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Tapa Cátedra paralela 14 (curvas).pdf 1 03/03/2018 6:47:56

ISSN 1669-8843

Número 14Año 2017

ISSN 1669-8843

Colegio de Profesionales deTrabajo Social – 2ª circunscripción

PresidentaLic. Natalia Juarez

SecretariaLic. Yanina Muratore

Equipo Editorial

DirectoraDra. Melisa Campana

Consejo de Redacción

Lic. Laura CollLic. Romina Lamanuzzi

Lic. Mariana Servio

Asistentes de RedacciónSoledad CenaIrina DujovneRenzo Tiberi

Corrección Lic. Adriana de Vooght

Diseñoichi-d.com

Fotografía de tapaPablo Manfredi

Facultad de Ciencia Políticay RR.II. – UNR

DecanoLic. Franco Bartolacci

Vice-Decano Lic. Héctor Molina

Secretaria Académica Mg. Sabrina Benedetto

Director Escuela de Trabajo SocialMg. José María Alberdi

Consejo EditorialDra. Silvia Levín (UNR)Dra. Ruth Sosa (UNR)

Dra. Alicia Gonzalez Saibene (UNR)Dr. Marcos Urcola (UNR)

Dra. Margarita Rozas Pagaza (UNLP)

Dra. Silvia Fernández Soto (UNCe)Dra. Sonia Álvarez

Leguizamón (UNSa)Dra. Carina Moljo (UFJF)

Dra. Silvina Galizia (UFRJ)Dr. Ramiro Dulcich (UFF)

Dra. María Antonia Carbonero (UIB)

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Dirigir correspondencia a:Colegio de Profesionales de Trabajo Social de la Segunda Circunscripción –Provincia de Santa Fe, Italia 1631 PB [B] (CP 2000) Rosario. Escuela de Trabajo Social – Facultad de Ciencia Política y RR.II. – UNR,Riobamba 250 bis, Monoblok 1, 2° piso (CP 2000) Rosario. E-mail: [email protected]

Cátedra Paralela es una revista de periodicidad anual editada conjuntamente por la Escuela de Trabajo Social de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR) y el Colegio de Profesionales de Trabajo Social de la Segunda Circunscripción, Provincia de Santa Fe. Su objetivo principal es la difusión de la pro-ducción del Trabajo Social proveniente del intercambio entre espacios académicos y ejercicio profesional a partir de la presentación de artí-culos seleccionados por el Consejo de Redacción, con el asesoramien-to del Consejo Editorial y evaluadores externos.

La evaluación de los artículos será realizada por el Consejo de Redacción, con el asesoramiento del Consejo Editorial y evaluado-res externos especialmente convocados. Los artículos que integran la sección con referato serán evaluados anónimamente por miembros del Consejo Editorial y evaluadores externos quienes a su vez perma-necerán anónimos. Ellos informarán al Consejo de Redacción sobre la conveniencia o no de publicación, como así también la sugerencia de correcciones.

La revista Cátedra Paralela no se hace responsable por los traba-jos no publicados ni se obliga a mantener correspondencia con los autores.

ISSN 1669-8843

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EDITORIAL

ARTÍCULO ESPECIAL

Asistencia Social y restauración neoliberalMelisa Campana

ARTÍCULOS

Aportes de la supervisión de las intervenciones en lo social a la consolidación del proyecto profesional frente al avance neo conservador y neoliberal en ArgentinaPaula Meschini y Romina Rampoldi

Modelo extractivo minero: sus implicancias en la producción de una nueva urbanidad en el Gran CatamarcaNoelia Cisterna

Tensiones y retos sobre la mujer rural y su participación en la construcción de paz en ColombiaAna Marcela Bueno y Karin Viviana Suarez Puentes

Construcción de paz en Colombia en el escenario de post acuerdo con la guerrilla de las FARC-EPUna reflexión acerca de retos y dilemas para el Trabajo SocialSebastián Correa

Violencia obstétrica: una forma de violencia invisibilizada contra las mujeresKeylor Robles

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NoTaS

Campesinado, agricultura familiar y un Trabajo Social agroecológicoSergio Díaz Angarita

TESINaS

Las discusiones acerca de la dimensión éticopolítica del Trabajo Social en la Argentina actualMiguel Nicolás López

La represión cultural en la última dictadura cívico-militar: identidad(es) en peligroCielo Morbelli

Violencia y políticaContraposición, entrecruzamiento o articulaciónLucía Vinuesa

Nociones de la recuperación colectiva de la historia del grupo juvenil Tribu Guali, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales MuysqaAlexander Naranjo Erazo

Manual de publicación

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Movilizadxs y atravesadxs por lo que nos deja un 2017 de gran conflictividad social y de innegable retroceso en derechos conquista-dos por el campo popular de nuestro país y Nuestramérica, presenta-mos esta nueva edición de la Revista Cátedra Paralela, convencidxs de ser una trinchera más en la disputa de sentido y de defensa de un pensamiento crítico y emancipador. En un escenario hostil para el desarrollo y la producción de conocimiento, sostenemos y reivindi-camos esta apuesta de intercambio entre investigadorxs, docentes, profesionales y estudiantes de Trabajo Social.

En este número acercamos debates necesarios para analizar nues-tra intervención frente al avance conservador, y ofrecemos lecturas desde distintos lugares de Nuestramérica en el camino de seguir for-taleciendo la reflexión y la construcción colectiva de conocimiento, empujando un poco más los horizontes de lo posible.

Inaugurando esta edición, nos complace presentar un Artículo Especial a cargo de Melisa Campana, titulado “Asistencia social y res-tauración neoliberal”, que replica la conferencia ofrecida en el Panel de Apertura del Encuentro de la Regional Pampeana de la Federación Argentina de Unidades Académicas de Trabajo Social (FAUATS), en Mar del Plata en el mes de noviembre de 2016.

Dando inicio a la sección Artículos, Meschini y Rampoldi nos acercan algunos aportes para pensar la importancia de las instancias de supervisión de las intervenciones sociales para poder comprender

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la complejidad del campo problemático del Trabajo Social, en un con-texto de avance neoliberal y neoconservador en Argentina.

A partir de un análisis realizado en el Gran Catamarca, Noelia Cisterna nos alerta sobre las consecuencias socio-territoriales de la instalación de la Minera la Alumbrera en dicha provincia, observan-do y considerando las principales implicancias en la conformación de un nuevo tipo de experiencia territorial e indagando el impacto redistributivo de los excedentes producidos por la misma.

Por otro lado, en el marco del proceso de construcción de paz en Colombia, Bueno y Suárez Puentes nos invitan a reflexionar con re-lación a las tensiones y retos sobre el papel que ocupa la mujer rural, destacando su aporte como reproductora de una sociedad que renace, aprovechando sus experiencias en el ámbito de la organización y la participación social.

Por su parte, Sebastián Correa realiza un repaso sobre el conflicto armado que lleva más de 50 años en Colombia, aportando acerca de cuáles son los retos y los dilemas que enfrenta el Trabajo Social en los procesos de acompañamiento y reparación integral a víctimas, en el marco de la búsqueda de una salida política negociada de paz.

Cerrando la sección, Keylor Robles analiza, en el marco de una investigación en Costa Rica, las principales implicancias de la violen-cia obstétrica, una forma de violencia contra las mujeres que ha sido invisibilizada, con el objetivo de poder problematizarla y abordarla.

En la sección Notas encontramos un artículo de Sergio Díaz Angarita que recoge la experiencia y los aportes de una investigación realizada sobre el campesinado en Colombia, invitándonos a pensar y reflexionar sobre la importancia que tiene la agricultura familiar en este modo de vida, y los aportes hacia la construcción de lo que el autor denominará un “Trabajo Social agroecológico”.

En la sección de Tesinas, López realiza una síntesis acerca de las primeras aproximaciones a los posicionamientos que debaten la di-mensión ético-política en el Trabajo Social en los últimos diez años en Argentina.

Más adelante, Morbelli resalta, en su trabajo titulado “La repre-sión cultural en la última dictadura cívico-militar: identidad(es) en

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Editorial

peligro”, el impacto del discurso de la otredad negativa en la perse-cución y desaparición de personas que hoy se podrían enmarcar en el colectivo LGTBI.

Por su parte, Vinuesa expone desde la teoría política, los modos disímiles de abordar la violencia y la política, dilucidando la íntima relación que guardan con la constitución y el mantenimiento de un orden opresivo y coercitivo.

Cerrando la sección, Naranjo Erazo ofrece un interesante texto para seguir pensando el Trabajo Social en materia ambiental, recupe-rando los aportes de la comunidad indígena Muysqa del municipio de Cota-Cundinamarca, a través de la historia de un grupo de jóvenes llamado Tribu Gualí, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales de la comunidad.

Como dijimos al comienzo, nuestro compromiso es con el pen-samiento crítico y con las apuestas de intervención que tienen como horizonte la transformación social. Nuestro compromiso es con la construcción de una sociedad justa e igualitaria, con la utopía de un mundo mejor: “Por utopía entiendo aquella exploración imaginati-va de nuevos modos y estilos de capacidad y voluntad humanos, y la confrontación imaginativa de la necesidad de todo lo que existe —sólo porque existe— en pos de algo radicalmente mejor, por lo cual vale la pena luchar, algo que la humanidad se merece plenamente” (Boaventura de Sousa Santos).

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Asistencia Social y restauración neoliberal*

Melisa Campana

Dra. en Trabajo SocialCONICET/UNR/UNER

* Conferencia presentada en el Panel de Apertura del Encuentro de la Regional Pampeana de la Federación Argentina de Unidades Académicas de Trabajo Social (FAUATS), Mar Del Plata, noviembre de 2016.

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Lo primero que quiero dejar claro es “desde dónde hablo”, por una cuestión de honestidad intelectual pero también de combate ac-tivo contra la pretendida neutralidad valorativa de todo orden: soy docente de la Escuela de Trabajo Social de la UNR y de la Facultad de Trabajo Social de la UNER, Investigadora del CONICET y coor-dinadora del Programa de Estudios Gubernamentalidad y Estado. También quiero aclarar que mi interés, no sólo hoy, en este espacio, sino en toda mi labor académica radica en explorar los usos de la herramienta teórica más que en una reflexión exegética sobre ella, en el sentido de su “significado correcto”, su “debida utilización” o su “exacta definición”. Con esto quiero decir que ahorraré lo máximo posible el preciosismo conceptual, para concentrarme en las dos o tres preocupaciones que hoy quiero compartir con ustedes.

Hace tiempo vengo centrando mi trabajo en cuestiones ligadas a la Asistencia Social (en adelante, AS) y a la dimensión asistencial de la intervención profesional. Felizmente para mí, estas preocupaciones son compartidas por muchxs colegas, como Mariana Servio, Ana Arias, Norberto Alayón, Carmen Lera, Claudia Danani, Adriana Clemente, Bibiana Travi, Claudia Krmpotic, entre otrxs.

Sin abundar sobre el diagnóstico del contexto actual, sí quiero reconocer que nuestro país y nuestro continente atraviesan un fuerte, contundente, embate neoliberal, en el sentido planteado por Susana Murillo: neoliberalismo como proyecto civilizatorio, societal.

Hemos hablado mucho en los últimos meses del retroceso en ma-teria de garantías exigibles al Estado que atestiguamos día a día. Sin detenerme en cada uno, creo que son al menos cuatro los trazos que definen esa trayectoria descendente y que identifico en cuatro des-plazamientos: del derecho a la protección a la chance de crédito; del colectivo al individuo; de la igualdad a la equidad; y de la ciudadanía a la meritocracia1. Todos pasajes observables en diferentes áreas del espectro público-estatal, pero que traigo a colación para tener presentes en el terreno específico de la AS.

1 Ver Campana, M. “Pagar la deuda social”, en: Cuadernos de Trabajo Social, Universidad Complutense de Madrid, 2018.

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Melisa Campana

En este escenario tan poco prometedor, está muy bien que estudie-mos las estrategias asistenciales, que las critiquemos, que señalemos lo que les falta, que denunciemos sus efectos negativos…pero lo que me gustaría proponer es que vayamos —como colectivo profesional— desde allí hacia la construcción y defensa de la AS como derecho.

Permítanme enfatizar, aunque parezca una obviedad, que no es lo mismo hablar de la AS como derecho que del derecho a la asistencia, ya que todxs sabemos que la semántica es también política. Si habla-mos del derecho a ser asistidx, ponemos la carga en ese “ser asisti-do”, con lo cual: primero, la asistencia no tiene contenido específico; segundo, queda en absoluta vaguedad cuándo, en qué condiciones y quiénes tendrían derecho a ser asistidxs; tercero, se presupone un “ser asistido”, esto es, un sujeto asistido y, con ello, un “modo de ser” asistido que implica efectos de subjetivación concretos.

Si hablamos, como prefiero, de la AS como derecho, ponemos en discusión, al menos: el contenido de la asistencia (qué prestaciones ofrece, qué necesidades atiende, etc.); su estructura y organización (sus acciones estarán centralizadas o descentralizadas, qué instancias estarán a cargo de su gestión, cuáles serán sus fuentes de financia-miento y cómo se asegurará el mismo, etc.); la estructura, organi-zación y gestión de los servicios sociales (infraestructura, personal, normativas, etc.).

Traducido al argumento desarrollado por Ana Arias, pensar la AS como derecho implica deslindar las dimensiones asistencial y pro-mocional. Pensar la AS como derecho supone, ante todo, superar el means testing (la comprobación de medios y necesidades) y luego cla-rificar los beneficios o prestaciones o servicios, a quién le competen, cómo y dónde se ofrecen, cómo se financian, cuáles son los criterios de acceso y permanencia, cuáles son los canales que garantizan su exigibilidad, etc. En definitiva, ¿qué es lo que la AS debería garanti-zar de forma inexcusable?

Lo que pretendo es llamar la atención sobre las condiciones del de-bate sobre la AS, que no ha podido superar a lo largo de los siglos su posición residual y asociada a la caridad, la beneficencia, la filantro-pía o el clientelismo. Creo que la propia fobia del Trabajo Social hacia

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la dimensión asistencial de su intervención ha contribuido a retrasar la discusión de la AS como derecho en base a un modelo de servicio público universal, con la misma indiscutibilidad que tiene —o al me-nos tenía hasta hace demasiado poco tiempo atrás— la educación o la salud. En otras palabras, renegar de la asistencia y deslegitimarla como práctica válida y como campo de intervención, ha tornado muy difícil discutirla en clave de derechos (y, valga la aclaración, no estoy postulando un puro formalismo jurídico).

Digo todo esto y recuerdo algo que me dijo una compañera, con angustia, el año pasado de cara al ballotage: “¿qué estábamos discu-tiendo?, ¿cómo no vimos venir esta avalancha?”. Coincido con ella, nuestro “debate académico” estaba en otro planeta.

Tomo un ejemplo caro al colectivo y por ese motivo provocador, espero: la AUH nos fascinó. Y no era para menos en un contexto de grave déficit de las políticas de protección social, luego del vacia-miento de los noventa. La AUH se instaló como la política con mayor potencia protectora del Estado de tenor inédito; puso en evidencia déficits de todo tipo, junto a la discusión sobre quién y cómo toma a cargo qué responsabilidades.

Pero también nos entrampó en disquisiciones que sobrevaloran el diagnóstico en detrimento de las propuestas: aún hoy seguimos escri-biendo tesinas y tesis para señalar sus efectos moralizantes o la poca des-familiarización que genera. Claro que son observaciones válidas e importantes: el problema no es eso sino lo que dejamos de discu-tir. Dejamos de discutir, por ejemplo, por qué la AUH es tematizada como programa de transferencia condicionada de ingresos, siendo, sin embargo, una dimensión no contributiva de la seguridad social (al igual que las pensiones por invalidez, madre de 7 hijos, discapacidad, etc.). Es cierto que, por su magnitud, por su incidencia e incluso por su arquitectura se presta a ser pensada como programa de transfe-rencia condicionada de ingresos, pero es un error estratégico situarla allí: una cosa es la lógica de funcionamiento y otra la naturaleza de la prestación.

En cuanto a su naturaleza, la AUH es una extensión del programa contributivo de asignaciones familiares (AFC) desarrollado desde los

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años cincuenta. Eso implica un cambio significativo en el paradigma dominante de las políticas de seguridad social argentinas ligadas a los esquemas de naturaleza bismarkiana (es decir, un fuerte desa-rrollo de la protección social a partir de sistemas de seguridad social vinculados con el tipo de inserción laboral del o la trabajador/a). Esa combinación de programas contributivos y no contributivos y la alte-ración del tradicional paradigma bismarkiano que asocia seguridad social a la idea de seguro —o sistema previsional— ha sido mucho menos estudiado y explotado en su potencialidad que las bibliotecas enteras dedicadas a criticar en sí misma la AUH y a pedirle que sea una cosa diferente a la que, strictu sensu, es: la inclusión en la “carga de familia” de una población antes privada de percibir una asigna-ción familiar por no haber “aportado”. ¿Por qué le pedimos que sea algo que no está en su naturaleza ser, en lugar de atrevernos a pensar e inventar un sistema público de protección social que incluya a la AS como derecho?2

Todxs aquí sabemos cuál ha sido, desde su nacimiento, el dilema central de la asistencia social, punto en el que insistimos cada vez que tenemos ocasión con mi compañera Mariana Servio: o atender una parte de las necesidades de los sectores pobres o de menores ingresos; o atender una parte de las necesidades de toda la población, indepen-dientemente de su posición en la estructura social. O discutimos la capacidad protectora del Estado con relación a los derechos de toda la población, o la discutimos sólo en relación con los sectores pobres.

Entonces, ¿discutimos poblaciones o prestaciones? Si la pensá-ramos dentro del sistema público de protección social, cabría a la AS responder a un conjunto de necesidades sociales sin reducirla al rango de una política para las necesidades del pobre necesitado. De este modo, las prestaciones de la AS responderían a un conjunto de problemas de toda la población y dichos problemas —en tanto par-ticularizaciones de la cuestión social, al decir de Estela Grassi— se definirían en relación con el nivel de garantías, de protección, que una sociedad decide proveer a todos sus miembros.

2 Estas reflexiones son producto de discusiones sistemáticas con Mariana Servio.

Melisa Campana

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Digo que en lugar de discutir acerca de los bienes y servicios a distribuir en el marco de la AS como política pública, nos hemos pre-ocupado más por establecer quiénes son aquellxs consideradxs “ne-cesitadxs” o “pobres”. Parafraseando a François Dubet, no conside-ramos que las herramientas (es decir los servicios prestados) sean las finalidades del trabajo asistencial, sino recursos o medios “para algo más allá” de la demanda (Ana Arias ha explicado muy bien cómo ese “más allá” suele ligarse a la dimensión promocional y la intención de transformar subjetivamente al otro).

Dado que en la historia argentina siempre se ha homologado AS a un conjunto de acciones destinadas a los pobres, creo que nuestro desafío es correr ese eje. Y no sólo por sus implicancias políticas, sino porque los problemas que la intervención profesional enfrenta hoy requieren respuestas asistenciales más complejas. Por ejemplo: la atención a personas víctimas de trata, o de violencia de género, o de violencia institucional, o sometidas por los circuitos de la economía del narcotráfico, incluso todo el capítulo del cuidado…a eso no se res-ponde con un programa de transferencias por muy universal que sea.

Digo: podemos renegar de la AS, podemos querer “superarla”, po-demos aparcar en el análisis crítico… Mientras tanto, la Fundación Libertad, la Fundación Libertad y Progreso, la Fundación Pensar y todos los think tanks nacionales, regionales y mundiales (podríamos llegar hasta la Mont Pelèrin incluso), sí que piensan la política asis-tencial. No sólo la piensan, sino que se nutren de nuestras propias críticas: desde allí afirman que si la pobreza no disminuyó es porque “los planes no sirven” y que “la plata de los planes se usa para com-prar balas”. Nótese la sutileza del desplazamiento: antes los pobres compraban vino, ahora compran balas… en el mismo acto se asocia pobreza a inseguridad (delincuencia) y se abre paso el Estado gen-darme que estamos observando. Aprovecho, pues, este espacio que gentilmente me han brindado, para pensar con ustedes, en borrador y en voz alta, una caracterización de la AS en clave de derechos.

Entiendo la AS como el subsistema —dentro del sistema de protec-ciones sociales público-estatales— conformado por servicios, presta-ciones y normativas que el Estado despliega a los fines de atender un

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conjunto de problemas sociales, así como de prevenir y eliminar las causas que conducen a situaciones de precariedad social.

Sus prestaciones serían de diversa naturaleza: de carácter técni-co (servicios de información, diagnóstico, mediación, asesoramiento, apoyo, acompañamiento, protección jurídica y social); de carácter económico (prestaciones dinerarias, periódicas o puntuales, concedi-das a personas o familias para apoyar procesos de integración social o paliar situaciones de necesidad); de carácter material (alojamiento temporal o continuado, centros de día, atención domiciliaria, manu-tención alimentaria). Es decir que: 1) la AS es más, es otra cosa, que la atención a la pobreza y muchas de sus funciones son transversales a áreas no típicamente asociadas a la AS; y 2) discutir la AS en relación a sus funciones implica necesariamente discutir una reforma institu-cional, junto al debate sobre necesidades y recursos.

De esa definición (provisoria y mejorable), me interesa subrayar la noción de precariedad, tomada de Judit Butler, la cual define una condición inducida en la que una serie de personas quedan expuestas al insulto, el estigma, la violencia y la exclusión, con riesgo a ser des-provistas de su condición de sujetos reconocidos.

Después de haber, por años, ensayado definiciones de AS en las que el sujeto-objeto de sus intervenciones han sido o los pobres, o los vulnerables, o los excluidos, o las poblaciones en riesgo, etc., etc., creo que la noción de precariedad complejiza ese “afuera interioriza-do” del que habla Butler. La precariedad es transversal a la clase, la raza, el género: “es la rúbrica que une a las mujeres, los queers, los transexuales, los pobres, los desplazados”. Es, por tanto, una condi-ción más que un atributo poblacional.

Pienso, por ejemplo, en programas sociales que han establecido distinciones entre “empleables” e “inempleables”; pienso en la cons-trucción social del estereotipo del “pibe chorro” y cómo muchas po-líticas destinadas a la supuesta contención e inserción de adolescentes y jóvenes hacen pie en ese conjunto de prejuicios en lugar de ponerlos en cuestión; pienso en la “irreconocibilidad” de las muertes cotidia-nas de esos mismos jóvenes pobres a manos de la policía o de las redes de economía ilegal; pienso en la invisibilidad pública del verda-

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dero exterminio poblacional de niñxs que supone el paco; pienso en las atrocidades que ocurren diariamente sobre las mujeres…

Y en tanto no logramos trastocar ese registro de reconocibilidad, continuamos produciendo (¿performativamente?) propuestas de in-tervención que intensifican esa condición precaria. Y en ese suelo fér-til se desarrolla todo un arsenal de programas que se concentran en el loser y, autodefiniéndose como superadores de la AS (o, lo que es peor, del “asistencialismo”), no hacen más que perpetuar la condi-ción precaria y la producción, por ende, de estatutos diferenciales de sujeto a través de la grilla de lo humanamente vivible/reconocible…y lo que no. Digo, para redondear la idea: restringida a la “ayuda a los pobres”, al espacio común de los destituidos, la AS no hace más que contribuir —con las mejores intenciones, inclusive— a esa construc-ción diferencial.

Para cerrar, quiero insistir con el carácter estratégico de discutir hoy la AS en clave de derechos. Pienso que es vital la traducción de palabras como ayuda, plan social, subsidio social, al lenguaje del de-recho. ¿Porque creo que el derecho garantiza per se las protecciones? No. Porque creo que hoy, en este contexto y no en otro, defender las protecciones en clave de derecho es no sólo estratégico sino necesario para no seguir corriendo los límites de “reconocibilidad” y “huma-nidad” que se estrechan día a día. Hace unos meses en una nota del diario La Nación a Cecilia Nahón —ex embajadora argentina en EE. UU.—, el periodista pregunta: “¿cree que este gobierno es neoliberal, aunque mantenga los planes?”. Debemos asumir como deber el hecho de no naturalizar ese tipo de razonamiento y combatirlo en todos los terrenos.

Siempre me resultó muy ilustrativa aquella ironía de Nancy Fraser, de que “los programas de asistencia pública apuntan a los pobres, no sólo con ayudas sino con hostilidad”. Creo que hoy esa hostilidad registra un crecimiento exponencial a todo nivel, lo que se expresa en cada vez más formas de racismo, prejuicio, descalificación, cen-sura, violencia y muerte social —y no sólo. Hace más de una dé-cada, Robert Castel nos instaba a la incómoda tarea de discutir el “reformismo”, advirtiéndonos sobre el avance del “reformismo de

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derecha”, que desmantela los derechos sociales mientras refuerza las prerrogativas de un Estado gendarme; esto es, un Estado que “apunta a los pobres”, en el sentido irónico de Fraser.

Recuerdo una conferencia en Rosario allá por el 2012 en la que Claudia Danani insistía en que la AUH era la política estatal más amenazada porque vivimos en una sociedad cada día más neoliberal. Eso no sólo se constata viendo la coalición gobernante argentina, sino que se cuela permanentemente en gestos, palabras, cristaliza-ciones de sentido mucho más sutiles y cotidianas: seguimos discu-tiendo con familiares y amigxs la idea de “les dan planes y no traba-jan”; “mantenemos vagos”; “las mujeres se embarazan para cobrar el plan” (esto lo afirman muchxs funcionarixs públicxs)… y podríamos seguir hasta el infinito.

Es imperioso plantear nuevos estándares de discusión, construir nuevas categorías y fijar horizontes más ambiciosos que la crítica a lo que hay. Y no lo digo desde ninguna exterioridad, sino desde mi pro-pio rol como docente e investigadora. Hay, al menos, dos cuestiones que nos resultan difíciles de superar: una es el uso —y abuso— de un mismo esquema de análisis desde hace dos décadas: tomo un pro-grama (cualquiera sea), establezco unas dimensiones o indicadores supuestamente óptimos, mido la distancia que separa eso de la imple-mentación (o sea, mido la distancia entre “el discurso” y “la práctica” o entre “el deber ser” y “lo que es en realidad”), concluyo en que la brecha es más o menos grande o enorme… es un ejercicio válido pero, a mi modo de ver, infructuoso. Y creo que hemos recurrido a la misma matriz de análisis desde, por lo menos, el Plan Trabajar hasta la AUH.

A lo que se suma nuestro particular gusto por la casuística. No me refiero al estudio de casos como metodología de investigación sino a la típica idea de “caso”, con nombre y apellido, caso-persona: hace-mos diez o veinte o treinta entrevistas a diez o veinte o treinta casos-persona e inferimos de allí conclusiones de política pública, las más de las veces sin mediaciones. Nos cuesta pensar en términos de polí-tica pública sin pegarla a un nombre propio, nos cuesta hablar de los efectos de las políticas sociales sin ejemplificar con algunos “casos”

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y nos cuesta, como también decía Castel, no pedirles a las personas que sean sus propias sociólogas cuando insistimos, por ejemplo, en preguntar una y otra vez si consideran ayuda o derecho la asistencia estatal, siendo nosotrxs lxs primerxs en no problematizar la AS como derecho e incluso en des-calificarla.

El horizonte es sombrío y no es mi interés constatar eso. Mi humil-de pretensión es colocar un posible intersticio —quizás voluntarista, quizás ingenuo— para pensar una política de AS en clave de derecho, que sea capaz de disputar el sentido de las protecciones sociales, no apenas como ayuda, dádiva, filantropía, responsabilidad social em-presaria, voluntariado social; sino como aquellos bienes y servicios a los que tengo derecho porque formo parte de esta sociedad, aún como su espectro o “exterior interiorizado”.

Porque pensar la AS como derecho significa también problemati-zar las condiciones bajo las cuales se establece y se mantiene la vida que vale la pena, la vida vivible, la vida reconocible, lo mismo que identificar y poner en cuestión las prácticas de exclusión, borramien-to y nominación que sin cesar generan efectos de deshumanización.

Sé que lo que digo pisa sobre el fangoso terreno del voluntaris-mo. Pero más me preocupa en qué estrategias se inscriben nuestros argumentos, a qué luchas políticas o disputas de sentido contribui-mos desde la producción de conocimiento, sobre todo en las ciencias sociales, sobre todo en Trabajo Social. Debemos entrar de lleno a la disputa por el sentido de la protección social.

Para evitar el pesimismo paralizador e invitarlxs, en cambio, a comprometernos en un horizonte más ambicioso, hay dos ideas que me gustaría traer a colación y dejar en puntos suspensivos para con-tinuar discutiendo. Una es tributaria de Adriana Clemente cuan-do habla de “sedimentación de los progresos” y otra de Luciano Andrenacci cuando habla de “estrategias de atrincheramiento”. Creo que ambas ideas nos invitan a pensar formas más contundentes de combate e interpelación a aquel consenso sobre la pobreza que nos legó el neoliberalismo; a atrevernos a imaginar otras herramientas, otras prácticas, que nos re-coloquen como profesión en la discusión y construcción activa del campo de la AS en clave de derecho, jus-

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tamente en un escenario de restauración conservadora en el cual se resemantiza la pobreza y sus tratamientos y en la que, estoy convenci-da, la defensa de la legalidad será una forma eficaz de la transgresión, de la resistencia.

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Aportes de la supervisión de las intervenciones en lo social a la consolidación del proyecto profesional frente al avance neo conservador y neoliberal en Argentina

Paula Meschini

Licenciada en Servicio Social (Universidad Nacional de Mar del Plata)Correo: [email protected]

Romina Rampoldi

Licenciada en Servicio Social (Universidad Nacional de Mar del Plata)Correo: [email protected]

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Resumen

El escenario actual de la intervención en lo social es complejo. La asunción a fines del año 2015, de la nueva administración del gobierno nacional, introdujo una serie de reformas que materializan al avance neoliberal y neo conservador en Argentina (Alayón, 2016); colocando en disputa la ampliación de derechos humanos alcanzados en el ciclo nacional, popular y democrático (Madoery, 2013). Esta situación ha profundizado, entre otras cosas, la escisión existente entre la enunciación de intervenciones sociales en el marco de los derechos humanos y las que se desarrollan subordinadas aun, a ese orden social institucional dominante que se mantuvo y mantiene ajeno a las interpelaciones que desde del Trabajo Social emancipador (Agüero & Martínez, 2014) y descolonial (Hermida & Meschini, 2015) se realizan. Cabe preguntarse, entonces, ¿es posible en este escenario continuar sosteniendo la posición ético-política que promulga la ley nacional y federal de Trabajo Social?, ¿cómo es posible sostener esta posición en las instituciones frente a un discurso gubernamental desinstituyente de los derechos humanos?, ¿cuáles son los dispositivos que contribuyen al desarrollo de intervenciones sociales con enfoque de derechos? Como parte de las respuestas a algunas de estas preguntas se propone a la supervisión de las intervenciones sociales desde un pensar situado como un dispositivo

de análisis crítico e integral que constituye la base indispensable para la comprensión del campo problemático del Trabajo Social (Rozas Pagaza, 2001).

Palabras clave

Supervisión – Intervención – Proyecto profesional – Pensar situado

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Abstract

The current stage of social intervencion has changed. The inauguration of the new federal government at the end of 2015 introduced a series of reforms that materialize the neo liberal and neo-conservative advance in Argentina (Alayon, 2016); Putting in dispute the extension of human rights reached in the Kirchnerist cycle of government. This situation has deepened, among others, the division between the declaration of social interventions in the framework of human rights and those that are in fact subordinated to the dominant institutional social order that was maintained and kept outside the interpellations made by the anti-opressive (Agüero, Martinez, 2014) and anti-colonial (Hermida, Meschini, 2015) Social Work frameworks. Is it possible, at this stage, to continue to support the ethical and political position that the national and federal social work law promulgates? How is it possible to sustain this position in the institutions in front of a governmental discourse that is instituting human rights? What are the devices that contribute to the development of social interventions with a human rights approach? As part of the answers to some of these questions, it is proposed that social interventions be supervised from a critical thinking standpoint and that an integral analysis device be implemented, which would constitute that constitutes an indispensable basis for understanding the

problematic field of Social Work (Rozas Pagaza, 2001).

Keywords

Supervision – Intervention – Professional Project – Situated thinking

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Introducción

Durante el ciclo de gobierno nacional, popular y democrático com-prendido en el período 2003-2013 (Madoery, 2013), el Trabajo Social argentino asumió la defensa y promoción de los derechos humanos y de las políticas sociales con enfoque de derechos humanos como parte del marco referencial de intervención profesional. Es en éste que se inscribe la sanción de la Ley Nacional y Federal de Trabajo Social Nº 27.072 en diciembre de 2014. Esta ley, que regula el ejercicio pro-fesional, representa para gran parte del colectivo la posibilidad de instituir en el ejercicio de la profesión, un plexo jurídico normativo por el cual se asumen como propias las luchas de miles de mujeres y hombres por una mejor vida, por el derecho a la tierra, al trabajo, al techo, por sociedades más democráticas, más igualitarias.

Este locus de enunciación y de praxis, el de los derechos humanos, no constituye un lugar neutral. Estar paradxs ahí como trabajadorxs sociales implica el debate ético-político, en términos de compromi-so social, del proyecto de sociedad en el que nos encontramos y el que queremos construir, lo que configura el deber ser y el sentido de nuestro ejercicio profesional, que se concreta en los procesos de for-mación académica, de investigación, de extensión, de intervención en la cuestión social.

Partimos de sostener que el escenario actual de la intervención en lo social es complejo. La gestión de gobierno nacional que ini-ció en diciembre del 2015 introdujo una serie de cambios que pro-dujo una presión creciente sobre la clase trabajadora, redundado en la disminución del salario real, la imposición de peores condiciones de trabajo, el aumento de la población en condiciones de pobreza y el empeoramiento, más o menos generalizado, de las condiciones de vida. Esta serie de medidas que restringen el reconocimiento de dere-chos sociales, forman parte del avance neoliberal y neo conservador en Argentina (Alayón, 2016), colocando en litigio tanto el bienestar social como la ampliación de derechos humanos alcanzados durante el período anterior.

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En esta coyuntura, la intervención en lo social se ve tensionada entre las demandas de los sectores populares y las escasas respues-tas institucionales a esas luchas reivindicativas en torno al acceso al trabajo, a la tierra, a la vivienda, a la salud y a la educación. Tal vez donde más se evidencie esté vinculado al proceso de ampliación de derechos que implicó la sanción de la Ley 26.061/2005, de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, que puso fin al ejercicio del patronato, de la tutela de los menores por parte del Estado y, con ello, un modo de intervención estatal. La instauración de un sistema de Promoción y Protección de los Derechos de los Niños y Niñas implicó el diseño e implementación de una serie de políticas sociales e institucionales que garantizaban el derecho de lxs chicxs a ser reconocidxs como sujetos plenos de derecho. Sintéticamente —porque no es el objetivo principal de este trabajo— mencionamos algunas de las políticas sociales, ya sea nacionales, provinciales y mu-nicipales, que estaban/están destinadas a garantizar los derechos de los niños y niñas de la ciudad de Mar del Plata y que actualmente, en el marco del denominado proceso de organización implementado por la actual gestión de gobierno, muchas fueron desfinanciadas y por ende clausuradas (Plan Qunitas, Conectar Igualdad, Centro de Actividades Juveniles e Infantiles - CAJ y CAI, Coros y Orquestas), otras permanecen vigentes (Asignación Universal para Embarazada, Asignación Universal por Hijo/a), y otras siguen vigentes pero están siendo desfinanciadas (Plan Materno Infantil como parte del Plan Médico Obligatorio, Plan Fines).

Sin embargo, no podemos dejar de hacer mención a que durante este período de ampliación de derechos y conquistas legales, también podíamos advertir resistencias institucionales a la normalidad de lo instituido frente a la demanda de construcción de una instituciona-lidad apoyada en la promoción y defensa de los Derechos Humanos, donde “la posibilidad de profundizar en una nueva institucionalidad se juega en el campo de una batalla cultural y política, en la que las leyes y políticas públicas que implican una transformación de las instituciones y de su carácter burocrático, normalizador y disciplina-dor, sean significadas como herramientas de acceso a derechos, como

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bandera de lucha, para garantizar una vida digna para todos y todas” (Hermida y Meschini, 2016:57).

Consideramos que esta situación profundiza aún más la escisión entre las intervenciones sociales en el marco de los derechos humanos y las intervenciones sociales ya que el Trabajo Social se ocupa desde este enfoque de la protección de las diferencias ya sean individua-les y/o colectivas, debiendo mediar entre lxs ciudadanxs y las distin-tas formas de autoridad gubernamental, en aquellas situaciones que requiere defender determinadas causas y/o brindar protección a lxs ciudadanxs cuando ven amenazados sus derechos y libertades frente la acción estatal que se desarrolla, generalmente, subordinada a un orden social institucional dominante que se mantuvo y mantiene aje-no a las interpelaciones que desde del Trabajo Social Emancipador (Agüero y Martínez, 2014) y descolonial (Hermida y Meschini, 2015; Hermida, 2017) se realizan.

Cabe preguntarse, entonces, ¿en este escenario cuáles son los desa-fíos que deben afrontar las y los trabajadores sociales que sostengan la posición ético-política que promulga la Ley nacional y federal de Trabajo Social?, ¿es posible sostener esta posición en las instituciones frente a un discurso gubernamental desinstituyente de los derechos humanos?

Algunas de las respuestas a estas preguntas forman parte de las reflexiones que se están desarrollando en el marco del Proyecto de Investigación denominado “Intervención en lo social, Supervisión, y Sistematización: definiciones conceptuales desde un pensar si-tuado”, perteneciente al Grupo de Investigación Problemáticas Socioculturales, y a la Cátedra Supervisión del último año de la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Mar del Plata, que se propone recuperar a la supervisión de las intervencio-nes sociales desde un pensar situado como un dispositivo de análisis crítico e integral que constituye la base indispensable para la revisión de la “micro política del oficio en las instituciones” (Alberdi, 2013:2) y la comprensión del campo problemático del Trabajo Social (Rozas Pagaza, 2001).

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Este trabajo recupera las discusiones y esfuerzos de conceptualiza-ción realizados por Alfredo Carballeda, en sus distintos textos, pero en especial en “Escuchar las Prácticas. La supervisión como proceso de análisis de la intervención en lo social”, donde intenta ampliar el campo reflexivo en torno las intervenciones.

Se parte de sostener que estas categorías reclaman ser resignifi-cadas, ya que las definiciones clásicas, de principios del siglo XIX, vinculadas al origen de la profesión, distan hoy de dar respuestas a la complejidad de nuestras sociedades, ya sea por la impronta tecno-crática o por la dificultad de entender que la realidad sociohistórica posee múltiples significados y que existe un desfasaje entre las ca-tegorías conceptuales y la realidad que reclaman ser resignificadas (Zemelman, 2001).

De ahí que la supervisión sea comprendida como un proceso re-flexivo que intenta responder a demandas contextuales, a formas de comprender y de hacer las prácticas. Permite dialogar con las cons-trucciones teórico-prácticas; mientras que la intervención en lo social reconstruye e implica la trama de relaciones que se pueden establecer entre componentes diversos con capacidad para articular y generar diálogos entre diferentes instancias, lógicas y actores institucionales.

En esta línea, la supervisión forma parte de una relación tríadi-ca entre sistematización e intervención en lo social donde el pensar situado permite efectuar una reflexión crítica que aborda de forma sistemática la relación entre teoría-práctica. Posibilita reconocer las diferentes posturas para producir conocimiento en Trabajo Social, desde los enfoques actuales de la epistemología en Ciencias Sociales, así como indagar acerca de los alcances y relaciones que se establecen entre las categorías de intervención en lo social, supervisión y siste-matización entre sí y entre estas categorías y la realidad social que se pretende transformar.

Desde una mirada biográfica, consideramos que la supervisión de las intervenciones sociales contribuye no sólo a sostener una mirada crítica acerca de lo social, en términos de vigilancia epistemológica a decir de Foucault; sino que además aporta a la cualificación de la im-bricación que se da entre el proyecto personal, el proyecto profesional

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y un proyecto societal más amplio. Es en este espacio de formación permanente, donde la supervisión de las intervenciones sociales pone en diálogo al proyecto profesional, con el proyecto personal como con el proyecto de sociedad en el cual se inserta y donde se dirime.

El proyecto profesional en conflicto frente al avance neo conservador y neo liberal en Argentina

El ciclo nacional, popular y democrático (Madoery, 2013) de los últimos doce años constituyó un intersticio, dentro del desarrollo del capitalismo financiero globalizado, de ampliación de derechos, en donde se establecieron las bases para el reconocimiento y garantía de derechos sociales y civiles, donde el ejercicio profesional del Trabajo Social se definió colectivamente por la promoción y garantía de los derechos humanos. Esta misión se encuentra reconocida e instituida en el art. 9 de la Ley Federal y Nacional del Trabajo Social, promul-gada en el año 2014, cuando establece que el Trabajo Social actúa “siempre en defensa, reivindicación y promoción del ejercicio efectivo de los derechos humanos y sociales”.

Las últimas elecciones presidenciales de Argentina se llevaron a cabo en dos instancias: una el 25 de octubre del 2015 y otra en una segunda vuelta el 22 de noviembre, ya que ninguna de las fórmulas obtuvo más del 45 % de los votos necesarios para proclamarse ga-nadora. Ganó la Alianza Cambiemos por el 51,34% y el Frente para la Victoria se ubicó como segunda fuerza política con el 48,66% de los votos. El resultado de la elección puso de manifiesto una grieta en nuestra sociedad ya fragmentada… una polarización cada vez más grande que da cuenta de la confrontación de modelos y de proyec-tos societarios diferentes, antagónicos: uno que recoge las mejores tradiciones del movimiento nacional popular y latinoamericano, y otro que es subsidiario del capital transnacional, de las oligarquías vernáculas, del colonialismo, del libre mercado, de la filantropía, de las recomendaciones del Consenso de Washington.

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La restricción o anulación de derechos conquistados, así como la eliminación y/o reducción de políticas y programas sociales que garantizaban el acceso público y gratuito a diferentes programas y políticas sociales restitutivos de derechos vulnerados y/o promotores y garantes de los mismos, implica resignificar los diferentes disposi-tivos de intervención en lo social desde el Trabajo Social en el marco de los derechos humamos.

Esta situación de división, de fractura, no constituye una inven-ción ni una novedad en la historia de nuestra patria: la grieta existió siempre y se expresó de manera sintética en diferentes consignas que daban cuenta de la antinomia irreductible de la realidad argentina, patria o colonia, pueblo o anti pueblo.

Hoy nuestra sociedad está en litigio, en conflicto, en tensión. Es en ese litigio donde se juega la cuestión social, entendida en términos de Robert Castel (1997) como una aporía fundamental sobre la cual una sociedad experimenta el enigma de su cohesión y trata de conjurar el riesgo de su fractura.

Sin embargo, consideramos que en el caso argentino la cuestión social se singulariza desde un pensar situado, ya que no puede sólo pensarse en términos de confrontación capital-trabajo, sino que tam-bién requiere considerar las tres marcas o improntas constituyentes de nuestra sociedad y de los conflictos que la atraviesan: la conquista y colonización de América Latina; la configuración del Estado nación moderno a partir de la denominada conquista del mal llamado “de-sierto”; y la última dictadura cívico-militar. La cuestión social, en-tendida como cuestión nacional, en los términos que plantea Alfredo Carballeda, reclama centrarse en el conflicto entre los representantes del capital y los representantes de los trabajadores (asalariados o no asalariados) organizados, donde el Estado debe mediar en la lucha de intereses y en la puja distributiva de la riqueza. En esta línea, la intervención en lo social es entendida como “una práctica orientada a la reparación y reproducción de la fuerza de trabajo, como al acon-dicionamiento de un espacio en los márgenes de la sociedad, creado a partir del señalamiento de la irregularidad como algo opuesto al proyecto de los nuevos estados moderno, lo normal y lo patológico.

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Pero también desde la perspectiva de la solidaridad y justicia social” (Carballeda, 2003:17).

Resulta indispensable pensar la intervención en lo social desde el Trabajo Social inscripta en las tensiones y conflictos propios que plantea la cuestión social en la actualidad y que reclama, a nuestro entender, considerar al trabajo en un doble sentido, como centro de la cuestión social y como constructor de relaciones sociales. Esto im-plica, por un lado, reconocer que el trabajo asalariado constituye una institución social en extinción que debemos proteger y cuidar pero, a su vez y de manera complementaria, implica reconocer otras formas de trabajo, ya sean productivas o de servicio, que se configuran en la actualidad y que permiten inocular, introducir dentro de este sistema capitalista formas diferenciales de pensar la economía, los procesos sociales, las formas de vincular el Estado, la sociedad y el mercado y en especial formas diferentes de entender y ejercer el trabajo digno, así como de resignificar la dignidad del trabajo, ya que indefectible-mente en los sectores populares estas ideas están siempre vinculadas a la ampliación de derechos, a garantías laborales y a más seguridad social (Meschini, 2017).

La intervención en lo social desde el Trabajo Social en esta línea no puede subsumirse a la relación entre el trabajador social y los suje-tos con los que interviene, en términos de relaciones interpersonales, pero tampoco puede explicarse sólo en términos macro estructurales o por la mera aplicación de técnicas. La intervención en lo social desde el Trabajo Social constituye un dispositivo, como esa trama de relaciones que se pueden establecer entre componentes diversos con capacidad para articular y generar diálogos entre diferentes instan-cias, lógicas y actores institucionales, que pueden vincularse de for-ma problemática, condensándose en discursos que legitiman ciertos criterios y definiciones en detrimento de otros, requiriendo una cons-tante problematización para evitar la solidificación del dispositivo y su rutinización.

La comprensión del Estado, desde este punto de vista, reclama ampliar la posición que plantea el materialismo histórico en relación con el mismo, en su definición de una institución superior a las de-

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más, cuya función es la de constituirse en un instrumento de las clases dominantes a fin de mantener su dominio y la sujeción de las clases oprimidas. No se puede desconocer la faz represiva y disciplinadora que ha sostenido el Estado con respecto a las demandas que diferen-tes grupos han realizado a lo largo de la historia argentina en cuanto al reconocimiento y ampliación de derechos —y más cuando el modo de intervención estatal se inscribe en un contexto de avance de posi-ciones neoliberales y neo conservadoras, como al que estamos asis-tiendo. Sin embargo, no podemos dejar de decir que en estos últimos años de democracia hemos aprendimo, después de la experiencia de última dictadura cívico-militar y de la instauración de ciclo neolibe-ral durante la década de los noventa, que cuando la política dirige a la economía, que cuando se construye la correlación de fuerzas necesa-ria para sostener un proyecto societario para las mayorías, el Estado también puede constituirse en garante y promotor de derechos y de lo público (Carballeda, 2007).

