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al cabo de todoRelatos por el Cabo de Gata

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al cabo de todo Gata Relatos por el Cabo deTextos

Alba Varela Jos Luis de la Cmara Carlos Serrano Fernando Rodrguez Arturo Fernndez-Maquieira Rakel RodrguezIlustraciones

Anna Godat Adela Correa Manuel Olivencia

isbn: 978-84-611-5702-0 depsito legal: J-385-2007 ediciones RaRo, Almera 2007 [email protected] reservados todos los derechos diseo grfico Thomas Donner, Los Escullos/Almera impresin Grcas La Paz, Torredonjimeno impreso en Espaa

ndice

Alba Varela Lasheras los parasos perdidos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Jos Lus de la Cmara Ortega nadie quiere vivir en el paraso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Por Carlos Serrano un paseo por el paraso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Fernando Rodrguez historias de la costa nijarea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Arturo Fernndez-Maquieira esos ojos bellos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Rakel Rodrguez al cabo de todo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

Anna Godat . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23, 59 Adela Correa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11, 24 Manuel Olivencia portada,16/17, 32/33, 43, 48, 62/63, 69

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los parasos perdidos Alba Varela LasherasDe todo paisaje vivido se puede hacer un paraso perdido. La nostalgia adorna la instantnea y pone brillos dorados en los detalles del recuerdo. Como hizo Karen Blixen, podra comenzar a escribir sobre el Cabo con una frase como: Yo tuve una granja en frica, al pie de las colinas de Ngong. Aunque enseguida viene el recuerdo de la slis de la pobre Baronesa, y se me cae la imagen de herona baada por el sol de la tarde leyendo en alto rodeada de kikuyus. Y aunque leo por las tardes en la terraza, me faltan los kikuyus, y aunque el Cabo tenga imgenes y recuerdos a los que la nostalgia pone bordes dorados zambullidas en el agua, los ojos llenos de colores nuevos despus de bucear, un hombro dorado al lado del mo, cmo hacer un paraso con ese viento endemoniado zumbndote en los odos, este paisaje que parece calcinado la mayor parte del ao, esas vallas publicitarias con un tomate carnoso fornido moetudo opulento robusto exuberante colosal que parece que va a caerse encima de ese grupo de sombras, ese grupo que espera se acuclilla y espera, cambia de personas y espera, es aco y tiene el color de la tierra y espera? Mi corazn del parque est mar adentro, enfrente de una playa, donde el azul raso del agua templa los perles de las rocas rojas, blancas, negras. Siempre me han parecido los restos de una batalla entre gigantes: un yelmo enrojecido

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por el xido para una cabeza del tamao de una montaa, unos huesos enormes calcinados por innitos veranos, la silueta de un cuerpo tendido dibujada en el lo de unas colinas. El cielo nocturno tambin me hace sentir pequea, me cuesta imaginar una cpula estrellada dentro de m y el olor dulzn del jazmn de la vecina me marea. No todos los parasos perdidos tienen que ser felices, me dirs. Basta con que sean heroicos. Pero, ay, vivo en un tiempo en el que los hoteles no dejan ver la playa, yo ya no recuerdo cmo era vivir sin sida y sin pateras. Y me dejo llevar por la dulcedumbre de la piel quemada por el sol, el cansancio del ocio, el recuerdo de la salvaje que pude haber sido.

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nadie quiere vivir en ellaparaso Jos Lus de Cmara Ortega

A Mercedes Soriano y a Walter Barten, que abandonaron el paraso antes de lo debido y sin despedirse.

Nadie quiere ya vivir en el paraso, salvo, quizs, Pilar Mir, que en los cielos estar, colgada del brazo de Gary Cooper. Malos tiempos estos para la lrica, el dolce far niente y los amores de soslayo; las prisas y las hipotecas rigen los destinos de las cndidas almas que an se hacen preguntas y, a estas alturas del partido, con un lustro ya del nuevo siglo vencido, el paraso empieza a mostrar su verdad ms mostrenca, su servil pleitesa a don dinero y a sus embajadores. No es fcil la vida en el paraso. Para ser admitido en l es obligado acatar sus reglas no escritas y llevar a cabo no pocas renuncias; imprescindible despojarse del hombre viejo y tener siempre a mano para poder recurrir a l en momentos de duda y ojera el libro de los desasimientos, con su manual de instrucciones. Conviene venir ligero de equipaje, con la conciencia maleable y habiendo hecho dejacin de principios. Se equivocan quienes pretenden olvidar un mal de amores o renacer a una nueva vida viniendo a vivir al paraso; aqu escasean los padrinos y la fuerza necesaria ha de venir de uno mismo y, cranme, esa fuerza ha de ser enorme, porque lo habitual es que en el paraso el compaero de cada habitante sea la soledad, no la esperanza. (Uno de los personajes de El cuarteto de Alejandra, de Durrell, pregunta a otro Cmo te deendes de la soledad? Me convierto en

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la soledad misma, respondi ste.) Primera leccin que hay que aprender: a la soledad se la debe querer mucho y bien si se quiere ser habitante de estas tierras. No es habitual ver alacranes viviendo en grupo! Naturalmente, el paraso es una quimera, una aspiracin, pero ste, al que nos referimos en estas palabras, es real, como lo demuestra que en la falda del monte El Paraso, frente a esa maravillosa playa de los Escullos, se hallaba hasta hace poco la casa de mis sueos: el cortijo El Paraso, prueba viviente de que las quimeras son posibles, asequibles y domesticables, pero tambin, y se es el drama, perecederas. Cuando Pilar Mir rod en ese cortijo su pelcula El Pjaro de la felicidad, en un cruce de caminos viniendo desde Las Presillas Bajas, encontr un da dos carteles indicando con una echa dnde se rodaba la pelcula; en uno se lea el paraso y en el otro el pjaro de la felicidad. Quien haya visto esa pelcula, habr podido comprobar que ese pjaro que quera vivir solo, era fuerte y con los pies en el suelo, capacitado para resistir parapetado tras los muros encalados el habitual discurso del viento que, durante das y das acostumbra a golpear la soledad poniendo a prueba, en los inviernos del Parque, la fuerza de los anclajes que nos atan a esta tierra. Mi primera aparicin en el paraso fue hace ya casi una treintena de aos, y como suele suceder en m, el descubrimiento ocurri durante una peregrinacin a un santuario literario: un viaje buscando la casa de Gerald Brenan en Yegen, en las Alpujarras Granadinas, la casa del ingls, como la llamaban los lugareos. Recuerdo la llegada, en un Citron 2 CV, atardeciendo, ya sin apenas sol, por un camino sin asfaltar trazado por corrientes de agua y sin ver un alma durante kilmetros. Era aquel un mundo distinto al actual, an eran posibles las ilusiones y uno crea que la conquista del horizonte estaba al alcance. Pasara algn tiempo hasta

que me hiciese visitante habitual y observador puntilloso de cuanto all suceda, siendo muy culpable de ello Juan Goytisolo y sus libros La Chanca y Campos de Njar. Desde ese primer momento el paraso ha cambiado tanto que cuesta reconocerlo hoy da, hay unas cuantas seas de identidad que permanecen: la belleza del lugar, la dureza del da a da para quien est acostumbrado a la vida cmoda de las ciudades modernas, los silencios, los olores, las voces de la chicharra, la llamada del viento alimentos del espritu ms que del cuerpo. Ruinas de cortijos abandonados siguen resistiendo a duras penas el paso del olvido, ya no impresionan como entonces, no mantienen el olor de las sbanas, calientes an, ni las salpicaduras de los guisos de cuchara. Ya no parece que sus moradores acabasen de huir a la carrera forzados por una fuerza misteriosa, dejando las alacenas llenas de tiles domsticos, tazones de porcelana con restos del ltimo desayuno sobre la mesa y la foto de la boda de los padres o abuelos junto a la plancha de estao repujado representando la ltima Cena, colgadas de la pared desnuda de la cocina. Hoy esas ruinas, habitadas por lagartos y silencios, sin otro propsito que fundirse lentamente con la tierra y retornar al origen de los tiempos, son el ltimo testigo de una poca extinguida del todo, restos de un naufragio material y espiritual de una poca. Hace unos pocos aos ped a Mercedes Soriano, quien se haba resguardado en Las Presillas Bajas del huracn de la fama madrilea que amenazaba con aniquilarla, y a quien yo haba bautizado como portera del paraso que me escribiese un texto para una exposicin de pintura; la exposicin llevaba por ttulo los colores del paraso, y Mercedes, desde su atalaya intelectual y vital, desde su portera, escribi un precioso texto del que rescato de la memoria unas cuantas imgenes de lo que era el paraso para ella:

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Mariposa blanca que revolotea [entre ramas de enredadera Perla de luna simtricamente enfrentada a sol ardiente Pjaro elegante volando tersas piedras para un nido Racimos de madreselva [desprendiendo perfumes de la infancia Espumas agitadas besando arenas por el calor fundidas Horizonte ultramar, turquesa, [ceniza, diamante, aguamarina Flores abiertas ,de azahar Y abejas ateridas que despiertan Y nubes de ncar componiendo un ocaso Y alegra de cantos anunciando el alba Y la brisa de la maana Y la sal de tus labios Nios y nias saltando Y la mujer sobre la playa, perdida la inquietud, abandonada slo al cielo que la mira. El escrito terminaba diciendo: A todos nos ha sido dado el paraso, sus colores nos envuelvan. Desgraciadamente ella qued envuelta prematuramente y ya para siempre en esos colores, dejando, eso s su espritu, con musha calma, a los pies de un limonero en Las Presillas Bajas. A pesar de la generosa armacin de Mercedes no es verdad que haya paraso para todos, ste del que hablamos, el Cabo de Gata, lo es para muy poca gente, por un lado an queda gente nacida en l, que no emigr en aquellos aos en que la nica ocupacin posible era mirar el horizonte detrs de unas redes de pesca, o de un mulo trillando en la era. Tierras, molinos, unos pocos peces, la cal de las paredes, los chumbos, el esparto movido por el viento, las moscas siempre, el baile los das de esta, gatos adormilados, aquellos camiones renqueantes de la Comisara de

