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“Con el morral a cuestas..” ...bocados y retazos de mi tierra

“Con el morral a cuestas..” ...bocados y retazos de mi tierra

Profr. Abraham Montijo Monge

(c) Abraham Montijo Monge.(c) Editorial La Bicoca.Derechos Reservados.

C. Electrónico: [email protected]

CON EL MORRAL A CUESTAS...BOCADOS Y RETAZOS DE MI TIERRAPrimera edición. Marzo del 2007.

Diseño de interiores: Emmanuel Ávalos Ríos.Diseño de portada: Lic. Francisco Sánchez López.Prólogo: José Escobar Zavala (Crónista de Cajeme).

Impreso en MéxicoPrinted in Mexico

A MIS GRANDES AMORESQUE ME HAN ACOMPAÑADO SIEMPRE: Mis Padres, eterno recuerdo; Mi esposa, fiel compañera;Mis Hijos, razón de vivir; Mis Hermanos, sustento y apoyo filial.

DEDICATORIA:

� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

PRÓLOGO

Este libro educa y divierte...

Por José Escobar Zavala, Cronista Municipal de Cajeme.

De simpático y sugerente título, “Con el Morral a Cuestas. ..”, esta obra es un morral literario de rico contenido. Los relatos versan sobre la naturaleza, las características am- bientales, las vivencias de personajes reales, los pueblos de la sierra con sus usos y costumbres, sin excluir las inquietudes sociales. En este peregrinar que va de la mano con sus 70 años de existencia, el autor, Profesor Abraham Montijo Monge, rescata y le da nueva vida a crónicas de grato sabor histórico, como es el caso de “Estampas de la sierra”, “De la mano con Cajeme”, “Boda de pueblo”, “La argolla de mi compadre” y mucho más que a lo largo de los años ha dejado plasmadas en las páginas de diversos periódicos y suplementos culturales. En el fondo pudiéramos decir que sus ideas se orientan hacia la búsqueda de una verdad objetiva y un orden estable dentro de las tradiciones del pasado. Para evaluar la calidad del Profesor Montijo como escritor, basta analizar a priori cualquier artículo, ensayo o crónica de su vasta producción. Conjuga su cultura y el buen manejo semántico, con la sencillez que tanto agrada a todo tipo de lectores. En sus cuartillas va compaginado el tempe-ramento sensible de su personalidad. Se pule y sabe definirse cuando el tema es escabroso. Está consciente de que el aná-lisis y el conocimiento veraz evitan las deformaciones de juicio tan peligrosas para la verdad histórica. Cuando cita a la hermana población de Navojoa, lo hace para poner énfasis en la hospitalidad de sus gentes. Escribe con conocimiento de causa ya que recién ingresado al magisterio, de escasos 17 años, fue maestro de quinto año en la legen-daria escuela Talamante. Y cuando hace referencia a esa agrupación cajemense conocida como “La Bitachera”, que dio pauta para un

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movimiento político que desembocó triunfante en la conquista de la presidencia municipal en el proceso electoral de 1970. El “alma máter” de esa agrupación ciudadana fue Próspero Cota Esquer, a quien todo mundo cariñosamente llamaba “Popelín”. En el Comité de Auscultación Política, el Cap. Juan Souque Limón figuró como presidente, mientras que el profesor Montijo ocupó el cargo de Secretario. En lo personal, al margen de mi condición de perio-dista, también fui miembro de “La Bitachera”, y fue en esa aciaga cruzada cívica cuando hice amistad con el hoy autor de: “Con el Morral a Cuestas...”, que por ese entonces se desempeñaba como director de la Escuela Fernando F. Dworak. A partir de esa aventura política, pude ir valorando sus atributos como educador responsable, hombre de bien y ser humano enamorado de las letras y de la vida misma. En la fluidez de la prosa del autor, se percibe el palpitar de una preocupación que lo vincula con su época, la inquietud social, considerada no desde el punto de vista del historiador clásico, sino con humana vibración que no puede ocultar su raíz serrana de contacto franco y directo con la naturaleza. “Con el Morral a Cuestas...” es un libro de blanco contenido, exento de dislates y palabrotas (no podría el Profesor Montijo traicionar su estilo y modo de ser), apta para toda clase de personas, de cualquier edad, amantes de la lectura. Pero para los lectores de los pueblos serreños y demás lugares que conforman la escenografía visualizada por el autor, significa, así lo creo, un grato reencuentro con las imágenes y aromas del ayer y, ¿Por qué no?, con el mismo presente. Por supuesto. entre esos lugareños se encuentran los habitantes de Naco, Cananea, Navojoa, Rosario y San Rafael de Ures, donde Don Abraham Montijo Monge vino al mundo un 3 de marzo de 1935. Solo resta vaticinar que la buena acogida a este libro, se sumará justamente a los logros y reconocimientos que ha obtenido Don Abraham a lo largo de una existencia dedicada a la docencia ya una activa participación por el desarrollo social y cultural de Cajeme. Su nombre se encuentra inscrito en la placa de Cajemenses Distinguidos, que se halla en la planta alta de Palacio Municipal. La distinción se dió en noviembre

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del 2002, con motivo del septuagésimo quinto aniversario de la designación del Municipio de Cajeme. El Profr. Abraham Montijo Monge, nació el 03 de marzo de1935 en San Rafael, Ures, Sonora, siendo sus padres Francisco Montijo Villanueva y Esthela Monge Figueroa. Contrajo matrimonio con Evadina Cervantes Encinas, de cuya unión con amor y buenaventura nacieron nueve hijos: Minerva Leticia, Aracelia{+), Aurora, Abraham, Marco Aurelio, Deyanira, Danaeé, Marco Tulio y Marco Servlo. Realizó sus estudios de primaria y secundaria en Guadalupe y Ures Normal, en el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio en Hermosillo, Sonora; La Normal Superior con especialidad en Ciencias Sociales la cursó en Oaxaca, donde fué fundador del Instituto Superior para trabajadores de la Educación “Ricardo Flores Magón”. En su trayectoria educativa de más de cuarenta años, ha servido en plazas de primaria, secundaria, preparatoria, en Navojoa, Nogales, Rosario, Bácum, Pueblo Yaqui, Francisco Javier Mina (Campo 60) y Quetchehueca. Con motivo del 75 Aniversario del Municipio de Cajeme, el Consejo Calificador de “Los Que han Hecho Cajeme”, designó al Profr. Abraham Montijo Monge, integrante del grupo de personas distinguidas, por haber impulsado, fomentado y coadyuvado a difundir arte, cultura, educación, en nuestro municipio. Con una activa participación en el desarrollo social y cultural de Cajeme, recibió la placa de “CAJEMENSE DISTiNGUIDO”, orgullo que comparte con su familia.

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Con motivo del 75 Aniversario de Cajeme el Consejo Calificador de “los que han hecho Cajeme” designó al profesor Abraham Montijo Monge, integrante del grupo de personas distinguidas por haber impulsado, fomentado y coadyuvado a difundir arte, cultura, educación en nuestro municipio.

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PRESENTACIÓN

Esto de escribir es la única alternativa que nos queda para seguir creciendo, para continuar siendo nómadas por los caminos y senderos del cuento, los llanos amplios de la leyenda, los espacios donde hacen eco las voces de la crónica y los polvos de las paredes de las viejas casonas hablan de historia y de recuerdos, pegados de las faltriqueras de los pantalones de los hombres o agarrados a la guagüila que ajus-ta la pretina y calzoneras a la cintura de las mujeres que dieron e hicieron de qué hablar.

Ahora para entregarles nuestra pepena esculcamos el morral, el fiel compañero de las veredas y barrancas. Reporta, salen figuras, pueblos, caminos, personajes haciendo o ya sin luz ni sombras. Son retazos literarios sobre los atardeceres sonorenses que desparraman su policromía sobre la tierra amada, esteparia y bravía. Sobre los amaneceres que despuntan cada día en el horizonte, delineando las crestas de las serranías negras, en el oriente, por donde inicia el sol su andar cotidiano. La pupila del andariego, por la querencia y el arraigo a la casa geográfica, recoge, hasta el cabeceo de una iguana, que se asoma en el agujero de un tronco del viejo palofierro o el traqueteo del picotear del pájaro carpintero, en la dura y roñosa madera del jito, el árbol de la llanura solitaria, bañada por los quemantes rayos del sol de estío.

Andanzas y correrías por extensas latitudes geográficas nacionales y estatales, por largos caminos, montados en medios de locomoción disponibles, nos permitieron recoger y armar éste material que esperamos, usted lo disfrute, en la sencillez de su redacción y contenido. En reciprocidad a la benevolencia, al sustento para ejercer lo que nos fue impuesto por el destino, con la fuerza del crédito vital que nos proporcionaron y disfrutamos hasta hoy, le entregamos a Sonora esta recopilación en la modesta obra “Con el Morral a Cuestas”, como aportación al acervo cultural que ya la distingue en el concierto de las demás entidades del país.

Agradecemos su amable participación con la crítica, envuelta en los ropajes y zagalejos, productos de la compren-sión dentro del marco de la urbanidad y la cultura.

PROFR. ABRAHAM MONTIJO MONGE

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CONTENIDO

Dedicatoria..............................................................................7

Prólogo....................................................................................9

Presentación..........................................................................15

PRIMERA PARTE.- VIDA FAMILIAR

“Forjando la vida para conquistar y lograr esperanzas…”

1.- Nostalgia Otoñal...............................................................19

2.- Frijolitos.............................................................................20

3.- Amor del Bueno................................................................22

4.- El Luto Entró.....................................................................24

5.- Mañana Dios Dirá.............................................................26

6.- Vidas Paralelas.................................................................28

7.- Hace Apenas 78 años.......................................................32

8.- La Gran Amenaza.............................................................35

9.- Mordeduras del Tiempo....................................................38

10.- Aquellas Pastorelas de la Infancia................................. 41

11.- Faltan Hombres.............................................................. 44

12.- Aguas que no Volverán.................................................. 46

13.- Queridos Maestros......................................................... 49

14.- Querencia y Arraigo........................................................ 53

15.- La Vida Cambia.............................................................. 55

16.- Pa´que se hagan hombres............................................. 58

17.- La hombría de bien.........................................................63

18.- El Molino de San Rafael.................................................68

SEGUNDA PARTE.- VIDA NÓMADA

“Recogiendo Figuras y recuerdos…”

1.- Por el Río Sonora………………...……………………... 72

2.- Caminos de México……………………………………...75

3.- Rumbo a Cananea………………………………………. 78

4.- Nómada y Caminera…………………………………….. 89

5.- Tesoros Arqueológicos………………...………………...92

6.-Tierras Tamaulipecas ……………………………………. 95

7.-Sonora Anduvo los días calientes……..………………..101

8.-Llegaron por fin las lluvias…………………………….....105

9.-Por Siempre Navojoa………………...…………………..108

10.- La Bitachera……………………………………………..112

11.- La Mesa del Campanero……………………………….116

12.- Viaje por las Californias…………...…………………...119

13.-La Parcela de Los Machetes…………………………...126

14.- Cantos Lejanos…..……………………………………..129

15.- Chilares…………………………………………………. 133

16.- Paisajes de Sonora……………………………………. 135

TERCERA PARTE.- ESTAMPAS Y PERSONAS

“Estampas y personas que hicieron crónica…”

1.- Estampa de la sierra………………………………………139

2.- De la Mano con Cajeme…………………………………..141

3.- Las Macetas Borrachas……………………………………145

4.- El Sordo y El Mocho……………………………………….148

5.- La Argolla de Mi Compadre…………...…….…………….151

6.- Don Olegario………………………………………………..154

7.- Cuidado con los alambres..!....…………………………...156

8.- Es el Padre de Tus Hijos..! …...…………………………..158

9.- Ni que Naco fuera tan grande...,.……...………………....160

10.- El Buen Cánchira………………..…….………………….162

11.- El Platanito………..………………………………….……165

12.- Estampa Sonorense…………………..………………….168

13.- El Origen del Menudo Sonorense…..…………………..170

14.- De rosarios a Rosarios. …...…………………………….172

15.- El Abandonado..…………………………………………..175

16.- Trago Amargo……………………………………………..177

17.- Boda de Pueblo…..………………………………………179

18.- Una Simple Pistolita.....…...……………………………..181

19.- El Pollorio……………...……………………….………….184

20.- Pero con la zorra encaramada. ………………………...186

21.- Norteños chichimecas……………………………………189

NOSTALGIA OTOÑAL…

A-ie emou ne uata...

Recién entró la estación, el agua de lluvia ha sepultado el calor de la ciudad. Los rayos solares son tiernos, más cuando apenas empiezan a tramontar, marcando sus perfiles que le proporcionan el nombre, la serranía de Baroyeca (nariz de perico).

Los laureles de la India (yucatecos) y sus follajes verdes, apenas tiemblan con soplo macilento del agradable vientecillo matinal. Nubecillas mugrosas, motean algunas partes del cielo.

Es el despertar del otoño.

Esta mañana apacible, serena, que los dioses tutelares, reflejan con brillos y colores en la laguna del Náinari, para disfrute de sus hijos obregonenses, amanecí con el sentimiento tembelequi, quebradizo y quejumbroso de buqui chípili, requiriente de arrumacos, con sabores de ternura maternal. ¡Un viejo setentón con alma de niño!

En este estado de ánimo, matizado de recuerdos y añoranzas filiales, participan, para remachar el clavo, con onomatopéyica actuación y su melancólico canto, dos palomas habaneras que apenas ayer llegaron a casa.

Así se aflojaron las fibras del alma, afloró el sentimien-to, recordando al ser de toda la vida, el amor de siempre que vivifica y sensibiliza:

“No recuerdo tus caricias cuando pequeño,si también disfruté de tus besos.Menos me enteré de tus afanes,

pero ahora, cuando han pasado los años:¡Madre mía! Cuando me siento niño¡Cuánto quisiera darte un beso!”...

Bien atendido, en aras, prados y surcos de tierras lejanas, hemos dejado caer en recíproca actitud, amorosamente semillas de cariño y la mejor intención.

Madre, de ti me acuerdo...

A-ie emou ne uata...

