Amilcar Nuevo

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1 LA PRESENCIA DE LOS BÁRQUIDAS EN LA PE- NÍNSULA IBÉRICA: AMÍLCAR BARCA Y AS- DRÚBAL JANTO (EL BE- LLO). JOSÉ MARÍA MANUEL GARCÍA-OSUNA Y RODRÍGUEZ

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Amilcar Nuevo.

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    LA PRESENCIA DE LOS BRQUIDAS EN LA PE-

    NNSULA IBRICA:

    AMLCAR BARCA Y AS-DRBAL JANTO (EL BE-

    LLO).

    JOS MARA MANUEL GARCA-OSUNA Y RODRGUEZ

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    NDICE

    Introduccin. Objetivos, metodologa y documentacin. ..................4

    1. La geografa cartaginesa en poca Brquida. ..........................69 1. La regin propiamente pnica .......................................69 2. El territorio lbico. ...........................................................69 3. Zonas subdesrticas limtrofes y

    enclaves del Norte de frica. .........................................71 4. Los Emporios.. .................................................................73 5. La Pennsula Ibrica en poca prebrcida. ...................75

    2. Los Brquidas en la poltica cartaginesa ..................................80

    3. Los Brquidas en el contexto de la Historia de Cartago ........87

    1. La batalla de Mcara Medjerda .................................87 2. El general Hannn el Grande es relegado

    del mando .........................................................................92 3. La batalla del desfiladero del Hacha o de la Sierra .....94 4. La cada y tortura, hasta la muerte, de Matos .............97 5. Roma va conquistar la isla de Cerdea .........................103 6. El ao 237 a.C. en Cartago .............................................108

    4. La llegada de Amlcar a la Pennsula Ibrica. Los

    Brquidas en la Pennsula Ibrica ............................................114 1. La situacin de la Pennsula Ibrica en la poca

    de los Brquidas/Brcidas. .............................................114 2. Los Pnicos o Cartagineses en la Pennsula Ibrica ....115

    5. La fase de expansin. Relaciones con las comunidades

    indgenas ......................................................................................117 1. La Reconquista de la Pennsula Ibrica. ...................117 2. Asdrbal Janto o el Bello en el mando supremo

    de la milicia pnica en la Pennsula Ibrica .................122 a.) Cartagena. La ciudad capital de los cartagineses en la Pe-nnsula Ibrica. Consolidacin .......................................124 b.) Tratado del Ebro. Su importancia diplomtica. .....127

    6. La influencia cartaginesa no brquida en la Pennsula

    Ibrica en base a las evidencias arqueolgicas ........................139

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    7. Eplogo. Escipin frente a Anbal. ............................................143

    Bibliografa .............................................................................................152

    1. Fuentes .........................................................................................152 2. Manuales .....................................................................................153 3. Artculos ......................................................................................164 4. Obras de divulgacin. Novela histrica. ...................................168

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    INTRODUCCIN. OBJETIVOS, METODOLOGA Y DO-CUMENTACIN-

    En la presente tesis se realiza un acercamiento, lo ms pormenorizado posi-ble en funcin de los datos existentes, a la epopeya de Amlcar Barca, desde su aparicin en la historia, al mando de las tropas cartaginesas en la Prime-ra Guerra Romana o Pnica-Cartaginesa o de Roma contra Cartago, su lle-gada a la Pennsula Ibrica y su muerte en ella; a continuacin, su substitu-cin por su yerno Asdrbal, las acciones de ste, con la construccin de Qart Hadashdt o Carthago Nova, y su muerte. Se ha procurado, a pesar de no existir las pertinentes fuentes pnicas o cartaginesas, realizarlo todo desde el punto de vista de los cartagineses, expurgando en las fuentes originales de los historiadores que escribieron desde el lado del Estado del SPQR, pues todos los hechos responden a la propaganda romana, por lo que ya no sirve realizar una lectura directa de las descalificaciones sobre los cartagineses, sino que se ha de hacer como lo hubieran hecho los historiadores procarta-gineses. No se abandona la mencin necesaria a la geografa y a la sociologa en las que se movieron tanto los cartagineses como los romanos. Se ha utilizado un texto completo de la magnfica novela-histrica Salamb, sobre la tortura de Mato (uno de los caudillos de la rebelin de los mercena-rios), por considerarlo muy ejemplificador de la desesperacin del Estado cartagins frente a la tragedia de su derrota en la Primera Guerra Romana-Cartaginesa, y como luchaban por su supervivencia, hasta la extenuacin y sin cuartel, por ello cualquier debilidad frente a la subversin solo servira para dar alas a su gran enemiga, la Repblica del SPQR. Las novelas histricas de la bibliografa resumen, por su calidad y rigor his-trico, como ven los historiadores-novelistas de la actualidad las relaciones humanas, a todos los niveles, que se produjeron entre Roma y Cartago en la Antigedad, y como se piensa que eran los seres humanos que vivieron aque-lla tragedia. Y, sobre todo, se realizan juicios de valor, fundamentados en los textos de las fuentes, para demostrar que Roma tuvo la culpa de la elimina-cin de una de las mejores civilizaciones de todos los tiempos. Siguiendo a autores como Herm o Huss, y a mis propias ideas he utilizado el nombre de guerras romanas, que es ms acorde con el enfoque pro-cartagins dado a este trabajo. Fidem erga populum punicum.

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    DOCUMENTACIN

    AUTORES ANTIGUOS

    Polibio. Polibio (Megalpolis c.205 200 a.C c. 120).

    Hijo de Licortas, que fue varias veces estratego de la Liga aquea, y acos-tumbrado a la presencia en casa de Filopomenes, gran general aqueo y ami-go y compaero de su padre, el joven Polibio aprendi desde pequeo los secretos de la alta poltica y la estrategia militar, lo que le llev a ser en 169 a.C. hiparco, figurando as en uno de los puestos ms elevados de la Liga Aquea. Sin embargo, tras la derrota en Pidna a manos romanas al ao si-guiente, Polibio fue uno de los 1.000 destacados aqueos que fueron deporta-dos a Roma para ser procesados. No se lleg a tanto, pero slo tras un am-plio lapso de tiempo (diecisiete aos) se permiti a los supervivientes (unos trescientos) regresar a sus hogares.

    Sin embargo, la estancia en Roma no supuso ningn quebranto para el futu-ro historiador. All en seguida entr en contacto con la alta nobleza romana, muy filohelena en su mayora, y el propio historiador nos transmite (32,9 s.) la escena en que fue acogido por el vencedor de Pidna, el joven Publio Cor-nelio Escipin Emiliano. Tal fue la cordialidad y la afabilidad del romano hacia el megalopolitano, que su amistad dur hasta el fallecimiento del se-gundo.

    Cuando fue devuelto a su hogar, Polibio no se qued largo tiempo all, sino que probablemente fue enseguida llamado (149 a.C.) por Escipin Emiliano para la campaa de frica, donde particip aportando su conocimiento mili-tar y de poliorctica a la cada de la urbe norteafricana.

    Este viaje lo aprovech para recorrer el norte de frica, en direccin a Oc-cidente, para lo cual Escipin lo provey de navos.

    Tras la cada cartaginesa, a Polibio se le encomendaron importantes misio-nes diplomticas en su patria (recordemos que las poleis griegas an eran independientes). Sin embargo, una poltica absurda y desastrosa (en la que l nada tuvo que ver), haba conducido a su patria a la guerra con Roma (146 a.C.) que concluy con el rpido aplastamiento de los helenos. La des-truccin de Corinto por el glorioso Lucio Mumio puso en evidencia la gra-vedad y rotundidad de la cada.

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    De regreso a Roma, Polibio pudo hacer mucho por ayudar a sus paisanos. Ms tarde volvi a su patria, donde muri a los ochenta y seis aos por cul-pa de una cada del caballo.

    Sin embargo su estada ltima en Grecia no fue ni tranquila ni continuada, ya que fue con casi toda seguridad reclamado por Escipin para la toma de Numancia; adems, viaj profusamente para verificar los escenarios que relata en sus obras. Puede en esta fecha fijarse su estancia en Alejandra du-rante el reinado de Ptolomeo Fiscn.

    La obra literaria de Polibio fue abundante. Se nos conservan los ttulos de Memorias sobre la vida de Filopomenes (de la que algo se ha transmitido por Plutarco), un libro sobre Tctica Militar (), Sobre la habitabilidad de la zona ecuatorial, Carta sobre la situacinde Laconia y Monografa sobre la guerra numantina.

    Sin embargo, conservamos aproximadamente un tercio de su mayor obra: Historia Universal.

    Escrita en cuarenta libros, los dos primeros constituyen una introduccin () que hace un resumen de la poca 264 220 a.C. enlazando con la parte final de la obra de Timeo. Los libros 3 5 narran los sucesos de Italia y Grecia hasta la batalla de Cannas. A partir del libro sptimo se hace una exposicin analstica de los sucesos de Oriente y Occidente. Los libros sexto y duodcimo son libros cesura, aunque no hay que caer en la tenta-cin de ver la obra polibiana como hxadas.

    En el libro vigsimo noveno narra el crucial ao de 168 a.C. (Pidna) y el res-to de la obra llega hasta 144.

    Cada libro trata aproximadamente una olimpada; ms rara vez, media, ex-cepto que el ao sea muy rico en acontecimientos (el citado 168 a.C), que son tratados en un nico libro.

    Conservamos completos los cinco primeros libros, salvo pequeas lagunas. El resto lo conocemos por resmenes, el ms importante de los cuales es el Codex VaticanicusUrbinas Gr. 102 (que data de los siglos XI XII ), que da fragmentos de los libros primero a decimosexto y el decimoctavo; conser-vando la sucesin original y cuya atribucin es segura. En esta seleccin des-tacan los veinte captulos conservados del libro sexto, que hablan de la mili-cia romana. Tambin se conservan mltiples fragmentos procedentes de una coleccin de extractos que con el ttulo de Embajadas, virtudes y vicios, mand componer el Emperador de Bizancio Constantino Porfirogeneto. (S.

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    X), aunque la atribucin de cada uno de estos fragmentos a un captulo con-creto es dudosa.

    Una obra as no pudo ser escrita, como algunos pretenden, de un solo trazo. De hecho hay fuertes pruebas en contra de esta teora. En el primer libro (I,I,5) anuncia la narracin de los cincuenta y tres aos (220 168) en los que Roma conquist el mundo. Una serie de pasajes presuponen la existen-cia, an, de Cartago.

    Sin embargo, argumentos dignos de tenerse en cuenta apoyan la hiptesis de una publicacin pstuma de la misma. Sin embargo las controversias aqu son importantes.

    Comparado con otros historigrafos griegos, Polibio nos recuerda a Tucdi-ces, son embargo es slo en la epidermis. En la cuestin, muy helenstica, de si la historiografa debe ser til o placentera ( ) ; rigurosa o literaria, Polibio se decantaclaramente por la primera. En el comienzo del libro noveno declara que la historiografa debe proporcionar al dirigente el conocimiento de los hechos tal como los han realizados los pueblos y los so-beranos. Eso es lo que l entiende como historiografa pragmtica. ( ) y con ella empareja la obligacin incondicionada de buscar la verdad objetiva.

    De ah la incesante bsqueda que el griego llev a cabo en los archivos p-blicos y privados de las ms ilustres personalidades en Grecia y Roma y sus mltiples viajes para verificar las descripciones que hace en sus narraciones.

