Angel_Viñas_ed.-En_el_combate_por_la_historia

976

Click here to load reader

description

Ángel Viñas - Josep Fontana - Paul Preston - Julián Casanova - Julio Aróstegui - España - República - Guerra Civil - Franquismo

Transcript of Angel_Viñas_ed.-En_el_combate_por_la_historia

  • EN EL COMBATE POR LA HISTORIA La Repblica, la guerra civil, el franquismo

  • NGEL VIAS, ed.

    EN EL COMBATE POR LA HISTORIA

    La Repblica, la guerra civil, el franquismo

    por

    JULIO ARSTEGUI, CARLOS BARCIELA, JULIN CASANOVA, CARLOS COLLADO SEIDEL,

    MA TILDE EIROA, ANTONIO EL ORZA, FRANCISCO ESPINOSA, JOSEP FONTANA,

    FERRAN GALLEGO, G UTMARO GMEZ BRAVO, EDUARDO GONZLEZ CALLEJA,

    FERNANDO HERNNDEZ SNCHEZ, JOS LUIS LEDESMA, JUAN CARLOS LOSADA, JOS-CARLOS MAINER,

    JORGE MARCO, JOS LUIS MARTN, LUDGER MEES, RICARDO MIRALLES, ENRIQUE MORADIELLOS,

    XAVIER MORENO JULIA, JUAN CARLOS PEREIRA, PAUL PRESTON, FERNANDO PUELL, JOSEP PUIGSECH, HILARI RAGUER, ALBERTO REIG, RICARDO ROBLEDO,

    JOS ANDRS ROJO, JOSEP SNCHEZ CERVELL, GLICERIO SNCHEZ RECIO, JOAN MARIA THOMAS,

    NGEL VIAS Y PERE YSAS

    PASADO &. PRESENTE BARCELONA

  • LOS AUTORES

    JULIO ARSTEGUI es catedrtico emrito de Historia Contempo-rnea de la Universidad Complutense, de Madrid, y director de la ctedra extraordinaria Memoria Histrica del siglo xx. Entre sus obras: La historia vivida. Sohre la historia del presente, Alianza, Ma-drid, 2004, Por qu el z8 de julio ... y despus, Flor del Viento, Bar-celona, 2006, y Francisco Largo Cahallero en la edad de oro del ohre-rismo espaol, Debate, Barcelona, 2012.

    CARLOS BARCIELA es catedrtico de Historia e Instituciones Eco-nmicas de la Universidad de Alicante. Entre sus obras: Autarqua y mercado negro, Crtica, Barcelona, 2003, y "Ni un espaol sin pan. La Red Nacional de Silos y Graneros, Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza, 2007.

    JULIN CASANOVA es catedrtico de Historia Contempornea de la Universidad de Zaragoza. Entre sus obras: De la calle al frente. El anarcosindicalismo en Espaa, Crtica, Barcelona, 1997, La Igle-sia de Franco, Crtica, Barcelona, 205, Y Repblica y guerra civil, Crtica, Barcelona, 2007.

    CARLOS COLLADO SEIDEL es profesor de Historia Contempor-nea de la Universidad de Munich. Entre sus obras: Espaa, refugio na{i, Temas de Hoy, Madrid, 2005, y Der Spanische Brgerlcrieg. Geschichte eines Europiiischen Konflilcts, C. H. Beck, Munich, 2010.

    MATILDE EIROA es profesora de Historia Contempornea de la Universidad Carlos III, de Madrid. Entre sus obras: Poltica inter-nacional y comunicacin en Espaa (Z939-Z975). Las cumhres de Franco con jefes de Estado, MAEC, Madrid, 2009, y AlIado del go-

  • 8 EN EL COMBATE POR LA HISTORIA

    bierno republicano. Los brigadistas de la Europa del Este en la guerra civil espaola, Ediciones de UCLM, Madrid, 2009.

    ANTONIO EL ORZA es catedrtico de Ciencias Polticas en la Uni-versidad Complutense de Madrid. Entre sus obras: La formacin del PSOE (con Michel Ralle), Crtica, Barcelona, J 989, Queridos cama-radas. La Internacional Comunista y Espaa (con Marta Bizcarron-do), Planeta, Barcelona, 1999, Y Un pueblo escogido. Gnesis, defini-cin y desarrollo del nacionalismo vasco, Crtica, Barcelona, 2001.

    FRANCISCO ESPINOSA es doctor en Historia y director cientfico del proyecto Todos los nombres,,_ Entre sus obras: La columna de la muerte, Crtica, Barcelona, 2003, La justicia de Queipo, Crtica, Barcelona, 200), y coordinador de Violencia roja y azul. Espaa, Z936- Z950, Crtica, Barcelona, 2010.

    JOSEP FONTANA LZARO es catedrtico emrito de Historia Econmica de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona. Entre sus obras: La quiebra de la monarqua absoluta z8z4-z820, Ariel, Barcelona, 1971, y Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde Z945, Pasado & Presente, Barcelona, 201 lo

    FERRAN GALLEGO es profesor de Historia Contempornea de la Universidad Autnoma de Barcelona. Entre sus obras: Ramiro Le-desma y el fascismo espaol, Sntesis, Madrid, 200); Barcelona, mayo de 1937, Debate, Madrid, 2007, y El mito de la Transicin; Crtica, Barcelona, 2008.

    GUTMARO GMEZ BRAVO es profesor de Historia Contempor-nea de la Universidad Complutense, de Madrid. Entre sus obras: El exilio interior. Crcel y represin en la Espaa franquista (Z939-Z950), Taurus, Madrid, 2009 y, junto con Jorge Marco, La obra del miedo. Violencia y sociedad en la Espaa franquista Z936-Z960, Pennsula, Barcelona, 201 lo

    EDUARDO GONZLEZ CALLEJA es profesor de Historia Con-tempornea de la Universidad Carlos III, de Madrid. Entre sus obras: Rebelin en las aulas. Movilizacin y protesta estudiantil en la Espaa contempornea (z865-2008), Alianza, Madrid, 2009, y

  • AUTORES 9

    Contrarrevolucionarios. Radicalizacin violenta de las derechas duran-te la Segunda Rephlica, Z93Z-Z936, Alianza, Madrid, 201 lo

    FERNANDO HERNNDEZ SNCHEZ es profesor de la Univer-sidad Autnoma, de Madrid. Entre sus obras: Comunistas sin parti-do:Jess Hemndez, ministro en la guerra civil, disidente en el exilio, Races, Madrid, 2007, y Guerra o revolucin: el PCE en la guerra ci-vil, Crtica, Barcelona, 2010.

    JOS LUIS LEDESMA es profesor de la Universidad de Zaragoza. Entre sus obras: Los das de llamas de la revolucin, Institucin Fer-nando el Catlico, Zaragoza, 2004; es coeditor de Culturas y polti-cas de la violencia, Siete Mares, Madrid, 205, Y La Rephlica del Frente Popular, Fundacin Rey del Corral de Investigaciones Mar-xistas, Zaragoza, 2009.

    JUAN CARLOS LOSADA MAL V REZ es doctor en Historia, es-pecialista en historia militar y contempornea de Espaa. Entre sus obras: ldeologa del ejrcito franquista, Istmo, Madrid, 1990, y, jun-to con Julio Busquets, Ruido de sahles, Crtica, Barcelona, 2003.

    JOS-CARLOS MAINER es catedrtico emrito de Literatura Espa-ola de la Universidad de Zaragoza. Entre sus obras: Falange y li-teratura, Labor, 1971, y Aos de vsperas. La vida de la cultura en Espaa (Z93Z-Z939), Espasa Calpe, Madrid, 2006.

    JORGE MARCO es profesor de Historia Contempornea de la Uni-versidad Complutense, de Madrid. Entre sus obras: Hijos de una guerra, Comares, Granada, 2010, y Guerrilleros y vecinos de armas, Comares, Granada, 2012.

    JOS LUIS MARTN es catedrtico de Historia Contempornea de la Universidad Autnoma, de Barcelona. Entre sus obras: Els or-gens del PSUC, Curial, Barcelona, 1977, Historia de la UGT, Siglo XXI, Madrid, 2008, y Ordre phlic i violencia a Catalunya, Dau, Barcelona, 201 lo

    LUDGER MEES es catedrtico de Historia Contempornea de la U niversidad del Pas Vasco, de Bilbao. Entre sus obras: El profeta

  • 10 EN EL COMBATE POR LA HISTORIA

    pragmtico. Aguirre, el primer lehendakari, 1939-z960, Alberda-nia, Irn, 2006 y, junto con S. de Pablo y J. A. Rodrguez Ranz, El pndulo patritico. Historia del Partido Nacionalista Vasco, Crtica, Barcelona, 1999.

    RICARDO MIRALLES es catedrtico de Historia Contempornea de la Universidad del Pas Vasco, de Bilbao. Entre sus obras: juan Negrn. La RepDlica en guerra, Temas de Hoy, Madrid, 2003, "In-dalecio Prieto, un demcrata radical", estudio preliminar a Textos escogidos de lndalecio Prieto, Junta General del Principado de As-turias, Oviedo, 1999, pp. XI-XCII, Y Los rusos en la guerra de Es-paa, Fundacin Pablo Iglesias, Madrid, 2010.

    ENRIQUE MORADIELLOS es catedrtico de Historia Contempo-rnea de la Universidad de Extremadura. Entre sus obras: La perfi-dia de Albin: el gobierno britnico y la guerra civil espaola, Siglo XXI, Madrid, 1996, Y El reidero de Europa: las dimensiones inter-nacionales de la guerra civil espaola, Pennsula, Barcelona, 2001.

    XAVIER MORENO JULIA es profesor de Historia Contempornea de la Universidad Rovira y Virgili, de Tarragona. Entre sus obras: La Divisin Azul. Sangre espaola en Rusia, Z94Z-Z945, Crtica, Barcelona, 2004 y Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra (Z936-Z945), Planeta, Barcelona, 2007.

    JUAN CARLOS PEREIRA es catedrtico de Historia Contempor-nea de la Universidad Complutense, de Madrid. Entre sus obras: Historia de las relaciones internacionales contemporneas, Ariel, Bar-celona, 2003, y La poltica exterior de Espaa, Ariel, Barcelona, 2010.

    P A UL PRESTO N es catedrtico emrito de la London School of Economics. Entre sus obras: Franco, caudillo de Espaa, Grijalbo, Barcelona, 1998,Las tres Espaas de136, Plaza y Jans, Barcelona, 1999, y El holocausto espaol, Debate, Barcelona, 201 lo

    FERNANDO PUELL DE LA VILLA es profesor de Historia Militar del Instituto Universitario General Gutirrez Mellado, de la UNED. Entre sus obras: Historia del Ejrcito en Espaa. Atlas de la

  • AUTORES 11

    guerra civil espaola: antecedentes, operaciones y secuelas militares (Z93 z- Z945), Alianza, Madrid, 2003, y editor de Los ejrcitos del franquismo (Z939-Z975), UNED, Madrid, 2010.

    JOSEP PUIGSECH FARRAs es profesor de Historia Contempor-nea de la Universidad Autnoma de Barcelona. Entre sus obras: Entre Franco y Stalin. El dificil itinerario de los comunistas en Cata-lua, Z936- Z949, El Viejo Topo, Matar, 2009, y Nosaltres, els co-munistes catalans. El PSUC i la Internacional Comunista durant la guerra civil, Eumo, Vic, 2001.

    HILARI RAGUER I SUER es doctor en Derecho, monje de Montserrat y especialista en la historia de la Iglesia espaola. Entre sus obras: La espada y la crut (La Iglesia, Z936- Z939) , Bruguera, Barcelona, 1977, Y La plvora y el incienso: la iglesia y la guerra ci-vil, Z936- Z939, Pennsula, Barcelona, 2008.

