Analisis Politico 46 Guerra Colombia

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EstudiosPor tu bien, y sobre todo por el mío: fundamentosy altibajos del prohibicionismo estadounidense

A N D R É S L Ó P E Z R E S T R E P O 3

España-América Latina: la dimensión europea de las relacionesH U G O FA Z I O V E N G O A 25

DemocraciaInclusión partidista y exclusión cultural en Colombia:pistas para comprender su relación

M A R Í A E M M A W I L L S O B R E G Ó N 44

La seguridad: difícil de abordar con democraciaF R A N C I S CO L E A L B U I T R AG O 58

CoyunturaLa posguerra colombiana: divagaciones sobrela venganza, la justicia y la reconciliación

I V Á N O R O Z CO A B A D 78

La política internacional del gobiernoPastrana en tres actos

D I A N A M A R C E L A R O J A S R I V E R A 100

La compleja relación colombo-venezolana.Una coyuntura crítica a la luz de la historia

S O CO R R O R A M Í R E Z VA R G A S 116

DebateCredo, necesidad y codicia: los alimentos de la guerra

Á LVA R O C A M AC H O G U I Z A D O 137

¿Guerra civil en Colombia?W I L L I A M R A M Í R E Z T O B Ó N 151

Colombia: ¿guerra civil, guerra contra lasociedad, guerra antiterrorista o guerra ambigua?

E D U A R D O P I Z A R R O L E O N G Ó M E Z 164

TestimonioLa guerra contra los Derechos del Hombre

G O N Z A LO S Á N C H E Z G Ó M E Z 181

Tensiones en la investigación y cambios de paradigmas:intercambio con matemáticos

O R L A N D O FA L S B O R D A 191

ReseñasLa violencia en Colombia. Estudio de un proceso social,de Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna

G O N Z A LO S Á N C H E Z G Ó M E Z 198La seguridad nacional a la deriva: del Frente Nacional a la Posguerra Fría,de Francisco Leal Buitrago

E R I C L A I R 200La globalización en su historia,de Hugo Fazio Vengoa

D I A N A M A R C E L A R O J A S R I V E R A 201

Resúmenes 203

a n á l ı s ı sp o l í t ı c oMAYO / AGOSTO 02 Nº 46

UNIVERSIDADNACIONALDE COLOMBIA

INST I TUTO DE ESTUD IOSPOL ÍT ICOS Y RELAC IONESINTERNAC IONALES

I E P R I

Francisco Leal BuitragoFUNDADOR

William Ramírez TobónD I R E C T O R

Miguel García SánchezEDITOR

Gonzalo Sánchez GómezASESOR ED ITORIAL

Jimena Holguín CastilloAS ISTENTE ED ITORIAL

ASESORES EDITORIALESINTERNACIONALES

Thomas Fischer Alemania

Klaus Meschkat Alemania

Maria Isaura Pereira de Queiroz Brasil

Catherine LeGrand Canadá

Norbert Lechner Chile

Charles Bergquist Estados Unidos

Daniel Pécaut Francia

Eric Hobsbawm Inglaterra

Preparación editorial e impresiónUnibiblos / Universidad Nacional de Colombia

CarátulaIdeódromoLuis Miguel Cabanzo, Óscar Eduardo Arias

DistribuciónSiglo del Hombre EditoresUnibiblos

Impresa en Colombia, 2002

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el narcotráfico es uno de los dos grandesproblemas, junto con el conflicto interno, de laColombia actual. El narcotráfico es un fenómenoque tiene una clara dimensión internacional, peromuchas personas han confundido la dimensióninternacional del narcotráfico con su origen. Así,en lugar de reconocer que el tráfico de drogastiene múltiples causas, muchas de ellas internas,prefieren atribuir este problema a factores exclusi-vamente externos. En particular, se dice que elnarcotráfico tiene su origen en el prohibicionismode los Estados Unidos, y por tanto su solución sólopuede provenir de ese país. Muchos creen además,de acuerdo con una visión conspirativa de la reali-dad, que el prohibicionismo es un instrumentohipócrita mediante el cual Estados Unidos buscasometer y explotar a países como el nuestro. Enapoyo de este argumento afirman, con una certe-za que no tiene sustento alguno en la realidad,que el gobierno estadounidense es prohibicio-nista más allá de sus fronteras y tolerante con lostraficantes y consumidores locales.

No han faltado quienes están orgullosos deléxito que Colombia ha tenido en la exportaciónde drogas ilegales, y concluyen que la políticaestadounidense simplemente pretende desplazara los países del Tercer Mundo de una de las pocasactividades económicas en las cuales han tenidoéxito, para quedarse con todas las ganancias deese tráfico ilícito. La falsedad de esta tesis quedaen evidencia si se considera que ha sido la prohi-bición misma la que ha generado la posibilidad detan extraordinarios beneficios, y que bastaría coneliminar la prohibición para acabar con la compe-tencia de los traficantes extranjeros. Lamentable-mente tales falacias, que tienen su origen en un

P o r t u b i e n , ys o b r e t o d o p o r e lm í o : fu n d a m e n t o sy a l t i b a j o s d e lp r o h i b i c i o n i s m oe s t a d o u n i d e n s e *

Andrés López RestrepoProfesor del Instituto de Estudios Políticos y

Relaciones Internacionales,

IEPRI, de la Universidad Nacional

de Colombia.

* Este artículo es la versión revisada y reducida del informepresentado al programa de investigaciones del IEPRI sobreEstados Unidos, que fue financiado por el DepartamentoNacional de Planeación y coordinado por Luis AlbertoRestrepo.

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nacionalismo y un izquierdismo ignorantes, noson inocentes sino que sirven a intereses crimina-les al justificar la acción de los narcotraficantes yla inacción del Estado.

La verdad es que el prohibicionismo estabavigente muchas décadas antes de que fuesen visi-bles sus efectos sobre países como Colombia. Esimperioso reconocer que el prohibicionismo deEstados Unidos encuentra sus antecedentes en elorigen mismo de su nacionalidad, y es el resultadode múltiples dimensiones sociales y culturales, einvolucra percepciones, prejuicios y valores muydiversos. Digo que esto es imperioso porque escondición necesaria para sostener un diálogomaduro con Estados Unidos en relación con eltema de las drogas. Este trabajo pretende colabo-rar en esta tarea. Para ello, en la primera parte, seexaminan las condiciones y justificaciones delprohibicionismo estadounidense, y luego, en lassiguientes dos, se considera su manifestación enlos casos del alcohol y de las drogas.

P R O H I B I C I Ó N , L I B E R TA D Y R AC I S M O

En esta primera parte se aborda la contradic-ción que supone el que Estados Unidos puede seral mismo tiempo una tierra de libertades y deintolerancia, acudiendo al concepto de ciudada-nía recortada. Más en concreto, se quiere mostrarque una de las fuentes del prohibicionismo –tantode las drogas como del alcohol– es el racismo.

Religión y control

A finales del siglo XIX y principios del XX,muchos países se preocuparon por las consecuen-cias de la adicción y procuraron controlar y regu-lar las drogas. En Estados Unidos, esta inquietuddio lugar a una política mucho más estricta, quedevino en una ideología: el prohibicionismo. Deallí se extendió hasta triunfar en menor o mayorgrado en el resto del mundo.

El país del Norte tenía experiencia en experi-mentos similares: entre 1920 y 1933 el alcohol fue

prohibido por la misma Constitución. Pudieraentonces pensarse que la sociedad estadouniden-se ha sido singular en su afán de regular los exce-sos de los individuos. No ha sido la única, pero síla que con más decisión lo ha intentado. Lo hahecho con el sexo. Estados Unidos es uno de lospocos países del mundo donde la prostitución esun crimen; con una excepción: es legal en Neva-da. Los estatutos de este Estado establecen que loscondados pueden licenciar el funcionamiento delos burdeles, con excepción de aquellos que tie-nen más de 400 mil habitantes. Curiosamente,sólo el condado de Clark, donde está situada laciudad de Las Vegas, tiene ese número de habi-tantes y por tanto no hay burdeles legales en lacapital del juego1. Los prostíbulos de Nevada apa-recieron durante la fiebre del oro, y se volvieronlegales y regulados desde 1971 en 10 de los 17condados del Estado, pero no en las dos principa-les ciudades, Las Vegas y Reno. Hay unos 30 bur-deles con licencia en el Estado2.

La prostitución sigue siendo un delito, pese aque aproximadamente la mitad de la poblaciónestadounidense está en favor de la descrimina-lización de esta actividad. Esto debe servir paraponer en guardia contra las esperanzas de cambiode la actual legislación antidrogas de Estados Uni-dos fundadas sobre encuestas de opinión. Despuésde todo, si la gente está de acuerdo con determina-do cambio social pero no tiene intenciones deponer nada de su parte para lograrlo, es muy difícilpensar que el cambio tenga lugar3. En el caso de lasdrogas, la mayoría de las personas no son consumi-doras, por lo que sus opiniones en favor de unamodificación de la legislación previsiblemente notendrán efecto alguno.

La prohibición del alcohol tiene particularrelevancia en nuestro caso. A lo largo del sigloXIX, algunos países europeos empezaron a mani-festar su preocupación por las consecuencias delconsumo de alcohol, y surgieron los primerasgrupos temperantes y prohibicionistas4. En Fin-

1 Friedman, Lawrence M. Crime and Punishment in American History. Nueva York: Basic Books, 1993, pp. 424-426;James, Jennifer. “Prostitution”. En: Microsoft Encarta 98 Encyclopedia.

2 Nieves, Evelyn. “Resort Plan Brings What Nevada Brothers Hate Most: Attention”. En: The New York Times, 19de agosto de 2001.

3 Olson dice al respecto: “A menos que el número de miembros del grupo sea muy pequeño o que hayacoacción o algún otro mecanismo especial para hacer que las personas actúen por su interés común, laspersonas racionales y egoístas no actuarán para lograr sus intereses comunes o de grupo”. Olson, Mancur. La lógica de laacción colectiva. Bienes públicos y la teoría de grupos. México: Limusa - Noriega Editores, 1992, p. 12.

4 Aunque los términos temperancia y prohibicionismo son usados a veces de manera intercambiable, estas dospalabras designan realidades diferentes: los temperantes abogan por el consumo moderado de alcohol,mientras que los prohibicionistas quieren erradicarlo por completo de la dieta humana.

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landia, una ley de 1866 prohibió la destilacióncasera de bebidas embriagantes, y otra de 1919prohibió todas las bebidas con más de un 2% dealcohol. En este último año, un referendo enNoruega declaró fuera de la ley los licores conmás de un 12% de contenido alcohólico. En1922, un referendo similar fue derrotado por unestrecho margen en Suecia, pero el gobiernonacionalizó poco después todo el sector de loslicores con el fin de regular su consumo. Inglate-rra no aprobó ninguna ley prohibicionista, perocomo consecuencia del activismo antialcohólicode diversos colectivos e individuos el consumo dealcohol puro disminuyó de 92 millones de galo-nes en 1912 a 53 millones en 1922. Y en Canadá,todas sus provincias se volvieron “secas” median-te referendo entre 1915 y 19195. Todo esto ocu-rrió antes de que Estados Unidos estableciese elprohibicionismo como política federal, y muestraque lo ocurrido en este país no fue un fenómenoaislado sino que hizo parte de un proceso másgeneral. Pero como también ocurrió con lasdrogas, la política estadounidense fue bastantemás radical que la europea. Los primeros esta-dos que adoptaron leyes contra el alcohol fue-ron Maine, en 1858, y Kansas, en 1867. Para1919, 33 de los 48 estados contaban con legisla-ción prohibicionista6. Finalmente, en aquel añofue aprobada la Decimoctava Enmienda de laConstitución, que instituyó la prohibición aescala federal.

Es indudable la estrecha relación que exis-tió entre prohibición y protestantismo. Lospaíses europeos que aprobaron legislación encontra del alcohol eran de religión protestan-te, más concretamente, en el caso de los paísesescandinavos, de denominación luterana. EnCanadá ha existido una gran presencia católi-ca, pero el último Estado donde triunfó la pro-hibición fue precisamente Quebec, lugar deconcentración de la población católica de ori-gen francés. En Estados Unidos también existeun gran número de católicos, por lo cual laprohibición debe ser entendida como una im-

posición por parte de los protestantes, quetradicionalmente han dominado ese país, so-bre los católicos, cuya migración en grandesnúmeros es, en términos históricos, reciente.Se han vertido muchas páginas sobre la rela-ción entre protestantismo y conducta de vida.Las de Weber son clásicas:

El ascetismo laico del protestantismo (...) actuabacon la máxima pujanza contra el goce despreocupa-do de la riqueza y estrangulaba el consumo, singu-larmente el de artículos de lujo (...) La lucha contrala sensualidad y el amor a las riquezas no era unalucha contra el lucro racional, sino contra el usoirracional de aquéllas (...) Por uso irracional de lasriquezas, se entendía, sobre todo, el aprecio de lasformas ostentosas del lujo –condenable como idola-tría–, de las que tanto gustó el feudalismo, en lugarde la utilización racional y utilitaria querida porDios, para los fines vitales del individuo y de la co-lectividad. No se pedía “mortificación” al rico, sinoque usase sus bienes para cosas necesarias y prácti-camente útiles7.

Y sobre el catolicismo, Weber advierte:

No es que dentro del catolicismo la vida “metódi-ca” hubiese quedado relegada a las celdas de losclaustros; ni la teoría ni la práctica medievalesaprobarían tal afirmación. Pero siempre se hahecho notar que, a pesar de la elevada sobriedadmoral del catolicismo, una vida no sujeta a sistemaético no puede alcanzar los supremos ideales queaquél proclamó como válidos, incluso para la vidaen el mundo (...) En la Edad Media, el hombreque por excelencia vivía metódicamente en senti-do religioso, era el monje; en consecuencia, elascetismo, cuanto más integral, más debía apartardel mundo al asceta, ya que la santidad de la vidaconsistía precisamente en superar la moralidadsuficiente para el mundo (...) Sebastián Francksupo ver la médula de esta forma de religiosidad[la de Lutero y Calvino], cuando dijo que lo pro-pio de la Reforma estuvo en convertir a cada cris-

5 En Estados Unidos se usan los términos drys y wets para designar, respectivamente, a los prohibicionistas y a losantiprohibicionistas. Los términos, concisos y expresivos, podrían ser traducidos literalmente como “secos” y“mojados”. Sobre el caso canadiense, Véase Clark, Norman H. Deliver Us from Evil. An Interpretation of theAmerican Prohibition. Nueva York-Londres: W.W. Norton & Company, 1976, pp. 136-139.

6 Véase mapa en Sinclair, Andrew. Era of Excess: A Social History of the Prohibition Movement. Nueva York: HarperColophon Books, 1964, p. 66.

7 Weber, Max. La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Barcelona: Ediciones Península, 1995, pp. 242-243.

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tiano en monje por toda su vida. Con esto se pusie-ron barreras a la huida ascética del mundo, y apartir de entonces, las naturalezas más serias yapasionadamente interiores que antes habían pro-porcionado al monacato sus mejores figuras,viéronse obligadas a realizar sus ideales ascéticosen el mundo, en el trabajo profesional8.

Los protestantes hicieron de la sobriedad unideal y una forma de vida. Y por ello, pese a la im-portancia que el alcohol había tenido en la culturade sus países, intentaron regularlo, incluso prohi-birlo. Para los católicos, en cambio, el alcohol si-guió siendo un dato definitivo de su vida social. Poreso, la prohibición estadounidense puede ser en-tendida como un intento de opresión a los católi-cos por parte del conjunto de denominacionesprotestantes. Los países europeos y Canadá des-echaron rápidamente sus leyes prohibicionistas oeliminaron sus aspectos más represivos, tras lo cualadoptaron alguna forma de regulación9. EstadosUnidos, en cambio, que adoptó la legislación másestricta y duradera y que realizó el intento másdecidido por aplicarla, vio cómo esa prohibición sedesmoronaba tras la Gran Depresión. La mismaradicalidad de la prohibición, su carácter opresivo,hicieron que no quedara rastro alguno de ella nien la Constitución ni en las leyes.

A lo largo del siglo XIX, las principales potenciaseuropeas, con el apoyo de Estados Unidos, empren-dieron una serie de campañas humanitarias en con-tra de la guerra, la esclavitud, el tráfico de mujeres yniños, y a favor de diversas causas sociales. Estascampañas fueron por lo general progresistas, aun-que muchas de ellas tenían un claro matiz pater-nalista. La lucha contra el alcohol fue uno de losaspectos de ese nuevo internacionalismo humanita-rio. Así, dentro de la política de protección de las“razas inferiores” que fundamentó los esfuerzoscontra la esclavitud, en 1890 se declaró al Congozona libre de alcohol, y en 1899 se aumentaron los

impuestos sobre el licor para ponerlo fuera delalcance de los africanos10.

La participación de Estados Unidos en estascampañas internacionales respondía a dos de losrasgos que, según Michael H. Hunt, han marcadola política exterior estadounidense y su diploma-cia. El primero de ellos es la creencia en que lagrandeza nacional reside en hacer libre al mundo;el segundo es la idea de jerarquía racial, que midela valía de los pueblos y naciones de acuerdo conel color de su piel: mientras más clara, mejor. Estesegundo elemento fue el primero en términoscronológicos en obtener relevancia en la agendaestadounidense, y durante mucho tiempo inspirólas relaciones con los nativos americanos y loslatinoamericanos. Claro está que la idea desupremacía racial no es exclusiva de EstadosUnidos, y ni siquiera de los europeos. Pero pro-bablemente en ninguna otra parte se han dadojuntas las dos características mencionadas, lascuales permiten justificar la intervención en elresto del mundo con miras a salvar a las razasinferiores de sí mismas11.

El prohibicionismo de las drogas parte del su-puesto de que la colectividad, la comunidad, elEstado, pueden intervenir en el comportamientode las personas para regular las conductas en queincurren y que pueden hacerles daño. Cuando alprohibicionismo se une el internacionalismo hu-manitario, las naciones más desarrolladas searrogan el derecho a impedir que los habitantes deotras naciones sigan usando sus escasos recursos enbienes suntuarios o francamente peligrosos comoel alcohol y las drogas. En el caso de las drogas, lainstitucionalización del control internacional tuvosus orígenes en la preocupación de Estados Unidospor las secuelas negativas del consumo de opio enChina y por su deseo de mejorar las relaciones conel país asiático12. Así, entre el 1o. y el 26 de febrerode 1909 se reunió en Shanghai la Comisión Inter-nacional del Opio (International Opium Commission)

8 Ídem., pp. 154-155. 9 Clark, Norman. Ob. cit., p. 138.10 Taylor, Arnold H. American Diplomacy and the Narcotics Traffic, 1900-1939. A Study in International Humanitarian

Reform. Durham: NC, Duke University Press, 1969, pp. 26-27.11 El tercer rasgo es la convicción de que las revoluciones, aunque pueden ser justificables e incluso necesarias,

rápidamente pueden orientarse en una dirección peligrosa. Este peligro es particularmente agudo en el casode las revoluciones de izquierda. Véase Hunt, Michael H. Ideology and U.S. Foreign Policy. New Haven-Londres:Yale University Press, 1987.

12 El afán estadounidense por mejorar las relaciones con China era jalonado por hombres de negocios –quehacían cuentas alegres con la inmensidad de ese mercado– y misioneros protestantes. Véase La Feber, Walter“The American Search for Opportunity, 1865-1913”. Vol. II. En: Cohen Warren I. (editor). The CambridgeHistory of American Foreign Relations. Nueva York-Cambridge: Cambridge University Press, 1995, pp. 98-102.

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con la asistencia de 13 países para discutir el pro-blema chino del opio y –esa era la intención implí-cita de Estados Unidos y China– denunciar lostratados internacionales que le impedían a esteúltimo país regular las importaciones de opio. Ladiplomacia antiopio adquirió un alcance globaldurante las tres Conferencias Internacionales efec-tuadas en La Haya entre 1911 y 1914, que sentaronlas bases del actual sistema internacional de controlde las drogas13.

Las vicisitudes de la igualdad

La regulación de la conducta humana es con-tradictoria, o al menos es difícil de reconciliar,con los postulados de una sociedad que se procla-ma a sí misma liberal. Por muchas deficienciasque tenga, es indudable que Estados Unidos es unpaís liberal, probablemente el más liberal quehaya sobre la tierra. Desde el momento mismo desu Declaración de Independencia, el 4 de julio de1776, este país se organizó en torno a unos princi-pios modélicos para las demás naciones del mun-do. Decían así los representantes reunidos en elSegundo Congreso Continental: “Sostenemoscomo certeza manifiesta que todos los hombresfueron creados iguales, que su creador los hadotado de ciertos derechos inalienables, que en-tre ellos se encuentran la vida, la libertad y labúsqueda de la felicidad”14. Y no eran sólo pala-bras. Décadas después, Tocqueville, un observa-dor que en principio no era sospechoso desimpatizar en exceso con la nueva nación por sudoble condición de francés y aristócrata, recono-ció la existencia de esos principios en la realidad:

Las instituciones libres que poseen los habitantesde Estados Unidos y los derechos políticos de quetanto uso hacen, recuerdan a cada ciudadano con-tinuamente y de mil maneras que vive en sociedad.A cada momento encaminan su ánimo hacia laidea de que el deber y el interés de los hombresestán en hacerse útil a sus semejantes, y como no

ven ningún motivo particular para odiarlos, puestoque no son nunca ni sus esclavos ni sus dueños, sucorazón se inclina fácilmente hacia la benevolen-cia. Se ocupan del interés general en primer lugarpor necesidad y después por elección. Lo que eracálculo se hace instinto y, a fuerza de trabajar porel bien de sus conciudadanos, finalmente adquie-ren el hábito y la afición de servirlos15.

Tocqueville afirma que esos principios existen yse perpetúan porque corresponde al interés de susciudadanos que así sea. Es el mismo argumentoque había empleado décadas antes Adam Smith:“No es de la benevolencia del carnicero, del cerve-cero o del panadero que esperamos nuestra propiacomida, sino de su consideración al interés propio.No nos dirigimos a su generosidad sino a su egoís-mo, y nunca les hablamos de nuestras necesidadessino de su provecho”16. La mayoría de los habitan-tes de Estados Unidos gozaba entonces de las con-diciones propias de la ciudadanía, es decir, que seconsideraban entre sí como seres iguales, portado-res de derechos. Y esta ciudadanía existía, comoafirmó el mismo Tocqueville, gracias a que los esta-dounidenses dependían generalmente de sí mis-mos para obtener su subsistencia:

¿Por qué en América, país de la democracia porexcelencia, nadie hace oír contra la propiedad engeneral esas quejas que a menudo resuenan enEuropa? ¿Es preciso decirlo? Es que en América nohay proletariado. Como todos tienen unos bienesparticulares que defender, reconocen en principioel derecho de propiedad. En el mundo políticosucede lo mismo. En América, el hombre del pue-blo ha concebido una idea elevada de los dere-chos políticos porque tiene derechos políticos; noataca los de los otros para que no violenten lossuyos. Y en tanto que en Europa ese hombre noreconoce la autoridad soberana, el americano sesomete sin murmurar al poder del más inferiorde sus magistrados17.

13 Los balbuceos de este sistema internacional se encuentran descritos en Lowes, Peter D. The Genesis ofInternational Narcotics Control. Ginebra: Librairie Droz, 1966.

14 Pero el término “felicidad” tenía un significado bastante particular entonces: “Felicidad no era aquí más queuna perífrasis de la adquisición y libre disposición de una propiedad”. Véase Barudio, Günter. “La época delAbsolutismo y la Ilustración (1648-1779)”. En: Historia Universal Siglo XXI. Vol. 25. México: Siglo XXI Editores,1989, p. 347.

15 De Tocqueville, Alexis. La democracia en América, (edición crítica preparada y traducida por Eduardo Nolla).Madrid: Aguilar, tomo II, 1989, pp. 144-145.

16 Smith, Adam. An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations. Nueva York-Oxford: OxfordUniversity Press, 1979.

17 De Tocqueville, Alexis. Ob. cit., tomo I, pp. 234-235.

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Estados Unidos es el país liberal por excelen-cia, pero no por ello está exento de fuertes tensio-nes entre sus ciudadanos, pues unos intentanimponer su visión del mundo y sus comporta-mientos sobre otros, mientras que la política exte-rior estadounidense es paternalista hacia muchospueblos y naciones. La razón de esta aparentecontradicción es que sólo algunos de sus habitan-tes –blancos, por lo general protestantes yanglosajones– han ejercido de manera plena laciudadanía. Otros muchos la han visto recortada,o simplemente, como sucedió con los negros delSur hasta hace menos de cuatro décadas, padecie-ron su total negación. El mismo Tocqueville insis-te en que la democracia de la cual está hablandono incluye al gran número de esclavos. El ejerci-cio de la ciudadanía estuvo vinculado desde susorígenes a la idea de jerarquía racial, y por ello,cuando Estados Unidos se asomó al resto delmundo desde finales del siglo XIX, vio como so-cios naturales a las potencias europeas, y comoinferiores y sujetos de dominación a los paíseslatinoamericanos y asiáticos.

Esta creencia en la supremacía es de vieja data:

La presunción de superioridad de los pueblos blan-cos frente a las tribus de pieles rojas procedía de uncristianismo que predicaba ciertamente el amor alenemigo como mandamiento supremo, pero almismo tiempo proclamaba como misión: “¡Sometedla tierra!” (…) La realización de los ideales de laIlustración europea en suelo americano excluía alos indios y a los negros en tanto (...) éstos no eranreconocidos como seres humanos en el sentido deciudadanos, propietarios y cristianos18.

Y así continúa siendo en gran medida, pese a losavances de las décadas posteriores a la SegundaGuerra Mundial. Los indios permanecen relegadosen sus reservaciones, y los negros se concentran enlos guetos de los centros de las grandes ciudades, alos cuales afluyen de manera creciente los latinos yotras minorías étnicas. A lo largo del siglo XIX, losinmigrantes escogían asentarse en barrios dondepredominaban sus nacionales, pero esto cambiódespués de la Primera Guerra Mundial. Así, mien-tras que en el siglo XIX las divisiones dentro de lasciudades estaban determinadas por razonesétnicas, después de 1920 lo determinante fue ladiscriminación racial y de clase19. Las ciudades han

sido idealizadas como el lugar de realización de laciudadanía –la filiación entre las palabras essignificativa–; sin embargo, paradójicamente, lasciudades estadounidenses se han convertido en loslugares de concentración de los marginados. Por suparte, los blancos huyen a los suburbios, y con ellosse llevan los impuestos que permiten financiarmejores servicios públicos y escuelas. En fin, esaciudadanía parcial o recortada permitió que enEstados Unidos un grupo de blancos y protestantesimpusiese su visión del alcohol y las drogas sobreotros grupos. De esta manera, el prohibicionismopuede ser considerado como una forma de racis-mo, pues en parte es resultado de la existencia deuna jerarquía racial.

Esta jerarquía de razas también fue evidente enla dimensión internacional del control de las drogas.Después de todo, la participación de Estados Unidosen la construcción del régimen prohibicionista in-ternacional de las drogas fue una respuesta a losproblemas que enfrentó ese país en dos nacionesasiáticas. A fines del siglo XIX, el país nortea-mericano había colonizado todo el territorio con-tinental, hasta el océano Pacífico. Su dinámicaexpansiva parecía empujarlo hacia el otro lado delmar, hasta los países asiáticos. Allá estaba la China,el país más poblado del mundo. Era imperiosoestablecer relaciones comerciales con la naciónasiática. Pero los chinos estaban agobiados por elconsumo de opio, y los tratados desiguales con laspotencias occidentales les impedían prohibir suimportación. China necesitaba ayuda para contro-lar su problema, y Estados Unidos tenía la inclina-ción y los medios para ayudar. Por otra parte, lasFilipinas fueron parte del botín que recibió Esta-dos Unidos como resultado de su triunfo en laGuerra Hispanoamericana de 1898. Y en ese ar-chipiélago había una importante minoría de chi-nos que fumaba opio. Estados Unidos,estrenándose como potencia imperialista, queríacongraciarse con los chinos y deseaba que susnuevos súbditos del archipiélago filipino no con-sumiesen opio.

Para conseguir ambos objetivos y para impedirque el opio llegase a su propio territorio era nece-sario crear un régimen internacional que regulasela producción y comercio de drogas desde otraspartes del mundo. Los activistas antidrogas estado-unidenses habían llegado a la conclusión de queel éxito de la legislación prohibicionista interna

18 Barudio, Günter. Ob. cit., pp. 345-348.19 Véase Monkkonnen, Eric H. America Becomes Urban. The Development of U.S. Cities & Towns, 1780-1980. Berkeley-

Los Ángeles-Londres: University of California Press, 1988, pp. 204-205.

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de su país –y de sus colonias, como Filipinas–dependía de la cooperación de la comunidadinternacional, pues de nada servía contar conleyes internas que prohibían el consumo y comer-cio de ciertas drogas si éstas seguían siendo pro-ducidas y exportadas en otros lugares del mundo.Esto lo corrobora un estudioso, quien dice queEstados Unidos

se vio impulsado a convocar la Comisión deShanghai, en parte por su actitud tradicional fren-te al comercio del opio, en parte por la influenciade los misioneros en el Lejano Oriente, en partepor sus problemas domésticos del opio, pero prin-cipalmente debido a haber adquirido reciente-mente las islas Filipinas. Así eran los EstadosUnidos: protestantes y prohibicionistas en poten-cia, el nuevo rico descarado recién llegado alliderazgo de los consejos del mundo20.

L A P R O H I B I C I Ó N CO M O C R U Z A D A

En esta segunda parte se examina la influenciaque ha tenido el protestantismo, y más en concre-to su vertiente puritana, sobre la cultura estado-unidense. Pese a que el protestantismo insiste enla autonomía de la persona, también hajustificado controles muy estrictos sobre la con-ducta individual. A continuación, se consideranlos intentos de algunos movimientos religiosospor prohibir la producción, venta y consumo dealcohol en diferentes momentos de la historia delpaís norteamericano.

Puritanismo y sobriedad

El recorte de ciudadanía a la que se ven some-tidas algunas minorías en los Estados Unidos seremonta al período anterior a la Independencia.Varias de las primeras colonias norteamericanasfueron fundadas por comunidades protestantestan radicales que ni siquiera pudieron cultivar sureligión libremente en las naciones europeas don-de había triunfado la Reforma. Así ocurrió con lospuritanos, los cuáqueros y diversas sectas alema-nas. Estas comunidades migraron a Norteaméricapara vivir su religión libremente. Constituyeronasí virtuales teocracias, intolerantes en su interior,celosas de su autonomía, pero respetuosas de laautonomía de las demás comunidades. Una de lasparadojas del protestantismo norteamericano esesa intolerancia dentro de cada comunidad, que

impone sobre sus miembros unas pautas de con-ducta establecidas, al tiempo que hace responsa-ble a cada individuo de su salvación. Así, aunqueen principio contradictorios, el comunitarismo yel individualismo están en la base misma de lahistoria estadounidense.

La religión ha tenido una importancia decisivaen Estados Unidos. Esto fue justipreciado –otravez– por Tocqueville:

América es (...) el lugar del mundo donde la reli-gión cristiana ha conservado más verdaderos pode-res sobre las almas, y nada muestra mejor cuán útily natural es al hombre que el país donde ejerce ennuestros días el mayor imperio sea al mismo tiem-po el más ilustrado y el más libre (...) No se puededecir (...) que en los Estados Unidos la religiónejerza una influencia sobre las leyes ni sobre eldetalle de las opiniones políticas, pero dirige lascostumbres, y al regir a la familia trabaja para or-denar el Estado (...) Al mismo tiempo que la leypermite al pueblo americano hacerlo todo, la reli-gión le impide concebirlo todo y le prohíbe atre-verse a todo. La religión, que entre los americanosno se inmiscuye nunca directamente en el gobier-no de la sociedad, debe ser considerada como laprimera de sus instituciones políticas, pues si noles da el gusto por la libertad, les facilita singular-mente su uso (...) No sé si todos los americanostienen fe en su religión (¿quién puede leer en elfondo de sus corazones?), pero estoy seguro deque la creen necesaria para el mantenimiento delas instituciones republicanas21.

Algunas de las primeras colonias se organiza-ron en torno a la práctica oficial de una religión.Fue lo que ocurrió en Virginia y Maryland con laIglesia anglicana, y en Nueva Inglaterra, con ex-cepción de Rhode Island, con el Congrega-cionalismo. Maryland fue fundada como coloniacatólica –la única– por los dos primeros loresBaltimore, pero sus habitantes fueron desde unprincipio mayoritariamente protestantes. En 1654,esta mayoría protestante consiguió la derogaciónde la Ley de Tolerancia aprobada en 1649. Poste-riormente los miembros de la casa Baltimore seconvirtieron al anglicanismo, no obstante lo cualla ciudad de Baltimore, la capital del estado deMaryland, sigue siendo hasta el presente una delas ciudades estadounidenses con mayor númerode católicos. En otras colonias la tolerancia fue la

20 Lowes, Peter D. Ob. cit., p. 14.21 De Tocqueville, Alexis. Ob. cit., tomo I, pp. 283-284.

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norma: en Rhode Island, en las colonias fundadasdespués de 1660 –las Carolinas, Nueva York, Nue-va Jersey y Pennsylvania– y en el Viejo Oeste22.Esta situación, así como la distribución de lasdistintas denominaciones religiosas, se vio profun-damente afectada por las nuevas corrientesmigratorias que trajeron fieles de otras religiones,y por las “grandes renovaciones”, esas oleadas queperiódicamente han sacudido al protestantismo.Estas renovaciones –la primera tuvo lugar en ladécada de 1740– reavivaban la fe de bautistas,metodistas y presbiterianos, pero también alimen-taban el sectarismo religioso, haciendo que, porejemplo, Connecticut revocase en 1743 su Ley deTolerancia23.

Aunque pocas décadas después el puritanismodesapareció como denominación religiosa, mu-chos analistas consideran que su influencia aúnperdura en la cultura del país. Un historiadorafirma que, en la medida que los pobladores deNueva Inglaterra se extendieron por el resto deNorteamérica, “la semilla del puritanismo, aligera-da de su revestimiento teológico, se implantó portodo Estados Unidos”24. De acuerdo con esta inter-pretación, la insistencia de los puritanos en lasobriedad y el autocontrol pervive todavía, inclusoentre miembros de tradiciones religiosas ajenas alpuritanismo. Más aún, hay quien se atreve aafirmar que este puritanismo explica en parte elcarácter particular de los reformistas secularesestadounidenses:

Es difícil de decir hasta qué punto un puritanismoregenerador difuso y secularizado (vague andsecularized Puritan transformationism) subyace a to-dos estos movimientos [reformistas] típicamenteestadounidenses, pero sería difícil imaginar estepersistente “complejo del entrometido”(interferiority complex) estadounidense sin lasubestructura de la preocupación puritana pormejorar las costumbres de este mundo y su insis-tencia “teocrática” en que el gobierno moral de

Dios se aplica tanto a las sociedades como a losindividuos... El principal elemento del patrimoniomoral y religioso de los Estados Unidos fue elpuritanismo, con su profunda creencia en que laIglesia debía influir sobre la sociedad y, de sernecesario, debía reformarla25.

Hay quienes han querido ver en el puritanismoel antecedente de los movimientos prohibicionistasdel siglo XIX. Es cierto que la moral puritana insis-tió en la sobriedad, pero no en la abstinencia. Dehecho, el licor fue un elemento importante de lavida social de los puritanos, aunque éstos siempreinsistieron en la moderación. Los movimientostemperantes surgieron cuando el puritanismooriginal, aquel que colonizó Nueva Inglaterra,había desaparecido26. Es posible que la prohibiciónsea en efecto heredera de la insistencia de los puri-tanos en el autocontrol, pero en tal caso habríatraicionado la confianza de los puritanos en lacapacidad de los individuos de beber sin perder elcontrol de sí mismos.

Los cambios sociales asociados a la Indepen-dencia socavaron el poder de la vieja elite social,política, económica y religiosa. En respuesta a lapérdida de poder de la jerarquía calvinista, lospredicadores evangélicos reaccionaron con laprimera gran cruzada moral: el movimiento tem-perante. Esta cruzada tuvo lugar en medio de lasegunda “gran renovación” que sacudió a NuevaInglaterra entre 1795 y 1835. El predicadorLyman Beecher desempeñó un papel determinan-te tanto en la renovación religiosa como en elmovimiento temperante. A él se debe atribuir enbuena parte la asociación entre evangelismo yreforma moral y social. En este período surgióuna nueva clase de institución religiosa, la asocia-ción voluntaria de individuos privados con finesmisioneros, reformistas y filantrópicos. Se tratabade organizaciones fundadas por miembros devarias denominaciones protestantes, por lo gene-ral de clase media. Pese a que tales organizaciones

22 Se trata del primer “Oeste” que encontraron los colonos norteamericanos, el cual comprendía el interior delpaís, pocos kilómetros más allá de la costa, hasta los montes Apalaches.

23 Morison, Samuel Eliot; Commager, Henry Steele y Leuchtenburg, William E. The Growth of the AmericanRepublic. Nueva York: Oxford University Press, 7a. ed., Vol. I, 1980, pp. 107-108.

24 Degler, Carl N. “La formación de una potencia (1600-1860)”. En: Historia de Estados Unidos. Tomo I.Barcelona: Editorial Ariel, p. 29.

25 Ahlstrom, Sidney E. A Religious History of the American People. New Haven-Londres: Yale University Press, 1972,pp. 428, 787.

26 Gusfield, Joseph R. Symbolic Crusade. Status Politics and the American Temperance Movement. Urbana-Chicago:University of Illinois Press, 2a. ed., 1986, p. 36.

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eran independientes de toda Iglesia, lo cierto esque permitieron que la jerarquía religiosa, y engeneral la vieja aristocracia, mantuviese el controlsobre las crecientes clases medias. Algunos activis-tas del movimiento misionero fundaron enBoston, en 1826, la Sociedad Estadounidense parala Promoción de la Temperancia (American Societyfor the Promotion of Temperance), que desde 1836defendió la abstinencia total. En 1851, el Estadode Maine aprobó la primera ley prohibicionista, ya partir del año siguiente varios estados siguieronsu ejemplo. Los reformadores extendieron surigor moral a otras causas como el descanso domi-nical, la prohibición del baile y el teatro, las lote-rías, la obscenidad, las malas palabras, etc.27 Fueprecisamente a principios del siglo XIX cuando“el puritano empezó a ganar su reputación comoun legalista entrometido, estrecho de mente,amargado y algo latoso”28.

La Guerra Civil de 1861 a 1865 produjo des-trucción y muerte a gran escala, y dividió porcompleto al viejo establecimiento protestante. Elmedio siglo posterior fue un período de rápidocambio económico y social producido por lasrevoluciones urbana e industrial. Esto generó unaampliación de las diferencias entre el Norte y elSur del país, entre el Este y el Oeste, entre la ciu-dad y el campo, entre liberales y fundamentalistas.Sin embargo, el gobierno y la política no estuvie-ron a la altura de los nuevos retos. El problemafue complicado por un cambio en los patrones dela inmigración. Los nuevos llegados eran de na-cionalidades y religiones diferentes a sus predece-sores. Italianos, irlandeses, eslavos, judíos,católicos y ortodoxos hicieron sentir acorralados amuchos protestantes. Éstos recurrieron al“nativismo”, pidieron restringir la inmigración yse comprometieron con reformas políticas queestaban interesadas menos en los ideales demo-cráticos que en mantener a los “mejores hombres”en el poder. A su vez, las iglesias se vieron profun-damente divididas por la aparición de nuevascorrientes de pensamiento, particularmente porla crítica histórica de la Biblia y por el evolucionis-mo darwiniano.

En estas décadas, hombres y mujeres, sobretodo del Norte, lucharon por movilizar las masasprotestantes en torno a diversas causas. Las igle-sias protestantes organizaron cruzadas de diversotipo, con el fin de restablecer su posición en la

sociedad y distraer a los protestantes de los pro-blemas intelectuales y las disensiones internas,comprometiéndolos en campañas morales y espi-rituales que exigían toda su energía y grandesrecursos económicos. Las cruzadas que más aten-ción recibieron fueron la temperancia y la labormisionera en el extranjero. Esta última estuvoacompañada por la convicción de que EstadosUnidos debía cumplir la responsabilidad, paracon el resto del mundo, que Dios le había enco-mendado. Las dos últimas décadas del siglo XIXsupusieron el clímax del movimiento misioneroprotestante en el extranjero, y en él participarontanto clérigos como laicos. En 1893, Josiah Strong,el secretario general de la rama estadounidensede la Alianza Evangélica, describió a su país comola “nueva Roma” cuyo destino era “anglosajonizar”(anglo-saxonize) al mundo entero. Y afirmó: “Nopido que salvemos a Estados Unidos por el biende Estados Unidos, sino que salvemos a EstadosUnidos por el bien del mundo”. De esta forma, loseclesiásticos contribuyeron a sentar las bases de laintervención de su país en los asuntos del mundoa partir de 1898. Los misioneros, con sus prejui-cios y estereotipos, se convirtieron en la ventanade Estados Unidos sobre el mundo no occidental:China, Japón, India, África. Tuvieron gran in-fluencia sobre el Departamento de Estado, y mu-chos de sus hijos se convirtieron en diplomáticoso en académicos especializados en otras regionesdel mundo29.

Muchos protestantes creían que el catolicismoy el modo de vida estadounidense eran por princi-pio incompatibles. Muchos católicos estaban deacuerdo, y deseaban vivir lo más alejados quepudieran de la cultura dominante. Los más mili-tantes a este respecto fueron los católicos alema-nes, que tenían su centro en el medio-oeste, enciudades como Milwaukee, Chicago y San Luis.Los polacos pensaban lo mismo, aunque todavíaeran pocos en la década de los años 1880. La Igle-sia católica estaba dominada entonces por losirlandeses, quienes, debido a su conflicto históricocon los británicos, se definían a sí mismos poroposición a la cultura anglosajona. Por ello, lamayoría de los religiosos irlandeses considerabantoda participación en la vida del país que no fueseobligatoria como una traición a su herencia.Roma, que no comprendía la cultura estadouni-dense ni aceptaba las tradiciones democráticas,

27 Ahlstrom, Sidney E. Ob. cit., pp. 415-428.28 Ídem., p. 428.29 Ídem., pp. 8, 733, 734 y 848-866.

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alimentaba estas concepciones. Pero entre alema-nes e irlandeses había un conflicto profundo. Losalemanes eran minoría, pero estaban en mejorescondiciones económicas y resentían la domina-ción irlandesa de la Iglesia. Casi todos los alema-nes, incluidos sus religiosos, bebían cerveza. Porsu parte, los prelados irlandeses eran fervientestemperantes debido al daño que la bebida hacíaen sus comunidades. Pese a sus diferencias en estetema, irlandeses y alemanes vieron con preocupa-ción las actividades de la Liga Contra las Taber-nas, de orientación protestante, y finalmente laaprobación de la decimoctava Enmienda unificó alos católicos en contra del prohibicionismo30.

Tres etapas prohibicionistas

La más grande de las cruzadas protestantes, laque convocó los esfuerzos de un mayor número deactivistas pertenecientes a un espectro más ampliode denominaciones, fue la realizada contra el alco-hol. Los éxitos y fracasos de esta campaña afectaroncasi todos los aspectos de la vida nacional. El movi-miento contra el alcohol fue un elemento funda-mental del debate político durante la segunda mitaddel siglo XIX y las tres primeras décadas del sigloXX, aunque es necesario distinguir tres etapas dife-rentes en su historia. La primera tuvo lugar en lasdécadas anteriores a la Guerra Civil. De particularimportancia fue la labor que realizó en este períodoel Frente Evangélico Unido (Evangelical UnitedFront), que había sido creado durante la segunda“gran renovación”, y cuyo objetivo era hacer deEstados Unidos el más grande ejemplo de una au-téntica república protestante. Con ese fin se creóuna asociación voluntaria de miembros de las dife-rentes denominaciones protestantes para cada obje-tivo: lucha contra la esclavitud, oposición a lainfluencia del Vaticano, labor misionera, fin de losduelos armados, escuelas dominicales, temperancia,etc. El primer Estado que prohibió la venta de licorfue Maine, en 1851. En los años siguientes, otros 13estados del Norte y del Oeste adoptaron la prohibi-ción imitando el modelo legislativo de Maine. Sinembargo, para fines de la misma década la mayorparte de los estados habían derogado sus leyesprohibicionistas. Así, en 1865, cuando la guerraacabó, tan sólo dos estados, Maine y Massachusetts,eran “secos”, y poco después incluso Massachusettsrevocó su legislación al respecto31.

Pero no pasó mucho tiempo para que diese ini-cio la segunda oleada temperante. El elemento máscaracterístico de este período fue la participación enla política electoral de los activistas contra el alcohol.Por iniciativa de la Gran Logia de los Buenos Tem-plarios (Grand Lodge of Good Templars), en septiem-bre de 1869 se realizó una convención a la cualasistieron delegados de 19 estados, y en la que sedecidió la creación del Partido Prohibicionista. Elprimer documento oficial del Partido, “An Addressto the People of the United States”, decía:

La suerte del esclavo literal, a quien otros hanesclavizado, es bastante dura; sin embargo, es unparaíso comparada con la suerte de quien se haesclavizado a sí mismo, en particular con aquelque es un esclavo del alcohol (...) La única salva-ción del alcoholismo es la abstinencia total debebidas embriagantes (...) La existencia de lastabernas (...) es el peligro más grande para la per-sona y la propiedad, porque es la fábrica principalde incendiarios, locos y asesinos.

Sin embargo, en un principio el Partido tuvoun crecimiento muy lento. El movimiento retomósu impulso gracias a la labor de un grupo femeni-no del Estado de Ohio. El 24 de diciembre de1873, un grupo de 70 mujeres de Hillsboro, al surde Ohio, se situaron al frente de una taberna delpueblo y, tras ahuyentar a sus clientes medianteplegarias y súplicas, obligaron a su propietario acerrar. Luego hicieron lo mismo con las demástabernas del pueblo. La prensa les dio ampliocubrimiento, y el público sus simpatías. De estaforma nació la Cruzada Femenina (Women’sCrusade), que luego se extendió al resto de Ohio ya otros estados. Fue tal su éxito que en 1874 dismi-nuyeron los ingresos fiscales por concepto dealcohol. Aunque la Cruzada perdió impulso alcabo del año, consiguió revitalizar el movimientotemperante y, sobre todo, le confirió a las mujeresestadounidenses un papel en los asuntos públicosque nunca más perdieron. La feminista MaryLivermore diría retrospectivamente: “Ese levanta-miento fenomenal de mujeres en el sur de Ohioelevó su condición a un nivel más alto y las sacóde la sumisión en la que padecieron un dolorinenarrable”32. En noviembre de 1874, en la ciu-dad de Cleveland, Ohio, delegadas de 17 estados

30 Ídem., pp. 828-831.31 Ídem., p. 867; Kobler, John. Ardent Spirits: The Rise and Fall of Prohibition. Nueva York: Da Capo Press, 1993,

capítulos 1-4.32 Ahlstrom, Sidney E. Ob. cit., p. 868.

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fundaron la Unión Temperante Cristiana de Mu-jeres (Women’s Christian Temperance Union, WCTU),cuyo objetivo era, como lo indica su nombre,establecer la prohibición. En 1881 llegó a la presi-dencia de esta organización Frances Willard, “unametodista leal y ortodoxa”, como se definió a símisma. Willard hizo de la WCTU la organizaciónfemenina más importante que hubo en EstadosUnidos en ese siglo. En lugar de concentrarseexclusivamente en el tema de la prohibición,como hasta entonces lo había hecho la WCTU,Willard hizo un mayor énfasis en otros problemassociales, incluido el derecho de la mujer a votar.Su éxito radicó en el vigor de su campaña y en suenfoque en las dos instituciones donde le era másfácil acceder a las mujeres: el hogar y la iglesia.

Deseosa de ampliar su influencia, Willard qui-so poner los recursos de la WCTU al servicio dealguno de los partidos políticos. Pero tras habersido rechazada en las convenciones de los dospartidos mayoritarios, el demócrata y el republica-no, la Unión decidió apoyar al PartidoProhibicionista en las elecciones de 1884. El res-paldo de la WCTU fortaleció al PartidoProhibicionista, y pudo haber sido un elementodecisivo en los resultados de ese año. Aunque losprohibicionistas sólo obtuvieron el 1,5% del totalde la votación, en Nueva York le restaron votosesenciales al candidato republicano James G.Blaine, permitiendo la elección del demócrataGrover Cleveland. La Unión aprendió a influir enla política, y en los años siguientes practicó estearte con una efectividad no vista antes en los Esta-dos Unidos. Para 1896, Willard había orientadosus simpatías hacia el Partido del Pueblo, másconocido como Populismo (Populism), que teníasu origen en los productores agrícolas del Sur y elOeste del país. Trató entonces infructuosamentede unir los partidos Prohibicionista y Populistabajo una única organización que incluyese entresus objetivos la temperancia y el sufragio femeni-no. Luego luchó junto con otros políticos inde-pendientes por crear un único gran partidoreformista. Pero su salud ya era mala, y murió en189833.

Fue durante la tercera oleada temperante quetuvo lugar al suceso más conocido, y que repre-sentó tanto el clímax como el final de los intentospor controlar el alcohol: la Prohibición, por anto-nomasia. En esta etapa tuvo una importancia deci-siva la Liga Contra las Tabernas (Anti-Saloon

League), que había sido fundada en 1895 y queasumió el liderazgo del movimiento temperantehacia 1905. Incluso la WCTU, debilitada tras lamuerte de Frances Willard, se convirtió en pocomás que el apéndice femenino de la Liga. Losmiembros de organización se agrupaban en ligaslocales, regionales y estatales, y se comprometíana votar por quien decidiera la organización. Elpoder derivado del control de un número impor-tante de votos disciplinados le permitió a la Ligaintroducir la prohibición en la agenda de todaslas legislaturas estatales. Así, la prohibición, queestaba vigente en apenas tres estados en 1906, seextendió a 23 para 1916. En 17 de estos estados laprohibición fue aprobada mediante plebiscito. Elmovimiento siguió su curso, y en enero de 1919 yaeran 36 estados los que contaban con leyes encontra del alcohol. Sin embargo, tan sólo 13 deellos, que comprendían un séptimo de la pobla-ción del país, contaban con una legislación estric-tamente prohibicionista; los demás estadosestablecían excepciones tales como la posibilidadde importar licor o producirlo de forma casera.

Hasta el momento toda la legislación conside-rada había sido estatal. En aquel entonces laautonomía de los estados era más amplia, y seentendía que eran ellos los llamados a regular elconsumo de alcohol, y que el Congreso federalno tenía la facultad de expedir leyes al respecto.Por tanto, la única alternativa para establecer laprohibición en el ámbito nacional era medianteuna reforma de la Constitución. La primera vezque el Congreso consideró una enmienda consti-tucional prohibicionista fue en 1914, la cual fueaprobada por la Cámara de Representantes porun estrecho margen de 197 votos a favor y 190 encontra, lejos de las dos terceras partes requeri-das. En diciembre de 1917, un nuevo proyectoredactado por la Liga Contra las Tabernas fueaprobado por el Congreso. Pasó entonces a con-sideración de los estados, que completaron lasratificaciones necesarias en enero de 1919, conlo cual la decimoctava Enmienda pasó a hacerparte de la Constitución. La Enmienda establecíaque un año después de su ratificación quedaríanprohibidas “la manufactura, venta o transportede licores embriagantes, su importación y suexportación en Estados Unidos y en todo territo-rio sujeto a su jurisdicción”, y confería al Congre-so y a los estados “poder concurrente paraaplicar este artículo mediante la legislación apro-

33 Ídem., pp. 868-870; Hofstadter, Richard. The Age of Reform: From Bryan to F. D.R. Nueva York: Vintage Books,1955, capítulo 2.

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piada”. Nótese que la Enmienda no hace referen-cia alguna al consumo34.

En octubre de 1919, tres meses antes de que ladecimoctava Enmienda entrase en vigencia, elCongreso aprobó la Ley de Prohibición Nacional(National Prohibition Act), comúnmente conocidacomo Ley Volstead. Sus propósitos eran reglamen-tar la prohibición y regular “la manufactura, pro-ducción, consumo y venta de alcoholes de altagraduación con propósitos distintos a la bebida”.La aplicación de esa ley, incluyendo la expediciónde licencias, la prevención de infracciones y elarresto de transgresores, le fue confiada el Depar-tamento del Tesoro, que para el efecto creó unaOficina de Prohibición (Prohibition Bureau). EstaOficina inició operaciones con 1500 agentes sinentrenamiento y mal pagados; su incompetencia yvenalidad fueron proverbiales. Pero la principalfuente de problemas en la aplicación de la leyfueron las excepciones y garantías que ofrecía laley misma. Algunas eran inevitables. El alcoholpuro es una materia prima de muchos procesosindustriales, por lo que muchas empresas obtuvie-ron permisos para fabricarlo y venderlo, e inevita-blemente parte del alcohol se desvió a laproducción de licor. Otras excepciones, sin em-bargo, crearon muchas dudas en torno al compro-miso real del gobierno con el prohibicionismo.Así, por ejemplo, se permitió la producción decerveza con un contenido alcohólico hasta del0,5%, lo que mantuvo una capacidad instaladaque fácilmente podía fabricar una bebida másfuerte. Por otro lado, la elaboración de licor parael consumo doméstico no fue declarada ilegal.Así, algunas personas instalaron pequeños alambi-ques para producir alcohol para su consumo pro-pio, siendo prácticamente imposible impedirleslas ventas ocasionales. Esto también propiciabaque algunos criminales estableciesen pequeñosnegocios de fabricación de alcohol para la ventailegal. La industria casera del vino era tan próspe-ra que la superficie de los viñedos de Californiaaumentó siete veces en los primeros cinco años dela Prohibición.

Las inconsistencias de la Ley Volstead tenían suorigen en la concepción de embriaguez de losprohibicionistas y en la ambigüedad del legislativoestadounidense frente a la propiedad privada.Existían dos posiciones principales frente a la

embriaguez: aquellos que consideraban que erauna enfermedad y veían por tanto al consumidorcomo una víctima, y aquellos que creían que laembriaguez era un vicio de la voluntad y por tantoera atribuible a la responsabilidad –o falta de ella–del bebedor. En general, los prohibicionistas pen-saban que la embriaguez era una enfermedad yveían en el consumidor a una víctima impotentede la inmoralidad y la codicia de productores yvendedores. De acuerdo con esta línea de pensa-miento, el bien común requería la afectación delos intereses económicos involucrados en la fabri-cación y venta de licor. En una sociedad tan celosade la propiedad privada como la estadounidense,los prohibicionistas no deseaban ser identificadoscomo enemigos de las libertades económicas, másaún cuando los bolcheviques acababan de llegaral poder en Rusia. Por ello, insistieron en que losempresarios no relacionados con el licor se veríanfavorecidos con la mayor productividad que po-dría alcanzar una mano de obra abstemia. Ade-más, hicieron todo lo posible por asimilar sucausa a la lucha contra la esclavitud, pues esetráfico malvado había sido destruido y los dueñosdesposeídos, sin por ello amenazar los legítimosderechos de propiedad de otros propietarios. Parahacer aún más adecuada la comparación, equipa-raron la esclavitud física con la esclavitud al alco-hol, pese a que esto suponía desconocer que, enel caso de la embriaguez, el “esclavo” tenía unaparticipación muy activa en su “enajenación”.

El triunfo de los prohibicionistas había sidoabrumador, y los efectos de la Prohibición fueronnotables: 170 mil tabernas desaparecieron y elconsumo de alcohol descendió entre un 33 y un50%. La disminución en el consumo fue más fuer-te entre la clase trabajadora, que no podía permi-tirse pagar los precios más elevados del licor decontrabando. Pero mucha gente debió ir a la cár-cel para hacer posible el éxito de esta política. Delos más de 12 mil prisioneros que cumplían con-denas a largo plazo en las prisiones federales en1930, el grupo más grande, con una tercera partedel total, lo constituían quienes habían violado lalegislación sobre el alcohol35. Además, había gran-des grupos que no estaban de acuerdo con losprohibicionistas. Los productores y comerciantesde licor, un buen número de demócratas y habi-tantes de ciudades, los católicos, los inmigrantes

34 Hamm, Richard F. Shaping the Eighteenth Amendment: Temperance Reform, Legal Culture, and the Polity, 1880-1920.Chapel Hill-Londres: The University of North Carolina Press, 1995, capítulo 8.

35 Sinclair, Andrew. Ob. cit., pp. 212-440 (nota 122).

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irlandeses, italianos, judíos y eslavos, hacían partede quienes se oponían a la Prohibición y sentíanque se les oprimía con ella.

Los primeros que se movilizaron en contra dela Prohibición fueron los plutócratas que decíanque la pérdida de ingresos fiscales generados porel alcohol les obligaba a pagar más impuestos. Porello, algunos de los hombres más ricos de EstadosUnidos contribuyeron a la financiación de la Aso-ciación Contra la Enmienda Prohibicionista(Association Against the Prohibition Amendment,AAPA), la primera organización creada con el finde promover la revocatoria de la decimoctavaEnmienda. La AAPA emprendió una campañapublicitaria en la cual atizó el temor de los empre-sarios frente a la confiscación de la propiedadprivada, y contribuyó a establecer aquella leyendasegún la cual la Prohibición trajo un auge delcrimen y de los homicidios sin precedentes enEstados Unidos. Aunque es cierto que las organi-zaciones criminales se fortalecieron en este perío-do, ya estaban bien consolidadas antes de ladécada de 1920, y durante la vigencia de la Prohi-bición no hubo un aumento significativo de loscrímenes no relacionados con el alcohol. LaAAPA pedía la no criminalización de los consu-midores, pero no promovía una completa libera-lización del comercio de licor. Esta organizaciónestaba de acuerdo conque el Estado regulase elcomercio y gravase fuertemente las bebidas, so-bre todo las más fuertes. Su meta era estableceruna política que fuese tan estricta como para queel consumo de bebidas embriagantes no constitu-yese una amenaza a la sociedad, perosuficientemente laxa como para que pudiese seraplicada de manera efectiva y con el apoyo de laciudadanía.

Sin embargo, la firmeza de la Prohibición esta-ba más allá de toda duda, no obstante la labor dela AAPA y los escándalos que rodeaban a laOficina de Prohibición del Departamento delTesoro. Sus partidarios arrasaron en las eleccionesde 1928. El republicano Herbert Hoover, quienfue elegido presidente, era partidario de la Prohi-bición. Su adversario demócrata era Alfred Smith,de origen irlandés y el primer católico en obteneruna nominación presidencial. Smith era “moja-do”, y como gobernador de Nueva York consiguióen 1923 la derogación de la ley prohibicionistaestatal. Su derrota era previsible, pues el Partido

Republicano no sólo dominaba la política estado-unidense desde la Guerra Civil, sino que encarnabala prosperidad de los años 192036. También apoya-ban la Prohibición 43 de los 48 gobernadores, 80de 96 senadores y 328 de 424 representantes.Hoover creó la Comisión de Aplicación y Cumpli-miento de la Ley (Comission of Law Enforcement andObservance), que tras dos años de trabajos emitió uninforme en apoyo a la Prohibición. En 1929,William Randolph Hearst, uno de los opositoresmás famosos de la Prohibición, juzgaba que suabolición no iba a conseguirse jamás. No existía elapoyo necesario, y hasta entonces ninguna parte dela Constitución había sido derogada.

Pero la Gran Crisis de los años treinta hizoposible lo que parecía imposible. De pronto,cuando de un momento a otro se perdía un 40%de los empleos industriales, uno de los argumen-tos preferidos de los prohibicionistas, que lapobreza y el desempleo tenían como una de suscausas la bebida, se evidenció como falso. Ade-más, los empleos y los impuestos generados porel alcohol fueron más relevantes que nunca. Deun momento a otro, el Prohibicionismo colapsó.Y con él se fue todo un mundo, el de un EstadosUnidos homogéneo, blanco, protestante, rural,tradicional. Un historiador ha dicho que eseviejo país enfrentó y perdió sus grandes batallasen los años veinte, esa “década tumultuosa deprohibición, inmigración, evolución, jazz, KuKlux Klan, faldas cortas, películas, Al Smith y laGran Crisis”37.

Durante su campaña presidencial, el demócra-ta Franklin D. Roosevelt prometió derogar la deci-moctava Enmienda y revivir así una industria quegeneraría trabajos e ingresos fiscales. Luego de laelección de Roosevelt, en febrero de 1933 el Con-greso aprobó una enmienda constitucional queseguía estrechamente un proyecto de la AAPA quehabía recibido el respaldo del Presidente electo.La enmienda fue enviada entonces a los estadospara su ratificación. El 13 de marzo de 1933, nue-ve días después de su posesión, el PresidenteRoosevelt propuso al Congreso un proyecto de leyque legalizaba la venta de cerveza, el cual fuerápidamente aprobado. Entre tanto, los estadosratificaban la enmienda constitucional a pasovertiginoso: las 35 ratificaciones necesarias fueronalcanzadas el 5 de diciembre de 1933. Entró así envigor la vigesimoprimera Enmienda, que en esen-

36 Leuchtenburg, William E., The Perils of Prosperity, 1914-1932. Chicago-Londres: The University of ChicagoPress, 2ª ed., 1993, pp. 217, 229-240.

37 Ahlstrom. Ob. cit., p. 8.

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cia revocaba la decimoctava Enmienda aprobadaen 1919. Esta es la única vez que una parte de laConstitución de Estados Unidos ha sido derogada.Aunque el gobierno federal mantuvo la responsa-bilidad de regular la producción de alcohol yprevenir su producción ilegal, la mayor parte delas cuestiones relativas a la bebida quedaron apartir de entonces en manos de los estados38.

P R O H I B I C I Ó N Y G U E R R A D E L A S D R O G A S

Según se vio en la sección anterior, en el cursode la historia estadounidense han tenido lugarvarias oleadas de prohibicionismo del alcohol, yuno de los principales factores de ese prohibi-cionismo han sido las razones religiosas y morales.Más recientemente, cuando el hombre pudo ex-traer los principios activos o alcaloides de deter-minadas plantas, dispuso de drogas muypoderosas, que además eran extremadamenteadictivas. Se quiso entonces regular o prohibir elconsumo no terapéutico de esas drogas, en unejercicio de ingeniería social que dio lugar a la“guerra contra las drogas” de décadas recientes.En un principio la prohibición de las drogas sealimentó de las mismas intolerancias y discrimina-ciones que dieron origen a la prohibición delalcohol, pero en años recientes ha encontrado surazón de ser en el apoyo popular.

Hacia la prohibición de las drogas

Desde hace miles de años el hombre consumesustancias que alteran su estado de ánimo. Elalcohol es una de ellas. En el siglo XIX, los avan-ces de la ciencia permitieron extraer el principioactivo de plantas como la adormidera y la hoja decoca. El hombre dispuso así de drogas como lamorfina, la heroína y la cocaína, que eran muchomás poderosas que las conocidas hasta entonces.Como los principales centros de investigaciónquímica del siglo XIX estaban en Alemania, fueen ese país donde se obtuvieron los alcaloides delopio y la coca. En un principio, los profesionalesde la medicina recibieron las nuevas drogas congran entusiasmo. Por fin se disponía de anesté-sicos potentes, que podían ser aplicados en dosisprecisas, y cuyos efectos eran predecibles. Peropronto se reveló que estas drogas eran un arma de

doble filo. Los derivados del opio, en particular,revelaron ser muy adictivos. Pero esto sólo se supoluego que muchas personas se hubieran habitua-do a las drogas. Por lo general, los primeros adic-tos llegaron a serlo luego de que empezaran aconsumir drogas por consejo de su médico o por-que se autorrecetaban, y tras usarlas por un tiem-po se daban cuenta de que no podían dejar dehacerlo. Fue entonces, a fines del siglo XIX, quela adicción empezó a ser considerada como unproblema.

Ha sido en Estados Unidos donde se han realiza-do más y mejores estudios sobre la historia de lasdrogas ilegales y su consumo39. Estos estudios dicenque la Guerra Civil creó la primera epidemia deacción en el país debido a la indiscriminada pres-cripción de opiáceos para las heridas y para enfer-medades como la disentería, y a que la recienteinvención de la jeringa hipodérmica permitió laaplicación fácil y rápida de la droga. Como conse-cuencia, muchos soldados se habituaron a lamorfina, y los veteranos constituyeron el primergrupo significativo de adictos. En las siguientes déca-das, otros dos grupos sociales particularmente pro-pensos a la adicción fueron los profesionales de lasalud y las mujeres. Pero el problema era generali-zado, ya que las drogas eran fáciles de obtener ymuy baratas: un adicto sólo gastaba unos pocoscentavos al día en opio, bastante menos de lo quegastaba un alcohólico. De acuerdo con los regis-tros de importación, a partir de 1860 la disponibi-lidad de opiáceos aumentó mucho más rápidoque la población. Los registros muestran unadisminución de las importaciones legales a partirde 1900, cuando aparecieron las primeras restric-ciones al consumo de opio en el ámbito estatal.Muy seguramente la reducción de las importacio-nes fue compensada en todo o en gran parte porun incremento del contrabando.

Además de la morfina, hubo otra droga quecausó problemas en Estados Unidos en las últimasdécadas del siglo XIX: el opio de fumar. A dife-rencia de la morfina, la profesión médica no des-empeñó papel alguno en la popularización deesta droga. El hábito de fumar opio fue traído porlos chinos, que a partir de la década de 1850empezaron a llegar en gran número a Estados

38 Aaron, Paul y Musto, David. “Temperance and prohibition in America: A historical overview”. En: Moore,Mark H. y Gerstein, Dean R. (editores). Alcohol and Public Policy: Beyond the Shadow of Prohibition. Washington:National Academy Press, 1981, pp. 157-173.

39 Un excelente ejemplo es Courtwright, David T. Dark Paradise: Opiate Addiction in America Before 1940.Cambridge-Londres: Harvard University Press, 1982.

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Unidos, sobre todo a California. Estos chinosenseñaron a fumar y suministraron la droga amiembros del hampa local. Se dice que la primeravez que un blanco estadounidense fumó opio fueen 1868, en San Francisco. El hábito se extendiórápidamente, alimentando el rechazo que ya ha-bía por los inmigrantes chinos. Algunas autorida-des locales aprobaron medidas en contra del opiopara fumar, que hacían parte de una ofensivageneralizada en contra de la población china. Laprimera ciudad en prohibir la práctica de fumaropio fue San Francisco, en 1875. Estas medidastenían un carácter puramente local y no parecenhaber sido particularmente efectivas, pues hasta1910 era muy fácil adquirir opio para fumar encualquier población del Oeste40. En todo caso, elhábito de fumar opio no se expandió más allá delos chinos y algunos grupos de delincuentes. Pre-cisamente, esta estrecha relación entre el opiopara fumar y la vida criminal facilitó la aprobaciónde la primera ley federal en contra de una droga,lo cual tuvo lugar en 1909, cuando se prohibió laimportación de opio para fumar.

En todo caso, la adopción de una legislaciónfederal en contra de las drogas era un asuntopolémico, pues muchos juristas y políticos consi-deraban que el tema era de competencia exclusivade los estados, y que la intervención del gobiernofederal en ese campo era inconstitucional. Esteprincipio fue dejado de lado en el caso del opiopara fumar, pero los afectados directos fueronentonces los inmigrantes chinos y algunos crimi-nales blancos, cuyos derechos no importaban aquienes defendían los derechos de los estados. Lacuestión era más complicada en el caso de drogascomo los opiáceos y la cocaína, que eran amplia-mente prescritas por los médicos, su consumo erageneralizado y en su comercialización participa-ban muchas empresas y personas. El factor queinclinó la balanza del lado de la regulación en elcaso de esas drogas fue el internacional. Como yase mencionó, Estados Unidos se había comprome-tido a ayudar a China a acabar con el comercio deopio. El fruto de este compromiso fue la Conven-ción Internacional del Opio, firmada en La Hayaen enero de 1912. Esta Convención, que fue el

punto de partida del régimen internacional deprohibición de las drogas actualmente vigente,exigía de los países firmantes la aprobación deuna legislación nacional dirigida a regular el con-sumo y comercio de algunas drogas41.

Estados Unidos quería poner en vigencia lomás pronto posible la Convención del Opio, ypara ello debía obtener las ratificaciones de lospaíses firmantes. Para conseguir estas ratifica-ciones, era indispensable que no hubiese dudaalguna sobre su compromiso en la regulación delas drogas. Y para ello necesitaba aprobar supropia legislación interna referente al opio y susderivados y a la cocaína. Por esta razón, en losprimeros años de la década de 1910, el Departa-mento de Estado insistió ante el Congreso en lanecesidad de adoptar una ley que satisficiese losrequerimientos de la Convención. Así pues, lasconsideraciones de tipo político fueron decisivaspara superar las reservas de tipo constitucionalque existían en relación con tal legislación. Fi-nalmente, el Congreso votó favorablemente laLey Harrison, que entró en vigencia en diciem-bre de 1914, y que durante cuatro décadas cons-tituyó el estatuto básico antinarcóticos de losEstados Unidos42.

El gobierno federal no tenía facultades pararegular el consumo de drogas ni nada que tuvieserelación con temas de salud, pues éstos eran decompetencia exclusiva de los estados. Por ello, la LeyHarrison se basó en los poderes fiscales del gobiernofederal. Su propósito ostensible era registrar todaslas transacciones legales de drogas dentro de losEstados Unidos. Dicha ley dispuso que todos losparticipantes en el comercio de drogas, con excep-ción de los consumidores mismos, es decir, losimportadores, fabricantes, vendedores, boticarios ymédicos, debían inscribirse ante el gobierno, llevarregistros de sus transacciones en formatos especialesy pagar una tasa especial. Quedaron exentos delcumplimiento de estas normas las preparacionesque contenían cantidades mínimas de cocaína uopiáceos, y los médicos, dentistas y veterinarios queprescribiesen o administrasen las mencionadas dro-gas “en el curso de su práctica profesional” o “conpropósitos médicos legítimos”, pero en cualquier

40 Lindesmith, Alfred R. Addiction and Opiates. Chicago: Aldine Publishing Company, 1968, pp. 214-215.41 Nadelmann, Ethan A. “Global Prohibition Regimes: The Evolution of Norms in International Society”. En:

International Organization, Vol. 44, No. 4, otoño de 1990, pp. 479-526.42 Musto, David F. La enfermedad americana. Orígenes del control antinarcóticos en Estados Unidos. Bogotá: Centro de

Estudios Internacionales (CEI) de la Universidad de los Andes-Ediciones Uniandes-Tercer Mundo Editores,1993, capítulo 3.

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caso las drogas debían ser “prescritas de buena fe”.Sin embargo, en ninguna parte de la ley se definíalo que constituía práctica médica legítima ni buenafe43. La Ley Harrison no restringía la facultad de losmédicos para formular y entregar drogas, siempre ycuando se registrasen y dejasen constancia de lasprescripciones. Tampoco decía nada de los consumi-dores, aunque estaba implícito que en adelanteéstos no podrían obtener las drogas libremente enlas farmacias, ni comprarlas por correo.

La reglamentación de la Ley Harrison quedóen manos del Departamento del Tesoro. Susregulaciones establecieron las circunstancias enlas cuales los médicos podían o no dar drogas alos adictos, y aconsejaban consultar a la policíaen los casos dudosos. Pero la Ley Harrison dejóalgunos vacíos que sólo fueron llenados tras ar-duos forcejeos entre consumidores, médicos,jueces y funcionarios federales. Por lo general, elresultado de tales forcejeos supuso una derrotade los consumidores y un triunfo para los proh-ibicionistas. El primer paso en este sentido fuedado por la Corte Suprema en 1915, cuando ensu decisión en el caso contra Jin Fuey Moy dispu-so que la posesión de drogas introducidas decontrabando era una violación de la ley. La con-secuencia de este fallo fue hacer de los médicosla única fuente legítima de drogas. En decisio-nes posteriores, la Corte restringió el derechode los médicos a prescribir libremente drogas alos adictos. Así por ejemplo, en el caso contraWebb de 1919, la Corte decidió que los médi-cos no podían recetar morfina para mantenerel nivel de consumo propio de un adicto, sinoque debían hacerlo únicamente “en el cursode un tratamiento profesional con el fin decurar el hábito”, es decir, en cantidades progresi-vamente más reducidas, hasta que el adicto norequiriese más la droga. También en ese año, elDepartamento del Tesoro, la entidad encargada deaplicar la Ley Harrison, estableció que en adelantesería ilegal toda prescripción médica expedida alos adictos, con excepción de las que favoreciesen aadictos ancianos y débiles, para quienes la priva-ción supondría la muerte, y a aquellos que padecie-sen enfermedades incurables.

La ofensiva contra el consumo no médico delas drogas continuó en los siguientes años. En1921, el Departamento del Tesoro declaró que

haría responsables a los médicos “si debido a sudescuido o falta de atención personal”, sus pacien-tes obtenían drogas en una cantidad superior a larequerida por el tratamiento. En 1922, la LeyJones-Miller estableció penas de multa y prisiónpara los importadores “de cualquier droga narcó-tica”. Y en ese mismo año, en el caso contraBehrman, la Corte Suprema determinó que todaslas prescripciones médicas para adictos eran ilega-les, incluso si su objetivo era tratarlos y curarlos.La única excepción era la provisión de drogas alos adictos que se hubiesen internado en hospita-les con el fin de curar su adicción, y sólo en dosisdecrecientes. Pero como los hospitales no conta-ban aún con tratamientos para la adicción, estaexcepción no existía en la práctica. La decisión dela Corte Suprema impidió a los médicos argumen-tar la “buena fe” reconocida por la Ley Harrisoncomo justificación para recetar a los adictos. Deesta forma, a partir de entonces los adictos queda-ron sin acceso legal a las drogas44. Esto supuso elabandono de la teoría según la cual la adicciónera una enfermedad que debía ser tratada pormédicos, y su remplazo por aquella otra que con-sideraba la adicción como una flaqueza delibera-da merecedora de castigo.

La Ley Harrison había autorizado a los médi-cos prescribir a los adictos drogas para evitar lossíntomas de la abstinencia. Por lo menos así loentendieron muchas personas. Sin embargo, en elcurso de los ocho años siguientes a la aprobaciónde esa ley, una serie de decisiones judiciales y dereglamentaciones del Departamento del Tesorocerraron la posibilidad de expedir drogas a losconsumidores habituales. Enfrentados a la posibi-lidad de ser arrestados y procesados, casi todos losmédicos abandonaron el tratamiento de adictos.El tráfico ilícito floreció a partir de entonces. Ladroga ilegal era mucho más costosa: durante laPrimera Guerra Mundial sus precios fueron entre10 y 50 veces superiores, y más, a los del productolegítimo. Para mantener su hábito, muchos adic-tos se vieron empujados a delinquir. De hecho, apartir de la década de 1920, el consumo de drogasse concentró en sectores marginales de la pobla-ción urbana. El consumidor era el eslabón másdébil de la cadena que unía a los diversos partici-pantes del tráfico ilegal de drogas. Como el esla-bón más débil, los consumidores, junto con los

43 Lindesmith, Alfred R. The Addict and the Law. Bloomington: Indiana University Press, 1965, pp. 3-4.44 Referencias a todas estas leyes y decisiones judiciales y transcripciones de algunas de ellas se encuentran en

Terry, Charles E. y Pellens, Mildred. The Opium Problem. Montclair (Nueva Jersey): Patterson Smith, 1970.

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pequeños traficantes, fueron los más afectadospor la aplicación de la nueva ley. Un antiguo co-misionado de la policía de Nueva York escribiósobre este hecho:

Desde la aprobación de la ley federal de narcóticosen 1914, efectivamente miles de adictos y peque-ños traficantes han ido a las prisiones federales,mientras que, con pocas excepciones, los “altosfinanciadores” del contrabando de drogas perma-necen en libertad. En la práctica, el actual estadode las cosas supone poco más que procesar a lasvíctimas del tráfico y permitir que aquellos quereciben la mayor parte de los beneficios quedeninmunes45.

Es interesante el balance de la situación quehizo un médico inglés hace ocho décadas, cuandola Ley Harrison tenía pocos años de vigencia:

En los Estados Unidos de América un drogadictoes considerado un malhechor incluso aunquehaya adquirido el hábito debido al uso médicode la droga, como es el caso, por ejemplo, de lossoldados estadounidenses que fueron gaseados omutilados de alguna manera en la Gran Gue-rra46. La Ley Harrison sobre Narcóticos fue apro-bada en 1914 en medio de la aclamaciónpopular generalizada. Esta ley impuso severasrestricciones sobre la venta de narcóticos y sobrela profesión médica, y requirió el nombramientode un ejército entero de funcionarios. Comoconsecuencia de esta rigurosa ley ha surgido unimportante comercio de narcóticos en ese país.El pequeño volumen de esas drogas hace que laevasión de la ley sea comparativamente fácil, y elpaís está invadido por un ejército detraficantes que exigen precios exorbitantes desus víctimas indefensas. Parece que la LeyHarrison no sólo no ha conseguido disminuirel número de consumidores de drogas –algu-nos afirman, incluso, que ha incrementado sunúmero–, sino que, en lugar de mejorar la vida

del adicto, la ha empeorado, pues si restringir elsuministro de la droga ha decuplicado su precio,ha tenido el efecto de empobrecer aún más a losadictos más pobres, reduciéndolos a una con-dición de tan abyecta miseria como para hacer-los incapaces de ganar su sustento de manerahonrada47.

Hacia la guerra de las drogas

La prohibición a la producción, tráfico y con-sumo de drogas con fines no médicos llevó a mu-cha gente a la cárcel. Quienes habían violado lalegislación sobre drogas constituían el 22% de losprisioneros federales con condenas largas en1930, siendo el segundo grupo en importanciatras los transgresores de la prohibición del alco-hol48. La situación para los consumidores ytraficantes empeoró con la creación, en ese mis-mo año, de la Oficina Federal de Narcóticos (Fede-ral Bureau of Narcotics, FBN), dependiente delDepartamento del Tesoro. Esta Oficina, que fuedirigida por Harry S. Anslinger entre 1930 y 1962,dio forma al moderno paradigma punitivo encontra de las drogas. Siguiendo el ejemplo traza-do por Edgar J. Hoover en la dirección de laOficina Federal de Investigaciones (Federal Bureauof Investigations, FBI), Anslinger manipuló de for-ma muy ingeniosa los medios de comunicaciónpara extender entre la población el miedo hacialas drogas y hacia sus consumidores49. El consumode drogas efectivamente disminuyó de formadrástica en la década de 1940, pero esto no fuecausado por la política represiva sino por la Se-gunda Guerra Mundial.

Por lo general, desde la Guerra Civil los con-flictos bélicos han traído un aumento en el consu-mo de drogas. Las razones para ello son, enprimer término, que las drogas son usadas conliberalidad para el alivio del dolor de quienes hansido heridos en combate. En segundo término, laguerra provoca gran tensión y ansiedad, por loque civiles y militares buscan refugio en las dro-gas, sobre todo, pero no únicamente, en el tabaco

45 Woods, Arthur. Dangerous Drugs: The World Fight Against Illicit Traffic in Narcotics. New Haven: Yale UniversityPress, 1931, p. 62. Citado por Lindesmith, Alfred R. Ob. cit., p. 237.

46 Se refiere a la Primera Guerra Mundial.47 Campbell, Harry. “The Pathology and Treatment of Morphia Addiction”. En: British Journal of Inebriety. Vol. 20,

1922-1923, p. 147, citado Lindesmith, Alfred R. Ob. cit., p. 223.48 Sinclair, Andrew. Ob. cit., pp. 212-440 (nota 122).49 Sobre Anslinger, Véase McWilliams, John C. The Protectors. Harry J. Anslinger and the Federal Bureau of Narcotics,

1930-1962. Newark-Londres y Toronto: University of Delaware Press-Associated University Presses, 1990; y supropio testimonio, Anslinger, Harry J. y Tompkins, William F. The Traffic in Narcotics. Nueva York: Funk &Wagnalls Company, 1953.

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y el alcohol. Así, la Guerra Civil provocó la prime-ra epidemia de adicción en Estados Unidos; laGuerra Hispanoamericana de 1898 también gene-ró un aumento del consumo, aunque en menorescala, y durante la Primera Guerra Mundial au-mentó el número de adictos, pero en menor pro-porción porque los opiáceos empezaron a seradministrados con mayor prudencia. La excep-ción fue la Segunda Guerra Mundial, pues si bienaumentó el número de adictos entre los militares,el hábito se redujo en mayor medida entre lapoblación civil, lo que produjo una disminucióndel número total de adictos. La razón del descen-so del hábito entre la población civil fue la menordisponibilidad de opio y cocaína ocasionada porel conflicto mismo.

Estados Unidos no cultiva amapola ni hoja decoca, por lo cual depende de las importacionespara satisfacer la demanda, tanto legal como ile-gal, de opiáceos y cocaína. La droga consumidapor los adictos es importada de contrabando alpaís, o es desviada en algún punto a partir de loscircuitos comerciales que alimentan la demandalegal. A fines de la década de 1930, cuando sehizo evidente la inminencia de una guerra euro-pea, el gobierno estadounidense empezó a acu-mular reservas de aquellos bienes estratégicoscuyo suministro sería afectado por un conflictoque podía durar varios años. Estos bienes incluíanlos opiáceos y la cocaína, que eran esenciales enun momento de guerra, por lo que se establecie-ron grandes reservas de estas drogas y se hicieronplanes, en los cuales Anslinger tuvo una participa-ción decisiva, para establecer plantaciones deamapola y hoja de coca dentro de los EstadosUnidos o en territorios cercanos. En efecto, tras elcomienzo de la guerra, en septiembre de 1939, lospaíses del Eje se hicieron al control de buenaparte de la producción de cocaína y, sobre todo,de opio y sus derivados. Ignorando cuánto habríade durar la guerra, el gobierno administró con lamayor prudencia sus inventarios de drogas y au-mentó los controles sobre su comercio legal, ha-ciendo muy difícil su desviación con destino alconsumo ilegal.

No obstante, si se volvió más difícil la desvia-ción de drogas del mercado legal al ilegal, el con-trabando se tornó virtualmente imposible, ya quela guerra submarina adelantada por los alemanesparalizó el comercio transoceánico, tanto el legalcomo el ilegal. El primer escenario de la guerra

fue Europa, por lo que desaparecieron las redesde distribución ilegal de drogas con origen en esecontinente, pero fueron sustituidas por el tráficoprocedente del Lejano Oriente. El inicio de laguerra en el Pacífico interrumpió el flujo de dro-gas de contrabando desde el Oriente. En conse-cuencia, los precios del mercado ilegal estado-unidense se dispararon y la calidad se corrompiópor completo. Incentivados por los altos precios,nuevos productores entraron al mercado. PrimeroMéxico, y cuando desapareció la amenaza de lossubmarinos en el Atlántico, India e Irán se convir-tieron en las principales fuentes de drogas ilícitasdel mercado estadounidense. El contrabando eraintroducido por la frontera con México y los puer-tos del Sur y el Atlántico. Sin embargo, la situa-ción del mercado negro de drogas siguió siendocrítica. La heroína era tan escasa que sus decomi-sos se redujeron un 50% durante la guerra. Lapoca heroína que se conseguía tenía una purezade apenas el 1 o el 2%, y era vendida a un precioastronómico de entre 30 y 50 dólares la onza.

Ante la dificultad de conseguir drogas, algunosadictos abandonaron el hábito, pero la mayoríase acomodaron a la nueva situación mediante abs-tenciones ocasionales, reducción de las dosis oconsumo de sustitutos inferiores de la morfina y laheroína. El más popular fue el paregórico o tinturade opio alcanforado, que contenía pequeñas canti-dades de la droga –algo menos de dos granos deopio por onza líquida– y era vendido libremente enlas boticas. En todo caso, el número total de adictosdel país se redujo. La poca disponibilidad de ladroga fue un problema que se prolongó despuésde la guerra, y explica la siguiente afirmación deun crítico, escrita originalmente en 1947:

En ningún otro país del mundo el adicto al opiopaga tanto por la droga como lo hace aquí. Estono sólo explica la mayor parte de los crímenescometidos por los adictos sino que también haconvertido a Estados Unidos en el mercado máslucrativo del mundo para el traficante. Además, haestimulado el cultivo de amapola en regiones re-motas de la Tierra50.

Aún así, el tráfico y consumo de drogas llega-ron a su nivel más bajo del siglo durante la décadade 1940. La creciente intolerancia de la sociedadestadounidense hacia el consumo de drogas teníasus excepciones. Así parece indicarlo al menos lo

50 Lindesmith, Alfred R. Ob. cit., p. 222.

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ocurrido con Robert Mitchum. Éste, una estrelladel cine de la época, fue arrestado en agosto de1948 por el cargo de posesión de marihuana y fueencarcelado durante dos meses. La prisión noafectó su popularidad en lo absoluto, y al salir, unestudio compró su contrato por 200 mil dólares51.

En general, la década de los cincuenta fue unperíodo de prosperidad, conservatismo, paranoiaanticomunista y exaltación patriótica. Prueba deello es que entre 1953 y 1960 la mitad de los hom-bres con la edad adecuada pasó por el ejército52.Pero no todo fue apatía y conformismo. Los soció-logos, en particular, se encargaron de revelar lasprofundas grietas de la sociedad estadounidensede ese entonces. Fueron ellos quienes populariza-ron expresiones como “alienación”, “crisis deidentidad”, “era de la ansiedad”, “eclipse de lacomunidad”, “desarraigo”, “sociedad de masas” o“muchedumbre solitaria”, para describir diversosaspectos de los Estados Unidos. Todas esas expre-siones tienen una connotación negativa, indican-do la desazón que producían entre los analistaslos rápidos cambios. Éstos afectaban la conductasexual y las relaciones entre las diversas generacio-nes y tenían un profundo impacto sobre la estabi-lidad de la familia y la comunidad.

Una de las manifestaciones del cambio de lasrelaciones entre las generaciones fue la rebeldía dela juventud, manifestada en hechos como la confor-mación de pandillas urbanas. Muchos hablaron deun crecimiento de la delincuencia juvenil, aunquelas estadísticas al respecto no lo confirman. Engeneral, la opinión de los adultos frente a las ex-presiones juveniles fue de incomprensión, comolo expresa el título de la famoso película “Rebeldesin causa”, de 1955, la cual convirtió de un mo-mento a otro a James Dean en una estrella. Algu-nos grupos de jóvenes consumían habitualmentedrogas, como es el caso de los negros de los ba-rrios pobres del nordeste que crearon la culturaHip. Sin embargo, el consumo estaba concentradoaún en grupos urbanos con vínculos criminales y

que llevaban una vida “desviada” con respecto alpatrón de conducta dominante53.

De los escritores de esa época, los más famososfueron los miembros del movimiento Beat, cuyomomento de esplendor tuvo lugar entre 1957 y1960. Este movimiento estaba integrado por jóve-nes blancos que afirmaban rechazar el materialis-mo de la cultura consumista y asumieron un estilode vida bohemio, influido por las religiones orien-tales. En el libro On the Road, que constituyó elmanifiesto más importante del grupo, decía suautor, Jack Kerouac:

La única gente que me interesa es la que está loca,la gente que está loca por vivir, loca por hablar,loca por salvarse, con ganas de todo al mismotiempo, la gente que nunca bosteza ni habla delugares comunes, sino que arde, arde, arde comofabulosos cohetes amarillos explotando igual quearañas entre las estrellas54.

Los beats constituyen el precedente directo delos hippies, pero aunque los beats eran amigos delalcohol, no hicieron del consumo de drogas unaspecto central de sus vidas, como sí ocurrió consus herederos55. Había excepciones: el poeta AllenGinsberg fue un promotor de la marihuana, y elnovelista William S. Burroughs fue un adicto insig-ne. De hecho, la obra de este último, de corteautobiográfico, está en buena medida centrada ensu hábito. Existe un fabuloso librito que contienelas cartas que se cruzaron Burroughs y Ginsbergcuando aquél viajó a Colombia en 1953 en buscade yagé. De sus experiencias da cuenta el siguien-te fragmento de una de las cartas de Burroughs:“Recuerdo a un oficial del ejército en PuertoLeguízamo diciéndome: ‘El noventa por ciento dela gente que viene a Colombia nunca vuelve asalir’. Él quería decir, presumiblemente, queaquellas personas eran seducidas por los encantosdel país. Yo pertenezco al diez por ciento quenunca volverá”56. Con drogas o sin ellas, la deses-

51 Anger, Kenneth. Hollywood Babilonia. Barcelona: Fábula - Tusquets Editores, 1994, pp. 335-339.52 Patterson, James T. “Grand Expectations. The United States, 1945-1974”. En: The Oxford History of the United

States. Vol. X. Nueva York-Oxford: Oxford University Press, 1996, pp. 339, 343, 370, 373-374.53 Burnham, John C. Bad Habits: Drinking, Smoking, Taking Drugs, Gambling, Sexual Misbehavior, and Swearing in

American History. Nueva York-Londres: New York University Press, 1993, capítulo 5.54 Kerouac, Jack. En el camino. Barcelona: Club Bruguera, 1981, p. 19.55 Burnham, John C. Ob. cit., pp. 133 y 335 (nota 46).56 Burroughs, William S. y Allen Ginsberg. The Yage Letters. San Francisco: City Light Books, 1975, p. 32.

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peranza fue común a los miembros del movimien-to. En su poema más famoso, Howl, escrito bajo lainfluencia del peyote, Ginsberg escribió: “Vi lasmejores mentes de mi generación destruidas porla locura”.

El consumo de drogas se mantuvo en un bajonivel en la década de 1950, pero la represión seintensificó. La Ley de 1951 –conocida como elProyecto o la Enmienda Boggs– y la Ley de Con-trol de Narcóticos de 1956 han sido las medidasmás drásticas aprobadas por el gobierno federalen contra de las drogas57. Ginsberg describió así lasituación:

Por aquel entonces [principios de la década delos cincuenta] –y en la actualidad no ha desapare-cido del todo, pues aún quedan vibracionesresiduales de la paranoia del estado policial culti-vadas por las brigadas de narcóticos– estaba muyextendida la idea implícita de que si hablabas envoz alta de la hierba (y no digamos de la droga)en el metro o en el autobús, podías ser detenido,aunque sólo propusieras posibles cambios en lasleyes. Era considerado ilegal hablar de las drogas.Una década más tarde aún no era posible propo-ner cambios en las leyes en un debate transmitidopor la televisión pública nacional sin que laOficina de Narcóticos y la Comisión Federal deComunicaciones te denunciaran presentadocomo pruebas las grabaciones de tus palabras.Eso ya es historia... Lisa y llanamente, la verdad esque la Oficina de Narcóticos estaba conchabadacon la delincuencia organizada y participaba bajomano en la venta de droga, por lo que se dedicó aelaborar mitos que reforzaban la “criminaliza-ción” de los adictos en vez de procurarles trata-miento médico. Los motivos eran claros ysencillos: ansia de dinero, salarios bajos, chantajey grandes beneficios ilegales, todo ello a expensasde una categoría de ciudadanos que erancalificados por la prensa y la policía de “enemigosde la sociedad”58.

Esta situación de intolerancia y represión semodificó a finales de la década de 1950. El cam-bio fue vertiginoso. A partir de 1960, los periódi-cos y revistas empezaron a publicar historiastotalmente diferentes en relación con las drogas.Si hasta entonces las publicaciones insistían en la

condición marginal y criminal de los usuarios dedrogas, de un momento a otro sus autores empe-zaron a hablar de los consumidores como “nues-tros hijos”. Los artículos aún tenían un tono dereproche y advertencia, pero a mediados de esamisma década, hacia 1964-1965, los mediosempezaron a publicar historias que mostrabansimpatía por los usuarios. Era inevitable: el con-sumo de drogas psicodélicas y de marihuana seextendía entre jóvenes de todas las condicionessociales. Un par de años después, hacia 1967, lagente empezó a considerar la posibilidad de lalegalización de las drogas, en particular de lamarihuana59.

La expansión del consumo de drogas entre losjóvenes de clase media fue una de las muchastransformaciones sociales que tuvieron lugar en ladécada de los sesenta. Muchos de estos jóvenescreyeron ver en las drogas un vehículo para ex-pandir la mente o alcanzar un grado más elevadode conciencia. El típico usuario de drogas ya noera, como en las cuatro décadas anteriores, unmarginal, un miembro de una minoría étnica, uncriminal o un bohemio, que vivía de forma “des-viada” con respecto a la conducta aceptable parala mayoría. Desde 1960, los consumidores de dro-gas eran también blancos y de clase media. Lasdrogas se extendieron tanto en las universidades,que quienes no las consumían se convirtieron endesviados sociales. Así, la “contracultura” devinola cultura dominante en las universidades máselitistas.

Todavía existía una fuerte oposición a las dro-gas. Al tiempo que los estudiantes universitariosejercían el amor libre y consumían drogas ilega-les, la mayoría de los estadounidenses elegíancomo presidente a Richard Nixon, declaradoenemigo de todos los cambios sociales ocurridosdurante la década. Pero ni así podía negarse lamayor legitimidad de las drogas. La nueva actitudfrente a las drogas se mantuvo casi toda la décadasiguiente. En 1972, la Comisión Presidencial sobreMarihuana y Abuso de Drogas (PresidencialCommision on Marihuana and Drug Abuse) reco-mendó la descriminalización del consumo demarihuana. En 1977, el gobierno de Jimmy Carterapoyó la descriminalización de pequeñas can-tidades para el uso personal. El cambio de políticafue más contundente en el ámbito regional:

57 Musto, David. Ob. cit., pp. 263.58 Ginsberg, Allen. “Prólogo”. En: Burroughs, William S. Yonqui. Barcelona: Editorial Anagrama, 1997, pp. 10-12.59 Burnham, John C. Ob. cit., pp. 120-145.

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para 1978, un total de once estados habían des-criminalizado el consumo de la droga. A finalesde la década de 1970, la cocaína era de uso co-rriente en las fiestas, por lo menos las de quienespodían permitirse pagar su alto precio.

La actitud con respecto a las drogas volvió avariar a fines de los años setenta. De acuerdo conla empresa encuestadora Gallup, la proporción dela población que apoyaba una completa legaliza-ción disminuyó del 28% en 1977, al 20% en 1982.Las tasas de consumo entre los estadounidensesjóvenes y de clase media disminuyeron a lo largode la década de 1980. Las causas del cambiofueron diversas. Las drogas habían perdido lasconnotaciones místicas que tuvieron en años ante-riores. Volvieron a circular advertencias médicassobre los efectos del LSD y la marihuana, quecayeron en el terreno abonado de una generaciónmucho más consciente de su salud. El crack ali-mentó la ansiedad existente en torno a la relaciónentre criminalidad y consumo de drogas. Las je-ringas compartidas por los adictos a la heroínaexpandieron la hepatitis B y el sida. Algunascelebridades murieron por sobredosis. En estecontexto, diversos grupos, desde moralistas con-servadores hasta militantes negros, atacaron lasdrogas, identificándolas con la inmoralidad hedo-nista que estaba socavando las bases de la socie-dad estadounidense desde la década de 1960.Además, algunos padres de familia, preocupadospor la expansión del consumo de drogas entre sushijos, en particular de la marihuana, y por la queconsideraban excesiva tolerancia del gobiernofrente a esta situación, se organizaron y empeza-ron a movilizar a otros padres para exigir unapolítica más activa contra las drogas. Esta moviliza-ción de los padres fue decisiva en la reorientaciónde la actitud frente a las drogas60.

Estos últimos hechos estuvieron asociados a larevolución conservadora de la década de losochenta, encabezada por Ronald Reagan. La déca-da de 1970 había sido un período de confusión yduda. El escándalo Watergate y la derrota en Viet-nam se sumaron para poner en cuestión aquelloen lo que creían los estadounidenses, en particu-lar su gobierno. Reagan, quien asumió la Presi-dencia en enero de 1981, restableció la confianzade los estadounidenses en sí mismos y en sus líde-res; pero lo hizo mediante una reacción conserva-dora en todos los campos de la vida social ypolítica. Una de las esferas de la nueva acción del

gobierno fue la política antidrogas. Nancy Reagan,la esposa del Presidente, se hizo cargo de la pre-ocupación del movimiento de los padres de familiacontra la marihuana y emprendió una intensacampaña antidrogas que tenía un mensaje simpley contundente: “Sólo di no”. El presidente GeorgeBush, que llegó al poder en enero de 1989, fueaún más lejos. Estableció una Oficina Nacional dePolítica para el Control de Drogas (Office ofNational Drug Control Policy, ONDCP) y nombrócomo su director a William Bennett, un moralistaconservador. El gobierno Bush declaró la “guerracontra las drogas” y promovió una política de“cero tolerancia” frente a su consumo. Los gobier-nos posteriores de Bill Clinton y George Bush hijono han sido tan radicales como los de Reagan yBush padre, pero tampoco han desafiado los pre-supuestos básicos de la política antidrogas. DeClinton, en particular, algunos analistas esperaronun cambio, pero el presidente demócrata prefirióno correr riesgos.

La posición de Clinton causó decepción enalgunos sectores, pero no es difícil comprendersus razones. El hecho es que la mayor parte de lasociedad estadounidense está de acuerdo con laprohibición de las drogas y en contra de la legali-zación. En 1977, cuando el movimiento pro legali-zación llegó a su clímax, tan sólo un poco más dela cuarta parte de la población estaba a favor deacabar con la prohibición. Así lo entienden elCongreso y el Ejecutivo. En los Estados Unidos,un político nacional no puede desafiar el consen-so a favor de la prohibición de las drogas sin incu-rrir en el riesgo de acabar con su carrera. A lo másque pueden aspirar los activistas a favor de uncambio de la política antidrogas es a éxitos parcia-les, tales como la legalización del consumo demarihuana con propósitos medicinales o la distri-bución de jeringas a los consumidores de heroína.Ésta es al menos la situación presente. Aunque noes posible saber lo que depara el mañana, no esaventurado afirmar que cualquier cambio serálento, y que es bastante remota la posibilidad deuna legalización irrestricta de las drogas.

CO N S I D E R AC I O N E S F I N A L E S

En las páginas anteriores se ha querido mostrarque el prohibicionismo tiene causas diversas y com-plejas. Factores como el rechazo hacia algunasminorías, el temor a cambios sociales acelerados, elafán por imponer la sobriedad y la posibilidad

60 Massing, Michael. The Fix. Berkeley–Los Ángeles–Londres: University of California Press, 2000, capítulo 11.

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misma de la adicción, hicieron parte de la agendade aquellos grupos que se movilizaron en favor dela prohibición. Ésta no es un fenómeno exclusivode Estados Unidos; por el contrario, existe un régi-men prohibicionista internacional de las drogasque tiene ya casi un siglo de historia. Sin embargo,las formas que asume este régimen en cada paísson distintas. Es cierto que Estados Unidos ha adop-tado una versión particularmente radical: represivaen exceso y cruel con el consumidor, y ha usado supoder para imponer esta versión a otros países. Perono hay que confundir el prohibicionismo estadouni-dense con el prohibicionismo mismo. Aunque mu-chas naciones rechazan la dureza de la prohibiciónestadounidense, prácticamente todas las culturas,todas las religiones organizadas y todos los países delmundo están de acuerdo con alguna versión delprohibicionismo.

El propósito de este ensayo ha sido exponercuáles son las raíces del prohibicionismo de Esta-dos Unidos. Ha sido un esfuerzo comprensivo, ypor tanto no se han discutido sus consecuenciasnegativas –son muchas– y bastará con citar tres.En primer lugar, el tema de las drogas, que inicial-mente es, y ha debido seguir siéndolo, un asuntode salud pública, se convirtió en un problemacriminal. En segundo lugar, la guerra contra lasdrogas ha reducido las libertades y derechos indi-viduales. Y en tercer lugar, esa guerra tiene costossociales y políticos cuya mayor parte recae sobrelos más pobres y marginados, incluyendo a loscultivadores del Tercer Mundo. Esta situación hasido reconocida desde hace tiempo. Obviamente,la forma más expedita de acabar con las conse-cuencias negativas del prohibicionismo sería lega-lizar las drogas, eliminado así de un tajo elprohibicionismo mismo. Dejando de lado el pro-blema práctico de cómo hacer que cambie deopinión esa mayoría de ciudadanos que están afavor de la prohibición, la realidad es que la lega-lización traería un aumento del consumo, y estomuy probablemente debilitaría el apoyo a la lega-lización. También han surgido muchas iniciativasde reforma, incluso desde dentro de los sectoresprohibicionistas. Como ya se dijo, algunas de ellasestán en marcha, como la legalización de la mari-

huana medicinal. Sin embargo, en términos gene-rales, la inercia institucional se ha impuesto sobrelos deseos de cambio.

En cualquier caso, el futuro de la políticaantidrogas dependerá de cómo se resuelva elconflicto presente entre dos tendencias contra-dictorias. Por una parte, el consumo de drogasilegales se extiende inexorablemente y cada vezes más legítimo. En años recientes han aparecidonuevas drogas sintéticas –como el éxtasis– quehan transformado por completo las formas decelebración de la juventud actual. La culturapopular dominante condona, y en muchos casospromueve, al consumo de drogas. Pero al mismotiempo, está en marcha otra tendencia por com-pleto opuesta: la imposición de mayores regula-ciones sobre las drogas legales, como el alcoholy, sobre todo, el tabaco. Obviamente, las pro-puestas en contra del tabaco y del alcohol sonincompatibles con el tono libertario de lalegalización.

La resolución de este debate depende en bue-na medida de la concepción que se tenga delpapel del Estado. Habría que establecer, en pri-mer lugar, si se justifica una política pública que lediga a la gente qué puede y qué no puede hacer.Si se acepta que tiene sentido una política públicaque intervenga sobre la conducta individual, ha-bría entonces que determinar cuáles son los lími-tes de tal política. Los libertarios dirán que unapolítica tal no se justifica, pero habría entoncesque asumir las consecuencias que implica la visiónlibertaria del mundo. Por otra parte, cualquierregulación en el mercado de las drogas dará lugara la aparición de un mercado negro y a conductascriminales, por lo que habría que determinarhasta qué punto es soportable el aumento de lacriminalidad causado por tales políticas. Todosestos elementos deberían hacer parte del debatepolítico, en Estados Unidos y en Colombia. Estedebate permitiría acordar una política de saludpública que trate de forma más equitativa las dro-gas lícitas e ilícitas. Pero es necesario realizar esadiscusión de forma seria y con argumentos sóli-dos, evitando en lo posible las consideracionesinteresadas e ideológicas.

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la última década de siglo xx constituyóun período particular en la extensa historia de lasrelaciones entre España y América Latina. Des-pués de casi dos siglos durante los cuales los vín-culos se inscribieron fundamentalmente dentrode un marco retórico o instrumental, en los dosúltimos lustros del siglo XX se produjo un cambiode gran significación: fue la primera vez que Espa-ña entró a definir un accionar preciso frente aAmérica Latina, al tiempo que estos últimos seinclinaron por ubicar las relaciones con la antiguametrópoli en un alto nivel.

En esta elevación de la calidad de las relacio-nes confluyeron dos tipos de situaciones. Por unaparte, a lo largo de esta década, España se convir-tió en un propósito específico de la proyeccióninternacional de los países latinoamericanos. Eneste redimensionamiento de Madrid por parte delos gobiernos de América Latina, un papel muyimportante recayó en la toma de conciencia porparte de sus elites políticas y económicas sobre lasprofundas transformaciones que se estaban pre-sentando en el escenario internacional tras lacaída del muro de Berlín. El nuevo ordenamientointernacional en proceso de construcción, aunadoa la necesidad de responder al desafío económicoy político que emanaba de la nueva fase globa-lizadora en que había ingresado el mundo, indu-jeron a intensificar los vínculos con los principalescentros económicos y políticos de alcance mun-dial (Estados Unidos, Japón y la Unión Europea).En la percepción de los líderes latinoamericanos,España debía convertirse en un referente y en unmedio para multiplicar e intensificar los vínculoscon la entonces llamada Comunidad Europea.Este interés por España fue posible porque sóloen esta década el país ibérico dispuso de un con-junto de condiciones que favorecieron la eleva-ción del nivel y la calidad de sus relacionesinternacionales. Madrid comenzó a disponer decondiciones económicas (desarrollo económico yla pertenencia a la Unión Europea) y políticas

E s p a ñ a - A m é r i c aL a t i n a : l ad i m e n s i ó ne u r o p e a d e l a sr e l a c i o n e s

Hugo Fazio VengoaProfesor titular del Instituto de Estudios

Políticos y Relaciones Internacionales,

IEPRI de la Universidad Nacional de

Colombia y del Departamento de

Historia de la Universidad de los Andes.

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(democratización, aumento de su autoridad inter-nacional) que le permitieron abandonar la anti-gua retórica y, en su lugar, diseñar y poner enmarcha acciones concretas en el plano externo.

No obstante el hecho de que los estados lati-noamericanos mostraron una voluntad en intensi-ficar los vínculos con Madrid, los gobiernos de laregión emprendieron escasas acciones concretasencaminadas a darle un norte a esta orientación.La iniciativa nunca estuvo de este lado del Atlánti-co. Con su actitud, los gobiernos latinoamericanossimplemente crearon condiciones para que Espa-ña tomara la iniciativa y le imprimiera una orien-tación a estos vínculos.

El segundo tipo de factores fue el resultado de lanueva postura que asumió el Estado español enrelación con los países latinoamericanos. Sin lugar adudas, la historia común, la lengua, la religión y lacultura constituyen un trasfondo que explica el porqué España ha tenido una sensibilidad y una predis-posición particular hacia América Latina. Igualmen-te, estas mismas circunstancias nos ayudan tambiéna entender las razones que han impulsado a losgobiernos latinoamericanos a recurrir a la cartaespañola cuando han tenido interés en intensificarlos vínculos con el viejo continente. Pero de estasensibilidad y de esta predisposición no se puedeinferir que las relaciones se hayan mantenido tradi-cionalmente dentro de un alto perfil. En realidad,sólo en la década de los años noventa, Madrid entróa definir una política particular en relación con elconjunto de América Latina.

Un breve recorrido histórico nos demuestra concontundencia esta realidad. En épocas anteriores,España mantenía vínculos esporádicos con lospaíses latinoamericanos, y a estas relaciones, cuan-do no eran meramente formales, les asignaba uncarácter instrumental. Esta instrumentalización delos vínculos se remonta a la dictadura de Primo deRivera, época cuando se planteó la iniciativa deconstruir un bloque con los países latinoamerica-nos, obviamente bajo el liderazgo de Madrid, paraotorgarle a España una posición más sólida en elconcierto de naciones durante el período deentreguerras. En este diseño, América Latina norepresentaba un interés de por sí, sino sólo en lamedida en que constituía un medio que contri-buía a elevar el papel internacional de España enel mundo.

Esta misma orientación mantuvo Franco du-rante su prolongada dictadura. Para romper el

aislamiento internacional en que se encontraba surégimen, planteó la iniciativa de que España de-bía convertirse en el puente espiritual entre Amé-rica Latina y Europa. Éste era el trasfondo que seescondía en el proyecto de Hispanidad, la MadrePatria y la Comunidad Hispánica de Naciones. Enotras ocasiones, sostuvo la idea de crear un merca-do común entre América Latina y España, con elánimo de aumentar el interés europeo por Espa-ña y abrir perspectivas para la siempre anheladainclusión de su país a la Comunidad EconómicaEuropea. En la carta que en 1962 dirigió el Minis-tro de Asuntos Exteriores de España al Presidentedel Consejo de Ministros de la Comunidad, sesostenía en concreto: “Creo de interés manifestar-le que mi gobierno está convencido de que losnexos que unen a España con los países america-nos no han de sufrir mengua con la integraciónen la Comunidad; antes al contrario, pueden seruna positiva contribución para resolver los proble-mas planteados entre aquéllos y ésta”1.

A veces se quería llegar incluso más lejoscomo cuando se pretendía alcanzar unatriangulación de las relaciones. Un ejemplo deesto se puede percibir en la utópica iniciativa decrear una Comunidad Atlántica, estrategia que secentraba en la conformación de un esquema decooperación triangular entre Europa, EstadosUnidos y América Latina. El pretexto era poderhacer frente a la amenaza comunista. Pero, enrealidad, esta triangulación debía servir parareforzar la soberanía española frente a EstadosUnidos y estimular el diálogo y la interdependen-cia entre ambas riveras del Atlántico, lo que de-bía contribuir a acrecentar el poder negociadorde España frente a la CEE, ya que Madrid, porlos vínculos históricos, debería asumir el papelde interlocutor y de puente natural entre Europay América Latina. El carácter instrumental queMadrid le asignaba a las relaciones con AméricaLatina no se limitaba a iniciativas para romper elaislamiento y normalizar los vínculos con el restode Europa. En ocasiones, también se utilizabacomo mecanismo legitimador de determinadaspolíticas internas. Este fue el caso cuando seansiaba la reconstrucción de la España imperial yeterna, idea que debía contribuir a aumentar lacohesión interna.

Las relaciones económicas tampoco escapabana esta lógica. Los intercambios comerciales conAmérica Latina oscilaban de modo permanente.

1 Citado en: Truyol, Antonio. La integración europea. Idea y realidad. Madrid: Tecnos, 1972, p. 157.

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Aumentaban en momentos de mayor aislamientointernacional de España (casi un 20% a inicios dela década de los sesenta) y disminuían cuando semultiplicaban los vínculos con Europa (10% en ladécada de los años setenta, luego de que Madridsuscribiera un acuerdo preferencial con la Comu-nidad Económica Europea). La misma situaciónse observaba a nivel de las inversiones2.

Esta situación comenzó a cambiar sutilmentecuando se dio inicio a la transición democrática enel país ibérico. La política de los primeros gobier-nos centristas mantuvo el referente de que Españadebía servir de puente entre Europa y AméricaLatina. En ese sentido, las relaciones siguieroninscritas en una perspectiva instrumental. Pero lanovedad que se presentó en estos primeros añosposfranquistas radicó en que el gobierno conserva-dor de la Unión de Centro Democrático se propusoconvertir la posición española en una especie detercera vía, que además de reforzar el protagonismoespañol en política internacional, debía desvincu-lar a América Latina de la tensa dinámica de con-frontación Este-Oeste3. En este plano, debía abrirseun espacio para reanudar relaciones más desintere-sadas entre las partes. Como concluye Celestino delArenal:

De esta forma, la política iberoamericana se usó enocasiones como una política de sustitución, al esti-lo de la política franquista, aunque con distintoacento, que tendía a llenar el eventual vacío que sepodía producir en la afirmación de la dimensióneuropea de España mediante la apertura de unatercera vía. Otras veces se utilizó como una políticade “presión” dirigida a reforzar la posición nego-ciadora de España frente a la Comunidad Europeay frente a Estados Unidos. Finalmente, se le asignóla función de política de “legitimación” de la pro-pia Unión de Centro Democrático a nivel interno,buscando a través de un pretendido “progresismo”lavar la herencia franquista que caracterizaba aparte significativa de sus miembros4.

Si estas nuevas orientaciones y usos que losprimeros gobiernos democráticos españoles leasignaron a las relaciones no redimensionaroncompletamente los vínculos con América Latina,

ello se debió a que, en ese entonces, las eliteslatinoamericanas tenían otras prioridades en ma-teria de política exterior y a que en España laclase dirigente y la opinión pública apostarontodas las fichas a crear las condiciones para que elpaís ibérico fuese admitido como miembro de laComunidad Europea. De 1977, año que se presen-tó la solicitud formal de ingreso, a 1986, momentoa partir del cual España pasó a ser parte de lasestructuras comunitarias, se constituye un períodoen que la vida nacional y la política exterior espa-ñola comenzaron a comunitarizarse. Este involu-cramiento de España en una dimensióncomunitaria, como referente y como práctica,sugiere que la evolución ulterior de las relacionescon América Latina ya no puede seguir analizán-dose dentro de un esquema estrictamente bilate-ral, pues comienzan a desplegarse a través delreferente comunitario.

L A N E C E S I D A D D E U N N U E V O M A R CO D E

I N T E R P R E TAC I Ó N D E L A P O L Í T I C A E X T E R I O R

Uno de los temas que más ha concitado la aten-ción de los estudiosos de los temas internacionalesen las últimas décadas ha consistido en el diseño dedeterminados marcos de interpretación de la polí-tica exterior. El realismo, paradigma por largotiempo predominante en este campo de estudios,ha privilegiado el accionar del Estado en la defini-ción y en la orientación de la política exterior. Enesta perspectiva, la política exterior es entendidacomo el resultado natural del tipo y de la calidadde recursos que posee un Estado, así como de laposibilidad de articular estrategias para la realiza-ción de sus intereses nacionales. La teoría de lainterdependencia considera que el Estado no es elúnico agente en la vida internacional, pues existeuna profusión de actores no estatales que tambiénactúan en este plano. A diferencia de los realistas,el Estado no es percibido como un actor unitario,pues en el interior del aparato estatal coexiste unamultiplicidad de agentes que poseen diversos gra-dos de influencia y disponen de variadas motivacio-nes en sus acciones.

Estos paradigmas, concebidos en la época másálgida de la Guerra Fría, sirvieron de importantesmarcos analíticos de la política exterior, tal como se

2 Alonso, José A. y Donoso, Vicente. Efectos de la adhesión de España a la CEE sobre las exportaciones de Iberoamérica.Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1983, pp. 47-51.