Abastecimientos y Transportes abasteciendo de bacalao seco y arenques a poco ms se reduca la vida del da a da en la poca en que empezaron a llegar otras gentes, con la mirada asombrada por lo singular del paisaje y dispuestas a hacer de este lugar su Lugar. As vinieron de Alemania, Holanda, Suiza pintores, escritores, fotgrafos, gente que no pretenda seguir horadando las montaas en busca de oro, su ebre no tena que ver tanto con el oro como con el espritu. Muchos de ellos no resistieron y siguieron camino impulsados por una incmoda inquietud. Algunos, aprovechndose de que nadie conoca su vida anterior, se reinventaron, crearon un personaje al que pasados los aos le son tan eles que ya es imposible diferenciar uno del otro. Son gente imprescindible en el paisaje y en el espritu del Cabo, han contagiado parte de su bagaje, han enriquecido la vida de la zona, no slo han restaurado ruinas, se han mostrado inquietos y protestones cuando los nativos, eles a su condicin de espaoles perdan las fuerzas en las barras de los bares despotricando contra todo y contra todos. Y sobre todo creo que han instaurado una conciencia ecolgica siendo los primeros en poner el grito en el cielo al darse cuenta de que est a punto de perderse una zona privilegiada devorada por la especulacin. Entre stos, uno de los que primero decidi que este era un buen sitio para esperar la muerte, fue Walter Barten, holands, periodista y sobre todo pintor que, silencioso y observador, retrat desde su casa en Las Hortichuelas la actualidad espaola de los ltimos aos del franquismo; sus retratos de los ltimos fusilados y ajusticiados a garrote vil estremecen an, tantos aos despus. Conoci bien la cultura y el carcter espaol llegando a hacer una serie de grabados sobre el romancero gitano de Lorca, traducido al holands. Tena unos ojos azulsimos, el pelo blanco y la conversacin lenta y reposada con el tono suave con el que ronronean los gatos, a los que quera y solan ser su nica compaa. Le gustaba la naturaleza; en uno de

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sus cuadros sepult una rata y en el taller que tuvo en Holanda, dej crecer un rbol que lleg a tener ms de seis metros, obligndole a abrir agujeros en techo y paredes para que creciese a sus anchas. Sus ltimos aos fueron silenciosos, contemplativos, sentado frente a un vaso de vino en Casa Paco o en la silla de enea de su taller y los ltimos cuadros pintados repetan una y otra vez los mismos protagonistas, un cuerpo de mujer, las montaas de las Negras y el pintor retratndolos. Era un hombre que irradiaba paz, transparente, casi invisible. Personajes leyenda ha habido multitud por estas tierras, la zona se presta a ello, gigantes que construyeron palacios y los rodearon de palmeras evocando las mil y una noches; fotgrafas compulsivas disparando su mquina sin cesar convencidas de que ese mundo que vean sus ojos agonizaba sin que nadie levantase acta de su existencia; agoreros del n del mundo aguardando desde un butacn en plena cuneta la venida de los ovnis; jvenes abogadas de ciudad reconvertidas en artesanales panaderas, elaborando panes con frutos secos, artistas ocultos a los ojos de los curiosos creando medusas enormes todos agudizando el ingenio para encontrar un medio de vida que les permitiese ser parte del lugar. Muchos no resistieron la pelea y despus de constantes vaivenes, de ilusiones y desilusiones tiraron rendidos la toalla contra el esparto, ese ejemplo claro de cmo sobrevivir impasible en cualquier poca. Y mientras estos xitos o fracasos de adaptacin tenan lugar en el parque, un mundo silencioso, autctono, haca su vida habitual, rigindose como siempre se ha hecho, por ese reloj vital cuyas manijas son manipuladas por la tierra, el sol, la luna y la mar. As se araba, se sembraba, se rezaba, se recoga y trillaba. As se sala a la mar y as se meta uno en las entraas de la mina. As se liberaba a los animales o se los encerraba y en noviembre por San Martn, se mataba el cerdo en un ritual litrgico heredado desde tiempo inmemorial.

An hoy encontramos muchos cortijos que conservan el arco de anilla, donde se colgaba al cerdo cabeza abajo, una vez muerto para poderlo faenar cmodamente. De entre las gentes venidas de lejos que mejor se han adaptado y que ms me han impresionado estn Juan y Sophie, extraordinarios artistas y personas entraables que deben de llevar ms de 30 aos en Almera. Tambin ellos aparecieron en un Citron 2CV. Jvenes y recin casados queran aprender el castellano para posteriormente irse a vivir a Suramrica. Atravesaron Espaa de norte a sur hasta recalar en Almera; supongo que tambin haban ledo el libro de Goitysolo, La Chanca, porque terminaron viviendo en una cueva de ese barrio; para quien no haya conocido ese arrabal de Almera, a los pies de la Alcazaba ser difcil hacerse una idea de lo que pudo ser la vida de esta pareja aquellos primeros tiempos en Espaa, el recelo y la desconanza de sus vecinos unido a la dureza de la vida en aquellas condiciones. Hoy, pasadas tres dcadas, perfectamente integrados en el paisaje han levantado un paraso dentro del Paraso y junto con el britnico Matthew Weir, a punto de desaparecer laboralmente la familia Gngora, mantienen viva una de las formas artsticas ms representativas de esta zona: la cermica de Njar. Sera interminable la lista de personas que casi escondidas de los dems, en cortijos semiocultos a los ojos del turismo mantienen intactas sus ideas respecto a cmo se debe vivir una vida, sin duda son peculiares, incluso raros, con aspecto de asesinos de pelcula, pero hoy da, cuando la globalizacin y los dominicales de los peridicos nos uniforman a todos, ellos representan un leve soplo de aire fresco y no importa que algunas de sus ideas sean cuando menos cuestionables (mujeres que traen sus hijos a este mundo en casa, como se haca antao, y que no les vacunan); pienso en Anna Mara, Thomas, Paula, Martin, Annika, Romualda y tantos y tantos que hacen que la vida sea ms interesante.

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Es el paraso, el mo, una forma de vida ms que otra cosa, el nal de toda escapada, un lugar lleno de seas de identidad nicas, el lugar de las segundas oportunidades, tanto para lavadoras y neveras venidas a menos, colchones acostumbrados a otros cuerpos y somieres viejos, butacones zurcidos por varias manos que aguardan estoicos en las cunetas a que un alma caritativa y necesitada los insue nueva vida, como para aquellas personas que buscan sin encontrar su sitio y su labor. Un buen sitio para renacer, slo hay que encontrar quin nos bautizar en esa nueva vida y una vez all, tener la precaucin de cuando se barrunte viento chuparse el dedo ndice, levantarlo a lo alto y si viene Poniente obrar en consecuencia: sujetar las ramas de la palmera, apuntalar el mstil de la pita, encerrarse en casa echando el pestillo a puertas y ventanas y esperar, esperar, esperar, un da, dos, tres, teniendo la precaucin de alejar de las ganas la botella y de poner a buen recaudo los malos pensamientos, esperar que amaine o que alguien se atreva a rompernos la soledad atravesando valiente la furia desatada del viento. Y as estacin tras estacin, ao tras ao, sin solucin de continuidad, das de euforia y otros de resaca, hasta que el ltimo viaje nos lleve a hombros por ese bulevar de sueos rotos hasta el cementerio del Pozo de los Frailes, donde por n reposar bajo la incesante oracin de la chicharra, pared con pared, con otro Yo, con otro T.

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un paseo porCarlos Serrano el paraso PorAtrs quedaban Los Escullos, la Isleta del Moro y el Mirador de las Amatistas; unos metros ms adelante la carretera se empinaba hasta el cielo y cuando pareca encontrar su n en la lnea del horizonte que separa a tierra y cielo apareca ante los ojos el valle: Rodalquilar. Era Sbado Santo, la Isleta del Moro estaba abarrotada de coches y de gente de fuera, algunos de los coches tenan matrcula antigua y eso delataba su procedencia, Murcia y Madrid principalmente. An as aparc donde pudo y se dirigi al pequeo bar de la esquina a tomar una cerveza, pidi una tapa de jibia y sali fuera con la cerveza y la tapa. Se sent en el suelo, pegado a la pared lateral del bar, y j su mirada en el mar. Algunos viajeros haban bajado hasta la misma orilla del agua, pero la mayora permaneca en las inmediaciones del bar o unos metros ms all apoyados en las barcas o en los remolques de stas, que yacan frente a la pared como esqueletos metlicos de cticios monstruos marinos. Con la vista perdida en el mar recordaba la primera vez que lleg a la Isleta del Moro, cuando Ramn y Beln, tambin en una Semana Santa remota en el tiempo pero viva en la memoria, le llevaron hasta all a tomar una cerveza. Al principio slo haba divisado el grupo de casas blancas, pero segn avanzaban hacia el bar de la esquina el pen se iba dibujando sobre el cielo y la isleta sobre el agua. Es un topicazo,