Profr. Abraham Montijo Monge 1�

FRIJOLITOS…

Aquellos años de adolescencia y juventud fueron duros por la “abundancia de escasez”. La dieta alimenticia obligó a mamá Esthela, a confeccionar receta culinaria, familiar especial, que nos ofrecía solícita y acongojada:

“Frijolitos por la mañana; frijoles de la olla con orégano y cebolla picadita a mediodia y frijolitos fritos al oscurecer» .

Completaban el menú cotidiano, las gruesas y «saruquis tortillas de maiz» que salían hinchaditas del comal de tierra, untado con cal o hueso quemado, para que no se pegaran. Feriados eran los días de platillos especiales de carnes blancas o rojas. Era un regocijo saborear una sopa de arroz con pollo. Sucedía esto cuando sentenciaban a un emplumado por “encimoso y se cuacha aquí y allá”. Al final venía el postre a base de bichicoris empanochados, o un buen troncho de panocha con cacahuate, fabricada allí mismo en la Hacienda de San Rafael.

En San Rafael de Ures, tuvo lugar un combate entre maderistas y fuerzas del gobierno; los dias del 23 al 26 de marzo de 1911. Se tiene en la historia de la revolución ma-derista en Sonora, como el más sangriento. Don Quico, mi padre, entonces un chiquitín “de brazos” estuvo a punto de perder la vida, merced a un capricho de la soldadesca federal, que rodeaba las instalaciones de ladrillo y adobe, del Molino de trigo “San Rafael”, dentro del cual se protegían los maderistas y habitantes del poblado.

El momento crítico lo vivió don Quico, en unión de su mamá, mi abuela, cuando algunos soldados gobiernistas por travesura y diversión, se colige, dispararon sus máuseres contra «el blanco», que ofrecía el cajete de frijoles, “que Ma´Panchita” llevaba en su mano derecha, doblado el brazo hacia arriba. En el brazo izquierdo, acurrucado contra el pecho materno, se hallaba Don Quico ¿Buenos tiradores federales? ¡Lioj ca taia ¡...¡Sabe Dios!.

Después de varios días del combate y sitio de San Rafael, el terruño enraizado en la querencia pura y diáfana, a don Abraham Montijo mi abuelo, le tocó recoger el campo a cambio de no colgarlo, pues lo habían hecho prisionero en

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los carrizales, que densos y extensos poblaban las márgenes del Río Sonora, en un lugar llamado El Potrerito. El historiador Don Antonio G. Rivera nativo del lugar, da cuenta del quehacer al respecto:- «Numerosos y grandes montones de cadáveres se hicieron en la plazoleta del lugar, y regados con petróleo, al ponérseles fuego dieron a los azorados vecinos de la hacienda el espectáculo horrendo de inmensas piras humanas, cuyos “leños” se retorcían al crepitar del fuego en horribles contorsiones...” Mención especial merece la actuación de doña Juana Paredes, la heroína, del sitio de San Rafael. Allí, en esa acción de guerra, cimiento de las grandes bata-llas constitucionalistas, recibió su bautizo de fuego, entonces jovenzuelo de dieciséis años de edad, quien andando el tiempo llegaría a ocupar alta plaza militar en la Defensa Nacional. Fue el General Juan José Gastélum Salcido.

Los datos en tremolina, abunda la crónica oral, la entretenida y sustanciosa charla de don Quico, que a veces recibía intervenciones de dos de sus ayudantes en las faenas milperas: Juan Palacios y Manuel González... Juan, cuando el jugo bacanorero recorría los noventa mil metros de canales venosos de su cuerpo entonaba el corrido “En Santa Rosa una acequia, fue el fin de tanto pelón…” Recordaba su participación en la batalla de Santa Rosa y donde estampó, por siempre invicta, la firma, en el arte de guerra, el manco Obregón.

Manuel, enjuto, cara larga y medio jomudo, orgulloso y lleno de gusto conservó el tiempo de su vida; tres monedas de oro, que le había “regalado mi general Obregón, después de que habíamos tomado la Plaza de Nogales y al encontrarme herido de una pierna en la estación del tren…

Hombres similares regaron sangre y esfuerzos en una lucha que buscaba la tranquilidad social, para arrancarle a la tierra todo paridora, los productos de la alimentaria nacional. Muchísimos no recibieron ni horruras del triunfo. Quedaron por ahí en las sombras del anonimato y el derecho al cuento en la participación guerrera… y nosotros, todos aztecas, mayas o chichimecas, ioemes, ioris y tepujas nos hemos olvidado del sacrificio revoluciooario...

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AMOR DEL BUENO…

¡Hijo e’puchi... Qué rápido estamos acercándonos pa’IIá, pa´l terrenito de la Vera paz. Tal parece que el tiempo cabalga a galope tendido, disfrutando al moldear cuerpos de los seres vivos, objetos y cosas, como el viento cambia la superficie de los desiertos.

Pero mientras no nos destruye y acaba con nosotros, vamos a jugar con los recuerdos que por su intensidad y sus efectos quedaron grabados en la memoria, como queda la marca de herrar candente impresa por el vaquero en el tronco de un palofierro. Indeleble por mucho tiempo.

Hace una decena de lustros, sucedió el encuentro con una bella y hermosa damita de figura alta, esbelta, bien formada, rostro encantador y unos ojos del color de las matas del monte. Verde, maduro y firme, brillante frente al sol.

Resulta que nos encontrábamos en una fiesta familiar que don Alfonso Flores, muy conocido como “El Quinina”, había organizado en su domicilio, en la colonia en aquel ayer llamada, Plano Oriente y a la cual nos había invitado con toda cordialidad al profesor José Manuel Leyva Durazo y a mí, que laborábamos en la escuela primaria “Presidente Alemán”.

Aquel hogar se hallaba engalanado convenientemente, con orlas, flores y cadenas multicolores; tapizando techos, paredes y muros recién pintados de blanco, sobre los cuales ya empezaban a restallar, los aires de la música de viento en vivo.

Al jolgorio que iba subiendo de tonos y movimientos ,arribó un grupo de damitas muy bonitas y distinguidas, sobre las que se fueron nuestras miradas. Una de ellas, involuntariamente, sin darse cuenta, rozó con su hombro izquierdo la pared, manchando aquella parte de su vestido con la caliza pintura. Cual barbián, atrevido y muy comedido y solícito con un “dispense señorita” con leves palmadas sacudí el polvo impertinente. La joven volteó rápidamente, temerosa y desconfiada, voz en tono bajo, rostro sonrosado, me dio las

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gracias. Nos miramos a los ojos brevemente. Temblaron mis piernas y una emoción recorrió en ese tiempo mi flacucha humanidad. Turbado y turulato por aquella mirada, me propuse conquistarla, hacerla mi novia, del caballero procedente de tierras ejidales cercanas a Ures.

Mi amigo y compañero Manuel, a pedimento expreso, me las presentó. El ya las conocía y sabía sus nombres. Ellas, las cinco, urdieron la broma y me proporcionaron nombres distintos. Así me lo dio a maliciar el colega docente, por lo que les entregué el mío con fuerte y franca voz: “Mi nombre es Florindo Flores Floreado y me dicen Florero...” La risa generalizada rompió el hielo, dando paso a la camaradería y sus ocurrencias.

Ella, apenada, pronunció su nombre real: Evadina. Para lavado de la pena accedió a bailar conmigo. Lo cierto fue que nos habíamos prendado una del otro. Cuando nos dimos la mano pasó aquello que sucede cuando el hijo que empieza a caminar se agarra de nuestro dedo índice y entonces nos trasmite una sensación de confianza y comprensión que va a dar al corazón.

Pedí a los músicos nos complacieran con aquella canción: “Hay unos ojos que si me miran/hacen que mi alma tiemble de amor...” Fue la rúbrica de un noviazgo que en tiempo y forma culminó, cual debe de ser, en matrimonio ante Dios y la sociedad.

La voz de Humberto Cravioto, retumbante en el interior del recinto de un teatro local, removió la tierra para el renacer de este hermoso recuerdo. Una de las interpretaciones me proporcionó una flor, la reina de las flores, una rosa, para la reina de mi hogar, mi fiel compañera, mi linda esposa. La ofren-da era voz: “ ¡Júrame...!/que aunque pase mucho tiempo/no olvidarás el momento/en que te conocí...”.

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EL LUTO ENTRÓ…

Sobre el fondo azul pálido del cielo, acuarela inconfundible de los días invernales, pasan algunas nubecillas de gris sucio. El vientecilIo candelillero, al fin del norte, azota el rostro, enfría la piel, entumece las canillas y produce dolencias en los tobillos. Baja de las cumbres verdes, cuajadas de montes, las que también delimitan el horizonte con los picachos pelones de Los Cochis y La Noria, los cerros, centinelas eternos del pueblo que nos parió y entregó al mundo de los coscorrones, patadas y arañazos; a la lucha por la vida. Con buenaventura por delante y buen comportamiento encima, nos hemos forjado tripones y contentos en esta bellísima y calurosa (en lo físico y humano) tierra.

Desde este entorno sanrafaileño, sobre una mesilla patuleca, trasto inconfundible en el patio de un hogar ejidal, pergeñamos el presente trazado, rogando al dios tutelar, que nos proporcione emisario para ponerlo en manos del gruñón editor; Ramón Íñiguez Franco y entablar la charla con usted, amable amigo y lector, ya una vez puestos en la vereda del nuevo y trastabillante tiempo.

Confesamos que sobre nuestro ánimo para con-feccionado, atisban las cortantes, aristas de la angustia y aflicción. Mientras el querubín de la familia celestial, haciendo pininos, anuncia con su nacimiento la salvación de todos los hombres y brinda paz a los de buena voluntad, nuestra hermana Eva lucha denodadamente por la vida en una sala del Seguro Social de la capital sonorense.

Las noticias que recibimos aquí en el patio de la vieja casona de gruesas paredes, no son muy buenas y mucho menos halagüeñas. Alarman y mortifican, al grado que nos hacen pensar que la barca de Caronte ya fondea, esperando en las oscuras y tenebrosas aguas de la laguna Estigia. Muy preparados y resignados, rogamos que suceda un milagro para que el tétrico y horripilante barquero se regrese con la barca vacía.

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Lo que haya que suceder, lo espero sentado bajo la sombra macilenta de un viejo limonero que deja pasar débiles rayos de sol, rumiando la impotencia y la angustia para ayudar a la hermana (la tercera en el orden descendente de la dinastía) en eI duro trance en que se encuentra. ¡Qué desesperación! Solamente musito jaculatorias, oraciones breves y fervorosas...

Mientras tanto, El Apache, el nietecillo dosañero, se entretiene con un troquecito de racas, el juguete que le trajo el santoclós, ajeno al dolor que anega las almas de la parentela, la numerosa concurrencia familiar. A un lado del mataviejos - así les llamo a mis nietos - una gallina abada y bonchi, reliquia de la vieja costumbre de criar gallinas para el consumo de huevos de gallo-gallina, aventó su cuacha aguada, maloliente y de color achocolatado. Al ver al animalucho emplumado, sin cola, recordamos, la zumba y revolcada que le dieron los macedonios del cambio, a la emblemática águila del Escudo Nacional. Tal parece churea mordisqueada por un coyote de los breñales desértico de Sonora...

El luto entró a la casona de los bellos recuerdos. Por las leyes de la muerte, nuestra hermana Eva, partió hacia las llanuras ignotas, que el Supremo Creador ha dispuesto para las almas buenas, a su cuidado y por los tiempos sin final. Con dolor profundo la despedimos en el panteón de Guadalupe de Ures, repitiendo las palabras circuladas por el compás: “Querida hermana, tú, sin luz y sin sombras, descansa y reposa. Larga paz a tus huesos...”

Y envuelta en una sonata de violines, no preci-samente de Stradivarius, partió la silenciosa y horrible barca de Caronte…

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MAÑANA, DIOS DIRÁ…

Bueno, pues este día ya no se hizo nada; a ver mañana… “dijo el vale sacudiéndose el fondillo de los pantalones que tuvo replanado todo el día, ya pardeando la tarde a su choza, la casa de cartón, a enfrentar el cuadro cotidiano: rostros famélicos, sonrisas débiles y hornilla apagada. Transcurrió un dia sin trabajar, ahí en las bancas, bajo los árboles donde tienen su bolsa de trabajo los desocupados, en la plazuela que lleva el nombre de 18 de marzo, fecha en que fue expropiado el petroleo mexicano, para beneficio de la nación de las mexicanas y mexicanos.

La frase se repite en el tiempo. A dos mil kilómetros de lejanía, cuando el vale de las botas de charol rinde su segundo informe de labores y trabajos al frente de los destinos nacionales, de las mexicanas y los mexicanos. Un escenario distinto. Mucho protocolo, ambiente espectacular, luces y sonidos en pantalla mundial; se fue un año más sin rentas ni beneficios. Se fueron doce meses y un hombre con el morral al hombro repleto de “metas inconclusas”, proyectos y propósitos estériles, palabras huecas y verbos vanos, en medio de una asamblea protagónica ajena y alejada del drama real que atosiga a la nación. Ya veremos, pues, qué se realizará el año que sigue. Cierto es que se ha perdido mucho tiempo. Lo realizado cabe en un cucurucho de papal de changarro chino.

El protagonista principal de la jornada informante, se fué en viaje especial, hacia horizontes australes, a participar en una asamblea de paises muy ricos. Los contrariados y los escépticos dicen que lleva documentación lista para realizar trato y venta de las arenas del Chichonal y la lava pétrea del Seboruco, ya que no fue posible la privatización de las industrias eléctrica y petrolera, mucho menos instaurar el valor agregado en los alimentos y medicinas. Fue despedido antes de los solemnes y sonoros tonos, de los bronces patrios, con todo el respeto a la investidura presidencial, con magras palmas y estruendosas rechiflas. Los ausentes del recinto y el ceremonial, los campesinos que esperan apoyos y directrices para hacer producir sus tierras, los albañiles que pegan ladrillo sobre ladrillo en las construcciones, los que levantan el riel

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con el dolor de sus espaldas, los hombres del campo que miran, como año tras año la campiña se va deteriorando, los asalariados que dejan de comer o se quedan sin servicio de energía eléctrica, los pobres de rostros macilentos y huellas de raquitismo en su cuerpo, los jóvenes con título y documentos universitarios que no encuentran trabajo, las mujeres, las amas de casa que ya no saben como hacer rendir el mísero salario, en fín, todos los que demandan respeto y justicia social seguramente le acompañaron con la tonada del Samai u aca, el consejero de la nacionata ioreme y el acompañamiento de tu nana y tu tata, tu nana y tu tata de la guitarra campirana y pueblerína en noches de luna y mezcal:

Una coneja de aquí, le dijo a la de Sonora…Mira que el tiempo perdidohasta los santos lo lloran, Una coneja chiquita…le dijo a la mas grandotaahora me tiento una oreja…pero no me alcanzo la otra.