    De hecho, en el comienzo del libro duodcimo, al criticar a Timeo, compara la Historia y la Medicina, haciendo recaer sobre la primera una especie de mtodo cientfico en tres partes:

    1 Examen de las fuentes escritas

    2 Exploriacin geogrfica

    3 Comprensin del fenmeno poltico.

    Sigue criticando en Timeo algo que posteriormente har con profusin Tito Livio: La introduccin de discursos inventados. Cuando el propio Polibio hace lo mismo, trata de reproducir las palabras exactas, cosa que le fue sen-cillo al narrar la historia de la Liga Aquea o al tratar ciertas sesiones del senado romano.

    Pero, como se ha dicho ya, la utilidad no puede fundarse en la mera narra-cin de los sucesos, sino en la compresin etiolgica de los mismos. Esto pa-

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    rece estar en cierta conformidad con las ideas de Tucdides, pero cuando Polibio empieza a baraja conceptos como y tan caros al tico y que este empleaba en sentido pregnante, se patentica la distancia entre ambos.

    La etiologa polibiana no trata de penetrar en las tendencias comunes a to-dos los hombres, a las que Tucdides hace base de las motivaciones humanas, sino que se mueve en el estrato de la poltica estatal como l las conoci. As que pone en primer plano la idea, vieja ya, de que el destino de los estados y sus constituciones estn estrechamente relacionados. De ah las reflexiones vertidas sobre la mixta constitucin romana en el libro noveno.

    Por ltimo debemos referirnos a algunas de las fuentes de Polibio.

    Es casi seguro que para el perodo exactamente anterior al que aqu nos ata-e, y del cul partimos, utiliz la obra historiogrfica del gran Filino de Acragas (F Gr Hist 174) que escribi sobre la Primera Guerra Romana son nimo claramente contrario a los romanos. Para el perodo posterior al nuestro, utiliz con seguridad la biografa de Anbal que escribi Sileno de Caleacte (F Gr Hist 175). A otros bigrafos anibalinos (Qureas, del que na-da sabemos, y Ssilo de Lacedemonia (F Gr Hist 176)) los tild el megalopo-litano de charlatanes. Sin embargo, debemos constatar que un papir (nm. 1162 P.; F I Jac) nos presenta da ste ltimo como un historiador digno de tenerse en cuenta.

    Polibio. Historias, I, 78, 1.

    En aquellos tiempos Naravas, que era un nmida de los de linaje ms ilus-tre y estaba posedo de ardor belicoso, hombre siempre inclinado a favor de los cartagineses, tendencia que le vena ya de familia, entonces se reafirm en ella, gracias a la admiracin que senta por Amlcar como general

    Polibio, I, 72, 1-5; op. cit.

    En la guerra precedente, los cartagineses, creyendo tener pretextos razo-nables, haban gobernado con suma dureza a los habitantes de frica: les haban arrebatado la mitad de todas sus cosechas y haban impuesto sobre las ciudades el doble de los tributos anteriores, sin conceder ninguna exen-cin a los pobres ni la ms mnima reduccin en lo que cobraban. Admira-ban y honraban no a los generales que trataban a las gentes con suavidad y benevolencia, sino a aquellos que les aportaban ms tributos y subsidios y a los que procedan peor con las poblaciones del pas. Entre estos ltimos se contaba Hannn. As pues, los hombres no precisaron de una exhortacin

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    para sublevarse, sino solo de una seal; y las mujeres, que haban tolerado hasta ese momento los arrestos de sus maridos e hijos a causa de los tributos, entonces en cada ciudad se conjuraron a no ocultar nada de lo que posean y se despojaron de sus joyas sin ninguna vacilacin para contribuir a pagar las soldadas

    Polibio, I, 72, 6-7; op. cit.

    Surtieron con tanta abundancia a los hombres de Mato y de Espendio, que no solo abonaron a los mercenarios lo que restaba de sueldo segn las pro-mesas que se les haban hecho para que se sublevaran, sino que desde enton-ces hubo sobra de provisiones. De modo que los que deben tomar decisiones, si quieren acertar, han de mirar no solo al presente, sino tambin, e incluso ms, al futuro.

    Polibio, I, 78; op. cit.

    En aquellos tiempos Naravas, que era un nmida de los de linaje ms ilus-tre y estaba posedo de ardor belicoso, hombre siempre inclinado a favor de los cartagineses, tendencia que le vena ya de familia, entonces se reafirm en ella, gracias a la admiracin que senta por Amlcar como general. Crey que la ocasin era propicia para encontrarle y entenderse con l. Lleg al campamento cartagins con cien nmidas, se aproxim al atrincheramiento, se qued all con audacia, mientras haca seas con la mano. Amlcar, admi-rado de su arrojo, le mand un jinete, y Naravas le manifest que quera mantener una entrevista con el general. El jefe de los cartagineses no saba en absoluto qu hacer y desconfiaba. Entonces Naravas entreg a sus hom-bres su caballo y sus lanzas y se present, desarmado y lleno de confianza, en el campamento. Los cartagineses estaban por una parte asombrados y, por otra, estupefactos ante su audacia; sin embargo, le recibieron y se reunieron con l. En las conversaciones, Naravas dijo que l estaba a favor de todos los cartagineses, y que su mxima ambicin era llegar a ser amigo de Amlcar Barca: se haba presentado all para unrsele y colaborar leal-mente con l en todos sus planes y acciones. Tan grande fue la alegra de Amlcar cuando le escuch, tanto por el valor de presentarse como por la franqueza del joven durante el encuentro, que no solo aprob aceptarle co-mo aliado en sus acciones, sino que le jur entregarle por mujer a su hija si observaba aquella fidelidad hacia los cartagineses. Establecidos los pactos, Naravas compareci con los nmidas que tena a sus rdenes, unos dos mil. Con este refuerzo, Amlcar present batalla al enemigo. Los hombres de Es-pendio establecieron contacto en aquel lugar con los dems africanos, baja-ron todos a la llanura y trabaron combate contra los cartagineses. Se produ-

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    jo una dura lucha, en la que vencieron los de Amlcar: sus elefantes batalla-ron esplndidamente, y Naravas prest un servicio muy brillante. Autrito y Espendio lograron huir; de los restantes cayeron unos diez mil, y cuatro mil fueron cogidos prisioneros. Obtenida la victoria, Amlcar concedi a los pri-sioneros que lo desearan pasar a formar parte de su ejrcito, y les arm con los despojos tomados al enemigo. Congreg a los que lo rehusaron, y les dijo en una arenga que les perdonaba sus errores de hasta entonces; por eso, consenta en que cada uno se fuera donde prefiriera. Pero les conmin a que, en adelante, nadie levantara las armas contra los cartagineses, porque el que resultara capturado se vera castigado inexorablemente

    Polibio, I, 48; op. cit

    Los asediados activaban enrgicamente sus defensas, pero haban renun-ciado a derrumbar y a destruir los dispositivos del enemigo, cuando he aqu que se levanta un viento, contra los mismos soportes de los ingenios de gue-rra, de tal fuerza e mpetu que haca tambalear las galeras y, con su violen-cia, se llev las torres protectoras. En este momento unos mercenarios grie-gos advirtieron que aquel cambio les era propicio para destruir los ingenios romanos, y comunicaron su observacin al general cartagins. ste la aco-gi, y al instante dispuso las medidas necesarias para la operacin. Aqullos jvenes, entonces, formaron grupos compactos, y desde tres lugares pegaron fuego a las obras. Y como sus aparejos eran muy combustibles, porque eran viejos, y la fuerza del viento arreciaba y haca trastabillar los soportes de las torres y de los ingenios blicos, la accin devoradora del fuego result fuerte y eficaz, mientras que la defensa y el auxilio de los romanos terminaron siendo tan difciles como intiles. En efecto, tal era el desconcierto que pro-duca la catstrofe a los que intentaban salvar las obras, que eran incapaces de comprender y ver lo que se estaba desarrollando. Cegados por el holln que les caa encima, por las centellas y por la densa humareda, no pocos caan y perecan sin lograr acercarse al lugar donde deba efectuarse la de-fensa. Y cuanto ms embarazosa era la situacin para los romanos por las causas ya dichas, tanto ms fcil lo era para los incendiarios. Pues todo lo que cegaba y daaba era llevado por el soplo del viento y empujado contra los enemigos, mientras que los disparos o las teas destinadas a los defensores y a la destruccin de las obras daban en el blanco, porque los que los tiraban vean bien los lugares que tenan delante, y sus proyectiles eran eficaces: los golpes resultaban devastadores, ya que la fuerza del viento ayudaba a los que los lanzaban. La destruccin acab por ser tan completa, que el fuego inutiliz los soportes de las torres y las estructuras de los arietes. Todo esto hizo que los romanos renunciaran a seguir el asedio con ayuda de mquinas.

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    Excavaron un foso en torno a la ciudad, la rodearon de una trinchera circu-lar, envolvieron su propio campamento con un muro y confiaron la opera-cin al tiempo. Los de Lilibeo reconstruyeron su muralla, que haba sido destruida, y soportaron el cerco ya con confianza

    Cuando estuvieron a poca distancia, las dos naves capitanas dieron la seal, y ambas escuadras se arremetieron mutuamente. Al principio la pugna fue indecisa, porque ambos bandos echaban mano, como si fueran soldados de marina, de lo ms escogido de sus tropas terrestres. Pero, poco a poco, los cartagineses se iban imponiendo, porque en el conjunto de la refriega tenan muchas ventajas. Eran muy superiores en velocidad por la sobresaliente construccin de sus naves y por el entrenamiento de sus tripulaciones; ade-ms, les favoreca mucho el paraje, pues haban dispuesto su formacin en alta mar. Si algunas de sus naves se vean acosadas por el enemigo, retroce-dan a alta mar con toda seguridad, por su gran rapidez; despus se revol-van contra las naves atacantes que les perseguan, navegaban en torno suyo, arremetan contra ellas de refiln cuando tambin viraban, y las romanas se vean en apuros debido a su pesadez y a la impericia de sus dotaciones. Re-ciban una lluvia de impactos y se hundan en gran nmero. En cambio, si una nave de la formacin cartaginesa corra peligro, la ayudaban presta-mente desde sitio seguro y la sacaban del riesgo; para ello navegaban desde el mar abierto junto a la popa de la nave amenazada. Naturalmente, a los romanos les ocurra todo lo contrario. Los acosados no podan retroceder, ya que libraban la batalla junto a la tierra firme; cada vez que una de sus naves se vea acorralada por las que tena enfrente, o bien caa en los bajos y encallaba de proa, o bien se estrellaba, empujada contra la costa. La impe-ricia de las dotaciones romanas y la pesadez de sus naves haca imposible algo que proporciona grandes xitos en las batallas navales: navegar entre los navos enemigos y salir por detrs contra los que pelean contra la forma-cin propia. Ni siquiera podan todava socorrer por la popa a los que lo ne-cesitaban, porque los que queran prestarles ayuda se encontraban pegados a la costa y no disponan ni de un mnimo espacio. Al ser tal el desastre ge-neral de la batalla, y como unas naves haban encallado en los bajos y otras haban naufragado, el cnsul romano, al ver lo ocurrido, se lanz a la fuga desde el flanco izquierdo, bordeando la costa, y con l treinta naves, las que tena ms cerca. Los cartagineses se apoderaron de los navos restantes, no-venta y tres en nmero, y tambin de sus dotaciones, a excepcin de aquellos hombres que lograron escapar por haberse estrellado sus naves contra la costa. Librada esta batalla naval, Adrbal alcanz un gran prestigio entre los cartagineses, puesto que gracias a l, a su previsin y audacia, se haba llegado a un trmino feliz. Publio Claudio, por el contrario, se vio entre los