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pero era una imagen idlica, propia de una postal y sin embargo, tan real. El pen, sobrevolado por gaviotas y coronado por osados viajeros con alma de turista, se elevaba sobre el agua cuyos tonos iban cambiando del verde al azul y del azul al verde por los reejos caprichosos de los rayos del sol. Hasta el color pardo de la tierra del pen y de la isleta y el azul del cielo parecan diferentes. La panormica embriagaba y no por los efectos de beber varias cervezas, aunque esto tambin contribuyera. En su cabeza habitaba un pen como aquel; era irlands. En su adolescencia se haba hospedado en su cabeza y desde entonces se lo haba usurpado a la vieja Irlanda. Su pen irlands era ms grande que ste de Almera, tambin estaba en la costa y haba que bordearlo a travs de senderos para llegar a la playa. Era un paso natural de contrabandistas y en las noches de estraperlo o de naufragio estaba tan transitado como la avenida de una gran ciudad. Incluso si se esforzaba un poco poda or y sentir las olas chocar contra las rocas situadas en su base. Y si se aplicaba ms, escuchaba el batir del agua contra las maderas del casco de la nave, el crepitar de las antorchas y los gritos y los pasos apresurados de los contrabandistas. Hasta alcanzaba a percibir el olor del salitre, el ron y el tabaco trasladado por el viento. Pens que un pen descansando sobre la costa siempre invita a fabular sobre barcos misteriosos, piratas y contrabandistas. Abandon momentneamente la pared lateral del bar para retornar a su interior y pedir otra cerveza, en esta ocasin acompaada de una tapa de atn con tomate. Sali y volvi a ocupar el mismo lugar en el suelo, caldeado por el resol. La Isleta del Moro le devolva una imagen que ni siquiera le perteneca, pero que era capaz de recordar como si fuera l quien la hubiera visto. Ramn le haba contado en su primera visita al lugar que hace aos en una maana de primavera se haba acercado a la Isleta desde el camping de Los Escullos. Era primera hora y por all slo deambulaban algn vecino y alguno de aquellos viajeros, bien madrugador

o bien noctmbulo. En la orilla, junto al mar, vio al dueo del pequeo bar de la esquina. Estaba sentado en la arena con dos cubos de plstico a su lado, uno de ellos lleno de peces de distintas especies y tamaos. Limpiaba el pescado y arrojaba los despojos al agua. Sobre su cabeza revoloteaban las gaviotas; voraces y gritonas, descendan a gran velocidad para zambullir sus picos en el agua y engullir aquellos despojos. El sol arrancaba destellos de los lomos plateados del pescado y los nicos sonidos audibles eran el murmullo del mar y los gritos de las gaviotas. Haba usurpado el recuerdo de aquella imagen como el del pen irlands, como si fueran algo propio. Dej a su espalda la Isleta y tom la carretera en direccin a Rodalquilar. Los vehculos aparcados a ambas mrgenes de la carretera le anunciaban la cercana del Mirador de las Amatistas. Decidi pasar de largo y aparcar unos metros ms arriba, donde ya no haba coches al borde de la carretera. El mirador es una atalaya privilegiada desde donde se vislumbra el litoral almeriense; las calas donde el mar muerde la tierra, las antiguas torres de viga la costa de los piratas. Como era previsible haba demasiada gente. Parejas extasiadas, con los brazos entrelazados, mirando al mar; nios cuyas carreras apenas se detenan al or la voz enrgica de sus padres; grupos de amigos celebrando la vista con un exceso de euforia y decibelios. An as encontr un hueco y busc con la mirada las calas y roquedales que conoca. Pens que la mayora de los nombres de aquel litoral evocaban narraciones propias de la infancia y la adolescencia: las Negras, el Arrecife de las Sirenas, el Cerro de los Lobos, Agua Amarga, la playa de los Muertos, la Isleta del Moro, Genoveses incluso el propio Mirador de las Amatistas. No pudo evitar acordarse de escritores como Julio Verne, Emilio Salgari, Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad, Jack London, James M. Barrie o Daniel Defoe y de los viejos tebeos del Capitn Trueno, el Corsario de Hierro o el Guerrero del Antifaz.

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El paisaje de Almera, tanto el de interior como el de litoral, es una invitacin al ensueo: piratas, bandoleros y el lejano, en este caso no tan lejano, oeste. Y eso a n de cuentas formaba parte de la propia historia de esta tierra, real con sus leyendas de bandoleros y piratas y de ccin, con sus pelculas de pistoleros y su poblado del far west en Tabernas. Pensaba en los bandoleros. Cuando uno tira del listado del bandolerismo patrio acaba irremediablemente mentando a Jos Mara El Tempranillo, a El Tragabuches, a Diego Corrientes, a Luis Candelas o a El Pernales; pero a l siempre le vena a la cabeza El Parrn, aquel bandolero-miguelete o aquel miguelete-bandolero protagonista del cuento La buenaventura de Pedro Antonio Alarcn, cuya identidad era desconocida y al que slo pudo ver el rostro y por tanto identicarlo aquel gitano que marc su destino y su perdicin. Sin embargo, mucha gente desconoca la existencia de antecedentes de esos clebres salteadores de caminos en el reino nazar de Granada. Este reino extenda sus dominios por la provincia granadina, por las vecinas Mlaga y Almera y por parte de Jan, de donde era originaria la dinasta nasri o nazar, y de Murcia. Recordaba nombres como los de Arroba, Abenzuda el Caar, el Partal de Parila, los hermanos Lope y Gonzalo el Seniz, Marcos el Metiche o El Cacn; todos ellos bandoleros moriscos que campaban por tierras andaluzas all por el siglo XVI, tras la toma de Granada por los Reyes Catlicos y las sucesivas sublevaciones, de 1499 a 1501 y de 1568 a 1570, contra el seor cristiano. Estos bandoleros o salteadores moriscos reciban el nombre de monfes, del rabe munf, cuyo signicado es desterrado o exilado, y que en algunos casos obtenan incluso la consideracin de hombres santos. Formaban partidas que recorran sierra, caminos y costa arrasando pueblos enteros, tomando prisioneros para pedir rescate y matando a cristianos viejos. En algunos casos estos bandoleros cruzaban el mar hasta Berbera y se unan a los piratas de Argel, Larache, Tetun y Sal.

La costa almeriense se convirti en la puerta de entrada y salida para las incursiones de estos corsarios, ayudados en numerosas ocasiones por los moriscos de la pennsula. Los ataques a los pueblos se sucedan, a la par que se iba forticando la costa y se reforzaba la guardia en las torres de vigilancia que se fueron construyendo en puntos estratgicos del litoral. Y las incursiones, cada vez ms numerosas, los enfrentamientos entre bandoleros, piratas y los guardias de la Corona, los apresamientos, las rendiciones y las nuevas rebeliones contribuyeron a que se fueran forjando esas leyendas, que para muchos no son ms que cuentos de viejas o invenciones, pero de las que en algunos casos queda constancia de que al menos existieron sus protagonistas. Entre esos personajes y leyendas del bandolerismo almeriense destaca la gura de Alonso de Aguilar, conocido como El Joraique o El Xoraique. Un monf, esclavo, nacido probablemente en Tahal, que primero fue bandolero y ms tarde se convirti en pirata tras una incursin berberisca en Tabernas. Durante varios aos la galeota de El Joraique cruz la costa del norte de frica al Cabo de Gata, donde el bandolero convertido en pirata sembr el terror en la comarca de Njar, sin atravesar jams los lmites de la sierra de Filabres o la Alpujarra oriental. Tras aos de correras y una oferta fallida de perdn de la Corona, El Joraique abandon denitivamente Andaluca. El ladrido de un pequeo perro y el consiguiente grito de su amo conminndole a callar le devolvieron al Mirador de las Amatistas. Ech un ltimo vistazo a la costa, sonri imaginando las galeotas de los piratas, como la legendaria galeota negra, surcando las aguas al atardecer para atracar en alguna cala escondida, y se alej del Mirador. Lleg a la altura de la carretera donde haba dejado estacionado el coche, se sent en el asiento delantero, baj la ventanilla y encendi un cigarrillo. A unos pocos kilmetros le esperaba Rodalquilar. El valle era una de las visiones ms hermosas que haba contemplado. Siempre haba llegado a

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l por esa misma carretera en la que se encontraba, siempre haba hecho la parada de rigor en la Isleta del Moro y siempre haba tenido aquella sensacin gozosa al llegar al nal de la cuesta y verlo como si lo hiciera en una gigantesca pantalla de cine, ms bien de autocine. Apur el cigarrillo, subi la ventanilla y arranc el motor, enlando la carretera hacia el valle de las antiguas minas de alumbre y oro. Como tantas otras veces experiment aquella sensacin de deleite al ver el pueblo y sus alrededores, el viejo poblado minero, la torre de la iglesia, el jardn botnico, el castillo de la Ermita, el Cerro de los Lobos y en la lejana, siguiendo el trazado de la carretera hacia Las Negras, El Playazo. Al iniciar el descenso por la carretera a la entrada del valle en lo primero que se jaron sus ojos fue en el antiguo poblado minero. El grupo de casas de planta baja abandonado presentaba la imagen de un pueblo fantasma. Impregnado de la esencia de ese lejano oeste, pareca la hilera de casas a la espalda de la calle principal del pueblo, en la trasera del saloon, donde siempre habitan los mejicanos y el petrleo de las farolas escasea o se acaba antes que en el resto del pueblo. El poblado debi vivir su tiempo de esplendor hasta la dcada de los sesenta, cuando las minas producan oro. De hecho el primer lingote de oro obtenido en estas minas data de 1931, cuando las gestionaban los ingleses y construyeron la famosa Planta Dorr, una instalacin metalrgica para extraer y transformar el ansiado metal, a la que sustituy aos despus la Planta Denver. Ahora entre el abandono y el recuerdo perviven los restos de las instalaciones que no han sido destruidas o modicadas y un par de proyectos tutelados por la Administracin para crear un museo minero y una zona de acampada. Y como testigos mudos de ese esplendor se levantan el Cerro del Cinto, que albergaba las minas, el Tollo de la Felipa, donde se realizaban algunas de las excavaciones para obtener alumbre, y el Castillo de Rodalquilar, conocido como el Castillo de la Ermita, cons-

