Año 100 / Cuarta Época · ISSN 0006-1727 RNPS 0383. 3 ... La subjetividad en la narrativa...

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    Director: Eduardo Torres Cuevas

    Consejo de honor In Memoriam:Ramón de Armas, Salvador Bueno Menéndez, Eliseo Diego, MaríaTeresa Freyre de Andrade, Josefina García Carranza Bassetti, RenéMéndez Capote, Manuel Moreno Fraginals, Juan Pérez de la Riva,Francisco Pérez Guzmán

    Consejo de redacción:Eliades Acosta Matos, Rafael Acosta de Arriba, Ana Cairo Ballester,Tomás Fernández Robaina, Fina García Marruz, Zoila Lapique Becali,Enrique López Mesa, Jorge Ibarra Cuesta, Siomara Sánchez Roberts,Emilio Setién Quesada, Carmen Suárez León, Cintio Vitier

    Jefa de redacción: Araceli García CarranzaEdición: Marta Beatriz Armenteros ToledoComposición electrónica: Marta Beatriz Armenteros Toledo

    Kirenia AcostaIdea original de diseño de cubierta: Luis J. GarzónVersión de diseño de cubierta: Yoe M. Piñeyro Rojas

    Imágenes pertenecientes a los fondos de la Biblioteca Nacional de CubaJosé Martí.

    Canje: Revista de la Biblioteca Nacional José MartíPlaza de la RevoluciónCiudad de La HabanaFax: 881 2428Email: [email protected] Internet puede localizarnos: www.bnjm.cu

    Primera época 1909-1913. Director fundador: Domingo FigarolaCanedaSegunda época 1949-1958. Directora: Lilia Castro de MoralesTercera época 1959-1993. Directores: María Teresa Freyre de Andrade,Cintio Vitier, Reneé Méndez Capote, Juan Pérez de la Riva y Julio LeRiverend BrusoneCuarta épocaDirectores: 1999-2007: Eliades Acosta Matos

    2007-: Eduardo Torres Cuevas

    La Revista no se considera obligada a devolver originales no solicitados.Cada autor se responsabiliza con sus opiniones.

    Año 100 / Cuarta ÉpocaEnero-Diciembre, 2009Número 1-4Ciudad de La HabanaISSN 0006-1727RNPS 0383

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    ÍNDICE GENERAL

    UMBRAL Una presencia centenaria en la cultura cubana 7Eduardo Torres Cuevas

    ANIVERSARIOSREVISTA DE LA BIBLIOTECA NACIONAL JOSÉ MARTÍ (1909-2009)

    Cuba 24 11Gerardo Castellanos García

    Épocas y contenidos de la Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba 27Araceli García Carranza

    Editar la Revista de la Biblioteca: un estado de gracia conspirativo por la cultura cubana 65Carmen Suárez León

    TESTIMONIOS SOBRE EL CENTENARIO Salvar la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí 68Rafael Acosta de Arriba

    La Revista... y yo 70Jesús Dueñas Becerra

    La Revista, cien años después 72Leonel Mazas

    Mi Revista 76Marta B. Armenteros

    El reinicio de la Revista en 1999 78José Antonio García Valiente

    Marinello, el martiano mayor en una Revista centenaria 80Mario Antonio Padilla Torres

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    ENRIQUE JOSÉ VARONA (1849-1933)

    Martí en Varona 83Josefina Meza Paz

    Enrique José Varona: una aproximación a su obra literaria 92Gerardo C. García Barceló

    El pensamiento ético de Varona. Del naturalismo ético a la eticidad revolucionaria 102Armando Chávez Antúnez

    Acercamiento al ideario educativo de Enrique José Varona y Pera 107Justo A. Chávez Rodríguez

    Varona: comprensión ético-filosófica del mundo, el hombre y la sociedad 110María Elena García Sánchez

    Función educativa de la vida y la obra de Enrique José Varona y de Fernando Ortiz 122Rolando Buenavilla Recio

    HOMENAJESCINTIO VITIER (1921-2009)

    A Cintio en su 88 cumpleaños 127Araceli García Carranza

    El día de hoy tiene un especial significado 129Eduardo Torres Cuevas

    MEDITACIONES A propósito de la temática de “lo humilde-cotidiano” en Habana del centro de Fina García Marruz 131Lennys Ders del Rosario

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    Hoy es un día de emociones y recuerdos 140Juan Nuiry Sánchez

    La subjetividad en la narrativa histórica: la Protesta de Baraguá frente al espejo 149Antonio Álvarez Pitaluga

    El fondo Fernando Ortiz de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí 165María del Rosario Díaz

    Homenaje a los 90 años fundacionales de la Sociedad Pro-Arte Musical 176Irina Pacheco Valera

    Acercamiento cultural al tratamiento de la arquitectura en cuatro crónicas carpenterianas 194Cristina Peña Pérez

    Emilio Roig de Leuchsenring y su época 204María del Carmen Barcia Zequeira

    A casi 100 años del maestro Ernesto Sábato 210Mercedes Santos Moray

    José de la Luz y Caballero en la contemporaneidad historiográfica cubana 217Mildred de la Torre Molina

    Factores que hicieron posible el golpe de Estado de Batista 229Newton Briones Montoto

    Sobre la responsabilidad social del diseñador 236Claudio Sotolongo

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    DOCUMENTOS RAROS Otro texto inédito de Félix Varela 241Amaury B. Carbón Sierra

    LIBROS El juicio del Moncada, de Marta Rojas 245Araceli García Carranza

    Memorias de la Revolución 250Luis M. de las Traviesas Moreno

    Narciso, la poesía y los poetas. Nuevo libro de ensayos de Virgilio López Lemus 252Yuri Rodríguez González

    Normas de presentación de los artículos 255

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    UMBRAL

    El nacimiento de una revista, si esgenuina, si responde a la necesidadde un espacio de creación y diálogo,siempre es deseable. Si esa revista lo-gra insertarse en el interés de unacomunidad de lectores, y de lectoresexigentes, entonces ya será más queuna intención de sus creadores, parteviva de sus lectores. Si esa revista lo-gra sostenerse, como todo cuerpo vivocon sus mejores y buenos momentosdurante un siglo, se vuelve, más que lacreación de una generación, parte de lacomposición de la cultura de un país.La Revista de la Biblioteca NacionalJosé Martí cumple su primera centu-ria en este año 2009. Ha pasado pordiversos momentos, ha vencido dificul-tades que nunca se enumeran, pero quedejan su huella en el decurso de losaños y ha marcado con su impronta avarias generaciones de estudiosos cu-banos y de otros países. Es por ello quees difícil poder hablar o leer escritos encualquiera de las ramas de investigacio-nes de la cultura cubana en que no estépresente nuestra revista.

    Nació esta publicación en aquellosaños oscuros y difíciles en que se de-batían en contraposición silenciosa los

    intereses reales de una cultura en ges-tación y la imposición o la sutil atracciónde una expresión foránea que podíaarrasar con el débil árbol sembrado conel amor y la sangre de los componen-tes de lo que llamaría Martí un “pueblonuevo”. No eran claras las proyeccio-nes ante la complejidad que presentabael naciente siglo XX cubano. Gran par-te de lo que ese siglo acumuló eradesconocido por los callados adalidesde un pensamiento propio para un pue-blo que tenía que definirse a sí mismo.Apenas alguno de los problemas socia-les graves de la nación se expresabanen las nuevas escrituras que intentabandefinir a una Cuba que, rotas las atadu-ras coloniales, apenas era capaz deromper las tradiciones coloniales. Laidea martiana de que en nuestras repú-blicas sobrevivía la colonia, constituíauno de los peligros reales para lograrla república “con todos y para el biende todos”. Pero más fuerte aún era elarrollador avance de una modernidadnorteamericana, atractiva y punzanteque parecía que se presentaba comolo más avanzado en los comienzos delsiglo. En ese contexto, hacer y pensara Cuba era hacer y pensar en medio

    Una presencia centenariaen la cultura cubana

    Eduardo Torres CuevasHistoriador y director de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí

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    de una composición intelectual que ape-nas podía asirse a un núcleo creativode escasos y controvertidos nombres.

    Entre las obras más importantes delbatallar de los defensores de la integri-dad del naciente pueblo, de laindependencia de la nación herida, y dela espiritualidad de una cultura cubana,estuvieron las sutiles batallas por ganar-le a la influencia intervencionistaespacios vitales para la preservación delas tradiciones, del pensamiento y de lahistoria heroica del pueblo cubano comoelemento esencial de la cultura cuba-na. Un capitán del Ejercito Libertador,Joaquín Llavería, sería gestor de un Ar-chivo Nacional cuya misión sagradasería recuperar y preservar los docu-mentos con los cuales, algún día, seconstruiría la memoria histórica denuestro pueblo; un hombre extraordina-rio, seguidor estrecho e infatigable deMartí, Domingo Figuerola Caneda, lo-graría que en un pequeño espacio de lavieja Fortaleza de la Fuerza se le nom-brara director de una hipotéticaBiblioteca Nacional. Tendrían, ambos,que contribuir con fondos documentalesy bibliográficos a que historiadores y es-tudiosos del siglo XX deconstruyeran lahistoria colonial, construyeran e imagina-ran una nueva historia que legitimara elderecho del pueblo de Cuba a una na-ción independiente y, sistemáticamente,reajustaran y redescubrieran esa histo-ria de nuestro pueblo.

    La creación de instituciones que es-tablecieran una cultura nuevaúnicamente podía lograrse si en su in-terior hombres y mujeres imbuidos deun fervor patriótico y con la cultura ne-cesaria para hacer cultura, trabajaranen acumular información proveniente

    de las más diversas fuentes, y no sólotrabajaran la historia heroica, sino tam-bién la de los hábitos, costumbres,tradiciones, creaciones, que le daban anuestro pueblo perfiles muy bien defi-nidos. Había que hacer mucho más.Había que pensar a Cuba desde la obracreadora de quienes en cada época ha-bían estudiado la sociedad colonial. Elloexplica el inmenso amor con que lega-ron a la Biblioteca Nacional de Cubasus colecciones personales desde elpropio Domingo Figuerola Caneda has-ta eruditos como Vidal Morales. Noobstante, era necesario mucho más. En1909, como parte de un movimiento decreación de espacios de divulgación delconocimiento oculto en los fondos de laBiblioteca Nacional, Domingo FiguerolaCaneda logra la publicación del primernúmero de la Revista de la BibliotecaNacional. Un año después, se consti-tuía la Academia de la Historia de Cubaque le daría al país el centro de la acti-vidad científica y literaria para proyectary debatir los mayores alcances a nues-tra historia nacional. Entre los nombresde los ilustres fundadores de dicha aca-demia estaría asimismo el de DomingoFiguerola Caneda.

    El creador y primer director de laRevista de la Biblioteca Nacional,Domingo Figuerola Caneda, nació enLa Habana el 17 de enero de 1852.Participó en importantes proyectos in-telectuales como la Antología depoetas hispano-americanos com-puesta por Marcelino Menéndez yPelayo, y fue delegado de Cuba en losCongresos Internacionales de Bibliogra-fía y de Bibliotecarios, este últimocelebrado en París en 1900 y del cualfue uno de los vicepresidentes; fue

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    miembro de la Asociación de Bibliote-carios de Inglaterra y MiembroHonorario de la de Bibliotecarios Fran-ceses. El gobierno de Francia leconfirió la condecoración de las PalmasAcadémicas. Pero lo más destacado desu trayectoria fue su activa participa-ción en el apoyo a la guerra deindependencia dirigiendo en París elperiódico independentista La Repúbli-ca Cubana. Figuerola Caneda se opusoa la opción autonomista y sólo regresóa Cuba para continuar su trabajo a fa-vor de una cultura cubana independiente.De esa profunda raigambre patriótica,de ese profundo amor por la aún no co-herente cultura cubana, nace nuestraRevista de la Biblioteca Nacional.