3 Mujal León, Eusebio. “Iberoamérica en la nueva política exterior española”. En: AA.VV. Realidades y posibili-dades de las relaciones entre España y América Latina en los ochenta. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1986.

4 Del Arenal, Celestino. La política exterior de España hacia Iberoamérica. Madrid: Editorial Complutense, 1994,p. 120.

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practicaba en ese entonces. Sin embargo, eviden-cian numerosas limitaciones a la hora de intentarexplicar la política exterior en el mundo posteriora la caída del muro de Berlín. Las certezas de ayerhan comenzado a desvanecerse. En esto un papelimportante ha recaído, entre otros, en los avancesque ha registrado la disciplina que dispone demarcos más sutiles de análisis; el papel que handesempeñado los medios de comunicación quehan trastocado los factores que tradicionalmente seidentificaban con la política exterior; la prolifera-ción de variados actores internacionales que le hanrestado centralidad al Estado en la determinación delas orientaciones de actuación externa y, por último,el compromiso de numerosos países de Europa, Asiay América con las estrategias de integración, que alacentuar la interdependencia, han alterado la ante-rior autonomía y soberanía en este campo.

Esta última afirmación es de gran importanciapara los propósitos de nuestro trabajo. La perte-nencia de España a la CEE/UE, su tardío ingreso,que le impuso un conjunto de obligaciones quepreviamente había sido asumido por los paísesfundadores, su compromiso con la profundizaciónde la integración europea y la reiterada utilizaciónde instrumentos comunitarios en sus estrategiashacia terceros países, vuelven imperativo el estudiode las relaciones entre España y América Latina através del referente comunitario.

En este campo, nos topamos, sin embargo, conun problema mayor. En el medio siglo de historiade la integración europea, desde el momento defundación de la Comunidad Económica del Car-bón y el Acero, CECA, han aparecido importantesmarcos explicativos de la integración, pero sontodavía insuficientes los análisis que versen sobrela interrelación entre política exterior e integra-ción, aun cuando todos ellos de modo tangencialse refieran a la lógica de la actuación externa delos estados miembros o de la CEE/UE como untodo. No obstante, la interacción entre ambasvariables es fundamental porque, como sostieneRobert Keohane, las instituciones actúan comomarcos condicionantes del comportamiento delos estados, ya que éstas operan como un conjuntode reglas formales e informales, persistentes yconectadas entre sí, que prescriben patrones decomportamiento, limitan actividades y configuranlas expectativas de los estados5.

Esta necesaria triangulación y la delimitaciónde un marco de aproximación a la interrelaciónentre política exterior e integración, se vuelventanto más importantes en la medida en que a lolargo de la historia del proceso de construccióncomunitaria, América Latina se ha caracterizadopor ubicarse en una posición poco privilegiada enla escala de preferencias internacionales de laCEE/UE6. Si, por el contrario, la región hubieragozado de una elevada prioridad por parte de laUE, la situación sería otra por cuanto existiríanclaras orientaciones que se convertirían en mar-cos condicionantes para todos los estados miem-bros de la organización en sus relaciones conAmérica Latina.

Si en general, América Latina se encuentra enuna posición relativamente periférica en cuantoa las preferencias internacionales de la UE, unasituación parecida se observa cuando se pasarevista a las preferencias internacionales de lamayoría de estados de esta organización, para loscuales América Latina, por diversas razones,tampoco constituye un área sensible de interés.Este lugar de América Latina en las escalas depreferencias internacionales de la Unión Euro-pea y de la mayoría de los estados miembros deesta organización se convierte en un asunto tan-to más importante cuando observamos que enlos últimos años se han fortalecido las institucio-nes y las prácticas de actuación externa de la UEen el plano económico y político, lo que ha con-llevado a que varios estados miembros de estaorganización opten por renunciar a diseñar unapolítica propiamente latinoamericana porqueprefieren asumir de manera preferencial losvínculos con la región a través de los cauces co-munitarios.

En otras palabras, la consolidación de la inte-gración europea y la transferencia de funcionesde los estados a los órganos comunitarios hancreado una situación en la cual varios estadosmiembros han europeizado sus actividades haciaAmérica Latina. En este caso, el fortalecimientode un ámbito internacional comunitario no haactuado como un multiplicador de oportunida-des, sino como un reductor en la intensidad de lasrelaciones. Esto puede ejemplificarse con el casoalemán, país que del diseño de una política exte-rior hacia América Latina en la década de los

5 Keohane, Robert. International Institutions and State Power. Essay in International Relations Theory. Bouder:Westview Press, 1989.

6 Véase Fazio Vengoa, Hugo. La política exterior de la integración europea. Bogotá: IEPRI y Siglo del HombreEditores, 1998.

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ochenta pasó a otra en la cual ha preferido con-traer su presencia en la zona en beneficio de losórganos comunitarios, lo que se ha traducido enun debilitamiento de su presencia en la región7.

El estudio de las políticas exteriores de otrospaíses de la UE nos sugiere ideas similares. Italia,por ejemplo, ha propendido por realizar sus ac-ciones hacia América Latina a través del caucecomunitario, y se ha concentrado ante todo en ladimensión económica, para lo cual se ha benefi-ciado de la naturaleza básicamente económica dela UE en sus relaciones con los terceros países. Eneste caso, aun cuando la región no ocupe unaposición privilegiada en la escala de preferenciasinternacionales de Italia, podemos hablar de una“política latinoamericana” que transcurre a travésdel cauce comunitario. Sus principales agentesson los inversionistas italianos, interesados enabrir nuevos mercados de exportación, y los agen-tes comerciales que ven oportunidades de nego-cio en América Latina8.

Estos ejemplos nos sugieren la idea de quepara los países de la UE las relaciones con Améri-ca Latina se realizan parcial o totalmente a travésde los marcos comunitarios. De ello podemosinferir que, no obstante el hecho de que Españase diferencie de estos casos en la medida en quedispone de una orientación política concreta enrelación a América Latina, ella también transcurrea través de este cauce comunitario.

L A I M P O R TA N C I A

D E L A C E E / U E PA R A E S PA Ñ A

Desde el momento en que se empezó a dejaratrás el pasado franquista, los sucesivos gobiernosespañoles pusieron todo su empeño en hacerrealidad el ingreso de su país a la Comunidad. Laadhesión se convirtió en un objetivo que debíaconcitar el esfuerzo de todas las fuerzas vivas delpaís. En este sentido, el caso español constituyeuna experiencia en materia de transición política,por cuanto la modernización económica y la con-solidación democrática debían conjugarse conuna orientación nueva en materia internacional,pivote del proceso general de modernización,centrada en torno al tema de la adhesión.

El 28 de julio de 1977, el gobierno españolpresentó formalmente su solicitud de ingreso a laCEE. A diferencia de otros temas de la agendaexterior que daba lugar a profundas divisionesentre los españoles, como por ejemplo la partici-pación en las estructuras de la OTAN, el ingreso ala CEE despertaba un elevado nivel de consenso,por cuanto se asociaba a modernización: “El senti-do profundo de la construcción europea se perci-be de manera diferente visto desde España y vistodesde otros socios como Francia o Alemania. Paranosotros la idea de Europa está identificada con lade modernización”9.

Esta asociación entre Comunidad y moderniza-ción asumía distintos sentidos, pero la mayor par-te de ellos eran compartidos por la mayoría de losespañoles. Pertenecer a la Comunidad significabaestablecer una clara demarcación con el dictato-rial pasado inmediato. La adhesión también re-presentaba una garantía de la recién estrenadademocracia, y se pensaba como una marcha sinretorno, lo que en los imaginarios alejaba aúnmás a los españoles del pasado inmediato. Laparticipación en los órganos comunitarios eraentendida así mismo como un medio que contri-buiría a levantar nuevamente el estatus internacio-nal de España. Por último, la pertenencia a laComunidad, además de las garantías económicasque deparaba, era percibida como un factor queimpulsaría un acelerado proceso de moderniza-ción de la economía española.

El ingreso de España a la Comunidad Económi-ca representó nuevas oportunidades pero tambiéngrandes retos. Por una parte, se tradujo en unamerma de autonomía en el manejo de la políticamonetaria, en una severa disminución del poderde maniobra para atacar los graves problemas queenfrentaba la economía española, como el desem-pleo, y se agudizó la dependencia externa en razónde que numerosas empresas nacionales pasaron amanos de inversionistas extranjeros, quienes esta-ban interesados sobre todo en asegurar canales dedistribución y de mercadeo para sus productosmediante la adquisición de empresas españolas.

Pero, por otra parte, el ingreso a la CEE forta-leció la modernización general del país, lo que se

7 Véase Hofmeister, Wilhelm. “Alemania y América Latina. ¿Relaciones sin emociones?”. En: Estudios Internacio-nales, año XXXI, No. 121-122, enero-junio de 1998.

8 Véase Fazio Vengoa, Hugo. El arco latino de la Unión Europa y sus relaciones con América Latina. Firenze: EuropeanPress Academic Publishing, 2001.

9 Westendorp, Carlos. “La política exterior de España: las prioridades permanentes y los nuevos conflictos”.Conferencia en el Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior, Incipe. 23 de febrero de 1996.Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores.

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tradujo en una liberalización económica, la armo-nización de la reglamentación de las operacionescomerciales con las de los demás estados comunita-rios, impulsó la entrada de capital extranjero, esti-muló los intercambios con los demás paísesmiembros de la Comunidad y modificó las relacio-nes externas, al fortalecer la presencia de Españaen el mundo y abrir un espacio para la multilatera-lización de sus relaciones internacionales. En lapolítica exterior se produjo un cambio de granmagnitud. Si tradicionalmente las acciones exter-nas españolas se habían ejecutado a partir de unesquema bilateral, con el ingreso a la CEE en1986, a lo que se sumaba la previa incorporacióndentro de la estructura de la OTAN (1982),España asumía también una dimensiónmultilateral. A partir de este entonces, las rela-ciones externas de España pasaron a conjugarambas dimensiones.

Otro cambio de gran importancia se presentódurante la fase de consolidación democrática. Enesta época de indiscutido predominio socialista seforjaron los cimientos de la internacionalización deEspaña. El objetivo fundamental que se trazaronlos líderes españoles consistió en impulsar un ace-lerado proceso de modernización del país con elobjetivo tácito de crear las condiciones para elingreso de España en la CEE. La integración de laeconomía española en la CEE significó la definitivaapuesta por la internacionalización de la econo-mía, tanto en el ámbito europeo, como a nivelmundial. De esta manera, en un breve lapso detiempo, la economía del país ibérico transitó de unesquema de protección para convertirse en unaeconomía abierta e inserta en uno de los principa-les centros económicos y financieros mundiales.

La tarea no era para nada fácil. Internacionali-zar las empresas españolas representaba grandesretos, ya que por lo general eran empresas detamaño mediano, con escasa competitividad yespecializadas en sectores que enfrentaban unaaguda competencia por parte de países del Asia-Pacífico, el Mediterráneo y América Latina. Poresta razón, la estrategia española de internacio-nalización tuvo que basarse en un conjunto defirmas muy específicas, localizadas en áreas talescomo los servicios o las telecomunicaciones,que parecían ofrecer mejores perspectivas y enlas que el sector público español disfrutaba deciertas ventajas comparativas. Uno de estosejemplos fue Iberia, empresa que realizó gran-

des inversiones en algunas compañías de avia-ción latinoamericanas como Viasa, Ladeco yAereolíneas Argentinas10.

No obstante el cambio potencialmente cualita-tivo que representó la adhesión a la CEE pararedimensionar la modernización económica delpaís, España tuvo también que asumir como pro-pia la lógica que la Comunidad le imponía a susrelaciones externas. Ello explica por qué en elsegundo lustro de la década de los ochenta, Espa-ña no pudo definir una orientación clara haciaAmérica Latina, ya que sus esfuerzos se encamina-ron a adecuarse a los patrones comunitarios. Eneste sentido, el ingreso a la CEE implicó grandestransformaciones que inhibieron la posibilidad deproseguir una senda “autónoma” a nivel interna-cional y se convirtió en un impedimento paradefinir una política propiamente latinoamericana.

Madrid tuvo que asumir los acuerdos preferen-ciales con los países de la EFTA, con los asociadosde África, el Caribe y el Pacífico, ACP, y con elMediterráneo. América Latina, región con la cualel gobierno español deseaba reanudar sólidosvínculos, quedaba al margen de los beneficios quedeparaban los acuerdos comunitarios. De ahí queen la segunda mitad de los años ochenta los inter-cambios comerciales con América Latina decre-cieron (del 20% de las exportaciones españolas almercado no comunitario en 1980 a un 11% enpromedio a finales de la misma década). El ingre-so a la CEE se tradujo igualmente en una desvia-ción comercial en dirección de la misma Europacomunitaria. Si en 1980 las exportaciones ascen-dían a 8.080 millones de ecus, en 1997 habíanalcanzado la impresionante cifra de los 67 milmillones de ecus.

Esta necesaria adaptación a la lógica comunita-ria es uno de los factores que permite compren-der por qué las relaciones de España con AméricaLatina objetivamente no pudieron despegar enesas circunstancias, y por qué estos vínculos nopueden analizarse al margen de la comunita-rización de la política y la economía españolas.Por más que en determinadas circunstancias losgobernantes quisieran darle una mayor significa-ción a estas relaciones, la comunitarización haintervenido, a veces, en un sentido contrario. Elcomportamiento de las exportaciones españolasdesde entonces hasta la fecha ha mantenido estamisma tendencia, tal como puede observarse en elcuadro 1.

10 Boix, Carles. Partidos políticos, crecimiento e igualdad. Estrategias económicas conservadoras y socialdemócratas en laeconomía mundial. Madrid: Alianza, 1996, p. 199.

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cuadro 1exportaciones de españa en porcentajes

1997 1998 1999 2000

Países área Euro 58,6 59,8 60,2 58,5Países UE no euro 10,7 11,1 10,1 11,1Europa Central y Oriental 1,6 1,8 1,8 2,1América del Norte 4,8 4,6 4,8 5,3América Latina 6,4 6,6 6,1 6,1Asia 7,5 5,7 5,7 5,9África 3,5 3,7 3,6 3,3Otros 6,9 6,7 7,7 7,7Fuente: Dirección General de Política Exterior, Ministerio deEconomía.

No tardó mucho España en comenzar a con-vertirse en un país con una gran capacidad deincidencia dentro de los marcos comunitarios.Esto fue el resultado del acelerado y adecuadoajuste a las instituciones y políticas comunitariasen las que España alcanzó sus objetivos en tiemporécord. Pero también desempeñó un gran papelel hecho de que España de modo muy enfático seha declarado siempre como un país integracio-nista, es decir, es un país que aboga por una ma-yor profundización del proceso de integración, loque lo ubica junto a países como Alemania, Fran-cia, Bélgica e Italia. En tal sentido, los sucesivosgobiernos españoles han sido firmes defensoresde ampliar los ámbitos de acción comunitarioincluyendo la Política Exterior y de SeguridadComún, PESC. Pero, por su tardío ingreso a laorganización, España tuvo que saber definir clara-mente sus preferencias nacionales en el contextocomunitario, lo que la ha llevado también a sos-tener posiciones a veces afines al interguberna-mentalismo.

Desde el ingreso a la CEE/UE, España pudobeneficiarse de la Cooperación Política Europea ydespués de la Política Exterior y de SeguridadComún en los siguientes planos: dispuso de unperfil internacional inalcanzable en el caso depaíses pequeños o periféricos, gozando así demayor prestigio y de posibilidades de liderazgo;logró introducir los intereses particulares en unaagenda europea convirtiéndolos, de esta manera,en problemas comunitarios y le permitió justificarante la opinión pública nacional la adopción depolíticas impopulares con base en la existencia deuna posición europea11.

En síntesis, para España el ingreso a la CEE/UE constituyó un objetivo fundamental para im-primirle una reorientación general al país. Enbuena medida, los primeros cinco años, hastafinales de la década de los ochenta, las autorida-des españolas estuvieron sumergidas en los temascomunitarios y sólo a partir de los noventa comen-zaron a disponer de condiciones para promoveruna política exterior más clara y enfática hacia lospaíses latinoamericanos.

A M É R I C A L AT I N A E N LO S I N I C I O S

D E L A P O L Í T I C A E U R O P E A D E E S PA Ñ A

Como España se encontraba absorta en las polí-ticas y estructuras comunitarias, en la segundamitad de la década de los ochenta, la política lati-noamericana de España se realizó fundamental-mente a través de los referentes comunitarios.Desde el mismo momento en que ingresó España ala CEE, los gobiernos españoles intentaron conver-tir su participación dentro de esta organización enun mecanismo potenciador de los vínculos conAmérica Latina. Dado que la calidad de las relacio-nes entre la CEE y América Latina era baja, Madridse propuso convertir a su país en el intensificadorde los vínculos entre las dos regiones. Pero la filo-sofía que subyacía a estas relaciones parecía queempezaba a dejar atrás el uso instrumental queantes se le asignaba. “Quiero dejar bien en claro –señaló el Ministro de Asuntos Exteriores, FernandoMorán12– que España no intentará actuar comopuente. Más bien desearíamos que nuestra activaparticipación en Europa y en las instituciones euro-peas fuera una fuerza impulsora, la ocasión paraun cambio de dirección audaz en las relacionesentre Europa y América Latina”. Esta vinculaciónentre la dimensión europea y América Latina loresumió claramente el Ministro de Asuntos Exterio-res, Carlos Westendorp en su conferencia “Españaentre Europa e Iberoamérica” de febrero de 1996:“En 1986 la Comunidad Europea “descubre” aAmérica Latina, reforzando desde entonces estadimensión de su proyección exterior. Desde laUnión Europea tenemos una mayor presencia einfluencia en América Latina. Y gracias a nuestradimensión iberoamericana tenemos también máspeso en Bruselas”.

A partir de estos años, comenzaron a presen-tarse algunos importantes cambios en las relacio-

11 Barbé, Esther. “La cooperación política europea: la revalorización de la política exterior española”. En:Gillespie, Richard (et al.). Las relaciones exteriores de la España democrática. Madrid: Alianza, 1986, p. 156.

12 Actividades, textos y documentos, 1983. Archivo del Ministerio de Asuntos Externos.

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nes entre la Comunidad y América Latina. Esindudable que en varios de estos campos Españadesempeñó un papel decisivo. Los logros másimportantes alcanzados fueron: el incremento dela cuantía de los fondos de apoyo y cooperación;la suscripción de acuerdos de tercera generacióncon varios países latinoamericanos, los cualesampliaban los campos de la cooperación; el ma-yor respaldo a los procesos de integración en quese estaban comenzando a comprometer variosestados latinoamericanos; la incorporación dealgunos países de la región al acuerdo de Lomé;la inauguración de nuevas delegaciones de laCEE/UE en varias capitales latinoamericanas; lamultiplicación de los contactos de los miembrosdel Parlamento Europeo con homólogos latinoa-mericanos; la institucionalización del diálogoentre la CEE y América Latina, como el Grupo deRío; el diseño de regímenes preferenciales a lospaíses de América Central, y posteriormente lacreación de estrategias de fomento a las exporta-ciones de los países que luchan contra el flagelodel narcotráfico.

Esto supuso un gran cambio, porque hasta lafecha la Comunidad consideraba a los países lati-noamericanos como un grupo de países no asocia-dos, con los cuales no mantenía ninguna relaciónespecial, lo cual los ubicaba en un lugar periféricoen la escala de preferencias internacionales de laCEE. Para España, el hecho de que la CEE desa-rrollara una línea concreta de acción en relacióncon los países latinoamericanos revestía una granimportancia, ya que le permitía conciliar dosorientaciones de su política exterior: la comunita-ria y la latinoamericana. Así lo sostenía el Ministrode Asuntos Externos de España, Fernando Morán,cuando en la Conferencia Ministerial de San José,señaló: “Hoy por primera vez, podemos ver cómoconvergen los dos ejes centrales de la políticaexterior española; cómo no sólo no hay contradic-ción entre nuestra vocación europea y nuestravocación americana, sino que es posible que Espa-ña aporte una contribución sustancial a este nue-vo diálogo por el que España siempre abogó nosólo en Europa, sino también en América”13.

Si buena parte de estos éxitos cosechados enlas relaciones CEE-América Latina pueden abo-narse a España, ello no debe interpretarse, comoha sido habitual, como que su ingreso fue el fac-tor potenciador de los vínculos entre las dosriveras del Atlántico. De una parte, porque sería

exagerar el poder de España dentro de la Comu-nidad y, de la otra, si esta mejora se produjo fueporque desde inicio de la década de los ochentael interés europeo por América Latina había cre-cido sustancialmente. El inicio del ocaso de lasdictaduras militares, la revolución sandinista, laguerra de las Malvinas, la crisis de la deuda, etc.,despertaron el interés por la región. En particular,los gobiernos de Francia y Alemania habían mos-trado mucha sensibilidad frente al problema cen-troamericano. Es más, el segundo le dio unsentido muy concreto a una acción política pro-piamente latinoamericana que antes era práctica-mente era inexistente y que después con lastransformaciones en Europa del Este nuevamentedesapareció.

Tampoco se puede ignorar que además deEspaña existen otros múltiples instrumentos queenlazan a América Latina con Europa. De mucharelevancia han sido los vínculos que se han esta-blecido a través de los partidos políticos, las agen-cias para el desarrollo, las fundaciones, etc., quedelimitaban unos marcos específicos en los que sedesenvolvían las relaciones entre ambas regiones.

Pero además de esto, el argumento de las rela-ciones especiales entre España y América Latinaenfrentaba tres obstáculos mayores: de una parte,el contenido económico de la relación especialentre España y América Latina era muy reducido y,puesto que el experimento de integración europeoera básicamente una empresa económica, a lo quese sumaba el hecho de que los países latinoameri-canos ansiaban sobre todo facilidades comerciales yfinancieras, el papel que en este plano podía des-empeñar España no era muy grande.

En síntesis,

el peso y la influencia de España en América Lati-na no tiene equivalencia con su peso e influenciaeconómica. Hecho que puede servir para explicaralgunos de los problemas de la política iberoame-ricana de España, así como para percibir el estre-cho margen de maniobra que existe para que lasiniciativas españolas incidan en un cambio de lasrelaciones entre la Comunidad Europea y AméricaLatina, que adolecen del mismo desequilibrioentre los ámbitos político y económico14.

Por último, y esto es sin duda un tema funda-mental, los sucesivos gobiernos españoles no tar-daron en darse cuenta de que era necesario

13 Revista de Estudios Internacionales. No. 2, 1985, p. 514.14 Del Arenal, Celestino. Ob. cit., p. 108.

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fortalecer los vínculos entre la UE y América Lati-na, pero sólo hasta determinado punto, hasta quela región hiciese parte de las políticas externas dela Comunidad. Sin embargo, no se podía trascen-der un dintel que amenazara la autonomía delpaís ibérico en sus vínculos con América Latina,por cuanto ello dejaría de reportarle un capital entérminos de influencia política tanto en AméricaLatina como dentro de la CEE/UE.

Es decir, el ingreso de España y el énfasis latino-americano en su política comunitaria simplementesirvió de estímulo para que se multiplicaran estosvariados contactos que ya existían entre Europa yAmérica Latina. Si finalmente América Latinapudo obtener un mejor margen de negociacióncon la CEE/UE, eso sin duda se debió a la mayorsensibilidad que previamente existía en Europacon respecto a los problemas latinoamericanos, alpapel que ha desempeñado la política defendidapor los diferentes gobiernos españoles, así como alhecho de que Madrid supo ubicar a su gente en lospuestos clave de la toma de decisión comunitariafrente a los países terceros.

Pero en sí, el objetivo de España en este planoera a través de una multiplicación de los contactosentre la CEE/UE y América Latina, ofrecer garan-tías económicas a los países latinoamericanos,insertarlos en ámbitos prioritarios de las relacio-nes externas europeas, lo cual, en su momento,producía un reforzamiento de España, y, de estemodo, tenía un impacto considerable en las esfe-ras económicas y políticas del país15.

En la medida en que para América Latina lacalidad de los vínculos con otros países más pode-rosos era un asunto estratégico, y que de hechoEspaña representaba un interés limitado, Madridrecurrió a diferentes maniobras con el propósitode triangular a través del país ibérico las relaciones,lo que implicaría un acrecentamiento de su papelinternacional y un posicionamiento estratégico enlos vínculos interatlánticos. Por eso es que desde elmomento mismo de adhesión de España a la CEEse produjeron declaraciones de intenciones, muyricas en generalidades, aun cuando no hubo ningu-na medida concreta que alterara la posición noprioritaria de nuestros países para la CEE. Si eneste campo no se produjeron variaciones mayores,se debe reconocer que a nivel político España lo-gró intensificar las relaciones entre la CEE y Améri-

ca Latina. En síntesis, aunque quizás no fuese elpropósito, los gobiernos españoles terminaronconvirtiendo a su país en un nuevo puente en larelación triangular CEE-España-América Latina.

CO M U N I TA R I Z AC I Ó N Y L A E U R O P E I Z AC I Ó N

D E L A S R E L AC I O N E S E X T E R N A S

Las relaciones de España con América Latinaencontraban una dificultad adicional para entraren una etapa de definición: las innumerables alte-raciones que se producían en la vida nacional espa-ñola y en el agitado escenario internacionalredundaban en numerosas redefiniciones de losescenarios en los que se desenvolvían estas relacio-nes. Tras la muerte del general Franco, Españaingresó en un período de transición democrática,que se tradujo en una reorientación de la políticainternacional. Cuando este proceso se encontrabaen una fase más o menos avanzada, España ingresóen la Comunidad Europea, lo que implicó sobrelle-var profundas reformas en el plano interno yredefinir sus ejes de acción internacional. Nueva-mente, cuando se creía que España se había “nor-malizado” y era un país comunitario íntegro entérminos de comunitarización, se produjo el fin dela Guerra Fría, lo que transformó radicalmente elescenario internacional, y surgió en algunas capita-les europeas, entre ellas Madrid, el síndrome de la“marginalización”. Igualmente, el inicio de la déca-da de los noventa trajo consigo el ambicioso pro-grama de la moneda única, y para un país dedesarrollo medio como España esto se tradujo enque los nuevos propósitos comunitarios coparonbuena parte de su agenda internacional. Por últi-mo, si bien es todavía apresurado sacar conclusio-nes definitivas, el ataque terrorista contra las TorresGemelas y el edificio del Pentágono se ha traduci-do en un cambio de gran magnitud en la vida in-ternacional, con profundas transformaciones anivel geopolítico, lo cual dará lugar a la apariciónde un nuevo contexto en el que deberán desenvol-verse las relaciones entre España y América Latina.

Lo que sí se puede concluir de modo parcial esque cada uno de estos giros ha dado como resulta-do modificaciones sustanciales en las relacionesentre España y los países latinoamericanos y porello no podemos verlas como un proceso conti-nuo y lineal sino como un intenso esfuerzo deproblematización y redefinición.

15 Maqrch Pijol, Juan Antonio. “The making of the Ibero-american Space”. En: Roy, Joaquin y Galinsoga Jordà,Albert (editores). The Ibero-American Space. Dimensions and Perceptions of the Special Relationship betweeen Spain andLatin America. Miami: Universidad de Miami y Universidad de Lleida, 1997, p. 15.

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El cambio que afectó de modo más directo lapolítica exterior española en la década de los añosnoventa fue la consolidación de la integracióncomunitaria, tal como quedó esbozada con laaprobación del Tratado de la Unión, que supusola formalización de nuevos ambientes en los cua-les se despliegan las tendencias integracionistas.Esto tiene una importancia capital para entenderlas relaciones entre España y América Latina porcuanto éstas no transcurren al margen de lacomunitarización. En reiteradas oportunidades,las dos direcciones convergen para aumentar elpoder negociador de España en el seno de losórganos comunitarios y, en otras, su participaciónen la CEE/UE se convierte en un referente deacción para el desarrollo de su política latinoame-ricana.

El tratado de la Unión, en su Título Quinto,convirtió la Política Exterior y de Seguridad Co-mún en un pilar de la Unión Europea, sin llegar aconstituirlo en un componente del tronco comúncomunitario. Conviene recordar que este tratadono dispone de un zócalo común, sino que constade tres pilares: el primero, el propiamente comu-nitario de tipo supranacional, se refiere a la unióneconómica y monetaria, lo que se ha traducido enuna transferencia de soberanía a los órganossupranacionales (la unión financiera con el surgi-miento de la moneda única y del Banco CentralEuropeo); el segundo, abarca los problemas rela-cionados con la política extranjera y de seguridadcomún, y el tercero, trata sobre la cooperaciónintergubernamental en materia de justicia y deasuntos internos. Esta división en pilares obedecea diferentes tipos de interrelación que se produ-cen entre estos tres ámbitos: el primero es propia-mente comunitario y supranacional, mientras quelos otros dos quedaron amarrados en lo funda-mental a la negociación intergubernamental.

El artículo J.1 del Tratado de Maastricht definelos objetivos de la Política Exterior y de SeguridadComún: reforzar la seguridad de la Unión y de susestados miembros, mantener la paz y fortalecer laseguridad internacional, promover la cooperacióninternacional, el desarrollo y el reforzamiento dela democracia, del Estado de derecho, los dere-chos humanos y las libertades fundamentales.

La PESC fue definida por el Tratado deMaastricht en relación con los temas de defensa y

promoción de valores, pero no se avanzó mayor-mente en lo relativo a los instrumentos para lapuesta en marcha de esta política exterior común.Ello ha ocasionado consecuencias de dos tipos: deuna parte, ha fortalecido la asociación entre lapolítica europea con un conjunto de valores.

El énfasis en lo diplomático en vez de los instru-mentos coercitivos, la centralidad de la mediaciónen la resolución de conflictos, la importancia delas soluciones económicas de largo plazo a losproblemas políticos, y la necesidad de los pueblosde determinar por sí mismos su propio destino,todo esto contradice las normas de una política desuperpotencia16.

De ahí que hayan surgido grandes expectativasentre las naciones en transición y los países deÁfrica, Asia y América Latina, e incluso entre nu-merosos actores internos, en torno a la transfor-mación de la Unión Europea en un actor queparticipe más decididamente en la definición delsistema mundial en proceso de conformación.

De la otra, la carencia de adecuados instru-mentos de acción creó una brecha entre las ex-pectativas internacionales que ha despertado y lascapacidades17, que refleja una contradicción entrelos propósitos y ambiciones de los gobiernos delos estados miembros de la UE para desempeñarun papel más importante a nivel internacional ysu renuencia a ir más allá del esquemaintergubernamental.

En términos generales, la PESC se caracterizaporque las decisiones se adoptan por unanimidad,lo que en principio permite que cualquier paíspueda obstaculizar una acción común y concerta-da. Al igual que la Cooperación Política Europea,el Tratado de la Unión establece que la Comisión,en calidad de “asociado pleno” a la PESC, disponede la capacidad de iniciativa, determina que elParlamento Europeo debe ser informado por larespectiva Presidencia de la Unión y puede formu-lar recomendaciones sobre la materia. Pero, adiferencia de lo que ocurre en otros ámbitos de laUnión, la Comisión no es responsable de laimplementación de las políticas externas. Igual-mente, el tratado deja al Parlamento Europeo almargen de la toma de decisiones de la PESC. Éstedebe ser consultado por la Presidencia en los

16 Hill, Christopher y Wallace, William. “Introductions. Actors and Actions”. En: Hill, Christopher (editor).The Actors in Europe’s Foreign Policy. Londres: Routledge, 1996, p. 9.

17 Hill, Christopher. “The capability-expectations Gap or Conceptualizing Europe’s International Role”. En:Journal of Common Market Studies. Vol. 31 No. 3, septiembre de 1993.

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aspectos fundamentales y en las elecciones básicasde la PESC. Su comité de asuntos externos, seguri-dad y política de defensa mantiene reunionesperiódicas cuatro veces al año con la Presidencia.

Una de las innovaciones que en la materiaintrodujo el Tratado de Maastricht fue el compro-miso de los estados miembros en alcanzar posicio-nes comunes y el hecho de que una vez que estasdisposiciones han sido acordadas se convierten enobligaciones para los países integrantes. La dife-rencia en el fondo radica en que la cooperaciónen el anterior esquema “estaba enfocado paradesarrollar políticas conjuntas (...) la PESC intro-duce un mecanismo que determina cómo losdoce deben llevar a cabo sus acciones”18.

Varios factores intervienen en el hecho de que lapolítica exterior prosiga vinculada mayoritariamente auna dimensión intergubernamental, pero queremosdestacar sólo uno: el carácter intergubernamentalde la PESC se explica por la gran heterogeneidad deintereses de los países miembros y por la importanciadiferencial que le asignan a ciertos actores extraco-munitarios. Para algunos estados de la UE, porejemplo, el desarrollo de una política exterior yde seguridad común debería convertir a la UniónEuropea en un émulo de los Estados Unidos, ycon ello se reduciría sustancialmente el papel delhegemón del norte en los asuntos europeos, encondiciones que para otros la presencia de Wa-shington constituye un factor de equilibrio en elviejo continente y frena las veleidades hegemó-nicas que puedan tener algunos estados europeos.Igualmente, no siempre existe un marcado interésen que las regiones o temas sensibles para un paísmiembro sean parte de los dispositivos comunita-rios, por cuanto su comunitarización puedeentrañar una pérdida de autonomía en ese cam-po. Esto lo constató claramente el antiguo Mi-nistro de Asuntos Exteriores de España, cuandoseñaló: “España debe ser muy cuidadosa, por-que corre grandes riesgos si las áreas de interésde España quedan incluidas en fórmulas demayoría calificada”19.

Tanto la experiencia de la PESC como la lógicaque subyace en las grandes reformas que se han

acometido en los últimos años (el Tratado deMaastricht y el de Ámsterdam) corroboran elpredominio del Estado en la definición de la polí-tica exterior de la UE en la medida en que lostemas fundamentales se negocian en las instanciasintergubernamentales. Existe, sin embargo, unconsenso cada vez más evidente de que no se tratade un Estado, tal como lo definían los realistas,sino de “un Estado activo, capaz de aprender, deadaptarse y de cambiar en el marco de las limita-ciones y oportunidades institucionales y normati-vas que le ofrece, de una manera altamentedesarrollada, la Unión Europea”20.

El proceso decisorio ha evolucionado hacia loque Keohane y Hoffmann han denominado unintergubernamentalismo supranacional, donde lode supranacional “se refiere exclusivamente a latoma de decisiones por mayoría, a la primacía delderecho comunitario sobre los derechos internosy la supervisión del Tribunal de Justicia de la acti-vidad comunitaria, y no identifican –como elneofuncionalismo en su primera etapa– la‘supranacionalidad’ con la meta federal”21.

Esta tesis es plenamente válida para el análisisde la PESC, ya que si bien los estados siguen ejer-ciendo el principal poder decisorio a través delConsejo, con el Tratado de Ámsterdam la UE haampliado sus funciones a través de un mayor po-der de control por parte del Parlamento, con lacreación de una institucionalidad anexa a la Co-misión (la dirección general I A, encargada dehacer un seguimiento de la PESC) y la más recien-te designación de un PESC, en la persona de Ja-vier Solana, cuyo papel consiste en contribuir a laformulación, elaboración y ejecución de las deci-siones políticas, así como actuar a nombre delConsejo y a solicitud de la Presidencia y conducirel diálogo político con terceros países.

Pero la gran paradoja que enfrenta Europaconsiste en que la relación entre los estados y losórganos comunitarios se ha vuelto más complejaya que en la década de los noventa se asistió a unreforzamiento de las instituciones comunitarias loque ocurrió de modo paralelo al fortalecimientode los estados miembros. “Europa –señalaba hace

18 Hord, Douglas. “Developing the Common Foreign and Security Policy”. En: International Affairs Vol. 70 No. 3,1994, p. 418.

19 Ordóñez, Fernández. Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados. No. 169, 9 de noviembre de 1990, pp. 5087-5088.

20 Smith, M. “The European Union and a Changing Europe: Establishing the Boundaries of Order”. En: Journalof Common Market Studies. Vol., 34 No. 1, 1996, p. 10.

21 Citado en: Salomón, Mónica. “La PESC y las teorías de la integración: las aportaciones de los ‘nuevos intergu-bernamentalismos”. En: Revista Cidob d’Afers Internacionals. No. 45-46. Barcelona: Fundación Cidob, 1999, p.213.

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algún tiempo el Ministro de Relaciones Exterioresde Italia, Lamberto Dini– enseña que la soberaníarenace en la forma de la supranacionalidad, en elmarco de una cooperación internacional basadaen la interdependencia y la reciprocidad”22.

La dinámica de construcción de la integracióneuropea demuestra que ésta no puede inter-pretarse como un juego de suma - cero, como si loque se gana en un nivel se pierde en el otro. Másbien, siguiendo a Paul Taylor, puede sostenerse queen la mecánica de la construcción comunitaria elEstado y la CEE/UE se refuerzan mutuamente,“cuanto más alto es el grado de intergubernamen-talismo, mayor es el grado de integración que pue-de tolerarse; cuanto mayor es el grado deintegración, más fuertes son las manifestacionesdel intergubernamentalismo”23.

Es, en esta perspectiva, que pueden distinguir-se diferentes dimensiones de la política exterioreuropea comunitaria. Los órganos comunitariostienen competencia directa en materia internacio-nal sólo en el plano comercial, en materia decooperación y asistencia, lo cual ata estas estrate-gias a la lógica supranacional. De otra parte, laPESC constituye un componente diferente que serealiza a través de la negociación interguber-namental, lo que abre un amplio abanico de posi-bilidades para la realización de las preferenciasnacionales por parte de los países miembros. Porúltimo, subsiste una dimensión eminentementebilateral en el relacionamiento externo por partede los estados miembros.

En este sentido, el avance en la construccióncomunitaria, al tiempo que ha transferido nu-merosas funciones a los órganos supranacio-nales, también ha mantenido abierta una seriede intersticios a través de los cuales los estadosmiembros realizan sus intereses y ejecutan supolítica exterior. La integración, en este plano,debe entenderse como un juego de suma positi-va: la comunitarización ocasiona un aumentodel papel de los estados tanto dentro de laCEE/UE como en función de la dinámica mis-ma de la integración. Para entender este puntodebemos involucrar un par de conceptos quenos ponen en evidencia las disimilitudes en ladialéctica Estado - supranacionalismo en el casoeuropeo.

Las tensiones que resultan de la integracióneconómica y de las perspectivas interguberna-mentales en el ámbito de la política exterior pue-den resolverse parcialmente si se introducen dosnuevos conceptos: el de comunitarización y el deeuropeización, y si la noción de intereses naciona-les –término que porta una inmensa cargavalorativa e ideológica, que es inoperante en uncontexto de integración y menos aún en un mun-do como el actual en el que se asiste a numerosasredefiniciones de los contenidos y de los objeti-vos internacionales por parte de los estados– lasustituimos por el concepto de preferencias in-ternacionales, noción más cambiante y menosrígida y, por tanto, más flexible para adaptarse alos nuevos entornos internacionales.

La comunitarización, en el sentido que im-plica una transferencia de soberanía a los órga-nos supranacionales, es una categoríaoperativa para el ámbito económico y financie-ro, donde el centro de gravedad del poder hatendido a desplazarse hacia las institucionessupranacionales, y donde los estados han teni-do que consentir la transferencia de parte desu soberanía a los órganos comunitarios, comoúnico procedimiento a través del cual buscansatisfacer determinadas preferencias a nivelregional e internacional. La europeizaciónalude a la modalidad de integración que preva-lece en los otros dos pilares del Tratado de laUnión, en los que en lo fundamental no se haabandonado la soberanía en favor de los órga-nos comunitarios. En este sentido, la europei-zación deja abierta la posibilidad de unaeventual transferencia posterior de competen-cias a la UE, pero recalca, al mismo tiempo, elmantenimiento de una alta cuota de soberaníaen materia de política exterior en manos delEstado24.

La política exterior se europeiza cuando laCEE/UE se convierte para el conjunto de susestados miembros en un sistema internacionalque les permite expresar y realizar parte impor-tante de sus preferencias nacionales y proyectarlasal plano externo. En principio, la negociación enpolítica exterior no es un juego de suma – cero,por cuanto esta “renacionalización” de las prefe-rencias internacionales puede reforzar la autori-

22 Dini, Lamberto. “L’Europa e l’America nell’età della globalizzazione”. La Habana 10 de junio de 1998,archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia.

23 Taylor, Paul. The European Union in the 1990’s. Oxford: Oxford University Press, 1996, p. 25.24 Mosrisse-Schilbach, Melanie. L’Europe et la Question Algérienne. París: PUF, 1999, capítulo primero.

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dad de la Unión Europea en la escena internacio-nal. Es, en este sentido, que la europeización ro-bustece el papel del Estado y permite alcanzarobjetivos que difícilmente podrían conseguirse demanera individual.

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Podemos distinguir varias modalidades deeuropeización. De una parte, se expresa comoen una política exterior interna a la UE en lamedida en que a través de ella los estadosmiembros persiguen ciertos objetivos dentrodel espacio comunitario y modifican así suposicionamiento internacional. Para un paíscomo España, la europeización significa unmedio de maximización de la protección queprovee un grupo más poderoso, al tiempo queaumenta la posibilidad de ejercer una mayorinfluencia sobre los socios más grandes. Comoya lo hemos señalado, desde varios ángulos sepuede sostener la tesis de que la integración enlas estructuras comunitarias constituye un fin ensí de la política española. Es el mercado donderealiza más de las dos terceras partes de su co-mercio exterior, en calidad de país de desarro-llo medio dentro de la organización se habeneficiado de la transferencia de recursos fi-nancieros y tecnológicos, es el lugar de origende la mayor parte de la inversión extranjeradirecta y la pertenencia a la organización ayudaa realzar su imagen internacional.

La política española hacia América Latina seconvierte en una política exterior interna, en lamedida en que la relación especial con los paísesdel continente americano maximiza el podernegociador de España dentro de la UE. En altogrado la política latinoamericana de España en losaños noventa estuvo motivada por los profundoscambios que tuvieron lugar en el continente euro-peo tras la caída del muro de Berlín. La intensifi-cación con los países de la “otra” Europa aumentóel temor de marginamiento de España en el con-cierto europeo. América Latina, en este sentido,se convirtió en la estrategia utilizada por Madridpara mantener cierta capacidad de incidencia enlas agendas comunitarias.

La inflexión de 1989, determinada por el final dela Guerra Fría, reorienta la diplomacia española.

Por una parte, España busca un espacio propio delámbito CPE y, por otra parte, define con claridaduna agenda propia (Mediterráneo y América Lati-na), diferente de la agenda prioritaria en la CPE(Europa Central y Oriental). La diplomacia espa-ñola actúa motivada por dos factores: la búsquedade un mayor estatus internacional (potencia me-dia) y la percepción de ser un país periférico en laNueva Europa25.

Otro ejemplo de esto lo encontramos en laidea de constituir una comunidad iberoamericanaque se ha propuesto crear un espacio iberoameri-cano que, con el tiempo, pueda derivar hacia laconformación de una comunidad genuina. Estacomunidad no ha sido pensada como un procesode integración o como una alianza económica opolítica, sino simplemente como un espacio deconcertación de países con una historia, lengua ycultura comunes, con el propósito de favorecer lainterdependencia económica y cultural, fortalecerla democracia y elevar el papel del conjunto en elescenario internacional.

Las cumbres iberoamericanas que han sido sucorolario han estimulado el surgimiento de estenuevo tipo de vinculación inexistente en el pasa-do. Los contactos regulares que de ahí se handesprendido han permitido ampliar la coberturade acción de España en el continente americano,y con sus resoluciones se ha ido conformando elespacio iberoamericano en ámbitos específicos.No obstante la significación política de estas cum-bres, se ha podido observar en los últimos años unagotamiento de las mismas.

Existen varias razones de fondo que explican ellanguidecimiento de este tipo de encuentros.Desde un punto de la política exterior española,principal gestor del espacio iberoamericano, eltema de lo iberoamericano sólo existe y se experi-menta a nivel de las cumbres, pero éste no haceparte de una verdadera política de Estado. Comoseñala un analista español,

Nunca se ha aceptado plenamente lo iberoameri-cano de forma incluyente y (...) su más alto nivelalcanzado han sido únicamente las cumbres ibero-americanas. La política exterior española haciaIberoamérica ha sido tradicionalmente una políti-ca exterior no incluyente, en el sentido de que nosiempre se han tenido en cuenta los intereses de

25 Barbé, Esther. “De la ingenuidad al pragmatismo: 10 años de participación española en la maquinariadiplomática europea”. En: Revista Cidob d’Afers Internacionals. Nos. 34-35. Barcelona: Fundación Cidob.

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los países y de las sociedades civiles iberoamerica-nas. Todo ello ha generado un discurso retórico, aveces falto de sentido práctico, y que ha propicia-do una cierta incomprensión26.

Este carácter no incluyente del tema de loiberoamericano se explica por el carácter funcio-nal que en alto grado Madrid le asigna a las rela-ciones con los países latinoamericanos: constituyeun mecanismo a través del cual Madrid fortalecesu papel de interlocutor natural entre Europa yAmérica, mantiene la centralidad del país ibéricoen la triangulación de las relaciones, con lo cualeleva sus márgenes de actuación a nivel interna-cional y aumenta su capacidad negociadora en elseno de la CEE/UE.

Esta misma circunstancia se observa en la lógi-ca de las relaciones económicas que Madrid man-tiene con los países latinoamericanos, las cuales, adiferencia de lo que ocurre en el plano político,se realizan a través de un cauce bilateral. Ello seexplica porque la triangulación de las relacioneseconómicas se encuentra aún en un estado inci-piente y sólo se ha alcanzado un acuerdo relativa-mente sólido de la UE con México. Pero másimportante aún es el hecho de que América Lati-na se ha convertido en un objetivo principal en elproceso de internacionalización de las empresasespañolas. Para ello se han beneficiado de lastransformaciones económicas que han tenidolugar en la región desde mediados de la décadade los años ochenta y de la privatización de em-presas del sector público.

El criterio que motiva esta multiplicación decontactos con América Latina se debe a las oportu-nidades que la región abre a España para una ace-lerada internacionalización de sus empresas. Comolo señalara Pedro Luis Uriarte, Vicepresidente yConsejero delegado del Banco Bilbao Vizcaya, BBV,refiriéndose a la crisis financiera que afectó a Amé-rica Latina en los años 1998 y 1999, señala quepermanecerán en la región, donde han invertidomás de 3.000 millones de dólares (unos 435.000millones de pesetas) porque no son capitales go-londrina. “Con los 3.000 millones de dólares quehemos invertido en Sudamérica no hubiésemosadquirido ni el 1% de un mercado europeo comoItalia”27. Lo mismo se observa con respecto a la

utilidad que se le asigna a Cuba, país en el cual handesempeñado un papel destacado las pequeñas ymedianas empresas. Según estimaciones de la Aso-ciación de Empresarios Españoles en Cuba, lasinversiones directas extranjeras españolas ascen-dían en 1995 a unos 12 mil millones de pesetas. Elnúmero mayor de empresas localizadas es de tama-ño mediano y pequeño. Según han manifestadoalgunos empresarios, Cuba ha sido la primera ex-periencia internacional de algunas empresas queposteriormente han invertido en México, Argenti-na y Marruecos28.

Desde una perspectiva institucional, la euro-peización es una política exterior interna queconlleva a una compleja interpenetración de lasinstancias que participan en su definición y, portanto, conduce a una redefinición de la insti-tucionalidad estatal para ajustarla a las necesida-des de la integración. En este plano, se observaque la europeización ha conducido a unacomunitarización de las distintas dependenciasestatales y a que éstas actúen como una esponjaque moldeablemente permita la interacción delos distintos niveles institucionales. Esta prolife-ración de intersticios a través de los cualesinteractúan los ámbitos comunitarios y los nacio-nales ha conducido igualmente a la creación demecanismos de coordinación de la política co-munitaria.

En la medida en que la política exterior espa-ñola se ubica en la doble dinámica del bilate-ralismo y del multilateralismo comunitario, lasrelaciones con América Latina se inscriben yreciben el influjo institucional que incide en lanaturaleza de las relaciones. En este sentido, lapolítica latinoamericana de España adquierenuevos impulsos cuando, por ejemplo, se suscri-ben acuerdos de la UE con países latinoamerica-nos. Entre éstos encontramos el acuerdo decooperación interregional Unión Europea-Mercosur y la firma de acuerdos de la UniónEuropea con México y Chile. El Mercosur, a par-tir de esta mayor interdependencia, se ha conver-tido en el socio privilegiado a nivel comercial yde inversiones de la UE y España en AméricaLatina. Para España, los países miembros delMercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Para-guay), a lo que se puede agregar a Chile en cali-

26 Mallo, Tomás. “De las cumbres iberoamericanas a la articulación de una comunidad iberoamericana denaciones”. En: Síntesis. Nos. 27-28, Madrid: 1998, p. 104. Véase también Rojas Aravena, Francisco. Las cumbresiberoamericanas. Una mirada global. Caracas: Flacso-Chile, Nueva Sociedad, 2000.

27 El País, 21 de septiembre de 1998.28 Valencia, Manuel. “Dos países siempre cercanos”. En: Economía Exterior, No. 8, primavera de 1999, p. 93.

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dad de Estado asociado, representaron en 1997el 56,8% de las exportaciones de España haciaAmérica Latina y el 54,4% de las importaciones.Esta participación del Mercosur es tanto másimportante si tenemos en cuenta que en 1991estos países representaban el 27,9% de las colo-caciones españolas en nuestra región y el 48,3%de las compras. Es decir, de aquí surge un supe-rávit con el Mercosur que se ha convertido en unobjetivo estratégico en las ofensivas españolaspara capturar nuevos mercados. Pero, más im-portante aún, España en esta triangulación de lasrelaciones comerciales se convierte en un paísque asume un protagonismo muy alto y pretendeincidir en el curso que adopten los vínculos en-tre la Unión Europea en general y el Mercosur.

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La europeización es una política exteriorexterna a la CEE/UE en la medida en que posi-bilita la multilateralización de temas políticos yeconómicos internacionales, crea las condicionespara una mayor aproximación de las políticasexteriores de los estados miembros, y esta simili-tud reduce las divergencias y las competencias.La europeización se refleja como “una maxi-mización” de posicionamiento internacionalcomo, por ejemplo, cuando un país acrecientasus facultades negociadoras a nivel internacionalpor el hecho de ser parte de la UE.

Este es el caso de España, país que ganó undoble prestigio frente a los países latinoamerica-nos: como modelo de transición democrática y,sobre todo, como nuevo punto de intersecciónentre América Latina y la Unión Europea. De otraparte, la relación especial con América Latina haservido para potenciar las capacidades negociado-ras de Madrid en el seno de la UE.

Las grandes inversiones que España ha realiza-do en América Latina son una buena demostra-ción de esta tendencia. En las relaciones deEspaña con América Latina, la Inversión Extranje-ra Directa, IED, ha desempeñado un importantepapel, tal como puede observarse en el cuadro 2.En cuanto a los criterios de selección de los paíseshacia los cuales se canaliza la IED, los inversio-nistas españoles se interesan en América Latinapor la densidad de los vínculos existentes a niveleconómico y político, lo cual abre posibilidadespara consolidar su presencia internacional a largo

plazo. En cuanto a las opciones estratégicas, laIED española en América Latina no parece desti-narse a explotar recursos naturales, sino que semotiva por las posibilidades de abrir nuevos mer-cados, sobre todo a partir del momento en que lospaíses de la región se comprometieron en apertu-ras comerciales y en la creación de acuerdos delibre comercio.

cuadro 2inversiones españolas en el exterior

1998 1999 2000

UE 27,9 34,5 48,8Europa no comunitaria 1,8 2,9 4,0Estados Unidos 7,8 0,7 7,9Paraísos Fiscales 3,6 2,5 1,3Europa Centro Oriental 0,39 0,23 1,93África 1,2 0,41 0,2América Latina 56,3 57,5 33,8Asia sin Japón 0,5 0,5 0,1

Fuente: Dirección General de Comercio e Inversión. Ministeriode Economía.

La destinación de grandes volúmenes de in-versión debe servir igualmente para intensificaruna dimensión económica en los vínculos entreEspaña y América Latina, lo cual adapta estosvínculos a la naturaleza económica de las relacio-nes de la UE con América Latina y ubica a Espa-ña en la intersección de esta dinámica. Empero,el móvil principal consiste en aumentar su efica-cia y reforzar la competitividad internacional deEspaña a través de la internacionalización de susactividades. Los sectores que más han concitadola atención de los inversionistas extranjeros hansido el sector financiero, los transportes y lascomunicaciones. Como señala el Ministro JosepPiqué,

En la fase actual de internacionalización de la eco-nomía española, no sólo destaca el hecho del enor-me crecimiento de las inversiones españolas en elexterior (6,2 billones de pesetas en 1999), sino lasignificativa concentración de este incremento enlos países de Iberoamérica (4 billones de pesetas),en donde las empresas españolas fueron las prime-ras inversoras, superando a EE.UU. pues acumula-ron el 53% del total de inversión extranjera en laregión29.

29 Piqué, Josep. “Nuevas fronteras de la política exterior de España”. En: Política Exterior. No. 79, enero-febrerode 2001, p. 64.

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La europeización también se expresa comouna política exterior refractada a través de laCEE/UE. Este es el caso cuando un país miembroutiliza los canales de la Comunidad para maxi-mizar su poder negociador o para conservar unaorientación política, insostenible si contara única-mente con los recursos nacionales. En este senti-do, la política latinoamericana de España hacreado un conjunto de expectativas en la región(intensificación vía España de los vínculos conotros países europeos) que no hubieran sido posi-bles de no ser parte de esta organización. Conello, España ha logrado hacer palidecer la tradi-cional predisposición de los países latinoamerica-nos por intensificar los vínculos con Alemania(gran potencia industrial europea), Reino Unido(tradicional inversor en la región), y Francia, porlos significativos lazos culturales y políticos quetradicionalmente este país ha construido conAmérica Latina.

España refracta su política exterior a través de laUE cuando se ha preocupado por dotar de uncontenido económico a las relaciones con AméricaLatina, lo cual no sólo se corresponde mayormentecon la naturaleza de la UE, sino que también conlo que anhelan los estados latinoamericanos de lasrelaciones con el Viejo Continente.

Naturalmente –escribe el Ministro de AsuntosExternos de España– esto supone un cambio cuali-tativo en la relación de España con América Lati-na. Una relación alejada ahora de la retórica untanto vacía de contenido que predominaba ennuestras relaciones hasta hace algunos años, y queha permitido revitalizar nuestros vínculos tradicio-nales, dotándolos de una savia nueva en los secto-res económico, financiero, empresarial ytecnológico. La política de España hacia AméricaLatina presenta realmente perfiles inéditos hastahace bien poco30.

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La europeización también puede ser la interio-rización de una política exterior homogeneizadade la CEE/UE en relación con la posición queadoptan algunos países extracomunitarios (v. gr.Estados Unidos). En este caso, las posiciones

comunitarias se realizan no sólo a partir de laspreferencias y posiciones que sostienen los paísesmiembros, sino que también éstas se encuentranatravesadas por factores o actores extracomu-nitarios que, en determinadas ocasiones, inducena la adopción de determinadas posiciones porparte de los países miembros y de la CEE/UE. Eneste caso, la política española en dirección a Amé-rica Latina no sólo tiene que tener en cuenta elmarco institucional comunitario en que se desen-vuelve parte de su actuación, sino el influjo queemana de un país extracomunitario de gran pesoa nivel continental como Estados Unidos.

Ello, en parte, explica las constantes oscilacio-nes en la orientación que siguieron los gobiernossocialistas españoles con relación a América Lati-na. Bajo la dirección del primer ministro socialis-ta de asuntos externos, Fernando Morán, entrelos años 1982 a 1986, se intentó darle una mayorfluidez a las relaciones con los países no euro-peos y se defendió una mayor equidistancia conrespecto a los Estados Unidos31. Con su sucesor,Francisco Fernández Ordóñez, 1986 y 1993,como una manera de obviar el referente norte-americano, sostuvo la idea de una mayor conver-gencia de la política latinoamericana con laeuropea y abogó por otorgarle una mayorcentralidad a los asuntos latinoamericanos en elseno de las organizaciones comunitarias. Duran-te la dirección de Javier Solana se le dio conti-nuidad a esta última orientación.

Las relaciones de la UE y de España con Amé-rica Latina tienen en cuenta una fractura de tipogeopolítico que se presenta en el continenteamericano. Mientras la Gran Cuenca del Caribe,región que incluye el norte de América del Sur yCentroamérica, con la sola excepción de Cuba,se encuentra dentro de un gran designiogeopolítico norteamericano, cuyos estados man-tienen estrechos vínculos con la potencia delNorte, el resto de América del Sur y sobre todoel Cono Sur constituye una zona menoshegemonizada por parte de los Estados Unidos.En su afán de mantener mayores márgenes deautonomía, los gobiernos de estos países se hanpreocupado por desarrollar una inserciónmultilateral en la que determinados actores noamericanos sirvan de contrapeso y equilibrio alpoder de los Estados Unidos. En este sentido, enel Cono Sur ha existido una predisposición ma-

30 Ídem.31 Morán, Fernando. “Principios de la política exterior española”. En: Leviantán, No. 16, 1984.

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yor a intensificar las relaciones con Asia y sobretodo con los países europeos.

Los estados de la Unión Europea y obviamenteEspaña, grandes conocedores de esta realidadgeopolítica, se han propuesto acrecentar el acer-camiento con estos gobiernos, siendo mucho máscautelosos en lo que se refiere a aumentar la pre-sencia en la Gran Cuenca del Caribe. Esto quedaclaramente demostrado cuando se analiza la diná-mica del comercio internacional de España y tam-bién de los otros países de la Unión Europea.

En los intercambios comerciales se destaca elescaso peso que para España tienen los paísescentroamericanos y del Caribe, con las únicasexcepciones que son Cuba, país con el cual semantiene una “relación especial”, y RepúblicaDominicana, que además del amplio desarrolloturístico, ha incrementado sus vínculos desde elmomento de su ingreso al conjunto de países delAcuerdo de Lomé. Los países de América Central,descontando Panamá, representaron el 3,2% deltotal de exportaciones españolas hacia AméricaLatina en 1997 y el 3,9% de las importaciones.

Incluso el intercambio con México ha tenidoun comportamiento oscilante. De representar ellugar de destino del 28,1% de las exportacionesespañolas hacia América Latina a inicios de losnoventa, descendió en 1995 al 11,6% y en 1997representó el 13,8%. Del lado de las importacio-nes, se pasó, en esos mismos años, del 32,1% al21,3 y 22,4%. En esta situación han intervenidobásicamente dos factores: de una parte, la crisisfinanciera mexicana de 1994 y sobre todo la des-viación comercial que supuso la creación delNAFTA, lo que aumentó el comercio azteca conEstados Unidos en tres años en un 64%32. Lasautoridades españolas han perseverado en suempeño de fortalecer los vínculos económicoscon México y por esta razón, en el marco delAcuerdo económico integrado en el Tratado, elGobierno español puso a disposición del mexica-no, y de los empresarios de ambos países, unalínea de crédito por valor de 1.500 millones dedólares, de los cuales 300 millones estaban reser-vados a pequeños y medianos proyectos.

Igualmente, la pertenencia de España a laOTAN y las relaciones con los Estados Unidos através de esta organización también terminaronimponiendo una mayor dosis de realismo a la polí-tica latinoamericana de España. Desde el momento

en que España ingresó a la OTAN, su política haciaEstados Unidos comenzó a presentar importantesvariaciones. Se optó por tratar de alcanzar un difí-cil equilibrio entre la acción autónoma de Españaque debía reconstruir sólidas bases para la intensifi-cación de sus vínculos con América Latina y loslímites que imponían los intereses norteamerica-nos en la región. Por esta razón, cuando se creó elgrupo de Contadora, el gobierno español optó pormodificar su posición, le bajó el perfil a su partici-pación, favoreció la estrategia de apoyar las iniciati-vas que surgieran de los países de la región y tratóde involucrar más decididamente a la Comunidaden la región a través de la Conferencia de San José.“En este sentido, cambió la estrategia de actuacióny mediación del gobierno socialista en la regiónoptándose principalmente por la acción indirecta,el apoyo a los planes de paz de la zona, el plantea-miento del tema en el Consejo de Europa y, unavez en la CEE, por la actuación en el marco de lamisma”33.

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Por último, la europeización puede asumir lamodalidad de una política exterior institucio-nalizada, como, por ejemplo, cuando en relacióncon un problema, un país o una zona, los estadosmiembros no logran –o no se proponen– conce-bir sólidas estrategias y son sustituidos por losdiseños que se originan en los órganos comunita-rios. En este caso la UE se convierte en un actorsuplementario que canaliza la “voluntad” del con-junto de los estados miembros.

Esta política exterior institucionalizada es laque ha prevalecido en relación con Cuba. Tras ladisolución del campo socialista y debido a la ex-clusión de Cuba del mercado norteamericano, losprincipales objetivos en la proyección exterior delpaís caribeño se centraron en intensificar las rela-ciones con los países de la CEE/UE y de AméricaLatina. En las nuevas condiciones internacionalesde la Posguerra Fría, se ha observado una ciertareciprocidad por parte de la Unión Europea.Ilustran esta tendencia la creación en abril de1994 de una oficina de ayuda humanitaria ECHOen la Habana, el establecimiento del diálogo entrela Comisión Europea y el gobierno y la conserva-ción de un significativo volumen de cooperacióneconómica y ayuda humanitaria a la isla.

32 Ojeda, Mario. “México y España veinte años después de la reanudación de las relaciones”. En: ForoInternacional. Vol. XXXVIII, México: abril-septiembre de 1998, p. 167.

33 Del Arenal, Celestino. Ob. cit., p. 144.

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Igualmente, el endurecimiento de las actitudeshostiles de Estados Unidos frente a Cuba, el bajolugar que la isla ocupa en la agenda comunitaria yde la mayoría de los países miembros de la Unióny la rivalidad entre la UE y Estados Unidos enAmérica Latina se han convertido en factores quehan creado las condiciones para que la Uniónponga en práctica una modalidad de PESC enrelación con Cuba. En tal sentido, el 2 de diciem-bre de 1996, a iniciativa del gobierno español, laUE adoptó una posición común sobre Cuba, conel objetivo de “favorecer un proceso de transiciónhacia una democracia pluralista y el respeto de losderechos humanos y libertades fundamentales”, loque se ha constituido en la primera ocasión enque se aprueba un documento de la PESC, quevincula a todos los estados miembros, en relacióncon un país latinoamericano.

El documento señala el interés de que la transi-ción se inicie desde el actual régimen, condiciona lacooperación a los avances que se registren en elplano democrático, declara el interés en fomentar eldiálogo con todos los sectores, exige el respeto delos derechos humanos y propone canalizar la ayudahumanitaria a través de las agencias no guberna-mentales. Los aspectos novedosos de esta posición seresumen en el condicionamiento de un eventualacuerdo de cooperación a avances hacia la democra-cia en Cuba, el mayor activismo que asume la UE enla promoción de una transición pacífica en Cuba yla canalización de la ayuda humanitaria a través deinstancias no gubernamentales.

El hecho de que América Latina y Cuba enparticular ocupen una baja prioridad en la escalade preferencias para la mayoría de los estadosmiembros de la UE es lo que hace que el consen-so en estos asuntos plantee menos dificultades ypolémicas y sean más grandes las posibilidadespara que se active una posición común y concerta-da de la Unión Europea hacia los problemas de laregión. Pese al dinamismo de la política españolahacia Cuba, en buena medida sus acciones siguenlos derroteros generales que plantea la UE enrelación con este país.

Otro ejemplo de esta política exterior institu-cionalizada se observa en la celebración de laPrimera Cumbre entre la Unión Europea y Améri-ca Latina los días 28 y 29 de junio de 2000 en Ríode Janeiro, que congregó a un total de 48 jefes deEstado para dar inicio a una zona de libre comer-cio entre ambas regiones. Esta cumbre hace partede una iniciativa conjunta hispano-francesa y fueanunciada por primera vez por el PresidenteAznar en la VI Conferencia Iberoamericana, cele-

brada en Viña del Mar, en noviembre de 1996.En la declaración final se estipuló que a partir

de noviembre comenzarían las negociaciones noarancelarias entre la UE y el Mercosur más Chilepara liberalizar su comercio antes del año 2005.Se aprobó igualmente renovar el régimen de pre-ferencias arancelarias con la Comunidad Andinade Naciones hasta el año 2004. Por su parte, seestableció que las negociaciones arancelarias en-tre la UE y la Comunidad Andina de Naciones seiniciarían el 1 de julio de 2001. Las dos regionesse comprometieron a preservar la vigencia plena eirrestricta de las instituciones democráticas y pro-cesos electorales libres, justos y abiertos. Manifes-taron un enérgico rechazo al unilateralismo y sefijó la próxima cumbre para los días 17 y 18 demayo de 2002 en España. Una de las principalesconsecuencias de esta cumbre radicó en que lospaíses de la Unión Europea mostraron su interéspara proseguir en la senda del acercamiento conAmérica Latina, antes de que se ponga en marchael gran acuerdo de la zona de libre comercio deAmérica, previsto para el año 2005. Del lado lati-noamericano, no se alcanzaron los objetivos de-seados por cuanto no se logró generar unconsenso en torno a la demanda de reducción delas barreras y subsidios que impiden que los pro-ductos agropecuarios latinoamericanos ingresenlibremente a Europa.

En las nuevas coordenadas internacionales, enlas cuales las relaciones entre la UE y AméricaLatina parecen haber pasado a un segundo planodebido a la importancia que últimamente hanconcitado temas como la ampliación de la UE, losconflictos en los Balcanes y el Oriente Próximo,importantes figuras de la vida política españolahan buscado redimensionar la dimensión latinoa-mericana de la política exterior española y comu-nitaria. Así, por ejemplo, el eurodipultado JoséIgnacio Salafranca declaraba al periódico madrile-ño del 16 de noviembre de 2001, que “el diálogoentre la UE y América Latina, abierto en Roma en1990, necesita no sólo de una voluntad políticarenovada sino también de nuevos proyectos queconsoliden y puedan hacer avanzar las relacionesante los desafíos del tercer milenio”.

En síntesis, el caso latinoamericano demuestraque la europeización constituye una dimensión enla que transcurre la política latinoamericana deEspaña. A través de ella, Madrid activa intensasrelaciones con la región, con lo cual maximiza supoder negociador dentro de la UE y frente a lospaíses latinoamericanos.

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CO N C LU S I Ó N

Mientras los países latinoamericanos han mos-trado una gran pasividad a la hora de definir unperfil de relación con España, desde inicios de latransición democrática Madrid asumió la tarea dedeterminar la calidad de las relaciones con lospaíses latinoamericanos. En tal sentido, no esequivocado decir que la esencia de estas relacio-nes es más tributaria de las iniciativas españolasque de una presunta predisposición natural de lospaíses latinoamericanos en relación con España.

La política latinoamericana de España en losnoventa se ha llevado a cabo básicamente dentrode los cauces comunitarios. De ahí que no obstan-te el interés de las autoridades ibéricas por desa-rrollar un relacionamiento particular con la

región, la acentuada comunitarización de Españadentro de la UE ha terminado reproduciendo losvínculos a través de la intermediación comunitariatanto en la práctica, como cuando la UE se con-vierte en un referente para la actuación.

A la fecha, la calidad de estas relaciones repo-sa en las iniciativas españolas y ante todo satisfa-cen las preferencias internacionales del paísibérico. Pero España ya hizo todo lo posible parasacarle provecho a estas relaciones y difícilmentedesplegará mayores esfuerzos para elevar la cali-dad de las mismas, toda vez que por ser relacio-nes que se han europeizado, una mayorintensificación de los vínculos entre la UE y Amé-rica Latina le arrebataría este importante capitalpolítico a Madrid.

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El conservatismo y el liberalismo, como estánconstituidos (...) son una arbitraria supervi-vencia que hará crisis más o menos tarde (...)Cuando sea imposible para una gran masade ciudadanos vivir sometidos a una discipli-na partidista que imponga el sacrificio de lalibertad de opinar sobre las materias másgraves y de mayor interés para la Patria, esaopinión flotará de un partido a otro (...) y losutilizará a ambos como lo que deben ser: comoinstrumentos para realizar programas admi-nistrativos, y no sectas religiosas incon-movibles, sin finalidad determinada, a loscuales se incorporen los colombianos paraodiarse recíprocamente, no por los resultadosdel juego, sino por el juego mismo.

Alfonso López Pumarejo1

el siguiente ensayo es un primer esfuerzopor comprender la relación que se ha estableci-do en Colombia entre las esferas política y cultu-ral. El interés por interpretar el vínculo entrepolítica y cultura está motivado por la preocupa-ción que la degradación del conflicto armadocolombiano suscita, y en una intuición-apuesta:quizás al indagar por la manera como ciertos as-pectos de la política y la cultura se han ido entre-tejiendo en el país, emerjan algunas pistas paracomprender por qué los colombianos no hanlogrado transitar de la confrontación violenta a latramitación dialogada de sus conflictos, y másprecisamente, por qué, a pesar de la persistenciade procesos electorales, actores políticamentesignificativos siguen optando por el uso de lasarmas.

María Emma Wills ObregónProfesora del Instituto de Estudios

Políticos y Relaciones Internacionales,

IEPRI, Universidad Nacional

de Colombia

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Inclusión partidistay exclusióncultural enColombia: pistaspara comprendersu relación

1 Citado en: González, Fernán. “Legislación ycomportamientos electorales: evoluciónhistórica”. En: González, Fernán. Para leer lapolítica. Tomo I. Bogotá: Cinep, 1997, p. 145.

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C U LT U R A Y P O L Í T I C A E N C O LO M B I A :

H I P Ó T E S I S Y P E R I O D I Z AC I Ó N

La hipótesis central de este ensayo es que enColombia, luego de la Independencia, entre lasesferas política2 y cultural3 se produjerondisonancias, algunas veces matizadas, y en otrasmuy agudas: si por un lado las prácticas políticaspromovieron la construcción de redes

multiclasistas de tipo clientelista que permitieronla inclusión de los sectores populares al mundode las pasiones y las componendas partidistas,por el otro, las representaciones culturales sobrela autoridad y el prestigio social promovidas porlas elites político-intelectuales legitimaron unadistinción entre política profana4 y gran política5

que justificó la exclusión de los otrora incluidos.

2 En este trabajo se entiende por esfera política el campo donde variados actores negocian las reglasexplícitas del juego político –Constituciones, Derecho, leyes–, el andamiaje institucional y la orienta-ción general del Estado. Este último aspecto remite a pensar la política como una actividad quearticula el presente a una visión colectiva de futuro deseable, y formula caminos para orientar lasenergías nacionales hacia su consecución. Además de este aspecto, lo político incluye la manera comolos actores ponen en práctica esas reglas de juego y luchan por el acceso a los altos cargos del Estado através de hábitos y destrezas tanto de tipo formal como informal.

3 La esfera cultural se define como el ámbito de las representaciones que los actores políticos y socialesconstruyen (y que los construyen) sobre la realidad y el orden, y sobre el lugar que ellos y los demásocupan en el mundo; los actores internalizan estas representaciones hasta tal punto que las viven comosi ellas fuesen naturales y obvias, y por tanto de cierta manera incuestionables. Las representacionesconstituyen las categorías sociales relevantes en un orden, delimitan su contenido imputándole unconjunto de atributos, y producen las fronteras para distinguir unas categorías de otras. Las represen-taciones no son políticamente neutrales en la medida en que establecen jerarquías e inclusiones yexclusiones de y entre las categorías. De allí su nexo inexorable con el poder. Mientras las repre-sentaciones imputan rasgos denigrantes a unas categorías, a otras las asocian con atributos elogiososgenerando jerarquías de índole moral, estética y política. Además de estas escalas, las representacionesasimilan un cierto tipo de categorías con esferas específicas, ellas también evaluadas según su grado deautoridad, prestigio y poder. En otras palabras, las diferencias construidas culturalmente justifican porlo general la desigualdad social y política, y el acceso privilegiado de unas categorías específicas a loscargos de poder y autoridad. Por ejemplo, con el advenimiento de la Modernidad, la democracia se vioasociada a tres categorías centrales: la Nación, la ciudadanía y el pueblo. A pesar de que las tres seconciban muchas veces como construcciones políticamente neutrales, las representaciones que sobreellas tejen las elites y los sectores populares en los distintos países, cada uno a su manera, definenfronteras y rasgos que se asocian e incluyen específicamente a ciertas categorías, mientras simultá-neamente excluyen otras. La competencia entre actores por imponer sus representaciones hace que lacultura, lejos de ser un terreno idílico, se constituya en una esfera conflictiva y diversa. Por lo demás,las diferencias culturales no se dirimen en un terreno neutral: las instituciones estatales y los mediosde comunicación refrendan y ponen a circular ciertas representaciones, e invisibilizan o censuranotras convirtiendo ciertos conjuntos de representaciones en dominantes y otros en subalternos. VéanseGramsci, Antonio. Selections from the Prison Notebooks. Londres: Lawrence and Wishart, 1982. Hall,Stuart. “Cultural Studies: Two Paradigms”. En: Dirks, Nicholas, Geoff Eley y Sherry Ortner (editores).Culture / Power / History. A Reader in Contemporary Social Theory. Princeton: Princeton University Press,1994, pp. 155-200. Bourdieu, Pierre. “Structures, Habitus, Power: Basis for a Theory of SymbolicPower”. En: Dirks, Nicholas, Geoff Eley y Sherry Ortner. Ob. cit., pp. 520 - 537. Fraser, Nancy. IustitiaInterrupta. Reflexiones críticas desde la posición postsocialista. Bogotá: Siglo del Hombre Editores -Universidad de los Andes, 1997; Bourdieu, Pierre. Language and Symbolic Power. Cambridge: HarvardUniversity Press, 1991.

4 Por política profana se entienden aquellas actividades diarias de intercambio, negociación y cabildeo,pero también aquellas realizadas en torno a campañas y elecciones, todas conducentes a mantener lasredes políticas vivas, y a las bases conectadas con caciques, manzanillos y jefes de partido. Su sellodistintivo es su naturaleza multiclasista, y el hecho de que se realiza en las calles, las tiendas de laesquina, los salones comunales, la escuela local o la plaza pública, todos lugares de acceso abierto. Apesar de que parecería que esta política sólo está relacionada con el intercambio de bienes por votos, através de ella también se ponen a circular ideas, programas, propaganda, símbolos, emblemas, cartillascívicas, que van creando un sentimiento de pertenencia no sólo a la red política concreta sino tambiéna una “comunidad imaginada” de copartidarios.

5 Es aquella reservada para los “líderes naturales” de las grandes colectividades, que se realiza a “puertacerrada”, en los salones o clubes de la elite social, y que sigue rituales y un código de estilo propios. Es allídonde se toman decisiones de Estado, donde se define la orientación de la política económica del país.

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Levantadas sobre representaciones que asociaronel ejercicio de la autoridad y el poder con elmanejo de las letras, un sexo en particular y unaraza en especial, las barreras de entrada a la granpolítica se mantuvieron para distinguir a los“jefes naturales” de las dos grandes colectivida-des políticas de gamonales, manzanillos y caci-ques locales, y de sectores populares a vecesdemasiado bulliciosos. Por lo demás, estas repre-sentaciones ayudaron a trazar los contornos deuna nación en proceso de ser imaginada: la granpolítica se asoció a las gestas de aquellos héroesescogidos para imprimirle su carácter a la Na-ción. De esta manera, el régimen político colom-biano, en sus orígenes, no puede ser descrito deun tajo como excluyente y elitista, o por el con-trario, como democrático e incluyente. Lo para-dójico es que fueron justamente ambas cosas, y lasimultaneidad de estos procesos le otorgan, enparte, la singularidad a la trayectoria políticacolombiana.

La combinación de inclusión clientelista/ex-clusión cultural explica de alguna manera la ines-tabilidad del orden y la dificultad que los sectorespopulares enfrentaron para formular un proyectopropio desde el cual negociar con las elitesbipartidistas unas reglas del juego político y unmodelo de desarrollo. Incorporados muy tempra-namente a las redes clientelistas, los sectores po-pulares6 prontamente se politizaron, y encircunstancias excepcionales desempeñaron unpapel activo exigiendo derechos y reconocimien-tos, y otorgando sus propios significados a nocio-nes centrales como las de democracia, ciudadanía

y pueblo. Sin embargo, estas expresiones de auto-nomía y rebeldía no lograron confluir y culminaren la construcción de una identidad política pro-pia, situación que en parte fue propiciada por laposición confusa que ellos ocuparon dentro delnuevo orden social. Excluidos de los escenarios dela gran política reservados para la gente “comme ilfaut”, los sectores populares se situaron en unlugar –adentro y afuera del régimen– desde don-de les fue difícil nombrarse claramente, enunciarsu malestar y promover proyectos propios. Enotras palabras, los sectores populares se confun-dieron demasiado con las elites por la vía de lasredes clientelistas, y a la vez se distinguieron, o losdistinguieron, de manera tan tajante de los “cul-tos”, que no fueron ni “lo mismo” como paratener los mismos derechos de opinión y decisiónpolítica que los “de arriba”, ni tan distintos comopara percibirse a sí mismos como “otros” y articu-lar de manera autónoma una visión propia delmundo.

El partido liberal justamente representó unpapel de bisagra entre el afuera y el adentro, en-tre lo popular y las elites, que contribuyó a esaconfusión. En su interior se desarrolló una co-rriente igualitarista que infortunadamente fuederrotada en varias coyunturas clave, bajo el influ-jo de otras vertientes liberales, unidas muchasveces al conservatismo. A pesar de las semi-traicio-nes implícitas en estas derrotas políticas, la memo-ria de las bases populares liberales se construyóalrededor de las gestas y las luchas heroicas por laigualdad que las corrientes derrotadas del partidolideraron. Más que evaluar al liberalismo sobre la

6 En contravía de una tradición marxista que asumió a la clase obrera como el sujeto central de unaacción política transformadora, este trabajo parte del supuesto de que un orden social está cruzadopor relaciones de explotación, y simultáneamente por múltiples y heterogéneas relaciones desubordinación, producto del uso discriminatorio de diferencias étnicas, de género, de raza, degeneración o de orientación sexual. Por otra parte, las relaciones de subordinación no sonequivalentes ni garantizan la existencia de sectores populares. La diferencia estriba en que hayarreglos de género o de raza que subordinan (lo femenino / lo negro a lo masculino/ lo blanco), perono todas los sectores populares son de origen o se identifican con lo popular. Lo que distingue a lossectores populares de otros actores es que confluyen alrededor de un discurso político que crea unsujeto político –el pueblo–, que lucha simultáneamente por conquistar una igualdad social yeconómica, y contra diversas formas de subordinación. Así entendidos los sectores populares, no sólose refieren a los obreros sino que pueden incluir indígenas, negritudes, desempleados, intelectuales,clases medias, siempre y cuando estos sectores se representen a sí mismos como populares y se sientanparte de un campo político compartido, el de lo popular, claramente diferenciado del campo de lasoligarquías. Laclau, Ernesto. Politics and Ideology in Marxist Theory. Londres: Verso, 1983, y Laclau,Ernesto y Chantal Mouffe. Hegemony and Socialist Strategy. Towards a Radical Democratic Politics. Londres,Nueva York: Verso, 1987.

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base de las políticas públicas ejecutadas por elpartido cuando gobernó, los liberales de baseeligieron rememorar los gestos solidarios y elempeño igualitarista de algunos de sus líderes.La memoria es selectiva; de ahí el fuerte arraigoelectoral de esta colectividad.

Además de esta inclusión trunca o exclusióna medias, en Colombia la relación entre políticay cultura estuvo mediada por el papel que laIglesia católica desempeñó en el andamiajepolítico. En general, aun bajo regímenes mo-dernos, las iglesias, como instituciones que pro-mueven representaciones culturales, siguenejerciendo un rol político importante, perosiempre de manera indirecta. En Colombia, estasutil intervención se vio remplazada por unainjerencia directa en política: en circunstanciascríticas, la Iglesia católica convirtió al púlpito,sin ambages, en una mediación política. Bajo suinflujo, los colombianos adoptaron representa-ciones de la política más cercanas a la guerraque al debate, poco propicias a la negociación,la cooperación y el consenso. Por esta razón,por momentos, las filiaciones partidistas termi-naron asemejándose, más a ejércitos de creyen-tes que a organizaciones seculares.

Además de la tesis general sobre las disonan-cias entre política y cultura, el presente trabajopretende también caracterizar muy esquemática-mente los momentos por los que atravesó la dis-tinción entre política profana y gran política. Enun primer momento (1850-1920) se construyeronlas prácticas clientelistas y las representacionesculturales que darían pie a esa curiosa combina-ción de inclusión-exclusión que acompañaría laformación de la democracia colombiana. Hasta1886, las barreras de distinción entre la gran polí-tica y la política profana tendrían una consistenciaporosa, propiciada en parte por el esquema federalque asumió el Estado a partir de 1863. La Regene-ración modificaría esta situación transformando laporosidad en barrera. Si, por un lado, las prácticasclientelistas de tipo multiclasista decantadas du-rante períodos anteriores se mantuvieron, porel otro, la Regeneración produjo nuevas reglaspolíticas que refrendaron institucionalmente las

representaciones elitistas sobre la autoridad, elprestigio social y el poder. De esta manera, reglasy representaciones, retroalimentándose mutua-mente, promovieron una distinción tajante entregran política y política profana.

El segundo momento (1920-1986), el de unadisolución gradual pero anómica de las barreras, seinaugura en los años veinte bajo la presión de unciclo de movilizaciones sociales y la fundación decorrientes de izquierda. Estos y otros procesos(las corrientes lopistas y gaitanistas) contribui-rían a romper las barreras de distinción y a pro-mover la entrada de los sectores populares a losespacios más venerables del poder. Más tarde, enla década de los sesenta, cuando las representa-ciones culturales que sostenían las barreras deentrada a la gran política comenzaron aderruirse bajo el influjo de otras fuerzas –urbani-zación acelerada, secularización, expansión de laeducación y de los medios masivos de comunica-ción–, la entrada de los sectores populares a losespacios más sacros del poder no vino de lamano de una identidad cohesionada en torno aun proyecto político propio. Intentos como losdel MRL o la Anapo también fracasaron. De estamanera, la masificación de la gran política, laentrada de los políticos de “carrera”, de aquellosno ungidos por el aura de la cultura culta, sehizo por la vía de las distintas redes políticas a lasque pertenecían. Mimetizados en un liberalismoy un conservatismo ideológicamente diluidos,esos “no presentables”7 no cambiaronsustancialmente las reglas del juego político niaportaron a este campo proyectos de desarrollo yde Estado propios. Su llegada no implicó, portanto, remezones profundos en las estructurasdel poder político.

Finalmente, los procesos de apertura del régi-men asociados a la descentralización política(1986) y la aprobación de la Carta Constitucio-nal de 1991 marcan el inicio del último momen-to –la reparación en entredicho (1986-2002)– en elque se inscribe la coyuntura actual. A pesar desus buenas intenciones, y a juzgar por el impactoque han tenido, la descentralización y la nuevaConstitución no han logrado desencadenar los

7 Fue Francisco Gutiérrez quien por primera vez enunció la división que intentan reconstruir las elites paradistinguirse de los políticos de origen popular: el espacio público estaría dividido entre los “presentables”,con “capacidad de aparecer como respetables y con destrezas de alto estatus ante los medios de comunicaciónmasivos...” y los “representables”, que ganan elecciones pero que no despliegan los rasgos necesarios para servistos como “presentables”. Gutiérrez, Francisco. La ciudad representada. Política y conflicto en Bogotá. Bogotá:Tercer Mundo Editores - IEPRI, 1998.

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procesos de democratización que las animaron.Las nuevas reglas de juego y las nuevas represen-taciones de nación y ciudadanía no han suscita-do la emergencia de proyectos capaces detraducir, a términos políticos negociables, losmúltiples conflictos que nutren la violencia co-lombiana. En un contexto global árido donde eldiscurso antipolítico se mueve con fuerza y enmedio de múltiples escándalos de corrupciónpolítica, los intentos colombianos por configurarproyectos capaces de representar y ordenar lastensiones y los conflictos sociales naufragan. Hayque decirlo: la superación de las barreras dedistinción entre gran política y política profanano ha cumplido hasta el momento la promesademocratizadora que encerraba. El resultado,poco halagador, no es sólo producto de unascondiciones coyunturales, sino que tiene que vercon las formas en que, en el largo plazo, se fue-ron articulando política y cultura en el país.

PRIMER MOMENTO (1850-1920): INCLUSIÓN

POLÍTICA + EXCLUSIÓN CULTURAL

A quienes proclaman a voz en cuello que elrégimen político colombiano ha sido y sigue sien-do fundamentalmente excluyente, hay que recor-darles que la historia del país y sobre todo laconstrucción de sus partidos políticos, demues-tran lo contrario. Colombia, en contraste con susvecinos del Norte y del Sur, ha sido excluyente,como lo han sido también ellos, pero –y ahí radicasu singularidad–, paradójicamente también hasido incluyente.

A diferencia de Perú, Ecuador o México, Co-lombia se caracteriza por la formación temprana

de sus partidos políticos; para 1850 ya podemoshablar de liberalismo y conservatismo. Estos parti-dos fueron los agentes de la formación de redespolíticas estables que tejieron puentes entre elites ysectores populares de distintas regiones del país.Fueron estas colectividades partidistas también lasque introdujeron a la vida política a pueblos y ve-cindarios de regiones apartadas, las que iniciaroncampañas de educación cívica orientadas a la ple-be, las que difundieron una imagen de ciudadanovirtuoso entre las gentes del común, las que sedieron a la tarea de imprimir panfletos, cartillas,folletos y proclamas, las que movilizaron redes decompadres, amigos y copartidarios durante losperíodos electorales8 y las que politizaron a artesa-nos, arrieros y bogas9.

Evidentemente estos partidos no fueron deltodo democráticos, como esperaríamos que lofueran a principios del siglo XXI. Sin embargo,vistos dentro del contexto del siglo XIX latino-americano, estas redes políticas fueron agenteseficientes de incorporación del mundo provincialy pueblerino al debate político. Esto no suponeque estas fuerzas políticas trataran bien a indíge-nas, mulatos y negros, o que incorporaran a susesferas de debate público las voces femeninas,pero sí que politizaron a grandes sectores de lapoblación.

También hay que recordar que la política de-mostró ciertos márgenes de autonomía frente a lasgrandes elites económicas. Hacendados y comer-ciantes no controlaron enteramente la actividadpolítica, sobre todo aquella que se jugaba en losterrenos de la guerra y de las urnas. Políticos adve-nedizos de provincia, muchas veces de extracción

8 En Colombia, entre 1810 y 1886 hubo muchos procesos electorales. Sin embargo, la mayoría de ellos teníanun carácter indirecto y suponían restricciones censatarias y capacitarias al sufragio. Sin embargo, a pesar deestas restricciones, estos rituales electorales, muy frecuentes en el país, y las campañas que los acompañaban,sirvieron para instilar en muchos individuos lealtades y pasiones partidistas en la medida en que no todosvotaban pero muchos sí participaban. Véanse Registraduría Nacional del Estado Civil. Historia ElectoralColombiana. Bogotá, s.f.; Posada Carbó, Eduardo. “Civilizar las urnas: conflicto y control en las eleccionescolombianas, 1830-1930”. En: Boletín cultural y bibliográfico. Vol. 32. No. 39. Bogotá: Banco de la República,1995, pp. 3-26. González, Fernán. “Legislación y comportamientos electorales: evolución histórica”. En: Ob.cit., 1997, pp. 95-164.

9 Malcolm Deas, en un ensayo sobre la política en el siglo XIX, justamente ilustra vívidamente cómo las gentes delcomún fueron incorporadas muy tempranamente a un debate político de dimensiones nacionales. Sin embargo,aceptando esta inclusión activa y multiclasista al debate político, este trabajo sostiene que las bases, politizadasmas no representadas, quedaban en la incómoda situación de pertenecer, pero en un lugar semejante al de uncoro: para que pudiera repetir las arias de los tenores principales. Deas, Malcolm: “La presencia de la políticanacional en la vida provinciana, pueblerina y rural de Colombia en el primer siglo de la República”. En: Deas,Malcolm: Del poder y la gramática y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombianas. Bogotá: Tercer MundoEditores, 1993, pp. 175-206. Aguilera, Mario y Vega, Renán. Ideal democrático y revuelta popular: bosquejo histórico dela mentalidad política popular en Colombia, 1781-1948. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1998.

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popular, empuñaron las armas o utilizaron losvotos para defender reclamos colectivos, pero tam-bién para promoverse a sí mismos en el escalafónsocial10.

No obstante el éxito alcanzado por la inclu-sión, la política mostró dos tipos de límites: unosocio-geográfico y otro cultural. En cuanto a ladimensión socio-geográfica, es necesario señalarcómo algunas regiones –los “espacios vacíos” o“tierras calientes”11 –, quedaron por fuera de lasredes clientelares. De esta manera, mientras unaporción del país entró en los juegos del poderpartidista y en las reparticiones burocráticas,otra, nada desdeñable, quedó excluida o se ex-cluyó12.

En cuanto al límite cultural, a partir de los pro-cesos de centralización institucional que propicióel arreglo regeneracionista de finales del siglo XIX,se consolidaron las fronteras entre la gran políticay la política profana. Desde ese momento, la políti-ca cotidiana siguió siendo un ámbito incluyente yfluido, mientras la gran política se constituyó comouna esfera protegida del barullo y el desorden pormacizas fronteras culturales. Fue desde este últimoámbito desde donde hablaron los “jefes naturales”de las dos grandes colectividades.

Frente a la implosión y la inestabilidad políticasuscitadas por el arreglo constitucional deRionegro, la Regeneración representó un proyec-to de centralización estatal y de búsqueda de co-hesión y orden nacionales. Por un lado,homogeneizó la regulación fiscal, unificó paratodo el país la legislación civil, penal y comercial,

y promovió la organización independiente electo-ral, pero por otro, en su afán de controlar el des-orden suscitado por la competencia interregional,otorgó enormes poderes al centro en detrimentode la autonomía regional. De ahí en adelante losrecaudos fiscales se centralizarían en Bogotá;desde la capital, el Presidente nombraría a losgobernadores, quienes a su vez designarían a losalcaldes; frente al cuerpo legislativo, terreno deexpresión de los intereses regionales, se levantaríauna rama ejecutiva fuerte con amplios márgenesde decisión. El centro, a través de este conjuntode dispositivos institucionales, se alzaría por enci-ma de las regiones para imponer su orden:gamonales, manzanillos y caciques de provinciatendrían que rendirle pleitesía a los políticos delcentro, los “jefes naturales”, porque de ellos, desus decisiones y de sus preferencias dependía elaval político, la designación de cargos, la promo-ción en el escalafón público y la asignación derecursos fiscales13. Por lo demás, y no de maneragratuita, la Constitución de 1886 “regresó a losrequisitos socioeconómicos para ser senador ypresidente de la República”, y escalonó la partici-pación electoral14.

Pero la Regeneración no sólo sería un proyec-to de ingeniería institucional. La centralizaciónque promovió vendría de la mano de una propues-ta cultural autoritaria. Desde la mirada de sus ges-tores, centralizar implicaba unificar, y unificar,homogeneizar. En el lema consagrado en aquellaépoca por la Academia de la Lengua, “una solalengua, una sola raza, un solo Dios”15, se resume el

10 Curiosamente, a pesar de las grandes diferencias de método, teoría y aun posición política, Deas y Pécautconcuerdan en este punto. Véanse Deas, Malcolm. Ob. cit. y Pécaut, Daniel. Orden y violencia. Colombia 1930-1954. Bogotá: Cerec y Siglo XXI editores, 1987.

11 Éstos son espacios de frontera que fueron colonizados de muy diversa forma, “pero siempre de carácterespontáneo, autónomo, aluvional, más anárquico, un poco más libertario, que rechazaba los controles tantode la Iglesia católica como del Estado colonial (...) Estas regiones permanecieron siendo conflictivas en lossiguientes períodos de la historia del país”. González, Fernán “Poblamiento y conflicto social en la historiacolombiana”. En: Ob. cit., pp. 71-94 y 74-77.

12 Pécaut, Daniel. Ob. cit., y González, Fernán. Ob. cit.13 Wills, María Emma. “Del clientelismo de lealtad incondicional al clientelismo mercantil”. Trabajo sin publicar,

1989.14 “Los varones mayores de 21 años que ejerzan profesión, arte u oficio o tengan ocupación lícita u otro medio

legítimo y conocido de subsistencia” elegían “directamente a los consejeros municipales y diputados a lasasambleas, (...) los ciudadanos que supieran leer y escribir o tuvieran una renta anual de 500 pesos o unapropiedad inmueble de 1.500 pesos elegían directamente a la Cámara y escogían electores que votarían en laselecciones de Presidente y Vicepresidente (...) Según Bushnell, la táctica principal de los conservadores era laaplicación arbitraria del requisito del alfabetismo”. González, Fernán. “Legislación y comportamientoelectorales: evolución histórica”. En: Ob. cit., p. 130.

15 Arocha, Jaime. Citado por Wade, Peter. Gente negra, nación mestiza. Dinámicas de las identidades raciales enColombia. Bogotá: Editorial Universidad de Antioquia - ICAN - Siglo del Hombre Editores - EdicionesUniandes, 1997, p. 46.

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proyecto político y la concepción de nación de laselites regeneracionistas: para ellas, la Nación,sujeto llamado a mantener la cohesión del orden,sería indivisible e indisoluble en su unidad alprofesar un solo credo, el católico; los ciudadanosademás serían concebidos ante todo como buenoscristianos. La divulgación de esta representaciónde la Nación estaría institucionalmente a cargo deuna Iglesia católica reencauchada. Es por estarazón que el proyecto, plasmado en la Carta Cons-titucional de 1886 y su complemento, el Concor-dato16, vincularían la suerte del Estado al destinode la Iglesia, y establecerían informalmente unaalianza entre la Iglesia y un partido político enparticular, el Conservador.

Este arreglo institucional que buscaba irradiarel programa cultural de civilizar al paísinstilando en el pueblo un alma católica, tendríaamplias repercusiones sobre el mundo de lapolítica. Si bien en el siglo XIX los dos partidos,en parte, habían construido sus fronteras entorno a sus diferencias religiosas, en el siglo XXla alianza Estado-Iglesia-Partido Conservador ledaría un énfasis mucho mayor a la cuestión de lafe. Como consecuencia de esta alianza institu-cional, el púlpito se convertiría durante el sigloXX, una y otra vez, en espacio de mediaciónpartidista17.

Dentro de este régimen concordatario, algu-nos18 de los discursos partidistas, al impregnarse de

resonancias religiosas, transformarían la contiendapolítica en una arena, no tanto de negociación,controversia y transacción, como de polaridades,antagonismos absolutos y profundas intolerancias.Desde un mapa cultural así constituido, los opues-tos no serían simplemente disidentes sino enemigosimpuros, y los conflictos adquirirían visos de guerrassantas. En parte, este entendimiento de la políticacomo una confrontación de actores portadores deverdades absolutas, sigue hoy en día causandoestragos bajo nuevos ropajes.

Además del énfasis puesto en la unanimidadreligiosa y moral, y en la homogeneización racial,los regeneracionistas, con el beneplácito dedirigencias liberales y conservadoras, representa-rían a la gran política como una actividad queexclusivamente podrían ejercer las elites letra-das. De allí que uno de los criterios para tenerderecho a elegir fue el de saber leer y escribir19.En este sentido, más que fortunas, los grandespolíticos deberían hacer gala de ciertas destrezasy manejar unos códigos de estilo particulares;por ejemplo, hacer un uso impecable de la len-gua, manejar la gramática y el latín, y comportar-se como caballeros, es decir vestirse y usar losmodales considerados en la época como unamarca de civilización y de distinción. Los “otros”,los excluidos de este mundo, serían mirados porlas elites letradas con una mezcla de condescen-dencia, desprecio y temor20.

16 Si algo caracteriza a Colombia frente a otros países de América Latina, es justamente el arreglo concordatario quefirmara el gobierno de la Regeneración con la Santa Sede y que perduraría hasta 1993. A mediados del siglo XIX sefirmaron algunos concordatos con Bolivia (1851), Guatemala y Costa Rica (1860), Honduras y Nicaragua (1861),Venezuela y Ecuador (1862), de corta duración. En México, país que siempre se opuso a mantener relacionesdiplomáticas con la Santa Sede, éstas se formalizaron a comienzos de la década de 1990. “Concordato”. EnciclopediaMicrosoft Encarta 98. Microsoft Corporation. 1993-1997, reservados todos los derechos.

17 Véanse las cartas pastorales de Ezequiel Moreno citadas en: Palacios, Marco. Entre la legitimidad y la violencia.Colombia, 1875-1994. Bogotá: Norma, Colección Vitral, 1995, p. 107.

18 Se recalca lo de “algunos”, porque a la par que este arreglo era divulgado y utilizado por algunas elitespolíticas para marcar diferencias con el partido contrario, en los años veinte y treinta emergería una elite“convivialista” que buscaba minimizar las diferencias religiosas. Sin embargo, fue esta elite la que se vioderrotada por la Violencia. El termino “convivialista” es usado por Alexander Wilde y Herbert Braun. VéanseWilde, Alexander. “Conversations among Gentlemen: Oligarchical Democracy in Colombia”. En: Linz, Juan yAlfred Stepan, (editores). The Breakdown of Democratic Regimes. Latin America. Baltimore: The Johns HopkinsUniversity Press, 1987; Braun, Herbert. Mataron a Gaitán. Vida pública y violencia urbana en Colombia. Bogotá:Universidad Nacional de Colombia, 1987.

19 Véase nota 21.20 Véanse Zambrano, Fabio. “Las contradicciones del sistema político colombiano”. En: Análisis. Conflicto social y

violencia en Colombia. Documentos ocasionales No. 50. Número extraordinario. Bogotá: Cinep, 1988, pp. 19-27;Zambrano, Fabio. “El miedo al pueblo”. En: Análisis 2. Conflicto social y violencia en Colombia. DocumentosOcasionales No. 53. Número extraordinario. Bogotá: Cinep, 1989, pp. 13-19; Braun, Herbert. Ob. cit.; Deas,Malcolm. “Miguel Antonio Caro y sus amigos: Gramática y Poder en Colombia” y “Algunas notas sobre elcaciquismo en Colombia”. En: Deas, Malcolm. Ob. cit.

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De esta manera, si muchos participaban en políti-ca, pocos eran los que decidían21. Más aún, los quedecidían sentían que pertenecían a un mundo tancualitativamente superior al de los “otros”, que susdecisiones no requerían refrendación alguna. Lagran política se concebía entonces como un mun-do ajeno a la pequeña “barbarie” de los pueblos yprovincias; un mundo alejado de los gustos popu-lares “indecentes”; mundo blanco donde la razónponderada de las ciencias debía prosperar impo-niendo una cadencia y un estilo capaz de derrotarlas bajas pasiones y los instintos viles que, segúnlos ungidos, dominaban el universo de los exclui-dos. Al amparo del proyecto regeneracionista y delas representaciones que sobre la autoridad loacompañarían, de sus arreglos institucionales yculturales, la gran política fue –y siguió siendo poralgún tiempo– exclusivamente “una conversaciónentre caballeros”, y más precisamente aún, unaconversación de, sobre y para caballeros22.

Esta inclusión y politización masiva vía redespolíticas, simultánea a la exclusión producto derepresentaciones estrictamente elitistas del poder,explica en parte por qué la política, a la vez queincluía al mundo social popular, no lograba tradu-cir enteramente sus pulsiones y esperanzas. Era, sise quiere, una inclusión trunca, que por lo demásbloqueaba una articulación propia de los sueños yreclamos de los de abajo, esos a quienes se lesprohibía penetrar los lugares sacros del poderpara enunciarse desde su propia voz.

La separación entre la gran política y la políti-ca de manzanillos y caciques tendría consecuen-cias de largo plazo. Por un lado, bajo su influjo sedesarrollaría un clientelismo con dinámicas pro-

pias que se expresaría en las guerras y las urnas, ypor otro se afianzaría una esfera política resguar-dada, lugar privilegiado y cerrado de las decisio-nes sobre las políticas de Estado. Mientras losgamonales y caciques tramitaban dispersamentedemandas en sus regiones, desde “arriba” y desdeel centro se trataba de ordenar, a partir de gran-des ejes, la política estatal. De esta manera, elclientelismo solucionaba demandas de maneradispersa y pragmática e incorporaba unas basessociales a esa política, pero por el otro, en virtudde su desarticulación de las grandes decisionesnacionales, se mostraba incapaz de suscitar esferasde encuentro de sus redes de apoyo de dondesurgieran “mundos discutidos y en común” y polí-ticas públicas realmente consensuadas. En gene-ral, las bases participaban de manera informal enlas discusiones sobre cuestiones nacionales –esta-ban ampliamente politizadas–, pero cuando ex-cepcionalmente buscaron pronunciarse demanera organizada y modificar las decisiones,ellas fueron devueltas al lugar del coro: para repe-tir, sin modificaciones, las grandes arias cantadaspor los tenores principales.

En últimas, esta inclusión partidista / exclu-sión cultural generaría un mensaje de “doblevínculo”23, o si se quiere, una comunicación “pa-radójica”: en la construcción práctica de las re-des políticas, la regla acuñada fue “todos loscolombianos (varones) deben participar en polí-tica”. Esta invitación / imperativo a participar secumplió, y politizó a amplios sectores colombia-nos. Sin embargo, contradiciendo este primermandato, las elites aplicaron implícitamente otraregla en los procesos de toma de decisiones del

21 En general, la política es una actividad que organiza relaciones entre elites y seguidores. Esta distinciónparece ineludible en sociedades complejas y masivas. Sin embargo, sin evadir el carácter elitista que conllevauna relación de representación, el círculo de dirigentes puede ser abierto y fluido, autorizado por vía deprocedimientos democráticos como elecciones y rendición de cuentas, o acendradamente cerrado yaristocrático en la medida en que las elites basan su autoridad en criterios de sangre o privilegio. En el caso deColombia, la autoridad se fundó no sobre criterios de fortuna o propiedad, sino de educación (letrados),costumbres (“cultas”), sexo (varones) y raza (blancos).

22 Analizando el período que antecede la Violencia en los años cuarenta del siglo XX, Alexander Wildecaracteriza a la democracia colombiana como una de tipo oligárquico donde las elites políticas se mantienenunidas a pesar de sus diferencias, gracias al espíritu “convivialista” que las anima y que protege sus intereses.Wilde, Alexander. Ob. cit., pp. 28-81.

23 “El doble vínculo (...) puede ser considerado como una forma de comunicación que transmite y mantiene unreto del cual no se puede salir y que no tiene fin. Este modo de comunicación puede ser resumido de lasiguiente manera: a nivel verbal, un mandato es enunciado. Este mismo mandato es luego descalificado a unsegundo nivel (usualmente no verbal). Al mismo tiempo, otro mensaje se produce prohibiendo que secomente la incongruencia existente entre los dos niveles y prohibiendo que se abandone el campocomunicativo”. Selvini, Mara; Boscolo, Luigi; Cecchin, Gianfranco y Prata, Giuliana. Paradox and Counter-Paradox. Londres: Jason Aronson Inc., 1990, p. 31.

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Estado: “La política es una cuestión de, para ysobre caballeros”.

S E G U N D O M O M E N TO ( 1 9 2 0 - 1 9 8 6 ) :

D I S O LU C I Ó N A N Ó M I C A D E L A S F R O N T E R A S

Como ya se ha mencionado, en ciertas coyuntu-ras críticas, los sectores populares, aquellos inclui-dos en la política profana “no guardaron su lugar”y desobedecieron el segundo imperativo, aquel queencerraba las grandes decisiones políticas en lossalones de la alta sociedad. A mitad del siglo XIXlos artesanos, organizados, se sublevaron contra laspolíticas librecambistas impulsadas por las elites.Inspirándose en los idearios romántico-socialistaseuropeos, disputaron a las dirigencias su capacidadde decidir. A finales de ese siglo, de nuevo se suble-varon para protestar contra la manera denigranteen que fueron representados en los periódicos delas elites conservadoras santafereñas. En todosestos intentos, encontraron un respaldo político enlas corrientes igualitaristas presentes en el liberalis-mo, pero en todas estas iniciativas también fueronderrotados24.

Entrado el siglo XX, durante la década delveinte cuajaría de nuevo una desobediencia veni-da desde abajo. La Revolución Rusa y sus idealesserían, como los de la Revolución Francesa definales del siglo XVIII, una fuente de inspiraciónpara las revueltas populares. Sus discursos, susprogramas, sus emblemas, así fuera de manerafragmentaria, circularían por América Latina. Elpaís no sería la excepción. Es en esta época cuan-do se funda el Partido Socialista Revolucionario,del cual se desprendería unos años más tarde el

Partido Comunista Colombiano. Ligas campesi-nas, organizaciones obreras, periódicos, mítines,encuentros nacionales, darían origen a un polopolítico alterno al liberalismo y al conservatismo.Este polo no sólo propondría arreglos políticosdistintos, sino también una representación cultu-ral del pueblo y la ciudadanía mucho másigualitaria que la que aún regía25.

A pesar del ciclo de movilizaciones que ante-cedió la alternancia partidista de los años treinta–después de dos décadas de hegemonía conser-vadora, los liberales regresaron al Palacio de SanCarlos–, estos intentos por transgredir el régi-men se vieron frustrados. Por un lado, la corrien-te liberal que respaldaba la Revolución en Marcha,el programa promovido por Alfonso LópezPumarejo, se vio primero aislada y después de-rrotada en el seno de su propio partido26. Unavez más, como en el siglo XIX, las elites másradicales del liberalismo fueron abandonadas asu propia suerte, mientras se reformulaba unaalianza de las dirigencias de ambos partidos paramantener las barreras de entrada a la gran políti-ca y proteger los intereses de quienes, desde lasombra, dominaban la cúspide de las cadenasclientelares27.

Por otra parte, repitiendo el gesto de épocascríticas anteriores28, y de nuevo presa de la confu-sión promovida por ese estar adentro y afuera, ladirigencia de izquierda unió su destino a la delPartido Liberal, y en particular a la corrientelopista. Sin distancia suficiente frente a esta fuer-za, el Partido Comunista corrió la misma suerte desu aliado: la derrota y el aislamiento.

24 Aguilera, Mario y Vega, Renán. Ob .cit. y Sánchez, Gonzalo. Ensayos de historia social y política del siglo XX.Bogotá: El Áncora Editores, 1985.

25 Ídem y Sánchez, Gonzalo. “El imaginario político de los colombianos”. En: Magazín Dominical de El Espectador.No. 359, 11 de marzo de 1990, pp. 17-20.

26 Wilde, Alexander. Ob. cit. El propio Presidente López reconocería en su mensaje al Congreso en 1945 que laoposición a su proyecto había provenido de fuerzas tanto externas como internas al propio liberalismo: “Miprimer gobierno tomó la iniciativa de proponer al Congreso Liberal la enmienda constitucional y entonces sevio, fácilmente, cómo no era cierto que los voceros del liberalismo estuvieran tan distanciados filosófica yjurídicamente del pensamiento original de 1886, como parecían estarlo o creerlo...”. Citado en: Tirado,Álvaro. “Colombia: Siglo y medio de bipartidismo”. En: Varios autores. Colombia Hoy. Bogotá: Siglo XXIEditores, 1979, pp. 102-186 y 147.

27 Así los grandes terratenientes y comerciantes no hicieran ellos mismos política, y así la política desplegaradinámicas propias que no respondían a su voluntad, las redes clientelistas sí conectaban los mundos de lasdirigencias políticas al de las elites económicas.

28 En 1922, Benjamín Herrera, líder liberal, se propuso recuperar para su partido las bases urbanas que seestaban deslizando hacia el Partido Socialista. “La plataforma de Herrera satisfizo las aspiraciones del PartidoSocialista. En consecuencia este directorio, gustoso, con el mayor entusiasmo y decisión apoya al candidato delliberalismo...”. Declaración del Directorio Municipal Socialista de Bogotá. Citado en: Tirado, Álvaro. Ob. cit.,p. 143.

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Jorge Eliécer Gaitán, el gran líder liberal-populis-ta asesinado en 1948, también contribuyó a derruirlas fronteras entre ambas esferas políticas. Ademásde ser mestizo –fue apodado por algunos como el“negro” Gaitán–, su discurso populista, su estilo y suoratoria, cuestionaban las viejas formas de distincióncon las que las elites políticas, los “jefes naturales”,pretendían diferenciarse de la “chusma” y el “popu-lacho”. Después de Gaitán, la frontera entre granpolítica y política habitual perdería su aura sacra y seconvertiría en una barrera, ya no “natural” sinopolítica, y por tanto franqueable29.

A los de abajo, Gaitán con su llamado al Pueblo(en mayúsculas), les otorgaría un lugar distinto enel ordenamiento político. En su discurso, los secto-res populares dejarían de ser las bases y pasarían aser sujetos de primer orden, y en la práctica adqui-rirían conciencia de su propia fuerza. En lenguajeactual, el líder, con su cadencia y su estética, logra-ría “el derecho al reconocimiento” del pueblo:asumido como distinto de las elites, ese pueblo yano sería nombrado con miedo o con desprecio,sino con respeto y aprecio. Su diferencia ya nosería justificación de desigualdad. Por el contrario,el líder dignificaría con su discurso a “los de abajo”,y les haría sentir que la gran política, la de las deci-siones sobre el Estado, el derecho, el modelo dedesarrollo también les pertenecía.

El asesinato del líder dejaría trunca la esperan-za de reparación histórica que su presencia repre-sentaba, y su muerte desencadenaría la Violencia,período que paradójicamente reinstauraría lasbarreras entre la gran política y la política del díaa día: el campo, sumido en conflictos violentos,adquiriría una dinámica propia, mientras en laciudad las elites políticas trataban de recomponersu orden, aquel que había sido trastocado.

Los procesos de secularización gradual promovi-dos por la urbanización, la expansión de la educa-ción, la consolidación de medios masivos decomunicación y las transformaciones en las relacio-nes de género30 se cruzaron a finales de los cin-cuenta con la ingeniería institucional que puso en

pie el Frente Nacional. Bajo el influjo de estoscruces, los muros que hasta ese entonces separabanla gran política y la política profana se siguieronresquebrajando. Ser letrado, blanco y varón deja-rían de ser rasgos ineludiblemente asociados entresí, y cesarían de marcar una diferencia y servircomo criterios de distinción. Dos intentos, tanfallidos como los del MRL y la Anapo, vendríanfugazmente a cuestionar el pacto y los equilibriospolíticos instituidos entre liberales y conservadores.

Además, como en ocasiones anteriores, un even-to internacional –la Revolución Cubana– tendríaamplias repercusiones sobre la política nacional. Alciclo de movilizaciones sociales de finales de lossesenta le correspondería la eclosión de una varia-da gama de fuerzas políticas de izquierda, máscentradas en sus diferencias que en sus similitudes.Compitiendo más entre sí que con liberales y con-servadores, muchas de ellas naufragarían luego dealgunos años. Otras, articulándose a resistenciasarmadas, optarían por la vía revolucionaria,justificando la opción armada por el carácter repre-sivo y cerrado del régimen, olvidando que la fuerzano puede sustituir a la política, y que cuando lohace, la arbitrariedad termina remplazando a larevolución. En esta ocasión, “el pueblo” se tornóen sujeto central de muchos discursos claramentediferenciados de las propuestas liberales y conser-vadoras, pero éstos, en lugar de fundarse en con-cepciones democráticas del poder, optaronciegamente por refrendar los caminos autoritariosde la transformación política. Más que liderar, estasfuerzas terminaron escogiendo los métodosimpositivos, aun frente a aquellos sectores popula-res que pretendían representar.

T E R C E R M O M E N TO ( 1 9 8 6 - 2 0 0 2 ) :

L A R E PA R AC I Ó N E N E N T R E D I C H O

Las representaciones que justificaron la barreraentre la gran política y la política profana fueronlas que en su empuje democratizador las corrientesmodernizadoras que impulsaron la descentraliza-ción y la Constitución de 1991 trataron de desban-

29 Braun, Herbert. Ob. cit. Sharpless, S. Gaitan of Colombia: a political bibliography. Pittsburgh: PittsburghUniversity Press, 1978; Wills, María Emma. “El Populismo: un péndulo entre la esperanza y la decepción de lasmasas en América Latina”. Monografía de grado para obtener el título de maestría en Ciencia Política.Montreal: Universidad de Montreal, 1992.

30 “Mientras en 1951 el 61% de la población vivía en el campo, en 1984 esta proporción se redujo al 30% (...) En1950 el 43% de la población era analfabeta; a principios de los años ochenta esta proporción se redujo al 15%.A comienzos del Frente Nacional, había en las universidades públicas y privadas 18.607 hombres matriculadosy 3.623 mujeres; en 1973, había 113.089 varones y 39.734 mujeres (...) Para 1989, el total de estudiantesuniversitarios era de 474.787 matriculados; de éstos, 245.340 son mujeres (51,7%) y 229.447, varones”.Velásquez, Magdala. “Elementos para una reflexión histórica sobre la condición de las mujeres colombianas afines del siglo XX”, sin publicar, s.f.