Es en esta antinomia, entendida como contradicción, donde la profesión del Trabajo Social desarrolla su intervención en lo social con perspectiva de derechos humanos, entre un Estado que puede desplegar modos de intervención tutelares, represivos y/o garantes y promotores de derechos. Es desde estas situaciones dilemáticas, desde los argumentos que se construyen entre disyuntivas, tensiones entre opuestos, desde donde intervine el Trabajo Social compelido a la ac-ción, por la demanda de otros o por las urgencias propias. Sin embar-go, estas posiciones dilemáticas resultan también, a nuestro entender, el territorio simbólico desde donde podemos interpelar e interpelar-nos en términos de contradicciones para imaginar, construir, en vez de negar, de soportar lo intolerable, intervenciones otras, que posibi-liten la creación de otros espacios, otras instituciones, otras socieda-des. La construcción de esta posición, de este punto de ver-entender y actuar en Trabajo Social, permite que el proyecto profesional ético-político no decline, más allá del gobierno que —en esta democracia que supimos conseguir— ocupe el Estado.

Podríamos decir que existe un programa propio del Trabajo Social, que se enmarca en el Código de Ética Profesional y en la Ley Federal

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de Trabajo Social 27.072 de 2014, que genera un punto de anclaje para hacer frente y reclamar la presencia del Estado en sus responsa-bilidades indeclinables en términos de promoción y garantías de dere-chos y/o acompañar un Estado a favor de los que se quedaron afuera de esta disputa, a favor de los que no se pueden sentar a la mesa de negociación. No queremos un Estado bobo, distraído, o que medita más preocupado por la trascendencia de la vida que por las cuestio-nes materiales que permiten la producción y reproducción de la mis-ma en condiciones de dignidad. Tenemos que seguir reclamando que el Estado implemente políticas sociales que redistribuyan la renta, garanticen el derecho a la vida, horaden la desigualdad creada por el mercado. Y creemos que la mejor política social es la que construye seguridad social en torno al trabajo.El pensar situado como vertiente interpretativa que pone el acento en los procesos históricos, políticos y económicos, que hace foco en las luchas y conquistas populares, en la cuestión social de la argentina contemporánea, es indispensable para pensar el proyecto profesional frente al avance neo conserva-dor y neoliberal. Es aquí donde el pueblo como categoría para poder pensar lo popular reclama una posición epistémica que lo reconozca, una posición política que aporte a la construcción de mayorías desde las mejores tradiciones y legados propios de los partidos del campo nacional y popular, donde las organizaciones colectivas de Trabajo Social acompañen y aporten en la construcción de una instituciona-lidad que, partiendo del reconocimiento de derechos, habilite otras formas de organización social a favor de los más humildes, de los subalternizados, de los invisibilizados, de los nadies.

La Supervisión de las intervenciones sociales: una forma de conjurar el embate neo conservador y neoliberal en las instituciones

Como decíamos al comienzo, la supervisión forma parte de una relación tríadica entre sistematización e intervención en lo social, donde el pensar situado permite efectuar una reflexión crítica que

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aborda de forma sistemática la relación entre teoría-práctica, inter-vención en lo social como un dispositivo, desde un enfoque foucaul-tiano, en el sentido propuesto por Carballeda (2002).

Esto implica pensar la intervención en lo social como una red de elementos heterogéneos, con relaciones móviles, con una génesis y un devenir asociados a la idea de estrategias, donde el estatuto de lo discursivo es problematizado, ya que no es ni fundamento previo a la práctica, ni descripción posterior, sino que es en la discursividad donde las intervenciones en lo social se materializan. Es este orden del discurso que se institucionaliza, generando mecanismos diversos, en el que el Trabajo Social interviene, a partir de distintos juegos estratégicos.

Aquí cobran especial interés la supervisión y la sistematización como procesos que permiten interrogar a la intervención, pensarla, revisitarla. Estos tres elementos (intervención, sistematización, super-visión) se conjugan como procesos diferenciados pero convergentes que configuran una constelación, que permiten que la práctica del Trabajo Social pueda volver a sí misma para re-conocerse, y abrirse al orden de lo social, para verse interpelada. La intervención en lo social, entonces, no puede subsumirse a la relación entre el trabajador social y los sujetos con los que interviene. Tampoco puede explicar-se únicamente en términos macro estructurales, ni por la mera apli-cación de técnicas. Ya que es un dispositivo, donde estos elementos heterogéneos se vinculan de forma problemática, condensándose en discursos que legitiman ciertos criterios y definiciones en detrimento de otros, requiriendo una constante problematización para evitar la solidificación del dispositivo o su rutinización.

Es así como la supervisión constituye una de las herramientas principales que colabora con la mejora de las intervenciones en el ejercicio de la profesión. En esta afirmación acuerdan autores referen-tes como Aguilar Idañez y Fernández Barrera, quienes nos introducen en la teoría de la supervisión y determinan que el origen de la misma se da en paralelo al proceso de profesionalización del Trabajo Social, desarrollando las características, metodologías, contextos, modali-

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dades y tipos, como así también los perfiles tanto de supervisores como de supervisados.

Aguilar Idáñez realiza una aproximación al concepto de super-visión definiéndola como “un proceso sistemático de control, segui-miento, evaluación; orientación, asesoramiento y formación; de ca-rácter administrativo y educativo; que lleva a cabo una persona en relación con otras, sobre las cuales tiene una cierta autoridad dentro de la organización; a fin de lograr la mejora del rendimiento del per-sonal, aumentar su competencia y asegurar la calidad de los servi-cios” (1994:32).

Posteriormente, Fernández Barrera (1997), efectúa una descrip-ción histórica del origen de la supervisión para conceptualizarla. En ella describe los tipos de supervisión referidas a actividades como la administrativa, la educativa y la de apoyo. Este investigador consi-dera que la supervisión educativa es la apropiada para desarrollar con los estudiantes en la formación del Trabajo Social. Asimismo, distingue los niveles de supervisión en cuanto a quiénes se les realiza, estudiantes, profesionales de Trabajo Social, equipos interdisciplina-rios, voluntarios. El autor agrega las técnicas y formas en la que la su-pervisión se puede desarrollar, ya sea de manera individual o grupal.

Desde estos autores clásicos, la supervisión constituyó la herra-mienta principal a través de la cual se enseñaba y aprendía el oficio del Trabajo Social, poniendo el acento en la dimensión técnico-ins-trumental y/o metodológica de ese proceso de enseñanza y aprendiza-je del oficio en detrimento de la dimensión ético-política del mismo.

Sin embargo, y a los fines de esta presentación, resulta de inte-rés recuperar uno de los autores clásicos del Trabajo Social argenti-no, Natalio Kisnerman en su texto Reunión de Conjurados (1999), quien de modo premonitorio considera la necesidad de conjurar el Trabajo Social a partir de realizar una serie de conversaciones, al estilo de la mayéutica socrática, en torno a la idea de la supervisión. Para ello convoca a un grupo de conjurados, docentes y estudiantes de Trabajo Social, que acuerdan unirse mediante un juramento para actuar contra algo que, en el caso del texto en cuestión, son todos aquellos obstáculos que están en ellos y fuera de ellos y se oponen a

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un aprendizaje constante. Define a la supervisión como un proceso de reflexión crítica sobre la práctica profesional y una práctica en sí, en tanto utiliza un conjunto de estrategias y tácticas de intervención para lograr determinados objetivos en una situación de aprendizaje; explicitando que no es un método, ni una ejercicio unidireccional de transmisión de conocimiento, sino que pone el énfasis en revalorizar y redefinir la supervisión en tanto proceso de aprendizaje y de con-tención de la difícil y angustiante realidad social en la que intervienen los trabajadores sociales.

En este sentido, Alfredo Carballeda en su texto Escuchar las prác-ticas. La supervisión como proceso de análisis de la intervención en lo social, sostiene que es necesario ampliar el campo de reflexión dentro de la intervención en lo social, que es necesario entender a las prácticas como un texto que requiere ser escuchado y leído en el contexto de la intervención en lo social para poder volver legible lo que aparece como inteligible en nuestras sociedades. Reconoce, a su vez, que las actuales demandas de la supervisión están orientadas hacia la revisión reflexiva de la intervención, ya que sólo una mirada técnica no aporta ni abarca la complejidad de los problemas sociales sobre los que se trabaja. Refiere que la supervisión es “una práctica que analiza la intervención desde la relación entre espacio, situación y procedimientos. Donde estos últimos se presentan como versátiles, diferentes y donde los participantes de ese proceso toman o descu-bren nuevas formas de comprender y transformar desde el conoci-miento, y la propia experiencia” (2007:22).

La supervisión como herramienta académico-profesional, en don-de se marca su carácter reflexivo, formativo y también preventivo, es objeto de estudio reciente. Podemos observar trabajos específicos sobre la supervisión de la intervención en lo social ligada a progra-mas alimentarios, instituciones de salud o problemáticas complejas y variadas. Asimismo, encontramos artículos y publicaciones en don-de se relaciona la práctica supervisada con instancias de reflexión y aprendizaje. Esta posición reflexiva de la intervención reconoce que sólo una mirada técnica no aporta ni abarca la complejidad de los problemas sociales sobre los que se trabaja.

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La supervisión de la intervención en lo social, entonces, constituye un proceso que suele desarrollarse y aplicarse tanto en el ejercicio profesional como en la formación académica, y que tiene como obje-tivo reflexionar y revisar tanto el quehacer profesional como los senti-mientos que acompañan la actividad, así como contrastar los marcos teóricos y conceptuales con la práctica cotidiana. Es un espacio que se caracteriza por la reflexión sistemática sobre la acción profesional.

A modo de síntesis

El Pensar Situado confronta con las tradiciones modernas colo-niales europeizantes que hegemonizan las ciencias sociales hoy, ex-presando un fuerte potencial heurístico para dar cuenta de las nuevas transformaciones en Nuestra América.

Estas líneas surgen de la reflexión crítica efectuada de la experien-cia adquirida en el equipo docente y de investigación que apuesta a avanzar en la especificidad del Trabajo Social que, como profesión y disciplina, se acerca a los problemas sociales que analizamos en investigaciones previas, atendiendo a la llamada dimensión cultural de la intervención que implica distanciarse de los enfoques tecnicistas para acercarse a la complejidad de los procesos y dispositivos que despliega en lo social el Trabajo Social.

Numerosos autores han reflexionado sobre la frecuente desvin-culación que existe en Trabajo Social entre el pensamiento teórico y las intervenciones que se desarrollan, generalmente subordinadas a un orden social institucional dominante, que no permite dar cuenta de situaciones concretas donde se materializa la vida, ni construir mediaciones conceptuales que vinculen las intervenciones con su sus-tento teórico.

La supervisión en el Trabajo Social contribuye a la construcción de una posición subjetiva en el proceso de la problematización de la intervención en lo social. Esta posibilidad de repensar en su multipli-cidad los problemas sociales posibilita aportar solidariamente, en la cualificación de la intervención profesional. Se propicia la discusión

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acerca del significado social e histórico de la intervención en lo so-cial, en la necesidad de desnaturalizar lo dado e iniciar un proceso de reflexión crítica que permita construir desde la complejidad, un problema sociohistórico así como, a partir de brindar los elementos analíticos que permiten recuperar la experiencia de la intervención en lo social, poder iniciar y avanzar en cuestiones teóricas y operativas propias de la intervención, la supervisión y la sistematización.

Por otra parte, en este escenario se considera indispensable recu-perar los diferentes aportes que desde la supervisión de las interven-ciones en lo social se pueden realizar, en la dimensión ético-política, tanto a la consolidación del proyecto profesional como en la forma-ción académica de estudiantes de Trabajo Social frente al avance neo conservador y neoliberal en Argentina. Estos aportes serán posibles si la supervisión puede pensarse más allá del legado centrado en la dimensión técnico-instrumental, ya que puede favorecer el proceso de consolidación del proyecto profesional que se institucionaliza con la sanción de la Ley Nacional y Federal de Trabajo Social y se entreteje y construye a partir de las manifestaciones de la cuestión social que “debe ser analizada como producto de la organización y funciona-miento de la sociedad capitalista y la implicancia directa en la vida de los sujetos” (Carballeda, 2008:6).

Para esto hay que “escuchar las prácticas”, como bien propone Carballeda, y por otra parte “conjurarse” como sostiene Kisnerman, ya que sólo la escucha atenta y la reflexión crítica acerca del contexto y del texto de la intervención en lo social puede lograr una reunión de conjurados que en el actual contexto nacional y regional, habilite espacios para que se democratice la palabra, no sólo entre los profe-sionales sino, en especial, con los sectores populares, se defiendan y promuevan los derechos humanos, las políticas sociales redistributi-vas del ingreso, se defienda lo público frente el avance de la mercan-tilización de lo social.

Hay que conjurarse para defender el proyecto profesional, pero también para poder construir y apoyar desde la intervención pro-fesional la organización social que favorezca la adquisición de un

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protagonismo de los sectores populares en la definición de las formas del vivir bien en nuestro país (Meschini, 2012).

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LEY FEDERAL DE EJERCICIO PROFESIONAL.

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Noelia Cisterna

Licenciada en Trabajo Social (UNCA)Becaria CONICET Correo: [email protected]

Modelo extractivo minero: sus implicancias en la producción de una nueva urbanidad en el Gran Catamarca

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Resumen

El régimen minero de acumulación (neo)extractivista imperante desde hace más de 20 años en la provincia de Catamarca ha generado transformaciones eco-bio-políticas en los territorios y en los cuerpos. Para el desenvolvimiento de esta lógica se requirió del despliegue de dispositivos de ingeniería territorial. Este trabajo se propone realizar un análisis de las principales transformaciones socio-territoriales observadas en los últimos 20 años, a partir de la instalación de Minera la Alumbrera en la provincia, considerando las implicancias que este enclave tuvo en la conformación de un nuevo tipo de experiencia territorial. Analizaremos los fenómenos de vaciamiento territorial de las zonas circundantes a la minera, la reestructuración territorial y la relocalización de estas poblaciones a través de la de aceleración de los procesos de urbanización en el Gran Catamarca. Tras dos décadas de vigencia de la Alumbrera, indagaremos si los excedentes generados por la minería transnacional, particularmente los royalties1 y las políticas públicas derivadas de este modelo, han

1 Los royalties, también conocidos como regalías mineras, son tributos que deben pagar las empresas por la concesión minera otorgada por el Estado, quien realiza la distribución y administración de los fondos recaudados por este concepto. El porcentaje de regalías que le corresponden a cada municipio varían en función a la proximidad al proyecto minero, mientras que el resto se destina al “Fondo de Promoción de Desarrollo minero”. En Catamarca, estas regalías están regidas por la Ley N°5128.

generado en la provincia niveles de distribución de riquezas que logren disminuir las jerarquías socio espaciales preexistentes, principalmente las referidas al acceso y uso del territorio. A los fines de este trabajo, tomaremos las acciones de organismos internacionales y políticas públicas de infraestructura y vivienda, para comprender cómo estos dispositivos producen un nuevo ordenamiento territorial destinado a satisfacer las demandas del capital transnacional.

Palabras clave

Vaciamiento territorial – Urbanización – Reestructuración territorial

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Abstract

The mining neo-extractivism accumulation system, which has predominated for more than 20 years in the province of Catamarca, has generated eco-bio-political transformation both in the territories and bodies. The development of this logic requires territorial engineering. This paper proposes to analyze the principal socio territorial transformations observed since the installation of Minera la Alumbrera in the province of Catamarca, considering the key implications regarding the development of a new type of neoliberal city. We will analyze the phenomena of territorial displacement of the zones around the mine, the territorial restructuring and relocalization of these populations by the acceleration of the urbanization in the departmental capitals, principally in Gran Catamarca. Following two decades of the presence of the Alumbera, we have tried to uncover the overall results generated by the transnational mine, particularly the royalties and public policies derived from this model, having generated in the provincial levels of distribution of riches that result in the lessening pre-existant socio-spatial class order. At the end of this paper, we take the actions of international organizations and public policies regarding housing and infrastructure of the provincial and national state, in order to understand how these bodies produce a new territorial order destined to satisfy the demands of transnational capital.

Modelo extractivo minero: sus implicancias en la producción de una nueva urbanidad en el Gran Catamarca

Keywords

Territorial emptying – Urbanization – Territorial restructuring

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Introducción

En las últimas dos décadas en Latinoamérica, la mayor intensifi-cación del esquema primario exportador, bajo la modalidad (neo)ex-tractivista, ha sido considerado como la vía para logar el crecimiento económico bajo los parámetros del discurso modernizador. El siste-ma capitalista-colonial, encontró en las políticas (neo)extractivas una nueva forma de acumulación basada principalmente en el despojo de los bienes comunes (Composto y Navarro, 2014).

Con el advenimiento del paquete de medidas de corte neoliberal se produjeron transformaciones socio territoriales de magnitud en función de la instalación de proyectos transnacionales que avanza-ron sobre territorios no típicamente mineros, bajo nuevos modos de explotación no convencional. Estos emprendimientos requirieron no sólo de las “reglas de juego claras” en cada país, sino de acuerdos bilaterales que permitieran la explotación irrestricta en la zona cordi-llerana. Tal es el caso del Tratado de Integración y Complementación Minera chileno-argentino de 1997, que trazó los marcos de factibili-dad para el arribo de proyectos megamineros en ambos países.

La producción de una nueva gobernanza extractiva también fue lograda por dispositivos derivados de organismos multilaterales de crédito. Las medidas implementadas por el Banco Mundial y los cré-ditos otorgados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) no son fortuitas, sino que responden a una lógica de desarrollo de las condiciones favorables a los intereses de los capitales transnacionales.

Estos procesos, más que favorecer a la zona del enclave a nivel lo-cal y nacional, tienen como objetivo principal satisfacer a los intereses de las empresas transnacionales y de los centros hegemónicos. Los proyectos implementados han desencadenado una transformación eco-bio-política compleja con implicancias profundas en el modo de acceso y uso de los bienes comunes.

Esta reestructuración territorial1 (Holt Giménez, 2007) está di-señada para que el enclave minero pueda maximizar los procesos

1 Eric Holt-Giménez introduce el término “reestructuración territorial”, como un concepto de

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extractivos. La producción de estos enclaves es una prolongación di-recta de las economías centrales, debido a que los controles de las decisiones de inversión derivan de los centros, y los excedentes no tienden a generar un desarrollo endógeno, sino que sólo incrementan la dependencia y los flujos de capital hacia la metrópolis (Cardoso y Faletto, 1969).

A los fines de este trabajo analizaremos las políticas públicas en materia de vivienda e infraestructura. Por un lado, tomaremos los programas habitacionales implementados por el Estado provin-cial y nacional, ejecutados a través de la Secretaría de Vivienda y Desarrollo Urbano y por el Instituto de la Vivienda de la Provincia de Catamarca. Por otro lado, evaluaremos los impactos que tuvieron los programas de mejoras habitacionales e infraestructura financiados el Banco Interamericano de Desarrollo en el Gran Catamarca. Estos se desarrollaron a través del PROMEBA2 —Programa de mejoramien-to habitacional— Etapa III, que depende del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda.

Enclaves mineros: la reestructuración territorial

Los procesos de desposesión son constitutivos e intrínsecos a la lógica de acumulación del capital. El (neo)extractivismo necesita de un particular régimen sobre los territorios y los cuerpos destinado a generar el vaciamiento territorial de las comunidades en donde se encuentran los bienes comunes y, al mismo tiempo, la reterritoriali-zación de las mismas en los conglomerados urbanos.

desarrollo crítico, junto con dos conceptos complementarios: el “hiperespacio del desarrollo” y la “vertiente minera”. La reestructuración territorial busca el control sobre los lugares y los espacios donde es producido el excedente, mediante el diseño y control de las instituciones y las relaciones sociales que rigen la producción, la extracción y la acumulación.

2 PROMEBA inició sus actividades en el año 1997, este se financia con los recursos de una Línea de Crédito del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). PROMEBA tiene tres etapas en su desarrollo, la segunda finalizó en el año 2012 y la tercera, que es la que actualmente se está ejecutando, cuenta con un financiamiento que alcanza los US$ 1.500 millones a implementarse en un plazo de 25 años. Para ver las obras realizadas por el programa en Catamarca: http://www.promeba.gob.ar/proyectos.php?comienzo=120

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A los fines de lograr esta reestructuración territorial, los organis-mos multilaterales de crédito como el BM y el BID, hicieron del terri-torio catamarqueño el centro privilegiado del destino de sus inversio-nes. Éstas se concentraron en dos polos: por un lado, las inversiones para la instalación de mega proyectos extractivos ubicados princi-palmente en la región oeste de la provincia (entre los que se destaca Minera la Alumbrera) y, por el otro, los programas de mejoras habi-tacionales (PROMEBA) ejecutados en el Valle Central —PROMEBA solamente se ejecuta dentro del Gran Catamarca, excluyendo al resto de la población de la provincia.

Sin embargo, este proceso conlleva una conflictividad intrínse-ca al modelo de desarrollo impulsado por el extractivismo minero y urbano. En palabras de Mançano Fernandes Bernardo: “La con-flictualidad3 y el desarrollo ocurren simultánea y consecuentemente, promoviendo la transformación de territorios, modificando paisajes, creando comunidades, empresas, municipios, cambiando sistemas agrarios y bases técnicas, complementando mercados, rehaciendo costumbres y culturas, reinventando modos de vida, reeditando per-manentemente el mapa de geografía agraria, reelaborado por diferen-tes modelos de desarrollo” (2011:4).

Vaciamiento territorial

Desde la década del 90, la radicación de la megaminería y los proyectos que se instalaron en la provincia gracias al régimen de dife-rimientos impositivos, produjeron una significativa afluencia de capi-tales que se volcaron a la adquisición de grandes extensiones de tierra para el desarrollo de emprendimientos de orden extractivo.

La lógica expropiatoria de estos proyectos para las poblaciones catamarqueñas significó la expropiación eco-bio-política (Machado

3 Bernado Mançano Fernandes utiliza el termino conflictualidad para dar cuenta del perpetuo conflicto por la tierra que el modelo de desarrollo agrario genera. Este proceso es constantemente alimentado por las contradicciones y desigualdades del capitalismo. Los conflictos por la tierra son también conflictos por la imposición de los modelos de desarrollo territorial.

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Araoz, 2016). Las transformaciones características de estos tipos de economías de enclave incidieron directamente en la matriz económi-co-productiva y en el acceso, apropiación uso y distribución de los bienes comunes.

Todas estas medidas de orden neoliberal provocaron una profunda transformación en la estructura socioeconómica y territorial, produ-ciendo un nuevo tipo de experiencia territorial. Minera la Alumbrera ha generado una rugosidad témporo-espacial. Siguiendo a Milton Santos: “Las rugosidades son el espacio construido un tiempo históri-co que transformó el paisaje incorporado al espacio […] Las rugosida-des nos ofrecen una traducción inmediata de la división Internacional del trabajo manifestada localmente por combinaciones particulares del capital de técnicas y de trabajo utilizadas” (1978:173).

Las localidades próximas a la Alumbrera sufrieron una drástica disminución en su población. Según el censo de 2010, la localidad Amanao (Departamento Andalgalá), distrito dentro del cual se en-cuentra políticamente Minera la Alumbrera, cuenta con 29 habitan-tes (INDEC, 2010), lo que representa un descenso del 39% frente a los 48 habitantes (INDEC, 2001) del censo anterior.

Por su lado, la población de Los Nacimientos (Belén) en el último censo tenía una población de 215 habitantes (INDEC, 2010), lo que representa un descenso del 10% frente a los 239 habitantes (INDEC, 2001) del censo anterior.

Por último, según el último censo la localidad de Hualfín (Belén) arrojó una población de 987 habitantes (INDEC, 2010), lo que repre-senta un leve descenso del 0,6% frente a los 993 habitantes (INDEC, 2001) del censo anterior. En consonancia con estos datos, los últimos dos censos dan cuenta de un acelerado proceso de urbanización de las cabeceras departamentales de la región oeste, tales como la ciudad de Belén que cuenta con 12.256 habitantes, la cual tuvo un incremen-to del 11% frente a los 11.003 habitantes (INDEC, 2001) del censo anterior.

Esto último da cuenta de que la reestructuración territorial genera procesos de aceleración de urbanización en las cabeceras departa-

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mentales de las localidades departamentos donde la minera concen-tra todas sus políticas de responsabilidad social empresarial.

La reterritorialización en conglomerados urbanos: los procesos de aceleración de urbanizaciones en el Gran Catamarca

Consideramos que el enclave minero generó un ordenamiento te-rritorial que propició la aceleración de los procesos de urbanización, dando lugar a un nuevo tipo de ciudad neoliberal. La reestructura-ción territorial derivada del modelo extractivo, sumada al hecho de preferenciar la obra pública y las políticas de vivienda para el Gran Catamarca, han marcado un tipo particular de experiencia urbana por el crecimiento poblacional sostenido dentro de este conglomera-do urbano.

Las políticas públicas y las medidas de los organismos multila-terales de crédito (BM y BID) promueven una jerarquización del te-rritorio provincial, que subyuga a las zonas rurales, consagrando el fortalecimiento del urbanocentrismo en la planificación del ordena-miento territorial. Estas políticas están destinadas a la amortización de la conflictividad derivada de los procesos de desposesión y actúa a modo de compensación. Para Danani, “las políticas sociales que construyen sociabilidades son a su vez elaboradoras de sensibilidades: para soportar la desigualdad hay que generar un conjunto de políti-cas de las emociones” (Danani apud Scribano & De Sena, 2004).

Este ordenamiento necesita la concentración de la población, es decir, la aglomeración en centros urbanos para la mayor disponibi-lidad sobre los bienes comunes. Por ello consideramos que la disper-sión espacial y los altos índices de población rural atentan contra la economía de aglomeración4. Es así como las acciones desplegadas por el PROMEBA tienden a la concentración espacial, agrupando a los

4 Para leer más sobre economía de aglomeración ver informe sobre el Desarrollo del Banco mundial de 2009. Una nueva geografía económica.

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sectores populares dentro del Gran Catamarca en las zonas menos favorables.

Los datos de los censos nacionales5 de población, hogares y vivien-das en la Argentina de 1991, 2001 y 2010 dan cuenta del crecimiento poblacional ocurrido dentro del Valle Central. Esto muestra cómo a partir de los 90 la población comenzó a concentrarse en el Valle Central (Capital, Valle Viejo y Fray Mamerto Esquiú), produciéndose un vaciamiento territorial en los departamentos restantes.

En el año 2001 el 53% de la población (175.625 habitantes) se encontraba concentrada en el área de Gran Catamarca. Esta presentó un crecimiento del 28,25% con respecto a 1991. En 2010 más del 54,4% del total de la población habitaba el Valle Central, aunque localidades como Andalgalá, Belén y Santa María pasaron a formar parte de las conglomeraciones urbanas más importantes luego de la cabecera provincial.

El PROMEBA III destinó 140.835.178 millones de dólares en la ejecución de proyectos para el mejoramiento habitacional de asenta-mientos irregulares del Valle Central. Las obras que abarca el progra-ma son de infraestructura urbana (redes de agua, cloacas, gas, etc.), equipamiento comunitario y saneamiento ambiental.

Los beneficiarios del PROMEBA III se elevan a un número de 20.640 personas de los siguientes barrios: Altos de Choya, Barrio Hipódromo, Barrio Parque Norte, Riveras del Valle, San Antonio Sur, Santa Mara y Barrio las Vías. Todos ellos están ubicados en las zonas periféricas del norte y del sur de la ciudad, las cuales históri-camente han sido intervenidas por la acción estatal y sus políticas habitacionales, para relocalizar y concentrar a los sectores populares en zonas menos favorables.

Entre el año 2010 y 2015, los programas de vivienda6, implemen-tados en Catamarca suman un total de 19.262 intervenciones. Estos

5 Datos tomados del INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos) http://www.censo2010.indec.gov.ar/preliminares/cuadro_catamarca.asp o bien http://www.censo2010.indec.gov.ar/

6 Datos brindados por la Dirección Provincial de Estadística y Censo de Catamarca. El número y los tipos de programas han variado en los últimos 10 años. En 2016 se ejecutaron 13 programas: Programa Federal de mejoramiento habitacional mejor vivir II; Programa Federal plurianual de construcción de viviendas; Programa Federal de construcción de viviendas “techo digno”; Programa provincial de

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incluyen los mejoramientos habitacionales, la construcción y auto-construcción de módulos habitacionales. El 81% de dichos programas fueron destinados únicamente a los habitantes del Gran Catamarca (3 departamentos), dejando sólo el 19% para los 13 restantes.

La relocalización de los asentamientos que se encontraban en zo-nas de alto valor para el mercado inmobiliario en nuevos complejos habitacionales descomprime el conflicto por la tierra, pero al mis-mo tiempo refuerza los dispositivos de segregación residencial y la gentrificación.

La reestructuración territorial fue lograda gracias la alianza de carácter corporativo-estatal tendiente a generar las condiciones so-ciales, económicas y políticas necesarias para la implementación de esta nueva gobernanza minera. En esto último, una alta concentra-ción poblacional en la capital, distante y «aislada» de los impactos de la minería transnacional, son la condición de posibilidad de los procesos de insensibilización de los cuerpos frente al despojo.

Milton Santos describe este nuevo rol del Estado: “el Estado se convierte en el principal responsable de la penetración de las innova-ciones y de la creación de condiciones adecuadas para el éxito de las inversiones porque como instrumento homogeneizador del espacio y del equipamiento de infraestructura es responsable de la introducción de las innovaciones y del éxito de los capitales invertidos sobre todo los grandes capitales” (1978:196).

Toda esta reestructuración territorial permite el avance de ur-banizaciones del tipo neoliberal y, al mismo tiempo, el vaciamiento territorial. Es así como el propio PTEPC7 expresa: “el crecimiento económico resulta concentrado y desintegrado, lo cual se manifiesta en brechas de desarrollo que restan oportunidades para la inversión y el crecimiento productivo […] Los sectores de alto potencial pro-ductivo actúan en enclaves desvinculados de las tramas locales, con

mejoramiento habitacional; Programa Federal de construcción de viviendas; Programa Federal de mejoramiento habitacional “mejor vivir”; Demanda libre; Terminaciones o ampliaciones de viviendas; Programa Federal de solidaridad habitacional soluciones habitacionales; “Catamarca nuestra casa”; “Mi hogar”; Viviendas sociales; Emergencias sísmicas.

7 Informe de Avance 2008 del Planeamiento Territorial Estratégico de la Provincia de Catamarca 2008.

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inversiones de gran envergadura, que tienen influencia mínima en el desarrollo regional” (PTEPC, 2008).

En suma, el modelo de desarrollo minero impuesto para Catamarca encarna una economía de enclave y, a su vez, alienación territorial en donde “la dependencia se imprime en las formas geográficas” (Santos, 1978). Este modelo también produce una dislocación de los territorios, una segmentación y diferenciación en relación con quié-nes son los que se benefician del mismo.

La experiencia urbana en el Gran Catamarca

Además de la relocalización de las poblaciones, el Gran Catamarca neoliberal, como construcción política, permite una mayor fluidez de los procesos de adaptabilidad de las subjetividades frente a las lógicas de expropiación y despojo y también facilita la homogeneización de las mismas bajo los cánones del capitalismo imperial, colonial y de-pendiente (Scribano, 2012).

Desde esta perspectiva, la ciudad es el único y exclusivo ámbito en donde se pueden “vivenciar” las libertades modernas. Es así como la ciudad emerge, con mayor fuerza, como un dispositivo de amortiza-ción de los conflictos derivados de la acumulación por desposesión.

Además, es necesario comprender que el Gran Catamarca forma parte del proceso de mundialización y de la experiencia de las ciuda-des del sur global. En este proceso la ciudad tiene un lugar privilegia-do en la acumulación del capital, en detrimento de las zonas rurales. Es así como se generan dos modos diferenciados de ciudadanía, una ciudadanía rural y una urbana (Roy, 2008).

Las ciudades del sur sufren el fuerte influjo del capital transna-cional y de los organismos internacionales que actúan como orde-nadores territoriales en su planificación y diseño, permitiendo que los territorios del sur sean consagrados como zona de sacrificio para el consumo. De esta manera, el sur global se instala como el locus principal de extracción de la naturaleza interior (energías corporales

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y sociales, trabajo, etc.) y exterior (bienes comunes) de los países del tercer mundo.

En esta lógica, las ciudades cobran un papel central ya que, gracias a su crecimiento exorbitante, se propician los procesos de vaciamien-to territorial y despojo de los bienes comunes, propios del capitalismo en su fase neoextractivista.

El Informe del BM nro. 106122-AR denominado Notas de polí-ticas públicas para el desarrollo entiende a las ciudades como el ele-mento clave para impulsar el desarrollo: “las ciudades pueden contri-buir al crecimiento económico creando economías de aglomeración, en las que la concentración espacial de personas y empresas genera mayor productividad. Por lo tanto, es crucial adoptar políticas ur-banas mejoradas para que las ciudades argentinas puedan cosechar los beneficios de las economías de aglomeración, para crear mejores oportunidades económicas y elevar el nivel de vida de sus residentes” (2015).

El rol de la ciudad neoliberal del Gran Catamarca en los procesos de segregación residencial

Desde nuestra perspectiva, el modelo de desarrollo minero im-puesto para la provincia de Catamarca ha promovido un proceso de reestructuración territorial consagrado a la acumulación por despo-sesión y los procesos de despojo sistemático. De tal manera, conside-ramos que la contracara del extractivismo minero es el extractivismo urbano.

En el Gran Catamarca, el excedente generado por la megaminería, el uso y apropiación de los bienes comunes se encuentran segmenta-dos y estratificados. La mercantilización del territorio a raíz de la implementación del modelo minero de desarrollo ha impactado en la morfología y dinámica rural y urbana de la provincia.

Las geografías del despojo se imponen como un nuevo ordena-miento territorial basado en dos nodos centrales, esto es, en franjas de “prosperidad minera” y “franjas de concentración de la pobreza”

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configuradas a raíz de los desplazamientos de las comunidades loca-les, reubicadas en las cabeceras departamentales, especialmente en el Gran Catamarca.

Las zonas de prosperidad minera son el reflejo de la apropiación de los excedentes generados por el enclave minero. Estas franjas, en el ámbito rural de las poblaciones circundantes a la mina, se traducen en la creación fuertes sectores que adhieren al credo del desarrollo, los cuales están directamente vinculados a brindar los servicios al enclave. En el ámbito urbano este excedente fortaleció al fenómeno del boom inmobiliario, cuyas consecuencias impactan en el ascenso de dinámicas de auto-segregación de los estratos altos en nuevos pro-yectos urbanísticos de alta valorización.

En la constitución de la ciudad neoliberal, la política social de vi-vienda actúa como un ordenador territorial. Estas políticas han sido diseñadas con criterios de segmentación y segregación diferenciados entre los estratos medios/altos y los sectores populares.

Para los sectores medios/altos, las líneas de créditos derivadas del poder estatal, a través de entidades bancarias nacionales y provin-ciales, permitieron que estos sectores se asentaran en las zonas con mayor disponibilidad de servicios públicos. Esto muestra que exis-te una clara diferenciación en el acceso a la vivienda, de acuerdo a criterios socioeconómicos, que refuerzan la informalidad de ciertos sectores que no pueden acceder a créditos en función de su trabajo no registrado y de la no calificación del monto salarial para el acceso a los mismos.

En tal sentido, el Plan de Desarrollo Urbano-Ambiental para la Ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca (2003) refiere: “El crédito individual orientado a grupos de ingresos medios ha produci-do la ocupación de lotes vacantes en el área caracterizada como inter-media de extensión más reciente, contribuyendo a consolidar urba-nizaciones preexistentes con bajo nivel de ocupación fundiaria”. Esta tendencia de ocupación de lotes con mejor acceso a los servicios por parte de los sectores medios/altos, se intensificó con los años, gracias a los dispositivos derivados del poder corporativo-estatal.

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En el contexto argentino, con posterioridad a la salida de la crisis de 2001, se reinstaló una dinámica de auto-segregación de las clases altas similar a la establecida en los años 90 y, al mismo tiempo, se produjo la expansión de asentamientos precarios (Ciccolella y Baer apud Segura, 2014).

La segregación residencial y la gentrificación son producto de la informalidad que el propio Estado genera. Estos fenómenos no son estáticos sino flujos de circulación de personas y territorios que en-tran y salen de la informalidad de acuerdo con los mecanismos que el propio Estado crea de manera sistemática.

En este sentido, Roy manifiesta: “la informalidad se encuentra dentro del alcance del Estado en lugar de fuera de éste […] Y en muchos casos el propio Estado opera de manera informalizada, ob-teniendo con ello una flexibilidad territorializada que no se tiene ple-namente con los mecanismos meramente formales de acumulación y legitimación” (2013:170).

Por otro lado, los mejoramientos habitacionales desarrollados por el PROMEBA, junto con los complejos habitacionales8 creados por el Estado provincial para los sectores populares, representan una forma de relocalización de los mismos. Estas intervenciones han logrado poner en disponibilidad lotes de alta valorización, a través de los pro-cesos relocalización de los sectores populares en zonas periféricas.

Para los sectores populares, la política social de vivienda refuerza los criterios de aislamiento y segregación residencial propios de una ciudad neoliberal. El mismo Plan de Desarrollo Urbano-Ambiental del año 2003 refiere: “Los planes masivos de vivienda implicaron un proceso de extensión discontinua del área urbanizada en sectores periféricos carentes de equipamiento, infraestructura y servicios, lo que obligó a la extensión de las redes (sistema de colectoras cloacales troncales) y requerirá la dotación de nuevos equipamientos comunita-

8 Uno de los complejos habitacionales más importantes del Gran Catamarca construido en los últimos diez años es Valle Chico o ciudad satélite. Este es un complejo habitacional creado en el año 2015 de más 4000 viviendas para sectores populares, que están ubicas en los bordes de la ciudad, en el departamento Capayán. Esto ha generado una conflictividad por la zona en donde fue edificado, la cual es considera de alto riesgo por su proximidad con el Río Ongolí, y de límites jurisdiccionales ya que se encuentra inserto dentro del municipio de Huillapima.

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rios con los consiguientes mayores costos. Su localización se orientó a sectores ubicados al norte y sur de la planta urbana preexistente, sig-nificando la urbanización de más de 300 Has. […] de terrenos sin uso (rústicos), dando como resultado una atomización y dispersión del asentamiento con la consiguiente consecuencia de segregación física y funcional de la población respecto del resto de las áreas urbanizadas”.

Los sectores populares se han tornado un obstáculo para el desen-volvimiento de la lógica del despojo frente a la especulación inmobi-liaria. Para Raúl Zibechi (2013), en la fase actual del capitalismo se despliega una guerra contra “los de abajo”, en miras a las exigencias del modelo de acumulación por desposesión, razón por la cual el ca-pital-Estado opera mediante la lógica del “campo de concentración”, dividiendo el mundo entre las zonas “del ser” y las zonas del “no ser”, en donde se actúa mediante el permanente estado de excepción.

En la lógica de mercantilización del territorio, los sectores popu-lares se vieron desafiados a desarrollar estrategias para habitar la ciudad. A pesar de que las políticas de distribución de ingresos pu-dieron lograr un mejoramiento de los indicadores macroeconómicos que reflejan un aumento en el nivel de ingresos de la población, esto intensificó la desigualdad en el acceso a la tierra. Para Ramiro Segura (2014), existe un desacople entre la mejora en los indicadores so-cioeconómicos frente a la segregación residencial preexistente.

Frente a la mercantilización del suelo, los sectores populares des-pliegan estrategias que constituyen prácticas intersticiales que, en cierta forma, niegan la lógica capitalista de mercantilización del te-rritorio. Sus formas de habitar la ciudad representan una forma de urbanismo popular (Abramo, Rodríguez & Espinosa, 2016) el cual se ve enfrentado a las lógicas de intervención estatal. Estos urbanismos populares son expansiones “no planificadas” (para el poder corpora-tivo-gubernamental) de la ciudad que, sin embargo, son permitidas, reglamentadas e intervenidas por el Estado en la medida en que no hagan uso de las zonas disputadas por el capital.

Los sectores populares generan estrategias de sobrevivencia frente a los desplazamientos y las relocalizaciones. Estas estrategias no se circunscriben al aspecto residencial sino a los desplazamientos dentro

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de la ciudad y la manera en que ocupan el espacio público, dando lugar a nuevos conflictos sobre el uso, el sentido y la apropiación del territorio.

Re-existencias al extractivismo urbano: los urbanismos populares

El extractivismo urbano se alimenta de una lógica de ultra mer-cantilización del espacio, pero la existencia y persistencia del exorbi-tante crecimiento del Gran Catamarca, se sustenta bajo un sistema de fractura socio-metabólica (Machado Araoz, 2016) que coloca a las zonas rurales como zonas de sacrificio.

En la provincia de Catamarca el extractivismo impera en sus dos caras: el de tipo minero y el de tipo urbano. Según Enrique Viale (2017), en las ciudades la especulación inmobiliaria expulsa y aglu-tina población, concentra riquezas, produce desplazamientos de per-sonas, se apropia de lo público, provoca daños ambientales y desafía a la naturaleza.

Este extractivismo genera conflictos y estrategias de re-existencia (Porto-Gonçalves, 2002) que implican otras formas de habitar el es-pacio por parte de los sectores populares que se ven obligados a rein-ventarse frente a una ciudad cada vez más excluyente.

Según el informe realizado por parte del Estado nacional junto a organizaciones civiles y movimientos barriales entre 2016 y 2017, que se condensa en el Decreto 358/2017, 33 de los 147 barrios de la Ciudad de Catamarca, son villas o asentamientos. Además, Catamarca se ubica en el segundo puesto dentro del ranking de las provincias con menos de 500 mil habitantes, con mayor cantidad de barrios popula-res. De los 147 barrios del Gran Catamarca, 33 son barrios populares (villas o asentamientos) y representan un 22% del total.

El fenómeno catamarqueño tiene notas características de las ex-periencias de las ciudades del sur global. En Latinoamérica este fenó-meno de “urbanismo popular” cobra diversos nombres y formas que van desde asentamientos, villas, favelas, pero todas dan cuenta de

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un modo en el cual los sectores populares auto producen su espacio (Abramo, Rodríguez & Erazo, 2016) en disidencia o en coexistencia con las intervenciones estatales, que van desde las mejoras habitacio-nales a los desalojos. Sin embargo, ese 22% de la población catamar-queña es empujado al ilegalismo y a la irregularidad en una ciudad cada vez más excluyente.

Estos urbanismos populares son modos de autogestión de la vi-vienda y del suelo urbano que desafían la lógica de la ultra mercan-tilización para abrir paso a formas alternativas de producción del espacio.

Sensibilidades locales en el Gran Catamarca

¿Qué sensibilidades se producen bajo el régimen de un territorio diseñado para el saqueo minero y cómo se las produce? En primer lugar, para generar sensibilidades permeables a la expropiación y al despojo, se requiere de la constitución de los mecanismos de soporta-bilidad social y los dispositivos de regulación de las sensaciones y la acentuación del aparato represivo (Scribano, 2012).

El despojo y sus consecuencias son naturalizados y neutralizados bajo los efectos propios de la dinámica de vida de la ciudad que pro-duce una desconexión frente al dolor social devenido de los procesos de despojo de los bienes comunes. Siguiendo la línea de la sociología de los cuerpos y las emociones de Adrián Scribano, “el dolor social como uno de los componentes importantes de las condiciones so-ciales de posibilidad de la dominación, la evitación conflictual y la naturalización de la coagulación de la acción” (2012:120).

Los regímenes de subjetividad impulsados por la economía polí-tica de la moral, propios del modelo minero, actúan como dispositi-vos que permiten maximizar la capacidad de depredación estructural sobre los cuerpos, particularmente sobre la energía corporal redefi-niendo los mecanismos de soportabilidad social y los dispositivos de regulación de las sensaciones frente al dolor producido por la despo-sesión sistemática.

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En segundo lugar, en esta economía política de la moral, el consu-mo mimético y compensador juega un papel central como forma de amortiguador del dolor social derivado de los procesos de expropia-ción. Este proviene de la desconexión entre el cuerpo social, el cuerpo del individuo y el cuerpo subjetivo (Scribano, 2012).

Otro dispositivo utilizado que está destinado a la amortización del conflicto y que actúa a modo de compensación es la política social, en particular, la política de vivienda. Para Danani, “las políticas sociales que construyen sociabilidades son a su vez elaboradoras de sensibili-dades: para soportar la desigualdad hay que generar un conjunto de políticas de las emociones” (apud Scribano & De Sena, 2004).

Rita Segato, quien retoma a Michel Foucault, indica que estas po-líticas públicas son una matriz y nueva forma de poder pastoral: “la finalidad de la salvación pasa a ser reemplazada por la propuesta de una protección terrena que hoy podríamos sintetizar en la idea de po-líticas públicas, con sus directrices orientadoras […] El poder con sus consecuencias en el modelaje de los sujetos y las marcas de ese molde que resultan de las técnicas pastorales” (2006:86).

Bajo la perspectiva de Adrián Scribano, todo esto constituye lo que él denomina plusvalía ideológica: “Las formas actuales que han adquirido los mecanismos de soportabilidad social y los dispositivos de regulación de las sensaciones, implican fundamentalmente en el Sur Global la construcción de una religión colonial que pone en rela-ción: consumo mimético, solidarismo y resignación (2012:166).

Otro dispositivo es el consumo compensatorio, el cual es exacer-bado por las dinámicas de consumo que la misma ciudad neoliberal impulsa. En este sentido, las políticas públicas están orientadas a in-centivar el consumo para la expansión de los mercados internos más que para lograr una inclusión autentica. Sin embargo, el “acceso al consumo” como el correlato necesario de las políticas redistributivas se ha consolidado como un dispositivo de regulación de las sensacio-nes (Scribano, 2012).

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Consideraciones finales

El régimen minero de desarrollo aceleró el fenómeno de concen-tración de la población catamarqueña en el Valle Central, bajo un modelo de urbanización neoliberal. En esta nueva Gran Catamarca las desigualdades urbanas preexistentes (particularmente los proce-sos de segregación residencial) se profundizaron.

Las políticas estatal-corporativas produjeron una reestructuración territorial que propició los fenómenos de vaciamiento territorial y de concentración en los conglomerados urbanos. Esta nueva gobernanza minera requiere de políticas públicas propias del modelo (neo)desa-rrollista (Gudynas, 2012) y de estrategias privadas derivadas de la “responsabilidad social empresarial”, que actúan como amortizado-res de los conflictos derivados de la desposesión de los bienes comu-nes y del sufrimiento ambiental.

