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AMANTES PROHIBIDOS- ex HERMANDAD- HISPANA/VANECAOS. ESCENAS 16-22 [Escena 16] BUTCH: Tumbado en la cama de Vishous en su ático, sólo con unos bóxers, me quedo mirando el techo con el móvil pegado al oído, escuchando el crujido de la estática, su respiración y... nada más. Ni una palabra. Después de comerme la olla de forma inmisericorde durante medio día sobre lo divino y lo (in) humano, aquí estoy, llamándole para decirle... yo qué sé. Cualquier mierda que le haga sentir menos mal, que le convenza de que moralmente me importa tres huevos que se tire a tíos y a tías atados a un potro y que no me siento amenazado por que yo le ponga cachondo. Sip, todo eso sería un buen tema de conversación... si V hablara. Después de saludarle con un "Hey", silencio absoluto. Suelo estar acostumbrado a eso, es raro pero también es Vishous, su forma silenciosa de estar siempre cerca. Pero hoy paso. Suspiro. —¿Estás ahí o son los malditos hombrecillos verdes enviándome estática? Un sonido rasposo. Se está encendiendo un liado. Inspira. Espira. Dios, o le saco de su silencio o esta puede ser la no conversación más larga del milenio. Al cabo me llegan tres palabras en voz ronca. —¿Cómo estás, poli?

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AMANTES PROHIBIDOS- ex HERMANDAD-HISPANA/VANECAOS. ESCENAS 16-22

[Escena 16]

BUTCH:

Tumbado en la cama de Vishous en su ático, sólo con unos bóxers, me quedo mirando el techo con el móvil pegado al oído, escuchando el crujido de la estática, su respiración y... nada más. Ni una palabra. Después de comerme la olla de forma inmisericorde durante medio día sobre lo divino y lo (in) humano, aquí estoy, llamándole para decirle... yo qué sé. Cualquier mierda que le haga sentir menos mal, que le convenza de que moralmente me importa tres

huevos que se tire a tíos y a tías atados a un potro y que no me siento amenazado por que yo le ponga cachondo. Sip, todo eso sería un buen tema de conversación... si V hablara. Después de saludarle con un "Hey", silencio absoluto. Suelo estar acostumbrado a eso, es raro pero también es Vishous, su forma silenciosa de estar siempre cerca. Pero hoy paso. Suspiro.

—¿Estás ahí o son los malditos hombrecillos verdes enviándome estática?

Un sonido rasposo. Se está encendiendo un liado. Inspira. Espira. Dios, o le saco de su silencio o esta puede ser la no conversación más larga del milenio. Al cabo me llegan tres palabras en voz ronca.

—¿Cómo estás, poli?

Joder, escuchar su voz tiene un efecto condenadamente raro en mi biología. Es como si se me metiera por el oído y se enroscara en mi cerebro, humo aromático incluido. Me pone de los nervios y me serena a la vez. Es cuando me doy cuenta de que no podría enviar a Vishous a la mierda ni que fuera lo último que hiciera en la vida. Nop. Desde que nos enganchamos por las costuras es mi Trankimazín particular. De algún modo, si V está cerca, se mueve, habla y se dedica a sus frikadas, entonces es que el puto mundo gira como debe. Debo estar chalado perdido. Pero le noto la tensión en la voz,

medida y sin entonación. Va a ser que si empiezo a largarle el rollo de "hijo mío, ábreme tu corazón" me cuelga el teléfono. Empecemos por romper el hielo con lo fácil. ¿Y es o no raro que lo fácil de discutir ahora entre nosotros sea que ayer cené lesser? Muevo las piernas entre las sábanas de seda mientras hablo.

—Bien. Sigo siendo yo. Quiero decir, no siento impulsos de hacer vudú con muñecas de vampiro ni ninguna mierda. Lo que sea que hiciera ayer... bueno, me salvaste el culo. Estoy tan bien como puedo estar.

Sólo son cuatro frases, pero con el jodido silencio al otro lado me siento como si acabara de pronunciar el Discurso a la Nación. Al cabo de un par de segundos, me llega su respuesta.

—Me alegro.— Dos palabras junto a una exhalación.

Ooooooh, aplaudamos al Maestro de la Oratoria. Al menos, sé que es sincero. El silencio me empieza a dar dolor de cabeza y eso es mala señal porque es cuando me hago la picha un lío con la lengua y empiezo a cotorrear como un puto loro.

—Mira, tendría que haberte explicado un detalle pero no tuve... ah, ocasión. Recordé algo de lo que me hicieron ese día, ¿vale? Creí que no podría porque es como si alguien me hubiera lavado el cerebro con lejía, pero recordé al... joder al Omega hablando con otro tipo. Quería que me acogiérais, V. — suspiro largo, frotándome la cara con una mano—. El Omega quería que la Hermandad me llevara y los dos sabemos que no es para una puta fiesta de cumpleaños. Quiere usarme para alguna mierda y, después de lo de ayer... Joder, a lo mejor me estoy transformando en alguna... yo qué sé, alguna especie de lesser con corazón. Puede que ayer interrumpieras el proceso pero no sabemos si... pasará al final. No puedo volver a la mansión... ni tampoco quedarme en tu ático. Soy un peligro. Estoy buscando un piso.

Quito la mano de mi cara, con la vista en el techo como si mirara al cielo. No quiero presionarle, no más de lo que ya debe sentirse él, pero tengo tan pocas opciones...

—¿Se lo has contado a Wrath? Y, no te lo tomes como presión, ¿OK?, pero, ¿hay algo? ¿En algún libro de esos tuyos? ¿Crees que le han hecho esto a un humano antes?

VISHOUS:

Sentado frente a mis Cuatros Juguetes con la toalla envuelta sobre la cadera después de una ducha, agarro el móvil tan fuerte con la mano enguantada que a punto estoy de crujirlo. No puedo creer que Butch

haya tenido los cojones de llamarme después de lo de ayer. Y menos que no me mande a comer mierda a la primera respiración. Por eso me quedo en silencio, porque a ver qué demonios le digo. "Hey, poli, ¿qué tal va todo en mi Ático del Terror donde, sí, uso todos los artefactos que has estado examinando?" O, tal vez: "¿Hey, Butch, ya te has subido al potro para probarlo?" O, quizás: "Poli, ¿cómo te sientes después que casi te besara contra la pared del baño? Y, antes de que se me olvide, ¿te gustó cuando enterré mis colmillos en ti y chupé tu sangre?"

Esa sería una endemoniada conversación.

Abro la boca y la cierro un par de veces hasta que escucho un suspiro al otro lado de la línea y un "Hey". Como por instinto de supervivencia, saco uno de los liados que tengo al lado de la pantalla y el encendedor negro cuando oigo otro suspiro, pero esta vez exasperado, y el poli se dispara con su sarcasmo habitual. Con un amago de sonrisa, me pongo el liado en los labios y lo enciendo dando una fuerte calada antes de dejar ir el humo lentamente, buscando el valor para preguntarle cómo se encuentra. La voz me sale rasposa y tensa, al no saber qué mierda dirá el cabronazo de compañero de cuarto... o, tal vez, ex compañero de cuarto. Porque Butch nunca se queda callado sin decir una palabra o por lo menos sin mandarme a la mierda. Joder, tal vez lo está sopesando.

Frunzo el ceño todavía más, con los ojos fijos en el punto que representa a Butch en mi ático, como si pudiera verle a él. Me pasa el parte de su estado físico con ese acento de Boston tan suyo, y una mueca muy parecida a una sonrisa se me pone en los labios al escucharlo en el tono de siempre, sin sacar el tema “X”. Doy otra calada al liado, más fuerte y larga que la anterior, y le disparo un escueto “Me alegro”, porque tengo que mantenerme a distancia de él en este momento.

Echo la cabeza hacia atrás, lanzando el humo lentamente con el móvil pegado a la oreja para escuchar respirar al poli, esperando... Sólo esperando a que me diga que quiere alejarse cagando leches de mí, porque no sólo se dio cuenta que soy un pervertido, sino que hay algo peor. Muchísimo peor. Jodidamente peor: que no sólo lo hago con machos sino que me pone él. No sé durante cuánto tiempo estamos callados, sólo escuchándonos respirar, con la estática que no deja de joderme las pelotas cada vez que me comunico con alguien, cuando el poli, tras una respiración fuerte, comienza hablar como si hubiera desayunado lengua. Que si ha recordado lo que le dijo el Omega. ¿Cómo mierda podría haberlo hecho? Si un dios le borra la memoria a un humano, por lógica debería ser imposible que la recuperara, al menos es así cuando lo hace un vampiro con un homo sapiens. ¿Y qué cojones es eso de que quería que le acogiéramos? Joder que esto se está poniendo mortalmente peligroso por momentos. Que Butch no fue una pieza cazada al azar ya lo suponía; no se tomarían tantas

molestias con un simple humano. Es el plan que hay detrás lo que me desquicia. ¿Qué quería el Omega de él? ¿Transformarlo? ¿Dejarlo en algún estado a medias donde pudiera controlarle?

¿Puedo evitarlo?

Me remuevo inquieto en el asiento cuando me pregunta si sé algo. Me he pasado el día releyendo las putas Crónicas, sin omitir detalle; he buscado información en algunos manuscritos sueltos que he recolectado con los siglos; en la base de datos de los Hermanos anteriores; en informes de la glymera y de los civiles; he buscado hasta en sitios considerados extraños por los humanos. Pero no hay nada, absoluta y puñeteramente nada. No sé por qué mi mano maldita le ayudó noche, igual que lo hizo cuando lo encontré en el bosque... Y, si algo que odio, es no saber. La información es poder, te permite avanzarte a tus enemigos y ayudar a tus aliados. Te da control sobre la mierda que la vida te tira encima. Sin información, estoy ciego y con las manos atadas. ODIO esa puta sensación, pero no voy a dejar que el poli crea que está solo.

Cuando me dice que está buscando piso, el estómago se me da la vuelta como un puto calcetín. No. Eso no. Solo otra vez no. Me crujo el guante de la mano cuando respondo con las mandíbulas apretadas, sin que tenga tiempo de poner demasiados filtros de indiferencia fingida entre lo que pienso y lo que la puta de mi lengua escupe.

—No te estás transformando en uno de ellos, poli...— Lo escucho inspirar fuerte, sabiendo cuál será su próxima pregunta—. Y, antes de que empieces con el cómo lo sé, es porque rechazo esa conclusión. Así de simple. Todavía no se lo he explicado a Wrath, pero volverás a la mansión conmigo y, si no te gusta, te jodes.— me sale la voz más baja, tensa—. No buscarás pisos ni ninguna mierda. Vuelves conmigo, poli.

BUTCH:

A veces no sé si agradecer a V su lealtad o partirle los morros precisamente por eso. Por ser leal a mí y no tener en cuenta que puedo ser una bomba de relojería para toda la mansión. No tiene respuestas pero no le sale de las pelotas aceptar que me pueda estar transformando, como si con su voluntad fuera suficiente para mantenerme vivo. Cabrón dominante. Pero le escucho hablar y eso es milagro suficiente, así que cuando además percibo la jodida tensión con que sale su voz se me hace un nudo en la garganta. “Vuelves conmigo, poli”, dice como si le hubieran puesto pegamento en las mandíbulas. "Conmigo". No "con la Hermandad" ni "con nosotros". "Conmigo".

Puede disimular lo que quiera, pero le conozco un poco. Cuanto más brusco habla, más emoción contiene. A Vishous le da igual en lo que me esté transformando pero me necesita con él. Flipa. A mí, un puto humano de mierda en el paro a quien podría romper el cuello con una mano si quisiera. La genética, o el que yo esté por debajo en la cadena alimenticia, le da igual. Igualiiiiiiiito que a Marissa, vamos. Lo mismo. Se me junta el inmenso agradecimiento por esa ceguera suya con el "te vi, poli, sólo te vi" que me ha estado rondando todo el día; el "vuelves conmigo"; la intuición de que lo de V no son sólo ganas de follar; la sensación desconocida de que alguien me necesite, lo admita o no, y toda la pelota consigue que me eche a reír.

Estoy tumbado en su cama, con una mano sobre la cara, el teléfono pegado a la oreja y partiéndome el culo de risa. Ahora me colgará él a mí por chiflado. Farfulla algo pero es que ni le entiendo con la mierda ésta de risa que me ha cogido. Acabo de lado en las sábanas, sujetándome el estómago y doblado del ataque de carcajadas de muñeco poseído. Me paso una mano por los ojos para secarme las lágrimas de reír mientras V va rezongando, hasta que soy capaz de hablar otra vez.

—Ah, mierda... lo siento. Pero no sabes lo que me acabas de alegrar el día encabronándote.

Pobre tío, no debe saber ni para donde mear, creerá que perdí un tornillo. Pero, bien pensado, a lo mejor es algo bueno. Para hablar con él en serio primero hay que descolocarlo y luego hacerle reír. Carraspeo y cambio al tono más jodidamente serio que tengo en mi repertorio.

—Por cierto, V, ya que andamos con la charla intimista. En lo que me queda de vida no pienso perdonarte que no me dijeras lo de tu ático.— Escucho la fuerte inhalación al otro lado de la línea y la estática aumenta como si estuviera en mitad de un ataque hacker. Así que es serio. Está tenso de la mierda por saber qué pienso de su rincón oculto. Sigo con el mismo tono de funeral—. Quiero decir, yo ya tenía pensado tu jodido regalo de Navidad, ¿sabes? Una colonia. "Cool Water" de Davidoff. Y me la voy a tener que meter por el culo porque seguro que andas suspirando por, qué sé yo, unas esposas forradas de peluche o alguna mierda así.

Vishous suelta un “Poli...” medio de advertencia, medio de sorpresa pero yo sigo con mi rollo.

—Venga, admítelo. Te vistes de mujer.— Escucho un bufido al otro lado— ¡Lo sabía! Una boa rosa y un tanga de leopardo ¿He acertado? ¿Tu puto regalo soñado?— el bufido se transforma en una especie de risa, porque hasta el pedazo de cazurro de V sabe cuándo me estoy tomando algo a cachondeo—. Ah, vamos, hombre, ten piedad de un pobre poli. No tengo todo el tiempo para ir de putas compras de

Navidad, échame una manita. Si voy a tener que pelearme con un montón de niñas histéricas por el último vibrador fucsia, dímelo. Necesito mentalizarme, ¿admiten cupones descuento?

Conseguido. Vishous suelta una de sus risotadas secas que desemboca en auténticas carcajadas y la estática disminuye. Sé que se está cagando en mis muertos por ser un puto bocazas rompebolas, pero también que ya no está tan tenso. Le escucho reír un rato con una sonrisa imbécil en mi propia cara, asombrado de poder provocar esa reacción en él, hasta que miro de reojo al potro en el centro del ático.

—Oye, V... está bien, ¿OK? Todo. Tu... amplio abanico de gustos incluido.— No digo explícitamente que me refiero a lo de pollas y coños, pero sé que él entiende—. Has encontrado tu forma de desfogarte y hasta me das envidia. No porque la comparta pero... joder, yo me desahogaba partiéndole la nariz a los delincuentes y ahora ni eso. Sólo... —inspiro— dime que es consentido. Y... —estoy a punto de preguntarle si también me imagina a mí en esa situación, pero no voy a forzar el asunto. Bastante incómodo tiene que ser esto para él y no estoy seguro de poder aguantar una respuesta directa. Aún así tengo que preguntárselo de alguna manera—, ¿siempre es así? ¿Nunca lo has querido... distinto... con alguien?

VISHOUS:

Nuevamente nos quedamos callados después de la mierda que se me ocurrió soltar -"Vuelves conmigo"-, como si nos hubieran congelado en el tiempo. ¿Quién cojones me ha insertado un cambio de personalidad sin avisarme? Estoy realmente jodido. Pero al estilo... J.O.D.I.D.O. Coño, que ahora sí la cague hasta el fondo, si antes el poli pensaba que algo raro había, con lo que le acabo de soltar lo confirmo.

Apago el liado estrellándolo en el cenicero mientras el brillo empieza a escapar del guante y trepa por mi antebrazo. Me pongo otro liado en la boca y, cuando lo estoy encendiendo, escucho a Butch reírse como un condenado loco, de sopetón, anda a saber por qué. Termino de prenderlo con Butch de fondo partiéndose la caja de risa y descolocándome por completo.

—¿Qué diablos te pasa ahora, cabrón?

Le digo, apretando más fuerte las mandíbulas mientras se le escapa otra carcajada. A éste se le soltaron los pocos tornillos que le quedaban y perdió definitivamente la chaveta; o tal vez el shock ha sido demasiado y terminó por caer en la locura irlandersa. Frunzo el ceño, empezando a cabrearme en serio cuando otra oleada de carcajadas me pone los putos pelos de punta.

—Poli... vale ya, idiota.

Con un ataque de tos de tanto reírse comienza a relajarse y me dispara muy campante, con un tono de voz aún risueño, un agradecimiento por alegrarle el día con mi cabreo. Maldito cabrón. Nunca ha estado muy bien de la azotea, pero no sé cuándo se le fue definitivamente la pinza. Aaah, tal vez cuando se dio cuenta de que quien era su mejor amigo quiso follárselo en el Ático de Freddy Krueger. GENIAL.

Cuando ya se calma del todo, me saca el peor tema de conversación del mundo con voz de comentarista de funeral, bipolar perdido. Todos los tendones de mi cuerpo se tensan como cables en cuanto saca a relucir lo de mi ático, haciéndome apretar fuerte el móvil e inhalando el liado con una larga calada. No vengas ahora con eso, poli, no jodas con esa mierda. Y luego descarrila del todo con las colonias y que si las esposas peludas. Diciendo auténticas incoherencias. Sip, le hemos perdido. Directo al loquero.

—Poli...

Le digo con tono de advertencia pero también con un atisbo de diversión dudosa en la voz. ¿Puede que Butch se esté tomando a cachondeo algo que cualquier persona normal pensaría que es una perversión que merece la sentencia de muerte social? Es imposible que yo tenga tanta suerte.

—Venga, admítelo. Te vistes de mujer.— Me dice. Bufo, con una carcajada trepando por mi garganta— ¡Lo sabía! Una boa rosa y un tanga de leopardo ¿He acertado? ¿Tu puto regalo soñado? Ah, vamos, hombre, ten piedad de un pobre poli. No tengo todo el tiempo para ir de putas compras de Navidad, échame una manita. Si voy a tener que pelearme con un montón de niñas histéricas por el último vibrador fucsia, dímelo. Necesito mentalizarme, ¿admiten cupones descuento?

Sin poder aguantar más al bocazas rompebolas que tengo de compañero, comienzo a reírme a carcajadas. Maldito mamón de los huevos, estúpido, animal, tarado, pedazo de mejor amigo que podría haber encontrado un maldito como yo. Río como si estuviera en alguna maldita terapia después de la tensión que me ha roído las tripas todo el día. Está consiguiendo que se me esguincen las mejillas con sus gilipolleces, joder, siempre reaccionando al contrario de lo que preveo. Es capaz de tomarse a choteo algo por lo que medio mundo me mira de reojo y huye con el rabo entre las piernas.

Apenas logro controlar esa risa continua cuando escucho al poli ponerse serio nuevamente para decirme, más o menos, que no pasa nada con lo de ayer. Y que le da igual que me dedique al BDSM y que se la meta a machos y hembras. Este hijo de puta va para santo.

Cierro los ojos, peinándome el cabello hacia atrás mientras me froto el pecho y después dejo el liado a medio terminar en el cenicero. No puedo evitar que algo se me desmorone por dentro, alguna barrera a lo mejor, al saber que el poli me acepta a pesar de haber conocido algunos de mis oscuros secretos. Me acepta a mí... sin importarle que sea un friki o que haya querido besarle. Tampoco tengo que mantener más en secreto cómo follo por miedo de acojonarlo ¿Cuándo he experimentado esto, esta... liberación? Fácil: nunca. Santa Claus existe, a fin de cuentas, reno Rodolfo incluido. Parte de la tensión que me ha estado comprimiendo el cerebro se evapora.

—Butch... —le digo en el tono más grave que tengo, porque no sé cómo mierda agradecerle en el alma que no me juzgue, que él sólo este ahí—. Es consentido.— Lo que pasó en el campamento, justo después de mi transición, cruza un instante por mi mente. Omito contárselo, aunque tengo el pequeño presentimiento de que él sería el único que me preguntaría por qué lo hice—. Y, en cuanto a lo otro— miro hacia la habitación del poli y me recorre un sentimiento extraño al recordarnos abrazados en mi ático—, es la única forma que conozco de tener sexo.

Ambos nos quedamos en silencio un buen rato y tengo que combatir el estúpido impulso de decir más, de hablar de mí, contraviniendo todo lo que el Sanguinario me inculcó sobre la supervivencia. Pero, con Butch, las cosas siempre han sido distintas. Es el único ser, humano o vampiro, diferente a todo el podrido mundo.

BUTCH:

Escuchar reír a Vishous como pocas veces hace, a carcajadas, creo que no sólo le relaja a él sino a mí. Antes me cuelgo por las bolas que pensar siquiera en ofenderle por sus gustos o en hacerle sentir mal, así que necesitaba oír que está tranquilo sobre eso. Y también es conmovedor como la mierda que considere mi opinión sobre su ático o sobre sus tendencias tan importante como para ponerse rígido como un Madelman esperando a ver qué pienso de su pequeño secreto.

El instinto me dice que lo que opinen los Hermanos se la suda de canto. En cambio, le preocupaba que yo pensara que era un pervertido de mierda o anda a saber qué. Ya ves... como si ahí en las calles no hubiera hijos de perra de verdad, que hacen este tipo de cosas con otras personas pero sin pedir permiso. Esa es la puta diferencia entre ser un pervertido y sencillamente tener gustos minoritarios: el consentimiento y el libre albedrío. Y en cuanto a lo de tíos y tías... joder, pues cada uno es como es.

—Es consentido.— me confirma, serio de la hostia, y yo asiento aunque no me pueda ver.

Lo sabía. V puede creerse que es muchas cosas retorcidas, pero yo sabía que mi amigo no está en el lado oscuro de la fuerza. Me recuesto más tranquilo en su cama, hasta que me suelta la bomba de "es la unica forma que conozco de tener sexo". Joder. Mis ojos vuelven al potro y a lo que puedo ver de sus chismes. ¿La... única? ¿V jamás se ha acostado con alguien... como todo el mundo? ¿Con besos, arrumacos, abrazos, revolcándose en una cama o en un coche, ahora te toco y luego tú me tocas?

Las cejas se me enarcan solas y la puta película de la noche de ayer vueeeeelve a agujerearme el cerebro. Veo de nuevo a V sobre mí, dándome luz y abrazándome, un poco torpe pero que me jodan si no era sentido, casi.... qué sé yo, casi como si yo pudiera darle algo que le falta. Y luego lo del baño. El Casi Beso, ya lo he bautizado y todo. A menos que V pensara besarme primero para luego arrastrarme a su potro -y me empiezo a remover entre las sábanas con sudores sólo de pensarlo-, allí no había ni cadenas, ni látigos ni mierdas. Sólo Vishous queriendo besarme por... ¿por qué? Ya volvemos con la dichosa preguntita que me prometí que no exploraría porque tampoco hay nada que yo pueda... o quiera... hacer al respecto. Pero...

Suspiro, dándome cuenta de que estamos los dos en silencio al teléfono, pero es un silencio más cómodo que el del inicio de esta frikiconversación. Joder, siempre ha sido igual conmigo: odio las medias verdades, los silencios y no saber qué terreno piso. Necesito saber, y algo me dice que si hay algún momento en que Vishous podría sentirse inclinado a despegar la boca sería ahora. Así que ahí va la pelota de partido, tal como me sale.

—V, ¿por qué querías besarme ayer?— se lo suelto a bocajarro y como si hablara del tiempo, porque así soy yo y porque así es como él suele necesitar que le digan las cosas, sin tonterías y sin disimulos. Ahí está la maldita palabreja puesta sobre la mesa. Porque es absurdo de cojones que nos andemos con rodeos—. Quiero decir, ¿fue por mi irresistible magnetismo animal, por la adrenalina o... por algo más?— Le oigo coger aire al otro lado y el sonido, pegado a mi oído, me pone la piel de gallina. Cierro los ojos, dejando caer un brazo sobre la cara—. Entiende una cosa: me da igual lo que digas, vamos a seguir pegados por el culo, porque es lo que somos, ¿vale? Los putos mejores amigos que juran por el meñique y se compran las mismas camisetas y toda la mierda. No cambia nada. Ni te voy a enviar al diablo ni voy a salir dando chillidos como las niñas, pero... me gustaría... no, necesito saberlo. Así que sé sincero.

Y que Dios nos ampare.

VISHOUS:

Disfruto del apacible silencio al teléfono, mientras Butch debe estar digiriendo lo que le acabo de confesar. Parece que la última botella de vodka llevara suero de la verdad, joder, sino por qué coño le he admitido que jamás he follado con nadie como el 99% de las personas de este mundo, incluido él. Aunque, escuchándole respirar al otro lado de la línea, llego a la conclusión de que la culpa de que suelte la lengua es suya. Puto irlandés. Es el único jodido imbécil con quien puedo dejar salir parte de mi mierda -no toda, eso sería demasiado hasta para él- sabiendo, ahora sí, que sigue estando ahí, como la roca dura de mollera que es. O como el que ha vivido tanto concentrado en 38 años de vida que su escala de lo "normal" se ha ampliado algo más, gracias al puto cielo.

Hasta que la suelta.

—V, ¿por qué querías besarme ayer?

La sangre se me hiela en las venas y me quedo con los ojos fijos en el punto que le representa en la pantalla. Noqueado. Primero porque no podía cerrar su bocaza después de todo el sermón anterior y dejar las cosas así, nop. Tenía que sacar el tema llamando a las cosas por su jodido nombre, como si estuviera hablando del último partido de la Liga. Y, segundo, porque acaba de hacerme la única puta pregunta para la que no tengo respuesta. Había anticipado un "vete al infierno", un "mantente alejado de mí". Pero no un "por qué". Parece que olvidé que estoy tratando con un detective.

A pesar de estar en modo "pausa", no puedo evitar sonreír con lo del magnetismo animal. El muy imbécil lo dice en coña, ni siquiera es consciente de que lo tiene de verdad. Apago el segundo liado con gestos lentos, poniendo todas mis neuronas a trabajar para ver cómo cojones salgo de ésta. Sopesando no responderle. Hasta que me suelta el discursito de que, diga lo que diga, seguiremos pegados por las costuras. ¿Y lo más jodidamente divertido de todo? Que le creo. Butch es uno de los pocos seres que nació con la palabra "lealtad" grabada en su ADN. Así que le debo una respuesta.

Guardo silencio, pensando. ¿Por qué quise besarle? ¿Por deseo, por lujuria, por ganas de follarle? Mierda, sí. Eso sé reconocerlo hasta yo, aunque jamás había sentido deseo por nadie. Y eso incluye a los que llevo a mi ático. Pero tampoco he querido besar nunca a otra persona, una vez que lo probé. Nop. Demasiado cerca, muchas gracias. Pero a Butch sí, hay que joderse. ¿Por adrenalina? Seguro, pero la perra de la adrenalina no dispara nada que no exista ya. Entonces recuerdo a los restrictores a los que desmembré, la furia ciega que sentí al pensar que otros como ellos habían torturado al único hijo de puta que... Inspiro fuerte.

—No lo sé.— contesto en voz baja y grave.

—Vishous...— empieza el poli con tono exasperado.

—No te estoy dando largas. He dicho que no lo sé ¿No querías la verdad? Ahí la tienes.

Encajo los dientes unos con otros, incómodo del puto demonio, pero Butch tiene razón. Merece que sea sincero, aunque únicamente sea capaz de contestarle porque no le tengo delante y porque me suelta las cosas sin juicios previos. Sin condenas y sin moralina.

—Ya...— suspira junto a mi oído y le escucho removerse. Debe de estar tumbado en mi cama del ático.

Pienso en lo que sufrió ayer, en toda la mierda que se le ha venido encima y en que, aún así, es jodidamente capaz de hacerme reír como un condenado. De conseguir que me sienta normal al menos por unos segundos. De que hable de mierdas que nadie me sacaría ni bajo tortura. Jugueteo con la ruedecilla del ratón del ordenador, con los ojos fijos en mis dedos en vez de en el punto de la pantalla, y carraspeo para aclararme la voz.

—Pero algo sí sé. No eres "sólo" un humano, ¿estamos? — el tono se me vuelve amenazador—. No lo eres.

Eres MI humano.

La coletilla se me queda encajada en la garganta, por suerte. Joder que alguien me ha metido un virus posesivo en el cerebro. Aprieto el móvil con fuerza, cabreado por que Butch haya sido capaz de infiltrarse hasta ese nivel de mi propio complejo de seguridad... y cabreado por no saber qué mierda decirle. El poli se queda callado como si le hubieran hechizado y poco después chasquea la lengua.

—Tsk. O sea, es por mi magnetismo animal. Lo sabía. Es la nariz rota, ¿verdad? Es irresistible. O el ojo amoratado, me da un aire interesante, por no hablar de los zurcidos que me hiciste, muy a lo jorobado de Nôtre-Dame y...

Río por segunda vez en lo que va de conversación, meneando la cabeza mientras Butch sigue con su cascada de idioteces. Puto irlandés de los huevos, ¿cómo coño he sobrevivido tres siglos sin escuchar sus memeces?

—Vale, poli...— me desperezo en la silla con media sonrisa, revolviéndome el pelo de la nuca y separando los muslos para desentumecer los músculos—. Te pasaré a buscar por mi ático cuando anochezca. Tenemos que explicarle la mierda a Wrath.

—Recibido. Oye, tráeme algo de ropa limpia, ¿quieres? De las bolsas de deporte que tengo en el fondo de mi armario.

¿Nada de trajes de Mierdaarmani? Yup.

—Hecho. Y, Butch...

—¿Mmmm?

—Gracias.

Dieciséis idiomas y no sé si la estúpida palabra lo resume todo.

—Siempre, colega. Siempre.

Al menos, el poli lo entiende.

[Escena 17]

BUTCH:

Salgo del cuarto de baño del ático de Vishous vestido sólo con los tejanos, desperezándome después de haber dormido lo que quedaba de tarde y de haberme aseado. La mente es una cosa bien curiosa, decido. Quién iba a pensar que después de que mi mejor amigo y compañero de piso más o menos venga a confesar que tiene algo conmigo que va más allá de querer follar –lo que, joder, ya es para flipar bastante-, va y duermo como una marmota. Yup. Tendría que estar rompiéndome el cráneo sobre cómo le digo eso tan clásico de “oye, eres como un hermano para mí y te aprecio mucho, pero no puede ser”. Sí, eso tendría que estar haciendo. En su lugar, parece que me hayan rodeado de una burbuja de humilde sorpresa. De halago inmerecido. De paz porque

no estoy solo en el mundo. Le importo a alguien, y mucho. No soy “sólo” un humano, lo que, en el idioma de V, equivale a decir que no soy una escoria prescindible. No estoy abajo de la cadena.

No hay cáncer que te roa más las entrañas y las ganas de vivir que tener la certeza de que nadie te necesita realmente en todo el puto mundo y, a pesar de eso, desvivirte cada día en las calles por los demás.

Pero, al menos para un puto ser vivo, no soy invisible, ni usable, ni un polvo rápido. No soy un problema con el que cargar ni un ex poli medio alcohólico ni alguien que ha visto lo que no tocaba y que ahora hay que acoger en la mansión del conde Drácula como mal menor.

