ALFONSO MOLA Fiestas Reales y Toros Quito XVIII

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FIESTAS REALES Y TOROS EN EL QUITO DEL SIGLO XVIII Marina Alfonso Mola / Carlos Mart í nez Shaw Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España A través del estudio de las proclamaciones de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV, las corridas de toros aparecen en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente imprescindible de las fiestas reales y como una diversi ón profundamente arraigada entre el conjunto de la poblaci ón. Las corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego caballeresco, con el ritual muy formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparici ón la figura del torero profesional, pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos otros juegos más populares, modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio. The study of the royal proclamations of Philip V, Louis I, Ferdinand VI, Charles III and Charles IV shows bullfighting in Quito in the XVIIIth century as an essential ingredient of royal feasts and an amusement deeply rooted in the population as a whole. The corridas (bullfights) seem to survive under the form of the old aristocratic game, with a very formalized ritual and a well defined room and without the p articipation of any professional torero (bullfighter). But we cannot discard some sort of on-foot bullfighting and some other more popular games, forms that are not mentioned by sources. A nuestros amigos de Quito. Es bien sabido que en la Espa ña del Antiguo Régimen las fiestas reales llevaban normalmente aparejadas corridas de toros. Durante la época de los Austrias, la lidia consistió en un toreo a la  jineta practicad o por las clases privile giadas que se cel ebraba en espa cios habilitados en el ámbito urbano y que constituí a un espectáculo en el que los grupos populares actuaban como meros espectadores o servidores. El siglo XVIII fue un periodo de transici ón en que la fiesta caballeresca dio paso a otro tipo de espect áculo, con una mayor participaci ón de las clases populares en el encierro y en la propia lidia, que, tras un momento de desconcierto caracterizado por el "desorden de los ruedos", es decir por las corridas mixtas "sin leyes", terminó desembocando en la imposición de la normativa clásica del toreo a pie, con la formalización del paseí llo, el predominio del matador y su cuadrilla y la muerte final del toro a manos del matador, un ritual sellado por la redacci ón de las primeras tauromaquias[1]. Tambi én es bien sabido que las corridas de toros al estilo de la metrópolis entraron desde fecha temprana en la vida cotidiana de la América colonial. Para el virreinato del Perú, se ha venido señalando tradicionalmente como fecha de la primera fiesta el 29 de marzo de 1540, con ocasión de la consagración de los santos óleos por el obispo de Lima, fray Vicente de Valverde, y con la improbable participación en la lidia nada menos que del ya septuagenario Francisc o Pizarro, el marqués de la Conquista. En cualquier caso, dos décadas más tarde, las corridas estaban ya reglamentada s, de modo que tuviesen lugar cuatro veces al año, durante la Epifaní a, San Juan, Santiago y la Asunción. Finalmente, hay que añadir que la costumbre estaba ya tan arraigada en Lima en la década de los setenta que ni siquiera los interdictos pontificios dictados con car ácter general para todos los territorios de la Monarquí a Hispánica fueron capaces de impedir su celebraci ón en la Ciudad de los Reyes[2]. Para el antiguo reino de Quito, sabemos que la práctica se introdujo tambi én ya desde el siglo XVI y conocemos algunas generalidades sobre el desarrollo de los festejos. Como en otros lugares, la organizaci ón recaí a en el cabildo municipal, que nombraba los correspondientes diputados encargados tanto de la provisión de los toros bravos necesarios como de la designaci ón de los

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FIESTAS REALES Y TOROS EN EL QUITO DEL

SIGLO XVIII

Marina Alfonso Mola / Carlos Martí nez Shaw

Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España 

A través del estudio de las proclamaciones de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV,

las corridas de toros aparecen en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente imprescindible de las

fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto de la población. Las

corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego caballeresco, con el ritual muy

formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la figura del torero profesional,

pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos otros juegos más populares,

modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio.

The study of the royal proclamations of Philip V, Louis I, Ferdinand VI, Charles III and Charles IVshows bullfighting in Quito in the XVIIIth century as an essential ingredient of royal feasts and an

amusement deeply rooted in the population as a whole. The corridas (bullfights) seem to survive

under the form of the old aristocratic game, with a very formalized ritual and a well defined room

and without the participation of any professional torero (bullfighter). But we cannot discard some

sort of on-foot bullfighting and some other more popular games, forms that are not mentioned by

sources.

A nuestros amigos de Quito.

Es bien sabido que en la España del Antiguo Régimen las fiestas reales llevaban normalmente

aparejadas corridas de toros. Durante la época de los Austrias, la lidia consistió en un toreo a la

 jineta practicado por las clases privilegiadas que se celebraba en espacios habilitados en el ámbitourbano y que constituí a un espectáculo en el que los grupos populares actuaban como meros

espectadores o servidores. El siglo XVIII fue un periodo de transición en que la fiesta caballeresca

dio paso a otro tipo de espectáculo, con una mayor participación de las clases populares en el

encierro y en la propia lidia, que, tras un momento de desconcierto caracterizado por el "desorden de

los ruedos", es decir por las corridas mixtas "sin leyes", terminó desembocando en la imposición de

la normativa clásica del toreo a pie, con la formalización del paseí llo, el predominio del matador y su

cuadrilla y la muerte final del toro a manos del matador, un ritual sellado por la redacción de las

primeras tauromaquias[1].

También es bien sabido que las corridas de toros al estilo de la metrópolis entraron desde fecha

temprana en la vida cotidiana de la América colonial. Para el virreinato del Perú, se ha venido

señalando tradicionalmente como fecha de la primera fiesta el 29 de marzo de 1540, con ocasión de

la consagración de los santos óleos por el obispo de Lima, fray Vicente de Valverde, y con la

improbable participación en la lidia nada menos que del ya septuagenario Francisco Pizarro, el

marqués de la Conquista. En cualquier caso, dos décadas más tarde, las corridas estaban ya

reglamentadas, de modo que tuviesen lugar cuatro veces al año, durante la Epifaní a, San Juan,

Santiago y la Asunción. Finalmente, hay que añadir que la costumbre estaba ya tan arraigada en

Lima en la década de los setenta que ni siquiera los interdictos pontificios dictados con carácter

general para todos los territorios de la Monarquí a Hispánica fueron capaces de impedir su

celebración en la Ciudad de los Reyes[2].