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    romanos muy desacreditado y acusado, porque se haba lanzado de una ma-nera irracional e impremeditada a aquella empresa, y por su culpa haba infligido un dao no pequeo a la ciudad de Roma. Por eso, a continuacin le sometieron a juicio y le impusieron una fuerte multa y duras condenas. Sin embargo, los romanos, a pesar de estos sucesos, como ambicionaban el dominio universal, encajaron el desastre sin descuidar sus posibilidades, sino que se aplicaron a la prosecucin de las operaciones. Por eso, llegado el tiempo de la eleccin de los magistrados, y nombrados los cnsules, a uno de ellos, Lucio Junio, le mandan sin dilacin a abastecer de vveres a los que asediaban Lilibeo, y de las dems mercancas y provisiones para el ejrcito; como escolta dotaron sesenta naves. Lucio Junio, al llegar a Mesina, recogi las naves que le salieron al encuentro desde el campamento y desde otras partes de Sicilia y se traslad rpidamente a Siracusa con ciento veinte na-ves de guerra y casi ochocientas naves de carga que transportaban las mer-cancas. Desde all, despus de entregar a los cuestores la mitad de los barcos de carga y algunas de las naves de guerra, les mand zarpar de inmediato, pues tena gran inters en avituallar al ejrcito de lo que necesitara. l se qued en Siracusa para recoger a los que en la navegacin desde Mesina ha-ban quedado rezagados y para recibir la entrega de trigo que le haran los aliados del interior. Por el mismo tiempo, Adrbal remiti a Cartago los hombres aprisionados en la batalla naval, y tambin las embarcaciones capturadas. Entreg a su colega en el mando, Cartaln, treinta naves, adems de las setenta que l mismo haba trado, y le destac con la orden de caer de improviso sobre la flota enemiga fondeada en Lilibeo, apoderarse de las naves que pudiera e incendiar las restantes. Cartaln cumpli las instrucciones, se hizo a la mar al rayar el alba, peg fuego a unas naves enemigas y remolc otras, con lo que sobrevino una gran confusin en el campamento de los romanos. En efecto, mientras corran a proteger sus buques entre un gran gritero, Imil-cn, el que defenda Lilibeo, cuando ya se hizo de da observ lo ocurrido, y mand all, desde la ciudad, a los mercenarios. Y los romanos, como los peli-gros se cernan sobre ellos por todas partes, cayeron en un desnimo no pe-queo ni vulgar. El almirante cartagins, que haba logrado tirar de algunos navos e incendiar otros, una vez realizado todo ello se apart algo de Lilibeo en direccin a Heraclea y qued al acecho, con la intencin de cerrar el paso a los que navegaran hacia el campamento. Cuando los vigas le avisaron de que naves de todo tipo se dirigan, en gran cantidad, hacia all y ya estaban cerca, lev anclas y se hizo a la mar, movido por el afn de trabar combate, porque a causa de su anterior victoria, menospreciaba a los romanos. En-tonces mismo los lades que habitualmente navegaban al frente de la forma-

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    cin anunciaron a los cuestores, mandados desde Siracusa a los puestos avanzados, la aproximacin de los enemigos. Los cuestores no se creyeron con efectivos suficientes para una batalla naval, por lo que fondearon delan-te de un villorrio de los que haban sometido. No tena puerto, pero dispona de atracaderos, y unos brazos de tierra le resguardaban frente a la costa. Los siracusanos desembarcaron all, montaron las ballestas y las catapultas que sacaron de la ciudad y aguardaron la llegada del adversario. Cuando los cartagineses se aproximaron inicialmente se dispusieron a bloquearlos por-que estaban convencidos de que los hombres, aterrorizados, se retiraran hacia el villorrio, y ellos podran apoderarse sin riesgo de las naves. Pero, como su esperanza no prosperaba, sino que, por el contrario, los romanos se defendan con entereza, y como el paraje presentaba dificultades de toda especie, arrastraron unos pocos transportes cargados de vituallas y se reti-raron hacia un ro, fondearon all, y as aguardaban la salida de los roma-nos. El cnsul que haba quedado en Siracusa, cuando hubo cumplido sus propsitos, dobl el cabo Paquino con rumbo hacia Lilibeo; ignoraba total-mente lo ocurrido a los que haban zarpado con anterioridad. Los vigas se-alaron al almirante cartagins la reaparicin del adversario, por lo que na-veg velozmente a alta mar, con la intencin de entablar combate contra estos romanos a la mayor distancia posible de la otra flota enemiga. Junio haba avistado de lejos la escuadra de los cartagineses, con su gran nmero de navos, y no se atrevi a establecer contacto. Pero tampoco poda ya huir, por la proximidad del enemigo. Vir, pues, hacia unas aguas agitadas y peli-grosas desde todos los puntos de vista, y fonde en ellas; prefera sufrir lo que fuera preciso, a dejar que el enemigo se apoderara de su ejrcito nte-gro. Dndose cuenta de la situacin, el almirante cartagins renunci a ex-ponerse y a acercarse a aquellos parajes, y ocup un promontorio, delante del que fonde, y observaba a las dos flotas, apostado entre ambas. Pero, como sobrevino un temporal y el estado del mar presagiaba una mar arbo-lada ms general, los pilotos cartagineses que, por su conocimiento de aque-llos parajes y el cariz del tiempo prevean lo que se avecinaba y predijeron lo que sucedera, convencieron a Cartaln de huir de la tempestad y doblar el cabo Paquino. Cartaln, efectivamente, acept con buen juicio el consejo, y los cartagineses, tras muchas penalidades, rebasaron a duras penas el cabo, y lograron fondear en lugar seguro. Mientras tanto, cuando sobrevino la tormenta, las flotas romanas, como aquellos parajes no disponan en absolu-to de abrigos, quedaron destrozadas de tal modo, que ni siquiera de los res-tos del naufragio qued nada aprovechable, pues ambas resultaron inutili-zadas por completo por este desastre imprevisto

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    Despus de esto, los cartagineses nombraron comandante a Amlcar, el llamado Barca, y le confiaron la direccin de su flota. l, pues, tom el man-do de las fuerzas navales, y naveg hacia Italia para devastarla; era el ao dieciocho de aquella guerra. Tal la Lcride y el pas de Brutio, zarp de all con toda su escuadra y desembarc en la regin de Palermo, donde conquis-t el lugar llamado Hercte, situado entre rice y Palermo, en el litoral. Este punto aventaja mucho a los dems: su emplazamiento es muy apto para la seguridad de los campamentos en una estancia prolongada, porque se trata de un monte abrupto y suficientemente alto, que se yergue dominando los territorios circundantes. El permetro de la corona superior no es inferior a los cien estadios, y bajo ella, las tierras que la rodean ofrecen buenos pastos y son, adems, cultivables. La montaa est excelentemente situada en cuan-to a los vientos marinos, y carece en absoluto de animales mortferos. La cercan barrancos infranqueables, tanto del lado del mar como viniendo de tierra adentro; el espacio intermedio entre ellos precisa solo una defensa pe-quea y reducida. En este monte hay tambin un mameln que sirve tanto de fortaleza, como de excelente atalaya del pas que tiene a sus pies. Dispone de un puerto muy favorable para efectuar incursiones contra Italia tomando como base Drpana y Lilibeo, y en l hay agua en abundancia. Hacia l hay slo tres accesos, los tres muy escabrosos, dos por tierra y uno por mar. Amlcar, pues, acamp aqu, de modo arriesgado, ciertamente, ya que no tena a su alcance ni ciudad amiga ni otra esperanza, y se haba situado en medio del enemigo. Pero llev a los romanos combates no pequeos ni ordi-narios. En primer lugar, desde all haca incursiones por mar, y devastaba el litoral italiano hasta el territorio de Cumas, y, adems, al haber acampado los romanos frente a l, delante de la ciudad de Palermo, a una distancia aproximada de cinco estadios, trab con ellos muchos combates de todo tipo durante casi tres aos. Pero hacer una narracin pormenorizada de estas luchas es imposible.

    Pero los romanos luchaban con el mismo nimo en busca de recursos mate-riales, aunque haca casi cinco aos que haban renunciado totalmente a las operaciones navales, debido a sus descalabros, y, adems, porque estaban convencidos de que con sus tropas terrestres decidiran la guerra. Sin em-bargo, al ver entonces que la empresa no prosperaba segn sus clculos, principalmente por la audacia del general cartagins, decidieron depositar por tercera vez sus esperanzas en las fuerzas navales. Suponan que solo a travs de este proyecto, si lograban conducir su empresa con acierto pon-dran un final ventajoso a esta guerra. Y acabaron por lograrlo. Primero haban cedido a los azares de la Fortuna y se haban retirado del mar; des-pus fueron derrotados en la batalla naval de Drpana. De modo que enton-

  • 15

    ces hicieron la tentativa por tercera vez, y gracias a ella vencieron: cortaron los aprovisionamientos por mar a los campamentos cartagineses del rice, y acabaron definitivamente la guerra. En esta empresa, el espritu blico fue decisivo, porque en el erario pblico ya no haba dinero para el proyecto, pero por la emulacin y la generosidad que demostraron los hombres ms importantes hacia el bien comn se encontr el medio de llevarlo a cabo. En efecto, cada uno individualmente, o entre dos o tres, segn las posibilidades, se prestaron a abastecer una quinquerreme ya equipada, a condicin de re-cobrar los gastos si la empresa se desarrollaba tal como esperaban. De esta manera, no tardaron nada en disponer doscientas naves quiquerremes, que fabricaron siguiendo el modelo de la embarcacin rodia, y, a continuacin, nombraron jefe supremo a Gayo Lutacio y le enviaron con la flota a princi-pios del verano. ste apareci inopinadamente en los parajes de Sicilia, pre-cisamente cuando la flota cartaginesa se haba retirado en su totalidad a sus bases, y se apoder del puerto de Drpana y de las posiciones y fondeaderos prximos a Lilibeo. Concentr las mquinas de guerra alrededor de la ciu-dad de Drpana y, luego de disponer todo lo dems para el asedio, se dedic infatigablemente a ello, haciendo todo lo posible; al mismo tiempo, como prevea la arribada de la flota cartaginesa, y no dejaba de tener presente el plan inicial, segn el cual solo mediante una batalla naval se podra obtener una decisin irreversible de la guerra, no toler que el tiempo transcurriera de manera intil y ociosa. Cada da ordenaba, a las dotaciones, maniobras y ejercicios adecuados a la operacin que planeaba; persever, adems, en los entrenamientos restantes, y en muy breve tiempo convirti a sus soldados de marina en atletas para las maniobras futuras.