    ALBER TO REI G TAPIA es catedrtico de Ciencia Poltica de la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona. Entre sus obras: Me-moria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, Alianza, Madrid, 1999, Franco. El Csar superlativo, Tecnos, Madrid, 2005, y La Crutada de Z936, Alianza, Madrid, 2006.

    RICARDO ROBLEDO es catedrtico de Historia Econmica de la Universidad de Salamanca. Entre sus obras: Los ministros de Agri-cultura de la Segunda Repblica (Z93 z- Z939) , MAPA, Madrid, 2006, y, con S. Lpez (eds.), Inters particular, bienestar pblico? Grandes patrimoniosy reformas agrarias, PUZ, Zaragoza, 2007.

    JOS ANDRS ROJO es licenciado en Sociologa y periodista. En-tre sus obras: Vicente Rojo. Retrato de un general republicano, Tus-quets, Barcelona, 2006.

    JOSEP SNCHEZ CERVELL es catedrtico de Historia Contem-pornea de la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona. Entre sus obras: Por qu hemos sido derrotados? Las divergencias republi-canas y otras cuestiones, Flor del Viento, Barcelona, 2006, y La Se-gunda Repblica en el exilio, Z939- Z977, Planeta, Barcelona, 2011.

  • 12 EN EL COMBATE POR LA HISTORIA

    GUCERIO SNCHEZ RECIO es catedrtico de Historia Contem-pornea de la Universidad de Alicante. Entre sus obras: Los cua-dros polticos intermedios del rgimen franquista, /9.36- /9.39. Diver-sidad de origen e identidad de inters, Instituto Juan Gil Albert, Alicante, 1996 Y Sobre todos Franco. Coalicin reaccionaria y grupos polticos, Flor del Viento, Barcelona, 2008.

    JOAN MARIA THOMS es profesor de Historia Contempornea de la Universidad Rovira i Virgili, de Tarragona. Entre sus obras: La Falange de Franco, Plaza y Jans, Barcelona, 2001, La batalla del wolframio. Estados Unidos y Espaa de Pearl Harbor a los inicios de la guerra fra, /94/- /947. Ctedra, Madrid, 2010, y Los fascismos espaoles, Planeta, Barcelona, 201 I.

    NGEL VIAS es catedrtico emrito de Economa de la Universi-dad Complutense, de Madrid. Entre sus obras: Hitler, Franco y el estallido de la guerra civil, Alianza, Madrid, 2000, En las garras del guila, Crtica, Barcelona, 2003, La repblica espaola en guerra, Crtica, Barcelona, 2010, 3 vols., y La conspiracin del general Franco, Crtica, Barcelona, 2012.

    PERE YSS es catedrtico de Historia Contempornea de la Univer-sidad Autnoma de Barcelona. Entre sus obras: Disidencia y sub-versin. La lucha del rgimen franquista por su supervivencia, /960-/975, Crtica, Barcelona, 2004, y, en colaboracin con Carme Molinero, La anatoma del franquismo. De la supervivencia a la ago-na, Crtica, Barcelona, 2008.

  • NGEL VIAS

    PRESENT ACIN

    La literatura existente, en castellano y otros idiomas, sobre la Segunda Repblica, la guerra civil y el franquismo es inabarcable en su variedad. Es ms, no cesa de crecer. Cada mes aparecen nuevos ttulos. A veces para arrojar lUt sobre aspectos que siguen siendo muy dehatidos. Con harta fre-cuencia, para re fritar lo ya conocido. En los ltimos aos para continuar presentando visiones distorsionadas y profundamente ideologitadas. En al-gn caso, como se ver al final de este libro, para regurgitar autnticos dislates.

    La idea de esta obra surgi a mitad de 20 Z z. El lector recordar que, tras una autntica primicia del diario madrileo Pblico, los medios se hicieron eco entonces de las discusiones que despertaron ciertas entradas del denominado Diccionario Biogrfico Espaol, de la Real Academia de la Historia (RAH). Levantaron enorme controversia algunas de las relacio-nadas con el perodo Z93 Z - Z975. Franco apareci bajo una lUt rosada, algo inimaginable en el caso de una institucin comparable en cualquier pas europeo con los restantes dictadores autctonos del siglo xx. La expe-riencia repUblicana fue demonitada. La guerra civil resurgi en ocasiones como una lucha contra los rojOSJJ. En algunas de las entradas aireadas en la prensa fue imposible desconocer el sesgo antidemocrtico ya veces prxi-mo a las querencias de la extrema derecha espaola. Todo ello presentado, bajo la autoridad de la augusta Institucin, como si fuese la ltima palabra en historia.

    En medio de aquella controversia, el editor Contalo Pontn me sugiri si no sera oportuno que, con vistas a los debates ulteriores, coordinase un contradiccionarioJJ. No me sedujo. Tras terminar el curso, estaba enfras-cado en cuatro proyectos. Los platOS eran ya perentorios para tres de ellos, de los cuales uno era europeo. Asumir otro era peligroso.

    Sin embargo en los cursos de verano de la Universidad Complutense en El Escorial me haba comprometido a celebrar uno sobre los Mitos del Z 8

  • NGEL VIAS

    de Julio, J 5 aos despus (cuyas ponencias confto no tarden demasiado en salir a la luV. Fue en este marco en el que me cupo el honor de presidir una mesa redonda para examinar un centenar de entradas, escogidas aleatoria-mente, del diccionario de la RAH. El resultado fue pattico, con frecuencia no exento de aspectos cmicos. No dejaron otra alternativa los incontables errores y equivocaciones, a veces propios de estudiantes poco avetados de escuela secundaria. Dos ejemplos: Santiago Casares Quiroga apareci como el ltimo presidente del gohierno republicano. El no menos desconoci-do higrafo del general Antonio Cordn ignoraha incluso su autohiografta, un lihro de referencia del cual se han tirado no menos de tres ediciones, la ltima y ms completa hace solo pocos aos. He de confesar que muchos de los autores de aquellas entradas han quedado prendidos, para m, en el des-crdito profesional ms ahsoluto. Incluyo entre ellos a un par de eminentsi-mos acadmicos que reescrihieron hiograftas de dos personajes que proha-blemente les pareceran poco estudiados por otros historiadores: Manuel Ataa y Francisco Franco.

    Simultneamente, la revista Temas para el Debate me haba propues-to que escrihiese un artculo sohre las perplejidades que me suscitaha el ya famoso diccionario. Al prepararlo, las preguntas se plantearon por s mis-mas. Cmo la RAH haba podido caer en semejante desvaro? A quin o quines, en concreto, corresponda la responsahilidad? Cmo y con qu cri-terios se haba elegido al equipo que seleccion los autores que deban resumir el conocimiento ohjetiyo sohre los protagonistas del perodo Z93 z - Z9J 5? Haba existido algn tipo de control de calidad mnimo? Quiny cmo lo haba ejercido? Haba alguien advertido los innumerables errores?

    En resumen, una metcla de disgusto y conciencia de que el phlico es-paol se mereca otra cosa me indujeron a aceptar la propuesta. Se intensi-fic al comprohar la paralela estupefaccin de los participantes en la mesa redonda escurialense ante los fenmenos comhinados de disparates, distor-sin y ninguneo que, con su conocimiento de expertos, detectaron adicio-nalmente. Para mayor inri, uno de ellos puso de relieve que las entradas que tanto se incriminahan ihan en contra de los propios preceptos metodol-gicos aprohados solemnemente por la RAH misma. La deriva constatable merecera un estudio analtico ms detallado. Siquiera para aclarar respon-sahilidades porque me cuesta trahajo pensar que todos los acadmicos sin excepcin dieran su lUt verde a tamaos dislates, algunos de los cuales se airearon en los medios. El particular olor rancio ya naftalina de muchas de las entradas lo recogi muy hien, por aquella poca, Joaqun Prieto, en El Pas (3 z de julio de 20 z zj.

  • PRESENTACIN 1;

    No extraarn dos cosas: que todos los miembros de la mesa figuren en esta obra y que cundiera entre nosotros la sensacin de que el diccionario, a pesar de los ditirambos que se le dedicaron desde la propia Institucin, no era, ni ms ni menos, que una provocacin. Provocacin a los hechos, al conocimiento, a la historia ya los historiadores. Ms an, en ltimo trmi-no, a la sociedad espaola y al prestigio de Espaa. No he de entrar aqu a valorar la voluntad de, tras un perodo de enfriamiento y qui{ esperando a la constitucin de las nuevas Cortes en la presente legislatura, distribuir los cincuenta tomos del diccionario como si no hubiera pasado nada ..

    De aquel cuestionamiento naci el germen de este libro, cuyo ttulo est tomado prestado al de uno de los conocidsimos ensayos de Lucien Febvre, autor francs que junto con Marc Bloch ms ha influido en varias genera-ciones de alevines de historiador. Una respuesta cientfica a tal provoca-cin. No, sin embargo, en el mismo molde. Puesto que ciertos autores del diccionario de la RAH manipulaban y desvirtuaban, haba que poner coto a sus ideolgicas reconstrucciones. De aqu la necesidad de proceder a tra-vs de un nmero de temas que permitieran al lector recorrer el perodo com-prendido entre Z93 Z y Z9:75, muchos de cuyos protagonistas tan desfigura-dos aparecan en el Diccionario Biogrfico Espaol. Hemos evitado, conscientemente, la camisa de fuer{a que impondra un anlisis diacrnico, de los que ya existen en nmero abundante. El lector podr, a su libre arbi-trio, adentrarse en este libro bien por etapas, por temas o por personajes. A su aire ya su conveniencia. Qui{ algunos de quienes nos hagan el honor de leerlos podrn comprobar por s mismos que mucho de lo que han servido una parte de los autores de la RAH, bajo el manto de su autoridad y al so-caire de sus entradas biogrficas, es, en realidad, sopa boba, eso s, paga-da por el sufrido contribuyente.

    Un enfoque como el elegido para esta obra entraa varias dificultades. En primer lugar la seleccin de temas. En segundo lugar, la de autores. Sobre la base de un borrador previo, numerosas discusiones obligaron a in-crementar el nmero previsto. La decisin final se tom teniendo en cuenta dos necesidades: la conveniencia de centrarnos de preferencia en los aspec-tos polticos, institucionales, culturales y militares -en los que las contro-versias pblicas son ms intensas y muchas de las entradas del diccionario de la RAH ms sesgadas o errneas- y la de cubrir en la mayor medida posible el decurso histrico. Algunas dimensiones se examinan desde pers-pectivas varias en diferentes artculos, pero sin que medien soluciones de continuidad demasiado amplias entre unos'y otros. En tal sentido, bien puede decirse que la presente obra encierra un anlisis de las claves funda-

  • r6 NGEL VIAS

    mentales para comprender la evolucin histrica espaola desde la instau-racin de la Repblica hasta el fallecimiento de Franco tal y como la ha ido articulando en genera/la historiografia crtica.

    Determinados los temas, la seleccin de autores se hita de forma natu-ral: buscando a los expertos ms destacados en cada uno. Especialistas co-nocidos por sus publicaciones, su orientacin por la investigacin y no la mera divulgacin y su familiaridad con archivos, espaoles y extranjeros. No todos los previstos acudieron. Dificultades de calendario, excesos de trabajo o compromisos de diversa ndole llevaron a varios a declinar la invi-tacin. De todas formas el lector puede tener la seguridad de que, si bien no estn todos los que son, s son todos los que estn. Con una peculiaridad que deseo hacer explcita: siempre entend que deba haber una representacin de al menos tres generaciones. Los veteranos que llevamos publicando desde los albores de la etapa democrtica e incluso antes. Los intermedios, de en-tre 40 y 50 aos, que ya han ganado sus mritos ms que sobradamente. y los ms jvenes, que empietan a darse a conocer con publicaciones relevan-tes y entre los cuales figurarn los grandes historiadores del futuro. En su conjunto el plantel reunido en este libro no tiene equivalente en ninguna otra obra en el mercado espaolo extranjero.