Para el antiguo reino de Quito, sabemos que la práctica se introdujo también ya desde el siglo XVI y

conocemos algunas generalidades sobre el desarrollo de los festejos. Como en otros lugares, laorganización recaí a en el cabildo municipal, que nombraba los correspondientes diputados

encargados tanto de la provisión de los toros bravos necesarios como de la designación de los

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caballeros que habí an de participar en la corrida. La fiesta adoptaba por lo tanto la forma de la lidia

caballeresca a caballo y se combinaba con otros juegos nobiliarios tan caracterí sticos como las

cañas, las alcancí as o las parejas. Las ocasiones de los regocijos públicos eran al menos las

habituales, como las proclamaciones de los soberanos y las bodas o natalicios acaecidos en la familia

real, así  como las entradas solemnes de las autoridades civiles y eclesiásticas. Finalmente, el espacio

reservado a la corrida era la Plaza Mayor, con el toril situado en una esquina, junto al actual Palacio

Cardenalicio, entre las calles hoy llamadas de Chile y Venezuela[3].

No es nuestro propósito, sin embargo, reconstruir la historia de la fiesta de toros ni en el virreinato

del Perú ni tan sólo en la capital de la Audiencia de Quito. Nuestro objetivo es el de dar a conocer las

circunstancias que rodearon la celebración de las fiestas de toros en la ciudad quiteña con ocasión de

las proclamaciones de los cinco soberanos de la casa de Borbón del siglo XVIII, desde Felipe V a

Carlos IV. Esta aproximación nos permitirá profundizar en el carácter que habí an cobrado en el

Setecientos las corridas en este lugar de la América virreinal. Para ello, hemos podido utilizar la rica

documentación depositada en el Archivo Metropolitano de Historia de Quito, cuya consulta nos fue

facilitada por su director, Don Diego Chiriboga Murgueitio, a quien queremos manifestar

públicamente nuestro profundo agradecimiento por su ejemplar eficacia y su generosa acogida, la

misma que recibimos de parte de Doña Grecia Vasco de Escudero, directora del Archivo Nacionalde Ecuador[4].

******

El dí a 13 de noviembre de 1700 le fueron remitidas al presidente de la Audiencia de Quito diversas

comunicaciones relativas a la muerte del rey Carlos II, previniéndole de la necesidad de moderar los

lutos a observar con este motivo y advirtiéndole de que los gastos ocasionados correrí an de cuenta de

los propios ministros de la institución ya que no serí an en ningún caso pagados por la Real Caja.

Pocos dí as más tarde, el 27 del mismo mes, una Real Cédula ordenaba al citado presidente alzar

pendones en nombre del nuevo monarca, Felipe V. La noticia de la muerte del último de los Austrias

llegó a Quito en abril de 1701, mientras que la orden de organizar los actos de levantar el estandartereal por el primero de los Borbones debió arribar no mucho más tarde, aunque no queda constancia

de la fecha exacta[5].

En cualquier caso, el Cabildo de la ciudad se reunió el 10 de setiembre de 1701 para acordar

proceder al inmediato juramento de Felipe V "por Rey y Señor Natural de estos Reinos", así  como a

levantar pendones en la forma acostumbrada y ordenar "públicos regocijos de repiques de campanas,

fuegos y luminarias". Del mismo modo, se mandó hacer una copia en lienzo de uno de los retratos

que se habí an recibido del nuevo soberano, enmarcarla y colocarla en la Sala Capitular. Por último,

se encargó al procurador general que comunicase las decisiones a la Real Audiencia a fin de fijar el

dí a de la proclamación[6].

En las sucesivas sesiones del Cabildo se procedió a la organización de los actos, de acuerdo con una

práctica ya bien establecida. Así  se nombraron como diputados al alguacil mayor, el maestre de

campo Francisco de Sola y Ros, al comisario Juan Sarmiento de Villandrando y a uno de los

regidores, el maestre de campo Roque Antonio Dávila. No obstante, todaví a se esperaron algunos

dí as más, a fin de recibir noticias de Lima, la capital del virreinato, así  como también de otras

ciudades donde ya se habí a celebrado el advenimiento del monarca, como Santa Fe y Cartagena de

Indias. Finalmente, la proclamación tuvo lugar el 9 de octubre, aunque la documentación se muestra

muy parca en lo referente al contenido de los festejos, a los que sólo se alude en un testimonio

redactado por el escribano del cabildo el 2 de noviembre del mismo año. Así , aparte de señalar

naturalmente la ejecución de los gestos simbólicos esenciales, es decir, la exposición de los retratos

del soberano y el alzamiento del estandarte real mientras se pronunciaban las palabras de rigor

("Castilla, Castilla y las Indias Occidentales por el Rey Cató

lico Nuestro Señor don Felipe QuintoRey de España que Dios Guarde y Viva, Viva, Viva muchos años"), sólo se hací a mención al bando

previo (promulgado al son de cajas, clarines y pí fanos), así  como a las colgaduras, las luminarias y el

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castillo de fuegos artificiales. Por tanto, no sólo no hubo corridas de toros, sino que ni siquiera se

contempló tal posibilidad (frente a la de celebrar máscaras o montar una comedia) por motivos que

las fuentes silencian por completo[7].

Por el contrario, sí  hubo toros en el caso de la llegada al trono de Luis I, tras la abdicación de Felipe

V. En efecto, el cabildo, reunido el 18 de julio de 1724, resolvió organizar, para conmemorar la

coronación del nuevo soberano, unas fiestas que comprenderí an comedias, fuegos, luminarias,

repique de campanas y, lo que aquí  nos importa, tres corridas de toros en la Plaza Mayor, a

principiar el dí a 6 de agosto. A tal fin se nombraron los diputados y se repartieron las funciones para

que nada faltara: la "buena disposición del toril y barreras de las esquinas" de la plaza, la

distribución de "la plaza para los tablados", "los dulces y colación en las tardes de dichos toros" y

"los helados y barquillos". Se dispuso también el orden por el que se habí a de regir la concurrencia:

"Las tardes de la corrida de toros y para su encierro saldrán a esta Plaza Mayor los señores

capitulares con los caballeros vecinos, quienes con tan leales vasallos de Su Majestad concurrirán a

esta celebridad como lo han acostumbrado, de lo cual se les dará noticia por parte de este Cabildo,

nombrándose por Diputados para este efecto a los señores Alf érez Real y Alguacil Mayor, y para la

precisión de las entradas de los barrios y de los enhacendados de las cinco leguas de ambos partidosque vengan a celebrar las tardes de toros se nombra por diputado al dicho señor Alcalde de Primer

Voto"[8].