    Todo esto fue comunicado a Roma, y el pueblo no estuvo conforme con tal pacto, sino que envi a los decenviros para que se encargasen de las negocia-ciones. stos, una vez all, no cambiaron ninguno de los acuerdos generales, pero impusieron condiciones ms duras a los cartagineses. Redujeron a la mitad el tiempo de abonar los impuestos, que, adems, subieron en mil ta-lentos, y aadieron la orden de evacuar las islas que hay entre Italia y Sici-lia. La guerra suscitada entre romanos y cartagineses por el dominio de Sici-lia acab as, con las clusulas citadas. Haban luchado ininterrumpidamen-te durante veinticuatro aos. Entre las que conocemos por haber odo ha-blar de ellas, se trata de la guerra ms larga, ms continuada y ms relevan-te. En ella para no hablar de los restantes combates y fuerzas que hemos dicho ms arriba-, ambos bandos trabaron una vez combate naval con ms de quinientas quinquerremes, y en otra ocasin, poco falt para que fueran setecientas las quinquerremes contendientes. En esta guerra los romanos perdieron unas setecientas quinquerremes, incluidas las hundidas en los

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    naufragios, y los cartagineses unas quinientas, de manera que los admirado-res de las flotas y las batallas navales de Antgono, Ptolomeo y Demetrio, cuando conozcan estos nmeros, es natural que se pasmen ante la magnitud de estos hechos. Adems, si se tiene en cuenta la superioridad real de las quinquerremes sobre las trirremes con que lucharon los persas contra los griegos, y despus atenienses y espartanos entre s, no se podrn en absoluto encontrar fuerzas tan potentes que hayan batallado en el mar como las de ahora. Ello evidencia lo que ya establecimos al principio: no por la Fortuna, segn sostienen algunos griegos, ni por casualidad, sino por una causa muy natural, los romanos, entrenados en tales y tan rudas campaas, no solo in-tentaron audazmente la hegemona y el gobierno del universo, sino que, adems, consiguieron su propsito.

    Polibio, I, 63; op. cit.

    Todo esto fue comunicado a Roma, y el pueblo no estuvo conforme con tal pacto, sino que envi a los decenviros para que se encargasen de las negocia-ciones. stos, una vez all, no cambiaron ninguno de los acuerdos generales, pero impusieron condiciones ms duras a los cartagineses. Redujeron a la mitad el tiempo de abonar los impuestos, que, adems, subieron en mil ta-lentos, y aadieron la orden de evacuar las islas que hay entre Italia y Sici-lia. La guerra suscitada entre romanos y cartagineses por el dominio de Sici-lia acab as, con las clusulas citadas. Haban luchado ininterrumpidamen-te durante veinticuatro aos. Entre las que conocemos por haber odo ha-blar de ellas, se trata de la guerra ms larga, ms continuada y ms relevan-te. En ella para no hablar de los restantes combates y fuerzas que hemos dicho ms arriba-, ambos bandos trabaron una vez combate naval con ms de quinientas quinquerremes, y en otra ocasin, poco falt para que fueran setecientas las quinquerremes contendientes. En esta guerra los romanos perdieron unas setecientas quinquerremes, incluidas las hundidas en los naufragios, y los cartagineses unas quinientas, de manera que los admirado-res de las flotas y las batallas navales de Antgono, Ptolomeo y Demetrio, cuando conozcan estos nmeros, es natural que se pasmen ante la magnitud de estos hechos. Adems, si se tiene en cuenta la superioridad real de las quinquerremes sobre las trirremes con que lucharon los persas contra los griegos, y despus atenienses y espartanos entre s, no se podrn en absoluto encontrar fuerzas tan potentes que hayan batallado en el mar como las de ahora. Ello evidencia lo que ya establecimos al principio: no por la Fortuna, segn sostienen algunos griegos, ni por casualidad, sino por una causa muy natural, los romanos, entrenados en tales y tan rudas campaas, no solo in-

  • 17

    tentaron audazmente la hegemona y el gobierno del universo, sino que, adems, consiguieron su propsito.

    Polibio, I, 68, 12; op. cit.

    An as, los cartagineses prometieron todo lo posible, y se avinieron a nombrar rbitro de lo que all se discuta a uno de los que hubieran sido ge-nerales en Sicilia. Pero los mercenarios no estuvieron de acuerdo en que fue-ra Amlcar Barca, con quien haban arrostrado peligros en la isla; crean que ste les haba despreciado ms que los dems, por no haber acudido a ellos como legado, y por haber dimitido voluntariamente, segn pensaban, del generalato.

    Polibio, I, 66, 5; op. cit.

    Firme en este propsito, Gescn iba organizando as lo referente al trasla-do. Pero los cartagineses, en parte porque iban escasos de dinero, debido a los gastos anteriores, y, adems, porque estaban convencidos de que los mercenarios renunciaran a una parte de los sueldos si reciban y congrega-ban a todos en Cartago, retenan all, con esta esperanza, a los que iban des-embarcando y les iban reuniendo en la ciudad.

    Polibio, I, 67, 7; op. cit.

    Pues estas tropas no se comportan con una maldad humana, una vez que se dejan llevar sbitamente por la clera o la calumnia contra quien sea, sino que acaban por convertirse en fieras salvajes y actan enloquecidos. Esto es lo que ocurri entonces entre aquellos mercenarios. All haba iberos y galos, algunos ligures y baleares, y no pocos semigriegos que en su mayora eran desertores y esclavos. Pero la mayora eran africanos

    Polibio, I, 68, 6; op. cit.

    Pero los mercenarios cada da ideaban reclamaciones nuevas, porque, por un lado estaban llenos de confianza al ver el pavor y el pnico de los cartagi-neses, y por otro lado los despreciaban, convencidos de que a causa de los peligros arrostrados en Sicilia contra los campamentos romanos no solo los cartagineses iban a ser incapaces de hacerles frente con las armas, sino que tampoco ningn otro hombre, al menos con prontitud.

    Polibio, I, 69, 4, 5; op. cit

  • 18

    Haba all un esclavo campano que haba desertado de los romanos, un hombre vigoroso y tremendamente audaz en la guerra; se llamaba Espendio. Tema que su dueo le recuperara, que le maltratara y que le hiciera ejecu-tar segn las leyes romanas; ello haca que se atreviera a decir y a hacer cualquier cosa, con el afn de romper los tratos con los cartagineses.

    Polibio, I, 69, 12-14; op. cit.

    La nica palabra que entendan todos era apedrale!, porque eso era lo que hacan continuamente. Y, sobre todo, lo hacan siempre que se reunan, borrachos, despus de las comidas. Cuando alguien empezaba a proferir apedrale!, la vctima resultaba lapidada desde todas partes y con tal ra-pidez que, una vez que se haba adelantado, le era ya imposible escapar. Por esta causa nadie se atrevi a dar consejos, y los mercenarios nombraron je-fes suyos a Mato y a Espendio

    Polibio, I, 65, 6, 7; op. cit. Los sucesos de entonces permitirn de forma insuperable conocer la natu-raleza y caractersticas de lo que muchos llaman una guerra sin cuartel, y, adems, por lo que en este guerra ocurri se podrn ver muy claramente las previsiones y precauciones que deben tomar, con gran anticipacin, quienes utilizan tropas mercenarias. Se comprender, en tercer lugar, en qu se di-ferencian, y hasta qu punto, las tropas mezcladas y brbaras, de las educa-das en costumbres polticas y en leyes ciudadanas. Polibio, I, 72, 2, 3; op. cit.

    En la guerra precedente, los cartagineses, creyendo tener pretextos razo-nables, haban gobernado con suma dureza a los habitantes de frica: les haban arrebatado la mitad de sus cosechas y haban impuesto sobre las ciu-dades el doble de los tributos anteriores, sin conceder ninguna exencin a los pobres ni la ms mnima reduccin en lo que cobraban. Admiraban y hon-raban no a los generales que trataban a las gentes con suavidad y benevolen-cia, sino a aquellos que les aportaban ms tributos y subsidios y a los que procedan peor con las poblaciones del pas. Entre estos ltimos se contaba Hannn.

    Polibio, I, 71, 1-2; op. cit.

    Los cartagineses se haban mantenido siempre de los productos del pas, juntaban sus preparativos y provisiones con los ingresos de frica, y tam-bin estaban acostumbrados incluso a hacer las guerras sirvindose de tro-pas extranjeras. Y, en esta ocasin, no solo quedaron privados inopinada-

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    mente de todo ello a la vez, sino que vieron que todo lo mencionado se les revolva en contra, de modo que acabaron por caer en un gran desnimo y una desesperanza completas, porque las cosas les haban salido al revs de cmo las haban calculado.

    Polibio, I, 29, 6-7; op. cit. Los romanos se apoderaron de spide, dejaron una guarnicin en la plaza y en el territorio, y enviaron mensajeros a Roma que dieran noticia de lo ocurrido y pidieran instrucciones sobre qu deba hacerse en el futuro, cmo deban emprenderse las operaciones. Tras ello levantaron con diligencia el campo y con todas sus tropas se lanzaron a devastar el pas. No surgi nadie para impedrselo, y ellos derribaron muchas quintas lujosamente edificadas, se apoderaron de un botn cuantiossimo de cuadrpedos, y condujeron a sus naves ms de veinte mil esclavos. Polibio, I, 73, 1-3; op. cit.

    A pesar de hallarse en tales dificultades, los cartagineses, que haban nom-brado general a Hannn, porque anteriormente haba sometido la regin de Hecatontpilo en frica, reclutaron mercenarios y armaron a los ciudada-nos que estaban en edad militar. Organizaban y entrenaban la caballera de la ciudad, y equipaban las naves que les quedaban, trirremes y quinquerre-mes y los navos ms grandes. A Mato le llegaron setenta mil africanos, que l distribuy, y asediaba con impunidad tica e Hipozarita. Su campamento, establecido en Tnez, no corra peligro, y logr incomunicar a los cartagine-ses y el resto de frica.

    Polibio, I, 72, 3-7; op. cit

    Admiraban y honraban no a los generales que trataban a las gentes con suavidad y benevolencia, sino a aquellos que les aportaban ms tributos y subsidios y a los que procedan peor con las poblaciones del pas. Entre estos ltimos se contaba Hannn. As pues, los hombres no precisaron de una ex-hortacin para sublevarse, sino solo de una seal; y las mujeres, que haban tolerado hasta ese momento los arrestos de sus maridos e hijos a causa de los tributos, entonces en cada ciudad se conjuraron a no ocultar nada de lo que posean y se despojaron de sus joyas sin ninguna vacilacin para contribuir a pagar las soldadas. Surtieron con tanta abundancia a los hombres de Mato y de Espendio, que no solo abonaron a los mercenarios lo que restaba de sueldo segn las promesas que se les haban hecho para que se sublevaran, sino que desde entonces hubo sobra de provisiones. De modo que los que de-

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    ben tomar decisiones, si quieren acertar, han de mirar no solo al presente, sino tambin, e incluso ms, al futuro

    Polibio, I, 74, 7-9; op. cit

    Hannn estaba acostumbrado a las peleas contra nmidas y africanos. s-tos, cuando han sufrido una derrota, abandonan el lugar y huyen durante dos o tres das, lo que hizo suponer al cartagins que haba llegado al tr-mino de la guerra y que su victoria era total y definitiva. Se despreocup, pues, de sus soldados, y no atendi en nada a su propio campamento, sino que entr en la ciudad y se dedic al cuidado de su persona. Pero los merce-narios que haban huido a la colina se haban formado en la audacia de Amlcar Barca. Las luchas de Sicilia les haban habituado a retroceder, unas veces, en el mismo da, y volverse de nuevo para acometer al enemigo

    Polibio, I, 75, 3-5; op. cit.