    La guerra civil constituy el gran parte aguas en nuestra historia con-tempornea (no en su acepcin acadmica que la retrotrae a la revolucin francesa sino en la britnica/norteamericana o en la alemana de la Zeit-geschichte). Desfigurada durante ms de cuarenta aos, los de la dicta-dura franquista, la dinmica interna a tal conflicto ha ido saliendo docu-mentadamente a la superficie poco a poco. No es, pues, de extraar que los temas relacionados con la guerra constituyan el meollo del presente libro. Hemos examinado casi todas sus dimensiones: desde la cultural en ellar-go perodo a las operaciones militares, desde los apoyos exteriores a la movilitacin interior o la evolucin de las fuertas polticas en presencia, ya sea en la tona gubernamental o en la controlada por los sublevados. No hemos esquivado problemas duros como la actitud de la Iglesia catlica. Tambin se han extrado significaciones no evidentes de hitos tales como la unificacin o los hechos de mayo. Sin entrar en discusiones acad-micas, ni mucho menos dignificar la subliteratura neo-franquista que inunda tanto la red como las grandes superficies en la Espaa de nuestros das, en los veinte temas de esta parte creo que se desploma una buena por-cin de los perdurables mitos que entronit y propag el franquismo, in-cluidos los de la revolucin, el exilio y la posterior oposicin armada en forma de guerrillas.

  • PRESENTACIN

    Ahora bien, no es menos imprescindible explicar cmo y porqu se lleg a la guerra y cules fueron sus consecuencias. La paciente investigacin de muchos de nosotros, y de otros cuyas aportaciones se han reseado siquiera someramente en las informaciones sobre bibliografia bsica, ha puesto de relieve que el funcionamiento del sistema republicano entre z 93 z y z 936 no conduca necesariamente a la guerra. La contraria es una tesis siempre soste-nida por los autores pro-franquistas que, al fin y al cabo, se impusieron y continan imponindose como primer deber el justificar la sublevacin. La dinmica s llevaba a una rebelin militar, en el surco de una estela de acti-vidades conspiratoriales iniciadas desde el primer momento por quienes nun-ca quisieron aceptar el nuevo rgimen. No en vano pretendieron defender la vuelta en lo posible al statu quo previo y, poco ms tarde, eliminar las refor-mas iniciadas durante el primer bienio (Z93 Z - Z933) y reanudadas en la corta experiencia del Frente Popular (febrero a julio de Z936). Se fascisti-Zaron, deslumbrados por ejemplos forneos que enseaban cmo poda some-terse a una rgida disciplina al movimiento obrero al servicio de una comu-nidad de raza, una comunidad nacional)) o un Estado nuevo)).

    El caso espaol no fue, sin embargo, una mmesis del italiano o del alemn. A pesar de que, en la actualidad, autores neo-franquistas y anti-rrepublicanos de toda laya procuran distanciar lo ms posible las concepcio-nes de la derecha espaola en los aos treinta de lo que entonces apareca como modernidad)) en su peculiar variante nazi-fascista, lo cierto es que constituyeron el basamento sobre el cual se construy el (muevo Estado)) aprovechando la (jeliZ)) circunstancia de la guerra civil. Los ocho temas que dedicamos a la Repblica y algunos de los que figuran en la parte relativa a la contienda constituyen, en su conjunto, un anlisis coherente que no busca otra cosa sino llevar al gran pblico los resultados de la ms reciente inves-tigacin universitaria, necesariamente crtica.

    Establecer como perodo de unidad histrica el binomio)) Repblica-guerra civil es una falacia, por mucho que los manuales escolares sigan ha-ciendo hincapi en ello. La unidad histrica bsica es el binomio guerra ci-vil-dictadura. Algo que apenas si aflora entre los autores encandilados con el tranquilo)) rgimen impuesto en Espaa durante cuarenta aos. Aos que fueron de exclusin, aunque ahora algunos pretenden retroproyectar tal experiencia a los bienios reformistas republicanos. No fue as: hemos apli-cado el anlisis a la trada ideas-verbo-ejecucin. En algunos temas predo-mina el primer aspecto. En otros, el segundo. Hay quien se decanta afavor del tercero. El resultado indica que muchos de los autores (a veces total o casi totalmente desconocidos) que han participado en el diccionario de la

  • 18 NGEL VIAS

    RAH dieron gato por liebre a sus eventuales lectores entre los cuales noso-tros, ciertamente, nos contamos.

    En una gran parte del pblico las anteriores percepciones no han cala-do. Para explicar las raTones hay que acudir a la mitologa. En las pginas de esta obra no hemos dejado de invocar al principal mitgrafo espaol del siglo xx: el general Francisco Franco. Cada una de las tres partes de este libro se abre con reflexiones suyas, tomadas de sus discursos de finales de ao en el perodo Z956- z96z, por tantas raTones uno de los goznes histri-cos en torno al cual gir su largo rgimen.

    Traemos a colacin estas reflexiones de Franco porque las mismas tesis subsisten en alguna infraliteratura, en la red y fuera de ella, en la que cues-ta sangre, sudor y lgrimas reconocer el resultado de la guerra civil: una dictadura de base militar, nacionalcatlica y fascista que atrajo a todas las fuerzas que vieron en la confrontacin misma la posibilidad de presentar en positivo lo que denominaron ((contrarrevolucin y, a la vez, plasmar la configuracin histrica del fascismo espaol. Como si la revolucin, antes de la sublevacin militar, hubiese estado a la orden del da.

    A diferencia de ciertos manuales de historia de Espaa en el siglo xx los trece temas que dedicamos al franquismo examinan sus presuntas luces y sus aspectos ms srdidos, ligados a la represin fisica, poltica, econ-mica, social y cultural que practic hasta el final. Se han abordado las di-mensiones esenciales en las cuales se jug su supervivencia: la construccin de un seguimiento poltico y social o la interaccin con el exterior en donde encontr tanto apoyos (cambiados raudamente en cuanto se modific la co-rrelacin de fuerzas externas) como tambin desprecio, un desprecio que dur, en varios aspectos, hasta su final. Hemos echado un vistazo a la de-sangelada poltica de la autarqua, el mercado negro y la contrarreforma agraria. Hemos ilustrado las circunstancias en que se produjeron el volan-tazo y cambio de rumbo de Z959 y entrado en los ((felices aos sesenta", con sus luces, sus sombras y la contestacin que provocaron. Amn de otros n-gulos de anlisis. Hoy los exgetas del fenecido rgimen siguen dale que te pego con el cerco exterior" presentndolo, nada menos, como una ((conju-racin contra Espaa". Otros se enzarzan en discusiones sobre la versin ms actual de las querellas en torno al sexo de los ngeles. Equivalen a querer dilucidar en un solo adjetivo el carcter prstino del Rgimen: ms o menos autoritario" pero no necesariamente dictatorial" (sin olvidar a quienes se sublevan contra la categora de totalitario", tan querida de los po litlogos de la guerra fra). Dejamos de lado, no obstante, la nocin, cara al simpar generalsimo, de que su dictadura sera uno de los faros que

  • PRESENTACIN

    alumbraran el mundo del futuro, es decir, a NUESTRO mundo. En sus propias palabras:

    Nuestro Movimiento ha visto en la pujanTa Y fuer{a expansiva de las organi-raciones sindicales f .. ] la prueba y la posibilidad prctica de fundar sobre estas entidades naturales y de vida autntica y propia un sistema representa-tivo y de libertad poltica. A medida que aquel error se recono{ca en toda su entidad, cambiarn las bases ms generales de pensamiento poltico y se des-cubrirn las posibilidades inmensas de las organi{aciones naturales para un sistema representativo con todas las ventajas, sin ninguna de las gravsimas deficiencias del viejo sistema f . .] Cuando las instituciones polticas decimo-nnicas se resquebrajan por todas partes, cmo no pensar en reconocer su per-sonalidad de Derecho pblico a las instituciones naturales y constituir polti-camente la sociedad sobre ellas?

    Finalmente en la tercera parte, hemos seleccionado una docena de per-sonajes de primera lnea. De nuevo no son todos los que estn, pero s estn todos los que son. Sus biograflas mereceran ms pginas. En ninguna se ha escamoteado nada relevante ni se ha eludido el juicio histrico que nos me-recen. Un contrapunto al Diccionario Biogrfico Espaol.

    El lector ju:rgar si nuestros objetivos se han alcan1ado o no. Ya dijo Luis Cernuda que entre piedras de sombra, de ira, llanto, olvido, alienta la verdad. Quisiera, con todo, llamar la atencin sobre el cuidado puesto en la redaccin de los captulos sobre la represin en y despus de la guerra. Creo que se justifican ampliamente porque, de unos aos a esta parte, se ha recrudecido el nmero de infrapublicaciones que enfatizan la violencia re-publicana y disminuyen o suavizan en todo lo posible la barbarie de la fran-quista. Incluso hay quien todava se remite a los clculos de mi buen amigo Ramn Salas Larrazbal, totalmente obsoletos.

    En realidad, si se compara el nmero de vctimas de la represin fran-quista con las comnmente aceptadas en el caso alemn (y nadie pretender que la dictadura hitleriana fuera suave) la brutalidad relativa de la prime-ra es aparente, salvando lgicamente el perodo de la segunda guerra mun-dial. Este se encuentra ensangrentado para toda la eternidad por la Shoah, por las salvajadas cometidas en los territorios ocupados y por la hipervio-lencia desatada contra todo tipo de oponentes interiores. La historia de Ale-mania nunca expiar tales bestialidades.

    An as hay que andar con algo de cuidado en lo que se refiere al pero-do Z933- Z939. Comparar realidades muy distintas entraa siempre un problema pero no nos resistimos a la tentacin, hecha con todo tipo de cau-

  • 20 NGEL VIAS

    telas. A tenor de los datos recogidos por Richard J. Evans, en el primer ao completo tras la llegada de Hitler a la Cancillera se registraron 64 conde-nas judiciales a muerte. En 1934, fueron 74. En 1935,94. En 1936, 68. En 1937, 106yen 1938, 67. En total unas 473. Calderilla en compara-cin con el caso franquista. Los detenidos polticos ascendan a 23.000 en junio de 1935 y, tras varias oscilaciones, a 11.265 en diciembre de 1938. Las muertes en Dachau entre 1936 y 1938 fueron las siguientes: 10, 69, 370 y, en Buchenwald, entre 1937 y 1939, 48, 771 Y 1.235 como mni-mo.' El total es de 2.500. No son cifras completas, pero no divergen mucho de las identificadas como finales. Segn sir Jan Kershaw hacia 1939 unos z 5 o. o o o comunistas y socialistas haban pasado por campos de concentra-cin; 12.000 haban sido condenados por alta traicin y unos 40.000 ha-ban sido detenidos por delitos polticos menores. 2

    Las cifras que conocemos del franquismo, y en este particular despus de la guerra, no dejan a la dictadura espaola en buena situacin compara-tiva. Antes al contrario. Las suyas son muy superiores

    Naturalmente, las magnitudes alemanas que anteceden estn referidas al terror regulan). Hay que tener en cuenta tambin el irregular. Del3 o de enero de 1933 al30 de junio de 1934, es decir, en ao y medio, durante el perodo de imposicin de la dictadura hitleriana, se produjeron entre 800 y 1.200 asesinatos) Pues bien, este ltimo nmero se alcanz, por ejemplo, en la zona controlada por el general Queipo de Llano hacia finales de julio de 1936. En menos de quince das. En ambos casos se observa que las vcti-mas recayeron esencialmente en compatriotas y dentro de las propias fron-teras.

