AMÉRICA LATINA AL ENCUENTRO DEL SIGLO XXI José Joaquín...

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AMÉRICA LATINA AL ENCUENTRO DEL SIGLO XXI José Joaquín Brunner * El piso está empezando a cimbrar para todos Este texto busca estimular la reflexión sobre el futuro de América Latina. Arranca de una constatación ampliamente compartida en círculos intelectuales, políticos, culturales y empresariales de la región. Ha sido formulada de esta manera: “es importante que comprendamos que, a medida que se acerca el segundo mileno, de una u otra forma el piso se está empezando a cimbrar para todos, por lo menos en muchas regiones del mundo, incluyendo Latinoamérica. No estamos refiriéndonos a los debates familiares entre las ideologías del siglo XIX occidental. Nuestro drama --cualquiera sea nuestra participación-- se representa en un teatro que nos es extraño, en un escenario que apenas podemos reconocer, y en el curso de cambios escenográficos impredecibles, inesperados, que no comprendemos cabalmente”. 1 Precisamente por encontrarnos frente a un mundo desconocido se vuelve imprescindible partir, como reza el verso, “navegando en el alba”. Tal es lo que pretendemos hacer aquí. En vez de abordar los temas más usuales del desarrollo, su sustentabilidad medio ambiental, la integración de los grupos más desventajados y las reformas de primera y segunda generación necesarias para todo eso, nos proponemos zarpar en otra dirección. Queremos escuchar las voces y participar de la conversación que se va entretejiendo en torno a ese sentimiento de que estamos frente a un cambio mayor. Uno que suele nombrarse indistintamente como conclusión o término de lo que hasta ahora hemos conocido --fin de una época, de la sociedad industrial, de los capitalismos nacionales, incluso de la modernidad--, o bien, como comienzo de algo nuevo que aparece en el horizonte: globalización, sociedad de la información, civilización posmoderna. Dicho en otras palabras: queremos mirar a América Latina puesta frente a ese cambio de época o de civilización; a esa especie de desplazamiento tectónico que todos sentimos está ocurriendo bajo nuestros pies y que puede significar una de dos cosas. O bien que hemos empezado a movernos hacia el futuro, arrastrados por las corrientes principales de la globalización o, por el contrario, que estamos perdiendo pie y quedando atrás mientras el mundo desarrollado se aleja de nosotros. * Profesor-investigador de la Facultad Latino Americana de Ciencias Sociales (FLACSO). Trbajo preparado para el banco Interamericano de Desarrollo (BID). Agradezco los comentarios, críticas y sugerencias bibliográficas de Andrés Allamand, Celia Alvariño, Jorge Balán, Andrés Bernasconi, Carlos Catalán, Sandra Grossman, Arturo Israel, Edmundo Jarquín, Norbert Lechner, María Olivia Recart, Simón Schwartzman, Anthony Tillet y Jaime Vargas.

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AMÉRICA LATINA AL ENCUENTRO DEL SIGLO XXI José Joaquín Brunner*

El piso está empezando a cimbrar para todos Este texto busca estimular la reflexión sobre el futuro de América Latina. Arranca de

una constatación ampliamente compartida en círculos intelectuales, políticos, culturales y empresariales de la región. Ha sido formulada de esta manera: “es importante que comprendamos que, a medida que se acerca el segundo mileno, de una u otra forma el piso se está empezando a cimbrar para todos, por lo menos en muchas regiones del mundo, incluyendo Latinoamérica. No estamos refiriéndonos a los debates familiares entre las ideologías del siglo XIX occidental. Nuestro drama --cualquiera sea nuestra participación-- se representa en un teatro que nos es extraño, en un escenario que apenas podemos reconocer, y en el curso de cambios escenográficos impredecibles, inesperados, que no comprendemos cabalmente”.1

Precisamente por encontrarnos frente a un mundo desconocido se vuelve imprescindible partir, como reza el verso, “navegando en el alba”. Tal es lo que pretendemos hacer aquí. En vez de abordar los temas más usuales del desarrollo, su sustentabilidad medio ambiental, la integración de los grupos más desventajados y las reformas de primera y segunda generación necesarias para todo eso, nos proponemos zarpar en otra dirección. Queremos escuchar las voces y participar de la conversación que se va entretejiendo en torno a ese sentimiento de que estamos frente a un cambio mayor. Uno que suele nombrarse indistintamente como conclusión o término de lo que hasta ahora hemos conocido --fin de una época, de la sociedad industrial, de los capitalismos nacionales, incluso de la modernidad--, o bien, como comienzo de algo nuevo que aparece en el horizonte: globalización, sociedad de la información, civilización posmoderna.

Dicho en otras palabras: queremos mirar a América Latina puesta frente a ese cambio de época o de civilización; a esa especie de desplazamiento tectónico que todos sentimos está ocurriendo bajo nuestros pies y que puede significar una de dos cosas. O bien que hemos empezado a movernos hacia el futuro, arrastrados por las corrientes principales de la globalización o, por el contrario, que estamos perdiendo pie y quedando atrás mientras el mundo desarrollado se aleja de nosotros.

* Profesor-investigador de la Facultad Latino Americana de Ciencias Sociales

(FLACSO). Trbajo preparado para el banco Interamericano de Desarrollo (BID). Agradezco los comentarios, críticas y sugerencias bibliográficas de Andrés Allamand, Celia Alvariño, Jorge Balán, Andrés Bernasconi, Carlos Catalán, Sandra Grossman, Arturo Israel, Edmundo Jarquín, Norbert Lechner, María Olivia Recart, Simón Schwartzman, Anthony Tillet y Jaime Vargas.

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Un enfoque así de amplio –de “gran angular”, por llamarlo de alguna manera-- tiene por necesidad que ser experimental más que sistemático, provisional más que definitivo, amén de inter-textual como suele decirse ahora más que diseñado como un cuerpo auto-contenido de ideas de un solo autor. El resultado esperado debería ser una reflexión abierta, con múltiples puntos de entrada y salida, lo más parecida a una conversación cuyos términos remiten a otros términos que, a su vez, crean vínculos entre unos texto y otros. Naturalmente nuestra tarea aquí no es, ni podía ser, formular soluciones o proponer programas de acción. No se puede crear, partiendo por decir así de un solo cerebro, por numerosos que sean sus apoyo externos, una suerte de software político-cultural para el siglo XXI. Más bien, lo que necesitamos y podemos intentar es identificar algunos nuevos problemas, reunir la imaginación con el conocimiento e impulsar la discusión sobre los signos de los tiempos y los desafíos que ellos traen aparejados para nuestra región. Las soluciones vendrán después, como producto de la ininterrumpida reflexión sobre nuestra historia y el deseo de conducirla hacia adelante.

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I PARTE

Resultados ambiguos La idea rectora de esta reflexión es la siguiente: que en el curso de la próxima década

o dos, América Latina deberá hacer frente al reto de integrarse a la economía global basada en el conocimiento y a la sociedad de la información.

Frente a la magnitud de ese desafío resulta oportuno partir recordando que ya antes la región debió enfrentar retos similares. En diversos momentos a lo largo del tiempo ha tenido que definir, y luego redefinir, su relación con el mundo; su incorporación a, o exclusión de, los procesos históricos más avanzados de la época. Así fue desde el comienzo; así vuelve a ocurrir hoy: “hace casi 500 años, América tuvo que aprender modos de vida radicalmente distintos, traídos de un ‘viejo mundo’ que apenas comenzaba a innovarse a sí mismo. Hoy no debe ser imposible fomentar los espacios imaginarios, buscar ideas originales, reconstruirlas con aquel enorme acervo del pasado, junto al legado completo de la modernidad. […] A fin de cuentas, tal vez sea ésta nuestra única forma sensata y sincera de acceder al mundo del próximo siglo y responder sin rezagarnos a la exigencia de la globalización”.2

Anteriores intentos tuvieron resultados ambiguos sin embargo. Por ejemplo, el desplome del edificio colonial dejó una Hispanoamérica muy distinta de la que le había precedido, pero �distinta también de la que se esperaba iba a surgir una vez disipado el ruido y la furia de las batallas�.3 Lo que resultó fue un orden inestable, caracterizado por el militarismo, la fragmentación nacional, una limitada democratización, una cultura basada en un extenso analfabetismo y un desarrollo económico frustrado donde el PIB per cápita de los dos mayores países de la región, Brasil y México, se incrementó entre 1820 y 1913 de US$97 a US$169 y de US$112 a US$143 respectivamente, mientras ese último año en los Estados Unidos alcanzaba a US$1344 y en Gran Bretaña a US$10254. Como dijo Octavio Paz, �la Independencia fue un falso comienzo: nos liberó de Madrid, no de nuestro pasado�.

Más tarde, a fines del siglo XIX y hasta la Gran Depresión de 1930, América Latina se integra al mundo adoptando un modelo exportador de crecimiento hacia fuera cuyo dinamismo desencadena profundos cambios socio-políticos dentro de las sociedades –este es el tiempo de la Revolución Mexicana, del movimiento reformista universitario de Córdoba, de los caudillos nacional-populares, del ascenso de las clases medias, del arte socialmente comprometido y de vanguardia y de un generalizado sentimiento anti-oligárquico y modernizador5-- pero que termina en colapso económico, desintegración social y regresión política. �Aún los países que se gloriaban de ofrecer excepción al predominante autoritarismo latinoamericano iban a mostrar, luego de 1930, un paisaje político tan cargado de ruinas como el de su economía�.6

No le ha sido fácil a la región insertarse en el mundo y avanzar. Muchas veces las soluciones buscadas no arribaron; las asimetrías, en tanto, se mantuvieron. Pero en el proceso la región ha cambiado, ha crecido y se ha vuelto más compleja. Baste recordar que el ano 1900 tenía apenas 70 millones de habitantes, tres de cada cuatro vivían en zonas rurales, la esperanza promedio de vida al nacer era de 40 anos, tres cuartas partes de la población era analfabtea, el

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ingreso medio per cápita era la décima parte del actual, una parte significativa de la población no se hallaba integrada a la economía de consumo, los medios de transporte eran precarios, las industrias escasas y baja la capacidad institucional.7

Particularmente durante el período que va de la posguerra (1945) hasta el inicio de la “década perdida” de los ochenta, América Latina cambió dramáticamente. La estrategia de industrialización “hacia-adentro” aceleró el crecimiento (el PIB per cápita aumentó en casi 3% anual entre 1945-1973), el sector manufacturero pasó al centro del desarrollo, se expandió el Estado y sus funciones de fomento e intervención, la clase media se volvió más numerosa y variada, el analfabetismo se redujo y los indicadores de salud mejoraron notablemente todo esto a pesar del incremento de la población, las oportunidades educacionales --independiente de su calidad-- se multiplicaron y, por primera vez, emergió un amplio estrato de profesionales y técnicos asociado al esfuerzo modernizador del scetor público.

Sin embargo, hacia fines de los años setenta se volvieron evidentes los signos de agotamiento del modelo de industrialización “hacia adentro”. Los efectos netos se sintieron con fuerza durante la siguiente década, la “década perdida”: el ingreso medio por habitante cayó entre un 8 y un 10% , los hogares con un ingreso inferior al promedio alcanzaron al 70%, los salarios redujeron apreciablemente su participación en el producto, el número absoluto de pobres aumentó y el gasto público en servicios sociales disminuyó. Todavía durante la primera mitad de los años noventa América Latina vivía bajo el impacto de esos efectos: el porcentaje de hogares bajo la línea de pobreza se incrementó de 35% a 39% entre 1980 y 1994 y el de hogares bajo la línea de indigencia de 9% a 12%; la desigualdad de ingresos es la peor del mundo en desarrollo: el 20% más pobre de la población percibe apenas el 4,5% del ingreso nacional mientras que el 20% del extremo superior de la escala recibe el 55%; entre la mitad y dos tercios de los jóvenes urbanos ven restringidas sus oportunidades futuras ya en su hogar de origen al no poder alcanzar el umbral educativo básico para acceder al bienestar; una de cada cuatro personas no accede al agua potable, una de cada tres al saneamiento.