Una vez terminadas las fiestas, se pasaron las cuentas de las corridas. Se habí a gastado un total de

450 pesos entre los toros, los rejones, los caballos, las garrochas y "demás adherentes que se

distribuyeron", expresión que no sabemos si hace referencia a los dulces, helados y barquillos[9].

En cualquier caso, tales festejos se habí an concebido como un prólogo a la verdadera ceremonia de

 juramento y proclamación, que el cabildo fijó para principios de 1725 y ejecutó efectivamente el dí a

4 de enero, varios meses después de la muerte del joven soberano, pero varios meses antes de que

llegase a la Audiencia de Quito la noticia de su fallecimiento, cosa que debió ocurrir a primeros de

mayo, momento en que el cabildo empezó a ocuparse de la celebración de las exequias. Por ello, nollegaron a celebrarse las corridas programadas como epí logo de la ceremonia del alzamiento del

estandarte, las "fiestas reales de toros" previstas por el cabildo en su sesión del 23 de febrero. En

efecto, la documentación sólo nos revela la habitual designación de los diputados para las "tres

tardes de toros, caballos y rejones", así  como para "la colación y demás dulces", helados y barquillos

que se distribuí an en el transcurso de las diversiones públicas. La falta de otra información al

respecto significa que la demora del cabildo dio ocasión a la llegada de la orden de los lutos antes de

la celebración de los festejos, como más tarde corroborarí a una certificación del escribano del

cabildo, dada el 11 de abril de 1747[10].

El cabildo de Quito programó la proclamación de Fernando VI en su sesión del 15 de marzo de

1747, presidida por el marqués de Lises, corregidor de la ciudad. Las previsiones incluí an las

prácticas habituales en estos casos: el alzamiento del pendón por el alf érez real y la organización delas correspondientes "fiestas reales". Las diversiones debí an comprender un castillo de fuegos

artificales, la representación de dos comedias y tres tardes de toros, las cuales quedaban al cargo del

alf érez real, que debí a ocuparse de todo lo necesario: "rejones, rejoneadores y mulas que saquen los

toros muertos de la plaza". Cinco dí as más tarde, se tomaban nuevas determinaciones sobre las

fiestas, descendiendo a los detalles: la colación debí a componerse de "cuarenta y cinco arrobas

buenas y bien labradas de almendras y canela de Castilla", las salvas para el dí a de la jura, el anterior

y el posterior, se harí an con cinco arrobas de pólvora y los toros que se debí an comprar para las tres

tardes debí an ser "cuarenta y no más", lo que significa la lidia de trece o catorce cada tarde[11].

Sin embargo, cuando ya parecí a todo decidido, el marqués de Lises, en la sesión del cabildo del 11

de abril, introdujo un debate sobre la oportunidad de las corridas de toros tan inesperado como

interesante. A fin de analizar los motivos, merece la pena citar por extenso la propuesta del

corregidor:

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"A vista de la deplorable ruina de la ciudad de los Reyes, cabeza de este reino, en que hay tanta

materia de asombro como avisos para el desengaño y justo temor, hallándonos juntamente con la

reciente voz de las misiones, en que se ha anunciado la palabra de Dios, con las amenazas de su

 justicia y el copioso fruto que se experimenta en el común movimiento de piedad, no parece

oportuno el tiempo para promover el común regocijo de corridas de toros, en que ciertamente se

pervierten mucho los ánimos y se desenfrena el vulgo; y así  por estas poderosas razones como por el

miserable estado de esta ciudad, atraso de sus propios y la nueva circunstancia de desistirse el señor

alf érez real, Don Juan José de Chiriboga y Luna, de la diputarí a de dichas corridas de toros (con lo

que parece que aun Dios las quiere impedir), por lo que no es razón que quien tiene la obligación de

ver por el bien de la República le cause su mayor mal y que con razón se atribuya que se ha

pervertido a los convertidos y derribado el fruto que han plantado y cultivado los ministros de Dios,

y que se provocará su ira a mayor castigo que el que llora la ciudad de Lima; y para que no falten

demostraciones festivas, se pueden añadir sucesivamente a la jura máscaras, marchas y otros

regocijos en que no hay el peligro que en el de toros y lo que en éstos habí a de gastarse se emplee en

misas públicas, solemnes y generales por los buenos sucesos de nuestro soberano y para que Dios le

dé feliz acierto en todos sus designios..."[12].

El texto es excepcionalmente explí cito. Por un lado, hay que situarse en la atmósfera espiritual de los

meses que siguieron al famoso terremoto de Lima del 28 de octubre de 1746, cosa f ácil después de la

publicación del magistral libro firmado por Pablo Emilio Pérez-Mallaí na. Después hay que

imaginarse el contenido de la predicación de los misioneros aludidos en el texto, de esos

profesionales de lo sobrenatural (según los califica el citado autor) que insistirí an sin lugar a dudas

en los tópicos del castigo divino por los pecados cometidos y de la posible repetición del correctivo

en caso de perseverancia en la mala conducta. A partir de ahí  se comprende la moción del

escrupuloso corregidor, que añade a la razón principal otras también reales como la penuria

económica del municipio, aunque sin que sirva de argumento de peso, ya que las sumas ahorradas

con la supresión de los toros se emplearí an, por un lado, en la ampliación de los festejos con el

añadido de máscaras y marchas y, por otro, en la celebración de misas solemnes a la intención del

monarca[13].

Ahora bien, ¿por qué para el marqués de Lises debí an ser las corridas las únicas diversiones

suprimidas a la hora de congraciarse con la divinidad? Parece que la explicación más plausible sea la

vieja enemiga de la Iglesia contra los toros, considerados como un espectáculo poco edificante que

propiciaba la exaltación de las pasiones y el desenfreno de las clases populares y era ocasión de

accidentes peligrosos e incluso de pérdidas de vidas humanas. Las restantes piezas de la discusión

suscitada en el cabildo por la iniciativa del corregidor tampoco aportan nuevos datos para dirimir la

cuestión, aunque nunca debe descartarse la existencia entre algunas de las autoridades de un

sentimiento antitaurino de raí z ilustrada, al que en cualquier caso nunca se hace la menor alusión.