    Cabra incluso hacer otras comparaciones, entremezclando represin y condiciones de guerra o similares. La que ms prontamente se me ocurre es Francia. Nadie dir que la ocupacin alemana, entre 1940 y 1944, fue un lecho de rosas. Hubo una resistencia notable, sobre todo a partir de 1941, que dej un legado sobre el cual se levantaron varias legitimidades: la de la Francia combatiente de De Gaulle -como muestra de que los mejores ja-ms renunciaron al combate-pero tambin la del partido comunista, que

    1. The Third Reich in Power, Z933- Z939. How the Na{is won over the Hearts and Minds ofa Nation, Penguin Books, Londres, 2005, pp. 70, 87S, 90.

    2. The Nazi Dictatorship. Problems and Perspectives of Interpretation, 4. a edicin, Arnold, Londres, 2000, p. 208.

    3. Con datos de una variedad de fuentes fiables en www.de.wikipedia.org. Mordopfer des nationalsozialistischen Terrors wahrend der Machteroberungsphase, '933- 1 934",

  • PRESENTACIN 21

    exager notablemente las vctimas entre sus filas. Al igual que en el caso espaol, es preciso pues andar con tiento a la hora de clasificar las que oca-sion la represin. Se trata de una tarea en la que los historiadores franceses y algunos de otras nacionalidades han invertido mucho tiempo y esfuerzo. Como en Espaa.

    La ms reciente investigacin que conozco ha distinguido entre vcti-mas de fusilamientos tras condenas a muerte decretadas por un tribunal militar alemn o una jurisdiccin francesa (del rgimen de Vichy); rehenes fusilados; ejecutados sumaria o arbitrariamente sin mediar juicio alguno y los masacrados, asesinados pura y simplemente por las fuerzas de ocupa-cin o los colaboradores con las mismas. Pues bien, en plena guerra civil entre franceses y de resistencia contra los alemanes, en circunstancias abso-lutamente abominables y excepcionales, el nmero de vctimas que pueden atribuirse a las dos primeras categoras ascienden a3. Z 00 y Z .434 respecti-vamente.4 Muchos, desde luego, pero de nuevo bastante menos que las de la represin franquista entre Z939 y Z948 cuando, no hay que olvidarlo, se-gua vigente el estado de guerra. Sin contar los muertos por enfermedad y malos cuidados, respecto a los cuales no hay estimaciones excesivamente fiables.

    Si de la dictadura nazi se pasa a la italiana, la comparacin es todava peor para el franquismo. Segn Bosworth, en el camino hacia su implanta-cin en Z922 y despus, Mussolini liquid entre 2.000 y 3.000 oponentes polticos. Al final del fascismo unas Z 3. o o o personas haban sufrido destie-rros y, en tiempos de paz, trmino de referencia que es igual que el nuestro, el tribunal especial relevante haba impuesto solo nueve sentencias de muer-te. De aqu que Bosworth acepte que, en lo que se refiere a la dimensin in-terna, el rgimen mussoliniano, por otra parte tan repelente, fuera infinita-mente menos sanguinario que el sovitico, el hitleriano o ... el franquista. 5

    A ello se aade el hecho de que, a pesar de haber llevado a cabo una accin supuestamente loable y patritica para salvar a Espaa, los fran-

    4 J ean-Pierre Besse y Thomas Pouty, Les fusills. Rpression et excutons pen-dant l'Occupaton (1940-Z944), Les ditions de l' Atelier /ditions Ouvrieres, Pars, 2006, pp. 1 - 3 Y 81-1 82. Stphane Courtois y Marc Lazar, Histoire du Part com-muniste franfais, 2." edicin actualizada, PUF, Pars, 2000, p. 226, elevan el nmero de las vctimas francesas de los nazis a 23.000 personas en total sin dar explicaciones ni, mucho menos, hacer desglose alguno. Lo citamos como lo que podra ser un tope mximo pero sin las garantas del trabajo de Besse y Pouty.

    5 R. J. B. Bosworth, Mussolini 's Ita/y. Life Under the Dictatorship, Penguin Books, Londres, 2006, pp. 1 Y 242.

  • 22 NGEL VIAS

    quistas hicieron todo lo posible para velar sus desmanes, desde el no registro de cadveres en los cementerios durante la guerra hasta la ocultacin de una gran parte de la documentacin en que pudiera reflejarse lo sucedido.

    El pblico espaol en general, y no hablemos de los jvenes que no lle-gan a la Universidad, ignora mayoritariamente que la dictadura franquis-ta fue, descontando las vctimas ocasionadas por la guerra mundial en los casos alemn e italiano, la segunda ms sanguinaria de Europa, muy por delante de la italiana. Habr, sin duda, gente que piense que nuestras com-paraciones no son vlidas, pero hay que tener en cuenta que contraponemos por lo general vctimas de procesos judiciales, aunque fuesen con garantas mnimas, como las que tuvieron lugar en la zona franquista desde antes de terminar la guerra civil y que se prolongaron hasta 1948. En estas condi-ciones es, creo, aceptable afirmar que a la dictadura franquista solo le so-brepas, eso s, a considerable distancia, la sovitica. Obviamente, el terror estalinista de los aos treinta, en sus variadas manifestaciones, constituye una salvajada sin paliativos, aunque hay autores, sobre todo soviticos, que han tratado de explicarla Macionalmente. En mi opinin, el binomio Stalin-Franco o Rusia/Espaa y sus formas respectivas de encarar el pa-sado sombro ofrece amplio campo para muchas reflexiones. En ambos ca-sos, y como en toda buena dictadura que se precie, se invirtieron medios considerables en reinterpretar a su conveniencia y segn sus necesidades el pasado, ya fuese el prximo o el remoto.

    En Espaa, con el advenimiento de la democracia, tal esfuerzo ha re-sultado al menos baldo en el plano historiogrfico o cientfico. No as en los mbitos propagandstico, marrullero o populista. La ofensiva historieto-grfica no se ha detenido nunca. Pervive, y a los compases de los cambios y pugnas polticas, sigue coleando. Dedicamos a estos aspectos el eplogo y su coda. Que cada palo aguante su vela. Nosotros pretendemos ofrecer un resumen de los anlisis ms exactos posible de lo que los historiadores hoy conocemos sobre los aspectos fundamentales de un pasado de sangre y coac-cin. No se ha rehuido ningn tema bsico, por escabroso que sea.

    En mi papel de coordinador me ha tocado realizar todos los esfuerzos necesarios para homogeneizar en lo posible las contribuciones, evitar sola-pamientos y rellenar lagunas. Me he guiado por dos principios.

    El primero, la conciencia de que cuarenta aos de dictadura de extrema derecha han dejado un poso indeleble en la sociedad espaola. Esto es, por supuesto, una constatacin trivial. En pleno proceso de elaboracin de esta obra, el diario El Pas hizo referencia, en su edicin del20 de diciembre de 2 o 1 l, a la encuesta llevada a cabo por Metroscopia sobre una muestra de

  • PRESENTACIN 23

    casi 20.000 entrevistas, un nmero muy amplio en este gnero de investi-gaciones. En ella se pidi a los encuestados que se posicionaran en una esca-la ideolgica que iba desde la extrema izquierda a la extrema derecha. Me llamaron la atencin los resultados globales: la mayora se consider ideo-lgicamente de centro (con todas las ambigedades en las que sea dable pensar) pero, y este pero tiene su importancia, tras haber pasado una cota de edad de 65 aos aumentaban significativamente quienes se autoposicio-naban en la extrema derecha.

    Los autores de la encuesta notaron, para explicar dicho fenmeno, que podan esgrimirse diferentes argumentos, pero subrayaron que tal grupo lo componan los nacidos antes de 1945 y que acabaron la enseanza primaria a mitad de los aos cincuenta. Es decir, personas que han pasado la mitad de sus vidas bajo el franquismo y cuyos recuerdos de infancia y juventud, as como los procesos de socializacin ms fundamentales en la vida de un ser humano, estuvieron expuestos a la ideologa oficial que se enseoreaba de todos los medios de comunicacin y de aculturacin poltica e ideol-gica. Este grupo de personas, y verosmilmente muchos de sus descendien-tes, figura entre los ms reacios a aceptar los resultados del trabajo de des-mitologizacin efectuado por los historiadores y se encuentra entre los ms susceptibles a los lavados de quienes ven en la historia un arma para la lu-cha poltica e ideolgica del presente.

    El segundo principio es la conciencia de que en los ltimos aos, yen un nmero reducido de alczares, no existe el menor empacho en difundir distorsiones del proceso histrico espaol. Algunos se identifican en el lti-mo artculo de la presente obra. Distorsiones que, por lo general, coinciden con los mitos aducidos durante el franquismo para justificar la sublevacin militar de 1936. Esto conlleva una visin maniquea yen blanco y negro de la experiencia poltica, econmica, social previa, del todo congruente con el propsito, ya evidente antes de la sublevacin, de des legitimarla antes de subvertirla. La Universidad espaola no ser un dechado de perfecciones, pero es la mejor que hasta ahora ha tenido Espaa y se ha mostrado bastan-te impermeable a la aceptacin de tales distorsiones, con la excepcin de un grupito de autores que denuncian, a veces con malas maneras e insultos personales, a quienes escriben, segn ellos, historia militante. En gene-ral, ni son especialistas de la represin ni tampoco conocen demasiado ex-periencias extranjeras.

    Al trmino de esta intensa y compacta aventura intelectual (por cierto, de los cuatro proyectos en paralelo culmin tres, entre ellos el europeo), me sentira muy satisfecho como coordinador de este libro, interpretando el sen-

  • 24 NGEL VIAS

    tir de todos los que en l han colaborado, si el pblico (y los jvenes que sern los ciudadanos que contribuyan a configurar el futuro) resultaran ms cons-cientes de las ambigedades insertas en toda explicacin histrica. Hay quienes miran al pasado y quienes no. Hay quienes, en cumplimiento de su deber cientfico y tico, aspiran a mejorar el conocimiento de nuestro devenir. Hay quienes se sienten felices ante la idea de que Espaa contine siendo una curiosa excepcin en la experiencia europea, sobre todo occidental.

    Lo que ocurre en nuestro pas, con la carta blanca que en l se da a cualesquiera versiones, distorsiones o plenas estupideces, es algo muy di-ferente de lo que ocurri en otros de pasados no menos sombros: la Histo-rikerstreit -la querella de los historiadores- en Alemania, las oleadas que suscit la recuperacin de Mussolini en Italia de la mano de Renzo de Felice o la visin relativamente balsmica que durante aos se propag en Francia sobre el rgimen de Vichy hasta que la revent de un trallazo Robert o. Paxton.

    Aqu se venden sucesivas ediciones de un librito infumable que presenta a Franco como catlico ejemplar y nadie se conmueve. QuiZ porque la Iglesia se ha adentrado aceleradamente en su propio proceso regresivo y porque pugna de nuevo por recuperar la preeminencia en la tutela sobre lo que deben saber y creer los sectores que le interesan de la sociedad espaola.

    Si en Hungra o Eslovaquia, tambin pases miembros de la Unin Europea, se observan preocupantes fenmenos de lavado del pasado fascis-ta -todo ello para enlazar con una versin reaccionaria de sus esencias patrias-, en Espaa habr que seguir atentos a que universitarios de esca-sa fiabilidad, periodistas de medio pelo y divulgadores carentes del menor sentido del bochorno no queden sin respuesta. No sea que nos vaya a pasar lo que en Chile, donde se ha pensado con toda seriedad en edulcorar oficial-mente la dictadura del general Pinochet caracterizndola como rgimen militan>.

    Es preciso, pues, no cejar en los esfuerzos de poner a la historiografia espaola a un nivel comparable al de nuestros homlogos en los pases que siempre han sido nuestra referencia. En ese combate por la historia nos ali-neamos todos los que hemos colaborado en la presente obra y estn muchos otros que en las aulas escolares y universitarias velan porque a las nuevas generaciones no se les sigan suministrando pociones mgicas e informacio-nes que, simplemente, no son historia.