    La publicación ha transitado por eldecursar de los años recibiendo, a ve-ces, el empuje entusiasta de hombresy mujeres que marcaron sus diversasépocas; y a veces, la incomprensión, ladesidia e, incluso, más angustiosa, losintereses espurios que obstaculizaron,más que las dificultades reales, su de-sarrollo coherente. A un lado, todoaquello que mancha el sol; lo que que-

    da, lo que está, lo que sirve, se encuen-tra plasmado en sus páginas y será hoyy siempre fuente nutriente de conoci-miento verdadero.

    Nuestra Revista no podía menos quededicar en este número, una parte no-table de él a conmemorar, también, lapresencia de Enrique José Varona ennuestra cultura del Pensar y Hacer.Dígase pensamiento cubano y se diceFélix Varela, José de la Luz y Caballe-ro, José Martí y Enrique José Varona.Maestros incansables, hombres que es-cudriñaron la compleja e inéditarealidad cubana. En la necesidad delestudio de sus obras está la única for-ma real de descubrir las raícesprofundas de una cultura que trabajóconscientemente en la construcción deuna Cuba cubana.

    Sirva este número de nuestra Revis-ta como un acercamiento a todo eseamplio universo que encierra nuestrapublicación y, a la vez, como muestrade incentivo real para pensar a los quenos pensaron, por la necesidad de pen-sar nuestro presente.

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    Domingo Figarola Caneda

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    ANIVERSARIOS

    Revista de la Biblioteca Nacional (1909-2009)Cuba 24*

    Gerardo Castellanos GarcíaEscritor

    Domingo Figarola Caneda.La tertulia. El ogro. Anécdotas.

    Sus obras.Días coloniales. La República

    Cubana. La Biblioteca Nacional

    Esta casa ocupa el sitio más ideal deLa Habana. Entre La Punta y la anti-gua Maestranza de Artillería. Frentepor frente al mar, casi tocando las ori-llas de la bahía, por donde seextiende y termina el Malecón. Des-de sus balcones se domina el soberbioespectáculo de las caducas fortalezasespañolas que defendieron a la capi-tal: el Morro y la Cabaña colocadoscomo hoscos vigilantes en aquellas es-tratégicas alturas. Precisamente laCabaña queda en línea recta, a tiro defusil de esta casa. De modo que esaorilla opuesta fue el punto peligrosopara la toma de La Habana, en 1762,que primero sostuvieron los españolesy después tomaron los ingleses paraconvertirlo en foco decisivo para elbombardeo de la ciudad.

    Por su posición privilegiada y pasa-do, esta casa encierra agradable einteresante leyenda.

    Primero, residencia de opulenta y li-najuda familia, que a su alrededor atraíaa lo más culto y aristocrático de la so-ciedad cubana.

    Después, cuna del padre y mentor dela bibliografía, el perilustre literato donDomingo Figarola Caneda.

    ***Luego, palacio de Justicia, albergan-

    do a la Real Audiencia Territorial.Más tarde, en los tiempos ominosos

    de Weyler, convertida en vivac dondese realizaron toda clase de infamias yvejámenes por los sicarios de aquelloscrueles días coloniales.

    Y, por último, para limpiarla, sanear-la del pestilente polvo de la última etapa,vivienda del mismo don Domingo que yaestaba orlado de fama por sus conquis-tas en el mundo de las letras.

    Y, casi conjuntamente con Figarola,ocupó un departamento la AcademiaNacional de la Historia.

    Pero indiscutiblemente esta postreraépoca es la que da más prestigio a lasolariega mansión, que aún conserva ensu exterior los sencillos y elegantes tra-zos de la arquitectura de entonces.

    Ahora el caserón de la Condesa deMerlín, adaptado a inquilinato, es un pue-blo pequeño, con oficinas de distintosgéneros, hasta de Obras Públicas. Vivenfamilias en los bajos y en el entresuelosuenan pianos, violines, cornetines; afi-

    * Publicado en la Revista de la Biblioteca Nacional en 1952.

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    cionados al canto que vocalizan a todopecho; cotorras y canarios que seunen al concierto. Niñitos, ancianos,mozas lindísimas, señaladamente unabella y rubia de largas trenzas quegraciosamente le besan los tobillos yque es consumada artista del piano. Yallí mismo, en un ala del piso princi-pal, encajonada en reducido espacio,está la Academia de la Historia con surica biblioteca. Este rincón es el refu-gio de la docta corporación encargadade la hercúlea y sabia misión de ha-cer la historia patria. Lo que demuestraque hasta para dilapidar... hubo en lospasados períodos presidenciales, menospara dar preeminente y adecuado lugary medios a la Academia de la Historia;y eso que hubo una época en que pre-sidió la República, y no fue parco enotras dádivas, el académico licenciadoAlfredo Zayas.

    ***El pisito de don Domingo es visitado

    todos los días de la semana. Por él en-tran y salen asiduamente, desde muytemprano, hasta la noche, como abejasde una colmena, conocidos hombres deletras, de todos los matices y orienta-ciones y escuelas. Jóvenes que hacenpininos en poesía y prosa; sesudos varo-nes en el apogeo de la fama opopularidad, sin que falten los que vandeclinando o están en manifiesto eclip-se total. No escasean los polluelos queabandonan el monótono interior de laisla con propósitos de editar sus produc-ciones o buscar pedestal propicio a susaspiraciones. No asisten comerciantesni gomosos de salón, ni políticos profe-sionales, porque en este ambientemorirían de tedio o asfixia, faltos de oro

    y especulaciones, chismes y perfumesy elegancia y triquiñuelas de comité.

    Confieso que yo esperaba enfrentar-me con un neurótico docto en letras;personaje irónico con quien era difícilarmonizar y, por lo tanto, escabroso es-trechar afecto, porque su críticaapasionada y disolvente, nada respeta-ba; crítica apoyada en su cultura yminucioso conocimiento de los hombresy larga convivencia entre lo más selec-to en letras en lapso de medio siglo. Sinembargo estimé curioso y convenientepor lo menos estrechar la mano del cé-lebre bibliógrafo que, a pesar de susexcentricidades, brusquedades, verda-des que hieren cual estoques y juiciosdespiadados, es muy citado, e ilustresliteratos le visitan con frecuencia.

    Figarola Caneda ha vivido tanto,hace tantísimos años que su prestigiovuela por el ambiente cultural cubano,que raro es el escritor o lector que nolo conozca. Por eso son pocas las pre-sentaciones en aquel cenáculo. Lamayoría de los visitantes, al ver al con-sagrado literato, se dirige a él francay sencillamente, con familiar saludo a“don Domingo”. Y don Domingo, enjuego con sus aficiones y cariños, paradeterminar la cantidad de consideraciónque el iniciado merece, regularmentepregunta, con la autoridad que dan losaños: “¿Usted escribe? ¿Qué obras hapublicado?”. Y con la punta de este hilocomienza a desenrollarse la charla máso menos interesante.

    Con los consagrados, el procedimien-to tiene variantes; pero sólo en cuanto aindagar los libros que tienen en prepara-ción. De modo que, imprescindiblemente,allí el tema fijo es la literatura nacionalo francesa. Desde luego, que con so-

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    brada razón y causas, porque un hom-bre que durante su existencia sólo harespirado atmósfera suprema intelec-tual, difícil parece que pueda avenirsea respirar otra distinta. Esto no espráctico en nuestro siglo, y menos enel vértigo que sufrimos los cubanos deriquezas, desatendiendo en dolorosa in-diferencia, y hasta desprecio, lo que nosea utilidad inmediata para gozar lavida material, mas Caneda vive jineteen quimera, con la cabeza entre lasnubes sin tocar la tierra de la realidad.

    Entramos. Juan Beltrán fue mi intro-ductor. Precisamente con este habíaocurrido algo muy de considerar parami visita. Beltrán vino de España. Tra-jo cartas de presentación para donDomingo, que entonces dirigía la Biblio-teca Nacional. Lo visitó y, después dehaber sido delicadamente atendido, aldespedirse, Beltrán le confesó que a sullegada esperó habérselas, como se lohabían pintado, con un ogro, y en su lu-gar gozó las finezas de un caballeromuy sociable.

    Subimos por estrecha escalera. Enun balcón interior del entresuelo nosdetuvimos y tocamos en el departa-mento número 27.

    Nos abrió un señor alto, un tantogrueso, de tez sonrosada, cabellos blan-cos, pelado al rape, bigote recortado enforma de cepillo y con espejuelos deoro. Vestía llamativo pijama blanco arayas azules. Con voz gruesa y correctadicción nos acogió.

    Pasamos por un pequeño salón oscu-ro, y a seguida ocupamos sitio en otromás amplio, claro y fresco. Tiene dosventanas con balcones a la calle Cuba,que dominan casi toda la bahía, dandofrente a la fortaleza de La Cabaña.

    Es un delicioso mirador. En el cen-tro de la habitación hay escritorios ymesas atiborradas de libros y papeles.Por todas partes mesitas con más librosy documentos. En los testeros estantescon tomos esmeradamente encuaderna-dos y defendidos del polvo y la luz porvisillos de cretona. Una mesita con re-loj. Penden de las paredes únicamentelos retratos de Martí, Heredia, Luz Ca-ballero y Bachiller y Morales. Es pobrela silla de labor de don Domingo. Frentea él trabaja su infatigable esposa. A unlado hay amplios mecedores.

    El lugar, saturado de olor a libro, sóloinvita a pensar en literatura. Y comoCaneda no tiene otra vida que no seanlos libros, no se explica la existencia deun hombre que no lea, que no ame loslibros, que no tenga biblioteca o que nosepa escribir. La persona que por lomenos no tenga una de estas aficiones,no podría convivir en este santuario.

    La primera tarde le oí hablar mu-cho. Abordó amenos temas. Hablóde personajes muertos que fueron fa-ros en nuestro mundo intelectual, comosi los tuviese delante. Y lo hacía conrecta seguridad y vocabulario preciso ydeterminante. Al hablar cuidaba meti-culosamente de poner en su lugarpuntos y comas y todo el ejército orto-gráfico, dándole tono un poco afectado.

    Antes de salir formulé mentalmenteun juicio decisivo de Figarola: enérgico,pesimista, voluntarioso, exigente, extre-madamente nervioso. Hace crítica comoun padre da consejos, no por herir sinocon intenciones de practicar el bien.Bruscamente sincero; dice una verdadsin preocuparle que hinque o arañe. Pro-fundo conocedor de nuestra historia yevolución literaria. Para él, literatura es

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    cuerpo con vida, y la ama con pasión de-dicándole sus energías. Casi no leimporta otra cosa. Esta afición, esteamor intenso, es más bien una enferme-dad, idéntica a la confesada por NéstorPonce de León en su interesante y her-moso trabajo “En mi biblioteca”.

