ALFONSO MOLA Fiestas Reales y Toros Quito XVIII
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FIESTAS REALES Y TOROS EN EL QUITO DEL
SIGLO XVIII
Marina Alfonso Mola / Carlos Martí nez Shaw
Universidad Nacional de Educación a Distancia.UNED/España
A través del estudio de las proclamaciones de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV,
las corridas de toros aparecen en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente imprescindible de las
fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto de la población. Las
corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego caballeresco, con el ritual muy
formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la figura del torero profesional,
pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos otros juegos más populares,
modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio.
The study of the royal proclamations of Philip V, Louis I, Ferdinand VI, Charles III and Charles IVshows bullfighting in Quito in the XVIIIth century as an essential ingredient of royal feasts and an
amusement deeply rooted in the population as a whole. The corridas (bullfights) seem to survive
under the form of the old aristocratic game, with a very formalized ritual and a well defined room
and without the participation of any professional torero (bullfighter). But we cannot discard some
sort of on-foot bullfighting and some other more popular games, forms that are not mentioned by
sources.
A nuestros amigos de Quito.
Es bien sabido que en la España del Antiguo Régimen las fiestas reales llevaban normalmente
aparejadas corridas de toros. Durante la época de los Austrias, la lidia consistió en un toreo a la
jineta practicado por las clases privilegiadas que se celebraba en espacios habilitados en el ámbitourbano y que constituí a un espectáculo en el que los grupos populares actuaban como meros
espectadores o servidores. El siglo XVIII fue un periodo de transición en que la fiesta caballeresca
dio paso a otro tipo de espectáculo, con una mayor participación de las clases populares en el
encierro y en la propia lidia, que, tras un momento de desconcierto caracterizado por el "desorden de
los ruedos", es decir por las corridas mixtas "sin leyes", terminó desembocando en la imposición de
la normativa clásica del toreo a pie, con la formalización del paseí llo, el predominio del matador y su
cuadrilla y la muerte final del toro a manos del matador, un ritual sellado por la redacción de las
primeras tauromaquias[1].
También es bien sabido que las corridas de toros al estilo de la metrópolis entraron desde fecha
temprana en la vida cotidiana de la América colonial. Para el virreinato del Perú, se ha venido
señalando tradicionalmente como fecha de la primera fiesta el 29 de marzo de 1540, con ocasión de
la consagración de los santos óleos por el obispo de Lima, fray Vicente de Valverde, y con la
improbable participación en la lidia nada menos que del ya septuagenario Francisco Pizarro, el
marqués de la Conquista. En cualquier caso, dos décadas más tarde, las corridas estaban ya
reglamentadas, de modo que tuviesen lugar cuatro veces al año, durante la Epifaní a, San Juan,
Santiago y la Asunción. Finalmente, hay que añadir que la costumbre estaba ya tan arraigada en
Lima en la década de los setenta que ni siquiera los interdictos pontificios dictados con carácter
general para todos los territorios de la Monarquí a Hispánica fueron capaces de impedir su
celebración en la Ciudad de los Reyes[2].
Para el antiguo reino de Quito, sabemos que la práctica se introdujo también ya desde el siglo XVI y
conocemos algunas generalidades sobre el desarrollo de los festejos. Como en otros lugares, laorganización recaí a en el cabildo municipal, que nombraba los correspondientes diputados
encargados tanto de la provisión de los toros bravos necesarios como de la designación de los
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caballeros que habí an de participar en la corrida. La fiesta adoptaba por lo tanto la forma de la lidia
caballeresca a caballo y se combinaba con otros juegos nobiliarios tan caracterí sticos como las
cañas, las alcancí as o las parejas. Las ocasiones de los regocijos públicos eran al menos las
habituales, como las proclamaciones de los soberanos y las bodas o natalicios acaecidos en la familia
real, así como las entradas solemnes de las autoridades civiles y eclesiásticas. Finalmente, el espacio
reservado a la corrida era la Plaza Mayor, con el toril situado en una esquina, junto al actual Palacio
Cardenalicio, entre las calles hoy llamadas de Chile y Venezuela[3].
No es nuestro propósito, sin embargo, reconstruir la historia de la fiesta de toros ni en el virreinato
del Perú ni tan sólo en la capital de la Audiencia de Quito. Nuestro objetivo es el de dar a conocer las
circunstancias que rodearon la celebración de las fiestas de toros en la ciudad quiteña con ocasión de
las proclamaciones de los cinco soberanos de la casa de Borbón del siglo XVIII, desde Felipe V a
Carlos IV. Esta aproximación nos permitirá profundizar en el carácter que habí an cobrado en el
Setecientos las corridas en este lugar de la América virreinal. Para ello, hemos podido utilizar la rica
documentación depositada en el Archivo Metropolitano de Historia de Quito, cuya consulta nos fue
facilitada por su director, Don Diego Chiriboga Murgueitio, a quien queremos manifestar
públicamente nuestro profundo agradecimiento por su ejemplar eficacia y su generosa acogida, la
misma que recibimos de parte de Doña Grecia Vasco de Escudero, directora del Archivo Nacionalde Ecuador[4].
******
El dí a 13 de noviembre de 1700 le fueron remitidas al presidente de la Audiencia de Quito diversas
comunicaciones relativas a la muerte del rey Carlos II, previniéndole de la necesidad de moderar los
lutos a observar con este motivo y advirtiéndole de que los gastos ocasionados correrí an de cuenta de
los propios ministros de la institución ya que no serí an en ningún caso pagados por la Real Caja.
Pocos dí as más tarde, el 27 del mismo mes, una Real Cédula ordenaba al citado presidente alzar
pendones en nombre del nuevo monarca, Felipe V. La noticia de la muerte del último de los Austrias
llegó a Quito en abril de 1701, mientras que la orden de organizar los actos de levantar el estandartereal por el primero de los Borbones debió arribar no mucho más tarde, aunque no queda constancia
de la fecha exacta[5].