La propuesta del marqués de Lises suscitó la oposición rotunda de los dos alcaldes, el de primero y

el de segundo voto, que exigieron el cumplimiento de lo acordado, que además iba en favor de lacostumbre. Por el contrario, se sumaron al corregidor el fiel ejecutor, los regidores Sebastián Salcedo

y Pedro Ignacio de Larrea y el regidor decano, que puso como argumento "los graves inconvenientes

que sucesivamente se han experimentado así  en muertes como en infinidad de pecados que se

cometen en semejantes funciones". Finalmente, se adoptó el acuerdo de solicitar al escribano una

certificación sobre lo ejecutado con ocasión de las proclamaciones de Felipe V y Luis V (a la que ya

nos referimos más arriba) y de enviar las actuaciones al presidente de la Audiencia.

Al dí a siguiente el presidente de la Audiencia dictó un auto que no ofrecí a dudas. Habí a que observar

lo mandado en la Real Cédula otorgada por Fernando VI y organizar las fiestas del modo

acostumbrado. Ante tal pronunciamiento, el Cabildo hubo de volver al acuerdo del 15 de marzo e

iniciar los preparativos para las tres corridas previstas. Sin embargo, todaví a se produjo una última

tentativa por parte de los enemigos de la lidia, que tomaron como pretexto las dificultades

económicas del cabildo. El alguacil mayor, el regidor decano y Sebastián de Salcedo se avinieron

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con la opinión del primero, que proponí a solicitar al presidente de la Audiencia "la ayuda de costa de

los cuatro mil pesos del ramo de los aguardientes" y en caso de no conseguirse, suprimir los toros:

"no se hagan las corridas de toros, sino lo que se pudiera de otros regocijos, porque primero es

cumplir con la justicia de pagar". La iniciativa encontró la oposición de los dos alcaldes y del fiel

ejecutor, que se mantuvieron firmes en las tres tardes programadas. El corregidor hizo valer su voto

para decidir en favor del alguacil mayor, pero no sin antes recurrir a la opinión del asesor general,

cuyo dictamen zanjó definitivamente la cuestión. Habí a que cumplir con el auto del presidente de la

Audiencia y, por tanto, comisionar a los dos alcaldes para que exigieran el inmediato pago de dos

mil quinientos pesos que se le debí an al municipio, organizasen las fiestas con dicha suma y, si no

era suficiente, buscasen el dinero restante[14].

Por tanto, hubo que adoptar sin más dilación las providencias necesarias para garantizar la

celebración de las fiestas. Así , en primer lugar, se nombraron los capitanes de barrio: el alcalde

primero para el barrio de San Blas, el alcalde segundo para el de Santa Bárbara, el alguacil mayor

para el de San Roque, el regidor decano para el de San Sebastián, el regidor segundo para el de la

Loma y el hijo del alf érez real para el de San Marcos. Por su parte, el propio alf érez real, Juan José 

de Chiriboga y Luna, debí a atender a la ceremonia del alzamiento del pendón y a la organización de

las tres corridas de toros[15].

Tenemos una relación, fechada el 27 de mayo de 1747, de las fiestas de proclamación celebradas el

sábado 20 del mismo mes y año, que, pese al detalle con que describe las ceremonias de la jura, no

contiene por desgracia ninguna alusión significativa a las corridas de toros. Una nota posterior sobre

la distribución de los puestos en la Plaza Mayor para asistir a los distintos espectáculos, con

particular mención a las corridas, tampoco ofrece la menor información al respecto. Condenados por

tanto a seguir adelante para obtener detalles sobre el desarrollo de la lidia durante las fiestas reales

quiteñas, las relaciones de las realizadas en honor de Carlos III y Carlos IV nos darán finalmente

cumplida satisfacción[16].

La organización de la ceremonia de la proclamación de Carlos III exigió, como era habitual por lo

que hemos observado, más de una reunión del cabildo. Así , el 4 de julio de 1760 se adoptó elacuerdo de solicitar al escribano un informe sobre lo practicado en ocasión de la llegada al trono de

Carlos II, Felipe V y Fernando VI para ajustar los actos a la costumbre. En cualquier caso, las

celebraciones debí an incluir lógicamente el alzamiento del estandarte y una función solemne en la

catedral con el canto del Te Deum. En cuanto al ciclo propiamente festivo, la sesión se dedicó a

discutir los pormenores del obligado castillo de fuegos artificiales, comprometido por la permanente

penuria del municipio. La sesión del dí a 9 fue más breve y se dedicó í ntegramente a la cuestión de

las corridas de toros. En este sentido, resulta interesante transcribir el razonamiento del corregidor, a

la sazón el capitán de granaderos Manuel Sánchez Osorio:

"En este cabildo propuso el señor corregidor que en atención a que ha sido costumbre que a los

señores presidentes y obispos que han venido a esta ciudad se les ha hecho las fiestas con tres dí as de

toros y que ahora siendo las que están para hacer en regocijo de la gloriosa exaltación de nuestrosoberano monarca el rey Don Carlos Tercero (que Dios guarde) se necesitan de mayor especialidad

por ser en celebridad y júbilo de nuestro rey y señor natural, manifestando este Ilustre Cabildo su

más leal vasallaje con alguna más demostración en obsequio y gusto de la coronación de Su

Majestad, parecí a muy regular para el mayor completo de la presente función que se costease otro

dí a más de toros, para que sean cuatro, a cuya propuesta los señores de este ayuntamiento, unánimes

y conformes, dijeron que se lidien los cuatro dí as de toros, para lo cual se ofreció el señor alf érez

real, Don Juan Francisco de Borja, a dar diez toros que faltan para el último dí a al precio de nueve

pesos, y ordenaron que el mayordomo de propios le acuda al regidor Don José de Herrera con el

dinero necesario para el refresco de la última tarde"[17].