    En su primera salida, Amlcar aterroriz al enemigo por lo inesperado del ataque, rompi su moral y logr levantar el cerco de tica, mostrndose as digno de sus hazaas anteriores y de lo que esperaba el pueblo de l. Lo que hizo en aquella ocasin fue lo siguiente: el istmo que une Cartago al frica est flanqueado por colinas de difcil trnsito, cuyos pasos hacia la regin estn tallados en la roca. Los hombres de Mato haban ocupado con desta-camentos todos los lugares estratgicos que atravesaban las mencionadas alturas. Adems fluye por all, no lejos de los lugares por donde se sale de la ciudad, un ro llamado Mcara, de gran caudal, lo que hace que sea infran-queable, en la mayor parte de su curso, el acceso al pas desde el interior de la ciudad. Encima de l hay tendido solo un puente. Vigilar su paso por l resulta sencillo, puesto que junto al mismo hay edificada una poblacin

    Polibio, I, 76, 3-8; op. cit.

    Pero Amlcar iba avanzando con los elefantes en primera lnea, tras ellos los jinetes y la tropa ligera, y al final la infantera pesada. Cuando vio que el enemigo atacaba con prisas excesivas, orden a todos los suyos dar la vuelta. Mand a los de vanguardia que se revolvieran y que iniciaran al punto la marcha, y dispuso que los que al principio iban en retaguardia girasen y se enfrentasen al ataque de los enemigos. Los mercenarios y los africanos, con-vencidos de que los cartagineses huan aterrorizados, deshicieron su forma-cin, atacaron y vinieron valientemente a las manos. Pero cuando la caballe-ra cartaginesa se aproxim a sus unidades y, efectuado el giro, ofreca resis-tencia, al tiempo que el resto de los de Amlcar contraatacaba, los africanos se asustaron ante la conducta tan extraa, cedieron al instante y se lanzaron

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    a la fuga como si actuasen en desorden y en desbandada. Unos, al caer sobre los que avanzaban desde atrs, moran y traan el desastre sobre s mismos y sobre sus compaeros, aunque la mayora muri pisoteada y a manos del acoso de la caballera y de los elefantes.

    Polibio, I, 78, 9-13; op. cit.

    Establecidos los pactos, Naravas compareci con los nmidas que tena a sus rdenes, unos dos mil. Con este refuerzo, Amlcar present batalla al enemigo. Los hombres de Espendio establecieron contacto en aquel lugar con los dems africanos, bajaron todos a la llanura y trabaron combate con-tra los cartagineses. Se produjo una dura lucha, en la que vencieron los de Amlcar: sus elefantes batallaron esplndidamente, y Naravas prest un ser-vicio muy brillante. Autrito y Espendio lograron huir; de los restantes ca-yeron unos diez mil, y cuatro mil fueron cogidos prisioneros. Obtenida la victoria, Amlcar concedi a los prisioneros que lo desearan pasar a formar parte de su ejrcito, y les arm con los despojos tomados al enemigo.

    Polibio, I, 83, 1-3; op. cit.

    Los cartagineses, asediados por todas partes, se vieron obligados a recurrir a las ciudades aliadas. Hiern, que siempre durante la presente guerra haba puesto gran empeo en todo lo que los cartagineses le fueron pidiendo, por-que estaba convencido de que le convena a l en particular, para su dominio de Sicilia y para la amistad con los romanos, salvaguardar los intereses de Cartago, para evitar que los romanos, vencedores, tuvieran la posibilidad de llevar a cabo sin esfuerzo sus planes. Tal clculo era prudente y hbil.

    Polibio, I, 83, 5-10; op. cit.

    Tambin los romanos observaron lo justo segn los pactos, y pusieron todo su celo. Al principio hubo alguna controversia entre ambas ciudades, porque los cartagineses desviaban hacia Cartago a los que navegaban procedentes de Italia hacia frica para aprovisionar al enemigo. Haban cogido as casi a quinientos romanos. Esto en Roma caus enojo, y envi una embajada. Se estableci un pacto segn el cual los romanos recobraron a todos los suyos. Esto les satisfizo tanto, que decidieron devolver a los cartagineses los prisio-neros que todava retenan de la guerra de Sicilia. Desde aquel momento atendieron con buena disposicin y benevolencia a todos los llamamientos de los cartagineses. Permitieron a los comerciantes exportar a Cartago lo que sta precisaba, e impidieron hacer lo propio con los enemigos de los cartagi-neses.

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    Polibio, I, 82, 3-5; op. cit.

    Pero cuando pareca que los cartagineses podan ya abrigar esperanzas ms consistentes en aquella guerra, su causa sufri un giro total e inespera-do: sus generales, que haban reunido sus fuerzas, se pelearon de tal modo que no solo dejaron pasar sus oportunidades contra el adversario, sino que la rivalidad surgida entre ellos proporcion a ste muchas ocasiones contra los cartagineses. En Cartago se enteraron de la situacin y ordenaron que uno de los generales se retirara, quedndose el otro; quienes deban elegir el general eran los soldados.

    Polibio, I, 82, 8-10; op. cit.

    Sin embargo, lo peor fue la desercin de las ciudades de Hipozarita y de tica. Haban sido las nicas de frica que no solo haban soportado con valenta la presente guerra, sino que en los tiempos de Agatocles (ao 307-6 a.C.) y de la incursin de los romanos (Rgulo?) haban resistido con ente-reza. En suma, jams haban deliberado algo contrario a los cartagineses. Entonces, adems de su paso absurdo a los africanos (libio-fenicios), tras l les exhibieron la mxima familiaridad y confianza, y contra los cartagineses, en cambio, evidenciaron una clera y un odio implacables. Mataron a todos los que haban acudido en su socorro, unos quinientos, con su general, y les arrojaron por la muralla; pusieron la ciudad en manos de los africanos, y, a pesar de las peticiones de los cartagineses, ni tan siquiera accedieron a ente-rrar a aquellos desventurados muertos.

    Polibio, I, 82, 11-14; op. cit. Estos acontecimientos envalentonaron a Mato y a Espendio, que se dispu-sieron a asediar la ciudad misma de Cartago. Pero Amlcar Barca, con la ayuda del general Anbal pues ste era el que los ciudadanos haban envia-do a las tropas despus que stas decidieron que era Hannn quien deba retirarse, segn los poderes que los cartagineses les haban otorgado cuando los dos generales altercaron entre s- y Naravas, comenz a recorrer el pas interceptando los aprovisionamientos dirigidos a Mato y a Espendio. El n-mida Naravas fue un auxiliar muy til en esto y en otras acciones. Esto era lo que realizaban las fuerzas en campaa. Polibio, I, 73, 6; op. cit. Entonces los mercenarios acamparon en ambos lugares, aislando a los car-tagineses del resto del pas, y empezaron a amenazar la ciudad misma. Tan-

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    to de da como de noche avanzaban hasta el pie de la muralla y causaban un terror y una confusin totales en la poblacin cartaginesa.

    Polibio, I, 70, 7-9; op. cit.

    La guerra contra los mercenarios, tambin llamada africana, tuvo estas causas y comienzo. Los hombres de Mato, pues, realizaron todo lo narrado, y enviaron sin dilaciones legados a todas las ciudades del frica: las exhor-taban a la libertad y solicitaban ayuda y colaboracin en la empresa. Casi todas las gentes de frica respondieron con entusiasmo a su llamada a favor del alzamiento contra Cartago. Pusieron gran inters en mandar todo tipo de recursos y refuerzos, y los sublevados se dividieron y emprendieron un doble asedio: unos cercaron tica (Djerbel Menzel Goul) y otros Hipozarita (Bizerta), porque estas dos ciudades se haban negado a sumarse a la revuel-ta.

    Polibio, I, 84, 1-5; op. cit.

    Pero Mato y Espendio y los suyos eran no menos sitiados que sitiadores. Amlcar les haba puesto ante tal carencia de aprovisionamientos que acaba-ron por verse obligados a levantar el asedio de Cartago. Transcurri algn tiempo, y reunieron a los africanos y a los mercenarios ms vigorosos, en conjunto unos cincuenta mil hombres entre ellos se contaba el africano Zarzas con los que estaban sujetos a sus rdenes-, y se lanzaron de nuevo a seguir en paralelo en campo abierto a los de Amlcar y a acecharles. Evita-ban los lugares llanos, atemorizados por los elefantes y por la caballera de Naravas; intentaban adelantarse a ocupar los lugares montaosos y angos-tos. Y en estas ocasiones no eran inferiores a sus enemigos ni en iniciativa ni en audacia, pero su inexperiencia les haca sufrir muchas derrotas.

    Polibio, I, 85; op. cit. Cuando de manera tan impa, hubieron terminado con los prisioneros, a los que usaban de alimento, se sirvieron de los cuerpos de sus esclavos, pero de Tnez no les llegaba ayuda alguna. Entonces lleg a ser evidente el peligro de tortura que amenazaba a los jefes, debido al estado desesperado de la masa. Autrito, Zarzas y Espendio determinaron entregarse al enemigo y tratar de pactar con Amlcar. Enviaron, pues, a un heraldo y recibieron permiso para enviar una embajada; acudieron, en nmero de diez, a los car-tagineses. Amlcar estableci con ellos el pacto siguiente: De entre los enemigos, los cartagineses elegiran a diez, los que quieran; soltarn a los restantes, puesta solo la tnica. Tan pronto como se acord este pacto, Amlcar dijo que, segn las condiciones, elega a los presentes. Los cartagi-

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    neses se apoderaron as de Autrito, de Espendio y de los jefes ms destaca-dos. Los africanos, enterados de la detencin de sus jefes, creyeron que ha-ban sido traicionados, porque ignoraban las clusulas del trato. Ello hizo que se lanzaran a las armas. Amlcar les rode con sus elefantes y el resto de sus tropas, y mat a todos los mercenarios, ms de cuarenta mil, en el lugar llamado La Sierra, que ha recibido esta denominacin por la similitud de su configuracin con la forma de esta herramienta.

    Polibio, I, 86, 5-7; op. cit.

    Pero Mato se apercibi de que Anbal, confiado, se comportaba con negli-gencia y confianza excesiva. Atac, pues, su atrincheramiento, mat a mu-chos cartagineses, les ech a todos del campamento, se apoder de su bagaje ntegro y cogi vivo al general, a Anbal. Le condujeron inmediatamente a la cruz en que haba sido crucificado Espendio, y despus de torturarle cruel-mente, depusieron el cadver de Espendio y crucificaron vivo al cartagins; seguidamente degollaron a treinta de los cartagineses ms ilustres en torno al cadver de Espendio. Como hecho a propsito, la Fortuna proporcionaba a ambos bandos alternativamente ocasiones de excederse en la venganza de unos contra otros.

    Polibio, I, 87, 1-7; op. cit.