    Una cuartilla escrita y firmada porCaneda acabó de ratificar mi juicio. Esindudable que la letra es el espejo quemejor retrata a una persona. Placidez,inquietud, tortuosidad, sinceridad, cóle-ra, energía o debilidad, están encerradasen la escritura de los hombres y, másacentuadamente, en la firma. Y la fir-ma de Caneda es segura, gruesa,grande, caracteres cuadrados que pa-recen hechos a golpe de hacha, y cierracon una rotunda rúbrica que semeja uncable de acero. Sanguily le llamaba le-tra ciclópea.

    Pero confieso que no pude verle unpelo de ogro. Partí sano y salvo, sin unrasguño y con el propósito de estrecharel afecto que me brindaba.

    Al salir, un piano desde el fondo dela casa desgranaba con fuego músicade Wagner.

    ***En el período que vengo frecuentan-

    do ésta que debe llamarse Tertulialiteraria de don Domingo, sólo he oídohablar de problemas de letras y artes.No debía ser necesario agregar quehay tijeras y termocauterios propios dela clase que se dedica a esas discipli-nas, sin que de vez en vez escaseen loselogios. Porque así como es cierto quelas charlas de Cuba 24 no tienen pautamarcada de cátedra crítica, sino que eluso y la costumbre han impuesto la nor-ma literaria, es notorio que se suele

    limpiar, fijar y hasta hacer verbales au-tos de fe con libros y autores. Muchoscontertulios manejan el bisturí y otrosllevan la tea; y porque no se me tachede olvidadizo y parcial, confieso queCaneda nunca se queda desocupado.Es celoso por los fueros de las buenasletras y enristra con decisión contra elque falte, señalando lunares y errorescon campechana claridad. Y si en lamayoría de los casos acierta, es porquetiene la suprema experiencia de vapu-lear y cortar sólo donde es maestro.

    El día preferido de la semana es elsábado. Domingo de los cristianos ysábado de los domingueanos. Es cuan-do la parroquia se llena de una pléyadede consagrados escritores y grafóma-nos y literatos en ciernes. El sábadotiene la facilidad y conveniencia de queya tarde, al terminarse la sesión de laAcademia, los señores académicossuelen detenerse en el cenáculo acambiar impresiones con Figarola ysus feligreses.1Es el momento encantador de don Do-mingo. En sus saludos joviales, en suvoz, en sus ojos y ademanes se desta-can el contento de ver a suscompañeros, porque en estos últimostiempos él ha puesto su alma en la ba-lanza de la Academia de la Historia. Deahí que es tema favorito suyo lo que serelacione con hombres y asuntos de esacorporación. (Es curioso y significativoque un hombre de letras como Caneda,no esté en su mejor centro, que seríala Academia de Artes y Letras).

    ¡Qué cariño, qué admiración, por elsecretario, académico, catedrático yeminente filólogo cubano doctor JuanM. Dihigo! Llega este sencillo, noble ymeritísimo intelectual, de pequeña es-

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    tatura, vestido de negro, brillante susespejuelos y hablando en voz queda.Don Domingo lo agobia a preguntas.Dihigo se las contesta cariñosa y deta-lladamente. Y enseguida abordaninteresantes asuntos, siempre, siemprede letras e historia.

    Con Antonio L. Valverde, hay fre-cuentes discrepancias. Valverde es unadmirable y laborioso profesor y litera-to, tesorero de la Academia. Discutencon ahínco alrededor de casos de for-ma, principalmente la publicación de losAnales. Parece que Caneda tiene mol-des y manías de las que no ha deapartarse.

    A Emeterio S. Santovenia le quierede veras, desde que este se inició enlas bregas literarias. Hoy se queja deél, porque cree que el notariado le hadesviado de las letras. Pero es difícil ladiscusión, porque el suave y flemáticocarácter de Emeterio es aceite sobre laardiente palabra de Caneda.

    Un asiduo a quien don Domingo amaes al prudente y parsimonioso Francis-co González del Valle, puro valorintelectual que en numerosas obras hadejado huellas de sus méritos.

    El inquieto y activo director del Ar-chivo Nacional, Joaquín Llaverías, fueasiduo concurrente; y en otros días elerudito Francisco de P. Coronado, queactualmente desempeña el cargo de di-rector de la Biblioteca que fundara donDomingo, estuvo íntimamente ligado aCaneda.

    Hacía algún tiempo que ManuelSanguily no asistía a esta tertulia saba-tina, de la cual fue figura central yconspicua. Desde mejores y viejos díasSanguily y Caneda, a pesar de ser po-los opuestos en especulaciones literarias

    y hasta en opiniones, mantuvieron estre-chos vínculos, hasta el punto que Canedahabía sido preferido por Cátala para di-rigir la publicación de las obras completasde Sanguily. A ese efecto tenía reunidosabundantes trabajos. Cierta vez Canedamandó a Manuel esos recortes para quelos seleccionase e hiciese las indicacio-nes o correcciones convenientes. MuertoSanguily, Figarola quiso recuperarlos;mas por múltiples motivos prefirió no in-sistir más en su derecho y dejar losdocumentos a la familia. Don Domingosiempre sintió veneración por el talentode Manuel; y mantuvo con él tiernos la-zos hasta los postreros momentos,doliéndose constantemente de la impo-sibilidad de no haber asistido a suentierro.

    La mención de todos los contertuliossería interminable censo literario; perono quiero omitir a:

    Roque Garrigó, autor de numerosasobras premiadas en concursos. El inte-ligente y cultísimo joven Calixto Masó,con quien suele el maestro tener tiernastrifulcas. Federico Castañeda, abogadoaficionado a las letras y rico en anéc-dotas. Mis queridos amigos, padrinos enla Academia, René Lufriu y Tomás S.Jústiz. El costumbrista Emilio Roig deLeuchsenring, que por su causticidadorigina discusiones con Caneda. RamónCátala, el culto director de El Fígaro,es querido de todos. El eminente lite-rato y profesor, gloria de las letrascubanas, José A. Rodríguez García. Je-sús Saíz de la Mora. Matías Duque,doctor en medicina, soldado libertador,literato y político. El culto y malogra-do Carlos de Velazco. El entusiastabibliófilo Oscar Sallés, Susini de Ar-mas. Los pintores cubanos Armando

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    Menocal y Aurelio Melero. El simpáti-co Jesús de la Cruz. José A. Fernándezde Castro, autor de Medio Siglo deHistoria Colonial. Aurelio de Armas.

    ***Y ya que estoy atisbando alrededor

    de la vida de don Domingo, parécemeque no estará de más apuntar que fue-ron sus padres Domingo Figarola yCastilla y Carmen Caneda y Garay, cu-banos, y habaneros por añadidura. Sólotuvieras dos hijos: Joaquín, que se gra-duó de dentista, y en Cojímar fuevíctima de la Reconcentración deWeyler; y Domingo que nació en LaHabana, el 17 de enero de 1852. Asis-tió al colegio San Francisco de Asís, quedirigió el isleño José Alonso y Delga-do. Terminado el bachillerato, cursó elaño de ampliación universitaria y al mo-mento comenzó a estudiar medicina.Estaba precisamente en el segundo cur-so cuando ocurrió la infame y criminalhazaña de los voluntarios de La Haba-na contra los estudiantes de medicina,por supuesto sacrilegio de arañar latumba de aquel recalcitrante españolque por ir a insultar quijotescamente alos emigrados cubanos de Cayo Hue-so, fue justamente matado por unsencillo patriota. Entre el grupo de es-tudiantes detenido y llevado entrebayonetas, estaba el joven Domingo. Elsuceso produjo gran alarma e inquietuden la ciudad, principalmente en los ho-gares de cubanos, por temor a losvoluntarios que, al no atreverse a ir enbusca de los insurrectos, fríamente es-peraban asesinar a indefensos criollos.El peligro lo temían más aún las fami-lias que tenían estudiantes en la Facultadde Medicina, que los ocultaron para po-

    nerlos a salvo. Y cuando las pasiones seaplacaron, Domingo no quiso continuarlos estudios. Ya tenía viva vocación porlas letras, comenzando por ser tan fer-voroso lector que vivía constantementemetido en la biblioteca de su padre y nisiquiera quiso perder tiempo en apren-der a bailar. Su vocación tomó vuelos alcalor de sus amistades y las de su fa-milia que la componían los más brillantesvalores en el saber y el periodismo.

    En 1875 casó con María TeresaFerrer, hija de un acaudalado comer-ciante cubano. Nació al año siguientesu primero y único hijo, Herminio. Lainteligencia del chico le hizo fundar tan-tas esperanzas que cuando estuvo enedad y condiciones de empezar los es-tudios, don Domingo, de acuerdo consus simpatías por Francia, y convenci-do de que sólo en París podía educarseen forma la juventud, allá lo trasladó ypuso en un pensionado. A los pocosaños estalló la guerra del 95 contra Es-paña. Por esta época, Herminio hacíafrecuentes visitas al Consulado españolen busca de documentos en relacióncon la cuantiosa herencia de su madre.Pero el amor a la patria, las prédicasdel padre en favor de la independenciay las halagüeñas noticias que corrían en-tre los cubanos y en la prensa mundial,le llevaron a desdeñar la convenienciamaterial y decidirse por el ideal patrio.Vagamente habló de su propósito al pa-dre que, a pesar de su amor, le dijo quehacía bien en cumplir con el mandatode su conciencia. Mas de todos modosel intrépido mozo prefirió, quizá pensan-do que el padre a última hora podíacortarle el paso, subrepticiamente,auxiliado por amigos y conocidos, em-barcarse para los Estados Unidos,

  • 17

    dejando al desventurado don Domingosumido en el hondo dolor de que mar-chara a una guerra desigual de la cualno regresaría. En Nueva York se pusoa las órdenes del delegado Estrada Pal-ma. Y en la expedición de CarlosManuel de Céspedes y Quesada saliórumbo a Cuba, en el vapor Laurada,desembarcando cerca del puerto deSantiago de Cuba, el 27 de octubre de1895. Le nombraron alférez junto consus compañeros Miguel Varona y MarioCarrillo y Aldama. Y según documen-tos de los coroneles Carlos Manuel deCéspedes y Luis Martí, alcanzó el gra-do de capitán, aunque su muerte,ocurrida en las lomas de Mayarí, enseptiembre de 1897, no figura en el li-bro de defunciones del EjércitoLibertador, y a este injusto olvido sedebe que sólo fuese liquidado como sol-dado raso.

    El pesar más cruel que le agobia esque su adorado hijo esté enterrado enignorado sitio, pues tuvo la desdicha deque cuando se preparaba a exhumar losrestos, del lugar que sólo conocía el co-ronel Luis Martí, este murió sin dejarnoticias de aquel sitio.

    Me he detenido en estos detalles deHerminio, porque es justicia que hagoa un “pino nuevo”, mártir de la indepen-dencia cubana, que no midió el peligroni la utilidad sino que por deber espon-táneamente fue a luchar y rendir la vida;y también porque es nota elegiaca, co-rona fúnebre, que acaricia y no apartade su memoria el pobre anciano.

    ***Tres anécdotas, espigadas en el jar-

    dín de la larga experiencia y vicisitudesdel maestro, referentes a sus opiniones

    religiosas, condecoraciones y a banque-tes, darán ocasión de formular mejorjuicio.

    Yo conocía someramente el modo ra-dical de pensar de don Domingo, enmateria religiosa. Pero un día quise oír desu boca un capítulo detallado y cabal.

    Fue una tarde en que el maestro es-taba bastante inquieto, hablando entono mayor y ebrio de letal pesimismo.Este último estado de ánimo no esraro, puesto que por desencanto donDomingo ve el mundo envuelto en ne-gro cendal, marchando en irremediabledecadencia. El presente (de Cuba)sólo vale por los destellos de luz, au-rora boreal que refleja el hermosopasado.