Padre, consérvanos la esperanza, la paz y la libertad… Itom a atachaiua, jijap si ne mica… Padre nuestro, concédenos vida… ¡Inapo caita culpa!... Yo no tengo la culpa…

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VIDAS PARALELAS…

San Rafael es un pueblo para soñar...o para delirar.

Se atemoriza y sobresalta cuando las grandes avenidas del río Sonora braman y se salen de madre. Vive apacible y tranquilo cuando la corriente cantarina y mansa serpentea entre manchas de berros, quelites dietéticos y ricos, muy ricos en yodo y hierro, y entre frondosas arboledas de sauces, álamos y taraices.

Tiempos de bondad y bendiciones, que ya son muy escasos.

Hoy, el pueblito bonancible y alentador, está somnoliento, herido cotidianamente por el sol tan nuestro; atosigado por la sequía y abrumado por las necesidades. Pocas personas aún llenas de buenos días y buenas tardes. Todas entradas en años. Los jóvenes están pa´l otro lado. Mucha tierra hecha polvo, mucho, polvo para las altas columnas de los remolinos; mucha ruina.

Plaza y Kiosco de San Rafael, Ures, Sonora

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El medio circundante es de tranquilidad impuesta. Calor, mucho calor; flora sedienta, matorrales resecos...

Los añosos mezquites viven amenazados por los carboneros.

San Rafael parió sus personajes que se crecieron en el misterio de sus fuerzas, su trabajo, sus actividades que dieron de qué hablar. Se grabaron en la memoria del poblado. A nosotros nos corresponde ahora charlar sobre esas vivencias con usted, a echarlas afuera.

Don Pancho Morales, un hacendado con fama de cacique, pues era resaca del huertismo, decía que fue diputado federal, que habiendo juntado capital al vender sus dietas por adelantado, se refugió aquí, donde ya vivía su hermano Alberto. Pasaba los días replanado en una poltrona de mimbre, leyendo periódicos y revistas, bien sombreado por altas y frondosas piochas; enfundado en holgados trajes de fina manta blanca, calzando, además, lujosas pantunflas de piel.

Don Pancho vivió bien en una enorme casona que se atravesaba en el poblado, de poniente a oriente. Sembraba varias hectáreas de tierra a su entero capricho. Todavía no lIegaba el reparto agrario. Ocupaba varios peones salarios de cincuenta centavos diarios, aderezados con rezongos fuertes y palabras gruesas.

Construyó y dirigió un molino harinero. La harina y otros productos del trigo, empacados en sacos de manta, llegaron hasta Álamos, EI Quiriego, Movas, Tónichi, La Colorada y La Dura, pueblos de auge minero a la alza y por ello bien poblados. La manta de los costales harineros terminaba en la confección de sábanas, calzoncillos y calzones. Estos últimos eran sujetados a la cintura por un cordón que las mujeres llamaban guagüila.

También atendió una extensa y bien surtida huerta con árboles frutales que producían naranjas, membrillos, duraznos, granadas y limones. Algunas frutas se envasaban

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dando buenas conservas para el postre después de la comilona del mediodia. Levantaba buenas cosechas de caña de azúcar que convertía en panocha, puntos y cañas enmieladas. Con el bagazo de la caña, después de quemarlo, obtenía la materia prima para fabricar jabón.

Debido al desarrollo comercial y a la calidad de los productos de la hacienda San Rafael, se tendió la primera línea telefónica en Sonora, cubriendo una distancia de ocho kilómetros entre Ures y San Rafael.

Don Pancho Morales era muy respetado y hasta se le temía. También se decia cosas de su personalidad por su cráneo mondo y lirindo, piel güera, rostro pigmentoso, narigón, ganchudo, larga y gelatinosa papada, voz cascada y estruendosa: a cada rato aventaba acuosos y abundantes escupitajos, motivo por el cual le idilgaron el sobrenombre de El Gargajiento.

La plebe le tenía miedo. Su nombre se relacionaba con familias de estirpe y prosapia de la región. Vivía separado de la familia oficial y tuvo varios hijos por fuera. Hombre creativo, de empuje, emprendedor, para movilizarse utilizaba un liviano carruaje negro con toldo de lona, jalado por una mancuerna de mulas gordas, relumbrosas y bien pelechadas. Cada vez que iba a Ures, se ajuareaba con traje y corbata.

El otro actor de la historieta, la otra cara de la obra, haciendo y trabajando por el poblado, fue Miguel Bracamontes El Borumbo. Hombre modesto, trabajador y versátil, figura de permanencia activa. Cuando no vestía chaparreras y espuelas de vaquero, se le veía ordeñando vacas y haciendo quesos, o se le encontraba en el hogar de algún vecino, destazando un puerco o ya pegando adobes en alguna construcción y hasta cortándole el pelo a algún buqui mechudo, después de regresar de la labor milpera con su pala al hombro.

“El Borrumbo” tenía aretes, aperos, y herramientas para realizar el servido que le fuera requerido. Chamba por estar siempre dispuesto a realizar, nunca le faltaba, a pesar de su cuerpo medio chapurneco, piernas cortas y encorvadas,

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rostro mofletudo, adornado de ojos chicos, mirada muy viva y brillante, y un manojo de cerdas blanca bajo la nariz chata, andar cansino y calzando infaltables teguas en los pies.

San Rafael tuvo su esplendor. Por algo encierra más historia que cualquiera de las once municipalidades que forman la municipalidad de Ures. Tuvo ciudadanos que hicieron mucho. Cumplieron con sus responsabilidades y obligaciones. Hoy los recordamos con respeto y admiración.

Una de las fotos es del verdadero Kiosko de San Rafael de Ures, que sufrio una remodelación de su estructura original, ya que no contaba con estructura metálica ni tejaban.

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HACE APENAS 78 AÑOS…

Más de un tostón de años hemos venido andando de la mano con Cajeme. Aquél, usted y nosotros, detuvimos la marcha aquí, toda vez que el paraje reunía las condiciones convenientes, para hacer vida y darle perfiles y sabores al destino y a la existencia. La acogida y la recepción fueron buenas, amables y cálidas; una verdadera invitación para desmontar ruedas, ejes y soltar el macho de la carreta. Desde aquel entonces Cajeme es nuestro, está aquí adentro, en el lugar de las cosas que se aman.

Con entusiasmo y sumo interés empezamos a hacerle cariños y visajes de aprecio, esculcando la historiografía de su masa social, escudriñando su cuerpo geográfico entre los montes de selvas, matorrales y pastizales, remontando sus lomeríos y cerros como; El Sochi, El Sayagín, La Tuna, La Ventana, Los Chiqueritos y El Sandial, hasta “remojar las patas” en los arroyos de la subcuenca hidrológica municipal, como El Chiquillo. Los Cuchus, Los Amoles y El Chopal. Cajeme, cada año, celebra el Aniversario de haber adquirido la categoría de municipio. Lo hizo con estricta fidelidad, principios y normas, que rigen la vida institucional de Sonora. Con gusto y real contento lo hemos acompañado.

Se hizo libre y soberano cuando las aguas de la heredad favorecían sus campos con abundancia y hasta dispendioso. Cuando la tranquilidad tenía momentos breves. El movimiento incesante y ruidoso de maquinaria y camionetas, huía por las calles con salidas al valle, donde el trabajo febril soltaba a todo pulmón las palabras: barbecho, siembra y cosecha. La llanura extensa y dilatada era un colchón de verdor llena de vida, correspondiendo al sol el calor bienhechor y esparcía al ambiente en redor, los olores de la salud y el bienestar.

Pronto Cajeme adquirió famas de rico y acaudalado. El juglar campirano grabó la copla: “Cajeme tan rico/ donde hasta el más chico/ gasta su tostón…”

Sí es cierto, que la fortuna camina muy aprisa; en aquellos ayeres, muchos hombres cajemenses la alcanzaron

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con tenacidad, mucho esfuerzo, ardua labor y entereza, voluntad y hombría bien intencionada y de firmes propósitos.

Sintiendo los trasiegos cotidianos, mejor dicho sus efectos y rozaduras, los tenaces labriegos encendían la fragua del quehacer a la hora de cantagallo, alto el lucero madrugador y rendían la faena cuando iniciaba su titilar la estrella de la oración; en los horizontes ariscos y remontados del Cocoraque sobre las espaldas de Carlos Feuchter, Babel Gallegos, Miguel Cortés, Ignacio Gutiérrez; Rafael Pablos, Eduardo Vargas, Germán Pablos, capitán Mendívil y René Gándara Romo, entre otros.

Poco a poco, a Cajeme ha ido recibiendo lo que necesita y bienmerece. En el año de 1980, un grupo de obre-gonenses unió criterios y entusiasmo a fin de erigir en Ciudad Obregón, un monumento que perpetuara para todas las generaciones la insigne figura del General Álvaro Obregón, tomando en consideración el vacío que inexplicablemente, existía en nuestra ciudad hacia el revolucionario, no obstante que lleva por nombre su apellido.

Se dio forma a la idea del periodista Mario Vázquez Jiménez, integrándose el Patronato Pro Monumento al General Álvaro Obregón Salido de esta manera: Ricardo Topete Polín, Presidente; Mario Vázquez Jiménez, Secretario; Enrique Moreno Quirós, Prosecretario; Ingeniero Roberto Oroz Ibarra, Tesorero; Vocales: Sergio Gastélum de la Vega; MVZ Pedro Ortiz Trejo, representante de la Junta para el Progreso y Bienestar de Cajeme; licenciado Rolando Álvarez, representante del sector agrícola; José Llamas Sandoval, representante del sector comercial, Próspero Cota Esquer; por el sector ganadero; Profr. Abraham Montijo Monge, representante del sector de educación primaria; Teodoro Dennis Muñoz, representante del sector público; licenciado Arturo Gaxiola Flores, de la banca privada; Eduardo Prieto, del sector industrial, Severo Girón y Nemesio Parra Acuña, del sector ejidal y del Comité de Damas; Bettina Mazón de Rosas y Cecilia Dondé de Herrera; Pedro Márquez Carrillo, coordinador de actividades y comunicación; como auditor, fungió con responsabilidad y atingencia el C.P. Federico Lernmen-Meyer,

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y maestro de ceremonias, el profesor Jorge Herrera Chavarría; presidente honorario, el ingeniero Adalberto Rosas López, que regía los destinos del Municipio.

La ocasión amerita seguir el baile en la cancha de Don Juventino Vázquez y en la orquesta a Chabelito Sánchez y sus hijos Carlos, Felipe; Juan y el Benny, quienes lograron famas en orientes de México y Los Ángeles.

Calle del pueblo de San Rafael de Ures, a la izquierda de la misma se observa la casa natal del el autor, donde este dio su primer berrido al llegar al mundo.

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LA GRAN AMENAZA…

¿Cómo encontrar fragancias, sabores y formas, figuras y nombres, cuadros y reminiscencias del ayer?

Pues vete por a’i, pian pianito, rodando por la amplia y panorámica carretera federal 15, ya sea pa’tu tierra natal o pa’rriba o pa’bajo, según el curso de la corriente que prefie-ras tomar. Como es el espinazo del complejo carretero sonorense, donde quieras te sales y agarras el ramal que te sirva para llegar a tu destino. Es seguro que algo de lo que buscas cosecharás para contento o inconformidad. Dalo por hecho. Sentirás cambios en las diástoles y sístoles, desde pasos de tres por cuatro valseados al estilo alemán, hasta arrebatados y violentos como en los zapateados sinaloenses, acompañados de tuba y tambora.

A pocos kilómetros al norte de la capital, Hermosillo, abandoné la 15 con rumbo a los pueblos del Río Sonora, con destino final en Ures.

En todo el trayecto, la llanada está cubierta de malezas y manchas tupidas o ralas de pastos y plantas altas, leñosas, mostrando sed y deshidratación en los follajes por la falta de agua y el cañoneo intenso de los quemantes rayos solares, despidiendo al estío. Bajo el cielo de Sonora son escasos los zopilotes que en acompasado vuelo otean desde las alturas la llanura en busca de carroña. Ya no cruzan los caminos las chureas, para temor de los caminantes crédulos, que las consideran aves de mal agüero y que hacen en el aire por tres veces, la señal de la cruz para deshacer el mal augurio. Tampoco se atraviesan las liebres orejonas, en veloz carrera perseguidas por el coyote hambriento.

La flora es de color verde grisáceo. No llena el de los veranos lluviosos. No despide las fragancias y aromas del monte sano, exuberante y pleno de nuestros tiempos niños. Poco se aprecian los adornos de la estación, con la floración de los tabachines y los sanmiguelitos. Empobrece. Se presenta enferma de raquitismo, por la carencia de materia orgánica y minerales en la costra de tierra que la sustenta.

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EI hombre egoísta, prepotente y destructivo, buscando comodidad y bienestar con disfrute, ha roto la cadena de la vida. Destruye y saquea los bienes, recursos materiales de agua, oxígeno, madera, alimentos, todo cuanto es preciso para vivir. Los taladores, por ejemplo, hacen leña, carbón y postes, los bosques campesinos. El proceso de agotamiento y malversación de esos bienes, que en el planeta, es necesa-rio recordarlo, son finitos. Existen organismos, asociaciones y clubes que se la pasan estudiando y firmando protocolos con el fin de proteger y estudiar, la forma de conservar y cuidar las riquezas naturales.

Mientras tanto la amenaza de acabar con pinares, mezquitales y palofierrales está latente, así como algunas espe-cies de la fauna sonorense como la tortuga de monte, la zorra, los tlacuaches y los batepis, están en vías de extinción. Se han destruido sus hábitat. Seguramente nuestros mataviejos (nietos) los conocerán en fotografías.