La ciudad neoliberal del Gran Catamarca requiere la subyugación de otros espacios, esto es, consagrar a las zonas rurales en donde se encuentran los bienes comunes, como zonas de sacrificio para lograr el desarrollo de la ciudad y de la acumulación por despojo del capital transnacional.

Sin embargo, a pesar de los procesos (neo)extractivos, y del régi-men de dominación (neo)colonial, el Gran Catamarca es una ciudad compleja, diversa y creativa en donde concurren procesos contradic-torios de segregación, gentrificación, pero al mismo tiempo de crea-ción de nuevos urbanismos populares que desafían a la lógica totali-zadora de mundialización y mercantilización propias del capitalismo colonial e imperial.

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Modelo extractivo minero: sus implicancias en la producciónde una nueva urbanidad en el Gran Catamarca

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Tensiones y retos sobre la mujer rural y su participación en la construcción de paz en Colombia

Karin Viviana Suarez Puentes Licenciada en Psicología (Corporación Universidad Piloto de Colombia)Especialista en Docencia Universitaria (Corporación Universidad Piloto de Colombia)Magíster en Psicología Jurídica (Universidad Santo Tomas)Integrante del Grupo de investigación Trabajo Social, Equidad y Justicia Social (CEDT)Correo: [email protected]

Ana Marcela Bueno Licenciada en Trabajadora Social (Universidad Colegio Mayor de Cudinamarca)Magíster en Investigación Social Interdisciplinaria (Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Colombia)Doctoranda en Trabajo Social (UNR)Docente-investigadora (Universidad de La Salle, Bogotá, Colombia) Integrante del Grupo de investigación Trabajo Social, Equidad y Justicia Social (CEDT)Correo: [email protected]

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Resumen

La mujer rural y sus dinámicas de participación han sido temas abordados en el marco de los estudios de las ciencias sociales desde los años 90, época en la cual la política pública visibilizó la relevancia de esta población en la producción de la tierra. Sin embargo, el reconocimiento del papel que desempeñan en la sociedad a través de los diferentes ámbitos ha sido subvalorado. Hoy en Colombia, con la firma del acuerdo de paz, reconocer el rol que puede cumplir la mujer en el territorio rural tiene sentido por la relevancia que cobra su aporte como reproductora de una sociedad que renace, aprovechando sus experiencias en el ámbito de la organización y la participación social. Con el fin de comenzar a construir un marco de referencia sobre esta temática, se realizó una revisión de investigaciones nacionales e internacionales publicadas desde el año 20061 buscando dar cuenta de los estudios realizados y el estado del conocimiento sobre la participación de las mujeres rurales en la construcción de paz en Colombia.

Palabras claves

Mujer rural – Participación – Paz

1 Pese a la decisión de incluir los documentos escritos desde 2006, se incluyeron algunos de años anteriores que por su relevancia.

Abstract

The rural woman and their dynamics of participation, have been topics tackled in the frame of the studies of the social sciences from the 90s, period in which the public policies showed the relevancy of this population in the production of land. Nevertheless, the recognition of the role that they redeem in the society across the different settings has been undervalued. Today in Colombia, with the signature of the peace agreement, to admit the roll that the woman can fulfill in the rural territory makes sense due to the relevancy of their contribution as reproducer of a society which is reborn, making use of their experiences in the organization and social participation settings. To begin to construct a frame of reference on this subject, we realized a review of national and international investigations published from the year 2006 taking into consideration de existing studies and the state of the knowledge regarding the participation of the rural women in the construction of peace in Colombia.

Keywords

Rural woman – Participation – Peace

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Introducción

La realidad de las mujeres rurales en Colombia hoy es un asunto relevante para el feminismo latinoamericano en tanto se trata de un momento histórico en el que se está transitando de dinámica social de guerra hacia la construcción de paz, y en dicho camino se ha con-vocado a las mujeres como actoras claves en los contextos privados que, a su vez, contribuyen a las transformaciones de la sociedad, por ello sus aportaciones a lo público. En ese escenario, la localidad de Sumapaz, un territorio anexo al distrito capital, ha estado histórica-mente resistiendo los avatares que le ha planteado la guerra y en esa misma lucha las mujeres han jugado un papel muy importante que vale la pena visibilizar para dar cuenta de estas experiencias, que aportan de manera significativa a los diversos planteamientos que se vienen reconociendo hoy, para evidenciar que existen bases para continuar construyendo condiciones para una paz estable y duradera. En este escenario, el presente escrito pretende dar cuenta de algunos avances en diversos contextos del territorio colombiano desde pro-puestas feministas que reconocen estas diferencias.

La localidad de Sumapaz es la número 20 de la ciudad de Bogotá, considerada como la única puramente rural del Distrito Capital. En los años 70 se crea el Parque Nacional Natural Sumapaz, que tiene una extensión de más de 150.000 hectáreas y cubre los departamen-tos de Cundinamarca, Huila y Meta, sobre la cordillera oriental; el Páramo de Sumapaz presenta en su mayor parte características mon-tañosas con diversas lagunas y zonas aún inexploradas, convirtién-dolo en uno de los más ricos en especies de flora colombiana (Parques Naturales de Colombia, 2017).

Sumapaz está dividido en tres corregimientos: San Juan, Nazareth y Betania, con sus respectivas veredas, habitadas por campesinos, quienes se sostienen a través de actividades económicas como el cul-tivo de papa y la ganadería. Asimismo, la historia del páramo más grande del mundo se enmarca en las diferentes épocas de conflicto que ha vivido Colombia; es así como desde la segunda mitad del siglo XIX con la colonización de la región de Sumapaz, se abrió paso a la

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aparición de escenario de distintos conflictos entre colonos y arrenda-tarios; y años después se agudizó a través de la violencia bipartidista. A pesar de lo anterior, los campesinos sumapaceños y sumapaceñas siempre han persistido en no perder sus tierras, generando una lucha constante por sus territorios, heredados por sus antepasados, eviden-ciando no sólo arraigo, sino capacidad de agremiación y participa-ción desde la mirada rural.

El sistema patriarcal a lo largo de la historia determinó que hom-bres y mujeres configuraran un orden social en el cual cada uno ocu-paba un lugar para responder a las exigencias de la cotidianidad desde lo privado y desde lo público, lo que en esencia establece la asignación de unos roles específicos de acuerdo con el sexo, que se han natura-lizado en la división del trabajo. Pese a esta situación, en el ámbito rural tal división no es tan clara, pues el trabajo productivo también ha requerido del aporte de las mujeres para alcanzar las condiciones necesarias de supervivencia, aun sin ser reconocido ni remunerado. Adicional a ello, la inequidad de género plantea complicaciones para el acceso a la tierra por parte de las mujeres, situación que ha hecho que esta población se vincule con procesos de organización y partici-pación que la empodera para la exigibilidad de sus derechos.

Es así como en el reconocimiento de la participación de las mu-jeres por el acceso a la tierra se identifica una serie de problemáticas recurrentes, sobre las que vale la pena detenerse e identificar puntos de avance y elementos no resueltos para la superación de las mismas (Deere, Lastarria-Cornhiel, y Ranaboldo, 2011). En experiencias co-lombianas, como es el caso de un grupo de mujeres campesinas en Antioquía, se analizaron los efectos que generan el acceso y control de la tierra por su parte, identificando que la propiedad está mayo-ritariamente en manos de los hombres, obligándolas a depender en términos de ejecución de iniciativas económicas. De igual manera, se evidenció la invisibilización de las mujeres en al ámbito productivo, asumiendo que tal labor es parte de las funciones que se le asignan en el marco de su rol reproductivo. Acompañado lo anterior a la subva-loración del trabajo en el marco de los sistemas ecológicos, dado que cuando son explotados por las mujeres, y en sus parcelas, considera-

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das pequeñas para un enfoque de desarrollo territorial, no son apre-ciadas por no generar recursos en el corto plazo, pues se les ubica en una lógica doméstica (Zuluaga, 2011); ello necesariamente subordina no sólo su condición de mujer, sino como tal de productora, deján-dola por fuera del mercado en lo que se refiere al acceso a recursos.

Por otro lado, en Colombia es innegable la relación del conflicto armado con las dificultades de acceder a la tierra, pues justamente parte de las complejidades del conflicto se dan por el control de la misma. Este fenómeno es referido por Pinto (2011), quien expresa que efectos del conflicto son los altos índices de desplazamiento y des-arraigo, eventos que afectaron históricamente a las mujeres en territo-rios como Córdoba, Sucre y los Montes de María, pues el control de ese territorio tuvo enfrentados a varios actores armados en diferentes momentos. Como respuesta a lo anterior, se gestaron organizaciones de mujeres que abogan por la búsqueda de estrategias que permitan superar las complejidades que les deja el conflicto y buscar nuevas apuestas en términos de la exigencia de derechos relacionados con la tierra y el territorio, en los que irónicamente la lucha no era sola-mente por reclamarles a los actores que las despojaron, sino por la igualdad de condiciones respecto a sus compañeros, pues se sostiene la constante de dar un lugar de inferioridad a las mujeres en la legis-lación y en las acciones de la reforma agraria.

En esta misma línea, Parrado e Isidro (2014) problematizan el caso de la participación política de las mujeres misak1, quienes for-man parte de las iniciativas pro defensa del territorio, siendo víctimas de múltiples violencias en el ámbito privado y en los cabildos y orga-nizaciones indígenas. Es claro que su indignación se sustenta desde las diferentes prácticas de género de la comunidad indígena, en la que se identificó que la participación y liderazgo femenino debía estar acompañado de un liderazgo masculino que legitimara sus pedidos frente a la comunidad, evidenciando que el trabajo de la mujer frente al hombre no se encontraba en igualdad (Parrado e Isidro, 2014).

1 También conocidas como Guambianas: Este pueblo se localiza al noroeste del departamento del Cauca, en donde se concentran sus territorios ancestrales.

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La participación de las mujeres rurales es un proceso que a lo largo de la historia se ha ido configurando en la construcción social de los territorios en los que se ve cada vez más la necesidad de que ellas, como parte determinante del desarrollo rural, se vinculen en apuestas que abogan por su bienestar, el de sus familias y también el de sus comunidades. En dicho proceso, las mujeres se han visto enfrentadas a diversas situaciones que han complejizado su accionar, pero que a la vez les han motivado esfuerzos por posicionarse como actoras del cambio. Estos asuntos han sido referidos en investiga-ciones a partir de tres tópicos: las condiciones de la participación para las mujeres rurales (Arenas y Collazos, 2010; Sánchez y Moran, 2014; Perilla, 2014; y Villarreal, 2011); el empoderamiento de las mujeres a partir de la participación (Espinosa, 2012; Villarreal, 2011 y 2014; Villarreal y Ríos, 2006; Buendía-Martínez, 2013; y Espinosa y Olaya, 2012); y el papel del Estado las políticas públicas en los pro-cesos de participación de las mujeres rurales (Rosado, 2011; y Castro y Molinari, 2014).

Es así que, en el estudio de dinámicas de la participación, el re-conocimiento de cualquier territorio permite hacerse una idea de si-tuaciones similares en otras sociedades rurales. Al respecto, Perilla (2014) analizó la dinámica específica de un territorio a partir del reconocimiento de una experiencia de encuentro con hombres y mu-jeres agricultores de papa en Nariño, sur del país. En ella, el problema central se refiere al triple rol que desempeña la mujer a nivel de lo pro-ductivo, reproductivo y comunitario, pero más allá de eso, cómo tal trabajo no es valorado significativamente, ni siquiera por ella misma. En esta experiencia ubicada en la seguridad alimentaria y la nutrición de la población, el asunto recae sobre las mujeres por ser quienes se encargan del cuidado. Con ello se evidencia, como en otras socieda-des rurales, la clara clasificación tradicional de los roles de género que deben asumirse desde un triple rol independiente de las actividades que se desarrollen en el ámbito público. Adicional a ello, y como lo refirió Pinto previamente, el conflicto armado es otra constante que caracteriza a la mayoría de los territorios rurales, lo cual ha generado

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a lo largo de la historia procesos complejos en lo que se refiere a la organización y la participación.

Finalmente, en esta discusión también aportaron Espinosa y Olaya (2012), a partir del reconocimiento de una experiencia de organiza-ción en el municipio de Soracá, departamento de Boyacá, mostrando a partir del caso el interés que las comunidades rurales han manifes-tado por rescatar y revalorizar los cultivos ancestrales, evidenciando que la mujer rural ha venido asumiendo diversas actividades agrope-cuarias en el ámbito productivo, lo que ha llevado a que emprenda la vinculación con espacios organizativos que contribuyen a satisfacer necesidades e intereses personales y familiares —tales como la es-tabilidad económica a través del mejoramiento de la producción—, pero generan espacios democráticos que han surgido por necesidades e intereses personales que les permite fortalecer sus posibilidades de participación. Pese a la lucha por la ganancia de estos espacios hay in-satisfacción por parte de los cónyuges, en tanto se considera que con este tipo de prácticas se subvierten los roles de género que a lo largo de la historia se han impuesto como inamovibles de acuerdo con la cultura patriarcal que subyace en todos los ámbitos de la sociedad, especialmente en el rural.

Por otro lado, se encuentra como aspecto fundamental la relación de las dinámicas de participación con el Estado. Es interesante el re-conocimiento de diferencias tan marcadas en territorios muy cerca-nos separados por la frontera presentada por Rosado (2011). En estos casos, se debe tener en cuenta el compromiso que tenga cada Estado en las condiciones territoriales rurales. Este es un caso analizado en la frontera Colombo-venezolana en el que se identifica la incidencia que tienen los procesos políticos nacionales a cada lado de la frontera sobre las iniciativas organizativas de las mujeres indígenas Piaroa que habitan el curso medio del río Orinoco. En el proceso se visualiza cómo las políticas públicas de los dos países han llevado a estrategias diferentes de reivindicación y construcción de una nueva identidad cultural, que atraviesa por un ejercicio de pensar su posición como mujeres, indígenas y ciudadanas. A la vez que se reconoce que los impactos de los procesos políticos nacionales sobre el día a día de

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los habitantes de la frontera son una realidad, que implican cambios en los patrones culturales y establecen nuevas dinámicas de interac-ción con el otro. Se evidencia que parte de la necesidad creciente de las organizaciones de mujeres Piaroa por desarrollar las habilidades del mundo no indígena, se relaciona con las posibilidades de integra-ción a la sociedad mayoritaria que como ciudadanas les otorgan las políticas impulsadas por los estados nacionales a ambos lados de la frontera.

Las investigaciones sobre construcción de paz desde las mujeres en Colombia son escasas, aún más en la especificidad de mujeres cam-pesinas, aunque muchas de las experiencias son protagonizadas en este contexto. De manera crítica se puede evidenciar que no existen investigaciones sobre el tema en el Sumapaz y que más bien abundan los estudios ambientales y sobre ordenamiento territorial que tocan la región de manera parcial o total; existen algunos análisis sobre la dinámica del conflicto y organización campesina, pero ninguno se realiza desde el enfoque de género.

Frente al desarrollo teórico de mujer rural, se da cuenta de lo que es sociedad rural retomada desde Jordan (1989), quien la entiende como el espacio geográfico natural y de cultivo y en donde se desarro-llan distintas actividades económicas como agricultura, ganadería, agroindustria, pesca, artesanías, comercio y servicios prestados por organismos privados y el Estado. Convergen grupos vinculados a la pequeña producción, trabajadores y trabajadoras asalariados, traba-jadores del comercio, trabajadores de la industria y los servicios y las formas campesinas son aquellos sistemas de producción y consumo en los cuales la mano de obra familiar constituye el elemento orga-nizativo de la producción y las necesidades de trabajo se satisfacen fundamentalmente sin contratación externa.

A la luz de las transformaciones que ha presentado el escenario rural han sido visibles los cambios en términos de organización eco-nómica, las relaciones de la población y la reproducción, lo que al-gunos comprenden como una nueva ruralidad en la cual se identifica la diversidad cultural que construye un entramado socioeconómico, la concepción de territorio ya sea por intereses económicos como de

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preservación ambiental, los estrechos vínculos con las esferas rura-les y urbanas en el intercambio de mercancías, y el mercado. Aquí las mujeres juegan un papel fundamental en tanto ejercen múltiples actividades para sostener la economía y mantener el núcleo familiar; asumen las labores domésticas, su participación en los cultivos y el comercio. Adicional a ello, estos cambios han transformado los roles del hombre y de la mujer, asignando otras ocupaciones que permiten preservar la convivencia de la población.

En este marco, siguiendo a Deere y León (2000), se comprende que la tierra es fundamental para la reivindicación de los derechos de las mujeres ya que les permite tener independencia económica, víncu-lo para la negociación familiar, autonomía en las decisiones, y parte de la desigualdad radica justamente en los obstáculos que tienen las mujeres para acceder a la tierra que, por un lado, se asocia a las condiciones jurídicas que privilegian la titulación para los hombres y porque la apropiación de los territorios, ya sea a nivel individual o en procesos colectivos, es asumida por los hombres por considerarlos siempre los jefes de familia y, por ende, quienes toman las decisio-nes sobre ellas. Esto es reforzado con los programas institucionales que están pensados más en función de los varones, lo cual los hace discriminatorios y excluyentes. Sumado a ello, la propiedad de la tie-rra se concibe desde una mirada garantista de derechos, dado que es el escenario donde se pueden satisfacer los derechos como vivienda, alimentación, salud, educación vinculados a labores asignadas a las mujeres. Por ello, se reconocen como trabajo no remunerado. En este mismo marco, Lagarde (2000) refiere que los escasos recursos de las mujeres rurales se asocian con las relaciones de poder que subordinan el género femenino, ya que no se le brindan oportunidades y recursos que permitan solventar sus necesidades.

Para comprender los desarrollos que articulan el papel de la mujer rural en las dinámicas que en este ámbito se presentan es esencial ar-ticularlos con el concepto de género, categoría analítica nacida en los años 70 para dar cuenta de las desigualdades entre hombres y mujeres a partir del sistema patriarcal instalado en las sociedades a través de la historia; continuidad, además, de la lucha iniciada por las femi-

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nistas de la primera ola en el siglo XVII y XVIII en el período de la Ilustración, según lo contempla Cobo (1995). Los aportes de Poulain de la Barre fueron incidentes en el cuestionamiento de la teoría que sumerge a la mujer en una condición de inferioridad, por ello se re-conoce que desde la época de la Ilustración se empieza a polemizar la consideración natural de la mujer y con ello la necesaria división de los espacios para la asignación natural de las tareas, seguido por la lucha que se dio durante el siglo XIX por alcanzar el derecho al sufra-gio y se complementó con las feministas de mediados de siglo XX que aportaron la categoría de género para problematizar la desigualdad. En esta línea se reconocen algunos aportes de autores como Lambert, D’Alembert, Méricourt, Gouges y Rousseau.

Para Latinoamérica fueron clave los planteamientos de Simone de Beauvoir que desata las discusiones de las diferencias culturales que marcan el género a partir de las diferencias sexuales, lo que al final ha desembocado en una discusión desde diversas perspectivas que lo han enriquecido a partir de sus desarrollos. Para Curiel (2007), se trata de un concepto bastante antiguo y suficientemente desarrollado a lo largo de cuatro siglos, el cual hace referencia a “un conjunto de características, rasgos, distinciones, funciones atribuidas a mujeres y hombres en las sociedades, a través de las cuales se construyen mo-delos” (Bonilla, 2010). Es por ello que el modo como se conciben las diferencias entre los sexos está íntimamente vinculado con aspec-tos culturales, sociales, económicos y políticos que se construyen en la interacción de los sujetos sociales. Pese a ello, es preciso diferen-ciar la lucha del desarrollo conceptual, pues la lucha es por alcanzar igualdad frente a las diferencias entre oportunidades y derechos, la categoría de género es una apuesta del siglo XX donde se ponen en discusión académica dichas desigualdades, que terminan sirviendo de soporte para algunas activistas feministas contemporáneas.

Frente a la categoría de género, Scott (1993) y otros autores lo aso-cian con una dimensión cultural, normativa, subjetiva y familiar, que inciden en cómo se concibe a la mujer y el hombre. En este sentido, se entiende como “una construcción social” (Comas, 1995) que tras-ciende y atraviesa todos los escenarios de la vida cotidiana. En este

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marco, las relaciones de poder ejercen un papel incipiente en la des-igualdad de los sexos, y éstas se conciben a partir de estructuras de dominación que se fundamentan, según Bourdieu (2005), por entes institucionales como la familia, la iglesia, la escuela y el Estado; y ac-tores masculinos que han promovido la subordinación de las mujeres.

Ahora bien, se hace una precisión acerca de las dinámicas de iden-tidades de género en los grupos étnicos y sociales, los cuales se opo-nen con la diferenciación de roles que surgen en la población blanca, ya que para Bonilla (2010) los roles para estos grupos específicos se conciben sin ninguna distinción tanto para hombres como mujeres, porque se conciben como personas que tienen las capacidades físicas para ejercerlos, sin excluir alguna actividad económica para un sexo en particular. Lo que Wills define como regímenes de género, entendi-dos como “reglas de juego formales e informales que regulan las dife-rencias de género y que basadas en éstas distribuyen el poder”, lo cual permite profundizar en el análisis de la desigualdad y las violencias que han afectado y vulnerado los derechos de las mujeres. Al cruzar esto con las condiciones de etnia, clase, nivel educativo, religión, etc., se habla de intersección de género (Perilla, 2014). Este planteamiento ha sido debatido por Fraser (1997), quien considera las diferencias según el tipo de justicia al que se pueda acceder: de redistribución o reconocimiento; la primera hace referencia a la igualdad de los bienes y recursos sin alguna distinción; y la segunda, se asocia con el reco-nocimiento de la diferencia, específicamente a los grupos étnicos y de género.En este escenario, vale la pena retomar los planteamientos del feminismo latinoamericano, que sugiere la necesidad de retomar el reconocimiento de las experiencias localizadas, que especifiquen las condiciones de cada país, que permita incluso superar el “tráfico de teorías” (Femenías, 2007) y dar cuenta de mujeres como las que se retoman en el presente texto, mujeres campesinas, mujeres indí-genas, mujeres afro, todas ellas con experiencias que enriquecen los desarrollos que se han establecido en este tema y que favorece “una conciencia de real contribución al discurso feminista”.

En este sentido, un desarrollado visibilizado en mujeres campesi-nas es el empoderamiento, el cual vale la pena comprender desde la

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perspectiva teórica para una interpretación de las iniciativas ciudada-nas con importante participación y liderazgo femenino y su significa-do como procesos articulados a formas de resistencia civil no violen-ta, lo cual se hizo desde tres acercamientos que resultan contrastantes y útiles para la caracterización de las experiencias identificadas con la Cartografía de la Esperanza. Estos tres acercamientos surgen de dar respuesta a las preguntas quiénes resisten, contra qué resisten o por qué resisten, pues es aparentemente en la conjunción de estos interro-gantes que se identifican las mayores divergencias. Se tomó este ca-mino consultando la tendencia actual del feminismo de la diferencia (Millán Benavides et al, 2004) que busca pluralizar el significado de ser hombre y mujer, de acuerdo con contextos históricos, culturales y locales específicos. El enfoque teórico de la resistencia no violenta se inicia con los contrastes de diversidad étnica y de pluralidad cultural, para dar paso a las discusiones identificadas en la literatura sobre género y lo que se conoce como aproximación neutra, desde las dife-rencias culturales y en las relaciones entre varones y mujeres.

En lo relacionado con paz, no todas las investigaciones presentan reflexiones conceptuales o teóricas sobre el tema de paz, pese a tener-lo como común denominador. El sustento teórico central en el tema de paz se remite a tres autores: Johan Galtung en lo relacionado con paz positiva y paz estructural; Vicenç Fisas frente al significado de la construcción de paz; Tafur (2011), a partir de los cuatro principios que componen la paz (natural, directa, estructural y cultural) remite fundamentalmente a los procesos de convivencia con resolución pací-fica de conflictos en el marco de valores la solidaridad, respeto por sí mismo, bondad verbal (diálogo) y física (no agresión), equidad, liber-tad y solidaridad. El trabajo de De Ávila recupera el aporte de Fisas sobre el significado de los promotores de paz y afirma que una mujer constructora de paz “es quien interioriza e institucionaliza los valo-res, actitudes, conocimientos y procederes ligados a la cultura de la paz, desempeñando una función de alfabetización para la paz, ayu-dando a los otros y otras a aprender las dificultades de la mediación y de la transformación de los conflictos en cooperación” (2013:24).

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El anterior documento es un marco de referencia del rol que ocu-pa la mujer rural frente a escenarios de participación con miras a la construcción de paz, lo que trae consigo algunas dificultades que van desde los elementos históricos del papel de la mujer en espacios laborales y familiares, hasta el abordaje directo de la mujer en un territorio específico, como ocurre en Sumapaz.

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Construcción de paz en Colombia en el escenario de post acuerdo con la guerrilla de las FARC-EP

Una reflexión acerca de retos y dilemas para el Trabajo Social

Sebastián Correa Estudiante de Trabajo Social y Filosofía (Universidad Industrial de Santander)Correo: [email protected]

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Resumen

Colombia ha vivido un conflicto armado de más de 50 años, llevando a la búsqueda de una salida política negociada en los últimos años, con el fin de construir la paz. El presente ensayo intentará reflexionar acerca de los retos y dilemas del Trabajo Social en los procesos de acompañamiento y reparación integral a víctimas, en el marco de la construcción de paz en Colombia, luego de firmado el acuerdo en la Habana entre las FARC y el gobierno nacional. Para tal fin, se abordarán algunas características generales de carácter sociohistórico del conflicto armado en Colombia, sus principales impactos y daños en la población, con el fin de plantear algunos retos de la acción profesional de Trabajo Social en contextos de construcción de paz.

Palabras claves

Conflicto armado – Reparación Integral a víctimas – Trabajo Social

Abstract

Colombia has experienced an armed conflict for more than 50 years, which has led in recent years to the search of a political outcome, to build peace. This paper attempts to reflect on the challenges and dilemmas of Social Work regarding the processes of accompaniment and integral reparation to victims, within the framework of peace-building in Colombia, after the agreement was signed in Havana between the FARC-EP and the national government. To this end, some general socio-historical characteristics of the armed conflict in Colombia, their main impacts and damages to the population will be addressed, to make light of some challenges concerning the professional action of Social Work in peace-building contexts.

Keywords

Armed conflict – Integral reparation to victims – Social Work

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“Es un pueblo muy paciente un pueblo

que espera sesenta y cinco,

setenta, cien años por la paz.

Cien años de soledad.

Un pueblo que trabaja, que confía en Dios,

que sueña con un futuro digno y feliz, porque,

a pesar de lo que digan los sondeos frívolos,

no vive un presente digno y no vive un presente feliz”

William Ospina

Introducción

Colombia se encuentra en un proceso de terminación del conflicto armado, debido, por un lado, al proceso de paz iniciado por el go-bierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) desde el año 2012, que finalizó su etapa de negociación con el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, firmado el 24 de noviembre de 2016, que dio paso —después de su refrendación— a la etapa de implemen-tación de los acuerdos. Asimismo, desde febrero de 2017 el gobierno colombiano instauró una mesa de Negociación con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), buscando como lo ha afirma-do el presidente Juan Manuel Santos en diferentes medios de comu-nicación, una “paz completa”. Teniendo en cuenta lo anterior, el pre-sente ensayo busca reflexionar acerca de los retos y desafíos que tiene el Trabajo Social, como profesión-disciplina de las ciencias sociales y humanas en la construcción de paz en Colombia, luego de firma-dos los acuerdos de la Habana (Cuba) entre las FARC y el gobierno Nacional y la posible firma con el ELN.

En la primera parte del artículo, se abordarán algunos aspectos generales del contexto histórico en que se desarrolló el conflicto ar-mado y sus efectos e impactos más notorios sobre la población co-lombiana. Por otro lado, se revisarán los marcos jurídicos que pueden

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orientar la acción profesional de Trabajo Social en lo que compete a la reparación integral a víctimas. Seguidamente, se reflexionará acer-ca de los retos y dilemas del ejercicio profesional de Trabajo Social, teniendo en cuenta sus principios y las exigencias de la sociedad co-lombiana contemporánea en el marco de los posacuerdos. Por último, se establecerán conclusiones, con el fin de enriquecer el debate sobre el ejercicio profesional del Trabajo Social en Colombia y América Latina.

Contexto histórico e impactos sobre la población colombiana

Colombia se ha caracterizado por sus altos niveles de conflictivi-dad social, manifestados en guerras y confrontaciones directas entre los pobladores de este país debido, principalmente, a problemas so-ciales, económicos y culturales como: la falta de distribución equita-tiva de la tierra, el abandono generalizado del Estado en el territorio colombiano, la polarización política y, recientemente, el auge y con-solidación del narcotráfico. Sin embargo, es en el siglo XX donde Colombia vive los más altos índices de violencia directa, debido al surgimiento de un conflicto armado interno, que tiene sus antece-dentes en el período denominado “La Violencia”, comprendido en-tre 1948 y 1958, en el cual ocurrieron asesinatos y agresiones entre simpatizantes del partido conservador y el partido liberal debido a la constante pugna por el poder. Al respecto, el Grupo de Memoria Histórica (en adelante, GMH) afirma “dentro de los partidos políti-cos se constituyeron agrupaciones armadas con diferentes niveles de organización: de un lado, la policía chulavitan y los pájaros (asesinos a sueldo), al servicio del Gobierno Conservador; del otro, las guerri-llas liberales y las autodefensas comunistas” (2013:112). Entre los asesinatos más emblemáticos, se encuentra el magnicidio del caudillo Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948, líder carismático y con amplio apoyo popular, quien fue asesinado debido a la distancia que había tomado de las ideas tradicionales del Partido Liberal colombia-

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no, adoptando posturas socialistas que representaban una amenaza para el orden social vigente. Este asesinato desencadenó el hecho his-tórico conocido como el “Bogotazo”, que intensificó la violencia en la población colombiana.

Como respuesta a la polarización política que vivía el país, en 1958 el presidente de Colombia, el general Rojas Pinilla, tomó la decisión de llegar a un acuerdo entre los simpatizantes del partido Conservador y Liberal, con el fin de reducir los altos índices de violen-cia, para ello conformaron una coalición llamada el Frente Nacional, en la que acordaron alternarse por partes iguales los cargos públicos de representación, el cual duró 16 años. Sin embargo, a pesar de los sucesos violentos que se evitaron con dicho acuerdo, esta medida de alternancia en el poder es catalogada como negativa por algunos es-tudiosos del conflicto armado en Colombia, debido a que se da un cierre del universo político, como lo afirma Sergio de Zubiría, me-diante la “represión contra las disidencias políticas, los partidos de oposición y los movimientos sociales autónomos” (2015:223) negan-do expresiones políticas afines a las ideas socialistas, precisamente en auge debido al triunfo de la Revolución Cubana.

En los años sesenta nacen las guerrillas de las FARC, el ELN y el Ejército Popular de Liberación (EPL), las cuales se adscriben a unas corrientes marxistas-leninistas pro revolución cubana y china, cana-lizando el descontento social, producto del abandono estatal, la des-igualdad social, la imposibilidad de acceso a la tierra, siendo los cam-pesinos los más afectados. Sin embargo, en los primeros años estos grupos armados no lograron mayor impacto a nivel militar, según el GMH “durante las décadas de 1960 y 1970, la lucha armada no tuvo una particular visibilidad en la escena nacional, debido al confina-miento de los grupos guerrilleros en zonas periféricas y al carácter in-cipiente de dichas organizaciones, tanto en el plano político como en el militar” (2013:127). Asimismo, en 1974 producto del fraude en las elecciones presidenciales de 1970 surge la guerrilla del Movimiento 19 de Abril (M-19) con un enfoque más urbano que rural.

Es así como, al finalizar el período presidencial de Alfonso López Michelsen, el 14 de septiembre de 1977 se da un gran paro cívico en

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el país, convocado por sectores populares, debido a la profunda crisis económica y social en que se encontraba Colombia, el cual fue repri-mido fuertemente por las fuerzas militares que evidenciaron su pos-tura anticomunista (GMH, 2013:132). En concordancia con lo ante-rior, el presidente Turbay Ayala en 1982 dicta la medida del Estatuto de Seguridad Nacional, que buscaba la persecución política de toda expresión diferente crítica acerca del orden vigente en Colombia, te-niendo en cuenta el imaginario del enemigo interno y la mentalidad contrainsurgente que vivía la institucionalidad colombiana. Al res-pecto, Jairo Estrada afirma: “el sistema capitalista colombiano im-perante, en respuesta a los movimientos cívicos y guerrilleros que buscaban la transformación del país, activó con toda fuerza como dispositivo de preservación sistémica el terrorismo de Estado cuya expresión normativa estuvo en el Estatuto de Seguridad, impuesto durante el gobierno de Turbay Ayala (1978-1982). Siguiendo la expe-riencia antisubversiva de las dictaduras del Cono Sur, las detenciones arbitrarias, la tortura, la desaparición forzada se erigieron como ar-mas preciadas del combate contra el enemigo interno” (2015:325).

Lo anteriormente citado llevó a la guerrilla de las FARC a la re-orientación de su política militar, pasando de una estrategia defensiva a una ofensiva, con el objetivo de expansión territorial que permitiera la toma del poder en Colombia y en respuesta al Estatuto de Seguridad Nacional. Al respecto, GMH afirma: “en su VII Conferencia, reali-zada en 1982, habían decidido pasar de ser una guerrilla defensiva para convertirse en una ofensiva, en un contexto endurecido por el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala” (2013:135).

Por otro lado, en 1984 producto de los acuerdos de la Uribe entre el gobierno de Belisario Betancourt y las FARC, se da origen al par-tido político de la Unión Patriótica, que surge como propuesta para realizar disidencia política por medios democráticos. Sin embargo, en los siguientes años se da el asesinato sistemático de los miembros del partido por parte de los grupos paramilitares y miembros del Estado, generando un genocidio político que causó una posterior intensifi-cación del conflicto armado, debido a que este experimento impedía pensar la posibilidad de llegar a cargos de representación, por medios

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democráticos, a los grupos políticos alzados en armas. De esta ma-nera, según Sergio de Zubiría, no sólo se asesinó físicamente a sus militantes, sino también “este tipo de victimización colectiva tiene la característica que está eliminando política y culturalmente otras sociedades posibles y proyectos políticos alternativos; no se trata de la muerte física individual sino de asesinar los sueños políticos colec-tivos de comunidades enteras” (2014:222).

Es necesario resaltar que en la década del ochenta se da el auge y consolidación de la economía del narcotráfico, permeando las diná-micas del conflicto armado, generando muertes, zozobra y temor en la población colombiana, es en este contexto donde se dan a cono-cer los carteles de Medellín y de Cali. Asimismo, surgen los grupos paramilitares, en sus inicios grupos de seguridad privada que tenían como fin la protección de la propiedad privada y la eliminación de los grupos comunistas que eran entendidos como una amenaza; en estos grupos se resaltan líderes como los hermanos Castaño, Rojas, Buitrago y Hernán Giraldo, Salvatore Mancuso, entre otros. Es ne-cesario precisar que estos ejércitos actuaron con la complicidad de la fuerza pública; al respecto Uprimmy afirma que “las acciones pa-ramilitares no siempre fueron perpetradas por estructuras armadas constituidas al margen de la ley, sino que en muchos casos fueron acciones clandestinas de sectores radicales de las Fuerzas Militares, o simplemente acciones sicariales que respondían a alianzas funcio-nales y coyunturales entre distintos actores económicos, políticos y militares que no apuntaban a la conformación de grupos o comandos permanentes” (2013:140).

Sin embargo, en el año 1996 estos grupos dieron origen a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), ejército paramilitar de extrema derecha, encabezado por los hermanos Castaño y consi-derado uno de los principales actores que más víctimas ha dejado en el conflicto armado. En cuanto a su naturaleza, Marcos Palacios sostiene que “los paramilitares han sido los grupos más elusivos del conflicto armado colombiano. Nacen y pelechan en los intersticios del narcotráfico, el latifundismo, el clientelismo y las prácticas de la contrainsurgencia. Prima facie aparecen con el carácter reactivo de

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fuerzas supletorias del Estado ante la acción guerrillera; como dijera «Tirofijo» en su discurso de la «silla vacía», son los hijos legítimos del Estado” (2014:236).

En 1991 se promulga la nueva constitución colombiana, acompa-ñada de la desmovilización del EPL y el M-19. No obstante, a pesar del reconocimiento de diferentes derechos en dicha carta magna, en los siguientes años se da una articulación entre grupos paramilitares, empresarios y algunos miembros del Estado con el fin de derrotar a las guerrillas, generando altos índices de violencia. Es así como se afirma que entre 1996 y 2005, la guerra alcanzó su máxima ex-presión, extensión y niveles de victimización. El conflicto armado se transformó en una disputa a sangre y fuego por las tierras, el territo-rio y el poder local. Se trata de un período en el que la relación de los actores armados con la población civil se transformó. En lugar de la persuasión, se instalaron la intimidación y la agresión, la muerte y el destierro (GMH, 2013:156).

En el período presidencial de Andrés Pastrana, se llevó a cabo un proceso de negociación entre el gobierno y las FARC, conocido como los Diálogos del Caguán. Sin embargo, su fracaso generó el imaginario en la sociedad colombiana de la imposibilidad de una sa-lida política negociada al conflicto, siendo la guerra la única opción. Precisamente en este contexto, es elegido Álvaro Uribe Vélez, quien gobierna durante dos períodos (2001-2010), centrando su gobierno en su política de seguridad democrática, que buscaba una derrota militar de las guerrillas presentes en el país. En el desarrollo de esta política de seguridad, se dan alianzas entre sectores económicos, po-líticos, sociales y militares que buscaban el posicionamiento militar y político del paramilitarismo en Colombia, debido a los intereses comunes en cuanto a la defensa de la propiedad privada y la ideología contrainsurgente que ha primado en Colombia desde el siglo pasado.

Por ello en Colombia, producto del aumento de la ofensiva para-militar, se da la mayor cifra de desplazamiento forzado de la historia. Según Acnur Colombia, ocupa el segundo lugar en el mundo por el número de desplazados internos y el octavo lugar por el número de refugiados en el exterior. A su vez, debido a los incentivos otorga-

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dos a militares por guerrilleros dados de baja, bandera central de la política de seguridad democrática, se las ejecuciones extra judiciales de civiles o falsos positivos, modalidad que consistía en el asesinato de jóvenes civiles, con el fin de hacerlos pasar como guerrilleros y de esta forma mostrar a la opinión pública los resultados en su política guerrerista (este suceso se dio a conocer en el año 2008, siendo Juan Manuel Santos Ministro de Defensa). Entre 2003 y 2006 se da un proceso de desarme de los grupos paramilitares, conocido como Las Conversaciones de Ralito, donde algunos bloques de las AUC se des-movilizan, acogiéndose a la Ley de Justicia y Paz. Sin embargo, en los años posteriores se vivió un rearme de estos paramilitares, que perdura hasta hoy.

Finalmente, en 2010 Juan Manuel Santos Calderón es elegido pre-sidente de Colombia con la promesa de continuar las políticas gue-rreristas de su antecesor, pero, a mediados de su primer mandato toma distancia y decide buscar una salida negociada al conflicto ar-mado con las FARC. Para ello, el 26 de agosto del 2012 se firma el “Acuerdo para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera”, en la cual se estipuló la agenda de nego-ciación entre las partes y se definieron los puntos a discutir, a saber: política de desarrollo integral, participación política, fin del conflic-to, solución al problema de las drogas ilícitas, víctimas e implementa-ción, verificación y refrendación de los acuerdos.

Más adelante, el 26 de junio del 2016, las partes firman un acuer-do que buscó ser refrendado a través de un plebiscito, el 2 de octubre de 2016, en el que ganó el No. Frente a ello, la mesa de negociaciones decidió realizar algunos cambios teniendo en cuenta las críticas que se realizaban al acuerdo, lo que dio como resultado la firma de un nuevo texto el 24 de noviembre de 2016, que fue refrendado mediante el Congreso de la República. El 7 de febrero de 2017 el gobierno de Santos dio inicio a la fase pública de negociación con el ELN, que busca el fin del conflicto armado en Colombia con una de las gue-rrillas más viejas del hemisferio occidental, con el objetivo de buscar una “paz completa” que dé paso a la construcción de paz.

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Es necesario precisar que la búsqueda de la paz no es sólo una apuesta de las élites políticas, ya que la sociedad colombiana ha juga-do un papel importante mediante la movilización social por la paz, en la cual han participado asociaciones de víctimas, movimientos es-tudiantiles y comunidades campesinas1.

La violencia que ha vivido Colombia por más de 50 años ha dejado un total de 8.022.919 víctimas, según el Registro Único de Víctimas, y un total de 6.371.695 sujetos de atención, debido a la perpetración de modalidades de violencia como: asesinatos, masacres, sevicia y tortura, desapariciones forzadas, secuestros, despojos y extorsiones, violencia sexual, reclutamiento ilícito, mina antipersonal, ataques a bienes civiles, atentados terroristas, entre otros, todas violatorias del derecho internacional humanitario, los derechos humanos, generan-do graves secuelas en las familias, grupos y comunidades.

Una de las particularidades del conflicto armado es la afectación diferenciada dependiendo de la zona del país, debido a que existen territorios estratégicos para los grupos armados. Al respecto, Jorge Giraldo afirma que “el 48% de los episodios de victimización tuvo lugar en siete departamentos: Antioquía, Cauca, Valle del Cauca, Ariño, Cesar, Norte de Santander y Meta” (2015:86). Por otro lado, debido a la diversidad étnica colombiana, las comunidades indígenas y afrocolombianas se han visto afectadas. El informe del PNUD afir-ma que entre 1996 y 2009, 1190 indígenas fueron asesinados. Estas cifras se hacen más dramáticas cuando se considera que, tal y como lo afirma la ONIC, 102 pueblos indígenas se encuentran en riesgo de desaparecer, de los cuales 32 cuentan con menos de 500 personas (GMH, 2013:278).

Estos hechos dejan en los diversos grupos poblacionales colombia-nos, diferentes daños psicológicos, políticos y socioculturales. Según

1 Se destacan experiencias como San José de Apartadó, que desde 1997 decidió conformase como Comunidad de Paz e impide la entrada de cualquier actor armado en la zona y, a pesar del asesinato de varios de sus pobladores, sigue resistiendo desde la No Violencia. También la experiencia de la Zona de Reserva Campesina de la Asociación Campesina de Valle del Rio Cimitarra, que mediante su apuesta política de permanencia en el territorio ha resistido no violentamente a las confrontaciones del conflicto armado, siendo merecedores en 2010 del Premio Nacional de Paz (Cely, 2015:17). Son sólo dos ejemplos de las diferentes experiencias que existen desde la población colombiana hacia la construcción de paz.

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el GMH, “los impactos psicológicos deterioran las relaciones inter-personales y la salud física; las pérdidas económicas generan inestabi-lidad emocional; los impactos colectivos y el daño a las redes sociales y comunitarias afectan las capacidades y posibilidades individuales” (2013:260).

Uno de los daños e impactos a nivel sociocultural es la destrucción del tejido social, el deterioro de las prácticas comunitarias y colecti-vas, debido al miedo y zozobra instaurado por la violencia. Según Francisco Gutiérrez, “el conflicto destruyó de manera masiva el tejido social, tradiciones positivas y redes de confianza. En la medida en que estuvo asociado a un brusco aumento de la criminalización de la vida pública y la propiedad sobre la tierra, también, tuvo un efecto deletéreo sobre la confianza de los colombianos en sus conciudadanos y en las instituciones” (2015:557).

A raíz de lo anterior, en la sociedad se presenta una alta polari-zación política, desconfianza y miedo, donde todo aquel que piense diferente es considerado como un enemigo que debe ser deshumani-zado y eliminado. La imposición “de variadas formas y dispositivos de regulación social que han naturalizado el ejercicio de la violencia, ha pretendido quebrar toda expresión de cooperación y solidaridad y ensanchado una especie de fascismo social que no excluye la liqui-dación del contradictor devenido en enemigo” (Estrada, 2015:356).

Por otro lado, a nivel psicológico y emocional son múltiples los daños debido a los hechos victimizantes, que generan sentimientos de rabia, dolor, culpa, vergüenza, miedo, zozobra, impotencia, en-tre otros. Por ejemplo, en crímenes como las masacres, torturas, vio-lencia sexual, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas, según GMH, “son hechos que marcan las historias individuales y colectivas, que rompen abruptamente el curso de las vidas porque arrebatan la certidumbre de habitar un mundo conocido y ponen en crisis creencias, relaciones y, en general, todos los aspectos que son fuente de sentido y de soporte para la existencia” (2013:267).Sobre las consideraciones anteriores, vale la pena resaltar los daños e im-pactos causados producto de la ineficiencia estatal y la reparación li-mitada exclusivamente a una labor económica. De la misma manera,

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producto de la impunidad y la continua re victimización a la que es sometida la población sujeta de atención, según el GMH, “vivir una situación de impunidad puede provocar sentimientos de odio, miedo o deseos de venganza, especialmente cuando las víctimas constatan que los victimarios continúan libres, con igual o mayor poder y auto-ridad, o cuando reciben penas o sanciones que no corresponden a la gravedad de los crímenes cometidos” (2013:324).

Ley de víctimas y Acuerdo general de víctimas en la mesa de la Habana

El gobierno colombiano ha definido un marco jurídico para el restablecimiento de la población colombiana víctima del conflicto armado, creando acuerdos como la Ley 1448 de 2011 y el Acuerdo sobre víctimas, que establece un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición. La ley 1448 en su artículo 3 define a las víctimas como “aquellas personas que individual o colectivamente hayan sufrido un daño por hechos ocurridos a partir del 10 de enero de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho Internacional Humanitario o de violaciones graves y manifiestas a las normas inter-nacionales de Derechos Humanos, ocurridas con ocasión del conflic-to armado interno”. Esto plantea una limitación de carácter tempo-ral, donde quedan excluidas todas aquellas personas que hayan sido víctimas antes de la fecha establecida.

En cuanto a la reparación integral, la Ley “comprende las medidas de restitución, indemnización, rehabilitación, satisfacción y garan-tías de no repetición, en sus dimensiones individual, colectiva, mate-rial, moral y simbólica” debido a los altos índices del desplazamiento forzado en Colombia; el título III y capítulo II especifican el marco jurídico para la atención a víctimas en esta modalidad de violencia. Asimismo, se destaca la creación de un Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víctimas en el título V y capítulo III.

Por otro lado, en el Acuerdo Final de Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, firmado el 26 de no-

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viembre de 2016, se establece un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, cuyos objetivos específicos son: satis-facción de los derechos de las víctimas, rendición de cuentas, no repe-tición, enfoque territorial y de género, seguridad jurídica, convivencia y reconciliación, legitimidad (GNC, FARC y PG, 2016).