    Aproveché un momento en que decía:–Pobre Manuel (se refería a

    Sanguily). Él que fue siempre un con-vencido libre pensador, casi ateo, yahora me entero de que están diciendomisas en sufragio de su alma. Presien-to que Manuel se habrá sacudido en latumba al oír esas misas.

    A quema ropa le dije, exponiéndomea su cólera:

    –¿Es cierto que usted estuvo a pun-to de ingresar en un seminario aestudiar la carrera eclesiástica?

    Tan brusca fue la sacudida, que cru-jió el enorme mecedor de roble. Talparecía que yo le había echado un vahode vitriolo y prendido fuego a su traje.Sus ojillos pardos centellearon, brillan-do los cristales de sus espejuelos. Y conun fuerte golpe en el brazo del mece-dor, y simulando contenerse, massubrayando con energía la frase, dijocon bronca voz:

    –¿Quién, quién tuvo la infeliz ocu-rrencia de decir disparate tan grande?

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    Dígamelo, dígamelo don Gerardo. Sepausted que jamás me he confesado, niaun de niño, pues mi padre sostenía quesólo él tenía derecho a oír las confesio-nes de sus hijos. Tampoco sé rezar, nisiquiera he sabido el Padre Nuestro.Verdad es que nunca me ha hecho fal-ta para resolver problema alguno de mivida. No, Gerardo; no tengo un átomode religioso: en nada creo. Aquí en la tie-rra, los hombres son de todo: ángeles,demonios, buenos y malos; el infiernoy la gloria están aquí. No creo, no, queningún hombre, de esos que vistensayones y miran litúrgicos al cielo y di-cen misas teatrales, tenga el poder decomunicarse con Dios y ser nuestrosmediadores. Esos son pillos embau-cadores.

    Y remachando su opinión recordóque estando enfermo en la Policlínicadel Cerro, se le presentó un simpáticojoven aficionado a las letras, y devotofervoroso que, al tener noticias de queestaba grave, creyó caritativo que an-tes de partir de este mundo debíaponerse a bien con Dios y los santos,confesando sus pecados ante un cura,a fin de que en el hipido final pudiesemerecer los últimos sacramentos y en-trar sin reparo en la morada que ningúnviajero ha podido describir. Fue unamuda y febril escena. Enseguida vinoun cura que, como un artista, había es-perado entre bastidores. Y cuandopreguntó a don Domingo si era católi-co este, con la fuerza y ruido de uncañonazo, le dijo tres veces no.

    Un año después, todavía monta encólera pensando cómo pudo soportaraquella visita, que parecía el silbido deun pájaro agorero de muerte, sin haberlanzado por la ventana al ensotanado.

    ***

    CondecoradoNotorio es que don Domingo ha sido,

    y sigue siendo, ardiente y parcialsimpatizador de Francia y sus grande-zas; en primera línea por sus bellasletras. Sus temas siempre nacen y par-ten de Francia. Todo problema literario,para demolerlo o darle exequátur decurso, tiene que ser comparado con al-guno análogo francés. Lo bueno, paraél, ha nacido y surge en París. Cuandohabla de París su pecho se hincha yhasta cuando conoce algo doloroso opérfido ocurrido en Cuba, dice, mar-cando bien la frase: “Entonces yoestaba en París”.

    Estas simpatías y propaganda por laliteratura francesa, y la selección quehizo en la Biblioteca Nacional de céle-bres obras de aquel país, llegaron aconocimiento del gobierno, que creyójusto premiar tal dedicación. Esto caíade lleno en los loables procedimien-tos que practica aquella nación dedifundir el nombre francés y sus glo-rias por los ámbitos del mundo,honrando a los hombres que en los dis-tintos países se significan en cualquieraspecto del saber o de las conquistasnobles humanas.

    Figarola iba a ser condecorado enunión de su segunda esposa, la cultadama Emilia Boxhorn, que también hahecho grandes propagandas por el libroy la encuadernación francesa. Pero nidon Domingo ni su compañera teníannoticias de la distinción de que iban aser objeto.

    Un día se presenta en la BibliotecaNacional el catedrático Luis Montané.Traía dos paqueticos y un par de rollos.

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    Habló con Caneda para hacerle sabersu misión de imponerle, a nombre delGobierno de Francia, las Palmas deOficial de la Legión de Honor, con dis-tintivo violeta, como reconocimiento asus méritos en el campo de las letras.Igual honor se confería a su esposa.

    No esperaba tal honor. Tampoco loquería. Era demasiado. No habían con-tado con él para otorgárselo. Sí, habíalaborado mucho por las letras france-sas; pero sin jamás soñar que suesfuerzo merecía tanto premio. No gus-taba de honores. Con todo respetodeclinaba la extraordinaria mención.Estaba conforme con sólo saber quehacía justicia difundiendo el prestigio deFrancia.

    Y se resistió a recibir las Palmas.Nada lo hacía ceder. EntoncesMontané acude a otro amigo y vuelvea la carga. Fue largo el debate que loobligó a aceptar.

    Y desde entonces vemos en el ojal delfrac de Caneda el precioso lacito mora-do, distintivo de la Legión de Honor.

    Conocedor yo de la resistencia quepuso en rendirse, he pensado que sóloel tiempo, ejecutor de milagros, ha con-seguido que al fin don Domingo gustey saboree el honor de ser Oficial de lapopular Legión.

    Tiene también Figarola, como emi-grado revolucionario, un diploma y unamedalla triangular; pero esta últimaseguramente no la usa por su enormetamaño.

    ***

    BanqueteEn la República hacía años que ha-

    bía entrado furor por los homenajes en

    forma de banquetes. Está perfecta-mente organizado un ejército dehomenajeadores, que por el más fútilmotivo y al más insignificante tipo lehace figura de un homenaje, aunquemás bien que figura central debierallamársele víctima del negocio. Porquees lo cierto que la mayoría de esos ban-quetes obedece a pura especulación. AJuan se le ofrece un banquete por ha-ber sido nombrado portero. Un vivoaprovecha el asunto para vender bille-tes. Ajusta la comidita en un par depesos por cabeza, otro par en anunciosy el resto lo distribuye en el comité ges-tor. Esto ha tomado alarmantesproporciones, pues quieras que no acualquiera se le obliga a aceptar un ho-menaje. El abuso ha dislocado el valorsocial que en otros tiempos gozaron es-tos actos que respondían a indiscutiblesméritos de los varones a quienes se tri-butaba; eran palpitaciones, mareasincontenibles para premiar el saber, lavirtud. En Cuba, además de haber per-dido los banquetes su verdadero objetivo,ha dado lugar a que los pigmeos home-najeados se envanezcan, y, a la inversa,los ciudadanos representativos se creanempequeñecidos al ser blanco de aná-logas demostraciones a las de los osadosincapaces. Y Voltaire ha dicho “que anadie puede halagar una adulación quese generaliza”. Es culpa de la política.Y es de creer que el abuso aniquilará alsistema; no estando lejano el día que unbanquete sea prueba de demérito.

    En la epidemia han caído los mejo-res ciudadanos. Y lógicamente aCaneda le llegó su turno. Es de acla-rar que los homenajeadores en estecaso no eran de la conocida marca po-pular mercantil, sino jóvenes meritísimos

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    e intelectuales de pura cepa, que tienenleal afecto al maestro.

    Convinieron en darle un banquetecon motivo de haber cumplido 70 años;14 lustros de lucha en los campos ar-duos e improductivos de la literatura.Sobradamente merecía esto, y más to-davía, quien en América y Europa tienesembrado jalones de nombradla. Ello nosolamente era prueba de que no le fal-taban devotos compañeros, sino quecuando los hombres de su tiempo sehan rendido, don Domingo aún está conla pluma en alto produciendo obras. Ydicho y hecho. Dos de los más íntimosvan a tomarle Pulso. Oye y al instanteprotesta. No tiene lastre para esa de-mostración; es valuar con exceso suobra. A una cadena de argumentos uneel poderoso de que no procede un ho-menaje por el natural e inevitable hechode cumplir 70 años; cualquier tonto,cualquier cretino, llega a esa y másedad todavía. No vale la pena dar unbanquete por ser viejo. Le parece queva a caer en ridículo. Y no cede un ápi-ce. Los compañeros insisten y salendecididos a efectuarlo, viniendo a bus-carlo el día señalado.

    Don Domingo lo averigua, y ese díasalió con su esposa, dejando cerrada lacasa. Y no asistió.

    ***Figarola Caneda ha viajado mucho

    por España, Francia, Bélgica y los Es-tados Unidos. En Londres estuvo dosveces: en 1895 a entrevistarse con elilustre cubano Francisco JavierCisneros, con motivo del rumor de queeste patriota se haría cargo de la De-legación Cubana en París. Figarola, ensu nombre y el de numerosos emigra-

    dos, se proponía hacer ver a Cisnerosque la mayoría lo acataría con mejorgusto que al doctor Betances. PeroCisneros, por no desatender los grandesintereses que entonces manejaba en elferrocarril de Barranquilla, que estabaconstruyendo, y también obedeciendo asu leal cubanismo, aconsejó acatamien-to al eminente puertorriqueño. E hizomás todavía: emprendió un viaje a Pa-rís para suavizar asperezas de EnriquePiñeiro y la Junta.

    Su segundo viaje a Londres lo hizopara ampliar estudios en el Museo Bri-tánico; y entonces, 1901, casóse conEmilia Boxhorn, nacida en Cracovia;dama de excepcional cultura que ma-neja con destreza los idiomas inglés,francés, alemán y español. Ella ha sidobuena esposa e insustituible secretaria.A pesar de que no olvida un momentola Europa de sus amores, donde nacióy se crió, la compenetración de amboses firme; son, en materia literaria,cuerpos afines que persiguen los mis-mos ideales y sólo viven pensando enlibros.

    En esta última estada se dedicaron arecoger los materia1es para la Carto-grafía Cubana del British Museum.

    ***De todos los escritores y periodistas

    de su tiempo, no queda uno que actual-mente, a los 73 años, mantenga comoCaneda la pluma en ristre, el cerebrofresco y la constancia y el fervor vita-les. Todos, sin excepción, están fuerade acción, o por la muerte o por la ne-cesidad de reposo o falta de médula.

    Sólo don Domingo está ingentecomo un coloso (aun teniendo encuenta que los viejos colosos suelen

  • 21

    tener grietas), dando consejos, orien-tando, escribiendo, tomando apuntes ytrabajando como director de los Ana-les de la Academia de la Historia.Y eso que ha trabajado mucho paraganarse el sustento. Su pluma ha re-corrido elíptica asombrosa en mediosiglo de cultivo de las letras.

    Fundó y dirigió: El Mercurio (Ha-bana 1876-1877); El Argumento(Habana 1883); La Ilustración Cuba-na (Barcelona 1885-1887) quedistribuyó entre sus suscriptores valio-sas obras de autores cubanos; LaRepública Cubana (París 1896-1897);Revista de la Biblioteca Nacional(Habana 1909-1912); ha colaborado enEl Triunfo, El Trunco, el País, El Pai-saje, La Lucha, El Almendares,Recreo de Damas, El Fígaro, El Li-beral, El Álbum (Guanabacoa), LaHabana Elegante, Gaceta Musical,Europa y América (París), El Porve-nir (Nueva York), Patria (NuevaYork), La Caridad (de esta sólo se tiróel número del día 27 de octubre de1882), y Boletín Comercial.