El párrafo resulta jugoso por varios extremos. Por una parte, vuelve a confirmar el papel central de

las corridas de toros en las celebraciones más relevantes, como eran las recepciones a obispos y

arzobispos, las entradas de las principales autoridades civiles de los distintos territorios y,

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obviamente, las juras y proclamaciones reales. Segundo, se especifica la costumbre de organizar tres

corridas para cada una de estas solemnidades, aquí  ampliadas excepcionalmente a cuatro, una

disposición que puede responder a una mayor afición a los toros entre la población, aunque el

ofrecimiento, no del todo desinteresado, del alf érez real arroje ciertas dudas al respecto. Finalmente,

las corridas, que constituí an obviamente un momento de gran participación ciudadana, conllevaban

siempre la distribución de suculentas meriendas, al menos entre los asistentes más distinguidos.

Disponemos finalmente de una extensa descripción de las fiestas (que tuvieron lugar el 15 de julio),

debida a la pluma de Juan Crisóstomo de León, el escribano del cabildo. De ella solamente

entresacamos el largo párrafo dedicado a las corridas, por su valor ilustrativo:

"Y después de lo referido prosiguieron las fiestas con cuatro dí as de corridas de toros, que los vieron

a juicio prudente más de quince mil personas en los tablados que se hicieron a este fin, en las cuatro

aceras de dicha Plaza Mayor. Antes de que se lidiasen dichos toros, iban entrando por sus esquinas

unidos a los barrios a dos por dí a, a la hora acostumbrada de las dos de la tarde, que llegarí an al

parecer a más de seiscientos hombres, galanamente vestidos de máscara, con sus capitanes,

alf éreces, sargentos y demás ayudantes y cabos de milicia, y habiéndose dado vuelta a dicha plaza

con varias invenciones de agradable idea, terminando los escuadrones con sus carros en que seconducí an las regias imágenes en estatuas majestuosamente adornadas bajo de sus doseles, acabada

la marcha y retirado el carro para afuera, se dio principio a las corridas de los feroces animales, que

se trajeron de los más retirados montes para esta función, que siendo todos los que estaban en la

plaza los que los sorteaban, sin que ninguno se pusiese a cubierto, fue mucho lo que hubo que ver, y

mucho más el cuarto dí a en que juntos dichos cinco barrios, y de ellos cerca de tres mil hombres,

pudo haber sido digno del real agrado de Su Majestad, porque estuvo en extremo vistosí sima la plaza

por su variedad en los trajes y por lo galano en sus vestuarios, acompañando a estos festejos muchos

y espléndidos refrescos que se llevaban en nombre del Ilustre Cabildo al Tribunal de la Real

Audiencia y Cabildo Eclesiástico, con que se dio fin a dichas corridas de toros"[18].

La relación de la fiesta añade algunos datos de interés a los ya sabidos. Primero, se detalla el orden

del festejo, en el que se suceden la procesión de los barrios con el carro portando el retrato delsoberano, la lidia propiamente dicha y el reparto de refrescos. Segundo, la lidia parece ser un juego

en que un elevado número de jinetes se ejercitan en esquivar ("sortear") a los toros que corretean por

la plaza, en cualquier caso una variante de la corrida caballeresca de los primeros tiempos modernos.

Tercero, los animales dan la impresión de haber sido capturados para la ocasión en "los más

retirados montes", lo que parece excluir el recurso a ganaderí as organizadas. Y cuarto, resulta muy

numerosa la concurrencia de público, esos quince mil personas presentes en los tablados que,

distribuidas entre la cuatro tardes, dan casi cuatro mil espectadores por corrida, una cifra realmente

considerable para una población que debí a contar entonces con unos veinticuatro mil habitantes, lo

que demuestra que la fiesta de toros era sin duda una diversión muy popular[19].

Para la proclamación de Carlos IV, el cabildo, presidido por el alcalde ordinario de primer voto, José

Posse Pardo, se reunió el dí a 18 de agosto de 1789. En el transcurso de la sesión se dio cuenta de lacarta remitida a Santa Fe, la capital del virreinato de Nueva Granada (donde ahora se integraba el

territorio del antiguo reino quiteño, antes dependiente del virreinato de Perú), a fin de recabar

información sobre los actos programados para la ocasión con vistas a aplicar a Quito lo allí  actuado.

Falto de una respuesta, el cabildo acordó organizar la jura siguiendo el modelo acostumbrado y fijar

la proclamación para el dí a 21 de setiembre, rectificando la fecha previa adelantada al alf érez real

del dí a 11 del mismo mes[20].

Tenemos una relación muy pormenorizada de todos los actos celebrados con ocasión de la jura. La

ví spera de la jura se procedió a la iluminación de la Plaza Mayor, mientras una orquesta tocaba

música, para posteriormente encenderse el castillo de fuegos artificiales, que fue acompañado de

salvas de artillerí a y repique de campanas. Al dí a siguiente se alzó el pendón real y por la tarde

dieron comienzo las fiestas, que incluyeron escaramuzas, otros diversos juegos a caballo (cañas,

sortijas), desfiles de máscaras, mojigangas, bailes y fuegos artificiales, además de las consabidas

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corridas de toros, a las que dedicaremos nuestra atención[21].

El dí a 22 por la tarde una cuadrilla de la nobleza quiteña ejecutó una escaramuza, jugó una partida

de sortijas y finalmente procedió a lidiar algunos toros. El dí a 23 tuvo lugar el desfile del barrio de

Santa Bárbara, el más antiguo de la ciudad, que terminó también con una corrida de toros que duró 

hasta el anochecer. El dí a 24 los nobles protagonizaron una nueva escaramuza, que fue seguida de

"estafermo y toros". El dí a 25 desfiló el barrio de San Blas, que culminó su actuación con "corridas

de toros y mojigangas". El dí a 26 la nobleza ofreció otra escaramuza, seguida esta vez de "corrida de

toros y cañas". El dí a 28 hicieron su entrada los barrios de San Sebastián y San Marcos, concluyendo

la función con la corrida de toros del Ayuntamiento, que duró toda la tarde "para divertir al público".