Mejor que las estadísticas, el siguiente pasaje escrito por Mario Vargas Llosa refleja el costo humano de la década perdida. “Un departamento que conocía bien, antes, era el de Piura. Ahora, no podía creer lo que veía. Esos pueblos de la provincia de Sullana –San Jacinto, Marcavelica, Salitral–, o de Paita --Amotape, Arenal y Tamarindo–, para no hablar de las serranías de Huancabamba y Ayabaca, o los del desierto –Catacaos, La Unión, La Arena, Sechura-- parecían haber muerto en vida, languidecer en un marasmo sin esperanza. Es verdad, en mi memoria también las viviendas eran rústicas, de barro y caña brava, y las gentes andaban descalzas y quejosas por la falta de caminos, de postas médicas, de escuelas, de agua, de electricidad. Pero en esos pueblos pobres de mi infancia piurana había un vitalidad pujante, una alegría a flor de piel y una esperanza ahora extinguidas. Habían crecido mucho –se habían triplicado, a veces–, estaban atestados de niños y de desocupados y un aire de ruina y de vejez parecían consumirlos. En las reuniones con los vecinos, oía repetirse el estribillo: ‘Nos morimos de hambre. No hay trabajo’”.8

Puede decirse, en suma, que un grado importante de frustración ha sido la sombra que acompaña el desarrollo latinoamericano hasta hoy, incluso a los nuevos –y a veces

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más auspiciosos-- progresos de fines del siglo XX. Ha habido avances pero ellos no han sido suficientes ni satisfactorios (Cuadro 1). Cuadro 1 América Latina: tres décadas de desarrollo insuficiente e insatisfactorio

América Latina

1960/1970

1995

Población estimada (millones)

214 a

476,6

Población urbana

50 a

74 e

Esperanza de vida al nacer

55,3 a

69,0 e

PIB (millones de dólares)

95.000 b

1.916.800 i

Porcentaje sobre PIB mundial

5.4

6.4 i

PIB x habitante (US$1987)

1122 a

1931 e

PIB real per cápita (PPA en dólares)

2137 a

5933 e

Exportaciones totales (millones dólares)

98.589 d

221.210

Porcentaje de la pea en agricultura

50 a

26 e

Porcentaje de la pea en industria

20 a

24 e

Porcentaje de la pea en servicios

30 a

50

Proporción mujeres en la población de edad activa

24 c

32 e

Tasa alfabetización adultos

72 c

86 e

Tasa bruta matriculación todos los niveles

59 d

70 e

Tasa bruta escolarización secundaria

19 b

54 g

Tasa bruta de escolarización superior

4 b

17,3

Matrícula educación superior (miles)

1.640 c

8.121

Gasto del Gobierno central como porcentaje PIB

16,9 ch

24,5

Gasto público en educación como porcentaje del PIB

3,7 d

3,9

Gasto público en salud como porcentaje del PIB

2,4 g

Número de habitantes por médico

2370 b

1042

Fuente: PNUD, Informe sobre Desarrollo Humano 1997; World Bank, World Development Report 1989, 1994, 1998; UNESCO, Statistical Year Book 1997 a: 1960 b: 1965 c: 1970 ch 1972 d: 1980 e: 1994 f: 1984 g 1991 h: 1992 i: 1997

En contraste con esa realidad, dos hechos nuevos resaltan sobre el paisaje de la región al aproximarse el final de siglo. Primero, la implantación formal de sistemas democráticos

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en prácticamente todos los países, poniéndose fin así (aparentemente, al menos) al ciclo de caudillos, regímenes autoritarios, guerras internas y ensayos revolucionarios que alimentaron la inestabilidad política del continente desde el comienzo de la guerra fría. Segundo, la gradual adopción de economías de mercado abiertas al mundo que, tras décadas de lento crecimiento hacia dentro, han generado una nueva ilusión de estabilidad, desarrollo y modernización en el continente.

Igual que hace cinco siglos, pero premundos ahora de estos medios y de las lecciones aprendidas de la historia, volvemos a estar ante la necesidad de aprender modos de vida radicalmente distintos si queremos integrarnos, a partir de nuestra propia condición, en las corrientes mayores de la globalización. Nuevamente América Latina puede alentar una esperanza común: “es posible imaginar que, de mantenerse las tendencias actuales por otros diez años, América Latina ingresará al siglo XXI con gobiernos que son más respetuosos de la ley y las libertades y con sociedades al mismo tiempo más justas y prósperas. La región puede alcanzar todo esto, además, sin necesariamente perder su identidad cultural e histórica”.9

Mas, ¿es realista esperar tal evolución?

La gente desconfía Si bien es efectivo que regímenes democráticos se han instalado prácticamente sin

excepción en los países de América Latina, la democracia sin embargo no parece haberse asentado más que débilmente en la conciencia y la cultura de la región y su institucionalidad es aún precaria. En efecto todavía un tercio o más de la población no considera que la democracia sea preferible a cualquier otra forma de gobierno. Satisfechos con el funcionamiento de la democracia se halla una de cada tres personas en Sud América y México y uno de cada dos en Centro América, donde ella se asocia con la paz. La confianza en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial es baja. Menos de la mitad de los ciudadanos encuentra indispensables a los partidos políticos en su país.10

Por tanto, más que frente a una democracia de ciudadanos comprometidos (con voice y loyalty) estamos aquí frente a una cultura política del retraimiento y el exit. Una proporción significativa de la población adulta no cree que su participación en el proceso político, ni siquiera en las elecciones, pueda tener efectividad para incidir en el cambio de sus condiciones de vida. De hecho, América del Sur y del Centro muestran las más bajas tasas de participación electoral entre todas las regiones del mundo, tanto en las elecciones parlamentarias como presidenciales.11 Las negativas respuestas emocionales hacia la política democrática han llevado a algunos a hablar de un “cinismo político” prevaleciente en la región, que se combinaría con una baja apreciación del rol desempeñado por los políticos. Como señala Octavio Paz en una metáfora que bien puede generalizarse al resto del continente: “el pueblo mexicano, después de más de dos siglos de experimentos y fracasos, no cree ya sino en la Virgen de Guadalupe y en la Lotería Nacional”.12 En efecto, la Iglesia es la institución que por lejos despierta en la actualidad mayor confianza en la población, muy por encima de los tres Podres del Estado. Según el estudio hecho por MORI para el Wall Street Journal en 12 países de América Latina, la Iglesia tiene un 75% de confianza guardando una holgada distancia de

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50 puntos porcentuales respecto de los tribunales, que obtienen un 25% de confianza, y de los parlamentos, con un 20%.13 Y la mentalidad económica predominante permanece sujeta a la creencia en el azar de las conexiones sociales: en Sudamérica y México un 70% de las personas cree que el éxito en la vida depende de dichas conexiones y en Centroamérica un 60%. En cambio, el esfuerzo personal es subvalorado porque para muchos no representa una auténtica oportunidad de progreso en la vida.14

En suma, nos encontramos a fin de siglo con la paradoja de democracias sin confianza política. Donde parte de la población sueña aún con la posibilidad de que “hombres fuertes” o líderes carismáticos puedan solucionar sus problemas, sorteando --en nombre de la eficacia-- el proceso de negociación política y el cauce de las instituciones establecidas. Éstas, a su vez, representan la contra-cara de esa democracia culturalmente débil; su precaria estructura. En efecto, la poca confianza que la gente tiene en los poderes del Estado se corresponde con las altas expectativas heredadas de décadas de desarrollo hacia dentro, expectativas que se hallan en agudo contraste con el inadecuado funcionamiento de aquellos poderes: gobiernos sobrecargados de funciones pero que no logran siquiera garantizar los bienes públicos esenciales como seguridad, salud y educación; un proceso legislativo lento y engorroso y sistemas judiciales que se hallan en crónica crisis, sin poder frenar el crimen y la delincuencia., al punto que el costo de la violencia urbana pasó del 0,8% del PIB a comienzos de los años ochenta a 1,6% a mediados de los noventa.

En democracia, instituciones precarias o que funcionan mal significan falta de previsibilidad en el curso de los acontecimientos y en el alcance de las decisiones y sus efectos. De allí que se haya podido señalar que la antigua volatilidad macro-económica de la región --ahora disciplinada a la fureza por los mercados internacionales-- estaría dando paso a una nueva volatilidad, esta vez de carácter institucional.15 Nos habíamos acostumbrado a vivir al margen de las instituciones y sus reglas, entre transacciones no-reguladas de poder, en un mundo de violencias e intercambios asimétricos, a favor de los “compadres”, sólo iluminados bajo la luz mortecina del patrimonialismo y las recurrentes rebeliones de la intelligentsia asociada a las masas marginales. Nada más distante hay sin embargo de esa constelación de prácticas y (des)arreglos que las exigencias del procedimentalismo democrático y del contractualismo del mercado.

Mejores índices de eficiencia Junto al establecimiento de las democracias, y comenzando desde mediados de los años

80, o incluso antes, América Latina adoptó asimismo un nuevo modelo de desarrollo basado en la apertura comercial y cambiaria; en reformas tributarias que buscan la neutralidad, la simplificación legal y administrativa y el aumento de las recaudaciones; en la liberación financiera y las privatizaciones que han servido para estimular la inversión extranjera y en reformas de los sistemas de pensiones cuyo elemento común ha asido la creación de fondos privados basados en un principio de capitalización individual. Como resultado de esos cambios de orientación, “sin excepción todos los países de la región muestran índices de eficiencia de las políticas mejores en 1995 que diez años atrás”.16

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Sin embargo, y a pesar de haber ingresado a un nuevo cauce, el desarrollo reciente de América Latina permanece entrampado en un nivel mediocre. El crecimiento promedio en los noventa ha sido un moderado 3,3%. El desempleo ha aumentado. El número de pobres permanece en torno a 150 millones de personas. El nivel promedio de escolaridad de la fuerza de trabajo continúa siendo bajo (4,9 años si se pondera por población) y, durante los noventa, sólo ha aumentado a una modesta tasa de 0,9%, inferior a la de los años sesenta (1,6%) y muy inferior a la tasa de 3% anual observada durante más de tres décadas en Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong.

No debe extrañar que, en tales condiciones, se extienda por la región un clima finisecular de aprehensión y de incertidumbre. Sólo un 10% de la población estima que la situación económica actual de sus países es buena; menos de un tercio piensa que su país está progresando; un 76% cree que ahora hay más pobres en su país que hace cinco años y alrededor de un 40% se declara muy preocupado de quedar sin trabajo o estar desempleado durante los próximos doce meses. Dos tercios o más de las personas cree que en su país están aumentando la delincuencia, el narcotráfico, la drogadicción y la corrupción.

La conformación de este clima de opinión pública lleva a pensar que si bien es cierto que sin democracia no hay libertades, sólo con mercados no necesariamente hay justicia. Lo que nos falta es “que coincidan la nación y la justicia. Y que la democracia --nuestra todavía frágil democracia latinoamericana-- avale la identidad de justicia, nación y cultura”.17

Entonces, ¿cómo podemos ser modernos? Los optimistas piensan que, de consolidarse en la región la fórmula “democracia +

mercados”, sería posible mirar con esperanza incluso el futuro cultural latinoamericano, el cual progresivamente debería asumir los rasgos –afines con ese sistema económico-político-- de creciente liberalismo y modernidad sin perder, en ese tránsito, su propia identidad histórica. Hemos visto, empero, que ni el sistema económico de mercado ni la institucionalidad democrática se hallan suficientemente asentados en la cultura de la región, la cual, más bien, aparece aún orientada por los parámetros de la tradición. “Somos los hijos de la Contrarreforma española, la muralla levantada contra la expansión de la modernidad. […] Creemos, más bien, en los poderes de la jerarquía y de la mediación. Creemos, con Santo Tomás, que el bien común y la unidad requeridas para obtenerlo son superiores a las metas individuales y a los intereses privados”.18 Tal vez se halle ahí uno de los motivos de la aparente superficialidad de lo moderno en América Latina y el origen de nuestro afán imitativo; la secreta pasión por importar modelos culturales del exterior y buscar reconocimiento frente al espejo de los países desarrolldos. Como ha dicho Carlos Fuentes: “si Guatemala se proclama a sí misma, como lo hizo, el París de la América Central, esperábamos que algún día se nos devolviera el piropo y París se llamara a sí mismo la Guatemala de Europa. Pero eso no sucedió”.19

Además, nos hemos convertido masivamente a los medios de comunicación; a la televisión en primer lugar. El vacío de Las Luces ha sido llenado así por una profusión de

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imágenes que circulan sin interrupción. Por eso, las tradiciones barrocas no se hallan aquí bajo el fuego de la razón si no que están siendo erosionadas por el mercado de mensajes, que es una manera mucho más blanda e invisible de transformarlas. Íbamos al encuentro de la Razón y nos hemos tropezado con McLuhan. De pronto, la aldea local ha quedado conectada a la aldea global, a veces incluso antes de haber accedido al tendido eléctrico. Tampoco el pluralismo --hasta donde lo toleramos, que suele ser poco-- nos viene de emplear hasta el límite las libertades individuales sino de la diversificación y segmentación de las formas de vida que impone un acceso altamente desigual y diferenciado al consumo de bienes materiales y simbólicos.

De forma tal que al terminar el siglo la cúspide del triángulo paradigmático de la modernidad --formado por la economía de mercado y la democracia política en la base y arriba por una cultura iluminista-- se aprecia tan frágil todavía como lo son la aceptación de los mercados y la asimilación democrática. En efecto, la masificación de la cultura ha ido tan rápido, y ha sido tan abrupta, que la radio y la televisión se han convertido en los verdaderos interlocutores de la sociedad. A su turno, lo anterior explica que las grandes masas pasen de la oralidad directamente “al dominio de la radio, de la televisión, de las tiras cómicas y revistas de historietas [...], esa especie de folklore urbano que es la cultura masificada”.20 No debiera sorprender, por tanto, que más latinoamericanos confíen hoy en la televisión que en sus gobiernos, parlamentos o sistemas judiciales; ella es la fuente más vital del imaginario social en el continente.

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II PARTE

Un titánico proceso Al decir de numerosos analistas, el fin de siglo coincide con el de una época.

Seguramente por eso un sentimiento de incertidumbre, cuando no de angustia, recorre las esferas intelectuales del mundo contemporáneo y crea un clima de apremio e inseguridad. Mas, “las esperanzas y los miedos no son predicciones. [En cambio], sabemos que detrás del velo opaco de nuestra ignorancia y la incertidumbre respecto de los detalles del futuro, las fuerzas históricas que moldearon el siglo continúan operando. Vivimos en un mundo capturado, arrastrado y transformado por el titánico proceso económico y tecno-científico del desarrollo del capitalismo, que ha dominado los últimos dos o tres siglos.21

Efectivamente, al aproximarnos al siglo XXI el capitalismo avanzado experimenta una revolución semejante o mayor a la industrial. Está dando paso a un nuevo tipo de organización social –del trabajo, de los intercambios, de la experiencia y las formas de vida y poder-- que se ha dado en llamar una sociedad global de redes, sustentada por una economía cuya base es la utilización del conocimiento. La globalización de los mercados y las sociedades resulta ser aquí la fuerza clave de esa transformación.