    También fue un tanto tenorio y poe-ta de escuela y sabor becqueriano,aunque de estos dulces y pasados díasno le gusta hablar. De ahí que no guar-da índice alfabético de sus versos ni delnombre de sus novias y calaveradasamorosas; resignándose con mirar alcielo como testigo fiel y mudo.

    Ha publicado:Biografía de don Saturnino

    Valverde (1880), Guía Oficial de laExposición de Matanzas (1881), Bi-bliografía de Rafael M. Merchán(1905), El Dr. Ramón Meza y SuárezInclán (1909), Cartografía cubanadel British Museum (1910), Escudos

    primitivos de Cuba (1913), Milanésy Plácido (1914), José AntonioSaco: Documentos para su vida(1921), Plácido y Diccionario deSeudónimos (1922).

    Pero si estas obras constituyen unenorme y fundamental tesoro, hay un lar-go apéndice de trabajos de colaboraciónen revistas y diarios, cuidadosamenteordenados en su archivo.

    Es interesante ver las cajas de pa-peles que sólo esperan una palabra deapoyo efectivo para transformarse enlibros. En algunas de las obras inéditasha trabajado años enteros en Américay en Europa. Y al estar listo el mate-rial, ha advertido que la fructífera laborintelectual y de paciencia, resulta ne-gativa por falta de medios. Loscentenares de millares de cuartillas sevan amarillando y haciéndose polvo sincumplir su misión.

    Triste sino el de los escritores cuba-nos: trabajar y nunca tener la suerte deque por lo menos se le editen sus obras.En días no lejanos se dilapidó abierta-mente en mucho inútil y hastaperjudicial; se dio apoyo a incontablesbellaquerías; conocidas son las comisio-nes a incompetentes para estudiar enel extranjero, que realmente cubrieronexcursiones de placer.

    Para publicar en Cuba (salvo casosfenomenales) más que afición y pre-paración se requiere dinero de sobrapara pagar la edición y darse enton-ces el vano gusto de distribuirla gratis.Esto ha ocurrido a Figarola. Ningún li-bro le ha dejado ganancia. Le escribencartas pletóricas de elogios; le publi-can amables artículos; pídenle confrecuencia sus libros; pero contadosunen dinero al adjetivo y la solicitud.

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    Faltan Mecenas. De modo que susobras son de obsequio; ocurriendo quela estrechez económica está en razóndirecta de su generosidad en distribuirlibros.

    A pesar de esa improductividad nun-ca ha descansado; su pluma corre yburila con la imperiosa necesidad de laley que obliga a los astros a girar; y poreso no sería extraño que su corazón de-jase de latir teniéndola entre los dedos.

    Véanse algunos de esos esfuerzosinéditos:

    Durante varios lustros trabajó infati-gablemente en su “Diccionario de laRevolución Cubana”. Era una obra ne-cesaria y patriótica. Sacaba a la luz loshéroes que brillaron hasta el final en laEpopeya Grande. En esta tarea pusotesón y recursos. Ya en 1894 estaba entratos con una casa editora de Barce-lona para publicarlo. El alzamiento defebrero 24 de 1895 interrumpió la empre-sa. Y pasado el momento, don Domingoopinó que los nuevos hombres y suce-sos alteraban tanto su obra que ya norespondía a su nombre y necesidad.Desde entonces los originales duermenen cajas solitarias.

    Siempre dispuesto a trabajar, en elaño 1916 presentó a la Academia de laHistoria un proyecto de “DiccionarioBiográfico Nacional Cubano”, que ensu género era completo, llenando el va-cío revolucionario que se advierte en eldiccionario de Calcagno y rectificandolos abundantes errores de este. El pro-yecto fue aprobado. Además deagregarle lo que tenía preparado parael “Diccionario de la Revolución Cuba-na”, lo enriqueció con las últimasnoticias de hombres y sucesos. Mas, aligual que en los anteriores esfuerzos,

    todo ha quedado durmiendo por el des-vío oficial.

    La misma suerte está corriendo la“Bibliografía de la Universidad de laHabana”. Entre otros, el profesor JuanM. Dihigo ha manifestado empeño enque se publique y así lo comunicó al rec-tor doctor Enrique Hernández Cartaya.

    La “Bibliografía de Bachiller y Mo-rales” hace compañía a las yamencionadas. No ha tenido recursos.Sólo en una ocasión la hija de Bachi-ller tuvo intenciones de hacer algo; perono pasó de ahí.

    También están inéditas “La Conde-sa de Merlín”, “Gertrudis Gómez deAvellaneda”, “El gran poeta José M.Heredia”, “La Bibliografía Cubana delBritish Museum”, y “Diccionario Biblio-gráfico Cubano”.

    ***Tan esclarecido era el prestigio lite-

    rario de Caneda, que al formar el capitángeneral de Cuba, Camilo Polavieja, laComisión Literaria que por encargo dela Academia Española entendiera en laformación de una antología de poetascubanos, lo nombró a ese fin conjunta-mente con José de Armas, SaturninoMartínez, José E. Triay, Rafael Montoro,Luciano Pérez Acevedo, Ricardo delMonte, José M. Céspedes, Manuel S.Pichardo. Y la importancia de la laborrendida la confiesa Menéndez y Pelayoen nota al prólogo de su Historia de laPoesía Hispano Americana.

    ***Y como periodista revolucionario, de

    París hizo un palenque, tremolando sinmiedo y tacha el pendón de La Repú-blica Cubana.

  • 23

    La independencia había que arreba-társela a España con las armas,luchando frente a frente. Pero comoera preciso que el mundo conociese eldespotismo y abusos del régimen colo-nial, para restarle apoyo y fuerzas, y deese modo asegurar simpatías de algunasnaciones para que tolerasen la propagan-da revolucionaria y el funcionamiento declubs; el medio más eficaz lo era la pren-sa. Mucho, muchísimo había que haceren este sentido para conocimiento a lavez de los emigrados. Pero propagandahabilísima, culta y discreta, que llegaseal corazón de los indiferentes, convirtien-do en triunfos las derrotas, mostrándosesiempre animosos y esperanzados en lavictoria y difundiendo todo ello entre losextranjeros en beneficio de nuestras as-piraciones.

    Nuestra prensa revolucionaria teníaque introducirse en oficinas y hogaresextranjeros. Falta hacía, dado que es deconfesar que salvo escasos paísessuramericanos y los Estados Unidos deNorteamérica, en la mayoría de los eu-ropeos había marcada inclinación aEspaña y casi hostilidad a nuestra cau-sa. Italia estuvo con nosotros, peroFrancia, la decantada cuna de la Re-volución, no nos dio mucho calor.

    La prensa emigrada cubana fue poresa razón el más eficaz colaborador dela independencia. Los periodistas fue-ron románticos peones, que sinremuneración trabajaron en silencio, díay noche, año tras año. Los demás cu-banos, podían caer en minutos decansancio y pesimismo, cuando algúnrudo golpe, como la muerte de Martí ode Maceo, hería a la campaña; pero noel periodista, que, precisamente enton-ces, debía mostrarse más entero y

    animoso. Él era el único voluntario sinpaga y obligado a no dejar caer la plu-ma y siempre estar inyectando el tónicode la esperanza.

    Con Gómez, Maceo, Calixto García,El Yara, El Porvenir, El Cuba, Revis-ta de Cayo Hueso, Cuba y América,La República Cubana, y otros mu-chos, demandan páginas especiales enlos anales de la independencia.

    Convencido de esta necesidad, yguiado por sus arraigados principios,Figarola, entonces emigrado en París,se dispuso a fundar un periódico de-dicado exclusivamente a la defensade Cuba. Conocida la penuria del te-soro revolucionario y la dificultad demantenerse en un país adicto a Es-paña, la labor era de peligros yescaseces. Don Domingo sólo debíapensar en su deber, el servicio rele-vante que rendiría haciéndose oírdesde el mismo París.

    Y nace la República CubanaLas oficinas estaban en el número 20

    de la Rué Baudin. Caneda lo mismohacía una crónica como un fondo o pre-paraba tipos. Entre él y el francés G.Etard (que hacía de administrador) serepartían todos los trabajos del periódi-co. La República Cubana salía losjueves con ocho páginas: cuatro en es-pañol y cuatro en francés. En sunúmero primero, del día 23 de enerode 1896, hizo constar la dirección quese proponía interesar a Europa yprincipalmente a Francia en una con-tienda que no es revuelta de colonosindisciplinados y díscolos, sino lucha delibertad contra la tiranía.

    En cada número, durante los 81 quese tiraron, se publicaba, por lo menos,

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    un grabado de guerrero o revoluciona-rio cubano o simpatizador de la causa;grabados en madera de tal limpieza,arte y parecido que reunirlos forma-ría valiosa e interesante colección.También publicaba caricaturas. Muypopulares se hicieron los seudónimosPausanias (Emilio Bobadilla), WinChester (Ezequiel García), Ermitaño(doctor Domínguez Delané), HacheEse (Pedro Herrera Sotolongo), y lasfirmas de José de Armas, L. Mirman,Remigio Mateos, doctor J. H. Henna,Henri Dregon, James Creelman. Todosuceso importante tuvo cabida en suscolumnas. Desfilaron las expedicionesarribadas con éxito a playas de Cuba,los combates y encuentros culminan-tes; el movimiento revolucionario delas emigraciones; los fracasos españo-les y sus hechos de sangre. LaRepública Cubana se mantuvo has-ta el 30 de septiembre de 1897 con elarma al brazo.

    A raíz de terminada la guerra de inde-pendencia, Caneda empezó a saborear lacoronación de su magnífica carrera lite-raria. Porque, incuestionablemente, laaspiración suprema de un bibliógrafo esla creación de una biblioteca donde po-ner en práctica sus ensueños y estudios;ordenar en forma tangible lo que hastaentonces sólo fue manoseado en teo-rías; convertir una casa de libros encélulas de su propio organismo.

    A este respecto en Cuba sólo tresbibliógrafos han triunfado; aunque eléxito de don Domingo es más comple-to. Escoto dirige la Biblioteca Públicade Matanzas y Carlos Trelles la de laCámara de Representantes. Pero losdos primeros hallaron el panal casiconstruido. Sólo Caneda tuvo la gloria

    de ser creador y director de la Biblio-teca Nacional. Hizo argamaza, lamodeló y diole soplo de vida.

    Estando en París, en 1900, Gonzalode Quesada tuvo relaciones conFigarola, que entonces vivía de sus tra-ducciones en las casas editoriales deGarnier y Viuda de Bourget. Conocedorde la historia revolucionaria de Caneday sus facultades, Gonzalo de Quesadaofreció gestionar que el generalLeonardo Wood, gobernador militar deCuba, fundara una biblioteca y le diesela jefatura. Dada la influencia de Gon-zalo, el asunto podía darse por hecho.Don Domingo apreció y aceptó la bri-llante oferta, pero pidió tiempo paraampliar y ahondar sus conocimientosde biblioteconomía en el famoso MuseoBritánico.

    Hechos los estudios vino a Cuba consu esposa.

    Y por la orden militar número 234,de octubre 30 de 1901, Figarola fuenombrado director, estableciendo la ofi-cina provisional en el Cuartel de laFuerza.

    El sitio definitivo, señalado en abril 18de 1902, lo fue el mismo que actualmen-te ocupa en la antigua Maestranza deArtillería, en el piso alto que da a la ca-lle de Chacón.