truido en el siglo XVI para almacenar los minerales y alejarlos de manos codiciosas. Tambin resisten los enclaves de las antiguas minas de Las nias y Sol y numerosos restos de elementos e instrumentos caractersticos de la minera esparcidos por la caldera de Rodalquilar y la intracaldera del Cerro de la Molata. Todos esos vestigios, huellas de un tiempo de prosperidad en el valle, contribuyen a dar forma al paisaje de Rodalquilar, a la creacin de una atmsfera cargada de nostalgia ms propia de nales del siglo XIX o principios del XX que del siglo XXI. Qued el poblado a un lado de la carretera, cruz la Rambla y aparc el coche en las inmediaciones de la antigua iglesia. En su parte posterior se encuentra uno de los tesoros mejor guardados del Cabo de Gata, El Albardinar, el jardn del desierto. El Albardinar es un jardn botnico que toma su nombre del albardn, del rabe albard, una planta parecida al esparto propia de zonas ridas. Un lugar de esparcimiento construido desde el respeto a su estado natural y con el aadido de parterres y nuevos espacios para dar cabida a la ora que alberga. En su interior puede contemplarse esa ora caracterstica almeriense, pero tambin otras especies del sureste espaol y de diversos pases del mundo, condenadas a adaptarse a un hbitat rido, donde escasea el agua y sobreabunda la sal. Ya de por s su mismo nombre, El Albardinar, es hermoso y evocador, una invitacin a la relajacin y al disfrute de un entorno inesperado. Encendi un nuevo cigarrillo, el quinto o el sexto de aquel da, y volvi a pensar como casi todos los fumadores que uno de estos das deba dejar de fumar. Exhal el humo y lo persigui con la mirada. Avanz entre los parterres, j la vista en unas pequeas ores de colores brillantes y grandes hojas verdes y se sinti un tipo afortunado. No saba cmo era el paraso, ni siquiera si existi alguna vez un fabuloso jardn con ese nombre, pero estaba convencido de que Rodalquilar era su particular Edn y

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El Albardinar, su jardn mitolgico. Aor a su Sherezade personal, una hur que paseara junto a l por aquellas sendas y le susurrase mil y un relatos al odo. No dudaba de que la belleza como todo aquello percibido es algo subjetivo y aunque en algunos casos se mar-

quen unos cnones, pertenece a la esfera de lo ntimo la predileccin por un lugar en detrimento de otros; de igual manera que las relaciones entre las personas vienen marcadas por anidades o por eso que algunos llaman qumica, o se imponen unos gustos sobre otros sin que a priori haya una

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explicacin racional. Este convencimiento le llevaba a ser prudente cuando hablaba a otros de Rodalquilar, tema crear expectativas que luego condujeran a la decepcin cuando esos otros contemplasen con sus ojos y no a travs de los suyos el valle. Pero tambin haba en su conducta un atisbo de egosmo, un rechazo a compartir aquel paisaje privilegiado con otras personas que no fueran capaces de apreciar la singularidad de ese lugar. Al menos la excelencia apreciada por l. Quizs anhelaba preservar aquel espacio o buscarle una estancia libre en su cabeza para que conviviera con el pen irlands y con la imagen del dueo de bar limpiando el pescado a la orilla del mar. Permaneci una hora ms en aquel jardn de ensueo. Al salir, dud entre retornar al coche y cogerlo para dirigirse a la playa o hacer el camino a pie, dando un paseo. Sin decidirse por una cosa u otra cambi de idea sobre la marcha y se plante la posibilidad de ir primero a comer, y aqu le surgi una nueva duda, si comer en el restaurante junto a la Rambla, si hacerlo en el hotel, camino de El Playazo, o si mantener su idea inicial de dirigirse a la playa y ms tarde comer en la propia Isleta del Moro, en Los Escullos o en San Jos. Opt por dejar la comida para ms tarde. A n de cuentas no tena prisa y poda ir a la playa y luego disfrutar de la buena cocina de la zona en cualquiera de sus establecimientos. El Playazo, aunque es la playa de Rodalquilar, es una cala situada a unos tres kilmetros del pueblo. Se accede a ella a travs de la carretera que lleva a Las Negras, por una pista de tierra, y pese a que poda haber ido hasta all dando un paseo preri coger el coche. Entre el pueblo y la playa, como en la mayor parte de la comarca, reina el desierto. Un recorrido spero, apenas interrumpido por la cortijada de la Ermita, un resto islmico cuyo prembulo es un hermoso hotel y en cuyo entorno se levantan dos mansiones anqueadas por altos muros blancos. En uno de esos muros destaca un

gran cartel anunciando la venta del inmueble y una no menos grande antena parablica que corrompe la visin del muro y de la casa que asoma tras l. En las proximidades se aprecian los restos de un molino de agua, otro de los elementos del pasado caracterstico del valle de Rodalquilar. No muy lejos se alza una torre. En una sbana blanca, a modo de pancarta pintada de colores, aparece precisamente ese nombre La Torre y junto a ella, varias cuerdas con ropas tendidas delatan la existencia de sus moradores. La sequedad del terreno hace levantar al coche espesas polvaredas a su paso. No conduce a demasiada velocidad, pero eso da igual, an los movimientos ms pausados y prevenidos levantaran aquel polvo seco y ftil. A lo lejos se vislumbra el mar, pero aquella pista de tierra se empea en enroscarse como una serpiente y alargar el camino como si pretendiera evitar llegar hasta l. Es una extraa obstinacin de la naturaleza, como si no supiera que hace tiempo perdi ese pulso contra la accin del hombre, como si quisiera ignorar la amenaza de hormign que se cierne sobre el paisaje lunar almeriense. Un coche que vena de frente le apart por un momento de su ensimismamiento. Haba surgido como una aparicin entre la nube de polvo. El jardn vaco, un solo coche en su periplo a la playa aquello le convenci de que pese a ser Semana Santa, Rodalquilar segua siendo un sitio de paso, de que muchos visitantes acababan su ruta en el Mirador de las Amatistas y de que otros muchos lo atravesaban, sin detenerse, rumbo a Las Negras. Eso le satisfaca, pero a la vez le causaba una profunda tristeza porque aquellos convidados espordicos perdan la oportunidad de conocer el valle y por tanto, de disfrutar de sus secretos, de aquellas joyas que a l le causaban tanto gozo. El Playazo es una cala virgen, como tantas otras del litoral almeriense. Carece de los elementos propios de la

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mayora de las playas; no existen duchas, tumbonas o vendedores ambulantes y por supuesto no tiene paseo martimo. En aquellos das de mediados de abril tampoco dispona de baistas. Ni una sola toalla alteraba la visin de la arena. Nada. Por supuesto aquella escena cambiaba en los meses de esto y lo que ahora era tranquilidad y soledad se converta en bullicio y aglomeracin; los coches se agolpaban junto a las rocas y la arena apenas se divisaba entre los resquicios permitidos por las toallas, que extendidas sobre ella la sembraban de colores. Aparc el coche. En realidad, par el motor y dej el automvil lo ms cerca posible de la costa, evitando que las ruedas se hundieran en demasa en la arena. Mir al frente, hacia el mar y respir profundamente. A un lado estaba el castillo de San Ramn, construido en el siglo XVIII por orden de Carlos III, y al otro, donde el mar dibujaba un recodo de la costa, se encontraba la Torre de los Lobos, una de las muchas forticaciones mandadas construir tambin por la Corona para defender la costa de ataques de ultramar, para avistar las naves procedentes de Berbera y dar la voz de alarma y disponer la defensa. Pens en si alguien se habra tomado la molestia de catalogar y enumerar todas las torres o los restos de torres diseminadas en aquella costa. A l le parecan innumerables y casi estaba seguro de que esa labor estaba condenada inevitablemente al fracaso, porque siempre quedara sin contar alguna de las torres o se pasara por alto alguno de los restos de lo que en su da fue una torre y hoy es apenas una agrupacin de piedras en medio del desierto. Unas piedras que el frecuente viento que azota la costa de Almera no poda desplazar, pero si ir erosionando con la paciencia y la precisin permitidas por el lento devenir del tiempo. Anduvo unos pocos metros hasta las rocas en las que se asienta el castillo o la batera de San Ramn. Desde all poda divisar el inicio del sendero que conduca a la cala del

Cuervo, en las inmediaciones de Las Negras. En una ocasin recorri aquel sendero hasta la cala, un pequeo enclave nudista alejado de ojos curiosos, donde la arena se oscurece y contrasta con el color dorado de la arena de El Playazo. Oy unos gritos y gir su cabeza hacia la izquierda, al llegar no se haba percatado de que haba una furgoneta y una caravana aparcadas en el otro extremo de la playa. Sigui con la mirada a dos chicas que corran alborozadas junto a dos cachorros blancos y negros. Del interior de la furgoneta o de la caravana se escapaban los sonidos de un viejo tema de los sesenta. Las chicas tambin le vieron y agitaron los brazos y las manos al aire a modo de saludo. l correspondi levantando la mano derecha y agitando del mismo modo el brazo. Le hizo gracia la escena. Busc en su bolsillo el paquete de cigarrillos, extrajo uno, lo encendi y se sent en las rocas. Miraba el mar, oa su ronroneo y viajaba con las olas hasta verlas morir en la arena para renacer y retomar en sentido contrario el camino recorrido. A menudo le haba dado vueltas a la posibilidad de dejarlo todo y establecerse en Rodalquilar. Iniciar una nueva vida en aquel paraso, an a sabiendas de que ms pronto que tarde la explotacin turstica reconvertir aquel paisaje de ensueo. Sin embargo tambin es consciente de que en la vida siempre hay decisiones destinadas a no ser tomadas nunca. Quizs era un juego, un entretenimiento pasajero destinado a la especulacin imaginativa sobre lo que pudo haber sido y lo que fue, lo que debera ser y lo que haba sido. An as era capaz de imaginarse instalado en el valle, disfrutando de aquel paisaje y de la tranquilidad previsible en los meses alejados del verano. Se vea a s mismo ancado en una de aquellas casitas de planta baja con un pequeo jardn a la entrada, inspeccionando las minas o lo que quedaba de ellas con la curiosidad de un adolescente, soando por los senderos de El Albardinar o bandose en alguna cala solitaria. Tena esa capacidad para imaginarse all en un futuro,

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la misma que para saber que ese futuro no llegara. Termin de fumar el cigarrillo y se levant. Busc con la mirada a las chicas y a los cachorros. Las chicas haban desaparecido, probablemente en el interior de la furgoneta o de la caravana y slo pudo ver a uno de los cachorros tumbado junto al morro de la caravana, por lo que supuso que el otro no andara muy lejos. Se dirigi al coche. Y antes de entrar ech una ltima mirada a la playa. Sonri. Por un instante se sinti un espectador privilegiado, la galeota negra surcaba el mar en direccin a la costa, en la cubierta los piratas cogan las armas y se preparaban para el desembarco, a su espalda son un caonazo a modo de aviso para los pobladores de la comarca, los guardias de la Corona tomaban posiciones en el interior de la Torre de los Lobos Volvi a sonrer. Se acomod en el coche y arranc el motor; era hora de comer.

