prisionero en este mundo, un alma oscura que ruega que la inmortalidad no sea más que una invención. La vida te mirará inclemente, te levantará a latigazos del piso y te mostrará que el dolor siempre puede ser peor, tomará todas tus ilusiones, las que arrastrándose sobrevivieron en el tiempo y la desgracia, las que oscuras han nacido del dolor, y a todas ellas, la vida las castigará, las azotará, hará que sangren, que lloren, que te odien, es inevitable, pedirás perdón; en ese momento, habrás entendido, realmente entendido, que la vida es tu dueña, que tú no eres nadie, que tus risas son de ella, que tus sueños no existen; entenderás entonces que debes mirarla sonriendo y caminar agradecido. Cuando de verdad entiendas que a la vida no le gustan los débiles, podrás estar solo y pensarás que es mejor, pues nadie te juzgará, pensarás en los motivos por los que tu madre te dejó cuando eras solo un niño y dirás que es mejor, pues eres más fuerte e independiente, verás que todos los que te amaron cuando eras inocente y crédulo no están, se habrán ido para siempre y dirás que no importa, nunca los necesitaste, tienes todo lo que quieres, y cuando veas tus ilusiones ahorcadas, dirás: todo está bien, no eran reales, e ignorarás a tu esperanza cuando agonice y mirarás con los ojos bien abiertos y la cabeza en alto. Por fin, ese día aprenderás a fingir una sonrisa. Cuando el amor esté sepultado seguirás adelante sin vestido luctuoso, y abrazarás al amor

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que la vida ha decidido para ti, cuando la pasión esté ahogada no importará, pues tú gastarás los labios en oraciones vanas, cuando las canciones no se oigan no importará, las sabes de memoria, bailarás al son de los recuerdos, y cuando ese amor que la vida escogió se vaya porque tú no eras lo que él quería, pensarás que está bien pues nunca te importó, seguirás sin amor, solo de la vida, de nada, de nadie, pero todo, todo estará muy bien y tu sonrisa será fuerte y tu mirada clara y cuando las oraciones sean nada, no importará pues sirvieron para desahogarte, en ese momento de verdad, habrás aprendido a fingir una sonrisa, habrás aprendido a vivir. La vida creerá tenerte, pensará que tú no estás fingiendo, en ese momento, sagrado momento, tus ojos brillarán, con más luz que nunca, tu risa será más fuerte y la vida estará confiada y descuidada, apresúrate, ahórcate, tírate al metro, toma un veneno y di adiós: a la vida, a las glorias fingidas y las tragedias permanentes, en ese momento podrás sonreír; por primera vez de verdad, pues estarás diciendo adiós a la vida, a la cárcel, a la tragedia y al mismo tiempo, estarás elevando un sangriento, cálido y dulce, dulce canto a la libertad, a la muerte, a la nada.

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ANDRÉS FERNANDO GIRALDOMedellín, 1989. Estudiante de Filosofía

de la Universidad de Antioquia.

Tres poemas

a

Nuit qui fais tant

implorer l’aube

nuit de grâce

tombe*.

* Noche que tanto haces/implorar el amanecer/noche por favor/llega de una vez.

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1. Epígrafe: “Porque en mí siempre ha habido, entre otros, dos payasos; el que sólo aspira a quedarse donde está y el que imagina que un poco más lejos se encontraría mejor. De modo que, cualquiera que fuese mi conducta, siempre hallaba razones que me asistían. Y cedía por turno a cada uno de aquellos tristes compadres para hacerles comprender su error”. Molloy, pág. 49 2. El poema ‘Nuit qui fais tant’ muestra una de las características centrales de lo que podría llamarse el clima o el talante de la escritura de Beckett: el recurso a situaciones o descripciones manifiestamente humorísticas que, sin embargo, entrañan (dejando a la vista y no embozando tendenciosamente) comprobaciones terribles, difíciles de aceptar, mediante lo cual adquiere el conjunto una significación ambivalente y paradójica. A menudo los personajes del autor aparecen implicados en situaciones ridículas, que no por eso resultan menos asfixiantes; situaciones que se nos presentan humorísticamente y que en virtud de un efecto paradójico de la escritura (que resulta de llevar al límite las posibilidades expresivas de la lengua), son intensificadas. Al rehuir todo gesto solemne, Beckett acude a la parodia y a cuadros hilarantes para decir, sin pretensiones, eso que podría nombrarse (con solemnidad) como el absurdo drama de deambular. El humor vehiculado por circunstancias y descripciones sofocantes, y aderezado por una especie de angustia impersonal (una ‘clarividencia crapulosa’, podría llamársela) redunda en el absurdo. Un absurdo que rehúye, no ya alguna trascendencia redentora, sino incluso cualquier inmanencia. Se trata de un absurdo que no encuentra asiento en ningún drama