    Allí puso don Domingo todos sus co-nocimientos y potencias. Inclusive donósu biblioteca con más de tres mil volú-menes y parte de su archivo. No tuvodescanso ni horas de oficina. Llovierondonaciones importantes; se compraronlibros por todo el mundo. Los anaque-les se nutrieron hasta tener millares deejemplares, y entre ellos algunos valio-sísimos; enorme colección de mapas,planos y grabados. Hizo una galería de

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    cuadros de patricios cubanos. En pocotiempo la Biblioteca se vio muy visita-da y consultada, difundiéndose sunombre por todos los ámbitos del mun-do. Para mejor lograr su propósito,Caneda fundó, en 1909, la Revista dela Biblioteca Nacional. Esta publica-ción, mensual, fue la palpitaciónresplandeciente de su fundador, órganode la institución y vivo exponente de cul-tura cubana. Se publicaron seis tomos.2

    He dicho, y todo el que visitó la Bi-blioteca en aquellos tiempos lo sabe,que Caneda la consideraba su alma, suhijo, cosa propia; y ese cariño y su ca-rácter batallador y fama literaria lellevaron a constituir una especie depatriarcado, donde sólo imperaban lavoz y la opinión del director. No falta-ron quejosos y envidiosos. Dossecretarios del despacho unieron susdesafectos a esos venenos, olvidando in-justamente los méritos indiscutibles deCaneda y su dedicación a la Biblioteca,y dictaron disposiciones mortificantes almaestro, y hasta uno le pidió la confec-ción de un catálogo para el público, yquiso que Caneda renunciara a su car-go. Le puso, por fin como cuña unempleado que le sustituyese. Y llegó alextremo que Figarola tuvo que acoger-se a la Ley de Jubilación.

    Dejaba 60 mil volúmenes y la impren-ta que a instancias suyas donó la señoraPilar Arazoza de Muller.

    ***La erudición de don Domingo corre

    pareja con su amor a los libros y docu-mentos. Tanto me he fijado en esteúltimo aspecto, que he llegado a la con-clusión (¡quiera el cielo que esto no lemoleste!) de que ama a los papeles por

    los papeles, aunque algunos realmenteno le sean aplicables, útiles a sus afi-ciones e investigaciones. Es un avarode libros; le interesan por la encuader-nación, el trabajo tipográfico y hasta porel más leve detalle de forma y fondodel contenido. Manosea un tomo o ungrabado o un cliché o un documentocon el deleite de un naturalista a unejemplar palpitante. De ahí ha nacidoel meticuloso cuidado que pone al pres-tar de su biblioteca o archivo. Porqueasí como don Domingo es generoso,amplio, noble en orientar verbalmentecon enjundiosas noticias, anécdotas, atodo el que se le aproxima en deman-da de luz; es casi hermético, estático enprestar un libro, y, cuando titubeando lohace lo que es raro y constituye de-mostración de fina y seria estimación,nunca omite una cadena de admonicio-nes relativas al valor y aprecio en quetiene el ejemplar prestado. ¡Y guay delque en un plazo prudencial no hagala devolución! Ese pierde, no sólo elcrédito, sino que se convierte en blan-co de los tiros enrojecidos de Caneda.

    Por eso, si bien es raro el bibliófiloque no haya sido víctima de piratería ycleptomanías; se puede asegurar que labiblioteca de este maestro ha sido siem-pre, y es, una fortaleza inexpugnable,defendida por su posición estratégica ypor los torpedos de la franqueza yenergía del erudito bibliógrafo y biblió-filo dueño.

    ***Claramente se ve y comprende que

    la labor básica literaria de FigarolaCaneda es pura y esencialmente erudi-ta, bibliográfica. En este terreno se puedeafirmar que ha exprimido el desarrollo

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    intelectual cubano desde sus fuenteshasta recientes días para, vertiéndolo enmagníficas obras, ocupar puesto tanventajoso que difícilmente hay quien lesupere en nuestro país.

    No quiere ello decir que Caneda nohaya cultivado otros géneros: ahí estánsus crónicas sobre las exposiciones deBarcelona, Matanzas y París. He que-rido decir, con el poeta Pablo Hernández,que Caneda nunca fue estilista ático niescritor conceptuoso. Se ha propuestosolamente ser preciso, claro, castizo; ylo ha logrado con seguridad. Jamás haentrado en juego su imaginación con gi-ros exuberantes, floridos, metafóricos.Tal parece que utiliza un tamiz secretoque impide el paso de esos bellos e in-teresantes ropajes que lindamente vistela literatura. Busca escribir lo menos paradecir lo más. A esta casi aridez ha llega-do a fuerza de cultivar la bibliografía. Varetocando y cortando y limando hasta quedeja cada tarjeta reducida a brevísimaobservación, fechas y nombres. Otrosescritores de género deleitoso, dedicadosexpresamente a cautivar, van sembran-do el camino de perfumes y flores queel tiempo o la moda pueden esfumar;pero Caneda jalona su senda de fijashuellas de granito que no desaparece-rán sino que, por el contrario, serviránen todos los siglos, en nuestra historia,de enseñanzas, orientación, pues seña-

    lan día por día la evolución de la men-talidad cubana.

    En este sentido Caneda ha sidomaestro, soberbio mentor, y patriotaexcelso. Porque cuando los gobernan-tes coloniales se proponían, comorégimen de dominio, demostrar al mun-do y a la misma España que los cubanosestaban sumidos en la molicie, vicios eignorancia, Figarola, por medio de susestudios bibliográficos, daba a conocerel oro de nuestra veta mental y los emi-nentes patricios que aquí han rutilado yrutilan todavía. Los trabajos de Canedafueron antaño dardos de justicia, rayosde luz, arco iris, lanzados contra la mal-dad colonial, y flámulas de positiva gloriaen nuestros días de paz y libertad.

    Notas

    1 Esto ha variado ligeramente desde julio de 1925,porque la Academia ha pasado a ocupar unexcelente local en Cuba esquina a Chacón.2 Estimando el representante a la Cámara, doctorRoque E. Garrigó, que la Biblioteca Nacionalestaba mal atendida y peor pagados susempleados, presentó a la Cámara en 1910, unproyecto de ley, haciendo en el preámbulo unhermoso elogio de don Domingo Figarola Caneda,como bibliógrafo y perito en biblioteconomía, yproponiendo mejoras que de haberse realizado lahubieran colocado a mayor altura. Dicho proyectoquedó archivado.

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    I

    La historia de las publicaciones pe-riódicas cubanas constituye uno delos capítulos más brillantes de nuestracultura nacional. Publicaciones quecomo parte del patrimonio bibliográficode la nación son atesoradas con orgullopor la Biblioteca Nacional José Martí,fuentes de conocimiento enraizadas enla tradición decimonónica fundadora derevistas que han enriquecido y enrique-cen el mundo científico y artístico delhombre cubano. En general, la Biblio-teca las atesora, conserva, organiza, y,en especial, custodia, produce y publi-ca desde hace 100 años su Revista.

    Don Domingo Figarola Caneda, sa-bio cubano de acendrado patriotismo,quien había perdido a su único hijo enla manigua redentora, y después sufrióestoicamente los años de las dos inter-venciones norteamericanas, fundó laRevista de la Biblioteca Nacional en1909 inspirado en los más nobles sen-timientos de amor a Cuba. Confiado enla restauración republicana, saluda des-de las páginas del primer número de lanueva Revista lo que consideró con in-genuidad el afianzamiento definitivo, ennuestro suelo patrio, de los principios re-

    volucionarios de Libertad, Igualdad yFraternidad.

    Era entonces director de la Biblio-teca y de su Revista con lo que sepropuso una publicación consagrada ala institución y a la socialización de lasdiversas ramas relacionadas con laciencia del libro y de las bibliotecas.El 18 de octubre de 1901 había sido

    Portada del primer númerode la publicación

    Épocas y contenidos de la Revistade la Biblioteca Nacional de Cuba

    Araceli García CarranzaInvestigadora y bibliógrafa

    A mi hermana Josefina, quien también hizo suya la Revista.

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    nombrado director de la institución, ysiete años después creó este órgano conel propósito de responder a las necesi-dades de este “[…] centro docente […]propagador de aquellos conocimientosque, desempeñando cada uno su fun-ción propia, concurren todos aladelantamiento de la Bibliografía y laBiblioteconomía”.1

    Propósitos que sólo se cumplieron aplenitud cinco décadas después cuan-do la Biblioteca logra un verdaderodesarrollo docente y científico relacio-nado con el libro y las bibliotecas.

    Por aquellos años, don DomingoFigarola Caneda reconocía a la biblio-grafía como una disciplina conpersonalidad propia y con carácter deciencia verdadera, teniendo en cuentasu presencia en las publicaciones demuchos países, en centros consagra-dos al estudio y progreso de todas lasramas del conocimiento, y en congre-sos, certámenes y exposiciones que,por esta época, se celebraban en elmundo. Este reconocimiento y la indis-cutible vida intelectual de Cuballevaron entonces al primer director afundar su Revista, a sabiendas de losinconvenientes de tal empresa. Noobstante, a ella consagró sus fuerzascon el fin de contribuir al desarrollo cul-tural de su patria.

    La primera tarea resultaría la adqui-sición de una imprenta, solicitada yacomo donativo desde unos años antes,exactamente en 1904. Ante este recla-mo, la señora Pilar Arazoza de Muller,bisnieta de un impresor de principios delsiglo XIX entregó, casi de inmediato, untaller de composición tipográfica con ca-pacidad suficiente para responder a losservicios de la Biblioteca. Sin embargo,

    diversos inconvenientes retardaron laaparición de la publicación, hasta quepor la tenacidad de su director sale ala luz cinco años después.

    Cada número constaría de seis a 12pliegos, o sea de 48 a 96 páginas de tex-to con la misma cubierta. En 1909aparecerían los números uno y dos, encuya portada se lee “publicación men-sual dirigida por Domingo FigarolaCaneda, director de la Biblioteca, Año I,Tomo I, 31 de enero y 28 de febrero,Imprenta de la Biblioteca Nacional”.Aunque siempre se anunció como men-sual, su periodicidad varió. En 1910apareció tres veces y en los años 1911y 1912 resultó ser anual.

    De las mil y tantas páginas que laconforman en esa primera época(1909-1912), Figarola casi las escribiótodas, sólo contó en 1910 con la cola-boración de Carlos de Velasco, el cualda a conocer la creación de la Acade-mia de la Historia de Cuba y brevesbiobibliografías de los académicos denúmero, los cuales reseña en ordenalfabético; en 1911 con la notanecrológica que escribiera Juan MiguelDihigo sobre el filósofo colombianoRufino José Cuervo; y en 1913 con las“Memorias inéditas de La Avellaneda(1836-1838)” y un texto inconcluso so-bre el desarrollo del griego en Cuba.