    Los cartagineses se volvieron a desanimar a la vista de lo inesperado de tal peripecia; acababan de recobrar los nimos, y al punto decayeron otra vez sus esperanzas. Pero no por ello dejaron de actuar en vistas de su salvacin. Eligieron a treinta miembros del Senado, y despus armaron a Hannn, el general que antes se haba retirado, y, con l, a los ciudadanos que restaban en edad militar. Con ello echaban mano de su ltimo recurso. Enviaron es-tos hombres a Amlcar Barca. Haba orden expresa, de parte del Senado cartagins, de que, como fuera, los generales cesaran en sus diferencias an-teriores; en vista de la situacin, deban forzosamente ponerse de acuerdo. Los senadores expusieron muchos y variados razonamientos a los generales, a los que haban obligado a entrevistarse, y les forzaron a ponerse de acuer-do y a atender a lo que se les deca. Y desde entonces Hannn y Amlcar an-duvieron ya siempre a la una, y lo realizaron todo segn el parecer de los cartagineses

    Polibio, I, 88, 5-7; op. cit.

    La guerra africana, que haba producido tantas dificultades a los cartagi-neses, acab de esta manera. No solo volvieron a ser dueos de frica, sino que castigaron como se merecan a los causantes de la defeccin. Al final los

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    jvenes se pasearon en triunfo por la ciudad, infligiendo todo tipo de tortu-ras a Mato y a sus hombres. Los mercenarios lucharon contra los cartagine-ses tres aos y cuatro meses en una guerra que, por lo que sabemos de odas, super en mucho a las otras en crueldad y crmenes.

    Polibio, I, 79, 1-2; op. cit. En aquella misma poca los mercenarios que estaban de guarnicin en Cerdea imitaron a los hombres de Mato y de Espendio, y atacaron a los cartagineses de la isla. Encerraron en la acrpolis a Bstar, que era entonces el comandante de aquellos mercenarios, y all le mataron con otros compa-triotas. Polibio, I, 79, 3-4; op. cit.

    Los cartagineses enviaron a un segundo general con ms tropas, a Hannn, pero tambin ste se vio abandonado por sus soldados, que se pasaron a los rebeldes, cogieron vivo al citado general y le crucificaron sin prdida de tiempo. Luego idearon los tormentos ms inusitados y martirizaron hasta la muerte a todos los cartagineses residentes en la isla.

    Polibio, III, 28, 1-4.; op. cit.

    As como comprobamos que el paso de los romanos a Sicilia no signific una transgresin de los juramentos, del mismo modo, a propsito de la se-gunda guerra, a cuyo fin corresponde el tratado referente a Cerdea, no po-demos encontrar una causa o un pretexto que lo justifique. Est reconocido que los cartagineses evacuaron Cerdea y debieron aadir la suma indicada de dinero obligados por las circunstancias y contra toda justicia. Pues la acusacin formulada por los romanos, de que sus tripulaciones haban resul-tado daadas durante la guerra de frica, se desvaneci en el momento en que los cartagineses les devolvieron los cautivos y los romanos, en agradeci-miento, restituyeron sin rescate a los prisioneros de guerra que retenan. Hemos expuesto esto con detalle en el libro precedente.

    Polibio, I, 88, 8-12; op. cit. Y III, 10. 1-4; op. cit.

    En esta misma poca los mercenarios desertores de Cerdea llamaron a los romanos, quienes decidieron navegar hacia la isla. Los cartagineses se enojaron, porque consideraban que el dominio de Cerdea les corresponda ms a ellos, y dispusieron una campaa contra los que les haban desposedo de la isla. Los romanos lo tomaron como pretexto, y decretaron la guerra contra Cartago: sostenan que los cartagineses se preparaban no contra los sardos, sino contra Roma. Los cartagineses, que contra toda esperanza, se

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    haban salido de la guerra acabada de exponer, estaban entonces, desde to-dos los puntos de vista, en condiciones psimas para reemprender hostilida-des, ahora contra los romanos. As que, cediendo a las circunstancias, no solo evacuaron Cerdea (ao 238 a. C., anexin definitiva a Roma), sino que encima entregaron a los romanos mil doscientos talentos en evitacin de una guerra inmediata. As transcurrieron los hechos. Pero cuando los cartagi-neses hubieron solventado los disturbios aludidos, los romanos les declara-ron la guerra, y ellos, primero, estaban decididos a todo, en la suposicin de que la justicia de su causa les hara triunfar. Esto ha sido ya expuesto en los libros anteriores, sin los cuales no es posible entender debidamente ni lo que contamos ahora ni lo que diremos despus. Pero al no ceder los romanos, los cartagineses cediendo a las circunstancias, y apesadumbrados, nada pudie-ron hacer: evacuaron Cerdea y convirtieron en deber aadir otros mil dos-cientos talentos a los tributos ya impuestos. Lo hicieron para no verse cons-treidos a una guerra en aquellas circunstancias. Debe establecerse sta co-mo la segunda causa, an ms grave, de la guerra que estall despus.

    Polibio, III, 27, 1-10; op. cit.

    Porque, acabada la guerra de Sicilia, los romanos hacen unos pactos distin-tos (en el ao 241 a. C.), en los cuales las clusulas contenidas eran las si-guientes: Los cartagineses evacuarn [toda Sicilia y] todas las islas que hay entre Italia y Sicilia. Que ambos bandos respeten la seguridad de los aliados respectivos. Que nadie ordene nada que afecte a los dominios del otro, que no levanten edificios pblicos en ellos ni recluten mercenarios, y que no atraigan a su amistad a los aliados del otro bando. Los cartagineses pagarn en diez aos dos mil doscientos talentos, y en aquel mismo momento abona-rn mil. Los cartagineses devolvern sin rescate todos sus prisioneros a los romanos. Despus de esto, al acabar la guerra de frica, los romanos, tras amenazar con la guerra a los cartagineses hasta casi decretarla, aadieron al pacto lo siguiente: Los cartagineses evacuarn Cerdea y pagarn otros mil doscientos talentos, tal como explicamos ms arriba. Y a todo lo dicho hay que aadir las ltimas convenciones aceptadas por Asdrbal [Asdrbal Janto o el Bello, cuado de Anbal el Grande y yerno de Amlcar Barca] en Espaa [Hispania], segn las cuales los cartagineses no cruzaran el ro Ebro en son de guerra. stos fueron los tratados entre romanos y cartagi-neses desde el principio hasta los tiempos de Anbal.

    Polibio, III, 10, 1-4; op. cit.

    Pero cuando los cartagineses hubieron solventado los disturbios aludidos, los romanos les declararon la guerra, y ellos, primero, estaban decididos a

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    todo, en la suposicin de que la justicia de su causa les hara triunfar. Esto ha sido ya expuesto en los libros anteriores, sin los cuales no es posible en-tender debidamente ni lo que contamos ahora ni lo que diremos despus. Pero al no ceder los romanos, los cartagineses, cediendo a las circunstancias, y apesadumbrados, nada pudieron hacer: evacuaron Cerdea y convirtieron en deber aadir otros mil doscientos talentos a los tributos ya impuestos. Lo hicieron para no verse constreidos a una guerra en aquellas circunstancias. Debe establecerse sta como la segunda causa, an ms grave, de la guerra que estall despus.

    Polibio, VI, 51; op. cit.

    La constitucin de los cartagineses me parece que originariamente tuvo una estructura acertada precisamente en sus aspectos ms caractersticos. Entre los cartagineses haba reyes, un consejo de ancianos dotado de potes-tad aristocrtica, y el pueblo decida en los asuntos que le afectaban; en con-junto se pareca mucho a la de los romanos y a la de los lacedemonios. Pero en la poca de la guerra anniblica se mostr superior la constitucin roma-na e inferior la cartaginesa. Tanto en un cuerpo como en una constitucin, cuando hay un crecimiento natural de las actividades y sigue un perodo de culminacin, tras el cual viene una decadencia, lo ms importante de todo el ciclo es el perodo de culminacin. Y concretamente en l se diferenciaron las constituciones de Cartago y de Roma. La constitucin cartaginesa floreci antes que la romana, alcanz antes que sta su perodo culminante e inici su decadencia cuando la de Roma, y con ella la ciudad llegaba a un perodo de plenitud precisamente por su estruc-tura. Por entonces era el pueblo quien en Cartago decida en las deliberacio-nes; en Roma era el Senado el que detentaba la autoridad suprema. En Car-tago, pues, era el pueblo el que deliberaba, y entre los romanos la aristocra-cia; en las disputas mutuas prevaleci esta ltima. En efecto: Roma sufri un desastre militar total, pero acab ganando la guerra a los cartagineses porque las deliberaciones del Senado romano fueron muy atinadas.

    Polibio, II, 1, 5-6; op. cit.

    Los cartagineses, tan pronto como hubieron enderezado sus asuntos de frica, alistaron tropas y enviaron inmediatamente a Amlcar a los parajes ibricos. Amlcar recogi este ejrcito y a su hijo Anbal, que entonces tena nueve aos, atraves las columnas de Hracles y recobr para los cartagine-ses el dominio de Hispania

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    Polibio, III, 11; op. cit.

    En la poca en que Anbal, derrotado por los romanos [ao 195 a. C.], aca-b por exiliarse de su patria y viva en la corte de Antoco, los romanos, que intuan ya las intenciones de los etolios, enviaron embajadores a Antoco pa-ra no quedar en la ignorancia acerca de las intenciones del rey. Los embaja-dores, al ver que Antoco se inclinaba a favor de los etolios y que pensaba declarar la guerra a los romanos, trataron con suma deferencia a Anbal, con la intencin de infundir sospechas a Antoco, lo que termin por suce-der. A medida que pasaba el tiempo y el rey recelaba cada vez ms de Anbal, surgi la oportunidad de explicarse acerca de la desconfianza surgi-da entre ellos dos. En el dilogo Anbal se defendi mltiplemente, y, al final, cuando ya agotaba los argumentos, explic lo que sigue: cuando su padre iba a pasar a Hispania con sus tropas, Anbal contaba nueve aos y estaba junto a un altar en el que Amlcar ofreca un sacrificio a Zeus [Baal-Hammn]. Una vez que obtuvo ageros favorables, lib en honor de los dioses y cum-pli los ritos prescritos, orden a los dems que asistan al sacrificio que se apartaran un poco, llam junto a s a Anbal y le pregunt amablemente si quera acompaarle en la expedicin. Anbal asinti entusiasmado y an se lo pidi como hacen los nios. Amlcar entonces le cogi por la mano dere-cha, le llev hasta el altar y le hizo jurar, tocando las ofrendas, que jams sera amigo de los romanos. Anbal pidi entonces a Antoco que, pues le haba confiado su secreto, siempre que tramara algo nocivo a los romanos confiara en l, seguro de que tendra un colaborador leal. Pero en el momen-to en que llegara una tregua o amistad con los romanos, en tal caso, poda desconfiar de l sin necesidad de acusaciones, y precaverse; porque siempre intentara todo lo posible contra los romanos.

    Polibio, III, 48, 10-12; op. cit.

    Pero Anbal desarroll sus planes no como stos escriben, sino con un alto sentido prctico: haba averiguado de modo concluyente la fertilidad del pas al que se propona acudir, la aversin de sus habitantes contra los ro-manos, y para el paso de los lugares intermedios difciles se haba servido de guas y de unos jefes indgenas que iban a participar de sus mismas esperan-zas. Hacemos estas afirmaciones con una seguridad total, por habernos do-cumentado sobre las operaciones a travs de personas que tomaron parte directamente en aquellos sucesos, y por haber visitado personalmente los lugares y haber hecho la ruta de los Alpes para tener una visin y un cono-cimiento exactos.