Retos y dilemas del Trabajo Social

En el actual panorama social que vive Colombia, los y las profe-sionales en ciencias sociales y humanas están llamados a dar un apor-te desde su campo de acción a la construcción de paz. Entre estas se encuentran los procesos de acompañamiento e intervención desde el Trabajo Social, como una profesión-disciplina que se caracteriza por su potencial interdisciplinar y su mirada holística de las problemáti-cas sociales, abordada desde una postura ético-política. Al respecto, en cuanto al ejercicio y definición del Trabajo Social, la FITS afirma que “el Trabajo Social es una profesión basada en la práctica y una disciplina académica que promueve el cambio y el desarrollo social, la cohesión social, y el fortalecimiento y la liberación de las perso-nas. Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la res-ponsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el Trabajo Social. Respaldada por las teorías del Trabajo Social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el Trabajo Social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar”.

Teniendo en cuenta los principios que orientan la profesión, vale la pena preguntarse ¿a qué está llamada en el contexto de post acuer-dos en Colombia? Al respecto, Martha Nubia Bello, sostiene que en escenarios de violencia política como los que ha vivido el país por cuenta del conflicto armado, el Trabajo Social está llamado a la “construcción de comunidad, el fortalecimiento de autonomías e identidades, la reconstrucción de tejidos sociales y de sujetos comuni-tarios, el fomento de la participación y de la organización” (2005:16).

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Por tanto, el Trabajo Social puede aportar a la construcción de paz, considerando sus principios, por un lado, desde su potencial investigativo, como disciplina adscrita a las ciencias sociales, de la mano con los estudios de paz, educación para la paz, género, deco-lonialismo y el enfoque de derechos, podrán permitir una compren-sión holística y profunda del conflicto armado teniendo en cuenta sus complejidades específicas. Por otro lado, la práctica profesional, a través de los diversos métodos y metodologías, la formulación, imple-mentación y ejecución de políticas públicas, permitirán el desarrollo de acciones sociales, gestadas desde y con las víctimas, encaminadas a la reconstrucción de tejido social, la promoción de la democracia, la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de la justicia social en el marco de los post acuerdos.

Los retos del Trabajo Social en una sociedad fragmentada y grave-mente afectada por la guerra son complejos, debido a la naturaliza-ción de la violencia en muchos ámbitos, por lo cual se deben pensar acciones profesionales encaminadas a la construcción de paz, desde y con las víctimas, buscando la reconstrucción del tejido social que se ha visto gravemente afectado, producto de las modalidades de violen-cia perpetradas en Colombia.

Teniendo en cuenta lo anterior, una de las principales fortalezas del Trabajo Social es su enfoque práctico, lo cual permite desarrollar procesos de intervención directamente con los actores. Al respecto, Loaiza afirma que “el Trabajo Social, al interactuar en contextos donde las relaciones humanas se dan, tiene un gran escenario para conocer, desde la base, cómo se construyen las relaciones entre los géneros y si éstas aportan o no a la construcción de paz, así como si esas interacciones están mediadas por la paz o por la violencia en la transformación de los conflictos. Es posible también hallar vi-siones y perspectivas desde los propios actores involucrados y desde sus cosmovisiones como base para lecturas diferentes de la realidad” (2015:103).

Por ello, el Trabajo Social al conocer la realidad desde los suje-tos que la viven, debe plantearse procesos de acompañamiento y de reparación integral a víctimas concebidos más allá de lo institucio-

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nal, debido a que muchas veces esto se ve limitado. Sobre este pun-to, Bello afirma que “las víctimas requieren, además, apoyo a sus procesos organizativos y sus demandas de justicia. La justicia es un valor que traspasa la esfera institucional y legal y que abarca dinámi-cas y acciones del ámbito social y comunitario” (2014:176). De igual modo, Bello sostiene que enfoques como el psicosocial permiten una comprensión más holística e integral de los daños e impactos en las víctimas, teniendo en cuenta los diferentes contextos del conflicto armado: “un enfoque psicosocial debe, por tanto, considerar las si-tuaciones concretas que ponen a la persona en determinada situación —tristeza, depresión, desinterés, dependencia, agresividad— y tratar-la en el marco del contexto social, comunitario, familiar y personal que se valora en función de los riesgos, oportunidades, protecciones y vínculos que pueden afectar tanto positiva como negativamente la vivencia particular” (2009:25).

Otro de los retos es evitar la revictimización, en muchos casos generada por la impunidad, por tanto, el Trabajo Social debe ir más allá de la visión institucional, que muchas veces reproduce la violen-cia de forma estructural, que concibe a las personas como objetos, cifras y sujetos pasivos de atención, olvidando que son sujetos acti-vos de derechos. Por ello, Bello advierte que “las víctimas, aquellos seres humanos a quienes se les arrebata la posibilidad de contar con las certezas y certidumbres mínimas que emergen de cierto ordena-miento institucional, social y simbólico, no son pacientes, dolientes, clientes, con quienes nos podemos relacionar desde la distancia y la indolencia, desde la objetividad y la asepsia” (2005:20).

Teniendo en cuenta lo anterior, es pertinente cuestionar el papel de supuesta objetividad y neutralidad que asumen algunos profesionales y superar la concepción pasiva de las víctimas a las que son sometidas desde el ámbito institucional y académico, debido a la visón técnico-instrumental de las investigaciones e intervenciones profesionales que niegan las potencialidades y conocimientos que puede aportar cada ser humano a la transformación de su realidad.

En concordancia con lo anterior, Victoria Fontan, quien ha traba-jado en diferentes países en escenarios post acuerdos y construcción

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de paz, advierte que es necesario ser críticos frente a los estudios de paz contemporáneos, debido a que la conciben desde una concepción mecánica, que legitima lógicas coloniales, a través de la reproducción de jerarquías, donde los profesionales son quienes “mandan”, formu-lar, hacen, piensan y ejercen una labor activa debido a su “superio-ridad intelectual”, mientras que las víctimas y poblaciones afectadas ocupan una labor pasiva de obediencia. Por ello, plantea la necesidad de descolonizar la paz, lo cual “implica que la paz ya existe a nivel local, que no tiene que ser construida de acuerdo con los valores y el entendimiento que no son propios de ese entorno” (2005:49), rom-piendo con la visión de que los profesionales formados en temas de paz y conflicto son aquellos mesías y salvadores que van a llevar la paz.

Considerando lo anterior, el profesional en Trabajo Social debe llevar a cabo su intervención profesional a través de técnicas y meto-dologías que faciliten y permitan la participación activa de los sujetos que hacen parte de cada realidad afectada por el conflicto armado, teniendo en cuenta que no debe imponer ni pre establecer valores y acciones a las personas, buscando de promover las potencialidades, conocimiento y saberes de las víctimas del conflicto armado, gene-rando relaciones horizontales y democráticas que faciliten escenarios de reconstrucción del tejido social. Por ello, es necesario tener en cuenta herramientas como la educación popular y la sistematización de experiencias, que construyen conocimiento desde los sujetos.

En cuanto a procesos gestados desde la población víctima, Mellizo propone que, en los casos de desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, “desde Trabajo Social, la recuperación de la memoria se presenta como un elemento central en la intervención psicosocial para la construcción de narraciones individuales y familiares y con sentido social” (2011:126), permitiendo el protagonismo de las voces de las víctimas, sus relatos e imaginarios para satisfacer los dere-chos más allá de lo económico-burocrático, debido a que a través de la movilización y construcción conjunta de conocimiento popular, las víctimas pasan a ser protagonistas de la transformación de sus realidades.

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Conclusiones

La firma de los acuerdos con las FARC y posiblemente con el ELN, genera en Colombia un escenario propicio para la construcción de paz, por tanto, profesiones como el Trabajo Social deben pensar los procesos de intervención y acompañamiento a víctimas desde la sa-tisfacción de derechos. Para ello, en primera instancia, se debe hacer más énfasis en la investigación en Trabajo Social ligada a los estudios de paz, con perspectiva de género, decolonial. De la misma manera, las acciones profesionales deben tener un compromiso ético-político que permita desarrollar procesos acordes a los principios y fines de la profesión. El Trabajo Social debe trabajar con otras disciplinas de las ciencias sociales, lo que le permitirá abordar las problemáticas teniendo en cuenta diversos aspectos propios de la complejidad de la implementación de los acuerdos.

Por otro lado, los procesos de acompañamiento y satisfacción de derechos deben llevarse a cabo desde relaciones horizontales, donde las víctimas pasen de ser objetos de intervención, clientes, a sujetos de acción y transformación de sus realidades, evitando la revictimiza-ción y negación de las capacidades de los sujetos que generan lógicas de violencia simbólica.

Finalmente, el Trabajo Social colombiano debe ejercerse desde una postura crítica y comprometida con un enfoque ético-político, siendo necesaria la exigencia, a través de la movilización social, del cumpli-miento por parte del Estado de la implementación de los acuerdos y la búsqueda de reformas estructurales al sistema económico y político del país, dejando de un lado la supuesta neutralidad y tomando pos-tura teniendo en cuenta las demandas de la población colombiana.

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Violencia obstétrica: una forma de violencia invisibilizada contra las mujeres

Keylor Robles Bachiller en Trabajo Social (Universidad de Costa Rica)Correo: [email protected]

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Resumen

El presente artículo corresponde al producto de un proceso investigativo desarrollado en Costa Rica durante el año 2015, como parte de las asignaciones evaluativas de dos cursos académicos. Cabe añadir que este documento fue replanteado en el año 2016 debido a la participación retroalimentativa generada en diferentes espacios académicos de discusión. Asimismo, durante el proceso de la realización del trabajo de campo se contó con la participación de diversas sujetas de investigación, quienes compartieron sus experiencias con respecto a la violencia obstétrica. Aunado a esto, en lo que respecta al eje generador se debe mencionar que se relaciona con la importancia de visibilizar otras manifestaciones de la violencia contra la mujer con el objetivo de problematizarlas, y a su vez, eliminarlas.

Palabras clave

Violencia Obstétrica – Patriarcado – Feminismo

Abstract

The present article is the result of an investigative process developed during the year 2015, as part of the assignments of two academic courses. It is necessary to add that this document was reassessed in the year 2016 due to the participation, generated in different academic spaces of discussion. As a matter of fact, during the fieldwork process, many of the subjects who were part of the investigation participated by sharing experiences regarding obstetric violence. In addition to this, regarding the generating axis, we must mention that it is related to the importance of making visible other manifestations of violence against women, with the objective of problematizing, and at same time, eliminating them.

Keywords

Obstetric Violence – Patriarchy – Feminism

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Introducción

El presente artículo corresponde al producto de un proceso inves-tigativo desarrollado durante el año 20151, como parte de las asig-naciones evaluativas de dos cursos académicos. Dicha investigación se engloba dentro del método cualitativo, el cual “es el procedimien-to metodológico que utiliza palabras, textos, discursos, gráficos e imágenes para comprender la vida social por medio de significados” (Mejía, 2004:278); es decir, las investigaciones cualitativas intentan profundizar en las respuestas que nos brindan las personas con el ob-jetivo primordial de analizar la realidad social en su totalidad, com-prendiendo que existen diferentes maneras de concebirla.

Asimismo, se utilizó el método biográfico, que “pretende mostrar el testimonio subjetivo de una persona […] lo cual se materializa en una historia de vida” (Rodríguez, Gil y García, 1996:57), permitien-do un acercamiento directo a los diferentes fenómenos en el contexto donde se presentan. Además, facilita a quienes investigan ahondar en el mundo subjetivo y la vida de las personas, resaltando la importan-cia de las situaciones vividas.

En este caso, el método biográfico se tornó fundamental para comprender la manera en cómo la categoría sexo-género2 ha influi-do en las experiencias personales vividas por las mujeres participan-tes, brindando énfasis a las situaciones de violencia obstétrica expe-rimentadas en centros públicos de atención médica de Costa Rica. Asimismo, se intenta generar una reconstrucción de las historias rela-tadas, cuyo objetivo consiste en triangularlas con los aportes teóricos de diversas autoras y autores para nutrir el debate.

Seguidamente, en lo que respecta a las premisas epistemológicas que se tomaron como punto de partida, se debe hacer alusión al para-

1 Cabe añadir que en el 2015 se realizó el trabajo de campo y el producto académico. No obstante, en 2016 se replantearon diferentes aspectos como parte de la realimentación obtenida en diferentes espacios de intercambio de conocimientos y saberes, tales como los coloquios, encuentros, jornadas y congresos.

2 Según Lamas (2004) el género hace referencia al conjunto de prácticas, creencias, representaciones sociales que se construye en función de una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres, por lo tanto, es una clasificación cultural.

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digma3 de conocimiento crítico que según Guba (citado por Krause, 1995) incluye enfoques materialistas, feministas e investigación par-ticipante y freiristas, cuya meta es la transformación social de las condiciones materiales de existencia de las y los sujetos. Igualmente, cuestiona al paradigma positivista con respecto a la objetividad, pues se incluyen los valores y las subjetividades de las personas, es decir, se subjetiviza el proceso encauzado.

Melero (2011) añade que las investigaciones que parten de este paradigma se caracterizan no sólo por el hecho de indagar, obtener datos y comprender la realidad en la que se inserta la investigación, sino por provocar transformaciones sociales en los contextos en los que se interviene. Igualmente, ella resalta el papel que desempeña la metodología constructivista, que se enmarca en este paradigma, ma-nifestando que “interpreta el significado de las experiencias huma-nas, la crítica se centra en el análisis crítico de la ideología dominan-te”. Además, intenta que se lleven a cabo procesos de autorreflexión que generen cambios y transformaciones de los actores protagonistas.

Asociado a lo anterior, la razón por la que se manifiesta que se toma como punto de partida el paradigma crítico se debe a que se transciende la descripción de la realidad, pues se intenta cuestionar y a la vez transformar las desigualdades mencionadas mediante la visibilización de este fenómeno. Tal y como lo afirma Melero (2011), la investigación crítica debe estar con la transformación de las reali-dades desde una dinámica liberadora y emancipadora de las personas que de un modo u otro se encuentran implicadas en la misma.

Continuando con el análisis, se considera fundamental brindar énfasis a uno de los enfoques señalados por Guba (citado por Krause, 1995), haciendo referencia al enfoque de la epistemología feminista. Boscán (2011:161) lo define como “una necesidad de ligar cualquier tipo de conocimiento a la lucha política y al movimiento feminista,

3 Gurdián (2007:2) define el paradigma como “un modelo o modo de conocer, que incluye tanto una concepción del individuo, sujeto [sujeta] cognoscente o persona, como una concepción del mundo en que vive y de las relaciones entre ambos […] todo paradigma tiene una dimensión política”. Cabe señalar que los aspectos que diferencian los distintos paradigmas son los conceptos que se posean sobre la realidad, la manera en cómo se concibe el conocimiento junto con las metodologías empleadas para acceder este conocimiento mencionado.

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que busca la liberación del pensamiento y la praxis de toda clase de discriminación y desigualdad”. Se debe hacer hincapié señalando que el proyecto político que sostiene la epistemología feminista, exterio-riza una crítica directa contra las distintas maneras de opresión y ex-clusión sufridas por las mujeres debido a la condición sexo genérica, partiendo de las experiencias en cómo el patriarcado pasa por sus cuerpos al ser mujeres.

Posteriormente, con respecto a las razones principales por las cuales surgió este enfoque, se puede incluir lo manifesta-do por Maffía (2007:64), quien afirma que “las mujeres han sido expulsadas de la ciencia tanto en su acepción antigua de conocimiento racional teórico, como en la moderna ilustrada basada en la confrontación experimental de los datos”. Lo an-terior dio como resultado el surgimiento de la ciencia andro-céntrica4, en donde se valida lo que proviene del varón adulto, blanco, propietario y capaz de la producción del conocimien-to; excluyendo totalmente a las mujeres de este ámbito.

Del mismo modo, una de las características esenciales de la episte-mología feminista corresponde a la inclusión de la experiencia como categoría epistemológica. De acuerdo con Díaz (2010:49-50), “se en-tiende como una narrativa que sitúa en un punto espacial y temporal la vivencia de género que, a la vez, se interrelaciona con la raza, clase […] siempre es personal y social, por tanto, constructora de subjetivi-dad”, es decir, corresponde a la manera como los fenómenos sociales pasan por las subjetividades y las corporeidades de las mujeres, en constante diálogo con intersubjetividades.

En este caso, específicamente la experiencia de las mujeres que han experimentado manifestaciones de la violencia obstétrica se torna en un elemento medular durante el análisis, pues mucha de la produc-ción de conocimiento que se ha desarrollado sobre este fenómeno consiste en productos académicos e intelectuales originados por la

4 El androcentrismo se manifiesta “cuando el hombre, lo masculino o la masculinidad son considerados la medida de todas las cosas; cuando las acciones individuales reflejan perspectivas, intereses o valores masculinos; cuando el hombre, lo masculino y la masculinidad son considerados fuente única o primordial de sabiduría y autoridad, o cuando las experiencias masculinas son las preeminentes, las normativas, las imitables, las deseables” (González, 2013:493).

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indagación desarrollada, mayoritariamente, por hombres médicos, partiendo desde una perspectiva patologizante de los procesos qui-rúrgicos, expropiando de derechos a las mujeres. Por lo cual se torna trascendental visibilizar la voz de ellas desde sus propias vivencias, aportado elementos de la epistemología feminista.

Por otra parte, en lo que refiere a la población participante, cabe añadir que durante el proceso investigativo se concibió a las mujeres como sujetas que (re)interpretan sus experiencias desde los escena-rios sociales en que se sitúan cotidianamente y la manera en cómo construyen conocimiento, rompiendo con la perspectiva en donde se analizan como fuentes de información despersonalizadas.

Seguidamente, en este artículo la población participante se con-forma de la siguiente manera: la primera entrevistada tiene dieciocho años y reside en la región occidental de Costa Rica. En el caso de ella, se desea analizar la influencia de la discriminación por factor etario; la cual “se fundamenta en la edad de las personas” (Jager, López y Vargas, 2005:20). Se considera importante añadir que este tipo de discriminación se puede presentar en dos situaciones: discriminación por ser persona menor de edad (o joven), o bien por ser una persona adulta mayor.

La discriminación hacia las personas jóvenes por su edad se rela-ciona directamente con el adultocentrismo, categoría que “designa en nuestras sociedades una relación asimétrica y tensional de poder entre los adultos y los jóvenes” (Krauskopf, 2000:17). Cabe añadir que esta autora manifiesta que la visión adultocéntrica se encuentra consolidada debido a la relación estrecha con la lógica patriarcal5 que permea los contextos sociales.

En el segundo caso, la participante tiene cuarenta años y habita en la Zona Sur del país. En su historia se presencia la discrimina-ción permeada por el proceso centro-periferia, “el sistema centro-periferia establece en su modelo la existencia de dos grandes polos

5 Villegas (2009:2) afirma que el patriarcado es la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres, los niños, las niñas y, por tanto, la ampliación de este dominio masculino sobre nuestra sociedad en general. El patriarcado se impone a través de múltiples formas de violencia, desde las más sutiles, paisajeadas (en el horizonte de la cotidianidad) e históricas, hasta las más cruentas y modernas, logrando la subordinación”.

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económicos, cada uno con sus características específicas” (Bertinat et al, 2012:3). Si bien es cierto, esta teoría surgió con la finalidad de analizar la forma en cómo se desarrolla la dimensión económica en los países incluidos dentro de la dicotomía de “desarrollados/subde-sarrollados” y la dependencia que se establece entre ambos; se adaptó el término anterior, estableciendo el centro como una zona determi-nada del país, en este caso el Gran Área Metropolitana (GAM), y la Zona Sur como la periferia.

En este punto, se torna pertinente añadir que, a pesar de que la delimitación anterior se establece de manera cartográfica (centro: GAM/periferia: Zona Sur), este análisis no puede ser concebido sólo en términos cartográficos, es decir, debe trascender la localización contextual geográfica. Sin embargo, dentro de este artículo se elige definirlo de esta manera con el fin de ubicar los contextos sociocul-turales que caracterizan a ambas zonas y, a su vez, identificar las disimilitudes con respecto a la atención brindada en los partos.

La tercera entrevistada es una mujer nicaragüense migrante de veinticinco años, que vive en San José desde hace una década. En el relato expuesto por ella se desea estudiar la discriminación basada en la nacionalidad, “la idea de nación trasladada a las personas median-te la nacionalidad entraña el reconocimiento de un estatus jurídico, con sus preceptivos derechos y libertades, así como supone la ads-cripción a una identidad nacional” (Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, 2011:11).

Del mismo modo, se vuelve oportuno señalar las diferencias que se gestan en la construcción del estereotipo alrededor de cada nacio-nalidad. Lamentablemente, la nacionalidad nicaragüense es una de las más inferiorizadas, debido a las representaciones sociales6 que se construyen dentro de la población costarricense con respecto a las personas habitantes y nacidas en ese territorio vecino.

6 Este término se concibe según lo expuesto por Moscovici (citado por Mora, 2002): “la representación social es una modalidad particular del conocimiento, cuya función es la elaboración de los comportamientos y la comunicación entre los individuos. La representación es un corpus organizado de conocimientos y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social”.

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Actualmente, una de las singularidades principales que propicia la reproducción del sistema patriarcal en el que nos encontramos in-mersas todas las personas, corresponde a la diversidad de manifesta-ciones de la violencia contra la mujer basada en género; es decir, hoy en día observamos numerosas circunstancias en las cuales se expresa el ejercicio de poder contra ellas.

Respecto a lo señalado en el párrafo anterior, Hidalgo y Rodríguez señalan lo siguiente: “Las mujeres habitamos en un contexto común, donde vivimos una historia de opresión, explotación y dominio, debi-do a que nos encontramos bajo la influencia de un sistema capitalista patriarcal, el cual venera y exalta la posición androcéntrica, en detri-mento de los intereses de la población femenina. Así, coexistimos en un mundo discriminatorio y en una sociedad dividida según el sexo, el poder adquisitivo, el nivel económico, el grado de escolaridad, la edad, la nacionalidad y la postura política” (2014:111).

Aunado a lo anterior, Villegas (2009) afirma que la violencia en contra de la mujer es una violación sistemática de los derechos hu-manos. Cabe enfatizar que dentro de este artículo se afirma la pre-sencia de la violencia contra la mujer, y no violencia de género, como algunos sectores la denominan pues, como lo afirma Carcedo (2013), la violencia contra las mujeres corresponde a un problema de poder, suscitado por la desigualdad de poder entre los dos géneros (masculi-no y femenino). Por lo tanto, la categoría género se incluye dentro de esta perspectiva con el objetivo de establecerla como elemento cues-tionador a la posición de subordinación del género femenino, es decir, permite convertirse en un aspecto de análisis del fenómeno estructu-ral de la violencia contra las mujeres.

Continuando con lo anterior, se debe mencionar que, a lo largo de las últimas cuatro décadas, algunas de las manifestaciones de la violencia contra la mujer han enfrentado un proceso continuo de des-naturalización, donde el objetivo corresponde a la búsqueda por erra-dicar dicha expresión específica. La mayoría de actoras, individuales y colectivas, dentro del movimiento feminista se enfocaron esencial-

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mente en la conquista de luchas sociales conexas con la participación7 y la liberación femenina de diferentes formas de opresión cotidiana.

El ámbito de la atención del embarazo y todo lo afín con este: parto, puerperio8 y lactancia, es sólo uno de los escenarios donde se exterioriza y visualiza la violencia ejercida contra las mujeres (Pintado, Penagos y Casas, 2015). No obstante, uno de los aspectos más relevantes de esta muestra de agresión es la naturalización pre-sente dentro de los discursos y de las acciones cometidas por quienes participan en este proceso.

En lo que respecta a la visibilización de este fenómeno, se debe manifestar que se caracteriza por su carácter reciente en relación con otras formas de violencia contra las mujeres, tales como la violencia física, sexual y psicológica. De forma específica, este tema se empe-zó a abordar en el año 2004 en Argentina. Sin embargo, el término violencia obstétrica fue empleado por primera vez tres años después en Venezuela, este fue incorporado en la “Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia”, aprobada en marzo del 2007.

Seguidamente, se debe hacer referencia a la conceptualización de este fenómeno. Arguedas define la violencia obstétrica como “un con-junto de prácticas que degrada, intimida y oprime a las mujeres y a las niñas en el ámbito de la atención en salud reproductiva y, de manera mucho más intensa, en el período del embarazo, parto y postparto” (2014:147). Asimismo, construye la categoría de “poder obstétrico” incluyendo los aportes teóricos de Foucault, en donde se afirma que “el poder obstétrico constituye una forma de poder disciplinario […] que produce cuerpos sexuados y dóciles” (Arguedas 2014:147), lo cual evidencia la forma en como el sistema patriarcal se encarga de

7 Durante la primera ola de feminismo (aproximadamente entra la década de los sesenta hasta los ochenta) se intentaba “conseguir la profundización de esa igualdad hasta abolir totalmente las diferencias artificiales debido al sexo”.

8 Según Peralta (1996:1) el puerperio “es el período de la vida de la mujer que sigue al parto. Comienza después de la expulsión de la placenta y se extiende hasta la recuperación anatómica y fisiológica de la mujer. Es una etapa de transición de duración variable, aproximadamente 6 a 8 semanas”. También conocido popularmente como “cuarentena”.

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intentar dominar el cuerpo de la mujer, realizando un proceso de cosificación y transformación en seres dóciles.

Por su parte, Aragón (2013) aporta que la violencia obstétrica se presenta cuando se genera un proceso de apropiación del cuerpo y procesos reproductivos de las mujeres por prestadores de salud, re-sultando tratos jerárquicos deshumanizadores y un abuso de medica-lización y patologización de los procesos naturales. Lo anterior pro-voca pérdida de autonomía y capacidad para decidir libremente sobre sus cuerpos y sexualidad impactando negativamente en la calidad de vida de las mujeres.

Para lograr una mejor comprensión de la violencia obstétrica se de-cide incluir la división de modalidades propuesta por Paolini (2011), quien clasifica esta expresión de violencia en: a) violencia obstétrica física; y b) violencia obstétrica psíquica.

Este artículo se enfoca en el primer tipo de violencia obstétrica, que hace referencia a “prácticas invasivas y suministro de medicación que no estén justificados por el estado de salud de la parturienta o de la persona por nacer, además no respetar los tiempos ni las posibi-lidades del parto biológico” (Paolini, 2011:271). Es decir, son aque-llas acciones físicas cometidas en detrimento de la mujer y/o el niño o la niña. Aunado a esto, se debe incluir la realización de cesáreas innecesarias y otras praxis médicas peligrosas como la maniobra de Kristeller, la cual consiste en una “maniobra practicada durante el parto que consiste en presionar en la parte superior del útero duran-te las contracciones de la mujer. Se practica usualmente cuando el proceso de parto parece durar demasiado. Tiene potenciales efectos peligrosos como la rotura uterina, daños en el perineo, hematomas y contusiones en el abdomen de la mujer y el cuerpo del/la bebé” (Sánchez, 2015:111). Igualmente, se puede mencionar la episiotomía, que consiste en una intervención quirúrgica en el perineo y paredes vaginales practicada durante el parto (Sánchez, 2015). El procedi-miento descrito ha generado gran cantidad de debates con posiciones a favor y en contra, pues los colectivos de mujeres a favor del parto natural afirman que la ejecución de esta práctica se realiza por “co-

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modidad” del personal médico que interviene el proceso, transfor-mando a las mujeres en objetos y cuerpos medicalizados.

Retomando lo anterior, se torna pertinente incluir los aportes de las médicas González y Ortíz, quienes llevaron a cabo una indaga-ción histórica que contempla las transformaciones culturales más sig-nificativas que se han experimentado en relación con las prácticas y las poses de parto; lo que evidencia la influencia patriarcal: “Cuando Cristóbal Colón llegó a América […] la posición vertical seguía sien-do la dominante […] En el siglo XVII se produjo la muerte de María de Medecis durante el parto y como consecuencia la partera real francesa fue sustituida por Julien Clement, primer cirujano partero de la historia, quien introdujo la posición horizontal para beneficio del obstetra […] y desde Francia la práctica se extendió al resto de Europa” (2005:2).

En la actualidad, el parto que se efectúa se denomina parto tec-nocrático. Según Davis-Floyd (citado por Sánchez, 2015), esta mo-dalidad desencadena el escenario donde se presenta la violencia obs-tétrica. Se torna pertinente destacar que dentro del presente artículo se denomina parto hegemónico, pues se aplica la definición del con-cepto de hegemonía propuesto por Tasies, quien alude que “una de las características principales de la hegemonía, expresa y materializa la apropiación de los mecanismos de dirección política de la socie-dad” (2015:8). Lo indicado refleja el poder político ejercido por la hegemonía para crear una acción que se sobrepone ante las demás. En este caso se direcciona la sociedad ante los mandatos sociales de-rivados del patriarcado, tomando como fin las particularidades que lo justifican.

De igual manera, es imprescindible mencionar la concepción pre-dominante que existe sobre la maternidad, ya que se percibe como un proceso forzoso y obligatorio que deben asumir y experimentar todas las mujeres, en virtud de la correlación que se forja entre la reproduc-ción (biológica y social) con la “alegría de ser madre”.

Por esta razón, se originan puntos inflexivos cuando alguna no desea convertirse en madre, sin tomar en cuenta los motivos, pues quien se opone a esto inmediatamente desobedece un mandato social

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percibido como primordial, pues asegura la reproducción que sostie-ne el sistema.

Desde este mismo argumento, los neoconservadores y neoliberales coinciden en que se deben controlar los derechos sexuales y reproduc-tivos de las mujeres. Un ejemplo concreto reside en el acuerdo firmado por Donald Trump, presidente actual de Estados Unidos (2017-2021), que impide financiar con fondos federales a organizaciones no guber-namentales extranjeras que apoyen el derecho a decidir de las mujeres sobre sus propios cuerpos con respecto a la interrupción del embara-zo. Esto permite evidenciar la manera como la maternidad se impone constantemente.

En el caso de las mujeres que poseen impedimentos biológicos para procrear, se analiza como un castigo que deben sufrir, enviado por alguna deidad religiosa, en la mayoría de los casos dioses hom-bres; incluso dentro de las cosmovisiones religiosas, los dioses hom-bres siguen decidiendo sobre el cuerpo de las mujeres. En la cultura monoteísta se hace referencia al dios judeocristiano. No es casualidad que el Estado costarricense continúe considerándose un Estado con-fesional9, lo cual lo obliga a direccionar una partida presupuestaria para el financiamiento de la Iglesia Católica.

Ante esta situación, una de las luchas reivindicativas más recientes que han suscitado las feministas y demás movimientos a favor de los derechos de las mujeres, ha sido la libre elección de ser madre, junto con la visibilización de la violencia obstétrica, dado que esta última se considera una violación a los derechos sexuales y reproductivos.

Por otra parte, en este punto se muestran los principales resultados que se obtuvieron durante el proceso de investigación. Cabe añadir que estos fueron repensados debido a las realimentaciones generadas en diferentes espacios académicos en los que se participó para discu-tir sobre violencia obstétrica.

9 En el artículo 75 de la Constitución Política de Costa Rica (1949) se estipula lo siguiente: “La Religión Católica, Apostólica y Romana, es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres”.

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En primer lugar, una de las entrevistadas durante el trabajo de campo, comentaba la interiorización del “sueño de ser madre” desde edades tempranas: “Desde niña crecí con el sueño de ser madre al igual que todas mis compañeras, yo creo que todas las mujeres na-cemos con ese instinto materno, siempre nos preocupamos por todo el mundo; así soy yo, primero pienso en toda la demás gente y por último en mí” (Entrevistada 15 años, comunicación personal, 23 de agosto de 2015).

La situación expuesta revela la estereotipia concerniente a la ma-ternidad dentro de los procesos de socialización primarios, pues la ta-rea concerniente al cuidado corresponde a un elemento que se incluye dentro de la “interiorización de convertirse10 en mujer”. Con respec-to a esto, Lagarde expresa lo siguiente: “Cuidar es en el momento actual, el verbo más necesario frente al neoliberalismo patriarcal y la globalización inequitativa. Así, son las mujeres quienes cuidan vi-talmente a los otros […] La condición de cuidadoras gratifica a las mujeres afectiva y simbólicamente […] Por eso, las mujeres desarro-llamos una subjetividad alerta a las necesidades de los otros, de ahí la famosa solidaridad femenina y la abnegación relativa de las mujeres” (2003:2).

Asimismo, Agüero, Del Valle y Del Carmen (2004) afirman que el mismo Estado es una institución encargada de naturalizar las mater-nidades forzadas, lo cual se evidencia en el sistema de salud del país, que es reproductor de prejuicios. Por ejemplo, una de las participan-tes relataba “El doctor me gritaba: a usted nadie la mandó a abrir las piernas, así que aguante. Usted quería ser madre, entonces siga pujando y aprenda a ser mujer” (Entrevistada 40 años, comunicación personal, 13 de mayo de 2015).

En este testimonio se evidencia la situación de Costa Rica, en donde se origina una afectación dentro del sector de salud, causada por las concepciones androcéntricas y misóginas. Una de las razones medulares apunta a la masculinización sociohistórica que ha expe-

10 Simone de Beavoir (1998) afirma que no se nace mujer, sino más bien se llega a serlo en el proceso de construcción social.

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rimentado este espacio. Guevara amplía esta afirmación indicando que “para situar las configuraciones de la profesión en términos de masculinidad y feminidad necesitamos hacer un examen de algunos factores históricos […] En sus inicios, la práctica profesional en las ciencias exactas estuvo bajo la exclusividad masculina […] y la exclu-sión explícita de las mujeres” (2004:35); esto reproduce la concepción social tipificada, en donde se considera que las labores que se realizan en el ámbito de salud son “tradicionalmente masculinas”.

Del mismo modo, se debe hacer alusión a las relaciones de poder que se originan entre las personas funcionarias y quienes acceden al servicio, las cuales resultan influenciadas por el “conocimiento validado que conservan quienes laboran ahí”, en donde incluso la bata blanca se convierte en la investidura de poder que legitima es-tas desigualdades: “El doctor y el enfermero se burlaban de mí y me decían que las contracciones no dolían tanto. Uno de los dos me dijo que a él lo habían operado de un testículo y no hizo tanto drama” (Entrevistada 25 años, 4 de setiembre de 2015). Esto refleja la manera como se parte solamente de lo que pueden experimentar los hombres, minimizando el dolor físico que sufren algunas mujeres durante el parto; pues el proceso fisiológico será siempre ajeno al hombre, en razón a su vivencia propia y personal.

Las formas de reflexionar los fenómenos sociales y las desigual-dades, el procedimiento mediante el cual se catalogan las mujeres, cosificándolas en “buenas y malas”, justificando el acoso sexual ca-llejero, junto con el método como se construye el lenguaje sexista, corresponden a situaciones invisibilizadas, al igual que la violencia obstétrica, que reproducen el sistema patriarcal que es cuestionado y problematizado en el desarrollo del presente escrito.

A modo de conclusión, se afirma que la violencia obstétrica, al igual que todas las manifestaciones de la violencia, se debe erradicar por completo. Por esta razón, es importante visibilizar dicha proble-mática con el objetivo de provocar cuestionamientos por parte de las mujeres que han experimentado estas situaciones para alcanzar rupturas que conlleven a la transformación societal.

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Seguidamente, se considera fundamental la alternativa que ha sur-gido ante el parto hegemónico, que se vincula directamente con el ejercicio del parto humanizado. Según Aragón, el parto humanizado o natural se fundamenta en la valoración del “mundo afectivo emo-cional de las personas, la consideración de los deseos y necesidades de sus protagonistas: madre, padre, hija o hijo y la libertad de las mujeres o las parejas para tomar decisiones sobre dónde, cómo y con quién parir” (2013:2). Esta alternativa intenta respetar la autonomía sobre los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, la cual ha sido arrebatada por el sistema patriarcal desde su consolidación. Por lo tanto, se asume esta propuesta como contraposición al parto hegemónico y a la violencia obstétrica. Asimismo, se plantea la nece-sidad de brindar apoyo a cualquier iniciativa legal, jurídica y social que defienda los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, enfocándose en la violencia obstétrica.

En el caso de Costa Rica, el primer proyecto de ley discutido en la Asamblea Legislativa en materia de derechos sexuales y reproduc-tivos de las mujeres se denominaba “Adición de un nuevo Capítulo III referente a los derechos en salud sexual y salud reproductiva, al Título I del libro I de la Ley General de Salud, Nº 5.395 de 30 de oc-tubre de 1973 y sus reformas” (Nº16.887).

Este proyecto de ley fue presentado en el año 2007 por la diputada del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), Ana Helena Chacón, ac-tual vicepresidenta de la República por el Partido Acción Ciudadana (PAC), junto con tres diputados y tres diputadas cuando ocupaba el cargo de diputada. No obstante, fue rechazado debido a argumentos conservadores tales como “el otorgamiento excesivo de derechos a las mujeres”, representando una amenaza a la estructura patriarcal que rige los diferentes ámbitos del escenario, entre estos el ámbito político.

Seguidamente, el último proyecto de ley nacional presentado co-rresponde a la “Ley para Proteger a la Mujer Embarazada y Sancionar la Violencia Obstétrica” (2015), presentado por el diputado evangé-lico Mario Redondo. Sin embargo, se considera que este proyecto no concibe a las mujeres como sujetas de derechos, sino más bien

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reproduce la visión en donde se victimizan y, por lo tanto, se deben proteger, pues se conciben como sujetas “débiles e indefensas”.

Al mismo tiempo, se divisa el carácter primordial de generar dis-cusiones sobre la problemática de la violencia obstétrica que se englo-ben dentro del marco de los Derechos Humanos, incluyendo la teoría feminista, en donde se perciba a las mujeres como sujetas dueñas de sus cuerpos. De igual forma, los movimientos sociales, especialmente el movimiento feminista, se consolidan en un espacio desde el cual se puede visibilizar la problemática, por lo que se torna fundamental la incidencia de este movimiento en discusiones sobre dicha manifesta-ción de la violencia contra la mujer.

Además, es ineludible impulsar iniciativas legales cuya finalidad corresponda a sancionar la violencia obstétrica. Estas guías legis-lativas se deben realizar tomando en cuenta la voz de cada una de las mujeres que han sufrido violencia obstétrica, sin victimizarlas ni convertirlas en sujetas pasivas. A su vez, se debe exigir atención mé-dica humanizada y de calidad, que garantice el cumplimiento de sus derechos sexuales y reproductivos, sin sesgos religiosos, políticos, ni moralistas.

Por último, en el caso de la profesión de Trabajo Social, se deben encauzar intervenciones desde las diferentes dimensiones de atención (principalmente socioeducativa y terapéutica) facilitando procesos in-dividuales y grupales, en los cuales se aborden las manifestaciones de este fenómeno social, enmarcado dentro del sistema patriarcal, con el objetivo de brindar herramientas que permitan desarrollar un pro-ceso de empoderamiento en las mujeres que han experimentado estas situaciones, y avanzar en la eliminación de las formas de violencia que sufren las mujeres cotidianamente.

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Campesinado, agricultura familiar y un Trabajo Social agroecológico

Sergio Díaz Angarita Licenciado en Trabajador Social (Universidad Minuto de Dios)Correo: [email protected]

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Resumen

Este artículo exhibe los resultados del trabajo investigativo titulado “Agricultura Familiar, Campesinado y su incidencia en la construcción del Trabajo Social Agroecológico”, el cual demuestra la importancia de la agricultura familiar en el modo de vida del campesinado y sus aportes hacia un Trabajo Social agroecológico, es decir, un Trabajo Social enfocado en el estudio del campo, la ruralidad, la conservación del medio ambiente, sus paisajes, las transformaciones de sus poblaciones, sus prácticas de vida y su cultura. Para ese trabajo se toma como metodología la hermenéutica; como método de investigación el cualitativo y su enfoque la etnografía; para la recolección de la información se usaron: la historia de vida, la observación participante y la revisión documental. Los resultados evidencian que para el pequeño campesino no industrializado la agricultura familiar es la mejor alternativa para resistir al sistema económico capitalista dominante, dentro de la producción de bienes y servicios agrícolas, demostrando que ésta es una de las mejores prácticas para conservar sus conocimientos ancestrales y compartirlos con otros interesados en el tema. Por otro lado, el Trabajo Social puede enriquecer la agricultura familiar en la medida que da continuidad a la visión de la agroecología desde sus prácticas y esas alternativas de vida que tiene el campesinado en relación con el labriego, el cuidado de la tierra, el medio

ambiente y la conservación de todo hábitat, sin olvidar la construcción de relaciones sociales entre los campesinos que se suman a estas nuevas prácticas en la agricultura.

Palabras claves

Trabajo Social – Agricultura familiar – Agroecología

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Abstract

This article shows the results of the research project titled ‘Family Farming, Peasantry and its impact on the construction of Agro-ecological Social Work’. This project demonstrates the importance of Family Farming as a way of life for the small farmer, contributing to the construction of an Agro-ecological Social Work, in other words, a Social Work focused on the study of the rural sector, rurality, conservation of the environment, the landscapes, and the transformations of the peasant populations close to the central cities, consolidating the conservation of their practices and the ancestral culture. For this work, we used a hermeneutical, qualitative method and its focus was ethnography. In order to collect information, life stories, participant observation and written documents were used. Results demonstrate that Family Farming is part of the effective alternative strategies to resist the dominant economic system. This alternative not only focuses on the production of agricultural goods and services, but also on the importance of establishing relationships of trust, demonstrating that the conservation of ancestral knowledge has the possibility of resisting and of being shared with those who wish to learn about it. Furthermore, Social Work could complement Family Farming by perpetuating the Agro-Ecologic framework within its practices and the alternative lifestyles that rural populations have to offer in relation to taking care of the Earth and the

environment, as well as conserving any type of habitat, without forgetting about the importance of social relations between farmers, which are included within these new agricultural practices.

Keywords

Social Work – family farm – Agro-Ecology

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Introducción

La agricultura familiar en Colombia, como en muchas partes del mundo, se enmarca en la consolidación cultural de grupos minorita-rios que trabajan arduamente en la construcción de soberanía alimen-taria dentro de las naciones, y que son representadas por “campesi-nos, indígenas, afrodescendientes, agricultores urbanos y neo-rurales que viven en condición de exclusión y abandono” (Acevedo, Osorio & Martínez Collazos, 2016). La agricultura familiar es un proceso de fortalecimiento a los grupos individuales como a los colectivos desde sus conocimientos, formas de producción, apropiación de terri-torios y de entender los procesos de mejoramiento en temas rurales (desarrollo rural, ordenamiento territorial, uso de tecnologías, etc.). Asimismo, forma parte de los procesos alternativos que luchan con-tra un sistema capitalista industrial que amenaza su extinción defi-nitiva. De igual forma, los agricultores familiares como sus familias hacen parte de esta elección, ya que es una alternativa que busca la reivindicación de derechos, la consolidación de su autonomía, y la resistencia sociopolítica en conjunto.

La estructura social agrícola en Colombia está distribuida en pe-queños, medianos y grandes productores agrícolas, destinados a la producción de café, flores, banano, caña de azúcar, palma aceitera, arroz, algodón, maíz, soya, sorgo, papa, frutas, hortalizas y culti-vos de economía campesina (cebolla larga, habas, cebolla cabezona, papa, frijol, cacao, arveja, zanahoria), como también en la parte pe-cuaria de ganado, carne, leche, avicultura y porcicultura (Fenwarth, 2017).

El Tercer Censo Nacional Agropecuario —CNA— de 2014 arrojó importantes datos sobre la realidad rural colombiana. Por ejemplo, mostró que el 82% de los cultivos agrícolas representan el 6,3% del total del área rural dispersa, lo que equivale a 7 millones 115 mil hectáreas. De los 2,7 millones de productores censados, se identifi-caron 524 mil jefes de hogar, de los cuales 122 mil son mujeres, es decir el 23,2%. Igualmente, de los productores residentes censados, el 36,6% son mujeres (Acevedo, Osorio & Martínez Collazos, 2016:3).

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Siguiendo esta perspectiva, el cierre del año 2015 y el balance preli-minar para el 2016, se puede observar que la producción del sector agrícola tuvo sólo un 1.1% de crecimiento. Con excepción de arroz (12.9%), palma de aceite (9.9%), cacao (15.8%) y frutales (7.1), que mostraron importantes incrementos en sus niveles de producción; los demás cultivos tuvieron comportamientos moderados e incluso des-censos significativos, de acuerdo con la información gremial reco-pilada por la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC). En este caso, cultivos relacionados con la economía campesina del pequeño y mediano productor, cultivos como maíz (-18.4%), sorgo (-36.7%), cebada (-41,3%), trigo (-42,9%), algodón (-22,8%), tabaco (-13,1%), soya (-8.8%), frijol (-8.2%) y hortalizas (-4.4%). El comportamiento negativo de la producción de estos cultivos, en primera medida es por su ciclo corto en su mayoría, está asociado a la reducción de áreas sembradas, y por condiciones climáticas desfavorables provocadas por el fenómeno de El Niño (López, 2016).

Entendiendo lo anterior, el panorama es complejo. Para los peque-ños y medianos productores, su existencia en estas condiciones es casi nula, dado que ellos hacen parte de las políticas del gobierno de turno y de las iniciativas de “revolución verde” a nivel mundial, lo cual los excluye al no entrar en el mercado y el cultivo extensivo de soya, caña de azúcar, palma aceitera, ya que su producción es principalmente para el autoconsumo, y lo restante es para la comercialización, y el desarrollo de iniciativas de comercio justo, en mercados locales, y consumo solidario, para lo cual deben sustentarse en la calidad de sus productos para alcanzar ganancias significativas y equitativas.

Este artículo se relaciona, en particular, con una investigación rea-lizada en el área de Trabajo Social a un campesino de la vereda La Pradera del municipio de Subachoque, en Cundinamarca, Colombia. La Pradera es una vereda ubicada en el municipio de Subachoque a unos 56 kilómetros de Bogotá, por la vía calle 80, la cual dividió al pueblo de Madrid. Para llegar allí se debe recorrer Puente de Guaduas, Siberia, Puente de Piedra, La Cuesta, el Rosal y Subachoque, don-de está el destino, a unos 10 kilómetros del pueblo (Díaz, 2015:20).

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Cabe resaltar que el pueblo es miembro activo de la Asociación Red Agroecológica Campesina (ARAC).

El tema central de la investigación es resaltar la importancia de la agricultura familiar en la producción alimentaria y cómo ésta forma parte de múltiples iniciativas de conservación y cuidado de la cultura campesina desde sus tradiciones de labriego de la tierra, de la pro-ducción de economía campesina, demostrando que esta iniciativa se convierte en una opción de vida para el pequeño y mediano campe-sino que desde la tenencia de su tierra pertenece a un territorio y su identidad a una territorialidad.