    En el primer número, su sabio di-rector discurre sobre el triste destinode los manuscritos en general, y enparticular de los cubanos, y se pregun-ta por los de Tranquilino Sandalio deNoda, los de Salvador BetancourtCisneros, el Lugareño; los del licen-ciado José de Jesús Quintiliano García;los del educador Juan FranciscoChaple; los del musicógrafo Serafín

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    Ramírez, y por el tomo dos de lasObras de Ramón de Palma, nunca lle-gado a la Imprenta de El Tiempo, sinolvidar los trabajos biobibliográficos deldoctor Eusebio Valdés Domínguez. Sabelo penoso y difícil que resulta reunir unacolección de manuscritos cubanos ypretende ir dando a conocer los que hapodido adquirir. Entre ellos escoge lacolección “Del más sabio y mejor de lascubanos”,2 cartas de don José de laLuz y Caballero dirigidas a José LuisAlfonso, luego marqués de Montelo3 enel período comprendido entre 1831y1840, durante su primera estancia enEuropa y después de su regreso a LaHabana (1909, pp. [11]-24). Más ade-lante apoya el proyecto de erigir unmonumento de mérito a Luz y Caballe-ro (1909, pp. 48-51). Del valiosoepistolario del marqués, la Revista, o másbien la revista de don Domingo FigarolaCaneda, publicaría en los números de1910 y 1911 las cartas de Domingo delMonte (1829-1853), y en 1912 las deJosé Antonio Saco (1836-1871).

    Pero sus preocupaciones desbordan losintereses de una Biblioteca Nacional ylamenta la ausencia en el país de unMuseo Nacional, por lo cual reflexionasobre la necesidad y urgencia de crearuno, porque para él una capital sin mu-seo “[…] es capital que carece de unode los centros indispensables de civismoy cultura […], es capital que […] favo-rece en mucho la pérdida irreparable delo que en toda época evidenciaría nues-tra civilización”,4 y relaciona los objetoshistóricos que atesoraba la Biblioteca ins-pirado en la salvación del patrimoniocultural.

    Como bibliógrafo compila una noticiabiobibliográfica sobre el doctor Ramón

    Meza y Suárez Inclán5 (1909, pp. [31]-47). Confiesa su satisfacción por laexactitud de las descripciones biblio-gráficas, no así por la exhaustividad,inalcanzable aún más en nuestrostiempos.

    La necrología fue también una cons-tante en la Revista. En este númeropublica el “Catálogo de CartasNecrológicas” que poseía la institucióngracias a su gestión personal: una co-lección de invitaciones para entierros yhonras fúnebres, organizadas en ordenalfabético (1909, p. [52]-60).

    Otros breves estudios biográficosbajo el título de “Necrología” dedicaríaen 1911 a Enrique Pineyro, José Joa-quín Palma, José Dolores Poyo, FélixVarela Morales y Ramón Meza ySuárez Inclán (1911, pp. 107-116), y en1912 a Ildelfonso Estrada y Zenea(1912, pp. 169-173).

    En 1910 inicia la “Sección Oficial”,donde aparece el “Informe de los tra-bajos efectuados en la BibliotecaNacional en el año 1909”, el cual seríapresentado al entonces secretario de Ins-trucción Pública y Bellas Artes, MarioGarcía Kohly. Este informe destaca elcanje internacional que sostuviera la ins-titución con los Estados Unidos, AméricaCentral y del Sur, Europa, Asia y Aus-tralia (333 volúmenes procedentes de140 centros e instituciones); las adquisi-ciones de libros por compra (503volúmenes); el estudio realizado sobre elAnobium Bibliothecarum, cuyas larvasamenazaban las colecciones; y la Gale-ría de Retratos con la que la Bibliotecale rendiría homenaje a grandes figurasde la intelectualidad cubana.6

    Y en los números siguientes de eseaño 1910, el director incluiría en esta

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    histórica “Sección Oficial” el movimientodel centro durante el primer semestre delaño (número de lectores e impresos con-sultados, publicaciones periódicasrecibidas, canje internacional, adquisicio-nes de libros) y el informe de lostrabajos efectuados durante el año, pre-sentado al secretario de InstrucciónPública y Bellas Artes (movimiento delectores e impresos consultados; publi-caciones periódicas recibidas; canjeinternacional; adquisiciones por compra;y trabajos para el catálogo, inventaria-dos unos y catalogados otros).

    Esta sección cesaría, sin pretenderlo,en 1911 cuando aparece en ella el De-creto 2247 por el cual la Secretaría deInstrucción Pública y Bellas Artes divi-de las bibliotecas en tres clases:Nacional, Públicas, y de las escuelas, ins-titutos y otros. La Biblioteca Nacional ylas públicas estarían regidas por unConsejo Superior nombrado cada tresaños según el Decreto 225 firmado porel presidente José Miguel Gómez y porel secretario de Instrucción Pública yBellas Artes, Mario García Kohly.8

    En secciones más breves como “Bi-bliografía” (1909-1911) y “Polibiblion”(1909-1912), Figarola Caneda daría aconocer libros de autores cubanos pu-blicados en Cuba y de autoresextranjeros representativos de la culturauniversal, así como noticias del país ydel mundo sobre libros y bibliotecas.

    La Revista, a partir de 1910, tambiénreproduce documentos valiosos velan-do por la salvaguarda de los fondos queatesora la Biblioteca. Entre otros, lacarta inédita de Felipe Poey al directorde El Mercurio, a quien agradece lapublicación de su correspondencia conel sabio Tranquilino Sandalio de Noda

    sobre el pez ciego de Cuba; rescata delolvido el texto “Historiadores de Cuba”,de José Antonio Echevarría, publicadopor la revista El Plantel (1838), y que42 años después reprodujera la Revis-ta de Cuba (1880); y por último, las“Instrucciones para la formación de undiccionario geográfico-histórico deCuba” (1813), acuerdo de la SociedadPatriótica. En 1911 reproduce el prólo-go y el capítulo uno de la Historia deCuba de Néstor Ponce de León.

    En estos 12 memorables números de1910 publicados en tres tomos, se inclu-yen además la “Cartografía Cubana delBritish Museum”, catálogo cronológicode cartas, planos y mapas de los siglosXVI al XIX, 128 piezas que este museoya poseía desde 1901; el Decreto 772,por el cual se crea la Academia de laHistoria de Cuba, firmado por el presi-dente José Miguel Gómez y susecretario de Instrucción Pública y Be-llas Artes, y la biografía de José RamónGuiteras Gener escrita con los datos fa-cilitados por su padre, el escritor yeducador cubano Antonio Guiteras, quetambién facilitara una foto de su hijofechada en febrero de 1868.

    En 1911, Figarola Caneda no olvidaen su Revista la conservación de docu-mentos al agrupar en su “BibliolitiaModerna” los factores destructores depapeles e impresos y ofrecer detalles delmal uso del cartón amarillo y engrudo,la costura de alambre y remaches, losperiódicos enrollados, los paquetes malhechos y la dirección y franqueo sobrelos impresos (1911, pp. 9-19). A conti-nuación, salva la errónea interpretaciónde un texto de don Felipe Poey, quienno aconsejó nunca impedir el deteriorodejando empolvados libros e impresos.

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    Muy escasos habían sido hasta la fe-cha los donativos recibidos por laBiblioteca Nacional, y en los tomos de1911 y 1912, Figarola Caneda no sóloagradece la generosidad del doctor An-tonio Sánchez de Bustamante, sino quecompila las obras que este donara so-bre Derecho Internacional y lasdescribe en estricto orden alfabético,según las remisiones recibidas el 13 denoviembre y el 18 de diciembre de1911.9 Este catálogo quedaría inconclu-so al no continuar la Revista en estaprimera época.

    En el tomo de 1912, Figarola publi-ca “Escudos primitivos de Cuba”,erudita contribución histórica que inclu-ye las ilustraciones correspondientes, ylas reales órdenes, reales cédulas y ac-tas relacionadas con los blasonesconcedidos por España a Cuba en lossiglos XVI-XIX (1912, pp. [5]-123).

    Y en 1913 logró un pequeño núme-ro de 64 páginas que no se imprimiócompleto. La parte impresa contiene las“Memorias inéditas de Gertrudis Gómezde Avellaneda (1836-1838)”, apuntesde viajes desde su salida de La Haba-na hasta su llegada a Sevilla, dedicadosa su prima y amiga Heloísa de Arteagay Loinás (sic), y un texto inconcluso ti-tulado “El movimiento lingüístico enCuba”, sobre el desenvolvimiento delgriego en nuestro país, estudio que dieraa conocer su autor Juan Miguel Dihigoy Mestre en la Universidad Nacional deGrecia con motivo del Congreso Inter-nacional de Orientalistas, celebrado enAtenas, y que en los años 1914 y 1916fuera publicado completo por la Im-prenta Siglo XX.

    El sabio director de la Revista logróen esa, su primera etapa, una publica-

    ción digna de una Biblioteca Nacional,consagrada a salvar manuscritos, repro-ducir documentos, compilar bibliografíasy necrologías biobi-bliográficas, así comoa dar fe de su impecable y premonitorialabor en la institución a través de la“Sección Oficial”, puerta abierta al fu-turo desarrollo de la gestión bibliotecariadel país e imprescindible documentopara la historia de la Biblioteca y de suRevista.

    Una verdadera proeza en medio delas penurias de esos años marcados porla Ley Arteaga, la cual sancionó el pre-sidente José Miguel Gómez prohibiendopagos con signos representativos de lamoneda (1909), la Ley de Canje deVillanueva por el Arsenal, nociva a losintereses nacionales (1910), y la ley quefavorecía a la Compañía de Puertos deCuba, verdadero escándalo nacional(1911). Mientras tanto, se suspendíanpor 18 meses las leyes que garantiza-ban la inamovilidad de los empleadospúblicos (1911), estallaba la Guerra delos Independientes de Color, y el Pre-sidente de la República autorizaba laentrada de braceros antillanos para tra-bajar en la United Fruit (1912). En esosaños de miseria atroz causada funda-mentalmente por el desempleo, elsegundo empréstito de la República yel auge de las propiedades norteameri-canas en nuestro suelo, la ofensivacontra la Revista no se hizo esperar.Orestes Ferrara, como presidente de laCámara de Representantes, en la dis-cusión del capítulo del presupuesto deInstrucción Pública, declara no recono-cer revistas salidas de oficinas públicas.La decadencia cultural que propició nohacía posible la existencia de ningunapublicación periódica. Hasta su propia

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    revista, La Reforma Social, pronto ce-saría y mucho menos podría subsistirCuba Contemporánea. Es canceladoentonces el pequeño crédito que permi-tía a la Biblioteca Nacional tener supropia Revista, y dos años despuésFigarola Caneda se ve despojado desus prensas. La indiferencia oficialante los problemas de la cultura y dela nación le impediría resucitar su Re-vista durante el resto de su mandato, ysólo resurgiría 36 años más tarde.

    IIDon Domingo Figarola Caneda fue

    sustituido en la dirección de la Biblio-teca Nacional por Francisco de PaulaCoronado. En ese período, el intelectualy dramaturgo José Antonio Ramosfunge como asesor técnico, y en 1946Carlos Villanueva, un extraordinarioreferencista, sustituye a Coronado. Nin-guno de ellos pudo hacer renacer laRevista.

    Fue durante la dirección de Lilia Cas-tro de Morales cuando la publicaciónconsigue vivir su segunda época (1949-1958). Por esos años, el presidenteCarlos Prío Socarrás declaró que seproponía la institucionalización del país,mientras el senador Pelayo Cuervo Na-varro denunciaba al gobierno de RamónGrau San Martín por la malversación de74 millones de pesos (1949). Un nue-vo empréstito ensombrece la economíacubana (1950). Fulgencio Batista, trasel golpe de Estado del 10 de marzo de1952, hace que Cuba padezca la mássangrienta tiranía de su historia mien-tras la guerra se desencadena en lasierra y en el llano.