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car definitivamente. Sus gestores le apuntaron auna ampliación democrática por distintas vías. En1986, la apuesta tuvo que ver con modificaciones ala estructura vertical de la Rama Ejecutiva; después,en 1991, los constituyentes redefinieron a la Na-ción colombiana como “multicultural” y “multi-étnica”, e instituyeron nuevos dispositivos departicipación.

En parte, los objetivos se lograron: la elecciónpopular de Alcaldes (1986) y luego la de Goberna-dores (1991) terminó por enterrar la barrera entrelas dos esferas. Las nuevas reglas, aún hoy vigentes,permiten que líderes municipales y de provinciadejen de depender del centro para obtener avales,competir en las contiendas electorales y ocupar loscargos del Ejecutivo local y regional. Estaflexibilización en las barreras de entrada al ruedopolítico explica en parte el aumento de listas quecompiten en cada jornada electoral y la desco-nexión que impera entre los distintos niveles31. Deesta manera, la simultaneidad en los cambios cultu-rales y las transformaciones en las reglas de juegopolítico sí han promovido la masificación de laactividad política que, bajo su influjo, deja de ser elreinado de, para y sobre caballeros.

Sin embargo, masificar no quiere decir necesa-riamente democratizar. Nuevas reglas queflexibilizan las barreras de entrada no implican depor sí la incorporación de voces disidentes o deoposición, organizadas y capaces de hacerle un

contrapeso a los partidos tradicionales. Por esto lapregunta realmente relevante en este caso es si lamasificación de la actividad política ha promovidouna apertura del régimen colombiano en términosde la llegada de nuevos actores a la escenografíapolítica. Y la respuesta es que sí ha habido unaapertura, pero que ésta no deja de tener un tintede mediocridad.

En lo relativo a las alcaldías, a pesar de que las“terceras fuerzas” se han abierto paso –con fluctua-ciones32–, los datos demuestran que ellas no logranafianzarse, confluir en torno a una agenda común ymostrar una continuidad en el tiempo33. A excep-ción de la Alianza Social Indígena, el MovimientoCívico Independiente y el Movimiento Nueva Co-lombia, los demás alcaldes no bipartidistas han sidoflor de un día34. En el Senado de la República, don-de hoy la competencia se define por circunscripciónnacional, los resultados tampoco son más alentado-res. Aunque la Alianza Democrática M-19 descrestócon la votación que obtuvo en 1991, y en las eleccio-nes del año 2002 Antonio Navarro obtuvo la segun-da mayor votación, y hoy los colombianos tenemosun Senado donde la voz de un Carlos Gaviria o unJesús Piñacué se pueden oír, los resultados electora-les revelan “más continuidad que cambio”, en lamedida en que “los partidos tradicionales siguendominando la escena política”35. En general, lastercerías se han comportado como “grupos disper-sos que, con pocas excepciones, no [han tenido]

31 En el caso del Senado, el número de listas presentadas a las elecciones, pasó de 143 en 1991 a 319 en 1998. Enlas elecciones de 2002 se presentaron 8 listas menos que en 1998. Para la Cámara de Representantes, en 1991se presentaron 486 listas y en 2002 906 listas. Véanse Ungar, Elisabeth y Ruiz, Germán. “¿Hacia la recuperacióndel Congreso?”. En: Dávila, Andrés y Bejarano, Ana María (compiladores). Elecciones y democracia en Colombia,1997-1998. Bogotá: Fundación Social - Departamento de Ciencia Política - Universidad de los Andes, 1998, p.205; y Vargas, Mercedes. “Los problemas de la representación política en Colombia”. Monografía de gradopara optar al título de maestría en Estudios Políticos. Bogotá: IEPRI - Universidad Nacional de Colombia,2002.

32 Los resultados de las terceras fuerzas en las alcaldías han sido más bien erráticos. En 1992 presentaron sumejor desempeño al obtener el 28,8% del total de alcaldías, para en las elecciones de 1994 descender al nivelmás bajo en el período 1988-1997, al ganar las alcaldías de apenas el 10,3% de los municipios del país. VéaseQuerubín Cristina; Sánchez, María Fernanda y Kure, Ileana. “Dinámica de la elección popular de alcaldes,1988-1997”. En: Dávila, Andrés y Bejarano, Ana María. Ob.cit., pp. 117-140.

33 Los resultados de las elecciones municipales del año 2000 muestran las divisiones dentro de fuerzas políticas,tradicionales y nuevas: “Mientras el 28,5% de las alcaldías que obtuvo el conservatismo se distribuye entrecinco fracciones del partido y el 28,5% liberal entre cuatro, el 21% de los gobiernos municipales alcanzadospor las terceras fuerzas se reparte entre 35 partidos y movimientos distintos”. García, Miguel. “Eleccionesmunicipales. Bipartidismo, un paso atrás”. En: UN Periódico. No. 16, 19 de noviembre de 2000, p. 8.

34 García, Miguel. “Diez años de la elección popular de alcaldes. El poder de las terceras fuerzas”. En: UNPeriódico, No. 15, 15 de octubre de 2000, p. 5.

35 Rodríguez, Juan Carlos. “¿Cambiar todo para que nada cambie? Reforma política y adaptación: un análisis dela circunscripción nacional para Senado”. En: Varios autores. Degradación o cambio. Evolución del sistema políticocolombiano, Bogotá: Norma-IEPRI, 2002.

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que responder de nada a nadie ni [han] involu-crado un proyecto político de largo aliento”36.

Ahora bien, ¿por qué la flexibilización en lasreglas de acceso no ha auspiciado la aparición deuna fuerza política de oposición? ¿Por qué, a pe-sar de los esfuerzos y las buenas intenciones, nohay cambios sustantivos en la política colombiana?Las razones que aquí se quieren destacar son cua-tro. La primera tiene que ver con el legado delmodelo anterior que todavía deja su impronta enla coyuntura actual; la segunda, con un elogio dela diferencia, desarticulado de cualquier intentode recomponer una “unidad-en-la-diversidad”; latercera, con una sobrevaloración de la dimensiónparticipativa de la democracia en detrimento de larepresentativa, y por último, porque el nuevomodelo de desarrollo, así no lo queramos aceptar,está auspiciando regímenes de representaciónpolítica que poco tienen que ver con aquel queinspiró a los reformadores de 1986 y a los consti-tuyentes de 1991.

En cuanto a lo primero, ya se dijo: el cliente-lismo como mediación entre Estado y sociedadintegró históricamente a los sectores populares almundo político, pero a la vez impidió que ellosconstruyeran “mundos discutidos y puestos encomún”. Esos sectores, que fueron a las guerrasy a las urnas por prebendas pero también poridearios, quedaron a mitad de camino entreuna exclusión a medias y una representacióntrunca. Cuando estos sectores movilizados pordistintas redes políticas se pronunciaron de vivavoz, las elites de ambos partidos decidieron igno-rarlos y ubicarlos en las bases de una pirámide deeslabones jerárquicamente organizados. En unafrase algo lapidaria, las circunstancias se podríanresumir diciendo que el clientelismo los integrópero a la vez los dividió y los subordinó. Hoy,parece como si las derrotas infligidas en otrascoyunturas, combinadas con el recuerdo degestas heroicas, tuviesen atrapados a muchoselectores en un mundo donde el único horizon-te imaginable es aquel impuesto por los arre-glos históricamente decantados. “Más vale viejoconocido que nuevo por conocer”. Más vale el

viejo pacto clientelista –que algo ha reportado–,que un salto al vacío.

El segundo motivo tiene que ver con la eclo-sión de la diferencia en estas épocas. Hoy, existenrepresentantes de los evangélicos, las negritudes,los indígenas, los raizales, las mujeres. Dejando latediosa (imputada) homogeneidad del pasado, ladiversidad se expresa vía elecciones. Es necesariocelebrar esta diversidad que permite a grupossubordinados, y no por su origen de clase, expre-sar su indignación y reclamar su derecho a serreconocidos como distintos.

Sin embargo, la diversidad, en su reclamo deespecificidad y en su pelea con un marxismoeconomicista, ha tendido a verse como un criterioajeno a la clase. Esta desarticulación entre lasvariables de clase, raza, género o generación, hasido reforzada por el descrédito que afectó a losregímenes comunistas asociados con un proyec-to clasista luego de la caída del Muro de Berlín.En Colombia, además, nadie quiere hablar declase, porque hacerlo se asociaría a una defensade los proyectos anacrónicos que inspiran aunas guerrillas desprestigiadas y muy pocohumanistas.

Es el elogio de la diversidad, desvinculado decualquier consideración de clase, el que está demoda37. Sin embargo, al decir de un representan-te de una comunidad indígena del Amazonas,José Soria Saba, la estrategia de recoger la diversi-dad por fuera y por encima de cualquier conside-ración sobre condiciones materiales de vidagenera sus propias contradicciones:

El Estado (colombiano) nos ve aún por pedazos yescoge sólo una parte, la que le interesa. Nos vecomo poblaciones con problemas pero sin dere-chos a la autonomía; como base social para accio-nes políticas, pero sin derecho al controlterritorial; como posibles interlocutores de políti-cas regionales, pero sin participación en ladefinición de directrices globales; comomerecedores del respeto de nuestras tradicionesculturales, pero sin tener derecho a intereseseconómicos.

36 Gutiérrez, Francisco con la colaboración de Hoyos, Diana. “Rescate por un elefante. Congreso, sistema yreforma política”. En: Dávila, Andrés y Bejarano, Ana María. Ob. cit., pp. 215-253 y 246.

37 Un ejemplo serían las declaraciones emitidas en la Primera Reunión Interamericana de Ministros y AltasAutoridades de Cultura. Los gobiernos y las entidades allí presentes declararon que América Latina es “unapotencia en diversidad”, y “se proponen realizar un plan de acción que permita establecer políticas culturalescomunes que protejan la diversidad” en “Política para fortalecer lo diverso”. Véase El Tiempo, 13 de julio de 2002,pp. 1-3.

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El llamado que hace este líder sugiere que unaacción política debe centrarse, no tanto en lasdiferencias, como en las articulaciones. Apuntan-do en la misma dirección que el dirigente indíge-na, pero esta vez refiriéndose al caso de lasmujeres, Sonia Álvarez nos recuerda que nuestramirada debe

registrar con especial cuidado las formas en que laclase y la raza son constitutivas de los intereses degénero. Esto significa que la experiencia en elmundo de una mujer desde su dimensión de géne-ro no puede separarse de su experiencia en elmundo como miembro de una raza o etniaespecífica o una clase en particular. Por tanto, unamujer no es brasileña y negra y obrera y hembrasino que es una mujer brasileña negra y obrera. Laclase y la raza y los atributos específicos al génerodeterminan la posición social de una mujer. Portanto, la clase y la raza deben ser vistos como com-ponentes integrales de una identidad de género–no como características aditivas o disyuntivas– quemoldean de manera crucial los intereses de géneroprácticos y estratégicos de una mujer38.

Es muy evidente que las discriminaciones degénero, de etnia, de raza o de opción sexual nopueden ser reducidas o subsumidas en las de clase.Sin embargo, tampoco pueden ser aprehendidaspor fuera de una condición específica de clase. Por-que es distinto ser mujer estrato seis, que ser mujerestrato uno; y es distinto ser indígena acomodadoque indígena acorralado, o raizal empleado quedesempleado. Si hay algo de común entre estadiversidad, es esa posibilidad de sentirse pertene-cientes a un mismo universo de gentes en busca desus derechos, tanto económicos como políticos.

Pero además de la necesidad de recuperar elpotencial explicativo y político que encierra lacategoría de clase, las dirigencias de estos movi-mientos deben resolver sus diferencias y sus renci-llas aplicando procedimientos democráticos.Además de los obstáculos peculiares a la historiacolombiana, el potencial emancipador de la inter-pretación de clase abortó porque se fundó en unapremisa errada: asumió que había un sujeto cen-tral –los obreros– que podían por su sola condi-ción económica representar a todo el campopopular. Si lo popular ha de retomar fuerza comoaglutinador, debe ser sobre bases más democráti-cas que no asuman que hay “liderazgos naturales”

que le otorgan a unos ventajas sobre otros.En tercer lugar, las nuevas reformas vinieron

acompañadas de una supervaloración de la demo-cracia participativa y de una devaluación de larepresentativa. Y resulta que la una no puedeoperar sin la otra. Por esta razón, para superar laparticipación desagregada e inocua heredada delandamiaje institucional y cultural anterior, esnecesario tejer ante todo “mundos-en-común” (esdecir, representaciones) que permitan llevar a laarena política no sólo reclamos dispersos, deman-das atomizadas y denuncias estridentes, sino sobretodo proyectos políticos de alcance nacional. Eneste sentido, la experiencia posterior a la Consti-tución de 1991 hace visible los propios límites dela participación: aunque sin ella la democracia sevacía de contenido, su existencia no es suficientepara garantizar que el régimen democrático ope-re adecuadamente. Además de participación, lademocracia se nutre de representación, es decirde la invención de proyectos colectivos, que sonmucho más que la sumatoria de expectativas indi-viduales o de preferencias expresadas en encues-tas, porque justamente permiten imaginar futuroscompartidos.

Por último, los nuevos aires económicos ysociales que acompañan la aprobación de lanueva Carta Constitucional no son muy acordesal modelo político allí propuesto (democraciaparticipativa articulada a democracia representa-tiva). El viejo modelo liberal de representaciónpolítica que acompañó el advenimiento capitalis-ta –sociedad civil organizada expresa intereses,demandas, valores, normas articulados en pro-gramas de partidos que se cristalizan en proyec-tos de desarrollo y de Estado– no pareceencontrar las condiciones necesarias para seguiroperando. Por un lado, la legislación laboral y lasnuevas regulaciones arancelarias y comercialesque acompañan el nuevo modelo de desarrolloeconómico dan al traste con la posición prefe-rencial que ocupaba la clase obrera y unempresariado nacional. En su lugar, actoresglobales –por ejemplo, el Fondo Monetario In-ternacional o el Banco Mundial– se transformanen interlocutores determinantes para los gobier-nos nacionales. Muchas decisiones cruciales setoman en foros que ponen en juego, no a lospartidos, los sindicatos, los gremios de tal o cualpaís, sino a gobiernos con agencias multila-terales. En esta medida, la transición hacia un

38 Álvarez, Sonia. Engendering Democracy in Brazil. Women´s Movements in Transition Politics. Princeton: PrincetonUniversity Press, 1990, p. 26.

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nuevo modelo económico sugiere una pérdidade poder en el nivel nacional.

En medio de estos cambios, se generaliza eldiscurso de la antipolítica, aquel que culpa a lospartidos y a los políticos de los descalabros actua-les, y que le abre la puerta a la aparición de líde-res milagrosos. Ellos, alzándose por encima de lahistoria, establecen una relación plebiscitaria conunas masas desconcertadas que esperan su reden-ción de una mano providencial. Para conservarsus credenciales democráticas, estos regímenesmantienen los rituales electorales y los dispositivosde refrendación de decisiones tomadas desdearriba por el líder y su rosca. Lejos queda la divi-sión y el equilibrio de poderes, la rendición decuentas de los mandatarios, el respeto a las liber-tades civiles y políticas y a un Estado de derecho.En este clima, el significado de la participación sereduce a depositar un voto o a dar un sí en unreferendo. Colombia, a pesar de sus singularida-des, no podía escapar a los nuevos vientos quecorren por el continente.

Son estas razones las que explican el resultadomediocre que dejan los últimos intentos refor-madores. Para que la fragmentación que reina enel campo de los “nuevos” fuese remplazada por losgérmenes de una comunidad política democrático-popular, se tendrían que producir desplazamientosconceptuales que encuentran francamente unclima adverso.

Finalmente, muchos lectores se preguntaránpor qué en estas páginas no se ha mencionado elpapel que ha jugado y juega la Violencia, las vio-lencias y ahora la guerra, en el devenir políticocolombiano. El silencio sobre las violencias res-ponde a una opción consciente de querer relevar

dimensiones que hoy se oscurecen en muchosanálisis por estar demasiado centrados en coyun-turas más recientes o en otro tipo de explicacio-nes. Además, el trabajo ha querido demostrar, demanera oblicua, cómo los ciclos de violencia enlos que, por momentos, se ha sumido Colombia,responden en parte a la construcción de unaslógicas de participación política masiva sin representa-ción o con representación trunca. Los múltiples con-flictos que alimentan los ciclos de violencia no seresuelven definitivamente si no alcanzan una ex-presión política articulada.

La tesis fuerte que se ha reiterado a lo largo deestas páginas es que los intentos por condensar unproyecto alternativo al bipartidismo han quedadofrustrados por la propia fugacidad de los esfuer-zos, por ese estar simultáneamente fuera y dentrode los sectores populares, y por el papel que elPartido Liberal desempeñó en la constitución deuna memoria política de estirpe igualitaria. Atra-pados aún en ese pertenecer y no pertenecer, losotrora excluidos se incorporan hoy a la gran polí-tica a través de redes partidistas que tramitandemandas de manera dispersa. En la actualidad,además, la diversidad oscurece la preocupaciónpor la equidad, y las nuevas claves políticas delmomento son adversas a cualquier intento derecomposición de una unidad fundada en la clase.

Así las cosas, sin una oposición sólida, más quedirigir39, el liberalismo y el conservatismo copanhoy, gracias al clientelismo, el espacio político.Esta situación, que a primera vista parecería cir-cunstancial, es producto de trazos de largo plazoque tienen que ver, entre otras, con las caracterís-ticas de la relación entre política y cultura esboza-das a lo largo de estas páginas.

39 Una fuerza política logra dirección ético-política cuando sus contrarios, fuertes ideológicamente, le exigenque perfile un programa convincente y superior al de los demás. Sin esta dialéctica, los partidos se disuelvenen minucias y no logran convertirse en orientadores nacionales. Esta reflexión es cercana a la que haceGramsci sobre la hegemonía. Gramsci, Antonio. Ob. cit.

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au n q u e n o e s n e c e s a r i a m e n t e e lproblema más grave que enfrenta el país, la segu-ridad constituye el más sentido por la ciudadaníay quizás el que requiere afrontarse con mayorprontitud. Esto le sirvió al nuevo presidente parasubir en forma vertiginosa y sorpresiva en las en-cuestas de intención de voto, sobre la base de laescalada de la violencia guerrillera. También influ-yó en ello la descomposición de los partidos y suconsecuente efecto de adquirir mayor importan-cia en esa intención la imagen de los candidatos.Detrás de la bandera ideológica del Presidenteelecto de dar prioridad al principio de autoridadfrente al de libertad, con fines de recuperar laseguridad, se observa un ambiguo modelo degobierno fuerte ratificado con pretenciones comola de reformar la Constitución, con el objetivo deremover los obstáculos jurídicos que se suponeimpiden confrontar con éxito a la subversión.

La riqueza que exhibe nuestra Carta funda-mental en materia de derechos es una expresiónexplícita de la utopía que orienta los anhelos dedemocracia, así estén ellos lejos de nuestro alcan-ce debido a las distorsiones en el ejercicio políticoy a la precariedad de medios con que contamospara mantener vivos tales anhelos. Al ser las liber-tades ciudadanas, con derechos y deberes defini-dos, el fundamento del paradigma moderno dedemocracia liberal, no hay que caer en la contra-dicción de que éstas constituyen una traba, así seatransitoria, para dar un paso adelante en el cum-plimiento de los objetivos democráticos. Si bien escierto que la autoridad es la esencia misma delmodelo de Estado-nación que concreta ese para-digma, para mantener vigente su legitimidad esnecesario el acatamiento de una voluntad generalque no transgreda los principios en que se susten-ta, en especial el de la libertad. La autoridad debesalvaguardar los medios disuasivos y punitivos,mediante su regulación por parte de las instanciascorrespondientes, de acuerdo con la naturalezade las faltas contra la convivencia ciudadana. En

L a s e g u r i d a d :d i f í c i l d ea b o r d a r c o nd e m o c r a c i a *

Francisco Leal BuitragoProfesor titular de la Universidad de

los Andes y profesor honorario de la

Universidad Nacional de Colombia.

* Con este número –ya es el 46– AnálisisPolítico cumple 15 años de vidaininterrumpida, 15 años en los que laconstante ha sido el trasegar a través de unaprolongada cadena de situaciones nacionalescríticas, interrumpida por momentos quereviven la esperanza de revertir el deterioro delpaís, los cuales sin embargo tienden aextinguirse. Este ensayo es un homenaje a esteaniversario de nuestra revista, que mediantesus análisis ha permitido comprender mejor lacompleja realidad nacional.

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síntesis, la democracia requiere el ejercicio firmede la autoridad, pero sin abandonar la meta per-manente del bienestar colectivo de la sociedad.

Pero, ¿es posible seguir estos lineamientos abs-tractos, cuando la complejidad creciente de unaguerra corroe al país y golpea con zaña a la pobla-ción civil? ¿No vale la pena ordenar la casa a comodé lugar, para luego sí poner en práctica esos prin-cipios y enrumbar al país por el camino de la de-mocracia? ¿No ha sido ya demasiado el costo porno haber puesto en práctica con firmeza el princi-pio de autoridad? ¿No estamos entonces en unmomento clave en el que si no se toman las medi-das adecuadas para confrontar a los violentos per-demos la que quizás sea la última oportunidad deenderezar el rumbo que nos lleva hacia el abismo?

Tales interrogantes guían este trabajo, así susrespuestas tengan carácter provisional. Comienzocon un recuento de lo que ha implicado la seguri-dad para el país, en especial la que se conocecomo seguridad nacional, para luego mirar si esposible diseñar una política de seguridad que seacompatible con los anhelos democráticos. Paraello, hago comentarios puntuales al aporte sobreseguridad democrática del programa de gobiernoformulado por el presidente Uribe en su campañaelectoral. Finalmente, señalo algunos lineamientosgenerales que pueden servir de guía para la com-pleja tarea de elaborar una política de seguridadsin alterar los logros democráticos.

L A S E G U R I D A D N AC I O N A L

Y S U S I M P L I C AC I O N E S 1

La concepción moderna de seguridad nacionalfue un producto destacado de la Guerra Fría, quemilitarizó las relaciones internacionales y afectó anumerosos países del antiguo Tercer Mundo.Surgió de políticas estadounidenses, como el Actade Seguridad Nacional –promulgada en 1947– y laestrategia de contención frente a la Unión Soviéti-ca –puesta en práctica a partir de ese mismo año.Tuvo su expresión particular en América Latinadesde la elaboración de la rígida macroteoríamilitar del Estado y del funcionamiento de la socie-dad, conocida como Doctrina de Seguridad Nacio-nal, y en particular desde el comienzo de suaplicación con el golpe militar de 1964 en Brasil. EnColombia, el desarrollo de la seguridad nacional sedio a la par con el Frente Nacional. Mediante laafirmación del anticomunismo, base ideológica de

esta nueva concepción política, el concepto deseguridad nacional desplazó en importancia al dedefensa nacional. La seguridad nacional suponeuna permanente amenaza de fuerzas nacionales einternacionales vinculadas al comunismo, a dife-rencia de la defensa nacional, cuyo móvil era latradicional salvaguardia de la soberanía, principal-mente frente a los países vecinos. La defensa na-cional se convirtió en el medio para garantizar laseguridad, y de esta forma quedó involucradatambién en la lucha anticomunista.

La adopción de la concepción de seguridadnacional como directriz ideológica militar y laadquisición de autonomía relativa de las institu-ciones armadas en el manejo del orden público,terminaron con la prevención militar de adoptarposiciones políticas frente a la confrontaciónbélica. Esto se confirmó con el inicio de los proce-sos de paz en 1982. La consideración de las gue-rrillas como problema político y el inicio denegociaciones con ellas por parte del gobierno deBelisario Betancur (1982-1986) despertaron laoposición soterrada de los militares. Éstos nuncareconocieron el carácter político de la subversión.La combinación del tratamiento militar perma-nente con negociaciones intermitentes se prolon-gó hasta que la finalización de la Guerra Fría y lacoyuntura crítica de 1989 a 1991, inducida por elnarcotráfico, provocaron que el gobierno de Cé-sar Gaviria (1990-1994) buscara cambiar las ten-dencias de tratamiento del problema militar.

No obstante haber desaprovechado la oportuni-dad brindada por la nueva Constitución para hacercambios en la institucionalidad militar, el gobiernode Gaviria adelantó reformas importantes en mate-ria de defensa y seguridad nacional. Este gobiernosustrajo esos temas por primera vez de la responsabi-lidad política castrense, que la dirigencia políticahabía evadido por desconocimiento, despreocupa-ción o ineptitud. Buscó cambiar la relación de losmilitares con las instituciones civiles del Estado ydesarrolló una novedosa estrategia de seguridad,denominada Estrategia Nacional contra la Violencia.También nombró un ministro de Defensa civil luegode que esta cartera la ocuparan por 38 años genera-les en servicio activo. No obstante los esfuerzos quese hicieron, la inexperiencia política civil en estasmaterias y otras circunstancias, como la ruptura delas conversaciones con la guerrilla y la fuga del capoPablo Escobar de una cárcel llamada de máxima

1 La mayor parte de las ideas de este subtítulo son extractadas de mi libro La seguridad nacional a la deriva. DelFrente Nacional a la Posguerra Fría. Bogotá: Alfaomega Editores – Ceso, Departamento de Ciencia Política -Universidad de los Andes - Flacso Sede Ecuador, 2002.

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seguridad, dieron al traste con este experimento,único en la historia contemporánea del país.

El fracaso de la llamada guerra integral, ade-lantada contra guerrillas y narcotraficantes delcartel de Medellín durante la segunda mitad delgobierno de Gaviria se hizo evidente con la ofensi-va guerrillera al final de su mandato. Esta situa-ción facilitó que el nuevo presidente plantearauna política distinta. El gobierno de ErnestoSamper (1994-1998) mostró su disposición paraadelantar negociaciones con la guerrilla, pero sudesgaste originado en la financiación de su cam-paña presidencial por parte del cartel de Cali loimpidió. Aunque indirecto, el mayor efecto deesta situación política sobre los militares fue unaserie de descalabros frente a las guerrillas a partirde 1996. Así, los militares pasaron de eventualesárbitros de la crisis del gobierno a víctimas deésta. En ello influyó la visión esquemática e ideo-lógica que sustentan los principios de la seguridadnacional adoptados por las instituciones militaresy la consecuente reducción de su capacidad paraenfrentar con eficacia a guerrillas y paramilitares,fuerzas que se fortalecieron de manera significati-va durante ese gobierno.

En el cuatrienio de Andrés Pastrana (1998-2002), la incompetencia política del gobierno –enparticular frente al manejo de la zona desmilitari-zada y al denominado proceso de paz– contrastócon la recuperación operativa militar, que contócon la ayuda de Estados Unidos y ha logrado dis-minuir la tendencia de expansión de las guerri-llas. Sin embargo, la subversión alcanzó unacobertura significativa, amparada por la autono-mía financiera lograda mediante su participaciónen el narcotráfico y prácticas bandoleriles. Elrápido crecimiento de los paramilitares ha sidofacilitado por la ausencia de voluntad de la FuerzaPública para contenerlos, por la brutalidad guerri-llera que los estimula y también por su participa-ción en el narcotráfico. La reacción negativa de lapoblación frente a la agresividad de la subversiónha estado acompañada por el apoyo a losparamilitares por parte de quienes han detentadopor largo tiempo privilegios poco democráticos.El empeoramiento de la crítica situación del paíslegitimó en la opinión pública las soluciones defuerza, al tiempo que desprestigió la vía política,identificada con las conversaciones entre el go-

bierno y las FARC y sobre todo con los desmanescometidos por esta organización en la zona dedespeje. Esta zona estuvo ocupada militarmentede manera exclusiva por este grupo subversivohasta el 20 de febrero de 2002, cuando se rompióel llamado proceso de paz.

Pero, ¿qué políticas de seguridad estuvierondetrás de estas cuatro décadas de historia nacio-nal? Aunque numerosas, las políticas formuladasal respecto han sido desarticuladas e inoperantesy poco trascendentes. Las escasas directricespolíticas del papel militar en la sociedad no fue-ron revisadas ni actualizadas2, por lo cual losaltos mandos asumieron su diseño en formaimprovisada. Para ello, se guiaron por sus per-cepciones de las situaciones de orden público,orientadas por los planteamientos antico-munistas, la concepción político-militar norte-americana y la Doctrina de Seguridad Nacional.De manera excepcional, los militares adelanta-ron planes de importancia y las orientacionescon pretensiones estratégicas fueron elaboradaspara fines concretos y de corta duración. Sólohubo críticas a estos planes y orientaciones cuan-do los consideraron incompatibles con los objeti-vos electoreros del bipartidismo.

Durante el Frente Nacional y la vigencia –hastalos años noventa– del sistema que éste engendró,la dirigencia política se ocupó principalmente deconstruir y consolidar maquinarias para la repro-ducción electoral del bipartidismo coaligado. Laprotesta social no encontró mayor receptividadinstitucional en la clase política, máxime cuandoel régimen no contemplaba espacios de oposi-ción. Por ello, esta protesta se convirtió en asuntode orden público manejado por militares y poli-cías, casi siempre bajo el amparo del estado deexcepción constitucional. Además de las guerri-llas, el sistema convirtió en enemigos potencialeso reales a quienes tan sólo pretendían oponersepor medios pacíficos.

La mayor parte de las numerosas normas sobreseguridad fueron dictadas a la sombra del estadode sitio, que fue la excepción constitucional per-mitida por la Carta de 1886. Cuando éste se levan-taba, esas regulaciones eran seleccionadas yagrupadas para convertirlas en ley de la Repúbli-ca. Tal fue el caso, por ejemplo, del llamado Esta-tuto de Seguridad, promulgado en 1978 por el

2 En particular la llamada doctrina Lleras Camargo, formulada por el presidente electo luego del frustradointento de golpe contra la Junta Militar el 2 de mayo de 1958, que postuló que así como los militares nodebían intervenir en asuntos partidistas, los políticos tampoco interferirían en materias militares.

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presidente Julio César Turbay (1978-1982), quefue el ejercicio más visible de la Doctrina de Segu-ridad Nacional en Colombia. Entre las normasexpedidas durante la vigencia de la Guerra Fría sedestaca el Decreto-Ley 3398, llamado Estatutopara la Defensa Nacional, expedido a fines de1965. Esta norma fue particularmente importanteporque no hubo ninguna otra directriz militarcon pretensiones estratégicas durante el resto delsiglo XX. Este estatuto señala las atribuciones delpresidente y del ministro de Defensa en relacióncon la defensa nacional, y las funciones del co-mandante general de las Fuerzas Militares y de laPolicía Nacional. Hace, además, precisiones sobrelas medidas para la movilización y la defensa civil,y la requisición y la ocupación de bienes y servi-cios. El gobierno reglamentó esta norma, median-te el Decreto 893 de 1966, en lo concerniente adefinición, clasificación y porte de armas. Al per-mitir el porte de armas de uso privativo de losorganismos del Estado a organizaciones de defen-sa civil, abrió el camino a un prolongado proble-ma que se acrecentó a partir de los años ochentacon la proliferación de grupos de autodefensa yparamilitares financiados por el narcotráfico. ElEstatuto para la Defensa Nacional fue incorpora-do en la Ley 48 de 1968, mediante el procedi-miento mencionado de revisión y selección denormas en momentos en que se requería levantarel estado de sitio, más por circunstancias políticasque por cambios en el orden público. Todas lasnormas posteriores relacionadas de manera direc-ta con la defensa y seguridad fueron desarrollosde esta ley, formulada con los criterios militarespropios de la Guerra Fría.

Una vez terminado el “equilibrio del terror”,como se le llamó a este período de la historia delsiglo XX, el gobierno de Gaviria presentó al Con-greso un proyecto de ley sobre defensa y seguri-dad nacional, como parte de la reforma militar.Luego de haberse discutido en varias legislaturas,este proyecto fue retirado en 1994 por el Ministrode Defensa Nacional, Rafael Pardo, debido a quese le habían hecho modificaciones que reflejabanlos intereses de los narcotraficantes. En el gobier-no siguiente, el de Samper, también se intentóremplazar la Ley 48 de 1968. El proyecto de leysobre la materia –elaborado bajo la coordinacióndel Ministro de Defensa Echeverry Mejía– se frus-tró al no culminarse su trámite. Sin embargo, aligual que el proyecto anterior, adolecía de noto-rias deficiencias, pues se apoyaba en los mismosprincipios orientados por una visión de seguridadcon predominio militar.

Parte de la reforma militar adelantada duranteel gobierno de Pastrana también se encaminó asustituir la vetusta ley promulgada más de 30 añosantes. En uso de las facultades extraordinariasotorgadas por el Congreso, el Presidente creó laComisión de Reforma y Modernización de lasFuerzas Militares, que a su vez conformó un comi-té de militares y civiles para la elaboración de unproyecto de ley de defensa y seguridad. Sobre labase del proyecto redactado durante el gobiernoanterior, la comisión escribió una propuesta quepresentó a fines de 1999 al Ministro de DefensaNacional. El ministro la entregó al senador Enri-que Gómez Hurtado, quien utilizó la propuestade otro senador para modificarla. La versión deGómez Hurtado fue presentada al Senado a me-diados de 2000. El trámite del proyecto y la polé-mica nacional e internacional desatada al final delas discusiones en el Congreso, ya en 2001, mos-traron la polarización causada por el agravamien-to del conflicto armado y la falta de resultadosconcretos del proceso de paz.

El proyecto cumplió el último trámite en elCongreso en junio de 2001, con el apoyo delMinistro de Defensa Nacional, Gustavo Bell y losaltos mandos militares. La demora en la sanciónpresidencial indicó la sensibilidad del asunto enla opinión pública internacional vinculada altema de los derechos humanos. La Ley 684 deagosto de 2001 recoge los aspectos básicos de losdecretos 3398 de 1965, ya mencionado, y 1573 de1974 (norma importante pero poco operante,que clasificó la documentación relativa a laplaneación de la seguridad nacional y señaló porprimera vez de manera específica el concepto deseguridad nacional), los cuales junto con la Ley48 de 1968, fueron las normas rectoras de laseguridad nacional hasta la aprobación de estanueva ley. También incorpora avances de la Es-trategia Nacional contra la Violencia del gobier-no de Gaviria y apartes de los frustradosproyectos elaborados por los dos gobiernos ante-riores.

Esta ley ignora realidades de la Posguerra Fríay sobre todo no busca una distribución equilibra-da de responsabilidades institucionales. Tiene unsesgo militar en los conceptos, la nomenclatura yel lenguaje del planeamiento y la ejecución. Enel Ministerio de Defensa y sus dependenciasoperativas recae el grueso de la responsabilidadde las funciones de la defensa y la seguridad. Enlos llamados teatros de operaciones, contempla-dos para situaciones particulares de desordenpúblico, se subordinan las autoridades civiles a

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las militares. La participación en el problema dela seguridad de instancias estatales distintas alEjecutivo es simbólica: se las menciona en lo quese denomina el Sistema de Seguridad y DefensaNacional, se incluyen los presidentes de las comi-siones segundas del Congreso en el ConsejoSuperior de ese Sistema y se señalan funciones –que son regulares– al Consejo Superior de laJudicatura. Al Presidente de la República le co-rresponden funciones abstractas, como dirigirlos campos de poder nacional. También debeaprobar planes y documentos, que de cualquiermanera son su responsabilidad constitucional. Elingrediente político y estratégico, esencia de laseguridad y la defensa nacionales, es ajeno a suincumbencia. Así, los militares quedaron res-ponsables de diseñar la política sobre el temamás urgente de la crisis nacional. Y la conduc-ción de la paz por parte del Presidente quedócomo rueda suelta del engranaje de las políticasde seguridad.

La polémica desatada con la aprobación de laley y la presión nacional e internacional para queel Presidente no la sancionara se centraron en losartículos 58 y 59, sobre flagrancia y policía judi-cial, que corresponden a procedimientosoperacionales. Estas disposiciones fueron suaviza-das en las discusiones, en el sentido de que lacaptura fuera en flagrancia y que sólo se otorga-ran facultades de policía judicial, transitorias yprecisas, a un grupo exclusivo debidamente capa-citado de las Fuerzas Militares, por atribución delFiscal General de la Nación. Aun con estas salve-dades, el problema de las medidas radica en quequienes las ejerzan van a ser a la vez juez y parte.Los que defienden estas medidas sostienen que sunecesidad obedece a una situación de guerra;pero es este hecho el que las hace peligrosas.

Esta ley está muy lejos de servir de punto departida para la construcción de una política inte-gral de seguridad, ya que contempla en esenciaaspectos militares. La pretensión de sus promoto-

res de encontrar el rumbo para la solución delconflicto armado reflejó la falta de visión políticay de liderazgo del gobierno, la dispersión de lasinstituciones del Estado y la desconexión entreéstas y la llamada sociedad civil. En este sentido,las disgregadas políticas en materia de defensa yseguridad no representan una visión que ameriteel calificativo de seguridad para la Nación. Ade-más, dado el agravamiento de la crisis, el papel dedirectriz estratégica de la seguridad de esta clasede normas se agotó. Para ser eficaz, una medidade este tipo tendría que ser parte de una políticaglobal de Estado, que incorpore en forma activa ypacífica a la sociedad civil, y busque una participa-ción internacional que facilite un proceso desolución de la situación. Y dicha política no existe.En otras palabras, la tradicional seguridad nacio-nal, cualquiera que sea su definición, quedó des-bordada como estrategia para la solución delconflicto armado del país.

La Ley 684 inició su desarrollo con la presenta-ción al Congreso por parte del Gobierno Nacionalde un proyecto de estatuto antiterrorista, que eraparte obligada de su articulado. Sin embargo, suimplementación real comenzó una vez que elgobierno dio por terminados, el 20 de febrero de2002, la zona desmilitarizada asignada a las FARCy el proceso de paz que la justificaba. La creaciónde un teatro de operaciones, bajo el mando de ungeneral –en 19 municipios, cuyo epicentro eranlos cinco que constituyeron la zona desmilitariza-da–, fue el soporte jurídico-operativo con que sepretendió agilizar la recuperación militar del áreaconocida por la opinión pública como el Caguán3.Sin embargo, la Corte Constitucional declaróinexequible esa ley en el mes de abril, con lo cualquedó sin piso jurídico la figura del teatro deoperaciones y en general toda la norma4. Estehecho explica el propósito expresado por el Presi-dente Uribe Vélez, en su campaña electoral, depresentar un proyecto de reforma constitucionalque le permita a las Fuerzas Militares recuperar

3 “La pelea es peleando”. En: Cambio. Nº 454, marzo 4 al 11 de 2002. “Mando militar en seis zonas”. En:El Tiempo. 1 de marzo de 2002. pp. 1 y 1-2.

4 Corte Constitucional. Sentencia C-251. Bogotá, 11 de abril de 2002. En un extenso texto, la Corte plantea, enlas consideraciones finales, que “El examen precedente ha mostrado que el sistema de seguridad y defensaprevisto por la Ley 684 de 2001 vulnera la Carta, no sólo porque su pilar –la figura del poder nacional– esincompatible con los principios constitucionales más básicos, que defienden la naturaleza democrática delEstado colombiano, sino además, porque muchos de los instrumentos específicos que desarrolla –como laconcesión de facultades de policía judicial a las Fuerzas Militares o la regulación del teatro de operaciones–también desconocen numerosos preceptos constitucionales. La única decisión posible, desde el punto de vistaconstitucional, era entonces declarar la inexequibilidad total de la ley”.

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prerrogativas jurídicas de un pasado nada demo-crático –como fue el período de vigencia del esta-do de sitio–, para supuestamente combatir conéxito a la subversión. No obstante, el asunto no essolamente de orden constitucional, sino que tam-bién obedece a los principios democráticos que eldesarrollo de las relaciones internacionales haimpuesto a los miembros de su comunidad. Sobreel particular, en la última parte de las Considera-ciones Finales, la sentencia que declaróinexequible la ley de defensa y seguridad dice losiguiente:

La Corte destaca que esa decisión no implica,empero, que haya desaparecido la obligación delEstado colombiano de garantizar la convivenciapacífica. (…), pues la Carta busca el fortaleci-miento de las instituciones para que éstas puedancumplir efectivamente su misión constitucionalde asegurar la convivencia pacífica perturbadapor grupos armados que actúan al margen de laley (…). Nada se opone entonces a que la leyestablezca un sistema de seguridad y defensa paraque las autoridades, y en especial la Fuerza Públi-ca, sigan cumpliendo con su ardua tarea de prote-ger a la población. Pero es claro que cualquiersistema que sea diseñado debe ser compatiblecon los principios democráticos y con el respeto alos derechos humanos, no sólo porque así lo or-dena la Constitución sino, además, porque así loimponen las obligaciones internacionales asumi-das por el Estado colombiano en materia de dere-chos humanos.

Ante la nueva situación, a comienzos de mayo,el gobierno de Pastrana emitió la directiva presi-dencial denominada “El camino hacia la paz y laestrategia contra el terrorismo”, que pretendiócompensar la pérdida de capacidad jurídica militarfrente a la subversión. Las tres estrategias plantea-das en el documento para frenar el incremento dela guerra son: reducir la acción de grupos al mar-gen de la ley, fortalecer la capacidad de castigo aesas organizaciones, y sensibilizar a la comunidadinternacional contra el terrorismo en el país. Sinembargo, sectores militares criticaron la nuevamedida, al argüir que desorganizaba lo que estabafuncionando con respaldo constitucional. Además,agregaban que esa estrategia la había establecido elgobierno dos años antes. Otras fuentes indicaronque la norma tenía el propósito de crear un hechopolítico pero no agregaba ni resolvía nada. Tam-

bién se afirmaba que el déficit económico de laFuerza Pública, de más de 1.7 billones de pesos,ponía en entredicho la ampliación del pie de fuer-za en 20.000 efectivos, ya que la norma requiere294.000 millones de pesos adicionales5.

¿ H A C I A U N A P O L Í T I C A D E

S E G U R I D A D D E M O C R Á T I C A ?

La seguridad nacional continúa como factordestacado de militarización de la política en losplanos nacional e internacional. Pese a la finaliza-ción de la Guerra Fría y la crisis conceptual queeste hecho representó para la seguridad, por di-versas razones, como la necesidad de sostener laeconomía de guerra que se creó durante ese pe-ríodo y la unipolaridad militar de Estados Unidosen el mundo, la militarización de los asuntos deseguridad se resiste a cambiar. También ha contri-buido a la permanencia de ese modelo la inestabi-lidad desatada en varios países por los cambios enlas relaciones internacionales surgidos del fin detal guerra. La seguridad nacional suele absorbervarias de las dimensiones de la seguridad en gene-ral, como es el caso de la seguridad ciudadana o laseguridad humana.

Desde que terminó la Guerra Fría se han busca-do definiciones alternativas a la tradicional sobreseguridad nacional. Aunque hay avances concep-tuales, en la práctica no ha habido cambios signi-ficativos debido a que ellos no se han aplicado. Estasituación incide en la dificultad para solucionar ladiversidad de problemas que con frecuencia seinscriben en las agendas de seguridad. Los aconte-cimientos del 11 de septiembre de 2001 en EstadosUnidos complicaron aún más el asunto. Antes quefortalecer la cooperación internacional, como guíade nuevas alianzas frente a la amenaza de actosterroristas, tales acontecimientos fomentaron ladesconfianza de los países del Norte con respecto alos ciudadanos de los países del Sur. Esto sirviópara disminuir las libertades, los derechos civiles ylos logros alcanzados por el desarrollo de la demo-cracia. La calificación subjetiva de terrorismo, unacategoría amplia, ambigua y hasta etérea, ha servi-do entonces para justificar desmanes y fortalecer yreubicar intereses en el plano internacional, pococoincidentes con las conveniencias democráticasde muchas sociedades.

La seguridad debería ser una tarea política conagenda limitada, que exceda las obligaciones delas fuerzas armadas y del Estado, y penetre en lasociedad. La labor de los militares debe limitarse a

5 El Espectador. 5 de mayo de 2002, p. 3A.

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la implementación de la defensa nacional, con elfin de abolir la identificación que hacen las insti-tuciones castrenses de sus intereses corporativoscon los de la Nación. El Ejecutivo central no debetener responsabilidad exclusiva en la formulaciónde la seguridad, pues tiende a equiparar la seguri-dad de los gobiernos con la del Estado y, en últi-ma instancia, con la seguridad nacional. Distintasinstituciones estatales deben compartir esa tarea,según sus responsabilidades y sus posibilidadesdentro de nuevas concepciones de seguridad.También se debe involucrar a diferentes sectoressociales. La sociedad civil, expresión organizadade la sociedad, no sólo debe participar, sino sobretodo ejercer labores de fiscalización. El Estado noes ahora el único agente proveedor de seguridad,y las expectativas de la ciudadanía exceden lasposibilidades estatales, disminuidas por los ajustesexigidos por los organismos rectores de la econo-mía mundial y las reglas del mercado en la nuevafase de globalización.

Uno de los conceptos alternativos al de seguridadnacional es el de seguridad democrática. En Colom-bia, un grupo de expertos auspiciado por el Progra-ma de las Naciones Unidas para el Desarrollo,PNUD, adelantó una reflexión colectiva durante unaño, conocida como Talleres del Milenio6. En sucapítulo V, “Seguridad democrática para la paz”, lapublicación producto de tal reflexión desarrolla eseconcepto. Plantea que la seguridad debe tener uncarácter de “bien público fundamental”, que tras-cienda la concepción de seguridad exclusivamentecomo defensa y seguridad. Añade que la seguridaddemocrática no se basa esencialmente en la capaci-dad de coacción, de intimidación o de penalizaciónpor parte del Estado sobre la sociedad, sino que sefundamenta en el perfeccionamiento de una culturade convivencia ciudadana en términos de tolerancia,solidaridad, respeto a las diferencias, y en un am-biente igualitario en el que prevalezcan criterios,postulados y principios básicos de justicia distri-butiva. Agrega que los principios rectores de unaestrategia de seguridad democrática son: afirmar elEstado de derecho y reconocer el papel que le cabea la sociedad en la definición del pacto social; garan-

tizar la seguridad para la población y de maneracomplementaria para el Estado; aplicar políticas deseguridad que no sólo sean legales sino tambiénlegítimas y éticamente válidas; vindicar a la FuerzaPública como un órgano con una capacidad deli-berante sobre asuntos fundamentales y los propósi-tos colectivos de la sociedad. Entre las políticas deseguridad menciona la restauración de nuevasdoctrinas de seguridad y defensa nacional; elreplanteamiento de la visión de las Fuerzas Milita-res; la institucionalización de la participación de lacomunidad en la seguridad ciudadana, y la moder-nización, profesionalización y reingeniería de laFuerza Pública.

Estos postulados, precisos y bien elaborados,que difícilmente alguien con mínimos criteriosdemocráticos se atrevería a rebatir, constituyenmateria para una política de Estado de largo alien-to. En tal sentido, sería necesario jerarquizarlos ydesarrollarlos según su viabilidad y convenienciapara enfrentar de manera progresiva el reto a quese halla abocado el país en materia de seguridad,pero más que todo habría que definir los instru-mentos idóneos para aproximarse a los propósitosexpuestos en ese amplio contexto. Con el objetivode iniciar su concreción política, a continuación sehace el ejercicio de examinar a la luz de esos postu-lados lo expuesto sobre el tema de seguridad por elPresidente electo en su campaña electoral, comoparte de los 100 puntos que constituyen su“Manifiesto democrático”7. Sin embargo, no hayque ceñirse del todo a este texto, pues varias deesas ideas expresan lo que muchos electores que-rían escuchar del candidato8.

Los puntos 26 a 40 del Manifiesto señalan loque en el programa del Presidente Uribe se titula“Seguridad democrática”. En seguida se trans-criben de manera sucesiva esos puntos, con el finde hacerles comentarios puntuales. Punto 26:“Colombia sin guerrilla y sin paramilitares. Laautoridad legítima del Estado protege a los ciuda-danos y disuade a los violentos. Es garantía de laseguridad ciudadana durante el conflicto y des-pués de alcanzar la paz”. Este punto es amplio yno presenta problema alguno, pues es acorde con

6 Talleres del Milenio (coordinación general por Luis Jorge Garay). Repensar a Colombia. Hacia un nuevo contratosocial. Bogotá: PNUD - ACCI, 2002.

7 “Los 100 puntos de Uribe. Manifiesto democrático”. Contracarátula del afiche distribuido por la campañaUribe Presidente, Mano firme, corazón grande, 2002.

8 Un asesor de la campaña Uribe Presidente manifestó que en diversas reuniones el candidato había tomadoatenta nota de lo que el electorado quería como política de su eventual gobierno, para luego incorporarlo ensu programa de los 100 puntos. “Conversatorio sobre el resultado de las elecciones del 26 de mayo”. Bogotá:Universidad del Rosario, 29 de mayo de 2002.

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el contexto expuesto en la publicación menciona-da y producida por los Talleres del Milenio (enadelante TM). Punto 27: “La seguridad será de-mocrática. Para proteger a todos, al trabajador, alempresario, al campesino, al sindicalista, al perio-dista, al maestro, frente a cualquier agresor”. Estees otro punto general que no tiene discusión.Punto 28: “Enalteceré la profesión de soldado ypolicía. Que la comunidad los valore y respete.Que ellos se esmeren por merecer respeto y admi-ración. Que reciban formación técnica y su esfuer-zo sea premiado con becas de estudio y altascalificaciones. Con más policías y soldados, nues-tra Fuerza Pública sufrirá menos bajas, será másrespetada y el pueblo vivirá más tranquilo”. Aun-que menos amplio que los anteriores, en princi-pio este punto no tendría contradicción con TM,no obstante la relación mecánica y discutible queafirma que a más soldados y policías, menos bajas,más respeto ciudadano y más tranquilidad. Elfactor cuantitativo, sin duda importante, requierecotejarse con aspectos cualitativos, como porejemplo la capacitación y el marco normativo enque se desenvuelve.

Punto 29: “Eliminaremos el servicio militarobligatorio cuando hayamos completado 100.000soldados profesionales. Éste se ha prestado paradiscriminar a trabajadores y campesinos y no esindicado para enfrentar curtidos grupos violen-tos. Habrá la alternativa de la docencia obligato-ria. Todos los jóvenes recibirán entrenamientomilitar como los profesionales de la reserva yserán colaboradores permanentes de la FuerzaPública. Cuando digo todos es porque se acabarála discriminación”. Sobre este punto, hay queseñalar que el llamado desmonte del serviciomilitar obligatorio fue planteado por el Ministrode Defensa del gobierno de Pastrana, RodrigoLloreda, desde el inicio de ese cuatrienio, y enalguna medida se ha cumplido con el aumentosignificativo del número de soldados profesiona-les. También está de acuerdo este punto con loexpuesto en TM. Además, la discriminación en elservicio militar es una realidad y su elimina-ción sería un avance democrático y una formade asumir responsabilidades por parte de sec-tores sociales que lo han evadido. La alternati-va de la docencia obligatoria es uncomplemento positivo.

Punto 30: “El Presidente dirigirá el orden pú-blico como corresponde en una sociedad demo-crática en la cual la Fuerza Pública respeta a losgobernantes de elección popular. En la Goberna-ción de Antioquia fui el primer policía del Depar-

tamento. En la Presidencia seré el primer soldadode la Nación, dedicado día y noche a recuperar latranquilidad de todos los colombianos. Al final deesa gobernación el secuestro había descendido en60%, las carreteras eran transitables y el homici-dio había bajado 20%. Los empresarios pudieronvolver a trabajar en Urabá, regresó la tranquilidadpara los trabajadores y cesaron las masacres”.Como postulado general, este punto no tienediscusión alguna y concuerda con TM, al igualque los puntos iniciales. Otra cuestión es la mane-ra como el Presidente logró los avances que seña-la en su gestión como gobernador. ¿Se hizo acosta de la privatización de una supuesta seguri-dad? ¿Se desplazó la inseguridad a otros departa-mentos?

Punto 31: “Un país sin droga. Apoyar y mejorarel Plan Colombia. Que incluya interceptaciónaérea para que no salgan aviones con coca y regre-sen con armas. Pediré la extensión del Plan paraevitar el terrorismo, el secuestro, las masacres, lastomas de municipios. Necesitamos nuevas formasde cooperación internacional contra la violencia:que Naciones Unidas envíe una misión humanita-ria a uno de nuestros municipios en donde nues-tra ciudadanía sufre de represalias guerrilleraspor la resistencia civil a nuevos intentos de toma.Que esa misión humanitaria para proteger a lacomunidad tenga el apoyo de soldados colombia-nos avalados por Naciones Unidas para disuadir alos agresores. Este tipo de soluciones son jurídi-cas, pero no convencionales. Un conflicto de lamagnitud del nuestro necesita soluciones atípicas.Demandamos la cooperación internacional por-que este conflicto se financia con el narcotráfico,negocio criminal internacional, y se apoya enarmas fabricadas afuera. La comunidad democrá-tica internacional no puede ser indiferente alsufrimiento del pueblo colombiano. Proyectos desustitución de cultivos ilícitos que seansostenibles. Un acuerdo con 50.000 familias cam-pesinas, cocaleras y amapoleras, para queerradiquen la droga, cuiden la recuperación delbosque y reciban una remuneración de $5 millo-nes familia por año”.

El objetivo general de este punto de elimi-nar la droga es indiscutible. Su consideracióncomo problema internacional y la necesidadde cooperación en tal sentido van en la mismadirección y obedecen a uno de los logros delgobierno de Pastrana: la aceptación de lacorresponsabilidad en el problema de las dro-gas por parte de la comunidad internacional.Pese a las distorsiones producidas –que luego

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se mencionan–, hay avances logrados por esegobierno en el objetivo de mostrar al mundolas características del conflicto armado colom-biano y evitar imágenes que no corresponden ala realidad. En tal sentido, apelar a NacionesUnidas para que contribuya a solucionar esteconflicto es un elemento positivo, ya que laparticipación de un tercero que garantice laseguridad y los pactos ha sido un recurso indis-pensable probado en numerosos conflictosarmados internos a nivel mundial, entre 1940 y19929. Pero la eventual tarea de Naciones Uni-das no debe ser sólo humanitaria, ni menospara constatar la criminalidad guerrillera, sino–como lo propuso el mismo Presidente electo,una vez que ganó la contienda electoral10– quesi acude al llamado sea para iniciar su aproxi-mación como un tercero con la legitimidadrequerida, no con una propuesta unilateral –como se intuye en la idea de Uribe como Presi-dente electo–, sino como parte de una políticanacional e integral de Estado, que articule lapaz con la guerra y que defina el papel de lacomunidad internacional para contribuir a lasolución de la crisis. No obstante, éste fue unbuen inicio de propuestas de gobierno, frentea las expectativas de autoritarismo que desper-tó en algunos sectores nacionales e internacio-nales durante la campaña11. Igualmentepositiva es la propuesta de erradicación de ladroga por parte de familias campesinas, siem-pre y cuando haga parte –como se mencionó–de una política amplia e integral, ya que eltratamiento del problema de las drogas nodebe estar fraccionado. El dilema central quesurge entonces es si esa política se formulasolamente a partir de una concepción de segu-ridad o más bien como parte de una políticaglobal de desarrollo social.

El asunto del Plan Colombia merece comenta-rio especial. La particular presión de Estados Uni-dos desde el gobierno de Gaviria para que seejecutara la política trazada por ellos sobre el

tema de las drogas, se acentuó durante el gobier-no de Samper, que cumplió más que ningún otrohasta ese momento con las expectativas norteame-ricanas derivadas de su política prohibicionista yrepresiva frente a ese problema. El gobierno dePastrana continuó con esta pauta, pero dentro desu afán de recuperar la imagen y el apoyo al go-bierno por parte de la comunidad internacional yen particular de Estados Unidos. Por su parte, lacrisis de su gobierno hizo que el PresidenteSamper le prestara poca atención al problema deseguridad. Después, la incapacidad del gobiernode Pastrana de suplir este vacío, mediante unapolítica sobre el particular, lo llevó a supeditaréste y otros problemas del país a su idea inicialllamada “Fondo de la Paz”. Se trataba de buscarque la comunidad internacional colaborara confondos –a manera del Plan Marshall– para recons-truir el país y lograr la paz. Este tema, rebautizadoluego como Plan Colombia, no fue claro, pues elPresidente en su “diplomacia por la paz” no pro-puso participaciones, responsabilidades, ni metasconcretas a los diferentes gobiernos y entidadescon que se entrevistó. Ese plan se concretó, final-mente, tras la exigencia y la asesoría del gobiernode Estados Unidos, y fue presentado por éste alCongreso de su país, el cual lo aprobó como ayu-da a mediados de 200012.

La falta de concresión política en materia deseguridad dejó el camino libre para la profun-dización de la injerencia externa. La estrategiaadoptada por el Plan hace parte de la concepciónde seguridad de Estados Unidos para el hemisferio,en la que el narcotráfico es considerado como laamenaza principal (luego de los acontecimientosdel 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos pusomayor énfasis en el terrorismo) y que se limita atratar el problema de las drogas solamente concoerción. Por eso, la mayor parte de la ayuda delplan a Colombia (otra parte se destinó a paísesde la región y a agencias antidrogas y de inteli-gencia estadounidenses) se dirigió a apoyo mili-tar (60,4%) y asistencia a la Policía Nacional

9 Véase Walter, Barbara F. Commiting to Peace. The Successful Settlement of Civil Wars. Princeton: PrincetonUniversity Press, 2002.

10 “ONU estudia mediación”. En: El Tiempo. 29 de mayo de 2002, pp. 1-10. “Mensajes sorpresivos”. En: Semana.No. 1.048, junio 3 - 10 de 2002.

11 Este inicio presenta, sin embargo, un error de aproximación al organismo multilateral –como se verá en elsubtítulo siguiente–, pues la Secretaría General condensa intereses diversos, en especial de los miembrospermanentes del Consejo de Seguridad, los cuales habría que abordar antes para generar un ambientepropicio que posibilite la mediación de ese organismo.

12 Sobre este proceso, véase El Plan Colombia y la internacionalización del conflicto. Bogotá: Editorial Planeta - IEPRI,Universidad Nacional de Colombia, 2001.

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(14,3%)13. Esta militarización de la confrontacióncon el narcotráfico es una estrategia ajena que nonecesariamente corresponde a la lucha que debe opuede librar Colombia de acuerdo con sus proble-mas, recursos y prioridades, y que ha bloqueado lasopciones de redefinir las políticas relacionadas conla seguridad14. Además, es grave el hecho de que eleje de la estrategia del aporte estadounidense alPlan Colombia sea la erradicación química de culti-vos de coca y amapola, medio que ha fracasado. Pesea la fumigación, hasta el inicio del Plan Colombia,en menos de 20 años se habían quintuplicado esoscultivos. Y en 2002, las mismas autoridades estado-unidenses reconocieron el aumento de cultivos enel país15.

La idea formulada en el Punto 31, de pedir laextensión del Plan para evitar el terrorismo, elsecuestro, las masacres y las tomas de los munici-pios, se enmarca dentro de la petición del gobier-no de Pastrana a los Estados Unidos, de levantar lasrestricciones para el uso de los recursos del PlanColombia en tareas no relacionadas directamentecon el narcotráfico16. Fuera de esta eventual conce-sión y la idea de enfatizar la interceptación aérea –también formulada en el Punto 31–, que parece serun medio más eficaz y sin los daños que causa lafumigación, es bien difícil que se altere la rígida eineficaz política estadounidense frente a las drogas.Además, los recursos, los equipos y la estrategiamilitar para confrontar guerrillas y paramilitaresno corresponde necesariamente a lo que ofrece elPlan Colombia, máxime si su uso en esta confronta-ción queda supeditado a los fines de combatir ladroga. De hecho, la militarización de la represión

contra las drogas ha distorsionado la luchaantisubversiva del Estado –para no hablar de lalucha contra el paramilitarismo– y la ha limitadoen sus logros. En este sentido, ha sido más eficaz laestrategia antisubversiva de las Autodefensas Uni-das de Colombia, AUC, pero con un alto costo delegitimidad para las Fuerzas Militares y el surgi-miento de un grave problema muy complejo demanejar. Aparte de lo mencionado, es tambiéngrave la falta de financiación para los costos econó-micos y sociales en que incurrirá el país a raíz de ladinámica generada por el Plan Colombia (confir-mada por la aprobación por parte del Senado deEstados Unidos de la Iniciativa Regional Andina,extensión del Plan para 2003) y la profundizaciónde las distorsiones macroeconómicas producidaspor los gastos en seguridad. En síntesis, sobre elPunto 31, la idea de Uribe de continuar con elPlan refuerza una inercia que de por sí es difícilde alterar y que tiene demasiados problemas,susceptibles de aumentar las grandes incerti-dumbres que existen sobre la seguridad en el país.Por esta razón, no concuerda con los postuladosde TM.

Punto 32: “Oralidad en la justicia penal paraagilizarla con transparencia. Acuerdos con consul-torios jurídicos para descongestionar despachos”.La justicia penal entró a formar parte de la agendade seguridad a partir del gobierno de Gaviria. Laadopción de la política de sometimiento a la justi-cia por parte de ese gobierno y su incorporaciónposterior a la administración de justicia de la na-ciente Fiscalía, hicieron más problemático el trata-miento del problema del narcotráfico, sobre todo

13 Fuera de los 860 millones de la parte del Plan Colombia financiada para el país por Estados Unidos, no huboclaridad sobre la composición del Plan, puesto que las cifras y los rubros de su presupuesto variaron al ritmode las reacciones de la comunidad internacional y la disponibilidad de los recursos nacionales. Lasexpectativas del gobierno siempre fueron mayores que los aportes extranjeros recibidos, y buena parte de losfondos del país no estaban destinados originalmente al Plan. Las cifras se ajustaron mediante cambiosnominales de programas existentes, incorporación de programas futuros, asignación al Plan de créditosdiversos, además de los recaudos de los llamados bonos de paz. Descontando la ayuda aprobada por EstadosUnidos, las donaciones internacionales fueron pocas debido a la identificación que varios países hicieronentre los planes de lucha antidroga de Estados Unidos y el Plan Colombia. La mayoría de estos recaudos soncréditos, hacen parte de programas de ayuda externa establecidos con anterioridad o no son apoyosexplícitos al Plan Colombia.

14 Una consecuencia relevante del Plan Colombia fue la militarización de la confrontación contra elnarcotráfico, con lo que se relevó a la Policía Nacional de buena parte de las funciones que cumplía en estecampo. Este hecho implica la asignación de funciones ajenas a los militares y el reforzamiento de untratamiento represivo que ha demostrado ser ineficaz.

15 “Examen al Plan Colombia”. En: El Tiempo. 9 de junio de 2002, pp. 1-16. “Se ‘solló’ el DANE”. En: ElEspectador. 16 de junio de 2002, pp. 9B y 10B.

16 El 4 de julio de 2002, fecha de terminación de este trabajo, la eliminación de esas restricciones había sidoaprobada en el Congreso de Estados Unidos solamente en la Cámara.

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con la injerencia creciente de Estados Unidos. Sevolvieron más frecuentes las reformas a los códigos,como parte del fetichismo normativo que ha carac-terizado al país y que pretende cambiar la realidad.Las improvisadas y largas cadenas de normas sólohan logrado crear irregulares colchas de retazos,sin mejorar los altos índices de impunidad. Por eso,la propuesta de Uribe es conveniente y concuerdacon el ideal de TM. Sin embargo, mientras no selleven a cabo en forma integrada ésta y otras refor-mas fundamentales a la justicia, los juzgados conti-nuarán reproduciendo las desigualdades sociales,pues el acceso a ella, el tratamiento de los casos yaun los fallos son discriminatorios.

Punto 33: “Necesitamos un estatuto anti-terrorista que facilite la detención, la captura, elallanamiento. A diferencia de mis años de estu-diante, hoy violencia y terrorismo son idénticos.Cualquier acto de violencia por razones políticase ideológicas es terrorismo. También es terroris-mo la defensa violenta del orden estatal”. Ya seindicó la amplitud y ambigüedad que encierra elconcepto de terrorismo, además de la mediaciónque ejerce la subjetividad y los intereses unilate-rales en su calificación. Los acontecimientos del11 de septiembre de 2001 convirtieron al terro-rismo en el lente a través del cual se observa –yse distorsiona– la seguridad. Esta situación seaprecia en la ligereza y confusión con que elcandidato Uribe define el terrorismo. Ligerezaporque equipara cualquier acto de violencia, asísea por razones ideológicas y políticas, con terro-rismo. Confusión porque desconoce el uso legíti-mo de la fuerza por parte del Estado en ladefensa de un orden constitucional establecido.Por estas razones, es difícil acudir a un estatutoantiterrorista, sobre todo con el fin de detener,capturar y allanar, sin que se respete el actualorden constitucional, pues las críticas del nuevoPresidente al fallo de la Corte Constitucional aldeclarar inexequible la ley de defensa y seguri-dad van en esa dirección. No se trata de excluirla utilidad de un estatuto que haga más eficaz lalabor de la Fuerza Pública, pero no a partir de laambigüedad que encierra la definición de terro-rismo, ni pasando por encima de los derechosfundamentales y la libertad inherentes a la de-mocracia como valor supremo, como podríaderivarse de la adjetivación propuesta.

Punto 34: “Agravar penas para delitos como elrobo de vehículos o porte ilegal de armas. Másseveridad con el menor delincuente de alta peli-grosidad”. Son tres los aspectos destacados queencierra este punto. En primer lugar, el aumentode penas no necesariamente cumple su papel dedisuadir, sobre todo cuando la impunidad es elproblema que facilita y hasta estimula el delito.Mientras no se encare este factor de manera inte-gral, como eje de los problemas de la justicia,cualquier medida adicional tenderá a ser inope-rante. En segundo lugar, el problema no es que seporten armas con o sin salvoconducto. El proble-ma es el porte de armas en sí mismo. Si bien escierto que las penas por porte ilegal de armasdeben ser más severas, armar legalmente a losciudadanos contrarrestaría esa medida, pues loque se ha visto es que creó mayores problemas17.Es un sofisma que el derecho a defenderse setraduzca en la legalización del porte de armas alos ciudadanos de bien. Fuera de aumentar la yagrave incapacidad estatal de monopolizar el usolegítimo de la fuerza, en una sociedad donde lasarmas median casi todo acto de la violencia, bue-na parte de la violencia común se ejerce con ar-mas amparadas con salvoconductos. EstadosUnidos –como se ha argumentado también– no esejemplo a seguir, pues además de que el contextosocial es muy diferente, los fuertes intereses de losfabricantes y comerciantes de armas interfierencualquier comparación. Aunque, quizás, la indus-tria militar y su comercialización legal de armassean un remedo de esos poderosos intereses enEstados Unidos, con el agravante de que, dada ladiscriminación que caracteriza las relaciones so-ciales en Colombia, muchos salvoconductos seotorgan a quienes no deberían portarlos. La polí-tica de desarme ciudadano es la que más convienea la situación nacional –Bogotá es ejemplo desta-cado al respecto–, más aún si se tiene en cuenta lacontrovertida idea de Uribe de armar gran canti-dad de ciudadanos para que colaboren con lasautoridades y la extensión del radio de acción delya numeroso ejército de empresas de vigilanciaprivada. Finalmente, en tercer lugar, en una socie-dad donde la exclusión social ha sido una cons-tante, al esgrimir mayor severidad con losmenores delincuentes se ataca la consecuenciamás visible de ese marginamiento, pero no sus

17 Este asunto fue claro en las críticas de las autoridades de Bogotá al proyecto de ley que permite a los civiles elporte de armas de uso privativo de la Fuerza Pública para su defensa. El proyecto fue archivado en lasdiscusiones adelantadas en el Congreso el pasado mes de junio.

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causas. No se ve, pues, concordancia entre loplanteado en este punto y lo expuesto en TM.

Punto 35: “Impulso al arbitramento y a lajusticia de conciliación en lo civil, comercial,administrativo y de familia, para acelerar y des-congestionar”. Sin duda, este punto va en lamisma dirección de las características de la segu-ridad democrática fijadas por TM. Colombia seha caracterizado por su constante legalismo des-de el inicio de la República. La importancia delos doctores-abogados a lo largo de la historianacional contribuyó a esta situación. El país os-tenta una de las tasas más altas de abogados porhabitante en el mundo. Esto se refleja en la enor-me cantidad de demandas, pleitos, expedientes ynegocios que atiborran los juzgados. Comenzar adesmontar este enredo, al fomentar –dentro deuna política integral de seguridad en el campode la justicia– instrumentos alternativos de conci-liación, es un gran avance hacia el ideal demo-crático.

Punto 36: “Ensayar cárceles privadas. El Esta-do pagará por interno. Las cárceles deben for-mar en principios y en un oficio técnico. ComoGobernador de Antioquia instalé una fábrica degaviones en la cárcel de Bellavista. Exensióntributaria para los empresarios que produzcan enlas cárceles”. Sobre este punto, es bien conocidoel grave problema y la tragedia de las cárceles enel país. Por eso, es asunto de la mayor importan-cia enfrentarlo con prontitud y eficacia. Lasprivatizaciones no son buenas ni malas en símismas; dependen del contexto en que se den.Tampoco son expresiones a ultranza del neolibe-ralismo, como lo afirman muchos críticos. Laspolíticas neoliberales tienen aspectos positivos deeficacia administrativa, así como también gravesfalencias sobre todo en el plano social y en elbeneficio a las empresas trasnacionales en arasde la eficacia. Si el Estado es incapaz de abordarde manera directa este problema con la rapidez yla tecnificación que se requieren –como pareceser la situación–, vale la pena diseñar una pro-puesta adecuada de concesiones a la empresaprivada, siempre y cuando tenga un estricto con-trol estatal y se integre dentro de una políticageneral de reforma a la justicia. En este sentido,el objetivo sería disminuir la impunidad y eldelito, para que el Estado pueda reasumir enforma directa sus funciones carcelarias en unplazo prudencial, y la pretendida solución nosea la sola ampliación de las cárceles. En princi-pio, esta medida no riñe con los postuladosexpuestos en TM.

Punto 37: “Eliminar el Consejo Superior de laJudicatura. Es muy costoso: $60.000 millones. Conese dinero podemos financiar 10.000 viviendassociales por año. Que la autonomía de la justicia laadministren las altas cortes con apoyo del Ministe-rio”. Uno de los problemas derivados de la Cartade 1991 han sido los conflictos entre cuatro cortesubicadas al mismo nivel en la cúpula del poderjudicial. Este hecho podría tener relación con laseguridad, en razón de que la justicia ha sido incor-porada en su agenda y requiere mayor eficacia. Sinembargo, no es claro el sentido de su relación. Loque no guarda vínculo alguno con el tema es elpapel de administración autónoma que cumple elConsejo Superior de la Judicatura, aunque es posi-ble que carezca de eficacia. También es factible queno cumpla debidamente con su importante fun-ción de selección y control por méritos de miem-bros de la rama judicial, lo cual no se arregla con laeliminación del organismo. Pero éstos no son losproblemas en discución. El candidato Uribe seequivocó al ubicar este punto –con cierto sabordemagógico– en el contexto de seguridad.

Punto 38: “Todos apoyaremos a la FuerzaPública, básicamente con información. Empezare-mos con un millón de ciudadanos. Sin parami-litarismo. Con frentes locales de seguridad en losbarrios y el comercio. Redes de vigilantes en ca-rreteras y campos. Todos coordinados por laFuerza Pública que, con esta ayuda, será más efi-caz y totalmente transparente. Un millón de bue-nos ciudadanos, amantes de la tranquilidad ypromotores de la convivencia”. Sin lugar a dudas,este es el punto de mayor controversia. La indis-pensable –pero ausente– participación activa de lasociedad civil y su acción comprometida en laspolíticas y los problemas de la crisis –entre los quese destaca la seguridad– no pueden sustituirse conuna medida tan ambivalente y peligrosa. No es, enningún sentido, la manera de apoyar a la FuerzaPública. Fuera de las profundas implicaciones quetiene esta idea del candidato Uribe en contra delprincipio democrático de libertad, evidenciadasen todas las experiencias contemporáneas simila-res desarrolladas en países con conflictos armadosinternos, no hay capacidad alguna de control deese eventual pero auténtico –virtual, por ahora–ejército de “sapos”. En una sociedad sin referentesnacionales sólidos, fragmentada en lo regional, loeconómico, lo político y lo social, no es posibleaislar la influencia de esta profunda característicanegativa del país en la labor de información, conel mínimo nivel de objetividad requerido. Por unlado, ¿quién puede evaluar, mediante una selec-

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ción, lo que es o no útil en este universo de infor-mación, si ni siquiera lo han podido hacer demanera adecuada los organismos especializadosdel Estado con muchísima menos información?Además, la falencia más grande de las labores deinteligencia en la Fuerza Pública se ubica en loque se denomina “inteligencia humana” –frente ala “inteligencia técnica”–, es decir, la capacidad deevaluar de manera eficaz la información sin loslastres ideológicos distorsionantes heredados de laGuerra Fría y del medio siglo de conflicto armadointerno. Por otro lado, en lo que concierne a lainformación deseada, no es que no haya un mi-llón –para comenzar, además– de ciudadanos debien. El problema no está ahí, sino en la imposibi-lidad de preparar ese organismo informe (¿o esque se le va a dar una organización paramilitar,para suplir esta característica social propia de unapoblación dispersa?), con la visión necesaria paratransmitir información con un mínimo de utili-dad y evitar una avalancha imposible de clasificary administrar. Dentro de este contexto, ¿de quétransparencia se trata?, ¿cómo se haría para con-trolar la factible “infiltración” de intereses de ladelincuencia organizada, las guerrillas y losparamilitares? En suma –y para no alargar unadiscusión que tiene muchos argumentos en con-tra de la propuesta–, si hay una idea descabellada,frente a cualquier noción de democracia que seconsidere, es ésta. No resiste, entonces, contras-tación alguna con los principios de TM.

Punto 39: “Concertar con transportadores ytaxistas para vincularlos a la seguridad de calles ycarreteras. Cada carretera tendrá un coronel delEjército o de la Policía responsable de su seguri-dad. El lunes será el ‘Día de la Recompensa’ quepagará el Gobierno a los ciudadanos que en lasemana anterior hubieran ayudado a la FuerzaPública a evitar un acto terrorista y capturar alresponsable. A liberar un secuestrado y capturaral secuestrador. Se respetará la reserva de identi-dad y se exigirá visto bueno de las autoridadescompetentes”. Acerca de este punto es convenien-te recordar que cada ciudadano de bien, comotal, tiene la obligación moral de informar a lasautoridades sobre anomalías que atenten contralos derechos civiles. Estimular con premios infor-maciones veraces y efectivas es una idea que pue-de experimentarse. Pero de ahí a crear instanciasimposibles de controlar –relacionadas con la ideadel punto anterior–, como los taxistas y transpor-tadores, para que se conviertan en blancos de lasdelincuencias organizada y política, hay gran dife-rencia. A lo sumo, habría que evaluarla de manera

cuidadosa. Además, todas las formas de transportetienen “piratas”, no pocas veces con finesdelincuenciales. No sobra añadir sobre este puntola ligereza con que el candidato más opcionadopara ganar la Presidencia en ese momento con-fundía –al equipararlas– las funciones militarescon las de policía, y también las propias de susrespectivas jerarquías.

Punto 40: “Enseñar negociación de conflictos.Que sirva para evitar la violencia intrafamiliar. Quelos cónyuges aprendan a discutir entre ellos conrespeto, a corregir con cariño a sus hijos para queéstos, más tarde, en la escuela y el trabajo, sepanque todo conflicto se puede negociar pacíficamen-te”. Esta idea es muy loable, pero ha habido unatendencia universal nociva, derivada de la largavigencia del concepto tradicional de seguridadnacional, de “securitizar”, es decir, incorporar en laagenda de seguridad, toda clase de problemas concaracterísticas conflictivas. La idea presentada eneste punto es un ejemplo de ello, así se adjetivecomo democrática a la seguridad. Esta idea podríahacer parte de la justicia en el campo de las políti-cas sociales. Sobre el particular, es importante eva-luar los problemas para tratarlos de maneraadecuada, con el fin de no caer en la tentación deque debido a su gravedad lo mejor es incorporarlosa la agenda de seguridad. La relación que guardanlos problemas sociales los vincula de distintas ma-neras entre sí. Por esto, lo mejor es que la agendade seguridad sea lo más limitada posible. Una for-ma de evaluar la pertinencia de incorporar diversosproblemas a esa agenda es mediante un análisisque aclare si su inclusión no es forzada, es decir, sies articulada y fluida, dentro de una política cohe-rente de Estado, que pueda desarrollarse en formasecuencial sin que desentonen esos problemasdebido a su naturaleza similar.

L I N E A M I E N T O S P A R A U N A P O L Í T I C A

D E S E G U R I D A D D E M O C R Á T I C A

La transcripción comentada de los 15 puntossobre “Seguridad democrática” del programa quecomo candidato formuló el Presidente Uribe, dejaver su falta de articulación. No hay unidad queguíe su presentación. Descontando la utilidad eimportancia que tienen algunos de estos puntos yel desacierto y la desubicación de otros, el proble-ma central es su dispersión y la falta de visión deconjunto. Por eso, la primera condición que hayque anotar con respecto a lo que debería ser unapolítica de seguridad es su coherencia interna, laarticulación directa de sus componentes, para quepermita entenderla como un todo, como una

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unidad con objetivos definidos en la misma direc-ción. Esto hace posible su desarrollo de maneraarmónica y fluida, tanto en términos normativoscomo de implementación y ejecución.

Sobre esta base, en esta parte del artículo sepresentan ciertas líneas generales que deberíanconsiderarse en la difícil tarea de construir y defi-nir una política de seguridad apropiada para con-frontar los problemas que generan inseguridad enel país. Algunas de estas líneas se apoyan en co-mentarios hechos en el aparte anterior. Pero,antes que todo, la tarea de construir esa políticano debería hacerse a costa de los principios querigen el ideal de democracia18.

La mayor dificultad en la urgencia de elaboraruna política coherente de seguridad, en un paíscon las características que presenta Colombia, esarticular la realidad de la guerra con la búsquedade paz. Un régimen político con grandes falenciasen su ejercicio democrático, pero sin ser dictato-rial, alterado por un conflicto armado interno enel que intervienen subversión y paramilitares,requiere confrontar ese conflicto sin deteriorarsus limitados logros en materia de derechos civi-les. El objeto de este requisito esencial es crear lascondiciones mínimas para alcanzar una paz quepermita emprender los correctivos necesariospara desarrollar la democracia y de esta maneraasegurar que esa paz sea duradera. Y para em-prender esta compleja tarea es necesario, enton-ces, lograr un difícil equilibrio político, difícildebido a la dinámica adquirida por los siguientesnueve factores relevantes que determinan el con-flicto armado y que en parte se contraponen:

1) intensidad del conflicto, expresado en latendencia a la desaparición de inhibiciones porparte de las guerrillas en el uso de mediosindiscriminados de destrucción para alcanzar suobjetivo de toma del poder;

2) crecimiento del paramilitarismo con lacomplacencia y el apoyo de sectores importantesde la población y del Estado;

3) dispersión del narcotráfico enquistado en lasociedad y facilitador de la corrupción que éstapresenta y de la autonomía financiera alcanzadapor guerrillas y paramilitares; 4) incapacidad de laFuerza Pública para confrontar con eficacia lasubversión;

5) proclividad de la Fuerza Pública a minimizarsu responsabilidad frente al paramilitarismo porconsiderarlo un aliado de facto;

6) injerencia de Estados Unidos mediante laimposición –consentida por el Gobierno Nacio-nal– de su política represiva y unilateral frente alas drogas;

7) distorsión de la eficacia en la tareaantisubversiva de la Fuerza Pública, por efecto dela ayuda militar estadounidense enfocada en lalucha contra las drogas;

8) requerimiento firme de la comunidad inter-nacional y de algunos sectores nacionales paramantener los niveles mínimos alcanzados en elejercicio democrático;

9) crisis económica del país, agravada por lasnecesidades de ajustes macroeconómicos, apoyossociales a la población civil víctima de la guerra yuna asignación mayor de recursos a la FuerzaPública.

En una situación como ésta, la seguridad ad-quiere gran relevancia y se ubica en el primerlugar de las urgencias del país. Además, hace veren forma equivocada que la solución de muchosde los problemas que a diario se agravan debebuscarse mediante su incorporación a una agen-da poco clara de seguridad. En estas circunstan-cias, sería adecuado diseñar la mencionadapolítica integral de seguridad con el objetivoinmediato de afrontar la guerra, con instrumen-tos jurídicos, económicos y militares que, sinmengua de su eficacia para frenar este conflicto,logre inducir un ambiente propicio para iniciarun proceso de paz que sea aceptado por las par-tes, pero sin caer en los errores de procesos ante-riores. Un logro así implica, de hecho, articularel problema de la guerra con el de la paz. Peropara que tal logro tenga viabilidad es indispensa-ble la incorporación en esa tarea de objetivosque consideren profundas políticas sociales demediano y largo plazo.

El primer requisito para que una política talque enfrente la guerra tenga eficacia y viabilidadhacia la paz es la incorporación activa de la socie-dad civil en el problema. Pero es aquí donde sur-gen las mayores confusiones, pues se habla dearmar a los civiles, promover la necesidad de quela población informe a la Fuerza Pública de lo que

18 El problema no radica en la necesidad de cambiar el concepto de seguridad –o de adjetivarlo comodemocrático– para garantizar la democracia, pues una condición aceptable de democracia es más bien la quepermite aplicar un concepto de seguridad distinto de la concepción tradicional heredada de la Guerra Fría, ode la que se puede derivar de un gobierno agobiado por la inseguridad. Por eso, lo fundamental en asuntosde seguridad es salvaguardar los principios que rigen el paradigma de democracia liberal, materializados en lavigencia del Estado de derecho.

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ocurre a su alrededor, y otras ideas confusas yhasta peligrosas. Al ver la utilidad de incorporar ala sociedad en el problema, los militares se quejande que están solos y reclaman la solidaridad de losciviles con sus tareas antisubversivas, pero no sa-ben cómo inducirla. Este punto es importante, yaque el Estado y su brazo armado necesitan granlegitimidad, es decir, confianza, credibilidad yapoyo de su entorno social. La reivindicación delos derechos humanos por parte de la FuerzaPública en años recientes, en gran medida debidoa la presión de la comunidad internacional, tienecomo subproducto destacado haber ganado respe-to de muchos grupos sociales. Pero, a la vez, loscrímenes de paramilitares y guerrilleros hanopacado el problema de violación de derechoshumanos por parte de la Fuerza Pública (viola-ción que sin embargo ha disminuido) y por tantohan ayudado a diluir responsabilidades. No obs-tante, el mayor problema radica en el consenti-miento tácito de algunos sectores armados delEstado de las acciones criminales de losparamilitares, pues al hacer éstos el trabajo sucioque por largo tiempo identificó los desmanes delos organismos armados oficiales, le restan granparte de la legitimidad que requiere el Estadopara avanzar en la búsqueda de su monopolio enel uso de la fuerza.

Además de este requisito de legitimidad, queinduce dinámicas de apoyos sociales –no de par-te de quienes ostentan privilegios antidemo-cráticos y pretenden defenderlos con la ayuda agrupos de justicia privada o de los que agobiadospor las acciones depredatorias de las guerrillasven con buenos ojos al paramilitarismo, sino delgrueso de la ciudadanía que anhela tranquili-dad–, se requiere –como se dijo– incorporar demanera activa a la sociedad civil. Y ésta, comoexpresión organizada de la ciudadanía, ha teni-do un notable desarrollo en las dos últimas déca-das, en buena medida debido al tratamientopolítico del conflicto armado mediante los llama-dos procesos de paz, que han ido a la par con elmanejo represivo oficial. Gran cantidad de ONG,preocupadas por ese conflicto y por la paz, se

han agregado a organizaciones gremiales, a sin-dicatos, a movimientos sociales, a organizacionescívicas y a varias expresiones sociales viejas ynuevas, para conformar un rico entramadoorganizacional que, sin embargo, por su disper-sión y fragmentación aparece como inorgánico ypoco eficaz. De ahí que una sociedad civil, paraque decante su aporte al desarrollo democrático,requiera de objetivos con amplias coberturas,expresados en proyectos nacionales y fuertesliderazgos, incluso a través de un sistema de parti-dos. Al respecto, a la degradación y descomposi-ción de los partidos en el país se ha sumado lacoacción y la criminalización de los liderazgos atodos los niveles del espectro social y a la ausenciade movilización social en la historia nacional, paraconfluir en un gran vacío que se manifiesta en esainorganicidad y aparente inexistencia de sociedadcivil. Este fenómeno constituye la esencia de sudebilidad en el país19.

Por esta razón, se necesita un proyecto nacio-nal, no necesariamente para llenar el vacío histó-rico de la precariedad de nuestra formaciónnacional –deseable, sin duda–, sino que pretendafortalecer la sociedad civil. Ese proyecto debeestar implícito en un conjunto de medidas norma-tivas, políticas, económicas y sociales que bus-quen, como un todo coherente, solucionar laguerra y ambientar la convivencia ciudadana.Inventar medios políticos para fomentarliderazgos en esa dirección es una tarea manco-munada de instancias oficiales y de la sociedadcivil. No se trata de unanimismos, ni de inhibicio-nes a movimientos de oposición política que tantafalta han hecho. Se trata de que el gobierno in-duzca en forma creativa la participación amplia yentusiasta de esas variadas instancias en una defi-nición integrada de medidas para enfrentar laguerra y generar la continuidad de un trabajocolectivo de corto, mediano y largo plazo en susalcances.

La situación crítica por la que atraviesa el paísofrece la oportunidad para lanzar e implementaruna propuesta de tal tenor, con mensajes como“la reconstrucción nacional”, “la recuperación de

19 La desconfianza generalizada producida por la escalada del conflicto armado y el uso de medios terroristasinhibe la participación en acciones colectivas. La debilidad de los referentes institucionales hace que sedesconfíe de los organismos estatales. El gamonalismo y el clientelismo han limitado el ejercicio de laciudadanía y facilitado la ausencia de movilización social. Sin desconocer sus aspectos positivos, ladescentralización ha debilitado los frágiles referentes globales. En estas condiciones, la sociedad civil tieneuna representación limitada, no tiene mediaciones sólidas y carece –a todos los niveles– de las necesariasarticulaciones con el Estado. Véase: Pécaut, Daniel. Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa Hoy, 2001,

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la convivencia”, u otros con mayor fuerza y atracti-vo, que permitan remplazar el desgastado mensajede búsqueda de paz. Sería una forma de movi-lización social, ausente como tal en la historianacional, debido a la prevención de los gruposdirigentes con las expresiones sociales de pro-testa20. Semillas recientes, como la frustrada mo-vilización social del “No Más” contra el secuestroen 1999, las manifestaciones de resistencia civilde las comunidades indígenas del Cauca ante losdesmanes de guerrillas y paramilitares en 2001 y2002, y el movimiento de la No Violencia enAntioquia, interrumpido con el secuestro delgobernador y su asesor de paz por parte de lasFARC en abril de 2002, son ejemplos de lo quepodría ser la base de una movilización social. Unproyecto de esta clase debe estar orientado porliderazgos sociales amplios21, con el claro objetivode comprometer en forma integral a la sociedadcivil en la tarea de respaldar, de manera firme yexplícita pero pacífica, las acciones legítimas delEstado de reprimir los ejércitos privados, seanellos guerrillas o paramilitares. Es una forma defortalecer el Estado, deslegitimar a los “actoresarmados” e inducir negociaciones sin que mediela ilusa y peligrosa premisa de que es necesarioarrodillar por la fuerza a las guerrillas para queentren a conversar “de buena fe”. Esta mal llama-da buena fe, que sustituye como expresión a lavoluntad política requerida para firmar acuerdosviables de paz, se ha logrado en otros contextosnacionales mediante negociaciones y sin rendicio-nes militares previas22.

Esta manera de comprometer en forma pacífi-ca, pero activa, a amplios grupos sociales en la

solución del conflicto armado, reduce su vulnera-bilidad frente a éste, sin que medien redes deinformantes o ampliaciones de funciones a nú-cleos armados privados, como por ejemplo lasnumerosas empresas de vigilancia privada, asíestén esos riesgosos experimentos respaldados poruna legalidad forzada. Pretender que el conflictoarmado –con el nivel alcanzado en 2002– se libreentre uniformados a espaldas de la población civiles además de irreal inconveniente, pues cualquierlegitimidad de las acciones estatales no se logra demanera pasiva, sino mediante actos que impli-quen compromisos ciudadanos expresos. Así mis-mo, buscar la neutralidad frente a los “actores” esloable, pero lo más que se puede alcanzar sonacuerdos transitorios con arreglos a veces turbios,como ha ocurrido en los últimos años en algunascomunidades y municipios. Además, los intentospasados de diálogos regionales dispersos expresa-ron la fragilidad del poder estatal, como reflejo dela histórica fragmentación regional, económica,política y social del país. Este problema no contra-dice la conveniencia de distribuir el poder políti-co en las regiones, bajo coordinacionesnacionales.

Otro insumo civil que es indispensable paraafrontar el conflicto armado interno con las carac-terísticas actuales es la participación de la llamadacomunidad internacional. Está demostrado que elpaís no sale por sus propios medios de su encruci-jada. También, una larga experiencia de soluciónde conflictos de este tipo ha enseñado, como seanotó, que la participación de un tercero neutralfue decisiva. No obstante, para ello es convenien-te, e incluso necesario, que esa participación, por

20 El antimilitarismo que caracterizó a las elites –inducido por la organización granadina hacendaria y de“doctores”, y por los desmanes del ejército libertador asentado en la Nueva Granada luego del triunfo deAyacucho– se sumó a hechos como el gobierno popular del general José María Melo en 1854, el desarrollo deguerrillas populares en la Guerra de los Mil Días, el “peligro volchevique” de la Revolución en Marcha deAlfonso López Pumarejo, el movimiento gaitanista, los amagos populistas del general Rojas Pinilla, la huelganacional de septiembre de 1977, las movilizaciones campesinas derivadas de la ley de reforma agraria de 1961y las manipuladas posteriormente por las FARC, para configurar un temor clasista de la dirigencia nacional alas movilizaciones sociales. Su corolario ha sido una implacable represión. Por su parte, la cadena decoaliciones históricas bipartidistas de las elites, que culminaron con el Frente Nacional, surgieron comosolución a crisis con alto contenido social, e hicieron parte de ese temor y prevención.

21 “La gente identifica liderazgo con autoridad en vez de darse cuenta de que en una democracia saludable senecesitan personas que promuevan el liderazgo desde diferentes lugares en la comunidad. Si continuamosdependiendo de un salvador o de un presidente ‘perfecto’, continuaremos destruyendo la democracia. Poreso, paradójicamente necesitamos al mismo tiempo centralizar el poder militar y distribuir el poder político”.Heifetz, Ronald y Linsky, Martín. “Los retos del liderazgo”. En: Liderazgo para el cambio. Bogotá: Memorias del ICongreso de Liderazgo Colombiano. Revista Cambio. Junio de 2002, p. 12.

22 Véase Walter, Barbara. Ob. cit., segunda parte.

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medio de acompañamiento, mediación, verifica-ción u otra figura ajena a la intervención militar,se derive de funciones específicas, que podríanser simultáneas o sucesivas, plasmadas en unapropuesta política integral, como se señaló. Estohace aún más complejo y cuidadoso su diseño.Para ello, habría que crear por medio de planesespecíficos un ambiente apropiado, con el fin deevitar costosas improvisaciones23 y sobre todo parainvolucrar a personalidades, gobiernos, organiza-ciones multilaterales u otros actores en el procesodesde su inicio.

Con respecto a la participación de la comuni-dad internacional, cabe añadir que la mencionadafalta de visión de conjunto de los puntos sobre“Seguridad democrática” del programa electoraldel Presidente Uribe Vélez, se nota también en laexclusión –o mejor, en la ubicación en otro subtí-tulo– de un tema inherente a la seguridad: “Enbusca de la paz”. En su parte inicial, el Punto 41,dice: “Pediré mediación internacional para buscarel diálogo con los grupos violentos, siempre queempiece con abandono del terrorismo y cese dehostilidades. Para el desarme y la desmovilizaciónpuede haber todo el plazo que se requiera”. Estaidea guarda relación con el polémico Punto 31:“Un país sin droga”, cuando señala “…que Nacio-nes Unidas envíe una misión humanitaria…”.Como se vio, la petición que hizo el Presidentecon relación a este organismo, una vez que seoficializó su triunfo electoral, fue distinta de laexpresada en ese punto: pidió su mediación en elconflicto armado. Además de no haber dejadoesta propuesta vaga al albur de una respuesta

unilateral de Naciones Unidas, sino más bienhaber pedido una participación concreta, comoparte de una política integral –que no existe–, loconveniente hubiera sido crear un ambiente favo-rable previo con gobiernos de países que tenganla capacidad de influir en la Secretaría General deNaciones Unidas. De lo contrario y dadas las ca-racterísticas de este organismo, es muy difícillograr su compromiso en una tarea tan compleja yriesgosa sólo con la solicitud del Presidente, asítenga toda la voluntad política del caso. Y esto sinmencionar la necesidad de acogida previa de lapropuesta por las partes interesadas24.

Los lineamientos anteriores son apenas ejem-plos de lo que podría ser la compleja participa-ción civil en una política integral, con el fin demanejar de manera adecuada el conflicto armado,al fortalecer y legitimar las medidas de ordenmilitar, e inducir y acelerar el uso de mecanismospolíticos explícitos para una solución negociada.El Estado, en su carácter de eje político de la so-ciedad, tiene la responsabilidad de inventar me-dios políticos para lograrlo25, y no dedicarse sólo acompetir en el campo militar con guerrillas yparamilitares, así estos grupos hayan dado priori-dad a la fuerza en desmedro de la política26. Eluso de medios militares con tendencia a su exclu-sividad y las reformas administrativas y políticasdel Estado con el único fin de lograr mayor efica-cia, podrían enmarcarse en el ambivalente contex-to del “eficientismo”, el cual atenta contra laflexibilidad y el equilibrio políticos necesariospara afrontar con éxito los agudos problemasnacionales. Para esto, es fundamental, por ejem-

23 Al respecto, es ilustrativo el ejemplo del 20 de enero de 2002 en el Caguán, que buscó la supuesta salvación deun proceso de paz contrahecho, mediante una ayuda improvisada –motivada por la incapacidad política delGobierno Nacional– de los embajadores de los Países Amigos y el representante del Secretario General de laONU.

24 A mediados de junio, en su primer viaje al exterior como presidente electo, Uribe se entrevistó con elSecretario General de Naciones Unidas. Las parcas declaraciones que se emitieron hacen pensar en lo erradodel procedimiento, en su inconveniencia y en las falsas expectativas que despertó. “Uribe en la ONU”. En: ElTiempo. 17 de junio de 2002, pp. 1-4. “En secreto, Uribe busca fórmulas con la ONU”. En: El Tiempo. 18 dejunio de 2002, pp. 1-8.

25 Ejemplos de esta clase de “invenciones” para ambientar la paz son el Plan Nacional de Rehabilitación, PNR,durante el gobierno de Barco y en parte del de Gaviria, y la participación de instancias civiles que contribuyóa las desmovilizaciones guerrilleras y de milicias en 1990.

26 Son comunes los comentarios acerca de la despolitización de las guerrillas y su falta de comprensión del nuevocontexto internacional. Si bien en parte ello es así, la inercia de su dinámica les ha creado dificultades paraalterar su rumbo. A diferencia de la política, las acciones de fuerza les han dado mejores resultados, sobre todoal tener en cuenta que su vinculación con el narcotráfico y la consecuente autonomía financiera alcanzada hanido parejas con esos resultados. Además, su objetivo de toma del poder no ha cambiado y el control territorial yde la población mediante la fuerza es la estrategia que guía sus acciones. Y para ello no tiene importancia elcontexto político en que se dé, bien sea democrático o no.

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plo, reconocer los diversos esfuerzos regionalesmediante su estímulo y apoyo por parte de lasinstancias nacionales. Ello no implica un abando-no de la obligación constitucional del GobiernoNacional de dirigir el orden público, pues suliderazgo en un proyecto de envergadura significadistribución del poder político.

Resta ver, como complemento de loslineamientos políticos anteriores, otros –tam-bién de carácter general– tendientes a alcanzarmayor eficacia en el campo militar. En primerlugar, es indispensable un marco estratégiconormativo que permita articular las accionesmilitares con la participación activa de la pobla-ción civil y la comunidad internacional, u otrasactividades políticas novedosas que puedanidearse al respecto, como por ejemplo las orien-tadas a afectar las finanzas de los grupos arma-dos ilegales. Su diseño debe ser producto deinstancias civiles del Estado, sin interferenciasideológicas de modelos como el de la tradicio-nal seguridad nacional surgida de la GuerraFría y de nomenclaturas castrenses originadasen el mismo contexto27. No debería ser unapropuesta de origen parlamentario, sino queprovendría de representantes de diversas insti-tuciones estatales ligadas a los asuntos militaresy de seguridad coordinadas para esa tarea por laPresidencia de la República, como el Ministerioy el Viceministerio de Defensa, el DepartamentoNacional de Planeación, las comisiones segun-das del Congreso, la Fiscalía, la Corte Suprema,la Corte Constitucional, la Procuraduría y laDefensoría del Pueblo. Además, el proyectodebería contar con la participación de represen-tantes de los gremios económicos y de otrasinstancias destacadas de la sociedad civil, comolas ONG defensoras de derechos humanos. Eneste caso es fundamental que esas entidades sedespojen de la contradictoria posición de serreacias a medidas militares, pues inducen, de

manera potencial, violaciones a esos derechos aloponerse a la búsqueda de eficacia represiva delEstado para prevenir problemas mayores28. Conesa posición, también minimizan la legitimidadque le asiste al Estado de usar la fuerza cuandose agotan otras formas de solución a las trans-gresiones de las normas estatales, lo que noimplica necesariamente que se abandone elEstado de derecho. El fortalecimiento de laFuerza Pública, cuando se requiere eficacia,hace parte de este contexto. También hace par-te del mismo la cooperación militar, siempre ycuando no sea unilateral o impuesta bajo loscriterios de intereses ajenos a las necesidades yposibilidades del país.

En el campo normativo, primero la campañaelectoral del Presidente Uribe y luego altos fun-cionarios designados, inicialmente, como el Minis-tro del Interior y de Justicia, criticaron el fallo dela Corte Constitucional que declaró inexequiblela ley de defensa y seguridad aprobada en 2001, yseñalaron la falta de instrumentos legales paraque las Fuerzas Militares llenen los vacíos delEstado. Algunos de ellos indican que es necesarioreformar la Carta –o incluso desconocer los fallosde la Corte–, para dar vía libre a este tipo de nor-mas y quitar las trabas a los estados de excepciónconstitucional. Al respecto, hay que recabar que,dada la gravedad de la situación nacional, el papelde directriz estratégica de normas como la citadaley se agotó. Aparte de requerir un diseño biendistinto al de esa ley, tendría que derivarse de unapolítica global de Estado, con elementos como losindicados antes, que oriente un proceso de solu-ción democrática al conflicto armado. Pero dichapolítica no ha existido y no parece que esté en lasconsideraciones del nuevo gobierno. Además,cualquier proyecto debería despojarse del fetichis-mo normativo tradicional en el país y evitar que seretorne a épocas pasadas en las que las prerrogati-vas castrenses, en especial en el campo de la justi-

27 La citada sentencia de la Corte Constitucional, C-251 de abril de 2002, mediante la cual se declaróinexequible la Ley 684 de 2001, indica la ambigüedad que encierran los conceptos castrenses derivados de laconcepción tradicional de seguridad nacional, como es el caso del término “poder nacional”. Con ello no sedesconoce la dificultad que hay para definir la seguridad sin los lastres de la visión tradicional de seguridadnacional, pues la persistencia en el país de un conflicto heredado en parte de la Guerra Fría hace queimportantes grupos de sectores oficiales y privados sigan con la lógica de una época pasada. Además, laperspectiva militarista de Estados Unidos –reforzada con los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001–ha cambiado poco, ya que continúa “securitizando” problemas de la más variada índole.

28 Se asume aquí flexibilidad frente a la clásica concepción liberal que plantea que solamente violan losderechos humanos funcionarios de instancias oficiales, mientras que los particulares delinquen; además, nose desconoce la concepción generalizada de violación al Derecho Internacional Humanitario por parte decualquier persona.

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cia, ajenas a las funciones militares, estimularonsu ineficacia y la radicalización y el escalamientodel conflicto armado.

Las pretenciones de reforma para eliminar lastrabas a la ampliación del uso de los mecanismosde excepción constitucional van en la misma di-rección, puesto que se volvería al nefasto estadode sitio de la Carta de 1886. Si hay un factor queexplique en buena medida el fracaso de la justicia,en lo que respecta a las improvisaciones e incohe-rencias que generó, fue la facilidad con que selegisló a espaldas del Estado de derecho. No essensato, en términos políticos, desconocer lasexperiencias negativas del pasado y creer que loque se necesita ahora para doblegar la intransi-gencia, los desmanes y la criminalidad supuesta orealmente terrorista de los grupos armados ilega-les es dar vía libre a los “excesos” de la FuerzaPública. Sería la forma más cómoda –e irresponsa-ble– de justificar la tradicional incapacidad de losgobiernos nacionales de apoyarse en la obligatoria–moralmente– creatividad política estatal, con elfin de lograr la eficacia y la legitimidad que losorganismos armados oficiales requieren para con-tribuir a la solución de la guerra y así abrir el ca-mino para avanzar en la construcción dedemocracia.

En el plano específico militar es importantemencionar también algunos lineamientos apro-piados para afrontar la situación actual. La rees-tructuración militar adelantada durante elgobierno de Pastrana contrastó con su incompe-tencia política, en particular en los asuntos de lapaz. Sin embargo, ese importante proceso dereingeniería se juntó con los requerimientosoficiales de Estados Unidos y luego con su ayudamilitar al Plan Colombia, lo que causó –como semencionó– serias distorsiones en la misión cas-trense, pese al fortalecimiento represivo alcanza-do. Aunque mejoraría la situación si el Congresode ese país levanta la prohibición de usar la ayu-da en menesteres diferentes al combate contralas drogas, no es una solución al problema. Esepermiso no alteraría el objetivo primordial de laayuda. Por tanto, no arregla la inadecuación delequipamiento y el diseño específicos de las uni-dades objeto de la ayuda para que enfrenten enforma prioritaria a guerrillas y paramilitares. LaIniciativa Regional Andina –para implementaren 2003– refuerza esta situación, y parece pocoprobable que la corrija una eventual extensiónde la ayuda derivada de la solicitud del nuevogobierno, fuera de que ella no sería sustancial

con respecto a los fondos que se requieren. Ade-más, la dinámica de gasto generada con la ayudamilitar contradice las posibilidades financierasde una economía en crisis. Quizás el único ele-mento positivo claro que tiene la injerencia esta-dounidense ha sido la presión para evitar unaescalada en la violación de los derechos huma-nos por parte de la Fuerza Pública y para queésta enfrente a los paramilitares. Pero, en espe-cial en este último punto, los logros han sidoprecarios.

Otro factor de la ayuda militar que mereceatención es la “inteligencia”. Si bien en su aspectotécnico ha mejorado el equipamiento, el factormás importante es la llamada inteligencia huma-na. Cambiar una mentalidad rígida, que limitauna selección apropiada y sobre todo una evalua-ción adecuada de la información que se obtenga,es una tarea bien compleja. Y es mayor esta tareasi se tiene en cuenta el lastre ideológico prove-niente de la Guerra Fría y del prolongado conflic-to armado interno, lastre reforzado por lamaniquea visión norteamericana de seguridad ysu enfrentamiento con un terrorismo en extremodifuso. Aunque hay algún avance al respecto, esnecesario continuar –sin la manipulación confines de propaganda– con la lenta reeducaciónemprendida, unida a la necesaria y cabal com-prensión del sentido democrático que tienen losderechos humanos, para que las labores de inteli-gencia alcancen una eficacia tal que permita avan-zar en la lucha contra la subversión y losparamilitares. También para que se facilite la in-dispensable empatía de amplios grupos de la so-ciedad civil con las tareas militares, y por tanto segenere su apoyo con la finalidad de fortalecer elEstado.

Por último, hay que señalar que la reestruc-turación militar es aún insuficiente. Sin duda,se necesita más pie de fuerza, más equipo y unaredefinición del servicio militar con respecto ala profesionalización de las tropas, pero tam-bién se requiere una revisión a fondo del dispo-sitivo militar, pues todavía tiene problemasdebido a la dispersión y la escasa adecuación dela mayoría de unidades castrenses. Su mayorconcentración y especialización debería com-pensarse con un estudio sobre la convenienciade dividir funcionalmente a la Policía Nacionalen dos cuerpos: una guardia nacional –transito-ria mientras dure el conflicto armado–, queaunque militarizada sea más cercana a la pobla-ción civil que las unidades castrenses y afronte

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tareas de menor envergadura –básicamentetácticas– que las desarrolladas por las unidadesmilitares especializadas29. Y otro cuerpo quecorresponda a las características civiles propiasde la Policía, que se compenetre con la pobla-ción civil para que la asista en lo cotidiano yque logre inducir una visión diferente en losgrupos armados ilegales, al punto que agredirlaimplique altos costos políticos. Un factor adicio-nal importante de ese eventual estudio sería laconveniencia de trasladar la Policía Nacional alMinisterio del Interior, para ratificar el caráctercivil que le otorgó la Constitución.

E P Í L O G O

Al tiempo de la terminación de este trabajoapareció una variación en la estrategia de lasFARC. Esta guerrilla ha buscado desde los añosochenta el control de territorios, pobladores,recursos y poderes locales. Ahora trata de poner“en jaque” la gobernabilidad del país, medianteamenazas terroristas a las autoridades municipa-les. Y esto a pesar de los beneficios que les hadado su influencia sobre autoridades locales, em-presas mineras y cultivos ilícitos. La excusa de este

“exabrupto revolucionario” es la supuesta falta delegitimidad de las autoridades locales, debido a lacorrupción, el clientelismo y la influencia quesobre ellas ejerce la oligarquía. Esta variación enla estrategia subversiva parece reflejar un afán quecontradice la parsimonia con que las guerrillashan buscado acercarse a sus objetivos. ¿Será unamuestra de debilidad? Tal debilidad podría estarrelacionada con cierta asfixia financiera causadapor el aumento de los gastos de la guerra y la“inelasticidad” que han alcanzado sus mediosbandoleriles de financiación. También con lamayor presión de las autoridades, la escalada delparamilitarismo y el creciente desprestigio nacio-nal e internacional de las guerrillas. Estos factoresserían la motivación de los actos terroristas quebuscarían que el Gobierno Nacional genere pro-puestas de negociación en términos favorablespara las FARC. Las medidas extraordinarias paracontrolar la situación que tome el gobierno debe-rían estar acompañadas de fórmulas de moviliza-ción social en apoyo del Estado. Pero éstas sóloserían viables si su dirigencia demuestra con he-chos voluntad de respetar los frágiles logros de-mocráticos de la sociedad.

29 Una idea similar se presenta en Leal Buitrago, Francisco; Bulla, Patricia; Llorente, María Victoria y Rangel,Alfredo. “Seguridad nacional y seguridad ciudadana. Una aproximación hacia la paz”. En: Camacho Guizado,Álvaro y Leal Buitrago, Francisco (compiladores). Armar la paz es desarmar la guerra. Bogotá: Cerec - DNP-Fescol - IEPRI - Presidencia de la República, 2000.

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Iván Orozco AbadVisiting Fellow del

Instituto Kellogg de la

Universidad de Notre Dame

tengo más vocación de académico quede político. Me gustan más las pinturas llenas degrises que aquellas otras en blanco y negro. Pre-fiero la contemplación crítica de los matices a lasdisyuntivas de la acción. Y sin embargo, el hechode haber sido en ocasiones consultor para ladefinición de políticas me ha enfrentado a encru-cijadas que me han torturado intelectualmentedurante años. Tal es el caso de los dilemas propiosde las relaciones entre justicia y reconciliación.Como defensor de derechos humanos he favoreci-do la justicia. Como hacedor de paz, en cambio,he estado dispuesto a pagar el precio de la amnis-tía. Sin haber podido jamás resolver internamenteel conflicto moral que me plantean esos dos pape-les, me he preguntado: ¿Habrá alguna manera deflexibilizar la idea de justicia para hacerla másabierta a los motivos del perdón y de la reconcilia-ción? ¿Habrá alguna manera de escapar al cinis-mo de la razón estratégica en materia de amnistía,de forma tal que la labor del hacedor de paz seabra un poco más hacia los motivos y las conside-raciones de los defensores de derechos humanos?

A ese esfuerzo están dedicadas estas páginas.Probablemente no contienen respuestas, pero síexploran caminos. En vez de abordar el problemadel castigo y la amnistía desde la perspectiva deun sujeto racional, intento hacerlo desde la pers-pectiva de un sujeto pasional. Para ello, antes quede la razón estratégica o moral, me ocupo delodio, de la venganza y del sentimiento de justicia.Las teorías fundadas en la racionalidad instru-mental o moral del sujeto tienen enorme capaci-dad explicativa. Pienso, sin embargo, que loshombres, individuos y grupos, sobre todo en laguerra, están movidos también por fuertes emo-ciones y pasiones. Y es que también el corazóntiene sus razones1.

La posguerracolombiana:divagacionessobre la venganza,la just ic ia y lareconci l iac ión

1 Entiendo que también la razón tiene sus pasiones.Aún más, soy consciente de que también lavenganza puede ser pensada como una “opción”más, entre otras, en un modelo de escogencia

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Si bien una y otra visión se agregan y comple-mentan, hay tensiones entre ellas. El sujeto racio-nal está sometido ciertamente a camisas de fuerzaque resultan, por ejemplo, de la necesidad funcio-nal en las relaciones medio-fin, pero en general esmás flexible en sus decisiones. El sujeto pasionaldel odio y de la venganza se parece, en cambio, alos carácteres del teatro griego, llamados a cumplirun destino, esclavos de una pasión y muy pocoflexibles en su capacidad de respuesta. Para unateoría jurídica o moral de la responsabilidad,fundada en la idea de la libertad resulta más fácil,por lo pronto, imputarle responsabilidades pena-les al hombre racional que al hombre pasional.

El objeto central de esta reflexión es la figuradel vengador, la cual yo veo asociada a lo que, si-guiendo una antigua tradición que se remonta ala Grecia clásica, podemos denominar un senti-miento trágico de la justicia. El vengador, víctimaque se transforma en victimario, está, a mi juicio,en el centro de las tensiones y de las transaccionesposibles entre los valores de la justicia y la reconci-liación en contextos de guerra civil. Algunas de laspreguntas que me hago en torno a él son: ¿Quiénes? ¿Por qué surge y se generaliza en las guerrasirregulares? ¿Qué significan la justicia y la amnis-tía desde su punto de vista? ¿Cómo tratarlo enescenarios de paz y reconciliación?

Frente al fenómeno de la amnistía, la razónmoral y jurídica se han ido quedando sin discursopositivo. Para el derecho contemporáneo, la am-nistía es impunidad y sólo se justifica por razonespragmáticas. Las éticas clásicas de justificación demedios por fines –con su fondo trágico y escépti-co– eran terreno abonado para la concesión deamnistías, sobre todo para los delincuentes conmotivaciones políticas. La historia colombiana,con su tratamiento secular del rebelde como de-lincuente político, es rica en experiencias en ese

sentido. Pero aun en Colombia, donde tiene toda-vía estatuto constitucional, el concepto del delitopolítico ha sufrido fuertes golpes jurispruden-ciales y hasta legislativos2. Las éticas dominantesde medios, en cambio, con su insistencia en laincapacidad de ciertos medios para legitimarsepor ningún fin, ya no encuentran sino razonespragmáticas para resignarse a la impunidad. Lareducción de la guerra al terrorismo sobre la basede una definición de este último en términos deuna ética absoluta de medios, es apenas la culmi-nación del largo proceso de empobrecimientomoral de la amnistía.

La razón instrumental o estratégica no está encapacidad de suplir ese vacío de sentido moral. Elasunto, por definición, no pertenece a su ámbitode reflexión. Ella puede explicarnos, por ejemplo,cómo la amnistía constituye un “incentivo” nece-sario dentro del conjunto de los estímulos positi-vos y negativos que debe ofrecer un Estado a suspropias huestes y a sus enemigos internos paramoverlos a aceptar la terminación de la guerra yla desmovilización en un contexto de paz negocia-da. Puede anticiparnos, igualmente, cómo mien-tras más cercana esté la correlación de fuerzasentre el Estado y sus enemigos militares a unasituación de empate militar, más amplia deberáser la amnistía que la refleje. Puede incluso expli-carnos funcionalmente la amnistía como un dis-positivo de integración en sociedades divididaspor la guerra o por la exclusión. Pero ella resultaincapaz de devolverle la significación moral perdi-da. Sólo la religión, como lo demuestra el casomuy interesante pero muy cuestionado de la Co-misión Sudafricana de Verdad y Reconciliación, escapaz todavía hoy, a través de la teología del per-dón, de dignificar el fenómeno de la amnistía. Yoquiero intentar otro camino. A través de la resigni-ficación del enemigo como vengador, quiero in-

racional. Es conocido cómo, sin el apoyo de las emociones, la razón analítica pierde su capacidad para decidir.Frente al fenómeno de la venganza tiendo a creer, con David Hume, que la razón –y en particular la razónmoral– es en buena medida una esclava de la pasión. En ese sentido, este trabajo se inscribe en la tradición deHume.