La globalización es un fenómeno nuevo en cuanto a sus rasgos más específicos. Comprende no sólo el movimiento transnacional de bienes y servicios sino que, además, de personas, inversiones, ideas, valores y tecnologías más allá de las fronteras de los países. En general, los analistas coinciden en señalar que ella se halla propulsada por la apertura y la desregulación de los mercados, la difusión de las tecnologías de información y comunicación electrónicas y la integración de los mercados financieros. Los indicadores que dan cuenta de estos aspectos son varios: • el comercio mundial ha venido creciendo últimamente a una tasa dos veces superior al

producto mundial y la inversión directa externa global ha aumentado más de tres veces que el producto interno;

• las exportaciones globales, que en 1950 representaban menos de un 8% del PIB mundial alcanzan a más de 14% al comienzo de la presente década;

• en la actualidad las transacciones de divisas superan un billón (millón de millones) diarios, lo que en su momento llevó al Presidente del Gobierno de España a decir: “si la cola de ese potente huracán que circula cada día, veinticuatro horas del día, por los mercados de cambio, pasara un día por mi país, sólo rozarlo significaría la liquidación de nuestras reservas de divisas en media hora de entretenimiento”22;

• las migraciones internacionales, así como el turismo masivo, están creando todo un nuevo entramado de relaciones inter-étnicas, inter-religiosas e inter-culturales, sin que eso signifique el fin de las querellas locales. Más bien, se ha dicho, “ahora que terminó la guerra fría la política internacional está dejando atrás su etapa occidental. A partir de ahora, el núcleo de la política global será la interacción entre el Occidente y las culturas

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no-occidentales”. Se vaticina que las fallas que separan a las civilizaciones –sus diferentes concepciones “sobre las relaciones entre dios y el hombre, el individuo y el grupo, el ciudadano y el estado, los padres y los hijos, el esposo y la esposa, la libertad y la autoridad, los derechos y las responsabilidades, la igualdad y la jerarquía”-- serán en adelante la principal fuente de conflictos23;

• la difusión de las nuevas tecnologías de información y comunicación, por su parte, está comprimiendo el espacio y el tiempo, junto con provocar un masivo impacto en las estructuras tradicionales de la sociedad. Así, por ejemplo, hay quienes opinan que la televisión ha terminado por sustituir como agencia formadora a la familia, la escuela y la iglesia y quienes temen que la globalización cultural termine liquidando las identidades nacionales. En la feliz expresión mexicana: “nomás eso nos faltaba: un McDonald’s en lo alto de la pirámide”;

• por último, con la globalización han aparecido también los problemas globales, como son los de la sustentabilidad medio ambiental del desarrollo, el narcotráfico a nivel internacional, el SIDA, el calentamiento global, la volatilidad de los mercados financieros, el tráfico de pronografía en las redes globales como Internet, etc.

En suma, “durante la década pasada, la perspectiva del desarrollo político y económico

global ha cambiado profundamente bajo el efecto de un conjunto de factores: la aceptación en aumento de las instituciones democráticas y las economía de mercado; el rápido crecimiento de varias economías no-OECD, especialmente en la región del Asia-Pacífico; la emergencia de Brasil, China, India, Indonesia y Rusia como actores mayores en el escenario económico, político y medio-ambiental; rápidos avances tecnológicos, particularmente en tecnologías de información y comunicación, y un crecimiento sin precedentes del comercio y las inversiones a nivel mundial”.24

La era de la información Un buen punto de entrada para analizar el nuevo tipo de orden global emergente es la

explosión que ha estado ocurriendo en el manejo de la información, en parte impulsada por una constante caída en los costos que ha traído consigo la revolución electrónica de las comunicaciones. En efecto, el costo real de almacenar, procesar y transmitir una unidad de información ha venido cayendo a una tasa de 20% anual durante los últimos cuarenta años. Compárese esto con la declinación en los costos de energía que alimentó a la revolución industrial; sólo un 50% durante un período de tres décadas.25 Otra manera de apreciar la profundidad del cambio en curso es reparar en el hecho de que hace 25 años un semiconductor de un megabyte de memoria costaba 550 mil dólares mientras hoy cuesta alrededor de cuatro. En 1997 los microprocesadores eran 100 mil veces más rápidos que sus antecesores de 1950. De seguir estas tendencias, y hay muchos expertos que así lo sostienen, hacia el año 2020 un solo computador de mesa será tan poderoso como todos los computadores actualmente existentes en Silicon Valley.26

Más allá del volumen siempre en aumento de la información disponible y su velocidad

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de circulación, los principales rasgos del nuevo tipo de sociedad emergente son: (i) economías cuyo crecimiento se torna cada vez más dependiente de la producción, distribución y aplicación del conocimiento; (ii) creciente importancia del sector de servicios intensivos en conocimiento, como son la educación, las comunicaciones y la información; (iii) la convergencia tecnológica de las comunicaciones y la computación sobre la base de la digitalización de una parte en aumento de las transmisiones; (iv) el valor estratégico del conocimiento incorporado en personas (“capital humano”), en tecnologías y en las prácticas asociadas al trabajo de los analistas simbólicos, y (v) el rápido desarrollo y difusión de las infraestructuras de comunicación.

Desde ya, dichos rasgos se manifiestan en las economías industriales. Éstas “se encuentran en el umbral de cambios estructurales potencialmente radicales en su organización. Las redes de comunicación y las aplicaciones multimedia interactivas están proporcionando los fundamentos para la transformación de las relaciones sociales y económicas existentes hacia una ‘sociedad de la información’”.27 Los datos disponibles avalan dicha previsión. En efecto, se estima que más del 50% del PIB en las mayores economías de la OECD se halla basado ahora en conocimientos, incluyendo industrias tales como telecomunicaciones, computadores, software, farmacéuticas, educación y televisión. Las industrias de alta tecnología casi han doblado su proporción en el output total de manufacturas durante las dos últimas décadas, alcanzando a un 25%. Y los servicios basados en conocimiento crecen aún más rápido. En efecto, la inversión en computadores y equipos relacionados son el componente más dinámico entre las inversiones tangibles de esas economías; igualmente importantes son las inversiones más intangibles en investigación y desarrollo (I & D), el entrenamiento de la fuerza laboral, la producción de software y de expertice técnica. En el área de los países de la OECD, el gasto en ciencia y tecnología ha alcanzado en promedio a un 2,3% del PIB; el gasto en educación representa alrededor de un 12% del gasto total de los gobiernos y la inversión en capacitación relacionada al trabajo llega hasta un 2,5% del PIB en países con sistemas duales de formación de aprendices como Alemania y Austria.28 Por su lado, el desarrollo de redes en los países de la OECD, medido por el número de líneas principales, ha estado creciendo a una tasa anual compuesta de un 3,9% durante los años 1990-1995, hasta alcanzar un promedio de 47 líneas por cada 100 habitantes. Y el porcentaje de líneas principales digitalizadas ha aumentado de un 49% en 1991 a un 82% en 1995. Similares desarrollos han ocurrido en otras infraestructuras, como por ejemplo en la telefonía celular, la televisión de cable y satelital, el acceso a Internet, los sistemas satelitales de comunicación personal, etc. Todo esto explica que el mercado mundial de tecnologías de la información haya crecido al doble del PIB mundial durante el período 1987-1994, alcanzando en 1995 un volumen estimado en US$514 mil millones.29

En conclusión, puede decirse que la economía basada en conocimientos, así como la sociedad de redes que se va desarrollando en torno de ella, son una parte del futuro que ya está presente en las dinámicas actuales de las sociedades más desarrolladas. Según previsiones de la OECD, los países que ingresen plenamente a la era de la información pueden esperar beneficiosos impactos sobre sus economías y sociedades: mayor crecimiento y productividad; nuevas actividades económicas y empleos; ampliación de las oportunidades educacionales y

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posibilidades de aprender a lo largo de la vida; mejoría en las prestaciones de salud y otros servicios comunitarios, y una mayor abundancia de mejores oportunidades de acceso a la cultura y el uso del tiempo libre. A la vez, esas positivas previsiones se hallan balanceadas por los riesgos que implica el tránsito hacia la sociedad de la información: pérdida de empleos en diversos sectores de la economía; exclusión de grupos sociales enteros –y países-- de los servicios avanzados; generación de sociedades de alta velocidad al lado de sociedades que avanzan lentamente, si acaso; aislamiento y dislocación comunitarias de aquellos grupos que permanezcan des-conectados de la emergente sociedad de la información o que, en el otro extremo, se vean subsumidos en el ciber-espacio, sin lugar de trabajo, sin lazos sociales cara a cara y sin arraigo local.

Una arquitectura de redes Uno de los rasgos característicos de las nuevas formas de organización de la sociedad

bajo el impacto de las tecnologías de información y comunicación es lo que se ha dado en llamar “arquitectura de redes”. La globalización, la interconectividad, la movilidad y la multiplicación de los flujos –de ideas, información, conocimientos, datos, experiencias, personas, dinero y productos–, están llevando a las empresas, los gobiernos y las instituciones, incluso a las asociaciones civiles y los organismos no gubernamentales, a re-inventarse para aprovechar las ventajas de operar en red; es decir, el desarrollo de relaciones fluidas, flexibles, sin centro fijo, bi y multi-direccionales, de alta velocidad y bajos costos, de alcance global, junto con una creciente intervención y control por parte de quienes participan en el proceso. La hipótesis más radical formulada hasta aquí postula que las redes “constituyen la nueva morfología social de nuestra sociedades, y [que] la difusión de la lógica de redes sustancialmente modifica la operación y resultados de los procesos de producción, experiencia, poder y cultura”.30 Efectivamente, el capitalismo aparece encaminado hacia la multiplicación de estructuras de tipo redes, siendo los mercados sólo una de esas estructuras abiertas capaces de expandirse hasta “globalizar” el mundo. De hecho, es a través de esa organización de tipo redes que las economías de los países avanzados han empezado a articular sus procesos de producción, incluso desconcentrándolos geográficamente para volverlos más flexibles y adaptados a las condiciones cambiantes del mercado. En 1993 había alrededor de 37 mil multinacionales con más de 170 mil filiales alrededor del mundo y un stock acumulado de inversión externa directa de 2 billones (millones de millones) de dólares que producían 5,5 billones en ventas por parte de esas filiales, cifra superior al valor total de las exportaciones globales.

Algo similar sucede en el ámbito de la cultura. Sus expresiones --encarnadas en signos, mensajes, ideas, imágenes e información-- circulan ahora a través de una vasta red de medios y canales, crecientemente de base electrónica, e interactúan de las más diversas maneras entre sí y con las audiencias locales. Sólo esas estructuras sueltamente acopladas de medios y canales están en condiciones de facilitar la continua expansión e interacción de las industrias culturales globalizadas. A su turno, éstas se hallan “empujadas” desde el lado de la oferta por la revolución de las telecomunicaciones y de las computadores y son “arrastradas” desde el lado

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de la demanda por públicos localizados en una diversidad de contextos culturales.

Por su lado, las tecnologías de red --como Internet, por ejemplo-- tienden a desenvolverse de manera tal que hacen posibles innumerables convergencias, no sólo entre los diversos medios de información y comunicación sino, más allá, entre múltiples y diferentes actividades que hasta hoy se hallaban separadas por la división y organización del trabajo heredadas de la sociedad industrial. Así, la Internet --que se estima alcanzará mil millones de usuarios en la próxima década-- aparece desde ya como una malla de redes que hace posible combinar oportunidades de negocio, servicios de información, correo electrónico, medios de entretención, modos de enseñanza y aprendizaje, nuevas formas de contacto entre las empresas y los consumidores, acceso a bancos de dato, funciones de museo, prestaciones bancarias y financieras y muchas más. Las nuevas modalidades de interconexión entre actividades disímiles generan, a su vez, nuevas formas de dividir y organizar el trabajo bajo cuyo impacto están transformándose el hogar, las empresas, las universidades, el comercio, los servicios de salud, el mercado laboral y, llegado el momento, tendrán que hacerlo también el Estado y la política.

Innumerables son asimismo las instituciones que mediante las más diversas formas de “re-ingeniería” buscan reestructurarse y adoptar modalidades de coordinación que las alejen del modelo burocrático, jerárquico, centralista o piramidal y las aproxime, por el contrario, a modalidades de funcionamiento en red. Lo anterior se ve facilitado por las nuevas tecnologías de la información. La inversión en computadores ha crecido en los Estados Unidos entre un 20% y un 30% anual durante los últimos veinte años. Adicionalmente, la inversión en dichas tecnologías se incrementó, dentro del total de la inversión en equipamiento, de 7% en 1970 a más de 40% en 1996. Hoy día, aproximadamente uno de cada dos trabajadores en ese país usa alguna forma de computador, el doble que hace sólo diez atrás.31 Y una estimación reciente establece que la participación de los computadores, el software y el equipamiento en telecomunicaciones alcanza en la actualidad a un 12% del stock de capital de los Estados Unidos, la misma participación que tuvo el ferrocarril en su momento de mayor auge.32

En suma, las redes aparecen como el instrumento apropiado “para una economía capitalista basada en la innovación, la globalización y la concentración descentralizada; para el trabajo, los trabajadores y las empresas basados en la flexibilidad y adaptabilidad; para una cultura de infinita deconstrucción y reconstrucción; para una política orientada hacia el procesamiento instantáneo de nuevos valores y climas de opinión; y para una organización social que busca superar el espacio y suprimir el tiempo”.33

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III PARTE

Un doble desafío La distancia que siempre ha separado a América Latina de los movimientos más

avanzados a nivel global llevó a Carlos Fuentes a exclamar hace algunos años que marchamos en el furgón de cola de la modernidad. En una economía global sin embargo, de mantenerse esa distancia ella se transformaría, inevitablemente, en motivo de exclusión. “Aquellos países [...] que no sean capaces de repetir la revolución del mundo contemporáneo, y de encontrar al mismo tiempo su lugar en el mercado internacional, terminarán en el peor de los mundos posibles. Ni siquiera serán considerados como objeto de explotación; serán insignificantes, sin interés para la economía globalizada en desarrollo.34

Al ingresar al siglo XXI, ¿cuáles son entonces los desafíos que la región debe enfrentar? Dicho en breve, dos: avanzar aceleradamente por el camino del crecimiento económico asegurando la cohesión social y, al mismo tiempo, incorporarse dinámicamente a la nueva economía basada en conocimientos, a la sociedad de la información y a la cultura global.