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historias de la costa Rodrguez nijarea FernandoCuando hu de Mandril para esconderme en la costa nijarea de Almera no saba cmo me iba a ir. Tuve mucha suerte. Me fue demasiado bien. Bien hasta el punto que encontr el primer trabajo en el mejor bar del mundo, el Jo Bar. Un garito ilegal, al aire libre en medio de la nada, diseado para moteros poda uno, literalmente, meter la moto hasta la barra y con una parroquia de malotes y tas guapas que echaba para atrs. El derecho de admisin estaba reservadsimo y todo aqul que era admitido como cliente senta lcito orgullo por serlo. Adems, por el hecho de ser el encargado de este bar, uno pasaba, directamente, a ser considerado como una personalidad de la zona, lo que vena ms que bien para moverse por restaurantes u otros garitos de la comarca en los que, en muchas ocasiones, no haba ni que pagar y siempre haba sitio para uno en las mejores mesas. Las ventajas de trabajar en un sitio as eran, de verdad, muchas y divertidsimas, pero ahora slo hablar de una parte de las vivencias de esa temporada que pas tras la huida de Mandril. Como trabajaba en el bar toda la noche, mi vida se reduca a las noches en el bar y a las tardes de desintoxicacin en la playa preferentemente solo, por motivos de salud mental Uno pensara que los delirios de los personajes nocturnos que operan entre alcohol y drogas, encontraran su

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contrapartida sosegada en la tranquilidad y placidez que destilaran las personas que van a las playas vrgenes de la zona a ltima hora de la tarde, pero no y de eso van estas historias de la costa nijarea, de gentes del bar y de gentes de la playa. Salud a todos.

la historia de nieto el motero sin moto que sabe encajar.Nieto es del Atltico de Madrid y est de vacaciones en Almera, en el Cabo de Gata. Deambulando por la zona con su novieta (de la que ahora os cuento) ha encontrado el Jo Bar, un bar de moteros malotes absolutamente ilegal que est situado en medio del desierto, en el valle de Los Escullos, cerca del mar. Todos los que trabajamos ah, usamos un largo pauelo para llevarlo entre el casco de la moto y la cabeza, este pauelo, adems de pinturero, sirve para el sudor, el fro, el polvo, etc. Es largo y su correcta colocacin es todo un arte. Pues bien, despus de unos primeros das de asentamiento en el nuevo medio, Nieto se coloca un pauelo de los mocos en la cabeza en la tercera jornada. De esa guisa se acerca esa noche al Bar. Va a demostrar cunto se ha adaptado ya a este ambiente autntico que le estaba esperando a l y tambin hasta qu punto ha captado el mensaje: Vive salvaje De su brazo viene Mamen, que es del Real Madrid. Ella viste desenfadadamente. casualmente. Eso dice en una

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etiqueta o algo asn. Ella s que se ha adaptado. Me trata con sinceridad de iniciado a iniciado en algo. Yo s que la puedo comprender y no ese garrulo de Nieto. S, s. Si es que t eres muy jipi. De siempre se deende Nieto Tu qu coo dices? Que no haces ms que ver la tele. Jipi de toda la vida no te jode ironiza Nieto sin mirarla Lo nico que sabes hacer majo, ver la tele Jarecrisna, jarecrisnas, jarecrisnacrisnajasres le canta Nieto. Mira!que me pones, que es que no s qu hacer Anda ponme por favor otro de estos zanja Nieto sin mirarla. Nieto tiene moto, pero no aqu. Est en el taller en Mandril. Pero el verano que viene ya ver ya la traer! Imagino cmo escenicar l ese momento en las fras tardes de invierno en las que la gente de ciudad suea con las vacaciones: Su moto refulgiendo bajo una luna llena de anuncio que le enmarca en semicrculo desde el horizonte marino qu estampa: Esa Yamaha virago 500 rugiendo por el desierto camino del Jobar. Llega y all le esperamos sus verdaderos amigos. Esos amigos que son los nicos que verdaderamente le comprenden, le conocen a fondo No son slo amigos coo! Son hermanos!S, sus hermanos del Jobar le esperarn. Y se acordarn perfectamente de l. De las cosas que hablaron con l durante el anterior verano. Le darn una cerveza enorme que el apurar de un trago ante la exaltacin de sus hermanos salvajes y ante la impresionada mirada de una pedazo de piba Mmmhh. S joder, porque es que a la Mamen ya no la aguanta. Es que mira que es fea la ta. Y tonta del culo.. Y chacha. Si es que, hay que joderse me dejo la moto y me traigo a esta

Oye imbcil, que yo me llevo a los sitios solita eh? Y quin conduce, eh lista, quin conduce? Nieto encuentra un punto dbil y ataca mirando a la parroquia, tal es su conanza en la pulla. Ja! Y quin conduce, eh? Ja, ja! Desde luego eres idiota majo Ja, ja! Sis Idiota, pero conduzco, negada! Que eres una negada! Ja! Gilipollas. Ja, ja! has visto, to, como es esta piba? intenta inmiscuirme Nieto Me llama gilipollas porque no sabe ni hablar y slo dice TONTERIAS! (Nieto termina su frase mirndola y ella da un golpe en la barra y se aleja susurrando, desolada) No aguanto ms Esa noche Mamen sobrepas algn tipo de lmite. Se fueron juntos, porque Nieto apur su bebida y sali tras ella despus de mirarme a los ojos para conectar conmigo en el pensamiento de cmo son las pibas. El resto de su noche qued entre ellos y los que les rodeasen en cada momento. Volvieron al da siguiente, pero separados. Nieto vena con otra piba. Una Morenaza. No estaba nada mal y desde luego comparndola con Mamen era Miss universo con el cerebro de Mdme. Courie. Me alegr ver la capacidad de reaccin de Nieto. Cualitativamente era incuestionable la mejora. Y cuantitativamente, un da-una piba, no est nada mal no? Nieto por su parte estaba viviendo una especie de anticipo del sueo que yo le haba imaginado: Una buena piba, amistad profunda con sus hermanos salvajes y esa embriagadora libertad. Era como una pelcula, no, como un vdeo musical. Hasta notaba cmo el pauelo pirata le ajustaba mejor Pero Nieto no tuvo demasiado tiempo para disfrutar de aqul Walhalla anticipado. Apenas diez minutos despus

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de su llegada con la morenaza, apareci Mamen. Eres un hijo de puta Con un swing pugilstico de primera magnitud, Mamen le propinaba a Nieto una ensalada de hostias digna de un rcord guiness. Despus, con Nieto ya fuera de combate, se encar a la morenaza. Y t? la morenaza no comprenda quin era esa loca Quin es esta puta!? insiste Mamen girndose hacia Nieto blandiendo su rionera como arma Nieto ni pudo responder. Haba recibido una buena paliza y an no saba bien de dnde le haba cado. Mamen se revolvi de nuevo hacia la morenaza y la atac con saa. Qu fuerza de la naturaleza. La morenaza encaj y encaj chillando: Pero quin es esta? Quitdmela de encima! Las separamos. Pero entonces Mamen volvi a por Nieto, que empez a ver comprometida su hombra ante sus hermanos salvajes. TeviaencajarunahostiaMamenhostia! acert a rebuznar en su defensa. De nuevo les separamos. Pero no me habas dicho que cada uno por su lao? S hijoputa, pero no esto Cada uno a lo suyo! Cada uno a lo suyo dijistes! Cada cierto tiempo, Mamen volva a atacar. Ora a la morenaza, ora a Nieto. En una de ellas pudimos nalmente ver a la morenaza pelear en el polvo del desierto. Hubo un acuerdo tcito para dejarlas pelear un rato. No cupieron las apuestas. Nadie hubiese apostado contra Mamen. El pauelo pirata de Nieto haba desaparecido de una hostia certera en la primera escaramuza. Su aspecto era ahora el de la derrota. Haba ligado una buena piba en un solo da. Haba encontrado su sitio con sus hermanos y vea ya empezar una nueva era. Pero Mamen le haba dado de

hostias y la morenaza haba huido del bar Normal, ni siquiera la haba defendido Cmo saldra la pobre de aquel desierto por la noche, sin coche? No habr faltado quin la lleve Joder qu iba a hacer ahora? Mamen intentaba involucrar a todo el mundo a su favor, pero no encontr ms que miradas que ngan no ver. De vergenza se ngi tambin borracha y de alcohol se emborrach de verdad en su teatrillo. Acab tirada al fondo. Llorando y gritando de vez en cuando hacia donde ella pensaba, sin acertar, que estaba Nieto. Como esos locutores de la TV que se equivocan de cmara Desaparecieron nalmente del bar tras habernos obsequiado con varios bises que se alternaban en violencia. A los dos o tres das volvieron, reconciliados. Oye, perdonad por lo del otro da se excus Nieto elegante. Es que llevbamos un pedo aport Mamen. Y se volvieron a Mandril. Y de la mano hasta el coche. Sabiendo que dejaban atrs a sus hermanos salvajes. Que les esperaran. Que se acordaran de ellos, de lo importante de ellos el siguiente verano.