2 El concepto privilegiado del delito político ha ido desapareciendo de todas las legislaciones penalesordinarias. Sin embargo, cada vez que los estados inmersos en procesos de transición a la paz o a lademocracia se ven obligados a amnistíar, tienen que recurrir a esa figura como un recurso de emergencia. Asísucedió en Chile, Argentina, El Salvador, Suráfrica etc. En Suráfrica, por ejemplo, la prueba utilizada por elComité de Amnistía para determinar el carácter político de un acto se fundó en los principios desarrolladospor Carl Aage Norgaard, abogado danés y Ex presidente de la Comisión Europea de Derechos Humanos en elcontexto de la transición de Namibia. Norgaard extractó sus criterios de las normas sobre extradición. Véase“The Norgaard Principles”. En: Boraine, Alex y Levy, Janet (editores). The Healing of a Nation?. Ciudad delCabo: 1995, pp. 156-160.

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troducir las ideas de un sentido trágico de la justi-cia, la de las zonas grises de la victimización hori-zontal y como corolario, la de la amnistia como laexpresion del “perdón retributivo”.

Mi perspectiva es limitada; soy consciente deque para entender los fenómenos de la guerra yla paz, la justicia y la reconciliación se requieremucho más que reflexionar sobre la economíaemocional del odio retributivo y la figura delvengador. Aun el individuo pasional es muchomás rico. La dialéctica de la víctima y el victimariose estructura también a través de otras figurasdistintas y complemetarias del vengador, como esla del “sobreviviente”. Se trata de aquel a quien lavictimización le ha enseñado que hay que estardispuesto a subordinar todo otro valor al interéssuperior y único de conservar la propia vida. Pri-mero Hobbes y luego Spinoza generalizaron ynormalizaron su tipo, a través de su exaltacion delinterés individual en la auto-conservación, pero alprecio de quitarle su especificidad y su patología.Elias Canetti y Zygmunt Bauman le devolvieron suconcreción como un tipo humano particular, ynos legaron profundas reflexiones sobre este per-sonaje, sobre su tragedia existencial y sobre suinfinito potencial de barbarie3. Las víctimas-sobre-vivientes de Auschwitz, sobre todo aquellos quetodo lo sacrificaron al único interés de que sucuerpo siguiera palpitando, se transformaron enlos defensores a ultranza del Estado de Israel. Lasvíctimas se transformaron en victimarios. ¿Cuán-tos informantes y cuántos colaboradores en tiem-pos de guerra y de penuria se explican por lapsicología del sobreviviente? Más aún, la figuradel sobreviviente es de capital importancia paraentender al vengador en toda su complejidademocional. También el vengador se representa así mismo con frecuencia como sobreviviente.

Pero además existen el amor y la compasión.Sin ellos, el discurso sobre el perdón y la reconci-liación siempre quedará incompleto. Sin embar-go, pienso que es importante pensar la guerradesde la perspectiva del vengador. Un motivocentral en las guerras degradadas, como el de lavenganza, se ha convertido en un tema más bienmarginal si no inexistente en las ciencias sociales–con la sola excepcion de la psicología–, y lo quees más delicado, en los grandes discursos normati-vos de la racionalidad moderna. Sólo la religión,la literatura y el cine, parece, le ofrecen todavía

un claro lugar de refugio. Mi propuesta se limita adefinir algunos de los elementos de un juego deroles. En tal sentido está más cerca de la terapiatransaccional que del psicoanálisis profundo.

De otro lado, no resulta absurdo escribir sobrejusticia retrospectiva y post-conflicto y pretenderademás que mis especulaciones contribuyan aprefigurar un escenario de futuro, precisamenteen un momento en que nos aprestamos para esca-lar la guerra, una guerra que ya dura cuarentaaños y que no sabemos cuando habrá de terminar.

El futuro, en general, es pura contingencia.Sólo se puede con alguna probabilidad de éxitoprofetizar el pasado. En eso consisten las cienciassociales. Sus hipótesis son anticipaciones del pasa-do que se verifican o se falsifican. Escribir sobre elfuturo, si no se tiene el don de la profecía, es puraespeculación. La cosa es peor aún, si de lo que setrata es de imaginar los escenarios en que habráde sedimentarse la paz, luego de una guerra decasi cuarenta años como la colombiana, la cual havenido borrando instituciones sociales y estructu-ras, y haciendo desaparecer con ello algunos delos pocos elementos y tendencias que bien carac-terizados permitían anticipar el mañana.

Sin embargo, la labor de especular sobre elfuturo no es ni absurda inútil. Por el contrario,sólo las representaciones del futuro permitendarle sentido y orientar la acción presente. Por-que estoy convencido de que es así, y porque detodas maneras el repertorio de los recursos queofrecen tanto la tradición colombiana como laexperiencia internacional en materia de justicia yreconciliación, de castigo y de amnistía en contex-tos de justicia transicional son limitados, me atre-vo a sacar a veces, aunque sin optimismo encuanto a mis facultades adivinatorias, la opacabola de cristal.

L A COY U N T U R A . L A A P OT E O S I S

D E LO S V E N G A D O R E S

La primera versión de estas ideas la esbocéhace algunos meses, a manera de work in progress,en mi mal inglés, y todavía bajo el impactoambivalente que me produjo la escogencia deFrancisco Santos como fórmula vicepresidencialde Álvaro Uribe Vélez. Cuando leí la noticia pen-sé: una víctima del secuestro escoge como su com-pañero de aventura a otra víctima del secuestro.Da igual en este contexto que el padre del segun-

3 Bauman, Zygmunt. “The Holocaust’s Life as a Ghost”. En: Decost, F.C. y Schwartz, B. (editores). TheHolocaust’s Ghost. Alberta: University of Alberta Press, 1997. Canetti, Elias, Crowds and Power. Harmondsworth:Penguin Books, 1962, pp. 290-293, 544.

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do hubiera sido secuestrado y asesinado por lasFARC; en tanto que el primero hubiera sobrevivi-do a los vejámenes impuestos por Pablo Escobar.Hoy, para el común de las gentes, secuestro yFARC se han convertido en sinónimos. Era laprimera vez, desde que tengo uso de razón, que elhecho de haber sido secuestrado parecía habersido elevado a la categoria de título de legitimidadpara gobernar el país. El lema tácito de la campa-ña de Uribe parecía ser “la vindicta al poder”.

Tengo la mejor opinión personal de FranciscoSantos. Me parece un hombre bueno, honesto eindependiente, de pronto demasiado, si se piensaen las exigencias de alta subordinación asociadasal cargo que ocupa. Su batalla contra el secuestroa través de “País Libre” ha sido generosa y norencorosa. Me cuento entre quienes creen quePacho Santos se puede convertir en una piezaclave en la lucha por los derechos humanos con-tra el secuestro y contra la consolidación de laalianza entre militares y paramilitares. Sin embar-go, no me queda duda de que en la campaña deÁlvaro Uribe lo escogieron no sólo por el podersocial y político que representa, sino tambiénporque quienes aconsejaron la decisión queríancompactar en torno a una simbólica nacional derabia justiciera, el nuevo frente de guerra contralas FARC. Es como si los ideólogos de la nuevaderecha y sus asesores de imagen quisieran que laeconomía del odio dejara de ser una economíainformal y periférica –campesina como hasta aho-ra había sido– y se convirtiera en el corazón, en elgran capital emocional y moral llamado a finan-ciar la furia retaliatoria del establecimiento socialy político y de las clases medias urbanas.

Acaso tenía razón Alfredo Molano cuandoafirmaba en alguna de sus columnas recientes quelo de articular en torno a Pacho Santos el rencoracumulado contra las FARC fue un intento fallido.En cualquier caso, la jugada simbólica disparó misalarmas interiores y me puso a pensar: algo tieneque haber cambiado durante los últimos años. Laguerra intestina que padece nuestro país tieneque haber crecido y tiene que haberse degradadomucho como para que el lenguaje del odio justi-ciero haya sido propuesto en el ámbito electoralnacional como sustituto de la ideología. Creo quela democracia colombiana tiene derecho a defen-derse de sus enemigos internos, pero le temo a laposibilidad de que el rencor de las víctimas no se

transforme en justicia retributiva sino en la guerrasucia de los vengadores.

También en esta materia, el cambio hacia elsiglo XXI nos cogió a los colombianos haciendouna experiencia parecida a la que debieron en-frentar nuestros ancestros al despedir el sigloXIX. Decía entonces don Miguel Antonio Caroque en Colombia no había partidos políticos sino“odios heredados”. Desde entonces mucho se haescrito sobre cómo el odio sirvió durante el sigloXIX, y hasta mediados del siglo XX, para fijar lasidentidades partidistas entre liberales y conserva-dores. El Frente Nacional nos permitió poner enel congelador e incluso superar temporalmente laidea de la política como odio transformado enidentidades partidistas a través de la dialécticaentre amigos y enemigos. Hoy, como hace cienaños, pareciera que sucumbimos a la tentación detratar de crear identidades políticas a través delodio vindicativo. No importa que en el siglo XIXse tratara de construir partidos, en tanto que hoyse busca compactar a la nación toda en una granguerra contra las FARC. El dispositivo sigue sien-do básicamente el mismo.

No es fácil cuantificar el odio. No es fácil sabercuántos son los que odian, ni cuál es su intensidad,ni de qué manera se retroalimentan el odio y laguerra. Asumo, sin embargo, y en general, quemientras mayor sea el número de víctimas dejadopor la guerra, y mientras mayor sea la injusticiaasociada a los procesos de victimización, mayorserá el acumulado de odio en la sociedad. Asumoigualmente que las guerras irregulares, sobre todoen la medida en que se escalan y se alejan del para-digma interestatal en lo que atañe a los medios ymétodos de lucha, producen más odio y ofrecenmejores condiciones para la proliferación de ven-gadores y de retaliaciones que las guerras regladas.En ese sentido, la guerra colombiana, especialmen-te en cuanto confrontación no reglada y altamentedegradada entre guerrillas y paramilitares, constitu-ye un espacio ampliamente habitado, si no gober-nado, por el odio vindicativo y la rabia retaliatoria.

Las entrevistas concedidas por “Duncan”, di-rector de una de las escuelas de formación de lasAutodefensas durante el año 20014, al igual quelas entrevistas más recientes de la periodista AlmaGuillermoprieto con guerrilleros desertores, repi-ten los mismos motivos5. Allá y acá se escucha quealguien ingresó a una u otra organización armada

4 Semana, abril de 2001.5 Guillermoprieto, Alma. “Letter From Colombia: Waiting for War, Funded by Drugs, and Ready for a Fight”.

En: The New Yorker. 13 de mayo de 2002.

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porque le mataron a su papá o a su hermano o asu amigo.

Es cierto que la sed de venganza y la rabiaretaliatoria constituyen apenas uno entre los variosmotivos básicos que explican, en forma agregada oindependiente, tanto el reclutamiento como ladegradación en los métodos de lucha. Se trata,además, de aquel motivo que ofrece mayor capaci-dad de “justificación” moral, y tal vez por eso se leotorga alguna preferencia por los entrevistados ensus historias de vida. En ausencia de un clima deverdadera polarización partidista, donde la simpa-tía ideológica sea una motivación suficiente y creí-ble, resulta más cómodo decir que se ingresó a lasautodefensas o a las guerrillas porque se queríavengar la muerte de alguien, que afirmar que unoestaba buscando trabajo o que simplemente legustan las armas y el riesgo o sentir el poder y elprestigio representado en un fusil. Pero en cual-quier caso el odio está allí, y cumple un papel cen-tral. Fidel Castaño, durante una conversación en lacual participé, decía que entre sus guerreros prefe-ría a los vengadores porque eran los más fieles y losmás valientes. “Duncan”, en cambio -de la mismamanera que Carlos Castaño en sus memorias-, ex-presaba su preocupación por el hecho de que losvengadores a veces “se encausan” mucho y come-ten atrocidades.

Se equivocan quienes creen que una guerratan degradada y tan alejada del paradigma inter-estatal como la colombiana, es sólo un asunto decálculos racionales y estratégicos. La política pue-de todavía reclamar que es su cerebro, pero sumúsculo es el narcodinero y su corazón es el odio.Si las FARC fueron durante mucho tiempo unaideología en busca de odio, para encarnar, losparamilitares han sido sobre todo un odio visceralen busca de ideología, para espiritualizarse.

El carácter caudillista y extremadamente perso-nalizado del poder en organizaciones tan preca-riamente institucionalizadas como las guerrillas ylos paramilitares, permite pensar que sus historiascolectivas repiten las biografías de sus comandan-tes. Las historias de vida de hombres como“Tirofijo” y Castaño no son, en ese sentido, tan

enteramente distintas. “Tirofijo” sigue cobrándole alas clases dirigentes, a los policías chulavitas y a lospájaros conservadores que asolaron los pueblos desu Caldas natal en la década de los cincuenta, y a losbombardeos que mataron sus cerdos, sus gallinas ysus amigos en la Marquetalia de los sesenta6. Casta-ño, por su parte, explica la obra de su vida, lasACCU, como la expresión de las transformacionessucesivas de su odio personal contra quienes secues-traron y asesinaron a su padre7. No es casualidadque las FARC en sus comienzos y los paramilitaresahora, se autorrepresenten como “autodefensas”. Esque la legítima defensa suele ser la primera figuraen la fenomenología de las transformaciones ysublimaciones del odio retributivo. En el corazón delas autodefensas de todo tipo están las víctimas efec-tivas y no las víctimas potenciales. El ánimo vindi-cativo, probablemente tanto o más que la ideología,suele tener un lugar central en la transformación delas estrategias defensivas en estrategias agresivas yofensivas.

Ahora, cuando pareciera que la venganza y elodio retributivo en general empiezan a tornarseomnipresentes y a ocupar de nuevo un lugarprominente –hasta el punto que se intenta sumanipulación como complemento de la ideolo-gía en la gran guerra de la nación colombianacontra las guerrillas–, hay que empezar a pregun-tarse cuál es el tratamiento judicial y político quese les deberá dar cuando llegue la hora, en elmarco del proceso de la transición de la guerra ala paz.

¿ C Ó M O L I D I A R CO N LO S V E N G A D O R E S ? L A

V E N G A N Z A E N E L E S TA D O D E E S Q U I LO Y E N

E L E S TA D O M O D E R N O

El asunto de la venganza y del odio retributivo,y de su tratamiento por parte del Estado, sobretodo en contextos de transición a la paz, no loinventamos los colombianos. Es tan antiguo comola historia de la civilización y de sus guerras. En lahistoria de su valoración, el surgimiento del Esta-do moderno desempeñó un papel central.

Entre los grandes textos que regulan la éticapública, sólo la religión se ocupa en serio todavía

6 H. Braun presenta una perspectiva similar, al asociar la violencia de las FARC a la existencia de resentimientos(grievances) colectivos e individuales, y explica a través de ello la importancia del “reconocimiento” del otro enlas negociaciones. Véase Braun, H. “‘Que Haiga Paz!’ History and Reconciliation in Colombia”. Ponenciapresentada en el Seminario “Democracy, Human Rights and Peace in Colombia”. Universidad de Notre Dame,marzo de 2001.

7 Véase Aranguren Molina, Mauricio. Mi confesión: Carlos Castaño revela sus secretos. Bogotá: Editorial La OvejaNegra, 2001.

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del problema de la venganza. El hecho de que lasllamadas religiones “del libro” estén amarradas atextos originales antiguos que se interpretan yreinterpretan, adaptándose –por vía hermenéuti-ca pero sin perder continuidad– a los cambiossociales y culturales, determina que las mismas nohayan podido escapar fácilmente a la necesidadde reflexionar sobre un motivo tan arcaico y quefuera dominante en el pasado. El derecho y lafilosofía moral, en cambio, no tienen un textooriginal para cuidar, lo cual los hace más abiertosa la innovación, pero igualmente más propensos alas rupturas y al olvido. El derecho y la moraltienen una historia más llena de discontinuidadesde sentido que la religión. La religión, apuntaladasobre sus arcaicos motivos, sobrevivió a la revolu-ción cultural profunda que significó la emergen-cia del Estado moderno, secularizado en lo queatañe al papel de la venganza en la moral pública.Así se podría explicar el hecho de que el cristia-nismo, y en general las grandes religiones, a dife-rencia del derecho y la filosofía moral, hayanconservado viva en la moral pública la preocupa-ción por el Talión8 y por la revancha, por el odioretributivo y la venganza como destino, por elperdón y la reconciliación.

El Estado moderno, con su monopolio legítimoy eficaz de la violencia, siguiendo la feliz expresiónde Max Weber, es antes que nada, negación y supe-ración de la guerra civil, si no de la guerra interna-cional. Su surgimiento, en el lenguaje de NorbertElias, podría ser interpretado como la expresión deun largo proceso de domesticación y transforma-ción de la venganza. Todavía el Estado absolutistaera muy arbitrario. Su justicia ejemplarizante, justi-ficada con argumentos de prevención, era despro-porcionada. Fue necesaria la Ilustración paradomesticarla. Sólo con el surgimiento del Estadode derecho hacia el siglo XIX, concluyó el largocamino de sustitución de las guerras privadas me-dievales por las penas retributivas estatales. La másimportante garantía judicial de la reproducción delEstado moderno de derecho es, probablemente, lasupresión del odio retributivo como causal dejustificación en los procesos penales. Evitar la ven-

ganza a través de la amenaza de castigo y del casti-go efectivo de la misma cuando acaece, es evitar laguerra y la violencia; es garantizar la paz comopresupuesto para el funcionamiento del Estado ydel Estado de derecho. Con el advenimiento de lamodernidad política-estatal, en el ámbito interno,la venganza fue estigmatizada, si no expulsada dellenguaje del derecho público, y confinada desdeentonces, y hasta hoy, al mundo privado de la lite-ratura y del cine9.

En el ámbito externo, las guerras interestatales,se pensó, habrían de ser a partir de entonces due-los ampliados y racionalizados, gobernados poruna razón política secularizada, fría y sin ira, eje-cutados a través de ejércitos disciplinados y profe-sionales, capaces de limitar sus acciones siguiendolos imperativos del derecho de gentes. La distin-ción entre combatientes y población civil se convir-tió en la gran garantía de que no habría víctimassino apenas “bajas” y de que, en consecuencia, elodio retributivo no se apropiaría de las contiendas.Nadie habría podido prever entonces que dos otres siglos después, la ideología democrática, consu tendencia al involucramiento masivo de la po-blación civil, sumada a los nacionalismos y los fun-damentalismos de toda índole, iba a destruír esesueño racionalista, y que la rabia y el fanatismohabrían de enseñorearse de nuevo de la dinámicade las guerras.

¿Pero cómo habían sido las cosas antes? Ya laOrestíada de Esquilo, y muy en particular sus famo-sas Euménides, simbolizaban la emergencia de laciudad- Estado ateniense mediante el expedientede la transformación de las Erinnias, divinidadesarcaicas de la venganza, en Euménides, diosasprotectoras y benefactoras de la ciudad. Desdeentonces y con razón, la existencia de la justiciapunitiva como función pública del Estado –y laemergencia misma de éste– se explica como undispositivo para domesticar y para satisfacer enforma racionalizada la sed de venganza. El castigoretributivo se explica como un sustituto civilizadode la justicia salvaje de los vengadores.

Y sin embargo, la verdad es que la soluciónpropuesta por Esquilo es muy distinta a la solu-

8 Véase Antiguo Testamento. Éxodo 21: 22-55. La ruptura significada por Cristo en términos de oponer el amor alodio retributivo aparece claramente en Mateo 5: 38 a 39 y Mateo 5: 43 a 48. Es allí donde aparecen las famosasexpresiones “pon la otra mejilla” y “ama a tus enemigos”. No quiero con lo anterior significar que hay unaruptura completa entre el Antiguo y el Nuevo Testamento en esta materia.

9 Véase Jacoby, Susan. Wild Justice: The Evolution of Revenge. Nueva York: Harper y Row Publishers, 1983. Wilson,Richard A. “Vengance, Revenge and Retribution” en: Wilson, Richard A. The Politics of Truth and Reconciliationin South Africa. Cambridge: Cambridge University Press, 2001.

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ción que ofrecen los estados modernos. PalasAtenea, el deus ex machina del poeta griego, rompeel empate dilemático entre los miembros del juezcolegiado que debe juzgar a Orestes, el vengadorarrepentido, perdonándolo. La Diosa no lo lanzóde nuevo a la calle para que completara su desti-no irredimible de vengador, según lo prescribía latradición, pero tampoco lo condenó a cincuentaaños de cárcel por asesinato, como lo ordenan lasleyes de los estados modernos. Repito, lo perdo-nó, con lo cual reconoció, por lo menos para laocasión, el odio retributivo como causal dejustificación10.

¿Quién tiene la razón, Esquilo o los pensadoresy juristas del Estado moderno? ¿Debemos castigaro debemos perdonar a los cientos de miles decolombianos que, como Orestes, son víctimas quese han transformado en victimarios?

S O B R E E L S E N T I M I E N TO D E J U S T I C I A : L A

J U S T I C I A V E R T I C A L Y L A J U S T I C I A

H O R I ZO N TA L

En lo que atañe a los grandes crímenes colecti-vos, los procesos de victimización a través de loscuales se constituye y se despliega el conflictoentre víctimas y victimarios, pueden ser de dosformas básicas: verticales y unidireccionales, uhorizontales y recíprocos. Tal vez, el ejemplo másclaro de un proceso de victimización vertical yunidireccional es el de los campos de concentra-ción y exterminio, mediante los cuales la Alema-nia nazi llevó adelante buena parte delHolocausto del pueblo judío europeo durante losaños finales de la Segunda Guerra Mundial. Des-

de la perspectiva de un tercero concernido, o deun observador neutral, cabe afirmar que enAuschwitz se presentaba una relación vertical yunidireccional de victimización en la cual losvictimarios-omnipotentes contaban con todos losrecursos de fuerza, en tanto que las víctimas-inde-fensas poseían una suerte de monopolio del valormoral. En la medida en que la Alemania de Hitlerpuede ser entendida, asumiendo los riesgos y laslimitaciones de toda gran simplificación, como“un gran campo de concentración”, la idea de laexistencia de una relación vertical y unidirec-cional de victimización sirve también para carac-terizar, a pesar de las diferencias que éstospresentan en lo que atañe a aspectos como elgrado de movilización de la sociedad, etc., losmodelos represivos de los regímenes totalitarios yautoritarios en su conjunto11. Un poco diferentees el caso de los regímenes de ocupación, los cua-les, dependiendo del grado de consolidación dela ocupación, implican relaciones más o menosverticales/horizontales de victimización. Dentrode Latinoamérica, la dictadura de Pinochet du-rante los setenta, en la medida en que estabasoportada sobre un modelo de represión sinresistencia, representa el caso que más se acercaal tipo ideal.

Pero también hay relaciones más horizontales yrecíprocas de victimización, como las que sonpropias de las situaciones y dinámicas de confron-tación armada entre grupos de guerrilla y decontraguerrilla no estatales. No la confrontacióndirecta entre combatientes, sino las retaliacionescruzadas de los guerreros omnipotentes contra los

10 La expresión odio retributivo la tomo del filósofo moral Jeffrie G. Murphy. Véase Murphy, J. “RetributiveHatred: An Essay on Criminal Liability and the Emotions”. En: Frey, R.G. y Morris, Christopher (editores).Liability and Responsability. Cambridge: Cambridge University Press, 1991; Murphy, J. “Hatred: A qualifiedDefence”. En: Hampton, Murphy y Jean, Forgiveness and Mercy. Nueva York: Cambridge University Press, 1988.Obsérvese igualmente que, como lo anota Susan Jacoby en su obra Wild Justice, la diosa Atenea, acasoreflejando los valores de una sociedad machista, perdona a Orestes mediante una compensación de culpas enla cual le atribuye mayor valor criminal al uxoricidio que al matricidio. Véase Jacoby, Susan. Ob. cit.

11 Dentro de los campos de concentración, una pequeña minoría de guardias-SS nazis controlaba a una mayoríade prisioneros. En Alemania en su conjunto, en cambio, un gran aparato de Estado con el apoyo de una granmayoría alemana, oprimía a la minoría judía y a otra minorías. Ese solo hecho tiene grandes implicacionesdesde el punto de vista de la formación de zonas grises. Por debajo de la tesis extrema de Daniel J,Glodhagen, quien en su libro Hitler’s Willing Executioners. Ordinary Germans and the Holocaust, asume que lainmensa mayoría del pueblo alemán debe ser entendida como victimarios indirectos, la mayor parte de losautores asume que el aparato nazi ejercía gran presión de conformidad y aun amedrentaba fuertemente a supoblación. Diferente es también el caso de los regímenes autoritarios, donde el nivel de movilización en favordel régimen represivo y de la victimización es comparativamente menor. En todos los casos opera, sinembargo, una combinación de terror y persuasión.

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grupos indefensos de civiles que forman los sopor-tes sociales y políticos –reales o aparentes– delenemigo, constituyen verdadera victimización. Elcaso reciente de la matanza en el municipio cho-coano de Bojayá, es apenas un ejemplo entremuchos de lo que ello significa.

El país entero, sobre todo sus zonas rurales,pero también las ciudades, se ha convertido en uncampo de batalla, territorio en disputa. Algunavez se pensó que las FARC se replegarían y estabi-lizarían sus dominios en el sur, mientras losparamilitares consolidarían los suyos en el norte,alrededor de las zonas de Urabá y Córdoba. ElEstado, por su parte, se repliegaría sobre las ciu-dades, donde habita más del 70% de la población.La verdad es que por una compleja combinaciónde factores, entre los cuales se cuentan el dinerode la droga y el Plan Colombia, la guerra se haexpandido, de manera que los paramilitares com-baten en el sur, tal vez apoyados por el ejército delPlan Colombia, mientras las guerrillas hacen lopropio en el norte, tratando de llegar a Urabá. Enausencia del Ejército, ninguno de los dos bandosno estatales consigue estabilizar sus dominiosterritoriales. Las poblaciones pasan de mano enmano sin lograr acomodarse a una relación esta-ble de dominación. Muchos colaboran e infor-man, ante todo buscando sobrevivir. Pero ya lacolaboración y la información no protegen. Reinala paranoia, todo el mundo es un “sapo” poten-cial. Algunos tratan de escapar a ese manoseomortal y hacen declaraciones de autonomía y de“neutralidad” que nadie escucha. Finalmente,para escapar a la tensión insoportable sólo quedaun camino: el desplazamiento.

Michael Walzer, quien estudió a fondo el pro-blema, afirma cómo en general las prácticas de lacontrainsurgencia suelen ser aún más brutalesque las prácticas de la insurgencia. No lo dice porbenevolencia con los revolucionarios. De otrolado, es claro en afirmar que la insurgencia es la“causa” de la contrainsurgencia degradada12. AFidel Castaño le escuché decir que los para-militares tenían que ser más brutales que las gue-rrillas, porque a diferencia de éstas, debían entrara territorios previamente ocupados y controladosideológicamente, de manera que no les quedabauna opción distinta que practicar el terror paradesocuparlos y “resembrarlos”.

Es posible que las cosas hayan cambiado unpoco desde entonces. No lo tengo claro. Carlos

Castaño ha insistido mucho en que su extremabrutalidad no era sino expresión de su debilidad,lo cual insinúa que su fortalecimiento militar ypolítico, ambos evidentes hoy, deberían traer uncierto alivio humanitario para las gentes del cam-po. Tengo la impresión de que los paramilitareshan cambiado un poco las tácticas, aprendiendo aconvivir con la vigilancia de la comunidad interna-cional, pero que en realidad están demostrandopoco progreso humanitario. Prometer que ya novan a matar a los civiles de cinco en cinco sino deuno en uno para no llamar la atención y evadir lacalificación de sus crímenes como masacres, no esprogreso. Es cierto, sin embargo, que en zonas yacontroladas, como Barrancabermeja, han introdu-cido códigos de conducta. De todas maneras, supecado es estructural. Creen que la guerra se ganaquitándole el agua al pez. Las FARC, por su parte,se han degradado. Luego de que la superioridadaérea del Ejército les cerró el camino fijado desdela llamada Séptima Conferencia de 1982, hacia latransformación en ejército regular y el combateabierto con unidades militares fuertes, se hanvisto obligadas a retornar a un comportamientoclásico de guerrilla. Es verdad que con los para-militares se enfrentan cada vez más de maneradirecta, pero en este caso su guerra horizontal devengadores es una guerra degradada, sin reglas ysin cuartel. Existe además el problema de llegarpor fin en forma significativa a las ciudades. Sólopodrán hacerlo, o bien a través del terrorismo, sies que deciden definitivamente renunciar deltodo a buscar algún respaldo y vengarse de lasclases medias urbanas por su falta de apoyo alproyecto revolucionario, o limitarse al secuestro yal asesinato selectivos en los centros urbanos paraamortiguar, si es posible, el deterioro de su ya muydestruida imagen.

Todas las guerras civiles latinoamericanas delas últimas tres décadas se aproximan en mayor omenor grado al tipo descrito. La existencia degrupos paramilitares que eran o bien simplesprolongaciones o muy dependientes del Ejército,determina que en casi todos los casos, la degrada-ción del Estado nos permita hablar de procesos devictimización horizontal y recíproca entre el Esta-do y las guerrillas. En Colombia la autonomíarelativa y creciente de los paramilitares frente alEjército nacional hace más complejo el juicio. Ladimensión más horizontal de la guerra está asocia-da a la confrontación entre guerrillas y

12 Walzer, Michael. Just and Unjust Wars, A Moral Argument with Historical Illustrations. Nueva York: Basic Books,1977, pp. 176-196.

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paramilitares. Obsérvese, por último, que las gue-rras en general implican una combinación deprocesos verticales y horizontales de victimización,de manera que la victimización horizontal repre-senta apenas algo así como su diferenciaespecífica.

En procesos verticales y unidireccionales devictimización, desde el punto de vista de los terce-ros concernidos y de los observadores neutrales ylejanos, resulta comparativamente fácil decir quié-nes son los buenos y quiénes los malos. Bajo lapremisa de una enorme claridad cognitiva y moralen torno a quiénes son los “chicos buenos”, y quié-nes los “chicos malos”, el sentimiento dominante esel de una justicia vindicativa que exige castigo.

Desde idéntica perspectiva, la circunstancia deque en los procesos horizontales y bidireccionalesde victimización haya un cierto equilibrio en ladistribución de los recursos de fuerza, y con ellotambién un cierto equilibrio moral, explica, porel contrario, la eventual “suspensión” del juiciovindicativo y la emergencia de un sentimientotrágico, más proclive al perdón retributivo y a lareconciliación. Pensadores tan dispares y tan aleja-dos en el tiempo como Hegel o Maquiavelo, comoMax Weber, Isaias Berlin o Giovanni Sartori le hanrendido tributo a esta idea13.

La justicia y el final de juego: el punto de vista

interno de los enemigos-vengadores

Los caminos básicos para salir de la guerra sondos: la victoria o la negociación. Existen por su-puesto caminos intermedios, victorias negociadasy negociaciones que equivalen a victorias. Existenademás mil maneras de vencer y de negociar. Y sinembargo, cabe decir que, en general, mientras losactores armados conserven el control de la situaciónde salida, las victorias van a implicar impunidad paralos vencedores y castigo para los derrotados, entanto que las negociaciones van a implicar una tran-sacción y con ello, una combinación de castigo yamnistía, variable para todos los bandos según lascorrelaciones de fuerza y las destrezas negociadorasde los enemigos14.

¿Qué explica por lo menos esta relativa previ-sibilidad de los resultados en materia de justicia eimpunidad al final de una confrontación armada?Tzvetan Todorov lo expresa en una fórmula sim-ple pero rica en implicaciones: “Los victimariosquieren olvidar, en tanto que las víctimas no pue-den olvidar. Por ello, las víctimas tienen derecho aolvidar, en tanto que los victimarios tienen la obli-gación de recordar”15.

Del hecho psicológico de que los victimariosquieren olvidar, mientras las víctimas no pueden

13 Susan Jacoby en su libro cita a Isaiah Berlin, quien, en su escrito The Originality of Machiavelli exaltó el valor deeste último como aquel pensador que “sembró un permanente cuestionamiento problemático y profundo enel camino de la prosperidad”. La pregunta proviene del reconocimiento de que “los fines en la medida enque se plantean a la vez como lo último y como lo sagrado, entran en contradicción. Este sistema de valorespuede entrar en conflicto sin que exista la posibilidad de la existencia de un arbitraje racional, no sólo encircunstancias excepcionales (como resultado de anormalidades, de accidentes, o de errores –el choque deAntígona y Crenon o la historia de Tristán–), sino como parte de la condición normal de los humanos”. Y másadelante: “Si tan sólo existe una única solución para el problema, entonces los únicos problemas existentesson reconocer cuáles son los problemas, y cómo hacer que otras personas hagan parte de la solución pormedio de la persuasión o de la fuerza. Pero si esto no es así (…), entonces el camino consiste en abrirse a latolerancia y al compromiso”. (T. del E.) Jacoby, Susan. Ob. cit, pp 146-147. Es conocido cómo Hegelinterpretó la Antigona como un ejemplo perfecto de tragedia de “motivos igualmente justificados”. Es ciertoque le atribuye a esa perspectiva un valor limitado y que debe ser superado por un punto de vista másuniversal. De otro lado, el relativismo moral de los pensadores liberales de la Alemania de Weimar esconocido. Pongo de relieve el caso de Weber por su prominencia. Pero también juristas de la talla de GustavRadbruch y Hans Kelsen transitaban por esos caminos. En su escrito sobre “la tolerancia”, afirma Sartori queesa idea, en su versión moderna, nació en el horizonte de las guerras religiosas europeas.

14 Samuel P. Huntington distingue tres tipos de transición a la democracia: transformación, remplazamiento ytransplazamiento. Carlos Nino, por su parte, distingue entre transiciones coactivas, consensuales y porcolapso. Véase Huntington, Samuel. “The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century”. En:Kritz, Neil J. Transitional Justice. Volumen I. Washington D.C.: United States Institute of Peace, 1995. Nino,Carlos. Radical Evil on Trial. New Haven: Yale University Press, 1996, pp. 128 y ss. Todas estas variantesimplican algún tipo y grado de negociación o de imposición.

15 Todorov, Tzvetan. “Zvetan, Zehn Jahre Ohne Primo Levi”. En: Mittelweg. No. 36, Zeitschrift des HamburgerInstitutes fuer Sozialforschung, octubre-noviembre, 1998, p. 36.

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olvidar, y de su complemento normativo en laidea de que las víctimas tienen derecho a olvidaren tanto que los victimarios tienen el deber derecordar, se deriva la explicación para buena par-te de las tensiones y dinámicas básicas que caracte-rizan la llamada “justicia retroactiva”16 en losprocesos de transición de la dictadura a la demo-cracia y de la guerra a la paz.

La interpretación jurídica dominante parte dela premisa de que los enemigos militares sonvictimarios que desean olvidar y que tienen ade-más el poder para negociar y para imponer elolvido por decreto. Es por eso que las amnistías,en cuanto desconocen el deber de recordar quese imputa a los victimarios, son interpretadascomo actos de “cinismo”, sólo explicables, peronunca justificables, por la necesidad de resignarsea las lógicas político-instrumentales que gobier-nan los procesos de transición.

Pero los enemigos no se autorrepresentan, enprimer lugar, como victimarios, sino como vícti-mas-victimarios inocentes, y en consecuenciacomo vengadores. Que luego de una victoria mili-tar los vencedores se regalen con una amnistíageneralizada y en cambio apliquen justicia contralos vencidos resulta por ello apenas natural. Delhecho de que los enemigos se autorrepresentancomo víctimas-victimarios inocentes, y en cambiorepresentan al otro como victimario-víctima culpa-ble, se desprende que los vencedores creen quetienen no sólo una justificación retributiva parasus crímenes sino además un “derecho a olvidar”.Por el contrario, en la medida en que los vencedo-res representan a los vencidos como victimarios,les atribuyen toda la culpa por el origen y por labarbarie de la guerra, y les aplican castigos retri-butivos, los cuales son la cristalización más intensadel “deber de recordar”, en cabeza de los victima-rios. De esta manera, la guerra toda puede serinterpretada a posteriori como una guerra punitivao como una ejecución judicial. No de otra manerase explica el fenómeno de la “compensación retri-butiva de culpas”, que opera casi como regla alfinal de todas las guerras, aun en aquellas en quehay vencedores y vencidos.

En la Carta de Londres que reguló los grandesprocesos de Nuremberg se prohibió de manera

expresa la aceptación del argumento del tuquoque. En la práctica, sin embargo, gracias albrillo de la defensa, se lo aplicó de manera tácitaa la guerra de submarinos en el Pacífico en favordel almirante Doenitz. Su fuerza es tanta, a pesarde que el discurso moral reniegue de él, que ame-nazó seriamente la credibilidad pública de todo elespectáculo de juzgamiento, en la medida en quelos crímenes innumerables del Ejército soviéticodurante la última gran contraofensiva y los bom-bardeos ingleses a las ciudades alemanas todavíatorturaban la memoria colectiva de las víctimas.Sólo el carácter incomparable del holocaustojudío como radical evil y el sometimiento rigurosode los jueces a las reglas del rule of law pudieronsalvar la justicia de Nuremberg de la crisis de legi-timidad en que parecía sumirla el sentimientotrágico de justicia que acompaña los procesos devictimización recíproca horizontal, propios de laguerra total17. Y ni qué decir del escepticismo conel cual el pueblo japonés enfrentó los tribunalesque impusiera el General MacArthur, luego de lasbombas atómicas de Iroshima y Nagasaki.

Si la compensación recíproca de culpas apare-ce como un argumento fuerte incluso en situacio-nes de victoria y en escenarios de juzgamiento delos vencidos, su fuerza es mucho mayor en losescenarios políticos de negociación. Es cierto queel razonamiento que lo funda será más o menoscreíble dependiendo del grado de verticalidad yunidireccionalidad, por ejemplo de horizontali-dad y reciprocidad que caracterice los procesos devictimización a los cuales se aplique.

En el Chile autoritario de la década de losochenta, Pinochet, antes de acceder a dar los pri-meros pasos hacia la transición desde la dictaduramilitar y hacia la democracia, expidió una ley deauto-amnistía que cobijaba en lógica “compen-satoria” tanto los crímenes de los militares comolos de la oposición. Pero sabemos que la oposicióna la dictadura chilena fue practicamente inexisten-te, de manera que toda la represión estuvo edifi-cada sobre la ficción ideológica de una “guerrapreventiva”, en un clima de polarización ideológicapero sin violencia efectiva. Por ello sabemos tam-bién que aquello de la compensación recíproca deculpas, como argumento para justificar la amnistía

16 Nino, Carlos Santiago. Ob cit.17 Véase Persico, Joseph E. Nuremberg: Infamy on Trial. Nueva York: Penguin Books, p. 338, 1994. Bassiouni, M.

Cherif. Crimes Against Humanity. pp. 502-503; Walzer, Michael. Ob.cit., pp. 147-151. Sobre los procesos deNuremberg y su respeto por el debido proceso, véase buena parte de los artículos contenidos en: Cooper,Belinda (editora). War Crimes: The Legacy of Nurenberg. Nueva York: TV-Books, 1999.

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general, fue una mentira, una manera de ocultar elcarácter puramente vertical y unidireccional delproceso de victimización que se llevó a cabo duran-te la dictadura.

¿Cabe decir lo mismo de la guerra peruanacontra el grupo terrorista Sendero Luminoso, lacual dejó víctimas distribuidas casi por igual entrelos dos bandos?18 ¿Aún, cabe decir lo mismo de laguerra salvadoreña, a pesar de que el Estado, elcual luchaba en una proporción favorable de 5 a 1o de 9 a 1 contra su enemigo, fue el responsable deentre el 66% y el 85% entre bajas y víctimas, entanto que al FMLN, una guerrilla comparativamen-te limpia y con fuerte impulso hacia la regulariza-ción, no le fueron imputables sino los porcentajesrestantes? Todavía la guerra salvadoreña encarna,en mi opinión, a pesar de la desproporción entrelos crímenes y bajas de los unos y los crímenes delos otros, un claro proceso de enfrentamiento y devictimización recíproca horizontal, que hace creí-ble el argumento de la compensación retributiva.

A más tardar a estas alturas, algún lector conun claro y riguroso concepto de justicia estará apunto de gritar para recordarme que “un crimenno borra otro crimen”, y que además el olvidogeneral por decreto no permite aprender de losgrandes crímenes del pasado, ni tampoco preve-nir su repetición hacia el futuro. Ambas afirma-ciones son ciertas.

Las objeciones son irrefutables. En mi defensapuedo alegar, sin embargo, que éstas expresanbásicamente el punto de vista de aquellas vícti-mas y demás segmentos sociales, entre los nocombatientes y la población civil que no se sien-ten representados y que no se identifican con losactores armados, sino que se distancian de ellos,hasta el punto de que los perciben comovictimarios.

En efecto, mi observación en torno a la lógicade la compensación retributiva de culpas comofundamento de la amnistía no refleja el punto devista de las víctimas, ni el de la población civil novictimizada, sino el punto de vista de los guerre-ros, en el entendido de que son éstos quienes, porlo menos durante las negociaciones y mientras se

establece la paz, dominan el tablero de las decisio-nes. Sólo el punto de vista interno de los enemi-gos enfrentados permite entender las guerras,siguiendo la tradición de la Antígona de Sófocles,como tragedias de motivos igualmente justifica-dos. Así las interpretó la tradición secularizanteque fundó el Estado moderno y el derecho clásicode los conflictos armados, cuando, mirando haciael pasado de los siglos XVI y XVII en boca deAlberico Gentili, definió las guerras confesionalesreligiosas entre católicos y protestantes de maneraradicalmente aporética, como guerras justas exutraque parte19. En ello habita un factor importantede relativización de la enemistad y defundamentación de la tolerancia.

Desde el punto de vista de la sociedad comoconjunto, o de la justicia abstracta en que se arti-cula, el interés más fundamental es posiblementeel de la prevención, es decir el del “nunca más”, elde que el horror no se repita, sin desdeñar porello la urgencia social de reivindicar también elinterés retributivo y reparatorio de las víctimas yaún, el interés resocializador de los victimarios, enla medida en que resultan fundamentales para lareincorporación de ambos al grupo social. Laúnica manera de evitar que la amnistía conduzcapor el camino de la compensación anticipada deculpas a un olvido facilista sin capacidad de pre-vención, es compensando la eventual falta decastigo con una alta dosis de memoria y de ver-dad. También las comisiones de la verdad y nosólo el castigo, son dispositivos para reforzar lamemoria y la prevención, y si se quiere, para me-jorar la calidad del olvido.

SO B R E L A R E CO N C I L I A C I Ó N

En el marco de las guerras irregulares, dijimos,la enemistad se construye sobre la base de narrati-vas opuestas, en cuya oposición desempeña unpapel central la dialéctica de la víctima y el vícti-mario. En efecto, resulta difícil imaginar una oposi-ción más radical que aquella de representar al otrocomo victimario-víctima culpable, mientras uno serepresenta a sí mismo básicamente como víctima-victimario inocente. La reconciliación, por el con-

18 En Perú, en doce años de guerra entre un ejército y unas guerrillas que estaban en una relación de oncesoldados contra un guerrillero, el terrorismo de Sendero fue sin embargo capaz de equilibrar el de víctimas alado y lado en una proporción de 50%-50%. Véase Nasi, Carlo. “Peace Accords in Colombia, El Salvador,Guatemala: A comparative Study” Tesis de doctorado. Notre Dame: Universidad de Notre Dame, 2002.

19 Sobre la importancia de A. Gentili para la estructuración del derecho clásico de los conflictos armados entorno a un concepto acotado de la enemistad, véase Schmitt, Carl. Der Nomos der Erde im Jus PublicumEuropaeum. Berlin: Dunkler und Humblot Verlag, 1953.

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trario, entendida en un sentido realista, ajeno a lasfantasías consensualistas, consiste en el acercamien-to progresivo de las narrativas opuestas20. Acercarlas narrativas opuestas, por su parte, es escapar alblanco y negro del juego de la enemistad y aden-trarse en la verdad más profunda y opaca de losgrises; es reconocer la presencia y la significaciónde las zonas grises, de figuras que son a la vez vícti-mas-victimarios, y culpables e inocentes.

Las zonas grises

Mi caracterización de los procesos verticalesy unidireccionales de victimización oculta laexistencia de zonas grises. En efecto, ni siquieraun ejemplo como el de Auschwitz, donde losvictimarios y las víctimas parecían pertenecer ados campos claramente diferenciados fue en surealidad histórica tan perfecto. En su texto inolvi-dable sobre “The Drowned and the Saved” PrimoLevi, con su humanismo incomparable, hace unestudio de las relaciones sociales dentro del uni-verso concentracional, cuyo capítulo más amplio ymás elaborado es el dedicado a las “zonas gri-ses”21. Con esa expresión alude él a aquellasfiguras que eran simultáneamente víctimas yvictimarios, y que estaban suspendidas en la mitaddel camino de la represión. Comunistas, naciona-listas polacos y muchos judios, victimizados porsus captores, estuvieron dispuestos a victimizar asus compañeros de desgracias con la esperanza de“sobrevivir”. Sus funciones eran múltiples. Ibandesde los famosos “Kapos”, largamente recorda-dos por su sadismo, hasta aquellos otros que obte-nían pequeños privilegios por vigilar la limpieza yel orden de las camas en las barracas. Su cálculo,en efecto, no siempre fue equivocado. Personajes

de la zona gris representan, sin duda, una propor-ción significativa dentro del grupo final de sobre-vivientes. Levi, quien era implacable en su juiciosobre los victimarios, afirma, sin embargo, quefrente a los habitantes de la zona gris no es capazde hacer un juicio condenatorio. Su doble con-dición de víctimarios y de víctimas lo aturde, des-pierta su compasión. El caso de Chaim Rumkowskiel comerciante judío del gueto de la ciudad deLodz, en Polonia, quien fuera intermediario entreel gobierno nazi de ocupación y su pueblo victi-mizado, quien se autoproclamó emperador, acuñómoneda con su efigie y maltrató a sus compañerosde desgracia, le suscita, como él mismo lo dice,una impotencia judicandi22.

Suponiendo, de nuevo, que el régimen totalita-rio de la Alemania de Hitler era una suerte degran campo de concentración, así que se tratabade un sistema político apuntalado sobre un mode-lo de represión vertical y unidireccional, en elcual el gran campo social de los victimariosvictimizó ciertos segmentos de población comoeran los judíos, los gitanos y los comunistas, elasunto de las zonas grises se nos plantea aún conmayor fuerza. Pero lo mismo cabe decir, en ge-neral, de los regímenes autoritarios y de los deocupación. “Denunciantes”, “informantes” y “cola-boradores” son apenas dos, acaso las más conoci-das pero no las únicas, entre las muchas figurascandidatas a habitar las zonas grises, bajo la pre-misa, por supuesto, de que el amedrentamiento yla presión de conformidad ejercida sobre elloshayan constituido motivaciones determinantespara su conducta criminal.

Las guerras, dijimos, comportan dinámicas com-plejas en las cuales se combinan procesos de

20 Dwyer, Susan. “Reconciliation for Realists”. En: Carnegie Council on Ethics and International Affairs. Vol. 13, 1999,pp. 81-88.

21 Levi, Primo. The Drowned and the Saved. Nueva York: Vintage, 1989. Marie Smyth, por su parte, en un ensayomaravilloso sobre Irlanda del Norte, afirma: “Se ha discutido que el recuerdo de las víctimas es algo que sueleafectar por más tiempo a aquellos que han experimentado más pérdidas. De esta forma, debemos compartirese recuerdo como una forma de solidaridad con aquellos que han perdido más seres queridos. Esto tambiénnos sirve como un proceso de educación para nosotros mismos, y como una forma de construir unaexplicación inclusiva y común sobre aquello que le ha sucedido a nuestra sociedad durante los últimos treintaaños. Debido a que nuestras propias heridas nos pueden enceguecer, parte del proceso de recordar debeconsistir en examinar no sólo nuestra historia en tanto víctimas, sino nuestra historia de dolientes al hacerlocon otras personas. Tan sólo cuando podemos recordar, no sólo lo que nos han hecho sino lo que le hanhecho a otras personas en nuestro nombre, la reconciliación será posible. El peligro del recuerdo es quereescribiremos nuestro pasado para ocultar nuestra deshonra y sólo exhibir la de nuestros enemigos”. (T. delE.) Smyth, Mary. Remembering in Northern Ireland: Victims, Perpetrators and Hierarchies of Pain and Responsability.En: Hammer, B. Past Imperfect. p. 48.

22 Levi, Primo. Ob. cit., p. 60.

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victimización vertical y horizontal. También las gue-rras, en la medida en que los enemigos militares ypolíticos están organizados en estructuras verticalesde dominación, reproducen análogas figuras. Tam-bién guerras, como la colombiana, en la cual los ac-tores armados establecen pequeñas dictadurasregionales y locales, y regímenes volátiles de ocupa-ción, están plagadas de denunciantes, de informan-tes y de colaboradores. Pero la figura que mejorrefleja la horizontalidad de la guerra y su diferenciaespecífica frente a las dictaduras de la paz –porejemplo, del orden sin guerra– es sin duda la delvengador. También él como ya lo dijimos, es una víc-tima que se transforma en victimario.

Si limitamos el concepto de víctima y el de laverdadera venganza a los límites estrechos de lasidentificaciones en el seno de la familia como uni-dad productiva y de afectos, el número de los ven-gadores y la extensión de la zona gris resultanreducidos. Si por el contrario, hacemos extensivala dialéctica de la víctima y el victimario al concep-to del enemigo, entonces la guerra toda, por lomenos en cuanto guerra recíprocamente degrada-da, amenaza convertirse en una inmensa zonagris. Para efectos judiciales resulta fundamentalconservar una definición restringida de la vengan-za; para efectos políticos y en el marco de una po-lítica general de reconciliación, en cambio,resulta necesario ampliar los conceptos de la ven-ganza y el de la zona gris, evitando de toda mane-ras que un falso humanismo reconciliatorio diluyatoda noción de rendición de cuentas.

S O B R E E L P E R D Ó N R E C Í P R O CO

Dice Michael Ignatieff: “Pueblos que se creenvíctimas de agresiones tienen una incapacidad ex-plicable para entender que también ellos cometenatrocidades. Los mitos de inocencia y devictimización sufrida son obstáculos poderosos enel camino de confrontar hechos desagradables”23.

La compensación recíproca de culpas entreenemigos que se autorrepresentan como vengado-res es todavía muy cercana a la figura de la ene-mistad. Quienes compensan culpas de maneraunilateral o bilateral, luego de terminada la con-tienda, son individuos y grupos que aceptan repre-

sentar al otro como víctima-victimario inocente paraconservar el derecho a representarse a sí mismos dela misma manera. Su juego de espejos es un juegode imágenes no invertidas. Su “mímesis” es unamímesis simple y positiva, autocomplaciente con lapropia barbarie, ajena al arrepentimiento, proclive aun olvido de mala calidad y a la repetición. Para quela amnistía no resulte contraria al principio de laprevención, para que sea compatible con el interéssocial en el “nunca más”, debe estar apuntalada so-bre el conocimiento y el reconocimiento de una ver-dad mucho más profunda y a la cual es difícilacceder en términos emocionales, cual es la de quelos vengadores no son sólo víctimas inocentes sinotambién victimarios culpables.

Los escenarios y procesos de conflicto y recon-ciliación entre enemigos-vengadores implican enrealidad una relación compleja, un juego de espe-jos entre cuatro roles y dos calificaciones básicasde los mismos. Se trata de un juego de identifi-caciones positivas y negativas entre víctimas-victimarios, en el cual las calificaciones del otro, yde sí mismo en términos de culpabilidad o ino-cencia, permiten visibilizar o invisibilizar moral-mente, de manera permanente o temporal,alguno de los roles alrededor de los cuales se arti-culan las identidades propia y ajena. Pero se tratatambién de una suerte de fenomenología de laconciencia, la cual debe pasar de estratos mássuperficiales a estratos más profundos de com-prensión del significado del otro y de sí mismo24.

La guerra –sobre todo la guerra degradada– es,como ya lo vimos, un juego de identificacionescruzadas entre enemigos que representan al otrocomo victimario-víctima culpable, y a sí mismoscomo víctimas-victimarios inocentes. La primerafigura de la reconciliación, todavía muy cercana alas lógicas de la guerra y de la enemistad, y pro-pensa con ello a la “regresión”, es la de los enemi-gos que se reconocen recíprocamente comovíctimas-victimarios inocentes, en un juego deidentidades no cruzadas sino paralelas. La lógicaque sigue su perdón recíproco es demasiado fácilcomo para ser capaz de producir cambios profun-dos en las actitudes y en el comportamiento.Quienes compensan culpas de esa manera suelen

23 Véase Ignatieff Michael. Articles of Faith, Index on Censorship, citado por Cherry, Janet. “Historical Truth:Something to Fight For”. En: Villa-Vicencio, Charles y Verwoerd, Wilhelm. Looking Back, Reaching Forward.Ciudad del Cabo: University of Cape Town - Cape Town Press, 1998, p. 142.

24 Soy plenamente consciente del hecho de que la fenomenología de la conciencia de los vengadores está muycerca de la fenomenología de la conciencia y de la dialéctica del amo y el esclavo, desarrolladas por Hegel ensu Fenomenología del espíritu.

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ser todavía vengadores sin arrepentimiento. Suidentidad básica, estabilizada y endurecida alrede-dor de la sobrevaloración de su condición de vícti-mas inocentes, y de la infravaloración y elocultamiento moral de la condición de victimariosculpables, no ha sido alterada. Son los mismos deantes, obsesionados, inflexibles en su capacidadde respuesta, obtusos en su estructuramotivacional, dominada por el odio retributivo.

El tránsito hacia la reconciliación, como un es-tadio más profundo de la conciencia, implica queesas primeras imágenes del espejo estallen en milpedazos. Sólo cuando alguna suerte de tráuma po-sitivo, de empatía, de encantamiento recíproco,les permite descubrir en el otro, que los mira contristeza desde el otro lado del espejo, a la víctimainocente, de manera que los vengadores alcanzana vislumbrar en sí mismos al victimario culpableque también son, ingresan en el mundo del arre-pentimiento, del perdón profundo y, en últimotérmino, de la verdadera reconciliación. Sólo sidescubro al otro como la víctima inocente quetambién es y me descubro a mí mismo como elvictimario culpable que también soy, acaso seré ca-paz de perdonarle al otro su condición de victima-rio culpable. De otra manera, pienso, resultamucho más difícil.

La distinción entre procesos verticales y proce-sos horizontales de victimización implica la existen-cia de dos modelos distintos de perdón, el perdónvertical y unidireccional y el perdón horizontal y re-cíproco. Donde está clara la distribución de rolesentre victimarios y víctimas, la relación de

victimización está edificada sobre la existencia desólo dos roles, el victimario-culpable y la víctima-inocente. En estas circunstancias el perdón, desdeel punto de vista de la razón moral, es, como diceDerrida, refiriéndose al concepto límite del perdónincondicional, simple “locura”, el perdón de lo im-perdonable25. En situaciones de victimización recí-proca horizontal entre enemigos-vengadores, elperdón –en cuanto recíproco condicional–, encambio, tiene un sustento racional adicional en elprincipio de retribución. Ello vale tanto para lafigura muy imperfecta de la compensación recípro-ca de culpas, como para la más veraz del indulto.

Primero Oscar Wilde, en forma fugaz en suscartas de prisión, y luego Hannah Arendt de ma-nera sistemática, nos recordaban con agudeza in-superable cómo el perdón es la única figura delethos individual y colectivo capaz de alterar laineluctabilidad del pasado, es decir, capaz de rom-per el lazo que nos une con el pasado-presenteeterno de la venganza26. En ese sentido, perdonares ciertamente escapar de la pesadilla de una ideafija, de una sed implacable, de la cual se dice quees “agotadora”27. El perdón vertical e incondicio-nal que le otorga eventualmente la víctima a suvictimario tiene por ello un claro valor terapéuti-co. Pero el juego de espejos de la reciprocidad esademás un hilo de Ariadna, una guía adicional,una señal de camino que le agrega plausibilidademocional y sentido moral a la curación.

Entre los extremos del perdón incondicional yel perdón retributivo se encuentra, por supuesto,la figura del perdón pedido. El reconocimiento

25 Derrida, Jacques. On Cosmopolitanism and Pardon. Nueva York: Routledge, 2001.26 Dice Hannah Arendt: “La solución contra lo irreversible o lo impredecible del proceso iniciado por la acción

humana no surge de una facultad que probablemente sea superior a la humana. La posible salvación para ladifícil situación de lo irreversible –de ser incapaz de deshacer lo que alguien ha hecho aunque esa persona nosupiera, y no haya podido saber, lo que estaba haciendo– es la facultad de perdonar” (T. del E.). VéaseArdendt, Hannah. The Human Condition: A Study of the Central Conditions Facing Modern Man. Nueva York:Dobleday Anchor Books, 1959, pp. 212-213.

27 Hablando de venganza dice Samuel Pisar, citado por Martha Minow: “No podríamos vivir en el pasado, pero elpasado vive en nosotros”. Por su parte Michael Ignatieff, también citado por Minow, explica: “Lo que pareceocurrir en la antigua Yugoslavia es que el pasado continua atormentando a sus ciudadanos porque en realidadno es el pasado. Estos lugares no están viviendo un orden temporal consecutivo, sino un orden simultáneo, en elcual el pasado y el presente son continuos, agrupan un conjunto de fantasías, distorsiones, mitos y mentiras. Losreporteros en la guerra de los Balcanes señalaban comúnmente que en algunas ocasiones, cuando seencontraban narrando historias atroces, no sabían si esas historias habían ocurrido el día anterior, o en 1941, oen 1841, o en 1441”. (T. del E.). Véase Minow, Martha. Between Vengance and Forgiveness. Boston: Beacon Press, pp.13-14. Martha Minow transcribe apartes del testimonio impresionante de Jadranka Cigelj, una de las miles demujeres bosnias violadas durante la guerra de la antigua Yugoslavia, quien toma distancia frente a sus victimariosy depone todo deseo de vengarse de ellos y asume perdonarlos, con base en dos razones básicas: no quiereparecerse a ellos y “el odio es extenuante”. Véase Minow, Martha. Ob. cit., pp. 7 - 8.

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de la víctima por parte del victimario implícitoen “pedir disculpas” puede constituirse en unmotivo para que la víctima perdone28. El perdónpedido puede articularse como un momento enla dinámica del perdón recíproco. Al fin y alcabo lo que denomino una relación horizontal esel conjunto de una dialéctica compleja suscepti-ble de desagregarse analíticamente en dos mo-mentos verticales de relación de victimización yreconciliación.

Paul Ricoeur distingue entre identidades fun-dadas en la mismidad (idem) e identidades narrati-vas (ipso). Las primeras, parecidas al yo cartesianoo kantiano, son inflexibles. Como los héroes ycaracteres del teatro griego, son figuras de un des-tino que tienen que realizar29. Así son los venga-dores. Es por eso que la reconciliación, a pesar dela lógica retributiva que habita en el juego de lasidentificaciones entre los enemigos, el tránsito dela autorrepresentación como víctimas inocentes aaquella otra como victimarios culpables, es tan di-fícil y traumática. La reconciliación, por su parte,sólo puede tener lugar sobre la base de una re-construcción de la propia identidad a la manerade una identidad narrativa, capaz de incorporarrupturas y cambios de sentido en la propia his-toria personal. El perdón recíproco y la recon-ciliación sólo se logran cuando los antiguosvengadores se reconocen –y la sociedad los re-conoce– como víctimas-victimarios, simultánea-mente inocentes y culpables.

Los escenarios y rituales de reconciliaciónpromovidos en horizontes de victimización verti-cal y unidireccional son muy problemáticos, porcuanto están en contravía del sentimiento verticaly vindicativo de justicia. Cuando los campos de lavictimización están claramente delimitados y lasvíctimas tienen claro –tanto cognitiva como mo-ralmente– quiénes son sus victimarios, no quierensino venganza o justicia estatal retributiva. En elhorizonte de procesos horizontales y recíprocosde victimización, además de escenarios verticalesde perdón condicionado al pedido de disculpas,se deben construir, pienso, escenarios horizonta-les de perdón recíproco capaces de visibilizar la

tragedia de los vengadores y la dimensión aporé-tica del conflicto.

Visibilizar las zonas grises en general, perosobre todo la tragedia de las guerras como proce-sos horizontales de victimización recíproca consti-tuye una estrategia practicable a muchos niveles.Tal vez, resulte posible diseñar, por ejemplo, mo-delos terapéuticos a la manera de juegos de rolesorientados a hacer posible que por lo menos algu-nas categorías de víctimas accedan a la concienciade que también fueron victimarios. Ello, acaso,podría contribuir a su curación en la medida enque les ayudaría a relativizar el carácter absolutode su condición de víctimas, y a escapar a la tram-pa emocional del odio justificado, de un odio quesimultáneamente los redime y los condena. Losobligaría a abrirse hacia la compasión por el otro.

Se pueden igualmente promover comisionesde la verdad. Éstas se prestan mucho más que losescenarios judiciales para el estudio y la visi-bilización de las zonas grises. A diferencia de losescenarios judiciales, las comisiones de la verdadpueden cubrir largos períodos y grandes contex-tos sociales y políticos. Y lo que es igualmenteimportante, pueden capturar las zonas grises contoda su ambivalencia. Los historiadores y loshacedores de textos escolares tienen un papelfundamental en la aproximación de las narrati-vas opuestas a través de la visibilización de losgrises. Los escenarios públicos de perdón recí-proco y reconciliación no implican, por supues-to, perdón y reconcilación automáticas en elplano individual, pero pueden iniciarlos e indu-cirlos. Los procesos colectivos de reconciliacióntoman mucho tiempo, a veces siglos. Las comisio-nes de la verdad con sus informes, sus rituales ysu teatralización representan, a lo sumo, el pun-to de partida de un largo viaje.

L A N U E VA H E G E M O N Í A

D E L A J U S T I C I A R E T R I B U T I VA

En el marco de la globalización, la universali-zación de los derechos humanos y su comple-mento en la nueva justicia universal, en lamedida en que se han articulado políticamente,

28 Sobre el tema del “perdón pedido” se ha escrito abundantemente en Estados Unidos durante los últimosaños. El pensador alemán Herman Luebbe, publicó un magnífico libro sobre el tema. Véase Luebbe, Herman.Ich Entschuldige Mich. Berlín: Siedler Verlag, 2001. En Colombia, el caso más reciente e interesante de“petición de disculpas” fue el protagonizado por el Presidente Samper, en ralación con el reconocimiento dela participación estatal en el genocidio de la Unión Patriótica.

29 Véase Ricoeur, Paul. Oneself as Another. Chicago y Londres: The University of Chicago Press, 1992, pp. 113-158.

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han permitido un cambio paulatino en la corre-lación de fuerzas entre los intereses de víctimas yvictimarios. A pesar de que son todavía los acto-res armados, y no la sociedad civil ni la comuni-dad internacional, quienes concentran engeneral el mayor poder durante las fases de latransición cercanas a la terminación de las gue-rras, la verdad es que ya las presiones de la comu-nidad internacional, inmune como es a lasamenazas de los guerreros, son tan grandes y tanpermanentes, que le permiten a las víctimas in-ternamente articularse con una fuerza y a unavelocidad antes jamás imaginable, hasta el puntode que la caída de los grandes victimarios se haconvertido en una cuestión de tiempo. El cortoplazo todavía pertenece en parte a los victi-marios. El mediano plazo, en cambio, empieza apertenecer a las víctimas. Y es que silenciados losfusiles o restablecidas las libertades y vencido elmiedo inicial, la capacidad de auto-organizaciónde las víctimas y de la sociedad civil en general,se fortalece. Pinochet se demoró bastantes añosen caer, pero cayó. No importa qué sucesivasdeclaraciones de fragilidad y de demencia senille hayan evitado escapar al juzgamiento y al casti-go. De la arrogancia del dictador ya no quedanada. Milosevic se demoró menos en morder elpolvo de la nueva justicia.

No significa lo dicho que no haya muy fuertestensiones en materia de justicia también en lacomunidad internacional. Ésta no es un bloquehomogéneo, sino un ámbito infinitamente com-plejo de relaciones y de intereses. Creo, sin em-bargo, que los defensores del castigo retributivosobre el perdón están a la ofensiva. Su posicióntiende a tornarse hegemónica bajo el impulsodel gran sueño de alcanzar por fin la paz perpe-tua bajo la sombra del Superestado mundial dederecho.

La intervención de Naciones Unidas (Onusal)en el conflicto salvadoreño representó en ese senti-do un giro importante. Entonces, y por primera vez,se intentó edificar la política de paz negociadasobre la base de un modelo de privilegio de lajusticia sobre la impunidad. Los acuerdos humani-tarios y la comisión de la verdad fueron expresio-nes de ello. Hoy, la creación de la Corte PenalInternacional debe ser entendida como un triun-fo significativo de los juristas del Estado de dere-cho sobre los políticos y los diplomáticos, y conello, como un triunfo de la justicia sobre la recon-ciliación.

Los límites del derecho: sus dificultades

para lidiar con los vengadores

El derecho penal es un sistema de regulaciónde la conducta edificado en la sobrevisibilizaciónde la dimensión vertical y unidireccional de lavictimización, y sobre el oscurecimiento de sudimensión horizontal y retributiva. Quiero expre-sar brevemente algunas de las razones que funda-mentan esta tesis:

a) El derecho penal moderno está construidosobre la exclusión de la venganza y del odio retri-butivo como causales de justificacion.

b) El derecho penal moderno tiene presupues-ta la existencia de un Estado eficiente, tiene pre-supuesta la paz. Su naturaleza es la de un peacekeeper y acaso la de un peace builder, pero muchomenos la de un peace maker. Su tarea es evitar lavenganza a través de la justicia retributiva. Sucomprensión y su capacidad de respuesta frente alfenómeno de la venganza plenamente desplegaday generalizada bajo la forma de la guerra son muylimitadas.

c) El derecho penal moderno está fundadosobre un modelo de responsabilidad penal indi-vidual. Su comprensión del problema de lasidentidades colectivas es muy restringido. Estábásicamente limitado a la teoría de las organiza-ciones criminales. La figura del vengador, impo-sible de ser pensada en todas sus implicacionessino únicamente en el seno de las identidadescolectivas, familia, tribu, nación, etnia, gruporeligioso, partido político, etc., le resulta extraña.La legítima defensa y la ira y el dolor intensos noalcanzan a justificar la venganza sino de maneramuy limitada en el espacio y en el tiempo. El dere-cho poco o nada puede decir sobre la construc-ción de las identidades entre enemigos colectivosa través de la dialéctica de la venganza.

d) El derecho penal moderno está edificadosobre una lógica binaria. El proceso penal es untípico producto de la modernidad, amigo de lossentidos unívocos y enemigo de la ambivalencia.Se trata, en tales términos, de un sistema orienta-do a producir a través de sus sentencias dos resul-tados básicos, las declaraciones de culpabilidad einocencia. En esta perspectiva, se trata de unamáquina orientada hacia la reducción de los gri-ses a la polaridad blanco-negro. Los colaborado-res y los informantes, pero sobre todo losvengadores, no pueden ser respetados por el dere-cho en su trágica ambivalencia como víctimas-victimarios. Su tarea final, luego de discutir lasdefensas, es cortar el nudo y declararlos culpables

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o inocentes. Si la defensa resulta convincente,entonces se dice, por ejemplo, que fueron meros“instrumentos” y se declara su inocencia. En casocontrario, se los declara victimarios-culpables.

e) El derecho penal moderno es, por fortunapara los ciudadanos, un derecho penal de acto,no de grandes contextos ni de actor. La investiga-ción judicial se restringe a la iluminación decontextos muy limitados. El entendimiento de laguerra como dialéctica de enemistades entregrupos que construyen recíprocamente sus iden-tidades como vengadores, a través de largas ycomplejas experiencias de victimización, no es suproblema.

f) En la perspectiva de un derecho penal deresponsabilidad individual y de acto, todavictimización tiende a aparecer como un hechovertical y unidireccional.

g) El derecho moderno es estado-céntrico.En la medida en que las guerras se alejan delparadigma interestatal de la regularidad y sehorizontalizan hasta el punto de parecer simplescadenas de vendettas, el derecho de los conflictosarmados deja de estar en capacidad de regular-las. De otro lado, las guerras interestatales y lasguerras desplegadas en la analogía del Estadotienden a ser leídas por el derecho como proce-sos paralelos de victimización vertical. No escasualidad que el principio de reciprocidad, ejede las representaciones horizontales de la gue-rra, haya prácticamente desaparecido del dere-cho internacional.

El derecho penal internacional: un triunfo y un

baluarte de la civilización

Pero no hay que equivocarse. Discutir los lími-tes del derecho en lo que atañe a su comprensióny a su capacidad para lidiar con el fenómeno de lavenganza acaso resulta necesario para poderresignificar positivamente la amnistía y para abrir-le un espacio más autónomo al valor de la recon-ciliación. Pero la verdad es que el derecho penal,con su privilegio estructural del castigo retributivosobre la impunidad, representa en general unagran conquista civilizatoria. No sólo se trata de la

gran alternativa ofrecida a las víctimas para moti-varlas a que renuncien a la venganza, lo cual ya esen sí mismo suficiente para explicar su sitio dehonor en la historia de la civilización. Como dere-cho penal internacional, además, cumple unatarea importantísima en el mundo moderno: la devigilar de manera implacable al gran victimariopotencial: el Estado. En ello consiste su estado-centrismo.

En general, se habla de estado-centrismo parareferirse al viejo paradigma del derecho interna-cional, hoy superado, el cual reconocía a losestados como únicos sujetos del derecho interna-cional. Con la emergencia de actores no estatalescomo son las ONG de todo tipo, las grandescorporaciones y, en materia de responsabilidadpenal, los individuos, como actores independien-tes en la escena internacional, se dice que elestado-centrismo ha sido superado. Pero la ver-dad es que el estado-centrismo sigue vivo y hapasado a un estadio superior de articulación.Hoy, a comienzos del siglo XXI, el Estado es elcentro de un sistema de rotación de juicios empí-ricos y de valor que lo hacen aparecer de maneraalternada como un dios o como un demonio.

El Estado absolutista, el Leviathan de Hobbes,había nacido hacia los siglos XVI y XVII para prote-ger a sus súbditos. Él mismo, a su vez, para poderejecutar su tarea sin tropiezos, estaba protegidopor una suerte de presunción de inocencia enfavor de sus actos de fuerza. El liberalismo, con sudiscurso de las libertades fundamentales empezó yadesde el siglo XVIII a cuestionar esa presunción.Pero fue el Holocausto del pueblo judío a manosdel Estado nazi-alemán aquello que la subvirtió. Laantigua presunción de inocencia que amparaba alEstado moderno, se transformó en una suerte depresunción de culpabilidad. El dios moral se trans-formó en el demonio30.

La humanidad entendió que el Estado, con suenorme concentración de recursos de fuerza y depoder, es el gran victimario potencial. Las estadís-ticas lo confirman una y otra vez. La mayor partede los genocidios y de los grandes crímenes per-petrados después de la Segunda Guerra Mundial y

30 Véase, entre muchos estudios escritos sobre el papel de los estados como grandes victimizadores, el Informe deHuman Rights Watch. Playing the Communal Card. Comunal Violence and Human Rights. Abril de 1995. Enidéntico sentido cabe anotar cómo tanto Madeleine H. Morris (editor) como Cherif Bassiouni (editorespecial) de la compilación Accountability for International Crimes and Serious Violations of Fundamental Rights,publicada por el International Human Rights Law Institute de la Universidad De Paul y por el InternationalInstitute of Higher Studies in Criminal Sciences, insisten –en el preámbulo y en la introducción– en que elEstado es el gran criminal potencial.

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hasta el presente, han sido organizados y agencia-dos desde los estados. El genocidio de Ruánda noconstituye una excepción. Aun en las guerrasintestinas entre estados y guerrillas, suelen ser losprimeros las máquinas de guerra que producen elmayor número de víctimas. Al derecho clásicoliberal de los derechos humanos y al derecho delos conflictos armados, primeros baluartes devigilancia del Estado, se sumaron desde entonceslos discursos sobre el genocido y los crímenes delesa humanidad, orientados a controlar al Estado.Incluso el derecho de los conflictos armados, sibien dejó de ser interestatal, en su nueva versiónhumanitaria de los protocolos de Ginebra de 1977sigue teniendo como referente central al Estado,aunque se ocupa de otros actores armados a loscuales no consigue interpretar sino en la analogíadel Estado, como son los movimientos guerri-llleros y antiguerrilleros. Sólo el artículo tercero,común a los cuatro convenios de Ginebra de1949, constituye una verdadera excepción, en lamedida en que también regula conflictos de muybaja intensidad, inapropiados para ser pensados yregulados en la analogía del Estado. Laglobalización –y con ella fenómenos como la nue-va Corte Penal Internacional– no ha servido paradebilitar sino por el contrario para fortalecer elestado-centrismo. El carácter subsidiario de lanueva Corte está llamado no a destruir a los esta-dos nacionales sino a fortalecer la vigilancia sobrelos mismos y obligarlos a que se porten comotales, en defensa de los derechos humanos de losindividuos.

L A J U S T I C I A T R A N S I C I O N A L E N CO LO M B I A

Después de veintidós años de negociacionesfallidas entre el Estado y las FARC, las mayoríaspolíticas de la democracia colombiana se aprestanpara hacer, en serio, la guerra. Por lo menos en esoparece consistir el mandato del nuevo PresidenteÁlvaro Uribe. Pero también esta nueva etapa de laguerra colombiana tendrá que terminar algún día.Muy probablemente, su solución será de todasmaneras negociada. El empate doloroso para todaslas partes o la victoria sin aniquilamiento habránde conducir a una negociación entre “halcones”, amenos que al final la magnitud del desastre haganecesario reciclar a las “palomas”. A más tardardurante la discusión de los acuerdos de paz habráque plantearse en serio los asuntos del castigo y elperdón, la justicia y la reconciliación.

Se trata de un tema difícil. No será suficientecon afirmar que el castigo es una condición nece-

saria para la reconciliación. Ni que el perdón esun derecho privado de las víctimas, en tanto queel castigo es una obligación pública de los estados.Tampoco bastará con decir que sin amnistía nohabrá negociación ni reconciliación posible. Laverdad es que hay profundas tensiones entre am-bos valores. Ninguno de los dos podrá ser comple-tamente sacrificado. Habrá que buscar unafórmula de compromiso que combine castigo yperdón. Y lo que es igualmente importante, habráque poner a la verdad a mediar entre la justicia yla reconciliación.

¿Qué criterios se habrán de utilizar para trazarla línea divisoria entre el castigo y la impunidad?Habrá que establecer una clara gradación y unajerarquización de los tipos de autoría y participa-ción. Habrá que distinguir entre los líderes yplanificadores, de un lado, y los ejecutores, delotro. Habrá que generar una categoría especialpara los responsables de los delitos más atroces.Habrá que definir los agravantes, los eximentes ylos atenuantes de la responsabilidad para los dis-tintos grados y tipos de autoría y participación.Habrá que resucitar el principio de la obedienciadebida, y eventualmente también el del odio retri-butivo, como atenuantes, si no como eximentesde la responsabilidad. Una fórmula de amnistíageneral e incondicional como expresión de unolvido oficial por decreto no tendrá suficienteaceptación. Habrá que pensar en el uso abundan-te de indultos particulares, lo cual implica que sehabrán de llevar a cabo las investigaciones perti-nentes, de manera que se garantice un gradomínimo de sanción social y de prevención, y sesatisfaga el llamado derecho de las víctimas y de lasociedad toda a que se conozca la verdad. La ex-clusión o la rebaja de pena por delación desempe-ñará muy seguramente un papel importante eneste difícil escenario, en la medida en que favore-ce el castigo de las cúpulas, ofrece impunidadpara los rangos bajos y sirve de paso al derecho ala verdad. Habrá que definir dispositivos de todaíndole para compensar a las víctimas. Éstos seránmás necesarios cuanto mayor sea el grado y la ge-neralización de la impunidad otorgada. Suponien-do que, por ejemplo, “la reforma agraria” hagaparte de la agenda de negociación, los dispositivosde justicia reparatoria deberán ponerse a disposi-ción de una política general de redistribución detierras, para compensar a los desplazados y demásvíctimas de la guerra. Habrá que darle vida a unacomisión de la verdad que sea, a la vez, un soportepara la justicia y para la reconciliación.

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Pero más allá de éstos y de otros complejosasuntos jurídicos como el de las “purgas” y demássanciones administrativas, una de las cosas másdifíciles será, sin duda alguna, conciliar las presio-nes de la comunidad internacional y de la justiciaglobal en favor del castigo de los culpables con lanecesidad interna de estabilizar la paz y de pro-mover la reconciliación, apelando a fórmulas desoberanía popular.

La ratificación reciente del tratado de Romasobre la jurisdicción y la competencia de la nuevaCorte Penal Internacional habrá de cambiardefinitivamente, si no el desarrollo de la guerra,por lo menos sí el de las negociaciones de paz.Bajo su sombra, los tribunales nacionales queda-rán definitivamente obligados a hacer justicia. Alrespecto y a pesar de que soy pésimo profeta, nome queda ninguna duda. Se equivocan quienespiensan que el retiro de la firma del tratado deRoma por parte de la administración Bush o lacertificación en derechos humanos significan unapoyo firme a la impunidad o a la connivenciaentre militares y paramilitares. La vara con la cualellos miden su papel de coloso con presenciamilitar en cien países no habrá de ser la mismaque nos apliquen a nosotros ni ahora ni en nues-tra futura posguerra. Aun dentro de Estados Uni-dos, y a pesar del guerrerismo propiciado por elhorror del 11 de septiembre, la capacidad depresión y de cabildeo de los grupos de derechoshumanos y la conciencia sobre la importancia deltema humanitario en el Congreso y en la adminis-tración estadounidenses ya son hoy tan grandes,que ni las complicidades de hoy entre militares yparamilitares, ni las propuestas de impunidadgeneralizada del día de mañana tendrán el apoyodel “big brother”.

Colombia no es lo que en Estados Unidos lla-man un “Estado-forajido”. Sus elites nacionales yregionales, a pesar de la responsabilidad que lescabe en el fracaso de construir un Estado-nación yuna democracia liberal sobre premisas de justiciay de mayor igualdad, han tenido el acierto degarantizarle al país un lugar en el concierto de losestados decentes. Nuestros gobernantes y nuestraclase dirigente son altamente sensibles a la pre-sión de la comunidad de los estados, y no estándispuestos a practicar políticas que nos conduzcanal aislamiento. La presión internacional, asociadaal clamor persistente de las víctimas, hará inevita-ble la aplicación inicial de justicia contra los res-ponsables intelectuales y materiales de algunos de

los crímenes más atroces. La cacería judicial delos líderes militares y políticos comprometidoscon la barbarie que sobrevivan a las pugnas inter-nas y a las urgencias de ocultamiento de los críme-nes perpetrados y que resulten políticamentepremiados por haber hecho posible la negocia-ción, tomará más tiempo. Acaso no caerán todos,pero los que no caigan no tendrán tranquilidad yya no serán héroes nacionales sino a lo sumo villa-nos semiclandestinos, sin visa para casi ningunaparte, y sin muchas ganas de viajar al exterior.

Hasta hace poco tiempo tuve serias dudas so-bre la utilidad de este dispositivo en un contextode negociación. Hoy, en cambio, habida cuentade su carácter suplementario, y luego de que eltablero en que se juegan el ajedrez de la guerra yla política ha sido alterado de manera sustancial,tanto en el plano interno como en el internacio-nal, estoy cada vez más convencido de que el go-bierno y el Congreso colombianos dieron el pasocorrecto. El mensaje es para todos. No sólo lapráctica sistemática del secuestro, las pipetas degas y los carros-bomba, los atentados contra lainfraestructura y los asesinatos selectivos de líde-res políticos y funcionarios civiles en los pueblos yen las ciudades, por parte de las guerrillas, asícomo la práctica sistemática y continuada de losparamilitares de asesinar civiles en forma indivi-dual y colectiva, simultánea o sucesiva, y su empe-ño macabro en desplazar población tendrán queser juzgados en los tribunales nacionales, y enausencia de éstos, en el nuevo tribunal internacio-nal. También la alianza entre segmentos de lasfuerzas militares y los paramilitares, ampliamentedocumentada como está por las organizacionesnacionales e internacionales de derechos huma-nos y hasta por Naciones Unidas y el Departamen-to de Estado de Estados Unidos, habrá de serpuesta en la picota pública y será por lo menosparcialmente castigada.

En cualquier caso, en la misma medida y pro-porción en que la sociedad colombiana se vayauntando de sangre voluntaria y de culpas compar-tidas, trazar una línea de ruptura con el pasado dela guerra exigirá desde el comienzo el desarrollode un doloroso ritual de “chivo expiatorio”31,definido en los acuerdos de paz y orquestado através del sistema judicial, preferiblemente en elmarco del Estado de derecho, con respeto plenopor el debido proceso y por los principios detipicidad y no retroactividad de la ley penal. Sólode esa manera podrá la sociedad colombiana

31 Girard, René. La Violence et le Sacré. Paris: Grasset, 1972.

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recuperar su imagen internacional y su autoes-tima colectiva.

Los líderes políticos y militares de todos losbandos lo saben o lo presienten, y en todo casolo temen; así, dedican buena parte de su tiempoa diseñar estrategias de sobrevivencia judicial ypolítica. Castaño, por ejemplo, quien habíarenunciado a la dirección única de las AUC yfavorecido la descentralización de responsa-bilides entre los comandantes de bloque, por lomenos en parte, buscando eludir la justicia cri-minal, terminó disolviendo la confederación.Sus memorias son una angustiada pero no arre-pentida y, en todo caso, vana defensa judicial,edificada sobre la justificación de sus crímenesmediante el argumento de una venganza que seestira como un chicle en el tiempo y el espacio,y que se extiende no sólo a los colaboradores ysimpatizantes de la guerrilla sino también haciatodo aquel que disiente de su proyectoantisubversivo.

Siempre he creído que a “Tirofijo” y al “MonoJojoy” los trasnocha menos la justicia internacio-nal que a Castaño. Al fin y al cabo, los primerostienen la piel dura que deja una larga vida dicién-dose y repitiéndose un discurso de ruptura, undiscurso lleno de desprecio por la “oligarquía” ypor su justicia de clase. Los paramilitares, en cam-bio, creen en el sistema, creen en su justicia ysueñan con hacer parte de él. Ello sin duda losvuelve más sensibles y permeables. Sin embargo,se comenta que Marulanda preguntaba con insis-tencia sospechosa a quienes lo visitaban en la zonade distensión sobre el número de estados que yahabían ratificado el tribunal de Roma.

No sólo algunos generales y demás comandan-tes de tropa estarán durmiendo mal. Por lo me-nos, los más previsivos o paranoicos entre las elitesciviles estarán rezando para que la teoría del po-der de veto y de las fracturas entre el poder civil yel poder militar que heredamos del Frente Nacio-nal les alcancen a servir de excusa, de manera quela cacería judicial y política de brujas no lleguehasta ellos.

A los líderes políticos, los generales, y losestrategas en general, se les cobrará la frialdadde cálculo desplegada en su guerra sucia de

mapas y de escritorio. A Castaño no lo van acondenar por haber matado a los asesinos de supadre, sino por perpetrar masacres de civiles,por ordenar o tolerar torturas para recabarinformación, y por desplazar poblaciones paravaciar y fundar nuevos dominios territoriales,para acceder a nuevas fuentes de recursos. A loscabecillas de las FARC les sucederá lo propiopor fundar sus finanzas en la economía del se-cuestro, por utilizar en forma sistemática unarma tan atroz como los cilindros de gas–errática en su dirección y capaz de producirsufrimientos innecesarios–, por imitar a los“paras” en el tratamiento de sus supuestos apo-yos sociales y acaso también, si la moral revolu-cionaria no les señala límites a futuro, porquerer ablandar a las clases medias y altas de loscentros urbanos mediante el terrorismo.

A algunos generales de la República y, de pron-to también, a algunas autoridades civiles del or-den regional y nacional, finalmente, los visitará lanémesis justiciera por su apoyo a, o por su tole-rancia con la famosa “alianza”32. Al fin y al cabo yadesde los días del proceso dispuesto por el Gene-ral McArthur contra el general Yamashita, perosobre todo después de los procesos más recientescontra algunos líderes servios en el tribunal ad hocde la antigua Yugoslavia, la justicia internacionalle ha ido perdiendo el miedo a las responsabilida-des penales por omisión33.

El derecho en general después de la segundaposguerra mundial, pero especialmente el dere-cho global de la Posguerra Fría, está cada vez másobsesionado –y con razón– por castigar a las cabe-zas de los estados y de las grandes organizacionescriminales en general, más que a sus bases, revir-tiendo una milenaria tendencia histórica a casti-gar a los más débiles y subordinados.

Las razones están a la mano. Primero, elimpacto preventivo de castigar a las cabezas esmayor. Segundo, a mayor rango mayor responsa-bilidad, y tercero, es más fácil construir una teoríade la culpa moral dirigida a los grandes capitanesy no a los ejecutores y autores materiales de labarbarie en situaciones de guerra. Al fin y al cabouna cosa es hacer planes y dar órdenes desde lejosy en frío, siguiendo los dictados de la razón estra-

32 Acaso el informe más completo escrito hasta ahora documentando los alcances de la alianza entre militares yparamilitares en Colombia es el de Human Rights Watch. La ‘Sexta División’, relaciones militares - paramilitares yla política estadounidense en Colombia. Septiembre de 2001.

33 Wasserstrom, Richard. “Conduct and Responsability in War”. En: May, Larry y Hoffman, Stancey (editores).Collective Responsability. Maryland: Rowman and Littlefield Publisher, 1991, pp. 192 y ss.

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tégica, y otra muy distinta tomar determinacionesrápidas en situaciones difíciles o pelear en calien-te, obedeciendo órdenes, aturdido por el miedo ypor la rabia, y sin acabar de entender lo que estáen juego34.

Es cierto que probar de manera directa laautoría y la participación en la parte alta de lascadenas de mando es más difícil que hacerlo en elnivel de los autores materiales, pero también escierto que la existencia de un patrón de repeti-ción y el carácter sistemático de una conductacriminal permiten inferir que se trata de una polí-tica por cuya vigencia hay que llamar a rendircuentas a las cabezas.

En Argentina, el establecimiento de un pa-trón sistemático y persistente, y el discernimientode una política a través del informe Sávato, delfamoso “Nunca más”, representó un papel cen-tral en el esclarecimiento y atribución de respon-sabilidades a los miembros de las juntas militares.Es cierto que a diferencia de Argentina, Colom-bia no representa un caso de Estado burocrático-autoritario y centralizado. Nuestra guerra consis-te en un autoritarismo fragmentado y hastaanarquizado. Las FARC son una especie de or-ganización federal, y los paramilitares ya noson ni siquiera una confederación. El papel delas jefaturas regionales y no sólo el de los comitéscentrales es fundamental. Entre nosotros laresponsabilidad de los mandos medios en labarbarie es mayor, y el acceso probatorio a lasúltimas cabezas mucho más difícil.

Pero, ¿qué hacer con los demás?, con los pe-queños criminales, con los colaboradores y losfinanciadores, pero sobre todo ¿qué hacer con losvengadores de todos los bandos? La idea de que laguerra colombiana es una guerra contra la pobla-ción tiene mucho de cierto pero oculta una di-mensión muy importante del conflicto. Muchoscolombianos son sujetos y no sólo objetos de laconfrontación. Ahora que aparentemente losparamilitares han llegado al Congreso, ahora queno sólo sectores de centro político, sino tambiénsectores de extrema derecha y que apoyan la gue-

rra sucia, han llegado al poder, está claro que elpaís comparte también una culpa colectiva.

¿Qué hacer con las víctimas de la extorsión y elsecuestro guerrillero que apoyan de mil manerasel paramilitarismo? ¿Qué hacer con las víctimas dela extorsión y de la desaparición y con los deste-rrados que deciden apoyar de una u otra maneraa las guerrillas? ¿Qué hacer con los ganaderos deCórdoba y con los bananeros de Urabá quefinancian a las ACCU? ¿Qué con los empresariosdel Valle del Cauca que financian al Bloque Cali-ma de las autodefensas? ¿Qué hacer con los pe-queños comerciantes y transportadores del Meta,del Vichada y del Caquetá que, amedrentados,garantizan suministros y que informan a lasFARC? ¿Qué con los soldados rasos de todos losbandos, apabullados por sus superiores y constre-ñidos a obedecer órdenes, a pesar de las jurispru-dencias de la Corte Constitucional en contrario,forzados a cometer crímenes de guerra? Castigar-los a todos será imposible. Y es que acaso hacerlono tenga ningún sentido.

Colombia muy seguramente habrá de tener nosólo pequeñas comisiones locales de la verdadmientras dura el conflicto, como es el caso de laComisión de Trujillo negociada entre el gobiernoy la Comisión Interamericana de Derechos Huma-nos, sino además una gran comisión de la verdadposconflicto, pactada por las partes en conflictodurante la negociación y agenciada por el Estado.Sólo la verdad y su memoria pueden sustentar unaamnistía que sea perdón y no olvido –indulto y noamnistía como solemos decir en Colombia–.

En general, supuesta la hegemonía del lega-lismo retributivo, la justificación de las comisionesde la verdad sólo procede a través del argumentode que son un complemento y no un sustituto dela justicia. Pienso que hay que ir un poco máslejos. No se trata sólo de que sean un soporte parala justicia, sino también para la reconciliación,entendida ésta como un valor autónomo y nosimplemente tributario de la justicia.

Priscilla Hayner, en un magnífico estudio com-parativo, contabilizaba en su momento 24 comi-

34 Sobre las tensiones entre una lectura de la violencia y de la guerra como lenguaje de la razón instrumental oestratégica de un lado; y del otro, como lenguaje estético-expresivo, Véase Von Trotha, Trutz (editor). Soziologieder Gewalt. Westdeutscher Verlag, Opladen/Wiesbaden, 1997. Véanse sobre todo los artículos de Trutz vonTrotha, Brigitta Nedelmann y Wolfgang Sofsky. La distinción es importante no sólo por sus implicaciones enlo que atañe a una teoría racionalista de la responsabilidad, sino además por sus implicaciones para pensar elpunto de vista de las víctimas. El lenguaje de la razón instrumental, al leer la violencia como medio para alcanzarun fin, las oculta; el lenguaje estético-expresivo, en cambio, en cuanto expresión de una visión de la violenciacomo “herida sobre el cuerpo” las visibiliza. En esta misma dirección se orienta el maravilloso libro de ElainScarry, The Body in Pain. The Making and Unmaking of the World. Oxford: Oxford University Press, 1987.

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siones de la verdad desde 197435. La notoriedadpública de este instrumento comenzó con lascomisiones del Cono Sur. Su plena madurez –ylegitimidad– la ha alcanzado luego del experi-mento de Sudáfrica. Por ello, los primeros y acasomás conocidos intentos por justificarlo estabanasociados a la idea de que las dictaduras y en ge-neral los regímenes autoritarios y totalitarioscuentan con una enorme capacidad para ocultarla verdad. Con las comisiones de la verdad se tra-taría de descubrirla, de destaparla.

Una guerra como la colombiana, donde elsistema democrático reinante pareciera permitirtodavía –aunque cada vez menos– que la verdadescape a través de los medios de comunicación yde las redes de derechos humanos a todo esfuer-zo de ocultamiento, no parecería requerirlas. Laguerra, sin embargo, tiene su manera peculiar dematar la verdad. Por supuesto, también la ocultay, sobre todo, ahora cuando con la globalizaciónla comunidad internacional se ha tornado tanvigilante. Pero aún más que ocultarla, ladistorsiona. La convierte en versiones antagóni-cas y favorables a los distintos partidos. En lasguerras, la verdad es un arma que utilizan todoslos bandos.

Por ello, después de una guerra, la tarea de lascomisiones de verdad es en parte distinta a la quecumplen en las dictaduras sin conflicto. Su oficioprimordial es describir en blanco y negro lo que fueescrito en blanco y negro, pero además, redescubrirlos grises. En la realización de esa tarea, las comisio-nes de la verdad son superiores al derecho. El dere-cho es una máquina de leer en blanco y negro,maravillosa para resaltar y para valorar lo que fueescrito con sangre en blanco y negro, pero rela-tivamente incompetente para mostrar los grises.Mientras el derecho pone los casos –cognitiva ymoralmente– claros de victimización en el centro ylas zonas grises en la periferia del sistema, un discur-so sobre la reconciliación debe poner las zonas gri-ses en el centro. Nuestra comisión deberá tener encuenta las peculiaridades de ambos mundoscromáticos. Para ello deberá extenderse, por lomenos en materia de grises, hasta los comienzos delFrente Nacional. Pienso, por último, que una comi-sión oficial de la verdad y la reconciliación paraColombia, estará inevitablemente, y para bien, muyinterferida por la comunidad internacional, perodeberá ser refrendada democráticamente. QuieraDios que de esa manera la justicia y la reconciliaciónse concierten ambas para un “Nunca más”.

35 Hayner, Priscilla B. Unspeakable Truths. Confronting State Terror and Atrocity. Nueva York: Routledge, 2001.

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L a p o l í t i c ai n t e r n a c i o n a ld e l g o b i e r n od e P a s t r a n a e nt r e s a c t o s *

Diana Marcela Rojas RiveraProfesora del Instituto de Estudios Políticos

y Relaciones Internacionales, IEPRI,

Universidad Nacional de Colombia

* El presente artículo forma partede la investigación “Actores,estrategias y procesos de la políticaexterior colombiana 1982-2002”,adelantada por la autora en elI E P R I .

1 Ante la necesidad de apelar a conceptos nuevos queintenten dar cuenta de la novedad del fenómeno,varios analistas acuden a la noción de “interméstico”para señalar cómo los factores domésticos y losinternacionales se entrelazan hasta que resultanindisociables. Véase Rosenau, James. Along theDomestic-foreign Frontier. Exploring Governance in aTurbulent World. Cambridge: Cambridge UniversityPress, 1997. Walker, RBJ. Inside/Outside: InternationalRelations as Political Theory. Cambridge: CambridgeUniversity Press, 1993.

uno de los aspectos más rescatablesde la administración Pastrana fue su manejo de lapolítica internacional. Su programa de gobierno,centrado en el proceso de negociación con las gue-rrillas, tuvo entre sus pilares más importantes la lla-mada “diplomacia por la paz”, esto es, una estrategiaorientada a conseguir apoyos políticos y financierosen la comunidad internacional para la solución delconflicto armado interno colombiano. El balance detal política resulta contrastado: si bien es posibleencontrar aciertos y una maduración en el manejode la política exterior del país, los objetivos de talestrategia aún están por alcanzarse.

La estrategia internacional desarrollada entre1998 y 2002 por el gobierno colombiano puede seranalizada como una pieza de teatro que desenvuel-ve su trama al ritmo de los acontecimientos y condifíciles momentos de tensión dramática. Ella sedesarrolla en tres actos: el primero, la optimistaentrada en escena de la llamada “diplomacia por lapaz”; el segundo, que llamaremos “diplomacia porel dólar (y el euro)”, y un tercero, más reciente ymenos lustroso, denominado “diplomaciaantiterrorista”. Intentaremos examinar, al final, losresultados que al presente arroja la estrategia inter-nacional del gobierno saliente, y los retos que que-dan en este campo para el nuevo gobierno.

P R E LU D I O : L A I N T E R N AC I O N A L I Z AC I Ó N D E

L A G U E R R A Y D E L A PA Z

La internacionalización implica la convergen-cia, en un momento dado, de los principales te-

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mas domésticos con los asuntos más importantesde la agenda internacional. Entre sus principalesefectos, la internacionalización logra difuminar, oincluso borrar, la clásica división entre la políticadoméstica y la política internacional1.

Así concebida, esta clara superposición de lasagendas nacionales e internacionales se observa desdelos años ochenta para el caso colombiano. Pero, envirtud de los acontecimientos que dieron lugar al findel orden bipolar y al proceso de globalización, asícomo por la agudización del conflicto armado inter-no, la tendencia se profundizó, sobre todo en los últi-mos años de la década de los noventa.

En efecto, durante este último período, Colom-bia dejó de ser un “país problema” en el contextointernacional, para convertirse en el país queescenifica los mayores riesgos y peligros de la seguri-dad regional. ¿Cómo sucedió? Sin duda, el procesoguarda relación con el narcotráfico en tanto vectorde la internacionalización del conflicto armadointerno. Gracias a él, los temas de mayor importan-cia en la agenda internacional de la Posguerra Fríaaparecen claramente presentes en la situación co-lombiana y su conflicto interno.

En el caso del narcotráfico, su relación con elconflicto armado interno es evidente a través de laszonas de cultivo y de la presencia guerrillera oparamilitar en ellas: la vinculación de los actoresarmados al comercio ilícito de drogas es cada vezmás patente. Pero, al mismo tiempo, otros temas dela agenda internacional aparecen con nitidez. Conrespecto a los derechos humanos, por ejemplo, elvínculo se establece a través de las muertes violentaso fenómenos como el desplazamiento, las masacres,la toma y destrucción de poblaciones, el secuestro,la desaparición forzada o la tortura. El tema de lamigración aparece por la vía del éxodo de colom-bianos que, por razones económicas, políticas osociales, han salido del país en número crecientedurante los últimos años. El tema del medio ambien-te se vincula con la guerra por vía de los costos eco-nómicos que implica el fenómeno de las drogasilícitas, la contaminación de los ecosistemas –tantopor los precursores químicos para la producción dela cocaína como por las sustancias utilizadas en lafumigación de los cultivos ilícitos y, adicionalmente,con la voladura de oleoductos–. Un tema de caráctermás reciente, el del terrorismo, se presenta en virtudde los métodos utilizados por los actores armadospara definir sus estrategias y defender sus posicionese intereses en la guerra.

La internacionalización no sólo aparece por víatemática, sino también en la medida en que lasrelaciones con los países vecinos y con otras nacio-nes relevantes para el país se impregnan de temas yproblemas ligados al conflicto armado interno. Porejemplo, con países vecinos como Venezuela, Ecua-dor, Perú y Panamá, la inseguridad fronteriza, lasincursiones armadas de guerrilla y paramilitares ensus territorios, el secuestro de ciudadanos de esospaíses, las migraciones de colombianos y el tráficode armas son temas que marcan las relaciones dedichos países con Colombia. Así mismo, con lospaíses europeos y Estados Unidos asuntos como lasdrogas ilícitas, el medio ambiente, los derechoshumanos, el secuestro y la seguridad de sus inversio-nes en Colombia, entre otros, definen las relacionescon esas naciones y muestran la manera como elconflicto armado interno permea prácticamentetoda la agenda internacional del país.

En esas condiciones, la internacionalización delos temas de la guerra y de la paz se ha hecho paten-te. Las denuncias internacionales en torno a lasconsecuencias que sobre la población ha generadola agudización del conflicto, las constantes quejasde organismos internacionales en materia de dere-chos humanos, las preocupaciones y reclamos porparte de países vecinos ante el desbordamiento dela lucha armada en la frontera y sus temibles conse-cuencias, las presiones para buscar alternativas desolución a la confrontación armada, el auge en loscultivos y producción de narcóticos, el deplorableestado de las relaciones entre Colombia y EstadosUnidos, se convirtieron, a partir de 1996 y cada vezmás, en temas urgentes de una agenda domésticacon visibilidad internacional plena.

Probablemente el gobierno de Ernesto Samperno estaba en condiciones de acometer tareas especí-ficas para hacerle frente a esta nueva y crecientesituación. Todo intento por desarrollar un perfilpropio fue sometido por la presión de Estados Uni-dos2. En esas circunstancias, la política internacio-nal del gobierno Samper giró más en función de supropia crisis y buscó, en lo fundamental, la obten-ción de respaldo en aras de la gobernabilidad. Lointernacional se miró como oportunidad para jugaren escenarios multilaterales y romper el “cerco”diplomático que Estados Unidos sostenía sobre elmandatario colombiano. Con el arribo de AndrésPastrana a la Presidencia de la República, por elcontrario, la prioridad será la “internacionalizaciónde la búsqueda de la paz” como propuesta para

2 Acciones como las continuas descertificaciones, la cancelación de la visa del Presidente y las de otrosfuncionarios del gobierno y una embajada proconsular como la de Miles Frechette marcaron esa presión.

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contrarrestar los efectos negativos que estaba gene-rando la guerra. ¿Cómo se llevó a cabo este objetivo?¿A través de qué mecanismos? ¿Cuáles fueron susresultados? Es ello lo que intentaremos desarrollar acontinuación.

A C TO I .

L A “ D I P LO M AC I A P O R L A PA Z ” E N E S C E N A

Recién elegido Presidente, Andrés Pastranainició con fuerza lo que en su momento denomi-nó “diplomacia por la paz”. Comenzó en Washing-ton, con un encuentro informal perotrascendente con el Presidente estadounidenseBill Clinton. Continuó con los miembros del Con-greso norteamericano que ligaban las negociacio-nes de paz al asunto de la droga, y culminó conun apoyo meridiano para una conversación con laguerrilla, si lograba unir a ello la erradicación delos cultivos y las soluciones que el problema delnarcotráfico necesitaba. Pastrana habló, por pri-mera vez, de la desmilitarización de cinco munici-pios y de una especie de “Plan Marshall” para laszonas cocaleras.

Poco antes del inicio oficial de las conversa-ciones con las FARC, varios hechos mostraron elavance de la “diplomacia por la paz” adelantadapor Pastrana. En primer lugar, un acuerdo decooperación militar entre los dos países estable-ció un grupo de trabajo bilateral; se aprobó laconstrucción de un centro de investigaciones einterceptación de comunicaciones apoyado porla CIA en la Amazonia; se creó el primero detres batallones antinarcóticos y, al mismo tiem-po, Estados Unidos empezó a aprobarlicitaciones para venta de armas especiales aColombia. En segundo lugar, se abrió paso elapoyo internacional al inicio de conversacionescon las FARC.

El objetivo declarado del nuevo gobierno eraencauzar la creciente visibilidad y la preocupacióninternacional por la situación colombiana, haciaapoyos concretos para el naciente proceso de pazcon las guerrillas. En general, el conjunto de prin-cipios, estrategias de respuesta internacional,prioridades temáticas y geográficas, así como losinstrumentos para la ejecución de la política inter-nacional fueron denominados “diplomacia por lapaz”, y su estrategia fue plasmada en dos impor-

tantes documentos: en el Plan de Desarrollo, através de un acápite dedicado a la agenda exteriordel país, y en una publicación del Ministerio deRelaciones Exteriores en la que se fijaron losparámetros de la política exterior3.

La filosofía que inspiró la estrategia internacio-nal se basó en la idea de que la crisis nacional nopodía ser resuelta a partir de los esfuerzos y recur-sos domésticos, sino que, cada vez más, la participa-ción de la comunidad internacional se hacíaimprescindible. De este modo, los propósitos na-cionales internos por alcanzar una solución políticadel conflicto armado debían ser complementadoscon el apoyo y la colaboración de los paísesindustrializados y los organismos internacionales.Tal cooperación debía estar orientada a mejorar lascondiciones socioeconómicas de las regiones másafectadas por el conflicto armado, y sometida alprincipio de no intervención en los asuntos delfuero político interno. Se señalaba, finalmente, que“la iniciativa política de las negociaciones” depen-día del gobierno colombiano, y que a la comuni-dad internacional sólo correspondía un “papel deasistencia”4.

Aunque los medios concretos para poner enpráctica los objetivos y principios expresados nose enunciaron, la estrategia supuso un manejocentralizado de la política exterior colombiana enmanos del Presidente y un cercano y reducidogrupo de colaboradores entre los que se contabanel Canciller Guillermo Fernández de Soto, el Con-sejero Presidencial Jaime Ruiz y el embajador enWashington, Luis Alberto Moreno.

Los objetivos anunciados se implementaron através de una intensa diplomacia presidencial quese tradujo en numerosos encuentros bilaterales enbusca de créditos, inversiones y apoyo para lapolítica de paz.

La búsqueda de pronunciamientos a favor del pro-ceso de paz se desplegó en aquellas instanciasmultilaterales a cuyas reuniones asistió el Presiden-te: los No Alineados en Sudáfrica, el Grupo de Ríoen Panamá y México, la Asamblea de las NacionesUnidas en Nueva York, la Cumbre Iberoamericanaen Portugal y Cuba, la segunda cumbre de la Aso-ciación de Estados del Caribe en República Domini-cana, la reunión de América Latina y el Caribe con

3 Véase El cambio para construir la paz. Plan Nacional de desarrollo. Bases 1998-2002. Acápite V “AgendaInternacional”, Capítulo I: “El contexto”. Bogotá: Presidencia de la República-Departamento Nacional dePlaneación, 1998. Y Diplomacia por la paz. Bogotá: Ministerio de Relaciones Exteriores, 1998.

4 Diplomacia por la paz. Ob. cit., p. 10.

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la Unión Europea realizada en Río y el 85o. Aniver-sario de la construcción del Canal de Panamá5.

A su vez se conformó el llamado “Grupo dePaíses Amigos”, con el fin de facilitar los acuerdosy los contactos entre los actores del conflicto y elgobierno colombiano. Además, Colombia fueelegida como miembro no permanente del Conse-jo de Seguridad de la ONU para el período 2001-20026. Sin embargo, la piedra angular de laestrategia internacional de Pastrana la constituyóel llamado “Plan Colombia”.

A C TO I I .

¿ “ D I P LO M A C I A P O R L A PA Z ”

O “ D I P LO M AC I A P O R E L D Ó L A R ” ?

El plan de la discordia

El triunfo de Pastrana distensionó las relacio-nes con Estados Unidos y obtuvo un apoyo condi-cionado a la política de paz. Los contactos y visitasentre el gobierno de Colombia y el de EstadosUnidos se hicieron permanentes. Pastrana se re-unió en tres ocasiones con el Presidente Clintondurante los cinco primeros meses de su mandato.La primera, cuatro días antes de que Pastrana seposesionara. Luego, durante un viaje realizado aNueva York, con el fin de intervenir en el 53o.período de la Asamblea de las Naciones Unidas.Finalmente, en la visita de Estado realizada por elPresidente colombiano a Washington, a finalesdel mes de octubre de 1998. Se multiplicaronigualmente las visitas de altos funcionarios norte-americanos a Colombia, así como los debates yaudiencias en el seno del Congreso estadouniden-se y en distintas entidades de ese país con exper-tos de ambas naciones.

La estrecha relación evidenciaba la crecientepreocupación norteamericana por el aumento delpoder de la guerrilla colombiana y su vinculacióncon el narcotráfico. Washington comenzó a defi-nir a Colombia como amenaza para la estabilidady seguridad regional y hemisférica. Las posicionesse dividieron en lo referente a las negociacionescon las FARC. Para un poderoso grupo de congre-sistas republicanos –la línea dura de los militaresdel Pentágono y el Comando Sur y el Zar

antidrogas–, las negociaciones de paz con la gue-rrilla podían debilitar la lucha contra el narco-tráfico. Este sector consideraba que la paz no seríaviable sin fortalecer al Ejército colombiano y, enconsecuencia, se solicitó al gobierno de Clintonaumentar la ayuda militar para combatir a la gue-rrilla, sin respaldar el despeje solicitado por lasFARC. Para otro sector, liderado por congresistasdemócratas y funcionarios del Departamento deEstado, se debía, por el contrario, apoyar el proce-so de paz sin limitantes y respaldar a las fuerzasarmadas bajo la condición del respeto a los dere-chos humanos.

Inicialmente el gobierno de Clinton apoyó lasnegociaciones con las FARC en forma clara. Unamuestra de ello fue la reunión que sostuvo elvocero del grupo guerrillero, Raúl Reyes, con fun-cionarios del gobierno norteamericano en CostaRica, en diciembre de 1998. En esas conversacionessecretas se abordó el tema de la erradicación de loscultivos ilícitos y se inició una aproximación a laagenda de los diálogos en la zona de despeje. Sinembargo, el asesinato de tres indigenistas norte-americanos a principios de 1999 acabó con laposibilidad de un acompañamiento estadouniden-se al proceso de negociación, se deterioró la ima-gen de las FARC en ese país y se incrementó elapoyo norteamericano a las Fuerzas Militares.

El proceso no fue ajeno a las crisis. En el marcointerno, la primera de ellas se remonta a la salidade los militares del Batallón Cazadores, unidad delEjército ubicada en la zona de despeje. Prosiguió laocasionada en abril de 1999, tras el retiro de dosgenerales de las filas del Ejército nacional, acusa-dos por el Departamento de Estado de EstadosUnidos y Human Rights Watch de sostener vínculoscon grupos paramilitares. Posteriormente, una delas más graves ocurrió cuando el comisionado parala paz, Víctor G. Ricardo, aceptó incluir en la agen-da de negociaciones con la guerrilla el tema de lareforma a las Fuerzas Militares y aceptó una desmi-litarización indefinida de los cinco municipios dela llamada zona de “El Caguán”. Pastrana conjuróla crisis, recibió la renuncia del Ministro de Defen-sa Rodrigo Lloreda y prometió que en el futuro lasrelaciones del gobierno con la cúpula militar seríanmás fluidas.

5 Ramírez, Socorro. “Política exterior colombiana: diplomacia para la paz y la economía”. En: Restrepo, LuisAlberto (coordinador). Síntesis 2000. Anuario social, político y económico de Colombia. Bogotá: IEPRI-FundaciónSocial-Tercer Mundo Editores, 2000, p. 140.

6 Los detalles de éstas y otras acciones diplomáticas pueden ser consultadas en: La política exterior colombiana.Documentos 1999-2000-2001. Bogotá: Ministerio de Relaciones Exteriores, Secretaría Ejecutiva, 2002.

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El apoyo de Clinton fue esencial. El mismo díaen que los militares protestaron por el anuncio deVíctor G. Ricardo, Clinton elogió al PresidentePastrana “por su fuerte compromiso personal conla paz y su gran coraje por alcanzarla”. Comofranco espaldarazo a la política de paz, la CasaBlanca consideró las negociaciones con la guerrillacomo la mejor manera de lograr metas conjuntas:“Mejoras económicas para todos los colombianos,mayor seguridad regional, respeto por los derechoshumanos y la justicia, y un freno efectivo alnarcotráfico”7. Desde luego, se advirtió que, alapoyar los esfuerzos de paz, no se renunciaba a“llevar a la justicia” a los responsables de la muer-te de norteamericanos. Sin duda, la posición de laCasa Blanca abrió una importante agenda para“El Caguán”, desarrollada con continuas visitas ala zona por parte de destacados funcionarios in-ternacionales.

No obstante, durante el primer semestre de1999, la confrontación militar entre el movimien-to guerrillero y la fuerza pública no tuvo tregua.Quizá por ello, diversas voces en Estados Unidosesgrimieron la decisión de fortalecer al Ejércitocolombiano y convertirlo en principal sujeto deayuda. La paciencia del gobierno de Estados Uni-dos comenzó a agotarse cuando acusó a los líderesde las FARC de ser los “directamente responsa-bles” en la lentitud de las conversaciones, y de“manipular en forma cínica el proceso”8. Sin em-bargo, su giro radical se percibió con claridad afinales de julio de 1999, con la visita a Bogotá delZar antidrogas Barry McCaffrey.

En esa ocasión, McCaffrey declaró a Colombia“país en seria y creciente emergencia”, y criticó aEstados Unidos por “no haberle prestado una aten-ción suficiente y adecuada”. Confirmó su peticiónal Departamento de Estado para “triplicar la ayudamilitar americana hasta alcanzar los mil millonesde dólares en el próximo año fiscal”, y advirtió quesólo así podría detenerse el “flujo de dinero, co-rrupción y violencia que impone la droga”. Aunqueel general McCaffrey señaló que Estados Unidos no

intervendría con tropas en Colombia y que se tenía“gran respeto y deferencia por el proceso de paz”,también expresó que “la línea entre las operacio-nes antinarcóticos y las contrainsurgentes se borra-ba a menudo por el papel que la guerrilla jugabaen el tráfico de drogas”9.

Poco después, Thomas Pickering, Subsecreta-rio de Estado de Estados Unidos, viajó a Bogotácon el propósito de evaluar la estrategia de pazdel gobierno Pastrana y definir en concreto laayuda militar. Como conclusión de su examen,advirtió que Colombia no tenía un plan que “ex-plicara en forma clara las perspectivas del procesode paz” y que era necesario construirlo si Colom-bia quería apoyo financiero. La necesidad dereestructurar las fuerzas armadas bajo la premisade que no era posible consolidar la paz sin resol-ver el problema del narcotráfico se planteó conmayor fuerza, y se articuló la lucha antinarcóticosa la contrainsurgente en la visión norteamericanadel proceso.

En estas circunstancias nació el Plan Colombia.De las versiones iniciales, plasmadas en el Plan deDesarrollo propuesto por el Presidente Pastranaal inicio de su gobierno, se saltó a la solicitud deayuda militar con base en un presupuesto elabora-do y sustentado con la participación de asesoresnorteamericanos destacados por MadeleineAlbright y un grupo de funcionarios colombianosencabezados por Jaime Ruiz, jefe del Departamen-to Nacional de Planeación.