El dí a 29 le correspondió desfilar al barrio de San Roque, mientras que al final "para llenar el

complemento de esta celebridad se corrieron veinte toros, que dio el Ilustre Cabildo, y por la noche

el cuarto refresco y baile, también a su costa". Finalmente, las fiestas concluyeron con las

diversiones costeadas los dos últimos dí as por los mercaderes de la ciudad:

"El treinta y primero de octubre, demostró el Comercio su siempre acreditado amor y lealtad,

costeando innumerables fuegos artificiales y treinta toros que en ambos dí as se corrieron, unos con

pesos fuertes por toda la piel y cornamenta, otros encintados y los restantes con banderillas depañuelos dobles de seda, a cuyo lucimiento concurrieron los barrios de por mitad, haciendo sus

entradas con sus respectivos padrinos y sacando de nuevo diversas invenciones de máscaras y trajes

de mucho valor"[22].

Sabemos que en los diez dí as que duraron los festejos de la proclamación se lidiaron un total de

ciento quince toros, lo que significa que el número de toros por corrida osciló entre diez y quince,

cifra de las dos últimas. También sabemos que las corridas debieron adoptar la forma del toreo

caballeresco y que normalmente estuvieron ligadas a otros juegos nobiliarios practicados también a

caballo, como las escaramuzas, las cañas, las sortijas o el estafermo. Los toros salí an adornados de

diversas maneras, lo que sin duda conferí a mayor brillantez al espectáculo. Finalmente la

documentación nos señala el destino final de las reses lidiadas:

"Estos toros (los treinta de los comerciantes) y ochenta y cinco que fueron los corridos por cuenta

del cabildo, se repartieron por el señor presidente y regidores diputados de plaza a las cárceles,

hospitales, recolecciones, monasterios, hospicio, viudas y señoras pobres, que remediaron con su

producto sus necesidades"[23].

********

Pasando al capí tulo de conclusiones, podemos confirmar, en primer lugar, que los toros fueron una

pieza imprescindible de los festejos que acompañaban las proclamaciones reales en la capital del

antiguo reino de Quito. Normalmente, todas las ocasiones solemnes conllevaban la celebración de

tres corridas de toros en tres tardes sucesivas. Esta práctica sólo se quebró en el caso de la jura de

Felipe V, sin que estén claros los motivos, aunque cabe pensar en las circunstancias especiales del

cambio de dinastí a y el estallido de la guerra de Sucesión para esta excepción. Por su parte, lasfiestas por la entronización de Luis I tuvieron lugar antes del acto de la jura, celebrándose las tres

corridas acostumbradas, aunque posteriormente los actos previstos para conmemorar la

proclamación, que incluí an más corridas, fueron cancelados ante la llegada de la noticia de la

prematura muerte del monarca. Finalmente, en el caso de Fernando VI, la piadosa moción del

corregidor de suspender los toros a fin de evitar la ira divina manifestada con ocasión del terremoto

de Lima de 1746 no prosperó ante la oposición de parte de los miembros del Cabildo y ante la firme

decisión del presidente de la Audiencia de obrar según la tradición, que imponí a sin excusa las tres

tardes de toros.

Segundo, pensamos que la afición a los festejos taurinos debió ir en aumento a lo largo del siglo

XVIII y que desde luego no sufrió de modo manifiesto la enemiga del antitaurinismo ilustrado. Así ,

después de la excepción de la jura de Felipe V, sin duda debida a la novedad del cambio de la casa

reinante, y de las vacilaciones provocadas por la predicación de los misioneros en el caso de

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Fernando VI, las corridas no sólo no sufrieron menoscabo, sino que aumentaron su presencia en los

festejos, como bien acreditan las cuatro tardes acordadas por el cabildo para la proclamación de

Carlos III y las nueve corridas lidiadas durante diez dí as de celebraciones en el caso de la jura de

Carlos IV, en cuyo transcurso debieron batirse todas las marcas en el número de toros, con esa cifra

monumental de ciento quince reses.

Sobre el carácter de la lidia, las fuentes no ofrecen tantas precisiones. Todo hace suponer que se

trataba de la fiesta caballeresca asociada a otros juegos como las cañas o las sortijas, es decir del

toreo a la jineta, basado en el dominio del caballo para esquivar la acometida de los toros y en la

utilización de garrochas y rejones para herir a las reses y finalmente darles muerte, tal como

demuestran las descripciones del utillaje aprestado por los diputados, la previsión de las mulillas

para el arrastre y el destino final de la carne de los animales que iban a parar a las instituciones

asistenciales y a los individuos necesitados. Por el contrario, no se menciona la presencia de toreros

a pie, como los que aparecen en las fiestas limeñas, aunque la cuestión no puede darse por resuelta

definitivamente. Por último, la brillantez de la lidia se subrayaba por el exorno de los toros, que

aparecí an cubiertos de monedas o de banderillas con pañuelos o con los cuernos encintados[24].

A este respecto, resulta interesante comparar las corridas quiteñas con los festejos descritos en losaños setenta para el caso de Cuzco por Alonso Carrió de la Vandera, el famoso autor, bajo el

seudónimo de Concolorcorvo, del Lazarillo de ciegos caminantes. En efecto, la relación que el

funcionario y escritor asturiano hace de las corridas cuzqueñas guarda muchos puntos de contacto

con el caso aquí  analizado. Las corridas son costeadas entre el cabildo y el alf érez real y van

acompañadas de refrescos y de "muchas salvillas de helados y grandes fuentes de dulce". La lidia es

protagonizada por las cuadrillas formadas por los miembros de la nobleza, sin participación de

"toreros de profesión". Los toros salen "vestidos de glasé, de plata y oro, y con muchas estrellas de

plata fina clavadas superficialmente en su piel", es decir con un exorno parecido al de los de

Quito[25].

Sin embargo, también existen diferencias dignas de mención. Primero, la participación de "algunos

mayordomos de haciendas en ligeros caballos y muchos mozos de a pie, que por los regular sonindios, que corresponden a los chulos de España", circunstancia por tanto similar a la señalada para

el caso de Lima. Segundo, los toros parecen ser perseguidos no sólo por los caballeros, sino también

por los componentes de la muchedumbre asistente, ya que, según se afirma, "todos tiran a matarlos

para lograr sus despojos". Del mismo modo, se ensayan otros juegos, ya que vemos, al margen de las

reses lidiadas en la plaza, toros ensogados sueltos "por las demás calles para diversión del público",

toros encohetados "disparando varios artificios de fuego", toros mochos o despuntados que "con su

hocico y testa arrojan cholos por el alto con la misma facilidad que un huracán levanta del suelo las

pajas" y toros particulares, que son enviados a las personas distinguidas "para que se entretengan y

gocen de sus torerí as desde los balcones de sus casas". En resumen, una fiesta muy participativa y al

mismo tiempo muy variada, en la que pese a la sensación de desorden que el cronista transmite sólo

se producí an "contusiones y heridas, con pocas muertes".