En cualquier caso, el Cabildo de la ciudad se reunió el 10 de setiembre de 1701 para acordar
proceder al inmediato juramento de Felipe V "por Rey y Señor Natural de estos Reinos", así como a
levantar pendones en la forma acostumbrada y ordenar "públicos regocijos de repiques de campanas,
fuegos y luminarias". Del mismo modo, se mandó hacer una copia en lienzo de uno de los retratos
que se habí an recibido del nuevo soberano, enmarcarla y colocarla en la Sala Capitular. Por último,
se encargó al procurador general que comunicase las decisiones a la Real Audiencia a fin de fijar el
dí a de la proclamación[6].
En las sucesivas sesiones del Cabildo se procedió a la organización de los actos, de acuerdo con una
práctica ya bien establecida. Así se nombraron como diputados al alguacil mayor, el maestre de
campo Francisco de Sola y Ros, al comisario Juan Sarmiento de Villandrando y a uno de los
regidores, el maestre de campo Roque Antonio Dávila. No obstante, todaví a se esperaron algunos
dí as más, a fin de recibir noticias de Lima, la capital del virreinato, así como también de otras
ciudades donde ya se habí a celebrado el advenimiento del monarca, como Santa Fe y Cartagena de
Indias. Finalmente, la proclamación tuvo lugar el 9 de octubre, aunque la documentación se muestra
muy parca en lo referente al contenido de los festejos, a los que sólo se alude en un testimonio
redactado por el escribano del cabildo el 2 de noviembre del mismo año. Así , aparte de señalar
naturalmente la ejecución de los gestos simbólicos esenciales, es decir, la exposición de los retratos
del soberano y el alzamiento del estandarte real mientras se pronunciaban las palabras de rigor
("Castilla, Castilla y las Indias Occidentales por el Rey Cató
lico Nuestro Señor don Felipe QuintoRey de España que Dios Guarde y Viva, Viva, Viva muchos años"), sólo se hací a mención al bando
previo (promulgado al son de cajas, clarines y pí fanos), así como a las colgaduras, las luminarias y el
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castillo de fuegos artificiales. Por tanto, no sólo no hubo corridas de toros, sino que ni siquiera se
contempló tal posibilidad (frente a la de celebrar máscaras o montar una comedia) por motivos que
las fuentes silencian por completo[7].
Por el contrario, sí hubo toros en el caso de la llegada al trono de Luis I, tras la abdicación de Felipe
V. En efecto, el cabildo, reunido el 18 de julio de 1724, resolvió organizar, para conmemorar la
coronación del nuevo soberano, unas fiestas que comprenderí an comedias, fuegos, luminarias,
repique de campanas y, lo que aquí nos importa, tres corridas de toros en la Plaza Mayor, a
principiar el dí a 6 de agosto. A tal fin se nombraron los diputados y se repartieron las funciones para
que nada faltara: la "buena disposición del toril y barreras de las esquinas" de la plaza, la
distribución de "la plaza para los tablados", "los dulces y colación en las tardes de dichos toros" y
"los helados y barquillos". Se dispuso también el orden por el que se habí a de regir la concurrencia:
"Las tardes de la corrida de toros y para su encierro saldrán a esta Plaza Mayor los señores
capitulares con los caballeros vecinos, quienes con tan leales vasallos de Su Majestad concurrirán a
esta celebridad como lo han acostumbrado, de lo cual se les dará noticia por parte de este Cabildo,
nombrándose por Diputados para este efecto a los señores Alf érez Real y Alguacil Mayor, y para la
precisión de las entradas de los barrios y de los enhacendados de las cinco leguas de ambos partidosque vengan a celebrar las tardes de toros se nombra por diputado al dicho señor Alcalde de Primer
Voto"[8].
Una vez terminadas las fiestas, se pasaron las cuentas de las corridas. Se habí a gastado un total de
450 pesos entre los toros, los rejones, los caballos, las garrochas y "demás adherentes que se
distribuyeron", expresión que no sabemos si hace referencia a los dulces, helados y barquillos[9].
En cualquier caso, tales festejos se habí an concebido como un prólogo a la verdadera ceremonia de
juramento y proclamación, que el cabildo fijó para principios de 1725 y ejecutó efectivamente el dí a
4 de enero, varios meses después de la muerte del joven soberano, pero varios meses antes de que
llegase a la Audiencia de Quito la noticia de su fallecimiento, cosa que debió ocurrir a primeros de
mayo, momento en que el cabildo empezó a ocuparse de la celebración de las exequias. Por ello, nollegaron a celebrarse las corridas programadas como epí logo de la ceremonia del alzamiento del
estandarte, las "fiestas reales de toros" previstas por el cabildo en su sesión del 23 de febrero. En
efecto, la documentación sólo nos revela la habitual designación de los diputados para las "tres
tardes de toros, caballos y rejones", así como para "la colación y demás dulces", helados y barquillos
que se distribuí an en el transcurso de las diversiones públicas. La falta de otra información al
respecto significa que la demora del cabildo dio ocasión a la llegada de la orden de los lutos antes de
la celebración de los festejos, como más tarde corroborarí a una certificación del escribano del
cabildo, dada el 11 de abril de 1747[10].
El cabildo de Quito programó la proclamación de Fernando VI en su sesión del 15 de marzo de
1747, presidida por el marqués de Lises, corregidor de la ciudad. Las previsiones incluí an las
prácticas habituales en estos casos: el alzamiento del pendón por el alf érez real y la organización delas correspondientes "fiestas reales". Las diversiones debí an comprender un castillo de fuegos
artificales, la representación de dos comedias y tres tardes de toros, las cuales quedaban al cargo del
alf érez real, que debí a ocuparse de todo lo necesario: "rejones, rejoneadores y mulas que saquen los
toros muertos de la plaza". Cinco dí as más tarde, se tomaban nuevas determinaciones sobre las
fiestas, descendiendo a los detalles: la colación debí a componerse de "cuarenta y cinco arrobas
buenas y bien labradas de almendras y canela de Castilla", las salvas para el dí a de la jura, el anterior
y el posterior, se harí an con cinco arrobas de pólvora y los toros que se debí an comprar para las tres
tardes debí an ser "cuarenta y no más", lo que significa la lidia de trece o catorce cada tarde[11].