No soy un “nadie” sin un lugar en la vida. No soy “sólo”, soy un ser completo.

Vishous no podía haberme hecho sentir más feliz ni esforzándose, por mucho que el motivo, ese... sentimiento, esté mal orientado hacia alguien que no comparte sus... uh, gustos diversificados. En el fondo es miserablemente patético que esté contento por algo que nos puede traer muchas complicaciones porque, vamos, no tiene ningún futuro. V lo sabe y yo, por supuesto, también... ¿no?

Enciendo las luces empotradas del techo justo encima de la cocina con barra americana de un extremo del ático, decidiendo que tengo un hambre de lobo. Vishous vendrá a buscarme cuando caiga el sol, para lo cual aún me queda –ojeo el cielo naranja y rojo- una media hora. Y vendrá desayunado, con lo que, o me hago algo de cena ahora, o cuelgo las muelas de un clavo. Trasteo las cuatro cosas que tiene por aquí y que no ha usado en su puta vida. Apuesto mis pelotas a que Fritz le equipó la cocina con lo básico sólo para quedarse tranquilo de que su amo podría hacerse una tortilla en caso de necesidad. Pongo agua a hervir en una olla y saco los sobres de tortellinis rellenos de ternera precocinados junto con la mantequilla y el queso rayado. Hora del menú de soltero Especial O’Neal.

Algo de la maldita sonrisa que se me ha formado esta tarde después de escuchar a V decir que no soy sólo un humano sigue enganchada en mi cara, hay que joderse. Sigo dándole vueltas a la cosa. Habría sido más fácil que me dijera “quiero follarte”. Entonces las cosas se habrían ido a la mierda a súpervelocidad. Pero, aunque tuve que sacarle las palabras con cuchara, hay algo más. Mucho más, si es que el megagenio es incapaz de explicarlo, pero es por MÍ. No por lo que pueda hacerle experimentar –ahí me vuelve la asociación de ideas con Marissa que no ha dejado de rondarme-, sino por mí.

Algo de música ahora sería agradable, ¿no?

Meneo la cabeza ante el rumbo desquiciado de mis pensamientos, pero no hay caso. La estúpida sensación de ligereza me sigue acompañando y el ático está silencioso como una tumba, no cuadra con mi estado de ánimo. Mientras hierve el agua para la pasta, registro la única habitación hasta dar con el mando de la televisión de plasma. Yeah, menuda calidad. Alta definición. Paso de largo de los canales musicales de súperrabiosa actualidad con niñas sobre tacones de dos palmos meneando el culo a los mismos ritmos clonados. Espera un momento... “Clásicos de los 80 y 90”, en la MTV. Sep, algo de lo que considero buena música, a parte del rap de V. Subo el volumen hasta que "Heaven is a place on Earth" empieza a rebotar entre las paredes cubiertas de chismes del ático y yo vuelvo a la cocina chasqueando los dedos y siguiendo el ritmo con la cabeza.

Echo la pasta en la olla, removiéndola con el único cucharón de madera que he podido encontrar y yeeeeeeeeeeeah, la empalagosa de Belinda Carlisle da paso al ritmillo pegadizo de cojones de “Faith”. Ahí tenemos un buen clásico de los 80. Antes de que me dé cuenta estoy cantando por lo bajo.

—Bien, sería agradable si pudiera tocar tu cuerpo.— echo una pizca de mantequilla en la olla meneando las caderas mientras destrozo la tonada con mi voz de grajo—. Sé que no todos tienen un cuerpo como el tuyo...

Punteo el ritmo con los pies. Punta, talón, punta, talón... Sep, O’Neal, todavía tienes el swing. Agarro el cucharón como si fuera una guitarra y me dejo llevar con los ojos cerrados y la estúpida sonrisita de gilipollas mientras el jodido ático súper tétrico –buuu buuu- vibra con el maldito George Michael.

Vamos a ver qué puedes hacer, viejo.

Sólo porque hoy te sientes una persona en vez de una piltrafa.

VISHOUS:

En la habitación de Butch en el Pit, acabo de meter una muda limpia de ropa en una bolsa de deporte, frunciendo el ceño sin saber por qué al poli le ha dado por volver a vestir su vieja ropa barata en vez de los trapos de marca que ha estado comprando a kilos desde que vino a vivir conmigo... con nosotros. Anda a saber.

Sigo sin creerme que ayer habláramos. De verdad, de toda la mierda que pasó en el ático. Y que no me enviara al infierno. Coño, tendré que celebrar cada año el día en que el poli apareció en la mansión. Es lo único bueno que me ha pasado en la puta vida y no voy a joderlo. Nop. Lo de anoche no volverá a pasar. Ya fue un milagro que no me diera una patada en el culo por pervertido, no voy a tentar a la suerte

otra vez. Dudo que mi despensa de milagros tuviera otro en reserva. Da igual lo que ocurra, lo que el poli me provoca se quedará encerrado y no saldrá.

Aunque me mate.

Completamente vestido, aunque sólo con una de mis Glock y una de las dagas negras en un arnés sobaquero, me cuelgo la bolsa al hombro y miro por la ventana. Tres, dos, uno... El último rayo letal de sol desaparece en el horizonte. Debería esperar unos diez minutos más, a que se difumine esa sensación de vapor hirviendo que deja el sol en el aire, pero a la mierda. Quiero ver al poli. Tengo que saber si está bien de verdad después de lo del restrictor. No tiene nada que ver con... Me frunzo el ceño. No vuelvas a joderla, V, que no se te pase por las pelotas volver a joderla. Esta tarde hemos zanjado el tema por teléfono. El poli está OK con mis gustos. Sí, intente besarle por algo que ni mierda sé. Pero aquí acaba todo. Seguimos siendo amigos.

Deja de lamentarte por lo que nunca tendrás y da gracias por lo que experimentaste. Ahora, toca concentrarse en lo importante de verdad: cómo ayudar al poli.

Salgo del Pit y hago crujir la gravilla del patio bajo mis botas. A estas horas, las demás viejas gallinas cotillas que tengo por hermanos aún estarán sacándose las lagañas. O acabando de dar uso a sus pollas. Después de hablar con Butch conseguí lo impensable: dormir. En tandas de media hora, con el despertador programado para evitar que la mierda de pesadilla me coja por los huevos, pero dormí. Yup, gracias al puto irlandés y su charla telefónica de confesionario. Me jode ver lo susceptible que me he vuelto a lo que opine una sola maldita persona cuando siempre me ha sudado lo que la gente piense de mí.

El gilipollas de Butch es la única puta excepción a todas mis reglas: nunca te acerques a nadie. Nunca hables de ti. Nunca toques. Nunca abraces. Nunca dejes que te influya la opinión de nadie. Nunca consideres a un humano como algo más que un restrictor en potencia. Ya, bonito decálogo de mierda.

Obligo a mis moléculas a disiparse rumbo a la terraza de mi ático. Butch debe estar hasta las pelotas de estar encerrado allí sin nada más que hacer que cotillear mis juguetes. Tomo forma en el amplio balcón del Commodore, justo delante de las puertas correderas. Seguro que el poli debe estar comiéndose la olla sobre...

Que. Me. Follen.

Me quedo plantado como un soberano imbécil en la terraza, con la bolsa al hombro y mirando hacia el interior. Butch está de espaldas a mí, trasteando en mi cocina. Lleva sólo unos tejanos, nada más. Y un... ¿cucharón en la mano? Y está... bailando. Supongo.

Parpadeo. Dos veces, por si acaso esto es fruto de una alucinación por estrés. Frunzo los labios, me giro, me paso la mano por el pelo y vuelvo a mirar hacia el interior. La gran reputa madre que lo parió. Golpe de cadera para un lado. Después para el otro. De espaldas, levanta el brazo izquierdo, chasqueando los dedos mientras remueve algo en una olla.

¿Pero qué mierda...? ¿Se cree que esto es “Mujeres Desesperadas” o es que ahora sí que está para que lo internen?

Da una vuelta completa, sin darse puta cuenta de que yo le estoy observando desde fuera, con las cejas enarcadas, la boca abierta como un rematado imbécil y los ojos a punto de salir rebotando para evitarme el sufrimiento. Se mete la mano izquierda en los tejanos, tensando la tela en su culo, y sigue con el jodido meneo de caderas mientras cocina algo.

¿Cómo será follando? ¿Lento, rápido? ¿Se moverá así?

Juro en silencio, pateando el suelo de la terraza con la bota. Maldito, hijo de mil perras, ¿qué acababas de decidir? No más pensamientos del santo de tu mejor amigo haciendo cosas que no desea. El muy animal agarra la puta cuchara y se marca un ¿solo de guitarra?, descalzo y medio desnudo en el maldito ático donde vengo a follar y donde acabamos ayer tirados en la cama. Yeah, gracias por ponerme fácil mi lista de buenos propósitos navideños, Butch.

"¿Decías...?"

La puta de mi polla empieza a estirarse con cada segundo que paso con los ojos pegados al culo del poli. A la mierda. Deslizco con la mente la puerta corredera de cristal, despacio, para que no haga ruido. En cuanto se abre un palmo, la mierda que está escuchando el poli dentro sale a toda hostia. Nop. Eso no. Esa porquería ochentera medio gay, no. Frunzo el ceño para ver mejor... sí, a juzgar por el brillo que detecto en el dormitorio, el poli ha encendido la tele en la MTV. Y también me llega olor a pasta y mantequilla.

En vez de salir huyendo, Butch está cocinando en mi ático mientras hace el miserable payaso. O está loco o es el tío con el par de huevos más templados que he conocido.

Y el único capaz de conseguir que entrar en mi ático casi parezca entrar en una casa por su jodida forma de ser, de llenar el espacio con su chifladura, igual que hace en el Pit. Es Butch quien trae

consigo esa maldita sensación de hogar y de compañía. Así que las va a pagar todas juntas por haberme metido esa otra asociación de ideas en la cabeza. Sonrío de medio lado, todavía descolocado por el jodido irlandés.

Entro en el ático sin hacer ni un ruido y me quedo parado a metro y medio detrás de Butch.

—Si querías que te regalara una mierda de pendiente de marica...

—¡¡¡¡JESÚS, MARÍA Y JOSÉ!!!!— el poli se gira de golpe, medio patinando en el suelo y haciendo aspavientos con el cucharón.

—... sólo tenías que decirlo. El guante de cuero te lo puedo prestar.

Butch se agarra con una mano a la barra de la cocina y se lleva la otra al corazón, sin soltar la puta cuchara.

—¿Quieres MATARME, joder? ¿Por qué mierda no picas a la puta puerta?

—Porque es mi ático y no me sale de los huevos.— camino a su alrededor, disfrutando de haber pillado al señor Listillo con la guardia baja— ¿Así que esto es lo que haces cuando no te enseño buena música?

El poli frunce el ceño, con el color subido y la respiración agitada. Los ojos se me desvían un poco hacia su torso desnudo. Maldita sea mi estampa. Butch se da cuenta, como el cabrón observador que es, y monta el numerito del ama de casa removiendo la mierda que está cocinando después de apagar la televisión con el mando a distancia.

—Un hombre tiene derecho a alegrarse mientras se hace la cena. Además, sufrí la adolescencia en los 80, ¿qué puedes esperar?

—Podemos arreglarte una cazadora de cuero con bordados...— voy hacia la habitación para dejar la bolsa con la muda que le traje encima de mi cama. Aspiro. El olor del poli está pegado en las sábanas arrugadas. En MIS sábanas.

Y todos mis instintos lo califican como “Jodidamente Adecuado”.

Suspiro, irritado con el puto sendero de mis pensamientos. Tiene que haber alguna manera de quitarme al poli de la cabeza en ese sentido antes de que me desquicie del todo.

—Eh, V.— me dice desde la cocina, mientras trastea para colar la pasta, con un cambio en el tono de voz, medio ligero con una nota seria—. No he tocado tus chismes. Lo juro por el meñique. Ni uno. Sé lo friki que eres con tus cosas.

Mis chismes... Me giro, captando en la misma diagonal el potro, el carrito con las pinzas y al jodido poli cocinándose pasta en tejanos y pringándolo todo del concepto "hogar". Ni siquiera me había dado cuenta de mis juguetes.

El maldito Butch, como siempre, difumina todo lo que tiene alrededor. Entonces se le va definitivamente el poco juicio que le queda cuando sopla la comida caliente en la cuchara y me hace un gesto para que me acerque.

—Venga, prueba.

Joder.

BUTCH:

Después de que V se haya infiltrado en el ático con el mismo sigilo que un Seal en plena misión secreta sólo para joderme las pelotas, hago lo que puedo por disimular la atmósfera “esto-se-ha-vuelto-extraño”. No se me pasa por alto cómo me mira –jodida costumbre mía de andar sin camiseta por los sitios- y, al contrario de lo que es normal en un tío hetero como yo, salta esa puta chispa de calor en mi bajo vientre. La madre que me parió.

Diez mil puntos para mí por creer que podíamos hacer como que todo sigue igual.

Le veo moverse por su ático hasta la cama como una especie de felino enorme, silencioso y con esa gracia amenazadora suya, caminando entre sus cachivaches. No puedo evitar admirarle. Es como la puta cúspide de la evolución, con genes que valen su peso en oro y, a pesar de todo... bueno, ahí estamos. Con esta mierda eléctrica flotando entre los dos. El silencio del ático, después de que apague la tele, ha cambiado. Tiene cosas invisibles flotando.

Suspira como irritado, así que intento tranquilizarle con que no he tocado ninguno de sus chismes, pero V se gira a mirarme con una expresión extraña en los ojos, afilada como si estuviera viendo a través de mí. O proyectándome en algún pensamiento suyo. Poniéndome nervioso como cuando tocaban exámenes sorpresa en el colegio, de mocoso, y no tenía ni idea de la respuesta a la puta pregunta. Así que hago lo único posible, intentar aligerar el ambiente. Cuelo la pasta y le invito a probarla.

Esteeeeeeeeee... ¿mala opción? Porque se me queda mirando como si le acabara de pedir en matrimonio, rodilla en el suelo, armadura brillante y con un anillo de Tiffany en la mano.

¿Qué mierda? Frunzo el ceño y meneo la cuchara, con la otra mano debajo para que no gotee.

-Venga, hombre, no voy a envenenarte. Soy el puto amo de la pasta precocinada con el toque O’Neal, vamos, prueba. Te invito a cenar.

Vishous camina hasta la cocina sin parpadear y en silencio. Se queda ahí plantado, al otro lado de la barra americana, mirándome a mí y a la cuchara. Tengo que volver a menear la puta cosa y enarcar las cejas para que el tío haga un movimiento. Al final se sienta en un taburete recolocándose la gabardina larga, como si esto fuera una cena en Chez Louis; adelanta el cuerpo y me coge la muñeca de la mano con que sostengo la cuchara. Me roza las venas de la cara interna con el pulgar sin guante y me quedo como canario fulminado, sin moverme. Uh... Sigue mirándome a los ojos cuando se inclina, abriendo la boca un poco hasta que le veo las puntas de los colmillos. Coge la comida con delicadeza, cerrando los labios alrededor de la cuchara, y se la saca de la boca muy despacio, resbalando.

Y a mí se me olvida respirar mientras el calor bajo el ombligo se extiende bastante más hacia el sur.

Me quedo como el bobo que soy, con el codo derecho sobre la barra, aguantando el puto cucharón e inclinándome hacia V, que sigue sujetándome la muñeca. Son sus ojos, decido. Puta madre, parecen imanes. O a lo mejor es esa expresión, como si estuviera deseando algo con todas sus jodidas fuerzas e intentara que no se refleje. Mastica suavemente y yo me siento como si hubiera cocinado caviar a las finas hierbas en vez de mierda tortellinis precocinados.

—Gracias.— murmura, asintiendo con la cabeza y volviendo a rozar mis venas con sus dedos. Y yo habría podido dar una voltereta hacia atrás y gritar “¡yupi” porque a Vishous le gusta mi pasta al dente—. Será un placer alimentarme con tu comida.

Carraspeo, retirando la muñeca de su presa para servir dos platos de tortellinis a la mantequilla con queso y ponerle uno delante. V sigue mirándome como si me hubieran crecido dos cabezas o le hubiera hecho el honor de su vida, joder.

Comemos en silencio, sin levantar la cabeza del plato, yo con la sensación de que tengo todos los nervios de punta, con los extremos dirigidos hacia V. Cada vez que siento que me mira, unos cuantos se ponen firmes y me da un escalofrío. Genial, ¿esto va a ser así de ahora en adelante? ¿Sólo porque casi nos be... me besó sin que llegara a ocurrir? ¿No he decidido ya que eso no cambia nuestra amistad?

A.M.I.S.T.A.D.

Trago lo último que queda en mi plato sin poder decir si los tortellinis estaban buenos, malos o para echarse a llorar. Levanto la vista y sorprendo a V con los ojos fijos en mí, como dos misiles. Mastica despacio y puedo ver que sus colmillos se han alargado. Entonces sucede. Recuerdo la sensación de esas dos agujas enterradas en mi muñeca, el frío, el calor, el dolor y mi erección instantánea. Y a Vishous bebiendo mi sangre a grandes tragos. Bajo la vista al plato vacío.

Gracias al cielo que estamos sentados en taburetes con una barra americana por medio que oculta lo que pasa debajo de mis tejanos. Frunzo el ceño, cabreado por ser un imbécil redomado, y levanto la cabeza, decidido a dejar de comportarme como un panoli. Y ahí está V con una media sonrisa peculiar de colmillos afiladísimos contrastando con la perilla morena.

—Estaban muy buenos, poli.— deja los cubiertos cruzados en el plato, con los mismos modales que si estuviéramos en un restaurante fifi de First Avenue.

Ni le escucho. Los ojos se me pegan a sus colmillos. Antes de que pueda pensar realmente en lo que estoy haciendo, alargo la mano izquierda hacia él, dejándola en el aire.

—¿Puedo tocarlos?

VISHOUS:

No he conseguido apartar la vista del poli en toda la maldita cena... desayuno. La mierda que sea. No tiene ni puta idea de lo que esto significa en mi raza, del honor que me hace alimentándome, primero de su mano y después compartiendo lo que él mismo ha cocinado. Un honor reservado a tu pareja vinculada, supongo que una herencia de cuando cazábamos ciervos en taparrabos y traer comida al clan significaba cumplir con el deber de alimentar a tus seres queridos.

Ignorante o no, me está elevando a una dignidad que no merezco, así que intento honrar su esfuerzo. Como despacio, saboreando. Fritz cocina mil veces mejor, pero la puta pasta precocinada de sobre nunca me había sabido más buena ¿Estaré perdiendo el juicio?

Butch come con la cabeza gacha, deprisa, y eso me da la ocasión de observarle. Los hombros anchos, con un par de cicatrices de balazos. La nariz que se ve algo torcida, sus nudillos todavía enrojecidos. ¿Cómo mierda alguien tan... normal puede ser tan jodidamente extraordinario? Quizás por eso, porque en mi puta vida no ha habido nada normal, el poli, que ha entrado en ella como el séptimo de caballería, con todas las cicatrices de su mucha humanidad, me

parece un acontecimiento. No, eso es injusto para Butch. Es extraordinario en él mismo.

Y está teniendo ciertos problemas conmigo, si el olfato no me engaña, manda huevos. Hay un olor caliente a su alrededor, muy parecido al de ayer cuando estaba bebiendo de él. A sexo. Que me jodan, Butch está medio cachondo y eso sí que no lo entiendo. ¿Estará pensando en lo de ayer? ¿Le... gustó? Los putos colmillos se me alargan unos milímetros más mientras alabo su cocina y me quedo rígido al ver cómo me está mirando la boca, inclinado hacia mí. Fascinado, el cabrón.

Cuando me dice si puede tocarlos me quedo de puta piedra. ¿Quiere tocarme los... colmillos? Joder, lo mismo podría haber preguntado si puede hacerme una paja. Para nosotros, las dos cosas se parecen pero, claro, el mil veces bendito irlandés no tiene jodida idea. La polla se me vuelve a poner dura, coño, últimamente es acción-reacción cada vez que tengo al puto Butch cerca abriendo su bocaza. Tocarme los colmillos, hijo de perra estúpido, ¿no tuviste bastante con que te mordiera ayer? ¿Quieres volver a sacarme de quicio para que tenga que controlarme, mamón de los huevos? Nunca, en toda mi jodida vida, nadie los ha tocado. ¿Para qué mierda? Todos los vampiros tenemos colmillos, es lo normal, pero el poli es humano y seguro que ha visto “Drácula” millones de veces. Y tampoco habría dejado que ninguno de mi especie me los tocara, de todas formas.

El muy estúpido sigue ahí, sentado delante de mí con la mano izquierda en el aire, mirándome con ojos oscuros por mierdas que, tratándose de él, no entiendo.

"Joder, no", me respondo a mí mismo.

—Sí.— le digo con voz ronca del demonio, porque soy un mierdas incapaz de negarme a cualquier cosa que venga de él, incapaz de creer que alguien quiera acercarse tanto a mí.

¿Podría morderme la lengua y tragármela? Yep, estaría bien.

En lugar de eso, separo un poco los labios, sintiéndome ridículo de cojones, y el poli se inclina sobre la mesa para poder llegar hasta mí. Puedo oler mi gel de ducha pegado en su piel, mezclado con su olor, y algo se me vuelve a remover por dentro. Butch frunce el ceño, concentrado, con los ojos fijos en mi boca y yo en la suya, algo entreabierta. Tiene los rasgos duros, de macho.

Jodeeeeeeeeer, sobrevive a esto y deja de pensar en sandeces.

Entonces alarga un dedo, mirándome un momento a los ojos antes, y toca la punta de mi colmillo. PUTA JODIDA MIERDA. Aprieto las manos

en puños cuando brota algo parecido a una chispa que va a mis encías y de ahí en misión directa a mi polla.

—Mierda, son como agujas.— murmura el poli—. Joder, han crecido.

Y entonces ya es lo más. Pasa la yema del dedo suavemente por el lateral de mi colmillo, despacio, desde la punta a la base, y toda mi polla se yergue en respuesta como si estuviera tocándome allí. Lo siento milímetro a milímetro, subiendo. Tengo que cerrar los ojos o por todo lo que es sagrado que si le sigo mirando acabaré arrastrando al poli por encima de la mesa hasta poder clavarle los dos malditos colmillos en el labio mientras le meto la lengua hasta conseguir que gima como un puto animal y... El dedo del poli baja de nuevo hasta la punta y tengo que reprimir el rugido que me brota desde el pecho cuando otra punta late debajo del cuero.

—Dios, qué grueso. ¿Cuánto puede medir es...? Auch.

Acabas de averiguarlo, jodido.

Los colmillos se me alargan hasta su máxima longitud, descendiendo de golpe y dejándome las encías escocidas al tiempo que noto una gota brotando de la puta que llevo comprimida en los pantalones. La punta de mi canino se hunde en el dedo del poli y el imbécil retira la mano de sopetón, rasgándose. El olor de su sangre me estalla hasta el cerebro cuando lo percibo, tentándome con volver a probarla.

Abro los ojos de golpe, sabiendo que deben brillar como faros, y alargo la mano enguantada, rápido como una serpiente, para coger la muñeca de Butch antes de que la retire del todo. Inclinado sobre la barra como está, nuestras caras quedan muy cerca. Otra jodida vez.

—Nunca. Vuelvas. A. Hacer. Eso.— le amenazo con un gruñido, retrayendo un poco el labio, mirándole con fijeza y a punto, jodidamente a punto de...

Maldita sea, la mano con que aprisiono la suya me está temblando.

Butch traga saliva con tanta fuerza que lo oigo. Y, por la puta madre, o deja de mirarme la boca o esta vez pasará lo que mierda no quiere que pase. Luego me mira a los ojos, vuelta a los colmillos y a su dedo sangrante.

—Lo siento... mierda, V, lo siento. No sabía... ¿te he hecho daño?

¿Daño? ¿Es gilipollas o qué mierda? Me fuerzo a recordarme que es humano y no tiene ni zorra idea de lo que acaba de hacer.

—No sirven sólo para alimentarnos, maldito idiota.— le espeto, con la voz baja y ronca— ¿Quieres ponerme duro del todo? Sigue tocando.

Oooooh. Bien. Por fin se le ha hecho la luz. Butch enarca las cejas, su boca forma una “o” y sus ojos se desvían hacia abajo, como si tuviera rayos X y pudiera mirarme la entrepierna a través de la barra de mármol.

—Jesús... Ah, yo...

Intenta echarse hacia atrás y liberar su muñeca, pero no le suelto. Ahora no. Miro hacia donde le aprisionan mis dedos y veo las dos marcas que dejaron mis colmillos anoche en la cara interna de su muñeca, todavía rojas. Frunzo el ceño; en un vampiro ya habrían desaparecido. Entonces hago la jodida asociación de ideas: Butch estaba pensando en lo de anoche, por eso quería tocar mis caninos. Algo hubo ayer... Recuerdo cómo retorcía mi camiseta y gemía mientras bebía de él. Desvío la mirada a sus ojos.

—¿Te gustó que te mordiera, poli?

BUTCH:

¿Puedo licuarme y filtrarme por el suelo hasta desaparecer?

Hostia puta, no puedo creer lo que acabo de hacer. Hasta con mi mierda de sentidos humanos puedo percibir que la temperatura de Vishous ha aumentado como si estuviera paseando bajo el sol a mediodía por el desierto de Gobi. Me mira con los ojos entrecerrados y parecen dos rendijas de luz fundida. Diosssssssssss... o sea que, si sus colmillos se alargan porque los toco... entonces, su....

Santa María, madre de Dios.

No necesito un espejo para saber que los genes irlandeses me están traicionando miserablemente, porque parece que tenga una insolación del copón en la cara. La imagen de mis dedos tocando algo definitivamente más largo y más grueso que un colmillo sigue grabada en mi cerebro y Vishous me sigue mirando a un palmo de mí, inmovilizándome la muñeca. La gota de sangre del dedo empieza a resbalar lentamente y a mí me parece otra cosa, no de color rojo y algo más viscosa.

—¿Te gustó que te mordiera, poli?

Mierda divina.

Cierro la boca de golpe.

¿Y ahora qué cojones le digo? Las imágenes –y los sonidos, no sé qué es peor- de anoche se me atropellan en el cerebro. El dolor, el calor,

la lengua de V, los sorbos... Puf, todo se me superpone hasta que sólo veo los ojos blancos traspasándome y claaaaaaaaaaro, la perra de mi lengua se dispara sola.

—Sí...

Yep, ahí está, mi puta sinceridad. Frena, O’Neal, frena a tu puta lengua, que es capaz de meterte de cabeza en la jodida Tercera Guerra Mundial antes de que te des cuenta. Porque ni siquiera lo había analizado para poder llegar a esa conclusión, pero ella ya lo está soltando. El titular de portada: a Butch el humano le puso cachondo como el demonio que su mejor amigo vampiro bebiera su sangre. V aumenta la fuerza con que me aprisiona la muñeca, estrecha más los ojos y empiezo a sentir el corazón latiéndome en las sienes. Se lame la punta del colmillo que le he tocado.

—¿Y eso por qué, Butch?

Ah, no. No me rendiré tan fácilmente.

—Yo qué mierda sé, tú eres el vampiro ¿Te gusta que te muerdan? —no me puedo creer que esté hablando de esto, jodeeeeer, no puedo.

La perilla se eleva por un extremo.

—Nunca me han mordido.— sus ojos se desvían a mi cuello—. Así que, Butch, ¿cómo es?

Podría dejar de decir mi nombre con esa mierda de ronroneo, ¿no? Porque está haciendo cosas raras en mis tripas. Como... un nudo marinero triple. Estoy por enviarlo al infierno cuando roza las marcas que dejaron sus colmillos en mi muñeca con su dedo enguantado.

—¡Dios!

Me retuerzo como gato escaldado cuando se me pone toda la piel del cuerpo de gallina, de golpe. Las heridas a medio cicatrizar me empiezan a escocer como si chisporrotearan y ese rayo, hooooooostia puta, recorre todas mis venas, todas, hasta mis pelotas y mi polla.

Duro de golpe. A tope. De cero a cien en menos de cinco segundos. Muerde el polvo, puto Ferrari.

—¿Te gusta esto, Butch? Dicen que, cuando te han mordido, las marcas son sensibles, ¿cierto?— la voz de Vishous es una octava más baja— ¿Qué sentiste cuando te mordí, Butch, dímelo?

Vuelve con ese movimiento circular de su dedo sobre mis marcas y le cojo la muñeca con la otra mano. Quiero forcejear para que me suelte pero... no hago nada. Sólo le cojo fuerte mientras cierro los ojos,

retorciéndome. Puta, jodida, bendita sensación... como si la sangre se me encendiera desde donde me está acariciando hasta mi polla. Como si mis venas hubieran estado hivernado y, en respuesta a su roce... ¡Puf! La puta "Primavera" de Vivaldi. Joder, me siento vivo, malditamente vivo y las guarras de mis terminaciones nerviosas me sorprenden cosquilleando, como si pidieran a gritos volver a sentir esos colmillos. Justo esos. Y la sangre del puto corte en el dedo sigue resbalando por mi dedo, hasta los de V. Recuerdo cómo bebía y...

—Como una mamada... joder, es como una mamada a lo bestia.

Muy bien. De acuerdo. Que alguien me fría. Ira divina. Relámpago. Un trozo del techo cayendo sobre mi cabeza. Un boquete que se abra a mis pies hasta el centro de la tierra. Acepto cualquier cosa, pero, ¡¡¡¡POR DIOS, QUE ALGUIEN ME MATE DE UNA VEZ O ME HAGA UN TRASPLANTE DE LENGUA POR UNA QUE NO SEA UNA PERRA TRAIDORA!!!!!

Vishous sonríe muy, muy despacio con los colmillos como dos puñales y los ojos brillantes. Parece que absorba la luz, el aire y todo, maldita sea. Hace algún sonido raro en el fondo de la garganta, parece un gruñido mezclado con un ronroneo o alguna mierda vampírica.

—No podemos dejarte con esas marcas, ¿cierto? Todos en la mansión preguntarían y no quieres tener que explicarlo, ¿a que no?

Niego con la cabeza. Ñic-ñic. Estilo robot. Ni muerto les voy a servir esto en bandeja para que me destripen con sus cotilleos. Un momento, ¿cómo demonios piensa acabar de curarme...?

Joder.

V se adelanta y baja la cabeza hacia mi muñeca.

VISHOUS:

No debería estar haciendo esto, mierda puta, LO SÉ. Pero tendrían que atarme a mi potro con cadenas de camión y drogarme para evitarlo después de lo que Butch ha soltado, con esa voz ronca que parece que llegue, en vez de a mis oídos, directamente a mis pelotas.

Así que morderle y beber de él es como chupársela...

La imagen me va a perseguir en sueños de aquí a la jodida eternidad y, aunque debería estar soltándole y dando media vuelta, la cago hasta el fondo. Y, además, encuentro la excusa para hacerlo. Que no se diga que no tengo cerebro. No puedo dejarle volver a la mansión con mis marcas en la muñeca, nop, claro que no. Vishous, el defendor de la causa del bien.

Bajo la cabeza despacio, sin apartar los ojos de Butch porque quiero ver bien su expresión. Saco un poco la lengua, sólo la punta, y la paso suavemente por las marcas de mis colmillos en su muñeca.

—PorlosclavosdeCristo...

