Análisis prólogo de don quijote

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Don Quijote es viejo, pero su temperamento es el de un joven. No es un padre de familia, sino un solitario enajenado, rodeado de mujeres que no le entienden. Sale de su casa en busca de una vida diferente. Va a viajar y a ver su país, y a escuchar a todos los que tienen algo que contar. Don Quijote enseña también que el que tiene ideales, y está dispuesto a sufrir y si es necesario incluso a morir por estos ideales, puede obligar a la sociedad a una respuesta. El país y el mundo padecen muchos males, y se necesitan tanto ideas como manos de obra para resolverlos. Lo que falta en el gobierno es buena voluntad.

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En Don Quijote vemos también que las mujeres no tienen que quedarse en casa. Igual que los hombres, desean escaparse del control de sus padres y descubrir el mundo con sus propios ojos. Quieren y pueden decidir sus propias vidas. El peligro particular de las mujeres, que no ha desaparecido en absoluto, es el embarazo. Las promesas de enamorados, nos recuerda Cervantes, son fáciles de dar y muy pesadas de cumplir.

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Aunque le hubiera encantado saber que alcanzaría la fama perpetua de Homero o Virgilio, Cervantes escribía para lectores de su tiempo y no para nosotros. Su novela supone unos puntos de vista, unas bases culturales que ya no recibimos en la niñez. Por ejemplo, el lector para quien Cervantes escribía leía libros de caballerías, o al menos conocía cómo eran. Estos libros han muerto, debido en parte significativa al mismo Cervantes. Que yo sepa, no ha habido desde hace más de dos siglos nadie que haya leído ningún libro de caballerías español con anterioridad a su conocimiento del Quijote. Por ello, este aspecto del Quijote suele entenderse mal.

El libro mismo nos dice con la máxima claridad su propósito: acabar con la "máquina mal fundada" de los libros de caballerías. Los contemporáneos de Cervantes no sentían ninguna vacilación en tomar estas repetidas afirmaciones al pie de la letra. Pero debido a la evolución social y literaria desde el siglo XVII, a ciertas contradicciones dentro de la obra y también al tropel de criticastros que rodea cualquier obra maestra, ha surgido una tremenda controversia sobre la interpretación del Quijote.

Por decirlo con otras palabras, Don Quijote es una obra que ahora precisa de unos datos externos para su interpretación. Estos datos los obtenemos en primer lugar del estudio de los libros de caballerías, que son el punto de partida del Quijote y la lectura favorita de su protagonista. También se hallan en otras obras literarias y culturales, en documentos y en especial en las otras obras de Cervantes, por lo general menos susceptibles de interpretaciones conflictivas.

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ANÁLISIS PRÓLOGO DE DON QUIJOTE

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¿QUÉ ES UN PRÓLOGO? Es un discurso que se efectúa antes de

empezar una obra y sirve como introducción. La palabra Prólogo viene del griego prólogos, formado del prefijo pro (antes) y logos (palabra, expresión). De ahí prólogo como introducción escrita al comienzo de un libro y sus derivadas: prologar, escribir un prólogo y prologuista, el que escribe un prólogo.

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DESOCUPADO LECTOR…Al dedicarse al lector como “desocupado”, se está sugiriendo que si tomó el libro para leerlo es porque tenía tiempo libre, y tal vez no porque necesariamente estuviera muy interesado. Ya se plantea desde aquí una postura de humildad por parte del autor, y asumiendo que el lector no va a prestar demasiada atención a la obra, y va a ser más bien distraído en la lectura. Esto es irónico, ya que “El Quijote” es una obra para necesariamente ser leída con atención, debido a su complejidad. Además la obra es uno de los mejores libros de la humanidad, la primera novela moderna, y el mejor libro de la historia de España, aunque Cervantes no contemplara tanto, era plenamente consciente de la calidad de su obra, por lo que interpretamos su actitud como una FALSA MODESTIA.

“quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante”.

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Continúa aquí la actitud de modestia. Se está sosteniendo que todo hijo va a ser similar a sus padres en la naturaleza, y aunque él quisiera que su libro fuera el mejor, él como mediocre no va a poder escribir un libro que no sea otra cosa que mediocre. Está presente aquí la metáfora del libro como hijo, por ser fruto de su creación, por el cariño que le tiene, y por ser dos de los elementos con que una persona puede lograr la trascendencia, y seguir de alguna manera presente después de la muerte.

Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?

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Se supone que que Cervantes concibió la idea del Quijote en su tiempo en prisión. Se extiende aquí sobre la idea anterior, diciendo que su ingenio poco creativo y mal educado nunca podría crear otra cosa que un hijo seco y poco interesante, con el agravante que la prisión es un lugar muy poco propicio para concebir un hijo.

El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento.

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Es muy distinto a concebirlo en un entorno natural, como el campo, sostiene que lo que se produzca en los campos siempre necesariamente será bello, afirmando que el ambiente influye en la creación, y la determina

Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. 