    Podremos romper el tradicional crculo vicioso? Sentar las bases para que los historiadores del futuro miren complacidos hacia nuestro tiempo? No todo depende de la educacin, pero s en una medida muy im-

  • PRESENTACIN 25

    portante. Ciudadanos conscientes del pasado de su sociedad, de todo su pasado, no son fcilmente manipulables. Tampoco hajo argumentos de autoridad vacos.

    Esta ohra se concihi hajo la invocacin del gran poeta Jaime Gil de Biedma cuando afirm que ((de todas las historias de la Historia, sin duda la ms triste es la de Espaa, porque termina mal. En nosotros, en todos nosotros, est que el ciclo quede definitivamente roto.

    23 de febrero de 2012 (XXXI aniversario de un da de infamia)

  • ENTRE CULTURA y POLTICA RUPTURA Y CONTINUIDAD

    INTELECTUALES DESDE 193 I A 1975 por

    JOS-CARLOS MAINER

    UNA REPBLICA DE INTELECTUALES?

    De forma premonitoria, un Manifiesto de la Agrupacin al Servicio de la Repblica -que firmaron intelectuales tan relevantes como Jos Ortega y Gasset, Gregario Maran y Ramn Prez de A yala- se public en El Sol ello de febrero de 193 I Y pareci predecir el rumbo del futuro Rgimen. Los signatarios obtuvieron trece escaos, pero pronto se advirti que no eran buenos tiempos para el prestigio de los intelectuales, crucificados entre el compromiso que les exigan las iz-quierdas radicales y la psima opinin de las derechas, que los conside-raban engredos, egostas y veleidosos. A la fecha de 193 I Y en plena crisis de valores del mundo occidental, el nuevo paradigma era el inte-lectual que no crea en la democracia liberal y confirmaba a su alrede-dor toda clase de decadencias: la de Occidente (famosa por el agorero y reaccionario libro de Oswald Spengler, publicado al final de la guerra de 1914), la del patriotismo convencional y militarista (Valle-Incln lo puso en solfa al recoger en 1930 los feroces esperpentos que componen Martes de Carnaval), la de la burguesa, la de la cultura convencional y hasta la de azul celeste (como deca el ttulo de una novelita de Federi-co Carlos Sinz de Robles) y la de flauta (como anunci un ensayo de Ramn Sij, el mentor catlico y fascistoide de Miguel Hernndez) ...

    Para un escritor joven y ya famoso, Ramn J. Sender, que vacilaba entonces entre las tentaciones del anarquismo y el comunismo, el pres-tigio intelectual era tambin una cosa del pasado, como advertimos en los incitantes ensayos de Proclamacin de la sonrisa (1935), donde sus-tent la superioridad del dandy. y la narrativa inquieta del momento se pobl de hroes dubitativos y fracasados que mostraron los valores

  • 28 JOS-CARLOS MAINER

    declinantes de la pequea burguesa ms menos cultivada: Un inte-lectual y su carcoma, de Mario Verdaguer; La vida dificil, de Andrs Carranque de Ros, y Luis Alvaret Petrea, de Max Aub, son smbolos -entre otros muchos- del largo eclipse de la razn.

    Sin embargo, a pesar de estos augurios iconoclastas, la Repblica vino a significar mayoritariamente una continuidad de lo ms valioso de la cultura liberal y progresista que se haba fraguado en los treinta primeros aos del nuevo siglo, a favor de los componentes ms abier-tos de la monarqua, como el conde de Romanones hizo notar en su opsculo Las responsabilidades del antiguo Rgimen (1924)' una hbil auto apologa escrita un ao despus de la proclamacin de la dictadura de Primo de Rivera. N o era una casualidad que el autor hubiera sido en 1901 el primer ministro de Instruccin Pblica en Espaa (cartera desgajada de la de Fomento en aquel ao) y que poco despus fuese el lugarteniente de Jos Canalejas en el empeo de modernizar el partido liberal.

    En ese ao y los siguientes, se expandieron las consignas que mo-vilizaron y conformaron la opinin progresista espaola e hicieron pensar a muchos en una concepcin ms democrtica del gobierno de la nacin: el anticaciquismo, el antimilitarismo y el anticlericalismo exorcizaban los viejos demonios familiares del pas y, de un modo u otro, junto a la esperanza de una repblica, fueron un programa inte-lectual que tuvo como referentes morales a Joaqun Costa, a Benito Prez Galds y a Francisco Giner de los Ros. Sin embargo, los libera-les monrquicos fracasaron en las batallas del laicismo y de la reforma escolar, en la contencin del militarismo y al establecer las lneas de vinculacin de la Corona y el mundo de la cultura. y la oportunidad lleg quiz demasiado tarde en 193 l. ..

    Pero el nuevo rgimen abord la separacin de Iglesia y Estado (eso y no otra cosa quera decir Manuel Azaa al anunciar que Espaa ha dejado de ser catlica,,), redujo privilegios militares y procur, a la par, dotarse de una respetabilidad cultural en sus solemnidades pbli-cas, busc el reconocimiento de las grandes figuras y hasta abord la proteccin de algn notable escritor en malos momentos, como fue el caso de Ramn del Valle-Incln. Dio pasos en la creacin de un Esta-do cultural" inteligente, que era la pauta de la poca a la vista de ejem-plos tan llamativos como la Unin Sovitica y el Mxico revolucio-nario, la Italia fascista y los Estados U nidos del N ew Deal", aunque, por supuesto, se qued en los umbrales del delirante, agudo y provocativo

  • CULTURA

    panfleto del fascista Ernesto Gimnez Caballero, Arte y Estado (193 S), que se haba publicado previamente en unos artculos de la revista mo-nrquica Accin Espaola.

    Tambin dio un tono ms decididamente social a la vida escolar, como se percibi en la creacin de las Misiones Pedaggicas (mayo de 1931) -un entusiasta esfuerzo del Ministerio de Instruccin P-blica, desempeado por Fernando de los Ros (e inspirado por Ma-nuel Bartolom Cosso desde la Institucin Libre de Enseanza)-para reclutar jvenes estudiantes que realizaran campaas culturales en la Espaa rural. Poco despus, Federico Garca Larca y sus amigos de la FUE (Federacin Universitaria Escolar) crearon el teatro am-bulante "La Barraca con objetivos muy similares. Pero, sobre todo, la obsesin educativa del Gobierno se plasm en un ambicioso plan de construcciones escolares y el paralelo incremento de las plantillas de profesorado de las enseanzas primaria y media. Los cursillistas -maestros reclutados y formados en breve plazo- fueron un snto-ma de aquella urgencia y luego, un objetivo del rencor y la venganza en 1936. [---- REPRESIN]

    En esa misma tnica, lo que hizo ms visible la proyeccin social del nuevo rgimen fueron iniciativas de asociacin de intelectuales re-publicanos que se iniciaron a finales de los veinte y que buscaban otra dimensin de su tarea ms all de lo meramente profesional: as hicie-ron los arquitectos fieles al racionalismo de Le Corbusier al crear un activo GA TEPAC (Grupo de Artistas y Tcnicos Espaoles para el Arte Contemporneo); los nuevos msicos que se asociaron en un "grupo de los ocho, concebido como un eco del francs "groupe des six; los artistas y los espectadores inquietos que formaron la asocia-cin ADLAN (Amigos de las Artes Nuevas) que promovi exposicio-nes, recitales, conciertos y un clima favorable a la novedad esttica; las mujeres que crearon el L yceum Club madrileo, primera asociacin feminista de finalidad cultural... Sin duda, aquel matiz "republicano del que se hablaba a menudo (como marchamo positivo por parte de sus componentes o como franca descalificacin en labios de sus enemi-gos) estuvo precisamente en la inquietud de estos grupos decididos a actuar como fermento social. Los hubo, tambin, en las izquierdas ra-dicales que, muy a menudo, despreciaban aquellos ritos burgueses y concibieron sus formaciones como un sindicato o un soviet de trabaja-dores de la cultura: la UEAP (Unin de Escritores y Artistas Proleta-rios, 1932) y la AEAR (Asociacin de Artistas y Escritores Revolucio-

  • JOS-CARLOS MAINER

    narios, 1933), creada como seccin nacional de una alianza impulsada desde la Unin Sovitica.

    LA GUERRA CIVIL Y LA MOVILIZACIN DE LA CULTURA

    Como en buena parte de Europa, la tensin del ambiente poltico y social espaol se haba trasladado a la cultura. y cuando estall la guerra civil -en el escenario de mutuas sospechas- se produjo un llamativo inter-cambio de violencias simblicas, que es abordado en otras entradas del presente libro pero cuya matriz cultural conviene recordar aqu: los do-centes y los profesionales progresistas fueron las vctimas predilectas de la represin franquista, mientras que los clrigos y los grandes propieta-rios lo fueron en la zona republicana. Nada reflej mejor la inquina de las derechas hacia el clima --que tildaba de frvolo y amoral- de la nueva intelectualidad que las pginas de la novela Madrid, de Corte a chelca (1938), escrita a imitacin de Valle-Incln (y no sin gracia) por un joven diplomtico aristcrata, Agustn de Fox, convertido al falangismo. Pa-sada la contienda, Rara (1941), el guin cinematogrfico con el que el megalmano general Franco (que firm con el pretencioso seudnimo ((Jaime de Andrade) se explic a s mismo (ya sus fieles) las razones de su rebelin contra la legalidad y percibi la guerra civil como una ampli-ficacin de otra guerra intestina librada en el corazn mismo de las clases medias espaolas: sus sectores catlicos y tradicionales frente a los avan-zados, laicos y extranjerizantes. Pero Franco, de aadidura, situ la pri-mera escisin de ese cuerpo social (aquel ((macizo de la raza, como lue-go escribira el disidente Dionisia Ridruejo) en las jornadas de 1898, en la influencia de la masonera y en el desinters de los progresistas por la aventura colonial africana. Con esto se culpabilizaba a toda una larga genealoga de intelectuales: desde los hombres de la Institucin Libre de Enseanza a los universitarios de la Junta para Ampliacin de Estudios y los intelectuales politizados de la Liga de Educacin Poltica (convocada por Ortega en el marco de la proyeccin del Partido Reformista), pasan-do por la recin bautizada ((generacin del 981> (un concepto falso de raz, aunque expresivo, que cobr densidad acadmica en los tiempos repu-blicanos, precisamente). [~REPRESIN]

    El estallido de la guerra civil-consecuencia de un golpe de esta-do que no pudo cumplir sus previsiones- fue difcilmente entendido

  • CULTURA 31

    por dos generaciones de intelectuales liberales y hasta radicales en su da que ya estaban en la cincuentena y sesentena de su edad. N o se equivocaba Po Baroja cuando le dijo a Jos Mreno Villa, a finales de 1936, ,,qu mal hemos quedado los del 98!", segn recogi el primero en sus memorias de exilio. Los patticos cambios de opinin de Miguel de Unamuno, antes de romper pblicamente con los sublevados, y la angustia de sus ltimos das contrastaron, por supuesto, con la lealtad republicana de Antonio Machado, un veterano burgus radical que busc entender el nuevo lenguaje revolucionario y traducirlo a su ex-periencia vital. En la mayora de los casos, hubo una hostilidad de principio -como la del propio Po Baroja desde 1930--, o actitudes vacilantes que se resolvieron a la larga en apartamiento y reprobacin de la Repblica, como sucedi a Azorn, Ortega y Gasset, Ramn P-rez de A yala, Maran y Menndez Pidal, que abandonaron el pas preventivamente al estallar el conflicto. Hubo quien tard en hacerlo -como Manuel de Falla- pero a la postre se exili para siempre. Al-guno, como Juan Ramn Jimnez, tambin dej tempranamente su patria pero sigui siendo fiel a la legitimidad republicana; otros, como Ramn Gmez de la Serna, intentaron desde su autodestierro bonae-rense una precoz y fallida reconciliacin con los vencedores. Y no falt quien, como Eugenio d' Ors y los pintores Ignacio Zuloaga y Jos Ma-ra Sert, colaborara desde el comienzo con los futuros ganadores, mien-tras otros, como Jacinto Benavente y Jos Gutirrez Solana, se hicie-ron olvidar pronto sus actitudes prorrepublicanas. Salvador Dal, siempre al margen, se mantuvo en Estados Unidos y muy tarde redes-cubri su pas y empez su extemporneo y caprichoso acercamien-to al Rgimen en los aos cincuenta, lo que le convirti en un fetiche pintoresco celebrado siempre por un nutrido coro de periodistas y gorrones.