Lo suelta de corrido y entre mandíbulas soldadas, mientras me aprieta la muñeca con toda la fuerza que tiene. Agacha la cabeza, jura y se remueve, sudando, y el olor a sexo que despide va a matarme, joder. Levanta la cabeza y veo esa misma jodida mirada en sus ojos, la de ayer después de beber de él o de casi besarle en el baño.

Como si me deseara.

Gruño y giro con mi lengua sobre las punciones, primero sobre una, luego lamo el camino hasta la siguiente y trazo círculos sobre ella. El poli abre la boca para jadear y yo ciño su muñeca con los labios, chupando. Su piel tiene un sabor salado, a excitación y a nervios. Tan jodidamente delicioso como la sangre que probé ayer. El pensamiento me lleva a cerrar los ojos y mis colmillos arañan su piel sin que pueda evitarlo. Quizás podría volver a probarla, a lo mejor el poli me dejaría –chupársela- beber de él.

Butch da una sacudida.

—Joder, V...

Maldito hijo de perra, ya has vuelto a darle un susto de mil infiernos, al único ser vivo sobre la faz de la tierra que no te ha dado una patada en los huevos al vislumbrar una mísera parte de cómo eres en realidad. Con una última chupada suave, malditamente parecida a un beso, me separo de su muñeca.

—No voy a morderte, Butch.

Le digo, los dos pegados por los ojos, yo cogiendo su muñeca izquierda con mi mano enguantada y él ciñéndomela con su mano derecha. Ambos inclinados sobre la barra americana. Y el poli no se mueve. Maldita sea, no se mueve.

Desvío la mirada porque sino acabaré comiéndole la boca como un salvaje degenerado y... joder. La vista se me queda imantada en el reguero carmesí que resbala por su dedo, el que mi colmillo atravesó. Inspiro. La sangre del poli huele como si hubieran descorchado un Gran Reserva y está goteando hasta mi guante.

A juzgar por el rebrinco que da el poli, ha oído mi gruñido.

Levanto los ojos hacia él, los bajo hasta la sangre que resbala por su dedo y vuelvo a elevarlos... deseando permiso porque estoy a punto de hacerlo igualmente y no sé si ya he llevado nuestra amistad más allá de la línea roja o...

Butch asiente. Imperceptiblemente, pero lo hace. Luego se lame los labios.

La única pelota que me queda se contrae y siento el abdomen tenso, con todas mis venas bombeando sangre a mi polla. Vuelvo a sacar la lengua, pasándola despacio por el cuero de mis dedos en sentido ascendente, recogiendo la sangre de Butch.

Más...

El estómago me da un espasmo y no es de hambre, porque la sangre de un macho –menos de uno humano- no me alimenta una mierda. Es un hambre distinta. Quiero beberlo entero, tener al poli dentro de mí, asegurarme de que nadie lo va a dejar tirado muerto en algún sitio, conseguir que el puto irlandés no se vaya jamás lejos de mí.

Hijo de perra egoísta y retorcido...

A pesar de eso, mi lengua sigue el recorrido hacia arriba, recogiendo el reguero de sangre del dedo del poli. Su respiración entrecortada me está traspasando el cerebro y agradezco no poder oír lo que mierda está pensando. Porque ya tengo bastante con lo que pienso yo para pelear por mantenerme cuerdo.

Me meto su dedo en la boca, chupándolo entero, despacio, rozando su piel con mis colmillos porque los tengo tan largos que no puedo malditamente evitarlo. Una vez. Dos. Giro la lengua alrededor de la yema de su dedo, cicatrizando la pequeña herida. Butch vuelve a jurar, esta vez en irlandés, y empieza a hacerme daño en la muñeca de tanto apretar.

Bien hecho poli, hazlo. Rómpeme por los huesos, si es que puedes, porque es la única forma en que te podré soltar.

Nop, tiene una manera más efectiva de conseguirlo.

Su expresión cambia. Pasa de tener esos ojos avellanas nublados, calientes, a fruncir el ceño. Aprieta los labios. Su mirada echa chispas, tensa la mano y todos los músculos del brazo hasta que una vena le late en el cuello.

Ira. Es lo que hay en él ahora.

Me saco su dedo de la boca y le suelto la muñeca sintiéndome un sucio pervertido de mierda y cabreado con Butch por ser

precisamente quien me ha hecho sentir así. Por no habérmelo impedido. Por haberse dejado hasta que el hecho de tener a un vampiro delante le ha frito los cables. Así que las pago con él.

—Ponte algo de ropa encima. Wrath nos está esperando y yo no tengo toda la noche.— le digo en voz fría, sin mirarle, mientras rebusco el paquete de tabaco en mis bolsillos.

Por la forma en la que le oigo tomar aire, pienso que está a punto de partirme la cara.

Ojalá lo hiciera, joder.

BUTCH:

¿Puede uno odiarse a sí mismo para no tener que odiar a quien no tiene la culpa? Sip, ya lo creo.

Me alejo de la cocina a zancadas hacia la habitación y cierro la puerta. En cuanto V no puede verme, me paso ambas manos por el pelo, inspirando fuerte a ver si el corazón vuelve a latir al ritmo que toca. Dios, Dios, Dios... Bajo los brazos y me miro la muñeca donde me mordió ayer. Ahora sí, ni rastro de las punciones. Cicatrizadas gracias a su saliva. A su lengua moviéndose sobre ellas. Igual que el corte del dedo. Llevándose de paso mi sangre, como si me la estuviera lamiendo después de haberme corrido...

—Jo-der.

Me aprieto los ojos con las palmas de las manos. Casi le he odiado. Durante unos segundos, casi he llegado a odiar a Vishous por hacerme desear... por hacerme creer que quería...

Maldiciendo entre dientes, me quito los tejanos de dos tirones sin dedicar ni una mirada a la polla hipervitaminada que tensa los bóxers. Abro la bolsa que me ha traído V sin prestar atención a si la mierda combina o no. Vaqueros negros gastados, camisa gris, jersey negro, ropa interior y calcetines. Puta madre. Me visto a saltos por la única habitación, queriendo abrirme la cabeza contra la pared para sacar de ella la mierda que se me ha instalado dentro desde... ¿desde cuándo?

¿Desde ayer, cuando la mierda de la luz y el mordisco hizo que lo mío con Vishous diera un paso más allá de la línea normal? ¿O ya antes había... algo?

—A la puta mierda.

Meto la ropa sucia en la misma bolsa, me pongo la parka, recojo el kit de aseo de viaje que me compré y me hago una promesa: a partir de

ahora, por el bien de V, me mantendré a una distancia de seguridad. Nada de abrazos por sorpresa, nada de palmear el hombro, nada de mirarse al blanco de los ojos en silencio. Porque, si nos acercamos, entonces pasan... cosas. Cosas que ponen a prueba su autocontrol, que no quiero que se rompa porque, si lo hace...

Si lo hace me odiaré por haber provocado que nuestra amistad se vaya a tomar por culo.

No porque me fuera a poner entre la espada y la pared, obligándome a examinar mierdas que no tengo ni las ganas ni el tiempo de analizar.

Se acabó. Esta mierda rara se acabó. Como me ha recordado muy bien, hay que hablar con Wrath y luego él tiene trabajo. Como guerrero. Y yo también. Una vez detective, siempre detective, lleve placa o no. Esta vez, el caso es mi propia vida y tengo una pista: los restrictores buscaban a un mundo que se mueve en el mundo de las peleas callejeras. Sea quien sea, es mi hombre y lo encontraré.

Lo demás... no importa.

Salgo de la habitación con la bolsa al hombro y el ceño fruncido. Vishous está apoyado con la espalda contra la barra americana, fumando un liado y exhalando el aire hacia el techo, con el otro brazo cruzado sobre el pecho.

—Vamos. Conduzco yo.

El muy capullo se encoge de hombros y apaga el cigarro en su bota antes de seguirme y cerrar el ático. Esperamos el ascensor con la vista fija en las puertas, sin mirarnos. Bajamos en silencio, con la puta musiquilla dándome ganas de reventar el altavoz de un balazo. Pero no tengo arma. Cosa que solucionaré esta noche, en cuanto le diga a Wrath que soy un sujeto de laboratorio apto para diseccionar.

Ni V ni yo abrimos la boca cuando nos subimos en el Escalade. Ni mientras conduzco desde el centro de Caldwell hacia la mansión. Suerte de Snoop Dogg en el equipo de música para hacer ver que todo sigue igual.

Hasta hace unos días, tenía la sensación de que el gilipollas que tengo sentado al lado y yo estábamos, qué sé yo, conectados por algún cable que nos enviaba las vibraciones del otro.

Ahora parece que haya un nudo enorme en medio. Lo odio. Pero tengo el presentimiento de que, si lo deshacemos, las vibraciones serían muy, muy distintas.

Y no pienso arriesgarme a que lo único que me queda seguro en este mundo –que V es mi amigo y que Brian O’Neal aspira algún día a ponerle el anillo en el dedo a una chica guapa que sea la madre de sus hijos- se disuelva en puto polvo.

[Escena 18]

SEÑOR X:

Cellisca. De todas las inclemencias meteorológicas invernales, esta es la que más me desagrada y este finales de noviembre está resultando particularmente crudo. El viento levanta la nieve aún polvo del suelo y la hace bailar a su capricho en remolinos que ciegan la vista y congelan el cuerpo. Por mucho que el mío esté lejos de esa sensación, algo del helor me recorre por dentro al ver el panorama al salir de nuestra decrépita mansión al pie de las Adirondacks. De no ser por la furgoneta desvencijada que nos aguarda para trasladarnos a Caldwell, podría estar saliendo de mi casa en

Inglaterra en pleno invierno. Aprieto los labios mientras me siento tras el volante, esperando a que los demás restrictores se acomoden también. Bonito momento para recuerdos de infancia, Joseph. Quizás ha sido por el encuentro con el Omega. Nada como presenciar una inducción en directo para que la mente retroceda a momentos cuando la vida y el mundo se limitaban a disfrutar de la nieve tras las lecciones de latín.

Cuando mis hombres están a bordo, enciendo el contacto y dejo que la Chevrolet tosa unos segundos antes de enfilar el camino que nos llevará a la carretera general y, de allí a Caldwell. Rumbo al gimnasio abandonado que compré. Southside, en la orilla sur del Hudson y alrededor de la colina Sabers, siempre fue un barrio humilde, donde los padres preferían apuntar a sus hijos a boxeo antes de que anduvieran por las calles, donde tarde o temprano acabaron cuando las subvenciones del ayuntamiento para programas deportivos se volatilizaron. Tuve muchos locales para elegir, pero Arlington Boxing fue una buena opción: una única entrada por un callejón fácilmente vigilable desde dentro del local que desemboca a la gran Saint Patrick Street. Tenemos una cita con Van Dean, no sólo para entrenar. Ya es momento de que empiece a intuir lo que puedo ofrecerle si se une a mí de buen grado...

Miro por el retrovisor. Tim “el Pirata” se sienta en medio de dos de mis veteranos. La ducha con agua fría ha conseguido eliminar la sangre que le cubría como una mortaja y las ropas limpias le dan un aspecto prácticamente normal. Exceptuando el olor dulzón y la mirada alucinada. Comprensible. Todos se sienten algo perdidos al despertar después de que les hayan abierto en canal como a una res y les hayan arrancado el corazón palpitante del pecho.

Un vis-à-vis con el Omega no es, tampoco, el despertar anhelado.

Pero veo las señales de la aceptación en él. Abre y cierra los puños, tensando los músculos que sin duda ya siente revigorizados. Está comenzando a paladear lo que toda esta escoria callejera desea: fuerza física a salvo de los estragos del tiempo y un objetivo contra el que descargar su ira por haber vivido como ratas entre las sobras de una sociedad opulenta que les ha girado la cara. Tengo ganas de ver cómo reacciona Van Dean cuando se encuentre con que su antiguo conocido le sobrepasa en potencia.

Tomo las rondas de la ciudad en dirección a Lincoln Highway frunciendo los labios. “El Pirata” será una buena primera pieza del escuadrón profesional que estoy creando para mayor gloria del Omega. El Amo estuvo satisfecho de poder inducir a un luchador, no a los yonquis y violadores habituales. Quiere más como Tim, y Van Dean me los va a proporcionar. En el ínterin, yo me ganaré su curiosidad para que acabe firmando por nosotros. Y, cuando el Omega levante a Van Dean como no-muerto, yo tendré mi salida por la puerta trasera.

Por fin...

Casi hace que los otros dos beta que perdí ayer por la noche sean mínimos daños colaterales. Van Dean tuvo que traer al Pirata ante mí él mismo cuando el luchador se cansó de esperar por un transporte que nunca llegó. Es curioso, sin embargo, que los vampiros que debieron acabar con mis dos hombres no les apuñalaran. El Omega asegura que no sintió a ninguno de sus hijos –me estremezco- volviendo a sus venas. Los pobres bastardos deben yacer en el fondo del Hudson, mutilados pero todavía conscientes. Es raro, la Hermandad siempre apuñala a los no-muertos contra quienes combate.

Tras recorrer las calles empinadas que el servicio municipal no se ha molestado en limpiar de nieve sucia, estaciono la furgoneta en el callejón. Bajamos todos y abro el gimnasio, dando las luces. Huele a moho y a abandono, pero es grande. Al poco llega el grupo que Van Dean ha de entrenar hoy, doce restrictores beta a los que ya conoce. Viven juntos en pequeños grupos, tal como he designado. Es la mejor forma de que estos bastardos se vigilen unos a otros y de crear

sentimiento de banda. “El Pirata” los mira a todos mientras se cruje los nudillos, sopesando si son aliados u oponentes. Enlazo las manos y camino hasta situarme a su lado.

—Atended. Quiero que deis la bienvenida a un recién inducido, el señor P.— asiento en su dirección y “el Pirata” los mide a todos con su único ojo—. Esta noche practicará con vosotros, es alguien que tiene una amplia experiencia en combate cuerpo a cuerpo, pero necesitará aprender la coordinación exigible para moverse en gru... Ah, parece que ya estamos todos.

Me giro cuando la puerta chirría para dejar entrar a Van Dean, encogido de frío en su chaqueta y con la bolsa al hombro. Los ojos del futuro Destructor localizan enseguida a su antiguo compañero y camina hacia nosotros con pasos medidos.

¿Empiezas a ver las diferencias...?

VAN DEAN:

Puto frío de los cojones. Cuando anoche llegué a mi apartamento de mierda, después de llevar yo mismo a Tim al gimnasio de Xavier, el radiador de la habitación perdía tanta agua que había formado un charco. Tuve que dormir en el sofá del comedor, junto al otro radiador, y me he levantado con los muelles clavados en las costillas y el jodido hombro peor que nunca. Como cuando éramos críos y teníamos que dormir los tres juntos, Christian, Richie y yo para no congelarnos porque el viejo se había bebido el dinero para pagar la calefacción. Mierda puta. Al menos, he podido pagar la factura para arreglarla. Es lo que hace la pasta, te permite pasar de mierda a señorito bien cuidado. Pero el hombro y la edad no me lo arregla ni Dios, por mucho que el señor Xavier intente comerme la oreja con sus idioteces.

Estaciono la Luv tras su furgoneta, en el callejón cerca del gimnasio, mientras medito sobre la pelea que tendrá lugar dentro de un par de noches. Va a ser grande, con jaula, de las que a mí me gustaban. Buenos tiempos aquellos, pero ahora puedo ganar más pasta apostando y buscando luchadores para Xavier. Como ese “Tipo Duro”. Sí, ese será uno de a los que cite con un mensaje la misma noche, no vaya a tener tiempo de irse de la lengua. Aunque no creo que sea un soplón, tiene la misma pinta de desesperación por calmar su mierda con golpes y sangre que todos, pero parece un lobo solitario. Alguien que no se mete en las peleas por pasta sino por desahogo, así que voy a necesitar tiempo para convencerle de que se aliste en las unidades paramilitares de Xavier. Pero seguro que será una buena ocasión para irlo trabajando y, de paso, para echarle el ojo a otros candidatos. Esperemos que “El Pirata” le gustara, así me mantendrá en el negocio de ojeador.

Empujo las puertas de entrada del gimnasio, esperando a ver qué hatajos de apestosos clones me encuentro hoy y ahí está Xavier en persona, con su abrigo negro de señorito y... Tim. Joder, no esperaba que Xavier le metiera en el ajo tan pronto, ha debido entrarle bien. Camino hacia ellos, dispuesto a saludar a mi antiguo rival, cuando algo me dice “Para. Para, hijoputa, que aquí hay algo raro”. Algo que, literalmente, huele a muerto.

Es Tim. Es él pero... no lo es. Ahora es cuando necesitaría el vocabulario de mi hermanito abogado porque no se me ocurre cómo coño describirlo pero... algo le ha ocurrido. Está pálido como un pez muerto, con una especie de tono gris cadavérico y ojeras negras. Cuando me acerco a él, huelo la misma mierda dulzona que despiden todos estos frikis y algo más... Joder, ni él ni yo ni ninguno de los que peleamos somos santos pero... Hay algo de “Poltergeist” en la forma en que me mira con su único ojo, en esa media sonrisa de superioridad. Maldad. Ni soy poeta ni me impresiono fácilmente, pero que me follen si esa no es la palabra. Lo mismo que desprende Xavier detrás de todo ese “usted” y “por favor”.

—Creo que ya os conocéis, sobran por tanto las presentaciones.— Xavier nos mira con las cejas blancas enarcadas—. Señor Dean, no puedo por menos que felicitarle por habernos traído a su... conocido. Nos congratulamos de que se haya unido a nuestras filas.

Ya... claro. Fijo que Xavier ha ido a alguna universidad pija de niños con uniforme para hablar así. Le dedico una mirada de reojo antes de extender la mano hacia “El Pirata”.

—Tim.— le saludo.

—Dean.— el tipo sonríe con la vista fija, sin parpadear, como los lagartos, y alarga la mano—. Me alegro de haber aceptado tu propuesta.

Mierda. Puta.

Me coge de la muñeca para un saludo de luchadores y casi me parte los huesos. Tomo aire para disimular el gesto de dolor porque antes me tiro por un puente que darle ese gusto. ¿De dónde ha sacado esta... fuerza? Hago lo posible por devolverle el apretón, tensando los músculos, pero el tío ni se inmuta. Me estrecha la muñeca y los calambres me suben hasta el hombro dolorido, luego me suelta con una mirada que me dan ganas de partirle la boca por creído de mierda. Gilipollas. No eras más que un don nadie que mendigaba por propinas en la gasolinera cuando yo te encontré. Xavier se inclina hacia mí como un cuervo.

—Te dije que poseía la solución a tus problemas con el tiempo, Dean...— murmura. Luego se endereza y da dos palmadas secas—. Bien, caballeros, les dejo con su instructor. Si ya habéis terminado con vuestros saludos, claro está.

Un día le reventaré la cabeza contra la pared si vuelve con esa media sonrisa de malcriado. Tim me suelta la mano, se quita la sudadera y, tras dudar un momento, se une a las filas que ya han formado los demás. Xavier sigue con su voz monótona.

—Estaré fuera toda la noche, me llevo a mis veteranos. ¿Cuándo crees que podrás proporcionarme nuevos luchadores?

Pito dos veces para que los paliduchos y Tim comiencen con los golpes secos hacia delante. Gancho derecho, izquierdo, derecho, patada y vuelta a empezar. Observo al “Pirata” de reojo mientras respondo a Xavier.

—En un par de noches tendremos una pelea grande. A alguno le traeré, aunque el premio gordo tendrá un precio especial.— le digo pensando en el "Duro".

Joder, Tim se mueve al menos dos veces más rápido de lo que lo hacía en la última pelea que le vi.

—Bien. Si es al menos tan buen fichaje como tu antiguo colega, estaré dispuesto a reconsiderar el precio. Como verás, Tim está ahora, con toda seguridad, a tu altura en tus mejores tiempos, si no más.

Me palmea el hombro un par de veces con esa mano de dedos largos como patas de araña y tengo que contener las ganas de rompérsela. Xavier se larga con su escuadrón y me concentro en destrozar a este hatajo de maricas. Aunque algo me dice que Tim acabará el puto entrenamiento sin una sola gota de sudor.

SEÑOR X:

Salgo del gimnasio satisfecho con la expresión de Van Dean. Sí, mi futuro Destructor no es una luminaria pero es astuto y perceptivo. Ya se ha dado cuenta de que algo le he ofrecido al “Pirata” que ha conseguido situarle por encima de él, a pesar de que tienen más o menos la misma edad. La curiosidad le está corroyendo y eso, sumado a la necesidad, será lo que acabará conduciéndole a mí. He tenido paciencia, 63 años de paciencia. Podré aguardar unas semanas más. Sólo tengo que suministrar luchadores al Omega para que se contente induciéndolos y servirle cadáveres de vampiro para mantenerle como un buen glotón, cebado de sangre. Y de eso me voy a encargar ahora.

Volvemos a meternos en la furgoneta. Dejo a tres de mis hombres a una distancia prudencial de Caldwell’s Domestic Services, sita no muy lejos del centro económico de la ciudad, para que puedan corroborar si la secretaria del gerente, la tal Amhelie, acude a su trabajo. Yo, con otros dos de los míos, me dirijo hacia su casa, según la dirección que el buen señor Philas escupió en sus últimos momentos. En verdad éstos no son vampiros de alta alcurnia, a juzgar por dónde viven. Un modesto edificio de apartamentos en Roberts Street, en un barrio de inmuebles clonados. Coches humildes de trabajadores humanos. Apostados en la oscuridad, cerca de una parada de autobús, observo el ir y venir de la chusma: obreros de fábricas a turno, personal de limpieza, panaderos, mecánicos. Las ovejas de la sociedad, a quienes los lobos deben mandar. Siempre lo creí así, lástima que la democracia se extendió como un cáncer en la sociedad norteamericana. Podríamos haber sido más de lo que somos.

Una hora después, en lo profundo de la noche, una pequeña figura sale del portal del edificio que vigilamos. Me llevo unos prismáticos a los ojos. Cuesta asegurarlo por el gorro, la bufanda y el anorak que lleva, pero sí... su rostro aniñado concuerda con el de la fotografía que he extraído de su ficha del permiso de conducir con el nombre humano que me proporcionó Philas. Ahí tenemos a la joven Amhelie, la que se encarga de los archivos –y, por tanto, de las direcciones- en la empresa vampírica de servicios. Me sorprende cruzando la calle en dirección a nosotros, en vez de girar la primera esquina oscura para desmaterializarse, como es su costumbre. La observo en silencio desde la furgoneta. Curioso, en verdad...

La vampira es bajita, no más de metro cincuenta, rubia, a juzgar por los mechones que escapan de su gorro, y de complexión ligera, casi como una niña. Se dirige a la parada del autobús nocturno y toma asiento, sacando un Ipod de sus bolsillos, como una joven estudiante humana más. Joven...

La dulce Amhelie ni siquiera ha pasado por la transición, como denominan los chupasangres el cambio a la edad adulta.

Frunzo los labios en un amago de sonrisa. Bien, bien, bien... Cambio de planes.

—Señor, ¿vamos a por ella?— T, como siempre, tan impaciente.

—En absoluto. Vamos a seguirla durante un par de noches. Esta joven aún no puede desmaterializarse y sus sentidos no son los de un adulto.— murmuro, con los ojos fijos en ella, sola en la parada de autobús, a través de la ventana de la furgoneta.

Veamos cuán profundo podemos seguirla en su mundo. Y a cuántos vampiros localizamos en el proceso.

[Escena 19]

VISHOUS:

Butch aparca el Escalade en el patio de la mansión arrancándole un crujido al freno de mano. Está cabreado, puedo olerlo, tanto como yo. Debí controlarme en el ático, pero que me jodieran si podía evitarlo. No con Butch diciéndome a la cara que cuando le mordí y bebí su sangre fue como si se la mamara. Tendría que haber estado muerto para no lamerle entonces y puede estar dando gracias a su dios por que sólo hiciera eso. Además, le puso cachondo. Lo cual no quiere decir que le gustara; nop, ni una pizca. Ni a mí ver lo jodidamente vulnerable que me he convertido respecto a las reacciones de una persona. Así que aquí estamos. Conduciendo en silencio por las calles heladas, cada uno mirando para un lado.

Jode. Y no es... natural. Como si hubiera una puta ley no escrita que dijera que no debemos separarnos, pase lo que pase y le pese a quien le pese.

Salgo del Escalade y me echo el pelo hacia atrás, mirando la ancha espalda de Butch mientras camina hacia la puerta de entrada de la mansión. Sí, esa es la sensación que me lleva cosquilleando en la base del cráneo durante todo el "silenviaje" hacia aquí: algo malo va a ocurrir, algo que irá en contra de esa puta ley no escrita según la cual el poli y yo debemos ir pegados por el culo. Juro en voz baja, odiando más mis putas sensaciones cuando no van acompañadas de visiones. Si antes era como estar tuerto por no poder ayudar a aquellos cuyas muertes veía ahora es como estar ciego del todo; la visión cosquillea justo más allá de mi alcance, sin darme pistas reales.

Los doggens vienen y van por el foyer y por la mansión, pero ni el poli ni yo les hacemos puto caso. A ver cómo mierda le explicamos a Wrath lo de ayer con el restrictor sin que el bastardo ponga el grito en el cielo... que lo pondrá. Hay demasiado en juego: el secreto de la Hermandad, las hembras a proteger... Si Wrath no lo ve claro, sacrificará a Butch, y eso es lo que me tiene desquiciado.

—Deja que hable primero.— le digo al poli mientras nos acercamos al despacho.

—Haz lo que quieras, no cambiará nada.— Butch se encoge de hombros, como si hubiera llegado a la misma conclusión que yo. Puede que no sea un súpergenio, pero es listo de cojones y esa es otra de las razones por las que... basta. Ya. Vishous.

Suena el “Adelante” de Wrath en cuanto golpeo la puerta; el despacho está atestado. Hemos llegado justo a tiempo para la reunión general de cada noche y eso es malo para el poli. Nada como exponer que eres una amenaza en el morro de toda la Hermandad para salir en una bolsa negra. Z está de pie al otro lado de la puerta, con los brazos cruzados y una bota contra el zócalo. Phury, sentado en una silla frente a la mesa de Wrath, con el aire medio ido que lleva últimamente. Rhage desenvuelve una piruleta en otro sillón. La silla al lado de la mesa del Rey está vacía, esperando por Tohrment, si es que vuelve. Y nadie se ha sentado en el sofá verde con estampados Luis mierda algo de pesadilla, donde solemos aparcar el culo el poli y yo. Es curioso que siempre nos lo cedan. Butch se deja caer en un extremo, apoyando los brazos sobre los muslos y mirando a todo el mundo desde debajo de las cejas.

—Ya era hora, llegáis justo a tiempo. Tenemos un marrón de la mismísima mierda que tratar, pero lo primero es lo primero. ¿Qué pasa, poli? Ayer V no soltó prenda.

Butch me suelta una mirada de reojo y después menea la cabeza. Como un “lárgalo, es igual” que me deja helado. Puto irlandés, no te des por vencido tan rápido. Saco un liado de la bolsa de tabaco y jugueteo con el Zippo, sin encenderlo, de pie al lado de Butch.

—El poli tuvo un mal encuentro ayer por la noche. Dos restrictores.

—Mierda, ¿los mataste?— Rhage enarca las cejas y se saca la piruleta de la boca.

—Cierra el pico, Hollywood.— Wrath frunce el ceño—. Sigue.

—Acabé con uno. Butch se ocupó del otro.— suenan gruñidos de aprobación sin sorpresa, como si todo el mundo aceptara la realidad del poli mandando al infierno a nuestros enemigos—. No lo apuñaló.— tomo aire—. Lo aspiró.

Silencio.

—¿Qué quiere decir eso, V?— Phury siempre el caballeroso.

—Quiere decir que me puse encima de él, acerqué mi cara a la suya, abrí la boca y me lo tragué.— Butch lo suelta a bocajarro, con voz monótona, antes de que pueda cerrarle la bocaza—. Respiré su aliento y salió una... mierda de humo negro de su cuerpo. Sé que era la puta sangre del Omega, no me preguntéis cómo. La tragué toda y... desapareció. Destruido.

Doble silencio.

—¿Cómo? Quiero decir, ¿por qué? ¿Cómo es posible?— Rhage sigue con la piruleta babeada fuera de la boca y yo estoy a punto de gritar.

—Butch estuvo a punto de irse al otro barrio.— cruzo los brazos sobre el pecho, haciendo crujir el cuero de la gabardina—. Esa... mierda que tragó le estaba matando.— abro y cierro mi mano maldita—. Esto... mi luz, lo curó. Freí la mierda que se había metido dentro. Ahora está bien. No hay rastro de porquería en él y en ningún momento fue... agresivo conmigo. Sólo con el restrictor. Son sus putos enemigos tanto como los nuestros.

Wrath está mirando fijamente al poli pero, cuando me oye, levanta la cabeza hacia mí. Es ciego y lleva gafas negras, pero veo cómo todos los siglos que hace que nos conocemos le pasan por la vista. Sabe lo que intento hacer. Y no se lo traga.

—¿Qué sabes de esto, V?— me pregunta con esa voz no tan brusca que significa que entiende la remierda de bien lo importante que me resulta el poli.

Odio cuando alguien es capaz de ver en mí.

—Estoy consultando nuevas fuentes.

—Te lo preguntaré otra vez. ¿Qué sabes del cierto sobre esto?

—Te lo acabo de decir. Estoy...

—Nada. V no ha encontrado nada.— Butch sigue en la misma jodida posición, con los brazos sobre los muslos como si estuviera agotado. Mamón de los putos huevos, ¿no puedes cerrar tu boca y dejarme hacer?— Tiene que ver con lo que me hicieron, Wrath, de eso estoy seguro. Se lo dije a V. El Omega me metió... algo de él dentro.— agacha un momento la cabeza y sé que se está mirando el vientre—. Quería que me llevárais con vosotros, con la Hermandad. Dios sabe que cuando vi a esos demonios sólo pensé en matarles pero... ellos me confundieron con uno de los suyos.

—Butch.— me giro como un latigazo, siseando.

¿Qué mierda está haciendo el poli? ¿Poner la cabeza en la picota?

—Es la verdad, V. No sé qué mierda me habría pasado si no me hubieras...— frunce el ceño, buscando una palabra— limpiado. Sigo teniendo corazón en el pecho— ahí levanta la cabeza para mirarme y estoy a punto de reventarle la cara—, pero no sé que coño habría sido de mí si no hubieras podido curarme.

—Y por eso has de estar conmigo, maldito hijo de perra.— le siseo, mostrando los colmillos.

Estúpido, mamón, cabronazo humano jodidamente honorable. Está dispuesto a saltar él mismo desde el acantilado con tal de no ponernos en peligro. Gilipollas de los cojones con complejo de héroe y cero autoestima. Maldita mejor persona con que me he topado en la vida. A menos... a menos que Butch esté intentando alejarse de alguien en concreto. De mí. ¿Es eso? ¿Toda la mierda de estas últimas horas le ha puesto incómodo del demonio, por mucho que diga otra cosa, y quiere poner tierra de por medio, aún sabiendo que no puede salir de nuestro mundo porque ha visto demasiado?

Da igual. Wrath carraspea, interrumpiendo nuestra discusión de viejo matrimonio apolillado, y sé lo que va a decir antes de que abra la puta boca.

—Butch tiene que irse.