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    Polibio, III, 33, 17-18; op. cit.

    Nadie debe extraarse de la exactitud de esta enumeracin acerca de las disposiciones de Anbal en Espaa [Hispania], aunque apenas la usara uno que hubiera dispuesto personalmente las acciones en todas sus partes. Que nadie nos condene precipitadamente si hemos procedido de modo semejante a algunos historiadores que pretenden dar visos de verdad a sus falsedades. Pues nosotros hemos encontrado en el cabo Lacinio [situado a diez kilme-tros de Crotona, en la costa italiana meridional] esta enumeracin grabada por orden de Anbal en una tablilla de bronce en la poca en que l se pa-seaba por Italia; hemos credo que, al menos en esta materia, la tablilla es totalmente fiable, y por esto hemos decidido dar crdito a la inscripcin

    Polibio, Pargrafos, 22-26; op. cit.

    El primer pacto entre romanos y cartagineses se concluye en tiempos de Lucio Junio Bruto y Marco Horacio, los primeros cnsules romanos nom-brados despus del derrocamiento de la monarqua. Bajo su consulado se consagr el templo de Jpiter capitolino. Esto ocurri veintiocho aos antes del paso de Jerjes [el Gran Rey de los persas] a Grecia [en la Segunda Gue-rra Mdica. Ao 480 a. C.]. Lo hemos transcrito traducindolo con la mxi-ma exactitud posible, pues tambin entre los romanos es tan grande la dife-rencia entre la lengua actual y la antigua, que, algunas cosas, apenas si los ms entendidos logran discernirlas claramente. Los pactos son del tenor si-guiente: Que haya paz entre los romanos y sus aliados y los cartagineses y sus aliados bajo las condiciones siguientes: que ni los romanos ni los aliados de los romanos naveguen ms all del cabo Hermoso [desconocido, pero en la costa actual tunecina] si no les obliga una tempestad, o bien los enemigos. Si alguien es llevado all por la fuerza, que no le sea permitido comprar ni tomar nada, excepcin hecha de aprovisionamientos para el navo o para los sacrificios (y que se vayan a los cinco das). Los que lleguen all con fines comerciales no podrn concluir negocios si no es bajo la presencia de un he-raldo o de un escribano. Lo que se venda en presencia de stos, sea garanti-zado al vendedor por fianza pblica, tanto si se vende en frica como en Cerdea. Si algn romano se presenta en Sicilia, en un paraje sometido al dominio cartagins, gozar de los mismos derechos. Que los cartagineses no cometan injusticias contra el pueblo de los ardeatinos, ni contra el de Antio, ni contra el de Laurento, ni contra el de Circes, ni contra el de Terracina, ni contra ningn otro pueblo latino sujeto a los romanos. Que los cartagineses no ata-quen a las ciudades que no les estn sometidas, y si las conquistan, que las entreguen intactas a los romanos. Que no levanten ninguna fortificacin en

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    el Lacio. Si penetran en l hostilmente, que no lleguen a pernoctar all. El cabo Hermoso est junto a la misma Cartago, en la parte norte. Los cartagi-neses se oponen rotundamente a que los romanos naveguen por all hacia el Sur con naves grandes, de guerra, porque, segn creo, no quieren que co-nozcan los parajes de Bisatis [rea comprendida entre los actuales golfos tunecinos de Hammamet y de Gabes], ni los de la Sirte Pequea, la llamada Emporio por la fertilidad de sus tierras. Si alguien permanece all forzado por una tempestad o por la presin de los enemigos, y carece de lo preciso para los sacrificios o para el equipamiento de la nave, se avienen a que lo tome, pero nada ms; exigen que los que han fondeado all zarpen al cabo de cinco das. Los romanos tienen permiso de navegar, si es con fines comerciales, hasta Cartago, hasta la regin de frica limitada por el cabo Hermoso, y tambin a Cerdea y a la parte de Sicilia sometida a los cartagineses; stos les prome-ten asegurar con una fianza pblica un trato justo. Por este pacto se ve que los cartagineses hablan como de cosa propia de Cerdea y de frica; en cambio, al tratar de Sicilia, precisan formalmente lo contrario, dado que hacen los pactos sobre aquella parte de Sicilia que cae bajo el dominio car-tagins. Igualmente los romanos pactan acerca de la regin del Lacio, y no hacen mencin del resto de Italia porque no cae bajo su potestad. Despus de ste, los cartagineses establecen otro pacto [ao 348 a. C.], en el cual han incluido a los habitantes de Tiro y tica. Al cabo Hermoso aaden Mastia y Tarseyo, ms all de cuyos lugares prohben a los romanos coger botn y fundar ciudades. El pacto es como sigue: Que haya amistad entre los romanos y los aliados de los romanos por una parte y el pueblo de los cartagineses, el de Tiro, el de tica y sus aliados por la otra, bajo las siguientes condiciones: que los ro-manos no recojan botn ms all del cabo Hermoso, de Mastia ni de Tarseyo, que no comercien en tales regiones ni funden ciudades. Si los cartagineses conquistan en el Lacio una ciudad no sometida a los romanos, que se reser-ven el dinero y los hombres, pero que entreguen la ciudad. Si los cartagine-ses aprehenden a ciudadanos cuya ciudad haya firmado un tratado de paz con Roma, pero que no sea sbdita romana, que los prisioneros no sean lle-vados a puertos romanos; pero si uno desembarca y un romano le da la mano [ceremonia de la manumisin], sea puesto en libertad. Que los roma-nos se comporten igualmente. Si un romano recoge agua o provisiones de un pas dominado por los cartagineses, que este aprovisionamiento no sirva pa-ra perjudicar a nadie de aquellos que estn en paz y amistad (con los carta-gineses. Y que lo mismo haga el cartagins. Pero en caso contrario, que no

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    haya venganza privada; si alguien se comporta as, que sea un crimen de derecho comn. Que ningn romano comercie ni funde ciudad alguna, ni tan siquiera fondee en frica o en Cerdea, a no ser para recoger provisiones o para reparar una nave. Si un temporal le lleva hasta all, que se marche al cabo de cinco das. En la parte de Sicilia dominada por los cartagineses y en Cartago, un romano puede hacer y vender todo lo que es lcito a un ciudadano cartagi-ns. Y que los cartagineses hagan lo mismo en Roma. En este pacto los car-tagineses aumentan sus exigencias con respecto a frica y Cerdea, y proh-ben a los romanos todo acceso a estos territorios. Y por el contrario, en cuanto a Sicilia, aclaran que se trata de la parte que les est sometida. Lo mismo hacen los romanos en cuanto al Lacio: exigen a los cartagineses que no se dae a los de Ardea, a los de Antio, a los de Circe ni a los de Terracina. Estas ciudades son costeras, y por ellas los romanos firmaron el pacto. Los romanos establecieron todava un ltimo pacto en la poca de la invasin de Pirro [el belicoso y eximio rey del Epiro, aos 279-278 a. C.], antes de que los cartagineses iniciaran la guerra de Sicilia. En este pacto se conservan todas las clusulas de los acuerdos ya existentes, pero adems se aaden las siguientes: Si hacen por escrito un pacto de alianza contra Pirro, que lo hagan ambos pueblos, para que les sea posible ayudarse mutuamente en el pas de los atacados. Sea cual fuere de los dos el que necesite ayuda, sean los cartagineses quienes proporcionen los navos para la ida y para la vuelta; cada pueblo se proporcionar los vveres. Los cartagineses ayudarn a los romanos por mar, si stos lo necesitan. Nadie obligar a las dotaciones [de las naves cartaginesas] a desembarcar contra su voluntad. Siempre era obligado hacer un juramento. Se hicieron as: en los primeros pactos los cartagineses juraron por los dioses paternos y los romanos por unas piedras, segn la costumbre antigua, y adems por Ares y por Enialio. El juramento por las piedras se efecta as: el que lo formula con referencia a un tratado toma en su mano una piedra, y tras jurar por la fe pblica, dice lo siguiente: Si cumplo este juramento, que todo me vaya bien, pero si obro o pienso de manera distinta, que todos los dems se salven en sus propias patrias, en sus propias leyes, en sus propios bienes, templos y sepulturas, y yo solo caiga as, como ahora esta piedra. Y tras decir esto, arroja la piedra de su mano. Las cosas eran as, y los pactos se conservan todava hoy en tablas de bronce en el templo de Jpiter Capitolino, en el ar-chivo de los ediles. Quin no se extraar, naturalmente, del historiador Filino [Filino de Agrigento, historiador contemporneo de la primera guerra romana-pnica, que histori], no de que ignore esos pactos (lo cual no es de extraar, pues incluso ahora los ms ancianos romanos y cartagineses, in-

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    cluso los que parece que ms se haban interesado por el tema, los ignora-ban), sino de que se atrevi, no s con qu seguridades, a escribir lo contra-rio: dice que entre romanos y cartagineses haba un pacto segn el cual los romanos no podan entrar en ningn punto de Sicilia, ni los cartagineses en ninguno de Italia. Segn Filino los romanos pisotearon los pactos y los juramentos, puesto que fueron los primeros en hacer una travesa a Sicilia. Pero tales pactos no exis-ten, y no hay constancia escrita acerca de ellos; Filino los cita explcitamente en su segundo libro. De tal cosa hemos hecho mencin en la introduccin a nuestra Historia, pero dejamos hasta ahora el tratarla con algn detalle, porque muchos en este tema se equivocan por fiarse de la obra de Filino. Entendmonos: si alguien reprocha a los romanos su paso a Sicilia relacio-nndolo con el hecho de que haban admitido sin reservas a los mamertinos a su amistad, y cuando stos se la pidieron, les prestaron ayuda, aunque los mamertinos haban traicionado no solo a Mesina, sino tambin a Regio, des-de esta perspectiva su indignacin es explicable. Pero si ste supone que la travesa signific la transgresin de pactos y juramentos, aqu su ignorancia es manifiesta

    Polibio, III, 33, 17-18; op. cit.