Sin embargo, cuando ya parecí a todo decidido, el marqués de Lises, en la sesión del cabildo del 11
de abril, introdujo un debate sobre la oportunidad de las corridas de toros tan inesperado como
interesante. A fin de analizar los motivos, merece la pena citar por extenso la propuesta del
corregidor:
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"A vista de la deplorable ruina de la ciudad de los Reyes, cabeza de este reino, en que hay tanta
materia de asombro como avisos para el desengaño y justo temor, hallándonos juntamente con la
reciente voz de las misiones, en que se ha anunciado la palabra de Dios, con las amenazas de su
justicia y el copioso fruto que se experimenta en el común movimiento de piedad, no parece
oportuno el tiempo para promover el común regocijo de corridas de toros, en que ciertamente se
pervierten mucho los ánimos y se desenfrena el vulgo; y así por estas poderosas razones como por el
miserable estado de esta ciudad, atraso de sus propios y la nueva circunstancia de desistirse el señor
alf érez real, Don Juan José de Chiriboga y Luna, de la diputarí a de dichas corridas de toros (con lo
que parece que aun Dios las quiere impedir), por lo que no es razón que quien tiene la obligación de
ver por el bien de la República le cause su mayor mal y que con razón se atribuya que se ha
pervertido a los convertidos y derribado el fruto que han plantado y cultivado los ministros de Dios,
y que se provocará su ira a mayor castigo que el que llora la ciudad de Lima; y para que no falten
demostraciones festivas, se pueden añadir sucesivamente a la jura máscaras, marchas y otros
regocijos en que no hay el peligro que en el de toros y lo que en éstos habí a de gastarse se emplee en
misas públicas, solemnes y generales por los buenos sucesos de nuestro soberano y para que Dios le
dé feliz acierto en todos sus designios..."[12].
El texto es excepcionalmente explí cito. Por un lado, hay que situarse en la atmósfera espiritual de los
meses que siguieron al famoso terremoto de Lima del 28 de octubre de 1746, cosa f ácil después de la
publicación del magistral libro firmado por Pablo Emilio Pérez-Mallaí na. Después hay que
imaginarse el contenido de la predicación de los misioneros aludidos en el texto, de esos
profesionales de lo sobrenatural (según los califica el citado autor) que insistirí an sin lugar a dudas
en los tópicos del castigo divino por los pecados cometidos y de la posible repetición del correctivo
en caso de perseverancia en la mala conducta. A partir de ahí se comprende la moción del
escrupuloso corregidor, que añade a la razón principal otras también reales como la penuria
económica del municipio, aunque sin que sirva de argumento de peso, ya que las sumas ahorradas
con la supresión de los toros se emplearí an, por un lado, en la ampliación de los festejos con el
añadido de máscaras y marchas y, por otro, en la celebración de misas solemnes a la intención del
monarca[13].
Ahora bien, ¿por qué para el marqués de Lises debí an ser las corridas las únicas diversiones
suprimidas a la hora de congraciarse con la divinidad? Parece que la explicación más plausible sea la
vieja enemiga de la Iglesia contra los toros, considerados como un espectáculo poco edificante que
propiciaba la exaltación de las pasiones y el desenfreno de las clases populares y era ocasión de
accidentes peligrosos e incluso de pérdidas de vidas humanas. Las restantes piezas de la discusión
suscitada en el cabildo por la iniciativa del corregidor tampoco aportan nuevos datos para dirimir la
cuestión, aunque nunca debe descartarse la existencia entre algunas de las autoridades de un
sentimiento antitaurino de raí z ilustrada, al que en cualquier caso nunca se hace la menor alusión.
La propuesta del marqués de Lises suscitó la oposición rotunda de los dos alcaldes, el de primero y
el de segundo voto, que exigieron el cumplimiento de lo acordado, que además iba en favor de lacostumbre. Por el contrario, se sumaron al corregidor el fiel ejecutor, los regidores Sebastián Salcedo
y Pedro Ignacio de Larrea y el regidor decano, que puso como argumento "los graves inconvenientes
que sucesivamente se han experimentado así en muertes como en infinidad de pecados que se
cometen en semejantes funciones". Finalmente, se adoptó el acuerdo de solicitar al escribano una
certificación sobre lo ejecutado con ocasión de las proclamaciones de Felipe V y Luis V (a la que ya
nos referimos más arriba) y de enviar las actuaciones al presidente de la Audiencia.
Al dí a siguiente el presidente de la Audiencia dictó un auto que no ofrecí a dudas. Habí a que observar
lo mandado en la Real Cédula otorgada por Fernando VI y organizar las fiestas del modo
acostumbrado. Ante tal pronunciamiento, el Cabildo hubo de volver al acuerdo del 15 de marzo e
iniciar los preparativos para las tres corridas previstas. Sin embargo, todaví a se produjo una última
tentativa por parte de los enemigos de la lidia, que tomaron como pretexto las dificultades
económicas del cabildo. El alguacil mayor, el regidor decano y Sebastián de Salcedo se avinieron
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con la opinión del primero, que proponí a solicitar al presidente de la Audiencia "la ayuda de costa de
los cuatro mil pesos del ramo de los aguardientes" y en caso de no conseguirse, suprimir los toros:
"no se hagan las corridas de toros, sino lo que se pudiera de otros regocijos, porque primero es
cumplir con la justicia de pagar". La iniciativa encontró la oposición de los dos alcaldes y del fiel
ejecutor, que se mantuvieron firmes en las tres tardes programadas. El corregidor hizo valer su voto
para decidir en favor del alguacil mayor, pero no sin antes recurrir a la opinión del asesor general,
cuyo dictamen zanjó definitivamente la cuestión. Habí a que cumplir con el auto del presidente de la
Audiencia y, por tanto, comisionar a los dos alcaldes para que exigieran el inmediato pago de dos
mil quinientos pesos que se le debí an al municipio, organizasen las fiestas con dicha suma y, si no
era suficiente, buscasen el dinero restante[14].