De hecho, tal fue la razón por la cual el PlanColombia nació con dos versiones. La primera fuepropuesta inicialmente en el Plan de Desarrollo1998-2002, y se basaba en la idea de crear condi-ciones económicas, sociales y ambientales favora-bles a una política de paz integral. Insistía, almismo tiempo, en la necesidad de otorgar unpapel activo a la sociedad para atacar las raíces dela violencia: la exclusión política y económica, y elcontraste de formas democráticas de gobiernocon la pobreza y la desigualdad10. La versión pre-sentada en octubre de 1999 al gobierno norte-

7 “Clinton Praises Ceding of Region to Colombian Rebels. President Views it as Part of Courageous Effort toEnd War with Marxists”. En: The Sun. 22 de mayo de 1999.

8 Citado en “Las FARC son cínicas: E.U.”. En: El Espectador. 20 de julio de 1999.9 Una completa relación del proceso de conversaciones con las FARC y sus secuencias, así como de las

referencias que acerca de ello hizo la prensa norteamericana, puede encontrarse en: Rojas, Diana yAtehortúa, Adolfo. “Ecos del proceso de paz y el Plan Colombia en la prensa norteamericana”. En: El PlanColombia y la internacionalización del conflicto. Bogotá: IEPRI - Planeta, 2001. pp. 115-191.

10 Cf. González, Fernán. “Para leer el Plan Colombia”. En: Cien Días. Bogotá: Cinep, septiembre -noviembre de2000. Y García, Andelfo. “Plan Colombia y ayuda estadounidense: una fusión traumática. En: El Plan Colombiay la internacionalización del conflicto. Ob. cit., pp. 193-306.

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americano fue completamente diferente, redacta-da en inglés con la ayuda de asesores norteameri-canos y centrada en la lucha militar contra elnarcotráfico como condición para la paz, el forta-lecimiento del Estado y el desarrollo económico.Más adelante, Colombia conocería dos versionesmás: la oficial, redactada ante peticiones de secto-res de la oposición liberal del Congreso colombia-no, y una cuarta, elaborada entre mayo y julio de2000 y dirigida a posibles donantes en Europa,Canadá y Japón, con énfasis en el desarrollo alter-nativo, la recuperación económica, la negociacióndel conflicto, la defensa de los derechos humanos,el fortalecimiento institucional y la participacióncomunitaria.

A la manera de los vendedores que acomodanel producto a las necesidades y gustos del cliente,el gobierno de Pastrana redactó versiones distin-tas del Plan Colombia de acuerdo con la conve-niencia. Así, el famoso Plan adquirió unasconnotaciones “camaleónicas” que terminaronpor desdibujarlo y por generar, a la larga, másdesconfianzas y equívocos que apoyos claros, tan-to entre los países ante los que fue presentadocomo en el ámbito doméstico.

La diplomacia por el dólar

Aunque el trámite del paquete de ayuda dirigi-do a Colombia y presentado por el PresidenteClinton al Congreso norteamericano fracasó en lasegunda mitad del año 1999, Clinton lo avaló denuevo el 11 de enero de 2000 como “asunto deemergencia” y de “fundamental interés nacional”.La discusión en el Congreso norteamericano fuetan profunda que, en agudos momentos, su apro-bación estuvo en peligro11.

A efecto de impulsarlo, Pastrana viajó a EstadosUnidos en enero de 2000 para reunirse con loscongresistas de los comités de apropiaciones enambas cámaras y con el Presidente Clinton. Aun-que pocos días antes Madeleine Albright, cuatrocongresistas y el secretario del Ejército estadouni-dense, Louis Caldera, habían estado en Colombia,la visita del Presidente a Washington fue, en lapráctica, la primera acción de cabildeo intensoque el gobierno colombiano adelantaría en Esta-dos Unidos a lo largo del primer semestre de2000. Era la puesta a prueba de su “diplomacia

por la paz” que ahora parecía convertida en una“diplomacia para la ayuda financiera”: una “diplo-macia por el dólar”. Como resultado de la visitade Pastrana, Clinton prometió “trabajar duro paraconstruir un consenso bipartidista favorable aColombia”.

Hacia el mes de febrero de 2000, cuando seabrió el debate en el Comité de apropiaciones dela Cámara de Representantes, la situación eradifícil. Algunas propuestas en el Congreso busca-ron posponer la discusión del paquete de ayuda onegar su trámite. Otros congresistas presentaronenmiendas que dificultaban el camino y expresa-ban dudas con respecto a las fuerzas armadas deColombia. De cierta manera, la competencia elec-toral por la Presidencia en Estados Unidos toma-ba como escenario las discusiones de loscongresistas.

En el momento más crucial de la discusión yvotación del paquete de ayuda en la Cámara deRepresentantes, el propio Presidente Clinton hablóinesperadamente desde la Casa Blanca para pedirel voto a favor del Plan Colombia lo más rápidoposible. Al final, el proyecto se salvó con un acuer-do de enmienda entre republicanos y demócratascon relación a la defensa de los derechos humanos,la exigencia de un plan para eliminar los cultivosde coca y amapola en el año 2005, y un límite parala presencia militar norteamericana en Colombia,fijado en 300 personas en un mismo momento,excepto para misiones de rescate.

Tras el resultado positivo en la Cámara, el lobbydel gobierno colombiano se trasladó con todas susenergías al Senado. Pastrana viajó de nuevo aWashington para entrevistarse con el Senadorrepublicano Trent Lott, quien se negaba todavía ainiciar el correspondiente proceso en el Senado.Por supuesto, Pastrana se reunió con otros sena-dores demócratas y republicanos.

El debate en el Comité de apropiaciones delSenado comenzó por fin en mayo, en medio deun clima favorable al recorte de la ayuda militar.La discusión, muy similar a la sostenida en la Cá-mara, aprobó un paquete de ayuda a Colombiacuyos términos finales debían acordarse en confe-rencia con representantes de ambas cámaras. Enconclusión, la ayuda se fijó en 860 millones dedólares, más 330 ya aprobados. Se decidió entre-

11 Cf. Rojas, Diana Y Atehortúa, Adolfo. Ob. cit. Buena parte del presente acápite se fundamenta en lasinvestigaciones y conclusiones del artículo citado.

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gar a la Fuerza Pública 18 helicópteros Blackhawky 42 Huey12. Se aprobó una inversión de 51 millo-nes de dólares en el área de derechos humanos, yotras sumas menores se destinaron al desarrolloalternativo, al fortalecimiento judicial y al apoyode los desplazados. No obstante, las imperiosascondiciones impuestas al desempeño de las fuer-zas armadas en Colombia fueron transformadasen un waiver, un procedimiento que concede alPresidente de Estados Unidos la posibilidad deconceder la ayuda por motivos de “interés deseguridad nacional”13.

El cierre del telón en este acto fue la visita delPresidente Clinton a Colombia: un hito en lasrelaciones bilaterales y una ratificación de la visi-bilidad y atención sin precedentes que el conflictocolombiano adquiría en el ámbito internacional.Colombia dejaba de ser considerado país “paria”,en el mismo rango en que se encuentran Libia oIrak, para ser tratado como país “en emergencia”,necesitado de cuidados intensivos para sobrevivir.Este giro está basado en un cambio, tanto en lapercepción y el lugar que ocupa el caso colombia-no en la agenda de política exterior norteamerica-na, como en el replanteamiento de la estrategiacon la que se busca afrontar el desafío que dichocaso plantea para la seguridad hemisférica en laPosguerra Fría.

Las implicaciones para el país de la visita deClinton fueron múltiples. Los efectos sobre elnivel de popularidad y de credibilidad del gobier-no Pastrana se hicieron sentir de inmediato. Estole dio al gobierno un considerable respiro nacio-nal e internacional, en momentos en que el pro-ceso de paz parecía estancarse y enfrentaba seriospeligros de ruptura. Otra de las consecuencias dela visita se presentó en el ámbito de las relacionescon los países de la región. A pesar de las reticen-cias y del temor que suscitaba la “mala vecindad”colombiana, tales países no podían desconocer elapoyo abierto que manifestó el gobierno norte-americano y sus llamados a propiciar escenariosde entendimiento. Finalmente, la visita compro-metió aún más al gobierno nacional en el logrode resultados tanto en el terreno del proceso de

paz como en el de la lucha antinarcóticos. El apo-yo norteamericano no se expresaba ahora enimpulso a las conversaciones con la guerrilla sinoen material militar para su confrontación.

La diplomacia por el Euro

La diplomacia ante Europa arrancó con bue-nos augurios. Con ocasión de la posesión dePastrana como Presidente de la República, variosgobiernos de la Unión Europea, como Francia,Gran Bretaña y España, y otros países como Rusia,manifestaron su disposición a colaborar en lasolución negociada del conflicto armado. Alema-nia participaba desde tiempo atrás en las negocia-ciones con el ELN. Por otra parte, el comité deayuda humanitaria de la Comisión Europea desti-nó siete millones de dólares para que las ONGadelantaran en Colombia programas en favor delos desplazados, al tiempo que el Parlamento eu-ropeo propuso exigir a la comisión de derechoshumanos de la ONU el nombramiento de unrelator especial para Colombia.

Europa parecía ser el mediador más propiciopara lograr un acercamiento entre las partes enconflicto. Fue así como a comienzos de febrero de2000, cinco negociadores de las FARC, acompaña-dos por representantes del gobierno y el Congre-so, viajaron a varios países europeos para analizarlos diversos modelos económicos. El objetivo deeste viaje era comprometer a los actores del con-flicto ante la comunidad internacional y con elloaumentar la confianza en el proceso de paz.

El apoyo financiero europeo empezaba a con-cretarse: en abril de 2001 el Comisario Europeode Relaciones Exteriores anunció la entrega de335 millones de euros para el proceso de paz enColombia. Sin embargo, rápidamente este entu-siasmo y muestra de compromiso con la causacolombiana se vio ensombrecido por la continui-dad de las acciones militares por las FARC y lostropiezos del proceso de paz, así como por unafuerte corriente de opinión que comenzó a ver elPlan Colombia no como un plan de paz sinocomo un plan de guerra. A ello contribuyeron demanera decisiva sectores no gubernamentales

12 Los helicópteros se distribuyeron así: 16 Blackhawk fueron para las Fuerzas Militares, 2 para la Policía, y 30Huey para las Fuerzas Militares y 12 para la Policía.

13 Cf. “Military Aid to Colombia is a Waste of U.S. Tax Dollars”. En: Newsday. 26 de junio de 2000. “White HouseClear Hurdle on Colombia Involvement”. En: The Washington Post. 28 de junio de 2000. “House ApprovesColombia Aid”. En: Financial Times. 30 de junio de 2000. “OK Likely on $1.3b Drug War. US Sees Aid toColombia Lasting at Least 5 Years”. En: The Boston Globe. 30 de junio de 2000. Mayor información referente alos contenidos de la ayuda puede encontrarse en: Rojas, Diana y Atehortúa, Adolfo. Ob. cit.

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europeos, los cuales han insistido, desde enton-ces, en que la estrategia formulada no sólo nosoluciona el conflicto sino que, de manera direc-ta, contribuye a agravar la aguda crisis humanita-ria que vive el país.

En estas circunstancias, el Parlamento europeoaprobó una resolución en la que expresó unaclara oposición al Plan Colombia. Sin duda, elPlan era percibido en Europa como una estrategiafundamentalmente norteamericana que reprodu-cía su política antinarcóticos en estrecha relacióncon una lucha contrainsurgente. A su juicio, ydebido al enfoque militarista, el Plan no sólo nocontribuiría a resolver la guerra en Colombia sinoque terminaría diseminándola por toda la regiónandina. A cambio se proponía una especie de“plan alternativo” dirigido a apoyar proyectos deasistencia social y económica que contribuyera apaliar los efectos del conflicto armado sobre lapoblación, y creara un ambiente más propiciopara las negociaciones de paz.

Hay una divergencia significativa entre las per-cepciones que tienen la Unión Europea y EstadosUnidos en relación con la crisis colombiana. Desdela perspectiva europea, el Plan Colombia es el re-sultado de la reconversión, bajo los intereses norte-americanos, “de un problema que durante añosfue considerado como un conflicto entre gobiernoy guerrilla”, a otro “al que se le adhirió la dimen-sión del narcotráfico, reduplicando ésta en unanovedosa concepción de narcoterrorismo. Portanto, la lógica de la nueva estrategia fue la dearrebatar a la guerrilla su fuente económica y, deesta manera, poder terminar con la amenaza insur-gente por medios militares”14.

Para los europeos, el origen de la crisis colom-biana no se limita al narcotráfico y la existencia delas guerrillas; la crisis también se genera en lacorrupción gubernamental, en la injusticia socialy en la debilidad del Estado. Frente a ello, haninsistido en una salida negociada al conflicto ar-mado, el fortalecimiento de las instituciones y lasprácticas democráticas, así como en el respeto alos derechos humanos y al derecho internacionalhumanitario. Sin embargo, ese compromiso no haestado acompañado del respaldo financiero re-

querido. La ayuda efectiva por parte de la UniónEuropea sigue supeditada a que se reforme laparte más polémica de la participación norteame-ricana. Como lo sostiene Joaquín Roy, “los gobier-nos y organizaciones europeas tienen la impresiónde que a ellos se les pide pagar una factura econó-mica y social, mientras que en el otro lado delAtlántico el drama es reducido a un problema denarcotráfico y enfrentamiento militar”15.

A ello se agrega que en la definición de supolítica exterior, la Unión Europea no actúacomo un bloque monolítico:

Algunos sectores y gobiernos europeos se sienteninclinados a ofrecer su apoyo incondicional. Otrosprefieren expresar su preocupación e irritaciónante los aspectos más polémicos del Plan o susvariadas interpretaciones. Por regla general, lamayoría de los Estados miembros se muestran muyescépticos ante un proyecto que perciben comoinspirado y dirigido por Estados Unidos. Al mismotiempo, estos mismos gobiernos experimentanextrema dificultad para entender los objetivos deuna operación que se relaciona con los límites dela injerencia en los asuntos externos de otro país16.

Países como Bélgica y Alemania han insistido enque la Unión Europea debe tomar distancia delPlan Colombia y condicionar la ayuda que se pres-te. El gobierno francés ha manifestado su respaldocon algunas reservas debido a la capacidad de pre-sión que tienen sectores domésticos que trabajanen el tema de los derechos humanos. De allí que,en general, los países europeos han hecho la cuida-dosa distinción entre el “proceso de paz”, que apo-yan, y el “Plan Colombia”, al cual se oponen.

Lo cierto es que, a pesar de las divergencias devisiones e intereses en juego, Colombia sigue sien-do un tema prioritario en la agenda internacionalactual. La agudización de la crisis, así como lamultiplicación de sus efectos negativos sobre laregión e incluso la seguridad global, hacen que laUnión Europea mantenga su atención y que ade-más advierta que el tratamiento del conflicto co-lombiano requiere un enfoque regional. Enrelación con esta última preocupación aparecía la

14 Cepeda, Fernando. “La política exterior de Colombia y la internacionalización del proceso de paz”.Conferencia dictada en Florida International University, 14-15 de marzo de 2001.

15 Roy, Joaquín. “La asistencia europea a Colombia: ¿Una contribución virtual a un plan de paz virtual?”. En:Colombia Internacional. No. 51, enero-abril de 2001. Bogotá: CEI, Universidad de los Andes, p. 13.

16 Ídem, p. 9.

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propuesta norteamericana de ampliar el PlanColombia hacia la región en la llamada IniciativaRegional Andina, IRA, presentada por el Presi-dente Bush ante el Congreso norteamericano aprincipios de 2001. El enfoque regional a primeravista parecía más “suave”: menos centrado en laasistencia de tipo militar y más en la sustitución decultivos y la ayuda económica. Sin embargo, bajoel esquema de la “securitización” de la agendainternacional después de los sucesos del 11 deseptiembre de 2001, el gobierno norteamericanovuelve a hacer énfasis en la necesidad de fortale-cer la capacidad militar de los países del área paraenfrentar los potenciales flujos de refugiados,guerrilleros, paramilitares o narcotraficantes, yahora terroristas, en tránsito por las fronteras.

El enfoque regional también se ha hecho impe-rativo por vía de las demandas y reclamos crecientesde los países vecinos; ellos no sólo no han bajado laguardia ante los efectos del conflicto armado colom-biano en sus propias fronteras, sino que además sehan visto involucrados en varios episodios que gene-raron crisis en el manejo de las relaciones fronteri-zas y en el propio proceso de paz. Ha sido el casocon las altisonantes declaraciones del PresidenteChávez y algunos de sus ministros, así como delescándalo por el tráfico de armas para las FARCprovenientes de Perú y bajo la complicidad de Vladi-miro Montesinos durante el gobierno de Fujimori.En varias ocasiones, el conflicto colombiano se haconvertido en el chivo expiatorio de la debilidad detales gobiernos, o en la carta que se juega para obte-ner fondos internacionales.

A C TO I I I .

L A D I P LO M A C I A A N T I T E R R O R I S TA

Los eventos del 11 de septiembre tuvieron ungran impacto en el manejo de la política exteriorde Estados Unidos hacia el resto del mundo, asícomo en la propia orientación de la estrategiainternacional colombiana. En adelante, el gobier-no estadounidense ha enfocado todas sus priori-dades en la “lucha global contra el terrorismo”. Lamirada de Estados Unidos sobre el conflicto co-lombiano se enmarca en ese nuevo contexto. Losataques terroristas del 11 de septiembre centraronla atención sobre los nexos de la violencia interna-cional, que incluyen el terrorismo, el narcotráfico,el lavado de dinero y el crimen organizado.

Colombia aparece involucrada en la luchaglobal contra el terrorismo en virtud de que tres

organizaciones armadas al margen de la ley for-man parte de la lista de organizaciones terroristaspresentada por el gobierno norteamericano17, ylas tres están profundamente involucradas en elnegocio del narcotráfico. Las conexiones entreColombia y el terrorismo proliferaron. La embaja-dora de Estados Unidos, Anne Patterson, porejemplo, comparó los tres grupos colombianoscalificados como terroristas con los talibánafganos, y anunció medidas para privar a los terro-ristas y a otros criminales del acceso al sistemafinanciero internacional. Igualmente anunció queEstados Unidos quiere enjuiciar a los miembrosde los tres grupos que están involucrados ennarcotráfico y lavado de dinero, y buscará su ex-tradición.

Rápidamente, tanto el gobierno de Pastranacomo algunos sectores estadounidenses buscaroncapitalizar el nuevo contexto para destacar que ladistinción entre la lucha antinarcóticos y la luchacontrainsurgente se hacía menos justificable, ylograr con ello superar uno de los grandes obs-táculos en la obtención de la ayuda internacional,particularmente en la norteamericana.

Ello se evidenció por la forma en que los he-chos del 11 de septiembre permearon el debaterealizado en octubre de 2001 en el Senado norte-americano sobre el nuevo paquete de ayuda. Losdefensores de la ayuda plantearon la necesidad dereconocer a Colombia como uno de los teatros dela batalla global contra el terrorismo. A través deello se ha buscado ampliar el programa anti-narcóticos para apoyar la lucha contra los gruposinsurgentes. Se trató de redefinir el paquete deayuda antinarcóticos como paquete de ayudaantiterrorista y de convencer a la mayoría en elCongreso de que el tráfico ilícito de drogas enColombia alimenta una amenaza terrorista paraEstados Unidos. Es de señalar que, durante eldebate, los argumentos en contra de la aproba-ción de la ayuda se centraron en la eficacia de laestrategia antinarcóticos, los derechos humanos ylos problemas ambientales, pero ninguno rebatiólos argumentos concernientes al terrorismo.

De este modo, después del 11 de septiembre,se ha pasado de la “amenaza que representan lasdrogas para los ciudadanos norteamericanos”,como argumento principal para sustentar la ayu-da, a hacer énfasis en la “amenaza de los gruposterroristas colombianos contra ciudadanos e inte-reses norteamericanos”. Se sostiene que la presen-

17 Éstas son FARC, ELN y AUC.

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te campaña contra el terrorismo amerita continuarla ayuda militar en Colombia, dirigida a operacio-nes antinarcóticos que tendrán como objetivo a lasFARC y al ELN, ambos en la lista de grupos terro-ristas del Departamento de Estado. Sin embargo,el argumento no es nuevo sino, más bien, opor-tunista.

Reinterpretar el papel de Estados Unidos fren-te al conflicto colombiano en términos de la luchaantiterrorista concede argumentos a quienes,desde el principio, han defendido la lucha contra-insurgente como mecanismo para erradicar eltrafico ilícito de drogas. Por esta vía se busca aca-bar con la ambigüedad presente hasta ahora en elPlan Colombia, acerca de si se trataba de unalucha antinarcóticos o una lucha contrainsur-gente. En adelante, ambas quedarían legitimadasen una sola y única lucha contra el terrorismo, enla cual Colombia podría convertirse en laborato-rio para la nueva política norteamericana y enun frente más de la guerra global. Así lo eviden-cian las declaraciones de la embajadora Patter-son, para quien “el Plan Colombia sigue siendola estrategia antiterrorista más efectiva que po-dríamos diseñar”.

Desde principios del año 2002, la administra-ción Bush ha impulsado la posibilidad de ampliarla ayuda antinarcóticos a Colombia para ofrecerrespaldo a la lucha contrainsurgente. Dicha am-pliación incluye un mayor intercambio de infor-mación de inteligencia sobre la guerrilla, así comoel entrenamiento de un batallón adicional quesirva como fuerza de reacción rápida para prote-ger la infraestructura económica, y sobre todo lapetrolera. No obstante, el tema es altamente sensi-ble en el Congreso norteamericano, dadas lasprevenciones que existen de que la ayuda a Co-lombia involucre a Estados Unidos en una guerracontrainsurgente al estilo Vietnam.

Sin embargo, estas reticencias fueron dejadasde lado a partir de la ruptura del proceso de pazen febrero de 2002. Un mes atrás, el PresidentePastrana había dado un ultimátum a las FARC,pero las labores del asesor especial de la ONU,James Lemoyne, junto con los embajadores delos Países Amigos del proceso fueron definitivasen la resurrección de las conversaciones de paz,que se hallaban virtualmente rotas por cuenta delos controles sobre los cinco municipios desmili-tarizados que impuso el gobierno en octubre delaño anterior. Gracias a estos buenos oficios sefirmó un acuerdo dos días después, con la garan-tía de la comunidad internacional; allí las dos

partes se comprometían a tener listo un pacto decese al fuego para el 7 de abril. Pese a ello, rápi-damente la guerrilla adelantó una sangrientaescalada terrorista. En seguida, el secuestro deun senador fue la gota que derramó el vaso deun proceso ya moribundo. El 20 de febrero elPresidente Pastrana declaró rotas las conversacio-nes con las FARC y dio por terminada la zona dedespeje, ordenando a las fuerzas armadas reto-mar el territorio.

A partir de la ruptura del proceso de paz, elgobierno colombiano dio un claro giro a su es-trategia internacional. La “diplomacia por lapaz” y la subsiguiente “diplomacia por el dólar”cedieron el espacio a una “diplomacia anti-terrorista”. El objetivo de ella, según declaracio-nes del Presidente Pastrana, consiste en ejerceruna mayor presión internacional sobre los gru-pos subversivos como un factor esencial para laposibilidad de aspirar a “una reducción de laintensidad del conflicto y a una negociación depaz con posibilidades de éxito”.

El rompimiento del proceso de paz terminópor abrir las compuertas a la identificación entrelucha antinarcóticos y lucha antiterrorista, asícomo a la posibilidad de que Colombia se convier-ta en teatro de operaciones de la lucha globalantiterrorista. Por solicitud de Colombia, el Presi-dente Bush presentó en el mes de marzo de 2002un nuevo plan de ayuda consistente en 374 millo-nes de dólares en asistencia militar y 164 millonesde dólares en asistencia económica y social paraColombia. Así mismo, la Cámara de Representan-tes de Estados Unidos aprobó en marzo una reso-lución que planteaba, por primera vez, ayudar aColombia para defender su democracia de losataques de la guerrilla y los paramilitares.

En abril, el Presidente Pastrana viajó a Washing-ton para hacer cabildeo ante el Congreso estadouni-dense en momentos en que la coyuntura leresultaba favorable. En plena cruzada contra el te-rrorismo, nadie en Estados Unidos puede oponersea que las FARC, el ELN y las AUC sean consideradasterroristas. Incluso hay consenso en que no se pue-den trazar líneas divisorias entre el narcotráfico y elterrorismo. Acciones como la solicitud en extradi-ción de tres miembros de las FARC, incluido el jefedel Frente 16, más conocido como el “NegroAcacio”, y las medidas para rastrear y bloquear losactivos de estos grupos en el sistema financiero inter-nacional reafirman esta tendencia.

La actitud estadounidense contrasta con la asu-mida inicialmente por la Unión Europea que en

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mayo incluyó a las AUC en su lista de organizacio-nes terroristas, pero se abstuvo de hacerlo con lasFARC, hecho que causó polémica en el gobiernocolombiano y en diversos sectores del país. La posi-ción europea se basó en la polémica sobre la utili-dad de cerrar una salida política calificando a lasFARC de grupo terrorista. No obstante, luego depresiones y de una fuerte diplomacia presidencialante la Unión Europea y los distintos gobiernos,esta guerrilla fue incluida en la lista de organizacio-nes terroristas en el mes de junio, no sin la miradaatónita por parte de algunos sectores europeos queno se explicaban cómo sólo unos cuantos mesesatrás el propio Presidente Pastrana les solicitabacon el mismo ahínco recibir a los representantesde las FARC y apoyar el proceso de paz.

Otros escenarios internacionales fueron propi-cios para esta diplomacia antiterrorista: en laCumbre de Países Andinos, con participación deEstados Unidos, realizada en Lima en el mes demarzo, los mandatarios allí reunidos acordaroncrear una estrategia común de lucha contra losgrupos terroristas que se nutren del narcotráfico.Del mismo modo, en la Cumbre de Río, celebradael mes siguiente, se emitió una declaración en laque se condenan los actos terroristas y secuestrosperpetrados por las FARC. En esta misma reuniónPastrana le solicitó al Presidente mexicano, Vicen-te Fox, expulsar de México a los representantes delas FARC, lo cual condujo a Fox a ordenar suspen-der las oficinas de la guerrilla colombiana enterritorio mexicano.

Sin duda, la diplomacia antiterrorista ha logra-do su objetivo de cercar internacionalmente a laguerrilla. La actual coyuntura internacional y lapresión del gobierno colombiano le resta valiososespacios a las FARC y refuerza la condena interna-cional a sus métodos. Sin embargo, no quedaclaro cómo dicha situación contribuirá en la con-formación de futuros espacios de negociación yde acompañamiento de la “comunidad internacio-nal” a un nuevo proceso de paz, si es que éstellega a darse.

N OTA S PA R A U N B A L A N C E

Pese a los esfuerzos iniciales del gobierno dePastrana por fijar los alcances y los límites deltratamiento internacional al conflicto armado, laimplementación de la “diplomacia por la paz”,que devino en una “diplomacia económica” y ensu última etapa terminó siendo una “diplomaciaantiterrorista”, se caracterizó por las visiones y losintereses encontrados de los distintos actoresinternacionales, por la concepción vaga y oscilan-te en la manera como el gobierno adelantó elproceso de negociación con la guerrilla, por elritmo frenético y a veces imprudente del cubri-miento informativo a las negociaciones por partede los medios de comunicación, nacionales einternacionales, así como por el impacto de losacontecimientos más recientes en el escenariointernacional.

Un balance de los logros y desaciertos de laestrategia diplomática adelantada en los últimoscuatro años debe tener en cuenta que lainternacionalización presenta riesgos significati-vos. Algunos de ellos pueden ser controlables. Sinembargo, no podemos desconocer que se manejaun alto grado de contingencia y de complejidaden la medida en que se eleva el número de acto-res y de temas involucrados. Por fuerza, el país seha hecho más vulnerable a los avatares internacio-nales, al ritmo en que los acontecimientos domés-ticos adquieren mayor “resonancia” internacionaly logran producir efectos o “turbulencias” que, endeterminados momentos, pueden ser difíciles decontrolar18.

A pesar de la centralidad del tema de la paz enlas primeras gestiones internacionales del gobiernode Pastrana, el país no tenía suficiente claridadrespecto al significado de la participación de lacomunidad internacional en una salida negociadaal conflicto armado interno. Al principio se genera-ron muchas expectativas, e incluso se planteó quedicha comunidad se constituía en un garante de laseriedad y continuidad del proceso de paz. Expec-tativas que con el tiempo mostraron ser excesivaspor diversas razones. Nuestro propósito, precisa-mente, es intentar un balance final de todo ello.

18 Según algunos análisis, el gobierno internacionalizó a fondo el conflicto sin pasar la participación de lacomunidad internacional por el filtro de la no intervención, la prudencia y el respeto por la soberanía delpaís. Contrario a lo planteado conceptualmente, la política exterior colombiana operó como una lupafrente la internacionalización del conflicto: antes que transformarla positivamente, intensificó en variasocasiones su potencial desestabilizador. Carvajal, Leonardo. “Paz y política exterior: entre la intervención yla cooperación (a propósito de la “diplomacia por la paz” del gobierno de Andrés Pastrana el primer año)”.En: Oasis 99. Observatorio de análisis de los sistemas internacionales. Bogotá: CIPE - Universidad Externado deColombia, 2000, p. 302.

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La “anarquización” de la política exterior

La “internacionalización” de la política domés-tica colombiana ha significado para los últimosgobiernos una pérdida del monopolio de la repre-sentación a nivel internacional. Sobre todo en elúltimo periodo, han proliferado estrategias inter-nacionales por parte de actores nacionales muydiversos, que van desde los actores armados, ONG,organizaciones cívicas, autoridades locales, entida-des gubernamentales, todas ellas actuando deacuerdo con sus propias lógicas e imperativos.Por ejemplo, los actores armados también desa-rrollaron sus propias estrategias internacionalesbuscando ampliar su presencia en escenarios inter-nacionales que pudieran serles favorables, tratandode legitimar su causa, buscando reconocimientopolítico o aliados para el proceso de negociación, oen función de otros objetivos como la compra dematerial bélico o la denuncia internacional deviolación de los derechos humanos.

La vinculación entre actores domésticos e inter-nacionales, la capacidad de los actores domésticosde diseñar e implementar estrategias en diversosescenarios internacionales, así como de actoresinternacionales de involucrarse en el escenarionacional, ha tenido como consecuencia el otorgara los actores internacionales mayor capacidad deinfluencia sobre el proceso de paz colombiano.

La “diplomacia por la paz” no tuvo en cuentaesta especie de “anarquización” en el manejo dela política exterior. Buena parte de sus dificulta-des se derivan de este desconocimiento de la exis-tencia y capacidad de maniobra de otros actoressubnacionales o supranacionales, formales e infor-males, que incidieron y siguen incidiendo en suestrategia internacional.

Heterogeneidad de percepciones e intereses

En el desarrollo de la “diplomacia por la paz”se fue haciendo evidente que esa llamada “comu-nidad internacional” no correspondía a un actorunitario y homogéneo, sino más bien a un conjun-to de actores muy variados en su naturaleza, susintereses, así como en su voluntad y capacidad deacción frente a la crisis colombiana. A su vez, losactores domésticos tenían diferentes percepcionesy expectativas respecto a la participación interna-cional en el proceso de negociación19.

El tema de una “comisión internacional deacompañamiento” en el proceso de negociación–que dio lugar a enfrentamientos entre las partesy al congelamiento de las conversaciones–, mues-

tra muy bien las diferencias sustanciales que exis-tían entre el gobierno y las FARC en relación conel papel que debía desempeñar en los diálogos lallamada comunidad internacional. La propuestade conformar dicha comisión surge de las denun-cias sobre los abusos por parte de la guerrilla en lazona de despeje. Para el gobierno, dicha comisióndebía constituirse de inmediato y verificar el com-portamiento de la guerrilla en dicha zona. Paralas FARC, éste era un punto por tratar cuando senegociaran acuerdos susceptibles de verificación.El Presidente sostuvo que no habría negociaciónsin comisión internacional, posición en la que fuerespaldado incluso por el gobierno norteamerica-no. Pero la resistencia de las FARC hizo ceder algobierno, que aceptó negociar sin comisión yreanudar las conversaciones posteriormente.

Un dispositivo diplomático inadecuado

Es innegable el avance que ha tenido la diplo-macia oficial colombiana en los últimos años; sinembargo, el dispositivo diplomático de Pastranaenfrentó los mismos obstáculos que, en general,se han presentado a la política exterior colombia-na en su conjunto. Dichos obstáculos puedendefinirse como: dificultad en la creación, genera-ción, interpretación o formación de consensosnacionales, unidireccionalidad y carácter exclu-yente en la definición de los intereses nacionales,baja profesionalización del servicio exterior, difi-cultades naturales en la coordinación interins-titucional dentro del gobierno y entre entidadesdel Estado, la dicotomía entre la claridad constitu-cional que señalan al Presidente de la República ya la Cancillería como conductores supremos de lapolítica exterior del país, frente a la evidenciacotidiana de la existencia de toda una maraña deactores, intereses y visiones sobre los asuntos interna-cionales, roles que en la práctica no son susceptiblesde ser dirigidos ni conducidos. En consecuencia, sepresenta una imposibilidad funcional de coordinarlas internacionalizaciones que aparecen en formaparalela: la diplomacia oficial gubernamental, ladiplomacia de las guerrillas, la diplomacia oficialpero de carácter estatal (protagonizada por elCongreso, las cortes, la Fiscalía, la Procuraduría,la Defensoría del Pueblo, entre otras institucionesdel Estado), la diplomacia paramilitar, la diploma-cia de las organizaciones no gubernamentales: delsector privado, los grupos de presión, y en gene-ral, la que adelantan la gran variedad de formasorganizativas de la sociedad civil colombiana.

19 Ramírez, Socorro. Ob. cit., pp. 141 y 146.

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El gobierno de Pastrana trató de centralizar lacoordinación de la diplomacia oficial guberna-mental. Sin embargo, como concluye Carvajal,“ello resulta difícil de lograr debido a ese comple-jo entramado que forman los diversos intereses eintersecciones de las entidades gubernamentales.Ello es aún más difícil cuando se trata de coordi-nar el conjunto de las ‘diplomacias paralelas infor-males por la paz’ ”20.

A pesar de las declaraciones y promesas alinicio del gobierno de Pastrana, la política exte-rior sigue siendo vista como un mecanismo depolitiquería interna destinada a pagar favoreselectorales o a concretar acuerdos con los congre-sistas. En su mayoría, todavía los cargos clave de ladiplomacia política y económica del país siguensiendo designados en virtud de criterios ajenos ala meritocracia y a la defensa de los intereses na-cionales en el exterior. Unas cuantas excepcionesmuestran lo crucial y efectivo que resulta unadiplomacia profesional y moderna, como es elcaso de la embajada en Washington bajo la direc-ción de Luis Alberto Moreno.

La “economización” de la estrategia

En muchas ocasiones la diplomacia para la pazquedó reducida a la búsqueda de recursos econó-micos, desaprovechando escenarios y apoyos políti-cos internacionales para avanzar en la promociónde la paz. Por ejemplo, el tema ambiental, queparecía ocupar un lugar importante en el disposi-tivo diplomático formulado inicialmente, terminósiendo reducido al debate en torno a la fumiga-ción de cultivos ilícitos.

Aun así, y pese al activo cabildeo internacional,los recursos económicos conseguidos por el go-bierno no han sido del monto previsto inicialmen-te. Se cuestiona incluso la falta de compromiso delos mismos colombianos porque Pastrana no logrórecolectar los 4 billones de dólares que el PlanColombia diseñado en un principio había prome-tido poner en la mesa.

La mayor ayuda ha provenido de Estados Uni-dos mientras que, por el lado de la Unión Euro-pea, varios de los recursos prometidos todavía nollegan. Algunos elementos podrían explicar estospobres resultados: los tropiezos del proceso de

paz, la confusión sobre lo acordado entre gobier-no y FARC acerca de la verificación de la zona dedespeje, y el fracaso final en las negociaciones enfebrero de 2002. Todo ello generó altos niveles deincertidumbre que al final desalentaron la solida-ridad internacional.

No obstante, algunos resultados se puedenrescatar. Ha sido el caso de la reciente aprobaciónen el Congreso estadounidense de una renova-ción del ATPA (Acuerdo de Preferencias Arance-larias para la región Andina), que si bien se hallacondicionada al pago de cuantiosas indemniza-ciones a empresas norteamericanas en litigio conel Estado colombiano, ofrece ventajas al sectorexportador nacional.

Una estrategia ambigua

Uno de los objetivos (no siempre declaradoabiertamente) del Plan Colombia era poder recu-perar la iniciativa política y militar ante la ofensivalas guerrillas. ¿Cuál ha sido el resultado hastaahora en este campo?21 Los sucesivos aplazamien-tos de las conversaciones, las cambiantes posicio-nes del gobierno y una nueva escalada de lasacciones guerrilleras redujeron la credibilidad enel proceso y la capacidad de la administraciónPastrana para conducirlo. Esto alimentó a su vezuna corriente de opinión pública que empezó acreer en la viabilidad de una solución militar,apoyada ahora en lo que las fuerzas armadas hanreivindicado como éxitos operativos22.

Es innegable que la reestructuración de lasfuerzas armadas, el cambio de estrategia, así comoel apoyo técnico, financiero y de inteligencia pro-veniente de Estados Unidos han producido resul-tados. Los efectos más palpables hasta hoy son laexistencia de los batallones antinarcóticos y laamplia campaña de fumigación en el sur del país.A través de los dineros del Plan Colombia se pro-porcionó también una infraestructura de apoyo alos recursos de aviación, se adquirió una flotilla dehelicópteros, se brindó asistencia para la reestruc-turación orgánica del estamento militar, se instalóun radar en la base de Tres Esquinas con el objeti-vo de proporcionar información a los helicópte-ros de la brigada antinarcóticos, y se inició unprograma de comando y control de radar para

20 Carvajal, Leonardo. Ob. cit., p. 330.21 Para mayor detalle sobre los resultados del Plan Colombia al presente, véase Rojas, Diana. “Relaciones

Colombia-Estados Unidos”. En: Síntesis 2002. Bogotá: IEPRI. En prensa.22 Luego de la contratoma de Mitú en 1999, en la que las fuerzas armadas sorprendieron a la guerrilla con

ataques nocturnos y apoyo aéreo, la correlación de fuerzas empezó a cambiar.

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brindar un sistema capaz de monitorear los múlti-ples radares localizados en el país.

Indudablemente, estos resultados pueden serreivindicados como logros de la “diplomacia por lapaz” o de lo que hemos llamado “diplomacia por eldólar”. Sin embargo, nos encontramos lejos delobjetivo inicial. Todavía las fuerzas armadas no estánen capacidad de derrotar militarmente a las guerri-llas y de quitarles la iniciativa en el terreno. La gue-rra ha arreciado y la guerrilla ha sufrido durosgolpes; no obstante, muchos sectores se preguntanen Colombia si acaso no será más efectiva la inver-sión social que la militar para diezmar la guerra.

De otra parte, la “diplomacia por la paz” refor-zó la “narcotización” de la agenda internacionaldel país. Sin lugar a dudas, la piedra angular delPlan Colombia ha sido la erradicación aérea, es-trategia que se basa en los resultados obtenidos enlos países andinos23. Las operaciones se iniciaronel 19 de diciembre de 2000 en el departamentode Caquetá y luego siguieron en el vecino depar-tamento de Putumayo. Poco después se traslada-ron a zonas del norte y oriente del país. Aunqueel balance sea prematuro –dado que el Plan Co-lombia lleva menos de dos años de aplicación–,los resultados hasta ahora no son los más alenta-dores. Un reporte de Naciones Unidas fechado el19 de mayo de 2002 indicaba que los cultivos decoca se habían incrementado en un 60% duranteel último año, cubriendo las bajas en producciónpresentadas por Perú y Bolivia.

La oposición a la erradicación aérea en Colom-bia y las críticas por parte de sectores del Congre-so norteamericano se vieron reforzadas por lainiciativa emprendida por los gobernadores de losdepartamentos del sur del país, aquellos que másdirectamente ven afectadas sus poblaciones por lacampaña de erradicación de cultivos. Los gober-nadores dieron a conocer los problemas de susregiones a través de una campaña internacionalen la que pidieron menos fumigación aérea y másprogramas de sustitución y desarrollo alternativo.Una de las críticas a la estrategia de erradicaciónde cultivos por vía aérea se dio en torno a losefectos nocivos de la fumigación sobre la saludhumana y el medio ambiente.

En el Plan Colombia se “recicla” entonces lamisma estrategia antinarcóticos que se viene apli-

cando en el país durante los últimos 20 años bajopresión norteamericana, y nuevamente vuelve amostrar sus fracasos: más que erradicar los culti-vos ilícitos, éstos se han desplazado hacia otrasregiones del país e incluso hacia otros países.Además, con la presión sobre las comunidadescocaleras, se ha profundizado la crisis económicay social del sur del país, a pesar de los programasde sustitución voluntaria y desarrollo alternativo.

E P Í LO G O : ¿ Q U É L E Q U E D A

A L N U E V O G O B I E R N O ?

Hace cuatro años el país gozaba de visibilidade interés internacional. La administración que seiniciaba tuvo ventajas para el desarrollo de unapolítica internacional activa que apoyara el na-ciente proceso de paz con la guerrilla. Por el con-trario, la situación actual significa un giro de 180grados. Del apoyo y la mirada benévola y entusias-ta frente al proceso de paz, se ha pasado al desen-canto y la indiferencia. Por ello, el reto del nuevogobierno será la recuperación del interés y, sobretodo, construir credibilidad en torno a estrategiasrealistas y viables para el tratamiento del conflictoarmado en Colombia.

La lucha global contra el terrorismo

El cambio en el panorama internacional le damás posibilidades al país de seguir en el centro delas preocupaciones internacionales dada la“securitización” de la agenda internacional. Lamirada de los países sobre el conflicto colombia-no, particularmente la de Estados Unidos, seenmarca en el nuevo contexto generado por lareacción a los ataques terroristas del 11 de sep-tiembre. No obstante, la polémica suscitada por lano inclusión inicial de las guerrillas en la lista deorganizaciones terroristas de la Unión Europeamostró hasta qué punto no queda claro, ni paralos gobiernos europeos ni para el gobierno colom-biano, cuáles son las consecuencias que se derivande la lucha global contra el terrorismo para eltratamiento del conflicto armado colombiano y lareanudación de las negociaciones con los gruposarmados, ahora “terroristas”.

El nuevo gobierno se enfrenta al imperativo demostrar los resultados del Plan Colombia, ya queen los primeros años de su aplicación éstos no

23 Según datos del Departamento de Estado, desde el año 2000 el cultivo de coca disminuyó un 33% en Bolivia y12% en Perú, gracias a la erradicación aérea. En los cinco últimos años, cada país redujo los cultivos ilícitos enmás del 60%. Éste también se planteó como el objetivo en Colombia, donde el Plan supone una reducción del50% en los cultivos de coca durante los próximos cinco años.

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han sido los esperados. En el reporte de juniopasado de la Contraloría General del Congreso deEstados Unidos, GAO, se cuestionó el compromi-so del gobierno colombiano frente al Plan y losresultados concretos de la ayuda. Ello dificulta asu vez la consecución de recursos frescos, tal ycomo lo revelan los álgidos debates que han teni-do lugar en el Congreso norteamericano para laaprobación del nuevo paquete de ayuda. Además,los recursos disponibles para asistencia internacio-nal por parte de los países industrializados sereorientan hacia otras prioridades. En el caso deEstados Unidos, su lucha contra el terrorismocentra la atención y los recursos en los países deAsia Central y el Medio Oriente.

Credibilidad internacional

Los actores internacionales, especialmente loseuropeos, miran con mucha preocupación elagravamiento de la compleja situación colombia-na. Ello, junto con la información y la experienciaacumulada en los últimos cuatro años, han idogenerando una actitud de escepticismo frente auna solución negociada de la guerra colombiana.

A ello se suma la grave crisis humanitaria queamenaza empeorarse en los años siguientes. Envarias categorías mundiales de problemas humani-tarios, Colombia se ubica en los primeros lugares:registra el mayor índice de secuestros del mundo;fuera de los conflictos africanos, es uno de lospaíses con más niños reclutados para la guerra;tiene una población indigente –que crece cadaaño– superior al promedio de los países latinoame-ricanos; sus muertos fuera de combate equivalen alos que fallecen en guerras de alta intensidad, y enlos últimos cuatro años se han desplazado máspersonas por el conflicto que en los diez años dela guerra centroamericana. Estas realidades nopueden esconderse, y menos aún se pueden pos-tergar las respuestas ante problemas tan graves.Para ello es preciso contar con el apoyo interna-cional.

El legado de la administración Pastrana consis-te en haber posicionado a Colombia dentro de lasprioridades de la agenda norteamericana. Elpróximo gobierno tendrá la ventaja de poderreinventar y ajustar el Plan Colombia a las nuevasrealidades. Sin embargo, debe ser consciente deque no tendrá mucho tiempo para presentar elproyecto y debe ostentar una política internacio-nal más coherente.

Con la gira adelantada por Álvaro Uribe Véleza Estados Unidos y Europa, éste ha buscado man-

tener, en algunos casos, o recuperar, en otros, laspuertas abiertas por la “diplomacia por la paz” dePastrana. Sin embargo, el éxito de lo que prometeser la continuidad de una activa diplomacia presi-dencial, empieza por acallar los temores y las du-das que se tienen en torno al nuevo Presidente.En efecto, los rumores respecto a sus pasadosvínculos con paramilitares y narcotraficantes, asícomo por la reticencia que suscita su propuestade autoridad entre algunos sectores si ella signifi-ca una guerra total, son obstáculos para el mante-nimiento y la profundización de una solidaridadeuropea que en los cuatro años de la administra-ción Pastrana alcanzó niveles sin precedentes.Uribe, de todos modos, ha comenzado tratandode hacer frente a esas reticencias con los anunciosde un eventual diálogo y la búsqueda de la media-ción de Naciones Unidas en el conflicto.

Tomar la “internacionalización” por los cuernos

De la experiencia del gobierno anterior, lanueva administración puede sacar como lecciónque en el manejo de la crisis del país resulta másadecuado imprimir una orientación “selectiva” ala internacionalización, es decir, internacionalizarlo necesario y mantener en el nivel domésticoaquellos asuntos que no requieren tratamiento enel exterior, o que al tener vínculos con el escena-rio internacional magnifican su potencialdesestabilizador, dificultando la solución negocia-da. Se trata entonces de internacionalizar todoaquello que dinamice y coadyuve al manejo inter-no del tema, así como de “domesticar” aquellostemas que requieran un típico manejo nacional yevitar aquellos factores internacionales que pue-dan entorpecer el manejo interno de conflictoarmado. La internacionalización de la paz –y delos demás temas de la agenda política exterior–,debe buscar disminuir la “vulnerabilidad” del paísante los hechos que acontecen por fuera de lasfronteras nacionales y controlar la “sensibilidad”del proceso frente a las diversas situaciones delacontecer nacional. Ello es particularmente álgidoen relación con el tema del terrorismo hoy.

Es indudable que el país requiere una diplo-macia activa y adaptada a las condiciones cam-biantes y complejas del actual escenariointernacional, capaz de aprovechar las oportuni-dades y superar los límites que se generaninternacionalmente frente a la crisis colombiana.No obstante, ¿hasta qué punto es posible distin-guir claramente cuáles elementos resultan favora-ble o desfavorablemente internacionalizados, y

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hasta dónde el nuevo gobierno nacional contarácon el margen de maniobra y con la capacidad decontrolar dichos elementos? No sólo el gobiernoentrante cuenta con poco oxígeno en sus reservas,dado el desgaste del proceso de paz y la agudiza-ción de la guerra, sino que además la turbulenciainternacional actual le resta posibilidades de ac-ción autónoma.

Es evidente que una participación asertiva deColombia en el proceso de globalización pasa nece-sariamente por una solución sólida y a largo plazode su conflicto armado interno. Para el país, loscostos que representan la inestabilidad, la pérdidade competitividad y el deterioro de la imagen ex-terna como resultantes de la situación de guerrahan sido muy altos. Por ejemplo, la calificación deColombia como país riesgo, que incide en sucompetitividad de los mercados internacionales,está directamente relacionada con la existencia delconflicto armado, el cual afecta de manera directala estabilidad económica y política del país. En estemomento y hacia el futuro, la internacionalización

no es una opción para el país; en realidad, no po-demos decidir si internacionalizarnos o no porqueya de hecho lo estamos. Sin embargo, existe aún unmargen de maniobra susceptible de ser ampliadopara decidir cómo internacionalizar los temas de laguerra y de la paz.

La experiencia de los últimos años nos muestraque el país no estaba preparado para afrontar esteproceso acelerado de internacionalización, másaún cuando a lo largo de su vida republicana sehabía caracterizado por su carácter marcadamente“parroquial”. La internacionalización sigue siendoun reto tanto en su comprensión como en su ma-nejo práctico. Y es justamente en este campo don-de se presentan serios peligros para el futuro delpaís. Lo peor que podría pasarnos es que a medidaque se agudiza el conflicto y el proceso de paz sehace inviable, Colombia termine cayendo, dentrode unos años, en la categoría de los países “desahu-ciados”, países que a nadie interesan y pueden“desaparecer” del escenario mundial sin mayorestraumatismos.

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Socorro Ramírez VargasProfesora del Instituto de Estudios

Políticos y Relaciones Internacionales,

IEPRI, Universidad Nacional de

Colombia

las relaciones entre colombia yVenezuela han oscilado entre largos períodos dedistanciamiento y conflicto, y breves y esporá-dicas fases de cooperación. Los primeros, hancorrespondido a tensiones derivadas de la segu-ridad fronteriza, a una excesiva acumulación deasuntos sin resolver y a la parálisis de los mecanis-mos previstos para el diálogo y la negociación.Los segundos, han tomado forma una vez se hanlogrado superar las coyunturas más álgidas, ocuando se llega a un manejo concertado de losproblemas de seguridad, lo que permite unareactivación de la búsqueda de acuerdos sobrelos demás aspectos de la relación binacional.

Desde 1999, ambos países han entrado de nue-vo en un período de desencuentro, y no faltanrazones que ayuden a explicarlo. En estos años, lasdos naciones han enfrentado críticas coyunturasinternas, al mismo tiempo que se ven obligadas aasumir las complejas dinámicas hemisféricas einternacionales de un mundo globalizado en elque no sólo la Región Andina sino casi toda Amé-rica Latina y el Caribe no encuentran hasta ahoraformas positivas de inserción.

Que existan problemas en una frontera muyactiva entre países vecinos no puede ser un argu-mento suficiente para que todos los asuntos pen-dientes se transformen en otras tantas fuentes deconflicto. La existencia de incidentes e interpre-taciones encontradas entre naciones que, comoColombia y Venezuela, comparten una extensa ydiversa zona fronteriza es apenas normal1. Ha-bría que preguntarse si estas dificultades tiendena transformarse en conflicto por la persistenciatácita o explícita, en el fondo de la relación entreambos países, de serios temores sobre la existen-

1 La frontera tiene una extensión de 2.219kilómetros, y de ella hacen parte áreas de intensaconurbación y zonas de menor población endonde se comparten importantes recursosnaturales.

La complejarelación colombo-venezolana.Una coyunturacr ít ica a la luzde la histor ia

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cia de presuntas o reales amenazas a la seguri-dad del uno por parte del otro. Sería necesariopreguntarse también si el diferendo limítrofecontinúa siendo una fuente de profunda intran-quilidad y desconfianza mutua, tan profunda,que ha llevado incluso a que, en sus cálculosestratégicos, cada Estado considere a su vecinocomo la primera y eventual hipótesis de conflic-to armado internacional.

Así mismo, cabe la pregunta de si la persisten-cia silenciosa de esta hipótesis, alimentada porenfoques realistas de las relaciones internacionalesque no se ajustan a los inaplazables imperativos decooperación que hoy impone la globalización encurso, subyacen y condicionan todos los demásnexos entre ambas naciones. Tal vez por ello, unaumento ocasional de las tensiones en torno alproblema de seguridad tiende a magnificar todoslos demás problemas pendientes, a paralizar losmecanismos institucionales para su solución y apropiciar su acumulación, lo que a su vez, entur-bia aún más la relación entre los dos países. Porfortuna, hasta ahora los gobiernos centrales deColombia y Venezuela han respetado fielmente elacuerdo de solución pacífica de controversias quefirmaron a comienzos del siglo XX. Gracias a ello,las coyunturas críticas siempre se han resueltomediante el diálogo directo y, en las ocasiones enlas que éste se ha considerado agotado, ambasnaciones han recurrido a instancias mediadorasinternacionales y han acogido sus conclusiones.Sin embargo, los asuntos de seguridad siguenimpidiendo la consolidación de una sólidaconfianza mutua entre los dos estados, y la coordi-nación de políticas e instrumentos para la aten-ción de la agenda binacional.

En este trabajo nos proponemos ubicar lacrítica coyuntura por la que viene atravesando larelación binacional entre febrero de 1999 y juniode 2002 –período en el que coinciden los gobier-nos de Hugo Chávez y Andrés Pastrana– en elcontexto de una historia más amplia de las rela-ciones binacionales. Primero, situaremos estaetapa en la ya muy larga historia de una relacióncentrada en la delimitación de las fronteras te-rrestre y de áreas marinas y submarinas. Luego,mostraremos su lugar en relación con el cortopero productivo esfuerzo de acercamiento mu-tuo y de establecimiento de canales de diálogo ynegociación acordados a fines de los años ochen-ta. Finalmente, desde allí revisaremos la crecien-te tensión binacional vivida durante los últimosaños.

R E L AC I O N E S CO N D I C I O N A D A S

P O R L A S E G U R I D A D

En 1833, apenas tres años después de la disolu-ción de la Gran Colombia, Caracas y Bogotáfirmaron el Tratado Pombo-Michelena. El conve-nio se refería no sólo a los límites entre ambospaíses, sino también al comercio y la navegaciónentre ellos. A pesar de que ese temprano y amplioacuerdo jamás entró en vigor, sí abrió un períodode cooperación entre las dos naciones, del quehacía parte incluso el compromiso de ayuda mu-tua frente a los rebeldes que intentaran conspirarcontra los respectivos gobiernos. Luego, en 1842,un convenio de amistad estableció la libre navega-ción por los ríos comunes, en el Lago de Mara-caibo y en el Orinoco hasta el Atlántico. Sinembargo, estos episodios de cooperación se vie-ron luego frenados por la reapertura y posteriorparálisis de las negociaciones limítrofes, que lleva-ron a Venezuela, dos años después, a suprimir lalibre navegación antes acordada.

La difícil labor de delimitación de las fronterasterrestres se tomaría un siglo. En 1881, luego deinfructuosas negociaciones directas, Bogotá yCaracas decidieron someter sus diferencias alarbitraje. La expedición del laudo español tomódiez años, pero luego, desde 1891, transcurrieroncincuenta años de continuas discrepancias sobrela ejecución del laudo, debido a sus implicacionesfrente a temas como el comercio y la navegación.Para resolver las diferencias sobre la viabilidad desu aplicación parcial y la demarcación de la fron-tera, en 1916 los dos gobiernos acudieron de nue-vo al arbitraje, esta vez suizo, que a su vez, tardóotros seis años. Como el consejo suizo estabafacultado además para demarcar la frontera, en1922 designó una comisión de expertos, quienes,acompañados por misiones de Venezuela y Co-lombia, iniciaron sus trabajos de demarcación enaquellos sectores fronterizos donde no existíaacuerdo. Esta labor concluyó en 1924, sin quehubiera logrado dar por terminado su cometido.

A pesar de no haber logrado todos sus propósi-tos, los arbitrajes de 1891 y 1922 contribuyeron acrear un clima favorable para las relacionesbinacionales como lo reflejan el convenio de 1925para la construcción del puente internacionalsobre el río Táchira, y el acuerdo de 1928 sobrereposición de hitos fronterizos y demarcación depuntos de la frontera; pero lo más importante esque contribuyeron a la firma en 1939, del tratadode no agresión, conciliación, arbitraje y arreglojudicial –uno de los acuerdos más completos en el

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ámbito hemisférico–, que contempla la renunciaal recurso de las armas como instrumento políticoen la relación binacional, la solución pacífica delas controversias y el establecimiento de una comi-sión permanente dedicada a examinar y conciliarlas cuestiones en litigio. Este ambiente cooperati-vo permitió finalmente, en 1941, el acuerdo delímites terrestres y de navegación, en el que losdos países se reconocen recíprocamente y a per-petuidad el derecho de libre navegación de losríos comunes.

Superado el momento álgido sobre asuntoslimítrofes, fue posible entonces entrar a conside-rar otros asuntos esenciales de la relación. En1942, se acordó un estatuto fronterizo en térmi-nos muy amplios y cooperativos, tanto que elimi-nó el pasaporte en la región fronteriza y regulólos flujos espontáneos entre poblaciones vecinas,estableció un manejo conjunto de asuntos am-bientales y definió un sistema de cooperaciónjudicial y de seguridad fronteriza, con el compro-miso de apoyo mutuo para la persecución decuatreros, contrabandistas y delincuentes con elfin de evitar que se refugiaran en el territoriovecino o buscaran desde allí desarrollar su activi-dad delictiva2. Sin embargo, estas disposiciones sefueron desdibujando progresivamente hasta elpunto que hoy, a comienzos del siglo XXI, laspoblaciones fronterizas tienen dificultades hastapara apoyarse en sus urgencias escolares o desalud, y no existe entre ellas un manejo conjuntode los temas de seguridad.

El acuerdo de límites y el estatuto de fronteraabrieron, entre 1941 y 1969, el período de coope-ración más amplio que ha conocido la relación,en el que –salvo los episodios de 1952, asociados aproblemas de soberanía sobre los cayos de LosMonjes– primó en esas casi tres décadas un mane-jo proactivo de la vecindad. Los más ricos en ini-ciativas de cooperación fueron los siete añosfinales, de 1959 a 1966, con la firma de acuerdos yde cooperación y la conformación en 1965 de la

primera comisión de integración fronteriza. Estofue posible, entre otras cosas, gracias a que, con lafirma del Frente Nacional en Colombia, en 1957,y del Pacto de Punto Fijo en Venezuela, en 1958,se produjeron cambios políticos en los dos paísesque trajeron estabilidad a cada uno de ellos yabrieron espacios de mutua cooperación.

Luego siguieron veinte años de tensiones oca-sionadas por los intentos frustrados de delimita-ción de áreas marinas y submarinas en el Golfo deVenezuela, que coparían de nuevo la relación. Alconcentrarse ésta en los asuntos fronterizos, separalizaron casi todos los acuerdos de coopera-ción, incluida la comisión de integración fronteri-za, la cual, a pesar de haber sido creada concarácter permanente, dejó de funcionar. Auncuando habían sido ya muchas las décadas perdi-das en la relación entre los dos países, los añossetenta y ochenta significaron un enorme retrocesofrente al proceso puesto en marcha por el estatutofronterizo de 19423, y por haber ido incubandouno de los episodios más críticos de la relaciónbinacional.

Ante la falta de avance en las negociacionesdurante los años setenta, el diferendo fronterizose hizo más conflictivo, y su uso político y electo-ral frustró una fórmula de arreglo conocida comola Hipótesis de Caraballeda. Esa coyuntura repre-sentó un punto de inflexión en la historia deldiferendo, ya que el problema dejó de ser unadiscusión jurídico-técnica entre dos estados, paraconvertirse en un asunto político-electoral, espe-cialmente en Venezuela4. El asunto exacerbó ade-más, en ese país, los antagonismos ya existentesentre el gobierno y la oposición, y llevó a la ruptu-ra de las reglas que se habían observado en laformulación y ejecución de la política exteriorvenezolana, sustentada hasta entonces en un fuer-te consenso bipartidista y en actitudes comparti-das como la discreción, la moderación en elmanejo de los conflictos y la responsabilidad polí-tica conjunta5. Esta ruptura del consenso, que

2 Perazzo, Nicolás. Historia de las relaciones diplomáticas entre Venezuela y Colombia. Caracas: Ediciones de laPresidencia de la República, 1981.

3 García, Andelfo y Urdaneta, Alberto. “Desarrollo fronterizo: imperativo binacional”. En: Ramírez, SocorroRamírez Cadenas, José María (editores). Colombia y Venezuela: agenda común para el siglo XXI. Bogotá: IEPRI,Universidad Nacional de Colombia - Universidad Central de Venezuela - Corporación Andina de Fomento -Convenio Andrés Bello - Tercer Mundo Editores, 1999, pp. 281-318.

4 Jaffe, Angelina. Las delimitaciones de zonas marinas y submarinas en el Golfo de Venezuela. Caracas: s.f.5 Rey, Juan Carlos. El futuro de la democracia en Venezuela. Caracas: Instituto Internacional de Estudios Avanzados,

1989.

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obedecía a la crisis del modelo económico y aldeterioro del sistema político acordado en PuntoFijo, unió el tema del Golfo y de la migración decolombianos a Venezuela a la lucha política inter-na, y llevó a la suspensión de las negociacionesentre ambos países en marzo de 1981. A partir deentonces las tensiones fueron en continuo creci-miento. Al año siguiente, Estados Unidos vendió aVenezuela aviones caza F-16, con los cuales estepaís aumentaba su capacidad bélica. A su vez, en1984, en Bogotá se publicaron mapas en los queaparecían los cayos de Los Monjes como parte deColombia, y se demandó ante el Consejo de Esta-do la nota del canciller colombiano que, en 1952,le había reconocido soberanía a Venezuela sobreesos cayos. Entre tanto, la armada venezolanacapturaba pesqueros colombianos, incursionabaen el territorio y espacio aéreo colombiano, yviolaba el derecho a la libre navegación por losríos comunes. Para completar el panorama, entre1985 y 1987 se produjo una serie de incidentesfronterizos de naturaleza diversa6. En Colombia,hasta 1986, el diferendo no había suscitado deba-tes públicos, ni había sido usado políticamente,pero el progresivo caldeamiento del tema hizoque la campaña electoral de ese año lo tuvieracomo uno de los pocos asuntos de política exte-rior presentes en el debate político.

En ese contexto de parálisis de las negociacio-nes y de permanentes incidentes fronterizos, enagosto de 1987 se generó el mayor de ellos cuandola corbeta colombiana Caldas, que navegaba enaguas que Colombia considera en litigio y Venezue-la como aguas sobre las cuales ejerce soberanía, fueinterceptada por naves de guerra venezolanas. Lasituación, que estuvo a punto de ocasionar un en-frentamiento militar de gravísimas consecuencias,se solucionó luego de la intervención de la OEA,de países amigos y de escritores de los dos países.Sin embargo, hasta finales de 1988, las relacionesbinacionales permanecieron congeladas, continua-ron las acusaciones mutuas, los incidentes de viola-ción del espacio aéreo y terrestre en uno y otropaís, así como la polarización de la opinión. Afortu-nadamente, el episodio de la corbeta Caldas reflejó–lo que ha sido una constante en las relacionesentre los dos países– que a pesar de los conflictosse ha respetado siempre el acuerdo de soluciónpacífica de las controversias logrado en 1939. Estoha impedido un enfrentamiento bélico que podría

dejar profundas heridas en cada país y en la rela-ción bilateral. Pero la tensión del diferendo copó larelación, y los asuntos pendientes se fueron hacien-do cada vez más explosivos a falta de su adecuadotratamiento binacional.

Diecisiete meses después de haber estado adportas de un enfrentamiento bélico, los dos presi-dentes, ambos hombres de frontera –Carlos An-drés Pérez, de Rubio Táchira, y Virgilio Barco, deCúcuta Norte de Santander– decidieron darle unvuelco a la relación para conjurar cualquier riesgofuturo. Para ello realizaron una serie de reunio-nes, llegaron a importantes acuerdos y pusieronen marcha mecanismos institucionales de muchautilidad. Así, se desbloqueó la discusión de asun-tos que venían perturbando la relación.

El encuentro presidencial se produjo en Cara-cas, el 3 de febrero de 1989, el mismo día de laposesión de Pérez, y permitió varios acuerdos:integrar la comisión de conciliación prevista enel tratado de 1939, hacer un inventario de lascuestiones pendientes y proponer una metodo-logía para su tratamiento, y conformar las comi-siones de desarrollo fronterizo. Mes y mediodespués se reunieron nuevamente, esta vez en lapoblación fronteriza de Ureña, y procedieron adesignar las personas que integrarían la comi-sión de conciliación y los miembros de las comi-siones presidenciales. Un año más tarde, el 6 demarzo de 1990, de nuevo Pérez y Barco se encon-traron en Santa Marta para recibir el informe delos altos comisionados. Seis temas importantesconformaban la agenda binacional: 1) delimi-tación de áreas marinas y submarinas; 2) dem-arcación y densificación de hitos; 3) cuencashidrográficas compartidas; 4) navegabilidad delos ríos comunes e internacionales; 5) migración,y 6) asuntos fronterizos. Como parte de la meto-dología se acordó un tratamiento global y direc-to de los temas de la agenda. En cuanto a losmecanismos, además de las reuniones de lospresidentes y cancilleres, se establecieron perió-dicos encuentros de vicecancilleres, como unaforma de seguimiento a los problemas y losacuerdos. También se pusieron en marcha lasComisiones Negociadoras (Coneg), encargadasde los cinco primeros asuntos de la agenda, y lasComisiones Presidenciales de Asuntos Fronteri-zos (Copaf), que debían atender el sexto temarelacionado con la zona fronteriza y la vecindad.

6 Presidencia de la República. Memoria al Congreso, 1986-1987. Bogotá: Imprenta Nacional, pp. 395-397.

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Al revisar el desarrollo de los acuerdos logradosentre 1989 y 1998, se observa que los presidentes,cancilleres y viceministros se reunieron una y otravez en señal de entendimiento, y aprovecharon loseventos multilaterales para dialogar sobre diversospuntos de la agenda. Las Coneg fueron integradaspor representantes de las principales organizacio-nes políticas de cada país, y su primera reuniónconjunta se realizó el 14 de julio. En 1998, lasConeg entregaron a los presidentes saliente y en-trante de Colombia, Ernesto Samper y AndrésPastrana, así como al Presidente Rafael Caldera deVenezuela, un informe de sus acciones desde 1989.Aunque no se conocen los avances de las negocia-ciones, han surgido críticas al desempeño y utili-dad de las comisiones7, y unas pocas defensas de susentido, funcionamiento y alcance8.

En cuanto al funcionamiento de las Copaf, sepueden establecer tres periodos. El primero, de1989 a 1991, que gracias al fuerte compromiso delos presidentes Pérez y Barco llevó a que se reali-zaran 15 encuentros, la mitad de los ocurridosdesde su creación hasta mediados de 2002. Elsegundo período, de 1992 a 1998, disminuyó elnúmero de reuniones a una por año, lo que refle-ja la crisis interna que vivió Venezuela –dos golpesde Estado y la salida de Pérez–, y los problemasfronterizos derivados de la agudización del con-flicto armado colombiano. En el tercero, de 1999a 2002, se vivieron dos años de parálisis de lasCopaf, y posteriormente un retorno transitorio desu acción en medio de la agudización de las crisisinternas de cada país, de los problemas en la fron-tera y de las divergencias entre los dos gobiernos.

En los períodos de mayor actividad, las Copafhan contribuido a establecer un clima propiciopara la integración binacional y a impulsar pro-yectos para las regiones fronterizas. Su parálisis enmomentos de crisis les ha hecho perder capacidadde incidencia, y la desconfianza entre el personal

estatal y político les ha quitado autonomía comoórganos de vecindad y cooperación binacional. Lafalta de compromiso de los dos estados en el desa-rrollo de sus propuestas, las han hecho aparecercomo entes inoperantes, dedicados a acumulardiagnósticos. Tras doce años de existencia, sólo un10% de sus recomendaciones se habían converti-do en programas fronterizos9. Dejando atrás elanálisis de los logros de esta etapa en la que pre-dominó la cooperación, concentrémonos en lacoyuntura crítica que de nuevo experimentó larelación con el cambio de los gobiernos que ha-bían impulsado tres años de acercamiento pro-ductivo. El distanciamiento inicial de los nuevosgobernantes, seguido de los efectos nefastos delconflicto colombiano, aumentaron los problemasde seguridad en la frontera. Éstos sólo fueroncediendo cuando se acordaron mecanismosbinacionales para su examen y manejo.

A fines de 1994, como lo señalan investigado-res venezolanos, se empieza a vislumbrar un giroen la actitud de Caracas hacia Colombia. Las dis-crepancias habían comenzado en torno a la elec-ción del secretario general de la OEA, cuando seenfrentaron el Canciller venezolano, Miguel Án-gel Burelli, y el Ex presidente colombiano, CésarGaviria. Este incidente generó malestar en Vene-zuela y fue seguido, en 1995, por una dura actitudque intentaba dejar en claro que no se continua-ría otorgando a Colombia la importancia en laagenda de política exterior, que se le había dadodurante los cinco años anteriores. A ese deteriorocontribuyó el interés del Presidente Rafael Calde-ra por distanciarse de la política del destituidoPresidente Pérez, quien había acordado todo elesquema de negociación y vecindad antes descri-to10. Cada vez era menos frecuente encontrarexpresiones que reconocieran la importanciapolítica de atender seriamente la relación entreVenezuela y Colombia; el lenguaje diplomático

7 Charry Samper, Héctor. “Incidencia de la situación de seguridad en la frontera colombo-venezolana y delproceso de delimitación de áreas marinas y submarinas en el conjunto de las relaciones bilaterales”. En:Lanzetta, Mónica. Agenda a largo plazo de la relación colombo-venezolana. Bogotá: Tercer Mundo Editores -Corporación Andina de Fomento - Cámara de Comercio e Integración Colombo Venezolana, 1997, pp. 292-293. Carlos Romero, en el comentario a dicha ponencia manifestó acuerdo con la posición de Charry.

8 Area, Leandro. ¿Cómo negociar con los vecinos? La experiencia colombo-venezolana. Caracas: Instituto de AltosEstudios Diplomáticos Pedro Gual, Ministerio de Relaciones Exteriores, 2000, p. 36.

9 Ramírez, Socorro. “La frontera colombo-venezolana: entre episodios de cooperación y predominio delconflicto”. Ponencia para el taller “Fronteras e integración en el Gran Caribe”, organizado por CRIES,Panamá junio de 2002.

10 Hernández, Miguel Ángel. “De Ureña a Cararabo: integración y conflicto en las relaciones colombo-venezolanas”, p. 11.

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tendía a privilegiar la competencia –cuando no latensión y la desconfianza– y a restarle prioridad alos asuntos binacionales11. Del lado colombiano,comenzaba la aguda polarización interna duranteel gobierno de Samper y la extrema presión norte-americana, que en medio de la crisis económicadebilitaron al Estado y acrecentaron su incapaci-dad para darle salida al desbordamiento del con-flicto interno. En ese contexto, mientras losgobiernos se distanciaban, la relación binacionalpasaba de una “desgolfización” relativa al“enguerrillamiento”12.

Justo en febrero de 1995, cuando Rafael Calde-ra comenzaba su gobierno, el ELN atacó un puestofluvial de la Armada venezolana en la población deCararabo, que dejó ocho infantes de marina muer-tos. Los choques en la frontera pasaron a ocuparentonces el lugar central que antes había tenido eldiferendo fronterizo en la opinión y los medios decomunicación. Como el ambiente no se prestabapara darle un manejo cooperativo a la situación, losproblemas se agravaron y generaron un nuevodeterioro en la relación intergubernamental, quese superó lentamente cuando se restablecieron loscanales de negociación.

En 1995, el gobierno de Caldera lanzó unapolítica fronteriza de la que hacía parte la llamada“persecución en caliente” a la guerrilla colombia-na, ante la percepción de que el gobierno colom-biano era incapaz de ejercer un control real sobresu propia frontera, medida que suscitó rechazos enlos dos países. Así mismo, puso en marcha el Teatrode Operaciones No. 1 en Guasdualito, deportócolombianos, lanzó la operación Sierra VIII contracultivos ilícitos en el Perijá, incursionó en Arauca ydurante todo el año habló de su interés en estre-char lazos con Brasil. El Presidente Samper, por suparte, denunció la violación del territorio colom-biano y sobrevuelos de aviones de guerra venezola-nos en el espacio aéreo nacional, tortura yasesinato de campesinos por la Guardia Nacionalvenezolana en la frontera. Por su parte, la Fiscalíadetuvo en Bogotá a un miembro de la Disip vene-zolana comisionado para atender el problema delrobo de vehículos, y lo acusó de pertenecer a unared internacional dedicada a ese negocio.

En 1996, salvo la inspección conjunta de la

zona fronteriza realizada por los dos cancilleres,continuaron las recriminaciones mutuas. La re-unión de las Copaf tuvo cuatro convocatoriasfallidas; el encuentro de los presidentes Caldera ySamper en Arauca fue cancelado luego de queeste último mencionara, en su discurso del 20 dejulio ante el Congreso, una posible venta de armasal narcotráfico y la guerrilla por parte de militaresvenezolanos. Nuevos ataques de la guerrilla apoblaciones venezolanas en 1997 fueron seguidospor la activación del Teatro de Operaciones No. 2en la Fría, Estado Táchira, y por la amenaza vene-zolana de llevar los casos fronterizos ante las Na-ciones Unidas y la OEA.

Entre tanto, las FARC se dirigían a diversossectores políticos y sociales venezolanos parabuscar un modus vivendi en la frontera. En esesentido, publicaron un mensaje en la prensa vene-zolana advirtiendo que Estados Unidos queríainvolucrar a las fuerzas armadas venezolanas en elconflicto colombiano, aprovechando cualquierincidente fronterizo o acogiéndose a la tesis de laguerrilla como “enemigo común” y “narco-guerrilla”. La organización armada concluía pro-poniendo formas de comunicación directa con elgobierno venezolano para resolver cualquier mal-entendido que se pudiera presentar. Esta posiciónsería reiterada por un vocero de las FARC cuandoafirmó:

Nos preocupan dos tesis. Una la de la persecuciónen caliente, cuya paternidad parece ser de origenestadounidense, y la otra es la del enemigo común,cuya autoría es de la cancillería colombiana. Loque queremos es que Venezuela tenga una políticaindependiente frente al conflicto neogranadino(...) Queremos que Venezuela sea neutral en elconflicto colombiano y si se inmiscuye –lo cualpasaría con la persecución en caliente– permitiríaa los Estados Unidos entrar por la vía armadaen Colombia, so pretexto en la lucha contra lasdrogas13.

Además, enviaron una carta a los gobernado-res de los estados fronterizos de Apure, Amazo-nas, Táchira, Zulia y Barinas, que se encontrabanreunidos en San Cristóbal en mayo de 1996, en

11 Cardozo, Elsa. El Diario de Caracas. 24 de noviembre de 1994.12 Expresión de Miguel Ángel Hernández. “Venezuela y Colombia, de la ‘desgolfización’ al ‘enguerrillamiento’

en las relaciones bilaterales: 1989-1998”. Trabajo de ascenso UCV, 2000, p. 25.13 FARC. Nuestra frontera es la paz. Caracas: Ediciones El Centauro, 1998, p. 63. Citado por Hernández, Miguel

Ángel. Ob cit., p. 277.

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la que les proponían a ellos y al presidente Cal-dera iniciar negociaciones14. Dos meses después,los gobernadores encabezados por FranciscoArias Cárdenas, del Zulia, pidieron que los dispo-sitivos militares de los Teatros de Operacionesestuvieran enmarcados en una estrategia política,y plantearon la necesidad de un diálogo con lasguerrillas avalado por el Congreso y el gobiernovenezolanos15.

El debate sobre las conversaciones con las gue-rrillas colombianas tomó forma en los mediosvenezolanos, mientras aumentaba el interés deCaracas en participar en un posible proceso depaz en Colombia16. En junio de 1997, PompeyoMárquez, a nombre del MAS, participó en losdiálogos abiertos por la comisión de paz del Con-greso colombiano. El Ministro de Fronteras insis-tió en que participaba en representación de supartido y no del gobierno venezolano, ya que ésteno estaba en capacidad de negociar con la guerri-lla sino con el gobierno colombiano. Al ser inte-rrogado sobre la aparente actitud conciliadora derepresentantes gubernamentales venezolanoshacia las FARC, Márquez respondió:

Venezuela lo que ha hecho es ser objetiva... LaFARC declara una y otra vez que no tiene interésen hacer operaciones en territorio venezolano.Que le importan mucho las relaciones con Vene-zuela (...) El ELN, por el contrario, ha declaradouna y otra vez que operará en territorio venezola-no y que considera objetivo de guerra los interesesvenezolanos en Colombia17.

Un miembro de las FARC –conocido comoAriel– alabó la participación de Pompeyo

Márquez en las negociaciones de paz en Colombiay agregó:

Nosotros creemos que es necesaria esa diferencia-ción. Mientras las FARC están haciendo una pro-puesta de paz, los compañeros del ELN hanreivindicado como una línea propia los ataques enla frontera. Para Venezuela la diferenciación esuna luz que se presenta en esta situación tan con-vulsionada (...) El mismo éxito que ha tenido lapropuesta hecha por las FARC a Venezuela se haconvertido en un disuasivo para que el ELN re-flexione sobre lo equivocado de su posición. He-mos conocido recientemente que ellos en unpleno nacional han acordado enfriar la situaciónen la frontera, provocada principalmente por lasagresiones del frente Domingo Laín. Esperamosque den los pasos conducentes para que endefinitiva renuncien a esa política de ataques a lasFuerzas Armadas de Venezuela18.

Pocos días después, Marcos Calarcá, miembrode la misma comisión de las FARC, reconoció quesu organización venía dialogando con las autori-dades venezolanas desde hacía un año, “con el finde acabar las mafias binacionales que operan enla frontera, de respetar a la población y de ponerfin a los ataques indiscriminados de la GuardiaNacional”19.

El ELN por su parte, a través de Manuel Pérez,manifestó estar dispuesto a dialogar con el gobier-no venezolano sobre los problemas fronterizos20.Un año después, desde Maguncia, Alemania,Milton Hernández dijo que como resultado deuna propuesta hecha por el ELN seis meses antes,es decir, a principios de 1998:

14 El texto de las FARC se encuentra en El Nacional. 28 de mayo de 1996, citado en Hernández, Miguel Ángel.Ob. cit.

15 El Nacional. 8 de julio de 1996, citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit.16 Declaraciones de Pompeyo Márquez y de las guerrillas colombianas sobre este propósito se encuentran en El

Nacional. 28 de junio y 5 de julio de 1997 respectivamente; y en El Universal. 8 de julio de 1997; “FARCplantean diálogo con AD, Iglesia y DISIP”. En: El Universal. 2 de julio de 1997; “Diálogo con guerrilla requiereautorización del presidente”. En: El Universal. 3 de julio de 1997; “Dialogar con las FARC es actuar comotontos útiles”. En: El Universal. 4 de julio de 1997; “El ELN está dispuesto a dialogar con gobierno venezolanoproblemas fronterizos”. En: El Nacional. 5 de julio de 1997; “Diálogo con rebeldes enciende debate interno”.En: El Nacional. 5 de julio de 1997; “Venezuela no debe negociar con la guerrilla”. En: El Universal. 7 de juliode 1997; “Samper pide no hablar con las FARC”. En: El Universal. 8 de julio de 1997; “Aunque se desee nopuede haber diálogo”. En: El Universal. 15 de julio de 1997. Artículos citados en Hernández, Miguel Ángel.Ob. cit.

17 El Nacional. 28 de junio de 1997. Citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit.18 El Universal. 2 de julio de 1997. Citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit.19 El Universal. 8 de julio de 1997. Citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit.20 El Nacional. 5 de julio de 1997. Citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit.

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Estamos en diálogos con el gobierno de Venezuelapara llegar a acuerdos que acaben con los choquesdel ELN y la Guardia Nacional de ese país. Por esose nota que nuestras acciones en la frontera handisminuido (...) Se trata de un pacto de convivenciay de relaciones armónicas (...) el respeto a nuestroterritorio, comunidades, frontera y a los colombia-nos que, por efectos del desempleo, trabajan comopeones en Venezuela, tratados casi como esclavos alos que, cuando hay que liquidarles sus prestacioneslaborales, se les entrega a la Guardia Nacional paradeportarlos o encarcelarlos21.

Al parecer, el interés de la guerrilla en avanzaren las conversaciones y llegar a un acuerdo con elgobierno de Rafael Caldera fue frenado por elproceso electoral venezolano22.

En el período de distanciamiento de la segundamitad de los años ochenta, la recriminación mutuay la falta de manejo cooperativo de los problemaspor parte de los gobiernos aumentó varios efectosnegativos del conflicto colombiano sobre la fronte-ra colombo-venezolana, como los secuestros, losdaños ambientales y el tráfico ilícito de armas.Permitió también el desarrollo de problemas liga-dos a otro tipo de organizaciones ilegales como eltráfico de drogas ilícitas o el robo de vehículos.

Casi tres años después de suspendidas las re-uniones presidenciales, Ernesto Samper y RafaelCaldera se encontraron en Guasdualito, el 9 deagosto de 1997, y el Presidente colombiano lepropuso a su homólogo que Venezuela contribu-yera como facilitador del diálogo con las guerri-llas. A mediados de julio de 1998, el propioCaldera señaló que su gobierno había respondidoa los llamados de la guerrilla para negociar, queno estaban autorizados por el gobierno legítimode Colombia, aunque habían apreciado dichosmensajes como muestra de reconocimiento de laposición de Venezuela a favor de la paz23.

Con la nueva aproximación entre ambos países,los mecanismos binacionales pudieron controlar oremediar algunos de estos asuntos. Así, la EmpresaColombiana de Petróleos (Ecopetrol) y Petróleosde Venezuela (Pdvsa) llegaron a acuerdos paracontrolar y reparar los efectos nocivos de los derra-mes de crudo. La cuestión del tráfico de armaspasó al estudio bilateral de los dos ejércitos24, loque contribuyó al acuerdo de cooperación sobreseguridad fronteriza y al establecimiento de la Comi-sión Militar Binacional Fronteriza (Combifron).Los ministros de Defensa y los comandantes deguarniciones fronterizas de ambas naciones sereunieron periódicamente para analizar sobre elterreno la problemática común, diseñar estrategiasy aunar esfuerzos en la lucha por la seguridad fron-teriza. Acordaron también un manual de procedi-miento operativo25, pusieron en marcha un sistemabinacional de inteligencia policial y crearon unmecanismo de verificación de incidentes, paraposibilitar que las autoridades binacionales valora-ran conjuntamente los hechos conflictivos. Unacomisión mixta sobre drogas actuó episódicamenteen el diseño de estrategias comunes para enfrentareste flagelo, y se firmaron varios acuerdos de co-operación para la lucha contra el tráfico de drogas,la erradicación de cultivos ilícitos y el control deprecursores químicos. Así mismo, las fuerzas arma-das de las dos naciones establecieron una metodo-logía de cooperación en la serranía del Perijá pararealizar operaciones coordinadas de control decultivos ilícitos26. Incluso en mayo de 1998, Caracasautorizó la penetración del ejército colombiano enterritorio venezolano para las labores de rescate decadáveres y heridos, y para el contraataque desde lazona sur del Táchira27. Igualmente, el acercamien-to permitió que el robo de vehículos dejara detener un carácter conflictivo, y que a través de lacooperación, los dos gobiernos desarrollaran mejo-res instrumentos para hacerle frente28. Así mismo,

21 El Colombiano. 11 de julio de 1998.22 Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit., p. 277.23 El Nacional. 9 de julio de 1998, citado en Hernández, Miguel Ángel. Ob. cit., p. 277.24 Sanjuán, Ana María. “Tensiones y desafíos para la seguridad de Colombia y Venezuela desde una perspectiva

binacional”. Caracas: 1999.25 Ramírez, José Luis. “Colombia y Venezuela: profundizar la vecindad para evitar el conflicto”. En: Ramírez,

Socorro y Restrepo, Luis Alberto (coordinadores). Colombia: entre la inserción y el aislamiento. La política exteriorcolombiana en los noventa. Bogotá: Siglo del Hombre Editores - IEPRI Universidad Nacional de Colombia, 1997,pp. 261-295.

26 “Desalojo en Serranía del Perijá”. En: El Tiempo. 29 de enero de 1998.27 El Nacional. 2 de julio de 1998.28 Burelli Rivas, Miguel Ángel. Venezuela y Colombia en el nuevo milenio. Caracas: Pensamiento y Acción - Fundación

Rómulo Betancourt - IESA - CAF - Fundación Banco Mercantil, 1998, p. 32.

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en junio de 1997 se reinstalaron las comisiones dedemarcación de la frontera terrestre, cuyas laboresse habían suspendido catorce años antes, y se re-anudaron los trabajos sobre normalización decuencas hidrográficas con la integración de lasrespectivas comisiones y el inicio de los estudiossobre el río Arauca, paralizados por 25 años.

Así, en la década de los noventa primó la coope-ración, aunque los años en que ésta fue interrum-pida (1995-1997) dejaron una huella negativa porla mirada unilateral de los asuntos en juego, cadavez más complicados. Entre los resultados positivospodemos destacar que, al ser abordados todos losasuntos pendientes para que tuvieran un trata-miento simultáneo, y al ser establecidos los meca-nismos y canales para su discusión, el diferendofronterizo retomó el curso de las negociaciones y,aunque la ausencia de una solución mantuvo ladesconfianza entre los dos estados, dejó de copar laagenda binacional y permitió el tratamiento deotros temas muchas veces aplazados. Los acuerdoslogrados por los dos gobiernos permitieron el en-trecruzamiento de las economías, que en el marcoandino constituyeron, en 1992, un área de librecomercio y, en 1995, un arancel externo común.Ese dinamismo hizo pasar los intercambios de unmonto de US$300 millones en 1989 a US$2.242millones en 1995, buena parte de los cuales permi-tieron una creciente complementación intra-industrial; en ese mismo período, las economías searticularon con inversiones cruzadas y alianzasestratégicas empresariales. Es posible que el incre-mento del comercio binacional, a contracorrientede las tensiones de 1995 a 1997, haya contribuidode alguna manera al nuevo acercamiento entre losgobiernos.

La al menos aparente “desgolfización” de larelación y la nueva aproximación binacional du-rante buena parte de los años noventa ayudarontambién a transformar la mirada de la poblaciónde un país sobre el otro, como lo muestra la en-cuesta de opinión sobre percepciones mutuasrealizada en 1999 por el Grupo Académico Co-lombia-Venezuela. Sus resultados destacan que –adiferencia de estudios anteriores– no se observanrasgos xenofóbicos de una población contra laotra, que un 95% de la opinión binacional está deacuerdo con un arreglo negociado y directo deldiferendo sobre el Golfo, que un alto porcentajevalora positivamente la frontera común como

estímulo para la integración binacional, y recono-ce como un gran logro el que, en los años noven-ta, cada uno de los dos países se haya convertidoen el principal socio comercial del otro, despuésde Estados Unidos29. En la década de 1989 a 1998,si bien se incrementaron diversas formas de vincu-lación entre autoridades y comunidades fronteri-zas, éstas no lograron contrarrestar el deteriorode la relación intergubernamental.

En el ámbito político, las asambleas de fronte-ra, las reuniones de gobernadores, el ConsejoBinacional de Planificación entre las corporacio-nes de Táchira y Norte de Santander no han teni-do continuidad. En el ámbito académico, laasociación de rectores de universidades, la Cáte-dra Venezuela en Cúcuta y la Cátedra Colombiaen San Cristóbal, auspiciadas por universidadesregionales y de ambos lados de la frontera, asícomo por el Convenio Andrés Bello, tuvieron lasmismas características de los mecanismos políti-cos: muchas iniciativas y poca continuidad.

Lo negativo de este período es que el tema dela seguridad –derivado ahora especialmente de losefectos del conflicto colombiano– copó de nuevola agenda, volvió a postergar el tratamiento deasuntos una y otra vez aplazados, consolidó con-cepciones hoy inadecuadas para su manejo, yparalizó durante un par de años los mecanismosde diálogo. Todo ello fraccionó la posibilidad dehacerles frente de manera conjunta a problemasagravados. Caracas y las autoridades de la zona defrontera trataron de buscar arreglos inmediatoscon la guerrilla sobre la situación de la regiónlimítrofe, actitud que terminó por agudizar losproblemas. En la etapa siguiente, estos elementosnegativos se profundizaron y le agregaron uningrediente aún más explosivo a la relaciónbinacional.

D E T E R I O R O D E L A R E L AC I Ó N E N

COY U N T U R A S C R Í T I C A S D E C A D A U N O D E

LO S D O S PA Í S E S

Los problemas de la relación bilateral queheredaron Hugo Chávez y Andrés Pastrana secomplicaron en el período en que ambos coinci-dieron en la presidencia de sus países (febrero1998 - agosto de 2002), ante todo, por el contextohemisférico e internacional que tuvieron queenfrentar. Habiendo recuperado su hegemonía,Washington presiona por un alineamiento incon-

29 Ramírez, Socorro; Cardozo, Elsa; Romero, Carlos; Ramírez, José Luis; Hernández, Miguel Ángel y Jaffe,Angelina. “Colombia y Venezuela: proyección internacional y relación bilateral”. En: Ramírez, Socorro yCadenas, José María. Ob. cit., pp. 117-206.

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dicional en torno a sus cruzadas antidrogas prime-ro y luego antiterrorista, e impone múltiplescondicionalidades para la construcción del Áreade Libre Comercio de las Américas (ALCA). Enese entramado tan difícil, se estrechan los márge-nes de maniobra de ambos países. Los de Colom-bia, por el agobio de sus vulnerabilidades yconflictos internos que se internacionalizan porestar ligados a temas centrales de la agenda glo-bal, por la crisis económica y la fragilidad delEstado. Los de Venezuela, porque el proyecto deChávez de enterrar el acuerdo de Punto Fijo yadelantar su “Revolución Bolivariana” para im-plantar la V República y atender las esperanzasque su proyectó despertó, suscita fuertes reaccio-nes nacionales y de su principal socio comercial,Estados Unidos.

Colombia busca salidas al conflicto interno yante el estrecho campo de acción, hipoteca bue-na parte de su diplomacia por la paz a las estrate-gias norteamericanas. Venezuela se distancia delproyecto norteamericano y para lograr mayor auto-nomía intenta reeditar las viejas gestas del tercer-mundismo; con el arma del petróleo y con aliadosdescalificados por Washington revive y asume elliderazgo de la otrora poderosa Organización dePaíses Exportadores de Petróleo (OPEP). Ambospaíses se ven compelidos por las dinámicas impla-cables de la globalización y el mercado, y por elcoloso del Norte que, por carecer de contrapesosen la Posguerra Fría, asume una postura cada vezmás unilateral: aprovecha la vulnerabilidad deColombia para extender su política sobre la re-gión andina, y no tolera las divergencias de sutradicional y seguro abastecedor de petróleo.Ninguno de los dos países logra insertarse demanera no empobrecedora en el complejo mun-do globalizado y, a pesar de ser cada uno el socioprincipal del otro después de Estados Unidos y deconstituir entre ambos el motor de la ComunidadAndina, no articulan una estrategia conjunta paramejorar sus condiciones de negociación interna-cional. Más bien, esta crítica situación de la rela-

ción bilateral, tal vez la más aguda a la que se hanenfrentado los dos países después de los conflicti-vos años setenta y ochenta, le agrega tres ingre-dientes explosivos a la situación de cada uno y a larelación bilateral: serias divergencias políticas,mutua incomprensión de la realidad de cada paísy estilos políticos diametralmente opuestos30.

Ante todo, por primera vez en la historiabinacional, los dos gobiernos le apuntaban a op-ciones políticas opuestas que, aunque no estándirigidas a competir una contra otra, sí tienenrepercusiones mutuas. Antes, las divergencias seinscribían en un marco de coincidencias políticas,al punto que bastaba una llamada entre los presi-dentes para entrar en sintonía. Ahora, HugoChávez se distancia de Washington al tiempo quePastrana cifra sus esperanzas en Estados Unidos.Bogotá y Washington articulan en el Plan Colom-bia la lucha antidrogas con el conflicto armado.Mientras tanto, Caracas prohíbe los sobrevuelosnorteamericanos para el control antidrogas31,reacciona contra el Plan Colombia al considerarque vietnamiza a su vecino32, introduce la preocu-pación por un posible desbalance militar entre losdos países y denuncia que el Plan es una políticadirigida también a entrabar el proceso políticovenezolano. El Presidente Pastrana pide el ingresode Colombia al Tratado de Libre Comercio deNorteamérica (NAFTA, por su sigla en inglés) o almenos el establecimiento de un acuerdo bilateralde libre comercio con Estados Unidos33 y se com-promete con el ALCA. Por su parte, el PresidenteChávez se acerca a su homólogo brasileño Fernan-do Enrique Cardozo, y crea con él la empresaPetroamérica excluyendo a Colombia, país inicial-mente invitado a hacer parte de ese proyecto, eintenta negociar con Brasil34 su ingreso al Merco-sur, por encima de la Comunidad Andina, desco-noce las normativas y fallos de esta organización ycuestiona el ALCA.

Pero el deterioro de la relación también sederiva de la mutua incomprensión de la situacióninterna, de cada uno de los dos países. Por un

30 Ramírez, Socorro y Hernández, Miguel Ángel. “Colombia-Venezuela: construir canales de comunicación paraevitar el conflicto”. En: Revista del Sur. Enero - febrero de 2001.

31 “Fuerza multinacional contra las drogas”. En: El Nacional. 24 de mayo de 1999; “Ratifican no a sobrevuelos”.En: El Espectador. 25 de mayo de 1999, p. 13-A; “Venezuela reitera negativa a sobrevuelos de Estados Unidos”.En: El Espectador. 5 de julio de 2000.

32 “Venezuela apoya ayuda a Colombia pero no en el plano militar”. En: El Espectador. 4 de julio del 2000.33 “Colombia se prepara para tratado comercial con Estados Unidos”. En: El Espectador. 4 de agosto de 2000;

“Impulso a negociaciones bilaterales. En: El Tiempo. 31 de agosto de 2000.34 “Venezuela mira hacia el sur”. En: El Tiempo. 2 de febrero de 1999.

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lado, se trata del escalamiento del conflicto arma-do colombiano, de la crítica situación política yeconómica que heredó Andrés Pastrana, de suesfuerzo por buscar caminos para conseguir lanegociación política y de la saturación de la po-blación con la guerra. Mientras tanto, Caracas,aunque ofrece su territorio para los diálogos yseñala su disposición de apoyar la paz, trata deintervenir unilateralmente sobre el conflicto co-lombiano; a veces, para paliar los efectos sobre suterritorio y, a veces, para impulsar su opción ideo-lógica. Con esta posición se diferencia de la quellama “rancia y sanguinaria oligarquía colombia-na”, y se acerca a la guerrilla, que ha dicho quecomparte el proyecto bolivariano. Por otro lado,se trata del derrumbe del sistema político venezo-lano y de la instauración de su remplazo, ante locual, Bogotá, alarmada por los cambios introduci-dos en la elite del país vecino, sólo reacciona a losdesafueros de su contraparte y no parece com-prender la necesidad de cambio que lleva a queuna y otra vez el pueblo venezolano ratifique a sunuevo gobernante.

La agudización de los desacuerdos dependió,igualmente, de los muy disímiles estilos diplomáti-cos. Mientras Caracas acudía a una forma locuazde denuncia pública y a la supresión de los cana-les regulares de entendimiento, Bogotá –atada alas viejas formas diplomáticas– sólo rechazaba elestilo de su contraparte sin generar acercamientosproactivos. Al principio, el entonces canciller JoséVicente Rangel trató de suavizar el estilo presiden-cial atribuyendo las declaraciones del PresidenteChávez a expresiones coloquiales sin connotaciónjurídica; sin embargo, pronto asumió el tono delPresidente. En medio de esa desconfianza y de lasuspensión de los canales de diálogo y negocia-ción, las relaciones intergubernamentales pasarona manejarse a través de los micrófonos. Los me-dios en Colombia que poco se ocupaban del paísvecino lo convirtieron en noticia de primera pla-na, y los venezolanos se radicalizaron contra elproyecto chavista y tomaron la actuación de sugobierno ante el conflicto colombiano como par-te de sus banderas de oposición. En muchos mo-mentos esta situación amplificó los problemas ydificultó los acercamientos.

En este período podríamos diferenciar dosetapas. La primera, derivada de las tendencias queambos gobiernos heredaron, así como de los in-gredientes que cada lado le aportó a la situaciónpara configurar el panorama crítico caracterizó

primer año. La segunda, surgida de la presión dediversos sectores de ambos países y de la región,caracterizada por un esfuerzo de acercamientoy puesta en marcha de los canales de diálogo bi-nacionales, que no lograron consolidarse. Laagudización de las crisis internas en Colombia yVenezuela y su articulación le agregaron ingre-dientes explosivos no sólo a las problemáticasdomésticas sino también a la relación binacional.

Ampliación de una herencia de cooperación

y conflicto

Tres temas centrales de divergencias se expre-saron en la primera etapa de la presidencia deChávez y Pastrana. El primero, nacido de las re-percusiones del conflicto colombiano sobre Vene-zuela y de las posiciones que al respecto sostuvo elgobierno venezolano; el segundo, derivado de losefectos del dinamismo comercial y de la situaciónde recesión económica de ambos países. El terce-ro, de la desconfianza latente en la relaciónbinacional por el diferendo.

El conflicto y la paz colombiana,

fuente de distanciamiento

En el momento de la posesión de HugoChávez, Pastrana le pidió apoyo para la solucióndel conflicto colombiano, y el nuevo mandatariovenezolano manifestó estar dispuesto a ir dondetuviera que ir, y a hablar con quien tuviera quehablar. Pese a ese primer acercamiento, al menossiete asuntos relacionados con el tema del conflic-to y de la paz en Colombia alcanzarían ribetescomplicados por tres razones básicas: primero, porlos efectos de las acciones de actores armadosilegales en la frontera y la imposibilidad de Bogo-tá de controlar dicha situación; segundo, por lasrelaciones que Caracas y los gobernadores fronte-rizos habían establecido antes del cambio de go-bierno en Venezuela; y tercero, por las posicionesque asumiría Chávez y su canciller José VicenteRangel al respecto.

El primer problema surgió apenas posesionadoel nuevo mandatario venezolano, quien hizo saberque Caracas abandonaba la caracterización de laguerrilla como “enemigo común” de los dos paí-ses y pasaba a una posición de neutralidad frenteal conflicto. Chávez hizo referencias al respectoen algunos de los 18 discursos que, en un tonofuerte sobre Colombia, pronunció en el primermes de su gobierno35. Ante la reacción que esasintervenciones suscitaron en Bogotá, el canciller

35 “La relación con Venezuela se calienta”. En: El Tiempo. 12 de marzo de 1999, p. 8-A.

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Rangel replicó que Pastrana había reconocido elestatus de beligerancia a la guerrilla al aceptar eldespeje de la zona de distensión. En Colombia serespondió que un asunto es el carácter políticoreconocido, y otro muy distinto el de beligerancia,y que la neutralidad era un desconocimiento delgobierno elegido mayoritariamente y de sus es-fuerzos en la búsqueda de la paz. Bogotá suspen-dió entonces la reunión presidencial con suhomólogo venezolano, la cual estaba prevista parael 11 de marzo de 199936. Caracas, por su parte,paralizó las comisiones negociadoras y de vecin-dad, así como los demás mecanismos militares yde funcionarios que hasta entonces se ocupabandel manejo de asuntos bilaterales clave. SegúnCambio, el mandatario venezolano le canceló undesayuno a su homólogo colombiano en Panamácuando los dos presidentes tuvieron un forcejeo encuanto a la forma de interpretar la situación colom-biana: como un conflicto interno, como decíaPastrana, o como una guerra civil como decíaChávez37. El año de 1999 se convertiría, además, enla primera ocasión en que un presidente venezola-no no concurría a la fiesta del 20 de julio que cele-bra la embajada de Colombia en Caracas.

El segundo conflicto apareció poco despuéscuando Chávez planteó a Pastrana el deseo deencontrarse con el dirigente de las FARC en lazona de distensión, y Manuel Marulanda por suparte lo invitó a un encuentro en abril de 1999.En la medida en que Bogotá no dio una respuestaexpresa, el presidente venezolano dejó abierta laposibilidad de reunirse con las FARC en territoriovenezolano sin consultar a su homólogo. El canci-ller Rangel agregó que si el gobierno colombianose oponía a los encuentros, los realizarían sin suconsentimiento, dado que “Venezuela es soberanapara hacer lo que considere prudente en su terri-torio”. Para ratificar su decisión, en la ceremoniade juramento de la Asamblea Nacional Constitu-yente (ANC), Chávez dijo: “Queremos ratificar

nuestra disposición a abrir un período de conver-saciones con la guerrilla colombiana, para darleun mayor nivel de seguridad a nuestro pueblo”38.

El tema de las relaciones de Caracas con lasguerrillas, que ya venía suscitando una ampliacontroversia desde 1996, se intensificó en ambospaíses. Unas declaraciones del embajador de Co-lombia en Caracas, Luis Guillermo Giraldo, en lasque, al parecer, hacía referencia a los contactosdel gobernador del Estado Zulia, Francisco AriasCárdenas, y miembros de la guerrilla colombiana,ocasionaron una nueva situación de tensión entrelos dos gobiernos. Rangel le advirtió: “Los diplo-máticos que están presentes en Venezuela tienenque medir sus palabras y evitar inmiscuirse en lapolítica interna del país, ya que de lo contrariopodrían ser considerados personas no gratas”39.En Venezuela, el debate se prendió entre lospartidarios de Chávez en la ANC que defendíanlos diálogos40, y la oposición para la cual “privile-giar la relación con los representantes de la gue-rrilla antes que con el gobierno de Colombia esun gravísimo error, que le puede costar caro aambos países”41 . El debate también se desató enColombia. Informes de Cambio42 denunciaronencuentros entre sectores de las fuerzas armadasvenezolanas y guerrilleros colombianos. Un edito-rial de El Espectador señaló:

La actitud de Venezuela no ha sido ni moderada,ni sensata, ni conveniente. Su gobierno ha picadoel anzuelo que la guerrilla acostumbra a lanzar:acciones de violencia en territorio venezolano –deplorables, inaceptables, condenables– dirigidasa abrir una relación directa con las autoridades deese país. Caer en esa trampa, como lo está hacien-do Chávez, significa poner en manos de la insur-gencia el manejo de la relación bilateral43.

Otro editorial llamó a Chávez “vecino inamis-toso” y a Rangel “enemigo de Colombia”44.

36 “Cancelado encuentro Pastrana-Chávez”. En: El Espectador. 11 de marzo de 1999, p. 7-A.37 “La distancia entre los dos...”. En: Cambio. 27 de noviembre de 2000, pp. 42-44.38 “Tengo disposición de hablar”. En: El Tiempo. 12 de agosto de 1999.39 Ramírez, José Luis. “Colombia y Venezuela: 1999 un año difícil”. En: Restrepo, Luis Alberto. (cordinador).

Síntesis 2000. Anuario social, político y económico de Colombia. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 2000, pp. 159-167.40 “Frontera es territorio de los guerrilleros”. En: El Tiempo. 21 de agosto de 1999.41 “Es miopía para ver a Colombia”. En: El Espectador. 6 de diciembre de 2000.42 “La mano de Chávez”. En: Cambio. 20 de noviembre del 2000.43 “Relaciones en el punto más bajo”. En: El Tiempo. 20 de agosto de 1999; “Colombia y Venezuela: paz, paz en la

frontera”. En: El Espectador. 22 de agosto de 1999.44 “Vecino inamistoso”. En: El Espectador. 26 de noviembre de 2000.

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En ese contexto polarizado, se produjo la invi-tación a líderes guerrilleros a un acto político quecontaba con la presencia de funcionarios venezo-lanos en el parlamento andino y al que también sehabía invitado al embajador, por lo que el gobier-no colombiano lo asumió como una encerrona yllamó al nuevo embajador colombiano, GermánBula, a retornar a Bogotá45. El canciller Rangeltambién llamó a consultas al embajador en Bogo-tá, Roy Chaderton, e hizo duras críticas a los me-dios colombianos, al tiempo que aseguraba que elEstado colombiano era incapaz de contener a laguerrilla46. Cuando ciudadanos venezolanos queviajaron a Colombia para dialogar con la guerrillasobre los secuestros de ganaderos del Zulia y delTáchira no pudieron llegar a la zona de disten-sión por oposición de las autoridades colombia-nas47, y la Federación Nacional de Ganaderos deVenezuela (Fedenaga) anunció que denunciaría aColombia ante la Comisión Interamericana deDerechos Humanos de la OEA y pediría indemni-zación moral y económica para sus miembrosafectados por el secuestro48, el canciller colombia-no les respondió que la situación de seguridad enla zona fronteriza mejoraría si hubiera más coope-ración de parte de las autoridades venezolanas y sifuncionaran los mecanismos binacionales49.

El préstamo del territorio venezolano para con-versaciones del gobierno de Pastrana y de sectoresde la sociedad civil colombiana con el ELN, a pesarde ser para facilitar el diálogo, generó el tercer tipode tensiones. Así aconteció cuando el presidentePastrana aseguró que el canciller Rangel había sido“irresponsable al divulgar un encuentro entre el embaja-dor Julio Londoño Paredes y el vocero del ELN que serealizó en territorio venezolano”, y advirtió que si Vene-zuela desea cooperar con el proceso de paz colom-biano debe mantener la confidencialidad de lasacciones. Rangel respondió que no existía tal dere-cho de confidencialidad50.

El cuarto tipo de problemas que aumentaronla desconfianza se derivaron de denuncias he-chas en Venezuela y en Colombia sobre el uso desuelo venezolano por las guerrillas para refugiar,replegarse y lanzar ataques, así como una supues-ta actitud complaciente de Caracas con sus accio-nes. Tres casos fueron relevantes en este asunto,pero la polarización y ausencia de mecanismosbinacionales para la valoración de los hechos ypara un tratamiento concertado impidieron suesclarecimiento. Primero, entre julio y agosto de1999, luego del secuestro de un avión de la em-presa Avior, que realizaba un vuelo interno enVenezuela, se supo que la aeronave estaba enuna zona controlada por las FARC. Días mástarde, el avión y sus ocupantes fueron dejados enlibertad y regresaron a territorio venezolano sinexplicaciones. Mientras los pasajeros y el Minis-tro de Defensa venezolano reconocían que ha-bían estado en poder de la guerrilla, Chávezinformaba que sentía gran tranquilidad pues losjefes de la guerrilla les habían hecho saber queno tenían ninguna responsabilidad con el hecho51.Segundo, en el último semestre de 1999, ciudada-nos venezolanos fueron detenidos en el Vichadapor autoridades militares de Colombia en momen-tos en que se hallaban reunidos con un grupoguerrillero. Las autoridades venezolanas denuncia-ron que los detenidos habían sufrido maltratosfísicos52, insistieron en su libertad53, y Rangel asegu-ró que las relaciones estaban en peligro por laseguridad de los cuatro ciudadanos venezolanos.Para reivindicar la causa de sus compatriotas dete-nidos en Bogotá, un grupo extremista atentó con-tra el consulado y la residencia de la embajada deColombia en Caracas y amenazó al personal delconsulado54. Tercero, en el año 2001, el refugio enVenezuela de uno de los guerrilleros que secuestra-ron el avión de Avianca generó un largo forcejeopara conseguir su extradición a Colombia.

45 Íbid.46 “Se agrava la crisis con Venezuela”. En: El Tiempo. 28 de noviembre de 2000.47 “Venezolanos hablaron con las FARC”. En: El Espectador. junio 4 de 1999, p. 4-A.48 “Plagios de guerrilla a la OEA”. En: El Tiempo. 6 de octubre de 2000, pp. 1-3.49 “Colombia se queja de poca cooperación de Venezuela en la frontera”. En: El Tiempo. 12 de octubre de 2000,

p. 4-11.50 “Jalón de orejas para Rangel”. En: El Tiempo. 10 de marzo de 2000.51 “Presidente Chávez agradeció a las FARC”. En: El Tiempo. 10 de agosto de 1999.52 “Cruce de protestas”. En: El Espectador. 23 de julio de 1999; “Se han violado los derechos humanos”. En: El

Espectador. 20 de septiembre de 1999.53 “En libertad venezolanos”. En: El Tiempo. 15 de enero de 2000.54 “Relaciones en peligro”. En: El Tiempo. 8 de febrero de 2000.

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El quinto tema ligado con el conflicto en Co-lombia que afectó las relaciones binacionales fueel del tráfico de armas hacia la guerrilla y la faltade control al respecto por parte de las autoridadesvenezolanas. El comandante de las fuerzas milita-res de Colombia, general Fernando Tapias, dijoque las guerrillas izquierdistas se proveen de ar-mas de Venezuela, Panamá, Bolivia y Alemania, alo que el presidente Chávez respondió afirmandoque la guerrilla colombiana tiene más armas esta-dounidenses que venezolanas55.

Las declaraciones y actuaciones de los para-militares colombianos fue el sexto asunto que desdeel principio hasta el final del período de Pastrana yChávez generó problemas. En la estrategia de dispu-tarle a la guerrilla el control de territorios estratégi-cos para el abastecimiento o tráfico de armas ydrogas, grupos paramilitares incrementaron, en1998, su presencia en la frontera colombo-venezola-na. Su emplazamiento en la zona fue argumentadocomo respuesta a los contactos de autoridades cen-trales y fronterizas venezolanas con las guerrillas, y alacercamiento con ganaderos o de personal de orga-nismos de seguridad venezolanos que rechazabancualquier relación con las guerrillas. En marzo de1999, el canciller venezolano advirtió a estos gruposque cualquier incursión en su territorio sería recha-zada con todo el poder del Estado. La reacción seprodujo luego de las afirmaciones de Carlos Cas-taño, quien anunció que, si los jefes de la guerrillase refugiaran en Caracas, hasta allá llegarían lasautodefensas56. En 2002 el tema resurgiría conmás fuerza.

El séptimo asunto que repercutió en las rela-ciones binacionales fue el relacionado con losdesplazamiento de poblaciones afectadas por elconflicto colombiano. Tras varios ataques deparamilitares, a mediados de 1999, en La Gabarra,Norte de Santander, el gobierno de Venezuelarecibió y prestó ayuda humanitaria a los desplaza-dos mientras podían regresar a Colombia57. Peroluego de esa primera experiencia cooperativa enque las dos cancillerías crearon un mecanismo

binacional encabezado por los viceministros paraprevenir y atender desplazamientos similares58,surgieron discrepancias sobre la naturaleza y eltipo de manejo de estas situaciones humanitariasderivadas del conflicto. El gobierno venezolanohablaba de refugiados y el colombiano de despla-zados59. Dependiendo de quién provocaba el des-plazamiento, si los paramilitares o las guerrillas, lainformación tomaba uno u otro cariz, y el númerode desplazados se amplificaba o reducía.

Contradicciones comerciales

En ese contexto se desencadenaron, además,algunas controversias comerciales derivadas derestricciones impuestas por un país a algunosproductos del otro, de la recesión económica quetomó forma en ambos lados, y de la misma inten-sidad de los intercambios que cambió el papel dela frontera. Frente a estas situaciones la parálisisde los mecanismos binacionales impidió la bús-queda de soluciones.

El ejemplo más significativo tiene lugar haciafinales de 1998 cuando, luego de bloqueos a lafrontera realizados por poblaciones de la Guajiray después por ganaderos zulianos60, se produjo unparo de transportistas venezolanos que se repitióen 1999. Ante esta situación, Chávez decidió sus-pender el libre tránsito de mercancías adoptandoel transbordo en los pasos fronterizos de San An-tonio, Ureña y Paraguachón61. A pesar de las insis-tencias de diversos sectores de los dos países pararesolver de otra forma un asunto que era resulta-do tanto de problemas de competitividad y de lareunión de Chávez con empresarios colombia-nos62, el gobierno venezolano aprobó medidasunilaterales contra las regulaciones binacionales ysubregionales. Tras declaraciones de la ministracolombiana de Comercio Exterior, Marta LucíaRamírez, en las que dijo que “el presidenteChávez tiene un discurso integracionista, pero lasmedidas que aplican algunos de sus funcionariosson lo opuesto”, el mandatario venezolano, quelas consideró ofensivas, ordenó el regreso del

55 “Chávez responde denuncia”. En: El Tiempo. 11 de julio de 2000.56 “Venezuela advierte a paras”. En: El Tiempo. 16 de marzo de 1999, p. 6-A; “Venezuela habla sobre los paras”.

En: El Espectador. 24 de marzo de 1999, p. 6-A.57 “Exodo de campesinos hacia Venezuela”. En: El Espectador. 3 de junio de 1999, p. 9-A.58 “Cancillerías proponen crear mecanismo binacional para desplazados”. En: El Tiempo. 22 de junio de 1999.59 “Venezuela dará refugio a desplazados”. En: El Tiempo. 2 de septiembre de 2000, pp. 1-5.60 “Más trabas de Chávez al comercio”. En: El Espectador. 9 de octubre de 2000, p. 1-B.61 “Se agudiza choque con los venezolanos”. En: El Espectador. 13 de mayo de 1999; “Grietas en las fronteras”. En:

El Espectador. 14 de mayo de 1999.62 “Chávez tranquiliza a Colombia”. En: El Tiempo. 30 de abril de 1999, p. 1-B.