Si tales desafíos pueden aparecer hoy como inabordable –o sólo posibles de ser superados en un larguísimo plazo, plazo incompatible con las demandas de la ciudadanía-- se debe, en gran medida, a que seguimos mirando el futuro a través del lente del siglo XX e imaginamos todavía un camino único --y no sendas plurales y atajos-- para avanzar. Ese camino único suele ser visto como una secuencia de etapas que deben llevar, primero, a alcanzar ciertos estándares mínimos de ingreso per cápita para luego seguir adelante con un elevamiento de las condiciones de vida de las masas, sea por “chorreo” o mediante políticas públicas focalizadas, y luego a dar el salto hacia la sociedad de la información y economías basadas en el conocimiento.

A su vez, los dos primeros objetivos –el crecimiento y la difusión social de sus beneficios—se lograrían mediante la disciplinada aplicación de un conjunto de reformas. Macroeconómicas, en primer lugar, para ordenar las finanzas, liberalizar los mercados, privatizar las empresas públicas ineficientes, estimular las exportaciones y la inversión extranjera, flexibilizar el mercado laboral y así aumentar la productividad y competitividad de las economías nacionales. Y, en seguida, macropolíticas y sociales para modernizar el Estado, reformar los sistemas de salud y educación, focalizar las políticas de subsidio en los sectores más pobres, desarrollar la infraestructura física y de comunicaciones, construir sistemas nacionales de ciencia y tecnología, etc.

Cumplir a la brevedad con esas tareas es, sin duda, importante. Más aún: es imprescindible e ineludible. Con todo, si aceptamos que el mundo está cambiando aceleradamente hacia una nueva estructuración global, intentarlo separada o previamente a enfrentar esa transformación del mundo podría representar un error fatal. Podría ser como luchar contra el pasado del cual aún no nos hemos liberado --nuestro subdesarrollo, la marginalidad social, las dependencias, la pobreza y las desigualdades-- mientras el futuro se

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aleja cada vez más rápido en el horizonte. América Latina quedaría puesta entonces en la incómoda posición del ángel de la historia: “Su rostro se halla vuelto hacia el pasado. […] El ángel quisiera quedarse, despertar a los muertos y devolver su integridad a lo que ha sido hecho pedazos. Pero una tormenta sopla desde el Paraíso; ha quedado atrapada con tal violencia en sus alas que el ángel ya no las puede plegar”.35 Esa tormenta es el proceso de globalización.

¿Cómo salir entonces de esa postura insostenible, apenas sujeta en precario equilibrio entre un pasado que ya no es posible remendar y un futuro que se asemeja a una tormenta? ¿Cómo concebir una aproximación, una guía de senderos plurales hacia ese futuro que se deja entrever en las tendencias del presente? O, dicho de otra manera, ¿cómo reformular en términos de futuro --economías basadas en conocimiento y sociedad global de redes-- las asignaturas pendientes del crecimiento económico y de la cohesión social?

Una posibilidad –que aquí vamos a explorar-- consiste en aprovechar las redes disponibles de información y conocimiento para cumplir con mayor eficacia y velocidad las tareas de la asignatura pendiente. De esta forma, en vez de esperar pasivamente el futuro, o de ponerlo como una meta a la que sólo se podría aspirar una vez agotadas las etapas previas, lo que se haría es usar la oportunidad que abre el cambio de paradigmas del desarrollo a nivel mundial para, simultáneamente, impulsar el crecimiento, lograr la cohesión social e integrarse a la economía basada en conocimientos y a la sociedad de la información.

Para utilizar plenamente este atajo de la historia, y abreviar el desperdicio de tiempo y reducir los costos asociados a un desarrollo lento, desigual e ineficiente, cada país tendrá que buscar su propio sendero, generándose así tantas trayectorias nacionales como distintas son nuestras naciones en cuanto a sus evolución histórica, tamaño, tradiciones políticas, grado actual de desarrollo, formas de concebir la sociedad deseada, políticas de reforma aplicadas durante la última década, etc. Aquí, sin embargo, nos concentraremos sobre las condiciones más generales: aquéllas que se aplican a todas nuestras sociedades y que América Latina necesita reunir para alcanzar simultáneamente un escenario de alto crecimiento y un escenario de capacidades endógenas suficientes para integrarse competitivamente a los procesos de globalización.

Rezagos latinoamericanos Miradas las cosas bajo este ángulo, el principal desafío reside en generar capacidades

e instituciones necesarias para la sociedad de la información, aplicar los incentivos requeridos para hacerlo en el menor tiempo posible y usar esas capacidades e instituciones para promover el crecimiento y la cohesión social.

La idea de que la globalización crea una nueva oportunidad supone que hoy existe una convergencia histórica de intereses entre los países desarrollados y en desarrollo. Así lo sostiene la OECD. “Relaciones más estrechas entre esas economías son beneficiosas para un crecimiento sostenido, un mejoramiento de las condiciones de vida, la eliminación de la pobreza y para promover la sustentabilidad medio ambiental, todo lo cual reforzará la estabilidad política global. Hay ahora un ventana-de-oportunidad para incrementar el bienestar

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y moverse rápidamente a lo largo de una trayectoria de desarrollo sustentable en todas las regiones del mundo, mediante un desplazamiento de las economías hacia un rumbo de crecimiento de más alto rendimiento”.36 Por su parte, el Secretario General de las Naciones Unidas ha sugerido que en muchos campos los futuros decidores de políticas tendrán a su disposición un conjunto sin precedentes de nuevos instrumentos de desarrollo. “En campos tales como la agricultura, la salud, la educación, los recursos humanos y el management del medio ambiente, las consecuencias podrían ser revolucionarias. Las tecnologías de la información y las comunicaciones tienen un enorme potencial, especialmente para los países en desarrollo, y para el desarrollo sustentable”.37

Es de suyo evidente, sin embargo, que no basta con la sola disponibilidad de dichos instrumentos en la esfera mundial; hay que tener las capacidades e instituciones necesarias para aprovecharlos en beneficio del desarrollo. Y qué duda cabe: América Latina se encuentra rezagada en el desarrollo de esas vitales capacidades. Así lo muestran los tres siguientes cuadros.

El primero permite observar que mientras nuestra región representa un 8,5% de la población mundial, su participación en varios indicadores de capacidad e inversiones estratégicas, en cambio, es decreciente a medida que aumentan las exigencias envueltas. Producimos alrededor del 6% del PIB mundial –sólo un poco más que Francia y menos que Alemania--; gastamos un 5,5% del total mundial en educación; participamos con menos de un 5% de las exportaciones globales; tenemos menos del 4% de los ingenieros y científicos trabajando en labores de I & D; nuestras exportaciones de manufacturas llegan a menos del 3% mundial, nuestra participación en el mercado global de tecnologías de la información es de sólo un 2%, nuestros autores científicos contribuyen con menos del 2% de las publicaciones registradas a nivel mundial, tenemos sólo un 1% de los hosts de Internet y las patentes industriales registradas por latinoamericanos en los Estados Unidos apenas llegan al 0.2%

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Cuadro 2 América Latina: participación mundial decreciente en actividades con creciente exigencias, alrededor de 1995

América Latina

% sobre total mundial

Población

8,5

PIB

6,4 a

Gasto público en educación

5,5

Exportación de mercancías

4,9

Ingenieros y científicos en I & D

3,7

Exportación de servicios

3,6

Exportación de manufacturas

2,8

Participación en el mercado de tecnologías de información

2,0

Gasto público en I & D

1,9

Autores científicos

1,6

Autores científicos en ciencias de la ingeniería y tecnologías

1,0

Host de Intenet

1,0 a

Patentes registradas en USA

0,2 b

Fuente: World Bank , World Developmen Indicators 1998; UNESCO, Statistical Yearbook 1997; UNESCO, World Education Report 1998; World Education Report 1997; OECD, Towards a Global Information Society, 1997; UNESCO, World Science Report 1997; UNESCO, World Communication Report, UNESCO, Paris, 1997 a: 1997 b: 1993

Si se compara la región latinoamericana con los países desarrollados en varias dimensiones claves para la conformación de una economía basada en conocimientos se observa un grado similar de rezago, según muestra el Cuadro 3. En comparación con los países desarrollados, cuyo ingreso promedio per cápita es 3,5 veces superior, gastamos en educación 8 veces menos por habitante; 13 veces menos en los niveles preescolar a secundario y 6 veces menos en el nivel de la educación superior. En la región menos de dos de cada diez jóvenes del grupo de edad se encuentran matriculados en la enseñanza superior; en los países desarrollados, en cambio, lo uno de cada dos se halla cursando estudios de nivel pos-secundario. Considerando el total de la población, aquí la escolaridad promedio es 5,5 anos,

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allá 10. Cuadro 3: América Latina y países desarrollados: capacidades para la economía basada en conocimiento, alrededor de 1995

América Latina y el Caribe

Países desarrollados

Población (número)

486

919

PIB (PPA) per cápita (dólares)

6530

22390

Analfabetismo en población + 15 años (%)

13

.. (1)

Gasto público en educación por habitante (dólares)

153

1211

Tasa de escolarización bruta todos los grados

69,4

85,6

Gasto público por alumno preescolar, primario y secundario (dólares)

352

4636

Gasto público por alumno tercer grado (dólares)

937

5936

Tasa escolarización bruta de tercer grado

17,3

51

Años promedios de escolaridad

5,5

9,8 (2)

Fuente: World Bank , World Developmen Indicators 1998; UNESCO, Statistical Yearbook 1997; UNESCO, World Education Report 1998; OECD, The World in 2020: Towards a New Global Age, 1997 (1) UNESCO lo estima en menos de 5% (2) Países de la OECD

Diferencias aún más acentuadas se observan en otras demás dimensiones claves de la infraestructura necesaria para hacerse parte de la sociedad de la información (Cuadro 4). En relación a la población, circula en América Latina sólo un tercio de los diarios comparado con los países desarrollados; hay la tercera parte de receptores de radio y televisión; los subscriptores de cable y los usuarios de telefonía móvil están en proporción de 1 a 9, los de computadores personales de 1 a 10 y el número de ellos conectados a la red mundial se halla en relación de 1 a 58. Cuadro 4

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América Latina y países desarrollados: acceso a la era de la información, alrededor de 1995

América Latina

y el Caribe

Países

desarrollados

Diarios (x 1000 habitantes)

83

303

N° de diarios

1199

4088

Radio (receptores x 1000 habitantes)

387

1005

Televisores (x 1000 habitantes)

216

611

Televisión cable (suscriptores x 1000 habitantes)

18,4

160,1

Teléfonos móviles (x 1000 habitantes)

14

131

Máquinas fax (x 1000 habitantes)

1,9

47,5

PCs (x mil habitantes)

23,2

224,2

Hosts de Internet (1) (x 10.000 habitantes)

3,48

203,46

Fuente: World Bank , World Developmen Indicators 1998; UNESCO, Statistical Yearbook 1997 (1) Número de computadores directamente conectados a la red mundial de computadores interconectados, por cada 10 mil habitantes.

A la luz de estos antecedentes resulta evidente que América Latina necesita hacer un esfuerzo de gran magnitud para ponerse al día. Necesita ampliar su infraestructura de comunicaciones y elevar la calidad de sus recursos humanos; modernizar su sistema escolar y universitario; incorporar las tecnologías de información y comunicación a la escuela y difundir su uso; aumentar la inversión destinada a producir conocimientos y para aprovecharlos productiva y socialmente; elevar el gasto por alumno para asegurar mayor equidad en el sistema educativo, en todos sus niveles, y una educación de mayor calidad; multiplicar las conexiones con la información que fluye por las redes electrónicas a nivel global e integrarse más aceleradamente a los procesos mediante los cuales las empresas, los Estados y las personas aprovechan esa información en contextos de solución de problemas y para la formulación de políticas.