Por tanto, hubo que adoptar sin más dilación las providencias necesarias para garantizar la
celebración de las fiestas. Así , en primer lugar, se nombraron los capitanes de barrio: el alcalde
primero para el barrio de San Blas, el alcalde segundo para el de Santa Bárbara, el alguacil mayor
para el de San Roque, el regidor decano para el de San Sebastián, el regidor segundo para el de la
Loma y el hijo del alf érez real para el de San Marcos. Por su parte, el propio alf érez real, Juan José
de Chiriboga y Luna, debí a atender a la ceremonia del alzamiento del pendón y a la organización de
las tres corridas de toros[15].
Tenemos una relación, fechada el 27 de mayo de 1747, de las fiestas de proclamación celebradas el
sábado 20 del mismo mes y año, que, pese al detalle con que describe las ceremonias de la jura, no
contiene por desgracia ninguna alusión significativa a las corridas de toros. Una nota posterior sobre
la distribución de los puestos en la Plaza Mayor para asistir a los distintos espectáculos, con
particular mención a las corridas, tampoco ofrece la menor información al respecto. Condenados por
tanto a seguir adelante para obtener detalles sobre el desarrollo de la lidia durante las fiestas reales
quiteñas, las relaciones de las realizadas en honor de Carlos III y Carlos IV nos darán finalmente
cumplida satisfacción[16].
La organización de la ceremonia de la proclamación de Carlos III exigió, como era habitual por lo
que hemos observado, más de una reunión del cabildo. Así , el 4 de julio de 1760 se adoptó elacuerdo de solicitar al escribano un informe sobre lo practicado en ocasión de la llegada al trono de
Carlos II, Felipe V y Fernando VI para ajustar los actos a la costumbre. En cualquier caso, las
celebraciones debí an incluir lógicamente el alzamiento del estandarte y una función solemne en la
catedral con el canto del Te Deum. En cuanto al ciclo propiamente festivo, la sesión se dedicó a
discutir los pormenores del obligado castillo de fuegos artificiales, comprometido por la permanente
penuria del municipio. La sesión del dí a 9 fue más breve y se dedicó í ntegramente a la cuestión de
las corridas de toros. En este sentido, resulta interesante transcribir el razonamiento del corregidor, a
la sazón el capitán de granaderos Manuel Sánchez Osorio:
"En este cabildo propuso el señor corregidor que en atención a que ha sido costumbre que a los
señores presidentes y obispos que han venido a esta ciudad se les ha hecho las fiestas con tres dí as de
toros y que ahora siendo las que están para hacer en regocijo de la gloriosa exaltación de nuestrosoberano monarca el rey Don Carlos Tercero (que Dios guarde) se necesitan de mayor especialidad
por ser en celebridad y júbilo de nuestro rey y señor natural, manifestando este Ilustre Cabildo su
más leal vasallaje con alguna más demostración en obsequio y gusto de la coronación de Su
Majestad, parecí a muy regular para el mayor completo de la presente función que se costease otro
dí a más de toros, para que sean cuatro, a cuya propuesta los señores de este ayuntamiento, unánimes
y conformes, dijeron que se lidien los cuatro dí as de toros, para lo cual se ofreció el señor alf érez
real, Don Juan Francisco de Borja, a dar diez toros que faltan para el último dí a al precio de nueve
pesos, y ordenaron que el mayordomo de propios le acuda al regidor Don José de Herrera con el
dinero necesario para el refresco de la última tarde"[17].
El párrafo resulta jugoso por varios extremos. Por una parte, vuelve a confirmar el papel central de
las corridas de toros en las celebraciones más relevantes, como eran las recepciones a obispos y
arzobispos, las entradas de las principales autoridades civiles de los distintos territorios y,
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obviamente, las juras y proclamaciones reales. Segundo, se especifica la costumbre de organizar tres
corridas para cada una de estas solemnidades, aquí ampliadas excepcionalmente a cuatro, una
disposición que puede responder a una mayor afición a los toros entre la población, aunque el
ofrecimiento, no del todo desinteresado, del alf érez real arroje ciertas dudas al respecto. Finalmente,
las corridas, que constituí an obviamente un momento de gran participación ciudadana, conllevaban
siempre la distribución de suculentas meriendas, al menos entre los asistentes más distinguidos.
Disponemos finalmente de una extensa descripción de las fiestas (que tuvieron lugar el 15 de julio),
debida a la pluma de Juan Crisóstomo de León, el escribano del cabildo. De ella solamente
entresacamos el largo párrafo dedicado a las corridas, por su valor ilustrativo:
"Y después de lo referido prosiguieron las fiestas con cuatro dí as de corridas de toros, que los vieron
a juicio prudente más de quince mil personas en los tablados que se hicieron a este fin, en las cuatro
aceras de dicha Plaza Mayor. Antes de que se lidiasen dichos toros, iban entrando por sus esquinas
unidos a los barrios a dos por dí a, a la hora acostumbrada de las dos de la tarde, que llegarí an al
parecer a más de seiscientos hombres, galanamente vestidos de máscara, con sus capitanes,
alf éreces, sargentos y demás ayudantes y cabos de milicia, y habiéndose dado vuelta a dicha plaza
con varias invenciones de agradable idea, terminando los escuadrones con sus carros en que seconducí an las regias imágenes en estatuas majestuosamente adornadas bajo de sus doseles, acabada
la marcha y retirado el carro para afuera, se dio principio a las corridas de los feroces animales, que
se trajeron de los más retirados montes para esta función, que siendo todos los que estaban en la
plaza los que los sorteaban, sin que ninguno se pusiese a cubierto, fue mucho lo que hubo que ver, y
mucho más el cuarto dí a en que juntos dichos cinco barrios, y de ellos cerca de tres mil hombres,
pudo haber sido digno del real agrado de Su Majestad, porque estuvo en extremo vistosí sima la plaza
por su variedad en los trajes y por lo galano en sus vestuarios, acompañando a estos festejos muchos
y espléndidos refrescos que se llevaban en nombre del Ilustre Cabildo al Tribunal de la Real
Audiencia y Cabildo Eclesiástico, con que se dio fin a dichas corridas de toros"[18].