El sistema capitalista actual para la parte rural data de iniciativas sustentadas en políticas públicas favorables para la industria de los bio-combustibles, la producción a gran escala de cultivos favorables a la idea de “reducción de la pobreza” —como lo especifica la re-volución verde (maíz, soja, palma aceitera)— y con el crecimiento del sector pecuario. En temas relacionados a la expansión y utili-zación masiva de las tierras, para la producción de carne y leche, cabe aclarar que los que pueden desarrollar estas iniciativas son los campesinos industrializados, ganaderos, ya que cuentan con el capi-tal suficiente —a nivel económico, y en extensión masiva de tierras— para implementar estas estrategias del mercado, desplazando así las alternativas, es decir, a la agricultura familiar. Para este caso, relataré cómo pequeños campesinos organizados y no industrializados han encontrado una alternativa para la producción, comercialización y mantenimiento de un ecosistema saludable que dé vida, para la pro-ducción alimentaria, la preservación cultural y el poder enseñar las formas de hacer, mantener relaciones sociales por solidaridad, esto es, relaciones de ayuda mutua, conocimientos compartidos y expre-siones de reconocerse como una familia extendida en la comprensión y la manutención de su quehacer matutino, las cuales no se ven tan afectadas por dicho sistema, ya que se conocen entre sí y comparten espacios de crecimiento, unidad y colectividad organizada.

Ante esto, la mejor opción parece ser la agricultura familiar. No obstante, son pocos los estudios que se conocen respecto a este tema, razón por la cual el interés de la investigación en la que se basa este

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artículo es mostrar la importancia de la agricultura familiar para las zonas rurales cercanas a la ciudad y las que están distantes de la misma, compartiendo y hablando desde los pequeños campesinos no industrializados y sus aportes a la construcción de un Trabajo Social enfocado al estudio del campo, su ruralidad, y que éste pueda demos-trar el apoyo a los procesos organizativos de las comunidades y de las familias que hacen parte de esas acciones e iniciativas desde un concepto como lo es la agroecología. Desde el Trabajo Social se puede evidenciar esa nueva tipología de familia, “familia por solidaridad”, nacida desde los procesos organizativos y desde la autonomía que se da a partir del reconocimiento propio y la gestión de conservación te-rritorial y la resistencia por su soberanía, autonomía y autosuficiencia alimentaria.

La investigación parte de comprender el concepto de agricultura familiar desde las prácticas culturales y desde la producción alimen-taria de la ARAC, contraponiéndolo al concepto de agricultura fami-liar postulado por la Asamblea General de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en sus siglas en inglés), y sus aportes al ejercicio profesional del Trabajo Social.

La agricultura familiar comprende algunos conceptos clave, tales como: agroecología, campesinado, organización social, territorio y territorialidad; conceptos necesarios para comprender y ampliar la perspectiva que se posee sobre la agricultura familiar, dado que ésta va más allá de un conjunto de actividades sociales, económicas y cul-turales, de hombres, mujeres y jóvenes de zonas rurales que practi-can tradicionalmente la labranza de la tierra y se relacionan desde el trabajo con otros sujetos/actores sociales que tienen las mismas prácticas.

En ese sentido, en primer lugar, se define la agroecología como aquella ciencia que propende al estudio y manejo ecológico de los recursos naturales, teniendo en cuenta la compatibilidad y retroali-mentación entre los saberes tradicionales y la investigación científi-ca. Asimismo, se plantea como un enfoque distinto de la agricultura convencional-tradicional hegemónica que acelera procesos naturales con la utilización de agroquímicos, ligado al medio ambiente y a lo

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social, centrado no sólo en la producción sino en la sostenibilidad ecológica dentro del sistema productivo y diversificado dentro de su propio terreno. Así pues, la agroecología se debe entender como la relación existente entre el trabajo del agricultor y la producción de la tierra, también como una apuesta por el cuidado del medio ambiente y el fortalecimiento sociocultural de las comunidades rurales y pe-riurbanas, que son partícipes de tradiciones, saberes y costumbres. Bajo esta perspectiva, la agroecología hace parte fundamental de la agricultura familiar, en tanto que reconoce, por una parte, el sentido cultural y de identidad que los campesinos le dan a la tierra y, por otra parte, el trabajo que ellos desarrollan con ésta, teniendo en cuen-ta sus prácticas ancestrales que han sido un legado de preservación de generación en generación.

En segundo lugar, aunque son variados los conceptos acerca del campesinado, hay algo en lo que coinciden las distintas perspectivas y es que el campesino es aquel sujeto que tiene una relación directa con la tierra; que cosecha para sí mismo, su familia y su comunidad. Es un sujeto/actor social que como ser histórico muestra a los demás las contradicciones y sus tendencias al desarrollo. Cumpliendo un rol social y cultural a medida que comparte sus conocimientos y tradi-ciones, enseñando a los demás esos modos de interpretación a la vida y a la toma de decisiones que afectan a su ser como al de sus seme-jantes con el medio ambiente y logrando interactuar de igual manera con los nuevos aprendizajes.

En tercer lugar, como lo indica Correa (2010), se entiende por organización social el producto histórico de las relaciones de mutuo acuerdo entre sujetos sociales de una comunidad que se organizan para su producción y reproducción social; abarcando aspectos eco-nómicos, ideológicos, culturales (Díaz, 2015), lo cual incluye trans-formaciones de sí mismos como resultado de sus propias dinámicas históricas.

Finalmente, el territorio hace referencia a la ocupación de un es-pacio terrestre; en él se ve una relación de poder y/o de posesión por parte de uno o varios individuos. Sin embargo, no existe límite a esta definición, pues también se puede entender como un lugar de “terri-

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torialidad” que va más allá de la ocupación de un espacio, abarcando también la apropiación cultural y simbólica del mismo, como en el caso de los campesinos, para quienes sus tierras representan no sólo un símbolo de trabajo sino también un símbolo de vida, memoria, identidad, resistencia, de alternativas y de adaptaciones al cambio.

En ese orden de ideas, se entiende la agricultura familiar como un modo de vida para el campesinado, el cual comienza desde su producción alimentaria, su relación con sus semejantes y con el com-partir de su cultura. Desde esta premisa es necesario reconocer que tanto para ellos como para instituciones gubernamentales (FAO) y no gubernamentales (ARAC) este ejercicio se convierte en un trabajo de resistencia, lucha y alternativa sociopolítica para entender el progreso de las áreas rurales de un país.

Para el año 2014 la asamblea general de las Naciones Unidas y su oficina para la Alimentación y la Agricultura (FAO), declaró el Año Internacional de la agricultura familiar. Su objetivo en dicha conme-moración fue visibilizar y fortalecer la agricultura familiar, entendida como agricultura a pequeña escala que tiene como finalidad erradicar la pobreza y el hambre, comprendiendo y conduciendo al desarrollo sostenible desde el sector rural para implementar la seguridad alimen-taria. A partir de la declaración del Año de la Agricultura Familiar, la FAO consideró la necesidad de definir en qué consistía aquella inicia-tiva: “una forma de organizar la agricultura (ganadería, silvicultura, pesca, acuicultura y pastoreo), que es administrada y operada por una familia y, sobre todo, que depende preponderantemente del tra-bajo familiar, tanto de mujeres como hombres. La familia y la granja están vinculados, co-evolucionan y combinan funciones económicas, ambientales, sociales y culturales” (2014:26).

Siguiendo la línea de la FAO, el campesinado tiene una función vital en la agricultura familiar, pues en sus manos se encuentra la for-ma de producción alimentaria. No obstante, aunque la FAO busque mejorar las condiciones de vida en las zonas rurales, sus postulados al centrarse en el desarrollo sostenible y la tecnificación del campo ocasionan que se dejen de lado los métodos tradicionales de labranza

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de la tierra y, junto con esto, que se pierdan las prácticas ancestrales y la cultura de sus tradiciones.

La FAO muestra que para tener una agricultura familiar conso-lidada o al menos en transición, se debe acceder a créditos, tener grandes extensiones de tierra y acceder a la mercantilización de la tierra, ahí se piensa en el campesino industrializado que debe emplear nuevos métodos de labrar la tierra y poseer el uso de las nuevas tec-nologías, nuevas semillas certificadas (genéticamente modificadas), y destinar sus esfuerzos a la mercantilización de la producción (bio-combustibles, palma aceitera, caña de azúcar) desde la apertura a mercados externos para sus productos, es decir que deben pensar más en la exportación que en el mercado local. Razón por la cual, los pequeños y medianos campesinos no son tenidos en cuenta y son considerados “pobres”: porque no se centran en la mercantilización de la tierra y el uso de semillas certificadas-transgénicas, sino que se concentran en la producción de alimentos sanos, de calidad, cotidia-nos (frutas, hortalizas) y sustentan su mercado local, compartiéndo-los con la comunidad, en solidaridad, vecindad, familiaridad, y en el enseñar sus costumbres y creencias ancestrales a aquellos que se acer-can y los reconocen como actores importantes en el sostenimiento de la seguridad alimentaria.

Debido a esa concepción de agricultura familiar de la FAO, po-demos entender sus intenciones de forma mercantilista en el uso de la tierra (carácter con el que no están de acuerdo muchos de los campesinos), y reconocer que desde organizaciones no gu-bernamentales como el Grupo Semillas, ARAC, Cultivadores de vida SUC (Suma paz Usme, Ciudad Bolívar), Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (FENSUAGRO-CUT), Federación Nacional de Cooperativas Agropecuarias (FENACOA), Movimento dos Trabalhadores sem Terra (MST), Movimento dos Pequenos Agricultores (MPA), Vía Campesina, entre otros, se está trabajando para que la agricultura familiar sea entendida desde otra perspectiva y sea reconocida por la mayoría de las población (rural y urbana y reivindicada desde la labranza de la tierra a través de espacios no institucionalizados, visibilizando prácticas ancestrales, recuperando

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la memoria colectiva, conservando el medio ambiente, y afianzando la pedagogía desde el pensamiento agroecológico, que se sustenta en el fortalecimiento de la organización colectiva, oponiéndose a la idea de la revolución verde, a la siembra de semillas transgénicas y de cultivo extensivo (que tiene varias consecuencias negativas sobre la tierra, como infertilidad, incendios forestales, desviación de ríos, no preservación de bosques nativos, erosión masiva).

Para la ARAC, la agricultura familiar es la actividad económica principal del campesino, donde la familia y el agricultor son el centro de la organización empresarial. La tierra, desde la perspectiva del campesinado, no solamente es un producto activo, sino que forma parte de su identidad y de su patrimonio material y cultural. La agri-cultura familiar del pequeño y mediano campesino, como lo señala don Pedro Gonzales (campesino de La Pradera y miembro activo de la ARAC), consiste en mantener sus rasgos, su tierra, su vegetación, su todo; mientras que, para el campesino agroindustrial, el interés está en la economía y el hecho de estar fortalecidos económicamente (Díaz, 2015). Así pues, la agricultura familiar para el pequeño y me-diano campesino, resulta ser una alternativa y opción de vida para resistir a las políticas excluyentes del sistema industrial dominante que quiere la ruralidad de las naciones. La ARAC, a diferencia de la FAO, más allá del beneficio propio, busca beneficiar a toda a una co-munidad, es decir, a su familia, enseñando que cada uno puede tener un espacio para hacer labriego de la tierra y de ella alimentarse, como también proporcionando alimentos sanos, fortaleciendo sus lazos so-ciales, y mostrando otra alternativa de vida.

Metodología

La propuesta metodológica de esta investigación deriva de un cú-mulo de distintos saberes, y pretende mostrar que se puede enfocar el Trabajo Social al campo de la agroecología; ya que es necesario sentar posición y poseer visión crítica para comprender las estrategias

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económicas y políticas que hoy afectan a muchas regiones del mundo en su ruralidad.

Lo anterior se realiza, en un primer momento, partiendo del aná-lisis del concepto de agricultura familiar desde la ARAC para contra-ponerlo al concepto planteado por la FAO. En un segundo momento, realizando un trabajo de campo en el que se acompaña a un campe-sino en sus labores diarias, con el propósito de conocer la manera en que labra la tierra y mantiene una relación de familiaridad, respeto y honra, conociendo su cultura y la concepción que tiene acerca de la agricultura familiar y sus derivados (agroecología, organización social, territorio, educación, política). En ese orden de ideas, la inves-tigación parte de la hermenéutica como enfoque metodológico para interpretar los discursos dados por otros y comprarlos; en la praxis se centra la etnografía como el método utilizado para llevar a cabo el trabajo de campo; la metodología empleada fue la cualitativa. Como métodos de recolección de la información se usaron: entrevista se-miestructurada, historia de vida, observación participante, revisión documental y análisis crítico del discurso.

Resultados

Tras realizar el trabajo etnográfico y la revisión documental, uno de los resultados que se obtuvo fue que, dentro de las comunidades campesinas no industrializadas, se identifican roles específicos que se transforman con el tiempo, en donde el trabajo de la agricultura familiar no es puesto solamente en manos de las mujeres, sino que el hombre, desde sus tradiciones, fomenta el fortalecimiento del trabajo del labriego de la tierra, reconociéndose como un actor fundamental para la apropiación del territorio y la territorialidad desde su identi-dad y la consolidación de espacios asertivos donde muchos actores pueden unir sus fuerzas para crear espacios de resistencia.

De igual modo, se evidenció que la agroecología posibilita escena-rios participativos para la construcción de la soberanía, autonomía, seguridad y autosuficiencia alimentaria; rescatando y preservando los

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saberes ancestrales del campesinado, resaltando la cultura campesina y la resistencia que ésta hace desde una economía propia en contra de la lógica del sistema capitalista, la cual consiste en la acumulación de capital y exportación a nuevos mercados.

Asimismo, se obtuvo que los aportes que se pueden hacer desde el Trabajo Social a la agricultura familiar se relacionan con dar conti-nuidad a la visión de la agroecología y con mostrar que existen alter-nativas de vida dentro del sistema dominante, porque lo importante es dar el campo al campesino que en verdad cree en él, que sabe de su cuidado, del trabajo con la tierra y de la preservación del medio ambiente.

La agricultura familiar busca articular múltiples iniciativas para crear y enseñar desde sus postulados que es posible llegar al desarro-llo de una reforma integral para el sector rural de las naciones, donde sus mercados locales se conviertan en iniciativas productivas de se-guridad, soberanía alimentaria, protegiendo los recursos ambientales (agua, biodiversidad, agro diversidad), reconociendo saberes ances-trales y el buen uso de las tecnologías agrícolas (sistematización de la agricultura, sistemas de riego, drones y robots, agricultura protegida, acceso y uso de las telecomunicaciones), demostrando que se puede y debe tener políticas diferenciales e integrales de reconocimiento de los actores y sus derechos.

El Trabajo Social como profesión debe conocer y entender cómo acciones concretas buscan desde las relaciones económicas, políti-cas y culturales de forma horizontal la extensión de ideas cotidianas dentro del territorio nacional, desde las organizaciones sociales, el fomento y fortalecimiento del tejido social para que exista la conti-nuidad cultural como una alternativa a los procesos de globalización, demostrando la cercanía y la construcción de nuevos vínculos para resistir desde la solidaridad y la innovación comunitaria.

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Conclusiones y discusión

Tomando en cuenta los resultados obtenidos, en primer lugar, es importante decir que al Trabajo Social aún le falta investigar mu-cho más en las zonas rurales. No obstante, en la investigación aquí señalada se destaca la idea de que el Trabajo Social se enfoque en un trabajo agroecológico, posibilitando el acercamiento de éste a los procesos comunitarios para fomentar estrategias que exalten la vida cultural de las mismas comunidades y para evidenciar dentro de ellas transformaciones que se resisten a los procesos económicos del siste-ma dominante.

Así, el Trabajo Social agroecológico “consiste en conocer, traba-jar, recopilar, formular e iniciar una propuesta ética, política y me-todológica en la construcción y fortalecimiento de las organizaciones sociales que demuestran la importancia de su trabajo desde el sector rural, exaltando su cultura” (Díaz, 2015:78-79). De este modo, im-porta entender los discursos hegemónicos que se enseñan sobre la realidad rural de cada país, reconocer el aporte y la comprensión de nuevas propuestas dentro del medio ambiente, el desarrollo territo-rial, un hábitat para todos y por qué no una propuesta donde todos hagamos un mundo más agradable para vivir.

En segundo lugar, es importante entender que el sistema capita-lista está configurando al campesino para hacerlo entrar en las di-námicas del modelo de privatización del campo, de mercantilización de sus servicios; a lo que el campesinado se opone retomando sus formas tradicionales de labrar la tierra, rescatando su cultura e iden-tidad desde sus historias, sus semillas y sus organizaciones de base. El campesinado se define “por la unificación de proyectos comunes que tienden hacia una síntesis de su subjetividad, tomando como partida unas condiciones sociales compartidas: la tierra, tal producción le permite, a su vez, el sostenimiento familiar y en ocasiones un exce-dente, el cual lo articula casi siempre con mercados locales y regio-nales y la construcción de entornos comunales de reconocimiento” (Díaz, 2015:40).

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Finalmente, ante las dinámicas planteadas por el sistema econó-mico y ante la perspectiva de la FAO de la agricultura familiar, el campesinado resiste creando su propia concepción de agricultura fa-miliar, la cual le proporciona autosuficiencia y seguridad alimentaria, teniendo en cuenta principalmente sus prácticas ancestrales y dejan-do de lado los postulados internacionales que buscan una privatiza-ción del campo modificando toda una tradición campesina, aplican-do nuevas técnicas en la forma de labranza, la utilización de nuevas semillas y la apertura a mercados externos para la mercantilización de sus productos. Invisibilizando, a la vez, al campesino como actor fundamental para el sostenimiento alimentario de una sociedad ur-bana, que sólo entiende dinámicas de consumo y no de preservación y de mercados conscientes destruyendo la relación del comerciante con el productor, disponiendo nuevos vínculos de tejido consciente de consumo productor-consumidor.

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Miguel Nicolás López Licenciado en Trabajo Social(Universidad Nacional de Luján)Correo: [email protected]

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Resumen

La presente publicación sintetiza las primeras aproximaciones a los posicionamientos que debaten la dimensión ético-política en el Trabajo Social en los últimos diez años en Argentina, realizadas en el proceso de elaboración del Trabajo Final de Graduación. El mismo es el corolario para la obtención del título de grado de la Licenciatura en Trabajo Social de la Universidad Nacional de Luján. La investigación fue llevada a cabo entre los años 2013 y 2015. Se hallaron diferentes posicionamientos tales como el comprensivo hermenéutico, el integracionista y el histórico crítico. Los mismos aparecen en el desarrollo de los escritos seleccionados en la investigación, pero no se puede afirmar que se manifiesten en estado puro.

Palabras claves

Trabajo Social – Debates contemporáneos – Proyectos profesionales

Abstract

This publication synthesizes the first approaches to the frameworks, which debate the ethical and political dimension in Social Work in the last ten years in Argentina, created in the process of preparing the Final Paper of Graduation. This paper is the corollary to obtain the degree of Bachelor’s of Social Work at the National University of Lujan. The research was carried out between 2013 and 2015. Different positions such as the comprehensive hermeneutical, the integrationist and the critical historical were found. Those who have been mentioned appear in the development of selected writings in the investigation even though it cannot be claimed that they are expressed in a pure state.

Keywords

Social Work – Professional dimensions – Contemporary debates – Professional projects

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Introducción

El presente artículo tiene como objetivo socializar las primeras aproximaciones al objeto de estudio desarrollado en el Trabajo de Graduación Final. En primer lugar, se presentan los fundamentos metodológicos generales de la investigación. El objetivo general del trabajo fue conocer los debates en torno a la dimensión ético-política en Trabajo Social en la Argentina en los últimos diez años. La moti-vación en la elección del tema se originó en las divergencias de posi-ciones en el ejercicio profesional, vividas por el autor de este artículo luego de la interacción con distintos profesionales en los últimos diez años. Esto llevó a interrogarme: ¿De qué manera se comprende al sujeto con el cual se interviene? ¿Cuáles son los análisis que se es-tablecen sobre la sociedad en la que se desarrolla el Trabajo Social? ¿Qué es el Trabajo Social y qué finalidad tiene? ¿Cuándo se comienza a problematizar lo ético-político? ¿Cuál es la importancia que se le da dentro del colectivo profesional al direccionamiento ético político en relación con la formación, la intervención y la investigación?

En segundo lugar, se explica la dimensión ético-política de la pro-fesión de Trabajo Social. La dimensión ético-política junto con la di-mensión teórico-metodológica y operativo-instrumental, conforman aspectos trascendentales a problematizar dentro del colectivo profe-sional. La dimensión ético-política tomó relevancia para ser investi-gada, ya que otorga valores que establecen posiciones y direccionali-dad para el ejercicio profesional.

En un tercer momento, se exponen los debates1, partiendo de la premisa de que la dimensión ético-política es constitutiva de la profe-sión y que ésta no se debate de manera homogénea en el colectivo del Trabajo Social, siendo la perspectiva histórico-crítica la que pone en escena aspectos teleológicos, de la direccionalidad, que otorga senti-do a la articulación entre el proyecto de sociedad y el de profesión. Estos debates conllevan a preguntarse sobre los proyectos profesiona-

1 “…los debates dan cuenta del proceso de interlocución entre los profesionales (y con otros) en torno a las formas de ser y deber ser del Trabajo Social en relación con una multiplicidad de aspectos que la profesión tiene” (Siede apud en Peralta y Rotondi, 2007:47).

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les que se disputan en la Argentina y dar cuenta de las características de los mismos.

En cuarto lugar, se entiende que las diversas posiciones dentro del colectivo se expresan en los proyectos socioprofesionales que re-fieren a la autoimagen de una profesión, contienen y eligen valores que la legitiman socialmente, delimitan y dan prioridad a sus objeti-vos y funciones, formulan los requisitos para su ejercicio profesional. Asimismo, estipulan normas para el comportamiento de los profe-sionales y establecen las bases de su relación con los usuarios, con las otras profesiones y con las organizaciones e instituciones sociales privadas y públicas.

Por último, se expresan las conclusiones parciales a las cuales se arribó. Estas no tienen la intención de ser cerradas, sino que son aproximaciones que pueden ser retomadas para ser profundizadas en próximas oportunidades.

A continuación, se comenzará a explicar cuáles fueron las hipóte-sis de investigación, las estrategias metodológicas que permitieron el cumplimiento de los objetivos de la investigación.

Fundamentos metodológicos de la investigación

La hipótesis de la investigación sostuvo que gran parte del debate que se establece sobre la dimensión ético-política se encuentra vincu-lado a abordar temas como los proyectos profesionales, la formación académica2, las prácticas profesionales, la intervención profesional, los Códigos de Ética. Se destacan como categorías y valores predo-minantes los derechos humanos, la emancipación, la ciudadanía, la libertad subjetiva, la ética como categoría normativo-jurídica, la soli-daridad y el compromiso, entre otros. Estos posicionamientos llevan

2 Autores que investigaron dicha temática: José María Alberdi, Nora Bonucci, María Eugenia Garma, Patricia Tobin, Roberto Zampani (grupo de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Rosario) año de la publicación 2006. Nombre de la investigación: “Notas para la renovación de los compromisos inconclusos”. Compilado en: Rozas Pagaza, M. (coordinadora). La profesionalización en Trabajo Social: Rupturas y continuidades a la construcción de proyectos ético-políticos. 2007. Espacio Editorial.

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a repreguntarse si existe una hegemonía en la disputa de los proyectos profesionales en los últimos diez años y las características que éstos poseen.

A este tipo de hipótesis se las denomina “hipótesis directrices”. Las mismas son “la base estratégica para la investigación del fenó-meno”; no son concebidas “como hipótesis para verificación, infe-ridas empíricamente por medio de una investigación anterior; sino hipótesis de trabajo basadas en los cuadros reales de investigación y formuladas con el fin de orientar teóricamente la investigación” (Iamamoto, 2001:85).

La estrategia metodológica se fundó en el análisis de publicaciones escritas en formato de libros y artículos de libros3. Luego de haber realizado una revisión bibliográfica en los diferentes formatos de pu-blicación se decidió recortar el objeto de estudio en este tipo de publi-caciones, ya que fue la de mejor accesibilidad y la más numerosa en relación con la temática seleccionada.

Las producciones escritas seleccionadas fueron realizadas por sig-nificativa/os trabajadoras/es sociales de Argentina con importante re-conocimiento a nivel nacional, pertenecientes a diferentes Unidades Académicas, ubicadas en diversos sitios geográficos del país. Universidad Nacional de Rosario, Universidad Nacional de Entre Ríos, Universidad Nacional de Córdoba, Universidad Nacional del Comahue, Universidad Nacional de La Plata, Universidad Nacional de Luján, Universidad de Cuyo, Universidad de La Matanza, Universidad de Mar del Plata, Universidad de Buenos Aires. Si bien no se encuentra la totalidad de universidades públicas del país, fue una muestra representativa.

Los artículos de libros que conformaron la matriz de datos4 son 27, incluidos en 9 libros, de los cuales 3 fueron editados en el año

3 Algunos de los libros analizados fueron: Eroles, C. (Comp.) Los Derechos Humanos: Compromiso ético del Trabajo Social. (1ª. Ed. 1997; 1ª reimpresión 2002; 2ª. reimpresión 2008. Argentina. Espacio Editorial. Otro artículo de libro fue: Grant, M. “La dimensión política de la práctica profesional”. En: Cazzaniga, S. (coordinadora). Intervención profesional: legitimidades en debate (1ª. Ed. 2006). Argentina. Espacio Editorial.

4 En la misma se indagó sobre cuatro ejes que consideramos centrales para comprender la dimensión seleccionada: lo ético político con relación a las diferentes temáticas de la profesión. Se enumera de mayor a menor: los proyectos profesionales, la profesión en general, la intervención, práctica

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2006, 2 en el año 2007 y 1 para los años 2004, 2009, 2005 y 2008, respectivamente.

La mayor cantidad de publicaciones se editaron en el año 20065. Si bien no podemos dar cuenta de por qué se incrementó en dicho año el caudal de publicaciones, hay un dato que nos interesa señalar: en el año 2007 se realizó el XXIV Congreso Nacional de FAAPSS (Federación Argentina de Asociaciones Profesionales de Servicio Social), cuya temática fue “la dimensión política del Trabajo Social”. Podríamos pensar en que este hecho expuso un interés por parte de cierto sector del colectivo profesional por analizar la dimensión ético-política.

Los objetivos específicos del trabajo se centraron en: A- conocer categorías de análisis que permitan entender al Trabajo Social como fenómeno histórico; B- contextualizar históricamente el debate acer-ca de lo ético político en Trabajo Social; C- conocer las transforma-ciones socioeconómicas en el capitalismo contemporáneo, particular-mente en Argentina; D- conocer distintos posicionamientos presentes en el debate de la dimensión ético-política en el Trabajo Social en Argentina.

La investigación fue de tipo cualitativa y exploratoria puesto que las reflexiones que se obtuvieron contribuirán en la profundización del tema escogido, es decir, no se pretendió ser una investigación acabada en sí misma, sino contribuir al debate que se da dentro del Trabajo Social en Argentina.

Siguiendo con la lógica del presente artículo, se caracterizarán al-gunos componentes de la dimensión ético-política, para lo cual será

profesional, formación académica, producción de conocimiento, metodología y los códigos de éticas. La segunda categoría refirió a la concepción que los autores poseen para comprenden lo ético político. En tercer lugar, se consideraron las explicaciones que realizaron los autores con relación a la sociedad en la que se desenvuelve el Trabajo Social y, por último, los valores y categorías que fundamentaron los posicionamientos hallados.

5 Algunas de las publicaciones fueron: Malacalza, S. “Lo político como constitutivo de la relación práctica social - práctica profesional”. En: Cazzaniga, S. (coordinadora). Intervención profesional: legitimidades en debate. (1ª. Ed. 2006). Espacio Editorial. Aquín, N. (2006). “La construcción de un nosotros”. En: Rozas Pagaza, M. (Coordinadora) La formación y la intervención profesional: hacia la construcción de proyectos ético-políticos en Trabajo Social. (1ª. Ed. 2006). Espacio Editorial. Invernizzi, P. “Por un proyecto ético-político articulado con un proyecto societario emancipatorio”. En: Rozas Pagaza, M. (coordinadora) La profesionalización en Trabajo Social: Rupturas y continuidades a la construcción de proyectos ético-políticos. (1ª. Ed. 2007). Espacio Editorial.

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necesario partir por comprender como concebimos a la profesión, cuando surge el estudio de lo ético-político y, por último, detallar cómo los escritos seleccionados entienden la ética y lo político en la profesión.

La dimensión ético-política en el Trabajo Social

Entendemos al Trabajo Social a partir de la relación que tiene con la sociedad en la cual se encuentra inserto. Es una profesión que se institucionaliza y legitima en el modo de producción capitalista de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Además, se concibe como proceso y profesión que se transforma al transformarse las condicio-nes de las relaciones sociales en las cuales se desenvuelve. El Trabajo Social como práctica institucionalizada y legitimada, no se explica por sí misma ni por un análisis evolucionista a partir de formas de ayuda social. Su comprensión se encuentra en el análisis de las re-laciones sociales que el modo de producción capitalista produce y reproduce, en las particulares relaciones que se establecen entre los diferentes sujetos sociales en un momento histórico determinado.

Lo ético-político, si bien estuvo subyacente desde los inicios de la profesión, es a partir 1960-1970 en Latinoamérica que se pro-dujo un intento de ruptura con el Trabajo Social tradicional, se co-menzó a cuestionar y debatir los fundamentos teórico-metodológi-cos y ético-políticos. A partir de este movimiento, conocido como Reconceptualización, se comienza a debatir explícitamente aspectos políticos que antes eran relegados.

Con relación a la dimensión ético-política, en Argentina no se en-contró explicitado en los textos6 seleccionados cuándo y porqué se comenzó a desarrollar la misma. Podríamos mencionar que a me-

6 Algunos de los artículos analizados fueron: Di Carlo, E. La Profesión del Trabajo Social: Naturaleza, significado social y formas de acción profesionales (1ª. Ed. 2004). Mar del Plata. Universidad Nacional de Mar del Plata Editorial. Acotto, L; Salera, M. “¿Qué implica la profesionalización del Trabajo Social en el contexto de las trasformaciones sociales, políticas, económicas y culturales?”. En: Rozas Pagaza, M. (coordinadora) La profesionalización en Trabajo Social: Rupturas y continuidades a la construcción de proyectos ético-políticos. (1ª. Ed. 2007). Espacio Editorial.

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diados de los noventa se comenzó con la realización de postgrado, teniendo mayor contacto con producciones escritas de referentes brasileños quienes sí ya habían desarrollado la categoría de análisis mencionada.

Para comprender con mayor profundidad la dimensión ético-po-lítica se comenzará a particularizar lo ético en general para luego puntualizar la ética profesional. De esta manera se expondrán algu-nos autores7 seleccionados en la investigación nombrada que funda-mentaron a la ética desde la perspectiva deontológica (teoría de los deberes).

Lo deontológico proviene del griego “to deon” que significa lo conveniente, lo debido, ciencia de los deberes y obligaciones morales; se argumenta en la Ética tradicional. En la investigación, se ubica-ron autores desde esta perspectiva que manifestaron: “la ética es la reflexión filosófica sobre la moral (entendiendo por reflexión filosó-fica al trabajo intelectual de analizar crítica y conscientemente), las normas y los valores implícitos en ellas y que constituyen la moral. La ética discute y reflexiona sobre la legitimidad de las normas en consonancia con los valores que sostiene” (Acevedo, 112:2006).

Por otro lado, otra autora argumentó sus explicaciones desde la misma posición remitiendo al diccionario de “N Abbagnano” quien dice que la ética es comprendida como una ciencia de la conducta, teniendo dos significados. El primero se explica por el fin y los me-dios para lograr tal fin. Se entiende a partir de la naturaleza o esencia humana. El segundo significado interpreta los motivos a partir de las fuerzas e impulsos que determinan el comportamiento humano. Ambos significados remiten a la noción del bien. El primero remite a una categoría universal, plantea la virtud de la perfección de lo real. El segundo refiere a la satisfacción individual, el bien entendido como objeto de deseo (Escaladas, 2006:169).

Estos argumentos comprenden la categoría ética como acciones concernientes al ser humano y su entorno. Es la parte de la filosofía

7 Se aclara que la distinción de los diversos escritores en las diferentes posiciones es responsabilidad del autor del presente artículo ya que ninguno se reivindica de manera explícita en las clasificaciones que se describirán.

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práctica que se ocupa de los problemas filosóficos que nacen de la conducta humana. Así, las acciones son protagonizadas por los se-res humanos y dependen de su libre voluntad. Estas conductas luego van a ser juzgadas por valores. En este posicionamiento existe una libertad formal voluntaria del propio ser humano relegando las de-terminaciones históricas que condicionan las voluntades y los actos humanos.

Con relación a los valores de la ética profesional, autores como Eroles y Di Carlo plantean que las elecciones morales personales, los valores institucionales, deben estar dirigidas en función a la solidari-dad, el bien común, la justicia social.

Continuando con el análisis de la investigación, en menor medi-da se pudo vislumbrar un posicionamiento ontológico para funda-mentar a la ética. Esta argumentación comprende a la ética como la principal forma de praxis siendo el trabajo uno de los componentes de reproducción del ser social. Por lo tanto, el ser social es histórico, consciente, libre y se constituye en un sujeto ético. El hombre sólo puede comportarse éticamente debido a que actúa teleológicamente (proyectando acciones con una finalidad determinada).

La moral es parte de la ética, se origina a partir del desarrollo de la sociabilidad. Se caracteriza por las necesidades prácticas que se establecen con determinadas normas y deberes que se generan en la convivencia social y la socialización.

La ética profesional se distingue en diferentes esferas tales como la teórico-metodológica, que sirven de base a las concepciones de éti-ca profesional, con sus valores, principios y visión de hombre y de sociedad.

La esfera moral-práctica se subdivide en los comportamientos práctico-individuales relativos a las acciones orientadas por lo que se considera bueno/malo; a los juicios de valor, a la responsabilidad y compromiso social, así como también la autonomía y la conciencia frente a opciones delante de conflictos.

Por último, la esfera normativa se expresa en los códigos de éti-ca profesional exigidos por determinación estatutaria, para todas las profesiones liberales.

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Este posicionamiento cuestiona la posibilidad de los valores uni-versales, refiere que la génesis de la acción en la ética está dada por la libertad que es el movimiento real y contradictorio entre afirmaciones y negaciones. Es la real capacidad de poder determinar los objetivos y conquistarlos. Las elecciones no siempre significan ejercicio de liber-tad, sino que las elecciones libres suponen la existencia de alternativas concretas y de su conocimiento crítico. La ética para esta posición no es neutral y los valores son producto de la praxis, no el resultado de la subjetividad, la valoración supone la existencia material concreta.

El último aspecto de la dimensión estudiada tiene que ver con lo político. En ella, en la profesión se orienta a estudiar las condiciones sociohistóricas que determinan al Trabajo Social. Lo político no es pensado como exclusivamente político partidario, sino que está rela-cionado con la categoría de poder, en tanto práctica política inserta en relaciones de poder.

Autores como Barg y Acevedo comprenden lo político como ca-pacidad transformadora, posibilidad de negación de valores mercan-tilistas y regulación de servicios, distribución de recursos públicos. Desde otro posicionamiento se encuentran Grant y Pantanali, quie-nes entienden lo político a partir de la contradicción capital-trabajo expresado en las luchas de clases, es decir el entendimiento de la di-námica histórica de la sociedad capitalista.

A continuación, se explicará por qué resurge el debate sobre la dimensión ético-política, las diferentes perspectivas que se pudieron clasificar dentro del colectivo profesional, cómo explican la sociedad en la cual se desenvuelve la profesión y las distintas temáticas de la dimensión ético-política.

Debates de la dimensión ético-política

Se comprende que en los últimos diez años reaparece el debate sobre lo ético-político debido a los procesos de resistencia contra el neoliberalismo y la politización de diferentes aspectos de la pro-fesión y la sociedad. A su vez, otro componente es la iniciativa de

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las diferentes organizaciones profesionales de países que integran el M.E.R.C.O.S.U.R. para crear las condiciones normativas y legales de la libre circulación de profesionales en la región.

Para organizar el análisis de las producciones escritas se identifica-ron tres grandes concepciones como la Comprensiva Hermenéutica, la Integracionista y la Histórico Crítica8. El modo como se trabajó con la clasificación de tres perspectivas se argumenta en las reiteradas lecturas que se realizaron de la matriz de datos, que estaba compues-ta por cuatro categorías a interrogar en los escritos sistematizados. La primera vinculada a la dimensión ético-política con relación a qué tema de la profesión se expresa en dicha dimensión; la segunda cómo es pensado lo ético y lo político; la tercera de qué manera cada autor explica la sociedad en la cual se desenvuelve el Trabajo Social; y la cuarta sobre las categorías y valores que fundamentan cada escrito.

Las clasificaciones se establecieron porque se encontraron coinci-dencias en los argumentos en cuanto a comprender a la sociedad en la que se desenvuelve la profesión, la manera de percibir la ética, lo político, el sujeto de la intervención y la profesión en general. Esto no significa que los autores se identifiquen con estas distinciones. Además, resultó difícil clarificar los posicionamientos, porque dentro de la formación profesional, en espacios de los colegios profesionales y ámbitos laborales, se tiende a hacer divisiones entre Trabajo Social conservador y Trabajo Social revolucionario relegando los diferentes matices que pueden llegar a convivir entre esas dos perspectivas.

Por un lado, podríamos identificar una parte del colectivo profesio-nal9 correspondiente a lo Comprensivo Hermenéutico. Esta expresión

8 Estas categorías fueron tomadas de los siguientes autores: Nora Eugenia Muñoz Franco, Paula Andrea Vargas López en una ponencia titulada: “Los discursos contemporáneos de la dimensión ético-política de la intervención en Trabajo Social. Entre lo critico y lo comprensivo”. XX Seminario Latinoamericano de Escuelas de Trabajo Social desarrollado el 24 al 27 de setiembre de 2012 - Córdoba – Argentina. El modo en que se desprenden las tres perspectivas en el colectivo profesional se estableció por las coincidencias que existe en los distintos autores. A partir de las reiteradas lecturas realizadas de la matriz de datos elaborada. A su vez, estas clasificaciones corren por total responsabilidad del autor de este artículo. Para una mayor profundización de la misma, sería necesario poder dialogar con los autores y poder re preguntar las clasificaciones establecidas. De modo que los autores no necesariamente se reivindican en las clasificaciones realizadas.

9 “El colectivo profesional está compuesto por sujetos sociales que piensan y actúan de manera teleológica es decir que las acciones están orientadas a determinados fines, que se constituyen en los proyectos profesionales y societarios” (Cavalleri y Parra, 2007).

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entiende al mundo centrándose en las subjetividades. De esta manera, el sujeto desde su quehacer cotidiano proyecta un orden social, una intención y un significado que otorga relevancia a sus propias ideas y a lo que ocurre alrededor. Hace énfasis sobre la construcción de la subjetividad como constitutiva de lo social, mediante los procesos de comunicación que —mediatizados por el lenguaje— configuran la acción en la interacción, en el mundo de la vida y en la cotidianeidad. Dentro de los escritos seleccionados podemos explicitar la siguiente cita: “Asistimos a la introducción de un nuevo polo identitario: el consumidor. Lo cual no implica la desaparición de la figura de ciu-dadano sino una coexistencia contradictoria, donde la matriz que moldea aún los derechos es la del consumo” (Malacalza, 2006:18).

En la misma línea de análisis, para comprender la noción de suje-to, sociedad, profesión, Travi refirió que “se trata de una concepción de un sujeto-ciudadano, que tal como lo expresaron las pioneras del Trabajo Social, es activo, reflexivo, libre, autónomo y responsable. La defensa irrenunciable de los derechos humanos, de la igualdad, la justicia social y la libertad” (2006:62).

Esta posición plantea que la sociedad en la cual se desenvuelve el Trabajo Social es estudiada desde la categoría de ciudadanía. De modo que la sociedad civil se debería organizar para que se efectivi-cen los derechos. Pensamos que este posicionamiento, si bien posee limitaciones debido a que en una sociedad dividida por clases la ciu-dadanía plena no se alcanza, existen ciertas posibilidades a partir de estrategias de la clase trabajadora para lograr la conquista de deter-minados derechos.

En relación con los diferentes temas de la profesión, este posicio-namiento plantea que la intervención y la práctica profesional tienen un impacto en los sujetos con los que se interviene, por lo cual hay que tomar conciencia de la perspectiva desde la cual se lo hace. Esto se expresa dentro de la investigación en la siguiente cita: “no existen actos sin consecuencias sobre los otros, nuestras elecciones teórico-prácticas incidirán sobre el sujeto con quien trabajamos, sobre noso-tros mismos y sobre nuestro colectivo social” (Malacalza, 2006:65).

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Otro aspecto característico de esta posición con relación a la pro-fesión en general es que los valores éticos de cada profesional deben estar orientados a la sensibilidad de los problemas de los conciuda-danos. Esto se ve reflejado en la siguiente cita: “Nuestra fuerza ética tiene una base en la sensibilidad hacia los problemas de los conciu-dadanos, más allá de la discusión de si debemos analizar tales pro-blemas como consecuencia de la estructura económica injusta o si lo fundamental es comprender el sentido que los sujetos otorgan a sus vidas” (Palacio, 2006:160)10.Otro matiz dentro del colectivo profesio-nal es la posición integracionista. Esta comprende a la sociedad como un mundo globalizado en el que la incertidumbre atraviesa la activi-dad humana. Se postula, a través de la acción profesional, la partici-pación en la construcción de ciudadanía teniendo como premisa una actitud comprometida y de responsabilidad en el ejercicio profesio-nal. En la investigación, encontramos a una autora que expresa: “la categoría de ciudadanía en sociedades democráticas manifiestamente desiguales se encuentra en crisis, en particular el sentido que tiene como sistema de integración. En este contexto, tomando a Bourdieu en su texto La miseria del mundo, coincidimos en que la verdadera medicina empieza con el reconocimiento de la enfermedad invisible: los hechos de los que el enfermo no habla o que olvida comunicar […] Trabajo Social supone un saber-hacer y una serie de procedimientos y técnicas específicas atravesadas por la dimensión moral. Lo moral se deriva de la responsabilidad y es absolutamente personal. La res-ponsabilidad moral es incondicional e infinita y es el más preciado de los derechos humanos” (Barg, 2006:41, 46). Este posicionamien-to considera a la acción del Trabajo Social desde apelaciones ético-políticas y postula como contexto un mundo globalizado, en el que la incertidumbre atraviesa la actividad humana. Aquí se plantea un redireccionamiento y una reconfiguración del lugar que debe ocupar la profesión en la actualidad.

10 Extraído del libro La profesionalización en Trabajo Social: Rupturas y continuidades de la Reconceptualización a la Construcción de proyectos ético-políticos. El libro es una síntesis del Foro debate realizado en la Ciudad de La Plata, 26 y 27 de agosto de 2005, que llevó como título “La Formación y La Intervención Profesional en la Sociedad Contemporánea. Hacia la Construcción de un Proyecto Ético-Político”.

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En función a las argumentaciones de este posicionamiento y lo que se le demanda a la profesión, se encuentran el código de FITS (Federación Internacional de Trabajo Social). Basa la ética en prin-cipios básicos y procedimientos sin tener en cuenta las particulari-dades de cada situación, otorgando validez universal a los dilemas éticos; construye un modelo ley de tipo ideal-transhistórica. Además, el Código de la Provincia de Buenos Aires comprende la sociedad en la búsqueda del “bien común”, la promoción del “bienestar in-dividual”; acciones desde lo correctivo y desde el derecho punitivo (Rubio, 2007:250, 253).

Con relación a los diferentes temas de la profesión, este posicio-namiento centra a la intervención y a la práctica profesional en las elecciones morales personales, los valores institucionales, en función a la solidaridad, el bien común y la justicia social; cuyo fin es la inte-gración social y moral del individuo para su propio bien.

Por último, parte del colectivo profesional comprende al Trabajo Social y a la sociedad desde una perspectiva histórico-crítica. Esta se basa en la tradición marxista y ubica al Trabajo Social contemplando las transformaciones estructurales de la sociedad. Tiene en cuenta al sujeto y al contexto desde una dimensión de totalidad, argumentando críticamente las condiciones estructurales de la sociedad capitalista. Busca descentrar la concepción de que los problemas sociales y eco-nómicos no fueron ni son responsabilidad de los sujetos y comprende las explicaciones en los elementos que los estructuran. Esta posición se cristaliza en la siguiente cita: “Comprendemos que la contradic-ción capital-trabajo que estructura la dinámica social, expresada en la lucha de clases (antagónicas, por cierto), nos ubica como profesión, desde el mandato político del capital, como técnicos indispensables para «operar» sobre las contradicciones que genera dicha lucha, en los explotados” (Cappello y Mamblona, 2006:196).

La sociedad es comprendida a partir del modelo de acumulación capitalista. Con relación a la profesión, comprende a la intervención y práctica profesional a partir de que los valores éticos se encuentran históricamente determinados. Lo político es pensado dentro de la di-námica histórica de la sociedad capitalista.

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En el siguiente apartado se reflexionará acerca de si los debates en torno a la dimensión ético-política se manifiestan en algún proyecto socioprofesional.

Proyectos profesionales en pugna

Si bien en el desarrollo del presente artículo se intentó realizar distinciones en los posicionamientos, esto no significa que se expre-sen en proyectos profesionales. Es decir, ante una de las preguntas iniciales con relación a la hegemonía de proyectos profesionales, no estamos en condiciones de afirmar que exista un proyecto socio pro-fesional hegemónico. En primer lugar, porque no quedan claros los proyectos societarios en los últimos diez años en Argentina; se debate dentro de las Ciencias Sociales si hay una continuidad del proyecto neoliberal en los últimos diez años o existen rupturas significativas que conllevan a otro proyecto. La gran divergencia de intereses y alianzas políticas no permiten visualizar con precisión cuáles son los proyectos societarios contra hegemónicos en la última década. Para dar cuenta de la hegemonía del proyecto societario restaría pregun-tarse por los proyectos reformistas y revolucionarios.

En segundo lugar, gran parte de los escritos dicen adscribir al pro-yecto profesional crítico. Cabe preguntarse ¿qué es ser crítico? La indefinición conlleva a ecualizar perspectivas muy heterogéneas en el amplio campo del progresismo, conformándose como un término amplio y ambiguo. De modo que no se evidencia con claridad cuáles son las divergencias entre los proyectos profesionales. En estos últi-mos diez años no queda claro si el o los proyectos ético-políticos son una simple idea puesta de moda o una necesidad de la profesión.