Algunos podrían pensar que es prácticamente imposible remontar la brecha o siquiera asumir el desafío de superarla. Con todo, un análisis más fino de nuestra realidad permite conservar el optimismo. Por ejemplo, aunque el analfabetismo dentro de la población latinoamericana mayor de 15 años alcanza todavía a 43 millones de personas, más de la mitad, sin embargo, se concentra en sólo dos países, Brasil y México. Es cierto, asimismo, que el nivel educacional de la población latinoamericana, en vez de converger con el de los países del sud-este asiático, ha tendido a separarse aún más durante los últimos treinta años.38 Con todo,

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América Latina ha venido incrementando gradualmente el gasto público en educación, ha seguido aumentando la matrícula en todos los niveles como se aprecia en el Cuadro 1, está buscando reducir las ineficiencias de los sistemas escolares y la mayoría de los países han emprendido reformas educativas de cierta magnitud destinadas a mejorar el acceso, la calidad, la pertinencia y los resultados. De hecho, en varios países de la región la expectativa de vida escolar ya había alcanzado, a comienzos de la presente década, más de diez años (Brasil, Chile, Cuba, Jamaica, México, Panamá, Perú, Surinam, Trinidad y Tobago y Venezuela), situándose a sólo tres años o menos de la expectativa de vida escolar de varios países de la OECD, como Australia, Grecia, Irlanda, Gran Bretaña, Holanda, Japón o Suecia.39

Evidentemente, hay por delante desafíos que aún esperan respuesta y tareas donde el avance ha sido lento hasta aquí. Por ejemplo, se estima que la región demorará entre 15 y 20 años para converger en materia de líneas telefónicas --base de la infraestructura de comunicaciones-- al nivel más bajo de los países industrializados (36,5 líneas por cada 1000 habitantes en el año 1995), mientras que la primera generación de los países recientemente industrializados prácticamente ya ha llegado a ese punto. Con todo, la decisión de la mayoría de los países de la región en orden a privatizar sus sistemas de telecomunicaciones y a admitir la competencia en el sector, ha creado un mayor dinamismo y, en ocasiones, rápidos avances. Algunos países como Chile se hayan más avanzados que varios de Europa en cuanto a la digitalización de sus redes de telefonía, en tanto que otros, como Venezuela, tienen una mayor densidad de uso de la telefonía móvil. En otros frentes, como el del número de graduados en ingeniería, ciencias de la computación y matemáticas por ejemplo, América Latina presenta todavía un serio déficit; en este caso su indicador es de sólo un octavo en relación a la primera generación de países recientemente industrializados del sude-este asiático. Asimismo, la inversión en ciencia y tecnología representa en América Latina apenas un 0,4% el PIB, en comparación con un 1,3% en el caso de los países recientemente industrializados del sud-este asiático y un 1,9% en los países de la Unión Europea. Particularmente reducida es la contribución de la empresa privada, lo que debilita la capacidad regional de captar y aplicar tecnologías de punta en diversos sectores de la economía. Por ejemplo, en lo que se refiere a la producción de la industria electrónica, que suele ser usada como proxy para medir la capacidad de los países de hacerse presente en el mundo de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, América Latina participó en 1996 apenas con alrededor de un 3% del valor total a nivel mundial. Asimismo, el número de científicos e ingenieros trabajando en labores de investigación y desarrollo es de apenas 30 por cada millón de habitantes mientras que en los países asiáticos de reciente industrialización alcanza a 1300 y en la Unión Europea a 2000. No puede sorprender por tanto que, como muestra el Cuadro 2, la región contribuya solamente con un 1,3% de la producción científica mundial (medida por el Science Citation Index), cifra similar a la participación de los cinco países recientemente industrializados del sudeste asiático. Sin embargo, al tomar como base (100) el año 1982, se observa que, transcurrida una década, mientras estos últimos se hallaban en el nivel 412 (en 1993), América Latina se situaba apenas en el nivel 127.

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Capacidades, instituciones, incentivos

Sabemos que “en el largo plazo, el crecimiento económico resulta del juego entre incentivos y capacidades. Las capacidades definen lo mejor que se puede lograr mientras que los incentivos guían el uso de las capacidades y estimulan su expansión, renovación o desaparición. [...]Ambos, capacidades e incentivos, operan en un marco institucional: las instituciones fijan las reglas del juego al mismo tiempo que intervienen directamente en él; actúan para alterar las capacidades y cambiar los incentivos y pueden modificar los comportamientos transformando actitudes y expectativas”.40

En términos puramente económicos, las capacidades se refieren primeramente a la oferta de capital humano, el ahorro y el stock de capital existente, así como a las destrezas técnicas y organizacionales requeridas para su uso; los incentivos, a su vez, se originan principalmente en los mercados de productos y se reflejan más o menos en los mercados de oferta de factores, determinando así la eficiencia con que las capacidades son usadas. En tal sentido suele definirse a una entidad competente (una empresa, una industria o un país) como aquélla que ha ganado un cierto grado de maestría de los varios componentes de la actividad tecnológica; y se define el desarrollo de capacidades como una sucesiva adquisición de maestrías más y más complejas que van desde la incorporación de rutinas basadas en la experiencia, pasando por la fase intermedia de innovaciones menores de carácter adaptativo o imitativo basado en esfuerzos de I & D relativamente simples, hasta la fase avanzada de innovaciones mayores que suponen, por lo general, una base de conocimiento sofisticada proporcionada por investigación básica y el desarrollo de nuevas tecnologías.41 Por último, la interacción “virtuosa” entre todos esos componentes es vista como el motor del crecimiento, particularmente en función de aumentar la productividad y competitividad del sector industrial.

En cambio, nuestro análisis supone una noción más amplia de capacidades, no limitada solamente a aquéllas de carácter tecnológico y empresarial. En efecto, el reto que enfrenta América Latina es más complejo. Debe desarrollar un conjunto mucho más variado de capacidades que le sirvan para acceder a la sociedad de la información. En el fondo, se trata de procesos generalizados de adquisición y uso de conocimientos, los que pueden ser vistos, también, como procesos de aprendizaje social. En esos términos, el desarrollo mismo –en condiciones de sociedad de la información-- puede concebirse como un continuo, acelerado e incremental aprendizaje de nuevas capacidades que permitan aprovechar todo el potencial contenido en el conocimiento disponible y en las nuevas tecnologías de información y transformarlas en instrumentos para el desarrollo avanzado de la región.

Dicho en otras palabras, el conocimiento –la principal capacidad de las sociedades de aquí en adelante-- podría usarse como un atajo para el desarrollo. A diferencia de otros recursos esenciales --recursos naturales o capital, por ejemplo-- el conocimiento se halla disponible en mayor abundancia y puede ser usado también, al menos en parte, con mayor facilidad. Primero: la cantidad. Como nunca antes, el conocimiento está creciendo en volumen y la información sobre él se multiplica con enorme velocidad, así como también los canales para acceder a ella y para transmitirla instantáneamente a una infinidad de puntos de demanda. En seguida: su empleo. Es sabido que uno de los atributos del conocimiento es que constituye

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un instrumento –una caja de herramientas-- cuyo uso por una persona, empresa o nación no excluye su uso por otras personas, empresas o naciones. Hay, por lo mismo, diferentes formas de hacerse del conocimiento y beneficiarse de su utilización, ya sea como un bien público, ya sea –cuando se trata de conocimiento propietario-- adquiriendo el derecho a usarlo o aprovechando a las personas, tecnologías y prácticas en que él se encuentra incorporado. En un mundo de redes globales, todo esto abre la posibilidad de que sociedades en vías de desarrollo puedan hacerse parte de esos flujos de información y conocimiento y aprovecharlos en beneficio de su propio desarrollo. ¿Cómo así?

Los ejemplos abundan. Un reciente estudio señala que hace cuarenta años Ghana y la República de Corea tenían prácticamente el mismo ingreso per cápita. En cambio, al comenzar la presente década, el de Corea era seis veces superior al de Ghana, diferencia que podría explicarse hasta en un 50% debido al mayor éxito de la República del sur este asiático en adquirir y usar conocimientos. Asimismo, el uso intensivo de tecnologías de la información ha servido para promover el desarrollo de pequeñas y medianas empresas de alta competitividad, las que han podido aprovecharlas eficazmente a su favor para tareas de automatización, diseño, relación con otras empresas y clientes, marketing y comercio electrónico, etc.42 La incorporación de dichas tecnologías debería permitir, además, mejorar en general la provisión de servicios esenciales, como salud y educación en particular, sectores donde desde ya hay múltiples experiencias que así lo muestran. También los esfuerzos que realizan los países de la región por modernizar sus Estados se podrían ver favorecidos por el uso avanzado de información y conocimientos, tanto en el diseño y ejecución de políticas como propiamente en la administración y gestión de servicios esenciales, aprovisionamiento, gerencia de empresas públicas y en la difusión de información y conocimientos socialmente necesarios para proteger o mejorar las condiciones de salud de la población, cautelar el medio ambiente y elevar la participación de la personas en los procesos de ciudadanía. Igualmente, las tecnologías de la información podrían servir para aumentar la transparencia de las decisiones gubernamentales y combatir la corrupción, así como para fortalecer las funciones de seguridad de los Estados, provisto que se respeten los derechos de las personas, incluido el derecho a la privacidad. Infraestructuras de información más desarrolladas están ayudando a desconcentrar el Estado y a integrar a los poblados rurales y geográficamente apartados a la vida nacional. Se supone que en el futuro la incorporación de tecnologías de computación en red a diversos sectores de la economía permitirá flexibilizar el empleo de los recursos humanos, haciendo posible que una mayor proporción de la fuerza de trabajo cumpla sus labores en el hogar, sin necesidad de desplazarse dentro de la ciudades, reduciendo de paso la congestión urbana y la contaminación del medio ambiente.

El espacio educacional Para aprovechar esas oportunidades hay sin embargo un requisito esencial. La

población necesita la educación que le permita adquirir, usar y aplicar el conocimiento. Desde

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el punto de vista del desarrollo de capacidades endógenas la educación --como capacitación para el conocimiento—es una pieza crucial. No sólo la adquisición de conocimientos individuales –el desarrollo, por tanto, de “capital humano”-- supone la universalidad de acceso y la calidad de los procesos de enseñanza sino que además, lo que antes hemos llamado aprendizaje social depende también críticamente de los sistemas formativos dentro de la sociedad, incluyendo las escuelas y universidades, los dispositivos de capacitación laboral, los centros públicos y privados de reflexión y análisis, las oficinas consultoras, los medios de comunicación, la infraestructura de comunicación, la densidad de los analistas simbólicos, etc.

¿Cuál es la situación educativa de la región? Por de pronto, cabe constatar que impera allí una realidad muy distinta y distante de una concepción de redes formativas para la sociedad de la información. Por el contrario, predomina todavía en nuestros sistemas escolares una arquitectura pesadamente burocrática que presenta múltiples fallas y cuyos resultados son pobres en términos de equidad y calidad.43

Las reformas impulsadas durante la presente década –que buscan facilitar el acceso y ampliar la matrícula, reducir la repitencia y la deserción, equipar pedagógicamente a las escueles, modernizar los planes y programas de estudios, prolongar la jornada escolar, introducir métodos para la evaluación del rendimiento escolar, etc.-- han generado algunos mejoramientos. Pero éstos son aún limitados e insuficientes. En efecto, las políticas impulsadas no han logrado modificar la estructura subyacente cuya lógica permea al sistema escolar de arriba hasta abajo –su propia forma de organización burocrática-- lo que inevitablemente limita su alcance y vuelve difícil obtener los resultados esperados. Sobre todo, dentro del actual esquema no es posible lograr una efectiva universalización educativa. De mantenerse las actuales estructuras, más bien, los sectores de menores ingresos, particularmente la mayoría de quienes nacen y habitan en zonas rurales y las etnias excluidas del pleno ejercicio de su ciudadanía cultural, permanecerán al margen de las competencias necesarias para desempenarse en la sociedad de la información. El costo social y el desperdicio de talentos que esto significa no pueden subestimarse.

Sistemas de comando y coordinación administrativa --con rigideces institucionales tales como escuelas aisladas de su medio, estatutos de empleo público para los maestros, remuneraciones atadas a la antigüedad en el cargo, inamovilidad laboral, extensos mecanismos de control, modalidades estandarizadas de gestión, programas curriculares uniformes, etc.--, no pueden generar el tipo de espacio educativo, las prácticas innovativas y la interconectividad requeridos para avanzar más rápido. Tampoco se puede llegar más allá de cierto límite si acaso no se modifica el sistema de incentivos dentro del cual operan las escuelas y se los redefine para generar organizaciones capaces, ellas mismas, de aprender. “Si los profesores, las escuelas y los sistemas en su conjunto no desarrollan la capacidad de aprender de los éxitos y fracasos de la experiencia pasada, los problemas que se resuelven hoy reaparecerán mañana. Por eso, si los beneficios de la reforma educacional han de perdurar, los profesores deben aprender a llevar a cabo su propia investigación-acción para identificar problemas y buscar soluciones; los supervisores deben desempeñar un rol en facilitar ese tipo de investigación y los formadores de los docentes deben simultáneamente apoyarlos y comunicar a los futuros maestros las

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lecciones aprendidas. No hay reglas fijas y seguras para crear organizaciones que aprenden (learning organizations), pero la extensa literatura sobre organizaciones exitosas puede proporcionar claves. Los ministerios a nivel nacional y la secretarías regionales de educación tendrán ciertamente que jugar un papel estratégico en la creación y mantención del aprendizaje y esto requerirá cambios fundamentales en la organización y el funcionamiento de dichos ministerios, con un nuevo foco puesto en el apoyo más que en el control”.44

En suma, se requiere ir hacia un cambio del propio paradigma organizacional bajo el cual se ha desarrollado hasta aquí la educación escolarizada, empleando las múltiples ventajas que ofrecen las tecnologías de información y comunicación. Se trata, como señala el Informe Delors, de buscar las sinergias posibles y la complementación entre diversas modalidades y espacios educacionales, al tiempo que se procede a un análisis crítico y al cambio de las prácticas educativas tradicionales.45 Para avanzar en esa dirección es necesario abordar una segunda generación de reformas, las que tendrán que ver, ante todo, con la introducción de nuevas tecnologías educativas, la descentralización y el cambio de la gestión educacional y con una activa relación de las instancias formativas con las demás redes de conocimiento que existen en la sociedad.

La reforma universitaria Algo similar vale para el sistema de enseñanza superior; aquél integrado por

universidades y otras entidades de formación pos-secundaria. Sujetas a un contexto de incentivos perversos46, que las inducen a actuar corporativamente en protección de sus tradiciones más que a abrirse a las nuevas modalidades de producción, transmisión y utilización de la información y el conocimiento avanzado, las instituciones universitarias sólo están en condiciones de hacer un limitado aporte al desarrollo de capacidades nacionales estratégicas. Aunque resulte una paradoja, estas entidades --hogar original del conocimiento avanzado-- se cuentan hoy entre las menos preparadas para un mundo donde, precisamente, el conocimiento ha pasado a ser la principal fuerza productiva de las sociedades.

Las universidades se hallan puestas a la defensiva, son objeto de críticas provenientes de variados sectores y muchas veces optan por protegerse frente a transformaciones y demandas que superan su actual marco de funcionamiento, en vez de asumirlas con resolución. Además, hay suficientes antecedentes que muestran que su rendimiento es escaso, baja su eficiencia y altos sus costos de operación. La parquedad de medios se combina así con la mala gestión. Las modalidades del gobierno universitario en poco contribuyen: suelen oscilar entre el autoritarismo, la parálisis causada por los intereses corporativos y la ingobernabilidad generada por una mezcla entre asambleismo y burocratismo exacerbados.