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personal en particular (los personajes beckettianos no parecen saber de absurdos), ni menos en algún drama interpersonal; es un absurdo del ‘ningún lugar en especial’ y de la ‘ninguna voz en especial’. (Molloy, por ejemplo, nos describe el proceso de degeneración de su cuerpo; una descripción que a pesar de su carácter terrible no deja de sernos presentada en todo momento de una manera hilarante. Esto da lugar a un absurdo manifiesto, que no es el de nadie en particular, y que no transcurre en ningún lugar en particular: Molloy no tiene conciencia de absurdo alguno y no está en ningún lugar). Para develar el clima de la escritura de Beckett importa reconocer dos elementos: por un lado, el carácter del absurdo, que es producto de la convergencia entre la humorada y la angustia (su efecto disruptivo), y por el otro, la búsqueda de una disolución de cualquier identidad personal y espacial, lo que es decir: de cualquier coordenada interna o externa. El absurdo no es buscado aquí como mera estrategia estilística de una escritura, que bien podría pasarse sin él, sino, por el contrario, el resultado de tensiones insoslayables en la tarea creativa del autor. Por su parte, la llamada ‘búsqueda de disolución’ hace parte de un más amplio proyecto reductivo que cruza la obra de Beckett y que no se reduce a caracterizarla subsidiariamente, sino que es su centro mismo. 3. Si el poema ‘Nuit qui fais tant’ da noticia del mentado clima, habrá de ser posible leerlo a su luz. Pero, en contra de las expectativas así formadas, lo primero que parece advertirse en este poema es justamente una voz personal, la voz de alguien que en

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efecto espera y que eventualmente implora. La ‘espera’ y la ‘imploración’ parecen signos inequívocos de un drama personal, de un yo. Esta presentida persona, voz, debe tomarse sin embargo como una concesión a la posibilidad de la emergencia humorística, una vuelta de tuerca de la escritura del autor que apuntala esa indicada fractura del sentido y que otorga al conjunto la subrayada significación paradójica. La voz que en el poema oímos como personal es, en efecto, un antifaz que emboza la impersonalidad (la ausencia de coordenadas) que signa el poema. Tras la ilusión de la identidad presentida, vemos un implorar que (no) es el de nadie, una espera y un desencanto que (no) son los de nadie. Se trata, más bien, de la absurda constatación de una sucesión igualmente absurda y desmesurada. Una comprobación que, dislocándose, da lugar a una humorada crapulosa, beckettiana. Al asignarles identidad a sus personajes, a sus voces, el autor sólo hace concesiones que posibiliten la humorada. Cuando Beckett deja de hacer concesiones y lleva su escritura a su conclusión necesaria, supuesta en toda su obra, desaparece el humor. Cuando a fuerza de llevar al límite las posibilidades de la lengua, el autor las transgrede, desaparece su clima. Que Beckett prefiera permanecer más acá de las posibilidades de la lengua, lo obliga a una escritura elíptica y paradójica, a un talante como el descrito. Tal el caso con nuestro poema. 4. La advertencia en contra de lecturas solemnes y grandilocuentes de Beckett no es superflua. La propensión a leerlo con temor y temblor debe ser escarnecida por una lectura menos soñadora e interesada. Beckett, puede decirse, no hace concesiones

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nunca en su escritura a dramas lacrimosos. En ‘Nuit qui fais tant’, la angustia que advertimos es una angustia que ‘no se toma en serio’, sino que antes bien se burla y juega a la equivocidad inequívoca; el laconismo y la impersonalidad del poema parecen limitarse a constatar, a sentenciar sin pretensión ninguna. El poema desinfla al tiempo dos globos: el inflado con la Noche y el inflado con la Angustia. Ambos, símbolos hinchados por otras voces, aparecen en el poema desprovistos de cualquier significado especial o solemne. No hay aquí ‘hondura de pensamientos’ ni ‘genio’. Beckett presenta una parodia. La Noche no aparece más que como el objeto de un pedido, que no es en absoluto una súplica y que haríamos mal en tomarnos en serio. Es sólo un estadio de una sucesión que promete no detenerse y que parece ridícula. La Angustia, a su vez, nos parece velada por la parodia y, en ese sentido, apuesta por ‘no tomarse en serio’. En suma, podría leerse: “esperar lo uno para de súbito implorar por lo otro”. Asumir algo así puede dar lugar a la angustia o a la risa franca o a la simple constatación que no toma parte. Beckett parece dejar lugar a las tres opciones, como a los payasos, para hacerles comprender su error.