WRATH:

Mierda. Millones de veces mierda. Si la noche ya empezó mal, con la identificación del nuevo civil muerto que Z llevó anoche a Havers –Philas, director de Caldwell's Domestic Services- y las llamadas nerviosas de la glymera, ahora va camino de convertirse en una puta miseria. El poli. Aspirando restrictores. El Omega queriendo usarle. Vishous al rescate. No sé qué cojones me preocupa más en todo este asunto: perder al humano con más huevos que he conocido; que el Omega en persona nos esté vigilando, o que hayan metido el dedo en la única llaga que tiene V.

Butch.

Lo miro, forzando mi vista. El tipo está largándonos toda la mierda sin dejarse ni un gramo, con voz del que se sabe condenado. El humano es nobleza encarnada, me cago en la puta. Dice las cosas como son, a la cara, gusten o no, y apostaría mi daga a que jamás nos traicionaría... voluntariamente. Nop, el maldito poli es el único humano por el que pondría la mano en el fuego. A veces... sí, a veces desearía que fuera algo más, uno de los nuestros. Porque parece nacido para ello, encaja en nuestro mundo como una pieza más. Pero

no es un vampiro, por mucho que V quiera hacer ver que no se da cuenta.

Vishous.

Levanto la cara hacia él. Está tenso de la mierda, mirando al poli como si pudiera freírlo por haber escupido la verdad. Entonces sé que V haría cualquier cosa por su humano. Porque, que me jodan, es SU humano. Lo ha sido desde que pisó esta casa y los dos acabaron como cubas hablando de los Sox. V nunca ha considerado nada como suyo, ni siquiera sus armas. Desde que lo conocí, nunca ha hablado de "su" casa, ni de "sus" dagas, ni de "su" familia. Ha pasado por la vida sin sentirse atado a nada, sin preocuparse de verdad por nadie. Hasta que Butch apareció y le retó con una botella rota en la mano. Entonces los dos se cosieron las sombras, por así decirlo. ¿Son amigos? Seguro ¿Hermanos? Más allá de la raza y de la profesión, me arriesgaría a un “sí”. ¿Eso es todo? Con V, es difícil de decir. Suspiro interiormente. Vishous, hermano, nada es fácil para ti, ¿verdad? La lealtad de V no se da por hecha, se tiene que ganar, es un tesoro difícil de conseguir y más aún de mantener. Sé que me respeta pero también que ahora tiene una lealtad superior, más fuerte por cuanto nunca ha experimentado algo parecido. Y, en caso de conflicto...

Perder al poli ya sería bastante duro para todos. No podemos perder a V también.

Pero no puedo poner en riesgo a los únicos guerreros con que cuenta la raza. Ni a mi Beth. Ni a Mary ni a Bella o al hijo que lleva en su vientre. Butch, sin quererlo, puede haber puesto en el punto de mira lo único que protege a la raza de la extinción, que somos nosotros, hay que joderse. Entre las mesas de tortura de los restrictores y los civiles que duermen en sus camas hay una sola línea de contención: la Hermandad. Y entre el patético atisbo de orden que está consiguiendo la raza y el caos sólo estamos Beth y yo como Primera Familia, por poco que me guste la puta etiqueta.

Si yo fuera sólo un guerrero, diría “nunca dejamos atrás a uno de los nuestros” y cerraría filas en torno al poli. Ojalá la puta vida fuera así de fácil. Ojalá no llevara una corona sobre los hombros. Ojalá pudiera obviar que proteger a Butch puede implicar condenar a miles de inocentes. Pero soy el puto, maldito, miserable rey. Y no puedo pasarlo por alto.

—Butch tiene que irse.

Las palabras me pesan tanto como a ellos dos.

BUTCH:

Sé cómo va acabar esta pantomina desde que abrí la puerta del despacho y vi a sólo a tres guerreros junto con un rey casi ciego. La Hermandad son cuatro combatientes. Cuatro máquinas de destrucción, vale, pero cuatro. Y un rey que ya tiene bastante con intentar liderar una raza dispersa. Frente a eso, hordas inacabables de no-muertos.

¿Puede Wrath, si es un buen rey, jugársela todo por mí? Nop. Así de fácil.

Vishous puede intentar retorcer los hechos de manera que parezcan menos malos y, a pesar del cabreo de la mierda que llevo desde que salí del ático, vuelve a tocarme la jodida fibra sensible con su lealtad. Pero no va a cambiar nada y no debe hacerlo. Sé que soy un peligro y que me jodan si una raza entera va a sufrir por mi culpa. Así que, cuando la sentencia sale de la boca de Wrath, asiento.

—Lo sé. Esta noche me iré. De momento, buscaré un motel. Luego... ya veremos.

Si es que vivo más de unos días.

—Mierda, poli....— Rhage vuelve a meterse la piruleta en la boca y la hace trizas con los colmillos, con el ceño rubio fruncido.

—Así es la vida.— me encojo de hombros y apoyo las manos en los muslos, dispuesto a levantarme.

Una manaza se apoya en mi hombro y me empuja hacia abajo con tanta fuerza que acabo espatarrado en el sofá. V casi me rompe los putos huesos. Da dos pasos y se planta delante de la mesa de Wrath, con las palmas sobre la madera e inclinado hacia delante. No lo hagas, jodido capullo, no lo hagas, que no vale la pena.

—Butch se queda conmigo. Te lo acabo de decir, Wrath.— masculla, masticando cada palabra—. Le limpié. No hay nada malo en él. Nunca quiso atacarme. Sólo a los restrictores. Sólo a ellos.

—Vishous...— me pongo en pie, despacio.

—Muérdete la lengua.— me espeta sin desviar los ojos de Wrath.

El rey me mira un momento largo y le entiendo, de verdad que sí. No le envidio la posición al pobre diablo en estos momentos. Luego se encara con V sin levantarse del sillón.

—No puedo arriesgarme. No soy sólo Wrath, soy el jodido rey. ¿Y si el Omega ve a través de los ojos de Butch, lo has pensado? Dice que le metieron algo dentro. Joder, el poli nunca nos vendería, YA LO SÉ.—

frunce el ceño—. Pero, ¿y si no puede evitarlo? ¿Se te ha pasado por la cabeza?

—Si el Omega viera a través de él ya tendríamos a su ejército en las puertas.— V parece que se esté tragando el “gilipollas”—. Ha pasado más de un mes, Wrath.

El rey suspira, se quita las gafas y se aprieta el puente de la nariz antes de volver a mirarme de reojo y vuelta a V.

—No correré el riesgo. No hasta que puedas traerme algo de información que nos oriente. Maldita sea, Vishous, tengo a tres muertos en las calles, desangrados y sin colmillos, y el último era el director de una empresa. La glymera está empezando a ponerse neviosa y los civiles no se atreven a salir de sus malditas casas, ¿crees que ahora puedo permitirme..?

Entonces sí, a V se le va la pinza. Se prende entero en resplandor blanco, ruge, enseñando los colmillos, y da un puñetazo en la mesa que hace que toda la mierda de escritorio que hay encima salte como guisantes en un tarro.

—¡BUTCH SE QUEDA CONMIGO! Te lo dije, Wrath, te expliqué lo que vi. El poli. Se queda. Conmigo. Ha de ser así y así será.

El único que reacciona lo bastante rápido es Zsadist. El cabrón se planta al lado de la mesa en una zancada justo en el momento en que Wrath se pone de pie como un rayo y planta los hocicos contra los de V.

—Un paso atrás. AHORA. O juro por lo más sagrado que, con luz o sin ella, te sacaré la piel a tiras.

—Estoy con Wrath.— Z no puede tocar a V cuando lleva las pilas conectadas, pero arruga el labio, mirándole fijo—. Mi shellan espera un hijo. No acepto riesgos.— me mira un momento—. No es personal, poli.

—Ya lo sé.

Hay alguna mierda apretándome el pecho. Algo parecido a una prensa hidráulica que me está robando el aire. ¿Cuándo he tenido un lugar, una vida que llamar mía? Nunca encajé en mi familia, no me quisieron. Después, afrontémoslo: fui un poli de mierda que se pasó el reglamento por la entrepierna, causando más problemas a los compañeros de los que arreglé. Y ahora... joder, quería esta vida. Esta... hermandad. Quería vivir en el Pit, joderle las pelotas a V, saber que tengo un amigo pegado a mi culo y ganarme el derecho a salir a pelear en las calles.

Duele lo que no está escrito aceptar que me echen justamente porque les aprecio. Me paro al lado de V.

—Eh, déjalo. Es lo mejor y lo sabes.

—Una PUTA MIERDA es lo mejor.— Vishous sigue nariz con nariz con el rey—. Si echas al poli, interfieres con mi visión. Tendrá consecuencias, siempre lo tiene. El poli tiene que estar CONMIGO.

Gruñe la última palabra y estoy por cogerlo de los hombros y sacudirle hasta que se muerda la lengua para decirle que estoy con él, maldita sea mi estampa. Estoy con él desde que entré en esta casa y seguiré estándolo aunque duerma a kilómetros de distancia porque no me imagino seguir respirando sin tener a Vishous al lado, es imposible.

En lugar del jodido discursito de telenovela, le cojo la muñeca con la mano.

—V, déjalo.

—Puedes tocarle...— Phury, que también se ha puesto en pie, mira a V brillando como un fluorescente y a mi mano, flipado de cojones.

Vishous no le contesta. Observa mi mano en su muñeca y después a Wrath, en silencio, como si el hecho de que pueda tocarle cuando brilla sin quedar reducido a cenicillas tenga que ver con su puta visión y el rey esté ignorando alguna de las señales del Apocalipsis. Vuelve a gruñir. Le pongo la otra mano en el hombro. Está tenso como una ballesta a punto de ser disparada. Al final se endereza, retirando las palmas del escritorio, y se sacude mis manos de encima. Suspiro y los demás Hermanos me hacen los coros. Wrath se endereza también. Pero V no podía coserse la boca y dejarlo estar, nop. Mira al rey muy fijo y, cerca como estoy, diría que tiene un pequeño tic nervioso en un ojo.

—Si al poli le ocurre algo malo, lo que sea— advierte en voz baja, muy fría—, me pasaré tu orden por el forro de los huevos.

—Encárgate de buscar información para que pueda volver a casa rápido y que eso no ocurra.— Wrath, el otro gallo, tiene que decir la última palabra—. Estarás en contacto con él para asegurarte de que está bien hasta que pueda volver.

—Voy a coger algo de ropa.— murmuro, y se me rasga la voz cuando me giro, dando la espalda a los únicos amigos que he tenido.

Salgo del despacho con la cabeza gacha, como un perro apaleado, pero me giro sobre el hombro cuando oigo el estruendo de unas botas

detrás de mí, en el pasillo. V me está siguiendo, con el ceño fruncido, los ojos de extraterrestre y los puños apretados.

—No hace falta que me sigas, conozco el camino.

No contesta. Echa a andar como si arara un campo y, a sus zancadas, llega antes que yo al Pit. Me quedo parado en el comedor de nuestro acogedor nidito estilo fraternidad universitaria de tíos, viéndole de espaldas encendiéndose un liado, y tengo que esforzarme por meter aire en los putos pulmones. No quiero irme. No quiero dejar mi casa, y en ese concepto va incluido el Pit y Vishous, me doy cuenta. Agacho la cabeza y camino hacia mi habitación.

—Voy a hacerme las bolsas.

Alargo la mano para encender la luz de mi cuarto y entonces algo impacta contra mí como un puto ariete contra un portalón. Dos puños me cogen por los hombros y me estrellan contra la pared. Tengo a V a un palmo de mí antes de que pueda respirar.

—No. Puedes. Irte. No puedes.

VISHOUS:

Cuando llego al Pit estoy temblando como una hoja. Es un cataclismo, una rotura cósmica, y no entra en la mollera de ninguno de estos malditos gilipollas. Mis visiones no pueden ser contradecidas. Nunca. Hacerlo es como ir en contra de la puta ley de la gravedad, o del equilibrio de la naturaleza, de la vida y la muerte o de lo que cojones sea. SIEMPRE tiene consecuencias funestas intentar torcer lo que veo, lo que alguien ha predestinado.

Muere gente. Y Butch es quien tiene más números para esa lotería.

Intento encenderme un liado en el comedor, el que no me fumé en el despacho de Wrath, pero las manos me tiemblan demasiado. Entonces el imbécil de Butch dice que se va a hacer las maletas, que se va a largar de mi lado, que me va a dejar solo en el Pit vacío, y se me va el cerebro a la mierda. Tiro el liado sobre la mesa del salón y me planto en dos pasos en su cuarto. Le tengo contra la pared, contra la misma que me apoyé yo ayer para pelármela, en una respiración.

—No. Puedes. Irte. No puedes.

Me sale del alma, de esa cosa que no sabía que tenía. Butch no se sobresalta. Sólo me mira un rato con esa puta comprensión en los ojos que desearía que no tuviera. Pero esto no es sólo porque me vaya a quedar como jodido perro abandonado, es porque pasará algo

malo. Lo he sentido en los huesos desde que Wrath ha abierto su maldita boca.

—¿Qué viste, V? Cuando tuviste esa visión sobre mí que hizo que me quedara, ¿qué viste?— me pregunta con esa voz ronca.

Inspiro y me separo un poco de él. Odio hablar sobre lo que veo. Ya bastante friki me siento cuando tengo una visión y los demás lo saben, menos voy a cacarear de ello, como si estuviera en un puto psicoanálisis. Pero los ojos se me desvían al cuadro de la pared de Butch, al ángel resplandeciente y al demonio abrazados entre Cielo e Infierno. El poli me sigue la mirada y espera a que responda en silencio, sin juzgarme.

—A ti y a mí. Abrazados, subiendo hacia el cielo.— le digo sin mirarle, con la voz ronca y omitiendo el maldito detalle de que yo estaba en pelotas.

—¿Y eso qué se supone que significa?

—Significa que no puedes alejarte.

De mí.

Aprieto los puños y los labios, odiando esto. Todo. Al Omega, lo que le ha hecho a Butch, que el poli pueda pensar que detesto que se vaya por algo más que porque sea mi amigo... y que tenga razón.

—No quiero alejarme.— me giro a mirarle cuando dice eso y, mierda, o me lo estoy imaginando o juraría que él tampoco habla solamente de dejar la mansión—. Pero no voy a ponerte en peligro.— aprieta los labios un momento, como si estuviera maldiciéndose por haber hablado de mí en concreto y eso me aprieta la cosa que me late en el pecho—. Ni a ti ni a nadie, V.

—No necesito que me protejas.— chirrío los dientes—. Pero no puedes ir en contra de mi visión. Cuando alguien lo intenta, pasan... cosas.

Butch se frota la cara con las manos mientras suspira. Otra cosa que no soporto: verlo con ese aire de derrota. Joder, Butch está hecho para reír con algún comentario de listillo en los labios, no para agachar la cabeza. Eso nunca. Pasa a mi lado, abre sus armarios y saca las bolsas de deporte donde guardaba su antigua ropa, trasladándola a una maleta grande. Además de eso, mete algo de ropa interior extra, jerseys y calcetines. Y yo me doy cuenta de que me estoy clavando los colmillos en las encías inferiores de tanto apretar. Se incorpora y nos quedamos mirando. Sin decir nada.

Cuando creí que la había jodido con él pensé que podría enviarme a la mierda y largarse del Pit. A una habitación de la mansión. No fuera de la casa. No fuera de mi vida.

—Buscaré un motel. Te llamaré cuando esté... ah, instalado. Te cojo prestado el Escalade, ¿vale?

No, no vale.

—Voy a hacer mi bolsa.

A la mierda Wrath, a la mierda todo.

BUTCH:

Por alguna razón, esto está doliendo más que la separación de Marissa. Bueno, no más. Distinto. Igual. Peor. Qué coño sé. Pero empiezo a entender lo que quiere decir Vishous con lo de que no se puede ir en contra de sus visiones. No sé si es por eso o por qué, pero separarnos es... antinatural. Es como si V y yo estuviéramos destinados a caminar juntos por la vida y ahora los ángeles ahí arriba estuvieran chillando como locos: “¡¡No!! ¡Pedazo de idiotas, no podéis separaros!”. Y nosotros no oyéramos sus gritos pero se nos pusiera el pelo de punta igualmente porque los intuimos.

Pero, de los dos, Vishous es el único que ocupa firmemente un lugar en la vida. Tiene un trabajo noble, es necesario, tiene una familia y gente que depende de él. No puede joderla por algo tan estúpido como un amigo humano condenado. Por eso, cuando me dice que va a hacer su bolsa para largarse conmigo, me paro en seco delante de él.

—No.

—Jódete, poli.— me enseña los colmillos, los mismos que he tocado hace un rato, poniéndole cachondo del demonio. Hace una vida.

—No, te jodes tú y, por una vez, escuchas. Sois cuatro, CUATRO— levanto los dedos— para proteger a toda la raza. Los civiles no se pueden permitir que el jefe de seguridad abandone el puto centro de mando, ¿me oyes? Y lo sabes. Usa tus millones de neuronas, sé razonable y déjate de mierdas. No vale la pena que te juegues el culo por mí.

V se acerca un paso más y el corazón se me sale por la boca. ¿Es que va a...?

—Eso lo decido yo.

No me hagas hacer esto, por amor del cielo.

—No si no me da la gana. No quiero que me sigas, ¿escuchas? No necesito un puto canguro ni una sombra, sé cuidar de mí mismo.— joder, esto es como si me estuviera abriendo el pecho en canal yo solito—. Dijiste que no era sólo un humano, ¿cierto? Pues deja el numerito del súpervampiro guardaespaldas y dedícate a tu jodido trabajo. Te necesitan. Yo no.

MENTIROSO. MALDITO MENTIROSO DE LOS COJONES.

Veo cómo la nariz aguileña de V se dilata y se contrae cuando le recorre la furia. DUELE, hacerle esto duele y sencillamente no lo soporto.

—Tú no me dices a dónde ir.— otro paso más. Casi nos tocamos y el boquete en el alma se vuelve un abismo enorme.

—¿Por qué? ¿Porque soy un humano y tú un guerrero de la gran Hermandad de la Daga Negra? Acostúmbrate. No me sigas.

Nos quedamos plantados como estamos, con el cuerpo hacia delante, en mitad de mi habitación, con la maleta a mis pies y casi deseo... casi...

—¿Esto es por lo del ático? ¿Por eso quieres irte?

—¿Q-qué?

Parpadeo y enarco las cejas, con el cabreo evaporándose por las orejas. ¿Cree que quiero largarme porque se me levantan las faldas al saber que quería besarme porque siente algo por mí? ¿Este tío es burro o qué mierda? Algo de mi pasmo se debe estar reflejando en mi cara y V se da cuenta, porque frunce el ceño, pillando que ha patinado en su conclusión.

Puta jodida mierda de situación. La lengua, a la que está visto que no he domesticado todavía, se me vuelve a mover por sí sola.

—Lo del ático sólo hace esto más difícil, imbécil.— le murmuro, sin saber muy bien el alcance exacto de lo que digo—. Así que pon algo de tu parte y deja que me vaya sin montar un circo.

Vishous me mira un largo rato en silencio. Se pasa las dos manos por el pelo, jurando entre dientes en algo que debe ser el Idioma Antiguo ese que chapurrean todos. Parece jodido. Real y soberanamente hecho mierda por que tenga que largarme y él tenga que acatar la orden. Me fijo en que le tiemblan las manos y los malditos detalles todavía me lo ponen más difícil. Es humano, después de todo... er,

mortal. Imperfecto. La compostura se le va a la mierda a veces, como a todos, sólo que él aguanta más que el común de las personas.

Como siempre, cada vez que le descubro alguna fisura en la fachada de polo que suele lucir, la cosa que tira de mí hacia él lo hace un poco más fuerte.

—Si haces que te hieran, juro por tu dios y por la mía que te mato con mis propias manos, poli.— me amenaza en un susurro ronco—. Espera un momento aquí. Tengo algo para ti.

Enarco las cejas, pero le hago caso. Sale de mi habitación y escucho sus pasos hacia la suya. Al cabo, vuelve con la gorra de los Red Sox en la mano. Sonrío meneando la cabeza.

—¿La gorra de la suerte?

—Sip.— alarga las manos y me la pone, dándome un tirón de la visera—. La vas a necesitar más que yo. Y esto... Havers me la dio cuando te ingresamos en su clínica y tuvo que quitarte lo que llevabas puesto. Te la he guardado.

Me coge la muñeca y deja algo en mi palma, rápidamente, como si no quisiera tocarme.

—Mi cruz.— acaricio el oro con los dedos antes de metérmela en el bolsillo de la parka—. Fue un regalo de mi madre. Gracias por guardármela, V. Y, oye, respecto a lo de vuestros civiles muertos, yo hablaría con sus familias. A lo mejor vieron a alguien siguiéndoles.

—La mierda que sea.

O sea, "no te metas, poli". Camino hacia la puerta de mi habitación arrastrando la maleta, sin saber qué más decir, pero me paro un momento a la altura del cuadro del ángel y el demonio que parece gustarle. Es curioso, porque lo colgué ahí pensando en Marissa y en mí, pero la visión de Vishous y lo de anoche hace que lo vea bajo una nueva luz. Miro a V por encima del hombro y le señalo el ángel blanco con un dedo.

—Por si quieres saberlo, creo que tú serías el de la luz. El salvador. El de la oscuridad... soy yo.

Me doy la vuelta y salgo de mi habitación, atravesando el Pit rápidamente, con el olor de Vishous desvaneciéndose detrás de mí. Al salir al patio de la mansión, el aire helado me roba el calor y el poco ánimo que me queda. Siento que V está observándome desde la ventana del Pit, y el resto de la Hermandad está de pie en el porche de entrada de la casa, en silencio y vestidos de negro, como en un funeral avanzado. Me doy prisa en abrir el Escalade, meter la maleta

en uno de los asientos posteriores y encender el motor con la calefacción.

Mientras cruzo las verjas, saliendo de la mansión, medito que lo que acabo de decirle a V es cierto a más niveles de los que estoy dispuesto a reconocer.

Él es la luz. Y tengo un mal presentimiento mientras me alejo, con la mansión invisible bajo el mhis a mi espalda.

La gorra de los Boston Red Sox que Vishous solía usar para ocultar los tatuajes en su sien y que, desde la llegada de Butch a la mansión, comparten él y el poli. Es una edición limitada que el equipo lanzó para sufragar una campaña de lucha contra el cáncer. Las gorras ordinarias suelen ser de color azul marino.

La cruz de oro que Butch suele llevar al cuello fue un regalo de su madre para su Primera Comunión. Es la Trinity Cross, la cruz que representa la Santísima Trinidad de los católicos: Dios como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

[Escena 20- Flashback]

VISHOUS:

Cuarenta y ocho horas...

—No escuché nombres. De verdad. Sólo sé que tenía a seis de esos... demonios detrás de mí. Corrí sin saber hacia dónde huir, estaba tan

nervioso que no podía ni desmaterializarme. Yo no soy un guerrero como usted. Entonces apareció ese humano... no sé cómo sabía que yo era un vampiro, pero... si no llega a ser por él ahora no estaría aquí. Espero que saliera con vida, de verdad.

—Salió con vida.

Miro de reojo a Edham, el contable del banco Caldwell’s Local Investments, mientras acabo de vincular la señal de las cámaras de seguridad del recinto con mis Cuatro Juguetes. Si alguien entra aquí dentro, o intenta piratear el sistema de vigilancia, me enteraré. El tipo es el clásico vampiro civil joven y ambicioso que, ahora que el director y el contable se han ido a reunir con la Virgen, ha tomado las riendas del banco. Sorpresa la mía cuando resulta que es a quien Butch salvó el culo hace cosa de un mes... casi entregando su pellejo a cambio. Por salvar a este tío, ahora el poli lleva una mierda dentro y hace cuarenta y ocho horas y un minuto que vive lejos de mí.

¿Valió la pena el sacrificio?

Ya, el irlandés no lo plantearía así. Diría que era su puto deber aunque no lo fuera, porque seguirá siendo poli hasta que esté criando malvas pero yo no soy una hermanita de la caridad. Por mí, este gilipollas podría estar a dos metros bajo tierra con tal de que a Butch le hubieran dejado en paz.

—¿Alguna mierda más que recuerdes de esa noche? ¿Algo que pueda ser útil?— tecleo los últimos códigos y me pongo en pie en la oficina trasera del banco. Le paso como tres cabezas y dos cuerpos al civil. El tipo traga saliva.

—Se movían como en las películas de acción. Dos corrían detrás de mí. Otros dos fueron por calles laterales para cortarme el paso. Otro por delante y uno que se quedó al final.

Um... así que estaban bien organizados, como un comando. Maldita sea, poli, no tenías ninguna oportunidad y aún así te quedaste para protegerle. Me pongo bien la gabardina de cuero y paso al lado de Edham sin mirarle, de camino a la puerta. Entonces, justo antes de abrirla, me giro por encima del hombro. El civil casi levita detrás de mí, acompañándome a la salida. Ha despegado los labios sólo porque sabe que soy de la Hermandad y estoy aquí para proteger su miserable pellejo, sino habría salido corriendo en el segundo en que me ha visto. Para variar.

—El humano que te salvó la vida... se llama Butch.

No sé por qué mierda se lo estoy diciendo. A él le importa cuatro huevos pero a mí no me sale de las narices que el poli sea un humano anónimo en su recuerdo. No es un cualquiera.

—Ah, ya... Dele las gracias de mi parte, si le ve.

Cuarenta y ocho horas, diez minutos y treinta segundos sin ver a Butch.

Salgo del banco cerrando de un portazo. “Si le veo”, es un buen apunte. No necesito mirar el reloj para hacer el cálculo del tiempo que ha transcurrido, hay alguna parte de mi maldito cerebro hiperdesarrollado que se empeña en ir tomando nota, como si fuera la cuenta atrás para algún desastre.

Camino a zancadas por la acera resbaladiza de Forbes Avenue, haciendo crujir la sal que las quitanieves municipales ha esparcido para que nadie se abra la crisma y saco un liado de mi bolsita de tabaco con un escalofrío. Puto invierno. A estas horas, las dos de la madrugada de finales de noviembre, no hay ni un alma humana por las calles del centro. No se ven las estrellas y el aire trae un aviso de nieve. Me paro bajo una farola a encenderme el cigarro y me quedo mirando la luz azulada del gas del Zippo unos segundos, antes de guardarlo y dar una calada profunda, forzando a mi cerebro a trabajar en algo útil mientras camino.

El grupo que persiguió a ese civil, el único superviviente de los recientes ataques de la Sociedad Restrictora, se movía como un comando. Así que su jefe –el tal “X”, según lo que oí hace unas noches- es un tipo organizado, capacitado para diseñar esta operación de secuestro de civiles. Por tanto, debe haber estado vigilando a la raza hace meses. Es paciente. Y meticuloso: los restrictores que interceptamos Z y yo –novatos- comprobaban dirección tras dirección, sin atacar a tontas y a locas. Sí, X es peligroso. Es inteligente y organizado. Si sus no-muertos se mueven como un grupo militar es porque los está entrenando. ¿Dónde? Esa es la puta gran pregunta. Hemos visto una decena de restrictores en sólo unos días, más los que deben estar operativos. Eso es mucha tropa a entrenar. X ha de contar con alguna base de operaciones grande, una nave abandonada o un gimnasio. Joder, como buscar una aguja en un pajar.

Y hay algo más: los restrictores que pillé hace unas noches hablaban de un tipo metido en peleas callejeras. ¿X ha contratado un entrenador profesional para sus zombies? ¿O es que está buscando a buenos luchadores para inducirlos? Da lo mismo: la Hermandad no tiene ojos en ese circuito. No tenemos contactos en los bajos fondos humanos que nos digan dónde se pelea y, joder, llamamos demasiado la atención como para infiltrarnos.

Butch podría hacerlo. El jodido poli tiene la puta habilidad de mimetizarse con el entorno y pelea de puta madre, es todo un maldito espectáculo verlo moverse...

El tic del ojo izquierdo se me vuelve a disparar, poniéndome aún más desquiciado de lo que ya estoy. Me detengo un momento para apretarme los ojos con las palmas de las manos, a ver si la mierda deja de temblar. No he dormido casi nada desde hace cuarenta y ocho horas, cuarenta y cinco minutos y tres segundos. Doy un par de caladas más, intentando calentarme los pulmones sin conseguirlo. El termómetro de una farmacia marca siete bajo cero.

Wrath nos ha echado a todos a las calles, a hablar con los trabajadores del banco y de la empresa vampírica de servicios. En el caso del banco, las direcciones de sus clientes –civiles y glymerosos- están encriptadas, así que los fallecidos no pudieron darlas a sus torturadores. Si los restrictores consiguieron alguna dirección, tuvo que ser de civiles que los secuestrados conocieran personalmente. Así debieron llegar a la empresa de servicios, Caldwell’s Domestic Services. Todo el mundo conoce a un doggen, o a una profesora particular o a un carpintero. Es de esta empresa de servicios de donde los restrictores están sacando direcciones, maldita sea su puta estampa.

Y el poli, cómo no, tenía razón.

Llego a la Universidad de Caldwell, con su fachada de ladrillo rojo que mira hacia el río Hudson, y me quedo apoyado en la baranda, con los ojos fijos en las aguas oscuras. Puto irlandés buen detective... Habla con las familias de los muertos, me dijo antes de largarse. Bingo. Todos tenían la sensación de que les seguían desde hacía unos días, o eso balbucearon sus shellans cuando piqué a sus puertas. No pude extraerles nada más, las hembras casi se mearon en las bragas cuando me vieron. Yup, nunca fui el más adecuado para socializarme con la raza. Mi maldito padre se aseguró de ello cuando me tatuó la basura que llevó en la cara para que todos la lean.

Butch podría sacar más información de los civiles. Todo hijo de puta confía en él.

—Mierda.

Tiro la colilla al Hudson, ayudando a incrementar la porquería que flota en la orilla. Butch. De alguna maldita manera, no importa en lo que esté pensando, todo desemboca en él. Como si fuera la única salida del laberinto.

Cuarenta y nueve horas desde que se fue.

Joder, tengo grabada a fuego su imagen cuando se largó del Pit, arrastrando la maleta como un pobre deshauciado, con la Hermandad observándolo sin levantar un puto dedo. Si le dejé marchar fue sólo porque sé que no me habría perdonado que me largara con él, así de

sencillo. Me habría culpado si aparece cualquier otro civil en las calles y, mierda, no soporto que Butch me culpe de nada. También dejé que se fuera porque no voy a ser yo quien acreciente el complejo de pobre humano necesitado de protección que arrastra el poli.

Pero no he pegado ojo desde entonces.

El viento cambia de dirección, húmedo, y me subo las solapas de la gabardina, encogido. Odio el maldito frío. Espero que el poli esté a cubierto. Me envió un mensaje en cuanto consiguió habitación, está en el motel Crafton, en Banksville Road, al sur de la ciudad. Hemos hablado por el móvil un par de veces, sin pasar del “¿Cómo estás?”, “Bien”. ¿Qué más mierda podríamos decirnos? No puedo hablar con él de lo que la Hermandad está investigando, por mucho que quiera y aún sabiendo que su hocico de poli sería una gran ayuda. Y no me atrevo a preguntarle qué coño quiso decir con que “Lo del ático sólo hace esto más difícil”.

¿Saber que me pone le hace más difícil alejarse de mí? Meneo la cabeza, cruzando las manos sobre la baranda que da al río. Nah, yo no tengo esa suerte. Nadie quiere estar cerca de mí cuando se trata de deseo y no me extraña. Soy peligroso. La mierda es... Doy un par de patadas a la verja de hierro contra la que me apoyo. La mierda es que no se trata sólo de deseo. Ni de que quiera a Butch cerca de mí para no provocar un cataclismo yendo contra mi visión.