En el terreno netamente académico tiende a predominar el modelo tradicional de producción y enseñanza de conocimientos: escasa formación general, excesiva especialización, larga duración de las carreras, enclaustramiento y feudalización de las Facultades, reducida movilidad del personal docente y de investigación. Incluso las disciplinas suelen ser usadas más como fuente de poder que como núcleos asociativos para cultivar el conocimiento y la erudición. En fin, las universidades miran más hacia dentro que hacia fuera, se aíslan de los

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contextos de aplicación y utilización del conocimiento, rehuyen la valorización de sus actividades por los mercados y prefieren depender de los escasos y muchas veces oscilantes recursos del Estado antes que diversificar sus propias fuentes de financiamiento.

Por su lado los gobiernos de la región, aunque declarativamente concuerdan en la importancia estratégica que han adquirido estos sistemas, pocas veces poseen la visión de futuro --y la voluntad o la capacidad actuales-- para incentivar los cambios requeridos. Las reformas intentadas durante la última década han incidido en aspectos marginales de funcionamiento de los sistemas.47 Las universidades públicas, con escasas excepciones, han perdido posiciones o apenas han mantenido su lugar, mientras proliferan instituciones privadas que, carentes de un adecuado marco regulatorio y de correctos incentivos, tienden a reproducir el esquema y las funciones docentes del sector tradicional, sin agregar valor real al sistema. Los programas formativos se han vuelto obsoletos y el sector no-universitario del sistema guarda escasa correspondencia con las necesidades y dinámicas del mercado laboral. La investigación científico-tecnológica se halla sub-financiada, muchas veces distante del sector productivo, alejada del Estado y la sociedad y desconectada de las redes internacionales, mientras se multiplican sin orden ni concierto los programas de posgrado. Además, las instituciones de enseñanza superior operan al margen de cualquiera evaluación externa, resistiéndose a asumir exigencias de accountability a pesar de que la autorización para su funcionamiento, en el caso de las privadas, y su financiamiento en el caso de las públicas, corre por cuenta del Estado y del tesoro público, respectivamente.

En tales circunstancias resulta difícil que dichos sistemas puedan cambiar y mejorar, al carecer de incentivos para hacerlo o de un contexto de políticas que los impulse a transformarse desde dentro de sí mismos.

Dadas estas circunstancias, ¿dónde encontrar entonces motivos de esperanza?

Producción y utilización de conocimientos avanzados Básicamente en los cambios que se están produciendo en los sistemas de conocimiento

a nivel global. De hecho, las universidades --al menos las más exitosas-- se han adaptado siempre a los cambios en su entorno, particularmente aquéllos que inciden en la organización y distribución de los saberes y en los mercados de las funciones expertas. Así, también, uno encuentra hoy en América Latina un número de universidades que han empezado a adaptarse a dichos cambios de contexto.

Estos tienen una doble cara. Por un lado, la generación del conocimiento científico-técnico se está volviendo una actividad menos rígidamente institucionalizada y auto-contenida dentro del espacio académico (de la universidad y las disciplinas); por otro, las actividades y el personal que usan información y conocimientos como su principal recurso se están ampliando, diversificando y combinando de nuevas e inesperadas maneras.48 Así, por ejemplo, hoy “se están produciendo tipos importantes de conocimiento, no tanto con la intervención de científicos, tecnólogos o industriales sino más bien con la de analistas que trabajan con símbolos, conceptos, teorías, modelos, datos producidos por otros en lugares distintos y le dan una configuración mediante nuevas combinaciones”.49

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El saber, y el saber hacer, se generan ahora en muchos puntos, la mayoría de las veces dentro de espacios de aplicación y solución de problemas. De esta forma, las tradicionales actividades académico-disciplinarias se ven desbordadas por nuevas prácticas de conocimiento en que participan, de manera preponderante, identificadores y solucionadores de problemas y coordinadores y arbitradores del conocimiento. Por el contrario, “los académicos han sido lentos en aplicar sus destrezas a asuntos sociales urgentes, en parte, se supone, por su complejidad; en parte, quizá, por la falta de medios e incentivos para abordarlos, y en parte debido a que estos asuntos son controvertidos y el riesgo de fracasar es alto”.50

En las nuevas condiciones, sin embargo, la universidad no puede permanecer al margen de esos asuntos ni pueden los académicos concentrarse exclusivamente en sus disciplinas. Hoy el conocimiento no se define solamente desde el lado de la oferta; ha pasado a ser determinado también por la demanda, que lo atrae en diversas direcciones según las dinámicas de los problemas que se trata de identificar, atacar y resolver. Por eso mismo, variados desarrollos de conocimiento tienden a ocurrir actualmente en “áreas grises”, de naturaleza trans-disciplinaria, cuya enseñanza se presenta bajo la forma de “repertorios para soluciones de problemas”. Asimismo, el stock de conocimientos disponible deja de adoptar la forma de “archivos” de diversa naturaleza y adquiere progresivamente la modalidad --y movilidad-- de los flujos, lo que viene reforzado por el hecho de que “la riqueza global de conocimiento acumulado se duplica actualmente cada cinco años”51. Esa verdadera explosión tiene su origen, entre otros factores, en la rapidez con la cual dichos flujos conectan entre sí dentro de un denso entramado de redes --muchas veces de maneras no previstas por las disciplinas, así como en las interconexiones que se establecen entre los analistas simbólicos.

Habitualmente, los nuevos arreglos están acompañados, además, por una diversificación de los mecanismos de financiamiento, el que ahora puede provenir, bajo distintas modalidades, de varias fuentes gubernamentales, del sector empresarial, de fundaciones filantrópicas y de la cooperación internacional. Los gobiernos no son ya los únicos sostenedores de la empresa universitaria, aunque en ninguna parte, por diversificados y flexibles que sean los mecanismos empleados, se sostiene que el Estado debería invertir menos, o no invertir en absoluto, en la generación y transferencia de conocimientos o en la formación del personal encargado de aplicarlo a las actividades más exigentes de la economía, la sociedad y la política. De hecho, durante la última década prácticamente todas las regiones del mundo aumentaron el gasto público por estudiante de tercer nivel, con la excepción de los países de la ex URSS, de los estados árabes y del África sub-sahariana.

En estas circunstancias, las universidades tienen motivos más que suficientes para cambiar. Lo han hecho a lo largo de los siglos; de no hacerlo hoy, podrían ser empujadas hacia los márgenes de la ciencia.52 Se requiere que las universidades redefinan sus relaciones con la sociedad y forjen nuevas alianzas fuera del campus, con otras instituciones, agencias y organismos que puedan complementar y prolongar sus destrezas, sin abandonar por ello sus valores más propios: autonomía, dedicación incondicional al saber, colegialidad, compromiso con el conocimiento como un bien público. Ha llegado el momento, asimimo, para una más pronunciada “empresarialización” de la universidad53, entendiendo por tal no su

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transformación en una unidad comercial o de mercado sino su conversión en una instancia capaz de responder con iniciativa propia a las múltiples demandas provenientes de sociedades que buscan el crecimiento, la cohesión social e incorporarse a la sociedad global de la información. Deben salir hacia la comunidad y también a los mercados, conectarse con demandas de diverso tipo, establecer operaciones fuera de su casa matriz, crear economías de escala y valorizar sus productos, especializarse, encontrar espacios donde posean ventajas comparativas y abandonar el enfoque tradicional del “saber aristocrático” para pasar a una nueva fase donde el conocimiento se emplea –y muchas veces se produce-- en diversos contextos de utilización.54 Hace poco, la revista The Economist ilustraba el punto con el siguiente ejemplo: “en algunas modernas universidades de investigación del tipo que Francia y Japón aspiran a tener, la investigación se lleva a cabo [ahora] a través de una red de instituciones peri-universitaria --institutos de investigación, think-tanks, consultoras y empresas basadas en los campus-- sueltamente organizadas [...] y que hacen conexiones temporales entre ellas”.55 A medida que el número de analistas simbólicos aumenta --como producto de la propia masificación de los estudios superiores-- el establecimiento de esas redes se vuele factible y crea, adicionalmente, nuevas bases para la reorganización del trabajo académico.

Por último, los países necesitan adoptar mecanismos de aseguramiento de la calidad de la educación superior que incluyan procedimientos de acreditación y evaluación de las instituciones y sus programas; determinación de requisitos y estándares; metas de excelencia y umbrales bajo las cuales las instituciones no pueden recibir financiamiento público o, derechamente, no pueden funcionar; instancias de información y reclamación que permitan garantizar la fe pública, y métodos abiertos --pero no infinitamente laxos-- para autorizar la creación de nuevos instituciones y aceptar arreglos de franchising académico. Nada obliga a que dichos mecanismos sean de naturaleza exclusivamente estatal ni que asuman la forma de un sólo organismo o agencia gubernamental. Sin embargo, ni los gobiernos, ni el Estado, pueden retraerse de su responsabilidad de impulsar la creación de dichos mecanismos y procedimientos y de otorgarles su respaldo, fijando el marco para su actuación.

La política y el papel de los gobiernos En una democracia corresponde a la política crear los contextos institucionales

adecuados y proporcionar los incentivos para el desarrollo de capacidades. Lo anterior supone sin embargo gobiernos interesados y en condiciones de trabajar con horizontes estratégicos de largo plazo y, simultáneamente, con soluciones concretas para los problemas inmediatos de conocimiento e información que enfrenta la gente. Quizá uno de los puntos de mayor debilidad de la conducción democrática resida, precisamente, en el hecho de que los gobiernos no proporcionan esa dirección estratégica ni resultan eficientes, tampoco, a la hora de abordar problemas inmediatos que traban el tránsito hacia el nuevo tipo de sociedad.

Los políticos insisten, con razón, que el mercado no expresa adecuadamente, ni de manera eficiente, decisiones que tienen que ver con el largo plazo y con el desarrollo de capacidades fundamentales. Con buenos fundamentos se señala que su aptitud para procesar

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información y estimular descubrimientos e innovaciones es limitada, hallándose circunscrita a lo más inmediato o a horizontes de corta duración. Por su lado, la inversión privada en conocimientos es reducida y necesita ser estimulada. De suerte que para definir trayectorias nacionales de mayor duración y crear capacidades estratégicas son imprescindibles la política, decisiones públicas adoptadas mediante deliberación colectiva y un papel “incentivador” del Estado. Lo anterior es particularmente válido en el caso de la producción de aquella parte del conocimiento y la información que, por su naturaleza pública, no encuentra suficiente apoyo ni alicientes para ser ejecutada bajo dominio privado. Pero hay más: como vimos ya, existe en la actualidad un brecha abismal en cuanto al desarrollo de dichas capacidades entre los países avanzados y rezagados, la cual sólo podrá estrecharse y eventualmente superarse mediante esfuerzos nacionales concertados de parte y entre los países de la región. La sociedad de la información no advendrá automáticamente en el mundo, entre otras cosas, porque la propia información no fluye en un vacío sino en un espacio que se halla políticamente estructurado en torno a relaciones de poder y de intereses estatales y empresariales.56 Cualquiera arquitectura de redes que se construya sobre una base de profundas desigualdades y asimetrías resultará asimismo, inevitablemente, en una arquitectura distorsionada y desequilibrada.

No son pocos, por tanto, los obstáculos que la política debe vencer, partiendo por su propia tendencia cortoplacista. En efecto, nuestras democracias están intensamente volcadas a resolver problemas concretos e inmediatos de los ciudadanos, sin que resulte fácil a los dirigentes levantar la vista para mirar el horizonte más largo. A su turno, la política es prisionera de las múltiples restricciones que le impone un sistema de poder diseñado para mediar entre los variados y contradictorios intereses de unas sociedades que deben administrar simultáneamente el orden macro-económico, la escasez y las desigualdades. No puede olvidarse que todavía uno de cada cuatro latinoamericanos vive con menos de un dolar por día y que la inequidad en la distribución del ingreso es más acentuada en nuestra región que en todas las demás del mundo. Incluso, hay quienes postulan que la política no requiere mirar más allá del día a día siquiera. Su único objetivo sería resolver problemas concretos de la población, especialmente de los más pobres, y administrar la seguridad ciudadana, a fin de evitar o reducir la violencia criminal.

Adicionalmente, en condiciones de fuerte expansión del influjo de los medios masivos de comunicación, en particular la televisión, cualquier intento por promover la deliberación pública sobre opciones fundamentales se vuelve prácticamente imposible. En vez de una comunicación democrática abierta lo que se tiene entonces es una limitada competencia por el control de los temas que pueden acceder a la agenda pública. Por su parte, la relativa pobreza de la información política contribuye a deteriorar aún más el clima democrático, estimulando el cinismo, el retraimiento o el rechazo. En tales circunstancias sólo el vértice de la sociedad logra preocuparse e intervenir en los procesos de deliberación y decisión públicas, restando al ciudadano el mero conformismo, la opción de exit o la protesta al margen del proceso institucional.