En tercer lugar, en los escritos seleccionados no se observa ningún profesional que afirme la hegemonía de un proyecto profesional, aun-que sí se aprecian algunos indicios, si bien ninguno profundiza, sobre las características del proyecto profesional hegemónico.

En cuarto lugar, las producciones escritas en la Argentina con re-lación a la ética en Trabajo Social abordan la temática haciendo én-

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fasis en la práctica ética y, en menor medida, se reflexiona acerca de la ética en sí misma. Una de las razones es que existen en el Trabajo Social en Argentina diferencias con relación al estudio de las dimen-siones de la profesión, ya que se estudia con mayor profundidad a las dimensiones teórico-metodológica y operativo-instrumental. Esto se ve reflejado en la exigua formación académica con relación a la ética y lo político en Trabajo Social. Observando los planes de estudios de FAUATS, menos de la mitad de las instituciones que forman trabaja-dores sociales poseen materias específicas relacionadas a la categoría ética y filosófica. En los planes de estudios cuando aparecen materias relacionadas a la ética se posicionan desde una visión deontológi-ca. A su vez, la formación se da de manera heterogénea en diversos marcos institucionales que conviven de manera simultánea, de modo que prevalecen niveles universitarios tanto de carácter público como privado, centros de enseñanzas terciarios no universitarios. Estas consideraciones, entre otras, plantean la ausencia de lineamentos cu-rriculares comunes mínimos, estableciendo una pluralidad ecléctica de posicionamientos con relación al perfil profesional, expresados en los proyectos profesionales en pugna.

Por último y a modo de reflexión, propongo pensar la construc-ción de un proyecto ético-político que contenga la problematización sobre: ¿Cuál es el debate entre pluralismo y eclecticismo? ¿Cuál es la direccionalidad ético-política de la formación académica? ¿Qué importancia ocupan en los planes de estudios de las diferentes uni-dades académicas del país las materias de Ética? ¿Es la ética un tema de interés dentro del colectivo? ¿Por qué? ¿Cuáles son los debates en torno a los códigos de ética de las diferentes provincias del país? ¿Se podrán conformar criterios comunes en concordancia a la Ley Federal? ¿En qué medida se explica la ética desde argumentos ontoló-gicos? ¿La dimensión ético-política en la Argentina se desarrolló o es una continuidad de las producciones de los colegas brasileños? ¿Por qué en Argentina hay más investigaciones con relación a la dimensión teórico-metodológica y/o técnico-instrumental? ¿Cómo se interpreta lo político? ¿Cómo promover la explicitación de las perspectivas de análisis, pudiendo generar un debate que no se realice sobre la base

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de presupuestos descalificadores? ¿Cuál es la importancia de proble-matizar los colegios profesionales? ¿Qué función cumplen? ¿Cuáles son los límites y alcances de los colegios y los sindicatos para luchar por mejores condiciones de trabajo dentro del colectivo profesional?

Es necesario repensar la categoría de proyectos profesionales para profundizar en diferentes ámbitos del colectivo profesional. Y todos estos interrogantes deben llevar al debate plural y respetuoso dentro del colectivo profesional, con el fin de poder continuar en la construc-ción de los proyectos socio-profesionales.

Conclusiones

Las diferencias en los distintos posicionamientos se encuentran dadas por las determinaciones sociohistóricas que llevan a los autores a ubicarse de manera diferente. Los mecanismos que la clase domi-nante elabora, como el sistema escolar, los medios de comunicación, los partidos políticos, las organizaciones culturales, las iglesias, las organizaciones profesionales y las universidades, establecen valores y principios socioculturales que se expresan en un determinado mo-mento histórico e influyen sobre las elecciones político-ideológicas del profesional y la conciencia de clase a la cual pertenece.

Se observan distintas corrientes de las ciencias sociales que influ-yen dentro del colectivo profesional, por ejemplo, el tradicionalismo ético fundado en presupuestos metafísicos y doctrinarios del huma-nismo cristiano tradicional, ética aristotélica, kantiana, utilitarismo y contractualismo, entre otros. Estas categorías de conocimiento en algunos casos aparecen explícitas y en otras implícitas, estableciendo relaciones con un posicionamiento político y vinculado con determi-nado proyecto de sociedad. Dentro de las divergencias encontradas se pueden enumerar dos visiones que hacen referencia a lo ético y a lo político.

Por un lado, se visualiza un posicionamiento deontológico funda-mentado en la ética tradicional que comprende los valores de manera ahistórica, centrándose en lo individual abstracto y de manera nor-

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mativa. Se entiende la ética como un conjunto de principios básicos, sin tener en cuenta las particularidades de cada situación, otorgando validez universal a los dilemas éticos.

Además, interpreta lo Político a partir de la sociedad de manera armónica, basando sus valores y categorías en la Justicia Social, el Bien Común, la Solidaridad, los Derechos Humanos y la Ciudadanía. Esta posición está vinculada a la hermenéutica comprensiva y a la integracionista.

Por otro lado, la posición ontológica explica la ética considerando el Ser Social como alguien que actúa teleológicamente y atravesado por determinaciones históricas. Esta explica lo político mediante las siguientes categorías: relaciones sociales, contradicción capital-traba-jo (lucha de clases), la dinámica de la sociedad capitalista, el modo de acumulación y la conciencia de clases. Esta posición podría rela-cionarse con la histórica crítica basada en fundamentos marxistas.

El desafío por parte del colectivo profesional es construir una éti-ca que esté por encima de los valores del bien y el mal, lo correcto e incorrecto de los aspectos legales, normativos y jurídicos, que debata el contenido y que pueda denunciar la explotación y la dominación a la cual están sometidos los profesionales y la población con la cual intervienen.

No es posible comprender a la ética sin lo político, de manera que los valores y principios socioculturales dominantes en la sociedad burguesa se encuentran atravesados por intereses de clases contra-puestos, es así como se funda una ética con determinados principios.

Por último, se podría decir que predomina la hegemonía del pen-samiento ecléctico que armoniza diferentes corrientes del pensamien-to no estableciendo con claridad los límites, alcances e imagen de los proyectos profesionales articulados con los proyectos societarios.

Existe un campo de lucha de diferentes intereses y sectores del co-lectivo que representan voluntades políticas que se expresan en pro-yectos profesionales que se vinculan a proyectos societarios. Si bien no existe claridad en la definición de estos proyectos no implica que no se encuentren en construcción.

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La manera de poder continuar problematizando e intentar acla-rar dichos aspectos es mediante un proceso de toma de conciencia y sinceramiento de posiciones, un compromiso y claridad en las ex-plicaciones de diferentes perspectivas, inquietudes personales y de conjunto por poder articular las intervenciones con sus posiciones político-ideológicas. Estos aspectos no se producen de manera espon-tánea, sino que son parte de un proceso colectivo de la profesión.

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Cielo Morbelli Licenciada en Trabajo Social (Universidad Nacional de Rosario)Correo: [email protected]

La represión cultural en la última dictadura cívico-militar: identidad(es) en peligro

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ResumenEn el trabajo se analiza la represión cultural llevada adelante por la última dictadura cívico-militar, particularmente sobre las personas que hoy podríamos enmarcar en el colectivo LGTBI. El régimen dictatorial que implantó en el país el “Proceso de Reorganización Nacional” debe ser entendido como una práctica social genocida, en su aspecto reorganizador. En este sentido, mediante el intento (des)medido de reconfigurar las relaciones sociales vigentes, se avanzó violenta y decididamente en la búsqueda de aniquilar todas aquellas relaciones que encarnaban valores que “debían” ser desterrados. Fue así como, mediante la construcción de una otredad negativa, se creó en el imaginario colectivo la figura del “subversivx delincuente”, bajo la cual englobaron a toda persona que levantase las banderas de la igualdad, autonomía y solidaridad. En este marco, bajo el lema de la “Civilización Occidental Cristiana”, se avanzó también sobre quienes, alejándose de la norma, pretendían escoger libremente su orientación sexual y/o su identidad sexual. Hasta el día de la fecha no se han reconocido oficialmente los padecimientos a los que fueron expuestos unos 400 homosexuales, lesbianas y mujeres trans. El presente artículo busca ser un aporte en este sentido, y una reafirmación de aquellas prácticas que encarnaron nuestrxs compañerxs desaparecidxs.

Palabras clavesPráctica social genocida – Comunidad lgtbi – Memoria

Abstract

This article analyzes the cultural repression carried out by the last military dictatorship, particularly on those who nowadays could be considered as part of the LGBTQIA+ community. The “National Reorganization Process” should be understood as a genocidal social practice, in its reorganizational aspect. In an excessive attempt to reconfigure the existing social relations, a violent and resolute process was carried out with the aim of annihilating all those relationships considered to embody values that “should” be banished. It was in this way, through the construction of a negative otherness, that the figure of the “subversive delinquent” was created in the public imagination, and included under this figure were all those who raised the flags of equality, autonomy and solidarity. In this context, under the slogan of “Western Christian Civilization”, those who, away from the “norm”, wanted to freely choose their sexual orientation or sexual identity were also affected. So far, there has not been an official recognition of the sufferings to which approximately 400 gay, lesbian and trans women were exposed. This article seeks to be a contribution in this regard, and a reaffirmation of those practices that embodied our missing colleagues.

KeywordsSocial genocide practice – Lgbtqia+ community – Memory

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Introducción1

La dictadura cívico militar implantada en la Argentina durante los años 1976-1983, sumergió al país en un proceso que puede ser categorizado como una práctica social genocida, en su aspecto “re-organizador”, según la propuesta teórica de Daniel Feierstein. El au-todenominado “Proceso de Reorganización Nacional” implantó el terror como medio y fin para conseguir el reordenamiento de la so-ciedad según valores por ellxs2 mismxs definidos, en la búsqueda de la “civilización occidental y cristiana”, como solían proclamar orgu-llosamente, tanto los altos mandos militares como lxs perpetradorxs en las salas de tortura.

El plan que llevaron a cabo, con complicidad de múltiples países latinoamericanos y de potencias como EE. UU.3, puede ser desan-dado en numerosos aspectos: políticas económicas que favorecieron solamente al sector del capital, violaciones sistemáticas a los dere-chos humanos, abusos de poder y autoridad, complicidades cívico-militares para instalar el miedo, centros clandestinos de tortura y exterminio, campañas del terror con una fuerte impronta dogmática, robo de bebxs, por mencionar algunos.

Se centrará el análisis específicamente en la represión cultural y, en particular, en los derechos vulnerados de lxs sujetxs que hoy po-drían identificarse o sentirse parte del colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexuales e Intersex4. Se estima que, en este período, unas 400 personas fueron perseguidas, detenidas, torturas, desapa-recidas, incluso muertas, por su orientación y/o identidad sexual. Se

1 El presente trabajo surge en el marco de la propuesta formulada por la Cátedra “Memoria, Identidad y Política: discursos y construcciones de sentido en torno a la última dictadura cívico-militar”, cursada en 2016 como estudiante de Trabajo Social, en la Universidad Nacional de Rosario.

2 Se utilizará la letra “x” como opción ética-política que busca referirse a un universo amplio de expresiones de género, que vaya más allá del dualismo “hombres” y “mujeres”, y que contemple también a transexuales, transgéneros, intersex u otras que vayan a existir.

3 Esto queda evidenciado en la participación de la Argentina en el Plan Cóndor. Para más información sobre este último, se recomienda leer “El Plan Cóndor: origen, desarrollo y consecuencias (1973/1983), de Cecilio Salguero, disponible online en: http://www.papelesdesociedad.info/IMG/pdf/el-plan-condor.pdf

4 Cabe aclarar que en la década del 70 el movimiento LGTBI aún no se encontraba constituido como tal, sin embargo, sí existían ciertos niveles de organización, que serán abordados más adelante.

La represión cultural en la última dictadura cívico-militar:identidad(es) en peligro

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puede afirmar que hoy permanece invisibilizada5 la experiencia par-ticular padecida por este colectivo. Es este el motivo que moviliza y anima el presente trabajo, acompañado por el deseo personal y reco-rrido militante que convocaron a realizarlo.

Para entender(nos)

Se realizarán las pertinentes aproximaciones teóricas a las cate-gorías “sexo”, “género”, “identidad sexual” y “orientación sexual”. Luego, se planteará una distinción entre “población”, “comunidad” y “colectivo”, para entender a qué se hará referencia cuando se men-cionen dichos términos.

Sexo, género, identidad sexual, orientación sexualEl “sexo”6 puede ser definido como aquellas características físi-

cas, cromosómicas y fisiológicas de los seres humanos. A los fines del presente trabajo, se expondrá esta como definición, asumiendo las simplificaciones realizadas.

El concepto “género” intenta describir un fenómeno de carácter cultural (lo que se concibe como “masculino” y “femenino” no es natural y universal, sino que es construido y difiere según las cultu-ras, las razas, las religiones), histórico (lo que cada cultura entiende cómo “masculino” y “femenino” varía de acuerdo a los diferentes momentos históricos) y relacional (lo que se entiende por masculino se define en relación a lo que se entiende por femenino, y viceversa, en un horizonte de significaciones mutuas).

El género, entonces, es un concepto formulado para contestar la naturalización de la diferencia sexual en diversos ámbitos de lucha7.

5 Tampoco es casual que en el Nunca Más —el primer informe oficial— no se nombra ni siquiera a una sola persona detenida o desaparecida a causa de orientación sexual o su identidad sexual.

6 No se prestará especial atención a la discusión entre “sexo” y “sexuación”, sumamente interesante, pero detenerse en ello no será posible por motivos de extensión.

7 El concepto de género no surge desde los estudios feministas, ni mucho menos con el objetivo de ampliar las libertades de lxs sujetxs, sino que fue desarrollado por lxs médicxs comprometidxs con los tratamientos de reasignación de sexo a personas intersexuales: su compromiso no era con esas personas, sino con la adecuación de los cuerpos de las mismas a la bi-categorización sexual heteronormativa y dicotómica.

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La teoría y práctica formuladas por los feminismos, con relación al mismo, tratan de explicar los sistemas históricos de diferencia sexual, con el fin de transformarlos. Como parte de esta naturalización, va-rones y mujeres aparecen constituidxs y situadxs socialmente en re-laciones de jerarquía; las cuales aparecen como “a-históricas” e “ina-movibles”: el feminismo asume como tarea correr este manto.

Cabe aclarar que la utilización acrítica de este arsenal teórico —aquí sumamente reducido a una líneas— tiene fuerte impacto en las concepciones que subyacen a las políticas estatales y a las iniciati-vas que promueven la mayor parte de las organizaciones sociales de mujeres o incluso feministas.

En tercer lugar, según Fabbri (2013), se entiende por “identidad de género” el sentimiento de pertenencia al sexo femenino o masculino de un individuo. La identidad de cada quien se construye en base a la subjetividad, las experiencias históricas y los modelos de género existentes en la sociedad. Por lo general, dicha construcción se basa en valores que corresponden a modelos de comportamiento acepta-dos socialmente como válidos y naturales. En la actualidad, existe un modelo predominante de identidades de género, que se erige como norma, establece espacios para mujeres y varones, señala lo permiti-do y prohibido, establece visiones estereotipadas de los géneros y una valoración diferencial de lo definido como femenino y masculino, en desmedro del primero. En una sociedad estructurada de manera bi-naria, cuya principal forma de organización es la heterosexualidad obligatoria basada en las ideas de complementariedad y mutua ex-clusión, la mayor parte de lxs sujetxs trans se autoperciben en las categorías hegemónicas, hacia las cuales tienden a desplazarse en la transformación de sus cuerpos y atributos culturales.

Por último, y siguiendo la propuesta del mismo autor, se entien-de a la “orientación sexual” como el deseo de mantener relaciones sexo-afectivas con personas de determinados géneros. En general se presenta como una elección estática: la mayoría se identifica como “heterosexual”. Otrxs se definen “homosexuales”, en el caso de sentirse atraídos por personas del mismo género. También existe la “bisexualidad”, generalmente invisibilizada incluso hacia dentro del

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movimiento LGTBI, que es la definición que adoptan las personas que sostienen vínculos sexo-afectivos, tanto con mujeres como con varones. Recientemente acuñado es el término “pansexualidad”, que define a aquellas personas que expresan sentirse atraídas sexual o emocionalmente por cualquier persona más allá de su sexo o género. Sin embargo, en tanto el deseo es fluctuante, en los diversos procesos de constitución subjetiva y desplazamientos vitales, una misma per-sona puede definirse (tanto su identidad como su orientación sexual) de distintas maneras a lo largo del tiempo8.

Población, comunidad, colectivo9

El denominador común entre los tres términos es que hacen re-ferencia a discursos que están nombrando al “otrx” reveladx como diferencia. Sin embargo, es oportuno exponerlos por separado para plasmar las diferencias en su utilización.

Por un lado, cuando se hace mención a “población homosexual” o “población diversa”, se puede identificar en este concepto la necesi-dad de poner evidencia y denunciar el discurso médico higienista de los años treinta10 que buscó medicalizar el deseo no heteronormado y ubicarlo como un abyecto. Por otro lado, cuando se refiere a los “co-lectivos de diversidad sexual”, se hace hincapié en la dimensión polí-tica organizativa y a los procesos de lucha y reivindicaciones por los derechos de la ciudadanía plena. Por último, el término “comunidad” implica un entramado de prácticas, discursos, instituciones, actores que van delineando un campo denominado disidencia afectiva o de diversidad sexual, siempre en términos de disputa con la sexualidad heteronormativa y hegemónica.

8 Esto constituye una simplificación, ya que suelen existir barreras culturales que limitan la elección.

9 Esta distinción es retomada de un trabajo final de la asignatura Práctica Profesional II (Facultad de CCPP y RRII, UNR) realizado en el año 2014 por Elizalde, Agustina; Morbelli, María Cielo y Peralta, Marcos.

10 A grandes rasgos, el higienismo consideraba a la homosexualidad como una enfermedad, y se pretendía “curarla” con tratamiento psicológico, por medio de la generación de culpa y la represión estatal.

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El genocidio como práctica social

En primer lugar, cabe aclarar que en este trabajo se opta por concep-tualizar al autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” como un genocidio de tipo “reorganizador”. Esta propuesta, si bien es asumida como propia, se encuentra inspirada fundamentalmente en el libro El genocidio como práctica social, de Daniel Feierstein. Según la tipología propuesta, el caso argentino fue un genocidio de tipo “reorganizador”, en tanto genocidio político dirigido a toda la sociedad, que buscó refundar un Estado preexistente, gracias a la transformación de las relaciones sociales hegemónicas al interior del mismo. Para ello, utilizó el terror, el aniquilamiento y la modalidad concentracionaria como tecnología específica para llevarlo a cabo.

Feierstein se distancia del concepto de “guerra” y la consecuen-te “teoría de los dos demonios” —noción hegemónica de los años ochenta para explicar los hechos sucedidos la década anterior— a través de la cual se pensaba al conjunto social como víctima de dos tipos de agresión: “durante la década del setenta, la Argentina fue convulsionada por un terror que provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda”, sentenció Sabato en el pró-logo al Informe Nunca Más, publicado en septiembre de 1984 por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Sin pretender abarcar la totalidad de la discusión con respecto a esta teoría, se transcribe un fragmento Daniel Feierstein, por su gran cla-ridad para plasmar las concepciones que subyacían al mencionado Informe: “…instala la idea de «inocencia» de las víctimas como opo-sición a la posibilidad de culpabilidad (que queda en sujeto tácito) de los «cuadros combatientes de la guerrilla», a la vez que sostiene el prejuicio de que éstos morían en combate cuando la mayoría, más allá de su pertenencia política o de su relación con la lucha armada, habían sido víctimas de los campos de concentración, tan víctimas —y es ello lo que no se quiere asumir en el Informe— como quie-nes no pertenecían a dichos conglomerados políticos” (Feierstein, 2007:270).

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Esta teoría obtuvo una gran adhesión social, en tanto entiende a la misma sociedad como un ente abstracto, una víctima colectiva de aquellos demonios, por lo cual no le cabe a ésta ningún tipo de pro-blematización ética y moral sobre su rol en este período. Vale aclarar que en este último año ciertos sectores han buscado volver a instalar esta teoría.

Varixs autorxs han concebido al período estudiado por medio de la noción de “Estado Terrorista”, entre ellxs Eduardo Luis Duhalde y Guillermo O’Donell (con sus matices). Duhalde (1999) entiende que el objetivo central del Estado dictatorial fue la desarticulación de la sociedad. El autor rechaza el concepto de guerra, en tanto ésta im-plica un carácter simétrico que no fue tal. A su vez, afirma que lxs victimarixs hicieron uso de su capacidad de hegemonizar la violen-cia, actuando en la superficie11 con un tinte de legalidad y garantía de derechos, mientras que por debajo coexistían numerosos delitos, violaciones, torturas y numerosos hechos planificados que atentaron contra los derechos de lxs ciudadanxs. Por sobre todo, tanto a la luz del día como en la oscuridad de los centros clandestinos: el terror, como método prioritario para hacerse de sus propósitos.

Feierstein (2007), se propone “comprender al aniquilamiento de colectivos humanos como un modo específico de destrucción y reor-ganización de relaciones sociales”, ya no sólo visto como una “posi-bilidad” de la modernidad, sino entendiéndolo como una “tecnología de poder12 peculiar, con causas, efectos y consecuencias específicos”.

Interpretar el aniquilamiento de ciertos colectivos sociales como una práctica social (genocida), tiene grandes potencialidades para el análisis, en tanto ayuda a entender que la lógica concentracionaria no fue sólo (como si esto fuese poco) el acto de secuestrar, torturar y desaparecer físicamente a “x” cantidad de personas: el genocidio se

11 La noción de “superficie” y “bajo tierra” fue tomada de una clase a cargo de Sabrina Gullino y Matías Gómez, docentes de la materia electiva que enmarca el presente trabajo.

12 Por tecnología de poder se entiende “una forma peculiar de estructurar —sea a través de la creación, destrucción o reorganización— relaciones sociales en una sociedad determinada […] la identidad de sus semejantes, y la alteridad de sus «otros»” (Feierstein, 2007:26).

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dirigió a todo el conjunto social, no solo a aquellxs internadxs en los campos.

En esta lógica, se puede afirmar que Argentina —toda ella— fue víctima de una práctica social genocida de tipo “reorganizador” que tuvo la particularidad de exhibir una “gran capacidad para destruir y reorganizar relaciones sociales” (Feierstein, 2007:13) de acuerdo a valores impuestos por lxs perpetradorxs. Sobre este último punto se volverá más adelante, dada la importancia y consecuencias inimagi-nables que trae aparejada tal amenaza y violación sistemática a los valores de una sociedad. Ser libres para (decidir a quién) amar, ser libres para elegir organizarse y luchar. Si estas libertades (entre otras) son arrebatadas, la constitución misma de cada persona del territorio queda trunca, al coartársele las posibilidades de desenvolvimiento y las maneras de relacionarse para con lxs otrxs.

“Civilización occidental y cristiana”: la represión cultural y el intento (des)medido de aniquilar identidades

“Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes; luego a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”.Mayo 1977, Gral. Saint Jean

Daniel Feierstein (2007) desarrolla una periodización, inspirado y estudiando con especial fervor dos procesos históricos: el genocidio realizado por el nazismo entre 1933 y 1945, y la última dictadura cívico-militar argentina. Dicha periodización consta de seis momen-tos que se articulan teniendo como eje principal al conjunto social en el cual el genocidio se lleva adelante. Ambos procesos, obviamente con sus particularidades, no buscaron sólo aniquilar una parte de la población, sino que su objetivo último fue la búsqueda de la reformu-

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lación las relaciones sociales. Las personas llevadas a los campos de concentración no eran las destinatarias únicas del accionar: consti-tuían, más bien, la encarnación de ciertos modos de relacionamiento y de valores vigentes contrarios a los que querían imponerse, por eso fueron eliminadas, difuminando el terror.

Los procesos estudiados por dicho autor inician con un momento muy importante: la determinación de la otredad negativa, mediante la cual se persigue “la construcción negativizante de la identidad del sujeto social delineado como «otro» (aquel que es capaz, aún de apro-piarse de su práctica y su experiencia, haciendo primar la autonomía en sus decisiones)” (Feierstein; 2007:215). El recorrido termina en la “realización simbólica”: instancia vinculada a las formas de narrar y representar dichas experiencias, con el objetivo de perpetuar la lógica y los valores genocidas13. Sobre esto se volverá más adelante, rela-cionándolo con el caso particular de la persecución y exterminio de personas con sexualidades disruptivas.

La dictadura en la Argentina llevó adelante una fuerte represión cultural que buscó eliminar del escenario a todxs aquellxs que alber-garan valores que fuesen opuestos a lxs que ella pretendía instalar. A continuación, se profundiza el análisis de la construcción de la “otredad negativa” con el objetivo de fundamentar la opinión de que, contrario a lo informado en el Nunca Más14, cientos de personas han sido víctimas de persecuciones, secuestros, torturas y desapariciones durante la última dictadura cívico militar, a causa de su orientación o identidad sexual.

La construcción de una otredad negativa es una instancia crucial en un proceso genocida en tanto permite delimitar a quien habrá

13 Feierstein señala que a partir del aniquilamiento de aquellxs con capacidad de articulación política crítica, y solidaria, se estaba clausurando la posibilidad de establecer relaciones sociales de ese tipo en la Argentina “cuanto menos (al decir de algunos represores) de aquí a veinte años. Y, tristemente, cabe señalarse que dicho pronóstico fue cumplido con bastante precisión. Recién entre veinte y treinta años más tarde comienza a surgir, en las discusiones colectivas y no sólo en los pequeños grupos, la posibilidad de reconstruir una memoria que dé cuenta de este proceso de destrucción (y no meramente de una supuesta “agresión terrorista” al conjunto social)” (Feierstein, 2007:326-327).

14 El capítulo 2 del Informe Nunca Más, presenta como “Víctimas” (nótese el carácter des-ideologizado de las mismas): niñxs desaparecidxs y embarazadas, adolescentes, la familia, inválidxs y lisiadxs, religiosxs, conscriptxs, periodistas y gremialistas. Cabe preguntarse por qué lxs militantes, lxs homosexuales, las trans -fuertemente reprimidas y perseguidas— no están incluidxs en esta lista.

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que exterminar. En Argentina, el poder hegemónico, mediante opera-ciones rigurosamente sistematizadas y aplicadas —con complicidad cívico-militar— se nutrió de símbolos y características existentes en el imaginario colectivo, para construir desde allí nuevos símbolos, reforzando los prejuicios ya existentes, con el objetivo de construir un sujeto social como negativamente diferente. Delimitó dos cam-pos claros: aquellxs iguales, mayoritarixs, distintxs de esxs otrxs, aquellxs que no quieren ser como todxs y, por lo tanto, no deben ser. Esto fue realizado mediante la utilización de un término político “el subversivo”, y luego, lentamente se lo mixtura con un componente policial, asociándole actitudes violentas, agresivas, impulsivas, “mete bombas”. Así, estx “otrx” pasó a ser objeto de accionar policial y penal convirtiéndose en el “subversivo delincuente”.

Hay que aclarar que esta simplificación llevada a cabo por lxs per-petradorxs, fue de alguna manera efectiva, no sólo en su época, sino también en el pensamiento de muchxs intelectuales y de la sociedad en general en el momento post-dictatorial (ya se ha mencionado la noción de “guerra” utilizada para explicar lo sucedido). Para dar un ejemplo, en las conclusiones del Nunca Más se puede leer: “carece de validez la afirmación de que la subversión y el terrorismo fueron efectivamente vencidos. Se derrotó a algunas organizaciones terroris-tas, pero a cambio de implantar un sistema de terror institucionali-zado, vulnerador de los más elementales principios éticos y morales inherentes a la persona humana, con respaldo doctrinario en concep-ciones también extrañas a nuestra identidad nacional” (CONADEP, 1984:372). Más allá de la clara mención a dos fuerzas en combate, es interesante problematizar ¿a qué se refieren al decir: “concepciones también extrañas a nuestra identidad nacional? ¿Con el “también” se incluye, aparte de la doctrina del terror, a las concepciones de “lxs subversivxs”? ¿Cuáles eran las concepciones de organizaciones como Montoneros y el ERP que se creían tan ajenas a la sociedad? Incluso en algunos momentos del Informe se plantean cuestiones como por ejemplo en el Capítulo 2.C: La familia como víctima: “Es muy difícil, en el marco de una lucha contra la subversión, encontrar una razón válida para la detención y tortura de personas de la edad de quienes

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hemos citado”; por lo tanto, podría pensarse: ¿la muerte de compa-ñerxs militantes sí puede ser entendida fácilmente y con razones váli-das? Y así se podría seguir. Estas simplificaciones se escuchan hasta el día de hoy, como un claro efecto de lo que nos dejó el genocidio de los años setenta.

Ahora bien, la intención de este trabajo es señalar que esa otredad negativa no estaba compuesta sólo por lxs “subversivxs”: esta fue tan sólo “la carátula” que quisieron ponerle a un tipo de relación social, a determinados valores, encarnados en sujetxs concretxs, que debían ser eliminadxs por ser antagónicos al modelo deseado, colocándose la fuerza genocida como una suerte de ente natural, que sólo se limi-taba a actuar en función de las provocaciones o resistencias plantea-das por esxs otrxs “inadaptadxs y violentxs”. La construcción de la negatividad, más bien, tiene vinculaciones con el potencial subvertor del sujetx o su “falta de capacidad” para adaptarse al orden.

Se intentó aniquilar a quienes “encarnaban un modo de construc-ción de identidad social y eliminando —material y simbólicamen-te— la posibilidad de pensarse de ese modo” (Feierstein, 2007:53). Por lo tanto, si uno de los principales valores que buscaron ser eli-minados fue la posibilidad de construir relaciones solidarias (con el fin de implantar una economía fuertemente individualista y evitar la organización obrera-estudiantil que atentaba contra dicha manera de concebir la economía), en la figura de “subversivx delincuente” esta-ban incluidxs también aquellxs que no estaban encuadradxs política-mente de modo directo, sino en la lucha social: jóvenes que militaban en espacios barriales, lxs estudiantes que pedían un medio boleto, trabajadorxs sociales, docentes, aquellxs obrerxs que iban a huelga por mejores condiciones de trabajo sin ser necesariamente militantes de organizaciones de izquierda, entre tantxs otrxs.

Con la misma lógica, los homosexuales, lesbianas, trans, inter-sex15, claramente pasarán a ser también parte de aquella subversión, en tanto no encajan dentro de las maneras que lxs perpetradorxs y

15 Según lo constatado, prácticamente no hay información accesible de personas intersex en estas décadas.

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la Iglesia, gran aliada en este campo, pretendían que lxs cuerpxs ex-presen su sexualidad y desarrollen su afectividad. Cabe aclarar, que no se trata aquí de analizar quienes eran “culpables” o “meredorxs” de ser “chupadxs”16, sino intentar argumentar la diversidad de suje-txs que fueron secuestradxs y desaparecidxs bajo la misma categoría (aplicada injusta y arbitrariamente a cada unx de lxs desaparecidxs).

Se puede afirmar que todos estos grupos, sumamente diversos, tenían en común, según la mirada de lxs genocidas, desafiar la “oc-cidentalidad cristiana”: noción que “en su nivel explícito es tanto política como religiosa (teniendo el elemento occidental el carácter político de alineamiento en la Guerra Fría y el elemento religioso en el carácter cristiano). Es decir, es ideológico en todo el término de la palabra, en una síntesis que resulta tanto política como religio-sa” (Feierstein, 2007:64). Se puede precisar, entonces, que la práctica social genocida ocurrida en Argentina, siguió una suerte de lógica de “limpieza social” en tanto debía extraerle a la sociedad este mal enquistado en sí misma (no es casual que las salas de torturas eran llamados “quirófanos”). Para llevar a cabo dicha limpieza, se apuntó directamente sobre la persecución de las formas de autonomía políti-ca, entendida en un sentido delincuencial.

¡Queremos vivir y amar libremente en un país liberado!17

Los dictadores que “condujeron” al país durante 1976-1983 tuvie-ron un discurso muy preciso: la intención fue homogeneizar a la so-ciedad en una verticalidad ideológica, religiosa y cultural, bajo el ya enunciado lema de la “civilización occidental y cristiana. En el mis-mo sentido, el nombre (auto) escogido “Proceso de Reorganización Nacional” fue sumamente claro ya que expresaba la búsqueda por

16 Ser “chupadx” significaba ser secuestradx ilegalmente por las fuerzas represivas, momento a partir del cual ya nadie sabía a dónde lxs conducían.

17 Fragmento del texto escrito en los volantes que entregó el FLH el 20 de junio de 1973, a la llegada de Perón.

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transfigurar y reconfigurar las maneras en que se establecían las iden-tidades dentro de la Argentina.

Resulta evidente que la sexualidad no sería un asunto descuidado por el régimen dictatorial. La heterosexualidad monogámica fue la única forma “habilitada”, y en esto fueron apoyadxs fuertemente por la Iglesia. La heterosexualidad obligatoria es un concepto propuesto por Adrienne Rich (1999) en su ensayo Heterosexualidad obligato-ria y existencia lesbiana, en el que hace referencia a las presiones a las que son expuestas las mujeres para cumplir con la heteronorma (como si la realización como mujer tuviese que pasar necesariamente por vincularse con un varón). Esto también puede pensarse, clara-mente, en relación con los mandatos impuestos sobre los varones.

Antes de realizar una aproximación a la historia de las organiza-ciones “diversas” durante las décadas del setenta y ochenta, es nece-sario explicitar que en el seno del colectivo que abarca a las diferentes expresiones de la Diversidad Sexual, siempre existió un tácito orden. Esto se plasma también en cómo y por quienes está escrita la historia y también por la cantidad de bibliografía que es factible encontrar, cuestión que ha dificultado la producción del siguiente recorrido.

La prohibición del deseo en tiempos de dictadura

“[…] la lucha contra la opresión que sufrimos es inseparable de la lucha contra todas las demás formas de opresión social, política, cultural y económica”. Frente de Liberación Homosexual

Si bien el recorte teórico estudiado trata de la década del 70 hasta la vuelta a la democracia en 1983, resulta esclarecedor mencionar algunos hechos o realidades previas. En primer lugar, durante el pe-ríodo de la denominada “restauración conservadora” (1930-1943), se configuró un triángulo entre la Iglesia Católica, el Ejército y el Estado, a través del cual se buscó asegurar un discurso hegemónico, basado en “Dios, patria y hogar”. El mismo, denunció a lxs homo-

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sexuales como traidorxs a la patria y, a su vez, era introyectado en los sujetos, reforzando la idea que debían considerarse responsables de su “enfermedad” (el higienismo jugó aquí un rol muy importante).

Fue recién hacia principios de la década del sesenta que comen-zaron a “aparecer” muchas personas que abiertamente no querían curarse de aquella “enfermedad” bajo la cual se lxs designaba. En este momento, ya no rige tanto la idea de penalización, sino más bien fuertes condiciones de discriminación de la misma sociedad hacia quienes manifestaban una identidad u orientación sexual disidente. Se puede decir que en esta década se marcó un quiebre: con la presi-dencia de Illia se comenzaba a desplegar un ambiente de mayor tole-rancia, también en cuanto a la elección sexual. Comienzan a aparecer las fiestas y bares para gays, los cines continuados y las teteras (baños públicos).

Sin embargo, “este claro de luz, duraría muy poco. Con Onganía y la Tía Margarita (apodo inventado por la comunidad homosexual para referirse a Luis Margaride, Jefe de Policía), estos lugares comen-zaron a ser objetivo de las razzias” (Maglia y Abrantes, 2010:15). Cabe aclarar que la persecución hacia las trans, por parte de las Brigadas de Moralidad, nunca se detuvo: seguían siendo perseguidas por los nefastos incisos 2“H” y 2“F”, se las encarcelaba para ave-riguar antecedentes y se ejercía violencia de todo tipo contra ellas. Además, en 1965 La Federal agregó el “memorándum 40”18 a través del que podían detener a chicxs sin avisar a la Justicia.

En el año 1969, un pequeño grupo de homosexuales varones co-menzaron a juntarse en las casillas del guardabarrena, en el tren de Gerli (Buenos Aires), por primera vez estaban discutiendo acerca de cómo generar un estado de conciencia sobre las condiciones en las que vivían lxs homosexuales. Allí decidieron agruparse y con-formar “Nuestro Mundo”, a través del cual repartían boletines mi-meografiados en las redacciones de los periódicos y revistas, quienes los recibían muy sorprendidxs. Uno de los fundadores fue Hector

18 Fue derogada en 1991 después del arresto, tortura y muerte de un joven de 17 años, Walter Bulacio. Para más información se puede visitar: https://www.cidh.oas.org/annualrep/98span/Admisibilidad/Argentina11.752.htm

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Anabitarte quien, según relata Bazan (2004) con motivo de los 50 años de la Revolución, viajó a Moscú y tuvo la oportunidad de char-lar sobre sexualidad con el sexólogo de la burocracia rusa, el profesor Teodorov. Su respuesta fue eminente: “en la URSS no existe la ho-mosexualidad”, además le aconsejó que lxs que eran homosexuales deberían casarse para curarse.

Las editoriales y contenidos de “Nuestro Mundo” eran muy inte-resantes y estaban cargados de un fuerte contenido político y social. Una de ellas afirmaba: “la homosexualidad, no es un hecho aislado. La situación de los homosexuales está profundamente ligada a otros problemas: la diferencia discriminatoria entre los sexos, las razas, clases sociales, etcétera. Por ello, que hablar, debatir sobre la homo-sexualidad no puede ni debe quedar aislado de la situación, de la problemática general de la sociedad, de su desarrollo, de sus cambios, de sus perspectivas” (Bazan, 2004:338).

Entrados los años setenta, se vivía un clima de gran politización, de contestación, crítica social generalizada; en este contexto, en agos-to de 1971, se conformó el Frente de Liberación Homosexual (de aho-ra en adelante, FLH). Surge de la fusión de “Nuestro Mundo” con un grupo de intelectuales, fundamentalmente de Ciencias Sociales (entre ellxs, Juan José Sebreli, Manuel Puig, Blas Matamoro y Juan José Hernández). Se conformó como una organización horizontal con va-rios grupos independientes entre sí, aún con intereses diferentes. Los grupos que se aglutinaron fueron: Nuestro Mundo (especialmente conformado por trabajadores y sindicalistas), el Grupo Profesionales (más dedicados al estudio); el grupo Bandera Negra (reunía actores y bohemios con tendencia anarquista); el grupo Safo (de mujeres) y un pequeño grupo cristiano (Emanuel). Uno de los principales líderes fue el poeta y sociólogo Néstor Perlonguer (Grupo Eros). La presencia femenina fue muy importante, aunque integrada siempre al término homosexual ya que “la palabra lesbiana apareció en 1975 con la in-fluencia del Año Internacional de la Mujer” (Mocrovejo, 2000:196).

El FLH disputaba directamente con el sentido común y con la pro-puesta oficial y hegemónica. El movimiento confeccionó los Puntos Básicos de acuerdo, como un acuerdo realmente de avanzada, que

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sintetizaba los sentimientos de aquella época y asumía la identidad y orientación propia como un derecho a ser resguardado. Entre otros puntos, argumentaba que “los homosexuales son oprimidos social, cultural, moral y legalmente. Son ridiculizados y marginados, su-friendo duramente el absurdo impuesto brutalmente de la sociedad heterosexual monogámica”, y sigue: “esta opresión proviene de un sistema social que considera a la reproducción como objetivo único del sexo y su expresión concreta es la existencia de un sistema hetero-sexual compulsivo de relaciones interhumanas donde el varón juega el papel de jefe autoritario, y la mujer y los homosexuales de ambos sexos son inferiorizados y reprimidos” (Bazan, 2004:342).

Lejos de quedarse en el papel de “meras víctimas”, indican que la principal reivindicación es la derogación de la normativa antihomo-sexual, para lo cual debía ser desmantelado el aparato represivo ya que la opresión heterosexual era concebida como propia del capita-lismo y de todo sistema autoritario. Se convoca a la alianza con mo-vimientos de liberación nacional y social, y con los grupos feministas (Unión Feminista Argentina y Movimiento de Liberación Femenina). El FLH estuvo presente en dos momentos fundacionales del pero-nismo de los años setenta: la asunción de Cámpora en 1973, y en la llegada de Perón ese mismo año.

Ahora bien, al mismo tiempo que crecía la organización, la repre-sión se recrudecía. El año 1973 puede ser visto como el momento en el que empieza a gestarse el proceso de construcción de aquella “otre-dad negativa” (si bien pueden verse rasgos en años y décadas anterio-res, lo que concierne al proceso genocida es lo que se analiza aquí). A la persecución, encarcelamiento y ridiculizaciones constantes lleva-das a cabo por las Brigadas de Moralidad, se les suma la acción sis-temática y cruel ejercida por la Triple A (Asociación Anticomunista Argentina). La construcción de estx “otrx” negativo comenzó a ser incesante; en julio aparecieron pintadas algunas paredes de Buenos Aires con las inscripciones “Contra el ERP, los homosexuales y los drogadictos”. Este proceso llega a uno de sus puntos máximos en febrero de 1975, cuando en la revista El Caudillo se publicó una nota con el título “Acabar con los Homosexuales”, allí se proponía: “a los

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que ya son, proponemos que se los interne en campos de reeducación y trabajo, para que de esa manera cumplan con dos objetivos: estar le-jos de la ciudad y compensarle a la Nación trabajando por la pérdida de un hombre útil. Hay que acabar con los homosexuales. Tenemos que crear brigadas callejeras que salgan a recorrer los barrios de las ciudades, que den caza a esos sujetos vestidos como mujeres, hablan-do como mujeres. Cortarles el pelo en la calle o raparlos y dejarlos atados a los árboles con leyendas explicativas y didácticas” (Bazan, 2004:365). Nótese que no sólo hace referencia a los homosexuales, sino también a las mujeres trans, a quienes no sólo no les reconocían su ser mujer, sino que se las ridiculizaba; incentivando, en ambos casos, a usar la violencia contra ellxs. Después de esta avanzada, quedaron unxs 30 militantes en el FLH, quienes deciden radicalizar las medidas.

Para 1975, la situación era crítica: la ofensiva genocida en tanto constituir a lxs homosexuales y trans como parte de este otro nega-tivo era incanzable, las persecuciones incesantes y, además, el FLH y sus cercanxs tampoco eran bien vistxs por la izquierda. El ERP llegó a protestar porque a sus militantes solían encerrarlxs junto con aque-llxs gays que caían presos. Por su parte, en Montoneros “ejecutaron a dos compañeros homosexuales por considerar que todos los homo-sexuales eran «apretables». Años más tarde […] volví sobre el tema con Sylvina quien (lo) confirmó” (Bazan, 2004:361).

La violencia en este primer momento se expresó a través de imá-genes: es la legitimación, la construcción teórica de la necesidad de un exterminio. El poder toleraba aún estas formas diferentes, pero al mismo tiempo constantemente las marcaba y las (re)construía. Esto pudo verse claramente en el hecho que, incluso hasta los primeros cuatro o cinco meses de la dictadura ya instalada, aún existían bares, fiestas y espacios “permitidos”.

Este proceso de negativización y estigmatización es, por un lado, constitutivo de los modos de construcción de identidad de la mo-

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dernidad19 y, por otro lado, es el primer momento de una secuencia genocida, aquel que hace viable una “solución” genocida. Se trascribe un segmento de El sexo de las Locas” de Néstor Perlongher: “Hablar de homosexualidad en la Argentina no es solo hablar de goce sino también hablar de terror. Esos secuestros, torturas, robos, prisiones, escarnios, bochornos, que los sujetos tenidos por «homosexuales» padecen tradicionalmente en la Argentina —donde agredir putos es un deporte popular— anteceden, y tal vez ayuden a explicar, el geno-cidio de la dictadura”.

El momento de hostigamiento es propuesto por Feierstein como la segunda “etapa”, concebido como el momento de transición de lo simbólico (construcción de la otredad) a lo material (a través del hostigamiento físico paraestatal). En este, las víctimas suelen tener el carácter de “articuladorxs sociales”, que justamente jugaban el rol de articular a las organizaciones con otros movimientos barriales, estu-diantiles, sindicales. Se puede pensar, a riesgos de tomar una visión por demás de esquemática pero asumiendo el riesgo a fin de realizar el presente ejercicio de elaboración, que a la par de lo acontecido con otros sectores del campo popular y de las organizaciones de izquier-da, es también en 1975 cuando aparece Federico muerto en el Río de la Plata, un adolescente de un barrio que pertenecía al FLH y quizás (y sólo quizás) fue visto como un nexo con organizaciones barriales o como quien podía “contaminar” a aquellos sectores.

En 1975, el FLH estaba fuertemente reducido, y mientras se en-contraban planeando una respuesta a un ataque papal contra la di-versidad sexual, llegó la Policía y se llevó a una decena de militantes. Luego de unas reuniones más, comenzada la dictadura, el colecti-vo decidió disolverse. “Sólo quedaba huir o morir. O desaparecer” (Bazan, 2004:366).

El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas tomaron el poder. Muchxs homosexuales, lesbianas y trans tuvieron que exiliarse, hu-yendo de tal represión. La dictadura desató una violenta y sistemática

19 Es imposible no pensar aquí en tantas frases dichas en este último año por el presidente de la Nación, Mauricio Macri, al referirse a lxs militantes, entre otras cosas para justificar, por ejemplo, los despidos masivos, como aquella “grasa militante” o el “ñoqui militante”.

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persecución que, además de prácticamente imposibilitar toda forma de organización, obligó a destinar todas las fuerzas a la supervi-vencia individual. La Iglesia, aliada, fomentaba inculcar una visión moralizante.

Muchxs “diversxs” tenían una doble militancia: en alguna orga-nización política partidaria y también en su propio colectivo por la reivindicación de sus derechos sexuales. Por lo tanto, muchxs fue-ron apresadxs por este motivo, pero muchxs otrxs fueron secuestra-dxs por desear y amar de una manera diferente a la que pretendía el régimen. Carlos Jáuregui (1987) en su libro La homosexualidad en Argentina, afirma que fueron 400 lxs homosexuales desapareci-dxs por las fuerzas genocidas. Este dato fue proporcionado por el Rabino Marshall Meyer, quien le afirmó que, debido a las presio-nes constantes del ala católica de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, el Informe Nunca Más no incluyó en su con-tenido la persecución a homosexuales. Meyer también sostuvo que habían recibido testimonios de personas que habían estado detenidas desaparecidas, informando sobre la existencia de violaciones y mal-tratos especialmente crueles y sádicos contra las personas que según lxs perpetradorxs eran homosexuales.

Con las vísperas del mundial, la persecución se recrudeció: según Jáuregui, unxs 1400 homosexuales y trans fueron detenidxs para “limpiar de homosexuales las calles”.