Me remuevo, cambiando el peso de pierna, y me retiro el pelo de la cara, echando de menos la gorra de los Sox que le di para taparme los tatuajes, como si eso me fuera a hacer parecer más normal. Sí, estoy jodido. Porque en estas cuarenta nueve horas y veinte minutos desde que el maldito irlandés se fue no me ha quedado más huevos que admitir lo que no quería confesarme: quiero a Butch en mi vida. ¿Por qué? No lo sé. Pero quiero su comentario sarcástico mientras vemos un partido, quiero que me esté esperando en el Zero, o esperarle yo, para unos tragos al acabar la noche. Quiero poder beber su sangre, comerle la boca y follarle hasta dejarlo tan agotado que no pueda moverse en dos días.

¿Dónde me deja? En tierra pantanosa, porque el poli no quiere nada de eso, al menos no la segunda parte. Y acabo de perder también la primera.

El móvil me suena en el bolsillo de la gabardina provocándome un vuelco de niñato de quince años. Mi cerebro se pregunta si será el poli antes de que tenga paciencia para comprobar el número.

—¿Qué?

Hay follón de fondo y la voz de Teleñeco alegre que contesta no es la del irlandés.

—Eh, V, estamos en el Zero, ¿por qué no vienes a tomar unos...?

Cuelgo. Rhage no se acerca ni de lejos a quien querría hoy como compañero de tragos. Hollywood es insistente como las moscas con la mierda. Los demás ya han dejado de intentar que les hable de forma civilizada. O que les hable. Nop, cuando estoy de este humor de mierda lo mejor que pueden hacer es dejarme reventar sacos en el gimnasio y no asomar sus hocicos por el Pit desierto. Wrath lo sabe, por eso después de haberme jodido las pelotas me ha dejado en paz. Sólo nos hablamos para trabajo, lo demás no me interesa.

Aún no sé cómo cojones he dejado que Butch se meta bajo mi piel de esa manera, hasta el punto de tener un disco rayado en mi cabeza que reproduce una y otra vez todos los ratos extraños que hemos compartido estos días. Y encasquillándose siempre en la misma sensación: cercanía. El poli abrazándome, el calor de su cuerpo contra el mío, sus gemidos en mi oído... Y lo más extraño: el deseo de besarlo, de enviar a la mierda mi sagrado espacio personal, de beber de su cuello, de pegarme a su cuerpo desnudo.

Quizás está relacionado con las máscaras. Butch es el único en todo el planeta que ha conseguido ver más allá de la mía. De la que me impuso mi padre o de la que yo he mismo he ido esculpiendo con los siglos, no lo sé.

Algo húmedo y frío cae sobre el dorso de mi mano libre. Agacho la cabeza: nieve. Está nevando, con copos grandes y pesados. Levanto la vista para ver la oscura cinta del Hudson, que desde aquí parece una laguna, y los copos que caen sobre el río, meciéndose un momento antes de fundirse en el agua. Las luces de los rascacielos de la otra orilla quedan difuminadas por la atmósfera blanquecina, hasta que parecen meras antorchas.

La visión activa un recuerdo antiguo. Muy antiguo. De otra nevada sobre otra agua, de un momento y de una persona en la que hacía siglos que no pensaba. Mierda. La noche va camino de convertirse en un pozo de mierda, pero no consigo bloquear el recuerdo antes de que me muerda las pelotas.

Nieva sobre las aguas. Creí que había dejado la nieve atrás, en las montañas, pero me persigue incluso aquí. Quizás la llevo conmigo. Frunzo el ceño con la mirada perdida a través de la ventana emplomada del castillo de popa del paquebote que me ha traído desde Trieste hasta aquí en marinería de cabotaje, sorteando los traicioneros bancos de arena de la laguna, las auténticas murallas sumergidas de la ciudad.

La Perla del Adriático la llaman los hombres del mar que conocí en aquel puerto. Viendo la ciudad a lo lejos, más allá del bosque de

velamen y mástiles de los bajeles de mercancías y de las góndolas amarradas, iluminada por los hacheros de sus calles y silenciosa bajo la nevada, me parece más adecuado el otro nombre, el que le dan los mercaderes que, como una plaga, se dispersan desde sus buques por todo el mundo conocido.

La Sereníssima.

Venecia es el corazón del occidente más oriental. El centro a partir del cual se derrama el poder naval y comercial de la República. El ombligo del mundo incluso en esta época oscura, cuando la seda que trae de Samarkanda y las especias de la India tienen que competir con el Nuevo Mundo que descubrieron España y Portugal y con los buques mercantes gernoveses. Venecia asienta su poder sobre los tratos comerciales y la neutralidad política, ora con unos, ora con los contrarios. La ciudad es como una de esas hembras que se abren de piernas sin grandes arrebatos, sabiendo que puede exprimir la semilla de cuantos machos lleve al lecho, y conduciéndose con el porte sereno de quien se sabe poderosa. Gentes de todo pelaje y de mil nacionalidades transitan por sus canales y sus lenguas y pieles se mezclan en las tabernas. O eso me han dicho.

El único lugar cerca de donde nací donde un maldito como yo podría pasar desapercibido y encontrar lo que necesita. Sangre de hembra. Un siglo subsistiendo de sangre humana puede dejar a un vampiro al borde de la inanición.

Doy la espalda al ventanuco, ciñéndome el justillo de piel y la capa larga de cuero, de manera que oculta la espada ropera que porto al cinto. Una fina daga izquierda de buen acero adorna mi otra cadera, con guarda de vela para proteger mi mano; ambas armas las he forjado yo. He tenido que ganarme el pan durante un siglo, después de abandonar el campamento de mi padre dando tumbos. La forja y la armería que aprendí allí es lo que me ha permitido el sustento, peregrinando por aldeas y villorrios del Imperio de los Habsburgo. La moderna pistola de llave de pedernal que oculto al cinto, bien a salvo de la humedad, fue el recuerdo que me quedé de un tratante de caballos eslavo que creyó que podía acusarme de herrar mal a sus bestias para no pagarme y salir impune.

Llevo un siglo sin ver a nadie de mi raza. No es que me importen una higa ni que fueran a ayudarme por propia voluntad, de eso tuvo bien cuidado el Sanguinario cuando me tatuó estas obscenidades en el rostro, pero necesito alimentarme. Venecia es la ciudad más grande de esta parte del mundo. Tiene que haber vampiros.

Cerca de las armas, palpo la faltriquera con los pocos ducados que he reunido y el mapa de Venecia que compré en Trieste antes de embarcar. Maldita ciudad. Se retuerce sobre sí misma en callejones interminables, como gusanos. He memorizado el mapa,

especialmente cómo llegar desde cualquier barrio, que aquí llaman sestiere, al único puente que cruza el Canal Grande, el de Rialto; no está mi bolsa para pagar pasajes en las pequeñas traghetti que salvan el ancho de los cientos de canales de la dichosa ciudad.

Me cuelgo la mochila al hombro, por encima de la capa, y me calo el sombrero de ala ancha que ha de protegerme de la nieve antes de abandonar el camarote. El pasaje desde Trieste en pleno invierno me ha costado los ahorros de dos años, por culpa de los requisitos. Un camarote exclusivo para mí. Sin molestias durante el día hasta desembarcar en Venecia por la noche, en busca de los supuestos físicos del Ghetto judío que han de tratarme de mi... enfermedad solar.

Moverse por el mundo de los humanos cuando sólo puedes salir de noche es complicado y caro. Por eso los vampiros se agrupan en grandes ciudades, donde la vida se extiende más allá de la puesta de sol. Dicen que Venecia nunca duerme. Entre la salida del sol y el cénit es la hora de los menestrales y artesanos, de los comerciantes. Y a partir de entonces, hasta bien entrada la noche, los nobles y los ricos se reúnen en sus casini, sus clubes privados para confabular y lamerse sus ciruelos. Me apuesto algo a que los vampiros tienen los suyos.

Odio tener que buscarles.

Salgo del castillo de popa a cubierta, envolviéndome más en la capa. El frío de Venecia es húmedo y punzante, como el de las montañas eslovenas donde crecí. Traspasa cuero, lana y piel, quebrantando el cuerpo y el espíritu. El capitán, un navegante chipriota necesitado de dineros que ha recelado de mí como del demonio durante los tres días que ha durado la travesía, se acerca hasta detenerse a un metro.

—Venezia, signore. Desembarcáis de noche, como os prometí.

Meto la mano en la faltriquera y le alargo la mitad del pago comprometido.

—Doy fe de vuestro cumplimiento ¿En qué parte hemos atracado?

El capitán gesticula hacia tierra mientras se guarda las monedas, dando un paso atrás.

—En el Cannaregio, signore, al norte de la città. Cerca del Ghetto hebreo que buscáis.

—Me place. Grazie.

No queda más por añadir. Enfilo la pasarela de madera del barco hasta la fondamenta, las aceras que en Venecia discurren en paralelo

a todos los canales y ríos grandes, a tiempo de ver al capitán haciendo el gesto contra el mal de ojo de las gentes del mar. Estúpido supersticioso. Me detengo una vez piso tierra, si es que puede darse tal nombre a una ciudad que se asienta sobre pilares de madera. Acaba de ponerse el sol y la muchedumbre que todavía atesta los muelles me sorprende. Veo otomanos descargando sus mercancías, venecianos dirimiendo disputas a voces con francos. Mujeres humanas comadreando a las puertas de sus casas. Pieles distintas, gentes variadas. Nadie me mira. Tras un siglo viviendo en aldeas montañosas, la ciudad populosa y anónima es justo lo que buscaba, aunque podría prescindir de los empujones y roces. Sólo imaginar a alguien tocándome casi me arranca un gruñido.

Demasiados recuerdos de mierda de la última vez que me pusieron las manos encima.

Con una mano en la cazoleta del rapière, que a nadie daña ser precavido, echo a andar hacia el interior del sestiere, siguiendo el mapa que memoricé. Las grandes calli están iluminadas por hacheros donde arde grasa, pero los pequeños ramo son agujeros tenebrosos donde sólo se escucha el chapoteo del agua contra la piedra y las estrechas aceras heladas ponen a prueba el equilibrio tanto como los puentes sin barandas.

Paso de largo del Ghetto, donde sus físicos se me dan una higa, observando bajo el ala del sombrero a los hebreos tocados con su kippá y vestidos de negro. He ahí unos pobres diablos que saben lo que es subsistir apartados de los demás. San Polo es mi meta, el sestiere que se despliega en el costado occidental del Ponte Rialto. Por lo que sé, es el barrio de los mercados de Venecia, acostumbrado a recibir extranjeros. Ha de tener posadas donde pueda alquilar una habitación hasta situarme en la ciudad. Sin atraer más miradas de las inevitables.

Serpenteo por las callejuelas, buscando siempre que puedo las calli para no recibir empujones. En la Fondamenta della Misericordia me detengo un instante, tratando de decidir mis siguientes pasos. Al momento, la columna de trabajadores humanos que transita tras de mí camino a sus casas impacta contra mi espalda.

Hijoputas.

No me toquéis. Nada de tocar.

Llevado del instinto, me aparto al momento de la fila, pegando mi espalda contra el cristal de una tienda y ciñendo mi espada con la mano derecha, presto a enviar a cenar con el demonio a quien quiera robar mi comida, mi hombría o sólo desahogarse partiéndome los huesos.

Me retengo de enseñar los colmillos justo al reparar en los varios pares de ojos humanos que me observan como si el monstruo fuera yo. Quizás lo soy, pardiez.

Maldita sea mi estampa.

Estallan las murmuraciones y yo retiro la mano del acero, me embozo en la capa y me calo el sombrero hasta las cejas.

—Scusa.— me disculpo, apretando fuerte la quijada y separándome de la tienda.

—No os detengáis en la calle, extranjero. Sólo en los campi.— me sermonea un estibador.

Condenada ciudad y sus absurdas normas.

Cambio de estrategia, buscando los callejones desiertos para huir de la multitud, tensos los músculos y nublada la vista. Sangre. Mi cuerpo vampírico me pide el sustento que no he podido darle en un siglo. No menudean las comunidades de mi raza en las aldeas de montaña donde he vivido. Así que, desde que salí de aquel agujero del infierno, recién pasada la transición, no he vuelto a alimentarme de mi raza, sólo de furcias humanas de pueblo. Por mucho que les borrara los recuerdos tras cada ocasión y que fuera incapaz de ponerles un dedo encima –menos aún de dejarles que me tocaran o de airear mi mutilación con tal de metérsela por la canal maestra- siempre llega el momento en que los rumores de libertino me fuerzan a cambiar de villa.

Como si las hembras me importaran.

Gruño, espiando por sobre del hombro las sombras que se mueven en los callejones mientras maldigo la debilidad de mi cuerpo. Guste o no, si no quiero rendir el alma a la Virgen antes de hora he de encontrar hembras vampiras. Soy realista: sólo podré alimentarme de aquellas a quienes pague. Ninguna más me dejaría acercar los colmillos a su vena. Venecia tiene fama de ser el mayor burdel del mundo civilizado, por fuerza han de vivir en ella barraganas de mi raza.

Llego al sestiere San Marco cuando la nevada ya ha cuajado sobre aceras, góndolas y ropas. Las calzas de piel de gamo se pegan a mis muslos, helándome, y la nieve se acumula en mis hombros y sombrero. Pocas gentes humildes se ven por las calles y a través de las ventanas acristaladas de las casas se distingue la lumbre de los candiles. Hora de cenar en familia.

Estúpido concepto.

Desemboco entonces, sin previo aviso, en la salizada de la orilla oriental del Canal Grande y delante del que ha de ser el Ponte de Rialto.Qué distinta perspectiva. Decenas de góndolas surcan sus aguas, todas portando un farol en proa, muchas con decorados castillos de pan de oro, transportando, es cosa segura, a los nobles a sus entretenimientos nocturnos. Discurren en ordenadas hileras, en sentido norte cerca de la orilla derecha y al sur por la izquierda. Al otro lado del Rialto, las grandes barcazas que transportan pescado y verdura desde las islas de la laguna a los mercados de la ciudad están abarloadas y atadas a coloridos postes, meciéndose en las aguas heladas. Una pequeña multitud cruza el puente: extranjeros como yo, soldados de mil naciones, marineros en busca de donde apoquinar su paga.

Me uno a ellos, subiendo los escalones con tiento de proteger la faltriquera, en la riada humana que desemboca en el costado occidental del puente, en el barrio de San Polo. En sólo unos pasos, se suceden las tabernas de donde brota un penetrante olor a pescado, licor y humanidad.

Helado, camino por las calli en busca de una posada, esquivando grupos de hombres sin oficio y mercenarios a la espera de contratos para embarcarse. El instinto me avisa de la necesidad de guardarme las espaldas. Demasiado alcohol, hombres armados y falta de paga hacen mala combinación. Pregunto indicaciones a quienes me parecen más sobrios y consigo la dirección de una posada cercana, que me proporciona con recelo un petimetre humano pagado de sí mismo.

Me interno por los callejones de San Polo hasta detenerme ante un espectáculo inédito. Libros. El estrecho aparador de una tienda cerrada deja ver, a través de los cristales ambarinos, ejemplares de libros impresos. Sólo he visto tal maravilla, la de las palabras escritas por máquinas, en una ocasión, cuando, en una taberna, vi leer uno a un mercader que cubría la ruta hacia Viena. Algo tira de mí, una necesidad extraña. He leído un único libro, el diario de Darius, en el campamento, hasta que mi padre me descubrió. Aprendí a leer solo, descubriendo que es más fácil y menos dañino estar cerca de otro ser a través de lo que escribe que en persona. Desde entonces, no he vuelto a tener en las manos los pensamientos de otro hechos tinta y vitela, menos papel. Ahora, aquí, ante mis ojos, tengo decenas de libros que pueden comprarse. Quizás esta ciudad no sea un montón de mierda en remojo, después de todo.

Pero nunca podré entrar en un comercio que cierra a la puesta de sol.

Aprieto los labios, llevado de la frustración, cuando capto sonidos inequívocos, procedentes del laberinto de callejas. Gritos de mujer. Respiraciones esforzadas de hombres a la carrera. Entrechocar de

aceros que se prolongan poco tiempo. Más gritos. Olor a sangre humana. El final de esa mujer está escrito.

Estoy a punto de dar media vuelta para proseguir mi camino cuando mi olfato me envía una alerta rápida que me deja con las botas clavadas en el sitio. Otra sangre. Recia, punzante y especiada. Sangre de hembra de mi raza. Los colmillos saltan de mis encías, ansiosos por lo que les he negado durante tanto tiempo, y el estómago se me encoge en un apretado nudo, forzándome a doblarme. Tomo un par de inhalaciones hondas y giro la esquina de la librería, atravesando un lóbrego sotoportego en dirección al olor.

Una figura envuelta en una capa oscura corre a trompicones en mi dirección, levantándose las faldas y gritando por lo bajo, falta de aliento.

—¡Signore... per favore... aiutateme!

La hembra se estrella contra mí, aferrándome de los brazos. Santa mierda. Le rujo, mostrándole los colmillos, cuando el odio ante el contacto supera mi sed y veo que sólo entonces repara en que también soy un vampiro. La empujo hacia atrás, haciéndola caer sobre la nieve, pero no tengo tiempo de maldecirla por su atrevimiento. Dos humanos se me vienen encima, corriendo desde el fondo de la calleja. Si quiero la sangre de la hembra, primero he de encargarme de ellos.

El callejón es demasiado estrecho como para arriesgarme a batirme contra los dos a la vez. Un hueco en mi defensa y tendré tres cuartas de acero perforándome. Provocar una algarada con el ruido de un disparo en una ciudad a la que acabo de llegar no me place, pero no queda otra.

Desenvaino la ropera con la mano derecha en un amplio movimiento que me permite terciarme la capa sobre el hombro a la vez, para que no me embarace en la riña. Mientras, echo mano a la pistola con la izquierda, quitándole el seguro con el pulgar. El primer matón que se me viene encima se apercibe de la que está a punto de recibir y frena la marcha, estorbando a su compañero. Aprieto el gatillo con el brazo izquierdo bien afirmado hacia delante para que la trayectoria no se desvíe. La piedra de sílice suelta la chispa que prende la mecha y la bala se dispara con estrépito.

El humano salta sobre sus propios pies y se desploma hacia atrás, tiñendo de rojo la nieve de Venecia.

—Verfluchter bastard! [¡Maldito bastardo!]— me escupe.

Germano. Lo suponía por su barba rubia y su pesada espada, más parecida a un sable que a una hoja de riña.

—Quédate detrás, hembra.— le ordeno a la vampira, sin girarme.

No pienso arriesgarme a que mi único alimento huya después de haber alertado a la guardia con el ruido del disparo.

El humano se acerca a mí sin prisas, aferrando la hoja con la veteranía de soldado viejo. Quizás es un desertor. Mala suerte para mí que tenga que acabar esto rápido, habría sido una distracción medir su habilidad. Afirmo la pierna derecha hacia delante, en postura de tres cuartos, con la espada apuntando en horizontal hacia él. Estoy por desenvainar la daga cuando el germano gruñe como bárbaro, tomando dos pasos de impulso antes de arrojarse contra mí en guardia baja, buscando mis tripas.

Desdichado.

Cuando la punta de su hoja entra en mi distancia personal, hurto el cuerpo hacia la izquierda, pegando la espalda a la pared del callejón, y le dejo pasar. Quedo a su espalda antes de que el bastardo pueda corregir su trayectoria. Su arma es lenta y pesada. La mía no. Me tiro a fondo con la tizona, usándola como una aguja: hinco la punta afilada en su nuca desprotegida y luego sólo es cuestión de empujar. Con fuerza. La hoja atraviesa el espacio entre dos vértebras, tráquea y músculos hasta sobresalir por su gorja.

Al germano se le afloja la mano y su arma cae al suelo, hundiéndose en la nieve, sin ruido. El cuerpo que tengo ensartado de espaldas se contorsiona con los estertores.

—Dolce Madonna.— oigo murmurar a la hembra.

La veo de pie, mirándome mientras aguanto al humano atravesado, cubriéndose la boca con las manos. Frunzo los labios y extraigo la espada, retorciéndola para rematar al germano. Otro cuerpo que cae en el callejón, cambiando el blanco de la nieve por carmesí. Limpio la sangre en sus ropas y enfundo hoja y pistola. Luego paso por encima de los muertos y observo a la hembra. La capa de terciopelo que porta se ha abierto para revelar un escote ribeteado en encaje y un rico vestido bordado ¿Una noble?

No es que me importe tener a la glymera tras mis pasos, pero desangrarla en el sotoportego sin su consentimiento me cerraría las puertas a una alimentación regular. Lo cual me obliga a hablarle. Mal negocio. Jamás le he hablado a una hembra de mi raza como no fuera para pelearme por comida. Nos miramos un instante en silencio, sus ojos repasando mis bastas vestiduras, mi estatura y el sombrero que oculta mi cara.

-Gracias por salvarme, sire.- me dice con esa voz fina de hembra que me hace querer largarme ahora mismo a pesar de la sed, mientras se lleva una mano a un corte en el cuello del que emana ese olor que me está nublando la vista-. Deberíamos irnos, la guardia estará aquí pronto.- parece a punto de cometer la necedad de ordenarme que la siga, cuando se recoge las faldas y señala con la cabeza hacia la salida del callejón- ¿Tendréis la bondad de seguirme, per favore? Os ofreceremos refugio y... alimento.

Hembra lista.

Apoyo la mano en el pomo de la espada y me acomodo la mochila, únicas señales de que estoy listo. Si esperaba conversación, equivocó al macho. Sin más, aprieta el paso tanto como le permiten los ropajes, ciñéndose la capucha y escogiendo los ramo más solitarios. Avanza con rapidez por las aceras heladas, sin detenerse a llorar por su escolta muerta ¿Qué clase de hembra noble sale de casa de sus padres sólo con un par de guardias? Humanos, para más señas. De haber sido vampiros, habrían despachado a los germanos. ¿Quizás es una civil?

Huele a perfume, a aderezos de cabello y todavía a sangre y a miedo. El espasmo del estómago se hace más fuerte y no puedo reprimir un gruñido. La hembra se gira a mirarme un momento y acelera el andar. Calculo que debemos estar cerca del campo San Polo, la mayor plaza de este barrio. Miro a un lado y a otro, recelando de la hembra como si de un ejército se tratara. Si odio a los machos no es menos cierto que desprecio a las hembras.

—Ya casi hemos llegado.

Nos adentramos en una corte, una de las calles sin salida de Venecia. Desemboca en un patio interior, dotado de cisterna, a donde da fachada trasera un edificio grande y bien encalado, de dos pisos. Hay luz en casi todas las ventanas y alcanzo a escuchar música y muchas voces en el interior. La hembra hace sonar el picaporte contra la madera de la puerta.

—¿Qué lugar es éste?

—El casino de la Giudecca, sire.— responde, intentando estudiarme a la mayor claridad del fanal del patio—. La signora sabrá recompensaros por haberme ayudado. De la manera que necesitéis...

Con sangre. Ahora.

Aprieto la cazoleta de acero con más fuerza, hasta clavarme los gavilanes en la palma para mantener el control. Demasiado tiempo sin alimento, demasiado tiempo... Las manos me tiemblan y he dado un paso hacia la hembra sin percatarme cuando la puerta se abre. Un

macho diminuto, un doggen, intercambia palabras rápidas con ella, cediéndole el paso con una reverencia. Me mira con pasmo cuando entro pero luego corre escaleras arriba. La hembra le sigue, conduciéndome hasta el piso superior por esta entrada de servicio. El bullicio que proviene de la primera planta es insoportable, aunque, por debajo de la música, apostaría que oigo... ¿gemidos? Frunzo el ceño, obligándome a concentrarme en la subida hasta el segundo piso sin perder el conocimiento. Las escaleras desembocan en una puerta que se abre a un pequeño despacho. No faltan comodidades: secretaría de nogal, sillas tapizadas con bordados traídos de Dios sabe dónde, candiles en las paredes, un grueso cortinaje de terciopelo azul. Sea quien sea la patrona de este casino, los dineros no son un problema.

—Aguardad aquí, si os place, la signora vendrá enseguida.

La hembra hace una reverencia y se escurre como gato escaldado por la puerta de las escaleras, dejándome solo en la estancia. Y un demonio voy a quedarme quieto. Examino el despacho: el cortinaje oculta una puerta con cerradura por el otro lado. Algunas dependencias privadas, espero, no un grupo de alabarderos detrás. Me asomo por la ventana: la fachada da a uno de los cientos de canales de la maldita ciudad y hay varias góndolas esperando para atracar en el muelle de acceso a la puerta principal. Todos los pasajeros son hombres. O machos. Curioso en un casino cuya patrona es una hembra.

A menos que esto no sea un casino.

Salgo del despacho y bajo las escaleras, aferrándome a la baranda para evitar caer. Si tengo combate, estoy en malas condiciones frente a un soldado bien alimentado con sangre. Me detengo junto a la portezuela de servicio que debe dar acceso a la planta principal. Llevando una mano a la daga, la entreabro para atisbar.

Jodida mierda.

Ante mí se abre un pasillo alfombrado con hileras de reservados a ambos lados, separados por gruesos cortinajes. No todos están cerrados. En uno vislumbro a una mujer de rodillas, desnuda, moviendo la cabeza hacia delante y detrás con la mano de un hombre sujetándola de los cabellos. Habría que ser un retrasado mental para no saber lo que está haciendo. De otro reservado sale un joven hidalgo con las ropas descompuestas, despidiéndose con un beso de un humano joven y desnudo, con las bolas al aire. El aire huele a fluidos de hembra, a semilla derramada, sudor y contacto. Humanos y vampiros.

Definitivamente, este lugar no es únicamente un casino. Pero sí es adecuado. ¿Buscaba sangre de pago? Aquí puedo conseguirla.

—Es de mala educación entrar en una casa como invitado sin descubrirse, sire, y más aún espiar.

La voz es de hembra pero no se parece a la que he salvado, ni a ninguna que haya escuchado hasta ahora. Es profunda, grave y habla como si mandara, tranquila y con un punto de chanza. Me crispa los nervios al instante. He aquí alguien que no conoce su lugar. Cierro la puerta y me giro hacia ella. En lo alto de las escaleras, en el umbral del despacho, hay una hembra de mi especie. Es morena, con el cabello en un complicado recogido, de tez canela y formas rotundas. Viste como una dama, pero sé lo que es. Nada distinto a las hembras del campamento, sólo que envuelta en telas más finas. Subo las escaleras sin quitarle ojo de encima, despacio, mientras me quito el sombrero. El pelo largo me cae sobre la cara, pero no a tiempo de evitar que ella repare en mis tatuajes. Y en mis ojos. Me observa con desvergüenza y eso despierta algo en mí.

Merece que la domen.

No sé de qué profundo abismo ha salido esa idea pero es como el fuego griego: una vez prende, no se apaga. Me detengo en el rellano, a dos pasos de ella. Le saco dos cabezas y casi el triple de ancho, pero no se amilana. Me reta con la mirada. Maldita hembra. Tiene el efecto de hacerme sentir amenazado y estimulado a la vez.

—Sois una puta.— le digo con la voz grave.

Ella no da muestras de ofensa. La muy zorra. Enarca una ceja, mira la mochila de viajero que llevo al hombro, mis cabellos largos, la barba de varios días y las ropas pobres.

—Y vos entonces nada más que un miserable mendigo.— me dice, mirándome a los ojos antes de componer media sonrisa— ¿Tan pronto os habéis aclimatado a Venecia que ya juzgáis a los demás por las máscaras que llevan? Esperemos que un día encontréis quien vea bajo la vuestra.— la hembra se cruza de brazos—. A pesar de vuestro aspecto necesitado, salvásteis a mi amiga.

—Soy un guerrero.— le enseño los colmillos, reprimiendo el impulso irracional de cerrarle la boca y esos ojos insultantes.

—¿Veis? Ya sois algo más que el pordiosero errante y airado que pregona vuestra máscara.— abre la puerta de su despacho, entra y me invita—. Quizás descubráis que soy algo más que una puta.

Sí, una zorra con espíritu a la que disfrutaría sometiendo.

Es la sed, sin duda, lo que me hace pensar así. Al único ser al que he sometido fue a un soldado gordo y grasiento al que jodí contra mi

voluntad. Desde entonces, sólo he simulado buscar a las barraganas humanas por sexo para alimentarme. Ni siquiera he soportado tocarlas más allá de lo imprescindible para poder beber de ellas y borrarles los recuerdos.

Entro en el despacho como si caminara ante fuego enemigo. La hembra se apoya contra la secretaría. Ha de dejar de mirarme, porque no lo soporto. Ninguno de mi raza me mira nunca a los ojos y me he acostumbrado a eso. Dar con alguien a quien no parece importarle las advertencias en mi sien me vuelve agresivo. Porque no sé cómo reaccionar.

—Acabáis de llegar a Venecia, eso está claro.— me dice, con esa misma voz de seguridad en sí misma— ¿Tenéis algún contacto aquí o venís a buscar fortuna?

—No es asunto vuestro.

Ella ladea la cabeza. Mis ojos se fijan en su cuello.

—Estáis poco acostumbrado a que os ayuden, sire. Pretendo devolveros la gracia que me habéis hecho. Conozco a mucha gente. Si es trabajo lo que buscáis, podría recomendaros.— vuelve a sonreír, mostrando las puntas de los colmillos. No usa afeites ni ninguno de los aderezos de su profesión y no exuda el mínimo olor a miedo—. Asumiré que sois únicamente un guerrero, tal como os empeñáis en reduciros a vos mismo. Puedo hablar con algunos comerciantes que apreciarían un acero como el vuestro, humanos y vampiros.

—Los humanos son escoria a un sólo paso de que les arranquen el corazón y se alcen como demonios.— mascullo entre mandíbulas prietas.

La hembra me mira muy seria un instante para luego cruzarse de brazos, haciendo que sus pechos llenos sobresalgan del impúdico escote.

—Algún día, sire, conoceréis a un humano especial. Entonces apreciaréis la tremenda fuerza que les impulsa a pesar de su fragilidad y lamentaréis no poder conservarlo siempre a vuestro lado.— murmura. Se pierde en sus pensamientos un par de latidos, antes de volver a mirarme con la misma compostura—. Venid a verme dentro de un par de noches, tendré noticias para vos. Ahora...

Suena una suave llamada en la puerta oculta tras el cortinaje azul. Al abrirse, aparece la hembra a la que salvé, vestida nada más que con una bata adamascada que permite entrever sus formas, el cabello recogido en un alto moño que deja su cuello al descubierto. Me dirige una pequeña reverencia y mantiene la puerta abierta. Siseo, sospechando una celada.

—Ahora tomad lo que vuestro cuerpo ansía y ella os ofrece voluntariamente, en agradecimiento.

Sangre.

No importa lo que me repela la presencia de las hembras. Lo que odie acercarme a alguna. Las encías me sangran cuando los colmillos se alargan hasta el labio inferior. Gruño, aunque puede que sea mi estómago, y mi visión se reduce a la fuente de alimento que me espera en la otra cámara. Da igual si es una trampa; en mi estado, si no me alimento no duraré otro mes.