    Pero, con raras excepciones (y Dal fue una de ellas), prevaleci la inflexible frontera de edad, ya aludida, que marcaba la comprensin o la incomprensin del nuevo tiempo poltico. Por debajo de aquella, entre los nacidos despus de 1890, las actitudes prorrepublicanas fue-ron mayoritarias, aunque muchos tambin abandonaron el pas en guerra con ms consternacin dolorosa que fervor militante: lo hicie-ron Pedro Salinas (que tena una invitacin previa en Estados Uni-dos), Jorge Guilln (atrapado en la Sevilla de Queipo de Llano), Ale-jandro Casona (que estaba en gira americana con su compaa teatral), Luis Cernuda (que dej Valencia en otoo de 1937 para ir a Inglate-

  • JOS-CARLOS MAINER

    rra), Ramn J. Sender (tras un oscuro episodio militar que ocasion su ruptura virulenta con los mandos comunistas) ...

    La radicalizacin de las posiciones se hizo muy patente en torno a la Alianza de Intelectuales Antifascistas, heredera de aquellas agrupa-ciones militantes de preguerra, en cuya organizacin estuvieron dos escritores comunistas, Rafael Alberti y Mara Teresa Len, y un ensa-yista catlico, Jos Bergamn, que la presidi. El ttulo de su revista, El Mono Azul, declar su vinculacin del proletariado urbano al evocar su prenda de trabajo emblemtica. Otros, sin embargo, apuntaron a la re-construccin moral de una cultura ms compleja, de base socialista, aunque tambin liberal y fuertemente nacional. Tal fue el empeo de la revista valenciana Hora de Espaa (1937-1939), el ms valioso con-junto de pensamiento y creacin que ofreci la literatura de estos aos, a uno y otro lado de las trincheras. Ms all de la mera y necesaria pro-paganda, la altura de miras de su grupo inspirador no tiene parangn; muchos de sus colaboradores dieron tambin el tono dominante de las sesiones del 11 Congreso Internacional por la Libertad de la Cultura que celebr sesiones en Valencia pero tambin en Barcelona y Madrid. Los asistentes de todo el mundo fueron un refrendo irrefutable del apoyo de la intelectualidad internacional ms progresista a la causa re-publicana: entre ellos estuvieron Tristan Tzara, Stephen Spender, Ilya Ehrenburg, Alexis Tolstoi, Andr Malraux, J efLast, Malcolm Cowley, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Alejo Carpentier, Octavio Paz, C-sar Vallejo, Juan Marinello ... (Andr Gide no acudi, temeroso de la reaccin de los comunistas ante su reciente libro Retour de l'U.R.S.S., cuya mencin ocasion un desagradable incidente en el congreso). Y todo aquello encendi el entusiasmo de una generacin ms joven -cuyo smbolo puede ser el joven poeta Miguel Hernndez- que vivi la alianza del arte, el pensamiento y el combate, movilizados en el comisariado poltico de las milicias, trabajando en el Altavoz del Fren-te y en las Brigadas de Alfabetizacin, o en las Milicias de la Cultura y las Guerrillas del Teatro.

    En la zona que pronto se autodenomin

  • CULTURA 33

    y moderna que identificaba a sus enemigos), revistas de tono entre mi-litante y frvolo (como Vrtice) o de reflexin ms sesuda (comoJerar-qua), y semanarios de humor para combatientes como La Ametralla-dora, donde se combinaba la befa castiza y la comicidad moderna que ya apareci en revistas reaccionarias del periodo republicano, como Buen Humor y Gutirre{. Pero los intelectuales ms activos -el estra-falario Ernesto Cimnez Caballero en Salamanca, la "escuadra deJe-rarqua" en Pamplona, e! grupo falangista de Burgos- tuvieron mu-cha menos fuerza movilizadora que la que el clero y e!laicado catlicos proporcionaron al bando vencedor. Aunque, en muchos aspectos y prejuicios, todos coincidan. Federico de Urrutia fue autor de un di-vulgado libro de Poemas de la Falange eterna (1938) --uno de los cua-les, "Leyenda del Csar visionario", dio ttulo a un libro de Francisco U mbral- y dos aos despus, fue compilador de otros Poemas de la Alemania eterna (1940), donde tirios y troyanos compitieron en sonro-jantes alabanzas del nazismo. El escritor que alcanz mayor repercu-sin, Jos Mara Pemn, perteneca a ese contexto de fascistizacin co-lectiva, pero ya haba sido en los aos treinta el hroe literario de la derecha monrquica con estrenos teatrales como El divino impaciente (sobre la vida del misionero Francisco Javier), Cuando las Cortes de Cdi{ (caricatura de la Espaa liberal de 18 I2) Y Cisneros (apologa descarada de la dictadura de Migue! Primo de Rivera); en 1938, los versos de su Poema de la Bestia y el Angel-ilustrados por los dibujos de Carlos Senz de Tejada- acuaron para siempre el repertorio de valores de los vencedores y el odio por sus enemigos vencidos, identi-ficados con el internacionalismo, el marxismo y el judasmo.

    BALANCE DE LA DESTRUCCIN

    El balance humano de la guerra fue atroz. El caso ms conocido y ejemplar fue el sacrificio de Federico Carca Larca, delatado, detenido y fusilado sin juicio en una ciudad donde le conoca todo el mundo y donde se saba que no militaba en ningn partido. Pero, no muy lejos, patrullas "rojas" asesinaron al poeta malagueo Jos Mara Hinojosa, uno de los surrealistas ms precoces. Al viejo testigo de 1898, perio-dista y novelista Manuel Ciges Aparicio le fusil un grupo falangista cuando era gobernador civil de vila; las represalias anarquistas en

  • 34 JOS-CARLOS MAINER

    Barcelona sacaron de su cama y asesinaron a otro escritor de su edad (y enfermo de cuidado), Manuel Bueno, involuntario causante de la man-quera de Valle-Inc1n. En el Pas Vasco cayeron Jos Manuel Aiz-pura, falangista, que haba diseado el Club Nutico de San Sebas-tin, el ms airoso de los edificios racionalistas del decenio de los treinta, y Nicols Lekuona, de la misma cuerda poltica, el mejor fot-grafo y pintor de la promocin vanguardista vasca. Entre los intelec-tuales vascos muertos por los franquistas estuvieron el sacerdote Jos de Ariztimuo, Ait'{ol, renovador de la lengua literaria, y Estepan U r-kiaga, Lauaxeta, el ms prometedor de los nuevos poetas en eusquera. Las sacas de las crceles madrileas contaron entre sus vctimas al veterano ensayista Ramiro de Maeztu, referencia de la derecha totali-taria espaola, y al nada joven Pedro Muoz Seca, el inventor de la as-tracanada. Y las patrullas espontneas segaron las vidas del anciano palegrafo jesuita Zacaras Garca Villada y del joven pintor Alfonso Ponce de Len, falangista, quiz el mejor representante de la Nueva Realidad en la pintura espaola. En la sitiada Huesca fue fusilado Ra-mn Acn, simpatizante anarquista, uno de los artistas ms imaginati-vos del momento, pero en Burgos, que era una ciudad lejana del frente, se fusil a Antonio Jos (Martnez Palacios), el mejor msico castella-no de la nueva generacin, como en Galicia se acab con la vida del intelectual galleguista Alexandre Bveda y en Tenerife, donde la su-blevacin triunf sin apelacin, se mat a Domingo Lpez Torres, su-rrealista y colaborador de la renovadora Gaceta de arte. Y la sangra sigui: en Valencia, los ocupantes franquistas fusilaron a Juan Pique-ras, uno de los mejores crticos de cine de su generacin, y en Madrid, al recalcitrante bohemio Pedro Luis de Glvez, a quien se atribua el asesinato de Muoz Seca. La ocupacin de Francia por los nazis entre-g a la polica de Franco a polticos e intelectuales: uno de ellos, fusila-do en Madrid en 1940, era el escritor socialista Julin Zugazagoitia que, aos antes, haba salvado la vida al escritor Wenceslao Fernndez Flrez a quien aval ante las autoridades republicanas. Pero en 1942, Miguel Hernndez muri en la crcel de Alicante, sin que sirviera de nada la intercesin de algunos escritores leales al Rgimen. [~ VIO-LENCIA, ~ ZONA FRANQUISTA, ~ ZONA REPUBLICANA]

    La destruccin de patrimonio fue grande en ambos bandos. El arte religioso fue objeto de violencia sistemtica por partidarios de la Re-pblica mientras que los monumentos civiles o las Casas del Pueblo eran derribadas y saqueadas por los franquistas. Se quiso poner freno

  • CULTURA 35

    por parte de unos y otros. El25 de julio de 1936 el gobierno republica-no constituy una Junta de Incautacin del Tesoro Artstico, en di-ciembre de 1936 se organizaron en la Espaa de Franco las Juntas de Cultura Histrica y del Tesoro Artstico y, en 1937, un Servicio Arts-tico de Vanguardia encargado de trabajar en primera lnea de las zonas de combate, 10 que inclua la devolucin de obras de arte incautadas a sus dueos. Hubo tambin un Servicio de Recuperacin de Documen-tos, adscrito al Ministerio de Gobernacin: la distinta dependencia ad-ministrativa nos indica que la funcin de este tena mucho ms que ver con las exigencias fiscales de la futura depuracin que con los propsi-tos de salvaguardar un patrimonio valioso.

    Cuando se produjo el asedio de Madrid, la autoridad republicana evacu a los principales cientficos y escritores que vivan en la capital y les busc un acomodo en Valencia, lejos de los bombardeos, donde incluso fundaron una revista miscelnea, Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura, que conoci tres entregas. En las mismas fechas, fue tam-bin ejemplar la operacin de salvamento de los cuadros del Prado que, en pleno asedio de Madrid (y habiendo sido bombardeado el mu-seo por los franquistas), salieron para Valencia. All fueron deposita-dos en las Torres de Serranos, luego marcharon hacia la frontera fran-cesa y, por ltimo, fueron llevados a Ginebra, como sede de los organismos internacionales. La ardua negociacin para su rescate fue inicialmente llevada por Eugenio d'Ors en nombre del gobierno fran-quista e incluy la aceptacin de celebrar una exposicin pblica de los fondos preservados: un total de 163 cuadros (procedentes del Prado, pero tambin del Monasterio de El Escorial y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando) fueron expuestos y visitados, a partir del 1 de junio de 1939, por 35.000 personas. Las ciudades de Berln, Pars y Roma pidieron ser sede de nuevas exposiciones, a 10 que no se accedi.