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embajador en Bogotá, Fernando Gerbasi63. Co-lombia llevó el caso ante las autoridades andinas,que condenaron la decisión venezolana, pero elpresidente Chávez ratificó la decisión de obligar altransbordo de la carga en la frontera64. El gobier-no colombiano consideró que no haría uso desanciones, y acordó con su homólogo el diálogodirecto para llegar a algún tipo de acuerdo políti-co que permitiera superar las discrepancias en estamateria. Pese a muchas reuniones, el acuerdo nollegó y el transbordo afectó el comercio binacionaly a la propia Venezuela.

En 1999, se esperaba que el comercio llegara alos US$3.000 millones, siguiendo las tendenciasalcanzadas hasta 1998, pero tuvo, por el contrario,una caída del 35%65. En la baja incidió la recesióneconómica por la que atravesaban ambos países,el aumento de los fletes por el transbordo, y laaplicación de políticas restrictivas a productoscolombianos66. Ese año, por primera vez, Colom-bia tuvo un superávit en la balanza comercial conVenezuela. Luego el comercio creció pese a lacrisis de la relación y a las trabas gubernamenta-les. Esto puede ser un fenómeno transitorio puesel componente intraindustrial, que le daba mayorcalidad a los intercambios binacionales, ha empe-zado a retroceder. Además, la inseguridad genera-da por el conflicto colombiano y la inestabilidadpolítica venezolana, así como por la situaciónconflictiva de la relación, desestimulan la inver-sión y el interés de los empresarios de ambos paí-ses, que le habían apostado al mediano y largoplazo de la integración.

Por este mal manejo de un problema social yeconómico se perdió una oportunidad para avanzaren una mejor distribución de los beneficios genera-dos por el entrecruzamiento de las dos economías y

una mayor atención a los perdedores entre los quese encuentra la zona fronteriza. Se echó atrás, ade-más, mucho de lo avanzado en regulaciones, disposi-ciones e instituciones de la Comunidad Andina quehabían surgido con la desaparición de aranceles, laapertura para la libre circulación de capitales, bienesy servicios, y el establecimiento de un arancel externocomún. La ausencia de estos marcos regulatoriossubregionales hace retroceder la integración andina.

La mutua desconfianza por el diferendo

En ese marco de distanciamiento y tensión enla relación, hubo temor a que resurgiera el con-flicto con el diferendo pendiente. Primero, por-que en su intento de golpe militar, el 4 de febrerode 1992, Chávez había esgrimido como una de susrazones para levantarse contra el gobierno dePérez, la cercana relación de éste con Colombia,la cual había dado lugar a los mecanismos dediálogo y negociación antes analizados. Luego, lasdeclaraciones de José Vicente Rangel tan prontose posesionó, en el sentido de que por ser vitales,estratégicos e históricos los derechos de Venezue-la en el Golfo, su cancillería no haría ningunaconcesión, generaron desconcierto en Bogotá67.El desconcierto se trasformó en preocupación conla propuesta que Chávez puso a consideración dela ANC y que podía tener múltiples interpretacio-nes: “La República Bolivariana de Venezuela con-sidera nulos los tratados, laudos arbitrales, pactoso concesiones que puedan desconocer, lesionar odisminuir su soberanía e integridad territorial”68.Lo finalmente acordado se parece a lo establecidoen la Constitución colombiana, que además per-mite un acercamiento entre autoridades localesfronterizas y la celebración directa de acuerdos.Esto último fue discutido en la ANC venezolana y

63 “Se crece lío con Venezuela”. En: El Espectador. 12 de julio de 1999; “La Comunidad Andina debe solucionarimpase”. En: El Espectador. 12 de julio de 1999.

64 Luego se adoptó el decreto 36742 del 14 de julio de 1999; “Tendríamos que ir en tanques a Bogotá”. En: ElEspectador. 14 de julio de 1999; “Venezuela busca mantener transbordo fronterizo con Colombia. En: ElEspectador. 8 de agosto de 2000; “Acatar el fallo del tribunal andino exige Colombia a Venezuela”. En: ElEspectador. 18 de agosto de 2000; “Transportistas venezolanos piden demandar a Colombia ante la CAN”. En:El Espectador. 18 de agosto de 2000; “Venezuela mantendrá transbordo”. En: El Espectador. 4 de octubre de2000, p. 3-B; “Colombia da a Venezuela 6 meses de plazo para solucionar el transbordo”. En: El Tiempo. 11 denoviembre de 2000.

65 Así, de US$2.500 millones que se registraron en 1998, el comercio binacional bajó a US$1.720 millones segúndatos de la Cámara de Comercio e Integración Colombo-Venezolana.

66 Las restricciones se impusieron contra la leche en polvo, la papa y la carne de res; “Venezuela anunciaprotección al agro”. En: El Espectador. 23 de abril de 1999, p. 8-B.

67 “Política exterior de Venezuela”. En: El Espectador. 2 de febrero de 1999.68 “Colombia, ¿en la mira de Chávez?”. En: El Espectador. 7 de agosto de 1999.

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finalmente rechazado, lo que generó el temor enla frontera a que se la siguiera mirando como unproblema de seguridad nacional que debe sermanejado por el Estado central y las fuerzas mili-tares. Más tarde, vino el temor de Caracas a que elPlan Colombia introdujera un desbalance militaren su contra, lo que aunque fue desestimado pordiversos sectores en ambos lados, expresaba ladesconfianza latente en la capacidad de uno deamenazar al otro.

Ante el riesgo de que las relaciones –ya bas-tante complicadas– se “regolfizaran”, lo que po-dría agregarle ingredientes explosivos a lasituación, el Instituto de Estudios Fronterizos deVenezuela recomendó, sin ningún eco, recurrir ala Corte de La Haya para que resolviera los asun-tos limítrofes pendientes entre los dos países69.Posteriormente, el gobierno venezolano protestóporque las fragatas Almirante Padilla y Cartagenade Indias navegaban dentro de las millas náuticasde Colombia, pero muy cerca de Castilletes. Comoen años anteriores, se presentaron denuncias deautoridades de Tibú y La Gabarra, recogidas porlos medios de comunicación, acerca desobrevuelos de aviones militares venezolanossobre territorio colombiano70.

Las tensiones fueron, pues, incrementándosepor los efectos del conflicto colombiano y la postu-ra del gobierno venezolano al respecto, por losproblemas comerciales y por los temores ydesconfianzas sobre el diferendo. Las continuasrecriminaciones mutuas entre Caracas y Bogotáfueron subiendo de tono en sus declaraciones a losmedios y escalando sus divergencias. Al mismotiempo, se suspendieron las reuniones presidencia-les, de cancilleres, de comisionados presidenciales,de militares, de funcionarios y de técnicos, que sehabían establecido para el buen manejo de lavecindad. Se llegó incluso a llamar dos veces alembajador de Venezuela en Bogotá, y una a suhomólogo colombiano en Caracas, a retornar a sus

capitales, lo que en el lenguaje diplomático mues-tra el deterioro de la relación, previo a un rompi-miento. Según los medios, se llegó incluso arealizar algunas escaramuzas militares en la Guaji-ra71, un escenario fronterizo que ha sido y continúasiendo de estrecha convivencia entre sus poblado-res, los Wayúu, que por lo demás se reivindican unanación única por encima de los dos estados. Lasúnicas reuniones oficiales que se realizaron entrelos dos países, en 1999, fueron la de los vice-ministros Jorge Valero y Clemencia Forero en Bo-gotá, la del embajador venezolano en Colombiacitado a la Cancillería de San Carlos y un fugazencuentro entre Chávez y Rangel con el cancillercolombiano Guillermo Fernández de Soto, conocasión de la posesión de Mireya Moscoso comopresidenta de Panamá72. Pero ninguno de esoseventos logró restablecer la confianza recíprocaindispensable para una fructuosa vecindad. Másbien, a las tendencias de la relación heredadas delpasado, se le agregaban ahora ingredientes explosi-vos por la situación de cada país y por la ausenciade un manejo concertado.

Intento de reencuentro, retorno al distanciamiento

y mezcla de las crisis internas

Desde el año 2000 se hizo sentir la presión enambos países por un restablecimiento de los cana-les de diálogo, capaz de evitar que los efectos de lacoyuntura crítica de cada país le agregaran ingre-dientes explosivos al vecino y a la relaciónbinacional. Señales de esa necesidad de reencuentrola dieron los mismos gobiernos, y presiones en esadirección ejercieron diversos sectores.

Por una parte, el gobierno colombiano insistióen la reactivación de las comisiones presidenciales.Chávez cambió su denuncia por términos com-prensivos hacia el Plan Colombia73. El cancillerRangel explicó, una y otra vez, el sentido de lasdeclaraciones de Chávez y de sus propias interven-ciones. Antes se habían cambiado los embajadores.

69 “Temor a la regolfización”. En: El Espectador. 8 de mayo de 2000.70 “Helicópteros aterrizaron en Manaure”. En: El Espectador. 26 de marzo de 2000; “Venezuela niega incursión”.

En: El Espectador. 28 de marzo de 2000; “Venezuela llama a Colombia a probar incursión fronteriza”. En: ElTiempo.17 de octubre de 2000, p. 4-A.

71 “La mano de Chávez”. En: Cambio. 20 de noviembre de 2000.72 “Venezuela pide cumbre de presidentes”. En: El Espectador. 31 de agosto de 1999.73 No obstante la férrea oposición manifestada hasta entonces, hacia mediados de 2000 Chávez declaró que su

gobierno contribuiría con la realización del Plan Colombia dado que “no está dirigido a vietnamizar elconflicto armado de Colombia, lo ha explicado el gobierno colombiano. Creo que estamos en presencia degobiernos que asumen esto con seriedad, esos helicópteros no van a utilizarse en la dirección belicista”.“Presidente Chávez defiende Plan Colombia”. En: El Tiempo. 2 de agosto de 2000.

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Bula buscó en Caracas acercamientos con diversossectores. Chaderton se integró al grupo de paísesamigos, en los diálogos con las FARC y con el ELN;y se llegó a pensar, que ese canal era más apropia-do que los diálogos unilaterales, y que podría seraprovechado para resolver situaciones fronterizas ohumanitarias. Por otra parte, los empresarios, através de las cámaras de comercio de ambos países,hablaron de la necesidad de llegar a unos acuerdosmínimos dado que un país es socio fundamentaldel otro y la integración binacional genera empleoy crecimiento en los dos países, procesos indispen-sables para salir de la coyuntura recesiva en queambos se encontraban. El Grupo Académico Co-lombia-Venezuela, con el resultado de su estudiobinacional, pidió detener la recriminación mutuapara que la coyuntura crítica no echara atrás elentrecruzamiento de las economías y los mecanis-mos de manejo concertado de la compleja agendabilateral, propuso formas conjuntas de actuacióninternacional y de inserción en el mundo globa-lizado, e incrementar lazos de muy diverso ordenque ayudaran a superar la mutua desconfianza.Artistas de ambos lados se asociaron para mostrarque son más los lazos que unen a los dos países quelas cuestiones que los separan, y emprendieroniniciativas binacionales como el Proyecto Mapa,que generó un proceso creativo de hondo sentidointegracionista al que vincularon a centenares depintores y pobladores de regiones fronterizas. Alreencuentro también ayudó el interés mexicano enla reactivación del Grupo de los Tres (G-3), del quehacen parte México, Venezuela y Colombia74. Dehecho, desde su posesión, Vicente Fox y su canci-ller Jorge Castañeda propiciaron un reacerca-miento de los dos países que se encontraban enuno de los momentos más tensos de su relación75.

Luego, Fox visitó Bogotá antes de su viaje a Caracasa la cumbre presidencial del G-3 para salir conjun-tamente con su homólogo colombiano hacia Vene-zuela, y repitió una y otra vez que lo que pasabacon la relación entre los dos países le incumbía demanera directa a su gobierno.

El reencuentro comenzó lentamente con losalbores del nuevo siglo. Así, en febrero de 2000,se produjo una reunión de vicecancilleres y elaplazado encuentro de los dos cancilleres enGuasdualito, población fronteriza venezolana,acompañados por los ministros de Defensa, Inte-rior, Educación y Cultura, quienes realizaron se-siones simultáneas de trabajo. Además de revisarlos nuevos integrantes de las comisiones presiden-ciales76, establecer el calendario de actividades decada una y recibir el trabajo realizado por el Gru-po Académico binacional, los cancilleres prepara-ron el encuentro presidencial en Santa Marta y laposterior visita oficial de Pastrana a Venezuela.Igualmente, señalaron la importancia de reactivartambién la comisión mixta de demarcación de lafrontera, la comisión de cuencas hidrográficas, losgrupos de trabajo sobre los ríos Arauca, Cata-tumbo y Charapilla-Paraguachón. Destacaron, asímismo, la necesidad de revivir la cooperaciónmilitar, para lo cual citaron a reunión a los minis-tros de Defensa, del 3 al 5 de abril de 2000, enCartagena77.

Un mes después se volvieron a encontrar loscancilleres, y se reunieron también en Caracas losministros del Transporte para analizar el proble-ma del transbordo. Igualmente, delegados de losgobiernos, bajo el auspicio de una fundaciónjaponesa, firmaron en marzo de 2000 un conveniopara recuperar la navegabilidad de los ríos comu-nes78. Los avances de las reuniones parecían tan

74 Ramírez, Socorro. “El G-3: una reactivación anunciada”. En: Anuario de la integración regional en el Gran Caribe.No. 3. Caracas: Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES) - InstitutoVenezolano de Estudios Sociales y Políticos (Invesp) - Centro de Investigaciones de Economía Internacional -Nueva Sociedad, 2002.

75 Mauricio Vargas, “A calzón quitao”. Cambio. 5 de noviembre de 2001, pp. 36-39.76 Las comisiones negociadoras serían presididas en Venezuela por el vicepresidente Isaías Rodríguez y en

Colombia continuó el empresario Pedro Gómez Barrero. Las de vecindad sería presididas por el académicovenezolano Kaldone Nwelhed y por el empresario y presidente de Noel, Carlos Mario Giraldo.

77 “Reviven las comisiones bilaterales”. En: El Espectador. 1 de abril de 2000.78 De ponerse en marcha el convenio, ríos como el Meta, cuyo cauce desemboca en el Orinoco y define parte de

la frontera natural entre los dos países, podrían ser aprovechados para articular proyectos binacionales demutuo beneficio. Para Colombia podría servir de vía de transporte hacia Venezuela y al mercadointernacional de productos como el carbón y el coque de Boyacá, y los cárnicos de Villavicencio. ParaVenezuela podría ser la salida hacia el Pacífico de productos como el aceite de palma y los siderúrgicos;Lanzetta, Mónica. “Integración y oportunidades para la paz”. En: El Espectador. 24 marzo de 2000.

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sólidos que le abrieron espacio al encuentro másimportante, el de Pastrana y Chávez, el 4 de mayode 2000 en Santa Marta. El evento fue tan produc-tivo que los dos presidentes redefinieron la agen-da de las comisiones presidenciales y acordaronponerlas en marcha un mes después, reactivaronla Combifron como instancia de coordinación dela seguridad fronteriza, y precisaron, con la mi-sión de empresarios, una agenda de reunionestrimestrales con el ánimo de fortalecer el inter-cambio comercial79. Aunque en 2001, Chávez yPastrana se encontrarían en varias ocasiones –el24 de marzo en Puerto Ordaz, el 8 de abril enCartagena para acordar una acción conjunta parala prórroga e inclusión de Venezuela en las prefe-rencias comerciales norteamericanas, la semanasiguiente en Quebec en la cumbre del ALCA, el 9de mayo en Bogotá–, su reencuentro era frágilpues mucho de lo acordado, o no avanzaba oretrocedía rápidamente mientras los problemashabían cogido ya gran ventaja.

La Combifron prevista para el 14 de septiem-bre de 2000 con el fin de analizar los alcances delPlan Colombia fue aplazada cuando ya estaban enCaracas buena parte de los delegados de Bogotá80.Luego, en noviembre de 2000, el comandante dela Guardia Nacional, general Gerardo Briceño,canceló un encuentro con el director de la Poli-cía, general Luis Ernesto Gilibert81. A pesar de lasversiones contradictorias sobre estos aplazamien-tos, lo claro es que en un momento crítico sedesmontaron mecanismos esenciales para la ve-cindad.

La reactivación de las Copaf se demoró ochomeses, aunque arrancó con entusiasmo con nue-vos miembros y con nuevo nombre. Ahora se lla-marían Comisiones Presidenciales de Integracióny Asuntos Fronterizos (Copiaf) al adicionar a lastemáticas fronterizas a cargo, la integración regio-nal. Fue tal el dinamismo con el que arrancaron

que, en 2001, realizaron tres reuniones. La prime-ra, en febrero, en la Colonia Tovar, la cual per-mitió retomar el camino dejado 28 meses atrás,luego de la suspensión de sus reuniones en octu-bre de 1998. La siguiente, en marzo en SantaMarta, que permitió reestructurar la agenda conlos temas que venían acumulados de tiempo atrás.La tercera, en septiembre en Puerto Ayacucho,permitió combinar los asuntos de la frontera co-mún con los de la integración binacional y regio-nal82. Pero, la siguiente reunión, prevista desdefebrero de 2002 en Riohacha, a mediados de esteaño aún no se ha realizado. Lo mismo ocurrió conla reactivación, en el año 2001, de las comisionesnegociadoras. Y, nuevamente, el distanciamientoentre los gobiernos volvió a primar.

El año 2002 arrancó con malos augurios. Afinales de enero, periodistas venezolanas hicieronpúblico un memorando del 10 de agosto de 1999que esboza el “proyecto fronteras” y un video de unencuentro entre representantes de los cuatro com-ponentes de las fuerzas armadas venezolanas conlas FARC, ocurrido el 6 de julio de 2000. El proyec-to había sido elaborado y firmado por el capitán denavío Ramón Rodríguez Chacín, golpista del 27 denoviembre de 1992 y ex jefe de inteligencia, quienhabía sido señalado por la prensa como el contactocon las FARC y el ELN. El memorado era el pro-ducto de los encuentros entre militares venezola-nos y guerrilleros colombianos cuando lasdiferencias entre los gobiernos de Pastrana yChávez tomaron forma en 1999, y establecía uncompromiso mutuo en temas que rebasaban elsimple manejo de problemas fronterizos y humani-tarios83. En la grabación, un guerrillero se quejabadel mal trato a campesinos colombianos por partede la Guardia Nacional, a la que acusa de colaborarcon los paramilitares, y señalaba que, por el contra-rio, con el ejército venezolano sostenían buenasrelaciones, y que gracias al apoyo que les brindaba,

79 Lanzetta, Mónica. “Bienvenida la cumbre”. En: El Espectador. 28 de abril del 2000; “Cumbre para la distensión”.En: El Tiempo. 30 de abril de 2000; Rojas Rodríguez, Leonardo. “Nuevo aire en las relaciones Colombia-Venezuela”. En: El Espectador. 7 de mayo de 2000.

80 “Tapias suspende viaje a Venezuela”. En: El Tiempo. 29 de septiembre de 2000, pp. 1-4.81 “La distancia entre los dos...”. En: Cambio. 27 de noviembre de 2000, pp. 42-44.82 Ramírez, Socorro. “Nueva etapa de la Copiaf”. En: Boletín de la Copiaf. No. 3, Caracas, 2001.83 El memorando señala que el propósito es “disminuir en el corto plazo y erradicar en el mediano plazo los

secuestros y cobro de vacunas en la zona fronteriza”. La guerrilla se compromete con Venezuela, entre otros,a “no entrenar militantes nacionales venezolanos sin consentimiento del Gobierno” y a “no conduciroperaciones” en sus territorios. Como contraprestación, Venezuela apoyaría a los subversivos con“medicamentos especiales”, venta de petróleo, asilo y tránsito, registro y contratación de empresas, en el áreabancaria (Banco de los Pobres), agropecuaria, construcción de vivienda y salud”; El Nacional. 1 de febrero de2002.

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su grupo, muchas veces, podía acceder a alimen-tos84. El hecho de que la entrega de estas pruebasse hiciera justo el día en que Rodríguez Chacíntomaba posesión como ministro del Interior y deJusticia era una manera, de parte de la oposiciónvenezolana, de cuestionarle su papel y de poner depresente que la actitud de Chávez frente al conflic-to colombiano contribuía a la polarización internade Venezuela y resquebrajaba las fuerzas armadasvenezolanas.

En esta ocasión, la reacción del gobierno co-lombiano pareció haber aprendido la lección de1999, y en lugar de salir a reaccionar a través delos medios sobre el video y el memorando, tomóuna actitud más cautelosa. El canciller Fernándezde Soto señaló que es natural que ocurran dentrode un proceso de paz gestiones humanitarias, conautorización y conocimiento del gobierno deColombia, dentro de los parámetros de transpa-rencia que se le han solicitado a todos los paísesde la comunidad internacional. Agregó que Vene-zuela había realizado varias acciones humani-tarias, que habían sido no sólo informadas algobierno colombiano sino coordinadas con éste, ypor tanto esperaba que en esta ocasión se hubierahecho de esa manera. Poco después, el cancillervenezolano, Luis Alfonso Dávila, reconoció que supaís no había solicitado permiso al gobierno co-lombiano para ese encuentro, porque “las relacio-nes entre ambos países no estaban funcionandoen ese momento”. Chávez también reconoció queesa gestión se había hecho sin consulta del gobier-no colombiano, por lo que le pidió excusas, yminimizó el alcance del memorando85.

El tema siguió prendiendo la hoguera. Lasdeclaraciones de Estados Unidos fueron subiendode tono por las diferencias con el Presidente vene-zolano, y señalaron que con la cruzada antiterro-rista –sobre la cual Chávez había expresado sus

reparos86– los nexos con grupos como las FARC yel ELN, que están en la lista de terroristas, conlle-vaban sanciones para quien los tolerara o ejecuta-ra. En Venezuela, diversos militares venezolanosfueron expresando su desacuerdo con la tesis deneutralidad y el entendimiento con las guerrillas,o corroborando las denuncias de militares colom-bianos al respecto87. En Colombia, los candidatosa la presidencia calificaron los hechos como inde-bida intromisión en el conflicto88. Luego, unoficial del ejército colombiano denunció que laguerrilla se refugiaba en suelo venezolano paradesde allí atacar. El Tiempo envió reporteros a lazona y mostró campamentos de las FARC en terri-torio venezolano. El Espectador habló de Ticoporo,una reserva natural convertida en refugio de gue-rrilleros y agregó:

Video, memorando y avioneta con contrabando dearmas no aparecen como situaciones aisladas, sinocomo la afirmación de la existencia de una estrate-gia política, militar y económica del presidenteChávez. A la vez que Chávez encuentra en las FARCun aliado para sus ideas políticas, promueve unaestrategia de seguridad nacional, aplicada tanto alámbito de su vital infraestructura petrolera como deprotección geopolítica de sus intereses89.

En ese ambiente, de nuevo polarizado, vino elgolpe del 11 de abril de 2002 contra el gobiernodemocráticamente elegido de Venezuela. El anun-cio de la renuncia de Chávez formulado por elgeneral Lucas Rincón, el militar de más alta gra-duación que estaba muy cerca del presidente, y suposterior confirmación por parte de un alto jerarcade la Iglesia, sumados al rechazo que suscitabaChávez, contribuyeron a la confusa posición devarios gobiernos. De ahí el “olvido” de los compro-misos adquiridos el 11 de septiembre de 2001 en la

84 La explicación de lo ocurrido fue la siguiente. El general Rafael Román Betancourt, compañero depromoción de Hugo Chávez al mando del “Teatro de operaciones” No. 2, recibe una llamada del frente 33 delas FARC en la que se le informa de la detención de un venezolano a quien se le acusa de trabajar para losparamilitares colombianos, por lo que despacha una misión hacia el campamento guerrillero de RubénZamora. La misión, conformada por cuatro miembros de las fuerzas armadas, incluía helicópteros del ejércitoy la fuerza aérea, y sin conocimiento de Bogotá ingresó a territorio colombiano para reunirse conrepresentantes guerrilleros y rescatar a un venezolano sospechoso de trabajar con los paramilitares. http://www.el-nacional.com/Articulos, 1 de febrero de 2002.

85 “Video: el canciller explica incursión. Venezuela admite que no tenía autorización”. En: El Tiempo. 5 defebrero de 2002, pp. 1-6.

86 Colombia.com, 15 de febrero de 2002.87 http://www.el-nacional.com/Articulos.88 El Nuevo Herald. 4 de febrero de 2002.89 “¿Zona de distensión en Venezuela?”. En: El Espectador. 3 de febrero de 2002, p. 8-A.

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Carta Democrática Interamericana suscrita en elmarco de la OEA, o de las cláusulas democráticasdel ALCA y de la Comunidad Andina, para defen-der a gobernantes electos contra intentos de usur-pación del poder. A la confusa posición de losgobiernos contribuyó también el que, a medidaque se internacionaliza la política doméstica, losproblemas internos son vividos en directo y entiempo real desde cualquier parte del mundo; ladiplomacia debe reaccionar a la velocidad de losmedios, lo que no deja tiempo para sopesar lassituaciones y genera declaraciones más emotivasque analíticas. Todo ello incide en la manera comose desarrollan los eventos y le agregan dimensionesconflictivas a los problemas en cuestión.

En el gobierno colombiano pudo más el inme-diatismo del distanciamiento con el gobernanteque la defensa de la legitimidad institucional, asíencarne opciones políticas diferentes. La cancillerencargada se apresuró a dar un tácito reconoci-miento al nuevo gobierno cuando recordó la bue-na historia de relaciones que Carmona habíatenido con Colombia en diversos momentos delproceso de integración regional. Los ministros deHacienda y de Comercio Exterior, y un alto mandode las fuerzas armadas, sin ser un asunto de sucompetencia, fueron más lejos en la celebración.Contaron, sin duda, en estas reacciones la predo-minante postura reactiva de Bogotá frente al go-bierno de Chávez, y la exasperación con suposición frente a las guerrillas colombianas, laincomprensión colombiana de la necesidad decambio de las mayorías venezolanas, y la esperanzade retorno de un régimen con el que, si bien hubodificultades, había más posibilidades de aproxima-ción por hablar un lenguaje común. Ese apresura-miento pudo ser explicado por la confusióngenerada debido a la anunciada renuncia. Pero lasituación se clarificó rápidamente tras el decreto deCarmona por el cual liquidaba de un plumazo todala institucionalidad y las leyes, destituía gobernado-res y alcaldes y perseguía a voceros del gobiernocaído. En seguida apareció el resquebrajamientodel grupo golpista y muchos de los más radicalesantichavistas terminaron por temerle más aCarmona y a su breve reinado, que al depuestopresidente. Aún así, no se registra en la prensa unacondena enfática del golpe por parte del gobiernocolombiano, a no ser a través de las declaracioneshechas en el marco del Grupo de Río y de la OEA.

A buena parte de los medios de comunicacióncolombianos les ocurrió lo mismo que a los me-dios venezolanos. Más que informar y analizar lo

que acontecía, estimularon la polarización. Todossaludaron efusivamente la caída de Chávez, y salvoel caso de Caracol radio, cuyo corresponsal seencontraba en el Palacio de Miraflores durante lashoras en las que se restableció el poder legítimo,los demás no dieron cuenta de lo que ocurría conlas manifestaciones por el retorno del líder de-puesto. El resultado fue distorsión y manipulaciónde la información.

La reacción del gobierno y los medios de comu-nicación de Bogotá fue seguida por el incidente quese suscitó cuando el embajador Chaderton aludió –apunto de dejar su cargo en Bogotá para asumir lacancillería venezolana– a unas listas con los colom-bianos que habían apoyado el golpe. Luego vino elasilo de Carmona en la embajada de Colombia enCaracas, lo que fue señalado por sectores del gobier-no de Chávez como colaboración de Pastrana con laoposición venezolana. Para la decisión del asilo, enBogotá pesaron dos argumentos básicos: la posiciónhistórica de Colombia sobre el tema, que ha sidodefendida en casos como los de Haya de la Torre,Alan García y los chilenos refugiados luego del gol-pe de Pinochet, y la presión ejercida por sectores dela oposición venezolana, con los cuales el gobiernocolombiano ha tenido coincidencias y viejas relacio-nes, quienes presionaban el asilo frente a la embaja-da. La autorización de Caracas a la salida deCarmona no fue la solución final del problema y,más bien, le agregó un ingrediente al deterioro de larelación en un ambiente de desconfianza mutua.Los episodios del primer semestre de 2002 acabaronde sumir la relación binacional en una de las peoressituaciones. Costará trabajo volver a encontrar unequilibrio en el tenso clima existente.

A LG U N A S CO N S I D E R AC I O N E S F I N A L E S

El contexto hemisférico e internacional de larelación no puede ser más complejo. Mientras lascrisis se profundizan en cada país y se articulancon repercusiones mutuas, los conflictos en cadauno se han agudizado aumentando los costos deuna inserción muy difícil en el mundo globa-lizado. Y en lugar de seguir en la perspectiva delos años noventa, de acercamiento binacionalpara buscar formas de inserción conjunta en esecomplejo panorama internacional, los mecanis-mos binacionales han sido silenciados de nuevo,cuando podrían ayudar en la búsqueda del equili-brio y la confianza perdida.

Del lado colombiano, el panorama es muycrítico. El Plan Colombia tiende a convertirse enuna estrategia para enfrentar a la guerrilla en el

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marco de la cruzada antidrogas y antiterrorismode Washington. Los enfrentamientos entreparamilitares y guerrillas se profundizan a costade la población civil. El ataque de las guerrillas ala infraestructura, así como las presiones –a travésde amenazas, secuestros o asesinatos– a personaselegidas mediante voto popular o a funcionariospúblicos de numerosos municipios para que re-nuncien pretende, a la fuerza, tomar su lugar.Crece el énfasis en las salidas militar-represivas delEstado para hacerle frente a la arremetida de laguerrilla. La sociedad colombiana se limita a re-pudiar las acciones de la guerrilla, pero no tienecapacidad para organizarse y desempeñar unpapel central en la búsqueda de una real salidanegociada al conflicto. El Estado se erosiona pro-gresivamente como resultado de la corrupción yel clientelismo, de la dinámica del conflicto inter-no, de la presión de la guerrilla sobre su estructu-ra local y regional, y de la estrategia antidrogasnorteamericana. Todo ello reduce su capacidadpara atender las zonas de frontera, mientras losvecinos reaccionan defensivamente o aprovechanla situación para sacar partido. Esto se traduce endebilitamiento mutuo, entrecruzamiento de suscrisis y mayor maleabilidad a las opciones norte-americanas ante la ausencia de alternativas regio-nales y contrapesos internacionales.

Del lado venezolano, la situación, sin tener elnivel de violencia que afecta a Colombia, sí entrañauna creciente gravedad. El gobierno de Chávez escada vez más débil. Es cierto que cuenta con unsector importante de población pobre, que salió alas calles dispuesta a luchar por su regreso, pero launidad de su otra columna, la fuerza armada, pare-ce haber quedado disminuida debido a fisurasinternas. En medio de una notable precariedad delas estructuras estatales, de una aguda crisis econó-mica y social –sube el desempleo, aumenta la infla-ción y la devaluación, se estanca la economía–, lasociedad venezolana se encuentra radicalmentedividida. De una parte, los excluidos de siempreque ven en Chávez su redentor y se identifican consu persona y con su mensaje. Del otro, la clasemedia en todos sus niveles, furiosamenteantichavista, porque se siente insultada por la retó-rica del comandante, considera que las medidaseconómicas del gobierno la afectan negativamente,asocia el proyecto bolivariano con las guerrillascolombianas y con Fidel Castro –por eso salió aatacar la embajada cubana y a pedir la liquidacióndel acuerdo petrolero con la isla–, y le teme a lasrepresalias de Estados Unidos ante las actitudes desu gobierno. Están, además, los sectores que ha-

bían controlado política y económicamente el país,que se sienten amenazados y esperan que, por susintereses petroleros en Venezuela, Estados Unidosles ayude a sacar al gobernante, como intentó ha-cerlo con el golpe, el reconocimiento rápido aCarmona y la celebración prematura de la caída deChávez. Cómo conciliar estos extremos es el retomás difícil del momento, en el cual se muestra que,pese a los anuncios de conciliación, no ha sido fácilque la oferta de diálogo y de respeto a la disidenciapueda hacerse realidad pues se combinan situacio-nes socioeconómicas concretas con intereses políti-cos muy disímiles. Más bien se trata de un procesoen pleno desarrollo, inestable, difícil, peligroso. Laenorme fuerza de movilización que ha venido acu-mulando la oposición por medio de nuevas organi-zaciones de escasa tradición política, aún no logratomar forma ni contribuye a salir de la nociva pola-rización extrema. En la oposición han primado elinmediatismo y la desesperación, por lo que habuscado la caída de Chávez, pero no ha construidouna alternativa consistente. Aprovechando estacircunstancia, algunos sectores políticos y empresa-riales antes reinantes han querido recuperar elpoder, como se puso de presente en el golpe con-tra Chávez. Pero, en esa oportunidad, esos mismossectores hicieron acopio de todos los desaciertospolíticos posibles, tantos que terminaronresquebrando la oposición e induciendo su rápidaderrota.

Siendo Antioquia el departamento colombianomás ligado a Venezuela –dado que soninversionistas y empresas “paisas” los que más haninvertido en el vecino país y se han establecido enél, y los que, por tanto, le han apostado más fuer-temente a la integración binacional–, es de espe-rar que el nuevo mandatario de Colombia,originario de esa región, tome en consideraciónestos fuertes lazos que articulan los dos países, ytenga una postura proactiva que ponga el entendi-miento y la cooperación por encima del conflictoy la discrepancia intergubernamental. El tempra-no nombramiento de su mano derecha en temasinternacionales como embajadora en Venezuelapuede ser signo de interés. Es de esperar quetanto en Colombia como en Venezuela se saquenconclusiones constructivas sobre lo acontecido enestos últimos años. Y sobre todo, se renunciedefinitivamente a hipótesis de conflicto del unosobre el otro para reconstruir la confianza, resol-ver los diferendos y problemas acumulados, y parapoder hacerle frente de manera conjunta al difícilcontexto hemisférico y al complejo mundoglobalizado.

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en círculos académicos, centros dede pensamiento y, lo más importante, agencias definanciamiento internacional, se ha venido impo-niendo un tipo bastante particular de literaturaen relación con las nuevas características queasumen las guerras civiles desatadas especialmen-te a partir del fin de la Guerra Fría.

Esas nuevas aproximaciones han abierto unintenso debate sobre los pesos diferenciales quelas dimensiones sociales, políticas y económicastienen en las posibilidades y dinámicas de lasguerras civiles. Mientras que para los afiliados ala primera corriente la ideología –los credospolíticos– los sentimientos de agravios, las per-cepciones de la injusticia y la necesidad de inver-tir las condiciones sociales y políticas, parareivindicar los intereses de los sectores más po-bres, vejados y excluidos, son los elementos fun-damentales; para los teóricos de la segunda, la“economía política”, la capacidad de acceso arecursos económicos que tienen los rebeldesdetermina sus posibilidades de organización ysubsistencia. Para los primeros, domina el altruis-mo, para los segundos lo que verdaderamentecuenta es la codicia.

En Colombia, como lo veremos más adelante,una creciente literatura tiende a cuestionar lasexplicaciones más “tradicionales” de la rebeldíaguerrillera, aquellas que aún arguyen que ésta sebasa en las consideraciones que hacen los rebel-des armados sobre la injusticia, la desigualdad, losagravios y las exclusiones sociales y políticas comolos motores de su actividad militar. Bien sea porsus propias experiencias, bien por las de otrospaíses en los que la rebelión armada ha triunfado,las guerrillas colombianas siguen considerandoque la vía armada es la única posibilidad de con-frontar esas lacras históricas.

La nueva literatura hace énfasis, en cambio, enel ánimo de lucro, el carácter de buscadores derentas y de delincuentes económicos que son, o sehan convertido, esas guerrillas. Los resortes políti-

Álvaro Camacho GuizadoSociólogo, director del Centro de Estudios

Socioculturales e Internacionales, CESO,

Universidad de los Andes.

C r e d o , n e c e s i d a dy c o d i c i a :l o s a l i m e n t o sd e l a g u e r r a

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cos han cedido a estos apetitos de codicia, y estoha desdibujado las razones de su lucha.

Es esencial adentrarse en el debate, porque delas posturas sobre el mismo se deducen actitudes yacciones políticas de la mayor importancia. Aun-que es difícil pronunciarse en una u otra direc-ción sin una mayor investigación empírica sobrelas “verdaderas” motivaciones de los insurrectos,en este trabajo quiero plantear la hipótesis de quesi bien la presencia y el uso de rentas ilegales,especialmente las ingentes sumas derivadas delnarcotráfico o los impuestos a las petrolerastrasnacionales, tienden a teñir la actividad guerri-llera de ánimo de lucro y codicia, y a desdibujarsus propósitos iniciales, al menos entre algunossectores insurgentes, las motivaciones políticassiguen dominando su acción, y de allí que consi-derarlos como simples codiciosos impenitentesconduce a distorsionar su imagen, a alejar lasposibilidades de encontrar salidas negociadas alconflicto armado, y a proponer alternativas béli-cas y no políticas en la confrontación del principalproblema político del país.

Volvamos al debate internacional: una de lasmás importantes contribuciones ha sido el influ-yente libro de Mary Kaldor1, para quien en elcontexto de la globalización lo que se consideraguerra, es decir, aquellas confrontaciones arma-das entre estados en las que el propósito esinfligir la máxima violencia, ha devenido unanacronismo. Hoy día esas confrontaciones sonmezclas de guerras, delito organizado y violacio-nes masivas de los derechos humanos. La natura-leza de esas confrontaciones se ve complicadapor el desarrollo paralelo de una economía cri-minal informal que tiñe los objetivos de la con-tienda. En el centro de la dinámica están lastensiones a que se ven sometidos los estados delas sociedades en guerra: cuestionada su autori-dad a partir de su inserción en un mundoglobalizado, y retada por las fuerzas que interna-mente lo cuestionan. En síntesis, las guerrascontemporáneas y posmodernas

surgen en situaciones en las que los ingresos delEstado disminuyen por el declive de la economía yla expansión del delito, la corrupción y la ineficacia;la violencia está cada vez más privatizada, comoconsecuencia del creciente crimen organizado y laaparición de grupos paramilitares, mientras la legiti-midad política va desapareciendo2.

Su análisis sobre las contiendas de la antiguaYugoslavia muestra esa búsqueda de ventajasparticularistas por medios que escapan a la su-puesta naturaleza de las guerras anteriores, y enespecial la compleja mezcla de economía y políti-ca, en la que los objetivos de la primera tienden aimponerse sobre los de la segunda3.

Kaldor, sin embargo, no es la única autora queresalta la dimensión económica de las guerrasciviles y su vinculación con el delito organizado.Entre los textos más influyentes en estas nuevasperspectivas están los estudios realizados para elBanco Mundial por Paul Collier4, para quien elanálisis de los nuevos conflictos debe verse a la luzde la dicotomía entre descontento y codicia. Ensíntesis, aunque los rebeldes deben construir undiscurso en el que la injusticia y la desigualdadsocial imperantes son el resorte que mueve a laorganización y al combate contra los opresores, larealidad indica que con frecuencia se generanfuertes hiatos entre el discurso y la realidad de lamotivación económica de los rebeldes.

Según Collier, las narrativas de la injusticia y elagravio no sólo son más legítimas para los propiosluchadores: también lo son de cara a la opiniónpública internacional, que no apoyaría una simpleguerra de saqueo que no estuviera presidida porprincipios altruistas. En efecto, la necesidad delegitimación nacional e internacional conduce ala formulación de discursos que apelen a la solida-ridad con la rebeldía. Pero, sostiene Collier, lateoría económica señala otra cosa: según ésta, “lamotivación para los conflictos no tiene importan-cia: lo que importa es que la organización se pue-da sostener financieramente”5.

1 Kaldor, Mary. Las nuevas guerras. Violencia organizada en la era global. Barcelona: Tusquets, 2001.2 Kaldor, Mary. Ob. cit., p. 20.3 Esto no quiere decir que las guerras anteriores no tuvieran fundamentos económicos. Es preciso recordar

que Lenin, basado en los trabajos de J. A. Hobson y de R. Hilferding, caracterizó a la Primera Guerra Mundialcomo una lucha imperialista por el reparto del mundo. Cfr. El imperialismo, fase superior del capitalismo.

4 Collier, Paul. “Doing Well out of War: An Economic Perspective”. En: Berdal, Mats y Malone, David M.(editores). Greed and Grievance. Economic Agendas in Civil Wars. Boulder y Londres: Lynne Rienner, 2000, pp.91-111. Véase también: Collier, Paul. “Causas económicas de las guerras civiles y sus implicaciones para eldiseño de políticas”. En: El Malpensante, No. 30, mayo-junio de 2001.

5 Collier, Paul. Ob. cit., 2001, p. 32.

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Así, si bien en la base de los nuevos conflictospuede parecer alguna raíz asociada a un descon-tento, que a su vez puede estar producido portensiones étnicas, por una intolerable desigualdadeconómica, ausencia o limitaciones de derechospolíticos o la incompetencia gubernamental paragenerar un desarrollo económico aceptable, laclave de la sostenibilidad de la rebelión radica enla capacidad de los rebeldes de contar con recur-sos económicos6.

Collier sostiene que la teoría del descontentofalla por tres razones fundamentales: en primerlugar, porque la formación de ejércitos rebeldesse enfrenta con las dificultades propias de organi-zación de la acción colectiva: la injusticia, la ven-ganza y el alivio de los agravios son bienespúblicos, y por tanto susceptibles de que sobreellos opere la idea de los free riders, es decir, dequienes consideran que la lucha puede ser em-prendida por otros, de manera que los combatien-tes potenciales pueden optar por no luchar, enespera de que otros hagan el trabajo.

En segundo lugar, porque los ejércitos rebeldes,para ser exitosos, deben demostrar desde un prin-cipio que pueden ser militarmente triunfantes, yesto requiere que sean de un tamaño adecuado; delo contrario, los riesgos de derrota son tan altosque actúan como disuasores. Se genera así un cír-culo vicioso en el que tamaño, eficacia y perspecti-vas de triunfo se muerden las respectivas colas.

En tercer lugar, antes de obtener justicia losrebeldes deben luchar, pero nada asegura que untriunfo militar produzca esa justicia deseada. Paraun dirigente militar rebelde es más fácil prometerque luego cumplir7. Las probabilidades de que eltriunfo produzca un régimen similar al derrocadoson tan altas, que difícilmente pueden ser convin-centes para quienes arriesgan sus vidas en unalucha incierta contra un enemigo superior.

Dados estos obstáculos, la tesis de la codicia seabre camino: a partir del examen de una base dedatos internacional, Collier establece que las con-diciones más propicias para una rebelión sosteni-ble se dan en países que basan su economía en laexportación de materias primas, puesto que éstasson fácilmente gravables tanto por los gobiernoscomo por los insurgentes, que tienen una fuerteproporción de población joven, que constituyefuerza de trabajo militar, y que muestran bajos

niveles de cobertura educativa, puesto que el alis-tarse en una fuerza armada es una alternativarealista para jóvenes que carecen de opciones demovilidad social ascendente. Además, los paísescon más alto riesgo de rebelión se caracterizanpor tener una población dispersa, difícilmentecontrolable por el gobierno central, y por haberexperimentado conflictos armados previamente.

Ahora bien, aunque las guerras pueden seruna manifestación de conflictos políticos, no esnecesariamente cierto que éstos conduzcan a laguerra:

Los analistas con frecuencia razonan retrospectiva-mente a partir del discurso político que se produ-ce en el curso del conflicto y deducen que laguerra es la consecuencia de un conflicto políticoparticularmente intenso, a su vez basado en moti-vos de descontento particularmente graves. Empe-ro, la intensidad del descontento objetivo nopredice una guerra civil. Muchas sociedades vivenintensos conflictos políticos durante mucho añossin que éstos se conviertan en guerras. El conflictopolítico es universal, en tanto que la guerra esescasa. Yo argumento que allí donde la rebeliónresulta ser financieramente viable, habrá guerras.Como parte del proceso de la guerra, la organiza-ción rebelde tiene que generar el descontento degrupo, en aras de la efectividad militar. La genera-ción del descontento grupal politiza la guerra. Enconclusión, es la guerra la que produce el conflic-to político intenso, y no a la inversa8.

L A S A LT E R N A T I VA S : I N J U S T I C I A ,

N E C E S I D A D Y R E B E L D Í A

En Colombia esta nueva perspectiva econo-micista ha venido ganando adeptos, y es así comodistinguidos investigadores y académicos se hanmatriculado en la teoría de la codicia-depreda-ción para caracterizar la acción de las organizacio-nes guerrilleras. Boris Salazar, María del PilarCastillo y Mauricio Rubio son ejemplos revelado-res. Para los primeros,

no puede desconocerse, por supuesto, que el fenó-meno de la exclusión política, generado por elFrente Nacional, explica el surgimiento y prolifera-ción de las organizaciones armadas revolucionarias

6 Collier, Paul. Ob. cit., 2000.7 Ídem., pp. 98-99.8 Collier, Paul. Ob. cit., 2001, p. 43.

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activas en las décadas del setenta y del ochenta.Pero la dimensión política y revolucionaria de esasorganizaciones actúa en el contexto más amplio deuna organización social en la que la depredaciónsistemática, el ejercicio de la violencia y la búsquedade ventajas económicas prevalecen. Para decirlo deotra forma, no sólo la exclusión política explica elsurgimiento y consolidación de organizacionesarmadas revolucionarias en las décadas del setenta ydel ochenta. Hay una explicación más amplia y conun mayor poder de cobertura: en general el contex-to social favorecía la proliferación de los que esta-ban organizados para la depredación y para laimposición violenta, a costa del debilitamiento, yhasta la desaparición, de quienes no lo estaban9.

Mauricio Rubio, a su turno, realiza un notableesfuerzo para negar la tesis de la distinción entrela delincuencia común y la política, para resaltarque al fin y al cabo los delitos cometidos por unosy otros delincuentes tienen los mismos impactossociales, y que en su actividad militar, los guerrille-ros no solamente cometen innumerables delitoscontra la vida humana y contra la propiedad, sinoque sus ánimos rentísticos determinan en granmedida el tipo de prácticas a las que se dedican10.

En conexión con este debate es importanteresaltar que Barrington Moore, en su monumen-tal trabajo sobre las bases sociales de la injusticia yla revuelta11, arguye que si una cultura hace delsufrimiento un fin en sí mismo y todas las culturasconciben ciertas formas de sufrimiento comoinherentemente dolorosas, se justifica que consi-deremos que la ausencia de dolor es debida aalguna forma de anestesia moral o psicológica.Desde este punto de vista, Moore propone que laaseveración de que no hay un espíritu indomablede revuelta adquiere un sentido diferente. Estoquiere decir que en ciertas condiciones psicológi-cas y sociológicas particulares, la anestesia puedeser terriblemente efectiva12.

La superación de esta anestesia tiene, también,unas bases sociales. En primer lugar, un rápidocrecimiento de la capacidad de la sociedad de

producir bienes y servicios suficientes para aliviarla pobreza, de modo que ésta deja ser una condi-ción percibida como natural y se convierte en unproblema que podría ser resuelto. En estas cir-cunstancias, la pobreza empieza a producir condi-ciones de indignación que sustituyen a las deresignación. Y esta indignación será mayor cuantomás aumente el sufrimiento de los estratos bajos.En segundo lugar, es preciso que la insatisfaccióncon la situación de injusticia se expanda a lasclases dominantes de manera que se dividan y seaposible la formación de alianzas entre algunosdominantes y los dominados. En tercer lugar, esnecesario que algunos de los miembros de lasclases dominantes sean percibidos como parásitos,cuya inutilidad en la producción de riqueza esconcebida como una violación del pacto socialimplícito. A ello debe agregarse que es precisoque las causas de la miseria y el sufrimiento ten-gan culpables reconocibles: empleadores, grandespropietarios, altos funcionarios estatales, etc. Encuarto lugar, es indispensable la presencia y ac-ción de agitadores. Finalmente, en quinto lugar,es fundamental el desarrollo de espacios sociales yculturales que permitan que los dominados pue-dan, al menos, experimentar condiciones de me-joramiento de su situación. Esto quiere decir,simplemente, que el régimen imperante debepermitir algunas expresiones alternativas a losdominantes. En este sentido, los regímenes totali-tarios cierran las puertas a esos espacios y dificul-tan la acción reivindicativa o de revuelta13.

De lo anterior se infiere que las percepcionesde las injusticias y el desarrollo del descontentotienen bases y prerrequisitos sociales, y dadasciertas condiciones, se pueden convertir en elmotor de la rebelión. Es claro, desde luego, queun grado elevado de conciencia popular sobre lasituación es una condición necesaria pero nosuficiente para que la rebeldía tenga una expre-sión en alguna forma de acción colectiva o deguerra. También es claro que si no hay condicio-nes sociales y culturales para que se desarrollenpercepciones sobre los orígenes sociales de la

9 Salazar, Boris y Castillo, María del Pilar. La hora de los dinosaurios. Conflicto y depredación en Colombia. Cali-Bogotá: Cidse-Cerec, 2001.

10 Rubio, Mauricio. Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia. Bogotá: Tercer Mundo Editores - CEDE, 1999.11 Moore, Barrington. Injustice, the Social Bases of Obedience and Revolt. Nueva York, White Plains: M. E. Sharpe,

1978.12 Moore, Barrington. Ob. cit., p. 460.13 Ídem., pp. 468 y ss.

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miseria y sobre la existencia de responsables, y sinel desarrollo de organizaciones con liderazgolegítimo, las perspectivas de la rebeldía no tienenmayores posibilidades de desarrollarse. De otraparte, el soporte financiero de la rebelión es sinduda fundamental, y en esto la contribución deCollier es exacta. Pero la pregunta esencial, a laque trata de responder Moore, es si la ausencia deesos requisitos permite que la sostenibilidad eco-nómica de los rebeldes se convierta en la clave desu rebeldía. En otras palabras, la existencia derecursos es también condición necesaria pero nosuficiente para el desarrollo de la rebeldía.

A la luz de estas consideraciones, examinemosalgunas dimensiones del caso colombiano. Paraeste propósito es importante recorrer algunoshitos del desarrollo de las organizaciones insur-gentes, y esto se debe hacer a partir de sus propiaspercepciones de la situación. Éstas, independien-temente de su exactitud, precisión y objetividad,reflejan la manera como han definido la situaciónde injusticias y agresiones de las que han sidovíctimas, y esta definición en sí misma es una clavede su acción. Con ocasión de su 38 aniversario, lasFARC emitieron un comunicado en el que recons-truyeron sus primeros pasos y reiteraron lo quehan venido diciendo desde su inicio como fuerzabeligerante acerca de las razones de su lucha. Valela pena citar el documento in extenso:

El 27 de mayo de 1964, hace 38 años surgieron lasFARC-EP como respuesta política, económica,social y armada a la agresión del Régimen políticooligárquico del bipartidismo liberal-conservador,contra los marquetalianos, la que se extendió des-pués a todas las organizaciones populares. En 1964el Estado colombiano comenzó con 16.000 hom-bres, la más grande operación militar de extermi-nio contra 46 hombres y dos mujeres bajo elmando del Comandante Manuel Marulanda Vélez,en Marquetalia.

Fue el Congreso de la Republica, influenciadopor Álvaro Gómez Hurtado, el que autorizó alPresidente Guillermo León Valencia agredir aMaquetalia, acusándola de ser una “RepúblicaIndependienteÓ, porque en ella se habían queda-do, gracias a la fertilidad de sus tierras, la mayoríade los amnistiados. Contando para esta agresióncon el apoyo irrestricto de los altos mandos milita-

res, asesorados éstos, por oficiales del Pentágono yrespaldados en su cometido por la gran prensa, losjefes de los dos partidos tradicionales, los latifun-distas y los terratenientes. El generalato pensó quetres semanas era tiempo más que suficiente paraacabar con el grupo de 48 valientes campesinos yentregarle a los militaristas un parte de victoria.Los marquetalianos después de ser agredidos, deci-dieron en una asamblea levantarse en armas. Antesde iniciarse la agresión contra Marquetalia, lasFARC hicieron distintos llamamientos públicosdirigidos al Congreso, a los jefes de los partidospolíticos, a las organizaciones sociales, a las perso-nalidades civiles y militares, a la Iglesia católicacolombiana, a las Naciones Unidas, a la Cruz RojaInternacional, a los intelectuales de Europa, entreotros, para que contribuyeran a persuadir al Esta-do y al Gobierno de Colombia sobre la conve-niencia de darle solución pacífica y satisfactoriaa las justas peticiones de los marquetalianosamnistiados, sin necesidad de volver a recurrir a laconfrontación armada. Pero se impuso, comosiempre, la intransigencia y la voracidad de losintereses mezquinos de la oligarquía gobernante aquien le pareció más barato no invertir cinco mi-llones de pesos en la construcción de vías de pene-tración, escuelas, puestos de salud y un centro demercadeo para sus productos, sino liquidarlosfísicamente por medio de la fuerza, y con ello aho-gar en sangre el deseo de cambio de la mayoría decolombianos, para que el Estado continuara, sinobstáculo alguno, con su política de “tierra arrasa-da” contra el pueblo, expropiando a los campesi-nos de las mejores tierras y entregando nuestrasriquezas y soberanía a los más oscuros intereses delcapital transnacional, liderado por el Fondo Mone-tario Internacional14.

Treinta años después los puntos de vista enrelación con su historia siguen siendo similares: eltema de los agravios de que han sido víctimas loscolombianos a quienes dicen representar, conti-núa inspirando su lucha reivindicativa. En res-puesta a una carta enviada por un grupo deintelectuales y académicos a la CoordinadoraGuerrillera Simón Bolívar en noviembre de 1992,en la que le reiteraba a la Coordinadora Guerrille-ra Simón Bolívar que su lucha había sido legítimaen su origen, pero que los métodos utilizados, el

14 “38 años de FARC-EP. Documento de análisis de los voceros de las FARC-EP”. Anncol, 29 de mayo de 2002.Véase: Pizarro, Eduardo. Las FARC (1946-1966). De la autodefensa a la combinación de todas las formas de lucha.Bogotá: IEPRI -Tercer Mundo Editores, 1992.

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secuestro, la extorsión y la vinculación con elnarcotráfico las habían hecho perdido su sentidooriginal, la organización respondió que:

Es importante destacar que la lucha guerrillerarevolucionaria en Colombia, nació, se desarrolló ycontinúa creciendo como respuesta popular a lapermanente violencia del Estado que impide asangre y fuego la existencia de una oposición alEstablecimiento. No ha sido, pues ni un fin ni unobjetivo. Ha sido simplemente un medio para re-sistir la agresión y luchar por la democracia y ladignidad (…) Las formas de lucha que ha escogi-do el pueblo colombiano para alcanzar un futurodigno no han sido de su libre elección. Se las hanimpuesto. No les han dejado opción15.

En el proceso de paz con el gobierno delpresidente Pastrana, las FARC han reiterado sudiscurso sobre sus orígenes y agravios, y en suplataforma política, que ha servido de base a laeventual negociación, plantearon los términosde sus reivindicaciones políticas y sociales, quese convirtieron en el fundamento de los diálo-gos con el gobierno16.

A su turno, en el Manifiesto de Simacota, quele dio vida al ELN, esta organización expresó:

La educación se encuentra en manos de negocian-tes que se enriquecen con la ignorancia en quemantienen a nuestro pueblo; la tierra es explotadapor campesinos que no tienen dónde caerse muer-tos y que acaban sus vidas y las de sus familias enbeneficio de las oligarquías que viven en las ciuda-des como reyes; los obreros trabajan por jornales dehambre sometidos a la miseria y la humillación de

los grandes empresarios extranjeros y nacionales;los profesionales e intelectuales jóvenes demócratasse ven cercados y están en el dilema de entregarse ala clase dominante o perecer; los pequeños y media-nos productores, tanto del campo como de la ciu-dad, ven arruinadas sus economías ante la cruelcompetencia y acaparamiento por parte del capitalextranjero y de sus secuaces vende patrias; las rique-zas de todo el pueblo colombiano son saqueadaspor los imperialistas norteamericanos (...) Peronuestro pueblo que ha sentido sobre sus espaldas ellátigo de la explotación, de la miseria, de la violen-cia, se levanta y está en pie de lucha. La lucha revo-lucionaria es el único camino de todo el pueblopara derrotar el actual gobierno de engaño y deviolencia17.

Nótese cómo, a diferencia de las FARC, el ELNhace más énfasis en la codicia de las clases domi-nantes y sus efectos sobre las clases populares.Aquí la noción de agravios cede su paso a la deinjusticias sociales de las cuales es víctima el con-junto del pueblo colombiano. A este respecto,vale la pena señalar cómo una observadora delconflicto colombiano, la politóloga Terry Karl,coincide con esta posición y reconoce que, alcontrario del argumento de la codicia y la vengan-za adelantado por Collier, en el caso colombianoes la codicia de las clases dominantes la que nutrelos agravios, y cómo las motivaciones de los rebel-des siguen siendo relevantes en el presente18.

Estas narrativas de agravios e injusticias po-drían interpretarse, a la manera de Collier, comoun discurso justificatorio de motivaciones econó-micas recónditas. Más aún, Collier acepta que losdirigentes de la rebelión pueden creer en el dis-

15 Carta del 2 de diciembre de 1992 de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar a los firmantes de la carta denoviembre del mismo año, policopiado. Entre los firmantes se destacaron Gabriel García Márquez, FernandoBotero y Antonio Caballero, quienes son los destinatarios de la carta.

16 En el acuerdo con la comisión negociadora del gobierno Pastrana se adoptaron los siguientes puntos:solución política negociada, protección de los derechos humanos como responsabilidad del Estado, políticaagraria integral, explotación y conservación de los recursos naturales, estructura económica y social, reformasa la justicia, lucha contra la corrupción y el narcotráfico, reforma política para la ampliación de lademocracia, reformas del Estado, acuerdos sobre derecho internacional humanitario, fuerzas militares,relaciones internacionales y formalización de los acuerdos. Cfr. Corporación Observatorio para la Paz. Lasverdaderas intenciones de las FARC. Bogotá: Intermedio Editores, 1999, pp. 267 y ss. Acerca del debate sobre lonegociable y no negociable en el caso colombiano, véase: Posada Carbó, Eduardo; Deas, Malcolm y Powell,Charles. La paz y sus principios. Bogotá: Alfaomega - Corporación Ideas para la Paz, 2002.

17 ELN, Manifiesto de Simacota, reproducido en Corporación Observatorio para la Paz. Las verdaderas intencionesdel ELN. Bogotá: Intermedio Editores, 2001, pp. 45-46.

18 Comentarios al informe de Marc Chernick sobre Colombia, en Woodrow Wilson Center for InternationalScholars, International Peace Academy, The Economics of War. The Intersection of Need, Greed, and Creed. AConference Report, Septiembre 10, 2001, p. 23.

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curso, es decir, que éste no es un simple subterfu-gio para esconder la codicia. Sin embargo, ennuestro caso, es difícil aceptar que un discursoencubridor pueda sostenerse durante más detreinta y cinco años sin que se desnuden sus do-bleces y sin que en el interior de las organizacio-nes surjan fuertes disensos en torno a unasupuesta desviación de los objetivos originales y susustitución por una actividad simplemente econó-mica predatoria. Las expresiones de los insurgen-tes a lo largo de los diferentes procesos denegociación muestran una fuerte consistencia delos discursos sobre sus temas originales como labase de su razón de existir, así la rutinización de laguerra –con sus secuelas de degradación, excesosy atrocidades– tienda a desdibujar las motivacio-nes originales.

Cabe también la posibilidad de que el desarro-llo de la dinámica militar convierta a los gruposarmados en fuerzas de ocupación y depredaciónen algunas de las regiones en donde actúan. No esde extrañar que las guerrillas sean proclives ausurpar los intereses locales y a presentar los suyospropios como los de la población civil bajo sucontrol. En estas condiciones, es muy posible quelos contenidos ideológicos se diluyan y se transfor-men en prácticas de dominación mediante lascuales las poblaciones locales se convierten enrehenes y servidoras involuntarias de los alzadosen armas.

Es pertinente preguntarse, sin embargo, si eldiscurso y la narrativa dominantes realmente pe-netran en las mentes de los miembros de las orga-nizaciones. Un argumento a favor de la idea deque se trata de un discurso de los dirigentes y node las bases, podrían ser justamente los orígenessociales de éstas. Se podría suponer que una even-tual distancia social y cultural entre unos dirigen-tes relativamente educados y unas basescampesinas empobrecidas y con limitaciones edu-cativas, impediría a estas últimas estar en condi-ciones de racionalizar y explicar las complejidadesde las injusticias sociales, a pesar de sus propiascondiciones de pobreza y de ser las principalesvíctimas de las injusticias y los agravios. En estesentido, la militancia estaría más basada en elengaño, la oferta de mejores niveles de ingreso osimplemente de la solución de problemas perso-nales. Algunos testimonios de desertores podríanaportar bases para estos mecanismos de recluta-

miento. Pero, por otra parte, otros testimoniosseñalan cómo la instrucción política es una prácti-ca constante, y de ello se podría inferir que losdiscursos y narrativas sí tienen alguna eficacia enla construcción de la visión del mundo y las razo-nes de la lucha entre los cuadros y militantes.Ciertamente no contamos con bases empíricaspara afirmar cualquiera de las opciones, y proba-blemente lo mejor sea aceptar que puede habertanto de lo uno como de lo otro.

Otra dimensión del reconocimiento de que lainsurgencia armada no cuenta con una fuertebase de apoyo popular, es que cualquiera que seala eficacia del discurso, ésta se reduce a la organi-zación insurgente. Es posible que esto se debajustamente al carácter militar de la lucha, porcuanto ésta por definición excluye a la mayoría dela población que no está en condiciones de tomarlas armas; o también a que esa militarización lleva,como de hecho ha llevado, a la comisión de unnúmero importante de intolerancias, excesos,errores y abusos, de los que la población resultavíctima y que se convierte en enemiga o al menosen actor neutral.

Pero también la ineficacia del discurso puededeberse a que una población que percibe el senti-do de la injusticia y el sufrimiento, pero no en-cuentra vías de expresión organizada contra losopresores, probablemente derive en opcionesanárquicas, individualistas y apolíticas, o en unhiperdesarrollo de la delincuencia, organizada ono. En un ensayo anterior sostuve la tesis de quefrente a los cierres para la acción colectivareivindicatoria, algunos sectores sociales puedenrecurrir a prácticas como el rebusque, elclientelismo o la corrupción, en las que las opcio-nes individuales dominan sobre las posibilidadesde organización, y que operan como artilugiospara percibir algunos beneficios individuales delmercado o del Estado19. El rebusque es una típicafórmula que tiende a hacer desaparecer la respon-sabilidad del Estado en la garantía de los mecanis-mos de supervivencia y reproducción social dequienes recurren a él. El clientelismo y la corrup-ción son, por el contrario, mecanismos mediantelos cuales se busca obtener recursos del Estadopor vías privadas o ilegales. En ambas tendenciasse despoja al Estado de sus responsabilidades y selo debilita en su legalidad.

Éstos son típicos recursos a los que se puede

19 Camacho Guizado, Álvaro. “Democracia, exclusión social y construcción de lo público en Colombia”. En:Nueva Sociedad. No. 171, enero-febrero de 2001.

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acudir en ausencia de los mecanismos de supera-ción de la anestesia que señala Moore. Si la legali-dad y el marco institucional son débiles y noconcitan adhesiones, y si el sistema político nogarantiza una amplia inclusión de la población enel marco de decisiones y obtención de recursos,las opciones individuales y las prácticas ilegalesencuentran caminos expeditos. En tales condicio-nes, unirse a una lucha revolucionaria, que impli-ca privaciones, sacrificios y riesgos, no tiene mayorsentido. Las ofertas de beneficios que puedenpresentar las guerrillas no pueden competir conestas otras opciones. Los insurgentes terminan,así, representándose solamente a sí mismos.

Finalmente, y como contraprestación, ¿qué sele puede pedir a una organización rebelde cuan-do las propias cifras oficiales destacan los aplaza-mientos de las reformas sociales reclamadas porella desde hace más de tres décadas, cuando sehace evidente el creciente desarrollo de la des-igualdad social, las dificultades del acceso de lamayoría de la población a bienes y servicios pro-metidos por los dirigentes con insistente regulari-dad? ¿Qué se puede argumentar frente a unafrustración histórica de generaciones? Más aún,¿cómo pedir un desarme de los insurgentes si setienen experiencias recientes de exterminios demilitantes en tregua o en proceso de reinserción?

C O D I C I A Y R E B E L D Í A

Volvamos al tema de la codicia de Collier. Sealo primero aceptar su noción de que las bases delconflicto no son las mismas de la guerra. El prime-ro, puede estar basado tanto en la percepción deinjusticias y agravios como en la ideología de losrebeldes, para quienes las condiciones prevale-cientes en sus sociedades deben ser cambiadas.Otra cosa es, sin embargo, que el conflicto puedatransformarse en guerra, para lo cual la disponibi-lidad de recursos financieros para los rebeldes esuna clave ineludible. Aunque la lógica de la argu-mentación pueda ser correcta, quedan, no obstan-te, algunos puntos que requieren mucha mayorelaboración.

El primero de ellos es la discusión sobre elorigen de los recursos necesarios para la guerra.Collier reconoce que los gobiernos siempre pue-den financiar sus ejércitos mediante la imposiciónde tributos y, por tanto, pueden guerrear unoscon otros. En cambio, las circunstancias para que

una organización rebelde pueda financiar unejército son realmente excepcionales20. Este puntoes central, porque remite al tema fundamental dela financiación de la rebelión. En efecto, ¿cuálespueden ser las fuentes legítimas de recursos parasostener un ejército rebelde, que no tiene unaopción similar a las del Estado? Si durante la vi-gencia de la Guerra Fría era teóricamente posibleobtenerlos de los países del Bloque Soviético, hoyesa opción está totalmente descartada. ¿Cuálespueden ser, entonces, esas fuentes opcionales? Laliteratura contemporánea sobre el tema ha abun-dado en la descripción de casos de fuerzas rebel-des que recurren al comercio internacional demercancías legales como diamantes, o ilegales,como heroína, cocaína o marihuana. Pero tam-bién pueden recurrir a prácticas internas como elsecuestro, la extorsión, el robo de recursos natura-les, los asaltos bancarios, etc.

Claramente estamos frente a dos opcionesdiferenciables, sea que se trate de productos lega-les o ilegales, y sea que se actúe en mercados in-ternacionales o internos. Cuando se trata debienes legales y mercados internacionales, losrebeldes se ligan con compradores legales, a quie-nes el comercio de estos bienes convierte enreceptadores21, pero quienes no son objeto decastigo en sus respectivos países. En el segundocaso, los rebeldes de cualquier manera requierenlas divisas necesarias para la adquisición de armas,en cuyo caso también se enlazan con productoreslegales en un comercio frecuentemente clandesti-no o disfrazado. El problema, así, es fundamental,puesto que de cualquier forma hay complicidadesinternacionales que nutren las confrontacionesmilitares internas. Si las mercancías son ilegales,los insurgentes se enlazan con la delincuenciainternacional organizada, pero si son legales, lohacen con comerciantes reconocidos: en amboscasos el comercio nutre la guerra.

Finalmente, otra opción es que se trate deproductos que son por sí mismos nocivos e ilega-les. Una cosa es el comercio ilícito de esmeraldas,oro o diamantes, y otra el de heroína o cocaína.En el segundo caso, los rebeldes no sólo se ligancon bandas de delito internacional organizado;también contribuyen a deteriorar condiciones devida de sectores de la población consumidora. Lamagnitud del delito internacional es mucho ma-yor, desde luego, y esto contribuye, más que algu-

20 Collier, Paul. Ob. cit., 2001, p. 30.21 Reducidores, en el lenguaje colombiano.

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nas acciones internas delictivas de los rebeldes, adeslegitimarlos ante las comunidades nacional einternacional.

En Colombia el ELN ha sido insistente en con-siderar el narcotráfico como un delito de lesahumanidad, y ha negado sistemáticamente suvinculación con traficantes. Ha preferido optarpor el secuestro (la retención, en su lenguaje) o laextorsión (el impuesto revolucionario), que obvia-mente concibe como opciones menos deletéreas ypor tanto más legítimas. Es una opción basada enconsideraciones políticas y éticas, al fin y al cabo.En el Acuerdo de Puerta del Cielo, una de lastantas bases de negociación en las que se ha em-barcado el ELN, leemos que la organización

se compromete a suspender la retención o priva-ción de la libertad de personas con propósitosfinancieros, en la medida en que se resuelva porotros medios la suficiente disponibilidad de recur-sos del ELN, siempre que –mientras culmina elproceso de paz con esta organización– no se incu-rra en su debilitamiento estratégico22.

Más aún, en el informe a la organización deuno de los negociadores del ELN en las recien-tes conversaciones con el gobierno nacional enLa Habana, se lee que luego de que el ELNexigiera una suma determinada para mantenera sus efectivos durante un período de tregua, laspartes no llegaron a un acuerdo: “Fuera de exis-tir diferencias en la cantidad de fuerza a cubriry el monto necesario a cubrir per se (sic), existie-ron diferencias sobre el manejo y la autonomíade los fondos”23.

Las FARC, en cambio, no han hecho una con-dena similar del narcotráfico, al que consideranun fenómeno social y económico propio de lamiseria campesina, y que se resolverá eventual-mente cuando los productores puedan vivir deotros productos legales. En el proceso de negocia-ciones con el gobierno han propuesto, sin embar-go, una actividad conjunta para experimentar conla erradicación manual de los cultivos ilícitos, ypara ello solicitaron el despeje de un municipioadicional a los asignados en el proceso de nego-ciaciones, lo que no fue aceptado por el gobierno.

Al mismo tiempo, han argüido también que nogravar la producción y exportación de la droga

sería una forma de subsidio a productores y co-merciantes, lo que constituye una forma de discri-minación positiva a favor de los narcotraficantes,especialmente. El tema al que no hacen mayoralusión, y sobre el cual volveremos, es saber hastaqué punto estas consideraciones han pasado a unsegundo lugar frente a la necesidad ineludible deobtener recursos financieros crecientes para laguerra; es decir, si las exigencias económicas supe-ran la filantropía frente a los campesinos pobresde las zonas de producción.

El segundo punto es la discusión necesariasobre la destinación de los recursos por parte delas organizaciones rebeldes. Una cosa es que losinsurgentes sean codiciosos, que tengan un ánimode lucro y que hagan apropiaciones privadas delos recursos obtenidos con el propósito de en-riquecerse o disfrutar en forma individual o co-lectiva de los mismos, y otra es que éstos seandedicados a fortalecerse en lo militar y lo estraté-gico. Aunque ha habido suficiente información deprensa para afirmar que se han dado no pocoscasos de desertores codiciosos, no tenemos sufi-ciente información sobre su número y las razonesde su deserción. Es posible, desde luego, queexista un número apreciable de casos de este tipo,y en este sentido adquiere validez el argumentode Rubio cuando señala que es un error imputar-le a la totalidad de los miembros de una organiza-ción insurgente una clara motivación altruista24.Sin embargo, esta argumentación no puede con-vertir en regla ese comportamiento.

Otra línea aún es que las frecuentes accionespredatorias, las intolerancias y los abusos quecomenten agentes guerrilleros con la poblacióncivil lleven a crecientes sectores de la poblacióncivil a imputarles a las organizaciones guerrillerasfines de enriquecimiento. El secuestrar ciudada-nos que no forman parte de la élite económicanacional, a medianos empresarios y propietariosde tierras, el robo de vehículos y otras tantas prác-ticas abusivas y violentas contra ciudadanos iner-mes, da pie para que se construya esa idea, quetiende a generalizarse en la medida en que losinsurgentes actúan cada vez más frecuentementede manera predatoria.

Sin embargo, las perversiones observables nopueden oscurecer el panorama general de la rebe-lión. En este sentido, y si se acepta que podemos

22 Acuerdo de Puerta del Cielo entre el ELN y la Comisión Nacional de Paz, Artículo 9.23 “La paz exige grandeza”. 3 de junio de 2002 y “Rueda radial nacional”. 17 de mayo de 2002. (Coyuntura

nacional e internacional, tregua integral bilateral).24 Rubio, Mauricio. Ob. cit., pp. 114 y ss.

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estar ante una tendencia a la criminalización de lalucha guerrillera, el aplazamiento de alternativas ynegociaciones políticas es el mejor combustiblepara esta dinámica perversa.

Este último punto lleva a hacer énfasis en lanecesaria distinción entre los abusos militares yestratégicos y los económicos o predatorios, cuan-do éstos están al servicio del ánimo de lucro. Lavoladura de puentes y torres de energía eléctrica,la toma y destrucción de pueblos, los secuestrosmasivos, el uso de armas prohibidas, la ejecuciónde civiles desarmados y otras violaciones del Dere-cho Internacional Humanitario, que son objetode condena universal, suscitan rechazos justi-ficados de las víctimas y son también objeto decondena. Estas acciones afectan, desde luego, alconjunto de la población, producen desplaza-mientos masivos de gentes, descontento y miseria,pero tienen que ser vistas como parte de una gue-rra, que no por ser irregular y degrada pierde sudimensión política. Cuando se trata de atracos,robos o asaltos que engrosan los bolsillos privadosde sus autores se ha perdido esa dimensión.

Esto justamente suscita el cuarto comentario:la prolongación de la guerra, la intersección entrelas necesidades militares y la búsqueda de recur-sos financieros para alimentarla se han traducidoen una situación en la que es muy difícil distinguiry separar la acción política rebelde del delito co-mún organizado. De nuevo, una cosa es que losinsurgentes cobren impuestos-vacunas a los secto-res más ricos del país, o que reclamen subsidiosde las multinacionales; otra es que en la adquisi-ción de ingresos se liguen con delincuentes nopolíticos. El intercambio de secuestrados o lacomercialización de drogas ilícitas no sólo sondelitos en sí mismos: son mecanismos mediantelos cuales los intereses de los rebeldes y los de losdelincuentes no políticos se igualan y se comple-mentan. En este sentido puede afirmarse que unade las grandes paradojas de la lucha guerrilleracolombiana es que si bien puede aceptarse que alos guerrilleros no los inspira la codicia, sí contri-buyen a despertarla o exacerbarla en otros: en losdelincuentes comunes organizados. Así no loreconozcan públicamente, a ellos les corresponde

la responsabilidad histórica de incrementar ladelincuencia, facilitar el rebusque y la corrupcióny, lo que es peor, obstaculizar una eventual con-ciencia social de parte de los sectores más domi-nados y excluidos de la sociedad que los pudierallevar a organizarse en acciones colectivas de rei-vindicación y cambio social.

Un quinto punto tiene que ver con las estrate-gias de ubicación territorial de las guerrillas. És-tas, en efecto, han tendido a privilegiar lasregiones más dinámicas económicamente, encuanto son la fuente privilegiada de recursos fi-nancieros. Según Camilo Echandía, quien haseguido sistemáticamente el tema, las guerrillasbuscan asentarse en municipios de campesinadomedio cafetero y no cafetero, de latifundio gana-dero, de agricultura empresarial, de minifundioandino deprimido o de estructura urbana25. Perode manera preferencial, las FARC especialmente,han buscado copar las regiones productoras dehoja de coca, en donde encuentran las mayoresfuentes de excedentes líquidos fácilmenterecolectables. En esas mismas regiones encuen-tran también una población joven, compuesta poraventureros o campesinos locales, quienes se con-vierten en los objetivos favoritos del reclutamientovoluntario o forzado.

La coexistencia geográfica de las FARC y loscultivos ilícitos ha dado pie a la teoría de la narco-guerrilla, la cual ha servido para desacreditarlas ypropiciarles una severa derrota internacional, alpunto que analistas como Collier han llegado aafirmar que las organizaciones rebeldes colombia-nas (de la extrema izquierda y la extrema derecha)que surgieron basadas en los agravios (grievance-based organizations), hoy se han convertido enbaronazgos de la droga26. El ELN ha su turno haprivilegiado las regiones productoras de petróleo,oro y carbón, donde también encuentra liquidezinmediata y población joven reclutable.

Estos patrones de ubicación territorial hanincidido también en el estímulo a formas parale-las de violencia. A este respecto se han realizadoinvestigaciones en las que se muestra cómo losincrementos en la criminalidad homicida en algu-nos municipios se relaciona con la presencia de

25 Echandía, Camilo. “Expansión territorial de las guerrillas colombianas: geografía, economía y violencia”. En:Llorente, María Victoria y Deas, Malcolm (editores). Reconocer la guerra para construir la paz, Bogotá: CEREC-Uniandes-Norma, 1999. Véase también: “Evolución reciente del conflicto armado en Colombia: la guerrilla”.En Arocha, Jaime; Cubides, Fernando y Jimeno, Myriam (compiladores). Las violencias: inclusión creciente.Bogotá: Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia - Colección CES, 1998.

26 Collier, Paul. Ob. cit., 2000, p. 100.

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organizaciones insurgentes; con su acción co-rroen los aparatos de justicia y seguridad ciudada-na, y estimulan formas de delincuencia que sonde su conveniencia en tanto les permiten los inter-cambios ya mencionados27.

U N B A L A N C E : AG R AV I O S Y CO D I C I A

De nuevo, la investigación empírica sobre lasrelaciones entre la codicia y el ánimo reivindicatoriode injusticias de las guerrillas colombianas, valedecir, entre el ánimo de lucro y el afán justiciero,requiere información más detallada. La complejidadde nuestro conflicto armado es tal que las barrerasentre las motivaciones egoístas y las altruistas soncrecientemente tenues, y es innegable que este pro-ceso de indistinción deberá incrementarse con elpaso del tiempo si no se afronta de manera decididauna política alternativa de paz y resolución deconflictos. El ejemplo del paramilitarismo sirve parailustrar el punto. En efecto, ante la incapacidadestatal de llevar a cabo una política eficaz de paz,varios sectores propietarios, en particular narco-traficantes convertidos en terratenientes, estimula-ron y financiaron organizaciones armadas con elargumento de que era necesario poner fin a losabusos guerrilleros. Lo que empezó como un siste-ma relativamente concentrado en una región delpaís y como una organización específica de defensade unos cuantos terratenientes, hoy se ha convertidoen un ejército alternativo a las guerrillas, quecrecientemente logra una cobertura nacional. Puesbien, sus fuentes de financiación siguen cursos simi-lares a los de las guerrillas. Se asientan en zonas defuerte actividad económica, de concentración de lapropiedad agraria en grandes extensiones ganaderasy, en especial, de proliferación de cultivos ilícitos. Elque en los casos de los grandes propietarios las con-tribuciones sean voluntarias o forzadas no cambiamucho las cosas: de cualquier manera, son aparatosmilitares que viven de los excedentes económicoslocales.

Carlos Castaño ha reiterado que si bien suorganización no ampara y cohonesta elnarcotráfico, sus huestes sí se nutren de sus apor-tes. A diferencia de las FARC, que se apropian delos excedentes producidos por los campesinoscultivadores, los paramilitares perciben los suyosde los narcotraficantes propietarios de tierras,

aunque no desechan el impuesto a los producto-res directos. De esta manera, la coca financia losdos extremos de la guerra: coca para las FARC,cocaína para los paramilitares.

Sin duda lo más importante en el desarrollodel paramilitarismo es el proceso de cambio quese puede detectar en sus orientaciones políticas28.En efecto, lo que empezó como una decisión dedefender a sangre y fuego la propiedad territorial,e incluso el negocio de la cocaína, crecientementetiende a transformarse en un proceso de poli-tización. Es errático y contradictorio, desde luego,en la medida en que su defensa de un orden so-cial pasa por el ejercicio permanente del asesinatoy la masacre de poblaciones campesinas que son,en su supuesta teoría política, las víctimas directasde la acción guerrillera.

Pero independientemente de esta contradic-ción, un seguimiento a las posiciones expresadaspor la cúpula paramilitar indican que cada díaafianzan más un discurso político, dibujado comouna contradicción sistemática con las pretensionesmilitares guerrilleras. No hay que olvidar, por otraparte, que un número considerable de comandan-tes del paramilitarismo son antiguos miembros delas guerrillas y del Ejército Nacional. Aunque eltránsito de una organización a otra los puede ma-tricular en la categoría de mercenarios, es tambiénmuy probable que aporten a la nueva organización,además de informaciones sobre la naturaleza, orga-nización, estrategias y tácticas guerrilleras, algunosprincipios políticos aprendidos durante sus anterio-res militancias. Si se supone que los guerrilleros ymilitares se inscribieron en esas organizaciones porun sentido de defensa de unos ideales o principios,no es muy absurdo pensar que conserven algunosde ellos, sólo que ahora planteados desde el otroextremo del espectro político-ideológico.

El texto siguiente, publicado con ocasión de lasrecientes elecciones presidenciales, es una muestrade cómo las Autodefensas Unidas de Colombiaperciben el proceso político colombiano:

Las AUC tienen una unidad política como ideolo-gía, pero en las AUC hay conservadores, noemistas(sic), uribistas o serpistas. Eso es democracia. Novamos a hacer proselitismo por ningún candidatoy respetamos las preferencias electorales de nues-

27 Echandía, Camilo. “Violencia y desarrollo en el municipio colombiano, 1990-1992”. En: DANE. Boletín deestadística, No. 476, 1995. Cfr. Rubio, Mauricio Ob. cit., pássim.

28 Véase Cubides, Fernando. “De lo privado y de lo público en la violencia colombiana: los paramilitares”. En:Arocha, Jaime; Cubides, Fernando y Jimeno, Myriam. Ob. cit.

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tra base social. Mi propuesta es que haya una vota-ción masiva en Colombia, pero que cada quienvote por quien quiera29.

Y en el mismo sentido se ha expresado reitera-damente el máximo dirigente político de la orga-nización:

Las Autodefensas Unidas de Colombia nos com-prometemos, por convicción, a respetar el libreejercicio de la democracia en las elecciones presi-denciales del próximo domingo. Igualmente, invi-tamos a todos los colombianos, particularmente alos habitantes de las regiones donde las AUC ejer-cemos presencia social y política, y que gozan delderecho constitucional para ejercer el voto deopinión, a que participen de este espectáculo de lademocracia depositando su voto por el candidatoo la candidata de su preferencia.

Las AUC, como organización armada, estáncompletamente al margen de la contienda electo-ral. No estamos unidos en torno a ningún candida-to en particular. Hay en nuestra organizaciónserpistas, uribistas, noemicistas y otros con Garzón.Nuestras tropas están exclusivamente atentas abrindar seguridad a los colombianos ante la ame-naza proferida por las FARC y el ELN, quienes seempeñan en impedir las elecciones. Este mismomensaje hemos impartido directamente a todos ycada uno de nuestros comandantes quienes lodifunden en sus respectivas regiones.

Las AUC pedimos que se incremente la presen-cia de observadores de la OEA en nuestras zonasde influencia y en todo el país, para que no quedela menor duda a la comunidad internacional denuestro respeto al libre desarrollo democrático dela próxima contienda electoral.

Liderazgo y autoridad legítima sólo se adquie-ren con el consenso que otorga la libre voluntadde un pueblo a su presidente. Es éste el mérito y lagobernabilidad que puede alcanzar cualquiera delos candidatos el próximo domingo. A ver si algúndía conseguimos que el Estado nos ayude a dirimirnuestros conflictos sin matarnos entre nosotros ydespertarnos un día con ese Estado Social de Dere-cho, eso con lo que tanto soñamos30.

Ahora bien, no parece que se pueda hacer ladistinción entre guerrilleros y paramilitares en lo

que respecta a la dicotomía entre agravios y codi-cia. Que los paramilitares defiendan a los propie-tarios y al Estado y su legalidad, indica que no losinspira la simple codicia. Como se ha dicho enotras oportunidades, en este sentido los para-militares son el espejo de las guerrillas. Sus diferen-cias se dan en otros terrenos; particularmente en elcarácter y estilo de sus luchas: el optar por cometerasesinatos colectivos y masacres contra poblacionesciviles indefensas, el forzar el éxodo de campesi-nos, el ejecutar las llamadas limpiezas sociales, losconvierte en una fuerza muy diferente de las gue-rrillas, ciertamente, pero no les da el carácter decodiciosos. Esto no significa, vale reiterarlo, que losparamilitares puedan hacer simple y llanamenteuna transición hacia lo político: el peso de su pasa-do de asesinatos de civiles y su relación orgánicacon los narcotraficantes es demasiado fuerte. Ten-drán que experimentar muchos más cambios antesde que puedan acceder al calificativo de delincuen-tes políticos.

G A N A D O R E S Y P E R D E D O R E S

Las guerras civiles infligen costos muy altos a unaeconomía. Estimo que en promedio durante lasguerras civiles la economía como un todo declinacerca de 2,2 por ciento por año en relación consu senda de crecimiento. Ésta parece ser una cifrapequeña, pero implica que después de una déca-da de guerra una sociedad tendrá un ingreso 20por ciento más bajo que lo que de otra maneratendría31.

Sin embargo, estas pérdidas para la sociedadpueden ser ocasiones de lucro para algunos de susmiembros. Según Collier, durante los períodosbélicos las sociedades devienen menospredecibles, lo que estimula los comportamientosespeculativos y oportunistas de quienes buscan laganancia rápida y eficaz, sin que importen lasconsideraciones sobre la buena o mala reputaciónde los negociantes. En segundo lugar, en esosperíodos tiende a incrementarse la criminalidad.Los estados reducen el gasto en policía, lo quegenera mayor inseguridad, que se traduce en unamengua de negocios legítimos e inversiones alargo plazo: los financistas más alertas tratan devolver líquidos sus activos y tienden a sacarlos delpaís, buscando con ello mayor seguridad y renta-

29 Entrevista a Carlos Castaño. El Espectador, 19 de mayo de 2002.30 Carlos Castaño Gil, Dirección política AUC. Colombia, 20 de mayo de 2002. Véase también: Aranguren

Molina, Mauricio. Mi confesión. Carlos Castaño revela sus secretos. Bogotá: Editorial Oveja Negra, 2001.31 Collier, Paul. Ob. cit., 2000, p. 101.

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bilidad. En tercer lugar, la guerra producedistorsiones y fallas en la información, lo que setraduce en un debilitamiento de la competenciaque reduzca los márgenes de rentabilidad yestablezca equilibrios entre las partes. Los opor-tunistas tenderán a dificultar la entrada de com-petidores, los mercados a ser más monopólicos,y así los márgenes de ganancia se incrementan.En cuarto lugar, los márgenes de apropiaciónde rentas y depredación en el mercado seincrementan tanto para los rebeldes como paralos funcionarios corruptos, ya que su acción pue-de ser más clandestina. Intercambios de infor-mación sobre capitalistas secuestrables, venta dearmas de dotación oficial, favorecimiento encontratos de gasto público, establecimiento decontroles al transporte de mercancías y otros me-canismos de obtención de ganancias extraordina-rias tienden a incrementarse en medio deldesorden de la guerra32.

En nuestro caso, los perdedores con la guerrasomos los colombianos que debemos sufragar el1,55% del PIB representado en el exceso del gastomilitar, el gasto en salud, la pérdida de vidas aso-ciadas al conflicto, los ataques a la infraestructura,los desplazamientos forzados secuestros, robos yextorsiones33. Es claro que en el caso de los des-plazamientos, los secuestros, robos y extorsiones,más allá del sufrimiento o empobrecimiento delas víctimas, su dimensión económica se expresaen cambios en la propiedad, y en consecuenciano son costos para la sociedad. A estas cifras sedebe agregar lo que representa el descenso en lainversión extranjera y la fuga de capitales. A loanterior se debe sumar el gasto en seguridad, quePlaneación Nacional estima en el 3,5% del PIB.La verdadera dimensión de estas cifras se haceevidente cuando se considera que se trata de fon-dos que bien podrían ser invertidos en la resolu-ción de las múltiples necesidades insatisfechas dela población.

Los perdedores contrastan con los ganadores.Los traficantes de drogas ilícitas han encontradoen la protección de grupos armados un mecanis-mo para obtener ganancias extraordinarias a par-tir del cobro de primas de riesgo. Su aporte

significa ingresos para los diferentes grupos arma-dos. Aunque una porción de éstos se dedica apagar salarios y al avituallamiento de los miem-bros, y en este sentido lo que sale de un bolsillopasa a otro, y por tanto no es un costo real, otrabuena parte se gasta en la importación de arma-mento. Los traficantes de armas tienen una clien-tela creciente que no se pone en miramientosrespecto de los precios, ya que los recursos paraellos no tienen un costo alto. Los proveedoresinternacionales han encontrado en la demandadel Estado colombiano y de los alzados en armasuna buena fuente de ingresos. En más de unaocasión ha sido denunciado cómo una importantefaceta del Plan Colombia es la operación de unmecanismo que parece reproducir la lógica de loque el General Eisenhower llamó “el complejoindustrial-militar”, mediante el cual los grandesproductores de armas, los ex militares organiza-dos en empresas mercenarias, entre otros, estimu-lan la guerra como fuente de ganancias34.

U N I N T E N TO D E S Í N T E S I S

El balance, pues, es extraño y complejo: a mane-ra de síntesis, desearía plantear los siguientes pun-tos: en primer lugar, que las organizacionesguerrilleras colombianas han surgido y se han desa-rrollado a partir de percepciones de injusticias yagravios representados en las agresiones perpetradascontra el campesinado, la mala distribución de losrecursos, la incapacidad estatal para proveer justiciay satisfacer las necesidades de los más pobres, laexclusión política y la ausencia de posibilidades detransformación social por vías no armadas. En se-gundo lugar, las necesidades de mantenimiento delos ejércitos rebeldes se traducen en la búsqueda derecursos financieros cuyos orígenes son ilegítimos,lo que incrementa su carácter ilegal. En tercer lugar,puede darse una tendencia, al menos en algunossectores de esas organizaciones, a distorsionar lospropósitos de la búsqueda de recursos, y en conse-cuencia a vaciar la ideología de transformaciónsocial y a desarrollar un ánimo de lucro y de codicia.He sostenido que, al menos por ahora, éste no es elcaso del grueso de las organizaciones guerrilleras,pero que podría desarrollarse si se cerraran más aún

32 Loc. cit. Véase también: Naylor, R.T. “From Cold war to Crime War: The Search for a New ‘National Security’Threat”. En: Transnational Organized Crime. Vol. 1, No. 4, 1995, pp.37-56.

33 Castro, Manuel Fernando; Arabia, Jorge y Celis, Andrés Eduardo. “El conflicto armado: la estrategia económicade los principales actores y su incidencia en los costos de la violencia 1990-1998”. En: Planeación y desarrollo. Vol.XXX, No. 3. julio-septiembre de 1999, pp. 81 y ss.

34 Galbraith, John Kenneth. La anatomía del poder. Barcelona: Plaza y Janés, 1985.

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las puertas a una negociación política. En cuartolugar, he sostenido que los paramilitares parecentransitar del simple protector de propiedades y denarcotraficantes a unas organizaciones de la extre-ma derecha que defienden un orden social. Pero heafirmado que ese paso no puede ser simple, y quepara que ello sea posible es preciso no sólo quesobre ellos opere la justicia por sus atrocidades, sino

que rompan todo vínculo con los intereses gremia-les y clasistas que supuestamente defienden. Enquinto lugar, parece que no hay duda de que elconflicto armado colombiano ha tenido unos efec-tos que van más allá de las tragedias propias de cual-quier guerra. Se trata de otros, bastante perversos, yque consisten en que han facilitado y estimulado lacodicia de quienes se lucran con la guerra.

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la de Eduardo Posada Carbó 1, es una delas últimas reacciones desde el mundo académicoe intelectual sobre el cada vez más discutido temadel carácter del conflicto en Colombia. El autorcomienza su opúsculo citando una pregunta apa-recida en un editorial de El Espectador2: “¿Por quéno somos capaces de ver la guerra civil que elmundo entero sí ve en Colombia?”, interrogantehecho a propósito de un ensayo de mi autoríaincluido en un libro del IEPRI publicado en aque-llos días3.

Posada Carbó, dentro del propósito de “cues-tionar la validez del concepto de ‘guerra civil’ ensu aplicación al conflicto colombiano”4, empren-de un variopinto recorrido por posturas y autoresvinculados al tema. Hay allí de todo: descompues-tos y adjetivantes calificativos sobre el uso de lanoción, al estilo de “objetivamente incorrecto”,“políticamente perverso”, “grave torpeza intelec-tual” o, en el mejor de los casos “manejo ligero”,lanzados por Fernando Uricoechea, EduardoPizarro y Fernando Cepeda Ulloa; alineamientos afavor del concepto como el de Tad Szulc paraquien la de Colombia es “la guerra civil más largay más brutal de Occidente, que se prolonga inter-mitentemente durante 160 años”; elaboracionesalternativas al concepto, tales como la de “guerracontra la sociedad civil” o “contra los civiles”, deAndrés Pastrana Arango y Hernando GómezBuendía; construcciones más refinadas, venidasde ultramar, como la de sociedad rehén de losactores armados (societè prise en otage), ofrecida a la

William Ramírez TobónDirector del Instituto de Estudios Políticos y

Relaciones Internacionales, IEPRI,

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¿ G u e r r a c i v i le n C o l o m b i a ?

1 Posada Carbó, Eduardo. ¿Guerra civil?. El lenguajedel conflicto en Colombia. Bogotá: Libros de Cambio– Alfaomega, 2001.

2 “Verdades para tener presentes”. En: El Espectador.13 de septiembre de 2000.

3 Ramírez Tobón, William. “Violencia, guerra civil,contrato social”. En: Varios autores. Colombiacambio de siglo. Balances y perspectivas. Bogotá:IEPRI - Planeta, 2000.

4 Posada Carbó, Eduardo. Ob. cit., p. 38.

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academia colombiana por los recursivos académi-cos franceses.

Al final del recorrido, sin embargo, PosadaCarbó concluye su cuestionador ejercicio con undesconcertante –por lo menguado– epílogo segúnel cual se permite aceptar “tal vez”, que el conflic-to sea “civil” ya que “la confrontación es primor-dialmente interna”, pero, eso sí, a sabiendas deque ello “sirve más para confundir que para hacerprecisiones sobre la naturaleza del conflicto co-lombiano”5.

L A G U E R R A C I V I L Y S U S I N D E F I N I C I O N E S

Es claro para quien recorra la literatura sobrela naturaleza de los conflictos colectivos de lahumanidad, que desde el comienzo de las re-flexiones sobre el particular ha prevalecido unambivalente surtido de definiciones sobre causas,fines, actores y tipologías de los antagonismosbélicos. En el caso de la guerra civil no hay en laactualidad una teoría orgánica y generalizable quedé cuenta de las diversas contiendas sino, másbien, una caja de herramientas para construirnociones muy específicas sobre conflictos no cata-logables dentro del estricto campo internacional.

Pero tal hecho, por limitante que sea, no debehacernos desistir del amplio recurso experimentalacumulado por la historia del conflicto socialinterno, ya que las mismas dificultades para aco-tarlo según un prototipo de “guerra civil”, puedeestarnos sugiriendo la necesidad de emprendercaminos diferentes a los señalados por las escasascertidumbres alcanzadas. El primer punto departida en la nueva dirección sería, tal vez, el pres-cindir de la búsqueda de “naturalezas” consustan-ciales al fenómeno, según ese reflejo esencialistadel pensamiento tradicional que tiende a subordi-nar la identificación de un proceso a su mayornúmero de características invariables.

Son muchas –y de ello da algunas pruebasbibliográficas Posada Carbó– las dificultades paradefinir qué es una “guerra civil”. El autor cita,demos dos ejemplos, a Hanz Magnus Enzens-berger para quien hasta el día de hoy “no existeuna teoría útil sobre la guerra civil”, y a Charles

King, según el cual cualquier definición dependede criterios arbitrarios en un área donde, además,“ninguna guerra civil es totalmente interna”6. Enlos dos casos, sin embargo, las dificultades noimpiden al primero definir como guerras civiles“clásicas” la de los Treinta Años en Alemania, lasecesionista de Estados Unidos, la revolucionariade España y la de la reacción antibolchevique enRusia; y al segundo, clasificar como guerras civilescerca de 40 conflictos internos en el solo año de19977.

Inutilidad de la teoría existente o arbitrariedadde los criterios abordados, lo cierto es que la ma-yoría de los analistas que se acercan al tema termi-nan encerrados en una paradoja dentro de la cuallas negaciones sobre la viabilidad misma del con-cepto y sus esfuerzos por encontrar una construc-ción positiva del mismo, no parece ser resuelto.Hay, por supuesto, logros, cuando la crítica a lasnociones heredadas sobre la guerra civil le abrepaso a propuestas más flexibles para abordar con-flictos que definitivamente no caben dentro de lascertidumbres clásicas. Veamos algunos de ellos.

El primero podría ser la definición de guerramanejada por el grupo de analistas hamburguesesreunidos en torno de K. J. Gantzel, citada porPeter Waldmann8, aplicable a las guerras posterio-res a la Segunda Guerra Mundial según las si-guientes características: a) conflictos violentos demasas; b) presencia de dos o más fuerzas conten-dientes, una de las cuales, sea ejército regular uotra clase de tropa, está al servicio del gobierno;c) mínima organización centralizada de la lucha ylos combatientes; d) las operaciones armadas noson ocasionales o espontáneas sino que obedecena planes enmarcados por una estrategia global.

El segundo sería el texto de Mary Kaldor9, queestablece un nuevo marco argumental alrededorde lo que ella considera un nuevo tipo de violen-cia organizada aparecida a partir de los añosochenta, “especialmente en África y Europa delEste”. Estas “nuevas guerras” tienen tres caracterís-ticas especiales. La primera es que destaca larenuncia al tradicional marco nacional e inter-nacional como referente obligado para definir su

5 Ídem6 Ídem, pp. 8-9.7 Ídem.8 Waldmann, Peter. “Guerra civil: aproximación a un concepto difícil de formular”. En: Waldmann, Peter y

Reinares, Fernando. Sociedades en guerra civil. Conflictos violentos de Europa y América Latina. Barcelona:Paidós,1999, p. 27.

9 Kaldor, Mary. Las nuevas guerras. La violencia organizada en la era global. Barcelona: Tusquets Editores, 2001.

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condición de civiles, al establecer que pese a sucondición de locales, “incluyen miles de repercu-siones transnacionales” y hacen menos nítidas lasacostumbradas distinciones entre lo interno y loexterno. La segunda, derivada de la anterior, es lainterpretación de las “nuevas guerras” en el con-texto de la globalización, entendida ésta como “laintensificación de las interconexiones políticas,económicas, militares y culturales a escala mun-dial”. Y la tercera es que dichas contiendas impli-can un “desdibujamiento de las fronteras ydistinciones” entre tres aspectos: una violenciatradicionalmente definida de acuerdo con losmotivos políticos expresamente declarados porlos grupos subversivos, el crimen organizado ylas violaciones a gran escala de los derechoshumanos10.

Otro aporte significativo para tratar de superarlas indefiniciones respecto del fenómeno actualde las guerras civiles es el de Paul Collier11. Ensu investigación, el autor resalta las tendenciasempíricas observadas en un conjunto de guerrasdurante el período 1965-1999 y adelanta dos con-clusiones: la primera, que las posibilidades y ries-gos de emergencia del fenómeno se relacionan“de modo sistemático con unas pocas condicioneseconómicas tales como la alta dependencia deexportaciones de productos primarios y las bajasrentas nacionales”; la segunda, que las condicio-nes “objetivas de descontento social tales como ladesigualdad, la falta de democracia y las divisionesétnicas y religiosas no han producido efectos siste-máticos sobre dichos riesgos”12. Y concluye, ce-rrando con énfasis su hipótesis: “Yo sostengo queesto se debe a que las guerras civiles se producendonde hay organizaciones rebeldesfinancieramente viables”13.

L A V I O L E N C I A Y S U S D E F I N I C I O N E S

En contraste con lo planteado en la secciónanterior, Colombia es un país donde lasindefiniciones propias de la guerra civil y de laviolencia parecen resolverse con autosuficientescertidumbres. Es así como se le da a la primerauna calificación y un tiempo preciso de desenvol-vimiento (“las guerras civiles del siglo XIX”), y a lasegunda una presentación ortográfica peculiar(La Violencia, con mayúscula, para el conflicto de

mediados del siglo XX), mientras a las otras, lasde comienzos y finales del mismo siglo XX, se lesbaja, sin más consideraciones, las mayúsculas. Entanto que el fenómeno se dio dentro de ciertosparámetros de volumen e intensidad, el empaquesemántico mantuvo su tolerancia y sólo se usaronalgunos retoques más de estilo que de contenidopara actualizarlo (“conflicto violento o conflictoarmado”, por ejemplo); los problemas y los inte-rrogantes empezaron cuando el significado em-pezó a ser desbordado por la amplitud de lacontienda, el número de actores, la escala de losrecursos técnicos y económicos, y la ferocidad delas confrontaciones. Ciertos interrogantes se vol-vieron, entonces, ineludibles, hasta el punto deperfilar cuestiones que así sea dentro del terrenode las hipótesis permiten plantear dos preguntas:¿Vive Colombia en la actualidad una guerra civil?;¿que hay entre ese ayer turbulento del siglo XIX,la mitad del XX y el hoy, terriblemente dramático,que parece unir bajo una larga confrontación lamayor parte de nuestra historia?

En el ensayo de mi autoría citado por PosadaCarbó, iniciaba con estas dos preguntas mi argu-mentación a favor de la presencia, o por lo menosel tránsito, hacia una guerra civil en nuestro país.Interrogaciones que pese a los peligros de mal-interpretación desde un fetichismo de los oríge-nes, o de la ilusa búsqueda de continuidadeshistóricas para hacer más inteligible y por lo mis-mo más controlable la desgracia de la guerra, sólobuscan identificar entre los factores o facilitadoresdel conflicto, los principales faltantes económicos,sociales y políticos acumulados por nuestras élitesgobernantes durante una larga e improvidentegestión del Estado. Faltantes que arrancan desdeun déficit fundacional de la Nación colombiana yque, sin ser razón y causa suficiente de los poste-riores vacíos de gobierno, han contribuido a laformación de relaciones sociales de fuerza endetrimento del necesario clima propiciatorio detransacciones pacíficas en el trámite de los contra-dictorios objetivos particulares. Se trata, en suma,de la carencia de un Contrato Social como granmetáfora constitutiva de una sociedad modernadentro de la cual la sociedad civil, conformadapor diversos y múltiples intereses privados, leconfiere al poder público –es decir, al Estado– la

10 Ídem, pp. 15-16.11 Collier, Paul. “Causas económicas de las guerras civiles y sus implicaciones para el diseño de políticas”. En: El

Malpensante. No. 30, 15 de junio de 2001.12 Ídem, p. 30.13 Ibídem.

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prevalencia en la representación de los interesesgenerales.

Ahora bien, aun cuando a tal contrato se letiende a dar el carácter de un libre acuerdo, tácitoo explícito, entre sujetos portadores de ciudadanía,lo cierto es que en la metáfora hay cabida paraacuerdos de fuerza mayor en el caso de sociedadessalidas de pactos como desenlace de una confron-tación armada con resultados de vencedores y ven-cidos. Se deriva de allí un tipo de contractualismocoactivo que puede evolucionar hacia formas deconsenso para darle al Estado, por la vía de lajuridicidad, las facultades coercitivas legales y nece-sarias para conciliar la búsqueda natural de la segu-ridad individual con los proyectos colectivos deseguridad y bienestar ciudadanos.

Éste, infortunadamente, no ha sido el caso deColombia. La historia de nuestro país es la de uncontractualismo coactivo nunca resuelto y, enconsecuencia, caracterizado por el hecho de quedesde varios ángulos del poder social dominantese han impulsado contradictorias alternativas dehegemonía nacional sin que desde ninguna deellas se logre el monopolio legítimo de una fuerzaque permita articular el inconexo tejido de laNación. Es una historia que se remonta al mo-mento mismo de la invención de la Nación colom-biana, una vez culminada la guerra de liberacióncontra España, cuando los independentistas trata-ron de armar un convenio republicano para lareestructuración del nuevo país. Por desgracia,del vencedor concurso de las clases dominantespara salir del Imperio español, no se logró armaruna conformidad semejante para la construccióny defensa de un proyecto nacional con el nece-sario sustento de grupos y clases sociales. Así, dela flamante República colombiana sólo quedódurante un buen tiempo una colcha de retazoscompuesta por los diversos y contradictorios seg-mentos de un poder social y político que siemprese las arregló para alinear tras de sí a sumisas co-munidades campesinas.

Los caudillismos rampantes y el recurso siempredisponible de masas sociales a favor de sus em-presas de poder, sumados a la escasa proyecciónnacional del Estado en términos de su fuerza decoerción y de convocatoria política, terminaronpor acreditar la controversia armada como la mejorvía y la más expedita para resolver los litigios regio-nales. La debilidad del Estado para conformarsecomo una confiable y sólida síntesis sociopolíticadel proyecto de Nación fue sustituida por elpactismo político, una peculiar forma para gestio-nar las recurrentes crisis de poder mediante acuer-

dos coyunturales entre las clases (dentro de laselites mismas y de éstas con los sectores socialesdependientes), sin que tales pactos comprometie-ran ni las bases de poder de las primeras ni el fon-do de los problemas de los segundos.

El siglo XX es muy claro en este sentido. Lacenturia se abre con un coyuntural pacto políticosellado gracias a la conclusión de la Guerra de losMil Días, que le da dos décadas de paz al país y unsaldo apreciable de desarrollo económico. A con-tinuación, ya sobre los años veinte, una violenciadispersa pero creciente empieza a enfrentar –encampos y centros urbanos– a capas sociales favore-cidas o castigadas por la parcialidad de un gobier-no cada vez más inclinado al manejo hegemónicode los recursos del Estado. Ya con la tercera déca-da, el pacto de comienzos de siglo es roto por laviolencia interpartidaria liberal-conservadora, unenfrentamiento entre fracciones de clase dirigen-te que al descender por las laderas de la pirámidesocial multiplica sus fracturas hasta comprometerel conjunto de la sociedad colombiana.

La violencia liberal-conservadora de mediadosdel siglo XX muestra, junto a sus lazos de arraigocon la tradicional pugna por el poder público traídadesde los comienzos de la nacionalidad, unas razo-nes de fuerza cada vez más explícitas en torno almanejo utilitario y excluyente del aparato del Esta-do. Convertido éste en la fortaleza de una hegemo-nía administrativa al servicio de sus partidarios, tuvo–en la medida del avance y la ampliación de la dis-puta por el poder– importantes efectosredistributivos sobre sus bases sociales de apoyo. Sedio así una socialización de prebendas derivadas delusufructo del Estado, virtuales o reales según seestuviera en la oposición o con el gobierno, quecontribuyó a consolidar las respectivas bases colecti-vas de los partidos y sus escalas de enfrentamiento.

Llegamos, por tanto, a una violencia acreedoray tributaria al mismo tiempo de una concepción yuna práctica de Estado dentro de las cuales se mo-vían, según los diferentes ángulos del poder socio-económico dominante, antagónicas alternativas dehegemonía nacional sin que ninguna de ellas lo-grara hacerse al monopolio legítimo de una fuerzarepresentativa de lo general sobre lo particular.Tributaria del Estado, porque gracias al concursode esta violencia se podía concretar y sostener undeterminado régimen político. Acreedora del Esta-do, porque éste debía pagarle a dicha violencia losservicios prestados mediante el otorgamiento deuna investidura de fuerza legal que la legitimabaformalmente. Por efectos de ese entrejuego entreEstado y violencia, la división y lucha entre los par-

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tidos políticos dejaba de ser la separación doctri-naria y programática de ese universo civil propiode los sistemas democráticos, para convertirse enun teatro bélico dentro del cual la amenaza y laacción de las armas eran las protagonistas de lapolítica. La violencia llegó a ser, por encima de susdiferencias de amplitud e intensidad, no sólo unamanera de sustituir la política sino la forma, porexcelencia, de esta última.

La complejidad de tal época es bien subrayadapor Daniel Pécaut, para quien

las luchas partidistas, los conflictos sociales y elbandidismo se combinan y se organizan de ma-neras diferentes alrededor de una multiplicidadde protagonistas; además, se desarrollan segúntemporalidades diferentes, se explican de formadiferente, y tienen consecuencias distintas sobrela distribución de la propiedad o del excedenteeconómico14.

Quizás la misma pluralidad de elementos den-tro del conflicto y el carácter multiforme de lasdivisiones partidistas contribuyeron a dificultar ladefinición de lo sucedido durante ese momento denuestra historia. De ahí la oscilación entre los tér-minos de violencia, guerra civil, cuasi-guerra civil,y la curiosa componenda final para sortear el obs-táculo mediante un hábil contrapeso ortográficoque terminó por darle al período el nombre de LaViolencia, con mayúscula. La maniobra, pese a susambigüedades, no deja de tener sentido. Frente ala contundencia y repetición de las guerras civilesdel siglo XIX, por un lado, y la casuística de unasdispersas pero crecientes violencias a partir de losaños veinte del siglo XX, por el otro, el nuevo tér-mino parece escapar a las diferentes característicasde los conflictos armados durante uno y otro mo-mento de la vida nacional. Es una Violencia única ala que no se le puede pedir una carta de identidadcronológica (¿empezó en 1920,1930,1948?), ni uncertificado de defunción preciso (¿terminó en1957, 1964 o 1965?), como las que pueden exhibirlas violencias menores y claramente identificables.Pero tampoco se puede calificar, a pesar de su grannúmero de muertos (entre 150.000 y 200.000) y lamagnitud de fuerzas enfrentadas (15.000 hombresde las fuerzas armadas frente a 10.000 de las guerri-llas de los Llanos Orientales, en el punto más alto

de la contienda) como una guerra civil, por lomenos en el sentido más clásico del término.

De todas maneras, pese a la autoproclamadaexcepcionalidad contenida en el término, esaViolencia con mayúscula no deja de ser un impor-tante puente explicativo entre los diferentes con-flictos armados ocurridos a lo largo de la historiadel país. Basta ver, como ya se dijo antes, el muysignificativo caso del entramado que une la violen-cia con la política, particularmente denso duranteese trágico período pero no exclusivo de él.

Ha sido Daniel Pécaut quien mejor ha logradobosquejar un breve y dinámico cuadro sobre el des-envolvimiento e interrelación de estas variadas for-mas de violencia en la coyuntura de los años treintay cuarenta. Según dicho autor, si bien la compleji-dad interna del conflicto no se puede totalizar desdelas grandes y convencionales explicaciones causales,hay una unidad o, mejor, una lógica central percep-tible a través de tres elementos generales, cuya ac-ción permitió que “estas formas de violencia hayantenido el campo libre”. Esos elementos son: la ideo-logía de la regulación estatal, la movilización popu-lar y la representación de lo político.

Ellos tres se desenvuelven dentro de etapas ycronologías precisas: a) 1930 a 1942, desarrollo deun referente simbólico de la regulación estatal, quehace del Estado el garante de los intereses genera-les frente a los intereses particulares; b) 1943-1944, punto de partida del consenso de las éliteseconómicas para romper con la ideología de laregulación estatal puesta en marcha desde 1930tanto en el terreno económico como social, ruptu-ra que se concreta con las reacciones del estableci-miento contra las leyes sociales de los años1944-1945; c) desplazamiento del centro de grave-dad de las movilizaciones populares desde loscentros urbanos al campo, según un proceso dedesorganización de los movimientos sindicalesmarcado por el 9 de abril de 1948 pero iniciadoun año antes, con la derrota del movimiento liga-do a los sindicatos cobijados por la RepúblicaLiberal; d) 1944-1947, años de la formulación deldiscurso gaitanista en torno a una división radicalen el seno de la sociedad (los que no son nada vs.los que lo tienen todo), que al calcarse sobre elplano político remite a una fractura partidista,esta última en relación directa con la divisiónoriginaria de la sociedad15.

14 Pécaut, Daniel. “De las violencias a la violencia”. En: Sánchez, Gonzalo y Peñaranda, Ricardo (compiladores).Pasado y presente de la violencia en Colombia. Bogotá: IEPRI, Cerec, 1991, p. 262.

15 Ídem, pp. 262-273.

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Sin pretender una amplia discusión sobre loscontenidos y efectos de esos tres elementos den-tro de su marco temporal, lo que se resalta aquí esel alcance de sus sugerencias para complementaralgunas reflexiones sobre los desarrollos de LaViolencia, tanto hacia atrás como en su presentemediato e inmediato. En ese sentido, para el casode la ideología de la regulación estatal estableciday desmontada por el concurso de las élites en unlapso de 15 años, habría que preguntarse si loocurrido no apunta más bien al hecho de que talideología nunca pudo ser puesta como garante delos intereses generales frente a los particulares y,por lo mismo, no pudo haber sido removida porellas mismas. Más que ese acto de quitar y poner,visible en el planteamiento de Pécaut, podríaplantearse la inexistencia de una voluntad real delas élites para superar los obstáculos que la disper-sión, asimetría y pugnacidad de los intereses parti-culares, se oponían a la conformación de unContrato Social como referente simbólico de unaregulación estatal perdurable. Así, sobre esta debi-lidad política padecida desde el origen mismo denuestra nacionalidad, se superpondrían los espo-rádicos paliativos de un pactismo político por elcual se trataron de resolver momentáneamente,mediante aplazamientos sucesivos, las graves frac-turas económicas, sociales y políticas del país.