Cruzo el umbral, descubriendo una pequeña recámara con divanes y otomanas, iluminada por pocas velas, adornada con cojines y cortinas que crean espacios recogidos. La hembra me espera, medio desnuda, y aún aparta un poco más la bata, descubriendo un hombro.

—¿Dónde queréis hacerlo?— me pregunta, ojeando los reclinatorios.

Por toda respuesta, dejo caer la mochila al suelo. Abro el cierre de la capa y la arrojo sobre el primer diván que encuentro, junto con el sombrero. Camino hacia ella despacio, sabiendo que mis ojos deben brillar con un ansia animal. Control. Debo controlarme o la desecaré. Siseo y entonces atisbo algo de miedo en sus ojos.

Bien. Eso me ayuda a acercarme. Debo saber que soy yo quien controla esto. Yo estoy al mando, yo elijo cómo.

—Daos la vuelta.— le ordeno cuando llego ante ella. La hembra vacila, pero obedece. Huelo el aroma picante de su inseguridad—. Las palmas contra la pared.— lo hace, dándome la espalda y alejando sus manos de mí.

El ansia estalla, subiendo como un infierno desde mi estómago a la garganta y la boca. Aferro sus cabellos en el puño derecho, forzándola a echar la cabeza hacia atrás y hundo los colmillos en la vena azulada que palpita en su garganta, sin cortesía, sin gentileza y sin preámbulos. Bebo cuatro tragos tan rápido que se me aligera la cabeza.

La hembra gime. No grita como las humanas. Gime.

Lo odio.

Arranco los colmillos de su vena, destrozándole el cuello.

—Silencio, hembra. No gemiréis sin permiso.

Ella suelta un pequeño gañido y aprieta las manos en puños contra la pared, pero me obedece. Y ese acto de dominación consigue que mi verga despierte. Hundo los caninos sobre las heridas anteriores, percibiendo cómo todo el cuerpo de la hembra se tensa para evitar gemir. Le hago daño pero le complace y, a pesar de todo, yo estoy al mando de sus reacciones.

No me ataca, no me aferra, no me mira y no me juzga. Tengo el control.

Afirmo mi posición, tirando de sus cabellos con más fuerza, y tomo de su sangre a grandes sorbos, sintiendo la sangre suavizar mi interior cuarteado por la sed. La hembra tiembla y echa el culo hacia atrás, rozando mi erección. La empujo contra la pared con fuerza como castigo, saco los colmillos y vuelvo a perforar sobre los mismos agujeros. No me tocarás, perra.

Bebo con avidez, sin importarme los regueros de sangre que bajan por su cuello, hasta que el cuerpo de la hembra se afloja, obligándome a sostenerla por la cintura para poder seguir alimentádome.

Control.

Arranco los colmillos de su cuello echando la cabeza hacia atrás, con un rugido, y la suelto de golpe, retirándome un paso.. Respiro agitado, con la sangre de la hembra devolviéndome la vida. A todo yo. Mi verga incluida. Ella se vuelve hacia mí, apoyándose en el estucado de la pared para evitar resbalar al suelo después de que la haya extenuado. Su sangre es vida y es veneno a un tiempo, porque el único testículo que me queda bajo las calzas se contrae, pidiendo liberar mi semilla. Gruño. La hembra se endereza, traga saliva y deshace el nudo de su bata. Deja que la seda resbale de sus hombros al suelo, exponiéndose desnuda ante mí, sus pechos pequeños y la raja entre sus piernas.

—Tomadme, sire. Vuestra necesidad es grande.

Mi verga salta y contemplo toda la extensión de piel que debería tocar para poder follarla. Repelido. La hembra lo toma por vacilación y se acerca a mí, alargando las manos. Para tocarme.

Doy un paso atrás y, de un manotazo, recojo capa y sombrero. Me agacho para recuperar la mochila y, cuando me acerco de dos zancadas al umbral de la puerta que separa esta recámara de la secretaría, veo a la dueña del casino allí apostada. Me ha estado observando mientras me alimentaba y me mira, seria y penetrante.

Paso por su lado buscando aire. Espacio.

—Lleváis vuestra máscara enganchada en la piel, sire. El día que alguien consiga empezar a despegarla, sufriréis.

Me detengo un momento a mirarla con suficiencia sobre el hombro antes de bajar con premura las escaleras y salir al patio del casino para perderme en el aire gélido de Venecia.

Mi supuesta máscara seguirá en su sitio porque así es como soy.

Respiro con fuerza y el helor de la nevada en Caldwell se me mete en los pulmones, haciéndome toser. Maldito gilipollas, te has perdido en los recuerdos como un imbécil y te has acabado por helar hasta los huevos. Doy un par de patadas a la verja de hierro del mirador sobre el río Hudson para intentar recuperar la sensibilidad en los pies antes de dar media vuelta, encogerme dentro de la gabardina y meter las manos en los bolsillos para alejarme de los espacios abiertos donde el viento te convierte en cubito.

Mierda de recuerdos. Hacía décadas que no pensaba en esa época. Joder, qué imbécil era entonces, qué bárbaro y qué lerdo. Lo que más me toca las pelotas es tener que admitir que la muy zorra tenía razón en todo.

Un día conocí a un humano especial, a un chupador de whisky listillo de lengua afilada que me acepta como soy, al menos lo que conoce de mí. A un idiota que es capaz de que me parta el culo de risa con sus memeces, de quitar hierro a cualquier mierda, por seria que sea. De conseguir que el lugar donde vivo ahora parezca un hogar sólo porque él se ha dejado la manta sobre el sofá y huele a su colonia pija. A un poli con cojones de acero que sí, ha logrado meterse bajo mi máscara hasta el punto de dejar que me abrace, de que me toque los colmillos... y de hacerme desear tocarle. Butch es el único ser vivo del planeta a quien he querido besar, lamer, morder y beber su sangre por el simple placer de saber que es la suya, que me lo estoy metiendo dentro. Es el único grandísimo mamón con quien he imaginado que podría tenerle desnudo debajo de mí, piel a piel, tocarle y follarle sin cadenas ni mordazas.

Y quizás yo me dejaría tocar. Quizás me gustaría... pero no sé si sería capaz.

De nuevo, aquella hembra tenía razón. Butch ha conseguido despegar algo la puta máscara de hielo que llevo y duele como una perra. Porque jamás he dejado que nadie vea tanto de mí y no sé qué coño hacer cuando se aleja. O peor, cuando se acerca.

Soy un hijo de perra que ha caminado solo por el mundo más de trescientos años que acaba de encontrar a alguien con quien quiero compartir el camino. Eso es. Quiero a Butch en mi vida porque no me imagino seguir adelante sin que él esté en ella y no tengo jodida idea

de cómo reaccionar ante ese puto virus que se me ha instalado en los sistemas. Recuerdo su pregunta: “¿por qué quisiste besarme?”. Por eso, porque quiero el lote completo del estúpido humano y soy tan torpe como un mocoso idiota ante algo que jamás creí que querría.

Estoy a punto de desmaterializarme hacia el motel de Butch, sólo para comprobar que el puto irlandés con instintos autodestructivos sigue de una pieza, cuando algo me roba el aire. Me doblo de golpe, apoyando las manos en los muslos y agachando la cabeza, mareado.

Una punzada monstruosa, como una estocada envenenada directa al pecho.

Butch.

Intento respirar y el corazón me duele como si alguien me clavara una aguja al rojo. Butch... se va. Algo le ha ocurrido, algo malo, porque el hijo de puta de Wrath se pasó mi visión por la punta del nabo y lo obligó a irse. Y ahora Butch está herido y yo no estoy con él. Cierro los ojos, obligándome a respirar en boqueadas cortas y a localizarle por mi sangre en su interior.

No lo encuentro.

Su presencia en este mundo es tan débil que no logro... no consigo... Las manos me tiemblan y rujo, enderezándome para darle un puñetazo a la pared de la universidad. Me destrozo los nudillos y me aferro al dolor para despejarme. Busca... busca... busca, cabrón, busca...

Le tengo. Al sur de Caldwell.

Cincuenta horas después de alejarse de mí se está muriendo.

Daga de mano izquierda con guarda de vela para proteger el dorso de la mano. Hoja de 46 centímetros, pensada como arma penetradora, no cortadora. Se usaba casi siempre en el estilo de esgrima a dos armas, cuando en la mano derecha se llevaba una espada ropera o un espadín. La daga se utilizaba para desviar la hoja del adversario e intentar apuñalarle en entradas a fondo.

Espada ropera, conocida en España como “tizona” y en Francia como “rapière”, también llamada “estoque”. Era una espada de uso civil, aunque

dotada de una hoja idéntica a la de una de guerra, con forma de diamante y doble filo, sólo que alargada y afinada, para utilizarla como arma cortadora además de perforadora. Acababa en una punta muy aguda y reforzada atravesaba limpiamente a un hombre de parte a parte aunque se encontrara algún hueso en el camino o el adversario usara justillo de cuero endurecido. Estas hojas solían medir más de un metro de largo, normalmente entre 1,05 y 1,15m (en el caso de la que porta Vishous, forjada por él y adaptada a su estatura, medía 1,20 m). Por su parte, las empuñaduras estaban provistas de guardias de lazo o cazoletas, formadas por varios gavilanes o brazos que se entrelazaban entre sí para tratar de conseguir la protección más perfecta posible para la mano del usuario. Estos gavilanes eran de hierro o acero y pesaban considerablemente, ayudando también a equilibrar la enorme hoja. En el caso de la de V, su guardia es de taza o cazoleta. Una estocada de un arma tan poderosa, aguda y versátil era potente casi sin poner fuerza en el empeño, por lo que, en manos de alguien con tanta fuerza física como Vishous, era letal además de rápida. Solía usarse en combinación con una daga en la mano izquierda.

Las armas con llaves de pedernal cubren el espacio de tiempo que media entre las accionadas a mecha y las de percusión o pistón. La llave de pedernal supuso, de hecho, la adaptación a las armas cortas del mecanismo de fuego del primitivo arcabuz. La pistola de pedernal tiene una acción de fuego más rápida que el arcabuz, lo que mejora la precisión, aunque, en comparación con las actuales armas de fuego, es altamente difícil de manejar y muy sensible a la humedad ambiental.

[Escena 21- Flashback, maltrato infantil]

BUTCH:

Mierda...

Cincuenta horas después de alejarme de Vishous, me estoy muriendo.

La sangre gotea desde mi frente, resbalando lentamente por la nariz, pero soy incapaz de levantar la cabeza de encima del volante del Escalade. El claxon suena sin parar, pero casi no lo oigo. Los

sonidos del mundo se desvanecen al mismo ritmo que la sangre se desparrama por dentro de mis tripas.

Hay que ser patético para palmarla estrellado contra un árbol.

Nunca he tenido gran aprecio a mi pellejo. Desde la historia con el Omega, aún menos. Pero ahora que estoy a punto de irme al puto otro barrio, lo lamento. Primero por no irme peleando. Segundo, por lo que va a joderle a V.

No quiero irme y dejarle solo.

Se me desconecta otra sección del cerebro y toso sangre, desplomado sobre el volante del jeep sin el cinturón de seguridad.

Con el último hilillo de conciencia que me queda, a punto de echar a volar por el túnel blanco, admito para mí lo que no he querido acabar de confesarme con todas las letras en cincuenta horas y dos minutos.

Deseé a V. Por un momento, deseé probarle. Igual morirme no es una mala solución, después de todo.

A ver qué mierda iba a hacer yo viviendo con ese conocimiento.

(Cuatro horas y dos minutos antes...)

Frunzo el ceño sentado en la cama del motel, intentando que la mierda de lamparita de noche me dé suficiente luz como para acabar de limar el interior del cañón de la Desert Eagle 5.0. La pipa es una auténtica bestialidad, calibre 50, tan grande que disimularla en las ropas es como complicado, pero es la única que podía venderme el traficante cuyo cañón original hubiera sido desmontado y sustituido por otro forjado sin número de serie. Da igual lo mucho que intentes borrar el número en una pistola, los aprendices de brujo del CSI vienen con su ácido clorhídrico y, tachán, vuelve a aparecer.

No quiero que, si tengo que reventarle la cabeza a algún no-muerto, los polis encuentren mis casquillos y los relacionen con algún homicidio cometido por el anterior propietario de un arma de contrabando.

Pero comprarme una pistola sin número de serie no es suficiente. Las estrías que deja el cañón en una bala son como huellas dactilares: únicas y rastreables. Así que me estoy dejando los ojos para limar el interior del cañón y alterar las estrías.

Ojeo el cañón a la luz de la mesita, satisfecho con el trabajito. Vuelvo a montar el pedazo de pepino, cargador incluido, y pongo buen

cuidado en que tenga el seguro puesto. No quiero volarme la tapa de los sesos por accidente con una pistola del calibre 50 capaz de atravesar la plancha de un blindado ligero. Dejo la pipa sobre la mesita, al lado de la gorra de los Sox, sopesando hasta qué punto me he hundido en el lado oscuro de la fuerza desde que entregué mi placa.

Haber trabajado de poli tiene sus ventajas cuando quieres armarte hasta los dientes sin tener que comprar una miserable 9 milímetros con tu antiguo permiso de armas, porque se supone que estoy muerto. Me he metido en los bajos fondos, en busca de los tipejos que en el Cuerpo todos sabíamos que traficaban con armas. Por suerte, los de Homicidios no éramos los SWAT, no teníamos trato directo con los traficantes y no conocían mi jeta. Así que he podido apañarme una buena arma y un cuchillo decente, un Bowie de caza, con el dinero que gané en mi primera pelea ilegal.

Felicidades, O’Neal, ya eres todo un puto delincuente. Eso sí, al que se meta conmigo le llamarán “el Cíclope”, porque con esta arma le abriré un boquete en la frente del tamaño de un ojo. Vishous estaría jodiéndome las pelotas si supiera que me he agenciado un calibre 50. Diría que quiero compensar algún complejo de pichacorta con una pipa gigantesca.

El muy mamón.

Río entre dientes sólo un momento, sentado en la cama con la colcha llena de agujeros de cigarro del motel. Dios, qué cuchitril. Casi parece mi antiguo apartamento. El suelo de linóleo está hinchado y es como caminar sobre una cama de agua. Al colchón se le notan los muelles y la minicocina todavía tiene baldosas color naranja de los años 60. Del baño mejor ni hablar. Wrath dijo que esto es provisional, hasta que Vishous pueda averiguar lo mío o, al menos, descartar que sea un peligro público. Pero no quiero hacerme ilusiones. Puede que ésta sea mi vida a partir de ahora... durante el tiempo que viva.

Tiempo... Coño, es como si algún psicópata me hubiera instalado un reloj de arena en el cerebro. Da igual en lo que esté ocupado, el reloj va marcando el tiempo que hace que salí de la mansión. Qué cojones, marca el tiempo que hace que me alejé de V.

Cuarenta y seis horas exactas.

Me levanto con el cansancio pegado a los huesos y camino hacia el lavabo digno del motel Bates para lavarme la cara. Me miro en el espejo picado: tengo la expresión del que le han quitado algo muy importante y se ha quedado como el hombre de paja, animado pero no vivo. Es más que la sensación de que me he quedado sin la poca noción de casa y medio vida que tenía, más que la miseria que me poseyó al tener que largarme de la mansión arrastrando la maleta.

Me han quitado a parte de mí.

Me seco la cara con la toalla grisácea y vuelvo a la habitación, plantándome ante la ventana para observar el Escalade en el aparcamiento del motel. La sensación es boba de narices, como salida de alguna novela romántica de esas de hace tropocientos años. Pero es la que tengo. Obligarme a alejarme de V es como cortarme una mano, hay que fastidiarse ¿Ahora me he vuelto dependiente de ese armario ropero de boca cerrada? ¿Por qué? ¿Porque es mi mejor amigo, porque siempre me salva el culo? Nop, es más que eso. Va más allá.

Recuerdo lo que le solté sin pensar cuando me iba, que lo del ático sólo hacía aquello más difícil. En aquel momento la verdad es que no supe muy bien qué cuernos estaba diciendo mi lengua independentista, pero he tenido cuarenta y seis horas y cinco minutos para darle vueltas.

Haber descubierto ese otro lado de Vishous –el que, por alguna razón, quiere besarme y seguramente hacerme cochinadas de las gordas- hace más jodido dejarle. Porque es como haber echado un vistazo a los secretos de la cara oculta de la luna: una vez que sabes lo que hay, engancha de cojones. No soy gay, no me gustan los tíos, pero... bueno, hubo algo. Una chispa. Tacha eso, hubieron los mismísimos fuegos artificiales de la Gran Muralla china en mi sangre cuando tuve a V casi contra mi boca en el baño, cuando me mordió y cuando me lamió para sellarme las heridas. Así de claro. Fue como si todo yo reviviera.

¿Por qué? ¿Por el gusanillo de estar casi haciendo algo prohibido? ¿Como cuando te la meneas en tu cuarto pensando en la profe de gimnasia?

Y una grandísima mierda.

Con eso me he estado engañando durante un buen rato, pero la distancia de cuarenta y seis horas y ocho minutos, junto con dos noches despertando hecho un palote, aclara las ideas que es un contento. Se me incendió la sangre porque eso, la cercanía con V, parece que era lo que algún recoveco chungo de mí estaba deseando.

Tooooooma ya. Acaba usted de ganar el pase VIP al reino de los hombrecillos en bata blanca.

Cruzo los brazos frente a la ventana, con los ojos clavados en el Escalade. La puta verdad es que le echo de menos. No es que fuera a decírselo, porque me patearía el culo por sentimental, pero es cierto. Extraño esa presencia silenciosa pero sólida, el comentario mordaz como la lejía o la opinión brutalmente lúcida. Añoro el vínculo,

demonios. La sensación de que tengo a un tío al lado que, da igual los muchas velas que haya soplado o la diferencia racial, comparte mi mierda. Un tipo que entiende mi oscuridad porque también la tiene dentro.

Vuelvo a pensar en el cuadro que tengo en la habitación del Pit. Me encapriché de esa lámina cuando la vi en una de esas tiendas de fantasía porque me recordaba a Marissa y a mí –aunque nunca hubo un “nosotros”-. Yo era el ser oscuro y ella el ángel luminoso. Marissa no tiene pliegues en su alma, no tiene rincones de negrura; es un ser puro, de luz, intocado por el cinismo o por el odio. Por eso caí a sus pies: era como cobijarse bajo un foco y me daba la ilusión de que disolvería mi oscuridad.

En estas casi cuarenta y seis horas y ocho minutos me he preguntado si, en realidad, Marissa no se limitaba a deslumbrarme sin arrojar auténtica luz.

A Vishous pareció gustarle ese cuadro. Y, cuando observé la lámina con todo lo que hemos vivido estos días fresco en la memoria, me di cuenta de otra cosa. Así, ¡patapam! Como un guarrazo en toda la jeta. V es la auténtica luz. No sólo por su mano, por él. Joder, que el tipo consigue que me sienta un ser humano en toda la extensión de la palabreja, a ver quien ha logrado semejante proeza conmigo antes. Alguien valorado, necesitado, respetado y... deseado. Porque cuando me mira con esa expresión... es como si me apuntara con un soplete.

Acaricio la cruz de oro que llevo al cuello sin darme cuenta. Cuando Marissa me dejó fue como si alguien apagara el foco y me hubiera quedado parpadeando con chispas en los ojos, deslumbrado y desorientado por el cambio. Separarme de V ha sido como quedarme en la oscuridad completa, silenciosa, y haberme despedido de algo que he estado buscando desde siempre.

Puta mierda de recuerdo que despierta esa asociación de ideas, joder.

Es viernes. No me gustan nada los viernes. Es cuando papá vuelve tarde después de beber con su amigo Michael en el pub. Entonces me busca por toda la casa, tira las sillas al suelo y hace ruido por todas partes hasta que me encuentra. Y me pega. Al día siguiente me duele todo y no puedo salir a jugar a fútbol en el parque, sólo quedarme en la cama.

Mamá tampoco está en casa hoy. Desde que Janie nació trabaja mucho en el hospital. Pero da igual. Nunca me protege de papá. Sólo llora mientras él me pega, creo que se avergüenza de mí. Tengo algo raro, algo que me hace ser un niño malo a quien nadie quiere. Papá no pega a nadie más, sólo a mí. Dice que yo tengo la culpa, que soy un monstruo. Me subo en el taburete del lavabo para poder verme en el espejo. ¿Por qué soy tan horrible? Me parezco a los demás niños de

mi clase, pero soy más alto y más fuerte. No parezco un monstruo como los de las pelis, pero papá sí. Sobretodo cuando viene con la cara roja, escupiendo saliva.

Oigo que Ted cierra la puerta de su habitación y casi resbalo del taburete del susto. Ya viene. Todos se encierran en sus cuartos cuando papá está a punto de llegar, para no ver nada. Aprieto las piernas cuando casi se me escapa el pis. Abro la puerta del lavabo: el pasillo está vacío y a oscuras. Escucho llorar al bebé en la habitación de Joyce, que es quien la cuida cuando no está mamá.

Hoy papá no me encontrará. Saldré por la puerta de la cocina y me escaparé al patio de los vecinos de al lado. Sé que tienen una madera de la valla que se mueve y me colaré por debajo.

Bajo corriendo las escaleras. Me patinan las zapatillas gastadas en el suelo y casi me caigo, pero llego a la cocina. Nadie ha fregado los platos y huele a carne frita. Sonrío cuando tiro de la puerta de salida.

No se abre.

Tiro más fuerte, cogiendo el pomo redondo con las dos manos. Nada. Me resbalan las manos. Las seco en los pantalones y vuelvo a tirar tan, tan fuerte que me caigo de culo en la cocina. ¿Porque está cerrada? ¡Nadie la cierra nunca! Tiene un pestillo por fuera para que no entren ladrones, pero mamá siempre la deja abierta.

Me levanto, respirando muy fuerte, y corro hacia la puerta de delante. A lo mejor aún puedo salir por ahí y dar la vuelta a la manzana antes de que llegue papá. Abro sólo un poquito y me asomo: la calle está muy oscura y sólo hay una farola, pero no me da miedo. Prefiero estar fuera de noche que dentro. Estoy a punto de salir cuando veo a papá acercándose a casa caminando como un pato por la acera, de un lado a otro, y diciendo cosas feas, como si hablara con fantasmas. No puedo escaparme por ahí porque me cogerá.

Cierro la puerta y se me escapa un poco de pis.

Tengo que esconderme. Si me hago pequeñito en algún sitio y me quedo callado a lo mejor no me encuentra.

Corro de puntillas de vuelta a las escaleras hacia el piso de arriba. Si me meto en el lavabo me encontrará porque no tiene armarios grandes ni pestillo. Ninguna habitación de la casa lo tiene. Y mis hermanos no me dejarán esconderme en sus cuartos, nunca me dejan. Me meto en mi habitación y arrastro una silla para ponerla delante de la puerta. Aprieto las manos mientras miro mi cuarto. Soy el único que duerme solo, pero mi habitación es muy pequeña. Sólo tengo una cama, un armario y algunas cajas de cartón con juguetes viejos. Cierro la luz y me meto en el armario, en el estante de abajo,

con los zapatos. Aprieto los ojos y me tapo la boca con una mano, para que no se me escape nada.

Se oye un portazo cuando papá entra en casa y luego dice más cosas feas. Ted pone la música alta en su habitación.

—¿Nadie viene a... recibirme... en esta puta casa?

Papá grita en la planta baja y yo me muerdo la palma de la mano con la que me tapo la boca. Tira sillas, dice palabrotas y abre y cierra puertas, buscándonos. Le oigo subir las escaleras dándose golpes contra las paredes.

—¡No me respetáis! ¡Sois unos... desgra... desa-gradecidos!— creo que da un puñetazo contra la pared— ¡Y tú, Brian... eres... el peor de todos! ¿Dónde estás... maldito imbécil?

Me hago más pequeño entre los zapatos, imaginando que soy invisible. Siempre dice que soy tonto y seguro que lo soy, porque no entiendo por qué siempre soy el peor. Ted siempre le contesta mal y Joyce a veces se queda con algunas monedas del cambio de la compra. Yo nunca hago nada de eso, pero siempre soy malo. Seguro que tengo algo raro dentro pero no quiero que me pegue, me da miedo su cara y duele mucho.

Papá tira de la puerta de mi habitación.

—¡Sé que estás... ahí! ¡Desagradecido!— chilla con la voz de cerveza.

Empiezo a hacerme pipí encima de verdad. Luego mamá me reñirá porque tiene que restregarme los pantalones para quitar el olor, pero no puedo evitarlo.

Oigo un golpe muy fuerte, como una patada, y sé que la silla que he puesto contra la puerta ha salido volando. Mamá siempre me dice que rece pero yo no lo hago, porque Jesús nunca aparece para evitar que papá me pegue. Sólo me quedo muy, muy callado, con los pantalones mojados y encogido en el armario.

—¡BRIAAAAN!

Me empieza a salir sangre de la mano que me estoy mordiendo.

Revuelve cosas por mi habitación y yo pienso cosas feas, como que ojalá no fuera mi papá. Mamá siempre dice que tengo que portarme bien con él y hacerle caso porque es bueno y le debemos mucho, ella y yo, pero yo no quiero que sea mi papá.

La puerta del armario se abre de golpe pero yo no me muevo, hecho una pelota bajo el estante. Papá me coge de la muñeca y me arrastra

fuera del armario, estrellándome contra la pata de la cama. Luego me levanta tirándome del pelo hacia atrás. Tiene los ojos rojos como los vampiros.

—¡La culpa es tuya! No eres... más que una mierda... que dejo que vivas... en mi casa. ¡Y así me lo agra-agradeces! N-nunca servirás para nada.— me sacude hasta que me muerdo la lengua— ¡Nadie se fiará de ti... nadie te querrá! ¡Eres una mierda!

El puñetazo me hace mucho daño en la nariz y hace que salga volando por la habitación. Pero no lloro. Ni cuando sigue pegándome ni arrastrándome del pelo por el cuarto. Todo el rato cierro los ojos y pienso que un día tendré una familia de verdad, que me querrá con ellos. Y que alguien me dirá que sirvo para algo y me querrá.

Cuando se cansa de pegarme me quedo en el suelo de la habitación, encogido para que no me duela la barriga de las patadas, con la sangre resbalándome por la nariz, a oscuras y con todo en silencio, solo.

Por eso nunca lloro.

Porque sempre pienso que un día tendré a alguien que pensará que no soy esa “mierda” que dice papá y que me querrá como soy.

Jo-der.

Me llevo las palmas a los ojos, apretándomelos, cuando el recuerdo me deja como si me hubieran cambiado la sangre por agua helada. Puta madre. Treinta y ocho años en la mochila y cada vez que recuerdo algo de entonces el estómago se me regira y me dan ganas de beberme una destilería entera hasta caer sin sentido.

Pero es la puñetera explicación, ¿no? Por eso me está escociendo como vinagre sobre llaga haber tenido que separarme de V y del Pit. Porque es justo lo que he venido deseando desde que tenía cuatro años y supe darle forma al pensamiento. Vishous es el que piensa que no soy sólo un humano ni una mierda, que siempre me respeta, que vela por mí –aunque eso me ponga los nervios como un erizo desquiciado- e intuyo que también me necesita. Que soy tan importante para él como el muy capullo lo es para mí. Y que, vete a saber por qué, me desea... como... en ese sentido tanto como para hacerme olvidar toda la gente y todas las veces que nadie me ha deseado de verdad.

¿Por eso yo... durante un momento... quise que él...?

Levanto la mano izquierda y me remango el jersey. Ya no quedan marcas de mordiscos, cuando me lamió las borró. El mismo recoveco ese raaaro de cojones va y salta con un punzada de pena. Estoy fatal.

Me rozo la piel con los dedos de la otra mano, con cuidado, y la pena se hace una pelota de nieve cada vez más grande con cada roce, hasta que al final... mierda, me sorprendo queriendo volver a sentirlo. Los colmillos en mi vena. Debe ser algún efecto secundario del mordisco, como cuando las niñas salen de ver pelis de vampiros azucaradas del cine y van esguizándose el cuello por la calle haciéndose la ilusión de que las acecha algún chupasangre calentorro. ´Pero el caso es que... me gustó y no sólo porque, tal como la guarra de mi lengua anunció, fuera como una mamada a lo bestia. Con esa sensación no sé qué mierda hacer. Pero también me gustó porque fue como si Vishous nos grapara, nos juntara, dijera que soy un tipo especial y que por eso tiene derecho a clavarme los colmillos, a beber mi sangre gruñendo como si estuviera follando y...

Santo cielo, estoy jodido.

Debo haber confundido el vínculo ese con V, el tener lo que siempre he buscado, con... ah... el deseo –sólo durante un momento, NADA MÁS- de... uh... probarlo. Mierda, he tenido tiempo, aquí tumbado en el motel, de preguntarme cien mil veces cómo hubiera sido si me hubiera comido la boca como quería hacerlo. ¿Estoy perdiendo la chaveta? Quizás. Pero el calor bajo el ombligo cada vez que imagino qué habría pasado si me hubiera metido la lengua en la boca, empujándome la polla con el muslo entre mis piernas... mierda, el horno de fundición sigue ahí encendido y no sé qué puñetas hacer con él. ¿Hasta dónde habría llegado V? Mejor dicho, ¿le habría apartado yo?

La respuesta es sí. Pero que me follen si puedo decir si le hubiera alejado por repulsión o... por miedo.

Hostiaaaa, acabo de admitir que el poli apaleado por la vida que ya parece que lo haya visto todo tiene miedo de analizar demasiado lo que le provoca su colega.

Pues sí.

Mi teléfono móvil vibra encima de la cama y lo primero que pienso es que es V, que me ha leído el pensamiento a distancia y me está llamando para decirme que piensa plantarse aquí y...

O’Neal, respira hondo y date un cabezazo contra la pared, anda, majete.

Juro por lo bajo y recojo el móvil. Sorpresa, sorpresa. Es un mensaje de Van Dean. Bien. “2h. 2100 Merriman way. Será grande”. OK, tengo una pelea de las gordas en dos horas en el número 2100 de Merriman way que, si mi GPS interno no me traiciona, está al norte de la calle Trade, en mitad del antiguo frente industrial fluvial. Supongo que la

pelea será en alguna nave vacía. Bingo. El instinto de poli empieza a hacer sonar campanas y no pierdo tiempo. Me meto el cuchillo en la bota y la pistola en el cinturón, a la espalda, cubriéndola con el anorak. Cojo las llaves del jeep, me pongo la gorra y salgo pitando del motel hacia el Escalade.

Pienso llegar al sitio con el tiempo suficiente para hacer las preguntas adecuadas.

Estas noches pasadas he estado intentando husmear en los bajos fondos para encontrar al humano metido en peleas callejeras al que buscaban los restrictores. Sin conseguir una soberana mierda. Esta gentuza sólo se reúne en sitios preparados por los promotores, que comunican a los luchadores por un SMS poco antes de la pelea, para que nadie tenga tiempo de irse de la lengua con la poli. O eres colega de los promotores, o no encontrarás el circuito hasta que te inviten.

Conduzco como maldito suicida, chirriando las ruedas en los semáforos en cuanto empieza a parpadear la luz roja. Anoche estuve en el “Death&Company”, el bar de mala muerte donde conocí a Van Dean hace unos días. Tiene toda la pinta de ser lugar de reunión de chusma variada. Tenía toda la intención de socializar con el vigilante, el tipo enorme que parecía colega de Van Dean. Fijo que es un luchador también. Pero Frank, como me dijeron que se llama, no tenía turno, así que visita en vano.