La relación de la fiesta añade algunos datos de interés a los ya sabidos. Primero, se detalla el orden
del festejo, en el que se suceden la procesión de los barrios con el carro portando el retrato delsoberano, la lidia propiamente dicha y el reparto de refrescos. Segundo, la lidia parece ser un juego
en que un elevado número de jinetes se ejercitan en esquivar ("sortear") a los toros que corretean por
la plaza, en cualquier caso una variante de la corrida caballeresca de los primeros tiempos modernos.
Tercero, los animales dan la impresión de haber sido capturados para la ocasión en "los más
retirados montes", lo que parece excluir el recurso a ganaderí as organizadas. Y cuarto, resulta muy
numerosa la concurrencia de público, esos quince mil personas presentes en los tablados que,
distribuidas entre la cuatro tardes, dan casi cuatro mil espectadores por corrida, una cifra realmente
considerable para una población que debí a contar entonces con unos veinticuatro mil habitantes, lo
que demuestra que la fiesta de toros era sin duda una diversión muy popular[19].
Para la proclamación de Carlos IV, el cabildo, presidido por el alcalde ordinario de primer voto, José
Posse Pardo, se reunió el dí a 18 de agosto de 1789. En el transcurso de la sesión se dio cuenta de lacarta remitida a Santa Fe, la capital del virreinato de Nueva Granada (donde ahora se integraba el
territorio del antiguo reino quiteño, antes dependiente del virreinato de Perú), a fin de recabar
información sobre los actos programados para la ocasión con vistas a aplicar a Quito lo allí actuado.
Falto de una respuesta, el cabildo acordó organizar la jura siguiendo el modelo acostumbrado y fijar
la proclamación para el dí a 21 de setiembre, rectificando la fecha previa adelantada al alf érez real
del dí a 11 del mismo mes[20].
Tenemos una relación muy pormenorizada de todos los actos celebrados con ocasión de la jura. La
ví spera de la jura se procedió a la iluminación de la Plaza Mayor, mientras una orquesta tocaba
música, para posteriormente encenderse el castillo de fuegos artificiales, que fue acompañado de
salvas de artillerí a y repique de campanas. Al dí a siguiente se alzó el pendón real y por la tarde
dieron comienzo las fiestas, que incluyeron escaramuzas, otros diversos juegos a caballo (cañas,
sortijas), desfiles de máscaras, mojigangas, bailes y fuegos artificiales, además de las consabidas
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corridas de toros, a las que dedicaremos nuestra atención[21].
El dí a 22 por la tarde una cuadrilla de la nobleza quiteña ejecutó una escaramuza, jugó una partida
de sortijas y finalmente procedió a lidiar algunos toros. El dí a 23 tuvo lugar el desfile del barrio de
Santa Bárbara, el más antiguo de la ciudad, que terminó también con una corrida de toros que duró
hasta el anochecer. El dí a 24 los nobles protagonizaron una nueva escaramuza, que fue seguida de
"estafermo y toros". El dí a 25 desfiló el barrio de San Blas, que culminó su actuación con "corridas
de toros y mojigangas". El dí a 26 la nobleza ofreció otra escaramuza, seguida esta vez de "corrida de
toros y cañas". El dí a 28 hicieron su entrada los barrios de San Sebastián y San Marcos, concluyendo
la función con la corrida de toros del Ayuntamiento, que duró toda la tarde "para divertir al público".
El dí a 29 le correspondió desfilar al barrio de San Roque, mientras que al final "para llenar el
complemento de esta celebridad se corrieron veinte toros, que dio el Ilustre Cabildo, y por la noche
el cuarto refresco y baile, también a su costa". Finalmente, las fiestas concluyeron con las
diversiones costeadas los dos últimos dí as por los mercaderes de la ciudad:
"El treinta y primero de octubre, demostró el Comercio su siempre acreditado amor y lealtad,
costeando innumerables fuegos artificiales y treinta toros que en ambos dí as se corrieron, unos con
pesos fuertes por toda la piel y cornamenta, otros encintados y los restantes con banderillas depañuelos dobles de seda, a cuyo lucimiento concurrieron los barrios de por mitad, haciendo sus
entradas con sus respectivos padrinos y sacando de nuevo diversas invenciones de máscaras y trajes
de mucho valor"[22].
Sabemos que en los diez dí as que duraron los festejos de la proclamación se lidiaron un total de
ciento quince toros, lo que significa que el número de toros por corrida osciló entre diez y quince,
cifra de las dos últimas. También sabemos que las corridas debieron adoptar la forma del toreo
caballeresco y que normalmente estuvieron ligadas a otros juegos nobiliarios practicados también a
caballo, como las escaramuzas, las cañas, las sortijas o el estafermo. Los toros salí an adornados de
diversas maneras, lo que sin duda conferí a mayor brillantez al espectáculo. Finalmente la
documentación nos señala el destino final de las reses lidiadas:
"Estos toros (los treinta de los comerciantes) y ochenta y cinco que fueron los corridos por cuenta
del cabildo, se repartieron por el señor presidente y regidores diputados de plaza a las cárceles,
hospitales, recolecciones, monasterios, hospicio, viudas y señoras pobres, que remediaron con su
producto sus necesidades"[23].