Las corridas de toros aparecen por tanto en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente

imprescindible de las fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto

de la población. Ahora bien, al margen de su carácter de espectáculo interclasista, no estamos en

condiciones de definir el contenido de la lidia ni de deslindar el papel jugado por los distintos grupos

sociales en su desarrollo. Las corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego

caballeresco, con el ritual muy formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la

figura del torero profesional, pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos

otros juegos más populares, modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio. La tauromaquia

aparece en Quito en un estadio evolutivo más atrasado que en otros lugares del virreinato del Perú,

donde tal vez se haya alcanzado ya el momento de transición del "gran desorden de los ruedos",

antes de la introducción de la normativización que estaba dando sus primeros y vacilantes pasos en

los lejanos territorios metropolitanos. En todo caso hay que esperar la aportación de nuevos

testimonios para contrastar estas conclusiones provisionales.

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NOTAS 

[1] Las lí neas generales de esta evolución han sido trazadas por diversos autores. En particular

pueden consultarse, entre las más recientes, las obras de Antonio Garcí a-Baquero González, Pedro

Romero de Solí s e Ignacio Vázquez Parladé: Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1980; Bartolomé 

Bennassar: Histoire de la Tauromachie. Une socié t é  du spectacle, Parí s, 1993 (traducción castellana

de Denise Lavezzi Revel-Chion, bajo el tí tulo de Historia de la Tauromaquia. Una sociedad del

espect áculo, Ronda, 2000); y Antonio Garcí a-Baquero González: "De la fiesta caballeresca al

moderno espectáculo taurino: la metamorfosis de la corrida en el siglo XVIII", en Margarita

Torrione (ed.): España festejante. El siglo XVIII , Málaga, 2000, pp. 75-84.

[2] Fernando Iwasaki Cauti: "Toros y Sociedad en Lima Colonial", Revista de Estudios Taurinos, nº

12 (2000), pp. 89-120.

[3] Ricardo Descalzi: "La vida social y las diversiones públicas en la colonia", Historia del Ecuador ,

Quito, Salvat, vol. IV, 1980-1981, pp. 37-51 (pp. 46-47).

[4] Los fondos consultados fueron esencialmente las Actas del Cabildo Municipal para los años

correspondientes a los de la entronización de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.Nos ayudaron en nuestra labor algunas transcripciones de documentos publicadas en la revista

 Museo Hist órico.

[5] Archivo Nacional del Ecuador. Real Audiencia de Quito. Sección General. Serie Cedularios.

Caja nº 6, vol. I, fº 1-5.

[6] Sesión del Cabildo del 10 de setiembre de 1701.

[7] Sesiones del Cabildo del 14, 20 y 22 de setiembre, 5 y 31 de octubre y 2 de noviembre de 1701.

[8] Sesión del Cabildo del 18 de julio de 1724.

[9] Sesión del Cabildo del 9 de agosto de 1724.

[10] Sesiones del Cabildo del 11 diciembre de 1724 y 10 de enero, 23 de febrero y 5 de mayo de

1725. La certificación del 11 de abril de 1747, en fº 191 rº-vº.

[11] Sesiones del Cabildo del 15 y 20 de marzo de 1747.

[12] Sesión del Cabildo del 11 de abril de 1747. La declaración del marqués de Lises, en fº 189 vº.[13] P. E. Pérez-Mallaí na Bueno: Retrato de una ciudad en crisis. La sociedad limeña ante el

movimiento sí smico de 1746 , Sevilla, 2001, especialmente pp. 389-410.

[14] Sesión del Cabildo del 15 de abril de 1747.

[15] Sesión del Cabildo del 12 de mayo de 1747.

[16] "Relación de la proclamación del rey Don Fernando Sexto hecha en la ciudad de Quito el dí a

sábado 20 de mayo de 1747". Fechada el 27 de mayo de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fº

198 rº-200 vº. "Sobre el repartimiento de esta Plaza Mayor para las fiestas reales y corridas de toros

por el rey Don Fernando Sexto". Fecha del 28 de junio de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fª

201 rº-201 vº.

[17] Sesión del Cabildo del 9 de julio de 1760.

[18] La descripción de las fiestas consta en las Actas del Cabildo (volumen correspondiente a los

años 1756-1761, fº 121 vº). Fue además transcrita dos veces en la revista quiteña Museo Hist órico.El nº 1 (1949), pp. 7-15, incluye la relación, más un resumen de la Loa para el primer Carro triunfal

("Interesantes relatos de las Ceremonias realizadas en Quito por la muerte de Fernando Sexto y la

exaltación al Trono del Rey Carlos Tercero"). El nº 17 (1953), pp. 126-148, repite la relación,

reproduciendo además el contenido í ntegro de la citada loa ("Fiestas celebradas en Quito cuando la

Católica Majestad de Carlos 3º pasó del Trono de Nápoles al de España, celebradas el año de 1760").

El único punto oscuro del párrafo dedicado a los toros es la cifra de los cinco barrios de la última

tarde, ya que si habí an entrado dos cada uno de los tres primeros dí as sumarí an un total de seis, que

son además los señalados en las fiestas de la proclamación de Fernando VI, pero la relación puede

llevar razón por cuanto en las fiestas en honor de Carlos IV sólo participarán cinco barrios, con

exclusión del barrio de la Loma.

[19] El padrón de 1784 daba una cifra total de 23.726 habitantes para la ciudad y de unos 70.000

habitantes para el conjunto del corregimiento, integrado por treinta pueblos. Cf. Manuel Lucena

Salmoral: "La población del reino de Quito en la época del reformismo borbónico (circa 1784)",

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 Revista de Indias, nº 200 (1994), pp. 33-81.

[20] Sesión del Cabildo del 18 de agosto de 1789. Según lo decidido, la proclamación se celebró 

efectivamente el dí a 21 de setiembre, aunque las propias fuentes municipales induzcan a confusión.

