Algo Está Pasando en La Ciudad
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Algo está pasando en la Ciudad
Andrés Lajous
El Universal | Viernes 13 de agosto de 2010
“¿Por qué alguien querría escribir sobre esto? No está pasando nada.”
“Siempre hay algo pasando”, le dijo. “Cuando dices ‘no está pasando nada’ tan sólo estás diciendo que
no está pasando nada que concuerde con tu cliché de lo que es que algo pase”.
“¿Qué?”
“Es difícil de explicar”, dijo. “Algo está sucediendo ahora y tú crees que no es importante porque nunca
has visto una película sobre eso”. Le dice Robert M. Pirsig, autor de Lila (1991), a la pasajera de su
barco.
Me acerco con cuidado para observar de cerca la larga hilera que se mueve lento, pero mantiene el
paso con suficiente continuidad como para evitar congestionarse. Me imaginé que las tardes lluviosas de
verano sólo ofrecerían dos opciones, o un alto total, o la inexistencia de estas largas hileras a las que
estamos acostumbrados. No imaginé la calma de este paso lento pero constante que a muchos
enloquece.
Llevo meses tratando de convencer a cuanta persona me topo de que deje de usar su coche. Uso todo
tipo de argumentos: consumir menos gasolina, usar de manera más eficiente su tiempo (¡el promedio de
los viajes en la ciudad son más rápido en bici!), hacer ejercicio mientras se transportan, conocer el
sistema de transporte público, ver las calles y los edificios sin que un parabrisas los enmarque, o
simplemente airearse un poco y salir de la odiosa rutina del casa-coche-trabajo/escuela-coche-casa. Los
trato de convencer de que por lo menos el experimento vale la pena. Si cambian un día su coche por
una bici, y ese primer día los atropellan, se entiende, regresen a su coche. Si cambian un día su coche
por el metro, y ese primer día un hombre desquiciado suelta de balazos o los asaltan, está bien, su
coche los espera. Cualquier experiencia vale, pero las primeras, valen doble.
La hilera ya no es una sola, ahora son dos, aunque no por ello avanzan más rápido. A la mitad del
camino de la primera hilera hay un obstáculo, estorbo que provocó que se formara la segunda, que va
en sentido contrario. El obstáculo es casi indescriptible, algo parecido a un hoyo en el que hay material
de construcción y lo que parecen desechos orgánicos. La lluvia enfurece, y no parece que nadie siquiera
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intente hacer algo al respecto. Sé que los vecinos saben lo que está pasando, sé que no soy el único que
lo está viendo, y sé que nadie ha llamado a la Delegación o a quien sea responsable de atender un
problema como éste.
Cuando pienso en la ciudad de México, entre otras cosas, en su sistema de transporte, me sorprendo.
No tengo claro cómo puede funcionar todos los días. A la vista de cualquiera lo que hay es caos:
motociclistas rebasando entre carriles; peseros, cuál ideólogos del mercado, compitiendo salvajemente
por el pasaje; masas de peatones cruzando a paso veloz frente a las paradas, porque no saben si los
coches atorados en un cruce, tras negociar con la mirada, lograran dar un arrancón que los roce. Me
sorprende, porque pese a nosotros, funciona. Cuando un funcionario público de la ciudad quiere
imponer su voluntad amenaza, “si no construimos X, la ciudad se colapsa”. Pero las ciudades no se
colapsan (o no en ese sentido). Puede ser que algunas calles se saturen, que los conductores o usuarios
de autobuses se desesperen, pero no se colapsan. Incluso, cuando todo parece un desastre, es cuando
las cosas cambian: nos ponemos imaginativos, calculamos horarios y rutas, y pese al colapso imaginado
seguimos llegando a nuestros trabajos. Cada quien hace sus cálculos, sus tiempos, sus desviaciones y
todos llegamos.
Frente a la serenidad con la que el resto ve la lentitud de estas dos hileras, decido hacer algo. Me voy
unos instantes, y al regresar pienso, “esto las frenará”. Pongo el lápiz en el piso, y las hormigas me
ignoran. La primera que va de ida se destantea, duda si ir hacia la izquierda o a la derecha, y decide
pasar por arriba del lápiz. La primera que viene de regreso, cargando un pedacito de miel endurecida,
esquiva la goma del lápiz y sin desviarse mucho, sigue su camino. Ya lo decía, algo está pasando en la
cocina de este departamento, en esta colonia, en esta Delegación, en esta ciudad de México.
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