Una de las limitaciones principales de dichopactismo, tan recurrente durante el siglo pasado,ha sido la falta de una visión estratégica por partede las clases dirigentes para orientar un proyectode nación que defina y realice toda una serie detareas integradoras en los campos de lo económi-co, lo social y lo político. Mientras, a mediados delsiglo XX, los sectores populares iban lograndopor la vía del conflicto una progresiva diferencia-ción respecto de los sectores dominantes y unamayor convergencia en las demandas comunespara aliviar la subordinación social, la burguesíaseguía parcelada en visiones e intereses inmedia-tos que, más allá de los consensos básicos propor-cionados por un mundo económico todavíasimple y estrecho, les impedía acometer la inapla-zable tarea de abrir los espacios de representacióny participación popular.

El fracaso de la República Liberal como conduc-tora y garante de lo que podría haber sido la puestaen marcha del históricamente aplazado contrato

social, abrió las esclusas para ese desplazamientode las movilizaciones populares desde los centrosurbanos al campo, indicado por Pécaut en el puntoc, arriba citado. Según la tesis ahí expuesta, “laexpansión de La Violencia y el desplazamiento delcentro de gravedad de la vida política hacia laszonas rurales presupone la desorganización de lasorganizaciones populares urbanas”16. Tesis acerta-da, ya que dicha desorganización es el resultado dela quiebra de las promesas de la Revolución enMarcha y el gaitanismo, para integrar a los trabaja-dores urbanos alrededor de programas de dotaciónde ciudadanía y compensación económica ejecuta-dos desde el Estado. Puede decirse, en efecto, quea partir de las dos grandes frustraciones reformistasencarnadas por la renuncia de López Pumarejo y elasesinato de Gaitán, comenzó el trágico ajuste decuentas que una larga historia de dilaciones eirresponsabilidades políticas le empezaría a cobrara nuestras clases dirigentes y, por extensión, a todoel país.

El nuevo escenario de la confrontación políticase situó en el campo colombiano, ese campo del“latifundismo agreste” que le cerraba el paso aldesarrollo de la agricultura, y de “grandes extensio-nes incultas protegidas por un Estado tímido antelos tinterillos, y enérgico contra los trabajadores”17.Pero, sin las exageraciones que suelen sobre-dimensionar tales características como propias deun nefasto destino exclusivo de nuestra tierra,puede decirse que la violencia rural, económica yextraeconómica, era en aquel momento un fenó-meno propio, y por tanto previsible, de los proce-sos de descomposición campesina en el marco demodelos de desarrollo capitalista como el nuestro.Lo especial y no necesario de esa historia fue laincapacidad y resistencia de las capas dirigentesalojadas en el Estado para contener la descomposi-ción campesina dentro de límites controlables ycohonestar, en consecuencia, la acelerada acumula-ción de factores de enfrentamiento dentro de unlenguaje y una práctica de liquidación física, socialo política del adversario que se fue apropiando demayores y nuevos recursos de guerra, incorporan-do cada vez más sectores de población y dificul-tando de modo creciente el desmonte de labeligerancia y la resolución de los conflictos.

16 Ídem, p. 267.17 Según palabras del frustrado reformador y presidente de la República Liberal, Alfonso López Pumarejo. Véase

Patiño Roselli, Alfonso. La prosperidad a debe y la gran crisis 1925-1935. Bogotá: Banco de la República, 1981, p.638.

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¿ Y Q U É N O M B R E L E P O N D R E M O S ?

Más que la petición de un acto de fe sobre silo nuestro es o no es una guerra civil, lo que sepropone aquí es el examen de algunas caracterís-ticas esquivas a una definición tradicional delconflicto actual en Colombia. En esa línea dereflexión es posible afirmar, de entrada, que lapresente coyuntura no es clasificable dentro de lascondiciones de las guerras civiles del siglo XIX, deLa Violencia con mayúsculas de mediados delsiglo XX, ni de las demás violencias sin mayúsculaaplicadas a los dispersos enfrentamientos ubica-dos en los otros momentos de nuestra trágicahistoria nacional. Aun cuando es cierto que en elconflicto actual hacen presencia elementos pro-pios de las anteriores crisis de nuestra turbulentahistoria republicana, lo urgente ahora es iden-tificar las profundas modificaciones que desdelas ya remotas razones de tipo social y político ledieron su sentido originario a la actual contiendaarmada. En efecto, no debe olvidarse que si bienson los actores sociales quienes dentro de ciertascondiciones de origen y naturaleza sociopolíticainician y hacen de hecho la guerra, es ésta la quea la postre determina y transforma a esos mismosactores.

La violencia original de la guerra actual colom-biana ha tenido transformaciones profundas des-de el comienzo de la década del sesenta cuandoun grupo de “campesinos acomodados” seguidosdespués por “propietarios de tierras, fincas y bes-tias”, según Jacobo Arenas comandante e ideólo-go histórico de las FARC, llegó a la región deMarquetalia, un terreno que no reunía condicio-nes para un emplazamiento militar “sino para lacolonización y el trabajo”18. El fortalecimiento deesta migración y otras más procedentes de lasoficialmente desmovilizadas guerrillas liberales, esdecir de la violencia clásica bipartidista desenca-denada quince años atrás, provocó la reacción delestablecimiento, ahora agrupado bajo el FrenteNacional bipartidista, que denunció a las comuni-dades campesinas como “repúblicas independien-tes”. Gracias a este calificativo quedaron comoremisas a la soberanía nacional y al control delgobierno y, por su resistencia antilatifundista,como procomunistas, es decir adscritas a unaideología y una política que según las premisas dela Guerra Fría generadas por Estados Unidos,hicieron del problema agrario colombiano un

caso para tratar dentro de los parámetros de ladoctrina de la Seguridad Nacional.

Las “repúblicas independientes” configuran elnefasto y decisivo paso dado por el Estado paracrear y definir un enemigo en momentos en queel nuevo régimen del Frente Nacional estrenabaun marco de pacificación para las precedentesluchas contra las guerrillas liberales. Error menosaceptable si se tiene en cuenta que las fuerzascontestatarias del sur del Tolima, es decir las deManuel Marulanda Vélez y Ciro Trujillo, ya ha-bían hecho declaraciones de paz como la de quepara sus comandos no existía “razón alguna parala resistencia armada”19. No obstante, el Estadoabre una guerra con un frente interno y otro ex-terno de gravosas consecuencias: en el primero,por su alineamiento a favor de la tierra y el capitalsocialmente improductivos que lo enfrenta a sec-tores cada vez más conscientes de la necesidad deredistribuciones equitativas de la riqueza; en elsegundo, por su alineamiento a favor de los cerra-dos intereses norteamericanos que le enajena elapoyo de crecientes sectores medios cada vez másabiertos a las alternativas socialistas. Dos frentesque de cara a las sinrazones del poder dominante,fortalecen las razones de los contrapoderes comoportadores de reivindicaciones orientadas a laconstrucción de una sociedad más equitativa yracional.

En la medida en que el Estado construye supropio enemigo, prefigura –a su vez– la guerracorrespondiente. Los gobiernos sucedidos desdeel Frente Nacional terminan por cambiar las ma-tanzas entre liberales y conservadores por losmuertos cada vez más numerosos de la guerrasocial. Y ésta le va dando cada vez mayor categoríay dignidad a una resistencia que desde su primiti-va condición de colonización armada –una seriede gestas locales para abrirse territorios de trabajoque le restituyan al campesino independiente suamenazada identidad de propietarios rurales–,termina por convertirse en un poderoso movi-miento armado que le disputa importantes facul-tades al Estado. Los gobiernos colombianos le vandando a esta resistencia agraria y a los proyectosmás urbanos de las otras organizaciones deizquierda radical (ELN, EPL, M-19), una resonan-cia y calidad de subversión política que en lugarde ahogarlas o debilitarlas les confiere crecientesy ostensibles derechos de beligerancia.

18 Behar, Olga. Las guerras de la paz. Bogotá: Planeta,1985, p. 71.19 González Arias, José Jairo. El estigma de las repúblicas independientes 1955-1965. Bogotá: Cinep, 1992, pp. 59-60.

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Tal como lo ilustran los años de 1964 y 1982,los objetivos de la lucha campesina van elevandosus cotas estratégicas en la misma medida en queevolucionan los planes y proyectos de represiónoficial. Desde el momento de la ofensiva militarcontra Marquetalia en 1964 y la Séptima Con-ferencia guerrillera de mediados de 1982, loscambios son rotundos. Cuando la OperaciónMarquetalia, los colonos aún creían que podían“influir en la sociedad colombiana con [sus] de-nuncias y que la gente se movilizaría en solidari-dad, y que el gobierno de pronto suspendería laoperación”20, algo muy distinto a lo sucedido en laSéptima Conferencia, cuando las FARC se conci-ben como un ejército revolucionario con unaestructura de mando nacional y se dice que “na-die debe llamarse a engaño creyendo que aquí enColombia puede producirse una apertura hacia lademocracia burguesa”21.

Ya para ese año, 1982, podemos decir que elestado del conflicto colombiano se ajusta a lasproposiciones expuestas al comienzo del presentetrabajo. A las de K. J. Gantzel, para las guerrasinternas posteriores a la Segunda Guerra Mun-dial, según las siguientes características: a) conflic-tos violentos de masas; b) presencia de dos o másfuerzas contendientes, una de ellas al servicio delgobierno; c) mínima organización centralizada dela lucha y los combatientes; d) operaciones bélicasregularizadas y enmarcadas por una estrategiaglobal. A las de Mary Kaldor, para un nuevo tipode guerras civiles aparecidas a partir de los añosochenta, según tres rasgos: a) sus múltiples reper-cusiones transnacionales pese a la condición delocales; b) su forzosa inserción en el contexto dela globalización; c) el desdibujamiento de las fron-teras y distinciones entre la violencia política, elcrimen organizado y las violaciones a gran escalade los derechos humanos. A las de Paul Collier, enlas que fijaba las posibilidades y riesgos de emer-gencia de las guerras civiles bajo la premisa deque las condiciones objetivas de descontento so-cial no llevan por sí solas a la guerra civil, y másbien ésta se da cuando las organizaciones rebeldeslogran la viabilidad financiera.

En efecto, los años ochenta empiezan a marcaren Colombia un importante viraje dentro de lasorganizaciones guerrilleras en cuanto a la natura-leza y empleo de los recursos económicos para elsostenimiento de la guerra, el cual provoca

cruciales consecuencias sobre el entorno global yla degradación interna del conflicto colombiano.

Es el caso del ELN, por ejemplo, que despuésde estar a punto de extinción a finales de los añossetenta, “no llegábamos –diría su comandantegeneral Manuel Pérez, un tiempo después– ni acuarenta guerrilleros en el campo”22, logra a me-diados de la década un espectacular crecimientogracias a la reubicación de sus fuerzas en Arauca,zona en la cual varias compañías transnacionalesempiezan a construir en 1984 el oleoducto CañoLimón- Coveñas para transportar el más importantehallazgo petrolero en la historia de las explotacionesnacionales. El ELN encuentra, en el gigantescoyacimiento petrolero, una doble afluencia de recur-sos que le permitirán fortalecerse financieramente yganar reconocimiento y simpatía entre sectores dela población. La extorsión económica a las empre-sas multinacionales por la vía de la retención depersonal y sabotaje a las instalaciones empieza allenar sus arcas; la imposición a las empresas, bajoamenazas, de programas sociales en beneficio de lascomunidades de la región petrolera, provee deefectistas contenidos reivindicatorios sus relacionescon la base de la población. Posteriormente, a laextorsión sobre el petróleo, el ELN agregará el oro yuna progresiva búsqueda de rentas del narcotráfico.

En cuanto a las FARC, la cristalización de unEstado Mayor nacional y un Secretariado Político esun resultado que se logra a comienzos de los añosochenta. Es en el marco de la Séptima Conferenciaguerrillera y dentro de unas complejas expectativasque combinan los anuncios de conversaciones depaz por parte del nuevo gobierno de BelisarioBetancur, con una evaluación de la situación nacio-nal que el Pleno del Estado Mayor Central de 1983califica como una crisis con “asomos” revoluciona-rios. Es bajo esa óptica coyuntural que el EstadoMayor diseña un ambicioso plan de fortalecimientoy ampliación organizacional que al implicar la rees-tructuración total de las finanzas del movimiento,hasta el momento centradas en el secuestro y laextorsión, le da un nuevo sentido a las drogas ilícitascomo recurso de guerra. Ese es el momento en quelo que era un acto de forzada convivencia con laproducción de droga, empieza a imponerse como laúnica vía para llevar adelante los ingentes gastos demantenimiento y expansión del aparato subversivo.Los “impuestos” a los cultivadores de la hoja decoca, primero, y a los diversos insumos para su pro-

20 Behar, Olga. Ob. cit., p. 71.21 Arenas, Jacobo. Cese al fuego. Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1985, p. 107.22 Broderick, Walter. El guerrillero invisible. Bogotá: Intermedio editores, 2000, p. 395.

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cesamiento, después, fueron ingresos secundariosen una etapa en la cual la guerrilla no tenía cómoevadir la coexistencia con un fenómeno emergenteque beneficiaba a importantes sectores de la pobla-ción circundante. Más tarde, ante la violenta reac-ción de algunos grupos del narcotráfico al aumentode los impuestos y del control guerrillero sobre elnegocio, las FARC toman directamente la produc-ción y el procesamiento como base estable de susfinanzas. La dimensión y manejo de tales recursosdentro de un mercado de oportunidades abierto atodos los contendores ha obligado a los actoresarmados a una reingeniería de sus proyectos bélicosen la cual la relación ingresos-egresos, la maximi-zación de activos y la búsqueda y control de fuentesde recursos, termina por condicionar considerable-mente la táctica y la estrategia político-militares. Unestimativo de las fuerzas armadas y la ConsejeríaPresidencial para la Defensa y la Seguridad parececorroborar lo anterior al establecer que las FARCderivan del tráfico de drogas el 41% de sus ingre-sos23. Pero el corolario de la ya extensiva vinculaciónde las FARC con el narcotráfico lo dio la operaciónmilitar del gobierno en Barrancominas, selvas delGuanía, a comienzos del año 2001, que concluyócon la expulsión a Brasil del capo Luiz Fernando daCosta “Fernandinho”, el desmantelamiento de la em-presa cocalera protegida por el comandante del frente16 de las FARC y la solicitud de extradición por losEstados Unidos para los principales implicados enesta línea de tráfico. Finalmente, en 2002 autorida-des estadounidenses arrestaron en Surinam aEugenio Vargas Perdomo, jefe de las milicias urba-nas de las FARC en Barrancominas, quien fue tras-ladado a Estados Unidos donde enfrenta cargospor narcotráfico.

¿Y qué decir de las Autodefensas? Sus fundado-res, los hermanos Castaño Gil, estuvieron vinculadosdesde el comienzo de su proyecto antisubversivo alos grandes capos Pablo Escobar y Rodríguez Gacha,y aun cuando el segundo de los hermanos, Carlos,ha tratado de deslindarse o por lo menos reducir ladependencia organizacional de los recursos delnarcotráfico, éstos siguen siendo dominantes. Laspalabras del jefe político de las Autodefensas, CarlosCastaño, son reveladoras al respecto:

aceptamos el cobro a los cocaleros, pero es muydifícil establecer un límite de hasta qué etapa el

narcotráfico puede financiar una guerra. Va“mercenarizando” a los combatientes. Es lo quepasó en la Policía y ha pasado hasta en las FARC.Una gente cuando está corrompida por elnarcotráfico no la maneja nadie24.

En cuanto a la aplicabilidad de las tesis deCollier al conflicto colombiano, es preciso advertirque su noción de economía de guerra no corres-ponde a la “emergencia” de las FARC ya que elnacimiento de éstas sí estuvo vinculado a condicio-nes “objetivas de descontento social”. No obstante,sí es aplicable al nivel actual de desarrollo de lasFARC, y mucho más al de las Autodefensas, auncuando en éstas la viabilidad financiera tambiénfue un factor determinante en su nacimiento comoorganización político-militar de carácter nacional.

Ahora bien, desde la perspectiva global apunta-da por Mary Kaldor, es evidente que la economíade guerra ha logrado internacionalizar el conflic-to colombiano dentro de una escala de impli-caciones que compromete cada vez más no sólo eldesenvolvimiento de la lucha, sino sus posiblesresoluciones hacia una sociedad posconflicto. Yno hay duda de que nuestra condición de vecinosde un país como Estados Unidos, hace nuestrofuturo muy vulnerable. Más todavía si se tiene encuenta que auncuando los Estados Unidos nuncahan necesitado de muchas razones para justificarla primacía de sus intereses de poder económico ypolítico sobre los del resto de las naciones, lasnuevas realidades internacionales favorecen cadavez más su inveterada proclividad hacia la hege-monía. En efecto, de los estrechos márgenes deacción propios de las políticas bipolares de laGuerra Fría, hemos pasado a una restrictiva políti-ca unipolar en la que un solo país asume el papelde personero excepcional de los idealessociopolíticos y las normas de civilización desea-bles para todo el género humano.

Dentro de semejantes referencias, problemastan graves y tan complejos como la droga y elterrorismo terminan enmarcados por las guerrasabsolutas de los Estados Unidos, aquellas en lascuales el otro, el enemigo, es la negación de todovalor, y por lo mismo “no hay lugar a términosmedios, ni a la tolerancia ni mucho menos alrelativismo”25. De ahí que los actores armados delactual conflicto colombiano, es decir el Estado, las

23 “El costo de la paz”. En: Cambio. 17-24 de julio de 2000.24 El Tiempo. 30 de junio de 200225 Rojas, Diana Marcela. “La cuadratura del círculo”. En: Análisis Político. No. 45, enero-abril de 2002.

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guerrillas y las Autodefensas, terminen fuertemen-te condicionados por las interconexiones políti-cas, económicas, militares y culturales propias deuna lógica global cuya interdependencia tiende afavorecer los intereses de Estados Unidos y a debi-litar los de los actores en subversión contra unorden nacional que debe encajar en la nuevatrama internacional. La contaminación delnarcotráfico y su proclividad al terrorismo afian-zan la peligrosidad internacional de este tipo deguerras, y legitiman el concierto de repudio glo-bal que buscaba Estados Unidos para ampliar sucruzada represiva contra las drogas y fortalecer suescudo protector contra el terrorismo emergentedesde el 11 de septiembre. La capacidad de deses-tabilización del conflicto colombiano sobre elcontinente americano –y por esa vía, sobre lasredes económicas y políticas globales–, explica ladecisión de la Unión Europea, UE, de agregar alas FARC en su “lista negra” de organizacionesterroristas, después de haber puesto allí a lasAutodefensas, y los cada vez menores énfasis de laUE para marcar distancias con los americanosrespecto de su estrategia de apoyo militar para eltratamiento de la guerra en nuestro país.

Veamos ahora el desdibujamiento de las fron-teras y distinciones entre violencia política, cri-men organizado y violaciones a gran escala de losderechos humanos, características señaladas porMary Kaldor para las guerras civiles de nuevo tipo.La difuminación de límites entre tales violenciasson propias del conflicto colombiano y tienencomo causa principal una economía de guerrasustentada por la disputa de recursos financieros,territoriales y humanos. La disputa por estos re-cursos, que por ser limitados tienden a represen-tar un saldo igual a cero, degradan la contiendahasta darle esa especial “crueldad y brutalidad”con las que según Peter Waldmann “se dirimen lasguerras civiles [desde] la antigüedad”26. El tipo deguerra que padecemos es, pues, demasiado com-pleja como para no darle un buen recibo a lasconclusiones de Peter Waldmann y FernandoReinares en el sentido de que “no existen arqueti-pos de guerras civiles en Europa y América Lati-na”, y que es necesario aceptar la amplitud ycomplejidad del fenómeno según “un amplioespectro de posibles formas y estilos”27. Y para,en consecuencia, relajar las resistencias frente a

un vocablo que como el de guerra civil no dejade meterle miedo a una nación convencida deque tan adverso fenómeno sólo era propio delsiglo XIX.

De todas maneras, los consuelos semánticosderivados de artificios tales como guerra contra lasociedad, contra los civiles, o propios de unasocieté prise en otage apenas mitigan, sin aliviar deltodo, la terrible sospecha de que las fracturas dela sociedad colombiana van mucho más allá de lassutilezas y condescendencias propias de ciertoslenguajes. Partamos del hecho de que los esguin-ces para capotear el reconocimiento de la guerracivil buscan eludir lo que en la definición actualdel fenómeno resulta más duro de reconocer: quees una guerra en la cual se enfrentan los ciudada-nos. Para disfrazar esta cruda realidad se recurre ala piadosa monserga de que su fragmentación enbeligerancias es el resultado de una violenciaejercida por actores ajenos al libreto social, demodo que la sociedad se vuelve rehén de los acto-res profesionales de la guerra.

La guerra que vive Colombia parece acercarsemás, no obstante, a la que Stathis Kalyvas definesegún una violencia contra y entre la poblacióncivil, de acuerdo con un carácter triangular queinvolucra no sólo a dos o más actores armadossino también a los civiles. El apoyo y colaboraciónde éstos a los actores armados llega a ser “un com-ponente del conflicto” y cambia y se redefinesegún el curso de la guerra y de sus formas deviolencia28.

Según los presupuestos de Kalyvas, podríaverse en el conflicto colombiano una múltiple yvariable evolución de relaciones entre las comuni-dades civiles y los productores organizados deviolencia. En el caso del radicalismo de izquierday sus demandas basadas en cuestionessocioeconómicas, los lazos retributivos entre lapoblación civil y los grupos irregulares fueronmuy claros en las etapas originales de la contien-da, como puede verse con las FARC en los mo-mentos de respaldo a procesos de búsqueda yaseguramiento de nuevas tierras de trabajo bajo lamodalidad de la colonización armada. Con elestablecimiento de las primeras formas de poderlocal a partir de las autodefensas campesinas, larelación político-militar entre las FARC y sus basessociales fue comprometiendo cada vez más esferas

26 Waldmann, Peter. Ob. cit., p. 30.27 Ídem, pp. 35 y 311.28 Kalyvas, Stathis. “La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría”. En: Análisis Político. No. 42,

enero-abril de 2001, pp. 4 y 10.

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de actividad dentro de las comunidades rurales:regulación de conflictos vinculados con la pose-sión y la propiedad de bienes, normas de convi-vencia públicas y privadas, acciones de desarrollocomunitario. Más adelante, el fortalecimiento yampliación del poder local dio lugar a unas esta-bles y acatadas jurisdicciones guerrilleras quesatisfacían el interés de los pobladores por afian-zar un orden local que compensaba, de hecho, losvacíos de legitimidad y de ordenamiento formaldejados por el Estado nacional. Junto al papel dela guerrilla para ordenar el desenvolvimiento dela vida ciudadana, en las localidades se fue dando,como resultado paralelo, un especial reordena-miento de la guerra. Según Mario Aguilera, la faseen que las movilizaciones urbanas (obreras y estu-diantiles) hacían visible la influencia de la guerrilla,fue remplazada por una lucha que “recentralizaba”en las zonas rurales la acción subversiva29.

Con la convergencia en el sector rural de estosdos reordenamientos, el ciudadano y el militar, lascomunidades campesinas fueron objeto de nuevosy determinantes compromisos que pese a sus cos-tos en términos de seguridad, no dejaron de pro-ducirle especiales retribuciones a las regionesafectadas. Basta pensar, como simple ejemplo, enla progresiva presión que sobre los aparatos béli-cos ejercían las nuevas necesidades de recluta-miento, y el sentido de éste entre poblacionesmuy jóvenes, adolescentes y niños incluidos, paraquienes el desempleo, la carencia de escuelas y laseducción del poder mediante la ostentación delas armas, los llevaba a solidaridades con la guerri-lla que terminaban por convertirlos en profesio-nales de una guerra vuelta ya forma de vida y deascenso social.

Y para presentar un caso más, el último, de lasrelaciones retributivas entre actores armados ysociedad civil, veamos lo de los cultivos ilícitoscomo el paradigma de la interdependencia entrelas fracturas del sistema socioeconómico, las erra-das políticas de los gobiernos y el desarrollo de lasorganizaciones armadas ilegales. La imparableampliación de siembras de coca y amapola es elresultado de la histórica e irresuelta crisis delsector agrario, el fracaso del modelo represivobasado en las fumigaciones y la amplia cobertura

de los actores armados sobre las diferentes zonasde cultivo. En cuanto al protagonismo de lasFARC en estas áreas, las políticas oficiales de “sa-car a toda la gente que está sembrando coca”30 ledio una lógica al esquema represivo según el cual“el imperativo de erradicar los cultivos ilícitospodría imponer la erradicación –en una franjaque va desde los desplazamientos forzosos hasta elencarcelamiento y la liquidación física– de loscultivadores”31. Es obvio que semejante políticaestrechaba las alianzas, ya significativas desde losantiguos desplazamientos de colonización arma-da, entre la guerrilla y un campesinado que debíabuscar la protección de aquélla para sostener suprecaria economía de subsistencia. Este campesi-nado se ve ante la guerrilla, como lo puede obser-var cualquiera que visite el sur del país, no comola víctima y el rehén de un despiadado depreda-dor sino como el protegido de una fuerza quepese a sus excesos no deja de protegerlos contraun mal mayor: el de los aviones que fumigan yametrallan a nombre del Estado colombiano y desus forzosas alianzas con los Estados Unidos, lasfincas levantadas a través de un largo forcejeo conla indiferencia de los gobiernos y el activismoexpoliador de los terratenientes. Así como en losaños sesenta la dirigencia política nacional le creóal Estado un enemigo con el estigma de las “repú-blicas independientes” en los años noventa, elestablecimiento político ya no bajo las presionesde la Guerra Fría sino bajo el ordenamiento de lacruzada represiva de Estados Unidos contra ladroga, le crea al Estado la imagen de un campesi-nado ilícito que se vuelve, por tanto, un objetivomilitar al lado de la guerrilla y las Autodefensas.Lo más grave es que ya no se trata, como en elpasado, de unos miles de colonos en busca de latierra perdida, sino de cerca de 70.000 familias decolonos y campesinos en los doce departamentosde mayor producción de coca y amapola del país,y en los cuales, para las faenas de recolección dehoja y prácticas agrícolas, operan entre 175.000 y225.000 personas, principalmente jóvenes sinempleo estable32.

Los anteriores son ejemplos sacados de la im-plantación regional de las FARC, que quizás servi-rían para tomar cierta distancia frente al

29 Aguilera, Mario. “Las guerrillas y sus bases sociales”. Mimeo. 2001.30 “El paro en el Guaviare es una bomba de tiempo”. En: El Tiempo. 17 de julio de 1996.31 Ramírez Tobón, William “Un campesinado ilícito”. En: Análisis Político. No. 29, septiembre – diciembre de

1996, p. 60.32 Sabogal, Melquisedec. “Crisis social agraria, narcóticos y guerra”. En: Cultivos ilícitos, narcotráfico y agenda de

paz. Bogotá: Serie Conversaciones de Paz - Indepaz, 2000, p. 54.

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frecuente uso de impresionistas imágenes que sinduda alteran, en el complejo intercambio entrelos actores armados y las comunidades de pobla-dores, las varias e importantes retribuciones reci-bidas por los civiles en su trágico compromiso,activo y pasivo, con la guerra.

Al cuadro precedente podrían agregarse lasregiones sometidas al imperio de las Autode-fensas, organización cada vez más extendida en elpaís y con políticas cada vez más intencionales deentrelazamiento con los intereses sociales de laslocalidades, como lo reconoce con claridad enuno de sus editoriales, el periódico El Tiempo:

Los paramilitares de Carlos Castaño se han idoconstituyendo en un poderoso ejército irregulardetrás del cual hay un proyecto político con cua-dros, base social, financiación asegurada y aspiracio-nes territoriales. Condición que por lo demás estándispuestos a hacer valer por su capacidad de sem-brar muerte y de sustituir a la guerrilla en regionesdonde ésta mandaba. Las evidencias de que losparamilitares, o Autodefensas como ellos prefierenllamarse, han pasado de una etapa militar a unamás política y territorial son cada vez más claras.Basta analizar el impresionante crecimiento de supie de fuerza33.

Es sabido que la delincuencia de los CastañoGil comenzó como reacción al secuestro y asesina-to de su padre por las FARC. Sin embargo, lo quese inició como un proyecto retaliatorio de unafamilia de pudientes propietarios rurales, circuns-crita a su inmediato entorno regional, se va am-pliando en la misma medida en que se extiende lainfluencia política y militar de la guerrilla. Pero laprogresiva superposición y crecimiento en elmapa territorial guerrillero de lo que en un prin-cipio es una primitiva y mortífera maquinariaparamilitar, termina por modificar los criterios ylas maneras de su lucha al desarrollar relacionesya no esporádicas sino permanentes con grupossociales a los cuales no es posible alinear bajo elsimple ejercicio del terror. Como la disputa geo-gráfica no puede ser un llano trabajo de expul-sión física del contrario sino de reestructuración yconsolidación sociopolítica del territorio conquis-

tado, la política se vuelve la única manera de ha-cer razonable la guerra y, por esta vía, de hacerlacompartible con un entorno social que deberá,entonces, proveer las indispensables bases deapoyo. Sobre los comienzos de la década de losnoventa, cuando la coalición entre el cartel deCali, Carranza y Fidel Castaño que había dadoorigen a los Pepes (Perseguidos por Pablo Esco-bar) se disuelve una vez lograda la muerte delcapo, los grupos de autodefensa se fragmentan endos corrientes: una línea de vigilancia privadaauspiciada por narcotraficantes y esmeralderos, yotra de contrainsurgencia liderada por Fidel Cas-taño, centrada en las regiones de Córdoba yUrabá con el respaldo de militares, ganaderos ypolíticos locales34.

A partir de su reubicación regional, el proyectocontrainsurgente de los hermanos Castaño clarificasus objetivos y consolida sus programas militares,políticos y sociales. En Córdoba, la desmovilizacióndel EPL, en la cual las autodefensas tuvieron unimportante papel gracias a su presión militar allado de la Brigada Móvil No. 1, le dio a Fidel Casta-ño la oportunidad de impulsar un proceso de pazpropio al crear Funpazcor y distribuir medianteesta fundación 1.600 hectáreas de tierras a 2.500familias de campesinos pobres o víctimas del en-frentamiento armado, además de brindarles aseso-ría técnica y financiera a los favorecidos35. EnUrabá, las Juntas de Acción Comunal son dirigi-das por líderes elegidos colectivamente de acuer-do con un mandato de búsqueda del bienestarcomún en el que cada individuo aporta lo quepuede: “Si es terrateniente aporta capital o maqui-naria y si es campesino lo hace con trabajo. No sepuede robar y el que lo hace tiene que devolver loque se llevó o es rechazado”36.

E N B U S C A D E L T I E M P O P E R D I D O

Pero, al fin de cuentas, ¿qué sentido puedetener toda esta polémica? Es posible, diría al-guien, que nos estemos enfrascando en un ranciodebate nominalista que poco puede aportarle aldiagnóstico y a las fórmulas para la superación delconflicto.

En cuanto al debate impulsado por PosadaCarbó en su libro ya citado, una de sus principales

33 El Tiempo. Bogotá, 19 de enero de 2001.34 Gómez, Ana Lucía “Conflicto territorial y transformaciones del paramilitarismo”. Tesis de grado, Bogotá:

Universidad de los Andes, 1999.35 Romero, Mauricio. “Identidades políticas, intervención estatal y paramilitares. El caso del departamento de

Córdoba”. En: Controversia. No. 173, diciembre de 1998, p. 75.36 Gómez, Ana Lucía. Ob. cit.

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réplicas a mis posiciones sobre el tema se refería ala siguiente afirmación: “La particularidad delconflicto colombiano, al cual aún nos acercamoscon inoperantes arquetipos, está configurandouna nueva forma de guerra civil de cuyo diagnósti-co oportuno y preciso depende, en gran medida,su solución”37.

Y me reafirmo en lo anterior ya que no se lepuede dar el mismo tratamiento militar y socio-político a un conflicto entre unos aparatos arma-dos sin mayor apoyo social y el resto de lasociedad, incluido el Estado, que a un conflictoentre dos amplias y sólidas organizaciones cívico-militares (FARC vs. Autodefensas), y de ellas con-tra un Estado al que cuestionan en aspectosampliamente compartidos por la población, asíésta repruebe el uso de gran parte de sus formasarmadas para combatirlo. En el primer caso seimpone un tratamiento de alta preeminenciamilitar en el que las consideraciones políticas ysociales se reducen a lo imprescindible para reba-jar los costos humanos y sociales de una guerra deaniquilamiento. En el segundo caso, se imponeun flexible tratamiento sociopolítico y militardentro del cual el objetivo estratégico no es elaniquilamiento del adversario, sino su forzosainclinación a unas negociaciones de paz que per-mitan el reordenamiento de las estructuras socia-les nacionales en una etapa posconflicto.

Ahora bien, no se trata de darle a la coyunturacolombiana el carácter de guerra civil como si engracia de dicha denominación nuestro conflictoadquiriera esa naturaleza específica. Lo que sebusca es observar si dentro de la atipicidad de talcontienda, el concepto de guerra civil no explicamejor que otros la extensión, profundidad y conti-nuidad del enfrentamiento armado. De todasmaneras lo que estamos viviendo es un enfrenta-

miento entre proyectos antagónicos de manejodel Estado que, por lo mismo, no puede ser redu-cido al simplista esquema de un devastador cho-que entre aparatos armados sin ningún sustentosocial y político. Es una lucha que en las expectati-vas de poder de cada uno de los actores frente a lasalida de la guerra, aun cuando mantiene las es-tructuras básicas del orden socioeconómico capi-talista vigente, buscaría imponer tres visionesdiferentes de ciudadanía y de manejo del Estado através del control de su aparato político-adminis-trativo: a) en el caso de las FARC, un proyecto deorden ciudadano autoritario de izquierda y dereordenamiento territorial de los poderes localesacumulados a lo largo de la guerra, a expensas dela mayor fragmentación posible de la soberaníadoméstica del Estado; b) en el caso de las Auto-defensas, un proyecto de recentralización de lasoberanía estatal y de orden ciudadano autoritariode derecha, impulsado a través alianzas estratégi-cas con las fuerzas armadas y los sectores másconservadores del empresariado y la política; c)en el caso del régimen político predominante, unproyecto de conservación del orden capitalistasegún la tradicional gestión de reformas limitadasy controlables.

Es, pues, una guerra entre ciudadanos, que porsu amplitud y profundidad representa y compro-mete mucha más sociedad de la que quieren verquienes insisten en que sólo se trata de accionesdemenciales a cargo de unos aparatos armadosfuncionando a espaldas de la sociedad. De mane-ra que lo de guerra civil no es una simple cuestiónde semántica, ya que de ella se desprende, al fin yal cabo, el tipo de soluciones que permitan lasadecuadas convergencias entre las relativas victo-rias y derrotas de los contendores y, por lo mismo,el tipo de sociedad salida del conflicto.

37 Ramírez Tobón, William. Ob. cit., 2000, p. 46.

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¿está viviendo colombia una guerra civil,una guerra contra la sociedad, una “guerra ambi-gua”, una guerra antiterrorista? ¿Son estas nocio-nes adecuadas para caracterizar el conflictocolombiano? No se trata de un simple debateacadémico, pues la caracterización de cualquierconflicto hoy en el mundo tiene de inmediatoconnotaciones políticas, militares y jurídicastanto en el ámbito interno como internacional1.A pesar de la importancia de una rigurosa carac-terización del conflicto armado que vive el país,en la prensa, en los medios académicos, en lasdeclaraciones gubernamentales o en los debatesparlamentarios, se recurre a todo tipo de defini-ciones. La utilización de una u otra noción tienehondas implicaciones. Por ejemplo, no es igualhablar de guerra civil (es decir, de dos polosenfrentados con sólido apoyo social), que de unaguerra contra-insurgente, en la cual el enemigoes percibido más como una máquina de guerracon débiles raíces societales. Por otra parte, lacaracterización de un conflicto conlleva a suturno una caracterización de los actores arma-dos: no es igual caracterizar al adversario delEstado como una guerrilla que como un grupoterrorista.

En el presente artículo vamos, inicialmente, aubicar el conflicto colombiano en el marco de losconflictos armados que han afectado al mundodesde el fin de la Guerra Fría en 1989. Tras estavisión de conjunto, vamos a intentar determinaralgunos rasgos del conflicto armado sobre loscuales existe un consenso mayoritario. A conti-nuación, vamos a discutir la pertinencia de cuatrode las caracterizaciones del conflicto armado(guerra civil, guerra contra la sociedad, guerraambigua y guerra contra el terrorismo) que han

Eduardo Pizarro LeongómezProfesor del Instituto de Estudios Políticos y

Relaciones Internacionales, IEPRI, de la

Universidad Nacional de Colombia. Actualmente,

Visiting Fellow de la Universidad de Princeton.

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Colombia :¿guer ra c i v i l ,guer ra cont ra lasoc iedad , guer raant i te r ror i s ta oguerra ambigua?

1 Posada-Carbó, Eduardo. ¿Guerra civil? El lenguajedel conflicto en Colombia. Bogotá: Alfaomega-Ideaspara la Paz, 2001.

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atetenido mayor resonancia en el debate intelectual y

político en los últimos dos años en el país. Final-mente, vamos a proponer algunos elementos queconsideramos útiles para la caracterización másapropiada del conflicto actual.

LO S CO N F L I C TO S A R M A D O S H OY E N E L M U N D O

Los conflictos interestatales son hoy en díamucho menos comunes que los conflictos inter-nos: de acuerdo con el informe anual que llevan acabo en la revista Journal of Peace Research2, de los33 conflictos armados que había en el mundo afines del año 2000 (cuadro 1) todos eran internos,salvo dos que revestían un carácter propiamenteinternacional (India-Pakistán y Eritrea-Etiopía).Según Steven David3, al menos dos razones expli-can el interés creciente en el estudio de los con-flictos internos. Por una parte, su peso relativo,pues desde el fin de la Guerra Fría los conflictosdomésticos han constituido más del 80% de lasguerras y sus víctimas. Por ejemplo, entre 1989 y1996, sólo hubo 3 conflictos interestatales frente a89 internos. Entre 1993 y 1994 no hubo ningunaguerra entre estados, y en 1995 sólo el conflictofronterizo entre Perú y Ecuador. Por otra parte,debido al hecho de que si bien son los países conbajos PIB los que cargan con el mayor peso delos conflictos armados, Europa –tras el colapsode la Unión Soviética y Yugoslavia–, vive igual-mente una era de inestabilidad y guerra. Debidoa ello, múltiples institutos en los países indus-trializados han comenzado a preocuparse poreste tipo de conflicto armado, en detrimento delos temas que dominaban en el período de laGuerra Fría (tales como, el equilibrio nuclear olos pactos militares de la OTAN y el Pacto deVarsovia).

Si se observa el cuadro 1, se pueden extraerinteresantes ideas para un análisis comparado del

conflicto en Colombia. En primer lugar, a pesarde lo que se afirma comúnmente, el número deconflictos armados ha disminuido desde el fin dela Guerra Fría. Inicialmente, es cierto, se disparóel número de conflictos. La fuente principal deellos fue el derrumbe de la Unión Soviética y losmúltiples enfrentamientos armados que se gene-raron en los nuevos estados (Azerbaiján, Armeniay Georgia) o en la propia Rusia (Chechenia) e,igualmente, debido al colapso de la antigua Yu-goslavia y la inestabilidad que se generó en losBalcanes. Sin embargo, al cabo de una décadahemos pasado de 47 a 32 conflictos armados (véa-se anexo 1)4. En segundo término, es importanteseñalar que América Latina es hoy en día lamacro-región más pacífica del mundo en térmi-nos de conflictos armados interestatales o inter-nos. Si en 1989 había 8 conflictos armados en laregión, hoy sólo resta el conflicto en Colombia.En tercer término, como plantean los autores de

cuadro 1

número de conflictos armados por región(1989-2000)Año Europa Medio Oriente Asia África América Total

1989 2 4 19 14 8 471990 3 6 18 17 5 491991 6 7 16 17 5 511992 9 7 20 15 4 551993 10 7 15 11 3 461994 5 5 15 13 4 421995 5 4 13 9 4 351996 1 5 14 14 2 361997 0 3 15 14 2 341998 2 3 15 15 2 371999 3 2 14 16 2 372000 1 3 13 14 1 32Fuente: Wallensteen & Sollenberg5.

2 Wallensteen, Peter y Margareta Sollenberg. “Armed Conflict, 1989-2000”. En: Journal of Peace Research, Vol. 38,No. 5, 2001.

3 David, Steven. “Internal War. Causes and Cures”. En: World Politics, Vol. 49, No. 4, 1997.4 Wallensteen y Sollenberg clasifican los conflictos entre aquellos en los cuales el enfrentamiento armado se

origina en diferencias en torno al tipo de gobierno y aquellos en los cuales la confrontación surge pordiferencias con respecto al estatus de un territorio (conflicto interestatal) o por intentos de secesión oautonomía. Wallensteen y Sollenberg, Ob. cit., p. 643. Con una metodología diferente para clasificar losconflictos, en el Informe anual del SIPRI se señala que a finales del año 2001 había en el mundo 24 conflictosarmados, entendiendo por tales aquellos que “causan al menos 1.000 muertos en el campo de batalla en unaño” (www.sipri.se). Esta cifra es levemente inferior a la de 2000, debido al cese de los enfrentamientos enSierra Leona y entre Etiopía y Eritrea. En este informe se refieren a los conflictos en Afganistán, Myanmar,India (Cachemira, Assam y la rivalidad con Pakistán), Indonesia, Filipinas, Sri Lanka, Argelia, Angola,Burundi, República Democrática del Congo, Ruanda, Somalia, Sudán, Irak, Irán, Israel, Turquía, Colombia,Estados Unidos (por el 11 de septiembre), Perú y Rusia (Chechenia).

5 Wallensteen y Sollenberg, Ob. cit., p. 632.

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este estudio, a diferencia del período de la GuerraFría, la disminución de los conflictos ha tenidocomo origen ante todo procesos de paz exitosos yno el triunfo militar de uno de los polos enfrenta-dos. Entre 1989 y 2000 ha habido 22 conflictosresueltos por medio de acuerdos de paz, mientrasque entre 1945 y 1989 hubo 22 victorias de uno delos polos del conflicto, 34 ceses al fuego y 33disputas que continuaron más allá de 1989. Porúltimo, tras la caída del bloque socialista, los con-flictos armados con fuertes raíces ideológicas handesaparecido virtualmente en el mundo. Desde1989, los enfrentamientos armados más comunestienden a estar fundados en identidades primariastales como raza o religión (conflictos inter-étnicos) o conflictos de secesión.

Estas cuatro tendencias globales son una fuen-te de optimismo para Colombia. Sin embargo, notodo es color de rosa. Si se analizan con deteni-miento los conflictos armados más agudos quesubsistían a fines del año 2000, casi todos eran“conflictos crónicos”: de las 24 confrontacionesarmadas mayores que había en ese año, al menos17 se habían desatado antes de 19896. Igualmente,Fearon y Laitin7 muestran cómo la continuidad denumerosos conflictos internos se debe, ante todo,al peso de los enfrentamientos crónicos. Éstos,como lo muestra la experiencia internacional, sonlos más difíciles de erradicar, debido no sólo alos niveles de odio y desconfianza que han gene-rado (las “deudas de sangre”), sino a la “sociali-zación de la violencia” en las relaciones humanascomo una forma “normal” de resolución de lasdiferencias.

Estos datos muestran, por otra parte, que elconflicto en Colombia es una “ave rara” en elcontexto de las disputas armadas contemporáneasdominadas, especialmente, por las guerras civilesinter-étnicas o religiosas. Este hecho ayuda a expli-car, en alguna medida, la enorme dificultad de losanalistas para alcanzar una adecuada caracteriza-ción del conflicto colombiano. Como vamos a ver,en dicha confrontación se mezclan diversos tiposde violencia en un complejo coctel que desafía losesquemas tradicionales. Por otra parte, se trata de

un conflicto armado prolongado que ha venidosufriendo una honda metamorfosis; una meta-morfosis en el escenario internacional en que sedesenvuelve: si en los años sesenta y setenta estabadeterminado por la lógica de la Guerra Fría, hoyestá enmarcado en la guerra contra el terrorismoy el narcotráfico. Una metamorfosis, igualmente,en los propios actores internos, cuyo abanico deacción incorpora día a día mayores niveles deutilización del terrorismo y una subordinacióncreciente de recursos provenientes del tráfico dedrogas ilícitas.

U N CO N F L I C TO I N T E R N O,

I R R E G U L A R Y D E R A Í C E S I D E O L Ó G I C A S

Antes de discutir las fortalezas y debilidades delas distintas caracterizaciones del conflicto arma-do que existen en Colombia, es indispensablerecoger algunos rasgos de éste sobre los cualesexiste algún grado de consenso entre los analistasdel fenómeno.

En primer término, se trata de una confronta-ción armada interna. En los estudios contemporá-neos se diferencia entre “conflictos internos” y“conflictos inter-estatales”. En los primeros, laconfrontación involucra, en el terreno de batalla,a dos (o más) sectores de un mismo país. En lossegundos, dos estados, tales como India y Pakis-tán, o Perú y Ecuador, se enfrentan en el planomilitar. Steven David8 define un conflicto armadointerno como “una confrontación violenta cuyosorígenes echan raíces esencialmente en factoresdomésticos más que en factores ligados al sistemainternacional, y en la cual la violencia armadatranscurre esencialmente en los límites de un soloEstado”9. Este ha sido, hasta el momento, el casode Colombia. El Plan Colombia o el impacto de laviolencia en las fronteras terrestres del país (enespecial, los límites con Ecuador, Venezuela yPanamá), no convierten automáticamente el con-flicto armado interno en una guerra internacio-nal10. Sin embargo, como sostienen muchosanalistas, en un mundo globalizado es difícil queexistan conflictos puramente domésticos, es decir,sin influencia e impacto internacionales. Para

6 Ídem., p. 633. 7 Fearon, James y Laitin, David, “Ethnicity, Insurgency, and Civil War”. Documento presentado en: “Laboratory

in Comparative Ethnic Processes”, Duke University, 2000. 8 David, Ob. cit., p. 576. 9 Véase Brown, Michael. “The Causes and Regional Dimensions of Internal Conflict”. En: Brown, Michael

(editor). The International Dimension of Internal Conflict. Cambridge: MIT Press, 1996.10 Posada-Carbó. Ob. cit.

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ateenfrentar este hecho, Barry Buzan11 propuso la

noción de “conflictos regionales complejos”, lacual hace referencia a aquellos en los cuales unoo más estados de una misma región se hallan en-vueltos en una confrontación armada interna,mediante su apoyo a uno de los actores en conflic-tos (gobierno u oposición). Este es el caso, porejemplo, de Sudán, Somalia, la República Demo-crática del Congo, Sierra Leona, Guinea, Liberia,Macedonia, Uzbekistán y otros12. Igualmente, estanoción era aplicable a la región centroamericanaen la década de los años ochenta. ¿Está lentamen-te transitando Colombia de un “conflicto interno”hacia un “conflicto regional complejo”, debido alinvolucramiento creciente de Washington y elcerco militar en torno a las fronteras terrestrescolombianas que han montado las naciones veci-nas? Muchos indicios apuntan en este sentido.

En segundo término, el conflicto armado enColombia reviste la modalidad de una guerra noconvencional. Ésta se distingue de la guerra con-vencional, “esencialmente por la forma comopelean los combatientes. La guerra de guerrillasse funda en pequeñas unidades que utilizan latáctica de golpear y correr, el sigilo, los ataquesintermitentes y las emboscadas (...). Ni ampliasdivisiones de tanques, ni uso intensivo de artilleríapesada, ni largas batallas de desgaste”13. Aun cuan-do las FARC intentaron hacer el tránsito de laguerra de guerrillas hacia el empleo de unidadesmilitares regulares (en particular, durante la ad-ministración de Ernesto Samper), fueron obliga-das a regresar a la guerra de guerrillas (y a lautilización sin antecedentes de actos terroristas)

ante la superioridad área y fluvial de las fuerzasarmadas a partir de 1998.

Un tercer consenso es que la confrontaciónarmada se originó en diferencias en el plano ideo-lógico y no en cuestiones relacionadas con etnia,lengua o religión. La guerrilla en Colombia, apesar de sus antecedentes en el período de laViolencia, emerge bajo el impacto de la revolu-ción cubana en los inicios de los años sesenta14. Laliteratura sobre los conflictos armados, sobre todoen el período de la Guerra Fría, buscó diferenciarlas guerras revolucionarias de las llamadas guerrascontrarrevolucionarias. Esta noción surgió en losaños ochenta con ocasión del apoyo que diversasnaciones le prestaron a distintos grupos armadosque enfrentaban regímenes marxistas15. Este apo-yo, particularmente de Estados Unidos con baseen la Doctrina Reagan16, fue muy intenso a favorde los mujahidín en Afganistán, a Renamo enMozambique, a Unitas de Jonas Savimbi enAngola y a la Contra nicaragüense17.

Colombia es, sin duda, una de las naciones máshomogéneas en América Latina, por lo cual, eravirtualmente imposible la emergencia de un con-flicto fundado en identidades primarias. Las co-munidades indígenas abarcan sólo unas 400 milpersonas, es decir, un poco más del 1% de la po-blación. Estas comunidades hablan alrededor de80 lenguas y dialectos, pero no existe nada similaral quechua o al guaraní. Por otra parte, a pesardel avance de las iglesias y sectas protestantes, elcatolicismo sigue siendo mayoritario. Sin duda,existe una enorme diversidad regional, pero éstano se traduce en corrientes separatistas. Por otra

11 Buzan, Barry. People, States and Fear: An Agenda for International Security Studies in the Post-Cold War Era. Londres:Harvester Wheatsheaf, 1991.

12 Además, de la noción de Buzan, es igualmente interesante analizar la noción que utilizan Bloomfield y Leiss,“Conflicto armado interno con significativo envolvimiento externo”. En: Bloomfield, Lincoln y Amelia Leiss.Controlling Small Wars: A Strategy for the 1990s. Nueva York, Knopf, 1969.

13 En el pensamiento militar clásico, las guerras como tales se clasifican en guerras nucleares, guerrasconvencionales y guerras irregulares. Véase Harkavy, Robert y Stephanie Neuman. Warfare and The Third World.Nueva York: Palgrave, 2001.

14 Pizarro, Eduardo. Insurgencia sin revolución. La guerrilla en Colombia en una perspectiva comparada. Bogotá: TercerMundo Editores-IEPRI, 2001.

15 El apoyo no provenía siempre de Estados Unidos; por ejemplo, los grupos armados que, en Eritrea y Tigris, seenfrentaron al régimen marxista de Mengistu en Etiopía, fueron respaldados por distintas naciones árabescon base en una solidaridad basada en el Islam o en factores etno-lingüísticos.

16 Esta doctrina revivió la vieja política del “roll back” de los años cincuenta, es decir, la doctrina según la cual eranecesario desestabilizar los regímenes socialistas de la periferia del campo socialista y “reincorporarlos” alcampo occidental. Zakaria, Fareed. “The Reagan Doctrine of Containment”. En: Political Science Quarterly, Vol.105, otoño, 1990.

17 Radu, Michael (editor). The New Insurgencies. Anticommunist Guerrillas in the Third World. New Brunswick:Transaction Publishers, 1990.

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parte, la nueva Constitución aprobada en 1991definió a Colombia como un país multicultural ymultiétnico, dio plenas garantías para la libertadde culto y aprobó una de las legislaciones a favorde las comunidades indígenas más avanzadas delcontinente18.

En una primera aproximación al tema, podría-mos, pues, afirmar que estamos frente a un conflic-to armado interno, irregular y con raíces históricasde índole ideológica. Un avance modesto, sinembargo. En primer término, aun si aceptamosque se trata de un conflicto armado interno (o entránsito hacia un conflicto regional complejo), esnecesario todavía determinar cuál es su nivel deintensidad (baja, media o alta). En segundo térmi-no, es preciso definir el grado de polarizacióninterna que sufre el país para determinar si setrata o no de una guerra civil. En tercer término,es indispensable discutir si el conflicto ha sufridoo no una “mutación” profunda y estamos lenta-mente transitando de una confrontación insur-gente hacia un conflicto de carácter terrorista,como sostienen algunos19 o, incluso, hacia unenfrentamiento de carácter narcoterrorista comosostienen otros.

¿ U N CO N F L I C TO A R M A D O D E B A J A ,

M E D I A O A LTA I N T E N S I D A D ?

¿Cuál es la intensidad del conflicto armado? Amediados de los años setenta se acuñó, por partedel establecimiento militar de Estados Unidos, la

noción de “guerra de baja intensidad”. Aun cuan-do el fenómeno que se buscaba describir –la gue-rra de guerrillas–, es tan antiguo como la guerramisma20, la nueva noción buscaba abarcar todauna compleja gama de modalidades de guerrairregular que se estaban llevando a cabo en elmundo en ese momento: guerras insurgentes,guerras contrarrevolucionarias, acciones terroris-tas o contraterroristas, etc.21. Lentamente, sobretodo en los estudios de carácter comparativo, sehizo necesario precisar distintos niveles de intensi-dad de los conflictos, y para ello se tomó comoindicador principal el número de víctimas directa-mente relacionadas con la confrontación armada.

Por ejemplo, el Failure State Force Task22, comose puede observar en la “Tipología de los con-flictos armados internos contemporáneos”23

(Cuadro 2), diferencia tres tipos de guerras revo-lucionarias: en primer término, guerras de granescala en donde se producen más de 25.000 muer-tes políticas por año. Un ejemplo fue la guerra delos mudajines contra el régimen procomunista deKhalq en Afganistán (1978-1992). En segundotérmino, guerras de escala intermedia, en las cua-les se producen entre 10.000 y 25.000 muertes deorigen político, como ocurriera en Nicaraguaentre 1977 y 1979, es decir, en la fase final delderrocamiento de la dictadura somocista. Final-mente, una guerra de guerrillas de pequeña esca-la, en la que se producen entre mil y 10 milmuertes de carácter político por año.

18 El componente “étnico” del conflicto armado en Colombia tuvo su máxima expresión en el grupo guerrilleroQuintín Lame en el Cauca.

19 Uno de los rasgos más comunes de los conflictos armados prolongados es la mutación profunda que sufre éstea lo largo del tiempo. Ese fue el caso, por ejemplo, de la larga guerra civil en Angola, que pasó de una guerraanticolonial a una guerra contrarrevolucionaria (gracias al papel de Unitas con el apoyo de Washington ySudáfrica) y, finalmente, a una guerra civil inter-étnica.

20 Otterbein, Keith. “The Origins of War”. En: Critical Review. Vol. 11, No. 2, 1997.21 Thompson, Loren. “Low-Intensity Conflict: An Overview”. En: Thompson, Loren (editor). Low-Intensity

Conflict. The Pattern of Warfare in the Modern World. Lexington: Lexington Books, 1989.22 Una de las preocupaciones centrales de la nueva agenda internacional de la Posguerra Fría es el tema de los

crecientes y alarmantes “colapsos estatales” que se han sucedido en distintas regiones del mundo. Paraenfrentar este alarmante fenómeno, en los años noventa se crearon distintos equipos de investigación, talescomo el Failure State Task Force, el State Failure Project y otros, con el objetivo fundamental de construir unosindicadores fiables para detectar cuándo un Estado está corriendo un riesgo inminente de colapso y,mediante una alarma temprana, poder movilizar rápidamente recursos de la comunidad internacional. Gurr,Ted Robert, et al. “The State Failure Project: Early Warning Research for U.S. Foreign Policy Planning”.Ponencia presentada en el seminario “Failed States and International Security: Causes, Prospects, andConsequences”. Purdue University, 25-27 de febrero, 1998.

23 Schmid, Alex. “A Comparative Look at Early Warning Indicators: PIOOM, the State Failure Project, and CEWSCases”: En: Gurr Ted Robert, et al. (editores). Journeys Through Conflict. Narratives and Lessons. Lanham:Rowman & Littlefield Publishers, 2001.

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ate¿En qué nivel debemos situar el conflicto

armado en Colombia? Si nos atenemos a la cifraque planteamos los autores de la Comisión Na-cional sobre la Violencia (1987) y que luego hacontinuado siendo utilizada como un punto dereferencia en el país, la violencia política seríaresponsable sólo de un 10 o un 15% del total delos homicidios intencionales; es decir, habríaentre 2.500 y 3.000 homicidios de origen políti-co, lo cual significaría que Colombia estaría su-friendo una guerra de guerrillas de escalamenor. Si nos atenemos, por el contrario, a losestudios que llevó a cabo el equipo de Paz Públi-ca de la Universidad de los Andes –en los cualesse cuestionó con sólidos argumentos la tesis de

24 En particular, en los estudios de Mauricio Rubio se argumenta que, dadas las tasas de impunidad existentes enColombia, es imposible determinar el origen de la inmensa mayoría de los homicidios. Pero lo que sí esposible establecer con suficiente evidencia empírica, es que los municipios con los mayores índices dehomicidios intencionales muestran la presencia activa de grupos armados (guerrilla o paramilitares). VéaseRubio, Mauricio. Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia. Bogotá: Tercer Mundo Editores-CEDE, 1999.

los “violentólogos”24–, Colombia ya habría dadoel paso hacia una guerra de guerrillas de escalaintermedia. Aunque yo me inclino de maneraintuitiva por la tesis de Paz Pública, dada la pre-cariedad de la información es preferible sostenerque el conflicto colombiano se halla situado enalgún punto entre un conflicto de pequeña esca-la y un conflicto de escala intermedia, lo cualconduce, simple y llanamente, a un reconoci-miento del ahondamiento del enfrentamientoarmado interno, gracias al aumento del númerode combatientes involucrados, el tipo y cantidadde armas, la expansión regional de la confronta-ción armada y, en último término, a su hondadegradación.

cuadro 2

tipología de los conflictos armados internos contemporáneos

guerrarevolucionaria

Definida como un conflictomilitar sostenido entre ungobierno central e insurgentes,quienes buscan derrocar elrégimen político.

guerrasétnic as

Definidas comoguerras civiles desecesión, rebeliones,prolongadas guerrasinter-comunitarias, oepisodios sostenidosde protestas masivasorganizadas porgrupos comunitariosanimadospolíticamente.

genocidiosy polit ic idios

Definidos como una políticasostenida por el Estado o susagentes (o en guerras civiles,por los grupos de poder endisputa), que conduce a lamuerte de un númerosustancial de miembros de unacomunidad o grupo político.En los genocidios, las víctimasson blanco debido a suscaracterísticas comunitarias(étnicas, religiosas). En lospoliticidios, debido a supertenencia a un partido.

transic ión derégimen polít ico

adversa odisr uptiva

Definida como unabrupto y brutal cambioen los patrones degobierno, que incluyecolapso estatal, períodosde una severainestabilidad o la caídade un régimenautoritario.

• Guerras de amplia escala: gue-rra civil y guerra de guerrillascon un número mayor de25.000 víctimas por año. Ejem-plo: la guerra de los mujahidíncontra el régimen de Khalq enAfganistán (1978-1992).• Guerras de escala intermedia:guerra civil y guerra de guerrillascon un número entre 10.000 y25.000 víctimas por año. Ejem-plo: la fase final del derrocamien-to de la dictadura somocista(1977-1979).• Guerra de guerrillas de escalabaja: guerra de guerrillas en lacual se generan entre 1.000 y10.000 muertes de carácterpolítico por año. Ejemplo:Colombia

• Colapso de la autoridaddel Estado central por dos omás años (Somalia)• Transición hacia unrégimen autoritario medianteun golpe de Estado (Chile,1973)• Transición hacia unrégimen autocrático mediantemedios no violentos (SierraLeona, 1978, de la demo-cracia hacia el partidoúnico)• Grave inestabilidad delrégimen político acompañadade una revolución o ungolpe (Yemen del Sur).

• Guerras étnicas deamplia escala (Sudán)• Guerras étnicas deescala intermedia(Kurdistán iraní)• Guerras étnicas deescala baja(Cachemira)• Prolongados episo-dios de violencia comu-nitaria (Intifada)

• Genocidios o politicidios deamplia escala (Camboya)• Genocidios o politicidios deescala intermedia(Mozambique)• Genocidios o politicidios deescala baja (Burundi)• Genocidios o politicidios deescala menor (Chile)

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¿ C Ó M O C A R AC T E R I Z A R E L CO N F L I C TO ?

Ya hemos desbrozado una parte del camino:hemos determinado hasta el momento que setrata de una guerra interna, irregular, con raícesideológicas, y en tránsito hacia un conflicto deintensidad media (MIC). Ahora, debemos entrarde lleno en la discusión sobre las distintas pro-puestas de caracterización que se encuentran enel debate académico y político: ¿Guerra civil, gue-rra contra la sociedad, guerra ambigua guerraantiterrorista?

¿Guerra civil?

Fernando Uricoechea, en un artículo que sir-vió para abrir un interesante debate en Colom-bia25, planteaba dos rasgos que, según superspectiva, caracterizarían una guerra civil: poruna parte, la existencia de al menos dos proyectosde sociedad antagónicos y, por otra parte, conbase en estos proyectos, una polarización nacionalen dos (o más) polos enfrentados. A estos dosrasgos es indispensable añadir, a mi modo de ver,un tercer rasgo: la existencia de una “soberaníaescindida”. Suponiendo que las FARC y el ELNsean portadores de un proyecto de sociedad in-compatible con la actual configuración socio-económica y política del país (es decir, que elprimer requisito exista de hecho), tanto el segun-do como el tercer requisito no se cumplen.

Actores armados y representación social

En tanto que las guerrillas afirman representarlos intereses de los sectores populares urbanos yrurales víctimas de la explotación capitalista, lasAUC se declaran los portavoces de las clases me-dias, víctimas a su turno de los excesos de la gue-

rrilla. Según el líder paramilitar, Carlos Castaño,mientras que las clases altas están siendo defendi-das por las Fuerzas Militares, las clases medias seencuentran en estado de total desprotección26.¿Se trata, en uno y otro caso, de una representa-ción real o de una autorrepresentación sin raícesreales? ¿Adhieren realmente los sectores popula-res a la guerrilla y las clases medias a los gruposparamilitares? Si nos atenemos a las encuestas quese han publicado en el país a lo largo de los últi-mos diez años, ni la guerrilla, ni los gruposparamilitares cuentan con el apoyo de más del 2%de la población. Ni unos ni otros representan aningún conglomerado social de significación.Uno y otro movimiento tiene, sin duda, basessociales de apoyo aquí y allá, desperdigadas a todolo largo y ancho de la geografía física o social delpaís. Sin embargo, no se puede hablar de unaidentidad de intereses o de visiones compartidascon ninguna clase social en particular. Ni lasFARC o el ELN son una “guerrilla campesina”,como pudieron serlo las huestes de Mao TseTung, ni las AUC son el aparato militar de lasclases medias27.

En el caso de los grupos paramilitares, éstoscuentan con el apoyo de una nueva élite terrate-niente que se ha ido gestando en torno a lasmafias de la droga y las esmeraldas, con la viejaclase terrateniente que sobrevive con dificultad enlas zonas de presencia guerrillera y con determi-nadas élites políticas y económicas regionales quele apuestan a estos movimientos de extrema dere-cha para garantizar un mínimo de orden local. Enel caso de la guerrilla, ésta cuenta con el apoyo dealgunos núcleos campesinos locales en sus zonasde influencia, con ciertos núcleos urbanos en

25 “¿Cuál guerra civil?”. En: El Tiempo, octubre de 2000. Una defensa de la tesis de la guerra civil se encuentra enRamírez, William. “Violencia, guerra civil, contrato social”. En: Colombia cambio de siglo: balances y perspectivas.Bogotá, –IEPRI–, Planeta, 2000; véase una crítica a esta concepción en: Posada-Carbó, Ob. cit. Es importanteaclarar que una guerra civil no se puede definir por la modalidad que asume la confrontación militar(convencional o no convencional). Existen guerras civiles en las cuales predomina la guerra irregular, comofue el caso de El Salvador o Nicaragua. Pero, igualmente, se han dado guerras civiles en las cuales se presentóuna confrontación entre unidades de ejército regular, como ocurrió en la última etapa de la revolución chinaa fines de la década de 1940.

26 “Castaño, brazo armado de la clase media”. En: El Tiempo, 3 de mayo de 2000, p. 5A.27 Algunos analistas consideran que, de alguna manera, la guerrilla y los paramilitares representan dos polos de

la sociedad rural: la guerrilla sería la expresión de los campesinos pobres y los colonos, mientras que lasautodefensas representarían a los campesinos ricos y a los hacendados. El conflicto en Colombia sería, desdeesta perspectiva, la expresión de una tensión no resuelta en el mundo rural, y entre éste y el mundo urbano.En las zonas rurales se habría producido un vacío de presencia estatal y un hondo quiebre de larepresentación política; es decir, los partidos ya no tendrían la misma función de mediación que cumplían enel pasado entre el campo y la ciudad. Ante este doble vacío (estatal y político), los actores armados sedisputarían en el campo los territorios y las poblaciones con ferocidad. Esta lectura que no compartimosameritaría, sin embargo, un debate profundo.

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ateáreas marginales o en algunos sectores estudianti-

les y profesionales. En uno y otro caso se trata,pues, de una representación fragmentada social yterritorialmente.

Por esta simple razón, es un grave error con-ceptual hablar de guerra civil. Una guerra civil esun enfrentamiento entre dos o más segmentosde la población, claramente identificables enrazón de su raza, religión, cultura, región o ideo-logía. En nuestro país no estamos viviendo niuna confrontación bipolar, como ocurriera en ElSalvador con la ruptura nacional entre el FMLNy las bases de apoyo del Estado, o multipolarcomo en Bosnia-Herzegovina, con un duro en-frentamiento entre las comunidades serbias,croatas y musulmanas.

¿Un Estado dentro del Estado?

Si no es apropiado hablar de una “polarizaciónsocial”, tampoco es apropiado hablar de la existen-cia en Colombia de un “Estado dentro del Estado”.En efecto, para algunos analistas Colombia estásufriendo una “soberanía escindida”28 debido a quelos representantes del Estado central han sido susti-tuidos por otros actores que, en ciertas regiones,ejercen plenamente funciones estatales, tales como

el cobro de impuestos, garantías de seguridad yprotección o funciones judiciales.

Sin duda, tanto las guerrillas como los gruposparamilitares cumplen algunas de estas funcionesen ciertas regiones. Pero ni el nivel de apoyo di-plomático internacional, ni el nivel de apoyo so-cial interno, ni la extensión del territorio bajo sucontrol, ni los recursos y número de miembrosque poseen permiten hablar con propiedad deuna “soberanía escindida”. A lo sumo se podríahablar de unos “proto-estados”, es decir, de inten-tos de crear gérmenes de contra-estados locales,similares en alguna medida al fenómeno de los“señores de la guerra” (warlords) en muchos con-flictos armados actuales en África y Asia29.

En cuanto hace al tema del reconocimientointernacional, como ha señalado uno de los mayo-res especialistas en estudios africanos, RobertJackson30, en el mundo actual la soberanía estataltiene una honda dimensión jurídica que no eratan importante antes de la creación de NacionesUnidas en 1945; es más, en ocasiones la existenciade un Estado no va más allá de su reconocimientointernacional31. El reconocimiento de la soberaníadel gobierno legítimo en Colombia no ha sido (niprobablemente será) puesta en duda por la comu-

28 “La característica definitoria de la guerra civil es la soberanía escindida”, afirma Kalyvas en: Kalyvas, Stathis.“Ethnicity and Civil War Violence: Micro-Level Empirical Findings and Macro-level Hypotheses”. Documentopresentado en la “Reunión anual de la Asociación América de Ciencia Política”, San Francisco, 2001, p. 7. Másadelante, añade: “La guerra civil altera de manera crucial la esencia de la soberanía. En su núcleo se halla laruptura del monopolio de la violencia legítima por la vía del desafío armado interno” (p. 10). La soberaníaescindida es, según este autor, el reflejo en dos realidades: a) La soberanía se segmenta debido a que dos (omás actores) ejercen dominio sobre partes distintas del territorio original, y b) debido a que estasegmentación simultánea genera grados y modalidades distintas de soberanía sobre distintas porciones delterritorio.

29 El fenómeno de los “señores de la guerra” tiene, sin duda, interés para el análisis del caso colombiano. Así,actúan los jefes regionales de las AUC, quienes conservan una enorme autonomía local frente al EstadoMayor de la organización. Igualmente, es el caso de los líderes regionales de los frentes del ELN. Las FARCson, por el contrario, una organización más centralizada que en el pasado, pues han comenzando a rotar a loscomandantes de frente en forma permanente para evitar la configuración de “feudos regionales de poder”.

30 Robert Jackson, Quasi-States: Sovereignity, International Relations and the Third World. Cambridge, CambridgeUniversity Press, 1990.

31 Jackson argumenta que muchos estados sólo existen como entidades reales gracias a su reconocimientointernacional. De resto, se trata sólo de “cuasi-estados” dominados por “señores de la guerra” que se disputanel territorio, la población y los recursos. Véase Ídem. Reno, a su turno, habla de “estados de fachada”. Este es,por ejemplo, el caso de Somalia que posee asiento en las Naciones Unidas, aparece en los registros del BancoMundial y recibe ayuda externa, pero que, de hecho, está dominada por jefes tribales. El Estado central seesfumó. La única región con una precaria administración funcionando, e incluso, con una moneda propia,Somaliland en el norte del país, no goza de reconocimiento diplomático alguno. Véase Reno, William.“Shadow States and the Political Economy of the Civil Wars”. En: Berdal, Mats y David Malone (editores),Greed & Grievance. Economic Agendas in Civil Wars. Boulder, Lynne Rienner, 2000, p. 45.

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nidad internacional32. A ésta le preocupa sí, sucapacidad para ejercer una soberanía positiva,“entendida como una habilidad demostrada deautogobierno dentro de sus respectivos territorios,con lo cual la posibilidad de éstos de resolver demanera adecuada sus problemas internos es pues-ta en entredicho”33. Sin duda, tanto la guerrillacomo los grupos paramilitares constituyen desa-fíos formidables para el ejercicio de una “soberaníapositiva”, pero no constituyen ni mucho menosentidades políticas ad portas de un reconocimientointernacional34.

Por otra parte, a pesar de la envergadura delterritorio concedido a las FARC en la llamadazona de distensión (42.000 kilómetros cuadrados,más o menos el tamaño de Suiza), esta área sola-mente representaba un 3,66% del territorio co-lombiano35. Se trataba, además, de una zonabastante despoblada, pues en estos cinco munici-pios residían menos de cien mil personas, es decir,un 0,24% de la población total del país. Además,si los grupos guerrilleros logran reunir anualmen-te alrededor de 600 millones de dólares36, estacifra se halla muy lejos de los recursos que reúneel Estado central: alrededor de diez mil millonesde dólares anuales37.

Finalmente, tampoco el número de hombresen armas es similar entre los grupos no estatalesy el aparato militar del Estado central. Si observa-

mos el cuadro 2, el número de hombres queactualmente reúnen las FARC y el ELN es delejos el mayor en la ya larga historia de la guerri-lla en América Latina. Solamente las FARC dupli-can el número de insurgentes que logró reuniren su momento cumbre el FMLN en El Salvador.No obstante, las guerrillas están distantes depoder alcanzar un “equilibrio militar”, comoocurriera en la guerra civil salvadoreña. Dadoque Colombia es 50 veces más grande que ElSalvador, y su población es varias veces superior,la guerrilla colombiana requeriría reunir al me-nos 100 mil combatientes para lograr acercarsesiquiera a un umbral de equilibrio estratégicosimilar al que se alcanzó en El Salvador. En el“pulgarcito de América”, como denominara a supaís el poeta Roque Dalton, había un guerrilleropor cada 2 kilómetros cuadrados y 50 habitantes,mientras que en Colombia hay un guerrilleropor cada 57 kilómetros cuadrados y 1.850 habi-tantes38.

Es decir, ni en cuanto hace al reconocimientodiplomático, al control territorial, al control depoblación, a la capacidad de captación de recur-sos o al número de hombres en armas (cincorasgos fundamentales de cualquier Estado), esposible afirmar que la guerrilla –y en particular,las FARC– ha creado las bases de un “Estado den-tro del Estado”.

32 Por ello, tanto las FARC como el ELN, e incluso, las AUC, han luchado no sólo por su reconocimiento comoactores políticos sino, ante todo, por un estatus como grupos beligerantes. A pesar de que esta figura yaperdió vigencia en el ámbito jurídico internacional, en el pasado fue importante para darle un respaldodiplomático a movimientos de liberación nacional (por ejemplo, la Organización para la Liberación dePalestina). En algún momento, las FARC se hicieron la ilusión de un reconocimiento diplomático por partedel gobierno de Hugo Chávez, quien dio muestras palpables en algún momento de querer actuar en estesentido.

33 Pardo, Diana y Arlene Tickner. “La política exterior y el proceso electoral colombiano”. En: Bejarano, AnaMaría y Andrés Dávila (compiladores). Elecciones y democracia en Colombia 1997-1998. Bogotá: Universidad delos Andes – Departamento de Ciencia Política - Fundación Social, 1999.

34 Por el contrario, la imagen de los grupos guerrilleros se ha deteriorado bajo el efecto que produjo ladestrucción de las Torres Gemelas y el clima internacional de “tolerancia cero” hacia la violencia comorecurso de acción política.

35 Nos referimos a la zona de distensión, pues ésta generó en el ámbito internacional la sensación de queColombia se hallaba ad portas de una fragmentación territorial. Véase, por ejemplo, el artículo publicado porMaurice Lemoine en Le Monde Diplomatique, “Colombie: une nation, deux Etats”, mayo de 2000.

36 Este cálculo se basa en los datos del “Comité Interinstitucional de Lucha contra las Finanzas de la Guerrilla”.En: Informe 1998. Bogotá: 1999.

37 Bejarano, Ana María y Eduardo Pizarro. “The Coming Anarchy: The Partial Collapse of the State and theEmergence of Aspiring State Makers in Colombia”. Documento preparado para el Workshop “States-Within-States”, Toronto: Universidad de Toronto, 2001, p. 34.

38 Villalobos, Joaquín. “Colombia: negociar ¿pero qué?”. Ponencia presentada en el Interamerican Dialogue,Washington, 2002.

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atecuadro 3

hombres en armas: estado, guerrillay paramilitares(finales de los años noventa)

Organización Número de hombres en armas

Estado centrala 143.761FARCb 15.000 - 17.000ELNc 3.500 - 4.200AUCd 5.000 - 6.000Otros grupos paramilitarese 2.000

a Incluye la Marina de Guerra, la Fuerza Área y el Ejército, peroexcluye a la Policía y otros aparatos de seguridad39. La Policíareúne 95.188 miembros40.b The Economist, 28 de julio de 2001, p. 39. En su “Survey ofColombia”, The Economist se refiere a una fuerza de 18.000 miem-bros, de los cuales 6.000 harían parte de milicias urbanas. LasFARC estarían divididas en alrededor de 70 frentes de guerracon un promedio de 150 miembros cada uno41.c The Economist, 21 de abril del 2001, p. 13.d Dirección de Inteligencia del Ejército de Colombia (Evolucióny composición grupos terroristas, 2000). Castaño sostiene que ensus fuerzas existen 800 ex-guerrilleros, más de mil ex-soldados yal menos 135 ex-oficiales de las Fuerzas Militares.e The Economist calcula el tamaño de las autodefensas en 8.000miembros42. No todos están cobijados bajo el paraguas de lasAutodefensas Unidas de Colombia.

obra de Daniel Pécaut tomó como suya esta defi-nición del conflicto armado.

Esta caracterización no me parece convincen-te. Por una parte, como sostiene Eduardo Posa-da-Carbó, “una narración del conflicto que lodescriba exclusivamente como una ‘guerra con-tra los civiles’, estaría ignorando, ante todo, unelemento central que lo define: la confrontaciónentre grupos armados ilegales y el Estado”45. Esdecir, le resta peso a la estratégica dimensiónpolítica de la confrontación. Por otra parte, enalguna medida todo conflicto armado más omenos intenso conlleva una “guerra contra lasociedad”, como un mecanismo de acumulaciónde poder territorial. Como ha mostrado StathisKalyvas, de los trece conflictos más devastadoresque sufrió el mundo entre los siglos XIX y XX,diez fueron guerras civiles. En éstas, “un altogrado de violencia representó el rasgo caracterís-tico del 68% de las guerras civiles en compara-ción con el 15% de las guerras entre naciones.No obstante, la importancia crucial de la violen-cia en las guerras civiles no es tan sólo unafunción del número de víctimas que produce.Un aspecto que diferencia la guerra entre esta-dos de las guerras civiles es que, con frecuencia,en estas últimas los civiles son el objetivo prima-rio y deliberado: por lo menos ocho de cada diezpersonas muertas en las guerras civiles contem-poráneas han sido civiles”46.

Colombia no es la excepción. A pesar de nosoportar una guerra civil propiamente dicha comohemos argumentado, la población civil es el blancoprivilegiado del conflicto armado, dado que elcontrol territorial es decisivo para avanzar en lasestrategias globales tanto de la guerrilla como delos grupos paramilitares, lo cual implica el ejerciciodel terror contra la población para implantarlo,

39 Dávila, Andrés. “Relaciones civiles-militares en Colombia: pautas de negociación y de subordinación encontextos desfavorables”. En: Tanaka, Martín (editor). Las Fuerzas Armadas en la región andina, ¿no deliberantes oactores políticos? Lima: Comisión Andina de Juristas, 2002, p. 3.

40 Llorente, María Victoria. “Perfil de la Policía Colombiana”. En: Deas, Malcolm y María Victoria Llorente(editores). Reconocer la guerra para construir la paz. Bogotá: Uniandes-Cerec-Norma, 1999, p. 470.

41 The Economist, 21 de abril de 2001, p. 11.42 Ídem.43 Pécaut, Daniel. Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa Hoy, 2001.44 Lair, Eric. “La Colombie Entre Guerre et Paix”. En: Politique Etrangère, No. 1, 2001.45 Posada-Carbó, Ob. cit., p. 33.46 Kalyvas, Stathis. “La violencia en medio de la guerra civil. Esbozo de una teoría”. En: Análisis Político, No. 42,

enero - abril, 2001.

¿Guerra contra la sociedad?

Con base en el escuálido nivel de apoyo socialde los actores armados no estatales, así como en elpredominio de acciones contra la población civilfrente al reducido número de acciones propia-mente militares, muchos analistas han planteadoque el conflicto colombiano se puede caracterizarcomo una guerra de minorías en contra del con-junto de la sociedad: una “guerra contra la socie-dad”. Éste es el título de la última obra de DanielPécaut43 e, igualmente, el título de un artículoreciente de Eric Lair44. Incluso, el presidentePastrana en múltiples discursos posteriores a la

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ante todo, en las áreas en disputa. Ya sea el ejerci-cio del terror para liquidar o expulsar a quienespermanecen leales a sus adversarios, o ya sea paraparalizar a los indecisos o para garantizar el orden.

En otras palabras, a pesar de que la noción de“guerra contra la sociedad” pone el acento en dosimportantes dimensiones del conflicto colombia-no (el bajo número de confrontaciones armadasdirectas entre la guerrilla y el ejército y el ataquesistemático contra la población civil), tiene dosdeficiencias pronunciadas: por una parte, le restavisibilidad a la dimensión política que todavíaocupa un lugar central en el conflicto colombianoy, por otra parte, coloca como eje de la definiciónuno de los rasgos propios de la mayor parte de losconflictos armados internos. Es decir, toma unaparte por el todo.

Una guerra ambigua

Según Ahmed Rashid47, el impacto de la guerrade Afganistán y, ante todo, la “cultura de la heroí-na y el Kaláshnikov” fueron socavando lentamentela política y la economía de ese país. Lo mismopodríamos decir de Colombia. La interrelaciónentre el conflicto armado interno y el auge de lacoca a principios de los años ochenta comenzarona erosionar lentamente al Estado, a la política y ala sociedad colombianas.

Tras los brillantes estudios del economista delBanco Mundial, Paul Collier48, y del profesor de laUniversidad de Keane, Nazih Richani49, una de las

principales preocupaciones hoy en día entre losanalistas de los conflictos armados en diversasnaciones del Tercer Mundo tiene que ver con lasfuentes económicas que sirven para alimentar lasguerras. Collier argumenta que la mayor parte delas confrontaciones armadas en las nacionesperiféricas durante la Guerra Fría fueron alimen-tadas por una u otra de las potencias en conflicto.Angola o El Salvador, son dos ejemplos clásicos.Sin embargo, en el período de la Posguerra Fríasólo pudieron subsistir aquellos aparatos armadosque lograron sustituir la ayuda externa por recur-sos internos altamente rentables.

Las drogas ilícitas cumplen en Colombia elmismo papel que los “diamantes ensangrentados”en Angola y Sierra Leona. Son el “combustible dela guerra”50. No necesariamente la motivación dela guerra. Como sostiene William Reno, el análisisde una economía de guerra no conlleva a afirmarque “el beneficio económico sea la motivación detodos los individuos en todas las guerras internasen estados débiles. Los combatientes en las gue-rras civiles pueden buscar diversos objetivos simul-táneamente”51.

Las drogas ilícitas son uno de los factores queexplican no sólo las dimensiones que ha adquiri-do el conflicto en Colombia, sino también enbuena medida, su persistencia en el tiempo52.Como ha sido extensamente documentado, exis-ten relaciones de interdependencia profundaentre los traficantes de droga, las guerrillas y los

47 Rashid, Ahmed. Los Talibán. El Islam, el petróleo y el Nuevo “Gran Juego” en Asia Central. Barcelona: EdicionesPenínsula, 2001, p. 368.

48 El Banco Mundial está desarrollando un proyecto de investigación en torno a las devastadoras consecuenciaseconómicas de la violencia criminal y los conflictos armados en los países en desarrollo. El equipo dirigidopor Paul Collier e Ibrahim Elbadawi (“The Economies of Crime and Violence”) ha publicado una serie deestudios en los cuales se argumenta que, más allá de factores tales como un severo descontento social,desequilibrios en los ingresos, ausencia de espacios democráticos o divisiones étnicas y religiosas, lo quepermite que estos factores potenciales deriven en conflictos armados de envergadura es el control por partede los grupos opositores al Estado de recursos estratégicos para escalar la confrontación. Véanse Paul Collier yAnke Hoeffler, “Greed and Grievance in Civil War”. Development Research Group, Banco Mundial, 2001;Collier, Paul y Nicholas Sambanis. “Understanding Civil War. A New Agenda”. En: Journal of Conflict Resolution,Vol. 46, No. 1, 2002; Collier, Paul. “Economic Causes of Civil Conflict and Their Implications for Policy”.Development Research Group, Banco Mundial, 2000.

49 Richani, Nazih. “The Political Economy of Violence: The War System in Colombia”. En: Journal ofInteramerican Studies and World Affairs, Vol. 39, No. 2, 1997.

50 Aun cuando la ayuda externa no desempeñó un papel significativo en el crecimiento de la guerrilla duranteel período de la Guerra Fría, los recursos del narcotráfico sí han sido decisivos para su expansión en la últimadécada. Rangel, Alfredo. “Colombia: la guerra irregular en el fin de siglo”. En: Análisis Político, No. 28, mayo -agosto, 1996.

51 Reno, Ob. cit.52 Collier, Paul; Hoeffler, Anke y Soderbom, Mans. “On the Duration of Civil War”. Development Research

Group, Banco Mundial, 1999.

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ategrupos paramilitares. En las regiones en las cuales

la guerrilla es el actor hegemónico se produceuna “convivencia pragmática” entre ésta y los tra-ficantes de droga, gracias a la cual estos últimospueden operar sin obstáculos a cambio del pagode distintos impuestos y contribuciones. En lasregiones en las cuales los paramilitares son he-gemónicos, éstos realizan una “alianza estratégica”con los grupos narcotraficantes, los cuales alimen-tan sus finanzas. Dada esta compleja simbiosisentre el tráfico de drogas y los actores armados, seha configurado en Colombia –al igual que enotras partes del mundo– una “economía de gue-rra”53, en la cual convergen el mercado de lasdrogas y el mercado de armas ligeras.

Esta interrelación entre el conflicto insurgentey el conflicto antidrogas condujo a algunos ana-listas del establecimiento militar de Estados Uni-dos a calificar el conflicto armado como una“guerra ambigua”. Esta noción tiene, ante todo,un significado en el marco del debate en torno aColombia en el seno del gobierno de EstadosUnidos; es decir, se trata de una noción “política-mente orientada”. Su objetivo fue mostrarle a losmiembros del gobierno y el Congreso en Washing-ton, en momentos en los cuales se discutía el PlanColombia, la convergencia necesaria entre la lu-cha antinarcóticos y la lucha contrainsurgente enColombia.

Esta noción, sin duda, apunta a subrayar unhecho real. Las drogas ilícitas son el principalcombustible de conflicto armado en Colombia. Ladebilidad de esta noción, sin embargo, reside enlos riesgos de una criminalización de la guerrillaal desconocerle toda motivación política54.

Como ha subrayado Stathis Kalyvas55, existeuna influyente corriente actual en el estudio delos conflictos armados internos en el mundo,que tiende a diferenciar de manera rígida, enblanco y negro, las “viejas guerras civiles” de las“nuevas guerras civiles”. En el cuadro 3, Kalyvassintetiza esta lectura dual y, tras una rigurosarevisión factual e histórica, muestra cómo ni

todas las guerras civiles del pasado eran tanpolitizadas, tan populares y tan controladas en eluso de la violencia, ni todas las guerras civilesactuales están totalmente despolitizadas, despro-vistas de apoyo y fundadas sólo en la lógica de laapropiación de recursos (diamantes, petróleo,drogas ilícitas u otros).

cuadro 4vie jas y nuevas guerras c iviles

Viejas Nuevasguerras civiles guerras civiles

Causas / motivación Malestar colectivo Lucro privado

Apoyo Amplio apoyo Ausencia depopular apoyo popular

Violencia Violencia Violenciacontrolada gratuita

53 Richani, Ob. cit.54 Más allá del debate propiamente académico, una criminalización de la guerrilla en términos delincuenciales

(tales como la noción de “narcoguerrilla”) tiene efectos políticos potencialmente indeseables: cierra de tajo o,al menos dificulta enormemente, las posibilidades de una eventual negociación política.

55 Kalyvas, Stathis. “ ‘New’ and ‘old’ Civil Wars. A valid Distinction?”. En: World Politics, Vol. 54, No. 1, 2001.56 Inderfurth, Karl. “Leftovers From an Old War”. En: New York Times. 7 de noviembre, 2001, p. 23.57 Véase, por ejemplo, el artículo: Hoffmann, Stanley. “The Crash of Globalizations”. En: Foreign Affairs, Vol. 81,

No. 4, 2002.

En pocas palabras, uno de los rasgos más pro-nunciados del conflicto armado en Colombia es,sin duda, la convergencia entre “coca y Kalásh-nikov”, entre los grupos armados ilegales de extre-ma derecha y de extrema izquierda con el tráficode drogas y el comercio de armas ligeras. Sin em-bargo, como habíamos ya subrayado con la no-ción de “guerra contra la sociedad”, uno de losrasgos del conflicto armado es tomado como latotalidad del fenómeno. En este sentido, es unacaracterización muy útil, pero insuficiente, paraabarcar la complejidad del conflicto.

¿Guerra contra el terrorismo?

“No solamente la Guerra Fría terminó;igualmente, el período de la Posguerra Fría haterminado”56, sostuvo el Secretario de Estadonorteamericano, Colin Powell, tras una re-unión con el canciller ruso, Igor Ivanov, pocassemanas después de los ataques terroristas deNueva York y Washington el 11 de septiembrede 2001. Todos los analistas concuerdan quetras esos acontecimientos el mundo sufrió uncambio dramático57.

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Tras el anuncio del presidente George Bush deconstruir una coalición antiterrorista de carácterglobal, los analistas colombianos se dividieron endos bandos. Por una parte, quienes minimizaronel impacto de la coalición mundial contra el terro-rismo en Colombia, con el argumento de que elcampo de batalla se iba a localizar en torno aAfganistán y a las naciones que ofrecen refugio aorganizaciones terroristas musulmanas (Irak,Siria, Sudán) y, por tanto, que Colombia iba apasar a un segundo plano en las preocupacionesde Washington. Por otra parte, quienes argumen-taron que en una guerra de carácter global contrael terrorismo, difícilmente Colombia iba a pasardesapercibida, debido a la presencia de tres orga-nizaciones de nuestro país en la “lista negra” delDepartamento de Estado (anexo 2)58.

Los analistas que previeron hondos efectossobre Colombia de la naciente lucha contra elterrorismo mundial acertaron. En efecto, el Secre-tario de Estado, Colin Powell, en una polémicaentrevista para la cadena ABC y a la preguntasobre cuáles organizaciones de las incluidas en lalista de organizaciones terroristas extranjerastenían capacidad de actuar de manera global,subrayó:

Muchas de ellas. Y muchas de ellas tratarán deatacar nuestros intereses en la región en dondeoperan y aquí en casa. Tenemos que tratarlas atodas como si tuvieran la capacidad potencial paraafectar nuestros intereses de manera global o deafectar a nuestros amigos y nuestros intereses enotras partes del mundo. Por ejemplo, sólo en Co-lombia hay tres grupos que consideramos terroris-tas (FARC, ELN, AUC), y estamos trabajando conel gobierno para proteger su democracia contralas amenazas que estos terroristas plantean.

¿Por qué mencionó Colin Powell expresamen-te a Colombia? Una razón pudo haber sido deorden táctico. Estados Unidos, ante la necesidadde consolidar una alianza estratégica con algu-

nos países musulmanes clave en torno al territo-rio afgano (Arabia Saudita, Pakistán, EmiratosÁrabes Unidos), tenía que dar pruebas fehacien-tes de que no se trataba de una “guerra de civili-zaciones”, de una confrontación entre Occidentey Oriente. Por ello, era indispensable mostrarque, grupos calificados como terroristas en Occi-dente, iban a ser objeto igualmente de la con-frontación.

Por otra parte, es probable que sólo las orga-nizaciones de Colombia fueran, por diversasrazones, “mencionables”. Nombrar a ETA comoblanco de una coalición internacional hubierapodido generar una reacción airada del Estadoespañol, aliado importante en el seno de laOTAN, en defensa de su soberanía nacional59. Losdébiles grupos terroristas griegos, tales como laOrganización Revolucionaria 17 de noviembre, nole dirían nada a nadie y tampoco se trataba demolestar a otro Estado de la OTAN. ¿IRA Autén-tico? Los irlandeses son una comunidad muyinfluyente en los Estados Unidos. Los gruposextremistas de la derecha israelí, tales como elgrupo fundado por Meir Kahane (Kach), ni pen-sarlo. Muchos menos ahora en el clima de pre-guerra que se vive en esa convulsionada región.¿Sendero Luminoso y el Tupac Amarú? Quién seacuerda de estas dos organizaciones que hoy lan-guidecen en la selva peruana. El Frente PatrióticoManuel Rodríguez de Chile ya salió de la listadesde 1999. Sólo quedaban las organizacionescolombianas.

¿Son realmente terroristas

las FARC, el ELN y las AUC?

¿Es aceptable la calificación de terrorista quehace el Departamento de Estado a las organizacio-nes armadas colombianas? Sin duda, el calificativode terrorista por parte de Estados Unidos estádeterminado por consideraciones eminentementepolíticas. Un actor armado puede ser un aliadohoy y mañana un enemigo declarado, como lomuestran los propios talibán60. ¿Es Arafat un terro-

58 La lista de las organizaciones terroristas nació hace escasos seis años mediante el Antiterrorism and EffectiveDeath Penalty Act de 1996, el cual autorizó al Secretario de Estado para clasificar las organizaciones que, deacuerdo con una serie de criterios, ameritaban ese calificativo. El Informe se publica, desde entonces, cadados años, aun cuando el Secretario de Estado puede incluir organizaciones en cualquier momento, comoocurrió con el IRA Auténtico y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). ¡Éstas fueron declaradasorganizaciones terroristas por Colin Powell el 10 de septiembre de 2001!

59 Una cosa es solicitar el apoyo de la Unión Europea (en especial, de Francia) para combatir a ETA, y otra serun teatro de acciones internacionales bajo el liderazgo de Washington.

60 Rashid, Ob. cit..

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aterista? Para Estados Unidos a veces sí y a veces no,

de acuerdo con el curso cambiante de sus orienta-ciones políticas.

Desde una perspectiva académica no es fácilabordar una definición de esta forma de acción,dadas sus fronteras ambiguas. Como afirma conrazón Jessica Stern en una obra reciente, en laliteratura especializada existen decenas y decenasde definiciones de terrorismo. Algunas colocan elacento en los actores, otras en sus motivaciones yotras en las técnicas utilizadas para llevar a cabo elacto terrorista. Pero, según Stern, solamente doscaracterísticas son esenciales para distinguir elterrorismo de otras formas de violencia. Por unaparte, el terrorismo tiene como objetivo funda-mental a los no combatientes, a la población civil,lo cual lo diferencia de la guerra convencional;por otra parte, los terroristas utilizan la violenciacon objeto de generar pánico entre amplios secto-res de la población. La producción de miedocolectivo distingue el terrorismo de un asesinatosimple o un asalto. En consecuencia, el terrorismopuede ser definido como “(…) un acto o unaamenaza de violencia contra no combatientes conel objetivo de realizar una venganza o una intimi-dación, o para influir en la opinión pública”61.

Con base en esta definición, los actores terro-ristas pueden ser estados, grupos bajo su influen-cia, organizaciones internacionales sin atadurasestatales o grupos nacionales. Así mismo, sus obje-tivos pueden ser de un amplio espectro: políticos,religiosos o económicos.

Si nos atenemos a esta definición, ¿podemoscalificar a las organizaciones colombianas comoterroristas, tal como lo hace el Departamento deEstado? Sin duda, las Autodefensa Unidas de Co-lombia constituyen una organización terrorista enel pleno sentido de la palabra, dado que su méto-do predilecto de acción ha sido, al menos hasta elmomento, la ejecución de masacres colectivas. Enla actual guerra por el control territorial entre losgrupos guerrilleros y los grupos paramilitares,éstos buscan debilitar las bases de apoyo de laguerrilla a través del ejercicio del terror contra lapoblación civil62.

¿Pero, son igualmente las FARC y el ELN gru-pos terroristas? Si nos referimos a sus orígenes

históricos, la respuesta sería negativa. Las FARC,cuyos orígenes históricos se pierden en las luchasde las guerrillas comunistas contra la violenciaconservadora en el período de la Violencia (1949-1953), y el ELN que emerge en 1964 comoexpresión de la ola guerrillera desatada por laRevolución Cubana en toda América Latina,serían simplemente dos expresiones tardías yavejentadas del viejo sueño del “Ché” Guevara.Pero si nos referimos a sus métodos de lucha, lasfronteras entre movimientos guerrilleros y gruposterroristas comienzan a perder claridad. Tanto elELN como las FARC realizan acciones que, deacuerdo con el Derecho Internacional Humanita-rio, constituyen crímenes de lesa humanidad: elsecuestro, el asesinato fuera de combate o eldesplazamiento forzado de población. En pocaspalabras, tanto el ELN como las FARC están len-tamente evolucionando hacia organizacionesterroristas.

Ahora bien, más allá del debate propiamenteacadémico, los acontecimientos del 11 de septiem-bre y la presencia de las FARC, el ELN y las AUCen la “lista negra” del Departamento de Estado yahan tenido hondas repercusiones en el planopolítico. El impacto más importante para Colom-bia fue que le allanó el camino a la Casa Blancapara combatir a las guerrillas, ya no concebidaséstas como fuerzas insurgentes, sino como movi-mientos terroristas financiados por el tráfico dedrogas63. A lo largo de la administración Clintonhubo una tensión permanente entre el Departa-mento de Estado y el Departamento de Defensa,el cual traducía la tensión que había en la propiaopinión pública norteamericana. Mientras que elDepartamento de Estado afirmaba que el PlanColombia era, en cuanto hace a sus componentesmilitares, un plan antinarcóticos, analistas delDepartamento de Defensa insistían en que lasfronteras entre el narcotráfico y la guerrilla erantan tenues que, de una u otra manera el PlanColombia terminaría teniendo un componentecontrainsurgente. Para justificar este punto devista acuñaron, como vimos, el concepto de “gue-rra ambigua”.

Este conflicto interburocrático terminó el 11de septiembre. Dado que los grupos armados

61 Stern, Jessica. The Ultimate Terrorists. Cambridge: Harvard University Press, 2000, p.110.62 En declaraciones recientes, los líderes de las AUC han señalado su abandono de lo que denominan

“operaciones con objetivo múltiple”, es decir, el asesinato simultáneo de varias personas. Amanecerá yveremos.

63 Reyes, Gerardo. “Washington, impaciente con el proceso de paz”. En: El Nuevo Herald, Miami, 18 de octubrede 2001.

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colombianos pasaron a ser considerados comogrupos terroristas64, se allanó el camino para supe-rar los impedimentos legales que le impedían a laCasa Blanca comprometerse en el conflicto arma-do interno. Querámoslo o no, la visión sobre elconflicto colombiano va a estar condicionada porel clima internacional posterior al 11 de septiem-bre, más allá de la pertinencia o no de la caracte-rización de éste como una “guerra contra elterrorismo”. La reciente inclusión de las AUC y delas FARC en la “lista negra” de la Unión Europeava, sin duda, a reforzar esta lectura.

E N CO N C LU S I Ó N : ¿ VA M O S H AC I A

U N A N E T WA R ?

Tras el prolongado repaso que hemos realiza-do del debate interno e internacional sobre elconflicto colombiano, nos quedan algunas ideas:se trata de un conflicto armado interno (inmersoen un potencial conflicto regional complejo),irregular, con raíces ideológicas, de intensidadmedia, en el cual las principales víctimas son lapoblación civil, y cuyo combustible principal sonlas drogas ilícitas. Sólo nos resta dar un paso adi-cional: si las FARC están haciendo el tránsito de laguerra de guerrillas a la acción terrorista –dada ladecisión de trasladar el escenario de la confronta-ción de las zonas rurales a los centros urbanos–,estaríamos ad portas de un cambio en la naturale-za de la confrontación. Ya no se trataría, predomi-nantemente, de una guerra contraguerrillera sinode una guerra contra redes clandestinas.

En un reciente artículo publicado en Le MondeDiplomatique, Francis Pisani65 se refiere a las obrasrecientes de John Arquilla y David Ronfeldt66, enlas cuales se busca rediseñar la doctrina militar de

los Estados Unidos para enfrentar los desafíos delterrorismo internacional. La nueva doctrina queha sido denominada swarming, plantea la necesi-dad de adaptarse en distintos planos (doctrinario,tecnológico, militar) a los nuevos desafíos. Estono significa que Estados Unidos o la OTAN vayana abandonar sus distintas formas de organizaciónmilitar adaptadas a distintas modalidades de con-flicto armado (nuclear, convencional o irregular).Significa que, en el marco de la Doctrina de laRespuesta Flexible, a esas formas tradicionales deguerra se va a añadir una cuarta dimensión, la“guerra contra redes” o netwar. Para ello, sostie-nen estos autores, existen múltiples experienciasinternacionales: la lucha de Singapur contra lospiratas de mar en el Sudeste Asiático, la guerra dela Gran Bretaña contra el IRA, la de los italianoscontra la mafia, la de los franceses contra losfundamentalistas islámicos argelinos o la de Espa-ña contra la ETA. Estas experiencias deberían serutilizadas, sostienen Ronfeldt y Arquilla, paracombatir a organizaciones que, como Al Qaeda,se han convertido en una “red de redes”, es decir,en un paraguas que cobija bajo su seno a decenasde grupos islámicos fundamentalistas en más de32 países.

En conclusión, el conflicto armado en Colom-bia está pasando de una guerra irregular de bajaintensidad hacia una guerra irregular de intensi-dad media, en la cual día a día comienzan a pre-dominar las acciones de carácter terrorista. El paístiene que adaptar su doctrina militar y sus apara-tos armados para afrontar esta nueva modalidadde guerra, para lo cual cuenta con una excepcio-nal experiencia: el desmantelamiento de los carte-les de Medellín y Cali.

64 En realidad, tanto las FARC como el ELN estaban incluidos en la lista del Departamento de Estado desde1996. Sin embargo, esta inclusión era puramente formal dado que Washington apoyaba simultáneamente lapolítica de paz de la administración Pastrana e, incluso, el subsecretario de Estado para Asuntos Andinos, PhilChicola, llegó a reunirse con Raúl Reyes en Costa Rica. Todo cambió a partir del 11 de septiembre.

65 Pisani, Francis. “Guerre en Réseaux Contre un Ennemi Diffus”. En: Le Monde Diplomatique, No. 579, París,2002.

66 Arquilla, John y Ronfeldt, David. Networks and Netwar. Los Ángeles: RAND, 2001; Arquilla, John y Ronfeldt,David. The Emergence of Noopolitik. Toward an American Information Strategy. Los Ángeles: Rand, 1999.

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anexo 1Lista de conflictos armados en el mundo (2000)

Continente País Grupos armados*

África Angola Unión Nacional por la Total Independencia de Angola

África Argelia Grupo Islámico Armado y Da’wa wal Yihad

África Burundi Consejo Nacional por la Defensa de la Democracia(CND) y Partido por la Liberación del Pueblo Hutu (Palipehutu)

África Chad Movimiento por la Democracia y la Justicia en el Chad

África Eritrea-Etiopia Eritrea-Etiopía

África Etiopía (Ogaden) Frente Nacional de Liberación de Ogaden

África Etiopía (Oromiya) Frente de Liberación Oromo (FLO)

África Liberia Liberianos Unidos por la Reconciliación y el Desarrollo

África República Democrática del Congo Unión Congolesa por la Democracia y Movimiento deLiberación Congolés

África Ruanda Alianza entre el antiguo ejército de Ruanda ylas milicias Interahamwe

África Senegal Movimiento de las Fuerzas Democráticas de Casamance

África Sierra Leona Frente Unido Revolucionario

África Sudán Alianza Nacional Democrática

África Uganda Alianza de Fuerzas Democráticas

América Colombia Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)y Ejército de Liberación Nacional (ELN)

Asia Afganistán Frente de Unión Islámico por la Salvación de Afganistán

Asia Filipinas Nuevo Ejército del Pueblo

Asia Filipinas (Mindanao) Frente Moro Islámico de Liberación y Abu Sayyaf

Asia India Grupo de la Guerra de los Pueblos, Centro Comunista Maoísta

Asia India (Kachemira) Hizb-ul-Mujahidi, Harkat-ul-Mujahidi, Lashkar-e-Toiba yJesh-e-Mohammadi

Asia India (Manipur) Frente de Liberación Nacional Unido

Asia India (Tripura) Frente de Liberación Nacional de Tripura

Asia India – Pakistán India – Pakistán

Asia Indonesia Movimiento Aceh Libre

Asia Irán Mujahidi Khalq (Combatientes Sagrados del Pueblo)

Asia Israel Fatah-Tanzim, Hamas y Yijad Islámico

Asia Myanmar Unión Nacional Karen

Asia Nepal Partido Comunista de Nepal, Frente de los Pueblos Unidos

Asia Sri Lanka Tigres por la Libración del Tamil Eelam

Asia Turquía Partido de los Trabajadores de Kurdistán

Asia Uzbekistán Movimiento Islámico de Uzbekistán

Europa Rusia República de Chechenia, Ichkeria

* Los “grupos armados” hacen referencia a organizaciones enfrentadas a fuerzas estatales o su equivalente,con la excepción de los conflictos entre Eritrea y Etiopía y entre India y Pakistán (N. del E.).

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anexo 2Organizaciones terroristas según el Departamento de Estado de Estados Unidos (2001)

País Organización

Afganistán Al-Qaida

Argelia Grupo Armado Islámico (GIA)

Colombia Autodefensas Unidas de Colombia (AUC)

Colombia Ejercito de Liberación Nacional (ELN)

Colombia Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)

Egipto Al-Gama’a al-Islamiyya (Grupo Islámico)

Egipto Al-Yihad (Yijad Islámica de Egipto)

España Libertad y Tierra Vasca (ETA)

Filipinas Grupo Abu Sayyaf

Grecia Lucha Revolucionaria del Pueblo

Grecia Organización Revolucionaria 17 de Noviembre (17 de Noviembre)

Irán Organización Mujahidin-e Khalq (MEK)

Irlanda de Norte Ejército Republicano Irlandés Auténtico (CIRA)

Israel Kach y Kahane Chai

Japón Verdad Suprema (AUM)

Kurdistán Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK)

Líbano Hezbollah (Partido de Dios)

Pakistán-India Harakat ul-Mujahidin (HUM)

Palestina Frente de Liberación de Palestina - Facción Abu Abbas

Palestina Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP)

Palestina Frente Popular para la Liberación de Palestina – Comando General

Palestina Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS)

Palestina Organización Abu Nidal

Palestina Yihad Islámico Palestino – Facción Shaqaqi

Perú Sendero Luminoso (SL)

Sri Lanka Tigres para la Liberación del Tamil Eelam (LTTE)

Turquía Frente / Ejército Revolucionario de Liberación del Pueblo (DHKP/C).

Uzbekistán Movimiento Islámico de Uzbekistán (IMU)

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L a G u e r r ac o n t r a l o sD e r e c h o s d e lH o m b r e *

Gonzalo Sánchez GómezProfesor titular, Instituto de

Estudios Políticos y Relaciones

Internacionales, IEPRI, Universidad

Nacional de Colombia.

¡Dios mío, Dios justo a quien el hombre nopuede engañar!

Yo te presento mi corazón; y estoy segurode que a tus ojos no he delinquido: diez yseis años de prisiones, que ahora se hanrenovado en diez y seis años de oprobio ymiseria, no han sido bastantes paracastigar el delito, el tremendo delito...

de los derechos del hombre

Antonio Nariño

con motivo de la inauguración de laCátedra de Estudios Colombianos “AntonioNariño”, quisiera compartir con ustedes algunasreflexiones sobre los encuentros y desencuentrosentre los derechos (el derecho) y la guerra, enperspectiva histórica. Y ello por varias razones: laprimera, porque esa es la asociación de ideas quede inmediato suscita la figura de Antonio Nariño;la segunda, porque Colombia es un país cuyahistoria política puede ser y ha sido leída en tér-minos de guerras, pero también de constitucio-nes, lo que hace de esa relación entre guerra yderecho una relación nodal; y la tercera, porquela degradación creciente del conflicto armadocontemporáneo plantea urgencias de regulaciónque nos conciernen a todos.

Que una cátedra sobre Colombia en París lleveel nombre de Antonio Nariño es un gesto deenorme carga significativa. Recordemos breve-mente quién era Antonio Nariño. Modesto fun-cionario del Virreinato de la Nueva Granada, afinales del siglo XVIII, Nariño había sido alcalde ytesorero de Santa Fe; había sido exportador dequina, y además un comerciante arruinado. Eratambién un inquieto divulgador de ideas: creóuna tertulia literaria con acento masónico, “ElArcano de la Filantropía”, según dijo él mismo, a

* Palabras pronunciadas conmotivo de la inauguración de laCátedra de Estudios Colombianos“Antonio Nariño”, Universidad deParís III-Sorbona la Nueva /I H E A L, marzo 19 de 2002.

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imagen de algunos casinos de Venecia, que teníanuna suscripción a periódicos y gacetas extranjerasen torno a los cuales, como en todas las socieda-des de pensamiento de la época, lograban unaenvidiable mezcla de actividades: discutían, sedivertían y pasaban un rato útil.

N A R I Ñ O Y L A I N D E P E N D E N C I A CO M O

G U E R R A P O R LO S D E R E C H O S D E L H O M B R E

Un simple azar le cambió el sentido a la vidade Nariño en 1794. En efecto, cayó en sus manos,paradójicamente proveniente de una autoridadvirreinal, el tercer tomo de la Historia de la asam-blea constituyente de Francia, en el cual estaban los17 artículos de la Declaración de los Derechos delHombre y del Ciudadano. Nariño los tradujo deinmediato y los llevó, para su reproducción, a supropia imprenta, “La Patriótica”. Era la primeraimpresión castellana del histórico documento. Elprestigio de Nariño quedó tan estrechamenteasociado a ese episodio, que en la Nueva Granadase le veía no simplemente como el traductor delos Derechos del Hombre, sino casi como su crea-dor. Desde luego, la resonancia de la traducciónse incrementó con la persecución y represión quese desató en su contra.

Un ejemplar de la traducción llegó a las auto-ridades que entraron en pánico y asociaron lapublicación de ese documento a una conspira-ción antihispánica en marcha, sobre la cual veíanindicios en otras ciudades a través de pasquines,que como lo mostró posteriormente GarcíaMárquez en su novela sobre la Violencia, La malahora, no sólo son de autoría casi indemostrable,sino que tienen un triple efecto: si son ficticios,dejan ver la fragilidad del orden; si son ciertos,muestran la potencial rebeldía política y social; ymás importante aún, “lo que quita el sueño noson los pasquines, sino el miedo a los pasqui-nes”1, al rumor pueblerino. En todo caso, lasautoridades le atribuyeron al papelito de Nariñoun potencial “sedicioso” de tal magnitud, que deinmediato alertaron no sólo a la Nueva Granada,sino también a Quito, a Caracas y otras ciudadesde Su Majestad. El Virrey comunicó a todos losgobernadores sobre los acontecimientos de San-ta Fe en estos términos:

Han sido fijados en parajes públicos de esta ciudadunos pasquines sediciosos y de resultas de las pes-quisas hechas sobre ellos y sus autores se tienenoticia de que se ha esparcido por este Reyno unpapel impreso, cuyo título es “Derechos del Hom-bre”, y su objeto el de seducir a las gentes fáciles eincautas, con especies dirigidas a favorecer la liber-tad de religión y a turbar el buen orden y gobiernoestablecido en estos dominios de S.M.

Paradójicamente, las autoridades en tanto másperseguían los derechos, más los divulgaban. ElVirrey fue aún más lejos y pidió a los padres Capu-chinos iniciar una contracampaña ideológica,saliendo a los pueblos a instruirlos en la obedien-cia al orden vigente y a prevenirlos sobre los peli-gros de las “vanas ideas de libertad y de igualdad”.Para facilitar las pesquisas sobre el documentoimpreso, se detallaba el tipo de papel, los caminosque hubiera podido recorrer, los peligros quecomportaba. No se sabía bien todavía de qué im-preso se hablaba, pero Nariño ya estaba en lacárcel. Cuando se supo se entendió por qué elpapelito ese era tan subversivo: al proclamar laigualdad de los hombres frente a las discrimina-ciones, la reversión de la soberanía al pueblo, y laprimacía de la voluntad general expresada en laley, y sobre todo en su artículo 2o., el derecho a la“resistencia a la opresión”, había creado los funda-mentos de un discurso a la vez antimonárquico yanticolonial, y más aún, como lo demostró Haití,un discurso al mismo tiempo independentista yantiesclavista2.

La sensibilidad al rumor y a los pasquines enparticular, era exacerbada por una atmósferacrítica, propia de la época, que encontraba eco ennuevas formas de sociabilidad como la tertulia a lacual pertenecía Nariño, y hacía parte de un grancomplejo cultural que incluía la Expedición Botá-nica del sabio José Celestino Mutis. No menosimportante era la imprenta y, por extensión, losmecanismos de difusión, a los cuales un estudioclásico de Benedict Anderson les atribuye un pa-pel decisivo en la construcción de esas comunida-des imaginadas hispanoamericanas que son lasnaciones3. Eso fue lo que intuyeron las autorida-des virreinales cuando decidieron hacer una re-quisa detallada de la biblioteca de Nariño, libro a

1 García Márquez, Gabriel. La mala hora. Madrid. Talleres de gráficas Luis Pérez. 1962, p. 83.2 Gautier, Florence. Triomphe et Mort du Droit Naturel en Révolution, 1789-1795-1802. Paris: Presses Universitaires

de France, 1992.3 Anderson, Benedict. Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. Londres: Verso

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libro, papel a papel, para luego proceder a laconfiscación de todos esos materiales. La medidaindirectamente salvó una documentación funda-mental para la comprensión de la mentalidad dela época, servicio nada despreciable que a menu-do prestan no sólo a los jueces sino también a loshistoriadores, las policías y gobiernos despóticos.Porque de hecho, persiguiendo la opinión nospermiten conocerla. ¿Qué leía Nariño? Probable-mente lo mismo que leía la élite culta de Santa Fede Bogotá de entonces: los revolucionarios france-ses, los enciclopedistas y clásicos del pensamientopolítico, y las grandes figuras de legisladores ygobernantes de la antigua Roma.

El episodio concluyó con la captura de Nariño,quien tras innumerables presiones se declaróconspirador y asumió, no su defensa personal,sino la defensa de la Declaración. Pero la defensade la Declaración se volvió a su vez un documentode crítica tan radical al despotismo y a la discrimi-nación, que se prohibió su divulgación por consi-derarla “más peligrosa que la Declaración”. Noera un juego: Nariño fue condenado a destierroperpetuo y a prisión de diez años en África, peroal parecer por error lo desembarcaron en Cádiz,de donde huyó a París el 13 de julio de 1796. EnParís hizo contacto con Francisco de Miranda yotros revolucionarios latinoamericanos que se-guían con admiración los acontecimientos y lasinstituciones que surgían de la Revolución France-sa, y buscaban, a menudo infructuosamente, apo-yos en dinero y armas para la emancipaciónlatinoamericana. Cuando Nariño comenzó a agi-tar la idea de su guerra, la guerra de Independen-cia, probablemente nunca imaginó que le iba aconsumir toda la vida. Fue lo que posteriormentehabría de pasarle a Aureliano Buendía, el guerri-llero mítico de García Márquez, que participó en40 guerras y las perdió todas.