    Lo que sucedi a la victoria franquista en la guerra civil fue ~en el campo de la cultura~ una suerte de glaciacin que desarrollaba, en mayor o menor medida, todos los proyectos de contrarreforma que haban inspirado a los vencedores. Tres siglos de historia nacional -el XVIII extranjerista e ilustrado, el XIX liberal y revolucionario, el cercano xx caracterizado por la decadencia de la tradicin~ fueron puestos bajo sospecha, a la vez que se exaltaba el pasado medieval de-voto y guerrero (como busc la celebracin del Milenario de Castilla en 1943), la unidad forjada por los Reyes Catlicos (referencia que se multiplic al calor de la nueva onomstica pblica) y la gloria imperial

  • JOS-CARLOS MA1NER

    de los dos primeros Austrias (particularmente entusiasta con el caso del ((Csar Carlos). Las nuevas referencias histricas contaron con temprana bibliografa exegtica y alumbraron un calendario de ((con-memoraciones y fechas de la Espaa Nacional-Sindicalista que reco-ga un folleto oficial de 1942, editado por la activa Vicesecretara de Educacin Popular: 1 de abril (Fiesta de la Victoria), 19 de abril (Da de la Unificacin, que recordaba el decreto de fusin de falangistas y carlistas), 2 de mayo (de 1808), 18 de julio (Glorioso Alzamiento y Exaltacin del Trabajo), 1 de octubre (Da del Caudillo), 12 de octu-bre (Da de la Hispanidad, instituido como Da de la Raza en 1918 por un gobierno Maura), 29 de octubre (Fiesta Fundacional de Falange y Da de los Cados), 20 de noviembre (Luto Nacional, por la muerte de J os Antonio Primo de Rivera). A ellas se aadan fiestas religiosas sin cuento y conmemoraciones partidarias (el Da del Estudiante Cado recordaba, e19 de febrero, la muerte en atentado del militante falangis-ta Matas Montero, ocurrida en 1934) o histricas (el 4 de agosto, Da del Dolor, reviva la prdida de Gibraltar). Catlicos, falangistas y carlistas acordaron sin demasiados problemas su apabullante presencia simblica: al Himno Nacional de la monarqua 10 escoltaban las ((can-ciones nacionales (el ((Cara al sol;; fascista, el ((Oriamendi carlista y el bronco ((Himno de la Legin), pero ningn escolar dejaba de aprender desde el himno de la Accin Catlica hasta el himno de la Infantera, pasando por un cancionero a veces adaptado de modelos nazis (((Yo tena un camarada) o de produccin nacional, como ((Montaas nevadas, con letra de Pilar Garca Norea y msica de Enrique Franco. Y muy pronto un avispado compositor logr imponer una fanfarria que amalgamaba aquellas ((canciones nacionales para concluir en las notas del Himno N aciana!'

    La negacin del pasado prximo estuvo en el primer plano, como se ha indicado. Trminos como la ((Antiespaa, para referirse a sus rivales y a sus herederos, como la acuacin del trmino ((contubernio judaico-masnica-marxista, para designar a quienes vieron como responsables de la contienda, no fueron fruto de una retrica ocasional sino denominaciones insistentes, difundidas por todos los medios y sostenidas hasta el ltimo momento. Se advirti claramente en el pat-tico discurso de Franco, en octubre de 1 975, dirigido a sus ltimos par-tidarios en la Plaza de Oriente, tras los fusilamientos de cinco terroris-tas de ET A Y GRAPO en septiembre y en plena campaa internacional del repudio de su rgimen: all volvi a condenar el ((liberalismo y el

  • CULTURA 37

    comunismo y a evocar su desdn por la opinin internacional como haba venido haciendo desde 1936. [-7 TARDOFRANQUISMO]

    LA EJECUCIN DE LA VENGANZA: PERSECUCIN Y EXILIO

    En 1939 los vencedores reclamaban la venganza y la persecucin sin pa-liativos, a la vez que exhiban sin pudor su rencoroso masoquismo: los trminos de mrtires de la Cruzada y cautivos de la horda roja se incorporaron al lxico de la "Victoria por antonomasia, a la que se alu-da en las locuciones primer ao triunfal, segundo ao triunfal, etc., utilizadas en la correspondencia oficial (e incluso particular) durante toda la contienda, alIado del preceptivo Saludo a Franco! Arriba Es-paa!. Y se exigi, en consecuencia, el cambio radical de los parmetros culturales que haban de ser los propios de un pas habitado en lo sucesi-vo por intelectuales que fueran "mitad monjes, mitad soldados. En una de sus terceras del ABe de 1939, el falangista Agustn de Fox saluda-ba a los jaraneros soldados castellanos que ocupaban los hoteles y los bares madrileos de donde haban desalojado a una generacin de inte-lectuales enfermiza y cursi. Y tildaba de ((Homeros rojos, citndolos por sus nombres, a los escritores republicanos cuyas firmas haba visto en Hora de Espaa. Su camarada Ernesto Gimnez Caballero proclama-ba el final del ((ensayo, gnero de raigambre liberal, y su urgente reem-plazo por el "sermn y el "tratado. y el fillogo Antonio Tovar, al prologar el libro Espaa ante Francia, de Hans J uretschke, llegaba mu-cho ms lejos en su germanismo y su repudio de la cultura francesa que el propio autor, que era consejero cultural de la embajada nazi en Madrid.

    El culto a Ramiro de Maeztu o el rescate de Marcelino Menndez Pelayo -de quien se inici una magna ((Edicin Nacional de sus obras completas en el marco del nuevo Consejo Superior de Investiga-ciones Cientficas- denot el signo de los tiempos, tanto como el ge-neral aplauso con que se recibi el inicio -por parte de Editorial Ca-tlica- de una Biblioteca de Autores Cristianos (1944), muy pronto considerada de inters nacional y copiosamente subvencionada. Por espacio de muchos aos, los slidos pilares del nuevo rgimen -cat-licos, militares, totalitarios- no reconocieron como suyos ni a los in-telectuales progresistas, ni siquiera a los liberales moderados, y mira-ron con desconfianza incluso a quienes haban sido sus partidarios.

  • JOS-CARLOS MAINER

    El dramtico hecho del exilio de muchos intelectuales fue, sin em-bargo, la confirmacin ms patente de la hostilidad del Rgimen a la intelligentsia. Ningn otro destierro europeo del siglo pasado ha sido tan largo en el tiempo, ni tan generalizado. A otros pases partieron los convencidos de su causa y los dubitativos, la gente desmoralizada (como Benjamn Jarns) y las gentes que no pudieron soportarlo (como Juan Gil-Albert, que regres pronto, o como Eugenio maz y Ramn Iglesia Parga, que se suicidaron). Para algunos fue una expe-riencia definitiva que ti de amargura o despecho su destino y su es-critura (como pas a los poetas Pedro Garfias y Jos Herrera Petere), o fue una obsesin permanente a lo largo de toda su obra. La guerra civil y sus consecuencias formaron el centro temtico de la obra -na-rrativa y teatral-- de Max Aub, bajo el ttulo general de "El laberinto mgico, pero el caso ms paradigmtico fue el de la poesa de Len Felipe, concebida para la declamacin personal en actos que llenaban los teatros mexicanos de exiliados contumaces y de partidarios locales. Para otros, sin embargo, el destierro favoreci el desarrollo de una ca-rrera profesional importante que haba comenzado en Espaa (arqui-tectos como Josep Llus Sert o Flix Candela; msicos como Rodolfo Halffter y Robert Gerhard, un cineasta como Luis Buuel), o signific aquella integracin favorable en un nuevo paisaje cultural para la que el filsofo Jos Gaos acu el trmino de tras terrados, para reemplazar el de desterrados. [~ EXILIO]

    En una u otra medida, nunca olvidaron su origen: en el exilio se escribieron evocaciones de la infancia y la juventud tan hermosas como Crnica del alba, de Ramn J. Sender, y Retornos de lo vivo lejano, de Rafael Alberti, pero tambin visiones tan apasionadas de la cultura patria como Pensamiento y poesa en la vida espaola, de Mara Zambra-no, y Espaa en su historia, de Amrica Castro. Tal era la vinculacin colectiva al pasado que, un ao despus del dramtico libro de Castro, en 1949, Francisco Ayala se preguntaba desde Buenos Aires: ,,Para quin escribimos nosotros?, conjeturando que, al cabo, habran de te-ner en cuenta el escenario actual de su vida y confluir y dialogar, en cierto modo, con lo que inevitablemente se seguira escribiendo en la patria lejana. La trayectoria de Ayala demostr, como pocas, la capaci-dad de adaptacin de un intelectual: mal visto en la Argentina de Pe-rn, pas a Puerto Rico, donde se familiariz con la cultura anglosajo-na, y esto le permiti establecerse en Estados Unidos con excelentes contratos universitarios (aunque hubo de cambiar sus estudios socio-

  • CULTURA 39

    lgicos por los literarios), a la vez que prosegua su obra de creador. Ya en los aos sesenta empez a viajar frecuentemente a su pas de ori-gen y fue el primer exiliado que se integr con xito en la primera lnea de los intelectuales espaoles. N o debe olvidarse que la fidelidad a Es-paa era innata en unas generaciones fuertemente marcadas por la pre-ocupacin por su pas, pero tambin fue muy facilitada por el destino mayoritario de los desterrados, tras los transtornos europeos: Mxico, Argentina, Chile, Cuba ... , e incluso la entonces poco recomendable Repblica Dominicana, de Trujillo. All los desterrados no cambiaron de lengua y pudieron dotarse de una notable institucionalizacin cul-tural propia -asociaciones, revistas ... - que el gobierno mexicano de Lzaro Crdenas promovi con admirable generosidad. Hubo, por su-puesto, distanciamientos y rias entre las gentes exiliadas, como tam-bin recelos y envidias entre los naturales de los pases de destino y los forasteros. Pablo N eruda, habitualmente muy generoso con los espa-oles a los que haba conocido antes de 1936, zahiri al exiliado Juan Larrea y levant sospechas de rapia sobre los orgenes de la coleccin de antigedades peruanas que el escritor haba regalado al gobierno republicano espaol poco antes de iniciar su marcha.

    En cualquier caso, conviene recordar que hasta comienzos de los aos sesenta el balance literario del exilio era notablemente ms rico e intenso que el del interior: as se hizo bueno lo que apostrof Len Fe-lipe a Franco y a sus "harcas victoriosas de 1939 ("Tuya es la hacien-da, / la casa, / el caballo / y la pistola. / Ma es la voz antigua de la tierra. / T te quedas con todo / y me dejas desnudo y errante por el mundo ... / mas yo te dejo mudo ... Mudo! / Y cmo vas a recoger el trigo / y a alimentar el fuego / si yo me llevo la cancin?), aunque el propio poeta rectificara en 1958 al prologar generosamente el libro de una poeta antifranquista espaola, ngela Figuera A ymerich, autora de Belle'{a cruel. Escribir, componer o pintar en libertad, poder hacerlo en cmoda cercana de los modelos internacionales, mantener una re-lacin ms intensa y personal con las nuevas tendencias ideolgicas, fueron elementos que -entre otros- explican una parte de esa hege-mona del exilio sobre el interior, pero adems conviene advertir que, de un modo u otro, los mejores se haban ido fuera. El franquismo hizo lo que pudo para ignorarlo y para desnaturalizar el significado de la concesin de dos premios Nobel-Juan Ramn Jimnez en 1956 y Severo Ochoa en 1959- que llegaron a las manos de dos exiliados. En el primer caso, el Gobierno auspici oficiosamente candidaturas ms

  • 4 JOS-CARLOS MAINER

    amables para sus intereses y, a la muerte del poeta, logr burlar su de-cisin de recibir tierra en Puerto Rico y, con el apoyo de un sector de la familia, trajo a Espaa los restos del escritor y su esposa Zenobia Cam-prub. En el caso de Ochoa, los peridicos ocultaron el desmantela-miento sistemtico de la herencia cientfica de Juan Negrn y de la Jun-ta para Ampliacin de Estudios; el cientfico recibi invitaciones y homenajes de centros espaoles que, en todo caso, no lograron desvin-cular a Ochoa ni de sus convicciones ni de su laboratorio norteameri-cano. Cuando el Consejo de Europa otorg el Premio Carlomagno a Salvador de Madariaga en 1973 tampoco se dijo una palabra de cunto haba significado la firme actitud antifranquista, aunque muy neo con-servadora, del premiado.