Esta noche meteré los hocicos a fondo en el asunto.

Bajo la velocidad cuando me acerco a Trade Street, preguntándome por un momento si V estará allí, gastando suela de bota en busca de no-muertos, y si estará bien después de cuarenta y siete horas sin vernos. Joder, O’Neal, claro que estará bien, es como un tanque con un cañón por mano.

Enfilo al norte, hacia la orilla sur del Hudson y ruedo despacio, observando. Yep, sí, el paisaje es como una mezcla de Oliver Twist y Mad Max: montonazos de antiguas naves industriales hechas una mierda, llenas de graffittis y algunas rodeadas por campamentos de caravanas de gente que no tiene otro sitio donde poner su culo a cubierto. Hay hogueras en bidones. En los cruces veo más coches que van en mi misma dirección y el impulso de llamar a Centralita y alertar al SWAT está ahí, al acecho. Mejor me hago la ilusión de que soy un poli infiltrado, saldré más cuerdo.

Aparco el Escalade entre unos contenedores de basura y echo a andar hacia la nave en cuestión, conteniendo escalofríos. La noche es como el puto círculo polar ártico, V debe estar cagándose en sus muertos porque el mamón odia el frío... Dale otra vez. Debe haber sido ese recuerdo de cuando era un enano, me ha dejado descompuesto. Me doy doscientas patadas mentales para ponerme

en situación y golpeo la puerta metálica de la nave con el puño. Un tipo salido de “Prison Break” me abre, con una pipa en la mano. Por si acaso. Le plantifico el móvil en los morros, mostrándole la pantalla con el mensaje que he recibido, a modo de invitación VIP.

—Pasa.

Muy amable, caballero, pienso.

Joderrrrrr... Menudo circo. A pesar de que he llegado rápido, esto ya empieza a estar frecuentado. Hay corrillos de chusma varia chocando puños y apretando muñecas, todos ellos con una lista de antecedentes más larga que una carta a Papá Noel, me juego mis huevos. Hay listillos haciendo negocio con neveras portátiles, vendiendo latas de cerveza como quien vende palomitas en el cine. Varios tipejos se mueven entre los grupitos, apuntando nombres en un papel: estos deben ser de la “organización”. Pinta que la noche va a ser larga y con un montón de peleas, a juzgar por el cacharro que han montado en el centro de la nave, bajo unos focos cuya electricidad deben haber pinchado de las farolas de la calle. Es una jaula: un ring elevado rodeado por sus cuatro costados de rejas metálicas. ¿Qué se han creído, que esto es “El club de la lucha” o qué mierda?

Camino entre los grupos, recibiendo algunos saludos. Parece que mi numerito de Jackie Chan poseído de la otra noche bajo el puente me ha ganado unos cuantos fans ¡Yepa! De puta madre. No es que me importe un pirulo, pero lo uso de palanca para entrar en las conversaciones. Todo es información de servicio: noche larga, mucha pasta en juego y los patrocinadores observando como buitres al acecho para encontrar nuevas promesas. Me dicen que Van Dean, mi supuesto padrino en este montón de mierda, es uno de los que va buscando luchadores. Ha citado a varia gente con la que hace tiempo que no trabajaba para probar su estado de forma, como a un tal Tim “el Pirata”, que firmó con él para algún negocio y al que, por el momento, no se le ha vuelto a ver. Recuerdo a ese tío, parche incluido. Le vi la noche de la pelea bajo el puente, estrechando manos con Van Dean.

—Sois un hatajo de viejas cotillas.

Me giro hacia el que ha hablado. Es el tal Frank, el gorila del “Death&Company”, mira por dónde. El tipo mira el corrillo como si calibrara las posibilidades de que alguno seamos soplones para meternos una bala entre las cejas. Se impone mucha sangre fría. Me encojo de hombros como si tal cosa y hago una seña a uno de los que venden latas para pedirle una.

—Me están poniendo al tanto de las reglas. Soy el nuevo, ¿no?— pago al latero y abro la cerveza, dándole un trago. Anda que no hacía años que no bebía esto, sabe a meado de caballo.

Frank se cruza de brazos.

—¿Dices que nunca habías peleado?

Meneo la cabeza con la lata en la mano.

—Nop. Me lo propusieron hace años pero entonces no entré.— hora de echar el cebo, a ver si los peces pican—. Fue un tipo albino en un bar. El muy cerdo olía como si no se hubiera lavado desde que le bautizaron.— me invento— ¿Anda por aquí? Se partiría la caja si viera que al final me he metido.

El gorila es grande, pero no imbécil. Me mira de reojo.

—No tenemos albinos entre los patrocinadores. Haces muchas preguntas.

Dejo de beber al momento. Con la lata en la mano y de perfil, le miro, con el ceño fruncido y sin parpadear.

—¿Me estás llamando madero?

—¿Por qué te metiste en las peleas? Tienes pasta y ropa cara.

—Porque partirle los dientes a alguien en un gimnasio pijo es una auténtica mierda, ¿sabes? Viene la poli, te ficha y, ¿sabes lo peor? Te echan del gimnasio, así que ya no puedes ir a aerobic al salir del curro.— le largo sin inmutarme—. Así que, eh, me parece de puta madre este tinglado. Al menos aquí puedo imaginarme que le estoy partiendo la cara a las dos ex mujeres que me están chupando la sangre con la pensión sin que los maderos me jodan las pelotas.

Frank me mira un momento y yo no me muevo. Esto acaba a risas o a tiros. Por suerte para mí, es lo primero. El tipo se echa a reír, relajando la postura.

—Ya me parecía que venías de buena familia.

No te haces a la idea, capullo.

Sigo con mi cerveza tranquilamente cuando Frank se despide de mí con un par de golpes en el hombro. Así que no hay paliduchos apestosos por aquí. Bueno, eso no quiere decir que no tengan un ojo metido en este mundillo: es la cantera ideal para conseguir restrictores de calidad. Joder, sólo imaginarme lo que podría hacer un escuadrón de luchadores profesionales bien adiestrados que

aguantan tres veces más que un humano se me ponen los pelos como escarpias. V y los demás lo tendrían puta.

Hablando de Vishous, ya han pasado cuarenta y siete horas y veintisiete minutos.

Como con las campanadas, llega Cenicienta lista para el baile. Tiro la lata de cerveza arrugada a un rincón cuando distingo la calva de Van Dean moviéndose entre una muchedumbre cada vez mayor. Esto se ha puesto como estadio de béisbol en día de concierto. Me quedo donde estoy, contra una de las columnas de la nave, cerca de la jaula, siguiendo los movimientos de Van Dean.

Muchos lo saludan, está claro que es zorro viejo en el mundillo. Charla con unos y otros un rato, apunta nombres en su lista y luego se lleva a Frank a parte. Van Dean y él cuchichean un rato largo en un rincón en sombras, en vez de hacer tratos con cervezas en la mano como todo el mundo. Llámame paranoico, pero me escama. Van Dean llama a alguien por el móvil, seguro que para acabar de cerrar el trato que sea. Luego estrecha la mano de Frank y otea la nave, localizándome al fin. Me enderezo un poco cuando se acerca para el numerito Conan de estrechar las muñecas y, en cuanto lo tengo a dos pasos, me quedo helado.

Enemigo.

No sé de dónde mierda me sale la palabra pero me estalla en el cerebro como un chicle de polvos pica-pica. Van Dean lleva algo... algo pegado. La sensación no sale de él exactamente, es como... mierda como quien se ha acostado con el demonio y se le ha enganchado un resto de olor a azufre. Un residuo. Los pelos de la nuca se me erizan y tengo un espasmo en el estómago. Oh, no. Joder, eso otra vez, no. Pero el episodio de yuyu se queda ahí, no me pongo todo aargh-uuuurg-poseído como con aquellos dos restrictores. Es más... como si hubiera captado los restos de un olor que no me gusta. Puta madre, ojalá estuviera aquí Vishous con su olfato. Porque yo ni olisqueándole la ropa como un chucho podría captar si Van Dean ha estado en contacto con restrictores.

Pero tomo nota.

VAN DEAN:

Menudos dos putos días de mierda. Bueno, productivos hablando de pasta pero mierdosos en cuanto a ego. He estado entrenando a los secuaces de Xavier los dos días y Tim “el Pirata” me ha dado metafóricamente por culo todo lo que ha querido. No sé que cojones le han hecho, pero el mamonazo no se cansa, no suda. No le crujen las junturas por la edad, ni las antiguas lesiones. El tipo es una puta

máquina, pim-pam, pim-pam, puede estar dando puñetazos toda la noche sin parar.

Al final va a ser verdad que Xavier tiene la cura contra la edad. Con sus pintas, lo mismo tiene algún laboratorio clandestino donde produce alguna mierda de droga con anabolizantes que deja como efecto secundario el olor a moho de todos los suyos y que los veteranos tengan los colores desteñidos. Eso ha de ser.

Empieza a interesarme el asunto.

Pero ahora toca hacer más pasta. Acabo de salir directamente del entrenamiento con los paramilitares de Xavier, no he tenido tiempo ni de ducharme, pero la pelea de esta noche lo vale. Todos los veteranos del circuito junto con varias nuevas promesas, como “el Duro”. Buen momento para seguir reclutando gente para Xavier... como Frank. Estuve pensando en él estos días. Al tipo le hierve la sangre por pelear, pero tiene que pagar el alquiler como todos y por eso trabaja de segurata en el “Death&Company”. Puede que le interese unirse a las patrullas de Xavier.

Le veo en mitad de los corrillos y charlamos un buen rato en un aparte. Es cosa hecha en cinco minutos. Veo el interés en sus ojos, así que cumplo mi parte. Llamo a Xavier, informándole de otro posible candidato para que sus hombres pasen por aquí a buscarle cuando la noche esté más avanzada, para que Frank no se pierda las peleas. Después de despedirme de él me fijo en un tipo alto y fuerte con un anorak negro que me mira, apoyado en una columna... “el Duro”. Ha venido, cómo no.

Me acerco a él para buscarle una pelea cuando me sorprende el cambio en su expresión. Se pone tenso al momento, mirándome con dos balas por ojos, y diría que retrae los labios como los perros ¿Pero qué mierda..? La máscara de rabia le dura sólo un segundo, aunque aún así se me queda observando con desconfianza.

—¿Todo bien, compadre?— pregunto en tono de advertencia. Tendría que ser gilipollas para intentar atacarme, rodeado de luchadores que quieren ver la sangre en el ring, no fuera.

—Ganas de pelear. Es todo ¿Qué tenemos?— me gruñe.

Ya... puede que sea eso, pero me archivo su expresión. Saco la lista y empiezo a emparejarle. Empezaremos por Alex “el Toro” Coleman, veamos cómo se las apaña con un tío que es como un cañonazo en el ring. Y, si gana, le colocaré una segunda pelea. Mark “la Cobra” Hall sería una buena elección. Rápido como una auténtica víbora, un jodido desafío.

—Vale, “Duro”, escucha. En la primera ronda vamos a full contact: valen puños y pies, no rodillas, y siempre por encima de la cintura, a KO. Si ganas ese combate, pillas 4.000, ¿estamos?

—Oído cocina.— el listillo sigue mirándome sin parpadear. Como si la pasta le importara una mierda.

—Bien, la noche será larga. Puedes tener una segunda pelea. Ésta será jodida, las de la segunda ronda son vale todo. Manos, piernas, codos, rodillas, cabeza, de pie o en el suelo, palancas y estrangulaciones. A KO o por abandono. Si quieres parar, tres palmadas. El premio son 6.000 y la posibilidad de entrar... en otros negocios. ¿Estás dentro?

—Lo estoy. Me interesan los otros negocios.— “el Duro” se saca el anorak con un gesto curioso que identifico al momento: ha envuelto en él la pipa que debía llevar en la parte de atrás de los tejanos. Bueno, como todos por aquí.

—Primero lúcete en éstos.

Me acerco al árbitro para darle mis listas de luchadores. Esta va a ser una buena noche.

BUTCH:

Cuarenta y nueve horas después de haber salido de la mansión, me siento como Lobezno en la primera peli de “X-men”, pero bastante más apaleado.

Apoyo la espalda contra uno de los lados de la jaula, con los puños levantados frente a mi cara y los antebrazos cubriendo mi pecho, respirando como un animal extenuado. Me sangra el labio, la nariz y veo chispas de colores ante los ojos. Frente a mí, el tal “Cobra” me observa, igual de jodido que yo pero sin dejar de balancearse sobre sus pies. Puto chinche de mierda, qué rápido es el hijoputa.

Este asalto será el definitivo. Ni él ni yo aguantaremos mucho más. Sólo espero no salir de aquí en una caja de pino.

La primera pelea con “el Toro” fue bastante rápida –un puñetazo directo en las cervicales suele terminar las cosas de manera eficaz- pero joder, cobré lo mío. El tío parecía un miura de verdad: golpes como leñazos, la versión humana de Rhage. Una de sus patadas me dejó las tripas como puré de patatas.

Como hacía mi padre.

Gruño para centrarme, retrayendo los labios a saber por qué. Cabreado por haber tenido esos recuerdos, porque el hijo de puta de Eddie O’Neal se haya colado en mi vida de adulto, que ya era bastante jodida sin sacar los demonios a pasear. Y sin embargo aquí estoy, metido en peleas ilegales para desfogar agresividad y frustración. Al final, resulta que me pareceré a papaíto.

El pensamiento me pone frenético a morir y me digo que el tipejo que tengo delante probablemente es más delincuente que Al Capone, no un niño indefenso. El pensamiento enciende esa parte chunga de mi cerebro recién descubierta que me dice que ese luchador es un enemigo que debo abatir para proteger a los demás. Figúrate.

Justo a tiempo, porque el “Cobra” se me viene encima con toda la intención de encadenar otra serie de golpes fulminantes dirigidos a mi cabeza. Y una mierda. El instinto me lleva a hacerme a un lado, apartándome de su trayectoria a tiempo de ponerme a su espalda, levantar la pierna izquierda y clavarle la rodilla en los riñones con fuerza suficiente para reventárselos. El tipo cae al suelo, aunque se aferra a mis tobillos, tirando de mí. Doy de bruces sobre el ring, pero me vuelvo boca arriba con la rapidez de la adrenalina.

Para ver al “Cobra” saltando sobre mí con una rodilla doblada... que impacta en mi vientre, justo donde “el Toro” había hecho su trabajo antes.

Estoy jodido. Del todo. O acabo con él ya o perderé el conocimiento.

Aferro la rodilla del “Cobra” con ambas manos, retorciéndosela con un gesto seco hasta que oigo un “crac” acompañado de un grito de soprano de ópera. Y un rugido de la multitud. Consigo la distracción necesaria para empujar al tipo de encima de mí, tumbarle en el suelo boca abajo, tirarme sobre su espalda, inmovilizarle un brazo hacia atrás y pasar mi brazo derecho por delante, apretando su garganta. El “Cobra” empieza a boquear y a jadear mientras el dolor en las tripas hace que se me nuble la vista. Pero sigo apretando. A un enemigo no se le suelta nunca. Nunca.

—¡SUÉLTALO! ¡SE HA RENDIDO! ¡”DURO”, SUÉLTALO YA O ESTÁS DESCALIFICADO!

Retiro los brazos de golpe y me enderezo como puedo, parpadeando para aclararme la vista. Me llevo una mano al vientre mientras ojeo alrededor, con el árbitro mirándome como si yo estuviera poseído. La chusma grita y el árbitro me levanta el brazo libre, proclamándome ganador. Anda y que te follen, hombre. Libero el brazo y salgo de la jaula tambaleándome de un lado a otro. Estar a punto de cumplir los 38 es una soberana mierda; dos peleas en una noche y estoy como si me hubiera atropellado un tractor. O a lo mejor han sido esos golpes

en las tripas, yo qué mierda sé. Me pongo el anorak, disimulando la pipa, mientras me acerco a Van Dean, que está hablando con Frank.

—Los hombres de Xavier te esperan fuera.

—OK, voy. Gracias por el negocio.— Frank le palmea un hombro a Van Dean.

Apoyo una mano en una columna para sostenerme, más mareado a cada minuto. ¿Xavier? Tengo que retener ese nombre, puede ser importante, pero las cosas se me escapan ahora mismo. La cara de matón de barrio de Van Dean aparece delante de mí mientras cuenta billetes de un fajo.

—Lo acordado, “Duro”, 6.000 para ti.— me tiende los billetes y me los meto en el bolsillo interior del anorak. Como que estoy para contarlos ahora, si no me veo ni las manos—. Puede que hablemos de negocios en otro momento.

—En otro... momento... será.— jadeo antes de pasar de su cara y abrirme camino entre las palmaditas de la gente para seguir a Frank.

Tengo que echarle un vistazo a esos hombres del tal Xavier, sólo para salir de dudas... sólo... Toso mientras salgo de la nave y, cuando me paso la mano por la boca, veo sangre en ella. Genial, ¿me habrán roto algún diente? Es lo que me faltaba para que Marissa se muera por mis huesos... ¿o era Vishous? Bah, qué más da... estoy perdiendo la cabeza.

Ojeo la calle a ambos lados hasta donde llega mi vista nublada. Distingo un Ford antiguo a dos calles y apostaría mis ahorros a que quien se está subiendo es Frank. Tengo que seguirles. El Escalade... ¿dónde mierda dejé el puto jeep? Corro cojeando hacia los contenedores, aguantándome las tripas, que parece que se me estén deshaciendo por dentro.... debilitándome. Me agarro al capó del coche cuando llego a él, usándolo de apoyo para llegar a la puerta del conductor y abrirla. Cuando me desplomo en el asiento y se me encoge el estómago vuelvo a toser sangre.

—Vamos... O’Neal... es una pista... Tiene... que serlo.— mascullo, sacudiendo la cabeza para aclarármela.

Arranco el Escalade dando bandazos, intentando seguir al Ford. No veo un semáforo que estaba en rojo y tengo que esquivar una furgoneta que se me cruza delante, haciéndome perder tiempo. Me froto los ojos con una mano, pero no se aclaran y el estómago cada vez duele más. Hago una mueca de dolor mientras me esfuerzo por no perderles. En un momento de distracción, invado el carril contrario. Suerte que es de madrugada y no hay nadie.

¿Hacia dónde van? Enfilan la avenida de salida de Caldwell por el sureste y cogen la desierta carretera 66, la misma dirección que hacia la mansión de la Hermandad y los bosques y...

Me doblo de golpe, tosiendo sangre que mancha el salpicadero en un estallido. El Escalade da dos bandazos y doy un golpe de volante por instinto, intentando corregir la trayectoria... pero no veo. No sé si estoy encarándolo hacia la carretera o hacia el arcén. Doy otro volantazo, pero mis manos no tienen fuerza y resbalan por el puto cuero. El Escalade pierde el control y se precipita por la cuneta, patinando. La nieve se ha helado y yo no veo ni puedo coger el volante y no me he atado el puto cinturón porque...

¡CRASH!

La colisión seca de morro contra un árbol es tan bestia que estrello la frente contra el volante, reboto para golpearme la nuca contra el reposacabezas y vuelta al volante.

El claxon del Escalade muge cuando me quedo desplomado, pero da igual. Nadie me encontrará en una puta carretera comarcal a las cuatro de la madrugada en invierno.

No veo nada porque la sangre me resbala en los ojos. Está oscuro, tengo frío y sólo se me ocurre pensar en Vishous, en su luz. Si me muero, el mamón me matará.

¿Tiene sentido? No, pero tampoco lo tiene eso de lo que me he dado cuenta.

Con el último hilillo de conciencia que me queda, a punto de echar a volar por el túnel blanco, admito para mí lo que no he querido acabar de confesarme con todas las letras en cincuenta horas y dos minutos.

Deseé a V. Por un momento, deseé probarle. Igual morirme no es una mala solución, después de todo.

A ver qué mierda iba a hacer yo viviendo con ese conocimiento.

La Magnum Desert Eagle 5.0 es la pistola que se compra Butch, con el cañón reforjado para que no contenga número de serie. Se trata de una pistola semiautomática de gran calibre (50), enorme potencia de fuego aunque con un cargador de sólo nueve cartuchos. Por su envergadura, es difícilmente camufable, pero tiene potencia suficiente como para atravesar un blindado ligero. Se le puede acoplar un silenciador y una mira telescópica.

El cuchillo que se compra Butch en los bajos fondos. Es un Boker Bowie, un cuchillo de caza bastante popular en USA. Supone la evolución moderna del Bowie, un cuchillo que lleva el nombre de quien se supone que lo esgrimió por primera vez, Jim Bowie, el comandante de los voluntarios de El Álamo. La versión moderna que lleva Butch tiene una hoja de casi 20 cm.

[ESCENA 22-sexo explícito]

VISHOUS:

El ruido es lo que me conduce hasta Butch, no mi sangre en su interior. Eso apenas lo percibo.

Me materializo en algún punto de la carretera 22, frenético a morir, mirando a un lado y a otro. Sólo veo asfalto negro, oscuridad y taludes de nieve a los márgenes. Más allá, campos y bosque poco denso.

¿Dónde COJONES estás, poli? ¿Qué mierda has hecho? ¿Dónde...?

Oigo un claxon a lo lejos que pita sin parar, como si alguien hubiera dejado una piedra encima para que sonara todo el rato... o una cabeza desplomada. Mierda, mierda, tres millones de veces mierda, de ésta mato a Wrath y luego al poli, si es que no... NI. LO. PIENSES. HIJOPUTA. Veo marcas de rodaduras en el suelo, anchas como los neumáticos del Escalade, que trazan algo parecido al baile de un borracho. ¿Has conducido hasta el culo de whisky y te has salido de la calzada, hijo de Satanás?

No me desmaterializo hacia el origen del ruido porque las manos me tiemblan tanto que no puedo concentrarme ni muerto. Corro. Echo a correr tan rápido como me dan las putas piernas por la carretera desierta, siguiendo las rodaduras. Oh, joder, mierda puta... El talud de nieve que forma una pequeña muralla en el arcén está aplastado justo donde las marcas de las ruedas se salen de la carretera, hacia el campo. Hundo las botas en la nieve, medio resbalando, y entonces lo veo: la masa negra del Escalade empotrada contra un abeto, con las luces de emergencia parpadeando y el claxon atronando.

—De ésta te mato... verdammte cop [maldito poli]... te voy a dar tal paliza que te romperé todos los huesos... köcsög [hijo de puta]

Me dejo caer por la cuneta hacia abajo, patinando en los surcos que ha dejado el jeep. Joder, ¿tan borracho ibas que te has despeñado llevando tracción a las cuatro ruedas, mamón, hijo de puta?

—¡BUTCH!— grito en cuanto estoy cerca del jeep.

Abro de un tirón la puerta del conductor, dando gracias porque el idiota no haya conectado el cierre centralizado... y me lo encuentro desplomado sobre el volante, con la cara girada hacia mí, los ojos cerrados y sangre resbalando desde un corte en la frente. No sé cómo, pero me fijo en la gorra de los Sox tirada en el asiento del copiloto. El capullo no se puso la maldita gorra de la suerte.

—Mierda. Hijoputa. Mierda.— me paso las manos por el pelo y, por un instante, mis millones de neuronas se quedan en pausa, congeladas—¡PIENSA, JODER!— me grito, dando una patada a la rueda del jeep.

Tengo que tumbarlo para poder examinarle. Dios sabe qué lesiones puede tener. ¿Conmoción cerebral? ¿Latigazo cervical? Eso para empezar. Corro hacia el maletero del jeep, lo abro, saco la caja del botiquín que siempre llevamos, abro la puerta trasera de pasajeros y la tiro allí, dejándola abierta.

—Vamos, compañero.— murmuro cuando vuelvo al lado de Butch, poniendo una mano en su frente para levantarle la cabeza del volante con cuidado. El claxon deja de sonar y él gime. Bien, bien, bien... sigue con vida y con algo de conciencia—. Venga, puto irlandés, eres demasiado cabezota para morirte.— le digo mientras le rodeo con el otro brazo para poder sacarlo del coche sin soltarle la cabeza, protegiéndosela por si tiene una conmoción. Vuelve a gemir—. No me vengas con quejas de que te tenga que llevar en brazos, maldito imbécil, no haberte puesto a conducir con un pedo de la mierda, joder.— sigo mascullando por lo bajo hasta que lo saco del asiento del conductor, apoyando todo su peso sobre mi cuerpo. En cuanto lo tengo casi recto, de pie, suelta un grito de agonía mientras intenta doblarse, matándome del susto—. Vale, vale, vamos a ver qué tienes, aguanta, tahlly, maldita sea.

Estoy a punto de morderme la lengua hasta arrancármela por el puto lapsus en el Idioma Antiguo, pero que me follen, atender a Butch es más importante. Lo arrastro hasta los asientos traseros, tumbándolo en uno de ellos y cerrando la puerta para que no se congele. En cuanto lo hago, el anorak que lleva se le abre y empiezan a resbalar billetes de los grandes, atados en fajos.

¿Pero qué...?

—¿En qué coño te has metido, poli?— murmuro mientras le quito el anorak para poder explorarle.

Noto algo duro que lleva en la baja espalda, aguantado en los tejanos, y meto la mano bajo él para sacárselo. La hostia... Una Magnum Desert Eagle del calibre 50. ¿Qué cojones hace el poli con este puto misil en...? Butch gimotea como un miserable y los labios se le manchan con un esputo de sangre.

No. Eso no.

Le levanto el jersey y la camiseta para poder ver su vientre. El círculo negro del Omega es del tamaño habitual y no huele a mofeta, sólo a sudor y a sangre, así que nada de cena de restrictores. Con cuidado, palpo su vientre con las yemas de mi mano sin guante. M.I.E.R.D.A. Está hinchado y distendido. Incluso con la poca presión que aplico, otro hilo de sangre resbala por su comisura.

Hemorragia interna abdominal. Butch se está desangrando por dentro.

Y, por su piel del color de la cera, no le queda mucho.

Me quedo en cuclillas entre las dos filas de asientos, con los puños apretados y las mandíbulas crujiendo de la presión, la cabeza a punto de estallarme y un sudor frío bajándome por la espalda. Butch se muere. Diez minutos más y será un cadáver en el jeep. El jodido irlandés que ha conseguido que yo piense en algo más que en dedicar mis noches a despedazar enemigos y someter sumisas está a punto de convertirse en un cuerpo que se pudrirá en una tumba anónima. Butch está a punto de dejarme, porque no tengo tiempo de llevarle a un hospital humano ni de vuelta a la mansión, donde tampoco podría salvarle porque no soy tan jodidamente buen cirujano ni tengo sangre humana almacenada para una...

...transfusión.

Levanto la cabeza del suelo hacia Butch tan rápido que casi me desnuco. Ni lo pienses. Está prohibido. Jodidamente. Es humano. Un macho humano.

¿Y? Ya lo hiciste una vez, ¿recuerdas? Le diste un sorbo de tu sangre. Gracias a eso le encontraste después de su secuestro y también ahora.

Respiro fuerte. Entonces lo hice porque lo vi, porque una estúpida visión me dijo que debía hacerlo. Y fue un sorbo mezclado con vino. Sólo un sorbo. Ahora necesitaría mucho más que eso. La sangre de un vampiro puede regenerar heridas internas en un humano, pero... también puede matarle.

Morirá de todas formas, ¿no? Además, se supone que debéis estar juntos, hacia el cielo y toda esa mierda ¿Cómo vais a hacerlo si él muere? Total, ya le has mordido y bebido de él y eso también está prohibido ¿Cuándo te han importado las reglas?

Gruño y me estoy quitando la gabardina y el arnés de las dagas a tirones antes de acabar la conversación con mi conciencia. A la puta

mierda las leyes de la raza. Al infierno lo que Wrath pueda pensar y a tomar por culo las visiones. Butch no va a morir porque no me sale de las pelotas. No mientras yo pueda evitarlo. Y tengo que hacerlo antes de que pierda la conciencia o no podrá tragar.

—Venga, poli, aguanta. Vas a tener que confiar en mí, ¿cierto? Vas a tener que hacerme caso.

Murmuro mientras le incorporo con cuidado para poder sentarme yo en el asiento, apoyando mi espalda contra una de las puertas del Escalade y tumbando al poli entre mis piernas, con su espalda contra mi pecho. Si con un único sorbo se revolvió como si le electrocutaran... joder, no tengo ni idea de lo que va a pasar ahora, pero tengo que poder sujetarle. Su cabeza cae floja hacia atrás, sobre mi hombro izquierdo, y no me entretengo en más pensamientos. Tomo aire, me llevo la muñeca izquierda a la boca y hundo los colmillos en mi vena.

MIERDA PUTA.

Duele de cojones, joder, es la primera vez que se me ocurre morderme. No sé cómo el puto poli pudo pensar que era como una mamada. Gruño y saco los colmillos con un movimiento brusco, desgarrando las heridas que me he hecho para ensancharlas. La sangre empieza a manar a pequeños borbotones y duele a punzadas que es un contento. Afianzo a Butch contra mí pasando el brazo derecho sobre su tórax y llevo la muñeca sangrante a su boca.

—Bebe, idiota.— le siseo en el oído—. Bebe si quieres vivir.

Butch mueve débilmente la cabeza, sin fuerzas para gemir.

—La madre que te parió, estúpido de mierda. Si se te ocurre rendirte sin pelear y dejarme solo juro que reviento el Fade o el cielo de tu dios hasta traerte de vuelta, maldita sea.— presiono la muñeca contra su boca, mojándole los labios con mi sangre, pero el muy animal no bebe, se le está agotando el tiempo y estoy a punto de perderlo—. Me he pasado la puta vida solo y ahora no voy a dejar que te marches, ¡BEBE DE UNA PUTA VEZ!

Le grito en el oído, sacudiéndole con el brazo derecho, a ver si le entra en su dura mollera irlandesa y...

Los labios de Butch rodean las heridas de mi muñeca, suaves, y me quedo inmóvil como una jodida estatua. Su lengua húmeda roza los agujeros de mis colmillos y me recorre un escalofrío de los pies a la cabeza. Luego ciñe la boca contra mi muñeca y chupa, débilmente.

Por la puta madre.

El escalofrío de antes se convierte en CALOR. A lo grande. Desde mi muñeca hasta todos los jodidos rincones de mi cuerpo, incluyendo la perra que tengo bajo los pantalones. Soy un pervertido que merece el infierno. El Dhunhd. Lo que se reserve a mi raza. Porque Butch se está muriendo en mis brazos y yo me estoy poniendo cachondo como un...

Traga. En el silencio del jeep oigo el sorbo de mi sangre cuando pasa por su garganta. Butch se me está bebiendo directamente de mi vena, con su lengua sobre las heridas y su boca sobre mi muñeca.

Gracias al cielo que está ido. Porque echo la cabeza hacia atrás contra el cristal de la puerta y gimo como si me la estuviera chupando.

BUTCH:

Es la voz. O el olor. A lo mejor las dos cosas.

Esto es por lo que estaba rezando en el suelo de mi habitación después de que mi padre me haya dado otra soberana paliza. Por eso me duele el estómago, la cabeza y la cara, ¿no? Porque papá acaba de pegarme. Otra tunda que casi me envía al otro barrio porque soy malo y me lo merezco y nadie me quiere a su lado y porque tengo algo retorcido metido en las tripas. ¿O eso pasó hace años? No lo sé. Pero sí que lo que había querido, la familia que buscaba, quien me respeta, quien me valora y quien me necesita, está aquí.