Cabe aclarar que durante todo el período que implicó la dictadura cívico-militar más trágica y sangrienta de Argentina, los colectivos de gays, lesbianas y trans permanecieron sin capacidad de organización y acción. Esto muestra el fuerte golpe que significó para estxs sujetxs, que implicó echar por tierra años de lucha, en los que incipientemente se estaba consiguiendo hacer valer el derecho de, al menos, poder ser “visibles” y no tener la necesidad de esconderse para encontrarse.

Es importante recordar que el caso de las mujeres trans es particu-lar, ya que nunca dejaron de estar severamente perseguidas: ni antes,

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ni durante, ni después. Aún hoy no son aceptadas por el conjunto de la sociedad, y cuentan cada una de ellas “más muertes que vidas”, como suelen decir en los Encuentros Nacionales de Mujeres donde su voz busca ser escuchada y amplificada20. Un caso emblemático es el de Valeria del Mar Ramírez. En el año 1976 ejercía la prostitución, y debía lidiar constantemente con el maltrato policial. “Nosotras sufri-mos detenciones todo el tiempo —explicaba—. No era raro que nos lleven en un patrullero a la comisaría, que nos pidan sexo”. Valeria estuvo detenida dos veces, en 1976 y 1977 en el centro clandestino el Pozo de Banfield, donde fue sometida a malos tratos, torturas y viola-ciones. Al salir de allí tuvo que volver a “vestirse como hombre” para poder sobrevivir21, con los daños y sufrimientos que esto produjo en ella. Hoy es la primera mujer trans que recibió su nuevo documento de identidad y partida de nacimiento rectificada y es una de las pocas que aún vive para narrar lo vivido.

En las plazas, en las aulas y en las camasHonrar la memoria

“Arderá el amor, arderá su memoria, hasta que todo sea como lo soñamos, como en realidad pudo haber sido”.Paco Urondo22

A lo largo del presente trabajo, se ha argumentado que la última dictadura cívico militar constituyó una práctica social genocida, en-tendida como “aquella tecnología de poder, cuyo objetivo radica en la destrucción de las relaciones sociales de autonomía y cooperación y de la identidad de una sociedad, por medio del aniquilamiento de una

20 Hoy se encuentra en disputa la aprobación de la Ley de Reparación Histórica, gracias a la cual unas 300 mujeres podrían están recibiendo una pensión mensual que les garantice el derecho a la adultez/vejez que aún les aparece negada: casi ninguna de ellas cuenta con aportes jubilatorios.

21 La nota completa se encuentra disponible en https://www.pagina12.com.ar: “Ser Valeria me llevó a estar secuestrada”. Publicada el 8 de enero de 2013.

22 Extracto del poema “Dame la mano” en Son memorias (1965-1969).

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fracción relevante de dicha sociedad y del uso del terror, producto del aniquilamiento para el establecimiento de nuevas relaciones sociales y modelos identitarios” (Feierstein, 2007:83).

A modo de cierre, interesa plantear dos cuestiones en particular: por un lado, señalar ciertas potencialidades que presenta pensar la dictadura como un genocidio, y por el otro, en íntima relación, re-flexionar sobre la importancia de mantener viva la memoria.

En primer lugar, entender a la dictadura como una práctica social genocida, implica poner el acento en la reconfiguración de las relacio-nes sociales que el proceso buscó llevar a cabo. Como ya se ha dicho, no se trató de destruir cualquier tipo de relación social, sino justa-mente aquellas de igualdad, autonomía y reciprocidad vigentes en la década del setenta. Se buscó, deliberadamente, implantar un nuevo modelo soberano que tenga efectos en las maneras de socialización de aquel entonces, y que conlleve efectos en las prácticas políticas de las sociedades posgenocidas. Por lo tanto, al hablar de proceso, el mismo no implica un principio y un fin terminantemente delimitados; en este sentido vuelve a ser pertinente la propuesta de Feierstein, no sólo para pensar que el genocidio argentino comenzó años antes del 24 de marzo 1976, con la construcción de la otredad negativa, sino tam-bién es iluminadora para pensar las sociedades posgenocidas, en las cuales podemos ubicar también este año 2016, año en el que siguen conviviendo en el país ex detenidxs, hijxs y nietxs que desconocen su identidad, perpetradorxs sin condena, compañerxs aún desapa-recidxs. Año en el que también la memoria ha sido “bombardeada” desde el oficialismo, relativizando los hechos.

Ahora bien, el último momento propuesto es la realización simbó-lica de las prácticas sociales genocidas. Es un punto fundamental ya que produjeron “efectos sociales y políticos que exceden a la materia-lidad de la eliminación de masas de cuerpos, de individualidades, de sujetos que expresaban relaciones sociales” (Feierstein; 2007: 139). Las prácticas sociales genocidas no culminan con su realización ma-terial, sino que se realizan en el ámbito simbólico e ideológico, a la hora de representar y narrar esta experiencia, de lo contrario pierde “efectividad”, ya que no se estaría asegurando la clausura de aquellos

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modos de articulación social que buscaron ser eliminados. Feierstein propone diversas modalidades de representación que pueden ser apli-cadas al caso argentino.

Los modos de negación de la identidad y transferencia de la culpaEl Informe Nunca Más produjo un discurso en el que buscó opo-

ner a la lógica condenatoria del “por algo será”, la expresión del “no hicieron nada”: noción que luego fue reproducida por numerosxs intelectuales, artistas, directores de cine. Ese “no hicieron nada” es fuertemente despolitizador y desproveé a las víctimas de aquello por los cuales se los secuestró, torturó y desapareció: su autonomía polí-tica (expresada en una militancia barrial, política, sindical, o sexual en el caso de la diversidad sexual). A modo de ejemplo, se observa que se presenta a lxs desaparecidxs como personas a-históricas, asexua-das, sin aspiraciones, descontextualizados. Lxs pocxs que según esta línea son culpables, son aquellxs de las organizaciones armadas, pero, además de la infundada justificación y la injusta culpa atribui-da, nada se dice sobre el surgimiento de estas organizaciones, sino que se las presenta como la locura de unxs pocxs, “olvidando” que fueron el producto de una lucha nacional y continental. De esta for-ma, la CONADEP inauguró una línea en la que pareciera que nunca existió en la Argentina aquello que, de alguna manera, “unificó” a lxs 30000 desaparecidxs. Así, se produjo la deseada negación de las prácticas sociales que buscaban ser clausuradas por lxs dictadorxs.

Quizás ningún ejemplo resulte tan paradigmático como es el caso del colectivo LGTBI, en su caso ni siquiera hoy son reconocidxs. No sólo se niega que “hicieron algo”, sino que parecen haber sido borradxs del mapa de la historia, como si nunca hubiesen existido, olvidando así a lxs compañerxs que dieron su vida por apostar a la autonomía personal y la libertad sexual como derecho. Se trata de cientxs de personas que se animaron a ser en tiempos de dictadura, lo cual se constituye en un ejemplo de lucha y dignidad que es necesario recuperar para no volver a “olvidar”.

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Las lógicas de demonización y el papel del horrorEn la Argentina, bajo la teoría de los dos demonios se patologi-

zó tanto a víctimas como a victimatarixs, ubicando a la sociedad como a la única víctima real. Conjuntamente, se muestran en los años ochenta una inmensa cantidad de recursos que exhiben los ho-rrores padecidos en los campos de concentración, pero sin ninguna explicación integral, con la intención de sumir a la sociedad en la parálisis total. Algo particular sucedió con lxs ex detenidxs que son dejadxs en libertad: por un lado, se los envió a aterrorizar, a contar lo que les había pasado, de manera que nadie más vuelva a querer hacer lo mismo. Por el otro, se envió un mensaje a la sociedad: desconfíen, por algo ellxs están vivxs. Se instaló así la desconfianza absoluta, no sólo en el ex detenidx sino también en lxs amigxs ausentes, en lxs vecinxs, en quienes no se conoce. Esto derivó en una fuerte tendencia individualista por la que la persona se refugia en sí para protegerse. De esta manera, se clausuran eficazmente las relaciones de reciproci-dad y solidaridad.

En páginas anteriores se mencionó que existen evidencias que los tratos recibidos por homosexuales y trans eran especialmente crue-les y sádicos, ahora bien ¿Por qué esa información permanece ocul-ta? Aún más, personas LGTBI exiliadas por haber sido perseguidas, otras que han sobrevivido al cautiverio, mujeres trans que debieron esconderse haciéndose pasar por hombres para sobrevivir. ¿Dónde están estos testimonios? Lejos de pensar en una responsabilidad in-dividual de estxs compañerxs, debemos preguntarnos, ¿qué lugar de escucha se garantiza socialmente? Valeria del Mar Rodriguez fue la única que dio testimonio de que tanto ella como sus compañeras eran detenidas por ser trans. Este trabajo busca ser una apuesta por el reconocimiento a la lucha de tantxs, y no necesariamente una lucha partidista, sino antes que nada una lucha por ser, por amar y desear libremente. Quizás sea esta la primera de las batallas. Por esto, re-cuperar sus historias, sus nombres, sus sueños, es fundamental para honrar su lucha y hacerla de todxs.

Para cerrar estas reflexiones finales, y con la intención de velar por mantener la memoria viva, se ha dicho que la memoria ha sido

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bombardeada, en particular por el presidente electo durante el 2015, Mauricio Macri. ¿A qué se hace referencia con esto? Debajo de un manto ilusorio de respeto por los derechos humanos, él mismo se refirió a la dictadura de 1976 como una “guerra sucia”, nada más y nada menos que en la misma entrevista en la que afirma desconocer si fueron 9000 o 30000 lxs desaparecidxs, advirtiendo que esto no es un dato importante. No hay lugar para expresiones de este tipo, ya que se está haciendo referencia a la etapa más trágica de la historia re-ciente y, especialmente porque implica compañerxs, implica madres, abuelas, nietxs. No deben escatimarse jamás los cuidados por nom-brar las cosas por lo que realmente son: un genocidio contemporáneo.

En la misma lógica, el número de desaparecidxs no es menor: son historias, amores, pasiones, sueños, luchas y, al mismo tiempo, llegar a este número fue un largo y doloroso proceso de los organismos de Derechos Humanos, por lo cual pretender bombardear y plantear du-das sobre su veracidad, es querer plantear dudas sobre estos mismos organismos. Y, como sociedad, no podemos dejar que esto ocurra: les debemos la valentía, el coraje, la fuerza. Fueron estos quienes se pusieron en pie y, en el caso de las Madres, quienes empezaron a ca-minar cuando todxs seguían encerrados por terror, porque gracias a ellas los pañuelos blancos nunca más serán trozos de tela.

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Violencia y política

Contraposición, entrecruzamiento o articulación

Lucía Vinuesa Licenciada en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario)Correo: [email protected]

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Resumen

El presente artículo tiene por objetivo exponer de manera resumida la tesina de grado para la obtención de la Licenciatura en Ciencia Política en la UNR. En la misma nos hemos propuesto dilucidar los modos disímiles de abordar la violencia y la política, con el objeto de señalar las características que asume una determinada noción de orden político. Como vemos, la relación entre ambas categorías y el orden resulta sustancial. Afirmar que la experiencia de lo político es la de una violencia originaria, que determina y confluye en la constitución del orden y que, en efecto, éste reproduce relaciones de dominación, implica asumir una postura determinada —nosotros diremos también: necesaria— frente a corrientes de pensamiento que parecen desconocer el hecho fundamental de que la dominación sigue apelando a formas de sometimiento opresivas y coercitivas.

Palabras clave

Violencia – Política – Orden – Filosofía política

Abstract

This article aims to expose the thesis for obtaining a Bachelor’s Degree in Political Science. We intend to elucidate the dissimilar ways of dealing with violence and politics, in order to point out the features that caracterize a certain notion of political order. As we see it, the relationship between these two categories and order is substantial. To claim that the experience of politics is that of an original violence, which determines and is within the constitution of the order and reproduces relations of domination, implies taking a certain position in relation to theoretical frameworks that seem to ignore the fundamental fact that domination is still utilizing forms of oppressive and coercive subjugation.

Keywords

Violence – Politics – Order – Political philosophy

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Violencia y política. Contraposición, entrecruzamiento o articulación

“En la historia real el gran papel lo desempeñan, como es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo: en una palabra, la violencia”.Karl Marx

El presente artículo tiene por objetivo exponer de manera resumi-da la tesina de grado1 para la obtención de la Licenciatura en Ciencia Política de la UNR. En la misma nos hemos propuesto dilucidar los modos disímiles de abordar la violencia y la política, con el objeto de señalar las características que asume una determinada noción de orden político, para lo cual recurrimos a dos modalidades de pen-samiento de la política que nos presentan respuestas alternativas de los efectos del vínculo entre ambas categorías en la configuración del orden político2.

A partir de nuestro recorrido, observamos que la relación entre ambas categorías y el orden resulta sustancial. Afirmar que la expe-riencia de lo político es la de una violencia originaria, que determina y confluye en la constitución del orden y que, en efecto, éste repro-duce relaciones de dominación, implica asumir una postura determi-nada —nosotros diremos también: necesaria— frente a corrientes de pensamiento que parecen desconocer el hecho fundamental de que

1 Realizada bajo la dirección del Dr. José Gabriel Giavedoni.

2 En este punto resulta pertinente aclarar que en la tesina propusimos como eje analítico abordar la violencia y la política a partir de un marco metodológico que contenía a la filosofía política como punto de partida y a perspectivas que analizan la política desde otros enfoques, particularmente en lo que hace al modo de entender el orden. SI bien decidimos dejar de lado en este artículo esta línea de investigación, lo mencionamos resumidamente en esta nota al pie. En efecto, al analizar esta tematización de la violencia y su correlato en el orden político, reivindicamos como necesario hacerlo en la encrucijada entre la filosofía política y la política de la tragedia. En consecuencia, valoramos positivamente los beneficios de concebir conjunta y complementariamente al pensamiento filosófico político y al pensamiento trágico. Tal como argumentamos en la tesina, ninguna de dichas formas de pensamiento de la política agota en sí misma las posibilidades de la teoría política de la violencia que nos ofrecen los autores que hemos recogido.

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la dominación sigue apelando a formas de sometimiento opresivas y coercitivas.

En este sentido, decidimos recurrir a la tradición de discurso po-lítico, hacer hablar a los pensadores modernos y contemporáneos de la teoría política, ejercicio hermenéutico de revisión bibliográfica de un valor inmenso a los fines de entrever la relación estrecha entre el orden político y los requerimientos (o no) de la violencia, en la reproducción de las relaciones de dominación. Tal como veremos, es-cogimos una selección acotada3 de autores clásicos que tienen mucho que decir respecto al tema de estudio, algunos pueden agruparse en los márgenes de un realismo crítico (Grüner, 2007), otros pueden ser clasificados como pensadores de lo impolítico (Espósito, 2009), así como de la tragedia (Rinesi, 2003), encontraremos también claros exponentes de la filosofía política (Wolin, 2001).

Diremos junto a Atilio Borón, de lo que se trata es de “interpelar a una «tradición viva» y no de adentrarse en un cementerio de ideas, o de internarse en el oscuro laberinto donde yacen los restos arqueoló-gicos de la historia del pensamiento político” (1999:2). Hablamos de interpretación porque pretendimos que estos textos venerables recu-peren su voz y vuelvan a hablar. Necesitamos de esas voces en estos tiempos, ya que arrasados como estamos por la amalgama de neoli-beralismo y el neo-institucionalismo en la ciencia política, estamos hambrientos de buenas ideas y nobles utopías.

3 Selección cuyas ausencias resultan difícilmente excusables. En este sentido, Friedrich Engels y Antonio Gramsci, por el lado del marxismo, son aportes de un valor inmenso al problema de la violencia y la política, lo mismo ocurre con el propio Lenin. Por otro lado, una lectura de George Sorel hubiese sido interesante, y un largo y culposo etcétera. Como ocurre siempre que emprendemos una investigación, el tiempo es tirano con nosotros, sometiéndonos a la ineludible obligación de recortar —sin asco— nuestros márgenes de estudio.

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I. Teoría de la violencia y de la acción política en el marco de un orden político signado por el conflicto y la imprevisibilidad

En el primer capítulo, nos propusimos un recorrido por algunos textos de Maquiavelo representativos del modo en que concibe la re-lación entre el orden político y la violencia en tanto categoría política. Como veremos, el autor se perfila como el padre de la Nueva Ciencia Política, con una concepción realista de la política, destierra de la misma la idea de un bien superior. Por otro lado, el orden político es un círculo cerrado que tiene en sí mismo su fundamento, al mismo tiempo que una totalidad sobrevenida gracias a una violencia funda-dora y conservadora.

Maquiavelo tiene el mérito de concebir una teoría de la violencia que responde a los requerimientos de una política que se presenta inestable, siempre en vilo frente a los avatares de la Fortuna, y me-diada por la presencia de múltiples y disímiles intereses contrapues-tos. En un contexto como el descrito, el autor ofrece una teoría de la violencia, de su aplicación juiciosa, en este camino, se perfila como un teórico político de la acción, en tanto vislumbra que el actor polí-tico debía acomodar su temperamento y elegir determinadas vías de acción de acuerdo con las demandas de la coyuntura y sus circuns-tancias cambiantes4.

Todo el pensamiento maquiaveliano está atravesado por su pre-ocupación frente a la desorganización política de la Italia renacentis-ta y por la inestabilidad de la República florentina. La nueva ciencia política intenta hacer inteligibles los fenómenos políticos en momen-tos en que los ordenamientos sociales y políticos tradicionales pare-cen disolverse. Motivado por el impulso de aconsejar al actor político acerca de cómo conformar y conservar el gobierno, Maquiavelo no puede menos que depositar esperanzas inmensas en el accionar de

4 En este punto, debemos aclarar que nuestra lectura de Maquiavelo se encuentra fuertemente condicionada por el tratamiento que el autor brinda a la política y la violencia en El Príncipe. De este modo, tal como se desprende de dicho texto, el sujeto político juega un rol prioritario en las apreciaciones del florentino sobre las instituciones políticas. A diferencia de lo que ocurre en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio.

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dicho sujeto, es decir, el príncipe nuevo. En este camino, reconoce el carácter ineludiblemente violento de la política, el orden efectivamen-te se funda y conserva sobre medios violentos, el bien tiene lugar solo a partir de un mal fundador.

En el marco analítico que nos brinda la filosofía política, y al-gunas visiones contrapuestas, veremos los rasgos peculiares que nos permiten pensar la teoría política de la violencia en Maquiavelo como aquella que aparece como necesaria para los requerimientos de la ins-tauración y mantenimiento del orden político, sin lograr emanciparse totalmente de los avatares trágicos de la fortuna (Rinesi, 2003).

Orden político, violencia y teoría de la acción políticaEl mal, el temor y la violencia adquieren un rol protagónico en

la conformación de un Estado para hacerlo durable, Maquiavelo lo reconoce con precisión. De este modo se permite valorar los homi-cidios de Rómulo en los orígenes de Roma. En el libro noveno de los Discursos (Maquiavelo, 1996) refiere a la historia de dicha ciu-dad italiana, particularmente a su nacimiento, es decir, a Rómulo, quien fue el instaurador del orden civil. A partir de esta historia, Maquiavelo reconoce dos violencias, la que compone y la que estro-pea (Manent, 1990).

En este sentido, desde la perspectiva de Maquiavelo, Rómulo, a pesar de asesinar a su hermano y a su compañero, tenía por fin tras-cendental el bien común. El florentino dirá que aunque “(a Rómulo) le acusan los hechos, le excusan los resultados, cuando éstos sean buenos, como lo fue con Rómulo, siempre le excusarán, porque se debe reprender al que es violento para estropear, no al que lo es para componer” (1996:57).

Estas violencias pueden pensarse a partir de su carácter de legiti-midad, si el fin es la constitución de la ciudad como un orden político que debe construirse, protegerse y sostenerse a lo largo del tiempo. Necesariamente Maquiavelo debe señalar esta distinción si aspira a perfilar un Estado duradero. El ejercicio de la violencia no es negativo o pernicioso para los fines del principado o del Estado, incluso pue-de resultar eficiente (e ineludible) en el mantenimiento del orden, un

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asunto que Maquiavelo no logra resolver del todo, como veremos, es el modo en que la Fortuna puede escapar del control del gobernante, incluso, y a pesar, del empleo de la fuerza.

Ahora bien, podemos volver sobre Manent (1990) en vistas a re-pasar sus argumentos acerca de la fecundidad del mal en el orden político a partir de su propia lectura de los textos de Maquiavelo. De este modo, en base al carácter sustancial del mal en la vida política, la ciudad viene a ser una isla artificial construida por medios violen-tos. Resulta absurdo querer mejorar el bien de la ciudad gracias a un bien superior que aportaría la religión —como bien han propuesto los escolásticos—, ya que dicho aporte no haría más que desbaratar el funcionamiento natural de la ciudad. Resulta entonces que al afir-mar la necesidad y fecundidad del mal se está aseverando la autosu-ficiencia del orden terrestre, del orden profano. El cuerpo político es, sin dudas, una totalidad cerrada y sobrevenida gracias a la violencia fundadora y conservadora (1990:43-46).

Por su parte, Cassirer (1947) hace referencia a la fascinación de Maquiavelo por César Borgia y sus métodos para deshacerse de sus enemigos, los cuales no se entienden si pensamos como fuente de admiración al hombre mismo (Borgia), sino la estructura del nuevo estado que él había creado. En este sentido, “Maquiavelo fue el pri-mer pensador que se percató completamente de lo que significaba en verdad esta nueva estructura política” (1947:160). El análisis de Cassirer viene a reforzar nuestra concepción del mismo Maquiavelo y su aporte a la tesina presente. Con Maquiavelo la distinción entre moral y política asume un carácter explícito, a su vez, el temor y la violencia se reconocen como medios no solo válidos sino necesarios y deseables cuando así lo demanden las circunstancias. Por otro lado, afirmamos que Maquiavelo desestima la existencia de un bien supe-rior que trascienda la ciudad y que la misma está construida por y sobre medios violentos.

En estos términos, podemos extraer una determinada concepción del orden político que se funda y mantiene sobre el empleo de la vio-lencia en manos del gobernante. A lo cual debemos agregar otros elementos ineludibles como la búsqueda de legitimidad en las masas

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por parte del príncipe o actor político. Desde la perspectiva que nos ofrece Maquiavelo, resulta de una importancia sustancial el obtener la aprobación del pueblo, como forma de legitimación. El recurso a la violencia y el temor son aconsejables, pero al mismo tiempo, el autor esboza una apreciación de las masas que lo sitúa a distancia del cris-tianismo y del pensamiento griego. Estas características nos permiten pensar a Maquiavelo como un fiel representante de la Nueva Ciencia Política, veamos cómo se perfila la misma a partir de una determina-da concepción del orden político.

El mundo de la política se encontraba vibrante de cambio, se vis-lumbra en Maquiavelo un alejamiento de las cuestiones en torno de la autoridad legítima, con sus connotaciones de un mundo político esta-ble, para acercarse a cuestiones de poder o de la capacidad de ejercer el dominio mediante el control de un complejo inestable de fuerzas en movimiento. Ya no era tan sencillo establecer distinciones sutiles en base a la fugacidad de los acontecimientos. Es posible afirmar junto a Wolin que la gran innovación maquiavélica consiste en la insistencia de la realidad del movimiento y el cambio, este es el principio unifi-cador básico (2001:232).

La economía de la violencia y la teoría de la acción políticaA continuación, proponemos un abordaje conjunto de la idea de

acción política en Maquiavelo y de la economía de la violencia por-que consideramos que no es posible pensarlas como términos estan-cos. Más bien, un análisis que implique ambas teorías puede resultar esclarecedor del modo en que Maquiavelo postula su teoría del orden político como uno inestable, cambiante, y cuyas disímiles circuns-tancias coyunturales obligan al sujeto político a adoptar uno u otro temperamento, así como aplicar o no la fuerza. Como hemos visto, la teoría de la acción estaba emparentada a la virtù del actor político, a su capacidad de torcer la Fortuna cuando esta se presente desfavora-ble. Por eso la misma —la virtù— está siempre determinada por una coyuntura, debe ejercerse siempre en una cierta situación de hecho. Esa coyuntura ofrece al actor político la materia sobre la cual su virtù

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debe practicarse, pero esa “materia” no es una arcilla blanda y dócil, ella misma dicta el método con el cual puede ser trabajada, determina en cada situación concreta qué es lo que debe ser considerado una conducta virtuosa (Rinesi, 2003:52).

La política adquiere el perfil de un arte incierto y temerario. No hay reglas ni leyes de acción que pueden aplicarse universalmente. De todas maneras, Maquiavelo aconseja que el actor político se guíe como norma general de acción —en este mundo incierto y cambian-te— el ser atrevido antes que circunspecto. En este marco, y en cami-no de guiar al príncipe nuevo, Maquiavelo no podía efectuar contri-bución mayor que crear una economía de la violencia. Es decir, una ciencia de la aplicación controlada de la fuerza (Wolin, 2001:239). Como tal, tendría por tarea la de proteger el límite que separaba la creatividad política de la destrucción. “El control de la violencia dependía de que la nueva ciencia pudiera administrar la dosis precisa adecuada para situaciones específicas” (Wolin, 2001)

Es importante entender que Maquiavelo no consideraba a la eco-nomía de violencia como un medio para reducir la magnitud del su-frimiento en la condición política. Al mismo tiempo, podemos de-cir que esperaba promover mediante su economía de la violencia “el empleo «puro» del poder, no mancillado por el orgullo, la ambición ni motivos de mezquina venganza” (Wolin, 2001:241). Es decir, el Estado a partir de Maquiavelo es directamente encarado como una suma de poder, cuyo perfil era el de la violencia. Efectivamente, “opi-naba que los elementos vitales de la actividad política no podían ser controlados ni orientados sin aplicar la fuerza y al menos la amenaza de violencia” (Wolin, 2001:238).

De todas maneras, resulta interesante recordar que, a nivel inter-no, Maquiavelo creía posible estructurar la política de una sociedad mediante métodos encaminados a minimizar la necesidad de actos de represión extremos. En este sentido, “la importancia de la ley, las instituciones políticas y los hábitos de civilidad residía en que, al regularizar la conducta humana, ayudaban a reducir la cantidad de casos en que se debía aplicar la fuerza y el temor” (Wolin, 2001:240).

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Interesa destacar del constructo teórico maquiaveliano los elemen-tos que nos permiten vislumbrar características propias del Estado moderno tal como lo conocemos. En este sentido, el temor y la violen-cia pueden ser emparentados con un modelo de Estado entendido en términos gramscianos (Althusser, 1997; 2004). Especialmente si tene-mos en cuenta que el temor no se presenta sólo como el sentimiento del pueblo hacia el principio, sino también de éste hacia el pueblo y en este camino se orienta su necesidad de legitimarse entre las masas. La búsqueda de consentimiento entre el pueblo, si bien parece desva-lorizada por momentos, es una preocupación presente en el autor flo-rentino. A esta altura, resulta imprescindible ser conscientes de que la meta principal de Maquiavelo es perfilar un modo de gobierno que le permitiera al príncipe conservar el poder. En este camino, el príncipe debía ser capaz de variar su conducta, de buena a mala y viceversa “según lo dicten la fortuna y las circunstancias” (Skinner, 1993:163). Al mismo tiempo, debe conseguir ser temido, pero no odiado. La violencia que aparece en los orígenes debe saber utilizarse cuando lo demanden las circunstancias.

II. La violencia y sus formas diferenciales según su naturaleza. Procesos de monopolización de la violencia órdenes políticos centralizados

En el capítulo segundo hemos reagrupado a algunos autores que, a pesar de sus diferencias sustanciales, pueden ubicarse en una mis-ma línea de pensamiento político realista. En este sentido, diremos que confluyen en una conceptualización de la violencia y la política, concibiéndolas a partir de procesos de monopolización de la violencia y de su organización en una estructura centralizada de poder. Estas unidades logran hegemonizar la violencia legítima, los hombres ya no temen a la muerte en manos de otro hombre, el miedo se reconfigura, se internaliza y actúa como contención de las emociones e impulsos, al mismo tiempo que se dirige al Estado, es decir, el temor de los hombres a ser castigados.

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Introducción al pensamiento científico y político hobbesianoComo veremos, Thomas Hobbes configura la noción de orden po-

lítico a partir del modelo de Estado que refleja el Leviatán. El estado de naturaleza aparece como el dispositivo teórico que nos permite comprender las características de un orden pre-político, en el cual la violencia es horizontal, anárquica, impredecible y el temor frente a la muerte violenta es una constante entre los hombres. El Leviatán se erige frente a este des-orden y aglutina en sus manos el ejercicio de la fuerza sobre los súbditos. La violencia se torna predecible, se ejerce vertical y legítimamente. Con relación a las condiciones sub-jetivas que llevan a la lucha natural entre los individuos en el esta-do de naturaleza, el autor detalla tres específicamente que, aun si fuera pertinente mencionarlas, resumiremos en una sola: la de una innata inclinación del género humano al deseo de poder, un deseo constitutivo que sólo puede ser eliminado por la muerte. Pues bien, si centramos nuestra atención en este deseo, podemos apreciar que tiene que ver con la característica antropológica fundamental que, según Hobbes, determina la finalidad esencial del ser humano; es decir, conservar su propia vida dirigiéndose hacia lo que la hace posi-ble (el bien) y huyendo de lo que la pone en peligro (el mal). El deseo de poder es, por tanto, el impulso natural que empuja el ser humano hacia la satisfacción forzosa de esta necesidad primaria y elemental: la autoconservación vital.

Ahora bien, una vez que comprendemos que el deseo de poder y el de la autoconservación vital inclinan a los hombres a estar alertas unos a otros y, en algunos casos, a luchar entre ellos, nos pregun-tamos si esos elementos se encuentran presentes en todo momento y lugar, y acerca del carácter mismo del peligro —y temor— a la muerte violenta. Es posible comenzar afirmando que ese peligro de muerte violenta se extiende a todos y es, además, permanente. De hecho, aun cuando no se encuentren efectivamente en guerra, en el estado de naturaleza, los individuos viven bajo la amenaza constante del conflicto, pues el conflicto está siempre presente como disposición

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natural, tal y como muestra la ilustrativa metáfora climatológica a la que recurre Hobbes en estas páginas.

El estado de naturaleza como aquel característico del vacío políticoDe modo que, lejos de representar el momento originario de toda

comunidad posible, Hobbes concibe el estado de naturaleza más bien como el riesgo que corre toda comunidad política si su poder sobe-rano no está debidamente fundamentado. En este sentido, se trata del riesgo que corre todo estado cuando cae al estado anterior y la mayoría de los hombres se encuentran viviendo sin orden establecido por falta de un poder común, con la desconfianza recíproca y el te-mor permanente a la muerte violenta que caracterizan eminentemen-te los conflictos civiles. De este modo, observamos que en el autor del Leviatán, la natural conflictividad humana, y con ésta la violencia y el temor a la muerte como formas extremas de manifestación de di-cha fenomenología (Firenze, 2013), juegan un rol determinante para comprender el fundamento —en tanto origen y legitimidad— del or-den político, y tal vez podríamos aventurar, de su reproducción.

Este estado de vacío político o su amenaza permanente, debe ser observado incluso con mayor detenimiento. Si comprendemos, junto a Wolin (2001), que el estado de naturaleza hobbesiano simbolizaba también una condición confusa por la anarquía de significados. El problema planteado en estos términos era también filosófico e impli-caba la jerarquía del conocimiento. El estado de naturaleza constituía el caso clásico de subjetivismo, en este sentido, el estado de naturale-za representa la culminación de un constante aumento del desacuerdo en cuanto a los significados comunes y fundamentales, el deseo de cada uno de buscar aquello que es bueno para él. En consecuencia, Hobbes no toleraba la primacía de la razón privada porque originaba una confusión de significados que destruía el cuerpo político como un todo en comunicación.En estos términos, podemos decir que el orden político hobbesiano no hace más que anular el conflicto de intereses que Maquiavelo reconocía como propiamente político. Es posible poner en duda el carácter de “vacío político” del estado de

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naturaleza, ya que bien puede pensarse que solo en dicho estado im-pera el conflicto inherente a la política y la noción de comunidad, que justamente el contrato de la sociedad civil anula al priorizar el interés individual de cada sujeto al pactar.

Llegados a este punto resulta valioso reconocer al conflicto como uno de los elementos que Hobbes intenta erradicar al prefigurar su Leviatán. Por otro lado, desde ya reconocemos el rechazo hobbesiano de la sociabilidad natural como fundamento de la comunidad, lo cual constituye precisamente el primer punto de ruptura con la tradición ético-política antigua y, a su vez, el elemento teórico que inaugura la configuración moderna del pensamiento de la comunidad. Basta con recorrer las conocidas páginas del libro XIII del Leviatán acerca del estado de naturaleza para percatarse del giro radical que Hobbes imprime de manera inaugural a la filosofía política occidental de-terminando, hasta nuestros días, el horizonte todavía abierto de su intrínseca problematicidad.

Esa conflictividad inherente al orden social es la que preocupa a Hobbes, es también, el conflicto que deviene posible frente a la apa-rición de partidarios dentro del mismo Leviatán, es decir, cuando el poder soberano es disputado, cuando aparecen divisiones. En conse-cuencia, es posible afirmar que es justamente el carácter propiamente político, si entendemos al mismo como el espacio de disputa de senti-dos, el que busca eliminar el Leviatán de Hobbes. El Leviatán se erige frente a la propia precariedad del orden.

Sin embargo, en este punto no podemos dejar escapar una cues-tión. Si bien reconocemos la validez de los preceptos descriptos pre-cedentemente, quisiéramos destacar la cuestión del conflicto, de su estado siempre latente, incluso en tiempos de paz. Desde una mirada complementaria a la que venimos rescatando, puede pensarse todo el aparato teórico acerca del estado de naturaleza como una descrip-ción realizada por Hobbes frente al temor que le provoca la política misma. En este sentido, al instituir el Leviatán no estaría creando la

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sociedad civil y con ella, el orden político5, antes bien, creemos que de ese modo estaría anulando lo impredecible de la política misma, su carácter conflictivo irremplazable. Justamente, frente a esta em-presa de desterrar el conflicto propio de las relaciones sociales, la violencia ejercida verticalmente, de modo predecible y exclusivo en manos del Leviatán, aparece como necesaria en la generación de este nuevo orden político y social. El temor, que en el estado de natura-leza aparecía a raíz del riesgo de morir en manos de otro(s) y de un modo violento, sufre una transformación y ahora se reactualiza en el Leviatán, adquiriendo la forma del miedo frente a las consecuencias de des-obedecer o infringir la ley, es decir, frente a la espada pública que se erige como el aspecto coercitivo del pacto civil.

Max Weber, el recurso a la violencia legítima como medio específico del Estado modernoPor su parte, Max Weber concibe al Estado como la asociación

política por excelencia y le asigna un medio específico que consiste en el monopolio de la fuerza física legítima sobre un territorio delimi-tado. El proceso que conlleva a esta monopolización de la violencia y a la conformación del Estado moderno, coincide con el desarro-llo capitalista, en base a esta simultaneidad y mutua implicancia, el Estado adquiere las mismas características que la empresa capitalista. En relación con la noción de la violencia, el Estado aparece como el organizador, aglutinador de un conjunto de violencias disímiles que preexisten al mismo, al hablar de monopolio reconoce la existencia de fuerzas en disputa, por eso, el Estado se tornaría hegemónico en el ejercicio de la violencia, la suya es efectivamente legítima a diferencia de las otras.

La asociación política como tal puede ser definida sociológica-mente a partir de su actividad, sin embargo, Weber arguye que dicha tarea resulta muy difícil ya que históricamente las mismas han ido

5 De hecho, Soares, quien es citado por Rinesi (2003), nos induce a pensar el pacto como un artificio de la razón para generar el orden político, no porque lo instituya, sino porque colabora, en cuanto idea determinante de actitudes propias a súbditos reverentes, con su preservación o reproducción. Es decir, el orden político que instituye el Leviatán es uno de sumisión, pero no es una creación ex nihilo.

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cambiando, no hay ninguna que pueda decirse que sea competencia exclusiva de estas que hoy llamamos Estados. En base a dicho reco-nocimiento, nos informa que el mismo solo puede ser definido por un medio específico que él, como toda asociación política, posee: la violencia física. Luego aclara que la violencia no es, naturalmente, ni el medio normal ni el único medio de que el estado se vale, pero sí es su medio específico, este dato es fundamental. Weber encuentra en la actualidad, una relación especialmente estrecha entre el estado con la violencia, a diferencia del pasado, cuando las más diversas asociaciones, comenzando por la asociación familiar, han utilizado la violencia como un medio enteramente normal.

Aportes a la teoría de la monopolización de la violencia física en el marco del proceso civilizatorio occidentalEn el caso de Norbert Elías (2009), las unidades centralizadas de

poder que monopolizan el ejercicio de la violencia, solo se compren-den a partir del desenvolvimiento civilizatorio. En el mismo, resulta fundamental comprender la simultaneidad de las transformaciones de la estructura de personalidad y las estructuras sociales, gracias a las cuales los hombres asumen pautas de control de las emociones. El es-tudio de las estructuras sociales y de personalidad conlleva un aporte sustancial a la cuestión del monopolio de la violencia. En estos tér-minos, el proceso de constitución del Estado, como una composición formada por muchas pequeñas unidades sociales que se encuentran en libre concurrencia, se entiende, por un lado, por la dinámica endó-gena de la misma composición, es decir, por su tendencia inmanente a construir un monopolio con las unidades libremente competitivas. Por el otro, en base a la auto-vigilancia, el autocontrol, el dominio de las emociones espontáneas que se produce al mismo tiempo que la monopolización de la violencia física y la ampliación de las secuen-cias de acción y de las interdependencias en el ámbito social.

El aporte de Elías (2009) resulta clave para pensar procesos de des-conflictualización, diferenciación e integración de grupos socia-les, en vistas a comprender la conformación de espacios pacificados a partir de la monopolización de la violencia física en órdenes centra-

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lizados. A lo largo de esta obra, Norbert Elías, intentará un recorri-do, a partir de observaciones, del modo en que los hombres asumen pautas de control de las emociones. Su estudio trata de procesos de larga duración de las estructuras sociales, así como las estructuras de personalidad. Concebimos importante recuperar esta lectura en tanto marco analítico para advertir los procesos de modelación social en el sentido de la civilización occidental, modelación posible a partir de una auto-coacción de los hombres, en este sentido se entiende la importancia de estudiar simultáneamente las estructuras de perso-nalidad y las estructuras sociales. Específicamente, vamos a destacar el proceso de monopolización de la violencia, la conformación de espacios pacificados.

La auto-vigilancia, el autocontrol, así como el dominio de las emo-ciones espontánea, la contención de los afectos, la ampliación de la reflexión más allá del estricto presente para alcanzar a la lejana ca-dena causal y a las consecuencias futuras, son aspectos distintos del mismo tipo de cambio del comportamiento que se produce necesaria-mente al mismo tiempo que la monopolización de la violencia física y la ampliación de las secuencias de acción y de las interdependencias en el ámbito social. De este modo, tiene lugar una modificación del comportamiento en el sentido de la civilización (2009:542). Al mis-mo tiempo, gracias a un monopolio de un poder central, la amena-za física del individuo va haciéndose cada vez más impersonal y no depende de modo tan directo de los afectos y los impulsos momen-táneos, sino que progresivamente va sometiéndose a normas y leyes exactas. Finalmente, acaba suavizándose dentro de ciertos límites y con ciertas variaciones, incluso en el caso de quebrantamiento de la ley (2009).

El aspecto más interesante que nos aporta a nuestra reflexión Elías se relaciona con el modo de concebir este monopolio de la violencia física. En tanto no se presenta únicamente como una imposición cen-tralizada y ejercida verticalmente, del modo en que podemos pensarla a partir del Leviatán hobbesiano o del Estado weberiano. Lo nove-doso en el proceso civilizatorio reflejado por Elías está en este doble

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proceso de transformación de las estructuras de la personalidad, por un lado, y las estructuras sociales, por el otro.

III. La violencia como fundadora y reproductora de un orden de dominación capitalista: Jean-Jacques Rousseau y Karl Marx

A continuación, abordamos conjuntamente las perspectivas analí-ticas acerca de la violencia y el orden político que nos ofrecen Rousseau y Marx. Algunos puntos de contacto entre ambos, nos permiten vis-lumbrar que su principal aporte a nuestra tesina se orienta al modo en que reconocen en la sociedad civil, para el caso de Rousseau, y en el Estado, en Marx, las formas que asume el orden político de domi-nación moderno y capitalista a partir de la institución de la propiedad privada, o bien, del mismo desenvolvimiento dialéctico del capitalis-mo, instauración siempre acompañada por la violencia, amparada en la legislación misma que viene a erigir. En este entramado, las leyes, el derecho, el contrato civil o el Estado aparecen como las garantías que permiten instituir por derecho la desigualdad entre los hombres, las clases sociales. Las diferencias entre ambos son marcadas, por este motivo, dedicamos a cada uno un análisis profundo que nos permita vislumbrar en detalle la relación entre el mal, la violencia y la des-igualdad entre los hombres viviendo en sociedad, y, por otra parte, la relación entre capital, trabajo y Estado que nos aporta Marx, quien no escatima esfuerzo en su descripción de la legislación opresiva que acompaño (y acompaña) la acumulación capitalista originaria (o por desposesión si consideramos que la misma está plenamente vigente).

En principio, Rousseau se erige como aquel filósofo contractualis-ta que no puede eludir una crítica profunda a la sociedad civil, en la que predominan los crímenes, el mal entre los hombres, la violencia y la desigualdad más profunda con relación a la propiedad, todos elementos sociales que el autor reconoce como consecuencia del pac-to inicuo que funda esa misma sociedad. Contrato civil que legisla y otorga derecho a la propiedad privada, generando así relaciones

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de poseídos y desposeídos, introducen la desigualdad en el centro del mundo político. Rousseau señala en el contrato social ilegítimo y perverso, que respalda la sociedad civil moderna, el desenvolvimiento violento que gesta todas las instituciones de la modernidad: la razón, la propiedad, la sociedad civil, las instituciones políticas. El mismo, como puede observarse en su denuncia ferviente, no tiene por fin fun-dar la legitimidad de la sociedad, la de los representantes políticos o establecer las bases justas de la convivencia social. Más bien, viene a ocultar los mezquinos intereses de las clases poderosas, es un artilu-gio del rico para engañar a los débiles.

Por nuestra parte, concebimos elementos de historicidad precisa en el entramado teórico rousseauniano, creemos que son justamente dichos elementos sociales como la propiedad privada, la desigualdad, la organización en clases sociales de poseídos y desposeídos, la legis-lación que los ampara, los que nos permiten encontrar en el ginebrino cierto perfil proto-marxista. Rousseau no describe cualquier sociedad existente, más bien, su observación se dirige a las características que presenta el contexto en que él vivió, con el capitalismo competitivo en pleno desarrollo. Esta es, a su vez, la sociedad realmente existente, donde afloran con fuerza los elementos de una sociedad capitalista, sociedad conformada por individuos, egoístas, propietarios, las gue-rras y la violencia.

La unión que funda el contrato civil, que reconoce y garantiza la desigual distribución de la propiedad privada, provoca los males que ella misma pretende luego corregir. En contraposición a ese orden político corrupto, inicuo, de dominación y sometimiento violento, Rousseau presenta un modelo social o pacto social superador, donde confluyan las voluntades de todos los hombres en una voluntad ge-neral que instituya el contrato social, que produzca una unión social asentada en la justicia y en la distribución equitativa de la propiedad. El “terrible esfuerzo”, en términos de Espósito (2012), que lleva a cabo Rousseau para que el poder del Estado coincida con las volunta-des de cada uno de los súbditos, o bien, para atribuir la soberanía al cuerpo social por entero, nos inclina a concebir al entramado teórico del ginebrino, como aquel que, si bien rechaza el orden político vi-

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gente, pretende refundarlo sobre otros elementos. Es decir, encontra-mos en Rousseau aspectos típicos del pensamiento filosófico político, efectivamente aprecia como posible y necesario diseñar e instituir un modelo político des-conflictualizado, un orden social reconciliado consigo mismo.

En el caso de Marx encontramos dificultades mayores a la hora de incluirlo o no en la tradición de pensamiento político filosófico, en primerísimo lugar se debe a que nuestro recorrido por su obra teórica y filosófica política es sumamente acotado. Por este motivo, descartamos el intento de “encasillar” el pensamiento de la política propio del autor en vistas a valorar y priorizar el entramado analítico que esboza Marx acerca de la violencia que acompaño el desarrollo del capitalismo en sus orígenes. Como pudimos observar, solo es po-sible comprender la plena instauración y desenvolvimiento histórico y geográfico capitalista, a partir del análisis de la relación entre ca-pital, trabajo y Estado. En base a la misma, es posible entender al entramado político y jurídico que asume una forma característica en el Estado-nación moderno, como el que viabilizó las relaciones de sometimiento entre poseedores de los medios materiales de produc-ción y los trabajadores que fueron desposeídos de las tierras comu-nales que trabajaban. Marx aborda un contexto histórico específico, con sus características y su legislación correspondiente, sin embargo, a partir de otras interpretaciones posibles del capítulo XXIV de El Capital, podemos afirmar que la violencia ejercida en los orígenes del capitalismo tiene absoluta actualidad, si bien asumen formas diferen-tes de acumulación (Harvey, 2005).

IV. Violencia y política a partir del orden jurídico que establecen y conservan. Crítica al devenir político moderno

En el último capítulo, nos propusimos continuar nuestro análisis de la cuestión de la violencia y la política como términos inescindi-bles, no con el objeto de insistir en dicha relación, sino orientados a

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vislumbrar los efectos de la misma en la configuración del orden. En este caso, los autores poseen algunos puntos de contacto, si bien de-bemos reconocer que se caracterizan por contraponerse mutuamente en la mayoría de las discusiones que los atraviesan.

En principio, tanto en Benjamin, en Schmitt y en Arendt, pudimos observar la presencia de una crítica profunda a la modernidad polí-tica. Por parte de los primeros, la misma se dirige especialmente al devenir “degenerativo” de la democracia liberal parlamentaria, y al modo de pensar la política desde el liberalismo, particularmente des-de la perspectiva schmittiana. Por su parte, Arendt se orienta en una crítica a la teoría política moderna en cuanto la misma ha interpreta-do mal a los griegos, ha confundido los términos poder y violencia, convirtió a la política en un medio.