El sol perdía fuerza, en su declive por la cuesta vespertina, despidiendo los últimos días del verano.

Mi hermana Dorita -por cariño le digo Mi Cuadradita- con la mirada, señala a un joven, que en breve instante pasará frente a nosotros y me dice:

- Mira, hermano, ¡qué tristeza!, ese que viene allí es El Güerito, el hijo del Zurdo Moreno, ¿lo recuerdas?

Tratando de disimular el pasmo, observé aquel cuerpo de movimientos y pasos macilentos que al pasar bloqueó los rayos mortecinos de la tarde. Aquel muchacho no hace mucho tiempo era un zagal resollando salud y vigor, la energía la resumía por los poros. Hoy está convertido en un ente enjuto, seco, cadavérico, un verdadero carcaj, un costal de huesos.

- ¡Carajo! ¿cómo es posible? ¿qué le pasó...?, interrogué asombrado, ya imaginando las causas.

¡Las drogas, las malditas drogas, hermano! Las que también han acabado con la vida tranquila de la comunidad.

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¡ Duele !...

Después de una existencia colmada de carencias y necesidades, se les enciman los estragos de las drogas. Los valores familiares, los vínculos filiales tan fuertes, arraigados profundamente en el alma de las comunidades rurales, de un puñado de habitantes, se han hecho añicos. La delincuencia ya reside en ellas. La sombra del cosmos negro de las drogas las arropó. ¡Lástima...! Vienen al canto, los versos de Claudio Hinojosa, el regiomontano:

Si a los vientos preguntaspor aquellas fraganciasque a las flores robaban

de su corola al besar,quizá un hálito leve

vencerá las distanciasy los silfos silvestressuspirando le dirán

que hay aromas que pasany que no volverán…

Mi comunidad natal sufre y padece. Pero aún con aflicción y el ánimo contrito, nos regresaron con la panza llena y el corazón contento. Zampamos como pelones de hospicio y acechamos siestas de reyes capones. Todos los sagrados alimentos que comimos, fueron con el amor y el cariño de nuestras queridas sobrinas; Blanquita y Nena Palacios Montijo… ¡Que Dios las guarde...!

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MORDEDURAS DEL TIEMPO…

Cuando la muina y la nostalgia juntas invaden y picotean el amor, el sentimiento por la tierra lejana de la nacencia, agarramos los restos del crédito vital que nos fue concedido, lo hacemos liacho junto con unas mudas de ropa y unos cuantos pesos en la bolsa y nos vamos pa’ lIá, pa’ San Rafáil. Otros agregaditos son la emoción y las ganas de hacerlo. Además hay muy buenos caminos por aquella región urense y los pueblos de más arriba sobre el Rio Sonora.

Recalar y alojarnos en la vieja casona de “las paredes llenas de polvo/donde tan felices fuimos”, como dicen Angelina y Manuel en sus canciones de dos voces en guitarra, es remover emociones y reminiscencias con todas las implicaciones de necesidades, dolencias variadas, dichas y alegrías, pocas satisfacciones que edulcoraron y salaron la supervivencia de la niñez y la adolescencia.

Templo de San Miguel Arcángel

Ures, Sonora

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Es sentir las mordeduras del tiempo que tan rápido pasó. Se fueron los años y se llevaron las voces de la crónica del devenir del pueblo. Las oscuras noches se tragaron fechas, datos y antecedentes sobre la fundación de San Rafael, una de las once comunidades más importantes del municipio de Ures. Es tierra vieja que no pierde encantos y atractivos. La envuelven vientos con aromas y rasgos del pasado quelar, localizado en el mero corazón de Sonora, que de paso parió al distinguido político y escritor Antonio G. Rivera, uno de los constituyentes del Congreso de Sonora.

Aquel rostro de la tierra, rozagante, mofletudo y satisfecho, sus huertos, floridos, desaparecieron para no volver.

… Y la cerca de alambre.

que estaba en el frente

también se cayó...

San Rafael, morada de un puñado de gentes que suenan en días de fiesta y danzan de gusto cuando algo reciben del sector gobierno. Poco a poco ha ido recibiendo algunas mejoras. En tiempos lentos y tardíos le llegan regalos de la atención oficial. El edificio actual de la escuela primaria fue construido durante la administración de Ignacio Soto Durazo. Ostentaba la modesta escuela rural el nombre de Emilio Carranza, el intrépido piloto aviador héroe de la aviación civil mexicana, que realizó un vuelo sin escalas de México a Washington el 12 de junio de 1928.

Con sentido y ánimo cultural, sentimiento regionalista, le fueron entregados kiosco y plaza por el gobierno presidido por el Dr. Samuel Ocaña García y gracias a la tesonera actitud del ejidatario - a la sazón comisario de policía del lugar- Juan de Dios García Leyva “El Pat’el Diablo”.

Atraen, ilustran y enamoran. Prueba de ello son las regias construcciones habitacionales que se levantan cerca de la cuneta de la carretera y que son propiedades de gentes que

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esperan lograr pensiones y jubilaciones allende las fronteras norteñas para venir a vivir aquí.

San Rafael llegó del siglo pasado, siendo una próspera hacienda productora de trigo, caña y árboles frutales, y a la vez fabricaba harina, cremas y salvados, panocha con diferentes ingredientes como semilla de calabaza, ajonjolí y cacahuate; también había envasado de conservas. Fue la primera población sonorense a la que se introdujo maquinaria industrial y a la que se dotara del servicio telegráfico para comunicarla con Ures a una distancia de diez kilómetros aproximadamente.

Tierras y hacienda, factoría y molino harinero, cañas y harinas y frutas se acabaron. No se volvieron a mover ni a producir. Desaparecieron cuando los terrenos fueron cuadriculados para dotar de tierra a los campesinos creados por la intención populista del cardenismo. Los propietarios de aquel emporio productivo fueron los pujantes e innovadores hermanos Francisco y Alberto Morales, ambos promotores y artífices también del movimiento maderista del 1910.

La calle principal, la que da acceso al poblado fue remodelada con árboles y cementos, jolgorios y arreglos de boulevard. Le impusieron el nombre del mártir sonorense Luis Donaldo Colosio. Idénticas obras realizaron en otras comunidades como Guadalupe, El Sauz, llevando el mismo nombre en tiempos del licenciado Manlio Fabio Beltrones Rivera. Tres bancas de plazuela, hechas de mosaico o granito le fueron donadas por el ingeniero Rodolfo Félix Valdez cuando llevó los destinos de los sonorenses a cuestas. Durante la administración positiva, constructiva y progresista de Faustino Félix Serna mi pueblo recibió fuerte impulso en materia de salud, deporte y justicia social, al ser dotado de agua potable, luz eléctrica y unidad deportiva. La voz alborozada, con evocador regocijo, festiva y guasona del campesino asienta: “Ese pelón sí quedó muy bien con nosotros. Con la luz hasta las gallinas ponen dos veces...!”

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AQUELLAS PASTORELAS DE LA INFANCIA…

Cuando el vientecillo frío producido por “el aletear de la grulla” hiela las orejas, entiesa las manos y entume las canillas, el pensamiento maduro de la experiencia aconseja la reclusión en las habitaciones o invita para acortar la noche encender el brasero, al cual haciéndole círculo se abren las compuertas a la conversación, la relatoría eje cuentos, consejas e historietas, mientras a la par se da cuenta de una buena ración de cacahuates.

En los lejanos terrenos ejidales del recuerdo, este tipo de reunión producía una verdadera comunicación y una real convivencia familiar, armonía didáctica y ameno aprendizaje y escucha del consejo.

A la vuelta del cerro La Noria Blanca ya venían en trote sostenido los días de Navidad y sus pastorelas, unas representaciones teatrales jocoserias, eminentemente populares, cuyos temas o contenidos anuncian a unos pastores el nacimiento de Jesús. El pasado, el tiempo que ya no es, se mantiene firme, constante, persiste a pesar de los mandarriazos de los internetes. El voluminoso libreto de una pastorela, según relató don Quico, mi padre, fue llevado a San Rafael por allá en el 1916 por doña Dolores de Cuen quien procedía de Mátape.

Entre los vecinos se escogían los actores a saber: 12 vecinos para el desempeño del papel de pastores; uno para el de Luzbel; dos más para los de los otros demonios; uno para el papel del Indio; otro para el del Ermitaño y otro más para el de Bartola.

Para el papel del Ángel, el príncipe de las milicias celestiales fue escogido por buen mozo y listo don Quico Montijo. Peleaba con gran denuedo, utilizando su reluciente espada contra todos los demonios y los vencía y humillaba hasta postrarlos y ponerles un pie en el pescuezo.

Desacertada era la actuación del Indio, cuando iba a adorar -así lo disponía el papel- al Niño Dios.

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El Ermitaño reprendía y aconsejaba a todos mostrando un enorme rosario confeccionado con limas (los Padres Nuestros) y de tejocotes( las Aves Marías), por ello era objeto de las travesuras de los buquis y demás plebes.

Bartola daba rienda suelta al papel del perezoso. En cuanto los pastores detenían la marcha, él tendía una zalea en el suelo dedicándose a dormir y a roncar. Nada ni nadie lo despertaba, ni los ruegos de los pastores invitándolo a ir a Belén:

- En Belén está la gloria/Bartolo vamos allá.

- Si quiere la gloria verme/quevenga la gloria acá...

Sin aparente dificultad, mi querido viejo sesenta años después recordaba algunos parlamentos que se daban entre Bato uno de los pastores y Luzbel:

Luzbel:- Ah, de campo caballeros,¿Que hay por aquí de contento? vale más llegar a tiempoque a veces ser convidado...

Bato: - ¿Qué se ofrece caballero, que con tanto desenfado a este sitio habeis llegado con proceder tan grosero?

¿Acaso vos de ese cerroeráis quien veníais bajando?¿ Por ventura andáis buscandoalguna cosa perdida?¿O eres algún homicidaque os andáis desfigurando?

Luzbel:- Persona soy de primera,dominación que al momento

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vuela más que el pensamiento,por el cielo, mar y tierra,por ende en cualquier lugar,es diferente mi esfera...

Cuando la tropa comediante llegaba al escenario, uno de los pastores anunciaba con el siguiente verso el inicio de la función:

- Al fin de una larga jornada! hemos llegado a esta cumbre,encendamos una lumbre,porque hace un frío de la chingada...

No cabe duda, eran tiempo de diversión a base de ingenio y voluntad genuina de hacer cultura, sin remilgos ni prejuicios.

Nosotros sin sueño, con los ojos pelones, de tecolote, deseábamos que don Quico continuara sus relatos. Afuera sobre la fría y blanquecina planicie titilaban los Tres Reyes Magos a punto de remontar las alturas en los horizontes orien-tales.

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FALTAN HOMBRES…

“¡Hijo de su…!”, se quejaba, el abuelo, “cuando no es la cula es la culata”, al sentir las reumas o los calambres en los músculos sartorianos, dolencias en las canillas o hinchazones en los tobillos, por el quién sabe por qué. Nada por los años, menos por lo viejo.

En nuestros quejidos hay revoltura de esa levadura. Por culpa del tarifario leonino de la Comisión Federal de Electricidad, se nos malogró, frustró el viaje que habíamos planeado hacia horizontes cachanillas, concretamente a Ensenada. Nos quedamos con las ganas y los enormes deseos de refrendar cariños y afectos heredados con familiares residentes en aquellos lares de climas frescos y ambientes envidiable. Claro, también darle una buena lata al cuñado, exigiéndole las buenas vituallas de la hospitalidad, de la comilona y la francachela.

La impotencia, el coraje, os hicieron vomitar furibundos conceptos, palabras y palabrotas, ajos, víboras y centellas. Rodaron por el lodo del muladar, los más elementales principios de educación y urbanidad: sensatez y cordura. En la reflexión deseábamos ver a los autores de las dizque subsidiadas nuevas tarifas para nuestra tierra en un estanque, perseguidos por un cocodrilo chimuelo. “Molacho”, nos corrige el metiche de “El sácalepunta”. Con tremendo dolorón de cabeza y escupiendo bilis, hubimos de entregar poco más del sesenta por ciento de la pensión, a la caja registradora de la odiada empresa paraestatal. Al pago mensual que recibimos le llamamos de otra forma, pues tarda un mes en llegar y nos dura tres días. ¡Es como la menstruación!

Tenemos la seguridad de que cientos de cajemenses respetables y apreciados coterraneos hicieron lo propio; rezongaron y llenaron el pentagrama renegado y del desquite de notas negras y corcheas bravas y maldicientes, ante tan descarado y oneroso cobro oficial.

Afirmo sin pedir disculpas, que fuimos más pecadores de palabra que el famoso padre Amaro y sus lances amoro-

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sos. ¿Qué más se puede hacer en estos casos de manotazos y dentelladas al salario de la supervivencia? ¡Echar pestes…! Vomitar herejías.

Sonora, abrasada por el sol canicular, con temperatura afiebrante, y luz cegadora, proveniente de la rueda de cobre, camina con los ánimos destemplados, desmoralizados, sumidos en el derrotero de la frustración y la impotencia. Solamente se escucha la voz de la mujer. La batalladora lideresa del barrio, la que responde por la supervivencia hogareña, la mujer trabajadora del pueblo, la que sufre los reverberantes rayos del sol en el pavimento citadino, la que va al trabajo.

“¡Vamos, Sonora!... hoy la luz”, invita a la rebelión contra el abuso, sobre el derecho que nos asiste a tener una tarifa preferencial en estas tierras de climas fieros, hostiles, esteparios y extremosos. Y solamente se escucha la voz femenina, demandando justicia y legalidad, consideraciones y respeto.

Mientras tanto, la responsabilidad masculina se ahoga ante la sangre fría de la indiferencia, la carencia de valor, la desaparición de la varonía entre las arenas, del no hay nada que hacer, es imposible toda acción, toda lucha.

A consecuencia del sucedido bilioso, se nos inflamó la pata derecha. El dedo gordo casi vomita el ácido úrico. Inmo-vilizados, vamos a correr por el arroyo de la calle la política del cambio convertido en fruslería y baratija.