    LA CONSTRUCCIN CULTURAL DE LA ESPAA FRANQUISTA

    Los mecanismos de propaganda del Rgimen -la revista El Espaol y la prensa institucional- siempre echaron mano de la incomprensin del extranjero, herencia de la veterana leyenda negra", y subrayaron la indignidad de los cmplices espaoles en los intolerables ataques a la independencia" del pas. Pero la impopularidad internacional del franquismo se mantuvo indemne en el mundo intelectual e incluso re-brot en el dramtico otoo de 197) cuando las ltimas ejecuciones polticas reactivaron milagrosamente la solidaridad de 1936, 1947 o los primeros sesenta. N o obstante, algunos significativos artistas del siglo xx sintieron por lo espaol un fuerte tirn afectivo que les trajo repetidamente al pas bajo la Dictadura: para Ernest Hemingway, Or-son Welles oJean Cocteau, lo espaol-no la Espaa de Franco-fueron una parte de sus biografas personales, lo que algunos desa-prensivos utilizaron como una coartada a favor del Rgimen que, al fin y al cabo, haba preservado la Espaa eterna" del folclore. Pero lo cierto es que, por ms que asociemos al franquismo la industrializacin de las formas populares de cultura y diversin, el primer esfuerzo serio de explotacin industrial de aquel mundo (mediante el cine o la fono-grafa) ya se haba producido al calor de la Repblica.

    Ya hemos recordado que en la Espaa franquista, el tercer ao triunfal" haba querido ser el nacimiento de una nueva era, destinada a

  • CULTURA

    borrar todo lo precedente, cuyos destinos siempre estaran ligados al predilecto mantra salvador del" 1 8 de julio". Desde un comienzo hasta las conmociones del II Concilio Vaticano, el mundo catlico -la je-rarqua episcopal y ellaicado, activo en una renovada y poderosa Ac-cin Catlica- se integraron de forma mayoritaria en los mecanismos de legitimacin del poder y de preventiva censura, vinculados a la Vi-cesecretara de Cultura, donde sus prejuicios se impusieron mayorita-riamente. Los preceptos morales -en lo sexual, sobre todo- y la exaltacin de los valores religiosos les llevaron incluso a pintorescos enfrentamientos con escritores de inequvoca ejecutoria, como revela las reservas formuladas contra dos novelas tpicamente fascistas, am-bas reconocidas con el Premio Nacional en 1942 Y 1943: La fiel infan-teria, de Rafael Garca Serrano, haba aludido a las visitas de los solda-dos a los burdeles, y Javier Mario. Historia de una conversin, de Gonzalo Torrente BaIlester, haba presentado a un hroe con dudas, que era amante de una burguesa excomunista. [~ NACIONALCATOLI-CISMO]

    Todos velaban por la defensa de sus intereses y, pese a algunos encontronazos internos, coincidan en la percepcin de sus enemigos comunes. No hubo dudas en la ejecucin del "atroz desmoche" (la fra-se es de Pedro Lan Entralgo, un tardo arrepentido) que se aplic al mundo acadmico mediante una sistemtica depuracin que redujo drsticamente el peso de la enseanza pblica en la educacin primaria y secundaria y que puso bajo mnimos el nivel de la vida universitaria, controlada por la Ley de Ordenacin de 1943. Pero no fue menos vi-rulento el otro "atroz desmoche" de las culturas regionales: ms vio-lento en Catalua -donde el nivel institucional de la cultura autcto-na haba alcanzado la hegemona en 1936- y algo menos en Galicia (que, desde un comienzo, fue zona controlada por los franquistas) y en el Pas Vasco, donde el carcter ms tradicional y la tutela eclesistica del cultivo del eusquera permiti la anmica sobrevivencia de algunas instituciones. En uno y otro caso, el aparato organizativo de la U niver-sidad y de las culturas regionales haban sido obra de los sectores ms dinmicos de la baja Restauracin y, sobre todo, de la Repblica. Y sucumbieron aunque quedara su recuerdo. La Institucin Libre de En-seanza desapareci bajo una capa de denuestos de sus viejos enemi-gos, cifrada en libros como el del catedrtico de medicina Enrique Ser, Los intelectualesy la tragedia espaola (1938), Y el colectivo Una poderosa fuerra secreta: la Institucin Lire de Ensean{a (1939), que

  • 42 JOS-CARLOS MAINER

    fueron el equivalente de la Causa General en el campo de la cultura. Sin embargo, la odiada Junta para Ampliacin de Estudios e Investigacio-nes Cientficas fue transformada en el Consejo Superior de Investiga-ciones Cientficas, pronto colonizado por el Opus Dei, que 10 convir-ti en referencia principal de su ofensiva por ocupar un lugar de preferencia en el control del nuevo Estado, a menudo en pugna con la Asociacin Catlica Nacional de Propagandistas. A la larga, mediados los aos cincuenta, uno y otra estuvieron presentes en la racionaliza-cin administrativa del nuevo Estado y buscaron copar los cargos tc-nicos y el control de la Universidad. La ACNDP busc una lnea ms discreta, sin desdear el futuro horizonte de una democracia cristiana muy conservadora y hegemnica al modo italiano, mientras que el Opus Dei se embarc en una lnea ms ambiciosa y pblica (creacin de revistas, desde Atlntida a Punta Europa; formacin de una amplia red de centros de enseanza media y de colegios mayores, e incluso una universidad propia, la de Navarra, fundada en 1952), ms cercana en poltica al ideal de un autoritarismo tecnocrtico.

    Ambos sectores del catolicismo pugnaron visiblemente con el fa-langismo que, a su vez, inund la administracin sindical, la frondosa administracin local, la prensa de provincias y los sindicatos vertica-les, aunque -a pesar de disponer de otra red de colegios mayores y, sobre todo, de la sindicacin obligatoria en la Universidad (mediante el SEU)- tuvo menos fortuna en el control acadmico. Los propios interesados han sostenido que (en el marco de su participacin en el franquismo) se produjo la primera ruptura de la alianza sellada entre 1936 y 1939, lo que ha llegado a dar por bueno el oxmoron de "falan-gistas liberales". Dejando aparte el caso de alguna ruptura personal significativa -la de Dionisio Ridruejo fue la ms conocida y ejem-plar, aunque no la nica-, la calificacin es exagerada, incluso si se hace referencia a su periodo de esplendor ms significativo, el paso de Joaqun Ruiz-Gimnez (un catlico, procedente de la ACNDP, con afinidades falangistas) por el Ministerio de Educacin Nacional, desde 1951 hasta 1956, cuando los enfrentamientos de estudiantes y falangistas ortodoxos dieron al traste con su mandato. y con el ministro, cayeron los rectores de Madrid, Pedro Lan Entralgo, y Salamanca, Antonio Tovar. No hubo ((liberalismo sino una vaga sensacin de frustracin y melancola de los aos heroicos, que se resolvi en un visible desig-nio de rescatar en su provecho los hitos cercanos de la cultura liberal: todo esto lo encarn muy bien la publicacin barcelonesa Revista (ins-

  • CULTURA 43

    pirada desde 1952 por Dionisio Ridruejo). Pero haba empezado antes con la publicacin del libro La generacin del98 (1944), de Lan En-traigo, y con el proyecto de la revista Escorial (1942) que busc pare-cerse a Cruzy Raya, la revista de Bergamn: en sus pginas anduvieron liberales que habian roto con la Repblica (Menndez Pidal y Antonio Marichalar) y hasta escritores que tendran despus una trayectoria de drstica ruptura (Bias de Otero).

    HACIA LA DESLEGITIMACIN CULTURAL DEL FRANQUISMO

    Los aos cincuenta impusieron una clarificacin del panorama, que no fue ajena ni a los recambios generacionales, ni a la consolidacin del Rgimen en la Europa de la guerra fra, ni al fracaso de la economa autrquica. El citado Ministerio de Ruiz-Gimnez auspici unos "Con-gresos de Poesa sorprendentemente abiertos a los disidentes, facilit las cosas a formas artsticas innovadoras, aunque poco propicias a la militancia poltica (la nueva arquitectura, la pintura abstracta, la msi-ca atonal), y permiti la recuperacin de algunos "exiliados interio-res. Una nueva promocin de escritores empez a bullir en revistas estudiantiles de tono ingenuo pero a veces muy crtico; en una de ellas, la barcelonesa Laye, se gest un "Manifiesto de las nuevas generacio-nes ajenas a la guerra civil, que nunca lleg a pasar del mecanoscrito pero que marc el paso de muchos desde un populismo vagamente fa-langista a una actitud muy crtica contra el franquismo envilecido y cotidiano. Y paralelamente, un profesorado ms joven entr en la Uni-versidad y con l 10 hicieron la lgica formal, la historia social, el psi-coanlisis, la nueva lingstica, la teora econmica y hasta las prime-ras nociones del materialismo dialctico. Tambin se hizo evidente la huella de una "cultura de Estado" mediocre y alicorta en su plantea-miento pero significativa. Fue una mezcla de intervencionismo y con-trol en estado puro (como se vio en la creacin de Radio Nacional y en la copiosa presencia de cabeceras periodsticas vinculadas al aparato estatal), de recuerdos del modelo internacional de promocin artstica que se difundi en Europa despus de 1945 (creacin de teatros nacio-nales, poltica de proteccin al cine propio) y de mera propaganda de la imagen del pas, muy vinculada al auge del turismo. En el fondo, esa

  • 44 JOS-CARLOS MAINER

    peculiar "cultura de Estado" vena muy bien definida por la apelacin que recoga sus funciones de vigilancia y promocin: el Ministerio de Informacin y Turismo, creado por decreto de 195 l.

    Ya se ha indicado que los cambios principales del decenio de los cincuenta se produjeron extramuros del Rgimen y a su pesar. El ms significativo fue la constitucin de lo que podramos llamar una "lite-ratura (y un arte) de posguerra", lo que vale decir unas formas expresi-vas que -al igual que las del resto de Europa- se preocupaban del dolor y la culpabilidad, la solidaridad y la inocencia, con una compun-cin que estaba muy lejos del triunfalismo oficial. Una parte de ese tono lo marcaba la significativa presencia de escritores que haban es-tado entre los derrotados: autores como Jos Hierro, Gabriel Celaya, Antonio Buero Vallejo ... , alIado de quienes como BIas de Otero, Car-men Laforet o Miguel Delibes haban renunciado pronto a sentirse "vencedores". O incluso de alguien, como Camilo Jos Cela, inmune a cuanto no fuera la pasin de escribir y el deseo de triunfar, que atem-per su desenfado cnico a las nuevas circunstancias: Viaje a la Alca-rria, en 1947, y La colmena, su novela temporalmente prohibida de 1952, no fueron una denuncia social, ni menos poltica, pero s una dis-tinta forma de mirar la Espaa profunda y un estremecedor diagnsti-co de la vida madrilea. Lo que a finales de los cuarenta se llam el ((tremendismo" fue un primer sntoma, tras el que llegaron los prime-ros asomos del existencialismo y, sobre todo, a comienzos de los cin-cuenta, el desembarco de una promocin de escritores comprometida con el realismo como forma de descripcin y como acto de fe en el fu-turo. Poetas y novelistas, adems de algn dramaturgo y cineasta, di-bujaron la Espaa de la insatisfaccin de los jvenes, de la miseria campesina, de la desmoralizacin de las clases medias, la tristeza del mundo provinciano y de los abusos de los nuevos ricos. Hoy la segui-mos reconociendo con piedad e indignacin al ver Historia de una esca-lera, de Buero Vallejo, y Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bar-dem, y al leer Los bravos, de Jess Fernndez Santos; Las afueras, de Luis Goytisolo; Entre visillos, de Carmen Martn Gaite; Compaeros de viaje, de Jaime Gil de Biedma; Tiempo de silencio, de Luis Martn San-tos, y Tormenta de verano, de Juan Garca Hortelano, testimonios so-brecogedores que van de 1949 a 1962.

    A lo largo de estos aos, la industria cultural se afianz en los te-rrenos del consumo popular con series de relatos del Oeste (Jos Ma-llorqu fue el fecundo inventor de "El Coyote,,) y policiacos, literatura

  • CULTURA