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la llamada de lo salvaje (magnetismo telrico)Mariano e Ins estn de vacaciones en el Parque Natural. Es invierno y no hay ningn puente o festividad a la vista. El tiempo est desapacible. Hace un poniente de cojones y en todas las orillas, justo donde rompen las olas, se forman una especie de inernos provocados por la mezcla que el viento hace de la arena que arrastra desde el desierto, con las briznas de agua que arranca a mala hostia de las olas. Estamos en el Playazo, cerca de Rodalquilar. All, precisamente, es donde Mariano ha arrastrado a Ins en esta tarde del fro mes de febrero. Pero no precipitemos el curso de la narracin: de dnde salen estos dos? No hay mucha informacin al respecto. Slo s que son de Mandril. Les conozco porque hace dos noches estuvieron en el bar. Aparecieron all porque Mariano haba ledo acerca de nuestro bar en El Pas semanal EP[s] y haba tenido la suerte no comn a otros lectores de la misma publicacin de encontrar el garito. Durante el invierno, el trato con los clientes es como

ms cercano. Eso, desde dentro de la barra, tiene un grave peligro, que es el de que el cliente se torne en una especie de demonio castigador en forma de paliza, de chapas, pero no. El caso de Mariano e Ins es distinto. Son buena gente, aunque sin mucha chispa la verdad, pero buena gente. A Mariano le han regalado una estancia de una semana en un hotel de Rodalquilar. Nunca haba estado por aqu, pero la magia del lugar ya le ha fascinado. Le ha fascinado hasta el punto de que no puede dejar de hablar de ella. Todo el rato con la magia por aqu y la magia por all, que qu sitio ms especial, que si es telrico, que si nota ciertos magnetismos No los notis, vosotros, eh, los magnetismos? A Mariano tambin le ha dejado la mujer hace poco. Afortunadamente, a sus 40 y pico aos no tenan an hijos. Y as Mariano, en pleno proceso de recuperacin, ha venido a la costa nijarea de Almera con Ins, una chica de su ocina con la que se ha liado. Yo pienso que a Ins le gusta Mariano menos que a ste Ins. Ella es ms joven, tendr unos 35, y no los lleva del todo mal. Aunque tengo que reconocer que vindoles juntos, uno no se ve ante la tpica pareja rumbosa. Mariano es rechonchillo y peludete de cuerpo, que no de cabeza, asolada sta como est por la alopecia. Ella es pequeita, con el pelo lacio y como cara de pena. Ms bien parecen salidos de algn cursillo para parados. Como dira un amigo mo que es muy triunfador, tienen pinta de fracas. Pues ya digo, despus de haber intimado con ellos en el bar hace slo dos noches, tengo ahora la oportunidad de espiarles desde una altura que domina el Playazo. Hace un fro de cojones, est nublado y ha llovido hace menos de media hora. El poniente me estaba haciendo plantearme seriamente largarme de aqu. Y eso que he venido ms que bien pertrechado con una buena chupa de altas solapas y un buen termo de caf con leche espaol que voy alternando con los preceptivos porros.

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Pues eso, que a pesar de todas mis sabias medidas de supervivencia extrema, el Poniente me est haciendo plantearme una retirada. Encontrndome yo en estos pensamientos, veo llegar un Renault laguna azul. De l se bajan los dos personajes que reconozco inmediatamente: Son Mariano e Ins. Eso me decide a quedarme un rato ms. A ver qu hacen estos dos aqu con el fro que pela. Mariano, segn se baja del coche, anda unos pasos y abre los brazos en gesto de gracias a la inmensidad del ocano. Ins, claramente incmoda por el fro, se ajusta el abrigo rojo y se cala un gorro de lana hasta las cejas. Mariano la mira y le recrimina que no entre en conjuncin absoluta con la naturaleza, como hace l. Ella no contesta, permanece abrigada y no quiere decir palabra alguna que pueda alargar esta absurda estancia en la playa en un da de perros como este. Mariano, libre, se encamina a la orilla. Ins, que ya perdi la esperanza de volver a embarcarse rpidamente en el coche, se aleja de ste y sigue a Mariano a pocos pasos. Mariano, salvaje, comenta lo feliz que sera l de poder dejar Mandril y su mierda de trabajo y vivir todos los das as: libre y salvaje, como l en realidad es. Ante la sorpresa de Ins, Mariano se despoja de la chupa abandonndola en la arena con despreocupacin mientras camina en direccin al mar. Ella parece comenzar a comprender lo que se le viene encima. Recoge la prenda de su pareja del suelo y le sigue sin atreverse a decir nada que pudiera espolear el salvajismo de Mariano. l, que sabe que su pareja anda detrs, decide interiormente darle a ella una leccin de lo que es la completa sintona con la naturaleza, qu coo con la naturaleza, con el propio cosmos joder. As es como decide que se va a baar. Ya vers como se va a quedar la ta esta conmigo, lo va a ipar parece decirse para sus adentros, y continua mientras se acerca a la orilla: denitivamente, este lugar tiene algo no s llmalo

energa o magnetismo, o no mejor telrico, algo telrico s una energa telrica Con esto en la cabeza, Mariano se gira haca Ins con la intencin de transmitirle su hallazgo, de compartirlo con ella, pero un primer vistazo le desanima. Ins le sigue dando pequeos e inseguros pasos sin levantar la vista del irregular suelo que pisa, evitando los charcos que l pisa, completamente a propsito, demostrando una actitud de la que ella carece. No todos somos iguales slo algunos seres vivos percibimos estas cosas, es como un instinto animal yo soy un animal, pero es que vivo en la ciudad y as, pues claro, no puedo ser feliz sin los telurismos, sin esta energa que slo los salvajes podemos comprender Pues me apetece darme un chapuzn declama ipando con la nueva seguridad que ahora disfruta La verdad es que Ins se lo tema. Si ya saba ella que este era un notas. A pesar de ello intenta evitar el mal rato. Pero Mariano, kari, que hace muchsimo fro. y mira que olas, que se te llevan pa dentro Venga, venga, si son muy pequeitas. T es que no me conoces, pero yo es que soy as, que me dan ganas de baarme y me bao. una vez en la Pedriza con Alfonso Y si te pasa algo yo que hago aqu sola? interrumpe Ins desesperada Pero mujer, hay que ver como eres se molesta el salvaje Mariano mientras se despoja del jersey adems dice sealando hacia m sin reconocerme mira, all hay un seor ya est no? Ins no ha quedado satisfecha, pero Mariano ya pugna con los pantalones, en breve estar desnudo y ella, santo cielo, no puede hacer nada! Gurdame la ropa anda dice Mariano con gesto de conquistador que parte a las cruzadas. Ante la nariz de Ins, encima del resto de la ropa,

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yacen ahora los calcetines y los gallumbos de color carne de Mariano. Como hace mucho viento, ella se ve obligada a aplastar el burruo de ropa poniendo la mano en las prendas ntimas de Mariano. Descubre en ese preciso instante, que jams podr amarle. Ajeno a todo esto, Mariano se acerca, desnudo y decidido a la orilla. Por supuesto mete barriga y trata de sacar miembro, pero le salen mal ambas cosas. Su estampa es lamentable Ah voy anuncia orgulloso. Su primer pie entra en contacto con el agua. Est absolutamente helada. Un escalofro le sube por la espalda y estalla en su cuello. Le da un temblor sbito e incontrolable y su rgano reproductor se encoge visiblemente. Aterrado, se gira tratando de recuperar el control y la sensibilidad de su pie y le da el reloj a ella. Ese gesto le ha permitido retrasar lo inevitable unos segundos, pero sabe que deber zambullirse en ese mar helado y agresivo que ruge ante l. De otra manera, toda la admiracin que ahora despierta en Ins desaparecer. Olvid quitarme el reloj se excusa ngiendo una sonrisa mientras disimula los temblores. Ins est pasando uno de los peores ratos de su vida. Este energmeno, que la ha trado hasta aqu en un da como este, que le ha dado sus calzoncillos color carne para que se los guarde y que encima anoche se qued como un lirn despus de follrsela fatal, quiere impresionarla y el muy capullo se va a ahogar Mariano ya tiene los dos pies en el agua. Est completamente aterrado y su rostro lo disimula bastante mal. Est pasando tambin un verdadero mal rato. Adems, no ve que hay un claro escaln al lado mismo de la orilla y, perdiendo pie aparatosamente, cae en l sumergindose del todo. Se rehace del susto sin dignidad alguna, chillando como una rata, braceando como un nio asustado y tratando

de salir del ocano como si estuviese escapando del Titanic, pero cuando consigue encaramarse de mala manera para salir y logra sacar su cuerpo del agua dejando su cintura al descubierto descubre algo terrorco: Su Pene ha desaparecido. Parece que no tiene polla y sus huevos se han quedado como los de una pantera; fros, pequeos y pegados al culo. Mariano se siente muy avergonzado, por lo que, bruscamente, se gira de nuevo hacia el ocano negando a Ins el privilegio de la contemplacin de su aparato reproductor. De esa guisa, empieza a andar por el agua, como dando un despreocupado paseo, de espaldas a Ins, alejndose de ella e intentando, por medio de algn tipo de auto control, lograr que su pene recobre al menos un aspecto no demasiado ridculo. Ins no sabe como hacerle ver que da igual. Que el tamao no importa. Que lo nico importante es que se abrigue rpido para irse de ah, pero l, hombre salvaje, ha emprendido ya un absurdo camino que le lleva a alejarse ms y ms de Ins hacia el otro extremo de la playa. En su andar, Mariano nge que juega con la arena, que contempla el bello espectculo del temporal, as hasta que, ya con descarados tocamientos de por medio, logra dar a su pene un tamao que l considera decente. Se da la vuelta orgulloso y repara en que Ins le ha dejado la ropa en la orilla pillada con una piedra y se ha retirado a esperarle dentro del coche. Mariano no se viene abajo, piensa que la tiene impresionada y ya se ve a s mismo poseyndola como lo hara un salvaje en cuanto lleguen al hotel