Ocurre al canal del recuerdo la voz de Linda Ronstdat entonando la canción de su padre:

“Sol redondo y coloradocomo una rueda de cobrea diario me estás mirando,a diario me miras pobre.

Sol que tú erestan parejo para repartir tu luz,habías de decirle al amo...hacer lo mismo que tú...””

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AGUAS QUE NO VOLVERÁN…

En veces, cuando el rebalse de los recuerdos se resbala, empujado por los eructos del alma, deseosa de desandar los trancos del tiempo, cual basachi, llevado por la corriente del arroyo, se forman vivencias y estampas.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

El acompasado salía de la acompasada garganta del vaquero arreador, con el fín de avivar el trote de las caballerías dentro del redondel, levantado con piolas y cabrestos, atados a delgados postes de saúz o taraices que circundaban la era. Área de terreno bien apisonado sobre el cual se levantaba la parva de gavilla triguera, que a base de tanta pisada y pisada de las bestias, habría de triturarse para arrancarle el fruto, el dorado grano de trigo.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

Aquel falsete a manera de acicate, se repetía constantemente, mientras el jinete y los caballos daban vueltas alrededor de la parva de espigas, que a manera de pirámide, se alzaba varios metros del suelo y poco a poco se iba consumiendo bajo las machacantes pezuñas, hasta quedar triturada, lista para aventarse en pungaradas, a las corrientes del aire de mediados de junio.

Así se obtenía la cosecha del trigo. Para evitar tarantas por aquel baile de tatahuilas, el arreador de vez en cuando ordenaba media vuelta a la caballada nerviosa y sudorosa o le daba pequeños descansos que aprovechaban los hombres para voltear, sacar la paja molida o bajar nueva dotación de gavilla de la cúspide de la parva.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!… ¿Arre crinudas cabronas!”

Volvía el trotar, el tronar de las pezuñas sobre el suelo de espigas harineras. Los labriegos no tenían descanso, volteaban y volteaban con las horquillas la paja, poniéndola, al paso de las patas equinas. Dura, fatigosa era la faena que tenia

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de pilón, como ayudantes, al clima y al sol tan sonorenses, mientras parvadas de cuervos y chanates rasgaban el espacio, perseguidos por sus eternos enemigos los picacuervos.

“¡Yegua! ¡yegua! ¡yegua!”…

Así se ejecutaba la trilla del trigo en mi solar sanrafaileño y parcelario; una forma de producción agraria consistente en la reunión de varios minifundios para lograr mayor rendimiento de producción. En verdad fueron tiempos de esfuerzos y miserias, de apego y amor a la tierra. Arraigo real y pocas fanegas de trigo. Mucho sudor y pujidos dejados sobre el surco y también muchos almudes de incomprensión y demagogia oficial, esparcidos sobre la mísera película orgánica de las sementeras ejidales.

Caía la parva bajo el pisoneo de las patas de la caballada a las tres o cuatro del día. A veces pardeando la tarde, cuando el sol rendía su jornada. Los campiranos, cubiertos de polvo y sudor y una urticaria provocada por los alhuates que obligaba a la rasquera en todo el cuerpo, festejaban el fin de la tarea, aventándose buenos churumbones de oloroso bacanora con el fin de limpiar el gaznate y la ronquera con tanto grito.

Las mujeres los esperaban bajo la sombra del añoso álamo, con el lonche bien caliente: el guajicopo, refrescante atole de trigo y el puchero de abundante caldo, carne y huesos, trozos de calabazas arotas o sehualcas, ajos y cebollas y el infaltable chiltepín regional; abundantes frijoles con la zoguilla mantecosa, las aromáticas y muy sabrosas tortillas sobaqueras. Por cierto ¿a quién se le ocurrió bautizar tan rico alimento con tan despectivo nombre?

Se arremolinaban aquellos campiranos alhuatados y sudorosos a darle rienda suelta al diente. Una vez llenos, puestos a tres riatas, organizaban la charla, la .retahíla de cuentos, refranes y proverbios. Recordamos al Chango Bracamontes. Arreador, buen jinete. Estatura mediana, mirada vivaz y lengua brava, un lobanillo sobre la ceja derecha; le ponía sal y pimienta a la convivencia, arrancándoles la piel a personajes de bien regionales.

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- ¡Hijo, Qué soba hemos llevado! Ya quisiera ver en esto al Huayacán Lozano, viejo avaro y cuerpo d’oquis. ¿Pa’que quiere tanto dinero? Es soltero, sin familia; no baila, no toma, no le gustan las viejas, no fuma. -¡Hijo de la chingada, ni siquiera es de los otros!

El hombre, siempre innovador, trajo las máquinas, la modernización de la actividad agrícola, modelando sin querer el divorcio entre el hombre y la tierra. Aquella cultura de producción de amor y querencia se fue en el torrente del río, en las aguas que ya pasaron para no volver.

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QUERIDOS MAESTROS…

Son las horas de maitines. Al sol le faltan pocas horas para que asome su rostro de fuego sobre el valle de nuestras querencias, y tragarse de paso el agradable frescor de las mañanas de mayo. El vientecillo agradable se lleva la modorra, mientras nos acompaña el ritual rutinario y maña nero que realizamos al aposentarnos en el portal hogareño: un tosido, por allá un escupitajo, el primer sorbo de café colado en talega y la primera pulgarada de humo. El periódico aún no llega. ¿Qué noticias traerá? ¡Ca taia!

Entre sorbo y bocanada del tabaco golpeador pulmonar, observamos el desparpajado andar de las hojas secas y otras burunlangas de la basura humana, empujadas por el viento veraniego de la temporada; apreciamos el canto de los pájaros madrugadores, los gorriones y los diminutos petirrojos. Estos últimos tienen el pecho manchado de rojo, porque, según decía la abuela paterna Ma Panchita, se habían acercado hasta tocar con su plumaje pectoral las heridas de Jesús, cuando pendía del infamante madero en las laderas del Gólgota. Al asomar el sol sus cabellos ardientes, se sumarían al coro los zenzontles que tenían por hábitat los árboles de la colonia Chapultepec. El pájaro de las cuatro lentas voces, le llamaron los aztecas. Cabezón de colores pálidos, desgarbado, patas largas y canillas chubiles. ¡Ah! Pero como mexicano qué alegre y cantador.

Es 15 de mayo. El pueblo y sus autoridades ofrecen palmas y jolgorios a los maestros de la nación. Día del Maes-tro. En los huecos craneales danzan los recuerdos, figuras sonrientes, amables, que dejan escuchar aún con nitidez, a pesar del tiempo ido, voces de luz y docencia.

- ¡Borra eso de Made in México!, ordena imperativo, aplastando con el dedo índice nuestro dibujo, el maestro Gustavo Córdova, guía y mentor del quinto año, franco enemigo del imperialismo y abierto impulsor del socialismo, en los pueblos del Río Sonora.

- ¡Joven de la época! Pase al pizarrón y escriba: “Las

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aguas estancadas y pútridas de los esteros producen graves enfermedades”.

Había que analizar la cláusula, estudiar la construcción y buscar el significado de los vocablos de difícil comprensión.

Inteligente, con sencillez y respeto, nuestro personaje inolvidable, la maestra Catalina Andrade, nos proporcionaba los instrumentos de la cultura, en sexto grado de la escuela primaria Enrique Quijada, que ocupa los terrenos en donde estuvo el edificio que albergó la Escuela Normal de Ures, hoy convertida en la Escuela Normal El Quinto, en San Ignacio de Etchojoa, Sonora.

Figura medio encorvada, de estatura mediana, frente amplia, pelo quebrado, bien peinado, pegado al cráneo, una pequeña mota de pelos bajo la nariz, a manera de mostacho y vestido siempre con ropas color kaki, el maestro Canizales nos llevaba de la mano por las veredas de la geografía: “Según Emmanuel Martone, la geografía se divide en geografía física, económica y política...” ¡Qué manera de mantener el interés de la clase!

El maestro y director de la Escuela Secundaria 5 en aquel entonces “Pedro N. Santacruz”, con sabiduría y dominio, con amenidad y claridad, nos relataba la vida de los sabios y las andanzas de los héroes de la mitología griega y muchos otros sucedidos en la Cuna del Género humano, sin olvidar a Rómulo y Remo, niños que, amamantados por una loba, dieron el nombre a Roma, la Ciudad Eterna.

Recitaba con voz clara y pausada, términos sencillos, entendibles para estudio y reflexión, incitando a la construcción lírica y el cultivo de las reglas de urbanidad, la maestra de primero de secundaria Carmen Félix:

“Por una simple avellanados rapazuelos pobretesse pegaron de cachetesun martes por la mañana.

50 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

Cansados de sacudirsey obrando al fin la razón, la causa de la razónacordaron repartirse.

Uno de los dos partió la fruta;una vez la fruta partida, vieron que estaba podrida:era inútil la disputa.

Suele a menudo pasaral grande como al pequeño, que no ha de disfrutarlo que defiende con más empeño “.

El tiempo desgasta, pero no pulveriza los recuerdos, los hermosos ayeres. Hojas de andar desparpajado seguirán pasando; tal vez dejemos de tirar pulgaradas de humo, pero la rutina seguirá siendo la misma, pues ¿quién se atreve a decir que no es bello madrugar, sorber el olor del café y el humo del tabaco y ver salir el sol?

Con voluntad genuina y reverente abrazo, a todos mis compañeros maestros sonorenses.

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Generación de Alumnos de Secundaria 1949-1952De izquierda a derechaPrimera fila.- Marco Antonio Gray Jara; El autor, Abraham Montijo Monge, Cuauhthémoc Canizalez (+), Armida Salcido Jara, Ana Dolores Robles, Esperanza Bravo, Margot Bustamante y Graciela Romo.Fila central.- Manuel Gamboa, Juan Francisco Gámez, Luis Jashimoto (+), Profr, Pedro N. Santacruz, Director del Plantel; Profra. Bertha Burrola, Profr. Héctor González Ballesteros, Dolores Couviller Siqueiros, Matilde López, Ana Luisa Couviller Siqueiros, Geovannua López y Edwiges Saoufflé.Hincados.- Héctor Vázquez Olguín (+), Antonio Torres Rivera (+), María Ofelia Duarte (+), Refugio Valencia, Otilia Rivera, Lucina Siqueiros, María Antonia Domínguez y Bertha Molina.Faltan en la gráfica.- Concepción Rivera Retes, Lourdes Gándara Morales y Guadalupe Alday.

52 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

QUERENCIA Y ARRAIGO…

Descalzos, talones rajados y dedos abiertos, en tosco abanico, proporcionábamos a la existencia adolescente, los adornos de la algarabía propia de poblados y rancherías, con etiquetas ejidales, campiranas; adustas y sencillas. Época singular que se graba para siempre en el alma. Por eso al igual que el halcón peregrino que año con año vuelve al risco donde nació; nosotros retornamos con frecuencia y en vuelo del pensamiento a la tierra de la querencia y el arraigo. Allá donde los arrullos maternales nos mostraron las primicias del amor y el respeto.

Reclinado en su silla de madera de guásima, y asiento o fondo de cuero crudo, don Quico, volvía a la carga, aventando el tamo de sus recuerdos... En el combate entre maderistas y huertistas sostenido en abril de 1911 en esta comunidad de San Rafael, el general huertista Medina Barrón, al ser derrotado se vio en la necesidad de salir huyendo vestido de mujer y herido de una rodilla... Aquí en las arenosas callejas, es seguro que pintó la huella; el culto historiador del Valle del Yaqui, don Claudio Dabdoub Sicre, pues nació en Ures, la Atenas de Sonora, a seis kilómetros de distancia, el 5 de agosto de 1914. Para fortuna, tan culto e ilustre urense aún escucha los ecos del valle y las palmas ciudadanas cajemenses rindiéndole respeto y reconocimiento... ¡Salud, paisano!...

Recordaba don Quico a “muchos hombres buenos de Ures” que se fueron a Cajeme, pues ya sus impulsos e inquietudes de forjarse porvenir no cabían en estos horizontes tan pequeños. Pero comieron y saborearon la panocha de los trapiches sanrafaileños, el cocido, la carne de res con chile colorado y el café colado en talega ¡bocados de obispo!

Hombres de estirpe del Río Sonora, como: Julio César Arvizu Bustamante, Adalberto Arvizu Bustamante, ingeniero Jose S. Monge, Francisco E. Félix, Arturo Morales, Antonio Gándara y René Gándara, Filiberto Saldamando, Juan Navarro, Adalberto Navarro Vindiola, profesor Adal- berto L. Salcido, ingeniero Romeo Romo Sicre, Rafael Montijo Villanueva, profesor Enrique Domínguez Domínguez;

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presencia también notable en la crónica del viejo San Rafael es la del capitán Antonio Arce Meneses, quien siendo cananense de origen, encabezó un Consejo Municipal de Ures. Fue muy querido y respetado en el pueblo inolvidable. Hacia horizontes más lejanos a sembrar, en busca del porvenir venturoso se fueron el general Alfonso Ross Casanova, comandante de las guardias presidenciales del Presidente Gustavo Díaz Ordaz; los hermanos Roberto y Rubén Morales Aguilar. El primero incursionó en el cine nacional al lado de María Félix y Jorge Negrete en la película “El Peñón de las Ánimas” y fue presidente municipal de Silao, Guanajuato y propietario de empresa empacadora de conservas de fresa. Rubén dirigió en el país el Banco Ejidal, hoy Banco Nacional de Crédito Rural; el profesor José Lafontaine, Jr., destacó grandemente en la actividad avícola en San Cristóbal Ecatepec, Estado de México. Seguramente los príncipes de la hospitalidad sonorense en el ramo de la hotelería y el turismo en la entidad, César L. Gándara y Raúl L. Gándara conocieron las instalaciones del molino de trigo San Rafael, Don César, aficionado al canto fue integrante de un grupo coral llamado “Los Cadetes” que alegró, en actos culturales la vida social de Ures... La factoría harinera fue desmantelada para levantar el molino harinero “El Urense”, el cual fue adquirido por una fuerte empresa hermosillense para evitar la competencia en la región. Es invariable la regla del poder y la fuerza, el pez más grande se come al chico.