********
Pasando al capí tulo de conclusiones, podemos confirmar, en primer lugar, que los toros fueron una
pieza imprescindible de los festejos que acompañaban las proclamaciones reales en la capital del
antiguo reino de Quito. Normalmente, todas las ocasiones solemnes conllevaban la celebración de
tres corridas de toros en tres tardes sucesivas. Esta práctica sólo se quebró en el caso de la jura de
Felipe V, sin que estén claros los motivos, aunque cabe pensar en las circunstancias especiales del
cambio de dinastí a y el estallido de la guerra de Sucesión para esta excepción. Por su parte, lasfiestas por la entronización de Luis I tuvieron lugar antes del acto de la jura, celebrándose las tres
corridas acostumbradas, aunque posteriormente los actos previstos para conmemorar la
proclamación, que incluí an más corridas, fueron cancelados ante la llegada de la noticia de la
prematura muerte del monarca. Finalmente, en el caso de Fernando VI, la piadosa moción del
corregidor de suspender los toros a fin de evitar la ira divina manifestada con ocasión del terremoto
de Lima de 1746 no prosperó ante la oposición de parte de los miembros del Cabildo y ante la firme
decisión del presidente de la Audiencia de obrar según la tradición, que imponí a sin excusa las tres
tardes de toros.
Segundo, pensamos que la afición a los festejos taurinos debió ir en aumento a lo largo del siglo
XVIII y que desde luego no sufrió de modo manifiesto la enemiga del antitaurinismo ilustrado. Así ,
después de la excepción de la jura de Felipe V, sin duda debida a la novedad del cambio de la casa
reinante, y de las vacilaciones provocadas por la predicación de los misioneros en el caso de
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Fernando VI, las corridas no sólo no sufrieron menoscabo, sino que aumentaron su presencia en los
festejos, como bien acreditan las cuatro tardes acordadas por el cabildo para la proclamación de
Carlos III y las nueve corridas lidiadas durante diez dí as de celebraciones en el caso de la jura de
Carlos IV, en cuyo transcurso debieron batirse todas las marcas en el número de toros, con esa cifra
monumental de ciento quince reses.
Sobre el carácter de la lidia, las fuentes no ofrecen tantas precisiones. Todo hace suponer que se
trataba de la fiesta caballeresca asociada a otros juegos como las cañas o las sortijas, es decir del
toreo a la jineta, basado en el dominio del caballo para esquivar la acometida de los toros y en la
utilización de garrochas y rejones para herir a las reses y finalmente darles muerte, tal como
demuestran las descripciones del utillaje aprestado por los diputados, la previsión de las mulillas
para el arrastre y el destino final de la carne de los animales que iban a parar a las instituciones
asistenciales y a los individuos necesitados. Por el contrario, no se menciona la presencia de toreros
a pie, como los que aparecen en las fiestas limeñas, aunque la cuestión no puede darse por resuelta
definitivamente. Por último, la brillantez de la lidia se subrayaba por el exorno de los toros, que
aparecí an cubiertos de monedas o de banderillas con pañuelos o con los cuernos encintados[24].
A este respecto, resulta interesante comparar las corridas quiteñas con los festejos descritos en losaños setenta para el caso de Cuzco por Alonso Carrió de la Vandera, el famoso autor, bajo el
seudónimo de Concolorcorvo, del Lazarillo de ciegos caminantes. En efecto, la relación que el
funcionario y escritor asturiano hace de las corridas cuzqueñas guarda muchos puntos de contacto
con el caso aquí analizado. Las corridas son costeadas entre el cabildo y el alf érez real y van
acompañadas de refrescos y de "muchas salvillas de helados y grandes fuentes de dulce". La lidia es
protagonizada por las cuadrillas formadas por los miembros de la nobleza, sin participación de
"toreros de profesión". Los toros salen "vestidos de glasé, de plata y oro, y con muchas estrellas de
plata fina clavadas superficialmente en su piel", es decir con un exorno parecido al de los de
Quito[25].
Sin embargo, también existen diferencias dignas de mención. Primero, la participación de "algunos
mayordomos de haciendas en ligeros caballos y muchos mozos de a pie, que por los regular sonindios, que corresponden a los chulos de España", circunstancia por tanto similar a la señalada para
el caso de Lima. Segundo, los toros parecen ser perseguidos no sólo por los caballeros, sino también
por los componentes de la muchedumbre asistente, ya que, según se afirma, "todos tiran a matarlos
para lograr sus despojos". Del mismo modo, se ensayan otros juegos, ya que vemos, al margen de las
reses lidiadas en la plaza, toros ensogados sueltos "por las demás calles para diversión del público",
toros encohetados "disparando varios artificios de fuego", toros mochos o despuntados que "con su
hocico y testa arrojan cholos por el alto con la misma facilidad que un huracán levanta del suelo las
pajas" y toros particulares, que son enviados a las personas distinguidas "para que se entretengan y
gocen de sus torerí as desde los balcones de sus casas". En resumen, una fiesta muy participativa y al
mismo tiempo muy variada, en la que pese a la sensación de desorden que el cronista transmite sólo
se producí an "contusiones y heridas, con pocas muertes".
Las corridas de toros aparecen por tanto en el Quito del siglo XVIII como un ingrediente
imprescindible de las fiestas reales y como una diversión profundamente arraigada entre el conjunto
de la población. Ahora bien, al margen de su carácter de espectáculo interclasista, no estamos en
condiciones de definir el contenido de la lidia ni de deslindar el papel jugado por los distintos grupos
sociales en su desarrollo. Las corridas parecen pervivir bajo la modalidad del viejo juego
caballeresco, con el ritual muy formalizado y el espacio bien definido, sin que haga su aparición la
figura del torero profesional, pero sin que pueda descartarse alguna suerte de toreo a pie y algunos
otros juegos más populares, modalidades sobre las que las fuentes guardan silencio. La tauromaquia
aparece en Quito en un estadio evolutivo más atrasado que en otros lugares del virreinato del Perú,
donde tal vez se haya alcanzado ya el momento de transición del "gran desorden de los ruedos",
antes de la introducción de la normativización que estaba dando sus primeros y vacilantes pasos en
los lejanos territorios metropolitanos. En todo caso hay que esperar la aportación de nuevos
testimonios para contrastar estas conclusiones provisionales.