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Las funciones del Estado

En cuanto toca al Estado --que en América Latina se halla rodeado todavía de la aureola formada durante las décadas del desarrollo hacia dentro y de la beneficencia social-populista-- él aparece hasta hoy como la principal palanca mediante la cual contrarrestar los efectos de un crecimiento insuficiente, los desequilibrios creados por los mercados y las incertidumbres que trae consigo la globalización. Bien sabido es, sin embargo, que el Estado proveedor se halla en crisis y que su versión subdesarrollada, que es la que conocemos en la región, no tiene ninguna posibilidad de responder a las múltiples y variadas demandas que se le presentan.57 Dicho de manera sucinta: el Estado en América Latina no funciona. Los problemas de desorganización y desorden administrativo afectan su desempeño tanto o más que las restricciones fiscales. ”La mayoría de los gobiernos no sólo se ve obligada a emplear un elevado número de empleados innecesarios sino que también sufre una alta rotación del personal más crítico y de una incapacidad crónica para atraer y retener el talento profesional y técnico sin el cual es imposible que un Estado moderno funcione. Adicionalmente, frecuentes intentos de descentralización y reorganización que son mal ejecutados o ejecutados a medias, fragmentan al sector público y elevan las necesidades de coordinación, al mismo tiempo que disminuyen la capacidad de los entes coordinadores para armonizar las actividades de los distintos entes públicos, creando así más caos administrativo y desperdicio de recursos”.58

A su turno, nadie discute ya que el Estado y la política son insustituibles, desde el mismo momento que ni la auto-organización y auto-regulación del tipo redes, ni el mercado como su más potente expresión, pueden por sí solos generar y dirigir el desenvolvimiento de capacidades e instituciones y proporcionar los incentivos adecuados. Las propuestas para modernizar el Estado, y para su más acelerada informatización, así como los avances en orden a privatizar la mayor parte de sus actividades directas de producción, reducir las dimensiones de su tamaño burocrático, desconcentrar y descentralizar los servicios que presta, sanear sus finanzas y mejorar sus métodos de gestión, se encaminan todos en la dirección correcta y son importantes. Pero no alcanzan para reformular el rol estratégico que el Estado debe desempeñar en América Latina.

Con todo, incluso en este aspecto se ha avanzado un primer paso al dejarse atrás el denominado “consenso de Washington”, que apenas admitía un rol --que no fuera subalterno o negativo-- para el Estado y los gobiernos en el desarrollo de los países. Por el contrario, ha ido surgiendo un nuevo consenso sobre las funciones que debería desempeñar un Estado más pequeño y liviano a la vez que más fuerte y eficiente, como está en boga decir hoy. Pueden concebirse como “el establecimiento de infraestructura en un sentido amplio; [es decir] la infraestructura educacional, tecnológica, financiera, física, medio-ambiental y social de la economía”.59 Con ese propósito correspondería al Estado promover el desarrollo del capital humano, fomentar la tecnología, apoyar la institucionalización y estabilidad del sistema financiero, invertir en infraestructura física y de comunicaciones, prevenir la degradación medio-ambiental y crear y mantener mallas de seguridad social, incluyendo el acceso a los servicios básicos de salud.

Falta ahora dar el siguiente paso; cual es, responder a la pregunta sobre cómo el Estado

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podría constituirse él mismo --impulsado desde dentro por sus propias fuerzas modernizadoras y desde fuera por las exigencias combinadas de los mercados, los movimientos de la sociedad civil y la política democrática-- en un espacio de liderazgo que le permita incidir estratégicamente en el desarrollo de capacidades e instituciones para la economía basada en conocimientos mediante la aplicación de políticas públicas y la generación de incentivos. Como señala un ex Ministro de larga trayectoria en el sector público, hay aquí un amplio margen de maniobra para “mejorar la gobernabilidad”, definida “como ‘orientación estratégica’ [...] en la que se integran sin excepción los principales agentes [...] en una perspectiva nacional de largo plazo”.60

Un Estado así concebido debiera ser subsidiario en un doble sentido: hacia arriba, transfiriendo a las instituciones supranacionales sólo el poder que sea necesario y, hacia abajo, todo el posible para una eficaz administración descentralizada; flexible en su organización y actuaciones, operando a través de fuerzas de trabajo que se constituyen para propósitos determinados y luego se reconvierten a otras tareas; con una alta capacidad de coordinación; abierto a la participación, ahora revitalizada mediante el empleo de las tecnologías de información; transparente; dotado de nuevos sistemas tecnológicos que le permitan efectivamente actuar como un organismo de redes y con un personal sujeto a las mismas reglas que los trabajadores del sector privado.61

Un Estado organizado bajo esos principios no sería un mero “facilitador” de los mercados sino uno que promueve activamente el desarrollo de capacidades e instituciones de conocimiento, incluyendo mercados y competencia allí donde ellos faltan. Un reciente informe del Banco Mundial apunta justamente en esa dirección62; concretamente propone senderos para que, mediante el esfuerzo local, los países en desarrollo puedan adquirir, adaptar y usar conocimientos con efectividad. Entre éstos se cuentan la importación de conocimientos para ampliar las capacidades endógenas, especialmente a nivel de las empresas, mediante el adecuado aprovechamiento del libre comercio, la inversión extranjera directa, el licenciamiento de tecnologías y la adquisición de conocimiento propietario; la inversión en formación de recursos humanos, incluyendo las imprescindibles reformas de los sistemas escolares y de enseñanza terciaria y la incorporación de nuevas tecnologías de aprendizaje; el apoyo gubernamental a los esfuerzos nacionales de I & D, tanto en los ámbitos público como privado, particularmente en la fase de la investigación de carácter pre-comercial; mejorar las capacidades de comunicación de la sociedad estimulando al sector privado a invertir en infraestructura y servicios y velando porque estos últimos se extiendan también a los grupos de menores recursos en el campo y la ciudad; mejorar la información y transparencia de los mercados, especialmente en el área de los servicios básicos como salud, educación y protección del consumidor mediante el establecimiento de estándares de calidad y de mecanismos de monitoreo y evaluación; y la difusión y recepción de información y conocimiento locales generados en las comunidades de base, como una manera de reforzar el capital de relaciones sociales y de acortar las brechas de conocimiento existentes en la sociedad.

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Democracia y aprendizaje social

También resulta posible imaginar que la política y la deliberación democráticas podrían verse reforzadas al adoptar nuevas dimensiones y contenidos de información y conocimiento. La interactividad resulta ser aquí el elemento crítico. Pues el público recién empieza a participar en la democracia “cuando es interpelado como un par en la conversación y se siente estimulado a hablar más que a comportarse como espectador”.63 Sólo bajo esas condiciones, efectivamente, la democracia de masas puede transitar desde el estadio de las las opciones mudas, como la del exit, hacia un estadio donde existan también variadas formas de voice y loyalty. En esas condiciones sería posible, asimismo, recuperar un mayor balance entre el ciudadano, hoy retraido, y el consumidor, en plena fase de expansión.

Para producir ese tránsito la comunicación pública tendría que alejarse de las modalidades de transmisión unidireccional, como hoy tienen lugar en la televisión abierta --donde una voz programada se dirige desde un solo centro a miles de conciencias dispersas sin brindarles oportunidades de respuesta-- y adoptar modalidades de creciente interactividad a la manera como idealmente postula una ética comunicativa democrática. Lo anterior comportaría importantes desplazamientos de poder, al expandirse la esfera pública y disminuir la esfera de influencia de las élites. En cambio, la comunicación política lineal, aquella en que la mera conectividad domina sobre la interactividad, “es funcional a la mantención de relaciones políticas y sociales asimétricas. En la medida que esas relaciones se mantienen, la democratización se estanca”.64

Bajo la presión de las transformaciones en curso, no sólo las formas de participación pública podrían modificarse sino que tendrán que cambiar, además, las orientaciones y los instrumentos de la política democrática. En general, las sociedades tenderán a buscar “ventajas comparativas dinámicas”, precisamente aquéllas que agregan valor (conocimiento) a la producción. Puestas en esa trayectoria, la política misma tendría que cambiar para hacer frente a los desafíos que presenta la adquisición y adaptación de conocimientos, su difusión y aplicación, la incorporación de tecnologías, la formación de recursos humanos y el aprendizaje social, tanto en el ámbito de las personas como en el de las empresas, las instituciones del Estado y en el nivel societal. Todo lo contrario de lo que sucede hoy, donde la política se preocupa de la mantención de las viejas estructuras públicas delegando la innovación al sector privado, se requiere que ella impulse la innovación precisamente en aquellos servicios que dependen de ella, junto con preocuparse por difundir la información y el conocimiento hacia los grupos sociales postergados o más atrasados.

Construir sociedades democráticas supone por tanto, también, unas políticas que usen más intensamente la información y el conocimiento disponible, y que tengan la virtud de desencadenar procesos de experimentación y aprendizaje en una diversidad de ámbitos, desde el sistema escolar hasta el sector exportador, desde las propias instituciones del gobierno hasta las universidades, desde los hospitales hasta las industrias de la comunicación. Quizá se encuentre aquí una manera diferente de concebir el reforzamiento de la sociedad civil. No ya limitado a la formación de movimiento sociales premunidos de voz sino, derechamente, como participación ciudadana en la gestión de redes, servicios y organismos sobre la base de una

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plataforma más amplia de acceso y apropiación del conocimiento y la información.

Para moverse en esa dirección, la política necesitaría cambiar su foco hacia los aspectos de calidad y eficiencia ligados a los procesos de conocimiento e innovación. Por su parte, la democracia se vería obligada a adquirir un sentido renovado de sus propias funciones para constituirse en un espacio político y cultural que haga posible la experimentación, estimule las innovaciones, genere múltiples formas de competencia y emulación, difunda la información, cree mecanismos de evaluación y control de la calidad, amplíe los mercados y su transparencia y dedique sus mayores esfuerzos a incentivar las iniciativas que agregan conocimiento en todos los ámbitos de la sociedad.

Por el contrario, si la política insiste en administrar mediante comandos burocráticos la vida económico-social en la base de la sociedad, y simplemente abandona la gestión de las esferas intermedias y superiores a los mercados y a un Estado de pesadas estructuras, lo más probable es que a la postre se frustre la oportunidad que hoy tiene América Latina de desarrollarse tomando el atajo de la emergente sociedad de la información. El tiempo que ha llegado a nuestras puertas ?Está la región en condiciones de aprovechar ese atajo? Cuenta a su favor, quizá por primera vez, con una básica sincronía respecto del mundo a su alrededor: se halla integrada a la economía internacional a través de mercados crecientemente abiertos y comparte con la comunidad de naciones una común adscripción ética y política a la democracia. En un mundo sin la aguda polarización de la guerra fría, su voz puede expresarse ahora con mayor independencia e identidad. En tales circunstancias, la globalización podría efectivamente ayudar a América Latina a salir al encuentro del siglo XXI. Al mismo tiempo, la globalización representa una amenaza: las crisis financieras se contagian más fácilmente, las brechas y dependencias se tornan más visibles e insportables, las inestabilidades surgidas en un punto del planeta se transmiten con mayor velocidad a otros puntos, las culturas locales se hallan expuestas a la constante y envolvente acción de las industrias multinacionales de la comunicación y la entretención, y las naciones deben competir en un pie de fuerte desigualdad.

De allí que para aprovechar las ventajas de la globalización y sortear o aminorar sus riesgos, la región necesite multiplicar aceleradamente y fortalecer sus capacidades de aprendizaje y conocimiento, crear instituciones y redes que le permitan hacerlo y usar con ese propósito los incentivos adecuados, redefiniendo para ello los fines y medios de la política. Sobre todo, los países requieren elaborar una perspectiva estratégica de su inserción en el mundo y contar con los acuerdos y el liderazgo interno necesarios para materializarla con efectivo apoyo social.

Todo esto requiere un cambio de visión. Dicho metafóricamente, hay que pasar de una visión de camino único a una visión de sendas plurales para llegar a la meta buscada; de una concepción mecánica del desarrollo a una de carácter más experimental; de una noción lineal del progreso a una más próxima a la noción del aprender a aprender. Entramos a un mundo que no está en los mapas; donde no hay trazados predeterminados y cuya cultura se caracterizará por la apertura y flexibilidad. Donde �los intereses humanos --tendencialmente

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innumerables-- adquirirán una expresión hasta ahora desconocida, lo que aumentará en la superficie de las sociedades, y en la profundidad de las conciencias, la praxis del pluralismo cultural. La civilización del futuro será simbólicamente politeísta, y las grandes religiones monoteístas adquirirán un mayor colorido y variedad en su interior. Algo similar ocurrirá en el plano de los mitos, de las leyendas, de las artes, de las convenciones, de las relaciones humanas, y en todos los niveles y aspectos de la existencia social�.65

La voluntad de ir adelante es ahora crucial. Mas, ?cómo podría congregarse esa voluntad sin confianza en el futuro? Si los grupos dirigentes latinoamericanos recelan del futuro y tienen una percepción negativa de la globalización sería imposible emprender esta marcha acelerada. Más bien, allí donde reinan el temor o la desconfianza termina imponiéndose la parálisis y no puede expresarse la imaginación creativa.

No hay lugar para un optimismo ingenuo, sin embargo. Los riesgos de la globalización son evidentes. Igualmente, los de la modernidad tardía. Con razón se ha dicho que el mundo contemporáneo experimenta un gran desconcierto. Éste tendría su origen en un sentimiento de repentina dislocación histórica, en una desafección con respecto de los liderazgos políticos y en un recurrente pesimismo respecto de las doctrinas de progreso social.66 También en América Latina hay esa sensación de dislocación histórica producida por la irrupción de la globalización; también aquí se observa una difundida desafección de la gente respecto de los liderazgos políticos y se ha producido ese desplazamiento y confusión en las orientaciones intelectuales que trajo consigo el enfriamiento de las ideologías que dominaron el siglo.

Aún así, la alternativa no es entre aceptar o rechazar la modernidad. Ni si acaso sumarse o restarse a los procesos de globalización en curso. Tampoco es un dilema real tener más eficiencia a costa de menos democracia o mayor equidad al precio de un menor crecimiento económico. Esos trade offs pertenecen a las restricciones del pasado; no a las posibiliades del futuro. Hoy la posibilidad de más democracia –sociedades civiles más fuertes, participación ciudadana en la base y una plataforma de acceso universal a la información y el conocimiento— sólo podrá alcanzarse a partir de una mayor eficiencia en la gestión del Estado y en el funcionamiento de las instituciones. A su turno, la posibilidad de elevar la equidad social es incompatible con el estancamiento; por el contrario, supone un crecimiento económico alto y sostenido, única forma de aumentar y distribuir mejor las oportunidades.