Nariño fue quizás el primer gran refugiadopolítico de la Nueva Granada, y seguramente tam-bién el más largo prisionero político de su genera-ción: desde 1794, cuando publicó el papelito,hasta su última prisión en Cádiz de 1816 a 1820,año en que regresa por última vez a Colombia,Nariño pasó en total catorce años y un mes de suvida en prisión4. Nariño no fue la única víctima:Francisco José de Caldas, el más notable discípulode Mutis en la Nueva Granada, fue fusilado en

1816, lo cual muestra las dificultades del trabajointelectual y de construcción de una opinión pú-blica independiente en contextos de guerra,como lo volveremos a ver más adelante.

Nuestra primera Guerra, nuestra guerra funda-dora, la de Independencia, se proyectó, pues,gracias a Nariño, como una guerra por los Dere-chos del Hombre. Lo ratificó el propio Nariñocuando en la Constitución de Cundinamarca en1811 reimprimió en Bogotá los Derechos del Hombrey del Ciudadano, para presentar todos los vejáme-nes de España a los americanos como atentadoscontra los principios universales de igualdad ylibertad, y los incorporó al texto mismo de laConstitución. En adelante, lo ha señalado Mari-Laure Basilien, tales derechos van a ser elpreámbulo de todas las constituciones colom-bianas, respondiendo al ideal de los revolucio-narios del 89 de que “la declaración de losderechos fuera la Constitución de todos lospueblos”5. El papelito, con sus 17 artículos, sehabía vuelto elemento indispensable en ladefinición del orden republicano y de los regí-menes democráticos.

Nariño es en definitiva el símbolo del persegui-do, del rebelde que quiere transformar, pero conuna bandera mínima, los Derechos del Hombre.Nariño, podemos decir hoy, le fijó un horizonteético-político a la guerra. En aquellos tiempos,primero era la idea y después las armas.

Desde este mismo punto de vista, resulta perti-nente subrayar cómo la Guerra de Independenciaes puesta entre paréntesis por dos grandes esfuer-zos normativos: por un lado, el ya dicho de losDerechos del Hombre; y por el otro, el tratado deregularización de la guerra que Bolívar proponeal jefe de los ejércitos españoles, Pablo Morillo, yque es firmado por ambos el 26 de noviembre de1820. Mediante dicho tratado, se establecía queen adelante la guerra se hiciera “como la hacenlos pueblos civilizados”, estableciendo normasespecíficas sobre trato y canje de prisioneros deguerra; sobre prohibición de la pena capital adesertores; sobre protección a enfermos y heridos;sobre garantías para los emisarios entre los ejérci-tos; sobre respeto a los cadáveres de los caídos enlas batallas, y una muy importante hoy, el compro-miso de que fueran “altamente respetados”, en sulibertad y en su seguridad “cualesquiera fueren o

4 Santos Molano, Enrique. Antonio Nariño. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, Vol. 2, 1972, p. 104.5 En palabras de Robespierre, citadas por Florence Gautier. Ob.cit., p. 141.

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hayan sido sus opiniones”, los habitantes de lospueblos ocupados alternativamente por las partesbeligerantes6. Independientemente de su aplica-ción concreta, discutible, el mensaje era claro:evitar los sufrimientos extremos de la guerra.

E L D E R E C H O CO M O E L E M E N TO

I N T E G R A N T E D E L A G U E R R A

El ejercicio de la guerra, las memorias de laguerra, la regulación de la guerra, al lado es cier-to, de elecciones y debates ideológicos, siguieronocupando la vida de muchos colombianos en elsiglo XIX. Aparte de incontables alzamientoslocales y regionales, el siglo XIX fue testigo deocho guerras de proyección nacional, comenzan-do con la Guerra de los Supremos de 1839-1840, yculminando con la llamada Guerra de los Mil Díasal quiebre del siglo XIX y XX (1899-1902), y cuyodesenlace le significó a Colombia una dolorosamutilación regional, la del, hasta entonces, depar-tamento de Panamá. La recurrencia de estas gue-rras no sólo muestra la importancia de las mismasen la estructuración de las relaciones sociales,políticas y culturales de Colombia, sino que tam-bién pone en evidencia la necesidad de regularlas,máxime si se tiene en cuenta que en aquel enton-ces las elites sociales y políticas participaban física-mente en el campo de batalla. La regulación era,de alguna manera, una estrategia deautopreservación.

Pero no hay que hacerse ilusiones sobre laaplicabilidad a estas guerras de nociones quizáválidas para otras épocas, como aquella que veíaen la guerra una forma de transición acelerada dela vida social7. Lejos de ello, las guerras civilescolombianas del siglo XIX eran, con excepcionesnotables (la de los artesanos en 1854), formasprivilegiadas de reproducción de las elites, de suspartidos, de sus anacronismos religiosos y de lasjerarquías sociales. En el límite eran más empresascolectivas y relativamente organizadas de destruc-ción, que cimiento de un nuevo orden.

Y fue paradójicamente ese carácter potencial-mente destructivo y mortífero el que suscitó lapreocupación de hacer de la guerra una luchalegal y éticamente reglamentada. Es decir, unalucha que, más allá de las limitaciones naturales o

materiales del ejercicio de la guerra, como la to-pografía, el clima, la vegetación y la disponibili-dad o no de ciertos recursos logísticos, tuvieraunas acotaciones resultantes de manifestacionesexpresas de los contendientes, basadas en princi-pios universales de las relaciones humanas, en uncredo religioso o en valores éticos compartidos yconsagrados en el orden jurídico-político. Estasrestricciones son la culminación de una historiamilenaria que ha pretendido ponerle freno a laguerra como exhibición de la fuerza bruta, o sim-ple inercia de la Ley del Talión, del “ojo por ojo,diente por diente” legitimada por el famoso Códi-go del rey de Babilonia Hammourabi, expresiónmáxima de la venganza que se revive periódica-mente bajo múltiples formas. En contraste, ycomo sabemos todos, el mundo medieval introdu-jo un cierto orden en el manejo de la guerra: lahizo, primero, función y privilegio de una casta deespecialistas, protegiendo de sus efectos al conjun-to de la población8; la ritualizó, introduciendo loque se conoce como las reglas del honor cortés,que prohibían sacar ventaja de condiciones deinferioridad manifiesta de los adversarios, y dán-dole más bien a éstos la oportunidad de luchar encondiciones de igualdad9; y por último, sobretodo, en estas guerras caballerescas, el ideal noera hacer muertos sino hacer prisioneros; claro sise trataba de adversarios pertenecientes al mismoorden político-cultural, pues contra los extranje-ros y los bárbaros eran tan sangrientas como lasanteriores y las posteriores. En estos últimos casos,todos los excesos eran tolerables.

En Colombia se pusieron en marcha básica-mente dos estrategias jurídicas para el tratamientode la guerra: la de la incorporación del derechode gentes a la legislación interna, y la de los esta-dos de excepción.

La primera, la del derecho de gentes, encontróinspiración doctrinaria en un texto pionero, de1832, sobre la regulación de la guerra en la Améri-ca hispana, Los principios del derecho de gentes, delhumanista venezolano Andrés Bello. Pero no porazar fue Colombia el país de guerras recurrentes,aquel en el cual por primera vez en América Lati-na, a partir de la célebre Constitución de Rionegrode 1863, se incorporaron tales principios al orden

6 Valencia Villa, Alejandro. La humanización de la guerra. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1991, pp. 27-29.7 Versión que se encuentra en textos como: Bouthoul, Gaston. La Guerre. París: Presses Universitaires de France,

1971.8 Keegan, John. Histoire de la Guerre. Dagorno, Vol. II, 1996, p. 125.9 Caillois, Roger. Bellone ou La Pente de la Guerre. París: La Renaissance du Livre, 1963.

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jurídico interno. Eran los tiempos del federalismo yel radicalismo liberal que privilegiaban, para bien opara mal, las garantías individuales sobre la seguri-dad del Estado. El debate se había iniciado en elcurso de la guerra de 1860-1861 que culminó conel ascenso al poder del hombre de más poder polí-tico y militar en la era posterior a la Independen-cia, el General Tomás Cipriano de Mosquera,secundado en ese empeño por el ideólogo Salva-dor Camacho Roldán, considerado, a su vez, elpadre de la sociología en Colombia.

A las guerras entre, y dentro, de lo que enton-ces eran los Estados Unidos de Colombia, seaplicaría por analogía la legislación para losconflictos armados entre naciones, en desarrollode lo que ha sido llamado una especie de “cuasi-internacionalización del espacio público inter-no”10. El hecho merece ser resaltado porque esapenas contemporáneo de la incorporación enAmérica del Norte del derecho de gentes a travésdel código escrito por el jurista alemán FrancisLieber, y que lleva su nombre, elaborado en par-te para regular el comercio marítimo, y en partepara darle a los rebeldes de la guerra civil eltratamiento dado a los enemigos en tiempos deguerra internacional. Fue éste un código de nor-mas expedido bajo el gobierno de AbrahamLincoln para regularizar esa guerra civil que fuela llamada Guerra de Secesión de los Estados delSur, iniciada en 1861 y resuelta por Lincoln conla abolición de la esclavitud, y el otorgamientodel sufragio parcial para la población negra. Lamedida, como se recordará, provocó el asesinatodel propio Lincoln en 1865. La regularización dela guerra en Colombia fue anterior también a laConvención de Ginebra de 1864, fundamentodel hoy llamado Derecho Internacional Humani-tario, aplicado a los conflictos entre estados yrecientemente extendido a las guerras civiles,mediante los protocolos de 1977, que hacenextensivas las normas de protección a las vícti-mas y no combatientes de cualquier tipo deconflicto armado, tanto internacional comonacional, sin que ello implique legitimación nireconocimiento del carácter de beligerantes alos contendientes. Pudiera decirse entoncesque, paradójicamente, Colombia abordó elarcaísmo de sus guerras civiles del siglo XIX

con un sorprendente modernismo jurídico hu-manitario.

E L D E R E C H O CO M O I N D U C TO R

O M OTO R D E L A G U E R R A

Hemos anunciado que la segunda estrategiajurídica, la de los estados de excepción o estado desitio, está teóricamente vinculada en su concepciónoriginal: a la del derecho de gentes; pero en supráctica se desenvolvió sobre carriles distintos.Como lo señalamos antes, el derecho de gentesestaba montado sobre el principio y la práctica dela protección a la población no combatiente y dedefinición de controles específicos al modo dehacer la guerra. En cambio, los estados de excep-ción, el estado de sitio, particularmente a partir dela Constitución de 1886, que estuvo vigente duran-te más de un siglo, se construyó como una murallade defensa del Estado, del orden, de los privilegios,y como un instrumento recurrente de ilegitimaciónno sólo de la rebelión sino de la simple inconformi-dad, de la disidencia y de la reivindicación social,como ha sido contundentemente demostrado en latesis doctoral de Mari-Laure Basilien11. Entre dosextremos se movió lo jurídico en la guerra. En efec-to, si en el siglo XIX con la internacionalización delespacio interior y la descriminalización del rebeldese abre un espacio de legitimidad casi ilimitada a laresistencia, con el estado de sitio, por el contrario,fue casi abolida toda forma de protesta. Frente a unaConstitución de libertades, la de Rionegro en 1863,se erigía ahora como una Constitución de controles,una Constitución esencialmente defensiva.

El estado de sitio quedó, desde muy temprano,asociado a los rasgos más despóticos del ordenpolítico: a la más clara y más típica de las guerrasciviles, la Guerra de los Mil Días, que hace deeslabón entre el siglo XIX y el XX, no se la cobijócon el derecho de gentes, argumentando que lasfuerzas que actuaban contra el gobierno no eranbeligerantes sino simples rebeldes e insurrectos,acreedores sólo a la aplicación del código penalestablecido para los criminales. En contraste, lamás representativa de las huelgas del siglo XX, lahuelga de los trabajadores de la United FruitCompany, en 1928, fue aplastada apelando al esta-do de sitio, dejando como resultado el episodioconocido como la Masacre de las Bananeras. Con

10 Orozco Abad, Iván. Combatientes, rebeldes y terroristas. Bogotá: Editorial Temis, 1992, p. 102. Me he servidomucho de este texto, al igual que el de Valencia Villa, ya citado, en estas reflexiones.

11 Basilien-Gainche, Mari-Laure. État de droit et états d’exception. Tesis de Doctorado, Universidad de Paris III,Sorbona/Instituto de Altos Estudios de América Latina, IHEAL, p. 436.

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la cobertura del estado de sitio se realizaron lasmasivas violaciones a los derechos humanos afines de los años setenta, bajo la puesta en marchadel Estatuto de Seguridad, durante la administra-ción del Presidente Julio César Turbay Ayala.

El Estado colombiano no es modelo de diligen-cia en el respeto al Derecho Internacional Huma-nitario: el convenio de Ginebra de 1949, sólo fueratificado por Colombia en 1960, después de laetapa crítica de la Violencia. El Protocolo de losConvenios de Ginebra referido expresamente alos conflictos internos sólo fue incorporado alorden jurídico interno dos décadas más tarde, en1996. Es decir, que bajo el signo del estado desitio o de excepción transcurrió también la llama-da Violencia de mediados del siglo XX sin que sehiciera nada para atenuar los niveles de barbariealcanzados, y se hiciera mucho para agravarlos. Lavisión de orden público y de la naturaleza delconflicto que se impuso con el uso y abuso delestado de sitio –la rutinización de la excepciona-lidad, podría decirse– impidió reconocer la Vio-lencia como guerra, y la proyectó sólo como una“gran ola de criminalidad” exacerbada, a tal pun-to que de sus más de doscientas mil víctimas pocosse enteraron en el mundo. Puesto que no habíalegislación para regular esa guerra, tampoco ha-bía parámetros internacionales para contener susatrocidades. No era una guerra internacional, noera una guerra interna asimilable a guerra entreestados, como las guerras civiles del siglo XIX; erasimplemente la Violencia, inasible, indefinible,tributaria de lo no regulable, casi de lo innom-brable. Tampoco el régimen dictatorial de Lau-reano Gómez fue llamado por su nombre.El estado de sitio había llevado a la distorsión eincluso a la desnaturalización del derecho degentes. El único rastro normativo que quedó depreocupación por la población civil surgió inespe-radamente de una de las fracciones de la resisten-cia, la de las Guerrillas del Llano, que lideraba ellegendario Guadalupe Salcedo. Las Leyes delLlano de 1953, con sus 224 artículos, casi el mis-mo número de la Constitución Nacional, inspira-das quizás en parte en el Plan de Ayala de Zapatade la Revolución mexicana en 1911, pero tambiénherederas del radicalismo liberal colombiano,constituyen tal vez el más elaborado código gue-rrillero de América Latina hasta hoy. Las Leyes delLlano eran un cuerpo de normas bien ambiciosoque organizaba la producción, la población no

combatiente y las relaciones de ésta con la guerri-lla, las formas de justicia adaptadas a las tradicio-nes de la región, y sobre todo, la función rectorade la política sobre las armas.

El texto quedó como simple registro, puesantes de que entrara en vigencia se produjo elgolpe militar de junio de 1953, pero es un registrodigno de evocar porque revelaba las tendencias deelevar este proyecto de Constitución rebelde a lacategoría de programa de la Revolución Nacional,y porque allí se hacían explícitas las preocupacio-nes humanitarias de al menos un sector de lasguerrillas de entonces. Hay normas concretas, porejemplo, sobre el respeto a las garantías individua-les; sobre protección a los sectores más vulnera-bles de la población, los niños, las mujeres, y deprevención de abusos de los “elementos civiliza-dos” contra los pueblos indígenas. Como lo ha-bían planteado los radicales en el siglo XIXinvocando el derecho de gentes, se postulaba elrespeto a la vida, honra y bienes de los adversarioscuyos territorios hubiesen sido invadidos por losrebeldes, y se prohibía expresamente la prácticade tierra arrasada12.

Cuánto se había perdido en democracia porefecto del estado de sitio, forma perversa del dere-cho de gentes sólo lo empezamos a entender des-pués de la Constitución de 1991, y a partir desentencias memorables de la nueva Corte Constitu-cional, especialmente fundadas en conceptos de losmagistrados Ciro Angarita, Carlos Gaviria y Alejan-dro Martínez Caballero, que interpretaban el nuevoconjunto de normas sobre los estados de excepciónen el sentido de límite y freno al abuso de ladiscrecionalidad presidencial. Privilegiaron ellosdentro de la nueva perspectiva constitucional elderecho, sobre el orden y la seguridad institucional,las prerrogativas individuales sobre los poderes pú-blicos. No podrán suspenderse las libertades funda-mentales ni los derechos humanos consagrados enel orden constitucional interno y en los pactos inter-nacionales ratificados por Colombia, se afirmóespecíficamente dentro de esta nueva visión.

El arbitrario manejo del estado de sitio, llevadoal extremo a partir de 1944 y durante todo elperíodo de la Violencia, y luego durante la agita-ción social de los años sesenta y setenta, explicaen buena medida la emergencia de grupos guerri-lleros como el M-19, cuya parábola se cierra preci-samente con la Constitución garantista de 1991.Tras más de 40 años de estado de excepción per-

12 Sánchez Gómez, Gonzalo. “Violencia, guerrillas y estructuras agrarias”. En: Nueva historia de Colombia.Bogotá: Planeta, Vol. II, 1989, pp. 146-149.

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manente (lo que era evidentemente un contrasen-tido) se habían consolidado de hecho innegablesrasgos autoritarios, en un régimen formalmentedemocrático. Como lo subrayó el magistrado CiroAngarita Barón en uno de sus salvamentos devoto, citando a Martín Krielle, “lo grave no es elderecho de excepción para momentos excepcio-nales, sino el abuso del derecho de excepción ensituaciones normales”13. Si la aspiración de lanueva Constitución de 1991 era la de la construc-ción de un orden público democrático, era preci-so ponerle restricciones casi insalvables a laexcepción en el manejo del “orden público políti-co” y flexibilizarla en el manejo del “orden públi-co económico o social” que incide sobre elconjunto de la sociedad. La nueva Corte ha sidoconcesiva, por ejemplo, frente a la crisis energéti-ca en algún momento, pero sólo le ha abiertoespacio a la conmoción interior, en casos de ex-cepcional gravedad, como la fuga de Pablo Esco-bar, o los magnicidios del narcoterrorismo.

La reputación de Colombia como sociedad deleyes es, pues, equívoca: hay ciertamente normasconstitucionales y de otras jerarquías en la pirámi-de jurídica que consagran derechos, pero hayotras, como las expedidas al amparo del estado desitio, que constituyen, si se me permite la expre-sión, contra-derechos.

En todo caso, con la Constitución de 1991, con-siderada a menudo como tratado de paz con laguerrilla del M-19, se da un vuelco mental y norma-tivo en Colombia. Mientras el Estado, a partir deella, y con el impulso decisivo de la nueva CorteConstitucional, democratiza su concepción delderecho en la guerra, los actores armados, insur-gentes y contrainsurgentes asumen por el contrariocomo sello de su acción la vía de la desregulación yel desconocimiento y violación de principios uni-versalmente consagrados y de forzoso cumplimien-to por todas las partes contendientes.

Desde luego, en esta degradación de la guerraha contado de manera crucial el narcotráfico. Peroel narcotráfico, y sobre todo los cultivos ilegalesmismos, son quizá también respuesta a bloqueosestructurales de la sociedad colombiana: bloqueo ala movilidad de sectores medios, bloqueo a zonasmarginadas del progreso, bloqueo a lareconversión de una economía cafetera en crisis aotros modelos de desarrollo agrario, bloqueo a ladistribución del poder y los recursos regionales,

bloqueo a las demandas ancestrales por la tierra.Son bloqueos reforzados además por elparamilitarismo, ese dispositivo de los agentes másanacrónicos del poder local y regional que, bajo elexpediente de la oferta de seguridad, cumplenpapel estratégico de abortar los procesos de demo-cratización social y política en zonas de latifundiovoraz, como la Costa Atlántica.

L A G U E R R A CO N T R A LO S D E R E C H O S D E L H O M B R E

La guerra, como lo ha señalado Daniel Pécaut,sirve de contexto de reproducción de otras múlti-ples formas de violencia que atentan contra lavida, el derecho anterior a todos derechos. Esacombinatoria de violencias de las últimas dos otres décadas le cuesta al país entre 20 y 25 milmuertos anuales que van entrando a la rutina delas estadísticas nacionales, invisibilizando víctimassistemáticas y selectivas de fuerzas estatales oparaestatales, como el asesinato de sindicalistas, elexterminio en dos lustros de una fuerza políticacomo la Unión Patriótica, al igual que la elimina-ción física de centenares de campesinos cuyoúnico delito es el de vivir en un territorio estraté-gico de disputa entre la insurgencia y la contra-insurgencia. Cada uno de los bandos cuenta losmuertos que le producen los demás, pero no losde su autoría.

Es una guerra en donde postulados como eldel artículo 10 de la Declaración de 1789, “Nadiepuede ser molestado por sus opiniones”, o el delartículo 11, “la libre comunicación de pensa-mientos y opiniones es uno de los bienes máspreciosos del hombre”, muy poco cuentan paracualquiera de las expresiones del crimen organi-zado o de la oposición armada. Al contrario, enuna guerra por recursos, territorios y poblacio-nes, como la de Colombia hoy, los actores arma-dos no le dejan espacio a las opiniones. A losforjadores de opinión se les exige toma de posi-ción, o se les castiga por la ya expresada. Es loque se hace patente cuando el jefe de las Auto-defensas, Carlos Castaño, hace públicas en ellibro Mi confesión14, temerarias acusaciones con-tra colegas de reconocida independencia intelec-tual, o cuando desde la otra orilla, en elperiódico Resistencia, órgano de expresión de lasFARC, se arguye, no hace mucho tiempo, sobrela imposibilidad de la neutralidad intelectual enel conflicto que vivimos.

13 Krielle, Martín. Introducción a la teoría del Estado. Depalma, 1981, p. 200.14 Aranguren Molina, Mauricio. Mi confesión: Carlos Castaño revela sus secretos. Bogotá: Editorial La Oveja Negra,

2001, p. 183.

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Las extremas no lo han ganado todo en eseterreno, pero sí han hecho mucho para forzar eseresultado. Algunas ilustraciones: entre 1978 y 2002se han registrado 172 asesinatos de periodistas, el70% ellos por razones profesionales, y con algunastendencias identificables: durante la década de losaños ochenta tales crímenes estuvieron asociados adenuncias por corrupción política. A partir de ladécada de los noventa están predominantementevinculados al conflicto armado. Los casos más nu-merosos son atribuibles a los paramilitares; los demás resonancia por el prestigio y credibilidad delas víctima son imputables a agentes del narco-tráfico y una proporción inferior a las guerrillas.Los casi dos millones de desplazados forzosos sontestimonio viviente de los límites que la guerraimpone a la libertad de movimiento, o desde otropunto de vista, a la libertad de escoger el territoriode residencia, consagrado en el Pacto Internacio-nal de Derechos Civiles y Políticos.

Otro campo, en el cual ha habido no menospresiones al silencio o a la polarización, ha sidoprecisamente el del mundo académico. Segúndatos de la Asociación Nacional de ProfesoresUniversitarios, ASPU, en los últimos seis años hansido asesinados 28 profesores universitarios, ochode los cuales de la Universidad de Antioquia enMedellín, seis de la Universidad del Atlántico,cinco de la Universidad de Córdoba, para señalarlos centros más afectados. Además de esos asesina-tos, la Asociación registra en la actualidad 17 ame-nazados de muerte que se han desplazado a otrossitios dentro del país o al exterior, y luego hay 19amenazados que permanecen en sus puestos,entre ellos un alto directivo de una universidadpública. Los datos de amenazados y exilados sonmucho mayores, pues son numerosos los casos dequienes prefieren mantener en reserva esa situa-ción. El inicio de esta cadena fue el siguiente: elprimer profesor asesinado fue el médico de laUniversidad de Antioquia Pedro Luis Valencia, enjulio de 1987. Un mes más tarde, agosto de 1987,fueron asesinados dos de los asistentes a su entie-rro, los también profesores Leonardo Betancourty el prestigioso defensor de Derechos Humanos,Héctor Abad. En el año siguiente, 1988, fueronasesinados otros dos profesores de la misma Uni-versidad y el Vicerrector Luis Fernando Vélez.Con excepción de este último, todos los profeso-

res asesinados en la Universidad de Antioquiaeran médicos salubristas; es decir, se trataba deuna operación criminal sistemática contra todauna comunidad profesional e intelectual, porparte de sectores de ultraderecha. El origen de losasesinatos y las amenazas se extendió, y la autoríase diversificó a tal punto que a raíz del asesinatoen Bogotá de un alumno y colega levantamos laconsigna de “que el pensamiento deje de ser obje-tivo militar”.

El círculo de la impunidad se cierra desdeluego con las barreras mortales que se le ponen alejercicio de la justicia. Magistrados, jueces y abo-gados litigantes fueron víctimas entre 1979 y 1994–el período más crítico para ellos– de 619 accio-nes criminales, incluidos amenazas de muerte,lesiones personales, atentados, desapariciones,secuestros, y una alta proporción, 250 casos, dehomicidios. De más de la mitad de los casos, 323,no se tiene clara la autoría. De los que se sabe,296, las responsabilidades se distribuyen en ordendescendente así: 34,1%, paramilitares; 20,6%,narcotráfico; 17,3%, agentes estatales; 16,9% gue-rrillas; el resto, 11,1%, delincuencia común yparticulares15. La guerra sucia ya no es monopoliode las dictaduras, ni de los organismos estatales.La guerra sucia contra los no combatientes com-promete a todos los actores de la multifacéticaviolencia colombiana.

En ello, el país tal vez no haga sino respondera patrones más generales de los conflictos arma-dos contemporáneos. En efecto, hace apenas unostres meses el Secretario de la organización inter-nacional Médicos sin Fronteras, anotaba que conbase en la información recopilada en los 80 paísesen los cuales hacen presencia, se había podidollegar a esta constatación mayor: el paso de lasguerras de contenido ideológico o de construc-ción de Estado, a las guerras de simple dominioterritorial por el acceso al control de materiasprimas, del comercio de armas, de drogas, o demercancías de alto valor como el petróleo y losdiamantes. En esas guerras, agregaba, se había ido“borrando definitivamente la línea que separabaantaño la guerra profesional de la barbarie”16.Dentro de esta nueva dinámica la proporción delas víctimas se había invertido: si antes en su mayo-ría pertenecían a las filas de los combatientes, hoyen un 90% son civiles17. Basados en la depreda-

15 Datos elaborados con base en el texto de Bonilla Pardo, Guido. “El malestar de la justicia”. En Debate &Justicia, Vol.1, No. 3., Bogotá: Asonal Judicial.

16 Vil-Sanjuán, Rafael. El País, Madrid, domingo 30 de diciembre de 2001.17 Fisas, Vicenç. Ídem.

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ción de sus propias comunidades, algunos lasllaman guerras contra los civiles; guerra contra lasociedad dice aún con más fuerza expresiva Da-niel Pécaut.

En Colombia es rutina las violaciones a lasconvenciones de Ginebra y de La Haya, y de losprotocolos adicionales aplicables a los conflictosinternos, establecidos precisamente para protegera la población civil, no combatiente. Los ejemplosson incontables. Señalemos los más protuberan-tes: el uso sistemático de rudimentarios pero des-tructores explosivos, como los cilindros de gascontra estaciones de policía, pero que de hechoimpactan las casas de humildes moradores, destru-yendo sus modestos bienes y acabando con la vidade muchos, pertenecen al tipo de armas proscritasdesde la Declaración de San Petersburgo en 1868;el sabotaje recurrente de los servicios básicos deelectricidad, telefonía y transporte a remotas yempobrecidas localidades; y, de manera demen-cial, con el pretexto de “hacerle sentir la guerra ala oligarquía de Bogotá”, el fallido atentado crimi-nal de las FARC contra uno de los embalses quesurte de agua a los siete millones de bogotanos,que de haberse materializado hubiera arrasado,según cálculos de los técnicos, con cerca de20.000 habitantes de las zonas aledañas a la repre-sa, además de los riesgos sanitarios incalculablespara la populosa capital.

Ésta es una guerra en la cual, para utilizar pala-bras de Michel Gauchet, la batalla simbólica por lalegitimidad que fue esencial en las deliberacionesde la Asamblea Constituyente de 1789 es rempla-zada hoy por la fuerza bruta y la intimidación. Elequívoco de que doctrinaria y realmente el únicoviolador de derechos humanos era el Estado, su-puesto cultivado incluso por las más reconocidasONG en el tema, dio carta blanca durante muchosaños a los actores político-militares no estatalespara ignorar sus responsabilidades en lo que hallegado a ser la catástrofe humanitaria que viveColombia hoy. El paso de un cierto faccionalismo ala universalización de la defensa de los derechoshumanos fue una larga y penosa travesía18.

El desprecio por la vida, los derechos más ele-mentales y la dignidad humana tiene su punto de

confluencia en una de las prácticas más atroces dela guerra en Colombia: el secuestro. Las cifras sonperturbadoras. Entre 1990 y noviembre de 2001 seprodujeron en Colombia 24.358 secuestros, unpromedio de 2.030 por año. Entre 1995 y el año2000, las cifras se elevaron a más del triple: pasa-ron de 1.158 a 3.706. El promedio actual es denueve secuestros diarios. Más del 50% son atri-buibles a la guerrilla, el resto a la delincuenciacomún y en menor, pero creciente proporción, alas Autodefensas, que también han comenzado apracticarlo: éstas pasaron de 43 secuestros en1997, a 286 en el año 2000. Del total de secuestrosno especificados, es preciso anotarlo, muchos sonrealizados para la guerrilla por la delincuenciacomún, o comprados a ésta, contribuyendo así lainsurgencia a la descomposición social19.

El secuestro es una forma calculada y progra-mada de tortura, que viola el Derecho Internacio-nal Humanitario y específicamente los conveniosde Ginebra aplicables a los conflictos internos. Ylos viola no sólo con respecto al secuestrado, so-metido a condiciones infrahumanas durante días,semanas, meses y años, con riesgos permanentesde muerte por enfermedad, por maltrato, por unrescate frustrado o porque no pudo él y su familiaresponder a las pretensiones económicas de loscaptores. Es un suplicio cotidiano que se extiendea los parientes y al entorno profesional y culturaldel plagiado. Muchos secuestrados lo vuelven aser dos o tres veces; en muchos casos el rescate sepaga cuando la víctima ya ha sido asesinada; y sellega a extremos como el de familias que se hanvisto obligadas además a pagar por la simple en-trega del cadáver de su ser querido. Y no se puedeargüir que son de gentes involucradas en la gue-rra: en 1999 hubo 206 secuestros de niños meno-res de doce años. El secuestro por susdimensiones y por su monstruosidad es compara-ble a las desapariciones durante las dictaduras delCono Sur que horrorizaron a los demócratas delmundo. El aumento vertiginoso del secuestromuestra hasta qué punto la guerrilla ha perdidolas adhesiones sociales. Su desbordamiento se haconvertido adicionalmente en una de las principa-les justificaciones de la expansión de la

18 Sobre este tema véase el artículo pionero de Luis Alberto Restrepo, “Los equívocos de los derechos humanosen Colombia”, publicado originalmente en Análisis Político mayo-agosto de 1992: 23-40, y en versión ampliaday revisada en: Bergquist, Charles; Peñaranda, Ricardo y Sánchez, Gonzalo. Violence in Colombia 1990-2000.Wagin War and Negotiating Peace. Scholarly Resources, 2001, pp. 95-126. Véase Daviaud, Sophie. “Les ONGColombiennes de Défense des Droits de l’homme Face aux Violences”. En: Bulletin Institut Francais d’ÉtudesAndines, IFEA, tomo 29, No. 3, 2000, pp. 359-378.

19 Información suministrada por la Comisión Colombiana de Juristas.

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contrainsurgencia bajo la modalidad del para-militarismo, una especie de híbrido entre las Pa-trullas Cívicas de Guatemala, complementarias dela acción del ejército, y las Rondas Campesinasperuanas, polos de autodefensa campesina contrael despotismo armado de Sendero Luminoso.

Estas constataciones son la que han llevado a laONG Pax Christi a organizar una campaña mun-dial contra la industria del secuestro en Colombiay sus tentáculos internacionales, principalmenteeuropeos, de mediadores, negociadores profesio-nales, y aseguradoras que viven de la reproduc-ción del crimen organizado20.

Cada vez resulta más inaceptable el cómodopero perverso dualismo según el cual una fuerzapolítico-militar se declara irregular para eludir lasexigencias del Derecho Internacional Humanita-rio y al mismo tiempo invoca el estatus de belige-rante para hacerse acreedora al reconocimientopolítico.

La pregunta por los fines de la guerra, quehabía sido el centro de las reflexiones de losjusnaturalistas (Francisco Suárez, Francisco deVitoria, Hugo Grotius) ha sido opacada por lapregunta descarnada sobre la técnica y la eficaciade la guerra: conquistar territorio, acumular po-der, someter poblaciones, parecen ser la consignabásica. Poco importa el costo humano. La dinámi-

ca sustituye o subordina causalidades y objetivos.El papelito de Nariño ya no lo enarbolan los in-surgentes, sino en forma defensiva la sociedad anombre de la cual ellos pretenden hablar.

Si he puesto el énfasis en todos estos signosinquietantes, que lo eran aun en tiempos de nego-ciación, es porque se pueden agravar inusitada-mente en el ambiente de guerra abierta eincontrolada que reina tras la ruptura de las nego-ciaciones. Es necesario salirle al paso una vez mása la barbarización y a los estragos de una guerraque puede entrar en los meses que vienen en ladesregulación total. Es preciso volver a los crite-rios de Antonio Nariño y hacer de los Derechosdel Hombre y sus desarrollos en el corpus del De-recho Internacional Humanitario el mínimo nonegociable, o incondicionalmente aplicado, si esque de verdad la guerra se torna inevitable. LosDerechos del Hombre, nuestro vínculo primordialcon Francia, deben volver al primer plano de laspreocupaciones colombianas y de las europeaspor Colombia. Gobiernos, ONG e intelectualestienen mucho por hacer a favor de Colombia eneste terreno, para que el resultado de la guerrasea la conquista de nuevos derechos y no el des-plome de los ya adquiridos. Su contribución a lacivilización de esta guerra puede ser un aportedefinitivo para terminarla.

20 Pax Christi. La industria del secuestro en Colombia. Un negocio que nos concierne. Utrecht, 2001.

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como es de amplio conocimiento, losmatemáticos de todas partes han venido sufrien-do un problema de imagen: lo que producenteóricamente se dirige por regla general a un pe-queño grupo de entendidos que dominan el len-guaje especializado, mientras que lo que enseñano publican se orienta a una gran audiencia legaque con frecuencia apenas se inicia en los miste-rios de la ciencia. Esto ha creado un fetiche ate-rrador con las matemáticas, como obstáculo casiinfranqueable para adquirir otros tipos de cono-cimiento, lo cual es lamentable porque, si recor-damos las reflexiones de Edmund Husserl en esesentido, no puede haber real matemática sin re-ferirla al contexto vital de donde surgen las ci-fras, porque detrás de todo número hay un serhumano que respira y siente.

La conciencia de hacer algo al respecto –hu-manizar las matemáticas– ha venido creciendodesde hace dos décadas, cuando empezó a cons-truirse de manera interdisciplinaria un puente in-telectual accesible hacia esta disciplina y desdeésta. Hoy se denomina “etnomatemáticas” y va deacuerdo con las necesidades de los tiempos actua-les que requieren prestar atención a las formas decombinar el cerebro y el sentimiento. En el casode las matemáticas, sería ver cómo combinar lamente para el cálculo y la medición, con el cora-zón para entender las realidades contextuales quedan sentido a aquéllos.

Este desafío intelectual, emocional y técnicoes, de hecho, un reto metodológico de caracterís-ticas muy sutiles, aunque haya muchos que no loadmitan así y prefieran separar sus componentes,

Te n s i o n e s e n l ai n v e s t i g a c i ó n yc a m b i o s d ep a r a d i g m a s :i n t e r c a m b i o c o nm a t e m á t i c o s *

Orlando Fals Borda1

Profesor especial, Instituto de

Estudios Políticos y Relaciones

Internacionales, IEPRI, Universidad

Nacional de Colombia

* Este texto está basado en la conferenciapresentada en el marco del “Tercer CongresoInternacional de Matemáticas, Educación ySociedad”. Helsingor, Dinamarca, 2-7 abril2002. Traducción de Julia SalazarHolguín, tomada de los Anales delCongreso, Parte I, pp. 46-55.

1 Expreso mis sinceros agradecimientos por la eficazayuda y orientación recibida de los siguientescolegas y amigos de las escuelas de matemáticas:Carlos Videla, Universidad Nacional Autónoma deMéxico; Myriam Acevedo, Reinaldo Montañés y JoséGregorio Rodríguez, Universidad Nacional deColombia, Bogotá. La responsa-bilidad por elcontenido del texto es exclusivamente mía.

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a la manera cartesiana. Sin embargo, la experien-cia muestra que unir la mente y el alma es posible,si hacemos caso a ciertos escritores disidentes,pensadores díscolos, o científicos imaginativosque han hecho este tipo de experimentación, conel propósito de comunicar de manera clara lo quedescubren. Y, según parece, han tenido éxito. Dehecho, el problema no es nuevo e incluso pode-mos revivir el consejo del escritor austríaco Hugovon Hofmannsthal que ya en los albores del sigloXX hablaba de “pensar con el corazón”.

Así como es bueno preocuparse en general porasunto tan fascinante, es el propósito de este textocompartir algunos aspectos de la heterodoxa bús-queda que implica2. Digamos que en el campo delas ciencias sociales se ha venido desarrollando unmarco no muy lejano de la etnomatemática parallevar a cabo esta tarea. Algunos colegas, comoPeter Reason de la Universidad de Bath (Inglate-rra) y Morten Levin, de Noruega, lo han plantea-do como una “cosmovisión participativa”3. Ésta sederiva de la aplicación de un conjunto de técnicasdenominadas “Investigación-Acción Participativa”(IAP) que incluye una vertiente pedagógica afínllamada “Aprendizaje-Acción”4.

Inspirada originalmente en la dura realidad delas comunidades campesinas pobres del TercerMundo, la IAP encontró soporte filosófico en lafenomenología, y más recientemente, en elholismo de Gregory Bateson. Asimismo, suscultores hemos hallado resonancia en las teoríasde la complejidad y del espacio geográfico(Lefebvre), en la de sistemas y en la del caos. Poreso estamos intentando descartar paradigmascientíficos dominantes que, en nuestra opinión,no pueden dar mucho más de sí, al convertirse enlastres tautológicos para la investigación significati-va, en especial el positivismo de René Descartes, elmecanicismo de Isaac Newton y el funcionalismode Talcott Parsons.

En las instituciones académicas, el trabajo críti-co de la IAP no fue recibido inicialmente con bue-nos ojos, pero ha empezado a aceptarse enuniversidades, gobiernos, ONG y organismos in-ternacionales por la seriedad de sus planteamien-tos tanto en la práctica como en la teoría, así en el

terreno como en el aula de clase. En la sociedad,quienes practicamos la IAP y el aprendizaje-ac-ción, hemos trabajado por ideales de justicia so-cial para los pueblos del común. En el campo, estametodología se ha revelado útil para combinar elconocimiento académico con el conocimiento po-pular, esfuerzo que ha producido beneficios tantopara el uno como para el otro. Por supuesto, estono es nuevo, pero ha servido para cortarles el co-pete a ciertos académicos que viven como autistasen viejas torres de marfil.

Las técnicas diseñadas por nosotros durantelos últimos treinta años han tenido como objeti-vo resolver tres tipos de tensiones mediante es-trategias que considero pertinentes para laenseñanza y el manejo de las matemáticas y, porlo mismo, para cambiar su imagen y hacerlas másaccesibles a los no iniciados. Estas tensiones sonlas siguientes: 1) la redefinición de la dicotomíatradicional teoría/práctica; 2) el significado de latríada sujeto/objeto y conocimiento, y 3) la bús-queda de una visión más satisfactoria de ciencia–Weltanschauung o filosofía de la vida con la cons-trucción de paradigmas científicos más abiertosque los conocidos hasta hoy.

T E O R Í A Y P R Á C T I C A

Puesto que Kemmis5 analiza este tema en pro-fundidad, no es necesario elaborarlo más aquí.Recordemos que el sentido común y las contribu-ciones de escritores, líderes y sabios autóctonosnos han enseñado a respetar la relación entre unaconcepción de la dinámica natural y su expresión enlos contextos de la vida cotidiana. En la tradición delconocimiento occidental, esta preocupación ha veni-do ligada a la venerable noción de “praxis”, vistacomo una combinación interconectada de teoría ypráctica en la que la práctica es el factor determi-nante. La escuela positivista nos ha enseñado que esapropiado, por no decir que correcto, separar la teo-ría de la práctica en la acumulación de conocimien-tos. No obstante, en el aula de clase y de cara asituaciones sociopolíticas críticas y en el terreno,esta regla se queda corta.

Una aplicación contextual y cuidadosa de lapraxis ha llevado a un desmantelamiento parcial

2 Powell, Arthur. “Ethnomathematics and the Challenges of Racism”. Tercer Congreso Internacional deMatemáticas, Educación y Sociedad. Helsingor, Dinamarca, 2-7 abril 2002.

3 Reason, Peter y Bradbury, H. (editores). Handbook of Action Research: Participative Inquiry and Practice. Londres:SAGE, 2000.

4 Kemmis, Stephen y McTaggart, R. “Participatory Action Resarch”, en Norman K. Denzin e Yvonna S. Lincoln,Handbook of Qualitative Research. Londres: SAGE, 2000, pp. 567-606.

5 Ídem.

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de la herencia dualista o binaria por resultar irre-levante, y nos ha enseñado a insertarnos –confines de observación y acción–, en los procesos so-ciales mismos. Esta tendencia ha sido aún másmarcada cuando se adopta el concepto de “com-promiso” con los actores sociales incorporados ennuestro trabajo o en el salón de clase, ya que reco-nocemos la importancia de la vivencia y de su con-tribución práctica al cambio social, así como alconocimiento de la realidad inmediata.

Estas experiencias nos llevaron a cuestionar latendencia hacia la auto-objetividad en disciplinascientíficas como las matemáticas puras y la demo-grafía teórica, ya que, de abandonarse a su suerte,el cientifismo y la tecnología podían producir ungran volumen de información repetitiva y sesgadahacia la explicación o justificación del statu quo yde los procedimientos de rutina. En lugar de ello,intentamos construir una teoría diferente y enri-quecer nuestro conocimiento mediante la partici-pación directa, la intervención o la inserción enprocesos de acción social, por fuera del aula declase o de los laboratorios. Con este enfoquepraxiológico fue posible recuperar las tradicionessocioprácticas y educativas de fundadores discipli-narios como Saint-Simon, Fourier, Comte, Owen yPestalozzi, y apreciar mejor los movimientos sub-versivos del siglo XIX en favor de la alfabetiza-ción, el cooperativismo, el feminismo y el trabajoorganizado.

En años más recientes, esta preocupación por laacción y la práctica motivaron un cambio en nues-tra forma usual de enseñar. Con Lewis Stenhouse yPaulo Freire hemos insistido en una combinaciónde la educación con la investigación llevadas hastalas comunidades propiamente dichas, ligadas o noa la escuela, donde los estudiantes, junto con losmaestros y líderes locales, han podido aportar ex-periencias de vida en tareas encaminadas a trans-formar las inaceptables condiciones existentes, locual también ha hecho subir el sentido, nivel yeficacia de la experiencia educativa misma.

A partir de entonces se han observado buenosresultados en muchos países, que han proporcio-nado elementos para una revisión participante delas instituciones educativas. La etnomatemática va

incluida en este enfoque, en la medida en quesurge de contextos vivos. Por ejemplo, algunos co-legas de España y Colombia han encontrado útilvincular el conocimiento antropológico del traba-jo artesanal (en la elaboración de tejas, sombrerosy telares) con el análisis cuantitativo, en una expe-riencia que va del cálculo informal o implícito a lapresentación formal6. El contexto social y cultural,así como los logaritmos de la artesanía propia-mente dicha, fueron esenciales tanto para el estu-dio como para la acción, y para desarrollarsímbolos necesarios en nuestras campañas de me-joramiento socioeconómico. Las fórmulas alge-braicas y los diseños proporcionados por elhermoso sombrero zenú son un ilustrativo ejem-plo de ello7.

En la Investigación-Acción Participativa tam-bién tuvimos que traducir las estadísticas a la ex-periencia viva o práctica concreta cuandocampesinos e indígenas colombianos necesitarontomar decisiones con base en variables y atributos,tales como la cantidad de escuelas que requeríansus comunidades, el espacio para el estudio y elamoblamiento. Los números, las curvas y las fór-mulas adquirieron entonces un significado real yperdieron su sensación terrorífica. En el trabajocon los grupos indígenas se ha utilizado el anti-guo ábaco para establecer cantidades en las tran-sacciones comerciales entre personas analfabetas,con el objeto de zanjar la brecha entre lacuantificación mental o implícita y los númerosformales suministrados por los educadores. Estoprodujo un sentimiento colectivo de seguridad ysuperación, con mayor respeto por lo propio.

Asimismo, quedamos fascinados por la formacomo los estudiantes de un pueblo resolvieron fe-nómenos complejos cuando se les pidió estudiar yproponer un sistema de transporte local. En lamedida en que el concepto de red se hizo eviden-te, fue necesario medir el flujo vehícular y la inter-mitencia de los semáforos. Resultados similares seobtuvieron cuando fenómenos dimensionales deespacio y tiempo se aplicaron al estudio del creci-miento demográfico urbano.

La primacía de la práctica en la vida diaria comoguía del conocimiento necesario para el cambio se

6 Olivares Contreras, M. Luisa. “Artesanía andaluza y matemáticas: un trabajo transversal con futurosprofesores”. En: UNO. Revista de didáctica de las Matemáticas, Universidad de Granada, España, No. 6, octubre1995. Alvis, Victor y Páramo, Guillermo. “Estudios antropomatemáticos sobre artesanías en Colombia”.Bogotá: (comunicación personal).

7 Puche Villadiego, Benjamín. “El sombrero vueltiao zenú: fórmula de su tejido”. En: Revista de ExtensiónCultural. Universidad Nacional de Colombia, Medellín, Nos. 16-17, abril 1984, pp. 91-100.

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reforzó cuando combinamos los enfoques cuantita-tivos y los cualitativos. La matemática vital y prácti-ca puede convertirse en medio de transformaciónsocial. Así, los matemáticos y académicos activistaspueden participar plenamente de las luchas popu-lares por el cambio social y económico sin perderel perfil de sus disciplinas. En esta forma las canti-dades y las unidades, las secuencias y las pautas ad-quieren un significado real en conexión con elmedio al que están ligadas.

S U J E T O , O B J E T O Y C O N O C I M I E N T O

En la primera etapa de la IAP fuimos tan cuida-dosos como los matemáticos en no extender al do-minio de lo social la distinción positivista entresujeto y objeto, que puede hacerse mejor en lasciencias naturales. En especial, en el aprendiza-je-acción y en la pedagogía nos pareció contra-producente considerar al investigador y alinvestigado, al maestro y al estudiante, al exper-to y al cliente u “objeto”, como dos polos dife-rentes, discordantes o antagónicos. En cambio,quisimos considerarlos a ambos como personasvinculadas entre sí por sentimientos y actitudes,con opiniones y experiencias diversas que debíanser tenidas en cuenta, en los proyectos inves-tigativos o promocionales, de manera conjunta.Para resolver esta tensión y llegar a una relaciónde sujeto a sujeto horizontal o simétrica, era impe-rativo que los individuos respetaran y apreciaranlas contribuciones de los demás, y que las perso-nas respetaran también la naturaleza ambiente,todo lo cual abrió de manera infinita el alcancetécnico de nuestro trabajo.

Estos hallazgos nos ayudaron a definir lo quedenominamos “participación auténtica”. Ésta sediferencia de las versiones liberales y manipulado-ras de participación popular que aún se usan, enespecial, por los gobiernos. En la “participaciónauténtica” se combinan diferentes tipos de conoci-mientos, por ejemplo, la erudición académica y lasabiduría popular, hasta en el recinto de clase. Sedisminuyen las distancias entre las clases sociales,entre los maestros y los estudiantes, y se combatela explotación y la opresión abusivas. Esto a la vezpermitió elaborar novedosos tipos de herramien-tas de investigación y enseñanza tales como el diá-logo intergeneracional, los sondeos en grupos osimposios, los mapas culturales, el uso de archivosde baúl o familia, la imputación y la triangulación.También, con fines de validación y evaluación, or-

ganizamos grupos de referencia con líderes loca-les que remplazaron a los profesores que habíansido nuestros referentes durante los años de for-mación universitaria.

La resolución horizontal de la tensión entre su-jeto y objeto supuso una técnica de “devolución sis-temática” para intercambiar conocimientos y datoscon personas no profesionales o no capacitadas,hecho que reconoció el papel fundamental del len-guaje dentro del proceso investigativo y de acción.Tuvimos que cambiar nuestra jerga y la forma com-plicada de presentar los resultados de nuestros tra-bajos, con el fin de que los estudiantes y laspersonas con quienes trabajábamos, pudieran com-prendernos. Desarrollamos luego un diferencial decomunicación según el nivel de educación y/o ca-pacitación de los participantes, e incorporamos téc-nicas de multimedia y teatro popular.

Existen otras técnicas de la IAP que tambiénpueden reforzar el trabajo y el estudio, y otras másque pueden inventarse de acuerdo con las necesi-dades y circunstancias. De hecho, el rango es casiinfinito. Por esta razón, nuestros colegas escandi-navos se han referido a la IAP como “descubri-miento y creación” que ocurren en un amplioespacio epigenético8.

L A P A R T I C I P A C I Ó N C O M O F I L O S O F Í A

D E V I D A Y P A R A D I G M A E M E R G E N T E

Nuestra experiencia de campo ha tenido laventaja de facilitar la interacción con la gente delcomún en sus propios barrios y comunidades. Sibien los procesos de cambio han sido lentos ymultidireccionales, siempre han constituido unaexperiencia fascinante, enriquecedora yemancipadora, una experiencia formativa no sólopara los líderes comunitarios y otras personas inte-resadas, sino para los investigadores, maestros yactivistas externos. Nos dimos cuenta de que el es-píritu científico puede florecer en las circunstan-cias más modestas y primitivas, que un trabajoimportante no es necesariamente costoso ni com-plicado, ni debe constituirse en monopolio de laclase intelectual o de la academia.

En consecuencia, encontramos poco espaciopara la arrogancia académica y para la auto-objeti-vidad científica. En su lugar, aprendimos a adop-tar una actitud empática hacia los demás quedenominamos “vivencia” y que significa experien-cia de vida (Erfahrung en alemán). Ésta tambiénes una lección que nos han transmitido con su

8 Toulmin, M. y Gustavsen, B. Beyond Theory: Changing Organizations Through Articipation. Amsterdam: JohnBenjamins, 1996, p. 179.

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ejemplo gigantes del conocimiento como Galileo,quien reconoció en sus días la importanciaformativa de su contacto juvenil con los pescado-res y constructores de barcos en Venecia; o comoHumboldt, quien adoptó el mundo tropical comoeje de su vida y de su trabajo científico.

Éstos y otros ejemplos de humildad científica yrealismo contextual, así como las actitudes colecti-vas emancipadoras determinadas en el terreno,contribuyeron a que redefinieramos la investiga-ción-acción y el aprendizaje participativo como vi-vencias necesarias para el logro del progresocolectivo y de la democracia; como un conjunto deactitudes y valores que infundirían sentido a nues-tra práctica científica y técnica en el campo y en elsalón de clase. A partir de ese momento, la IAP sepodía considerar no sólo como una metodologíaseria de investigación para ser tenida en cuenta,sino como una filosofía de vida cuyos practicantesse convertirían en personas “sentipensantes”, es de-cir, con mente y corazón en tándem.

Creo que los matemáticos son muy capaces deentender y adoptar este tipo de actitud, similar ala de los sentipensantes. De hecho, el enfoque delque hablo les permitiría lograr una mayor partici-pación en la sociedad, como un escenario ampliodonde aportar sus conocimientos, y no sólo concontribuciones técnicas o teóricas, mayormenteesotéricas.

En cuanto a los problemas de validez de losresultados obtenidos, que podrían presentarseen este tipo amplio y epigenético de tareainvestigativa, inesperadamente los sociólogos ob-tuvimos asistencia de la física cuántica. Se recor-dará que, cuando la hipótesis antrópica de Bohry el principio de indeterminación de Heisenbergno pudieron ser refutados, ni siquiera porEinstein, muchos físicos empezaron a ver a loscientíficos sociales con cierto respeto, y vieronconvergencias posibles para interpretar el mun-do corpuscular complejo e impredecible. Algoparecido ocurre con los sistemas sociales, queson abiertos, multicausales e indeterminados.Una de las consecuencias fue considerar la vali-dez del conocimiento obtenido, no simplementecomo un ejercicio discursivo interno, con unadeterminada estructura probabilística. Cuandofue necesario, pudimos combinar las medidascuantitativas con descripciones cualitativas oetnográficas pertinentes, bien preparadas y rigu-

rosas, con lo que los criterios de validez pudie-ron ampliarse a fuentes diferentes de las regre-siones y correlaciones numéricas. No llegamos ala verdad, pero sí a formas de verosimilitud.

Tales lineamientos alternativos han incluidoel sentido común, el análisis inductivo deductivode los resultados gracias a la participación perso-nal en los procesos, y la aprobación de los gruposde referencia locales. Incluso la evaluación críti-ca, que debería reflejar tendencias y proyeccio-nes cuantificables, puede efectuarse en el propioproceso del trabajo de campo, como en el casodel sondeo en vivo, sin que haya que esperar aque se cumplan períodos preestablecidos de ma-nera arbitraria por planificadores absurdamenteexigentes.

Por consiguiente, el énfasis en el papel de loscontextos cultural, social y ambiental9 puede ayu-dar a enfocar, desde una nueva perspectiva, eltema general de los paradigmas científicos10 que,en opinión de muchos, es el paso a seguir. Este esun reto importante. Como lo dice el tema del pre-sente Congreso, los matemáticos se encuentranen el momento clave de la educación y la comuni-cación. Pero ahora pueden dar un paso más y en-trar con firmeza en el momento de lo social. Estepaso es posible con la IAP, y probablemente seanecesario, si desean un mayor progreso disciplina-rio y una mayor satisfacción personal en las tareasque emprenden.

Por último, si tuviéramos que definir el trabajode la IAP sobre la base de cantidades y calidadesde configuraciones y constructos, tendríamos queanalizar el asunto de la contextualidad de formamás cuidadosa y con todas sus implicaciones. Altomar al contexto como referencia central, descu-brimos una fuente normal de paradigmas científi-cos. Así, los paradigmas que han moldeadonuestra formación profesional son constructossocioculturales de origen eurocéntrico.

Para los activistas de la IAP y otras vertientes, losparadigmas dominantes son aquellos referidos a lastradiciones históricas, económicas y culturales deEuropa y Norteamérica, e inspirados en ellas. Sonprincipalmente el positivismo, el mecanicismo y elfuncionalismo, como lo declaré al principio. Formu-lamos entonces las siguiente preguntas: ¿Son éstosacaso los únicos paradigmas que debemos tomar encuenta? ¿Deben ser éstos primordiales y universales?¿No será posible concebir otros paradigmas que

9 Valero, Paola y O. Skovsmose. “Mathematics Education in a World Apart”. Tercer Congreso Internacional deMatemáticas, Educación y Sociedad. Helsingor, Dinamarca, 2-7 abril 2002.

10 Capra, Frithof. The Turning Point. Nueva York: Simon and Schuster, 1982.

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reflejen una relación más estrecha con entornos cul-turales y naturales diversos? ¿No podríamos acasoidear paradigmas más apropiados y útiles para zonasy culturas como las del trópico andino y amazónico,cuya importancia para la supervivencia del mundosólo ha sido objeto de atención marginal por partede una ciencia llamada “universal”?

Muchos de los conceptos e instituciones cons-truidos en el Tercer Mundo con base en la orien-tación o por imposición de los paradigmaseurocéntricos dominantes han producido con fre-cuencia resultados disfuncionales. Esto explica elfracaso estruendoso de numerosos proyectos dedesarrollo y los efectos desconcertantes del propiodiscurso desarrollista en el mundo desde su con-cepción en 1949. En los países periféricos, nos he-mos sentido con frecuencia como una “recua”apacentada por las elites intelectuales de Occiden-te. Hemos sentido que nuestras mentes, así comonuestras riquezas y recursos, han sido y siguensiendo objeto de colonización y explotación, conescaso respeto de la lógica, el conocimiento y lavida de nuestras localidades. Es preciso empezar aactuar de manera más independiente y crítica conrespecto al patrimonio occidental impuesto a lospaíses del Sur y al mundo en general. Por eso lafamilia de la IAP, tanto la del Sur como la del Nor-te que ya se formó, ha emprendido un análisisontológico del problema, en un esfuerzo que haconducido a una fase fructífera de cooperación yproducción intelectual conjunta con colegas dediversas disciplinas y de muchos países.

Lo que estamos realizando en este campo de co-laboración científica atañe tanto a los educadoresde matemáticas como a los etnomatemáticos acti-vistas, puesto que siempre hay elementos y factoresque deben ser interpretados, reinterpretados, inte-grados o descartados por la ciencia, si nos propone-mos explicar realidades y procesos que siempre soncambiantes. Aquí puede radicar la importancia pa-radójica del número imaginario (“i”) que se ha usa-do con frecuencia en matemáticas para intentarexplicar lo inexplicable. Pero éste debe ser un tipoaceptable de paradoja, en el sentido de que sus re-sultados concretos desafían el conocimiento rutina-rio y las instituciones sacras u ortodoxas.Esperemos que se acepten dichos retos en nuestrasinstituciones, y que logremos resolverlos parabeneficio de todos.

No queremos ser xenófobos ni centrarnos ennosotros mismos. Esto sería un error, en especial a

la luz de las actuales fuerzas globales de integra-ción económica y cultural. Pero en el Sur necesi-tamos un discurso estimulante y deentendimiento con los colegas del Norte, dentrode una atmósfera participativa y horizontal, demutuo respeto. La alianza Norte-Sur para el pro-greso de los pueblos de todas las latitudes, espe-cialmente de las poblaciones pobres y explotadaspor el capitalismo salvaje, debe verse no sólocomo un deber moral sino como una oportuni-dad científica y educativa que implica el compro-miso y la colaboración de todos nosotros porcausas justas.

Nuestro trabajo en el Sur ha avanzado y madu-rado. No obstante, el trópico presenta por sí mis-mo condiciones únicas que aún se desconocen,pero que nos atañen principalmente a nosotroslos sureños por ser actores locales y miembros deadentro. Se trata mayormente de comunidadesprecapitalistas e indígenas con sus respectivas es-tructuras de conocimientos y acumulación de ex-periencias. Así, el contexto tal como loentendemos a la luz de la acción participativa, tie-ne una función natural y puede integrarse a la in-vestigación y a la enseñanza en las diferentesdisciplinas, incluidas las matemáticas.

Los paradigmas alternativos resultantes sonmás abiertos que las categorías kuhnianas con sucírculo cerrado de jueces y custodios del conoci-miento, hoy a la defensiva, que propugnan por le-yes universales improbables. A pesar de laresistencia de estas personas, existe la creenciacada vez más generalizada de que cambios profun-dos en la visión científica son necesarios para al-canzar un mundo mejor. Las escuelas y lasuniversidades no se excluyen. No se trata de unllamado a la guerra entre paradigmas o con de-fensores de paradigmas. Al contrario, como prac-ticantes de la Investigación-Acción Participativa ydel Aprendizaje-Acción, vemos esto como unaconvergencia positiva de diversos sistemas de co-nocimiento que ofrece un sinnúmero de posibili-dades de acumulación, suma e integración dediferentes corrientes de pensamiento.

Lo anterior constituye un reto para la recons-trucción intelectual y moral del mundo. Una con-vergencia de este tipo sólo debe limitarse por elgrado de aplicabilidad al contexto sociocultural yambiental que la ha inspirado, para producir los re-sultados prácticos positivos que espera el mundoreal9.

11 Véase Mora Osejo, Luis E. y Fals Borda, Orlando. “Manifiesto por la creatividad en la ciencia colombiana”,Academia Colombia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Bogotá: 2001.

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De otra parte, los valores que usualmente seasocian con los paradigmas dominantes (consis-tencia, certeza, alcance y simplicidad) pueden en-riquecerse con valores participativos tales como laresponsabilidad social, el altruismo y la autono-mía. El enfoque IAP es abierto, plural, práctico einterdisciplinario y, como viene dicho, abarca ele-mentos del pensamiento indígena americano,africano y oriental, junto con teorías de la comple-jidad y del espacio geográfico, el pensamientosistémico, perspectivas cósmicas y el marxismo hu-manista. Todo lo anterior resulta en una perspec-tiva holística en la que los matemáticos tienen, sinlugar a dudas, una función importante que des-empeñar. Recordemos, por ejemplo, el amplioconcepto de los antiguos griegos sobre la músicacomo parte de las matemáticas.

Este paradigma abierto y holístico en el que sefundamenta la IAP establece vínculos entre praxisy ética, entre el conocimiento académico y la sabi-duría popular, entre el profesor y el estudiante,entre lo racional y lo existencial, lo regular y lofractal, lo cualitativo y lo cuantitativo. En otras pa-labras, rompe la dicotomía sujeto objeto y se apar-ta de los paradigmas cerrados de la academiatradicional. Se basa en los conceptos pluralistas

democráticos de respeto del otro, el servicio y lajusticia, la tolerancia de la diversidad y las pers-pectivas ignoradas de la cultura, el género, las cla-ses populares y la plurietnicidad en lainvestigación y en las actividades educativas.

De forma similar, este proyecto intelectualabierto conlleva a la idea de una universidadparticipativa que incluya a las comunidades so-ciales cercanas a aquella, tanto en el plano delaprendizaje como en el de la enseñanza, dondehaya menos pomposidad y aislamiento del mun-do circundante, más cercanía entre los departa-mentos disciplinarios, y una comunicación másfluida y democrática, con un enfoque más combi-nado hacia los problemas sociales y económicosconcretos, un contacto permanente con el mun-do externo y compenetración con sus preocupa-ciones.

Esperemos que en este esfuerzo concurran to-das las ciencias. El grave estado del mundo así noslo está exigiendo. Las contribuciones de los edu-cadores y creadores de matemáticas fortaleceríansignificativamente el desarrollo dinámico del co-nocimiento para la vida y el progreso social en elmundo, todo lo cual constituye el meollo y lameta de la Investigación-Acción Participativa.

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L a V i o l e n c i a e n Co l o m b i a . E s t u d i o d e u n

p r o c e s o s o c i a l

Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna.

Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1962.

el análisis de cualquierlibro nos remite inicialmente, comolo sugiere Roger Chartier, a un cam-po muy amplio de reflexión, el cuales el de la producción, la transmi-sión y la recepción-apropiación delos textos.

Desde este punto de vista, esparadójico que La Violencia en Co-lombia, uno de los textos más im-pactantes de esta centuria enColombia, haya tenido un origentan casual. Casi se diría que se pro-dujo por azar.

En efecto, la abrumadora basedocumental que le sirvió de funda-mento, remite a los trabajos de unacomisión gubernamental investiga-dora de las causas de la Violencia,iniciada en 1958 bajo la Junta Mili-tar, que sucedió al General RojasPinilla, y antecedió al Frente Nacio-nal. De la comisión, que dirigióOtto Morales Benítez, hicieron par-te otros dos representantes de lospartidos tradicionales (AbsalónFernández de Soto, AugustoRamírez Moreno), dos de las fuer-zas armadas, con el rango de gene-rales (Ernesto Caicedo López yHernando Mora Angueira), y dosde la Iglesia, los sacerdotes FabioMartínez y Germán Guzmán Cam-pos, este último, el autor principalde La Violencia en Colombia, y a la sa-zón párroco del Líbano, Tolima.Por aquel entonces, en la mente deGuzmán había ciertamente un pro-yecto pastoral de reconciliación,pero no el proyecto intelectual deescribir un libro.

Golpe de intuición, por consi-guiente, del grupo de emisarios dela recién fundada Facultad de So-ciología de la Universidad Nacionalde Colombia –el padre Camilo To-rres, Orlando Fals Borda (Decanode la Facultad), Andrew Pearse (so-ciólogo británico) y Roberto PinedaGiraldo–, quienes a principios de1961 fueron al Líbano en busca delpadre Guzmán. La propuesta eraprecisa: que se trasladara a Bogotápara que, con la cooperación deotros colegas y con base en su expe-riencia personal en aquella regióncrucial de la Violencia, así como enlos materiales que de todo el país sesabía había acumulado en el cursode su labor en la aludida comisión,elaborara un libro en el ambiente in-telectual, crítico e independiente dela Universidad Nacional de Colom-bia. Similar idea le había sido sugeri-da antes por Alberto Lleras Camargoen visita presidencial a la poblacióntolimense, el 7 de enero de 1959.

En todo caso, a la luz del con-texto descrito, y no obstante quede aquel proyecto original sólo sematerializó finalmente la colabora-ción orgánica de Orlando Fals Bor-da y del jurista Eduardo UmañaLuna, especialmente en el segundovolumen, el libro constituye sin lu-gar a dudas el primer producto co-lectivo en las ciencias sociales en elpaís. El libro hizo su resonante apa-rición en junio de 1962 y con él seinicia también en buena medida lahistoria contemporánea de lasciencias sociales en Colombia.

Importa subrayar aquí el lugarde lanzamiento del libro: la Univer-sidad Nacional de Colombia, consu imagen crítica, independiente ylaica. El libro no sale desde unaplataforma religiosa o política, sino

Gonzalo Sánchez GómezProfesor titular, Instituto de Estudios Políticos y

Relaciones Internacionales, IEPRI, Universidad

Nacional de Colombia.

desde un lugar del conocimiento,que en ese entonces reunía, por lodemás, lo mejor del saber en cien-cias sociales del país.

Pero en este libro no sólo es no-table su peculiar forma de gesta-ción, sino las múltiples funcionesque cumplió en su momento, lascuales lo han hecho perdurable:

Libro denuncia: más que un librode intención académica, pese a sulugar de producción, La Violenciaen Colombia es un texto de decididaintención política, no en el sentidopartidista, como tendió autilizársele inicialmente, sino deenjuiciamiento histórico a las elitesgobernantes responsables deldesangre. Es esta dimensión la que,entre otras cosas, explica las reac-ciones de la prensa, de los poderesciviles, eclesiásticos y militares, y laque lo convirtió en objeto de deba-te, incluso en el Senado de la Re-pública.

Desde la Iglesia, el más célebrey divulgado texto de descalificaciónal libro fue el del jesuita MiguelÁngel González, “La Violencia enColombia: análisis de un libro”, pu-blicado originalmente en la RevistaJaveriana, en septiembre de 1962,en forma coincidente con la segun-da edición del primer tomo del li-bro. Desde múltiples escenarios deintolerancia y sectarismo se preten-dió injuriar también a los autores.A Guzmán, por ser “cura de bando-leros”; a Fals, simplemente por ser“sociólogo protestante”, ajeno anuestra sociedad católica, y, portanto, incapaz de comprenderla; aUmaña Luna, por ser “librepensa-dor extremista (...) abogadovolteriano y enciclopedista”. Másaún, las diatribas tuvieron sus efec-tos sobre terceros. Al entonces mi-

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nistro del Trabajo, Belisario Betan-cur, la publicación del libro le cos-tó el cargo, por ser accionista de laempresa editorial que lo publicó:Ediciones Tercer Mundo; y al en-tonces coronel del ejército, çlvaroValencia Tovar, casi le cuesta elpuesto por haber elaborado paralas fuerzas armadas un informeconfidencial favorable al libro, in-forme que fue llevado a debate ensesión secreta del Senado.

Es necesario, pues, subrayar elmomento de aparición del libro: elFrente Nacional, cuando ya era po-sible y legítimo enjuiciar la Violen-cia, pero cuando ésta aún estabafresca y en muchas regiones viva.Este momento definía el tipo espe-cial de lector y la óptica de lectura quele daban un sentido peculiar al li-bro. El libro era abordado comoveredicto sobre el más controverti-ble período de la historia nacionalcontemporánea. Se trataba, enefecto, de lectores en abierto apo-yo, o en abierta condena al libro, loque lo colocaba de contera en elcentro del debate político.

En perspectiva histórica, se pue-de aseverar que uno de los grandesméritos del libro es haber hechode la Violencia un tema de opinióny de controversia pública. Muchossectores citadinos descubrieronaterrorizados la Violencia a travésde este libro.

No es el primer libro sobre eltema. De hecho, hay algunos nota-bles que lo preceden, como el deLas guerrillas del Llano de EduardoFranco Isaza (1959), La danza de losmillones de Vernon Lee Fluharty(Pittsburgh, 1957), o la documen-

tadísima tesis doctoral de JamesGoff sobre la “Persecución de losprotestantes en Colombia”, que sehabía venido elaborando a lo largode diez años (1948-1958), y quepara nuestra sorpresa aún no hasido traducida. Sin embargo, poruna conjugación de circunstancias,es el libro La Violencia en Colombia,el que aparece reconocido como elfundador del tema y ello, por lo de-más, con una singular unanimidad.No es sino echar un vistazo a losbalances de los estudios sobre laViolencia que se han hecho desdepor lo menos 1978 en adelante,cuando se inaugura una nueva fasede los mismos con Paul Oquist, Jai-me Arocha y otros, para constataresta apreciación1.

Libro testimonio: recoge voces eimágenes irrepetibles de actores,víctimas y testigos, con una variedady fuerza descriptiva que lo convier-ten en fuente inagotable para histo-riadores, sociólogos, antropólogos,politólogos, semiólogos, psicólogos,etc.

Libro memoria: gracias a él, todoun período dramático de la histo-ria colombiana del siglo XX se con-servó. El libro incorporó a lamemoria nacional el terror vividodesde el asesinato de Gaitán, y en-señó a las futuras generaciones quereconciliación no es simple olvido,como pretendió el Frente Nacio-nal, sino asumir el pasado paratransformar el presente.

Libro intuición: no deja de sor-prender a los investigadores poste-riores por el invaluable cuerpo deregistros que consignó. No lo dejótodo dicho, desde luego, pero dejó

lo necesario para que las genera-ciones posteriores de estudiosos semotivaran a escribir nuevos capítu-los del no acabado texto de la Vio-lencia en Colombia.

Libro premonición: sin haberlosospechado, en él se encuentranen embrión casi todos los temas delas décadas siguientes: guerras, ne-gociaciones, amnistías; actores, es-cenarios urbanos y rurales;dimensiones estructurales del con-flicto; impacto en las redes comer-ciales y sociales de propiedad;desplazamientos, despojos, coloni-zaciones; regulación onormatividad insurgente, cualifica-ción y degradación de los gruposdel conflicto y de sus modalidades;expresiones regionales, culturales,políticas y organizativas, y tantosotros.

Libro imagen: uno de sus másgrandes aciertos es el haber hechode la fotografía un componenteesencial del texto: hay 32 registrosfotográficos en el volumen I, y 15en el volumen II, que estructuranal libro como una combinación vi-gorosa de palabra e imagen, y quenos recuerdan, como se ha hechoen otras latitudes, que la lucha porla apropiación o transformacióndel pasado es también una “guerrade imágenes”. Con ello los autoresconvirtieron la‘mirada en otra for-ma de aproximación a las dimen-siones y modalidades del conflicto.

La Violencia en Colombia es, enúltimas, un libro revelación, que vamás allá de sus propias cualidades ylimitaciones. La historia posteriorlo resignifica y obliga a reescribirloperennemente.

1 Remito en orden cronológico a los siguientes balances: Sánchez Gómez, Gonzalo. “La Violencia in Colombia:New Research, New Questions”. En: Hispanic American Historical Review. No. 4, 1985. Reproducido en: SánchezGómez, Gonzalo y Ricardo Peñaranda (editores). Pasado y presente de la violencia. Bogotá: Cerec, 1986. Peñaranda,Ricardo “Historiografía de la violencia. Los estudios recientes”. En: Pasado y presente de la violencia. 2a. ediciónaumentada, 1991. La introducción de la tesis doctoral de Mary Roldán Génesis and Evolution of la Violencia inAntioquia Colombia 1900-1953. Harvard, 1992. Ortiz S, Carlos Miguel “Historiografía de la violencia”. En: La Historiaal final del milenio. Tomo. I, 1994, pp. 371 y ss. Y LeGrand, Catherine “La política y la violencia en Colombia 1946-1965” En: Memoria y Sociedad. Pontificia Universidad Javeriana, Vol. 2, No. 4, noviembre 1997, pp. 79 y ss

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sólo ha logrado conformar alianzasde oportunidad contra un enemigomal discernido (el terrorismo remi-te a técnicas de combate, no a unenemigo en sí), y que esta supuesta“guerra mundial” excluye otros mo-tivos de desestabilización (drogas,guerras internas, etc.). Es más, el au-tor afirma que estos ataques sonconstitutivos del escenario inciertode la Posguerra Fría que se singula-riza, entre otras cosas, por la descen-tralización y la privatización de laslógicas de violencia.

Tras este panorama internacio-nal, el libro pasa a caracterizar losrasgos de la seguridad nacional co-lombiana y del hemisferio desde losaños cuarenta del siglo XX hasta elmandato de Andrés Pastrana, antesde concluir con una miradaprospectiva de la Posguerra Fría.

Sin entrar en el detalle de la ar-gumentación expuesta, aparece quela evolución del concepto de seguri-dad nacional en Colombia ha sidopuntuada y alterada por una plurali-dad de retos, más allá de su acep-ción tradicional anclada en elámbito militar, entre los cuales figu-ran: el tráfico de drogas con sus for-mas de violencia correspondientes yla administración de la justicia (con-vergencia de los dos temas con lapresidencia de César Gaviria), losaleas de las negociaciones de paz(cuestión recurrente desde los añosochenta, eludida bajo la administra-ción de Ernesto Samper), el respetoa los Derechos Humanos (preocu-pación creciente a partir de la ofen-siva militar anti-guerrilla ordenadapor Julio César Turbay y la posteriorintensificación de la guerra) o aun

L a s e g u r i d a d n a c i o n a l a l a d e r i va : d e l

Fr e n t e N a c i o n a l a l a Po s g u e r r a Fr í aFrancisco Leal Buitrago.

Bogotá: Alfaomega - Ceso, Uniandes, Flacso, sede Ecuador, 2002.

Eric LairProfesor Universidad

Externado de Colombia

Francisco Leal se ha afirmadoen las últimas dos décadas comouno de los principales estudiososde la problemática de las institucio-nes militares en Colombia y de laseguridad interna.

En su libro La seguridad nacionala la deriva: del Frente Nacional a laPosguerra Fría, Francisco Leal se en-foca precisamente en las vicisitudesde la seguridad nacional colombia-na partiendo de los inicios delFrente Nacional para llegar a laPosguerra Fría. Esta investigaciónse inscribe, en gran parte, en lacontinuidad de algunos de losplanteamientos desarrollados porel autor en su libro El oficio de laguerra: la seguridad nacional en Co-lombia1, en la medida en que cuatrocapítulos de la nueva publicaciónconstituyen una versión revisada yampliada de algunas partes del an-terior.

A la imagen de sus demás escri-tos, Francisco Leal presenta en sutrabajo una argumentación densa ydetallada tanto en la exposiciónfactual de los hechos como en elanálisis. El autor se propone aquíaprehender lo que se suele deno-minar la crisis societal colombiana.Sin embargo, en el capítulointroductorio, precisa que no pre-tende abarcar una visión exhausti-va de esta crisis multidimensional.

El hilo conductor privilegiadoes la idea genérica de seguridad na-cional. A lo largo del libro, Francis-

co Leal somete a consideración dellector sus puntos de reflexión acer-ca de la seguridad nacional que, ala luz de las orientaciones teóricasasumidas, aparece a la vez comouno de los síntomas y motores dedicha crisis.

La investigación señala con mi-nucia que la seguridad nacional esuna noción fundamentalmente di-námica. Este concepto ha recorri-do trayectorias particularmenteerráticas desde la Segunda GuerraMundial, al ser el punto de con-fluencia y de interacción entre dis-tintos factores inherentes al sistemainternacional.

Concretamente, en una larga in-troducción, el autor analiza la confi-guración del contexto internacionala raíz del final de la rivalidad Este -Oeste que conlleva a redefinir la no-ción de seguridad nacional que yano puede limitarse a su núcleo ini-cial de índole militar. Se interrogasobre las consecuencias del declivede las fuerzas comunistas (Colom-bia es una excepción), la multiplica-ción de las amenazas no militares yaun sobre el significado de los aten-tados del 11 de septiembre de 2001.

A diferencia de otros comenta-ristas que interpretaron este acon-tecimiento como la señal de ladesaparición de la así llamada Pos-guerra Fría, Francisco Leal no creeen el advenimiento de un nuevosistema internacional. Rechaza latesis de que la “guerra contra el te-rrorismo” habría sustituido a laPosguerra Fría argumentando queno está suficientemente estruc-turada para generar un paradigmaduradero, ya que Estados Unidos

1 Leal Buitrago, Francisco. El oficio de la guerra: la seguridad nacional en Colombia. Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional de Colombia, Tercer Mundo Editores, 1994.

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las constantes manifestaciones deinjerencia externa.

Francisco Leal demuestra quelas autoridades oficiales han sidoincapaces en repetidas ocasionesde responder a estos desafíos y ela-borar con coherencia una políticade Estado al respecto. Además, porla persistencia de la confrontaciónarmada interna y la falta de renova-ción del concepto entre los círcu-los militares y civiles, la seguridadnacional colombiana se ha queda-do eminentemente militarizada.

Sin embargo, se trataglobalmente de una militarizacióndeficiente que carece de orientacio-nes políticas y militares claras. Estopuede explicar las debilidades cróni-cas de disponibilidad operativa de lasfuerzas regulares y sus derrotas antela guerrilla (contundentes en la épo-ca de Ernesto Samper), aunque éstashayan retomado la ofensiva tácticacon el gobierno de Andrés Pastrana,pero sin gran proyección estratégicaa largo plazo. De ahí se desprende latesis central del libro: una “seguridadnacional a la deriva”.

En resumidas cuentas, con baseen múltiples fuentes debidamente

referenciadas, Francisco Leal ofre-ce un análisis de gran riqueza porla diversidad de las dimensionescon que se abarca el tema. En tér-minos generales, sólo se puede la-mentar que el trabajo no tenga uncomponente más comparativo en-tre Colombia y América Latina,como se esboza en el primer capí-tulo. En este sentido, hubiese sidointeresante profundizar en lascondiciones y las especificidadesde la importación “tardía” a Co-lombia de la doctrina de seguri-dad nacional (componenteimportante de la noción de segu-ridad nacional) impulsada porparte de Estados Unidos a nivelcontinental en el marco de laGuerra Fría con el propósitoprincipal de luchar contra el co-munismo. Además, por qué nohaber insistido en los parámetrosque explican cómo en Colombiaesta doctrina no se tradujo engran parte por una represión mi-litar contra la subversión sin queel poder haya caído en un autori-tarismo “institucionalizado”, pre-sente en otros paíseslatinoamericanos?

Es cierto que el texto da ele-mentos de respuesta a estas inquie-tudes en varias partes deldesarrollo. Pero un lector no fami-liarizado con el tema, no hará ne-cesariamente la articulaciónconceptual entre los distintos capí-tulos constantementecorrelacionados entre sí, los cualesdeben leerse de manera refractivapara penetrar el pensamiento delautor.

Al comienzo del libro, hubiesesido útil destacar de manera más sig-nificativa las singularidades de la si-tuación colombiana para poner deuna vez en perspectiva histórica yteórica la tesis de la obra que tiene elgran mérito de replantear el debateen torno a la noción de seguridadnacional, asunto que muy pocosanalistas se habían animado hastaahora a estudiar con tanta dedica-ción. El libro es, además, una invita-ción permanente para seguirpensando la trama y las modalidadesde la guerra, elemento primordialen la estructura de la seguridad na-cional colombiana, en un momentoen que la sociedad parece hundirseen un mar de incertidumbres.

Diana Marcela RojasProfesora, Instituto de Estudios Políticos y

Relaciones Internacionales, IEPRI, Universidad

Nacional de Colombia.

L a g l o b a l i z a c i ó n e n s u h i s t o r i a

Hugo Fazio Vengoa.

Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, colección Sede, primera edición, 2002.

En un nuevo libro, Hugo FazioVengoa nos ofrece la continuaciónde sus reflexiones acerca de laglobalización. En esta ocasión Laglobalización en su historia nos pre-senta una mirada en perspectiva alfenómeno que le plantea hoy a las

ciencias sociales el desafío de pen-sar la totalidad social. Y justamentepor tratarse de un reto inédito enla historia, en la comprensión de laglobalización se entremezclan mi-tos, imaginarios, percepciones par-ciales, prejuicios y hasta visionesapocalípticas que generan un marde confusión tanto entre legoscomo entre especialistas. Al buscaruna luz que nos permita algunaorientación en esta intrincada ma-

raña de imágenes, el autor nos pro-pone recorrer el periplo históricode la globalización. Una mirada quedesde el principio se nos adviertehecha a partir del presente.

El autor parte de un supuestoepistemológico cuestionable: supo-ne que a través de la perspectiva his-tórica es posible conjurar los mitos yprejuicios en torno a laglobalización, es decir, que es posi-ble distinguir los elementos

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volución Bolchevique, la crisis del29, el ascenso de los totalitarismosy la Segunda Guerra Mundial, se-rán eventos que contrarrestarán yretardarán las tendenciasglobalizadoras en curso. Con el fi-nal de la Segunda Guerra Mundialse inicia una nueva ola globa-lizadora en la que la Guerra Fríasignificará ante todo una forma deglobalización política. A partir delos años setenta, y bajo el influjo dela tercera revolución industrial, lapolítica perderá su carácter centraly el elemento tica en el desplieguey repliegue de tales tendencias. Laglobalización no es un productonatural de una historia de progre-so, sino un proceso social forjado apartir de las percepciones, luchas ydecisiones de los actores sociales.No estamos inermes ante unaglobalización que se nos impone;su curso también está en nuestrasmanos. Una lectura histórica comola que se nos propone en este textopermite una “apropiación” de laglobalización; una reinterpretaciónpara asumir de manera activa nues-tro papel en ella. Este es el sentidoúltimo del libro de Fazio: criticarlos discursos que utilizan la globali-zación como una coartada que re-duce a la impotencia a los países endesarrollo al identificar globali-zación con neoliberalismo. El au-tor invita así al diseño estratégicode las formas de inserción en loscircuitos globalizados por parte deAmérica Latina.

Sin duda, esta historia de laglobalización es una historia escritadesde el presente en función delpresente mismo; rica en informa-ción, documentación e ideas suges-tivas, resulta ser una lecturaimprescindible para quienes buscanreflexionar, pero también actuar so-bre ese mismo presente.

“discursivos”, los “meta-relatos”, delos elementos “reales” que confor-man el proceso de globalización.Sin embargo, ¿cómo separar la rea-lidad de los relatos que hacemos so-bre ella? El hecho de contar lahistoria de la globalización se consti-tuye, en sí mismo, en otro relato. Lahistoria, por fortuna o por desgra-cia, no constituye un garante de“verdad verdadera”. No obstante, esinnegable que se trata de una pers-pectiva que nos abre a múltiples re-latos y nos permite relativizaraquellos imaginarios que se presen-tan como preponderantes. No setrata aquí de establecer cuál es laverdadera naturaleza de laglobalización, sino más bien, a lamanera de un caleidoscopio, ponera circular esas variadas visiones paraevitar monopolios, lecturas unilate-rales y ortodoxas.

A partir de una definición gené-rica retomada de Giddens (no sinreservas), el autor afirma que, entanto “grado de interpenetraciónentre los pueblos”, la globalizaciónimplica ante todo un cambio en lasdimensiones fundamentales en lasque se define la vida social, esto es:tiempo y espacio. En tanto proceso,la globalización nos permite darcuenta de un fenómeno que se de-sarrolla a lo largo de la historia. Poresta misma razón no se trata de unatotalidad abarcadora, homogénea,absoluta, unidireccional; ella tienediferentes ritmos e intensidades,momentos de aceleración así comoreflujos considerables.

Esta visión se contrapone aaquella que tiende a ver laglobalización como ruptura, comouna etapa completamente nueva enla historia de la humanidad, comoun punto cero a partir del cual sehace borrón y cuenta nueva en lahistoria de la especie humana. Tal

como el autor lo expresa, de lo quese trata es de “situar nuestro presen-te en una perspectiva temporal am-plia pero no en sentido lineal niteleológico”. La globalización no esun producto espontáneo y naturalsino un proceso social, cambiante ycomplejo. De allí la necesidad deconceptualizar el tiempo históricoque permitirá establecer si laglobalización es una estructura, unestadio, un proceso o una coyuntu-ra; de esta definición dependerá lamanera de interpretar y asumir di-cho fenómeno.

En su perspectiva histórica, laglobalización es considerada comoun “conjunto de situaciones quehan acompañado el desarrollo delas sociedades humanas en los últi-mos cinco siglos”. De este modo, losinicios de la globalización podríanser identificados con el surgimientomismo del capitalismo, en la llama-da era de los descubrimientos. Noobstante, para nuestro autor, se tra-ta más bien de una “globalizaciónen potencia” ya que el surgimientode un proceso social propiamenteglobal aparece a partir de la segun-da mitad del siglo XIX. Antes de lasegunda revolución industrial delúltimo tercio de ese siglo, sólo esposible hablar de etapas previas quemaduraron lentamente las tenden-cias globalizadoras. Serán entonceslas tres revoluciones industriales lasque se constituyan, cada una en sumomento, en las impulsoras delproceso. Hacia finales del siglo XIXse hará patente el enorme impactode la innovación tecnológica sobrela vida social a través de la revolu-ción en los medios de transporte yde comunicación.

No obstante, dado que no setrata de un desarrollo lineal, laglobalización sufre flujos y reflujos.La Primera Guerra Mundial, la Re-

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which have had various expressionsthrough history. Factors such as therejection of some minorities, the fearof rapid social changes, the eager-ness to impose both sobriety and ad-diction, were part of the agenda ofthose groups that mobilized in favorof prohibitionism.

In the first part, it is examinedthe conditions and justifications ofAmerican prohibitionism. After-wards, in the next two parts, it is con-sidered its expressions in the alcoholand drug cases. It is concluded thatthe recognition of the complexity ofprohibitionism is a necessary condi-tion of any discussion about the alter-natives of the current drug policy.

Key words: Prohibitionism. History,United States, Drugs, Alcohol.

España-América Latina: ladimensión europea de lasrelaciones

HUGO FAZIO VENGOA

ResumenEl artículo hace una revisión his-

tórica de las relaciones recientes en-tre España y América Latina. El autorparte de la idea de que la última dé-cada de siglo XX es un período parti-cular en la extensa historia de dichasrelaciones. Después de casi dos siglosdurante los cuales los vínculos se ins-cribieron fundamentalmente dentrode un marco retórico y/o instrumen-tal, en los dos últimos lustros del si-glo XX se produjo un cambio degran significación: fue la primera vezque España entró a definir un accio-nar preciso frente a América Latina,al tiempo que América Latina se in-clinó por ubicar las relaciones con laantigua metrópoli en un alto nivel.

De esta forma, el objetivo del tex-to es evaluar la calidad de dichas re-laciones, para lo cual el autor analizala política exterior tanto de AméricaLatina como de España a lo largo delas etapas en las que se han desarro-llado las relaciones, haciendo espe-cial énfasis en el fenómeno de la

europeización de las relaciones ex-ternas entre las dos partes.

Palabras Clave: Relaciones internacio-nales. América Latina. España. Políti-ca exterior.

AbstractThis article makes a historical re-

view of the recent relations betweenSpain and Latin America. The authortakes as starting point the idea thatthe last decade of the 20th century isa special period in the wide history ofsuch relations. After almost two cen-turies in which the relations werekept within a rhetorical frame, dur-ing the last ten years of the 20th cen-tury there was a meaningful change:Spain defined a precise policy re-lated with Latin America. At thesame time, Latin America began toplace its relation with Madrid at thehighest level.

In this way, the aim of the text isto evaluate the quality of such rela-tions. In order to do that, the authoranalyzes the foreign policy of bothSpain and Latin America throughoutthe stages in which those relationshave developed by emphasizing onthe phenomenon of the European-ization of the foreign relations be-tween these two parts.

Key words : International relations,Latin America, Spain, foreign policy.

La seguridad: difícil deabordar con democracia

FRANCISCO LEAL BUITRAGO

ResumenEl trabajo hace un análisis del

problema de la seguridad en Colom-bia, teniendo como punto de refe-rencia la coyuntura actual. El trabajoinicia con un recuento de lo que haimplicado la seguridad para el país,en especial la que se conoce como se-guridad nacional, para luego analizarsi es posible diseñar una política deseguridad que sea compatible con losanhelos democráticos. En la segunda

Por tu bien, y sobre todopor el mío: fundamentosy altibajos delprohibicionismoestadounidense

ANDRÉS LÓPEZ RESTREPO

ResumenEl artículo pone en cuestión

aquellas tesis que afirman que elprohibicionismo es una doctrina queresponde a intereses estratégicos,económicos o políticos, de EstadosUnidos. Haciendo énfasis en elemen-tos sociales y culturales, se quieremostrar que ese prohibicionismo tie-ne causas complejas, que involucranpercepciones, prejuicios y valoresmuy diversos, los cuales han tenidodiversas expresiones a lo largo de lahistoria. Factores como el rechazo ha-cia algunas minorías, el temor a cam-bios sociales acelerados, el afán porimponer la sobriedad y la adicciónmisma, hicieron parte de la agendade aquellos grupos que se moviliza-ron en favor de la prohibición.

En la primera parte, se examinanlas condiciones y justificaciones delprohibicionismo estadounidense; enlas siguientes dos partes, se considerasu manifestación en los casos del alco-hol y de las drogas. Se concluye que elreconocimiento de la complejidad delprohibicionismo es condición indis-pensable de cualquier discusión so-bre alternativas a la actual política dedrogas.

Palabras Clave: Prohibicionismo. His-toria. Estados Unidos. Drogas. Alco-hol.

AbstractThis article calls into question

those thesis asserting thatprohibitionism is a doctrine that re-sponds to strategic, economic, socialor political interests of the UnitedStates. By emphasizing social and cul-tural elements, it is expected to showthat such prohibitionism has verycomplex causes that involve percep-tions, prejudices and different values,

resúmenes

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parte, el trabajo formula una serie decomentarios puntuales al aporte so-bre seguridad democrática conteni-do en el programa de gobiernoformulado por el presidente Uribeen su campaña electoral. Finalmente,señala algunos lineamientos genera-les que pueden servir de guía para lacompleja tarea de elaborar una polí-tica de seguridad sin alterar los lo-gros democráticos.

Palabras Clave: Seguridad nacional.Democracia. Álvaro Uribe.

AbstractThis paper analyzes the security

problem in Colombia by taking as areference the current situation in thecountry. The text starts with a reviewof what security means to thecountry, specially the one that isknown as national security, in orderto see if it is possible to design asecurity policy compatible with theyearning for democracy. In thesecond part, the paper draws up a se-ries of specific comments for thecontributions to democratic securitycontained in the governmental planformulated by President Uribeduring his electoral campaign.Finally, the author remarks on somegeneral lineaments that might beuseful as a guidance for the complextask of elaborating a security policywithout changing the democraticachievements.

Key words : National security,democracy, Álvaro Uribe.

Inclusión partidista yexclusión cultural enColombia:pistas paracomprender su relación

MARÍA EMMA WILLSOBREGÓN

ResumenLa tesis central del ensayo argu-

menta que la singularidad del deve-nir político colombiano reside, enparte, en la combinación de una in-clusión política precoz vía redesclientelistas de naturaleza multi-clasista y una exclusión fundada enrepresentaciones culturales que aso-ciaron la autoridad a criterios exclu-sivos de educación, raza, género ycostumbres. Ese estar fuera y dentroa la vez auspicia una representación

política trunca y subordinada de lossectores populares, en la medida enque ellos hacen parte de las redesclientelistas, pero para que ocupen laposición del coro: es decir, para querepitan los libretos establecidos porlas autoridades políticamente ungi-das. Cuando se pronuncian con vozpropia, las corrientes que los repre-sentan son derrotadas una y otra vezpor coaliciones de élites de los parti-dos tradicionales.

La combinación de inclusión po-lítica y exclusión cultural se traduceen una separación entre la gran polí-tica y la política profana. Esta separa-ción asume distintas formas queacompañan el desenvolvimiento dela democracia en el país. En sus orí-genes, las fronteras entre gran políti-ca y política profana son porosas,pero luego con el arreglo de la rege-neración, asumen el carácter de unabarrera. Esta barrera se empieza a di-luir a partir de 1920, pero de maneraanómica. En lugar de propiciar laconstrucción de un proyecto popularalterno, la desaparición gradual delas fronteras entre gran política y po-lítica profana auspicia el copamientode la arena política por unas redesclientelistas que tramitan demandasde manera dispersa, pero que no lo-gran traducir al plano político losconflictos sociales que irrigan a la so-ciedad colombiana. Finalmente, apartir de las reformas de 1986 y 1991,se da definitivamente al traste con ladistinción anterior, pero este esfuer-zo de democratización y reparaciónestá hoy en entredicho.

Palabras Clave: Inclusion. PoliticalParties. Clientelismo. PoliticalCulture.

AbstractThe main argument of this article

is that the peculiarity of the politicalevolution in Colombia is partly dueto the combination of, on one hand,an early political inclusion throughmulticlassicistic nets of“clientelismo”, and, on the otherhand, an exclusion based on culturalrepresentations in which authority isrelated to exclusive criteria of educa-tion, race, gender and traditions. Be-ing inside and outside at the sametime results in an incomplete subordi-nate political representation for thelow sectors of the society. This occurswhen they belong to the nets of

“clientelismo”, but only to be part ofthe choir, that is, to repeat the librettoestablished by the anointed politicalauthorities. When they express them-selves by their own voices, the politicalstream that represents them are al-ways defeated by the elite’s coalitionsfrom the traditional parties.

The combination of political in-clusion and cultural exclusion istranslated into a division between theGreat Politics and the profane poli-tics. This division takes differentshapes that go with the developmentof democracy in our country. In itsorigins, the border among the GreatPolitics and the profane politics wasporous, but then, with the agreementof the “Regeneración”, it took a formof a barrier. This barrier began todisappear in 1920. Instead of pro-moting the construction of an alter-native social project, the graduallydisappearance of the bounders be-tween the Great Politics and the pro-fane politics allows the nets of“clientelismo” took the politicalarena. Those nets deal with the de-mands of the people in a disperse way,but they do not achieve to translatethe social conflicts of the Colombiansociety into the political field. Finally,from 1986 and 1991 political reformswe fall through the last distinction,but that effort of democratization andreparation is nowadays questioned.

Palabras Clave: Inclusión. Partidos po-líticos. Clientelismo. Cultura política.

La posguerra colombiana:divagaciones sobre lavenganza, la justicia y lareconciliación

IVÁN OROZCO ABAD

ResumenEl artículo hace una aproxima-

ción al problema del castigo y la am-nistía teniendo como punto dereferencia el caso colombiano y unaeventual situación de posconflicto. Elartículo intenta responder doscuestionamientos básicos: ¿Habráuna manera de flexibilizar la idea dejusticia para hacerla más abierta a losmotivos del perdón y de la reconcilia-ción? ¿Habrá alguna forma de esca-par al cinismo de la razón estratégicaen materia de amnistía, de maneraque se tengan más en cuenta los mo-

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tivos y consideraciones de los defen-sores de derechos humanos?

El trabajo aborda estas preguntasdesde la perspectiva del sujeto pasio-nal; así, el texto busca destacar que in-dividuos y grupos, particularmente ensituaciones de guerra, no sólo estánmotivados por formas de racionalidadinstrumental, sino también por fuer-tes emociones y pasiones. Desde estaperspectiva, el trabajo aborda los pro-blemas de la venganza, la justicia, lareconciliación y el perdón, así comoel papel de la “justicia universal” enlas situaciones de posconflicto.

Palabras Clave: Justicia. Perdón.Posconflicto. Guerra. Colombia. Cas-tigo. Derechos humanos.

AbstractThis article deals with the prob-

lem of punishment and amnesty, bytaking the Colombian case and a pos-sible situation of post-conflict as apoint of reference. The article triesto answer two basic questions: Willthere be a way of making more flex-ible the idea of justice in order tomake it more open to the reasons ofpardon and reconciliation? Willthere be a way of escaping from thestrategic reason’s cynicism with re-gard to amnesty, so the human rightsdefenders’ reasons and consider-ations be taken into account?

The paper tackles these questionsfrom the passionate subject’s perspec-tive; therefore, the text seeks to empha-size that individuals and groups,particularly in situations of war, are notonly motivated by instrumental rational-ity, but also by strong emotions and pas-sions. From this point of view, thearticle deals with problems such as re-venge, justice, reconciliation and par-don, as well as the role of the “universaljustice” in post-conflict situations.

Key words : Justice. Pardon. Post-conflict. War. Colombia. Punishment.Human rights.

La política internacionaldel gobierno Pastrana entres actos

DIANA MARCELA ROJAS

ResumenEl artículo examina la estrategia

internacional desarrollada entre1998 y 2002 por el gobierno de An-

drés Pastrana. La política internacio-nal de la administración Pastrana esanalizada como una pieza de teatroque desenvuelve su trama al ritmo delos acontecimientos y con difícilesmomentos de tensión dramática. Ellase desarrolla en tres actos: Un primeracto con la optimista entrada en es-cena de la llamada “diplomacia porla paz”; un segundo acto que es lla-mado la “diplomacia por el dólar (yel euro)”; y un tercer acto, más re-ciente y menos lustroso, denominado“diplomacia antiterrorista”. En la úl-tima parte del texto se examinan losresultados que al presente arroja laestrategia internacional del gobiernosaliente, y los retos que quedan eneste campo para el nuevo gobierno.

Palabras Clave: Política internacional.Gobierno Pastrana.Internacionalización.

AbstractThis article examines the strategy

related to foreign policy developedbetween 1998 and 2002 during thegovernment of Andrés Pastrana. For-eign policy of Pastrana’s Administra-tion is analyzed as a play whose plotpaces the events with difficult mo-ments of dramatic tension. It devel-ops in three acts; the first one, withthe optimistic coming on stage of theso called “Diplomacy for peace”; thesecond act, that is called “Diplomacyfor the Dollar (and the Euro)”; fi-nally, the third act, newer and less ineffective, called “Diplomacy anti-ter-rorist”. In the last part of the text,the author examines the results ofthe international strategy of the out-going government, and the chal-lenges in this field for the incominggovernment.

Key words : International policy,Pastrana government,internationalization.

La compleja relacióncolombo-venezolana.Una coyuntura críticaa la luz de la historia

SOCORRO RAMÍREZ

ResumenLas relaciones entre Colombia y

Venezuela han mantenido una oscila-ción de mutuo distanciamiento y con-flicto en largos periodos, derivados de

preocupaciones por la seguridad deuna u otra nación. Igualmente, hantenido breves y esporádicas fases decooperación, estimuladas por la pues-ta en marcha de mecanismos de diálo-go y negociación. No se ha logradohasta ahora desarrollar un núcleo ina-movible de acuerdos que permitan unmanejo proactivo de la vecindad. Ha-bría que preguntarse si las dificulta-des inevitables en una relación tanintensa tienden a transformarse enconflicto por la persistencia explícitao tácita de serios temores sobre laexistencia de presuntas o reales ame-nazas a la seguridad de un país porparte del otro.

Entre 1999 y 2002, ambos paíseshan entrado de nuevo en un períodode desencuentro en medio de las co-yunturas críticas que viven cada unade los dos naciones y de las comple-jas dinámicas hemisféricas e interna-cionales a las que tienen que hacerlefrente. En lugar de un manejo co-operativo de los asuntos comunes, seha impuesto la mutua incompren-sión de las situaciones por las quecada uno atraviesa, además de sustan-ciales diferencias políticas y de estiloque han terminado por articular enmuchas dimensiones las crisis de losdos países.

Palabras Clave: Colombia. Venezuela.Relaciones. Cooperación. Conflicto.

AbstractRelations between Colombia and

Venezuela have kept for a long perioda fluctuation of mutual distancing andconflict, derived from concerns aboutthe security of both countries. Like-wise, these countries have had briefand sporadic cooperation phases, en-couraged by the use of mechanisms ofdialogue and negotiation. Up to now ithas not been possible to develop animmutable core of agreements thatpermit a proactive management of thevicinity. It might be necessary to won-der if the unavoidable difficulties insuch an intense relation tend to trans-form into a conflict on account of theexplicit or implicit persistence of seri-ous fears of the existence of supposedor actual threats to the security madefrom one country to the other.

Between 1999 and 2002 bothcountries have started a new periodof disagreement in the midst of thecritical situation that each country isgoing through, and the complex

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hemispherical and international dy-namics they have to face. Instead ofhaving a cooperative management ofcommon matters, a mutual lack ofunderstanding of the situation eachcountry goes through has been im-posed, apart from substantial politi-cal and style differences which haveended up drawing up the crisis ofboth countries in many dimensions.

Key words : Colombia. Venezuela.Relations. Cooperation. Conflict.

Credo, necesidad y codicia:los alimentos de la guerra

ÁLVARO CAMACHO

ResumenEl artículo busca incidir en el de-

bate suscitado por las nuevas teoríasde las guerras. Éstas se han concen-trado en torno de la discusión entrequienes consideran que las nuevasguerras están basadas en el controlde recursos y la codicia de los rebel-des, y quienes, por el contrario, sus-tentan que las ideologías y laspercepciones de agravios siguen des-empeñando un papel central en larebelión.

Aunque se reconoce que el controlde recursos es clave para el desarrollode la rebelión, se arguye que éste essólo un medio para el crecimiento mi-litar de los rebeldes. El problema cen-tral es la legitimidad de sus fuentes. Enel caso colombiano, la historia de lasfuerzas guerrilleras muestra que la in-justicia y el sentimiento de agraviossiguen siendo la justificación de suactividad, y que las fuentes de sus re-cursos (el secuestro, la extorsión y elnarcotráfico) no son legitimables ala luz del derecho internacional hu-manitario.

A ello se une el hecho de que lasformas de lucha guerrillera han veni-do produciendo un alejamiento deamplios sectores de la opinión públi-ca, lo que facilita la construcción deun discurso en el quecrecientemente se caracteriza su lu-cha como un producto de la ambi-ción y codicia. El artículo postulaque las perspectivas de paz en Co-lombia se hacen cada día más difíci-les dados estos desarrollos, y reclamala necesidad de repolitizar el debatey reconocer que las motivaciones delas guerrillas tienen alguna validez,aunque sus métodos carecen de ella.

Palabras Clave: Nuevas guerras. Co-lombia. Rebelión. Codicia. Ideología.

AbstractThis article seeks to have a bear-

ing on the debate promoted by thenew theories of wars. These theorieshave concentrated its efforts aroundthe discussion between those thatconsider that the new wars are basedon the control of resources and thegreed of the rebels, and those who,on the contrary, assert that ideologiesand perceptions of grievance play acentral role in the rebellion.

Although it is admitted that thecontrol of resources is very importantfor the development of the rebellion,we state that it is only a mean for themilitary growth of the rebels. Thecentral problem is the legitimacy ofits sources. In the Colombian case,the history of the guerrillas showsthat injustice and grievance continueto be the explanation of its activity,and that the sources of its resources–kidnapping, extortion, and drugstraffic– are sources that cannot be le-gitimated in the light of the Interna-tional Humanitarian Law.

In addition, the forms taken bythe guerrillas fight have been pro-ducing an absence of a large sectorof the public opinion. This situationfacilitates the construction of aspeech in which their fight is widelycharacterized as a result of the ambi-tion and the greed. The article as-serts that the peace perspectives inColombia every day become moredifficult due to those processes, andit claims for the necessity of makingthe debate to be more politic and toaccept that the guerrillas’ motiva-tions have validity although theirmethods lack of it.

Key words : New wars, Colombia,rebellion, greed, ideology.

¿Guerra civilen Colombia?

WILL IAM RAMÍREZ TOBÓN

ResumenEn el caso de la guerra civil, no

hay en la actualidad una teoría orgá-nica y generalizable que dé cuentade la naturaleza y las característicasde las diferentes contiendas bélicasinternas; según algunos analistas, noexisten arquetipos de guerras civiles

en Europa y América Latina, por locual es necesario aceptar que ellaspueden responder a un amplio es-pectro de posibles formas y estilos.Desde esta premisa, el autor desarro-lla una argumentación a favor de lapresencia, o por lo menos el tránsito,hacia una guerra civil en Colombia,dado el tipo de factores que por sucondición de déficit económicos, so-ciales y políticos, se han ido convir-tiendo a todo lo largo de la historianacional en facilitadores de una seriede conflictos progresivos einterdependientes.

Ahora bien, la polémica sobre laparticularidad del conflicto colom-biano no es un simple capricho no-minal, ya que de su diagnósticooportuno y preciso depende, en granmedida, su solución. Lo que se buscaobservar es si dentro de la atipicidadde la contienda armada actual, elconcepto de guerra civil no explicamejor que otros la extensión, profun-didad y continuidad del enfrenta-miento. De todas maneras, comoconcluye el autor, la guerra que esta-mos viviendo es un enfrentamientoentre proyectos antagónicos de ma-nejo del Estado que, por lo mismo,no puede ser reducido al esquemasimplista de un devastador choqueentre aparatos armados sin ningúnsustento social y político.

Palabras Clave: Guerra civil. Colom-bia. Estado.

AbstractCurrently, in the case of civil war,

there is no general organic theorythat can explain the nature and thefeatures of the different internalarmed conflicts. For many analysts,in Europe and Latin America thereare no archetypes of civil wars. Thismeans that it is necessary to acceptthat such wars can be a response to abroad spectrum of possible forms anstyles. From this premise, the authordevelops an explanation in favor ofthe idea that there is a presence, orat least a transition, to a civil war inColombia. This is due to the kind offactors whose condition of economic,social and political lack have beenbecoming, through national history,in catalysts of a series of progressiveand interdependent conflicts.

However, the controversy aboutthe special feature of the Colombianconflict is not merely a nominalwhim because its solution depends

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mainly on its opportune and precisediagnostic. The author wants to knowif, within such atypical situation ofthe current armed conflict, the con-cept of civil war explains better thanothers the spreading, depth and con-tinuity of the confrontation. Anyway,as the author concludes, the war thatwe are experiencing nowadays is aconfrontation between conflictingprojects about State management,which, for this reason, cannot be lim-ited to a simple sketch of a devastat-ing confrontation between twoarmed groups that have no socialand political means of support.

Key words : Civil war. Colombia. State.

Colombia: ¿guerra civil,guerra contra la sociedad,guerra antiterrorista oguerra ambigua?

EDUARDO P IZARROLEONGÓMEZ

ResumenEste artículo caracteriza al actualconflicto armado colombiano comoun conflicto interno (inmerso en unpotencial conflicto regional comple-jo), irregular, con raíces ideológicas,de intensidad media, en el cual lasprincipales víctimas son la poblacióncivil, y cuyo combustible principalson las drogas ilícitas. Un rasgo adi-cional a esta caracterización tieneque ver con el hecho de que lasFARC están haciendo el tránsito dela guerra de guerrillas a la acción te-rrorista –dada la decisión de trasla-dar el escenario de la confrontaciónde las zonas rurales a los centrosurbanos–, lo cual significaría un cam-bio en la naturaleza de la confronta-ción. Ya no se trataría de una guerrapredominantementecontraguerrillera sino de una guerracontra redes clandestinas.

Para desarrollar esta caracteriza-ción, el artículo ubica al actual conflic-to colombiano dentro del marco de losconflictos armados que han afectado almundo desde el fin de la Guerra Fría.Además, discute la pertinencia de cua-tro de las denominaciones que se hanasignado al conflicto (guerra civil, gue-rra contra la sociedad, guerra ambiguay guerra contra el terrorismo), y quehan tenido mayor resonancia en el de-bate intelectual y político en los últi-mos dos años en el país.

Palabras Clave: Conflicto armado.Guerra civil. Colombia.

AbstractThis article depicts the currentarmed conflict in Colombia as an ir-regular internal conflict (immersedin a potential complex regional con-flict), with ideological roots, averageintensity, in which the main victimsare the civilians, and that is fed bythe illegal drugs traffic. An addi-tional feature to this depiction has todo with the fact that the FARC aremoving from a guerrilla war to ter-rorist actions –by taking the confron-tation from rural zones to the cities–which might mean a change in thenature of the confrontation. It wouldnot be a predominantly counter-guerrilla war, but a war against clan-destine nets.

In order to carry out this depic-tion, the article places the currentColombian conflict within the frameof the armed conflicts that have af-fected the world since the end of theCold War. Moreover, the article ques-tions the relevance of four of thenames given to the conflict (civil war,war against society, ambiguous war,and war against terrorism), whichhave been very important in the po-litical and intellectual debate duringthe last two years.

Key words : Armed conflict. Civil war.Colombia.

La Guerra contra losDerechos del Hombre

GONZALO SÁNCHEZ GÓMEZ

ResumenEn este texto, el autor desarrolla

una reflexión acerca de la relaciónexistente entre los derechos (el dere-cho) y la guerra, desde de una pers-pectiva histórica. Esta relación sedesarrolla teniendo en cuenta tres ra-zones básicas: la primera, porque esaes la asociación de ideas que de in-mediato suscita la figura de AntonioNariño; la segunda, porque Colom-bia es un país cuya historia políticapuede ser y ha sido leída en términosde guerras, pero también de consti-tuciones, lo que hace de esa relaciónentre guerra y derecho, una relaciónnodal; y, la tercera, porque la degra-dación creciente del conflicto arma-do contemporáneo plantea urgencias

de regulación que nos conciernen atodos. De esta forma, el autor haceun llamado en su texto para volver alos criterios de Antonio Nariño y ha-cer de los Derechos del Hombre ysus desarrollos en el corpus del Dere-cho Internacional Humanitario elmínimo no negociable, o incondicio-nalmente aplicado en un situaciónde guerra.

Palabras Clave: Derechos humanos. De-recho Internacional Humanitario. His-toria. Conflicto armado. Colombia.

AbstractIn this text, the author, in a his-

torical perspective, makes some obser-vations about the connection betweenhuman rights (we law) and war. Suchrelation is developed by taking intoaccount three basic reasons: the firstone, because the profile of AntonioNariño immediately brings up this as-sociation of ideas; the second one, be-cause Colombia is a country whosepolitical history not only can be, andhas been, read on terms of wars, butalso on terms of Constitutions. Thismakes the relation war-law to be anodal relation; and the third one, be-cause the increasing degradation ofthe current armed conflict expressesthe need of a regulation concerningwith all of us. In this way, the authorappeals for a return to the criteria ofAntonio Nariño making of the “Hu-man Rights” the minimum that is notnegotiable, or unconzxdititionally ap-plied to war time.

Key words : Human Rights,International Humanitarian Law,history, Colombia, armed conflict.

Tensiones en lainvestigación y cambios deparadigmas: intercambiocon matemáticos

ORLANDO FALS BORDA

ResumenEl artículo pone de manifiesto la

tendencia a llevar a cabo la tarea dehumanizar las matemáticas, la cualha tenido lugar durante las últimasdos décadas cuando empezó a cons-truirse de manera interdisciplinariaun puente intelectual accesible haciaesta disciplina y desde ella. A estahumanización de las matemáticas sele denomina “etnomatemáticas” y se

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desarrolla de acuerdo con las necesi-dades de los tiempos actuales que re-quieren prestar atención a las formasde combinar el cerebro y el senti-miento. En el caso de las matemáti-cas, sería ver cómo combinar lamente –para el cálculo y la medi-ción– con el corazón para entenderlas realidades contextuales que dansentido a éstos. De esta forma, el ob-jetivo principal del texto es mostrarlos aspectos que implica llevar a caboesta tarea, teniendo en cuenta la par-ticipación de las ciencias sociales enel proceso.

Palabras Clave: Matemáticas. Investi-gación Acción Participativa.Etnomatemáticas.

TRADUCCIONES AL INGLÉS

DE J IMENA HOLGUÍN

Y DARÍO MONTALVO

AbstractThe article deals with the ten-

dency that has taken place duringthe last two decades in which it hasbeen expected to make mathematicsmore human. This tendency beganwith the construction, in an interdis-ciplinary way, of an accessible intel-lectual bridge to and from thisdiscipline. Such humanization iscalled “ethnomathematics”, and itsdevelopment occurs according to thecurrent necessities that require a lotof attention to the ways of combiningintelligence and feeling.

In the case of mathematics, itwould be the way in which one cancombine brain, calculation and mea-suring, with heart in order to un-

derstand the realities of the contextthat give sense to such combination.In this way, the main aim of the ar-ticle is to show the aspects that thisprocess implies, by taking into ac-count the role that social scienceshave in it.

Key words : Mathematics. Ethnoma-thematics.