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b

Rien nul

n’aura été

pour rien

tant été

rien

unl.*

1. Epígrafe: “La voz emite una luz tenue. La obscuridad se aclara mientras aquella suena. Aumenta cuando mengua. Se aclara, cuando recupera su débil potencia máxima. Vuelve a ser intensa, cuando calla. Estás boca arriba en la obscuridad. Si los ojos hubieran estado abiertos, habrían notado un cambio… “Otro detalle es el tono monótono. Sin vida. El mismo tono monótono todas las veces... Fuiste una vez. Nunca fuiste. ¿Fuiste alguna vez? Oh, ¡no haber sido nunca! Sé de nuevo el mismo tono monótono”. Compañía. 2. En el poema ‘Rien nul’ tiene lugar, de acuerdo con una expresión usada antes, una ‘transgresión de las posibilidades expresivas de la lengua’. Beckett no hace aquí ‘concesiones’ y lleva a cabo la destrucción de cualquier coordenada, de cualquier identidad; no es aquí ya siquiera concebible un afuera o un adentro, no hay tampoco un drama ni alusiones a personalidad alguna. En suma, la lengua se disloca renunciando

* Nada nadie/habrá sido/para nada/tanto sido/nada/nadie.

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a la posibilidad de cualquier referencia y se refugia en la alusión (la mayoría de las veces elusiva) como posibilidad de inteligibilidad. Se da así la conclusión necesaria de la vocación de su escritura. Desaparece la significación propiamente dicha y halla lugar la voz, que debe entenderse como un ruido antes que como un mensaje o el vehículo del sentido. La lengua deja de remitir fuera de sí misma y se convierte en discurrir desarticulado y desmedido. Es la voz que retumba en ningún lugar en especial y que, no siendo la voz de nadie, no conlleva ningún decir, ninguna intención. El poema, en esa medida, rechaza la pretensión de una lectura inequívoca, positiva. La transgresión del sentido y la desaparición de las identidades obliga a una lectura que trascienda ella misma tales límites e intente ‘seguir la pista’ de las voces, reconocer las posibles alusiones y efectuar lances adivinatorios cuyo único criterio, no ya de corrección sino de aceptabilidad, habrá de ser su ‘efectividad hermenéutica’, la posibilidad de sugerir interpretaciones que asignen sentido a lo que parece rehuir cualquiera. 3. Tres lecturas aparecen como posibles según lo anterior, cada una más convincente que la anterior para el intérprete: según la primera, nos la vemos con un poema ‘edificante’, según la segunda, con un poema absurdo, según la última, con una parodia. Las dos primeras dependen especialmente de la lectura que se haga del primer verso. De acuerdo con la ‘lectura edificante’, los dos nombres que lo conforman cumplen funciones del todo distintas en la sintaxis del poema: en tanto que nul habría de ser el sujeto, rien constituiría un complemento directo; nul es el sujeto gramatical de quien se predica que ‘no habrá sido

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nada para nada’. Esto es, el haber sido, el tanto haber sido nada de nadie, no será un haber sido para nada (en balde, inútilmente). Nadie es aquí tanto como ‘ningún alguien en especial’ y Nada es un predicado negativo. Por tanto, el mensaje que el poema vehicula sería una simpleza como la siguiente: todo haber sido, tanto haber sido, tiene un valor que es irreductible a la vanidad del ‘en balde’, del ‘para nada’. Según la lectura del absurdo, el poema es el intento de decir, forzando las palabras hasta el absurdo, lo indecible. La contraposición entre el ser y la nada, entre alguien y nadie, su cruce en varios tiempos (habrá sido, tanto ha sido), termina por hacer girar la escritura en el vacío. El que nadie sea nada supone que la ‘ausencia personal’ sea sujeto de la ‘ausencia impersonal’, que la ‘negación abstracta’ se superponga sobre la negación concreta; nadie es aquí una persona (personne) en virtud de la nada, que constituye su atributo privativo. El absurdo resultante es, no obstante, de otro tipo respecto del absurdo descrito en relación con el poema inicial: si aquel era el producto del cruce entre la angustia y la humorada (un absurdo concreto), éste es efecto de una transgresión formal, de un ir más allá de los límites del sentido tratando de enunciar no se sabe qué ilusión (un absurdo abstracto). Por último, parece que este poema puede leerse como una parodia (una jugarreta polémica); concretamente, de las letanías de los que leen con temor y temblor, esperando escuchar mensajes sobre el ser y el sentido de las cosas. En este sentido, Beckett transgrediría los límites, no para ser coherente con su escritura misma sino con ánimo de burla, de mofa