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esos Fernndez-Maquieira ojos bellos ArturoA las tres en punto de la tarde se me caa el bolgrafo de las manos, sala disparado del banco en el Paseo de la Castellana, coga mi coche de yuppie y azuzaba a todos sus muchos caballos para llegar en cuatro horas al Mnsul o a la Medialuna, que son las dos playas en las que ms cerca de la orilla se puede dejar el coche, y all me iba quitando la corbata, el traje, los zapatos, tirando todo con rabia sobre la arena para llegar desnudo a la orilla y zambullirme en el mar, como si de un rito de limpieza o de puricacin se tratara, para desprenderme de toda la podredumbre, frustracin y miserias acumuladas en un trabajo que ni me gustaba ni me importaba, pero que me tena enganchado por el orotismo de lo material y ahora me doy cuenta, ms vale tarde que nunca, de lo absolutamente prescindible que era todo lo que me aportaba. Es curioso que estuviera de lunes a viernes hasta las tres en punto de la tarde pensando en escaparme a mis playas, a baarme desnudo en sus limpias y habitualmente clidas aguas con una necesidad acuciante, casi obsesiva, cuando las primeras veces que vine, despus de mi infancia, me negaba a acercarme al mar, aunque los motivos de mi rechazo eran de otra ndole que aqu no viene a cuento. Y os cuento: Eran los tiempos del Pez Rojo, del Chamn, del de antes, del fetn, del autntico, cuando te podas bajar a fumarte

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un porrito mirando al mar desde el pequeo acantilado de debajo de la pista de baile al aire libre y, a base de copas y estupefacientes, esperar la hora avanzada de la madrugada en la que todas las lobas y lobos de la noche del Parque Natural se reunan, en comunal rito ebrio, a ver la alborada en la pista de lo de Pepe. Yo creo que la mayor parte de la gente que conocimos aquellos sitios en aquellos tiempos no podremos olvidar la largusimas, las casi eternas noches vividas en ellos. Se beba hasta la inconsciencia, se bailaba Rock&Roll, sobre todo Rock&Roll, hasta la extenuacin, se hablaba, o ms bien se balbuca de lo divino y de lo humano; se besaba, se abrazaba, se acariciaba, se follaba en el suelo, o contra las tapias, o en los coches o sobre ellos; se miraba el cielo cuajado de estrellas, aunque se estuviera para no ver nada, se consuma de todo lo ilegal, lo inmoral y lo que engorda, gozndose de todo ello sin mesura, sin importar mas all del Carpe Diem, disfrutndose de vivir cada segundo como nunca mais, que diran Mara Betanha y Vinicius de Morais. Creo que hoy nos queda, a buena parte de los componentes de aquella generacin Pez Rojo, la resaca de lo apresurada y desmesuradamente vivido y bebido entonces, y una irreprimible aoranza de lo que podra haber sido aquello si hubiera sobrevivido a la voracidad urbanstica, aun a riesgo de la salud de muchos que, como yo, sufrimos en nuestras carnes las consecuencias de tanto apresurado exceso. Aun hoy, transcurridos muchos aos, los recuerdos de aquellas noches me asaltan con sensaciones de dj vue cuando me quedo pensativo estando en la Haima o en lo de Jo, que son los actuales templos de los jvenes lobos y lobas trasnochadores de hoy. De estos sitios, que tambin son ya aejos, guardo recuerdos muy distintos, ni mejores ni peores. Los he vivido con ms moderacin, con ms conciencia de lo hecho, con menos catalizadores de la realidad. La Haima recogi la tradicin de reunir a los ms

recalcitrantes, a los que en su da acudan al Pez Rojo, en estado de avanzado perjuicio a ver salir a Lorenzo y acostarse a Catalina, a los irreductibles trasnochadores, que iban a por la ltima, antes de ir a la cama. La Haima tiene el inmensurable valor aadido de estar situada al borde del mar, en una playa desierta donde poder baarse o darse un revolcn, con la complicidad de la casi absoluta oscuridad, slo velada por las espectaculares lunas llenas de verano, que han sido testigos de los ms galantes, sensuales y romnticos amaneceres en los dulces brazos de amantes ebrias de alcohol y sexo, borrachas como a Henry y a mi nos gustan las mujeres. El bar de Jo es muchas cosas. El afable, el muy afable, a pesar de la ereza de su aspecto, amigo Jo, las partidas de Backgammon con los Joses y Fanfanes, los toxiquillos con Estrumel, la magnca msica de Thomas, las conversaciones imposibles en madriliano con el mundo britnico, mis botellines de agua y todas las chicas lejanas, imposibles, todas las que me gustaron y ya no volvern y las que ya nunca sern, pero que all van y estn preciosas e inalcanzables por la noche. El caso es que empec a escribir esto con el propsito de que la narracin fuera el hilo conductor que explicara como se puede pasar de ser un esclavo del asfalto, urbanita impenitente, orgulloso y convencido de serlo, de corbata de Ferragamo y Herms, zapatos de Farrutx y Alden y trajes a medida de pao ingls, a melenudo con una docena de camisetas, un par de pantalones cortos, uno de pana, un vaquero, chanclas de mercadillo y; sin corbatas, sin calcetines, sin baador de Nike!!!. Y es que hay vida despus de lo que la sociedad nos impone como modelos a seguir, engandonos con lo que son los valores y pautas calicados como ticamente correctos y ldicamente deseables. Y cuando pasa el tiempo ves que los tesoros de la existencia no son materiales, ni cuestan dinero, ni ste sirve en absoluto para optar por ellos. La luz del sol por la maana, la brisa de la

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tarde, el manso mar acaricindote con su oleaje, la piel desnuda sobre la clida arena, no se entregan a quien ms paga, sino a quien busca refugio en ellas recibiendo a todos por igual, sin mirar currculos profesionales ni color de la tarjeta de crdito. Mientras ests inmerso en la vorgine de la Hoguera de las Vanidades creyndote un master del universo porque te pagan mucho, porque conoces a gente importante, porque comes en restaurantes caros de ambientes renados, porque posees muchas cosas de marcas imprescindibles, no te queda tiempo para pensar mas que en la cantidad de dinero que tienes que ganar para mantener ese tren de vida?, y no prescindir de lo que, en realidad no son ms que parches, apsitos que cubren el vaco y la podredumbre de tu existencia. Cosas de oropel y brillantes que te deslumbran para no dejarte ver lo breve de una existencia desperdiciada absurdamente en la quimera de poseer, poseer cada vez ms para ser el cadver ms rico del cementerio, el de atad de caoba hembra cubana y corbata de Gucci de mortaja, el que deje a sus descendientes lo necesario para que se hagan unos hastiados, permanentes insatisfechos de tener todo dado, y sin ninguna ambicin de aventura y riesgo en la vida. Pero apareci ella; y fue a raz de conocerla cuando al seguirla a todos lados para conquistarla me hice bohemio, verde, alternativo, paseante de alpargata y amante de las playas, de esas playas donde hacamos el amor y donde escuchaba embelesado esa voz de nia, sin entender mucho de lo que deca, pero escuchndola, y desendola, y mirando sus ojos oscuros y su esbelta gura de junco correr y saltar entre las olas, revolcndose por la arena, fresca y lozana, apetecible e irresistible. Ella fue la que me ense el mar. Tena los ojos como dos faros en noche de luna nueva por el camino de Genoveses, como dos tizones oscuros, intensos y profundos. La primera vez que los vi, con su duea recin levantada, reejaban una severa resaca despus

de noche larga de abusos de vayausteasaberqu. Esa misma maana, en ese preciso instante, supe que quera tenerlos cerca, muy cerca, cada vez ms cerca de los mos, tanto como cuando estn tan cerca que al acercarse ms se agrandan, se superponen y slo se ve un ojo, como de un cclope sorprendido que mira a otro. Y supe que quera ser yo el causante de esos surcos de la vida a su alrededor, y el culpable de esos prpados hinchados, y quien provocase ese su enrojecimiento por falta de sueo y excesos. Supe entonces, en

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ese mismo momento, que deba probar el sabor de sus nos labios que enmarcaban, con rictus siempre algo triste, esa boca grande, innitamente apetecible que luego tanto placer y tanta alegra ha dado a mi vida. Era menuda, exible y con un aspecto frgil que llevaba a engao, pues esa grcil estructura corporal contena una batera de energa solar inagotable que irradiaba y se recargaba, al mismo tiempo, de la luz de esos trridos das del verano de estos campos cantados por Goytisolo. Era la estacin en que su esplendor vital alcanzaba el cenit tras Beltaine, tras las hogueras de Walpurgis; su sonrisa plcida y triste deslumbraba; su piel suave, maravillosa, bellamente tostada y cubierta con toda la gama de rojos y naranjas de las telas livianas y vaporosas de vestiditos que perlaban sus pequeos y bellsimos pechos siempre desnudos, atrayendo a mis manos traviesas, brillaba lozana y aterciopelada como melocotn jugoso y fresco; sus redondas y acogedoras caderas, el asidero ms real y slido que he tenido a la alegra de vivir y a lo que es realmente importante en nuestra existencia, colmaban mis manos de mullidas y plcidas sensaciones. Nos refugibamos en el recinto de cualquier playa con la cmplice intimidad de la noche del Parque Natural, y all, en el Paraso, se ofreca a mis manos abriendo sus brazos como la bella or de una sola noche, iluminada por la tenue luz de la luna que provocaba su eclosin y era testigo y faro de nuestras caricias, de nuestros besos, de nuestros xtasis y desmayos, rendidos de excesos. Felices el uno en brazos del otro, desnudos y apretados, juntando la mayor supercie de piel posible, como si quisiramos fusionarnos en un solo cuerpo, en una nica alma, en un ser maravilloso e indisoluble, yin y yang, que siempre pudiera gozar de su propia dualidad, nos sorprenda muchas madrugadas la salida del inmenso sol por el horizonte curvo del mar, y nos reconfortaba con su calor, alumbrando nuestras primeras caricias del da.