En los días en camino San Rafael, es como cualquier otro pueblo, pequeño conglomerado del estado de Sonora, sin porvenir y mucha historia que no redime pero la suelta de vez en cuando marcando presencia y con la mano extendida hasta que surga una conveniencia política.

54 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

LA VIDA CAMBIA…

Sobre un cielo percudido, ahumado, en cuarto creciente, camina pálida y macilenta la luna persiguiendo al sol. En los espacios, bien conocidas estrellas relucientes y ordenadas anuncian la llegada de la primera semana de Adviento y el arribo de las noches invernales.

Son tiempos de convivir y crear, de conciliar y perdonar, de levantar y fortalecer en la soledad del jonuco de trabajo, querencias, recuerdos y traer aquí estampas culturales de nuestro pueblo; llegaron ratos de conjugar ideas y aceptar consejos. Así lo aconseja Pablo Neruda:

“Queda prohibido no crear la historiadejar de dar las gracias a Dios por tu vida...No tener un momento para la genteque te necesita;comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.Queda prohibido dejar a tus amigos...”

Bajo la ramada de carrizos greñudos, recargada sobre una alta tapia de adobes roñosos y sombreada, está por un mezquitón alto, grueso, cascarudo. Organizaban los labriegos de San Rafael sus parroquias del festín y lengua suelta. En otra comunidad del Sonora actual, degradada y sedienta del sistema parcelario ejidal de tierras, con delgada película fértil, mitigante del hambre, pero muy productora de chines y jotas. Ahí a un lado del camino negro, asfaltado, ha aguantado por la gracia del Supremo Señor de los cielos, el pisoneo de los años y las tormentas de los vientos eternos.

Ahí está San Rafael, como el ombligo, donde mismo y no cambia de lugar, a pesar de la flacidez de las carnes y el peso de la edad, pero dando estampas.

- ¡Nos vemos an´que ChuIuy, bajo el mezquitón..!. Chocó el grito invitados en las orejas del Pat´el Diablo.

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- ¿De qué se trata Noragua…?

“Es que vino el Panchano del otro lado y trajo güisqui..!

¡A dió tú! ¿nomas por el Panchano?

¡Oh! Tú vete pa´lla, llévate al Chémali y la guitarra…”

Corrió la voz y se hizo el rechiflón. Llegó el Panchano frenando una picop roja, bañando de polvo a los coterráneos. Entre bullas, brotaron saludos afectuosos de contento. Rostros arrugados brindaron atenciones un poco agrias. Hubo risas abiertas y sonrisas irónicas, malosas.

-¡ Ah, jodido, que bien te ves!. Lo saludó el Chuluy RobIes.

“Tráis buena ropa y hasta camioneta del año!”, le dijo Chémali.

Posiblemente sus buenos dólares, pero presumiendo como buen chicano. Miren como nos bañó de polvo... ácido fue Panchano Moreno.

Para atemperar las punzadas y el ambiente, sobre un troncón de pino a manera de mesa, puso el Panchano dos botellas deI licor gringo. Comenzó la francuela y se pintó el cuadro pueblerino: hombres huarachudos, desfajados, mal hablados y corrientes. Borrachos hediondos y arrastrados. Ahora los adjetivizan, como suavizar el trato. Como miembros del sector social.

Tin ton, tin ton, escoleteó el Chémali la guitarra, dando lugar al nacimiento de la cultura musical de aquel grupo de campesinos, jorochis a causa del peso de la demagogia y el gorgoteo de los políticos del cambio.

Nacieron los versos en gargantas agudas:…

“Mi vida, para matarmeno necesitas veneno.

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Para que quiero más muerteque el verte en poder ajeno”.

Tampoco de aquel arroyo de felicidad y alegre el llanto vaquero:

“Chito Biado fue vaquerodesde que supo ensillar.Yo les digo a mis amigoscuando tuerzan un cabrestose acuerden de Chito Biadoy le recen un Padre Nuestro…”

También hubo notas graves y bajas en pechos roncos y bravos, pero adoloridos:

“Una coneja de aquíle dijo a la de Sonora:Mira que él tiempo perdidohasta los santos lo lloran”.

“Una coneja chiquitale dijo a la más grandota:Ahora me tiento una oreja, pero no me alcanzo la otra...”

Muchas estampas y vivencias de mi tierra se grabaron en nuestra mente. Cuánto las disfruto cuando las recuerdo. Los protagonistas se fueron, sus cantos se perdieron. Venció la transculturación al ritmo de “los tiempos cambellan, tú”.

- Como oración de despedida nos aventaremos;

“Cuatro milpastan solo han quedadoya todito se acabó ¡ay, ay, ay!Ya no hay palomas, ni flores ni aromas,todo se acabó ...”

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PA´QUE SE HAGAN HOMBRES…

Aquella costumbre, el modo especial de comportarse, adquirido por la repetición y la cotidianidad de los mismos actos, creó jóvenes y mancebos responsables, de carácter recio y voluntarioso, de envergadura firme y ejecutiva para una vida independiente. Hombres de manos callosas, rudas y fuertes, capacitados para el trabajo y la acción para cuando se echaran a rodar por la vida. También salieron lunares, mismos que cultivaron displicencia y desgano para la ocupación, aun ante los ataques de las necesidades y el hambre. A éstos en mi tierra campirana se les llama “hue….. y arrastrados”.

El despegue, el proceso de desarrollo personal, fue fríamente calculado, preparado a cabal y buena intención. El viejo, con solonesca y sólita presencia, presionaba: “O estudian o siguen poniendo el lomo”. Nuestro hermano Adán se rebeló y se pronunció al llegar a quinto año de primaria. Por consiguiente, siguió poniendo el lomo a los rayos del sol y a las friegas, agarrado a las manceras del arado, del mango de la pala, el hacha y el azadón.

La trasijante enseñanza en la supervivencia ejidal no daba tiempo para el abatimiento, el cual se levantaba con secas y terminantes órdenes, mucho menos para el desparpa-jo o la soltura del habla. Este derecho se reprimía con una gélida “mirada de pistola”.

“Queda prohibido llorar sin aprender, levantarse un día sin saber qué hacer, tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar gracias a Dios por tu vida...”

Una vez trazada la besana, el barbecho o volteo de la tierra, o “era pa’ dentro”, o era “pa’ fuera” para que se venteara bien y los nutrientes de la delgada película productiva se llenaran de sol. Después del barbecho venía el rastreo que emparejaba y sacaba raíces de malas hierbas como el girasol y el zacatón. Era un ir y venir rayando la tierra al paso macilento pero permanente de las mulas, levantando nubecillas de polvo,

5� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

con el rostro enrojecido bajo las alas del sombrero de palma de dos capas, hecho en Suaqui o Jécori y el sol gozando a plenitud el tormento a que los sometía:

“Sol redondo y colorado, como una rueda de cobre a diario me estás mirando a diario me miras pobre.

Me miras con el arado y con la rozadera, una vez en la llanura otra vez en la ladera...”

Con el riego a punta de pala y pulmón, en noches oscuras o días quemantes, se dejaba la sementera ejidal de cinco hectáreas, lista para la siembra del ciclo, estipulado en el calendario agrícola.

La siembra era, es, lo siento, lo recuerdo, una faena atrayente, llena de júbilo, de alborozo que causa regocijo en el alma y llena de esperanzas. Se realiza sobre la tierra mojada, la cual, herida por la punta del arado, se abre esponjosa y des-florada, pero se antoja feliz, contenta por aquellos cariños del hombre. Para completar el cuadro, tras el labrador canturrean los gorriones, los chanates y los cabezones picacuervos, capturando en la tierra olorosa gusanos y otros pequeños insectos.

Había altos en la jornada para darles descanso a las mulas y saciar la sed en los pozuelos que, del tamaño de una bandeja, se hacían al pie del paredón del río o en una isleta y recibían veneros de agua fresca y cristalina con olor a Iimo... ¡Gloria celestial!

Una vez entrípados de agua y sudorosos bajo la sombra de los sauces y álamos, volvíamos a escuchar -eso nada más, a escuchar- la voz del esclavista de todos nuestros recuerdos y respetos con las solonianas intenciones.

Profr. Abraham Montijo Monge 5�

Mientras aquel labrador hablaba, nosotros recordábamos el canto del maestro de nuestra escuelita ejidal:

“Los bueyes jalan parejocuando ya calienta el solqué linda se ve la milpa¡cuánto canta el corazón!¡Manito, hay que comer...!¡Manito, hay que sembrar...!

Los días se sucedían igual en aquellos ayeres ya cercanos a las pubertades, cuando te sorprendían amigo, buscándote un pelillo solitario en la palma de la mano, en el ambiente rural y campesino. Pero también a la par se presentaban las primeras asperezas de la vida, bajo la regla de la enseñanza, en la tutela paterna.

“¡Arriba, pueblo de Álamos!”, era el grito del viejo en la madrugada baja, pero oscura, invitándonos a cejar la tarima o el catre cuando todavía las gallinas no bajaban del mezquite a pesar del ¡pío pío! cantarino, que usaba mamá Esthela, cuando desparramaba puñados de grano de maíz o trigo.

Con aquellos bruscos y molestos despertares paternales, se inició para nosotros la educación hogareña, la formación de valores y buenos hábitos, la cimentación de la personalidad sobre bases morales sólidas. Así nos hemos desarrollado, basando nuestros actos en la responsabilidad y el respeto, hacia la sociedad y a cualquier forma de vida. Por ello el paisaje áspero, sediento, no nos infunde desazón y desaliento, en el ánimo y los sentimientos, porque amamos entrañablemente al terruño y sus recursos naturales.

La fragua del trabajo creador y formativo en la sementera ejidal, la encendíamos antes de asomarse los rayos del sol, sobre las crestas de la sierra de Aconchi. Primero fue ayudar a la ordeña: aprender a apialar y amamantar becerros, en aquellos corrales tapizados de buñigas frescas, que pisábamos con las teguas y peleando contra el vientecillo

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candelillero, frío, con una descolorida chaqueta de mezclilla sin forro.

El programa “para que vayas aprendiendo”, debidamente pormenorizado, disponía las siguientes tareas: moler cinco tazas del molino, repletas de nixtamal, y mientras estaban las tortillas y listo el desayuno, había que encerrar los becerros, encaminar las vacas hacia el potrero y uncir el macho a la carreta, para ir a traerles pastura a los becerros encerrados en las corraletas, al lado de las cuales estaban los chiqueros de los marranos, que también requerían de una enquelitada.

Al regreso nos esperaba lo peor: sacar agua del pozo a puro jalón de piola, balde tras balde, hasta llenar canoas y medios tambos, instalados convenientemente en el corral para que bebieran las vacas, al regresar cayendo la tarde. ¡Qué soba! Aquella era la rutina, la friega diaria. ¡Era la chinga de todos los días!

Nos molestaba en grado sumo la voz áspera del respetado cacique y querido esclavista cuando contestaba a las peticiones dolientes de Mamá Esthela, demandando consideraciones y un trato menos duro “para sus niños”:

-¡Es para que se hagan hombres, no les pasa nada, no molestes!

En aquellos años había una sola voz mandona y machacante en los hogares agraristas.

Aquel bregar no menguaba ni aminora de lunes a sába-do, durante las vacaciones escolares. No había domingos ni fiestas de guardar, mucho menos cuatro de julio. Al presen-tarse un momento para el respiro y un corto descanso, se nos ordenaba quebrar leña o cavar hoyos para reponer postes en la cerca de alambre de púas del potrero.

Los domingos tenían una ocupación particular, preferencial y entretenida. Lo dedicábamos a traer leña para toda la semana. La enseñanza se centraba en el aprendizaje

Profr. Abraham Montijo Monge 61

de la técnica para usar el hacha. Desde cómo sacar filo con el triángulo o el limatón, buscar el lado al leño de mezquite para rajarIo y observar el rumbo del aire, para derribar algún árbol seco. En esta ruda tarea salían ampollas muy dolorosa en las manos. ¡Ardían de a madre! A pesar del baño de orines que nos dábamos en las palmas para que encaIlecieran.

Ordenamientos, referencias, métodos y actitudes, había que recibir y desarrollar para llenar la carreta de leña. Resaltaban orientaciones entretenidas, dirigidas a conocer la conducta servicial de algunas plantas de flora regional:

1.- Una persona extraviada, que camina sin rumbo en el monte, que ha perdido el horizonte de orientación, bien pue-de localizar el punto cardinal del sur, si sabe que los cardones y echos cargan su producción de frutos hacia el sur, porque protegen la floración de las ventiscas del norte.

2.- Si él extravío ocurre en un día nublado intenso, basta fijarse en la cáscara de tos mezquites jóvenes, sobre el cual aparecen manchas blancas por el rumbo donde el sol los caliente en esos momentos.

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LA HOMBRÍA DE BIEN…

Tembelequi, con cegatina de ojos pipisquis - había apagado el foco del portal - me senté en la sillona rústica de madera de guásima y varas de sauce como adornos; empecé a bostezar, a abrir la boca como cocodrilo a la orilla del río y. también hay que decirlo, porque es cierto y común por salud, hacerlo y deleite además, a escuchar la desafinada y atronadora voz de los intestinos cascados, debido a la senilidad cercana.

Eran esos momentos próximos al amanecer, cuando argumentamos que vemos y no vemos al mismo tiempo. Cuando todas las cosas y los bultos tienen color oscuro, opaco, cenizo. Lo mismo sucede cuando las claridades vespertinas, de pronto son tragadas por las sombras nocturnas. Es la hora nona, la de los gatos pardos, cuando aúllan los perros, se extienden los catres, se desenvuelven los tendidos de las tarimas y afloran los recuerdos al titilar con profusión las estrellas en el firmamento.

Brota el cuento, recula la vida, entonces hay que des-ahijar de vivencias y despabilar el ánimo de la desguanguilada memoria.

En pocos días terminarían las actividades de una contienda política azarosa y controvertida. Aquella que prometía un formidable, futuro sonorense. Las obras tomando el sol, avalan que aquel proyecto fue hecho realizado. El triunfo estaba asegurado.