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Apenas consiguió dar/el último paso el pie/descansa para esperar/tal como dicta la norma/que el otro lo haga tam-bién/tal como dicta la norma/y otra vez hacia delante/así cargar con el peso/tal como dicta la norma/al menos hasta el momento.

imitativa; se trata también del absurdo, pero que aquí no aparece como resultado de una búsqueda expresiva sino de un gesto paródico. El ser y el ente y la nada y la narración de sus relaciones y desencuentros es ocasión para que Beckett juegue a la humorada ininteligible.

c

à peine à bien mené

le dernier pas le pied

repose en attendant

comme le veut l’usage

que l’autre en fasse autant

comme le veut l’usage

et porte ainsi le faix

encore de l’avant

comme le veut l’usage

en fin jusqu’à présent.*

1. Epígrafe: “Su atención no podía movilizarse así como así, sin previo aviso. Su atención estaba dispersa. Una parte estaba con su intestino ciego, que volvía a menear el rabo; otra parte con sus extremidades, que le pesaban;

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otra parte con su infancia; y así sucesivamente. Había que reunir toda aquella tropa”. Murphy, pág.22. 2. Con el poema ‘à peine à bien mené’ damos dos pasos atrás respecto de los poemas anteriores y nos ubicamos en la frontera del estilo beckettiano. Si el poema ‘Rien nul’ está más allá del talante del autor, este poema está apenas más acá. Con él, se regresa a un espacio más familiar; Beckett recula, por así decir, hasta los momentos iniciales de su ‘proyecto reductivo’: el propósito de eliminar toda identidad y toda coordenada (interna tanto como externa).Tal espacio familiar es el cuerpo que, a pesar de su disponibilidad, se presenta como un no-cuerpo; con lo cual se dice: desprovisto de unidad. Es un cuerpo desmembrado, descentrado. En último término, un cuerpo sin yo, sin voluntad. La desaparición del yo y la voluntad respecto de un cuerpo múltiple son, según nuestra lectura, los asuntos del poema. No estamos aquí, sin embargo, sólo en los prolegómenos del citado proyecto reductivo. No se trata de una negación del cuerpo, de la necesidad de encontrar una fuga del mismo para acomodarse beatíficamente en un ámbito más puro, menos hostil; no hay aquí búsqueda de concentración en el espíritu frente a la dispersión de la carne y de la materia. Se trata, antes bien, de una asunción particular del cuerpo, que ha superado toda negación tendenciosa, dualista. No es la denuncia de la miseria de la corporalidad en favor de una dignidad y pureza mayor del espíritu, sino la descripción de un cuerpo sin contraparte: sin mente, sin voluntad. (No puede decirse lo mismo de Murphy, personaje beckettiano que representa un momento previo al proyecto: “¡Estaba sentado en su

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mecedora de aquel modo porque le daba gusto! En primer lugar le daba gusto al cuerpo, le apaciguaba el cuerpo. Además le dejaba libre el espíritu. Porque hasta tener el cuerpo apaciguado no lograba vivir en el espíritu. Y vivir en su espíritu le daba placer, un placer tal que placer no era la palabra”). 3. Hay un movimiento efectuado por unos pasos que no obedecen ninguna unidad de voluntad, que actúan sin motivación, conforme a un uso: esto es, un ‘ir a ningún lado’ de nadie, en virtud de ‘un hacer’ no personal-exterior. Los pasos actúan conforme a un uso y no ‘como lo dicta la norma’; no es el actuar conforme a reglas sino conforme a un uso (que podría llamarse un hábito, una costumbre). La necesidad de suprimir cualquier ámbito de normatividad respecto de una lectura de Beckett lleva a presentar una constatación como la siguiente: en él, ya se ha dicho de sobra, hay una destrucción de lo personal, de lo privado, pero no a favor de lo externo. No hay ámbito público en Beckett, no obstante, no hay tampoco uno privado: tal doble privación es tal vez un aspecto en un todo típico de su obra. Si no hay publicidad, no hay tampoco, forzosamente, normatividad. El moverse de los pasos no obedece a ninguna voluntad, pero tampoco a normatividad alguna: es un ir inmotivado tanto interna como externamente. Se trata, en últimas, de un automatismo crapuloso: el escarnio cínico del cuerpo como piltrafa y su asunción como cárcel de un espíritu que no es menos impuro.