Oigo su voz, no le entiendo pero le oigo. Es baja, ronca y es la que necesito oír. Me quedo escuchando esa voz que no sitúo; sé quién es, pero no puedo... da igual, confío en esa voz con lo poco que me queda de vida. Es por quien rezaba de pequeño. Me está sosteniendo, el calor me rodea y hay un olor a mi alrededor que me dice que estoy en casa, que me tranquiliza y me espabila a la vez. Estoy demasiado ido para darle un nombre a esta persona, pero tira más de mí que el aburrido túnel de luz blanca. Algo se aprieta contra mi boca... algo que sabe metálico. No me gusta. Pero escucho esa voz otra vez y entiendo algo: “Me he pasado la puta vida solo y ahora no voy a dejar que te marches, ¡BEBE DE UNA PUTA VEZ!”

Yo también me he pasado la puta vida solo. Y no voy a alejarme de esto ahora que lo he encontrado. No sé qué tengo que beber, pero lo hago.

Confío en la voz, en el olor y en el calor.

Pruebo el sabor con la punta de la lengua y me estalla en los sentidos, medio muertos como los tengo. Tendría que pensar que no me gusta. Lo sé. Pero no es cierto. Hay... algo. Quiero eso, lo que me

ofrecen. Lamo suavemente, sé que tengo que hacerlo así, anda a saber por qué. A lo mejor cuando te mueres te vuelves loco del todo, o la civilización que te han enseñado se te va a la mierda. Yo qué sé. Lo que se aprieta contra mi boca tiene una piel suave, impregnada de ese olor que sé que es para mí y ciño los labios, chupando y tragando.

Dios Santo Todopoderoso que estás en los cielos.

Es fuego. Una pequeña canica de fuego líquido que baja por mi garganta, incendiándolo todo a su paso. Siento cómo cae por mi esófago hasta el estómago y allí, ¡paf!, detona, se fragmenta y se expande, incendiando todas mis células. Me sacudo cuando parece que me estén quemando vivo por dentro y, ¡Dios!, mis tripas duelen como si me las estuvieran cosiendo sin anestesia pero, que me jodan, esto es imparable. El fuego sigue expandiéndose hasta llegar a mi polla, trepando por ella y poniéndomela dura al segundo hasta brotar por la punta en forma de líquido.

Joder, creo que me estoy muriendo y a punto de correrme a la vez.

—¡Estáte quieto, maldita sea! Sigue bebiendo pero estáte quieto o no respondo, estúpido.

La voz suena en mi oído junto con algo suave que me roza la mejilla, como pelo. Me gusta, lo sentí hace poco, ¿verdad? En alguna situación incómoda de cojones pero, mieeeeeerda, ahora mismo el fuego está a punto de hacerme estallar la polla y esa sensación es la que quiero. Me arqueo hacia arriba y alguien me ciñe el pecho con fuerza para mantenerme quieto. Jadeo, con ese líquido infernal acumulándose en mi boca otra vez. Lamo la fuente del líquido, una y otra vez, porque es lo que hay debajo, la piel, lo que quiero alcanzar. Suena un gemido ronco contra mi oído y ese olor que me gusta se hace más fuerte. Mierda, sí, más de eso.

Trago una segunda vez y por la madre que me parió que esto no hay quien lo pare.

Me convulsiono para después mecerme, buscando ese calor y esa dureza contra la que me apoyo, pero entonces el sorbo de infierno se desparrama en mis tripas, soldándomelas, y el resto me golpea las pelotas y la polla. Echo la cabeza hacia atrás, intentando gemir o gruñir o lo que sea cuando las bolas se me contraen, duras como piedras, matándome de dolor un segundo para después, ¡paf!, liberar de golpe una descarga que trepa por mi polla entre espasmos, saliendo a chorro. Pero no me puedo liberar, mierda, algo me aprieta, y después de derramarme la muy jodida sigue más dura que antes porque hay algo que no está como...

—Mierda, poli, sigue así y me correré, cabrón de los cojones...

Algo me roza el cuello. Afilado, como dos agujas.

Parte de lo que me falta. Ahí está parte de lo que me falta. No sé qué coño estoy haciendo pero no puedo pensar, no sé dónde mierda estoy, si muerto del todo o soñando. Da igual, si es un sueño ahí se quedará y, si estoy muerto, también.

Me estoy quemando por dentro y puedo hacer lo que me dé la puta gana.

Inclino la cabeza a un lado.

VISHOUS:

Va a matarme. Este jodido animal me va matar. Butch no para de moverse encima de mí, entre mis piernas, frotándose el culo contra mi polla mientras se contorsiona bebiendo mi sangre. Mi jodida sangre que le está curando como malditamente tiene que ser, sólo para él, sólo para mi humano. Jadea como si estuviera follando mientras me lame las heridas antes de tragar, el cabrón sabe lo que está haciendo. Y yo puedo imaginarme perfectamente su boca alrededor de mi polla, tragándome arriba y abajo, lamiendo mis venas con su lengua...

Lo que nunca le dejaría hacer a nadie pero esto es una puta locura, sólo está pasando en mi cabeza y entonces es seguro. Puedo disfrutarlo.

El poli arquea el cuerpo de golpe, separándose de mí, y tengo que apretarle más el pecho con el brazo derecho para no irnos de morros al suelo del jeep. Joder, qué fuerza tiene el mamón para ser humano, como tiene que ser en un macho. Cómo pelearíamos los dos antes de inmovilizarle contra el suelo y meterle la polla hasta el fondo... Butch daría guerra hasta el final, siempre a mi altura.

Luego vuelve a caer sobre mí y se mece, rápidamente, frotándome la polla con el culo con cada movimiento. Por la puta madre que me voy a correr en los pantalones... gime fuerte, grave, y me eriza la piel de todo el cuerpo, así es como quiero oírle, desnudo debajo de mí, vivo... El olor de su semen cuando se corre de golpe gracias a mi sangre me llega hasta la nariz y me deja al borde de irme yo también y de que mi autocontrol se haga añicos. Los colmillos me raspan el labio inferior y salivo del esfuerzo de contenerme para no hundirlos en el cuello de Butch cuando le advierto.

—Mierda, poli, sigue así y me correré, cabrón de los cojones...

Y entonces la caga. Hasta el fondo. Con la cabeza contra mi hombro izquierdo, la gira, dejándome vía libre a la gruesa vena de su lado derecho de la garganta.

Rujo. Desde el fondo del pecho, revolviéndome debajo de Butch.

No lo hagas, hijo de puta. El poli está medio inconsciente, drogado por tu sangre y no sabe lo que coño está haciendo. No lo hagas o vuestra amistad se irá a tomar por culo.

Justo entonces, Butch lame mi muñeca en toda su extensión antes de sorber con fuerza.

Buen intento, conciencia. Hiciste tu trabajo. Pero un macho sólo puede aguantar hasta cierto punto.

Retraigo los labios, rujo y los clavo en su vena de una sola estocada. Butch libera mi muñeca un segundo para soltar un grito ronco y masculino, antes de volver a buscar mi vena a tientas. Aprieto mi muñeca izquierda contra su boca para que chupe de mí mientras mantengo mis colmillos enterrados en su cuello. Butch vuelve a removerse como un psicótico, clavándose mi polla en su culo a través de las capas de ropa y a mí se me derrumba el autocontrol. Lo deseo. Nunca me ha pasado esto, jamás. El único hijoputa que me importa ha estado a punto de morirse en mis brazos por segunda vez, mis instintos están como caballos desbocados y no sé cómo coño controlar esto porque nunca me había enfrentado a algo parecido. Desclavo los colmillos, haciéndole gemir, y pego mi boca a las heridas de su garganta, sorbiendo como si me pudiera beber su alma. Butch chupa de mi muñeca y los dos tragamos a la vez.

Joder, sí.

Me corro en los pantalones en el momento en que su sangre me baja por la garganta, estallando a lo bestia. Luego me pueden juzgar por impío o por hereje o por lo que les salga de las entrañas, pero esto no me lo pueden quitar. Es la primera vez en más de tres siglos que estoy tan cerca de alguien, que bebo de otro ser mientras beben de mí y es Butch. No hay máscaras ni mordazas y no sé cómo demonios voy a parar esto. Doy otro trago y el poli gruñe, removiéndose todavía más. Está intentando hacer algo, ya coordina algo más y se lleva las manos... a la bragueta de los tejanos.

Hostia... puta.

Sé lo que hace la sangre de vampiro en un humano. Mierda, vi lo que le hizo a Butch cuando le di un sorbo en un vaso hace meses, el tipo se corrió como un animal. Así que, ahora que lleva tres, debe sentirse como drogado con viagra a dosis de dinosaurio mezclado con cuatro chutes de heroína en la polla... Lamo las heridas en su cuello con

rapidez, de una pasada, porque tengo que ver lo que mierda está haciendo, y él se desembaraza de mi muñeca contra su boca. Con manos temblorosas se desabrocha el cinturón y forcejea con los botones. Me quedo rígido, fulminado por las ganas de ser yo quien le saque la polla, pero el espectáculo me tiene inmóvil, con el poli sobre mí.

Butch se desabrocha toda la bragueta y veo aparecer sus bóxers negros mojados, hinchados. El camino de vello humano baja desde su ombligo hasta ahí y es como un puto imán. Gimiendo con la cabeza contra mi hombro, tira de sus pantalones y de los bóxers a la vez. La punta de su polla asoma bajo la tira elástica. Grande, roja de sangre acumulada y brillante de semen. Jadeo en su oído cuando la mía palpita como una zorra desquiciada.

Para esto, V, páralo, maldito mirón pervertido, porque mañana no os podréis dirigir la palabra.

Entonces Butch mete la mano bajo su ropa, se la saca y a la mierda cualquier pensamiento de parar. La verga del maldito humano es grande, ancha, con venas que la surcan. Bajan desde su vientre hasta la polla que se iergue entre vello oscuro. Macho. Puedo ver la semilla que resbala densamente desde la punta y se me hace la puta boca agua. Butch está a punto de reventar, lleno de sangre de vampiro que le está provocando este calentón inhumano. Se contorsiona sobre mí con los ojos cerrados y sus abdominales se marcan cuando se coge con fuerza, subiendo el puño hacia arriba hasta estrujarse la punta de la polla, salpicando de más líquido. Su otra mano baja más allá y se agarra las pelotas, gruñendo sobre mí.

No tiene ni maldita idea de lo follable que está, es lo más putamente sexual que he visto en mi vida, está vivo, está aquí conmigo y así es como se va a quedar porque Butch es m...

Un gemido de animal en celo que sale de su boca entreabierta me interrumpe la puta palabra que iba a pensar y sólo puedo sostener a Butch por el pecho con las dos manos mientras se saca fuego de la polla ante mis ojos. Joder, que estoy brillando como una bengala de posición pero él está contra mí, sin quemarse, pasándose el pulgar alrededor de la cabeza de su polla y volviéndome psicótico. Los músculos de sus brazos se tensan cuando se arquea, presionándome la polla con su culo y arrancándome un jadeo dolorido.

A la puta mierda, no puedo más.

Forcejeo debajo de Butch, intentando mantenerle sobre mí con el brazo derecho para que no se esmorre mientras meto la mano izquierda entre nuestros cuerpos, en busca de mi bragueta. O me la saco o se me rompe a cachos, maldita sea. Me remuevo un poco, intentando conseguir algo de espacio mientras el poli se la está

meneando cada vez más rápido sin darse ni cuenta, con los ojos cerrados, y el Escalade huele a sexo como una bomba de neutrones. Rompo dos botones, tiro del tercero y gruño cuando al fin puedo sacármela. La jodida cosa está tan pringada como la del poli, dura como el acero y dolorida de haberme corrido en los pantalones de cuero. Me la aprieto fuerte y subo y bajo un par de veces, encajando las mandíbulas cuando estoy a punto de...

—¡JODER!

Butch se revuelve encima de mí con tanta fuerza que casi se me escapa. Miro hacia abajo por encima de su hombro a tiempo de ver cómo se derrama, cremoso y abundante, con las venas de su polla que deben estar latiendo como condenadas de la sangre acumulada y apretándose fuerte las pelotas con la otra, con los abdominales en tensión y los brazos a punto de reventar. Mierda, qué jodido espectáculo. Mi mano izquierda vuela sobre mi propia verga, deseando que fueran mis manos quienes hubieran arrancado esa corrida al poli, que esta puta locura no se haya acabado, a pesar de que Butch es humano y no puede aguantar tantas veces seguidas.

¿Dije que no podía?

Vuelve a sacudirse con los espasmos de mi sangre corriendo por sus venas y su polla sigue igual que estaba, hinchada, dura y brillante de semen. Tres sorbos de sangre vampírica curan pero convierten a un humano en un infierno. Butch da tal rebrinco que casi nos envía a los dos de hocicos al suelo y bajo el brazo derecho desde su pecho a su vientre para sujetarlo con más fuerza, rozando el vello oscuro en su ombligo, sin poder sentir su tacto por el maldito guante.

—Mier-da, sí...

El poli murmura con la voz caliente y rasgada y entonces pasa. Me coge la mano enguantada y la arrastra hasta su polla.

Puta Virgen en el Fade.

BUTCH:

Morirse es la leche. O debo estar ardiendo ya en el infierno porque ahora mismo me siento como si me estuvieran cociendo en una olla pero flotando en el cielo al mismo tiempo.

Quería esto, ese dolor en el cuello, los labios en mi vena y ese sonido... por los clavos de Cristo, ese sonido al tragar es el que he tenido metido en el cerebro durante días. Junto con la sensación húmeda de esa lengua acompañada del roce suave del pelo y de la

perilla. Joder, es como si las compuertas de una presa hubieran estallado de golpe sin que hubiera sido capaz de prever que la presión que soportaban era tan bestia. Así que sólo he podido bajarme los pantalones y meneármela porque es la única forma de aliviarme. A pesar de eso, cuando he vuelto a correrme me he quedado igual que estaba: lleno a reventar porque mi mano en la polla no es lo que quiero.

Yo he estado pensado algo durante varios días, ¿verdad? Sip, que deseé probar algo prohibido, por un instante. Y ese algo prohibido debe estar aquí conmigo, en el cielo o en el infierno, o a lo mejor estamos como ese cuadro o esa visión, flotando a medio camino. Pero está aquí porque el olor es el suyo, el pelo contra mi mejilla también y tiene el cuerpo pegado al mío, duro y caliente.

Doy una sacudida como Fred Astaire borracho, sudando, con el corazón atronándome en las sienes y entonces una mano me roza cerca de donde tengo el núcleo del infierno. Sé que es la suya porque el tacto no es de piel sino de cuero.

Esto es un sueño, ¿no? O una puta Experiencia Cercana a la Muerte. Así que es seguro. Dentro de nada la palmaré y no tendré que convivir con ello.

Con los ojos cerrados, cojo su muñeca, tocando en parte su piel ardiente y el cuero, y la llevo hasta mi polla. Sus dedos rodean la base de mi verga y los dos siseamos.

—Butch...— oigo esa voz de advertencia contra mi oído seguida de un montón de palabras que no entiendo.

Sonrío. Sip, cuando por fin me muera me iré con el malsano deseo satisfecho.

Esto es lo que quería. Guío su mano sobre mi polla, pringándole el cuero con todo lo que he sacado antes, mientras maldice contra mi oído. Entonces empieza a moverse. No sé qué coño hace pero le siento moverse contra mi espalda, al mismo ritmo que yo le estoy guiando sobre mi verga. Dejo los ojos cerrados, abandonado sobre él cuando cogemos el ritmo, meciéndonos los dos a la vez, y le suelto la mano para poder llevar las mías a mis pelotas.

—Dios, poli...

En esta dimensión rara, me gusta esa voz contra mi oído. Una boca caliente y mojada se aprieta contra las heridas en mi cuello y maldigo entre dientes cuando empieza a lamerme a la vez que la mano con guante me masturba más rápido... más fuerte... pasando el pulgar sobre el capullo ultrasensible. Jadeo y me golpeo la cabeza contra su hombro. Esos círculos con la lengua en mi cuello, sobre los agujeros

de sus colmillos, me están deshaciendo el cerebro y los nervios. Aprieto mis pelotas con más fuerza, con las dos manos, y él acelera sobre mi polla. Virgen santa, parece que tenga fuego en las venas, voy a quemarme.

—Voy... a... correrme.

—Todavía no.

Gruñe contra mi oído y ese olor a tabaco turco mezclado con cuero, especias y piel caliente se hace más fuerte, poniéndome la piel de gallina. Se la está meneando a mi espalda, ahora puedo sentirlo, y los dos movemos las caderas más rápido, mi polla deslizándose entre sus dedos. Más gemidos... más fuerte.... más duro...

—Ahora.— ordena antes de hundirme los colmillos de nuevo.

—¡DIOS!

Grito cuando me desparramo en su mano. Él gruñe y se contorsiona contra mi espalda, también se está yendo. Afianza los colmillos mientras me exprime la polla del todo, dejándome seco, pringándose el guante con lo que saco en mis últimos espasmos doloridos.

Me desplomo en cuanto acabo. Ahora es cuando las puertas se abren y saludo a San Pedro, me muero y éste es el último sueño que me acompaña, en secreto.

Excepto que, poco a poco, lo que voy oyendo es mi respiración como un fuelle. Y otra ronca contra mi oído. Dolores en todo el puto cuerpo, sobretodo en mis tripas, igual que si hubiera caído desde un Boeing y me hubiera incrustado en el suelo. Calor, como una febrada a 250 grados. Sudor que se me está enfriando en el cuerpo. Pringue en todo el vientre. Abro las manos para darme cuenta de que, sí, me estaba agarrando las pelotas. Para estar muerto, esto es mazo real. Abro los ojos y veo un techo claro. Con esfuerzo, giro un poco la cabeza, chocando contra una mejilla dura. Veo una fila de asientos tapizados en cuero negro. Casi como el Escalade.

Casi como... real.

Joder, me cuesta respirar. Miro hacia mi entrepierna. La mano enguantada, con mi semen resbalando por sus dedos, está todavía alrededor de mi polla, que me duele como si hubiera estado envuelta en alambre de espino. Entonces me doy cuenta. No estoy muerto. La santísima madre que me parió, no... estoy... muerto. Esto es real, no un inofensivo sueño caliente. El cuerpo contra el que me apoyo es el suyo, igual que su mano, que se retira de mi verga y ésta cae floja sobre mi vientre. La cara contra la mía es la suya. Y un lado del cuello me arde como si me lo hubieran descerrajado.

Doy tal salto en el asiento que casi acabo en el suelo del jeep. Me revuelvo como puedo, todavía con la polla fuera de los pantalones, y quedo con la espalda apoyada contra una puerta... cara a cara con Vishous, que está exactamente como yo, mi maldito reflejo. Apoya su espalda contra la otra puerta, con una pierna doblada sobre el asiento y la otra en el suelo. Se está acomodando la bragueta con la mano izquierda y la del guante... santo cielo, está pringada. Y no de nata líquida. Brilla como un meteorito, de pies a cabeza, tiene los labios manchados con mi sangre, respira como un dios herido y tiene el pelo negro sobre la frente, sin que llegue a taparle los ojos muy abiertos, de un blanco fundido.

Esto... ha sido real. Esto... ha ocurrido.

El pánico se me junta en un cóctel la mar de explosivo con la vergüenza y con el fuego que todavía me recorre. Joder, ¿qué ha pasado?

—¿Qué me has hecho?— tomo aire y la voz me sale fuerte, cargada de mala hostia— ¿Qué MIERDA me has hecho, V?

Entrecierra los ojos y entonces, ¡puf! Se me apaga la luz. De golpe.

VISHOUS:

Me quedo con los ojos cerrados cuando Butch y yo acabamos a la vez, con el poli desplomado encima de mí, respirando a boqueadas. Todavía tengo la mano alrededor de él. No hago nada durante unos minutos, sólo absorber lo que se siente con Butch entre mis piernas, apoyado contra mi pecho, yo con la cara sobre su hombro derecho, todavía con la otra mano alrededor de mi propia polla. Respiro su calor y su olor, alucinado como la mismísima mierda. De que esté vivo, de que mi sangre no le haya matado, de lo putamente follable que se veía tocándose delante de mis ojos, de lo duro, lo ancho y lo largo que es. De los sonidos que hace cuando se corre. De lo animal que puede ser.

De que me haya buscado. A mí. Y de que yo haya disfrutado cada una de las malditas milésimas de segundo de esto sin que haya habido mordazas ni ataduras por primera vez en mi vida de maldito. Aprieto los párpados con más fuerza porque no sabía que se podían sentir tantas cosas y ahora no sé qué cojones tengo que hacer, si me tengo que mover o no, qué debería decir. Esto me ha pillado por sorpresa, no lo pude prever. Hay una... sensación extraña en la cosa que late bajo mi caja torácica. Como calor. Aún resultará que hay algo de eso bajo el hielo.

Siento que Butch se mueve y abro los ojos. Está retirando las manos de sus pelotas. El mamón parece que sea un robot falto de batería, descoordinado perdido. Gira la cabeza para mirar a todas partes, desorientado, y choca contra mi cara. Entonces se pone rígido de pies a cabeza.

La sangre se me empieza a helar en las venas. No me digas que no tenías ni puta idea de lo que hacías, poli, no se te ocurra decirme eso.

Se estaba muriendo, ¿recuerdas, genio? Y tú le obligaste a beber tu sangre. Mucha. El pobre diablo no sabía ni por qué estaba cachondo perdido.

Mierda.

¿Qué vas a hacer ahora, hijoputa? Tendrías que haberte limitado a sujetarle, a sostenerle mientras la ola pasaba y, ¿qué has hecho? Aprovecharte. Sucio pervertido.

Suelto su polla, apreciando cómo se bambolea hasta reposar sobre su vientre –engendro, escoria, malnacido- y entonces Butch revive de golpe. El olor a su confusión y a su ira es como un puñetazo en la cara. Me meto rápidamente la polla pringada en los pantalones y el poli se queda contra la otra puerta, mirándome como si viera a un fantasma. O a un violador. Yeah, sí, seguro que así es como me mira.

Tú no, Butch. Joder, tú no.

—¿Qué me has hecho? ¿Qué MIERDA me has hecho, V?

Aprieto los labios. El calor que sentía hace un minuto en el pecho se cambia por veneno corrosivo al ver la traición en los ojos de Butch. Ni se te ocurra, poli, no vamos a tener esta discusión ahora. Podría contestarte que salvar tu culo, pero no estoy para charlas.

Golpeo su mente con una onda psíquica, más fuerte de lo necesario, pero que me jodan; hace semanas que no controlo una mierda mis poderes y ni muerto podría hacerlo ahora. Butch se desploma como un fardo, inconsciente al momento. Va a estar durmiendo como un leño durante horas.

Estoy a punto de pasarme las manos por la cara cuando el olor en la derecha me alerta de que llevo todo el guante pringado con su semilla. Mierda puta. Miro a Butch: dormido por completo, con el pelo castaño sudado sobre su frente, el color subido en sus mejillas, las ropas arrugadas y manchadas de sangre, igual que su cuello, y su verga sobresaliendo de los tejanos.

Por un momento, pensé que era real. Que el jodido poli me buscaba porque... mierda, porque me deseaba. Imbécil, grandísimo gilipollas

¿No aprenderás nunca? Jamás será real para ti. Butch no sabía lo que estaba haciendo, fue sólo el efecto de la sobredosis de sangre vampírica. A lo mejor hasta se imaginaba que era Marissa, sus manos de muñeca y sus colmillos de gatita.

El pensamiento me saca de quicio. Total y del todo. La culpa de esto es de Wrath. Se lo dije. No podía alejar al poli de mí. Por su culpa Butch se ha metido en algún lío que pienso averiguar, no he tenido más huevos que salvarle el pellejo de la única forma posible y ahora pagaré por ello. Esto me pasa por acercarme a alguien, por dejar que el maldito humano se me haya metido bajo la piel. Si no fuera más que otro homo sapiens anónimo esto no habría ocurrido.

No volverá a suceder. Es la maldita única vez que dejo que Butch me pille desprevenido. Lo vigilaré, buscaré información sobre su mierda pero aquí acaba todo. Volveré a dibujar la línea roja entre nosotros que nunca se tuvo que difuminar; yo estaré a un lado y, al otro, el resto del mundo, él incluido.

El hielo es lo que me ha mantenido en pie tres siglos y así seguiré.

A pesar de todo, porque soy un bastardo imbécil, demoro el contacto cuando me acerco para sentarlo bien en el asiento. Podría meterle la polla en los pantalones con mi mano enguantada, pero no lo hago. Uso la otra, la que me permite sentir su piel. Es suave pero el vello es áspero y el contraste funciona bien de cojones para mí. MIERDA. Juro entre dientes mientras le abotono la bragueta y palpo su abdomen para comprobar que ya no está distendido. Luego uso su anorak lleno de billetes como almohada para ponerlo entre su cabeza y la ventana. No vaya a abrirse la crisma después de haberlo salvado.

Eres como una hembra encoñada.

Mierda. Recojo mi gabardina y salgo del jeep, helándome hasta los huesos al momento. Las botas se me hunden en la nieve y me quedo mirando la porquería blanca. Así era el lugar en que me crié. Un agujero oscuro como esta noche, helado y rodeado de nieve. Por mucho que lo odie, es lo que necesito para no joder todo lo que toco.

Pero Wrath las va a pagar todas juntas.

Doy un puñetazo en el Escalade, intentando centrarme, porque hoy sí que puedo perder la cordura. Miro el cielo: todavía es oscuro como mi alma, pero tengo que sacar al poli de aquí. Rodeo el jeep, sintiéndome pegajoso bajo el cuero, y echo un vistazo al morro estrellado contra el árbol. Puta leche, me pasaré días reparándolo. La suerte es el parachoques que lleva, como un maldito blindado ligero. Con suerte tendrá daños en los conductos de refrigeración y de frenos, pero el bloque motor habrá sobrevivido. Eso sí, no lo saco de aquí para conducirlo hasta la mansión ni de coña.

Lo que significa pedir ayuda. Y que Z, Phury o, la Virgen no lo quiera, Rhage asomen sus hocicos aquí y husmeen el Eau de Corrida en el poli y en mí. Ni muerto. Saco el móvil y marco la extensión de los doggen de la mansión. Me pongo un liado entre los labios mientras aguardo dos pitidos.

—¿Sí, digame?— Joder, Fritz parece salido de los Monty Pithon.

—Fritz, hombre, soy V.

—Amo Vishous, ¿en qué puedo servirle?— casi lo veo levitando de puntillas mientras se va quitando los guantes de trabajo y el delantal.

—Butch ha tenido un accidente con el Escalade y el jeep está inservible.— me enciendo el cigarro con las manos temblorosas, con las preguntas preocupadas de Fritz de fondo. El pingüino aprecia de verdad al poli—. Nah, él estará bien. Necesito que traigas una furgoneta con una cuerda de tracción para remolcar el jeep a casa y que otro de los doggen me traiga un coche de repuesto a donde estamos. Te doy las coordenadas.

—Por supuesto, amo, será un placer poder ayudarles.— escucho cómo apunta en una libreta la dirección que le doy—. Está relativamente cerca, en quince minutos estaremos con ustedes.

—Perfecto y, Fritz, ni una palabra a los demás.

—Descuide, amo.

Cuelgo el móvil y me aspiro la mitad del liado. El doggen no dirá ni pío, está acostumbrado a llevarse a mis sumisas a sus casas cuando no pueden caminar o a limpiar mi ático después de una sesión. El hombrecillo es genéticamente incapaz de desobecer órdenes. Me apoyo contra el Escalade para fumarme el segundo cigarro con las manos heladas, pero no pienso entrar dentro. El ojo izquierdo me parpadea como si hiciera fotos, demonios.

Para no liarme a tiros con los árboles mientras espero, pienso en cómo he encontrado al poli. Labio reventado, ceja partida, nudillos destrozados y hemorragia interna. Todo eso podría concordar con un choque frontal por conducir borracho perdido, salvo por un detalle: Butch no olía a alcohol. Si ha bebido esta noche ha sido muy poco. Estaba sobrio y aún así hizo el numerito de especialista de peli de acción saltando por la cuneta de la carretera. Sólo se explica de un modo: estaba herido cuando conducía. Seguramente arrastraba esa hemorragia interna desde hacía un rato, hasta que la pérdida de sangre lo debilitó. Ya son dos noches llegando con heridas de peleas. Si a eso le juntamos los fajos de billetes que llevaba en el anorak...

Mierda, poli, no. No me jodas con que te has metido en el puto circuito de luchas ilegales. Justo cuando los restrictores pueden tener sus tentáculos ahí.

Coño, exactamente por eso se habrá metido.

Maldigo su instinto, su manera de encontrar la jodida pista aunque sea hociqueando él solo. Y maldigo que nada más con pensar en que pueda toparse con mi enemigo, con imaginar el daño que podrían volver a hacerle... Me llevo el cigarro a la boca aspirando fuerte, sin que el olor de las hierbas puedan camuflar del todo el de Butch, que llevo pegado en la mano bajo el guante.

Poco después, veo luces arriba, en la carretera, que se detienen justo sobre nosotros y aparece la figura de Fritz con una linterna. Tengo que taparme los ojos cuando me deslumbra. Tras él se asoman dos doggen más de la casa.

—Bajamos ahora mismo, amo.

—Ocupaos del jeep, yo me llevaré al poli.

Tiro la colilla a la nieve y abro la puerta trasera. Butch sigue como lo dejé, sobando como un bendito con la cabeza contra su anorak. Se le ha secado la sangre en la frente y en los labios; parte de ésta es mía, me lo dice mi olfato. Recuerdo su boca chupando de mi vena, su lengua sabiendo muy bien, como por instinto, cómo preparme para que la alimentación duela menos...

Línea roja, V. Piensa en la puta línea roja.

Me cargo al poli al hombro, gruñendo. Será humano pero es grande y pesa como un fardo. Lo llevo talud arriba, maldiciéndole entre dientes, hasta que puedo tumbarlo en la parte trasera del BMW que me han traído los doggen. Uno de ellos me alarga el anorak de Butch, la gorra y su pistola.

Intento no mirarle por el espejo retrovisor mientras conduzco hacia la mansión. Me obligo. Cuando por fin freno frente a la puerta exterior de la caseta del Pit, doy un vistazo al patio para asegurarme de que no hay cotillas a la vista. Un solo comentario fuera de tono ahora mismo de cualquiera de ellos y nos sacaríamos la mierda aquí, sobre la gravilla. Arrastro a Butch hasta su habitación, dejándolo caer en su cama. El tipo suspira como si supiera que ha vuelto a su sitio, se remueve un poco y apoya una mano sobre su vientre, cerca de la cintura de los vaqueros.

Y yo no me voy a imaginar que está satisfecho porque la realidad es que, en cuanto abra los ojos, nos mataremos. Dejo el anorak tirado en su cama pero saco los fajos de billetes. Unos 10.000 dólares, ahí es

nada. Los pongo en su mesita, apilados, con la Desert Eagle encima para que cuando despierte sepa que le he pillado. Y la gorra de los Sox al lado.

Lo miro unos segundos, intentando adivinar cuánto me va a joder lo que salga por su boca cuando se levante y también manterme a distancia de él aunque se quede en la mansión. Porque se va a quedar.

Contemplo un momento la lámina con el ángel y el demonio, puteándome por gilipollas, antes de coger tres botellas de Goose de la cocina y largarme por el túnel hacia mi fragua.

Si no consigo embotarme durante todo un día con alcohol mataré a Wrath. O la mierda con el poli me matará a mí.