El antecedente mencionado aumentaba la algarabía y el contento, dentro del localcito en la calle Sonora 154 sur, entre Hidalgo y Guerrero, cuartel general de “La Bitachera” y oficinas del jefe del club, Próspero Cota Esquer, el Bitachi mayor que festejaba sus cincuenta años de su nacimiento “into Cocoim pueplota jiapsi…”

Transcurría el 13 de junio de 1967.

También fue cumpleañera la Constitución Política

Profr. Abraham Montijo Monge 63

de los Estados Unidos Mexicanos. Popelín Cota, por eso se decía constitucional, liberal y leal defensor de las instituciones nacionales. El mismo credo confesaban todos los bitachis. Habría fiesta, habría francachela y habría comilona.

Popelín Cota ya había recibido las tradicionales “Mañanitas” y los abrazos de un reducido grupo mañanero que había sufragado el costo del mariachi. Todos hicieron la mañanita, el primer brindis: Toño Aldama Rodríguez, Humberto Castillo Avandaño, Leonardo Aguilar Lara, Raúl Sota Torres, Agustín Fornés Connant, Luis Antillón Peñúñuri, Francisco Burgos López (el “Cuasi”), entre otros.

Apenas cabían, mientras libaban y aspiraban la humareda que formaba nube, en aquel recinto que alguna vez fuera cuarto frío. Entrando por la parte alta de la pared de enfrente, se apreciaban los objetos emblemáticos de los bitachis: unas talegas de cuero disecadas, que alguna vez fueron testículos de toro, y unas pencas de panal de bitachis, variedad de avispas sumamente corajudas, irascibles, violentas y prestas siempre a meterle aguijón a la menor provocación.

Carismático, mirada limpia, franca, rostro de leve sonrisa y hablar abierto eran los atributos de aquel cajemense que llegaba a los cincuenta años de edad y recibía las felicitaciones de tantas personas amigas que iban llegando de “onde quiera”, la ciudad, el valle y la sierra. En todos lados Popelín Cota tenía comal y metate y reatas pa’ colgar la ropa. Era un hombre de mano presta a servir, a ocurrir en ayuda del necesitado, de la víctima de una injusticia.

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Próspero Cota Esquer, el siempre bien recordado Popelín Cota, amigo entrañable de ganaderos, campesinos, empresarios, obreros, empleados postales, hombre pendiente de los problemas

del municipio y la Entidad. Amante y defensor de las tradiciones sonorenses. Buen lector y mejor

conversador.

En un barracón que seguí después de las oficinas, Toño Solórzano, Zeferino Núñez y Adalberto Mata Garibay acomodaban mesas y sillas y preparaban fritanga y las botanas que el jefe había ordenado. La cerveza y los fenoles se adquirían mediante la cooperación que recogía el tesorero en aquellos menesteres, Miguel Terminel Valenzuela. Romeo Ledinich Vidal proporcionaba la cerveza y los servicios necesarios. Después de las mañanitas seguía desarrollándose el programa: “El quién vive” a cargo el capitán Juan Souque Limón y Samuel Parra Ellis “el Platanito”.

- ¿Quién vive...? salía la voz de sargento del capi Souque.

- Mura pochim hoeiya, abasom quesom toicte!... contestaba en el dialecto ioeme, en honor de Popelín, que

Profr. Abraham Montijo Monge 65

era nativo de Cócorit.! (“Llevo quesos para Álamos en la mula pochi”).

El entonces cronista de la ciudad, Miguel Mexía Alvarado, el inolvidable “Tarachi”, siempre animando convites, hacedor de versos y armador de la bulla jocosa, dejó salir de su estro sencillo, popular y festivo, el verso dedicado “a mi fino amigo el señor Próspero Cota Esquer, al cumplir sus cincuenta años”.

En el Júchucu nació

Este tipo de mi cuento

y de allí se trasladó

a Cajeme en jumento.

Era el año diecisiete

presente lo tengo yo

vino al mundo mozalbete

que ahora es chaval a go go.

Un travieso chiquitín

que no quiso mamadera

le pusieron Popelín

y un caballo de andadera.

Intentó ser presidente

mi estimado Popelín

su cuñado muy decente

nomás le pintó un violín.

66 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

Se jugó el último round

con rumbo de Tesopaco

mas el capi Díaz Brown

lo mandó hasta Curupaco.

Le quemaron a Manjulio

le achicharraron a Sota

por eso este dos de julio

no votará el señor Cota.

Y a falta de un buen bocadillo

muy buenos son los quelites

Cayeron Manjulio, Sota y Vivillo

pero no cayó Benítez.

Vuela, vuela palomita

párate en aquel fortín

aquí terminan los versos

de mi cuate Popelín.

Y aquellos amigos no han terminado de irse. Siguen entre nosotros, porque supieron sembrar la semilla de la hombría de bien y de la verdadera estatura ciudadana. La que se reconoce, la que se aplaude. Mientras los dioses lo permitan seguiremos recordándolos con verdadero aprecio y reconocimiento.

Profr. Abraham Montijo Monge 67

EL MOLINO DE SAN RAFAEL…

Carantona y rubicunda, como haciendo mucho esfuerzo, se levanta la luna en el horizonte para inundar de luz al poblado, cabecera ejidal que nos vio nacer y arrebatarle de paso la tierra a la noche húmeda, mientras se escucha tempranera y altisonante serenata, en las voces de ejidatarios recién rehabilitados con préstamos, por el banco del sector social y productores rurales, institución crediticia de pocas palmas ciudadanas y marcados juicios peyorativos. Va la viñeta campirana con instrumentación de soneto en tres tiempos:

Amigo no se emborrache, porque en el mundo al borracho no hay quien lo ame.

Es cierto amigo... yo quise una de la calle y por borracho... se fue y me abandonó.

Es cierto amigo... esa mujer era mía, y por borracho... se fue y me abandonó.

Las voces de aquellos aldeanos contentos y alegres en tierra libre subían y bajaban de tono para perderse entre las casuchas, los corrales de cercas de ramas tejidas y el monte cercano, así como desaparece el trueno, dando tumbos en el cielo, cuando va pasando la lluvia regando las parcelas y el campo agostaderos.

La luna con cara de puchero y rojiza, el tronco de palma acostado y recargado en el cerco de ocotillos, convocan a la charla nocturna y cotidiana, después de la cena: un bien servido plato de frijoles caldudos y zoguilla de manteca de cochi alrededor, un buen pedazo de queso fresco y tortillas sobaqueras. Abre la compuerta de la charla Lalo Palacios, mi cuñado, refiriéndose a algunos tópicos del combate revolucionario; escenificado en San Rafael los días 26, 27 Y 28 de marzo de 1911. La versión engarza nombres que no aparecen en los libros, La Revolución en Sonora, de Antonio G. Rivera, y Morir Matando, de Abelardo Rodríguez M., el primero urense y altarero el segundo. Son varias las personas

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del lugar que tomaron parte en aquella acción guerrera de los inicios de la revolución entre maderistas y gentes militares del gobierno federal. Metámonos en la polvareda hedionda a pólvora.

Personajes de primera línea militar que registra la historia fueron Anacleto J. Girón, Francisco R. Manzo, Juan G. Cabral, Anacleto Rojas, Juan Antonio Garcia y Rafael T. Caballero, que al frente del maderismo en Sonora pelearon en el combate de tres días en San Rafael. Civiles, cabezas del movimiento maderista en Ures, Francisco y Alberto Morales, Belisario y Aristeo García, El Chale Véjar. Los generales Pedro Ojeda y Luis Medina Barrón, nombres selectos en los mandos del ejército federal. Con datos serios y burundangas de la historia real, vamos a darnos una revolcada en la polvareda hedionda a pólvora.

Procedentes de La Colorada, Anacleto J. Girón y Francisco R. Manzo, hicieron alto en el rancho La Noria de Romo, a 30 kilómetros de Ures. El primero se encontraba herido. Fue auxiliado y llevado con la herida abierta a la Hacienda San Rafael, propiedad de Francisco Morales, en un carruaje tirado por caballos entre la balacera de las fuerzas federales que les seguían los pasos. El conductor del carro fue un miembro de la progenie familiar Chon Montijo, quien narraba años después: “las balas polveaban en las patas de los caballos. Las puertas de la hacienda se abrieron de par en par y entré en chinga...”. Las tías Lupe y Ramona curaron la herida del entonces teniente coronel nativo de Ures, Sonora, Anacleto J. Girón.

Las fuerzas maderistas y los habitantes del poblado San Rafael se refugiaron en el molino harinero, un buen reducto con fuertes muros y un segundo piso para resistir al enemigo. La factoría fue convertida en fortaleza con troneras y sacos de harina amontonados en puertas y ventanas y disponiendo a sus mejores tiradores a ocupar las partes mas altas, de donde podían tumbar federales. Los militares enemigos, del bando gobiernista, al principio pensaron que los maderistas se habían refugiado en una ratonera que ellos después tomarían por asalto. Pero no sucedió así, pues en contrario contabilizaron

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muchas bajas entre muertos y heridos. Tozudos y corajudos enviaban soldados a campo abierto hacia la edificación de donde escupían fuego. Las paredes del molino quedaron tapizadas de balas, que años después nosotros, plebes, extraíamos, mismas que don Tacho Álvarez fundía en la fragua de su herrería y convertía en canicas. Verdaderos tiros contra las catotas de vidrio, las famosas agüitas o gotitas.

Los mandos federales al no conseguir los objetivos y desanimados por la fuerte defensa que hacían los maderistas, decidieron y urdieron el plan de dinamitar el molino durante la madrugada, lo cual hubiera sido de consecuencias pavorosas y sangrientas, considerando que ahí se encontraban mujeres y niños.

Aquel terrible plan no se ejecutó, pues una sirvienta de los jefes federales, haciéndose pasar por sorda, se enteró de los pormenores del caso, los cuales comunicó a los refugiados que salieron hacia los sembradíos, en una madrugada por el cárcamo, especie de canal o acequia que conducía el agua que movía el mecanismo del molino. Así se salvaron luchadores y habitantes de mi tierra, gracias a la acción de una mujer de nombre Juana Paredes.

Y en los archivos del arcano quedó un secreto…

La sólida y bien construida edificación se derrumbó durante una noche septembrina, cuando la década de los años cuarenta hacía pininos. Había las intenciones de echarlo a andar de nueva cuenta. Esa noche acompañada de fuertes vientos, lluvia intensa, pesada, muchos rayos y truenos, el molino harinero de San Rafael con todo y estar hecho de mezcla, ladrillos y cemento, se vino abajo. Nadie se tragó la píldora.

La respuesta a aquella incredulidad la dieron las casas del poblado, hechas de adobe, techos de tierra y carrizos una, y otras mas endebles de carrizo y batazotes ripiados con zoquete, que no sufrieron daño alguno. Nada de aquello quedó. Solamente un misterio... ¿Se aprovechó el galopar de la tormenta para dinamitarlo...? Dios taia, sabe Dios…

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Fue una construcción que existió en el pueblo de San Rafael de Ures, Sonora. En ella se refugiaron los habitantes del pueblo y

revolucionarios maderistas para defenderse de las fuerzas federales durante los días 26,27 y 28 de marzo de 1911.

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POR EL RÍO SONORA…

“Si pudiera volver a vivir comenzaría a andar descalzo a principios de primavera y seguiría hasta concluir el otoño. Daría más vueltas en calesita, contemplaría más amaneceres…”

Jorge Luis Borges

Se vienen días especiales para vagabundear, largar la pata y “jondear por a’i la modorra, la muina y los malos humores” a los cascajos del arroyo reseco. Váyase en cuanto quiera pasear aprovechando el asueto primaveraI de Semana Mayor por el Río de Sonora y sus hospitalarios pueblos y el pintoresco caleidoscopio que lleva en sus lomos la sierra baja de Sonora. Pequeños valles, serranías que parecen hostiles, atractivos y ambientes singulares. Gente, sitios, flora, fauna, paisajes, montes ariscos. Descubra aristas y facetas de corte histórico y de leyenda. Allí está la historia, esos pueblos del río Sonora parieron nuestra pujante identidad. Es la región del Sonora verdadero.

Montaña, hábitat de auras y gavilanes. Profundas arru-gas del silencio a veces roto por el tintineo de las espuelas del vaquero, la fiera o el reptar de la serpiente entre la hojarasca y el hierbajo seco. Sitios actuales para siembras malignas, del diablo, por las manos del hombre, animal destructor de jó- venes, de hermanos, con las cosechas de mariguana.

El camino negro asfaltado, se pliega y se repliega, se empina y desciende; rodea cerros, presenta cuadros diferentes a la vista; huye o se acerca a los abismos, cierra curvas, causa sensaciones y pensamientos temerosos. Un verdadero sendero de emociones sobre pasos que fueron de mulas y arrieros. Las cunetas y taludes apenas se cobren con los varejones secos de los tabachines y baibúrines, chíregüis, guayabillos, encinos y verdes tepehuajes con propiedades medicinales, palofierros y el mezquite que donde quiera se aparece. Calman inquietudes y congojas, el desasosiego del tráfico por esos terrenos placenteros de quebrada orografía, el encuentro de propiedades, producto del esfuerzo y el arraigo,

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brochazos de prosperidad, los ranchos, construcciones de ma-dera y otros materiales lugareños.

Ures, sus viejas casonas, altas, de gruesos muros de adobe, amplios corredores y patios. Está asentada la ex capital sonorense en un valle en forma de “U”, grande. Crónicas en hojas amarillentas, afirman que allí tomó el nombre de Uris, voz de la Pimería baja que después cambió a Ures. Visite y estire las piernas alrededor de la plaza Zaragoza, adornada de altas palmeras, ceibas centenarias y verdes frondas de los árboles en primavera. Rodean el quiosco histórico cuatro estatuas de bronces a Cupido, del Amor, a Minerva, de la Sabiduría; a la Paz y a la Mascarada de la Vida. Descanse mientras disfruta los dulces sabores de los jamoncillos, las obleas y los “suspiros”.

El camino sigue congregando belleza. Será recibido por Mazocahui, congregación perteneciente al municipio de Baviácora, minero en la época colonial. Acuciosos cronistas asientan que fue la primera alcaldía fundada en Sonora y que llevó el nombre de San Jerónimo de los Corazones. Es un paraje imposible de abandonar sin antes empinar el codo para degustar el churumbón de bacanora de excelente calidad para abrir boca a los aderezados platillos de carne machaca hasta ponerse como rey capón con otro platillo de carne de res con chile colorado.