En efecto, una nota al margen del acta del cabildo citado señala: "Por las razones que se exponen, se

acordó que se procediese a la celebración de la jura el dí a 27 de septiembre próximo". Y, más tarde,

la relación de las fiestas señala en su tí tulo (como enseguida veremos) la fecha del 29 de setiembre,

cuando el mismo documento no deja lugar a dudas sobre el dí a 21 como fecha de la celebración, por

más que los festejos tuvieran un prólogo el dí a 20 y se alargasen hasta el 1º de octubre.

[21] La transcripción de la crónica de los festejos se halla en la revista Museo Hist órico, nº 50

(1971), pp. 189-215: "Relación de las Fiestas Reales que celebró la Muy Noble y Muy Leal Ciudad

de Quito. En la Augusta Proclamación del Señor Rey Don Carlos Cuarto el dí a 29 de Septiembre de

1789". Versión de Judith Paredes Zarama. Como ya dijimos y acabamos de comprobar, la fecha es

errónea.

[22] Ibidem.

[23] Ibidem.

[24] Para la participación de toreros a pie en las corridas limeñas, cf. Fernando Iwasaki Cauti:

"Toros...", pp. 90-108.

[25] Alonso Carrió de la Vandera: El lazarillo de ciegos caminantes, Caracas, 1965 (ed. de AntonioLorente Medina). El libro debió ser publicado por primera vez en Lima entre 1775 y 1776. La

descripción de las corridas de Cuzco, en pp. 190-191.

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PUBLICADO EN:

M. Alfonso Mola / C.Martí nez Shaw: Fiestas reales y toros en el Quito del siglo XVIII, Garcí a

Baquero González, A. / P. Romero de Solis(eds.),en Fiestas de toros y sociedad . Actas del congreso

internacional celebrado en Sevilla del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2001-2003, Ed.

Fundación Real Maestranza de Caballerí a de Sevilla/Universidad de Sevilla, Sevilla, 2003.

FOTOGRAFÍA

El famoso americano Mariano Ceballos, montado en un toro, se dispone a alancear otro toro. Goya.

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LOS AUTORES

Marina Alfonso Mola es profesora titular de Historia Moderna y de Historia de la América Colonial

en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, autora de numerosas investigaciones

históricas en solitario y otras tantas en colaboración con Carlos Martí nez Shaw. Entre ellas

destacamos las más recientes:

------------,Antonio Garcí a-Abásolo, Carlos Martí nez Shaw, Ramón Marí a Serrera y Carmen Yuste,

 El Galeón de Manila, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte : Fundación Focus-Abengoa,ed.

Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2000.

----------- y Carlos Martí nez Shaw, Felipe V ,Arlanza Ediciones,Madrid, 2001

-----------"El Comercio Marí timo de Cádiz, 1797-1805", en Trafalgar y el Mundo Atlántico ,

Guimerá, A., Ramos, A., Butrón, G., 259-297, Madrid, 2004

--------- y Carlos Martí nez Shaw, "La era de la plata española en extremo oriente", España y el

Pací  fico, Legazpi, Cabrero, L., 1, 527-542, Madrid, 2004

--------- y Carlos Martí nez Shaw, "Felipe V en tiempos de Carlos III. Un elogio de 1778", Estudios

en homenaje al profesor Teó fanes Egido , Garcí a Fernández, M., Sobarler Seco, M.A., 2, 105-117,

Valladolid, 2004

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http://slidepdf.com/reader/full/alfonso-mola-fiestas-reales-y-toros-quito-xviii 11/12

---------- "Gibraltar, tres siglos de conflicto. Los asedios", La aventura de la historia , 70, 75-79,

Madrid, 2004

-------- Carlos Martí nez Shaw, "Cartagena de Indias. Mudanzas Ultramarinas ", Descubrir el arte, 67,

60-61, Madrid, 2004

------- “1828. El fin del Libre Comercio”, en C. Martí nez Shaw y J.M. Oliva (eds.), El sistema

atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005.

--Comisaria de varias exposiciones, en colaboración con Carlos Martí nez Shaw:

Schittering van Spanje, 1598-1648. Van Cervantes tot Velazquez (Amsterdam, 1998)

 Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV  (Valladolid, 1999)

 Esplendores de España. De El Greco a Velá zquez (Rí o de Janeiro, 2000)

 El galeón de Manila (Sevilla, 2000, México DF, 2001)

Oriente en Palacio. Tesoros de arte asiático en las colecciones reales españolas (Madrid, 2003)

 La fascinaciò de l’Orient. Tresors asiàtics de les coleccions reials espanyoles (Barcelona, 2003).

--Coordinadora de la revista Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, UNED.

--Colaboradora habitual de las revistas de divulgación histórico-artí stica La Aventura de la Historia,

 Descubrir el Arte, Historia16 , Clí o y Andalucí a en la Historia.

***********************************

Carlos Martí nez Shaw es catedrático de Historia Moderna de la UNED, y autor de numerosas

obras, entre las que se pueden destacar, además de las ya citadas en colaboración con Marina

Alfonso:

- Cataluña en la Carrera de Indias, 1680-1756  (1981)

- La emigración española a Amé rica, 1492-1824 (1983)

- La Historia Moderna de Asia (1996)

- El Siglo de las Luces. Las bases intelectuales del Reformismo (1996)

- Paisajes de la tierra prometida: el viaje a jerusalé n de don Fadrique Enr í quez de Ribera,

coautores: Pedro Garcí a Martí n y Manuel González Jiménez, ed. Miraguano, 2001.

- Historia de España: la Edad Contempor ánea; vol. 2, coautores: José Luis Martí n y Javier

Tusell,ed. Taurus,2001.

- Historia de España: de la Prehistoria al fin del Antiguo Ré gimen; vol. 1, coautores: José Luis

Martí n, Javier Tusell, ed. Taurus, 2001.

- "La lengua en la España de los austrias. La España moderna (1474-1701)", Historia de la lenguaespañola, Cano, R, 659-680, Barcelona, 2004

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- "Gibraltar. Diplomacia", La aventura de la historia, 70, 80-84, Madrid, 2004

- "Napoleón. Europa deslumbrada. El astro ", La aventura de la historia, 74, 60-66, Madrid, 2004