Por otro lado, el aporte sustancial de Benjamin y Schmitt al tema de la violencia y la política, lo encontramos en el carácter que se le asigna al orden jurídico y al derecho, ambos aparecen superpuestos con la fuerza y la ley. Podemos decir que términos como autoridad, poder, política, violencia y fuerza de ley aparecen como nociones que refieren a lo mismo. Esto resulta claro en Benjamin, para quien la vio-lencia mítica o fundadora y el derecho se configuran uno con el otro, en una superposición que no permite su distinción. De todas mane-ras, el autor reconoce una violencia que puede desandar el derecho, es decir, no solo presentarse separada del mismo, sino derribarlo. Esta violencia pura o divina es de carácter exterior al derecho, y justamen-te por no legitimarse en el mismo es que puede reclamar el derrumbe del Estado y del orden jurídico.

En contraposición, Schmitt buscará neutralizar toda posibilidad de violencia o política que logre extinguir el orden jurídico. Incluso cuando revaloriza el decisionismo político de la dictadura soberana, busca, en todo momento, la reinscripción en un orden. No cance-la nunca y por completo al orden jurídico, con precisión apunta a su mera suspensión para poder conservarlo. Como veremos a partir del análisis del estado de excepción, Schmitt reconocerá el conflicto, acepta la suspensión de la norma jurídica y del Estado, acepta la tra-

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gedia del soberano decisionista, pero lo hace siempre en vistas de un orden potencial que confía se constituirá.

En relación al pensamiento de la política, vemos que Benjamin y Arendt se alejan de la tradición filosófica política. Mientras Benjamin critica el orden jurídico que tienden a sesgar y provocar el olvido de la violencia fundadora y apela a destruirlo por fuera del mismo, lo hace sin pretensión alguna de reinscribirlo luego en otro orden diferen-te. Arendt, al realizar una crítica tan profunda a la filosofía política como aquella forma de pensamiento político de la modernidad, toma distancia de sus categorías conceptuales y de sus marcos analíticos, rechaza la despolitización propiamente moderna.

Del análisis del modo en que Benjamin ha trabajado su crítica a la violencia intentamos extraer el lugar que ocupa la misma en el orden político y los fundamentos que sostiene la crítica en sí. En este sentido, podemos observar que el autor aborda a la violencia a partir del orden jurídico, esto le permite distinguir —cuando se trate de la violencia como medio— dos características esenciales de la violencia (mítica), la que funda el derecho y la que lo conserva. Benjamin tiene la virtud de trascender el mero análisis de la violencia y el derecho, la de fuerza y la ley, ahonda en la superposición de dichos términos de modo de tornarlos indistintos. En base a su carácter indistinguible, toda violencia, incluso la que intente derribar un Estado, que bus-que legitimarse en el derecho, mantendrá el orden jurídico intacto. A su vez, el orden jurídico (el derecho y la violencia mítica) posee la capacidad de reproducción, de conservación y de producir una cons-ciencia amnésica. Por su parte, la violencia pura (divina) la presenta Benjamin como aquella que logra derribar el orden jurídico, es decir, el derecho. La violencia pura funciona de un modo totalmente exter-no al derecho, viene a romperlo y se vuelve irreductible a cualquier vínculo exterior, es una violencia sin límites y posee cierta dimensión revolucionaria.

Por su parte, desde un realismo político decisionista, Schmitt refle-ja como esencia misma de la política la decisión por quién es el amigo y quien el enemigo, en este sentido, la política expone el conflicto que se presenta en la oposición de los individuos conformantes de

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grupos sociales diversos. Al respecto dirá Grüner (2007) que Schmitt construye sobre la base de la justificación jurídica de su decisionismo teórico —según el cual el momento más alto de la práctica política se expresa en las decisiones ad hoc del Estado de excepción— inspirado en un modelo de Estado mayor en situación de guerra. Ahora bien, esta conclusión indefendiblemente reaccionaria tiene no obstante la “virtud” de traer a colación sin mediaciones ni disfraces, la posibili-dad misma de una mutua implicación lógica entre lo jurídico-estatal por un lado y la violencia de la dominación por el otro.

A modo de síntesis, quisiéramos destacar de Benjamin y de Schmitt aquellos elementos teóricos o, mejor dicho, perspectivas analíticas, que resultan distintivas. En primer lugar, la crítica a la violencia de Benjamin implica un aporte sustancial en nuestra reflexión sobre la violencia y el orden político. Justamente, este autor nos indica la re-lación inseparable entre el orden jurídico y la violencia. El derecho y la ley se presentan de un modo superpuesto con la violencia, lo que nos induce a reconocer en términos como fuerza de ley, poder, auto-ridad, política, nociones que refiere a lo mismo y no dejan de fundar y conservar el orden. En base a este reconocimiento, cualquier crítica a la violencia que quiera desandar todo el armado jurídico, debe pos-tularse por fuera del derecho. El poder político no es más que la vio-lencia sancionada por el Estado que reclama su utilización exclusiva ya que de la misma depende su propia existencia.

Por último, la apuesta arendtiana apunta al abandono de la re-ducción de los asuntos públicos al tema del dominio. Como ya he-mos argumentado, la crítica de Arendt a la filosofía política moderna la lleva a deconstruir su tradición de discurso, remontándose a sus orígenes en los griegos y su degeneración posterior, en este camino, abandona las categorías propiamente modernas de la política por en-contrarlas erróneas y perjudiciales. Si bien, al igual que Benjamin se aproximan a comprender la política en términos impolíticos, o mejor dicho, ambos desestiman el entramado conceptual filosófico político para analizar el Estado, la política, el poder y la violencia, Arendt, por su parte, destierra la posibilidad de instituir poder desde la vio-lencia, mientras que Benjamin concibe una violencia pura —por ente-

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ro diferente a la violencia mítica del derecho—, que tiene el potencial político de revolucionar por fuera el orden jurídico.

Reflexiones finales

Llegados a este punto, se nos presenta el enorme desafío de es-grimir algunas palabras a modo de conclusión, reflexiones que in-tenten reflejar los “hallazgos” de nuestra investigación. El desafío, en nuestro caso, es doble. Por un lado, no quisiéramos repetir lo que hemos dicho a lo largo de nuestro escrito. Por otro lado, difícilmente resulte posible afirmar que hemos arribado a nuevos descubrimien-tos. Como hemos dicho con frecuencia, la relación de imbricación entre la violencia y la política ha sido una preocupación sobre la cual la teoría política moderna ha recaído con una frecuencia casi cons-tante. De todas maneras, consideramos válido destacar que nuestro recorrido nos ha permitido vislumbrar diferentes modalidades de abordaje de la problemática propuesta, las cuales nos han llevado a destacar nociones del orden político que les corresponden a dichos modos. Asimismo, quisiéramos hacer hincapié en el hecho de que si bien reconocemos un conjunto nada desdeñable de tematizaciones de la violencia, nuestro trabajo contribuye, a su vez, a pensar una teoría política de la violencia.

A partir del conjunto de reflexiones que hemos intentado reflejar en esta tesina, concluimos sin dudas que el orden político difícilmente puede resultar inteligible por fuera de una teoría política de la vio-lencia, del reconocimiento de la violencia fundadora del mismo. Es este reconocimiento el que muchas veces parece ausente en la Ciencia Política actual, frecuentemente eclipsada por estudios (neo)institucio-nalistas. En consecuencia, resulta por demás relevante recurrir a los clásicos y a la teoría de la violencia y la política.

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Lucía Vinuesa

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Nociones de la recuperación colectiva de la historia del grupo juvenil Tribu Guali, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales Muysqa

Alexander Naranjo Erazo

Profesional en Trabajo Social Integrante de la Corporación Tejiendo Saber y Cátedra Libre Ignacio Martín Baró ColombiaCorreo: [email protected]

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Resumen

Los aportes ambientales de los pueblos indígenas son relevantes en las sociedades actuales regidas por el capitalismo, su contradicción capital-ambiente y las relaciones que imprime el imperialismo ecológico. En ese sentido, rescatar otras maneras que planteen alternativas al capitalismo y al desarrollo, como lo son los saberes ancestrales, motiva el interés de realizar el proyecto de grado en torno a los aportes de la comunidad indígena Muysqa del municipio de Cota-Cundinamarca, a un grupo de jóvenes “occidentales” llamado Tribu Gualí. Adicionalmente, contribuir a la reflexión del Trabajo Social en materia ambiental.

Palabras claves

Cosmovisión ancestral – Ambiente – Capitalismo verde – Imperialismo ecológico

Abstract

The environmental contributions of indigenous peoples are relevant in today’s societies governed by capitalism, its contradiction between capital and environment and relationships marked by ecological imperialism. This paper rescues other ways that create alternatives to capitalism and development such as ancestral knowledge, which motivates the interest of realizing the project about the contributions of the Muysqa indigenous community in the municipality of Cota-Cundinamarca, a group of young westerners named the Gualí Tribe. Additionally, we contribute to the reflection of Social Work in environmental matters.

Keywords

Ancestral worldview –Environment – Green capitalism – Ecological imperialism

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Introducción

“Hace cinco siglos cuando América fue apresada por el mercado mundial,la civilización invasora confundió la ecología con la idolatría. La comunicación con la naturaleza era pecado y merecía castigo.”Eduardo Galeano

El presente artículo de investigación es producto del proyecto de grado para optar por el título de Trabajador Social, titulado “La cos-movisión Mhuysqa y sus saberes para recrear la relación socioam-biental hegemónica”. Allí se sustenta la mayor parte del documento y en otros momentos se reflexiona sobre el proceso mismo de in-vestigación. El objetivo general se presentó de la siguiente manera: “comprender los aportes del saber ancestral de las abuelas Mhuysqas de Cota y cómo éstos han incidido históricamente en las prácticas socioambientales del grupo juvenil Tribu Gualí de Funza” (Naranjo, 2013:61); con la intención de aproximarnos a la reconfiguración el ejercicio profesional en torno a lo ambiental. El enfoque de investi-gación es de tipo cualitativo retomado desde una perspectiva crítica1 la relación horizontal entre sujetos de investigación, la capacidad de acción emancipadora, entre otros (Torres, 1996:10-11). La metodolo-gía de investigación2 se abordó desde la recuperación colectiva de la historia, que consiste en:

1- Exploración de fuentes primarias y secundarias sobre el perío-do o la temática definida.

1 En contravía a visiones positivistas como las presentadas en el reconocido libro de Metodología de la Investigación de Roberto Hernández Sampieri (Hernández, Fernández, & Baptista, 2006:8-15).

2 En varios textos de investigación social se encuentran la metodología abordada como estrategia, diseño o tipo metodológico. Entre las cuales se puede nombrar algunas de ellas: Experimentales y no experimentales, Diseños Cualitativos, Historia de Vida, Estudio de caso, Documental-teórica, Bibliometría, Investigación-acción, Sistematización de experiencias, Investigación-acción-Participativa. Para la presente investigación se aborda una metodología de la ciencia histórica: recuperación colectiva de la historia.

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2- Estudios de caso, haciendo un seguimiento a partir de las fuen-tes primarias y secundarias, indagando los antecedentes.

3- La interpretación de los procesos sociales y culturales procura tener en cuenta el punto de vista de sus protagonistas, asumiendo como texto las fuentes orales, escritas y visuales que provengan de éstos (Torres, 1993:236-237).

De igual manera, la metodología de investigación se complementa desde planteos de la ciencia histórica; se adaptó al proyecto de inves-tigación con el fin de analizar un suceso histórico puntual tanto de la vida social, grupal, comunitaria, etc., su énfasis se encuentra en adaptarla para los sucesos históricos que den cuenta de la relación entre las abuelas Mhuysqas y el grupo juvenil Tribu Gualí. Desde esa misma línea, se utilizaron distintas herramientas de la investigación histórica, como la manera de concebir las fuentes desde Arostegui (2001) en su funcionalidad o idoneidad, directas o indirectas, pri-marias o secundarias, y las fuentes gráficas (Maudad apud Aguayo & Roca, 2005), entre otras. Es relevante rescatar cómo surge la in-vestigación debido al acercamiento del investigador desde hace más de ocho años —antes de iniciar su proceso académico-; las técnicas de recolección como las entrevistas, se realizaron desde los rituales o ceremonias de tabaco propias de la comunidad y del grupo juvenil, en ese sentido, se buscó superar la visión instrumental de la academia y sus “tiempos” de tesis, a pesar de que las entrevistas se realizaron en dos meses, el proceso de acompañamiento a la comunidad se inició hace varios años.

En cuanto al marco teórico o categorías de análisis, se manejaron tanto para comprender los antecedentes y consideraciones de distin-tas teorías sobre lo ambiental, y en otro momento para analizar los hallazgos de campo. En este sentido, se retoma la importancia de la oralidad de los sujetos para el proceso investigativo (Monsonyi apud Vega, 1998), de la tradición oral (Vega, 1998), de la historia oral e historia viva, subjetividad, instrumentos y técnicas (Vega, 1998). Una de las técnicas de recolección de información fue la entrevista semi-estructurada (Torres, 1996).

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Todo lo anterior enmarcado desde un paradigma3 que engloba el conjunto de la investigación retomando la teoría crítica y el interés emancipatorio del conocimiento de Habermas (1968:4); y el marxis-mo o materialismo histórico (Engels, 1875; Marx, 1844). El proceso metodológico para las categorías de análisis tomó como base al mar-co teórico4.

Una de las principales dificultades que se presentó durante el pro-ceso fue el relacionado con la visión marxista del análisis social y su método dialéctico materialista, y el interés por investigar la cosmo-visión indígena y la incidencia en las prácticas y acciones cotidianas que esta tiene en un grupo de jóvenes; se buscó resolver este problema desde el análisis histórico de las relaciones sociales5.

En coherencia con la postura investigativa, se propone una apuesta profesional enmarcada desde el proyecto societario y ético-político, desde el socialismo raizal de Orlando Fals Borda y desde allí generar una tendencia que podría denominarse Trabajo Social Raizal, conci-biendo el socialismo desde la realidad latinoamericana, muy diferente de la europea, en cuanto a la relevancia de los pueblos originarios de base: “los indígenas primarios, los negros libres, los campesinos arte-sanos pobres, y los pioneros colonos internos” (Fals Borda, 2008:22). Esto comprendiendo que en nuestro contexto latinoamericano limi-tarse a sustentar que la única clase social llamada a la emancipación es la obrera, desconocería la lucha social de otras clases sociales; cla-

3 El concepto de paradigma ha presentado cambios históricos y teóricos, en algunos textos se concibe de manera similar como corriente de pensamiento o teórico, líneas epistemológicas, etc. Es importante resaltar una claridad sustancial del paradigma y es su incidencia trasversal en muchas ciencias, profesiones, teorías, posturas. Por ejemplo, el marxismo o materialismo histórico y su influencia en el Trabajo Social, Psicología, Historia, Sociología, Historia, Economía, etc.

4 Categorías de análisis de la información de campo: cosmovisión del pueblo Muysqa (Balcero, 2009); la naturaleza como sujeto y Sumak Kawsay (Buen Vivir) y Suma Qamaña (Vivir Bien) (Simbaña apud Lang & Mokrani, 2012); ciencia popular (Fals, 1989); Tradición oral (Escribano, 2000); (Vega, 1998 y Torres, 1993); resistencia social (Vega, 1998); relación socioambiental dominante (Lang, López, & Santillana, 2013).

5 Posterior a la investigación y a la obtención del título profesional se continuó indagando alguna relación entre el marxismo y lo ancestral indígena, encontrando autores como José Carlos Mariátegui y su texto 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) desde un análisis histórico y político de la importancia de los pueblos indígenas como sujetos activos y Luis Guillermo Vasco con considerable cantidad de textos sobre el tema como su artículo El marxismo clásico y la caracterización de lo indígena en Colombia (Vasco, 2006) y su texto Encrucijadas de Colombia amerindia (Vasco, 1993), autor que relaciona la antropología y el marxismo para estudiar la cultura de pueblos indígenas.

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ro que sin invisibilizar la clase asalariada y su vital papel, pero sin ha-cer lo mismo con los pueblos originarios de base propios de Colombia y Latinoamérica.

Se entiende lo raizal como el reconocimiento de las raíces cultura-les ancestrales de nuestro continente, apreciar su inmensa riqueza de saberes cósmicos en la compresión de nuestra relación con el univer-so, la madre tierra, su riqueza social de cooperación y convivencia. Lo importante es rescatar para la construcción de las trabajadoras y los trabajadores sociales raizales valores éticos como la solidaridad, la redistribución de riqueza, el amor y el respeto por la madre tierra, en un equilibrio con la naturaleza, tomando sólo una pequeña parte de ella y no saqueándola sin límites.

Consideraciones sobre lo ambiental

“No es en la resignación, sino en la rebeldíade cara a las injusticias que nos afirmamos”Paulo Freire

Hay que tener presente la historia de la Tierra y del ser humano y el frágil equilibrio de los ecosistemas. Por otro lado, recordar el tamaño del planeta Tierra en relación con otros planetas o estrellas: nuestro planeta es una parte del universo y no su centro y existen estrellas miles de veces más grandes tan sólo en nuestro sistema solar. Otro aspecto a tener en cuenta son los frágiles vínculos entre los eco-sistemas y los seres vivos en una larga y compleja red de producción y consumo de energía vital, procesos como la fotosíntesis y su aporte en la creación de frutos y oxígeno para otros seres vivos que se alimenten de ellas.

Retomando a Fontana (1999) es relevante recordar la fragilidad de los ecosistemas del planeta Tierra, lo frágil de la vida, es decir toda la cadena de la vida terrestre está sustentada en ese 2% de la energía solar que absorben las plantas.

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Otro aspecto es el tiempo de la Tierra desde su origen, cerca de 4.600 millones de años; luego de un complejo proceso de millones de años fue posible la vida en el planeta, iniciado por seres microscópi-cos. La especie humana es demasiado reciente si se tiene en cuenta los millones de años del planeta, en una larga lista desde Australopithecus afarensis llegando luego de 7 millones de años hasta el Homo sapiens o ser humano: en África hace 200 mil años, desde este momento pa-sando por un largo proceso de creación y organización social hasta la invención de la agricultura y el sedentarismo hace 12 mil años, y el inicio de las primeras civilizaciones no más de 7 mil años (Gaetano, 2012).

Es tan reciente el surgimiento del ser humano en la historia del planeta que, si la totalidad de años de la Tierra se convirtieran en las 24 horas de un día, el ser humano y sus 200 mil años equivaldría a los últimos 19 segundos de ese día. Por lo tanto, la relación entre ser hu-mano y naturaleza se encuentra vinculada de manera muy estrecha, cercana y de dependencia del ser humano para poder sobrevivir y mantenerse en todo sentido, buscando transformarla constantemente en su evolución como especie. Relación que desde la creación de las grandes civilizaciones ha sido alterada, algunas sociedades como las europeas generaron una relación de dominación sobre la naturaleza, de explotación, vista como un objeto al servicio de los seres huma-nos. Este tipo de relacionamiento con la naturaleza ha influido en la historia, por ejemplo, en el continente americano desde la llegada de la invasión europea como se realizó la esclavitud de seres humanos para explotar la naturaleza, en un sentido inhumano hacia los escla-vos: “un virrey de México consideraba que no había mejor remedio que el trabajo en las minas para curar la «maldad natural» de los indígenas. Juan Ginés de Sepúlveda, el humanista, sostenía que los indios merecían el trato que recibían porque sus pecados e idolatrías constituían una ofensa contra Dios. El conde de Bufón afirmaba que no se registraba en los indios, animales frígidos y débiles, «ninguna actividad del alma»” (Galeano, 1983:63).

Este proceso implicó el inicio del capitalismo moderno en su fase mercantil entre los siglos XV y XVIII, relatado hábilmente en el texto

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de Eduardo Galeano Las Venas Abiertas de América Latina, en don-de se narra la conquista e invasión europea con el permiso y complici-dad de la iglesia católica, proceso que conllevó la muerte de millones de indígenas y africanos esclavizados, la destrucción de sus culturas y el colonialismo como política de Estado. Lo anterior conllevó al de-sarrollo del capitalismo moderno, relacionado con la mundialización del capital, superando las fronteras territoriales del período feudal, la revolución industrial en Inglaterra y la política en Francia por parte de la burguesía. Este proceso es planteado por Marx en su capítu-lo XXIV de El Capital, sobre la acumulación originaria, retomado por Galeano: “son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria” (1983:42). Luego, con los cambios históricos a partir de las luchas de independencia del siglo XIX y las trasformaciones del capitalismo y su nueva fase moderna, se cambia el dominio colonial y surge Inglaterra como potencia mundial, para luego ser relevada por Estados Unidos y culminando en el actual período del capitalismo imperial actual (Vega, 2009:26).

Esta dinámica durante de los siglos XIX y XX, sumada a la transnacionalización de la economía, lograron explotar la naturale-za con mayor velocidad y dominar a los pueblos de las naciones de Latinoamérica. En este sentido, el imperialismo ejerce nuevas diná-micas y relaciones socioambientales, “el saqueo de nuestros recursos naturales y nuestra biodiversidad por parte del imperialismo, que ha asumido, entre otras, la detestable forma de imperialismo ecológi-co” (Vega, 2011:372). Incluso el sentido imperial de Estados Unidos reconocido hasta por sus propios soldados en Medio Oriente, que al vivir la guerra reflexionan sobre las razones de invadir a los pueblos árabes, testimonios recuperados por el documentalista ganador del Oscar Michael Moore (2005). Prueba de todo ello es el consumo de energía de los distintos países visible desde las fotos nocturnas toma-das desde el espacio por la NASA, en las cuales los países “desarrolla-dos” consumen mayor cantidad de energía que los del tercer mundo.

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Por otro lado, se plantean discusiones sobre los modelos de de-sarrollo de mediados del siglo XX y las políticas desarrollistas del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, entre otras en-tidades supranacionales. Estas críticas provienen de distintos grupos sociales, como el feminismo ecológico latinoamericano, que inicial-mente discutía la invisibilidad de la mujer en las políticas de desarro-llo, para luego criticar los modelos de desarrollo como tales (Lang & Mokrani, 2012).

A finales de los sesenta nace la ecología como ciencia y plantea fuertes cuestionamientos al capitalismo y su incompatibilidad con la naturaleza. Logró llamar la atención de la burguesía, reuniéndose un grupo para estudiar estas críticas ambientales a finales de los setenta en el Club de Roma. De allí surgió una avalancha vigente de cumbres por la Tierra desde Estocolmo en 1972, y la creación del término “sostenible” complementado con lo “sustentable” años después, in-validando las críticas ambientales de la contradicción entre capital y ambiente: “Pero más allá de ese debate, la polisemia del desarrollo sostenible permitió que fuese usado de múltiples maneras, desde cam-pañas publicitarias hasta denuncias contra el capitalismo. El éxito alcanzado fue tal que la palabra «sustentabilidad» se independizó de sus raíces en la ecología, quedando teñida de una pátina desarrollis-ta, y ahora se la puede ver en usos insólitos, como la «sustentabili-dad social» o el «crecimiento económico sostenido»” (Gudynas apud Mokrani & Lang, 2012:31).

En tal sentido, se debe reconocer la creación por parte del capi-talismo de lo “sostenible” y “sustentable”, con ironía y sin ningún pudor el “Banco planta árboles y cosecha prestigio en un mundo escandalizado por el arrasamiento de sus bosques. Conmovedora historia, digna de ser llevada a la televisión: el destripador distri-buye miembros ortopédicos entre las víctimas de sus mutilaciones” (Galeano, 1996:12). Por lo tanto, desde la visión sostenible se puede “recuperar” un bosque volviendo a sembrar los árboles talados, pero no es recuperable porque a los bosques nativos les tomó miles de años formarse y su biodiversidad no puede reemplazarse.

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De igual manera se cuestiona el concepto de desarrollo, como término efectivo y popularizado por el capitalismo para disfrazar la realidad de este sistema ante la sociedad y naturaleza, en donde se deben diferenciar los desarrollos alternativos de las alternativas al desarrollo: “El primer caso sirve para las distintas opciones de rec-tificación, reparación o modificación del desarrollo contemporáneo, donde se aceptan sus bases conceptuales, tales como el crecimiento perpetuo o la apropiación de la Naturaleza, y la discusión se enfoca en la instrumentalización de ese proceso. En cambio, las «alternati-vas al desarrollo» apuntan a generar otros marcos conceptuales a esa base ideológica. Es explorar otros ordenamientos sociales, económi-cos y políticos de lo que veníamos llamando desarrollo” (Gudynas apud Mokrani & Lang, 2012:42).

Teniendo en cuenta lo abordado sobre los cuestionamientos hacia el capitalismo y su incompatibilidad con el ambiente se encuentran distintas posturas sobre este tema, algunas defienden el capitalismo verde sostenible y sustentable, otras buscan un sentido conservacio-nista de la naturaleza de preservarla aun a costa de la supervivencia del ser humano, y posturas radicales que cuestionan profundamente esta relación, desde visiones marxistas que analizan la contradicción del capitalismo entre capital y ambiente (Vega, 1999:188) y desde otras posturas con fuertes críticas a las visiones desarrollistas se plan-tean alternativas al modelo de desarrollo (Mokrani & Lang, 2012 y Lang, López, & Santillana, 2013).

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Tabla 1: Desarrollos alternativos y alternativas al desarrollo

A. Alternativas dentro de la ideología del progreso y modernidad

Alternativasinstrumentalesclásicas

•  Reparación de los efectos negativos (e.g. reformismo socialdemócrata, “tercera vía”), desarrollo nacional popular, nuevo desarrollismo, neoextractivismo progresista.

Alternativas enfocadas en las estructuras y los procesos económicos y el papel del capital

•  Alternativas socialistas, estructuralismo temprano, marxistas y neomarxistas, dependentistas, neoestructuralismo, varios exponentes del socialismo del siglo XXI

Alternativas enfocadas en la dimensión social

•  Limites sociales del crecimiento, desacople economía/desarrollo, énfasis en empleo y pobreza.•  Desarrollo endógeno, desarrollo humano, desarrollo a escala humana.•  Otras economías (doméstica, informales, campesina, indígena), multiculturalismo liberal.

Alternativas que reaccionan a los impactos ambientales

•  Ecodesarrollo, sustentabilidad débil y parte de la sustentabilidad fuerte.

B. Alternativas más allá del progreso y modernidad

•  Convivencialidad.•  Desarrollo sustentable superfuerte, biocéntricos, ecología profunda.•  Critica feminista, economía del cuidado.•  Desmaterialización de las economías, decrecimiento (en parte).•  Interculturalismo, pluralismo, ontologías relacionales, ciudadanías expandidas.•  Buen vivir (algunas manifestaciones).

(Gudynas en Comp. Mokrani & Lang, 2012, p. 47)

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Tabla 2: Formas de ecologismo

Ecologismo tradicional

•  Medioambientalista.•  Preservación de las áreas silvestres.•  Sin cuestionar al capitalismo.•  Soluciones técnicas.•  Ecología profunda•  Nula preocupación por los seres humanos, en especial los pobres.

Ecologismo productivista

•  Relación humanidad-naturaleza de mirada económica.•  Naturaliza como inagotable fuente de recursos ilimitados.•  Subordina la ecología al capitalismo.•  Ecología de los ricos.•  Algunas vertientes de ecología política, partidos verdes, Banco Mundial, la CEPAL, la ONU, ONGs e instancias similares

Ecologismo radical

•  La humanidad es parte de la Naturaleza.•  Vincula aspectos sociales y ambientales.•  Responsabiliza directamente al capitalismo.•  Propone profundos cambios individuales y sociales.•  Ecología social, Ecosocialismo, ecología política de los pobres, ecología de la liberación, comunidades ancestrales, ecofeminismo, socialismo raizal e indoamericano.

(Basado en la clasificación de Renán Vega, 2011:421)

Algunos de los antecedentes investigativos se rastrearon en distin-tos documentos sobre la temática ambiental y las distintas posturas que se asumen. También se revisaron textos de la relación entre am-biente y Trabajo Social y también se tuvieron en cuenta congresos profesionales y estudiantiles.

Un evento que puede considerarse significativo en este sentido es el XIX Encuentro Nacional de Estudiantes de Trabajo Social (ENETS) en el año 2012: “Lo ambiental en el contexto colombiano: antece-dentes, avances y retos desde el Trabajo social”. Allí se presentaron

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interesantes debates estudiantiles sobre lo ambiental: “entender la naturaleza como algo tan grande, debe ser siempre lo primero, antes que el ser humano, romper con la lógica atropócentrista de desarro-llo que ha generado la crisis socioambiental actual” (XIX ENETS, 2012:11). Se discutió cómo la profesión históricamente se construyó alrededor de la mirada antropocéntrica tomando como centro al ser humano, y surgía la pregunta acerca de qué sucedería en la profesión si esa mirada cambiara hacia lo biocéntrico y la naturaleza como eje principal del análisis profesional.

Se revisaron distintas investigaciones y documentos de la profesión sobre las relaciones entre lo ambiental y el Trabajo Social: en cuanto a proyectos de grado de universidades en Colombia, se revisaron 28 y cerca de 60 documentos de acceso virtual como revistas, memorias de congresos, el Boletín SURA, entre otras. Este ejercicio permitió superar mitos sobre la poca documentación de lo ambiental desde la profesión, y encontrar resultados de esta indagación como la rela-ción entre el interés de Trabajo Social y lo ambiental a partir de las políticas de organismos supranacionales que desde los años ochenta defienden los planteamientos del desarrollo sostenible y sustentable.

Aportes de los saberes ancestrales de las abuelas Mhuysqas de Cota en las prácticas socioambientales del grupo juvenil Tribu Gualí de Funza6

Hytcha guy fiba Hytcha guy sie Hytcha guy hytcha Hytcha guy gata Desde la lengua Mhuysqa7

“Pero es que él no es solamente,

6 Este capítulo se basa en los hallazgos de campo y su estudio con las categorías de análisis.

7 Traducción: yo soy aire, ya soy agua, yo soy tierra, yo soy fuego.

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no es esa montaña llena de árboles y tierra, ese Majui es como lo ve llena de vida, él es con el que se encuentra uno dentro de mí con encontrarme directamente con él.”Entrevista abuela Lurdes, Cota, 2013

En la recuperación colectiva de la historia, el momento histórico de estudio son los años de encuentro entre un grupo de jóvenes y las abuelas Mhuysqas8 y a partir de los encuentros se indaga por la inte-gración de la cosmovisión ancestral por parte del grupo de jóvenes y su influencia en su visión y prácticas ambientales. Este proceso inicia debido a la invitación a jóvenes integrantes del grupo por parte del gobernador de la comunidad de ese entonces en el año 2010, desde ese momento se enteran de las actividades que ofrecen como comu-nidad en cuanto curso de etnoeducación en el rescate de la Lengua y talleres de tejido. En estos escenarios se inicia, de alguna manera, el fortalecimiento de la relación socioambiental que venían construyen-do en sus vidas. La abuela Lurdes comparte palabra sobre el tejido y por parte de una de las jóvenes debido a su afinidad con las arte-sanías demuestra bastante interés a esas palabras, según entrevista a la abuela Lurdes quien nos comparte:

La medicina es todo, la medicina es sanación conmigo misma, la medicina

es el mismo tejido, la medicina es el mismo alimento con el que yo prepa-

ro, cuando yo misma cocino eso es medicina, cuando yo estoy lavando un

plato eso es medicina porque es la limpieza con conmigo misma, cuando

yo estoy lavando una pieza de ropa eso es medicina, cuando yo estoy sem-

brando una planta eso es medicina, ósea todos los movimientos que uno

hace son medicina, entonces por eso siempre hay que estar con humildad

8 A modo de un breve contexto de la comunidad indígena Mhuysqa, hacen parte de los pueblos originarios de la sabana de Bogotá, sin embargo, por la concentración de la conquista en los territorios cercanos a la capital desde tiempos de la colonia conocida como Santa Fe, este pueblo fue casi extinto. Desde mediados de los años 70 se inició un proceso de recuperación de sus costumbres y reconocimiento, ya que hasta ese momento eran reconocidos como población rural campesina, y poco a poco el Estado los reconoció como pueblo indígena. En la actualidad este pueblo originario se encuentra en resguardos, veredas de los municipios de Cota y Chía cerca de Bogotá, y en barrios como Bosa y Suba de la ciudad capital, para ampliar su historia consultar Balcero (2009) y Escribano (2000).

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y con mucho amor, para poder tener esa medicina ahí, poder entender

esa medicina, todo eso de compartir de la palabra todo eso es medicina

(Entrevista abuela Lurdes, Cota, 2013).

La relación con las abuelas indígenas va generando en el grupo cambios, donde se activa un proceso de protección del Humedal Gualí desde la base de los saberes Mhuysqas, y sus sentidos frente a la continua reflexión interior para entender la fuerte conexión en-tre la Naturaleza y el ser humano y superar la dicotomía humano-naturaleza. Se afirma aquí la posibilidad de reflexionar críticamente desde un enfoque biocéntrico en donde la Naturaleza como sujeto contribuye a la conciencia interior en un dialogo entre ser humano y Naturaleza, entendiendo cómo está presente en mi interior, y cómo toda acción sobre la misma tiene repercusiones físicas, emocionales, mentales o espirituales en el mismo ser humano.

Creo que ya la parte Mhuysqa ya nos ha ayudado mucho porque, nos ha

abierto mucho el pensamiento y no solo el pensamiento, sino también en

el espíritu, entonces no… ya las cosas no se hacen como solamente, con el

interés de querer generar como algo que se está haciendo para que se vea

algo superficial si no que ya se está haciendo es un trabajo tanto físico que

se da en el humedal pero tanto, o también de la parte de sembrar esa semi-

lla ahí, de sembrar esa semilla espiritual, de sembrar la misma conciencia

en nosotros (Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

Para mí, el tejido con la Naturaleza se relaciona también cómo se vea ella,

porque no solamente es el tejido que se hace ahí sino también es el tejido

que se va labrando también en el mismo lugar donde uno trabaja, sea en

la casa, o sea en el humedal o sea en cualquier otro lado tu estas labrando

ahí algo, pero entonces si estas labrando algo ahí con el tejido entonces,

tiene que haber un cambio directamente en lo físico que ves, pues es bue-

no, vamos a tejer al humedal entonces sabemos que allá se está tejiendo

algo, ¿no?, y nos hemos dado cuenta que si se han tejido las cosas, que no

han sido fáciles pero que si ha habido como una siembra ahí pues del teji-

Nociones de la recuperación colectiva de la historia del grupo juvenil Tribu Guali, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales Muysqa

230

do, entonces ha sido muy bonito porque tejemos para nosotros pero tam-

bién tejemos para la tierra (Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

En ese mismo sentido es sorprendente la capacidad filosófica tanto de abuelas como de jóvenes, comprobando como la filosofía existe en las personas sin que deba significar grandes estudios sobre ella, lo cual permite que se reflexione las relaciones humanas, en este caso ser humano-Naturaleza. Y en esa misma medida se debe reconocer la agilidad o velocidad del proceso de apropiación y cambios desde la base de los saberes de las abuelas por parte de las jóvenes y los jó-venes del grupo Tribu Gualí, en menos de tres años, es decir desde el 2010 hasta ahora, se hayan incorporado estos saberes en las prácticas laborales, familiares, personales y lógicamente medioambientales. Posiblemente ello tenga que ver con las historias personales en las que han mantenido cercanía a sus abuelos y abuelas familiares y vivir en contextos rurales, aún con ello es valioso el proceso del corto tiempo, lo cual sorprende, ya que en muchas ocasiones cuesta cambiar las miradas dominantes del sistema capitalista sobre la naturaleza por parte personas que mantienen este tipo de lógica cotidianamente, en tal medida que para la mayoría de las personas de los contextos urba-nos el progreso tiene un tinte de objetos materiales y calidad de vida, y esto no quiere decir que no cuenten con visiones espirituales o de mejores condiciones interiores, en el caso de una joven al preguntarle cual su idea de progreso, esto nos comentó:

El progreso, el progreso… podría ser tanto espiritual como físico, pero en-

tonces si hay un progreso espiritual se va a ver en la parte física, es como

lo del humedal, si hay un progreso hay de tejido, si hay un progreso de

labrar hay entre todos entonces más adelante se va haber una siembra de

árboles o se va a ver una convocatoria de mucha gente queriendo intere-

sarse por los humedales de acá, entonces no, no solamente, no solamente

el progreso fisco sino también en la parte del progreso espiritual también

(Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

Alexander Naranjo Erazo

231

Yo pienso que realmente no está bien enfocado tampoco, porque se vuelve

uno como de cierta forma sistemático y dependiente, entonces uno se vuel-

ve dependiente de que, bueno, tengo que adquirir eh, ciertas cosas para

poder sobrevivir acá, si, entonces no pienso que este la verdad muy bien

equilibrado porque hay otras cosas que labrar diferente, con un progreso

diferente, ¿no? (Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

Con base en lo anterior, puede sostenerse que, para afrontar la cri-

sis ambiental contemporánea, es innegociable rescatar estos saberes ancestrales y los procesos de grupos que luchan y resisten un sistema dominante, explotador y destructor de la vida:

No si esto sigue como va simplemente vamos a caer, vamos hacer que

caiga la especie que nos mantiene que es la tierra y vamos a caer nosotros

también, ¿no?, entonces estamos haciendo un daño directamente a la tie-

rra y a los seres que habitan en ella y nosotros también, entonces si sigue

esto así entonces vamos a terminar en una decadencia terrible, vamos a

terminar al pasar de mucho tiempo ya no van a existir las especies que

existen, sino vamos a morir con el tiempo (Entrevista, joven grupo Gualí,

Cota, 2013).

Y a pesar de un panorama desolador y oscuro continúan innovan-do en la manera de acercase al ambiente y continúan indagando en maneras de entender y reflexionar la relación socioambiental desde otros horizontes, de allí que por ejemplo proponen:

Puntualmente, bueno para que una empresa sea responsable con los resi-

duos que genera sobre todo con los vertimientos que generan ya tendría

que ser una normatividad y legislación ambiental, ese sería el punto exac-

to para trabajar con las empresas. Y con la comunidad si yo ya pensaría

que es como el trabajo social, y el trabajo también de la educación ambien-

tal ese sería como el trabajo (Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

Huy muchas cosas, muchas cosas porque, primero, como primera parte,

aporta como, como más que todo como la memoria ancestral, ¿no? Aporta

Nociones de la recuperación colectiva de la historia del grupo juvenil Tribu Guali, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales Muysqa

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como recordar cómo vivíamos antes como era nuestros espacios naturales

antes, ¿sí?, y también la parte Mhuysqa aporta también a que seamos más

consientes no solamente con nosotros mismos sino con la misma naturale-

za que nos rodea no? (Entrevista, joven grupo Gualí, Cota, 2013).

Donde por ejemplo surge una categoría emergente importante como “memoria ancestral” y sus posibles implicaciones en la ma-nera de relacionarnos entre seres humanos, y de los mismos con la Naturaleza, por ejemplo sobre los círculos de mujeres que fue un acontecimiento histórico relevante en la reconstrucción de la me-moria colectiva, debido a que desde estos encuentros inicialmente se acercaron las mujeres del grupo juvenil y a partir del mismo proceso se incorporaron los hombres, nos dice una de las abuelas:

El círculo de mujer es donde se comparte el tejido, precisamente donde

ellas vinieron a sanarse con el tejido, ellas vinieron a compartir esa parte y

aprender esa parte del tejido, esa es la medicina con las mujeres, entonces

trajeron a sus compañeros pa que se dieran cuenta que eran lo que hacían

ellas, como era que se compartía el tejido donde era que se dejaban todos

esos sesgos que tenemos de negativos y positivos en el tejido porque el

tejido habla, entonces por eso esa es la sanación del tejido, con ellas se

ha compartido la medicina también, que también es sanación también

es limpieza de una u otra manera todo es medicina y de todo se ha com-

partido con ellas, esa es la labor de nosotras, compartir la medicina en

todo sentido de la palabra con todo se hace medicina” (Entrevista abuela

Lurdes, Cota, 2013).

A modo de conclusión sobre la recuperación colectiva histórica de la relación entre un grupo de jóvenes y las abuelas Mhuysqa y su cos-movisión ancestral, se evidencia la clara influencia de la cosmovisión ancestral en el grupo de jóvenes en su mirada y práctica cotidiana ambiental, y a partir de ello se genera la interiorización de la cosmo-visión ancestral de un pueblo originario y lograr modificar la visión antropocéntrica y del capitalismo verde, y comprender la Naturaleza desde otros saberes contra hegemónicos. Lo anterior es relevante en

Alexander Naranjo Erazo

233

la medida de las dificultades actuales de establecer modelos alter-nos a la visión tradicional de la relación humanidad-naturaleza, y de allí rescatar las múltiples posibilidades de generar debates y nuevas apuestas ético-políticas de la ciudadanía e incluso de la academia y las ciencias sociales y sus posturas ambientales.

Opción por el Trabajo Social raizal

“tan sólo la solidaridad puede resolverlos grandes problemas de los hombres. O nos salvamos juntos, o nos perdemos todos”Fontana, 1999:80

La presente investigación busca rescatar los saberes ancestrales entorno a la Naturaleza, y motivar debates profesionales sobre las implicaciones del biocentrismo en las ciencias sociales, futuras inves-tigaciones, criticas profundas al trabajo aquí presentado, e incluso re-visiones posteriores desde ejercicios profesionales que revalúen, com-plementen, etc., los postulados siempre dialécticamente inacabados. Implicando para las y los profesionales de Trabajo Social reflexiones en dos vías, por un lado, la profesión misma, sus metodologías de acción profesional desde posturas ancestrales y sus límites al imple-mentarlas con personas alternas a las cosmovisiones ancestrales de pueblos indígenas. Otro debate presentado al indagar la documenta-ción de la profesión es sobre lo poco que se encuentra sobre las impli-caciones de incorporar un posicionamiento desde el biocentrismo9 en la profesión, en vista de su carácter históricamente construido desde el antropocentrismo; ampliar la mirada en cuanto a lo ambiental y el ejercicio profesional como forma de invitar a superarlo y verlo como un simple campo o área profesional, lo cual está muy marcado, e ir más allá comprendiendo que la Naturaleza está al interior de noso-

9 Las nociones biocéntricas no desconocen lo antropológico, sino cambia su eje en torno al ser humano y la Naturaleza. Y por otro lado los limites analíticos y teóricos de los marxismos con relación a lo socioambiental y los aportes en la emancipación de las cosmovisiones ancestrales.

Nociones de la recuperación colectiva de la historia del grupo juvenil Tribu Guali, en su relación socioambiental desde los saberes ancestrales Muysqa

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tros y en todo momento a mi alrededor y por lo tanto no importa el campo profesional en el que me encuentre siempre estará presente lo ambiental y las posibilidades para trabajar en pro de éste. De tal manera que lo anteriormente esbozado para la profesión se debe ar-ticular necesariamente a la formación académica profesional, la cual debe fortalecer o implementar la catedra ambiental trasversal a la formación y de la misma manera los diálogos interculturales y reco-nocimiento de los pueblos ancestrales de nuestro continente.

En este sentido, continuando debates profesionales desde la re-conceptualización y la postura ético-política de los profesionales y su coherencia con los proyectos societarios, se propone la opción profesional del Trabajo Social raizal desde la apuesta societaria del socialismo raizal y su análisis de la sociedad colombiana en cuanto a su diversidad étnica, cultural, de organización territorial, política, económica y demás, de pueblos ancestrales originarios y africanos, artesanos, entre muchos otros.

Por otro lado en cuanto a la acción profesional con sujetos y sus impactos en las acciones socioambientales, evitar juicios duales desde bueno-malo, occidente-ancestral, armonía-desorden, humano-natu-raleza, cuerpo-alma, etc., ya que se podría incurrir en dos limites clásicos uno concebir los saberes populares o ancestrales como per-fectos y el conocimiento académico u occidental como destructor-opresor, desconociendo aportes y límites de las diferentes formas de conocimiento y acción, o por otro lado idealizando el saber popular y ancestral, por lo contrario dialogar desde el reconocimiento de cada uno de estos y por supuesto el debate necesario de las distintas formas de asumirse en el mundo. Lo anterior no debe desconocer la reflexión acerca de la necesidad de la conciencia de clase de los distintos grupos sociales oprimidos y el cuestionamiento profundo de responsables de la perpetuación del capitalismo-imperialista como único modelo so-cial posible y sus impactos en múltiples niveles y escalas en lo socio-ambiental, lo cual se encuentra en un punto de extinción humana y planetaria, y por lo tanto todos los intentos por emanciparnos son importantes pero la realidad contemporánea es bastante arrolladora y el sistema capitalista en cada crisis encuentra formas de reconfigu-

Alexander Naranjo Erazo

235

rarse e implementar estrategias alienadoras como nunca en la historia de la humanidad, lo cual dificulta enormemente como un casi “im-posible” el cambio total del sistema, frente a lo cual no queda sino el compromiso de continuar luchando por que el pequeño aporte de nuestra generación en el marco de los movimientos históricos amplios que desbordan una sola generación, logren contribuir a la emanci-pación futura de la humanidad, pero haciendo todo lo posible cada día para no quedar en deuda con las futuras generaciones, cuando pregunten ¿Qué hiciste por cambiar el mundo?

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a. Libros:APELLIDO, Inicial del nombre (del/a autor/a del libro). Título del

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lo). “Título del artículo o capítulo”, en: APELLIDO, Nombre (del/a autor/a, compilador/a, organizador/a o editor/a del libro). Título del libro o revista. Lugar, Editorial, año. Páginas (del artículo o capítulo).

Ejemplo:ANDRENACCI, L. y SOLDANO, D. “Aproximación a las teorías de la política social a partir del caso argentino”, en: ANDRENACCI, L. (comp.) Problemas de política social en la Argentina contemporánea. Buenos Aires, Prometeo, 2006. Pp. 17-80.

c. Artículos de Publicación Periódica:APELLIDO, inicial del nombre (del/a autor/a del artículo o capí-

tulo). “Título del artículo o capítulo”, en: Título de la publicación. Volumen, Número, Nº de páginas (del artículo), Lugar, Editorial, año.

Ejemplo:ALBERDI, J. “Reconceptualizando las instituciones. Las con-tribuciones de un clásico en un cambio de época”, en: Revista Cátedra Paralela, n° 10, pp. 149-173, Rosario, UNR editora, 2013.

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etc.). Título. Tipo de soporte (CD-ROM; página web; blog). Fecha

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Ejemplos:ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DEL TRABAJO. Tendencias mundiales del empleo 2012. Prevenir una crisis mayor del empleo. OIT, Ginebra, Suiza, 2012. [En línea: marzo de 2013]. Disponible en: http://www.ilo.org/public/spanish/region/eurpro/madrid/download/tendenciasmundiales2012.pdf

JARKWOSKI, A. “Cuando se transforma la lectura”, en: Revista Todavía, n° 21, mayo de 2009. [En línea: 11/01/2015] Publicación trimestral electrónica. Disponible en: http://www.revistatodavia.com.ar/todavia32/21.entregeneraciones03.html

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