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NOTAS
[1] Las lí neas generales de esta evolución han sido trazadas por diversos autores. En particular
pueden consultarse, entre las más recientes, las obras de Antonio Garcí a-Baquero González, Pedro
Romero de Solí s e Ignacio Vázquez Parladé: Sevilla y la fiesta de toros, Sevilla, 1980; Bartolomé
Bennassar: Histoire de la Tauromachie. Une socié t é du spectacle, Parí s, 1993 (traducción castellana
de Denise Lavezzi Revel-Chion, bajo el tí tulo de Historia de la Tauromaquia. Una sociedad del
espect áculo, Ronda, 2000); y Antonio Garcí a-Baquero González: "De la fiesta caballeresca al
moderno espectáculo taurino: la metamorfosis de la corrida en el siglo XVIII", en Margarita
Torrione (ed.): España festejante. El siglo XVIII , Málaga, 2000, pp. 75-84.
[2] Fernando Iwasaki Cauti: "Toros y Sociedad en Lima Colonial", Revista de Estudios Taurinos, nº
12 (2000), pp. 89-120.
[3] Ricardo Descalzi: "La vida social y las diversiones públicas en la colonia", Historia del Ecuador ,
Quito, Salvat, vol. IV, 1980-1981, pp. 37-51 (pp. 46-47).
[4] Los fondos consultados fueron esencialmente las Actas del Cabildo Municipal para los años
correspondientes a los de la entronización de Felipe V, Luis I, Fernando VI, Carlos III y Carlos IV.Nos ayudaron en nuestra labor algunas transcripciones de documentos publicadas en la revista
Museo Hist órico.
[5] Archivo Nacional del Ecuador. Real Audiencia de Quito. Sección General. Serie Cedularios.
Caja nº 6, vol. I, fº 1-5.
[6] Sesión del Cabildo del 10 de setiembre de 1701.
[7] Sesiones del Cabildo del 14, 20 y 22 de setiembre, 5 y 31 de octubre y 2 de noviembre de 1701.
[8] Sesión del Cabildo del 18 de julio de 1724.
[9] Sesión del Cabildo del 9 de agosto de 1724.
[10] Sesiones del Cabildo del 11 diciembre de 1724 y 10 de enero, 23 de febrero y 5 de mayo de
1725. La certificación del 11 de abril de 1747, en fº 191 rº-vº.
[11] Sesiones del Cabildo del 15 y 20 de marzo de 1747.
[12] Sesión del Cabildo del 11 de abril de 1747. La declaración del marqués de Lises, en fº 189 vº.[13] P. E. Pérez-Mallaí na Bueno: Retrato de una ciudad en crisis. La sociedad limeña ante el
movimiento sí smico de 1746 , Sevilla, 2001, especialmente pp. 389-410.
[14] Sesión del Cabildo del 15 de abril de 1747.
[15] Sesión del Cabildo del 12 de mayo de 1747.
[16] "Relación de la proclamación del rey Don Fernando Sexto hecha en la ciudad de Quito el dí a
sábado 20 de mayo de 1747". Fechada el 27 de mayo de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fº
198 rº-200 vº. "Sobre el repartimiento de esta Plaza Mayor para las fiestas reales y corridas de toros
por el rey Don Fernando Sexto". Fecha del 28 de junio de 1747. Inserta en las Actas del Cabildo, fª
201 rº-201 vº.
[17] Sesión del Cabildo del 9 de julio de 1760.
[18] La descripción de las fiestas consta en las Actas del Cabildo (volumen correspondiente a los
años 1756-1761, fº 121 vº). Fue además transcrita dos veces en la revista quiteña Museo Hist órico.El nº 1 (1949), pp. 7-15, incluye la relación, más un resumen de la Loa para el primer Carro triunfal
("Interesantes relatos de las Ceremonias realizadas en Quito por la muerte de Fernando Sexto y la
exaltación al Trono del Rey Carlos Tercero"). El nº 17 (1953), pp. 126-148, repite la relación,
reproduciendo además el contenido í ntegro de la citada loa ("Fiestas celebradas en Quito cuando la
Católica Majestad de Carlos 3º pasó del Trono de Nápoles al de España, celebradas el año de 1760").
El único punto oscuro del párrafo dedicado a los toros es la cifra de los cinco barrios de la última
tarde, ya que si habí an entrado dos cada uno de los tres primeros dí as sumarí an un total de seis, que
son además los señalados en las fiestas de la proclamación de Fernando VI, pero la relación puede
llevar razón por cuanto en las fiestas en honor de Carlos IV sólo participarán cinco barrios, con
exclusión del barrio de la Loma.
[19] El padrón de 1784 daba una cifra total de 23.726 habitantes para la ciudad y de unos 70.000
habitantes para el conjunto del corregimiento, integrado por treinta pueblos. Cf. Manuel Lucena
Salmoral: "La población del reino de Quito en la época del reformismo borbónico (circa 1784)",
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Revista de Indias, nº 200 (1994), pp. 33-81.
[20] Sesión del Cabildo del 18 de agosto de 1789. Según lo decidido, la proclamación se celebró
efectivamente el dí a 21 de setiembre, aunque las propias fuentes municipales induzcan a confusión.
En efecto, una nota al margen del acta del cabildo citado señala: "Por las razones que se exponen, se
acordó que se procediese a la celebración de la jura el dí a 27 de septiembre próximo". Y, más tarde,
la relación de las fiestas señala en su tí tulo (como enseguida veremos) la fecha del 29 de setiembre,
cuando el mismo documento no deja lugar a dudas sobre el dí a 21 como fecha de la celebración, por
más que los festejos tuvieran un prólogo el dí a 20 y se alargasen hasta el 1º de octubre.