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LUISA FERNANDA ACOSTA Medellín, 1991. Estudiante de Filología

de la Universidad de Antioquia

Testimonio y ficción en Si esto es un hombre de Primo Levi

El 15 de octubre de 1945, Primo Levi regresa a Turín vestido con un raído uniforme del Ejército Soviético, quien lo liberara de Auschwitz el 27 de enero de ese año; una vez se hubo repuesto de la desnutrición y demás mellas físicas, tras pasar once meses en el campo de concentración y otro tanto en el inerte territorio ruso, Levi se esfuerza por retomar su vida anterior en una Europa trastocada por la guerra, vuelve a ejercer su profesión, químico, en una empresa de pinturas a las afueras de Turín, y se dedica, en las noches, a escribir el primer borrador de Si esto es un hombre, para comenzar a buscar editor en enero de 1947. Dentro de los tantos rechazos de las grandes editoriales, estuvo el de Giulio Einaudi, era poco lo que quería saberse sobre los horrores de la guerra; finalmente la novela logra publicarse con el favor de Franco Antonicelli, decidido antifascista. Ya desde entonces la obra de Levi cargará con un fuerte rótulo político, y se verá en sus experiencias uno de los tantos avales para enarbolar el mundo semita; pero esta no deja de ser, aunque posible, una lectura ligera de Levi, quien en Si esto es un hombre presenta un mundo

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de moralidad suspendida, donde cada personaje es víctima y victimario. Con este crisol rompe Levi los fueros de la narración testimonial, pues la intención catártica y denunciadora son solo uno de sus móviles creativos, como se hace patente, por ejemplo, en el capítulo Nuestras noches, cuando transferido a un nuevo Kommando, luego de recuperar parcialmente la capacidad de trabajar, el narrador debe adaptarse otra vez a la forma de vida de una nueva unidad, tal circunstancia supone sopesar con rapidez y sutileza el carácter de los habitantes del Block, sus costumbres y modos de interacción predominantes, de suerte que la vida en las literas sea, cuando menos, tranquila. El narrador aclara que no conoce la identidad de su compañero de cama, es decir, que podría ser cualquiera con quien de seguro no comparte idioma alguno, solo el azar es responsable de su coincidencia espacial; pero conforme se esfuma la vigilia, una visión endeble atraviesa la mente de ambos extraños: el silbido de la locomotora, “este silbido es algo importante: lo hemos oído tantas veces, lo hemos asociado tantas con el sufrimiento del trabajo y del campo, que se ha convertido en su símbolo y evoca directamente sus imágenes.” (Levi, 2005, p. 86) Conforme avanza la noche, las visiones oníricas se extienden a todos los hombres cautivos en el campo, así quienes fueran extraños y enemigos en el día, se transforman durante la noche, bajo el influjo de la interminable fatiga, en una sola conciencia movida por idénticos deseos. La narración Nuestra noches demuestra que Si esto es un hombre trasciende con creces los moldes del testimonio, es principalmente porque Levi crea una escena enteramente ficcional, no solo porque

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es improbable que su compañero de litera soñara lo mismo que él, sino en mayor medida porque crea todo un universo simbólico en torno a las experiencias del Lager en relación a lo que es primigenio en el hombre. Es decir que, en contraste con El diario de Ana Frank o las fotografías de Francisco Boix, la obra de Levi no pretende exaltar lo particular o atípico del comportamiento humano en el genocidio nazi, sino hacer patentes las pulsiones del ser humano que prevalecen dentro y fuera del Auschwitz; así, el campo de trabajo es, a los ojos del sobreviviente, un siniestro laboratorio psicológico; Levi deja ver en este punto la perspectiva adquirida en el estudio de las ciencias exactas, pues su sensibilidad se mezcla con una marcada curiosidad por lo humano heredada de las investigaciones psicológica de principios del siglo veinte. Es deliberado entonces que Levi hermanara a las víctimas del campo en el sueño, considerado por la escuela psicoanalítica como la ventana a lo que es esencial en el hombre, tanto Freud como Jung trataron de esbozar un lenguaje universal de los sueños, bajo la presunción de que todo el comportamiento humano puede reducirse a unos cuantos móviles con representaciones o arquetipos definidos. Levi limita el amplio espectro de los símbolos oníricos a un par de sueños que divagan de mente en mente por las noches, porque al haberse reducido cada aspecto de la vida humana, desde el alimento hasta la indumentaria, se reduce igualmente el universo simbólico a un pequeño número de imágenes recurrentes y obsesivas; esto es de esperar, en particular en un rutina regida por la carencia y el dolor. El extraño agregado de Levi es la omnipresencia de las escenas oníricas, que contrasta