Ella me ense a disfrutar de todo esto; del sol y de la arena, del viento y del agua salada, a estar desnudo, puro en armona con los cuatro elementos, sintindome acariciado por ellos y teniendo esos ojos amados, esos pechos deseados y esas nalgas que cubra con mis manos, atrayndola hacia m, cuando bandonos en la playa hacamos el amor y ella temblaba junto a m como una luna en el agua. Ella, mi Diosa del Mar, me atrajo aqu y me atrap con su canto de sirena cuyo irresistible magnetismo no pude ni quise evitar. Desde aquel verano mi vinculacin con el Parque fue creciendo; encontr una casa y pocos aos despus una excusa que aqu me ancl y aqu me tiene feliz, por su culpa, por su bendita culpa. Me ha visitado hace pocos das con su novio de quien (qu envidia!), espera su primer hijo. Est tan graciosa, ella tan menuda con su barriguita, y se la ve tan feliz e ilusionada qu envidia!, con la de veces que le dije lo que me gustara tener de ella una hija como ella, igualita a ella, con sus ojos y su sonrisa levemente nublada de tristeza. Pero me ha hecho mucha ilusin verla. Siempre me hace mucha ilusin verla, a ella, mi sirena del Cortijo de la Loma; donde tuve sus ojos tan cerca como yo quera, y donde jugando a los cclopes hund mis manos en las profundidades de su denso pelo, mientras nos besbamos mordindonos con los labios, luchando tibiamente con nuestras bocas, con la sensacin de tenerlas llenas de fragantes ores de aroma oscuro, y de peces de movimientos vivos, y donde dibuj, aquella luna llena de agosto con mi mano sobre su cara, la boca que mi mano eligi libremente entre todas las bocas, una boca siempre soada por mi, y que por una azar, que no busqu ni busco comprender, coincidi exactamente con su boca que sonrea debajo de la que mi mano le dibujaba. Gracias a esos bellos ojos a travs de los cuales descubr otra vida y gracias a Julio Cortazar, que se nos fue demasiado pronto, aunque nos dej musas de inspiracin imperecederas.

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alRakel Rodrguez todo cabo deHay viajes que parece que nunca empiezan y de alguna forma, tampoco terminan. La primera vez que llegu al Cabo de Gata en el ao 1997 fui una ms que se qued prendada del color y la luz de esta zona. Como tantos otros que llegaron mucho antes y otros que siguen y seguirn llegando mucho despus. Porque aparecer de pronto en un paisaje tan animal slo puede tener un efecto animal: o lo amas de golpe o te come de un mordisco. Este lugar est plagado de historias individuales, de gentes que llegaron y aqu siguen, entre nosotros y todas esas personas y sus historias han forjado tambin el carcter del Cabo de Gata. No es difcil observar que las zonas que ms aisladas han permanecido acaban por parecerse. Sus gentes parecen huraas, esquivas y de gesto adusto. Y ms si el sitio en cuestin es un pequeo paraso para quienes llegan de fuera, las playas vrgenes, el paisaje de una belleza aplastante, los pueblos habitables y apetecibles, algunos de ellos escondidos, resguardados tras colinas o protegidos por carreteras estrechas y casi imposibles. Cuando durante generaciones se ha estado acostumbrado a la dureza de un lugar poco dado a los caprichos y comodidades, cuando llega el tiempo de bonanza la gente responde hacia dentro. Hay que entender que la gente aqu est demasiado acostumbrada a que les salven la vida, a que les planteen mil negocios, mil maneras de llevar las cosas. Llega un momento que la cscara se cierra y aprenden a escuchar como quien escucha la lluvia65

y el viento. Es un gesto comprensible que los que hemos ido quedndonos hemos asumido como propio tambin. Porque hay viajes que pueden planicarse, una se arma de atlas geogrco, guas diversas y un objetivo en mente y trata de recorrer durante das o semanas un lugar preciso y deseado. Esos viajes nos cambian y alimentan, nos dan una perspectiva y amplan nuestros horizontes y nuestras lenguas. Pero hay viajes imposibles que parecen iniciarse sin una fecha previa y por no calculados, transforman nuestras vidas, por falta de previsin nos trastornan y no podemos sino seguir su corriente y dejarnos arrastrar. Llegu al Cabo de Gata cargada de mapas y rutas por hacer. Llovi tanto durante aquellos das que apenas pude hacer un par de ellas. Recuerdo que conoc a alguien que me coment que vivir all sera un sueo. Recuerdo la lluvia, el paisaje con una luz blanquecina como la de los sueos, recuerdo las ruinas y mi imaginacin que volaba en ellas, metindose en sus rincones y en su abandono, recuerdo la tranquilidad de aquel noviembre, fuera de temporada, recuerdo alguien a mi lado que tomaba mi mano, recuerdo que pens y si? Luego regres y volv a marcharme unas cuantas veces. Segu unida a otros mapas y otros viajes que me llevaron y trajeron una y otra vez de vuelta. En esas idas y venidas fui descifrando el mapa humano de esta zona y a la vez trataba de hilvanar mi propio mapa personal que se desmoronaba sin remedio. En todas partes han existido esa clase de gente, ms conocidos como los raros, personas que llaman la atencin por su atuendo, por su fsico, por su carcter, por su forma de vivir, por sus ocurrencias o por su mala leche o por todo ello junto aqu podra decirse que superan la media, con lo cual digamos que se ha normalizado el trmino. Hay raros y raras por todas partes, los que son de aqu, porque son de aqu y han forjado a base de generaciones ese deje tan suyo de pues si no te gusta no vengas y si no te gusta mi cara no me

mires. Y punto. Deben estar muy hartos de que les vengan gentes de paso a decir cmo tienen que llevar sus negocios o incluso sus vidas y eso francamente puede conseguir que entre quien entre por la puerta haya un desinters absoluto no apto para cardacos ni egocntricos. Y luego estn los raros que han venido a parar aqu. Y desde luego no son pocos, han llegado de Suiza, de Alemania, Holanda, Francia, Madrid, Valencia, Zaragoza, Barcelona, creo que podramos hacer una ruta geogrca por Espaa y llenarla de acentos. Algunos sintieron la llamada de lo salvaje de golpe y llegaron y aqu se quedaron, otros fueron entendindolo poco a poco pero con idntico resultado, aqu continan. Unos ms sociables otros menos, unos artistas y otros artesanos, unos ms buscavidas que otros, pero todos han encontrado aqu un punto en comn que los ha atrapado. Bien porque han llegado escapando de ruinas personales que los asxiaban, bien por desengaos de cualquier tipo, sea como sea, eligieron este lugar. Tambin son dignos de mencionar los que van y vienen continuamente y a base de aos yendo y viniendo han acabado por formar parte de este paisaje humano, aunque sea de manera intermitente. Y es que hay sitios que predisponen a cierto tipo de personas, solitarios, marginados e inadaptados en potencia, que a la vez estn dispuestos a disfrutar de las pequeas y (grandes) cosas que cada da ofrece este Parque Natural y que se apuntan sin dudar ante una propuesta gastronmica, hacindose una esta alrededor de un plato de cocido, un arroz o un puchero de lentejas, de las que suelen preparar Maise y las chicas del molino. Hay un montn de razones para vivir aqu, tantas como personas. Pero lo evidente es que no se puede evitar un pellizco al subir por el mirador de la Amatista o al bajar hacia el Valle de Rodalquilar. No se puede evitar mirar con embobamiento el mar en cualquiera de sus playas, desde Escullos a Genoveses, de Cala Toro al Playazo y esas

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siguen siendo las razones que atraen a miles de personas hasta aqu, para baarse en aguas transparentes, bucear, relajarse de la vorgine de la ciudad, caminar por cualquier sendero y hacer una buena ruta, pasar unos cuantos das y luego volver a sus lugares de origen. Por otro lado todos sabemos que no existen los parasos y que no todo es siempre bonito ni maravilloso. Las relaciones aqu tampoco son sencillas, depende de la sociabilidad de cada uno y de la relacin que cada cual mantenga consigo mismo. Hay das en que uno se levanta con el pie torcido, afuera hace un da esplndido pero por mucho que mires el mar y toda su gama de colores, el nimo se niega a levantarse. Hay das que uno va hacia Campohermoso, lugar al que todos acudimos para hacer la compra (es mucho ms barato y hay de todo) y ve el otro mundo alejado de la playa, el de los invernaderos, el de las bicis jugndose la vida en la carretera, el de los magrebes y subsaharianos que nadie sabe exactamente dnde viven, pero son visibles y a la vez casi parecen transparentes. Ellos no van a las playas, no se les ve en las terrazas tomando una caa o un t, parecen siempre yendo en camino de algn sitio, con bolsas de comida, caminando a campo traviesa, sin que se vea un lugar adecuado donde vivir. Uno hace la compra y regresa a la costa, al otro mundo. Al de la construccin (siguen construyendo) al de decenas de bares por calle, carteles de se alquila, al de o ests en el negocio o trabajas en l. Porque aqu todos nos buscamos la vida en la hostelera, o bien porque tienes un barecito o curras en uno, o bien tienes una casita que alquilas o las limpias por horas, o tienes un hotel o casa rural o apartamentos o trabajas en ellos. No hay muchas ms salidas y ms vale que tengas alguna porque el invierno es largo, muy largo. Y hermoso, muy hermoso si tienes la gente adecuada a tu lado, el dinero justo en los bolsillos y sobre todo los ojos y la mente y las manos abiertos, bien abiertos para disfrutarlo No, no existen los parasos, pero este no es mal sitio para vivir

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Est edicin se acab de imprimir en julio 2007 en los talleres de Grcas La Paz, Torredonjimeno