[21] La transcripción de la crónica de los festejos se halla en la revista Museo Hist órico, nº 50
(1971), pp. 189-215: "Relación de las Fiestas Reales que celebró la Muy Noble y Muy Leal Ciudad
de Quito. En la Augusta Proclamación del Señor Rey Don Carlos Cuarto el dí a 29 de Septiembre de
1789". Versión de Judith Paredes Zarama. Como ya dijimos y acabamos de comprobar, la fecha es
errónea.
[22] Ibidem.
[23] Ibidem.
[24] Para la participación de toreros a pie en las corridas limeñas, cf. Fernando Iwasaki Cauti:
"Toros...", pp. 90-108.
[25] Alonso Carrió de la Vandera: El lazarillo de ciegos caminantes, Caracas, 1965 (ed. de AntonioLorente Medina). El libro debió ser publicado por primera vez en Lima entre 1775 y 1776. La
descripción de las corridas de Cuzco, en pp. 190-191.
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PUBLICADO EN:
M. Alfonso Mola / C.Martí nez Shaw: Fiestas reales y toros en el Quito del siglo XVIII, Garcí a
Baquero González, A. / P. Romero de Solis(eds.),en Fiestas de toros y sociedad . Actas del congreso
internacional celebrado en Sevilla del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2001-2003, Ed.
Fundación Real Maestranza de Caballerí a de Sevilla/Universidad de Sevilla, Sevilla, 2003.
FOTOGRAFÍA
El famoso americano Mariano Ceballos, montado en un toro, se dispone a alancear otro toro. Goya.
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LOS AUTORES
Marina Alfonso Mola es profesora titular de Historia Moderna y de Historia de la América Colonial
en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, autora de numerosas investigaciones
históricas en solitario y otras tantas en colaboración con Carlos Martí nez Shaw. Entre ellas
destacamos las más recientes:
------------,Antonio Garcí a-Abásolo, Carlos Martí nez Shaw, Ramón Marí a Serrera y Carmen Yuste,
El Galeón de Manila, Ministerio de Educación, Cultura y Deporte : Fundación Focus-Abengoa,ed.
Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, 2000.
----------- y Carlos Martí nez Shaw, Felipe V ,Arlanza Ediciones,Madrid, 2001
-----------"El Comercio Marí timo de Cádiz, 1797-1805", en Trafalgar y el Mundo Atlántico ,
Guimerá, A., Ramos, A., Butrón, G., 259-297, Madrid, 2004
--------- y Carlos Martí nez Shaw, "La era de la plata española en extremo oriente", España y el
Pací fico, Legazpi, Cabrero, L., 1, 527-542, Madrid, 2004
--------- y Carlos Martí nez Shaw, "Felipe V en tiempos de Carlos III. Un elogio de 1778", Estudios
en homenaje al profesor Teó fanes Egido , Garcí a Fernández, M., Sobarler Seco, M.A., 2, 105-117,
Valladolid, 2004
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http://slidepdf.com/reader/full/alfonso-mola-fiestas-reales-y-toros-quito-xviii 11/12
---------- "Gibraltar, tres siglos de conflicto. Los asedios", La aventura de la historia , 70, 75-79,
Madrid, 2004
-------- Carlos Martí nez Shaw, "Cartagena de Indias. Mudanzas Ultramarinas ", Descubrir el arte, 67,
60-61, Madrid, 2004
------- “1828. El fin del Libre Comercio”, en C. Martí nez Shaw y J.M. Oliva (eds.), El sistema
atlántico español (siglos XVII-XIX), Madrid, 2005.
--Comisaria de varias exposiciones, en colaboración con Carlos Martí nez Shaw:
Schittering van Spanje, 1598-1648. Van Cervantes tot Velazquez (Amsterdam, 1998)
Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV (Valladolid, 1999)
Esplendores de España. De El Greco a Velá zquez (Rí o de Janeiro, 2000)
El galeón de Manila (Sevilla, 2000, México DF, 2001)
Oriente en Palacio. Tesoros de arte asiático en las colecciones reales españolas (Madrid, 2003)
La fascinaciò de l’Orient. Tresors asiàtics de les coleccions reials espanyoles (Barcelona, 2003).
--Coordinadora de la revista Espacio, Tiempo y Forma. Serie IV, UNED.
--Colaboradora habitual de las revistas de divulgación histórico-artí stica La Aventura de la Historia,
Descubrir el Arte, Historia16 , Clí o y Andalucí a en la Historia.
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Carlos Martí nez Shaw es catedrático de Historia Moderna de la UNED, y autor de numerosas
obras, entre las que se pueden destacar, además de las ya citadas en colaboración con Marina
Alfonso:
- Cataluña en la Carrera de Indias, 1680-1756 (1981)
- La emigración española a Amé rica, 1492-1824 (1983)
- La Historia Moderna de Asia (1996)
- El Siglo de las Luces. Las bases intelectuales del Reformismo (1996)
- Paisajes de la tierra prometida: el viaje a jerusalé n de don Fadrique Enr í quez de Ribera,
coautores: Pedro Garcí a Martí n y Manuel González Jiménez, ed. Miraguano, 2001.
- Historia de España: la Edad Contempor ánea; vol. 2, coautores: José Luis Martí n y Javier
Tusell,ed. Taurus,2001.
- Historia de España: de la Prehistoria al fin del Antiguo Ré gimen; vol. 1, coautores: José Luis
Martí n, Javier Tusell, ed. Taurus, 2001.
- "La lengua en la España de los austrias. La España moderna (1474-1701)", Historia de la lenguaespañola, Cano, R, 659-680, Barcelona, 2004
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- "Gibraltar. Diplomacia", La aventura de la historia, 70, 80-84, Madrid, 2004
- "Napoleón. Europa deslumbrada. El astro ", La aventura de la historia, 74, 60-66, Madrid, 2004