    La nueva directora, desde su torre demarfil, compromete al médico y eruditodoctor Rodolfo Tro y al entonces jovenhistoriador Manuel Moreno Fraginals aasesorar el trabajo intelectual y editorialnecesarios para que los propósitos pu-blicados en el primer número de laRevista (abril, 1949) se cumplieran: lacrítica de libros recientes, artículos quedieran a conocer aspectos ignorados denuestra cultura, la reproducción de do-cumentos inéditos, y la redacción denoticias y textos relacionados con la ins-titución. La dirección retoma de suprimera época los intereses de don Do-mingo Figarola Caneda.

    En los 35 números de esta época sudirectora logró dichos propósitos.

    Las portadas de la Revista fueronidénticas hasta enero de 1954: ilustra-das con viñetas tipográficas del sigloXVI, y en la contraportada el mapa deCuba de Benedetto Bardonne (1528).

    En sus primeras páginas, rinde ho-menaje al Maestro de Juventudes,Enrique José Varona, en su centenario.

    Francisco de Paula Coronado

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    Moreno Fraginals publica algunos do-cumentos de José Álvarez de Toledo,10y en el segundo número los manuscri-tos de Anselmo Suárez y Romero, loscuales aún conserva la Biblioteca Na-cional (166 descripciones bibliográficasnumeradas con indización onomástica yun índice de artículos de Suárez y Ro-mero, que aparecen en esta colección).Al final inicia dos secciones imprescin-dibles para el estudio de la bibliografíacubana de la época: “Relación de librosrecibidos de la Propiedad Artística yLiteraria remitidas a la Biblioteca Nacio-nal en conformidad con lo dispuesto enla Orden Nº 54 del Gobierno Interven-tor” y “Bibliográficas”, con comentariosy críticas de libros recientes firmados porprestigiosas personalidades de la cultu-ra cubana, tales como Marcelo Pogolotti,Julio Le Riverend, Elías Entralgo, Emi-lio Roig de Leuchsenring, entre otras.11

    En el número de febrero de 1950,Lilia Castro de Morales perfila los pro-pósitos y funciones de nuestraBiblioteca de manera que esta consti-tuya el gran depósito de la producciónintelectual de la nación y la suministra-dora del trabajo bibliográfico necesariopara el conocimiento y divulgación dela cultura cubana. Punto de partida quejustifica la publicación de “La prensacubana en Estados Unidos durante elsiglo XIX” (febrero, 1950), relación deperiódicos cubanos editados en los Es-tados Unidos en esa centuria yatesorados por la institución; “Cuba.Viajes y descripciones (1493-1949)”,repertorio compilado por el doctorRodolfo Tro (mayo, 1950) con una bi-bliografía anotada en orden alfabético,la cual señala en cada caso la ubica-ción de los documentos de quienes, al

    visitarnos, nos revelan datos, hechos ycostumbres de nuestro país, informa-ción hasta esa fecha desconocida porlos estudiosos (617 asientos bibliográ-ficos); y “Balance del indigenismo enCuba”, de Julio Febres Cordero (agos-to, 1950), erudita obra bibliográfica quepodría considerarse piedra angular so-bre el tema (136 notas y 739 asientos).

    Y si bien en el año 1950 la Revistaes casi invadida por estos sólidos reper-torios bibliográficos, también celebra elcentenario de nuestra bandera con elensayo “Historia y simbolismo de laBandera Cubana” de Francisco J. Pon-te Domínguez.

    En 1951, Lilia Castro de Morales, amodo de editorial incluye su discursopronunciado en la Feria del Libro, el 30de noviembre de 1950, en donde abo-ga por una Biblioteca Nacionalvinculada al trabajo educativo, posee-dora de un personal inamovible, unaley de depósito obligatorio sobre todaobra impresa y un poderoso instru-mento de conservación en beneficio

    Lilia Castro de Morales

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    del libro. El doctor Rodolfo Tro tradu-ce “La poesía negroide reciente dePuerto Rico”, de Lawrence S.Thompson; Manuel Isidro Méndez re-laciona los documentos necesarios parainterpretar con acierto lo sucedido enla Mejorana y Dos Ríos; José RiveroMuñiz publica su ensayo de una biblio-grafía tabacalera; Signe A. Rooth sehace eco del centenario de la visita aCuba de Fredrika Bremer, novelista sue-ca e iniciadora del movimiento feminista,quien nos legó una objetiva visión de lavida y las costumbres de La Habana(se incluyen algunos de sus dibujos yacuarelas); y el doctor Luis Felipe LeRoy y Gálvez da a conocer el docu-mento fundacional de la Universidad deLa Habana, “Breve Apostólico de SuSantidad Inocencio XIII”. Antes, en elnúmero de abril-junio de ese año, LeRoy había publicado una breve reseñade la primera Cátedra de Química enCuba y del primer químico cubano. Yya a fines de 1951, en el número co-rrespondiente a octubre-diciembre,Emilio Ballagas sitúa a nuestra poesíaafrocubana dentro del movimiento de lapoesía afroamericana surgida en losEstados Unidos y en países de Améri-ca Latina y del Caribe. Además, laRevista reproduce el contrato entre elpintor Perovani y el mandatario delobispo Espada, en relación con los fres-cos que adornan la Catedral de LaHabana, y el primer documento cuba-no en relación con la constitución de la“Hermandad de los Plateros”, uno denuestros más antiguos sindicatos, a pe-sar de su ropaje religioso.

    Entre otros temas de interés históri-co, “Los últimos años” del doctor TomásRomay, Rodolfo Tro y Rodolfo Pérez de

    los Reyes, el “Repertorio teatral cuba-no”, de Jorge Antonio González, y lamonografía histórica “Lecturas detabaquerías”, de José Rivero Muñiz cie-rran las páginas del tomo dos,abarcador de los cuatro números delaño,12 el cual devela aspectos olvidadosy otros ignorados de nuestra cultura.

    En 1952, la Revista celebra doscentenarios: el nacimiento de don Do-mingo Figarola Caneda, quien al decirde nuestro José Martí “[…] tenía sufuerza en el corazón”,13 y el del biblió-grafo chileno José Toribio Medina conun imprescindible ensayo sobre esteenciclopedista al cual se añade la re-lación de sus obras en los fondos dela Biblioteca Nacional. En el númerouno aparece la primera colaboracióndel profesor Salvador Bueno: “París enla literatura cubana”; en el numerodos, la tesis de grado de AntonioNúñez Jiménez sobre la cueva deBellamar; en el tres, el proyecto deledificio que hoy ocupa nuestra institu-ción de los arquitectos Govantes yCabarrocas,14 la biografía del cafetalAngerona de Manuel Isidro Méndez, yla cartografía del término municipal deSan Antonio de los Baños, de Rosario deCárdenas; y en el número cuatro, la mo-numental “Bibliografía cafetalera(1790-1952)” de Francisco Pérez de laRiva. Se incluyen a partir de este tomotres, los documentos sacramentales deRafael Nieto Cortadillas, que se publica-rían hasta octubre-diciembre de 1956, ylos documentos para la historia colonialde Cuba, de Arturo G. Lavin.

    En el año del centenario de nuestroJosé Martí, la Revista dedica íntegra-mente su primer número al Apóstol denuestra independencia.15 Entre otros es-

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    tudios se encuentran “Entraña y formade Versos Sencillos”, y “Sugerenciasmartianas”, de Manuel Isidro Méndez;“Las dos Españas de Martí”, de EmilioRoig de Leuchsenring y “Martí y lostabaqueros”, de José Rivero Muñiz, loscuales ocupan un lugar selecto en la bi-bliografía martiana de la época.

    Del número dos podrían serantologables “Breves consideracionesalrededor de la acción de San Pedro”,de Luis Felipe Le Roy y Gálvez, y “Lascosas de Noda” de Julio Febres Cor-dero. Este último, un extenso ensayobiobibliográfico con 155 asientos com-plementados por una clave de siglas,una addenda y una cronología. Reper-torio que demuestra que “La vida deNoda no puede escribirse sino por lascosas de Noda”, según sentenciaraFrancisco Calcagno acerca del “sabiomás laborioso de Cuba”, palabras cier-tas de José Martí.

    Pero algunos cambios sufrirá la Re-vista en beneficio de su estructurainterna, a partir del número tres, al or-ganizar sus contenidos en secciones:“Vigencia del Ayer” con estudios delpasado como lecciones de presente;“Temas e Indagaciones” con investiga-ciones más recientes, y “Vida de losLibros” con un activo panorama de lopublicado en Cuba bajo el subtítulo de“Bibliográficas”, título usado anterior-mente con el mismo propósito. A estaúltima sección se añaden “Notas e In-formaciones”, “Estadísticas de laBiblioteca Nacional”, y la acostumbra-da “Relación de obras inscriptas en laPropiedad Intelectual”.

    Ese número recuerda en “Vigenciadel Ayer” el centenario de la muerte deFélix Varela Morales y los 50 años del

    fallecimiento de Eugenio María deHostos, en medio de otros aportes al es-tudio de la vida y la obra de José Martí.

    De Félix Varela aparece el prólogo asu obra Instituciones de Filosofíaecléctica para el uso de la juventudy su disertación segunda “De los princi-pios de los cuerpos” (edición de 1814);de José Martí, “Catecismo democráti-co”, crónica sobre la obra homónima deHostos publicada en El Federalista deMéxico, el 5 de diciembre de 1876, asícomo “Ante la tumba de Varela”, otracrónica publicada en Patria, el 6 deagosto de 1892; y de Eugenio María deHostos, “Por la memoria de Aguilera”,carta que dirigiera a Diego VicenteTejera aparecida en la revista habaneraEl Fígaro, el 10 de agosto de 1902, bajoel título de “En honor de Aguilera”.

    Y en el número cuatro, esta secciónse hace eco del centenario de la muertede Domingo del Monte con su reseña crí-tica a Poesías, de José María Heredia,dada a conocer originalmente en El Re-visor Político y Literario, en 1823.

    En “Temas e Indagaciones” de esosúltimos números de 1953, otros textoscompletan la bibliografía martiana delaño del centenario: “Martí y su amor alos libros” de Gonzalo Quesada y Mi-randa, la bibliografía martiana de donFederico Henríquez y Carvajal publica-da durante 50 años, y “Martí, elParaguay y la independencia de Cuba”,estudio de Juan J. Remos que da a co-nocer dos cartas inéditas del Apóstoldirigidas al ilustre paraguayo José S.Decoud.

    En 1954, la cubierta de la Revista in-cluye un dibujo del edificio de laBiblioteca Nacional en construcción y loscontenidos se organizan en las secciones

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    antes descritas.16 “Vigencia del Ayer”celebra el centenario del nacimiento deJuan Gualberto Gómez con “La cues-tión de Cuba en 1884”, artículos quepublicara en El Progreso, de Madrid,sobre la situación de su país; y “LaConvención y la Enmienda Platt”, do-cumento histórico de altos valoresjurídicos. En “Temas e Indagaciones”se incluyen algunas resonancias delcentenario del Apóstol: “El culto a Martíen la Argentina”, de Manuel PedroGonzález, y “Coloquio de los héroes”,diálogo entre José Martí y loslibertadores más allá de los datos y losdocumentos.

    Vuelve a su portada anterior17 en1955 y añade la sección “Testimonios”,que incluye opiniones a su favor de ins-tituciones y personalidades cubanas yextranjeras. En “Vigencia del Ayer” re-produce documentos relacionados conCuba procedentes de otros países: “LaHabana vista por un mexicano e