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Cervantes muestra aquí la imagen de los padres que tienen hijos feos y sin gracia, pero el amor no les permite darse cuenta de esto, y no ven sus errores, y los cuentan como logros.

Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor de ella, como el rey de sus alcabalas (impuestos), y sabes lo que comúnmente se dice: "que debajo de mi manto, al rey mato“(se refiere a un refrán: “cada uno piensa lo que quiere”). Todo lo cual te exenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres de ella.

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Sin embargo, el narrador le dice aquí a su lector que él no será uno de esos padres, pues además él es “padrastro” del Quijote. Aquí empieza a elaborarse una serie intrincada de niveles de ficción que crea Cervantes en el Quijote. Él cuenta la historia como si fuera verdadera y ya varios la hubieran contado antes, además de esto, en el capítulo IX de la primera parte, la narración se interrumpe porque el narrador anuncia tener que ir a un mercado a buscar el resto del manuscrito, y como lo encuentra en árabe lo tiene que hacer traducir para seguirlo narrando. Además sucederá que en la segunda parte del libro hay personajes que leyeron la primera, e incluso un personaje que leyó la falsa segunda parte.Volviendo al prólogo, el narrador sostiene que no le pedirá al lector que ignore los errores de su libro, pues el mismo tiene su libertad y puede juzgarlo de la manera que quiera, pues “ni eres su pariente ni su amigo”, y está en su casa donde es amo y puede pensar lo que quiera.

Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría

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El narrador dice aquí que sólo desea poder entregar el libro sin tener que cumplir con las convenciones de poner sonetos y otros elementos al principio, escritos por personas ilustres, como se acostumbraba en la época, y mucho más le está costando cumplir con estas normas que lo que le costó escribir la obra.Narra luego que cuando estaba con todos esos pensamientos llegó un amigo, al que le comentó sobre su angustia de no poder publicar el libro, por no poder cumplir con todas las convenciones de llevar acotaciones en los márgenes y citas a filósofos ilustres, pues no tiene a quién citar ni qué poner, se hace una crítica a esas costumbres, señalando lo inútiles y decorativas que son, y que no le aportan a la obra en sí, sino que son meras formalidades sin sentido. También carecerá su obra de sonetos y otros elementos aportados por nobles u otra gente distinguida.

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Es de destacar que se inserta en el propio lugar del prólogo la narración sobre cómo este fue creado, otro elemento de ficción dentro de la ficción, y escritura sobre la escritura.El amigo responde prontamente que esos problemas que está teniendo responden a la pereza, y afirma que son fácilmente solucionables. En cuanto a los sonetos los debe escribir él y atribuírselos a personas de renombre inventados por él, que si algún crítico minucioso lo notara, ya tarde sería y el libro ya estaría publicado. En cuanto a las citas al margen, sugiere recurrir a frases en latín ya sabidas de memoria, o de fácil acceso. Dice lo mismo sobre las notas al final, recurrir al conocimiento general, o en  su defecto a la propia invención cuando sea necesario. Y sobre citar filósofos el amigo propone buscar cualquier índice de filósofos y citarlos todos, pues nadie pensará realmente afirmar que no se leyó uno u otro. Se hace una aguda crítica sobre todas estas costumbres, su inutilidad, y lo fácilmente que pueden ser falseadas, y que probablemente lo sean.

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Se pone en boca del amigo aquí cuál es el objetivo del libro, criticar las novelas de caballerías, por lo que no necesitará citar ningún filósofo que sobre ellas nada escribieron, tampoco tiene que ostentar ningún conocimiento al hablar de ellas, pues no hay en ellas lógica, ni conocimientos astrológicos ni geométricos, ni de ningún tipo; se señala el carácter de descabelladas y ridículas de estas obras que excedían siempre los límites de la lógica, la ciencia y la coherencia en su fantasía. Señala después que para hacerles burla sólo es necesario imitarlas, cuánto más perfecta la imitación, mejor, pues caen por su propio peso, la ridiculez en ellas es obvia.

no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo ... Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla.

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Se hace con estas pocas palabras casi que un tratado de poética. No es necesario para que una obra sea valiosa citar sabios ni ostentar conocimiento, ni llenarla de convenciones formales, sino que las palabras deben ser significativas, honestas y bien manejadas. Además se debe apuntar al lector, procurando hacer reír al melancólico, hacer reír más al risueño, crear algo que sea comprendido por aquellos que tienen menos recursos intelectuales, pero sin descuidar a los inteligentes, logrando su admiración. En pocas palabras y como si fuera nada, se resumió todo lo que el arte lucha hasta hoy por lograr, que es alcanzar a la mayor parte del público posible sin perder el valor artístico.

Luego de estas palabras del amigo, el narrador se muestra muy aliviado de poder presentar su obra sin todos los decorativos formales, pues lo importante en ella es el contenido.