La globalización misma impone estas reglas. Las naciones no pueden competir exitosamente si sus regímenes políticos son ineficientes y corruptos o si su cohesión social es débil y declinante. Al comprimirse el mundo y ponerse en contacto todos los países y culturas tienden a universalizarse también los criterios para evaluar la competitividad, las instituciones y los desempenos. Así se manifiesta en las clasificaciones de riesgo-país, la definición de sistemas y estándares de calidad, la fijación de normas internacionales medio-ambientales y de seguridad laboral, la medición y comparación de rendimientos escolares, la determinación de las mejores prácticas y el benchmarking o en la presión para establecer sistemas internacionales de acreditación que hagan posible la plena movilidad de los profesionales.

En tales condiciones ningún Estado, empresa, escuela o universidad puede sustraerse a los efectos de la globalización ni puede escapar a las demandas evaluativas que surgen de la

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combinación entre competencia e información instantánea. De hecho, entre las múltiples redes que hoy entretejen las actividades humanas a nivel global, aquéllas a cargo de informar, monitorear, evaluar y comparar procesos y productos, en los más diversos ámbitos, constituyen quizá uno de los componentes potencialmente más importantes de la gobernabilidad global. A la vista está, en cambio, que allí donde esas redes fallan –como ha ocurrido en el caso de la información, regulación, control y transparencia de los mercados financieros—las consecuencias pueden ser devastadoras para los países en desarrollo, pero también para el sistema económico mundial en su conjunto.

En fin, América Latina tiene frente a sí un atajo. Para tomarlo requiere hacerse parte activamente de la globalización, conociendo sus riesgos para evitarlos y aprovechando las oportunidades para acortar el camino hacia su propio desarrollo. Cada país tiene que hacer opciones estratégicas y luego perseguirlas con perseverancia. El atajo no será jamás el resultado de meros automatismos; impone elecciones, decisiones y acciones deliberadas conducidas con una visión estratégica del futuro que se desea construir.

Tal es el desafío del próximo tiempo; el tiempo que ha llegado a nuestras puertas.

Punta Puyai y Washington D.C., 5 de noviembre de 1998.

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NOTAS

1. Eric J. Hobsbawm, “Crisis de la ideología, la cultura y la civilización”. En Universidad Autónoma de México y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquio de Invierno: Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo, Volumen I; Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p. 53

2. Víctor Flores Olea, “Cultura, tradición y modernidad”. En Universidad Autónoma de México y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquio de Invierno: Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo, Volumen II; Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p.86

3. Tulio Halperin Donghi, Historia Contemporánea de América Latina; Alianza Editorial, Madrid, 1986, p. 139

4. Datos calculados en US dólares (1965 factor cost), Angus Maddison, �A comparison of levels of GDP per capita in developed and developing countries, 1970-1980", Journal of Economic History 43, March 1983. Citado por Eliana Cardoso and Ann Helwege, Latin America�s Economy; MIT Press, Cambridege, Massachustts, 1992, p. 25

5. Cabe recordar aquí la magnitud de las esperanzas expresadas por las voces latinoamericanas en ese momento. Basten dos ejemplos. El primero se conoce como el Manifiesto liminar de la reforma universitaria y fue dado a conocer en Córdoba, Argentina, el 21 de junio de 1918. Sus palabras inciales resuenan con fuerza hasta hoy: �Hombres de una república libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libnertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora emericana�. El segundo ejemplo provienen del �Balance patriótico� escrito por el poeta Vicente Huidobro, publiocado en Chile el 8 de agosto de 1925: �Que los viejos se vayan a sus casas, no quieran que un día los jóvenes los echen al cementerio. Todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los 29 años: Carrera, a los 22; O�Higgins, a los 34, y Portales, a los 36". Que se vayan los viejos y que vennga la juventud limpia y fuerte, con los ojos iluminados de entusiasmo y de esperanza�.

6. Tulio Halperin Donghi, op.cit.,p.331

7. Rosmary Thorpe, Progreso, Pobreza y Exclusión. Una Historia Económica de América

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Latina en el Siglo XX; Banco Interamericano de Desarrollo, Unión Europea, Washington D.C., 1998

8. Mario Vargas Llosa, El Pez en el Agua; Seix Barral, Barcelona, 1993, pp. 213-14

9. Enrique Krauze, “Old paradigms & new openings in Latin America”. En Journal of Democracy, January 1992, p. 19

10. Corporación de Estudios de Opinión Pública Latinoamericana, Latinbarómetro 1997, op.cit.

11. IDEA, Voter Turnout from 1945 to 1997: a Global Report on Political Participation; Stockholm, 1997

12. Octavio Paz, El Ogro Filantrópico; Joaquín Mortiz, México, 1979, p. 40

13. Marta Lagos, “La Imagen de la Iglesia: evolución del último cuarto de siglo” (mimeo, no publicado), 1998

14. Corporación de Estudios de Opinión Pública Latinoamericana, Latinbarómetro 1997, Santiago de Chile, 1997

15. Comentario de Moisés Naim, editor de Foreign Policy, durante el Seminario “América Latina tras una década de reformas: cuáles son los próximos pasos”, realizado en Barcelona, marzo de 1997, en el marco de la Reunión Anual de Gobernadores del BID. En Revista Pensamiento Iberoamericano, “América Latina después de las Reformas”, Volumen Extraordinario 1998, especialmente pp. 190-91

16. Eduardo Lora, “Una década de reformas estructurales en América Latina: qué se ha reformado y cómo medirlo. En Revista Pensamiento Iberoamericano, “América Latina después de las Reformas”, Volumen Extraordinario 1998, p. 47.

17. Carlos Fuentes, “La situación mundial y la democracia: los problemas dl nuevo orden mundial”. En Universidad Autónoma de México y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Coloquio de Invierno: Los Grandes Cambios de Nuestro Tiempo, Volumen I; Fondo de Cultura Económica, México, 1992, p. 27

18. Carlos Fuentes, Valiente Mundo Nuevo. Épica, Utopía y Mito en la Novela Hispanoamericana; Fondo de Cultura Económica, México, 1990, p.p. 10-11

19. Carlos Fuentes, “Viajando en un furgón de cola”. En Sergio Marras, América Latina Marca Registrada; Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1992, p. 34

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20. Antonio Cándido, “Lietratura y subdesarrollo”. En César Fernández Moreno (coordinador), América Latina en su Literatura; Siglo XXI Editores, 1977, p. 339

21. Eric Hobsbawm, Age of Extremes. The Short Twentieth Century, 1914-1991;Michael Joseph, London, 1995, pp. 584-85

22. Felipe González, “Siete asedios al mundo actual”; Internacional, número 65, julio 1998

23. Samuel Huntigton, “Las civilizaciones en desacuerdo”. En Nathan P. Gardels (ed.), Fin de Siglo. Grandes Pensadores Hacen Reflexiones sobre Nuestro Tiempo; McGraw-Hill, México, 1996, p. 61.

24. OECD, The World in 2020. Towards a New Global Age; Paris, 1997, p.11

25. World Bank Policy Research Bulletin, Volume 3, Number 2, March-April 1992

26. Riel Miller, Wolfgang Michalski and Berrie Stevens, “The promises and perils of 21st century technologies: an overview of the issues”. En OECD, 21st Cenury Technologies; OECD, Paris, 1998, p. 9

27. OECD, Towards a Global Information Society;Paris, 1997, p.7

28. OECD, The Observer, N° 200, June/Julay 1996, p. 6

29. OECD, Towards a Global Information Society; Paris, 1997

30. Manuel Castells, The Information Age: Economy, Society and Culture; Blackwell Publishers, 1996, Volumen I, p.469

31. The Economist, September 28, 1996

32. S. Janet Butler, Information Technology. Converging Srategies and Trends for the 21st Century; Computer Technlogy Research Corp., Charleston, South Carolina, 1997, p.23

33. Manuel Castells, op.cit., Volumen I, p.471

34. Fernando Henrique Cardoso, “North-South relations in the present context: A new dependency?. En Martin Carnoy et al., The New Global Economy in the Information Age. Reflections on our Changing World; The Pennsylvania State University Press, University Park, Pennsylvania, 1994, p. 156

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35. Walter Benjamin, Illuminations. Schocken, New York, 1968, p. 257

36. OECD, The World in 2020. Towards a New Global Age; Paris, 1997, p.11

37. Koffy Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, “ Secretary General Stresses International Community´s objective of harnessing informatics revolution for benefit of mankind” (E/CN.16/1197/misc.3), 12 de mayo 1997, p.1

38. En efecto, según señala un estudio reciente sobre la materia, “al final de los años sesenta América Latina tenía un nivel de educación no muy distinto del normal para su nivel de desarrollo en esa época. Pero el crecimiento de la educación ha sido mucho más lento que en el resto del mundo en las últimas tres décadas, generando una brecha evidente. Como fruto del crecimiento de esta brecha. América Latina tiene actualmente apenas 5,2 años de educación, 2 menos que lo esperado para su nivel de desarrollo y cuatro años menos que los países del sudeste asiático de similar desarrollo. La insuficiencia educativa para el promedio de la región fue acompañada, además, de un grado de desigualdad creciente de las oportunidades educativas, toda vez que la desviación estándar creció sistemáticamente durante el período”. Juan Luis Londoño y Miguel Székely, “Sorpresas distributivas después de una década de reformas: América Latina en los noventa”. En Revista Pensamiento Iberoamericano, “América Latina después de las Reformas”, Volumen Extraordinario 1998, p. 215

39. UNESCO, World Education Report 1993, pp. 30-31

40. OECD, Structural Ajustment and Economic Performance; OECD, Pais, 1987, p. 18

41. Ver Sanjaya Lall, Building Industrial Competitiviness; OECD, Paris, 1990

42. Véase varios ejemplos tomados de la región en The World Bank, World Development Report 1998/1999. Knowledge for Development, p.61

43. Ver CEPAL-UNESCO, Educación y Conocimiento: Eje de la Transformación Productiva con Equidad; Santiago, 1992. Asimismo, Shahid Javed & Guillermo Perry et all., op.cit., Parte 3

44. Shahid Javed & Guillermo Perry et all., op.cit., pp. 108-109

45. La Educación Encierra un Tesoro; Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI presidida por Jacques Delors; Santillana Ediciones UNESCO, Madrid, 1996, pp. 124-125

46. Ver José Joaquín Brunner, “Educación en América Latina durante la década de 1980: la economía política de los sistemas”. En Rollin Kent (compilador), Los Temas Críticos de la Educación Superior en América Latina. Estudios Comparativos; Fondo Cultura Económica,

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México, 1996

47. Ver Carmen García Gaudilla, Situación y Principales Dinámicas de Transformación de la Educación Superior en América Latina; Ediciones CRESALC/UNESCO, Caracas, 1996. Además, José Joaquín Brunner (coord.), Educación Superior en América Latina: una Agenda para el Año 2000; Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1995.

48. Véase, por ejemplo, Michael Gibbons, Pertinencia de la Educación Superior en el Siglo XXI; The World Bank, 1998 y Michael Gibbons et al., The New Production of Knowledge; SAGE Publications, London, 1994

49. Michael Gibbons, Pertinencia..., op.cit., p. 33

50. The Glion Declaration, “The University at the Millenium”, 1998

51. Ricardo Díaz Hochleitner, Presidente del Club de Roma, “Comienzo de un debate”, en Juan Luis Cebrián, La Red; Taurus, , Madrid, 1998, p.8

52. The Economist, “A Survey of Universities”, October 4th, 1997, p.16, refiriéndose a declaraciones del Secretario General de la Association of Commonwealth Universities

53 Ver, Burton Clark, Creating Entrepreneurial Universities. Organizational Pathways of Transformation; IAU Press Pergamon, Oxford, 1998

54. En el estudio recién citado, Burton Clark ofrece cuatro notables ejemplos de universidades que han hecho este tránsito y elabora un marco de análisis para entender los procesos subyacentes.

55. The Economist, “A Survey of Universities”, October 4th, 1997, p.19

56. Er Robert Keohane & Joseph Nye, Jr., “States and the Information Revoluction”; Foriegn Affairs, September/October 1998, pp. 81-94

57. De acuerdo a la encuesta MORI para el Wall Street Journal, más de la mitad de los latinoamericanos opina que las escuelas, los sistemas de salud, los servicios sanitarios, los fondos de pensiones, la industria petrolera, la electricidad y las minas deberían ser dirigidas por los gobiernos.

58. Moises Naim, “Instituciones: el eslabón perdido de la reforma económica de América Latina”; The Carnegie Endowment (ponencia), Bogotá, junio 1994, p.12 y pp. 24 y 25

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59.Joseph E. Stiglitz, “The role of Government in Economic Development”; Keynote address, Annual World Bank Conference on Development Econmics

60. Edgardo Boeninger, “Gobernabilidad y equidad: dos requisitos básicos para el desarrollo sostenido”. En Louis Emmerij y José Núñez del Arco (compiladores), El Desarrollo Económico y Social en los Umbrales del Siglo XXI; BID, Washington, D.C., 1998

61. Ver Manuel Castells, “Hacia un Estado Red? (Ponencia), Sao Paulo, marzo 1998

62. The World Bank, World Development Report 1998/1999. Knowledge for Development; The World Bank, Washington, 1998

63.J. W. Carey, “The press and public discourse”, Center Magazine, March/April 1987, p. 14. Citado en Kenneth L. Hecker, “Missing links in the evolution of electronic democratization; Media, Culture & Society, Vol. 18, 1996, p.224

64. Kenneth L. Hacker, op.cit., pp. 224-25

65. CELAM, Informe CELAM 2000: el Tercer Milenio como Desafío Pastoral; Santafé de Bogotá, octubre de 1997 p. 46

66. Charles S. Mair, “Democracy and its discontents”; Foriegn Affairs, Julay/August 1994