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con la fragmentada sociedad diurna que describe, por ejemplo, en el capítulo Más acá del bien y del mal. Los sueños descritos por Levi, además, desentonan con la característica primordial otorgada por el psicoanálisis: la irracionalidad, “por regla general, el aspecto inconsciente de cualquier suceso se nos revela en sueños, donde aparece no como un pensamiento racional sino como una imagen simbólica” (Jung, 1997, p. 19). Contrariamente, los sueños del Lager son plausibles, lógicos y racionales, en el sentido de que los símbolos no enmascaran deseos impredecibles o inconscientes; en contraparte, la vigilia en el Lager es presentada por el narrador como un espacio de racionalidad suspendida: la lógica del campo es inusual desde la perspectiva del narrador, que aun cuando hila los hechos con cierta relación de causalidad, el por qué queda cifrado entre las órdenes y las torturas: “aquella mirada no se cruzó entre dos hombres; y si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en dos medios diferentes, habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania” (Levi, 2005, p. 138). Por lo tanto, el mundo de Si esto es un hombre es un universo invertido donde la realidad es el espacio de lo irracional e incoherente, mientras la conciencia del héroe (un héroe noctámbulo y colectivo) es racional y consecuente en sus niveles más profundos. Levi finaliza Nuestras noches haciendo patente la angustia que le embargó una vez estuvo en casa: “¿Por qué el dolor de cada día se traduce en nuestros sueños tan constantemente en la escena repetida

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de la narración que nadie escucha?” (Levi, 2005, p. 87). Los sueños que comparten los cautivos del campo los distinguen del resto de los hombres, para quienes lo ocurrido en la guerra debe ser omitido de la memoria colectiva, segregando a los sobrevivientes que se negaran a olvidar, es decir, Levi sospecha que las victimas de Auschwitz han sido condenadas a un perpetuo exilio social, porque lo que han visto ellos del hombre es suficiente para devastar toda esperanza en la civilización: “nadie puede salir de aquí para llevar al mundo, junto con la señal impresa en su carne, las malas noticias de cuanto en Auschwitz ha sido el hombre capaz de hacer con el hombre” (Levi, 2005, p. 81).

Levi, P. (2005). Trilogía de Auschwitz. Barcelona: Océano.

Jung, C. G. (1997). El hombre y sus símbolos. Barcelona: Caralt.

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Genialidad y desviación en Novela de ajedrez y El malogrado

Thomas Bernhard crea un genio inocente en El malogrado, inocente porque el talento de Glenn Gould es innato e inalcanzable, una fuerza natural conecta su cerebro y su Steinway con una armonía perfecta; al verlo, es evidente para sus condiscípulos que Glenn será el pianista del siglo, y que ellos nunca serán como él. Cuando describe a Glenn, el narrador anónimo deja ver el carácter sobrenatural del canadiense: “no renunció al piano, pensé, como es natural, mientras que Wertheimer y yo renunciamos al piano, porque no lo convertimos en la misma monstruosidad que Glenn, que no salió ya de esa monstruosidad, y que tampoco quiso en absoluto salir de esa monstruosidad” (Bernhard, 2006, p. 11). Así, el carácter de este hombre lo convierte en un monstruo, en un ente sobrenatural que aniquila la entelequia, que anula para todos los demás la posibilidad de conocimiento, el valor de la constancia y el perfeccionamiento, y en última instancia destruye en ellos mismos todo lo que no está para su técnica; la misma fuerza cegadora le atribuye en pocas páginas Zweig a Czentovic, quien supera en poco tiempo a maestros mundialmente consagrados del ajedrez. Estos genios endemoniados se erigen como bastiones que obscurecen todo brillo a su alrededor; la genialidad, que reduce sus vidas a combinaciones infinitas entre cuadriláteros negros y blancos, extingue los esfuerzos de todos los hombres a su alrededor, al toparse con la inteligencia involuntaria, con el talento ciego de los hombres del siglo. La consecuencia no puede ser otra que la aniquilación moral, y a veces total,