    Nadie debe extraarse de la exactitud de esta enumeracin acerca de las disposiciones de Anbal en Espaa [Hispania], aunque apenas la usara uno que hubiera dispuesto personalmente las acciones en todas sus partes. Que nadie nos condene precipitadamente si hemos procedido de modo semejante a algunos historiadores que pretenden dar visos de verdad a sus falsedades. Pues nosotros hemos encontrado en el cabo Lacinio [situado a diez kilme-tros de Crotona, en la costa italiana meridional] esta enumeracin grabada por orden de Anbal en una tablilla de bronce en la poca en que l se pa-seaba por Italia; hemos credo que, al menos en esta materia, la tablilla es totalmente fiable, y por esto hemos decidido dar crdito a la inscripcin. Polibio, III, 24; op. cit. Despus de ste, los cartagineses establecen otro pacto (parece que es del ao 348 a. C., y con su lectura, el autor griego, da a entender que los carta-gineses dictan las condiciones por estar en una posicin dominante), en el cual han incluido a los habitantes de Tiro y tica. Al cabo Hermoso aaden Mastia y Tarseyo, ms all de cuyos lugares prohben a los romanos coger botn y fundar ciudades. El pacto es como sigue: Que haya amistad entre los romanos y los aliados de los romanos por una parte y el pueblo de los

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    cartagineses, el de Tiro, el de tica y sus aliados por la otra, bajo las siguien-tes condiciones: que los romanos no recojan botn ms all del cabo Hermo-so, de Mastia ni de Tarseyo, que no comercien en tales regiones ni funden ciudades. Si los cartagineses conquistan en el Lacio una ciudad no sometida a los romanos, que se reserven el dinero y los hombres, pero que entreguen la ciudad. Si los cartagineses aprehenden a ciudadanos cuya ciudad haya firmado un tratado de paz con Roma, pero que sea sbdita romana, que los prisioneros no sean llevados a puertos romanos; pero si uno desembarca y un romano le da la mano, sea puesto en libertad. Que los romanos se com-porten igualmente. Si un romano recoge agua o provisiones de un pas do-minado por los cartagineses, que este aprovisionamiento no sirva para per-judicar a nadie de aquellos que estn en paz y amistad [con los cartagineses. Y que lo mismo] haga el cartagins. Pero en caso contrario, que no haya venganza privada; si alguien se comporta as, que sea un crimen de derecho comn. Que ningn romano comercie ni funde ciudad alguna, ni tan siquiera fondee en frica o en Cerdea, a no ser para recoger provisiones o para re-parar una nave. Si un temporal le lleva hasta all, que se marche al cabo de cinco das. En la parte de Sicilia dominada por los cartagineses y en Carta-go, un romano puede hacer y vender todo lo que es lcito a un ciudadano cartagins. Y que los cartagineses hagan lo mismo en Roma. En este pacto los cartagineses aumentan sus exigencias con respecto a frica y Cerdea, y prohben a los romanos todo acceso a estos territorios. Y por el contrario, en cuanto a Sicilia, aclaran que se trata de la parte que les est sometida. Lo mismo hacen los romanos en cuanto al Lacio: exigen a los cartagineses que no se dae a los de Ardea, a los de Antio, a los de Circe ni a los de Terracina. Estas ciudades son costeras, y por ellas los romanos firmaron el pacto. Polibio, II, 1, 1-9; op. cit. En el libro anterior a ste hemos precisado la fecha en que los romanos, tras haber unificado a Italia, iniciaron sus empresas fuera de ella; despus, cmo pasaron a Sicilia, y los motivos que les indujeron a hacer la guerra contra los cartagineses en tercer lugar, la poca en que empezaron a juntar fuerzas navales, y lo que ocurri a ambos bandos hasta el final, cuando los cartagineses evacuaron totalmente Sicilia y los romanos se apoderaron de la isla, a excepcin de las partes gobernadas por Hiern. A continuacin em-prendimos la narracin del motn de los mercenarios contra los cartagineses, la del estallido de la guerra llamada africana, con las impiedades cometidas hasta la victoria de una de las partes, y el final inesperado que tuvo la em-presa hasta su conclusin con el triunfo de los cartagineses. Ahora se pre-

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    tende una exposicin sumaria, segn nuestro plan inicial, de lo que sigui. Los cartagineses, tan pronto como hubieron enderezado sus asuntos de fri-ca, alistaron tropas y enviaron inmediatamente a Amlcar a los parajes ib-ricos. Amlcar recogi este ejrcito y a su hijo Anbal, que entonces tena nueve aos, atraves las columnas de Hracles (el actual estrecho de Gibral-tar) y recobr para los cartagineses el dominio de Hispania. Pas casi nueve aos (237-229 a. C.) en los lugares citados y someti a muchos iberos, unos por la guerra y otros por persuasin. Y acab su vida de una manera digna de sus hazaas anteriores. En una refriega contra unos hombres muy fuer-tes, dotados de un gran vigor, se arroj al peligro con audacia y sin pensr-selo. All perdi la vida corajudamente, (segn Tito Livio se ahog al cruzar un ro; pero otras fuentes le hacen morir asesinado por un hispano). Enton-ces los cartagineses entregaron el mando a Asdrbal (el Janto o el Bello), yerno de Amlcar y trierarco (o trierarca, oficial al mando de un trirreme). Polibio, II, 1, 1-9; op. cit. En el libro anterior a ste hemos precisado la fecha en que los romanos, tras haber unificado a Italia, iniciaron sus empresas fuera de ella; despus, cmo pasaron a Sicilia, y los motivos que les indujeron a hacer la guerra contra los cartagineses en tercer lugar, la poca en que empezaron a juntar fuerzas navales, y lo que ocurri a ambos bandos hasta el final, cuando los cartagineses evacuaron totalmente Sicilia y los romanos se apoderaron de la isla, a excepcin de las partes gobernadas por Hiern. A continuacin em-prendimos la narracin del motn de los mercenarios contra los cartagineses, la del estallido de la guerra llamada africana, con las impiedades cometidas hasta la victoria de una de las partes, y el final inesperado que tuvo la em-presa hasta su conclusin con el triunfo de los cartagineses. Ahora se pre-tende una exposicin sumaria, segn nuestro plan inicial, de lo que sigui. Los cartagineses, tan pronto como hubieron enderezado sus asuntos de fri-ca, alistaron tropas y enviaron inmediatamente a Amlcar a los parajes ib-ricos. Amlcar recogi este ejrcito y a su hijo Anbal, que entonces tena nueve aos, atraves las columnas de Hracles (el actual estrecho de Gibral-tar) y recobr para los cartagineses el dominio de Hispania. Pas casi nueve aos (237-229 a. C.) en los lugares citados y someti a muchos iberos, unos por la guerra y otros por persuasin. Y acab su vida de una manera digna de sus hazaas anteriores. En una refriega contra unos hombres muy fuer-tes, dotados de un gran vigor, se arroj al peligro con audacia y sin pensr-selo. All perdi la vida corajudamente, (segn Tito Livio se ahog al cruzar un ro; pero otras fuentes le hacen morir asesinado por un hispano). Enton-

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    ces los cartagineses entregaron el mando a Asdrbal (el Janto o el Bello), yerno de Amlcar y trierarco (o trierarca, oficial al mando de un trirreme). Polibio, X, 10; op. cit. Cartago Nova est situada hacia el punto medio del litoral hispano, en un golfo orientado hacia el Sudoeste. La profundidad del golfo es de unos veinte estadios y la distancia entre ambos extremos es de diez; el golfo, pues, es muy semejante a un puerto. En la boca del golfo hay una isla que estrecha enormemente el paso de penetracin hacia dentro, por sus dos flancos. La isla acta de rompiente del oleaje marino, de modo que dentro del golfo hay siempre una gran calma, interrumpida solo cuando los vientos africanos se precipitan por las dos entradas y encrespan el oleaje. Los otros, en cambio, jams remueven las aguas, debido a la tierra firme que las circundan. En el fondo del golfo hay un tmbolo, encima del cual est la ciudad, rodeada del mar por el Este y por el Sur, aislada por el lago por el Oeste y en parte por el Norte, de modo que el brazo de tierra que alcanza el otro lado del mar, que es el que enlaza la ciudad con la tierra firme, no alcanza una anchura mayor que dos estadios. El casco de la ciudad es cncavo; en su parte meri-dional presenta un acceso ms plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montaosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difciles de escalar. La colina ms alta est al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a As-clepio. Hay otra colina frente a sta, de disposicin similar, en la cual se edi-ficaron magnficos palacios reales, construidos, segn se dice, por Asdrbal, quien aspiraba a un poder monrquico. Las otras elevaciones del terreno, simplemente unos altozanos, rodean la parte septentrional de la ciudad. De estos tres, el orientado hacia el Este se llama el de Hefesto, el que viene a continuacin, el de Aletes, personaje que, al parecer, obtuvo honores divinos por haber descubierto unas minas de plata; el tercero de los altozanos lleva el nombre de Cronos. Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas ms prximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acmilas puedan pasar por aqu, desde el interior del pas, los suministros necesarios. Polibio, III, 8; op. cit. Fabio, el historiador romano, afirma que la causa de la guerra contra Anbal fue, adems de la injusticia cometida contra los saguntinos, la avari-

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    cia y la ambicin del poder de Asdrbal, ya que ste, tras adquirir un gran dominio en los territorios de Hispania, se present en el frica, donde inten-t derogar las leyes vigentes y convertir en monarqua la constitucin de los cartagineses. Los prohombres de la ciudad, al apercibirse de su intento con-tra la constitucin, se pusieron de acuerdo y se enemistaron con l. Cuando Asdrbal lo comprendi, se march del frica y desde entonces manej a su antojo los asuntos hispanos, prescindiendo del Senado cartagins. Anbal, que desde nio haba sido compaero de Asdrbal y emulador de su manera de gobernar, luego que hubo recibido la direccin de los asuntos de Hispa-nia, dirigi las empresas del mismo modo que l. Esto hizo que ahora la gue-rra contra los romanos estallara contra la voluntad de los cartagineses, por decisin de Anbal. Porque ningn notable cartagins haba estado de acuerdo con el modo con que Anbal trat a la ciudad de Sagunto. Fabio afirma esto, y luego asegura que tras la cada de la plaza mencionada los romanos acudieron y exigieron de los cartagineses que les entregasen a Anbal o arrostraran la guerra. Ante su afirmacin de que ya desde el prin-cipio los cartagineses estaban disgustados por la conducta de Anbal, se po-dra preguntar a este autor si dispusieron de ocasin ms propicia que sta, o de manera ms justa y oportuna para avenirse a las pretensiones romanas y entregarles al causante de tales injusticias. As se libraban discretamente, por medio de terceros, del enemigo comn de la ciudad, lograban la seguri-dad del pas, apartaban la guerra que se les vena encima y satisfacan con solo un decreto a los romanos. A todo esto, qu podra decir Fabio? Nada, evidentemente. La verdad es que los cartagineses tanto distaron de hacer cualquier cosa de las indicadas, que, segn las iniciativas de Anbal, gue-rrearon continuamente durante diecisis aos y no cesaron hasta que, tras poner a prueba todas sus esperanzas, al final vieron en peligro su pas y sus vidas. Polibio, II, 13, 3-7; op. cit. Los romanos constataron que all se haba establecido un poder mayor y temible, y pasaron a preocuparse de Hispania. Vieron que en los tiempos anteriores se haban dormido y que los cartagineses se les haban anticipado a construir un gran imperio, e intentaron con todas sus fuerzas recuperar lo perdido. Pero de momento no se atrevan a exigir nada a los cartagineses ni a hacerles la guerra, porque penda sobre ellos su temor a los galos, en sus mismas fronteras, y aguardaban su invasin da tras da. De modo que los romanos halagaban y trataban benignamente a Asdrbal, pues haban deci-dido arriesgarse contra los galos y atacarles: suponan que no podran do-

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    minar a Italia ni vivir con seguridad en su propia patria mientras tuvieran por vecinos a estas gentes. Despacharon legados a Asdrbal y establecieron un pacto con l, en el que, silenciando el resto de Hispania, se dispuso que los cartagineses no atravesaran con fines blicos el ro llamado Ebro. Esto se hizo al tiempo que los romanos declararon la guerra a los galos de Italia. Polibio, II, 22; op. cit. Por eso los linajes principales, el de los insubres y el de los boyos, se coali-garon y enviaron mensajeros a los galos que habitan en los Alpes y junto al ro Rdano, llamados stos gesatos (referido el nombre al arma patognom-nica que utilizaban, gesum, vocablo cltico que significa jabalin