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del otro; lugar común descrito por ambos narradores anónimos: “McConner no parecía el mismo. Tenía el semblante encendido desde la raíz de los cabellos, las ventanas de la nariz se le habían dilatado bajo una fuerza interior, transpiraba visiblemente y se mordía los labios” (Zweig, 2010, p. 28). La humillación y la frustración del millonario norteamericano no podían ser mayores, aun a sabiendas de su insoldable desventaja frente al joven europeo; pero es más desaforado el efecto en El malogrado, donde el genio de Glenn es la razón del suicidio de Wertheimer. Pero, aunque desmedido, el genio de Czentovic y de Glenn es presentado como hecho indiscutible en ambas narraciones, son personajes cerrados y completos, poco se habla del funcionamiento de sus mentes, de sus orígenes, y aun cuando son el eje central y cohesionador de las novelas, pasan inquebrantables a lo largo de la historia; incluso en la derrota, Czentovic conserva la parquedad y la prepotencia que se muestran como consecuencias simétricas de su genialidad. De suerte que los héroes en ambas novelas serán los vencidos, esto es claro en El malogrado, pues los efectos del encuentro con Glenn en la vida de Wertheimer son el objeto de toda la narración; en Novela de ajedrez el giro es más complicado, porque Zweig se concentra en el proceso de formación de otro genio, diametralmente diferente al joven eslavo, el señor B., quien pierde la última partida. Es notable que Bernhard y Zweig hagan de los austríacos los fracasados de sus novelas, bien sea frente al canadiense o frente al eslavo; tal desaire ante la propia nación es un síntoma de la resquebrajada sociedad austríaca, que no sobrevivió a los embistes de las Guerras Mundiales, debido en gran

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parte a la decadencia económica y moral que imperaba en el último reinado del imperio austrohúngaro: “un barniz de valses y nata batida era la sobrehaz de una sociedad cabalgada por la desesperanza” (Janik & Toulmin, 2001, p. 79). Los escritores austríacos de la primera mitad del siglo XX comparten los conflictos desencadenados por la caída de la legendaria monarquía, la pérdida de la identidad nacional luego de la invasión nazi y todas las dificultades que supuso reconstruir social y económicamente el país que Malher considerara el más conservador de Europa para finales del siglo XIX. Zweig se suicidó en el exilio, huyendo de los nazis, Bernhard prohibió que sus obras se editaran, presentaran o vendieran en su Austria, además de que en muchas de sus novelas alguno de sus personajes reniega constantemente del país centroeuropeo. En suma, la identidad nacional es una angustia central en ambos autores, que encuentran en el derrotismo irresoluble de sus personajes la forma de expiar su propia frustración. Sobre tal base está construido el señor B., víctima de innumerables torturas psicológicas, este enigmático austriaco aparece en el barco interoceánico como el fantasma de la azorada Centroeuropa, que no tuvo los medios bélicos para defenderse de la voracidad alemana y rusa, y cuyo emblemático pasado nacional solo sirvió para enconar la humillación, de suerte que los exiliados recorrían el mundo con la vergüenza y el temor de los defenestrados; situación que se expresa en la timidez del señor B., la cual contrasta con su clarividencia en el ajedrez, pues prevé todas las jugadas posibles de un juego contando solo con el estado de las fichas en un momento dado; su juego es además

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opuesto al de Czentovic quien dedujo los entramados del ajedrez observando interminablemente el tablero en su aburrido pueblo natal, el narrador anota que: “nunca fue capaz de jugar una sola partida de ajedrez de memoria […] Carecía por completo de la facultad de proyectar el tablero sobre el campo ilimitado de la fantasía” (Zweig, 2010, p. 12). Es decir, para él el juego es una experiencia enteramente empírica, y es incapaz de la más mínima abstracción mediante la más sencilla metáfora. Mientras que el señor B. había encontrado en el funcionamiento del ajedrez una serie de fórmulas y probabilidades, la única manera de ocupar su vida, hasta tal punto que ver el tablero en el salón del barco le causó una gran impresión, dice: “había olvidado por completo que se puede jugar al ajedrez con un tablero de verdad; había olvidado que para jugar este juego dos personas diferentes de carne y hueso se sentaban corpóreamente la una delante de la otra” (Zweig, 2010, p. 78). Dos vías para aprehender el ajedrez pone en disputa Zweig en su novela, cada una de ellas, desarrollada correctamente, conducen al triunfo del jugador, además no es difícil observar la extendida dicotomía epistemológica que dio origen al mundo moderno occidental, empirismo vs. racionalismo. Pero llevado al extremo, el método de Czentovic es inofensivo, es más, no fue difícil para él notar los aspectos ajenos al tablero, como la impaciencia del Señor B; y es inofensivo porque aun en el ardor de la monomanía, la batalla en el ajedrez, para el eslavo, tiene lugar fuera de sí, además porque su genio, como ya se ha señalado, es ajeno a su voluntad, es una característica que le viene dada como cualquier otro

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rasgo genético. Casi antónimamente puede describirse al Señor B., su genialidad es consciente, pues se formó en la absoluta ausencia del hacer práctico, del mundo real; por eso, el narrador cuenta extensamente el proceso de formación de juego del Señor B., pues no se debe a un factor externo a la conciencia, sino a la potencia y, en última instancia, a la fragmentación de ella ante la imposibilidad de proyectar el juego fuera de sí. Así, el señor B. se convierte en su adversario más asiduo e insuperable, al jugar ajedrez complemente en su mente: “un doble pensamiento como éste presupone en realidad una escisión absoluta en la conciencia, una capacidad de enfocar y desenfocar el cerebro como si fuera un aparato mecánico” (Zweig, 2010, p. 65). En este punto se agudiza la locura de Señor B., cuando la monstruosidad creadora se vuelve contra sí mismo: “Me vi obligado, debido a mi terrible situación, a intentar al menos asumir esta escisión interna en un yo negro y en un yo blanco, para no dejarme aplastar por la nada cruel que me rodeaba” (Zweig, 2010, p. 66). Así es como luego de meses cautivo, el némesis por antonomasia del Señor B. no es el régimen nazi, sino él mismo, o para ser exactos, su mente. El libro de bolsillo que robara el Señor B. basta para llenar toda su vida, pues desata la potencia creadora que había estado contenida en él desde que fue arrancado de su rutina. Pero esta creación no tenía ni el más ínfimo sustento en la experiencia empírica, de suerte que todo quedó contenido en la cúpula craneal del señor B., hasta que la desviación y el delirio hicieron colapsar su mundo. Así, la incontenible inteligencia que le envidiaran los hombres en el salón del barco, le condujo al mayor estancamiento, mientras jugaba

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con Czentovic, se tropezaba con una barrera invisible en medio del salón vacío (Zweig, 2010, p. 85). Este reducto de existencia no puede ser más que una apología a la mente humana como la fuerza creadora más ávida del universo, pero, a la par, un recordatorio de la imperiosa destructividad que subyace a la inteligencia reprimida, al genio que brota en la nada, sin consonancia alguna con el espacio o con el tiempo, en última instancia para Zweig, al hombre exiliado.

Bernhard, T. (2006). El malogrado. Madrid: Alfaguara.

Zweig, S. (2010). Novela de ajedrez. Barcelona: Acantilado.

Janik, A., & Toulmin, S. (2001). La Viena de Wittgenstein. Madrid: Taurus.

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Contenido

Presentación 7 Jorge Iván Agudelo

La noche 11Exilio 11El nariz 12El color del alumbrado público 14Desencantamiento 17Ceguera 20Algodón de azúcar 20 LAURA MARÍA CORREA

El chiquillo, sus soldados 21La niña entre nubes 23Las palabras 24Una noche de esas 26 JOSE DANIEL LOPERA

La chica de la flor 27Versos 33 JAIME CARVAJAL

Las zapatillas de yeso 36Gato 38 JULIANA ORTÍZ

La Cita… 43 ALESSANDRA RUIZ

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Del enlatado 45 Llorar por los pies 47Esperar se hace difícil 51 MARÍA CAMILA VANEGAS

Volver 53 ALEJANDRA PÉREZ

Aquellos: los demás 57Pensamiento sin forma 58Marineros 59De cómo caminar… 61El hombre y sus cántaros 62 CHRISTIAN ZULUAGA

Soñar Despierto 64 MARIANA DÍAZ

El demonio temido 66 JAIRO RUIZ

Encuentro 67El hombre ante el espejo 68Final feliz 68Una pequeña historia de amor 69Un Héroe 71¿Quién es? 73Suficiente 75Tengo un gran empleo 75 MABEL GÓMEZ

El farolero de Londres 79 MANUEL IGNACIO RESTREPO

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Niñez 85Abuelo 86Amante desconocida 86Preconceptos 87Aprender a reír 90 ROSA BALLESTEROS

Tres poemas 93 ANDRÉS FERNANDO GIRALDO

Testimonio y ficción en Si esto es un hombre de Primo Levi 105Genialidad y desviación en Novela de ajedrez y El malogrado 110 LUISA FERNANDA ACOSTA

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Al que miraSe terminó de imprimir en Divegráficas Ltda.

Medellín, Colombia, diciembre de 2012. Para su elaboraciónse utilizó papel propalibros beige de 90 gramos.

La fuente empleada fue Charter Bt.

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