Aquí, en este lugar también chiltepinero, la carretera se bifurca. O “te vas pa´Cananea o agarras pa´Bavispe”, informa la voz del lugareño, que la está pasando de envidia con otros dos amigos. Afectuosos y atentos, invitan un refresco maltoso (cheve). Rascando las cuerdas de una guitarra le sacan el conocido sonsonete de tu nata y tu tata para agasajarnos a dos voces y a capela, con los versos del corrido muy viejo y serrano:

“Mi vida, para matarmeno necesitas veneno,para qué quiero más muerteque el verte en poder ajeno

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“¡Ay! cuando te esté casando el curay te esté levantando el celo, a mí me estarán poniendocuatro velas en el suelo…”

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CAMINOS DE MÉXICO…

Envueltos en espesas nubes de humo y polvo nos reciben Gómez Palacios y Lerdo. Hay mucho trabajo empresarial y manufacturero. El tráfico de carga es incesante en estas poblaciones de Durango. Se hace presente en el recuerdo la figura de hidalguía y caballerosidad del amigo, el ameritado general José D. Belmonte Aguirre, quien hace muchos años aquí en Gómez Palacio nos tendió la mano de la amistad y los servicios personales. En prestigiado colegio, de esta ciudad, estudió mi hija Minerva Leticia y a ella fueron entregadas las atenciones de seguridad y servicios, lo que fuera menester, de parte de los mandos, de la partida militar destacamentada en esta industriosa ciudad.

Es la tarde oscura. Gruesos nubarrones cubren el firmamento de Torreón. La lluvia está por caer, diagnosticamos. Por la noche se viene encima un torrencial aguacero. La ciudad “donde cantaron los horizontes” amaneció desvelada e inundada. Esto ocasionó que nuestra entrevista de media hora que sostendríamos con un alto funcionario de Aeropuertos y Servicios Auxiliares en el campo de aviación se redujeron a diez minutos. Nos embarbascamos en las calles, llenas de agua, rodando a media rueda, a pesar de traer como guía un taxista en su automóvil. No habíamos tomado café y andábamos con la panza vacía, desesperados escupíamos pa’ca y pa’llá. Para colmo de los colmos nos habían engañado con la cena. Nos recomendaron en un asadero de carnes al carbón que solicitáramos “tacos vampiros”, que eran muy deliciosos y ricos. Resultaron filetillos de carne de res fritos, muy desabridos y servidos solos, así nomás, sin salsas para aderezarlos y buscarles gusto al paladar.

Las papilas gustativas drenaban jugos gástricos y salivita al recordar las sabrosas quesadillas que ingurgitamos a la pasada, en las mesitas, a la orilla de la carretera en Villa Ahumada o los tacos de barbacoa que desayunamos en Chihuahua, en casa de familiares de César Costa, el artista, cantante y conductor de televisión y del ingeniero Alejandro Beltrán. Que no quepa duda, “el hambre es cabrona y el que la aguanta es algo más”, decía el abuelo Mi Pa’Monge. La

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apaciguamos con unos duraznos y la promesa de saborear un caldo tlalpeño en fonda de famas, en la capital durangueña.

Así, con un gruñido de tripas, enfilamos rumbo a la mencionada ciudad capital. Una supercarretera, privada al parecer, por los acabados de la infraestructura, nos conduce a la tierra de los alacranes. Son cerca de trescientos kilómetros de extensión, con muro central, cerca de protección, vigilancia permanente, puentes elevados en cada cruce de caminos, toda una obra, con peaje total de trescientos cincuenta pesos, que se cobra en tres casetas.

Pernocta y a primeras horas, antes que otra cosa, por las dudas, desayuno en la excelente hospedería citadina “Gran Hotel Gobernador”, mientras giraba la conversación con funcionarios del aeródromo local “Gral. Guadalupe Victoria”, en el que posiblemente se ejecutarían algunos trabajos de mantenimiento y conservación. Es Durango, gran ciudad, en la cual sus habitantes ensalzan con pasión y delirio las figuras de Pancho Villa y La Señora.

La Señora es Dolores Asúnsolo López Negrete, la gran Dolores del Río, la que nació hace un siglo, un 3 de agosto de 1905. Su quehacer cinematográfico permanece haciendo historias, análisis, cuentos y leyendas. En Sonora nació La Dóña, María de los Ángeles Félix Güereña, ambas protagonistas principales de la película “La Cucaracha”. Aquella pudibunda, la del rebozo y las naguas negras y largas. Ésta atejanada y empantalonada de acción y mascamadres, de armas al hombro y de “cartucheras al cañón, quepan o no quepan”. Hermosas y grandiosas, devoradoras de hombres, cucarachas cinematográficas, flores de trajines o broncas en tierras ariscas. Norteñas puras, tan bellas y fueron monstruos en el arte del cine.

En los caminos de México se recogen para la memoria formas y fondos, colores, sabores y voces que conforma la cró-nica para el presente o reanimar la existencia más delante. Se realiza el encuentro con el país, su rostro orográfico, sus ro- pajes verdes, grises o negros, sus fuentes de vida azules y sus planicies pardas, resecas y polvorientas. Es escuchar las voces

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alegres del canto y la música, las dolientes de la tragedia o la impotencia y quejosas o reclamantes de la nación; es conjugar con alma y espíritu el concepto y la noción de patria.

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RUMBO A CANANEA…

Esta crónica aventurera nació en el aire, hace ya algunas metidas de sol, pero bien se recuerda por la emoción, el susto y los rezos que ocasionó. Así se quedó la cicatriz en el cerebro.

Jorge Pablos Soto ex discípulo de quinto año de primaria en la escuela “Presidente Alemán” del inolvidable barrio del Plano Oriente, el de los chicharrones de don Luis López, nos alborotó con toda atención y franca deferencia para que lo acompañáramos a Cananea, donde tenía asuntos que tratar y resolver. El viaje sería rápido, tanto ida como de arrendada pa´trás, pues se haría en avioneta. Cual chino en tierra libre y sin obligaciones que cumplir, aceptamos complacidos la invitación.

La avioneta, que ya tenía cuentas rojas, fue tripulada por el competente capitán piloto aviador Rodrigo García Rivera, otro buen hijo de la colonia Benito Juárez. El aparato de la historia y muy conocido bajo los cielos del valle y sobre las serranías yaquis, fue un modelo Cessna 182 de cuatro plazas y la matrícula XBHIS, propiedad de un grupo de amigos valientes y audaces del quehacer cotidiano cajemense, que ambicionaban con espíritu inquieto e innovador, emular algún día a Corbalán, Sarabia y Carranza.

No recordamos el año del almanaque, pero era la víspera de los días patrios y septembrinos cuando las autoridades de Aeronáutica registraron la bitácora de nuestro vuelo Obregón-Cananea-Obregón, a unos ocho mil pies de altura y un tripu lante y dos pasajeros. Todo en orden.

Pero... apareció el otro pero, el desconfiado. Cuando ya acomodados dentro de la carlinga y entre carretaje y despegue nos dimos cuenta que Jorge era aprendiz de piloto ¿Cómo hacía preguntas al capitán? Quieras que no, las arañitas inquietas del temorcillo, empezaron a hacer cosquillas en el estómago, el omaso y el esternón. En silencio y confiados en la experiencia del piloto principal, nos dedicamos a mover la cabeza p’allá y p’acá como en cancha de tenis, presenciando

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un juego para admirar el paisaje circundante.

En ésta ocasión miramos el rostro de la tierra vieja, desde el espacio. Ella, recíproca, callada, con sonrisa molacha, nos miró las posaderas de perro regañado que tenemos, flácidas y zambutidas pa’llá, pa’dentro. La tierra libre, extensa, nos entrega sus profundas arrugas, sus altos acantilados o macizas catedrales de rocas, los colores negros intensos de sus cimas y hondonadas; sus maltratadas mejillas pobladas de mezquitales, montes con arboledas hostiles, órganos erectos, puntas al sol; campos fértiles, prados feraces. Horizontes azules a veces manchados por nubes mugrosas, miserables, de vientres chupados.

El capitán, maestro atento y solícito instruía al alumno sobre la presencia de referencias orográficas, trazos y caminos, muy útiles en los momentos, y casos de necesidades de orientación, Nosotros, el otro y yo, sólo oíamos nombres. “Allá está el Bacatete, más allá, a los lejos, se perfila el Tetakawi; por este lado tenemos el Metetomo y el Citáhuachi a tu derecha, las crestas de Baroyeca y la más importante de todas, pues se divisa de muchos planos: el cerro de La Perinola…”

Así íbamos volando bien. Aquello era para sentirse “beyond borders”… más allá de las fronteras… Las rogativas se enderezaban a que a los mandones de la nave no se les ocurriera practicar machincuepas y catatumbas, en aquel patuleco aparato: que si el round lop, la caída de las hojas, el rehilete, caída en picada.

En el campo de aterrizaje se posó con seguridad y fachosamente la campamocha pintada de rojo y blanco. Cananea, tierra de montaña -mineral, estaba tranquila con sus enormes cicatrices abiertas por las cuales extrajeron el metal de sus entrañas y sobre sus cielos ondean, estelas de humo que brota de los hornos, las fraguas, en permanente canto al trabajo.

Jorge se pierde por las puertas de las oficinas del emporio minero, las cuales se le abren de par en par, pues nuestra recomendación muy especial girada por el periodista

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de nuestros gratos recuerdos Enguerrando Tapia Quijada. Nosotros nos vamos por ahí a estirar la pata y a desocupar de vientos molestos los intestinos por las disparejas y quebradas callejas cananenses rumbo a La famosa cárcel.

La carcomita que arañaba los dentros y producía inquietud, provocó también la suficiente animosidad para hacer comprender a Rodrigo el piloto, que no fuera a soltarle los mandos de la nave a Jorge el aprendiz. La conspiración dio resultados positivos. Hubo palabra que no lo haría.

Durante la consumición del refrigerio botanero sobre barra cantinera para el intercambio de impresiones y comentarios sobre los resultados del cometido, cuando ya la somnolencia, esa tranquilidad tan peculiar en los pueblos y ciudades sonorenses arropadas por los climas esteparios que se presenta cuando las tardes inician sus caídas, empezaba a deambular por calles y espacios cananenses decidimos levantar vuelo para el regreso al seno caluroso y amoroso del Valle del Yaqui.

Después del vuelo sobre el mineral a manera de despedida, el cessna, el XBHlS, enfiló la trompa y destino hacía una enorme y espesa cortina, de lluvia trechera, muy propia de las temporadas de lluvias en Sonora que se abatía con latigazos de fuego y truenos en algún-, prado sediento demarcado en nuestra ruta. El temporal era infranqueable en aquella enclenque campamocha motorizada por lo que hubo la necesidad de sacarle al bulto.

- ¡Allá está Sahuaripa..¿Llegamos..?...

¡Bajamos...!

Cuando las nubes luminosas reflejaban el melancólico brillo del ocaso, aterrizamos en Sahuaripa. Allí el párroco del lugar, también experimentado piloto aviador al ver nuestra nave, comentó con irónico acento y haciendo visajes muy entendibles, para aumento de nuestra penitencia:

- ¡Huy, el XBHIS!

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La bienvenida con el aval de Pepín Biébrich, sus familiares y amigos y gracias a la amistad que tenían con Rodrigo nuestro experimentado capitán, fue proverbial. Saludos a garganta abierta, lenguaje franco y abrazos de osos y golpeteo de lomos y paletas con estruendo, al estilo o usanza de políticos amaestrados. Todo un contento, remojado con churumbones del mezcal tradicional de nuestra hospitalaria y generosa raza coterránea. La convivencia en la cuna de mártires revolucionarios, políticos de altos tapancos, locales y nacionales, maestros homenajeados con medallas argentíferas y doradas, en las filas de la docencia, comerciantes y ganaderos de estirpe y prosapia, se tragó las horas, al igual que nosotros lo hicimos, con la botana de carne macha, queso, cuajada y requesón.

Allí mismo, en el patio encementado y bajo las sombrillas de altas palmeras, en cuyos boscajos de hojas colgantes, secas, muertas, gorjean con escándalo los gorriones, al irse perdiendo el sol tras los horizontes, nos tendieron para la pernocta, con toda amabilidad, catres bien dotados de sábanas limpias y almohadas con fundas adornadas de olancillos y letreritos tejidos con hilazas de colores, que decían: “Duerme amor mío”; otras, con palomas llevando en sus picos corazones del amor. ¡Cuántas cosas bellas y reminiscentes se recogen cuando se echan a andar los caminos!

Con las lenguas como estropajos y los gorgüeros resecos, molesto dolorciÍlo en los sentidos, cobranza efectiva de la resaca y previa revisada a la libélula bicolor y zumbadora, remontamos los aires sahuaripenses rumbo al Cajeme, siempre encajado en el codillo de la querencia.

Mientras nuestros ojos recogían y filmaban del cuerpo de la tierra tendido allá abajo, formas y figuras orográficas, trazos de senderos y caminos, colores claros y oscuros brillantes y momentáneamente iridiscentes, de los reflejos que a manera de espejos despiden los depósitos de agua, de represos y aguajes o techos de láminas galvanizadas de instalaciones ganaderas, los pilluelos, Rodrigo, el piloto y Jorge el aprendiz, comentaban sobre algunas irregularidades de la máquina cessna, que hacía pocas horas venían notando.

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Soltamos el soliloquio. Ahora te aguantas; quién te manda, nos dijimos para nuestros adentros. “Tú lo quisiste diablo mostén; tú te lo tienes, tú te Io ten”.

¡Ya estamos a punto de completar veinticuatro horas fuera de casa!

La avioneta con los mandos en buenas manos, vuela serena, rodeada del apacible y soleado celaje de la media mañana. El zumbido del motor es uniforme, firme, permanente, con la misma tonada. Se disfruta en cabal atención el solaz y el azul del cielo, la pureza de la luz y también del contenido de los diferentes tópicos que los pasajeros deshilvanamos dentro del fuselaje, sin bozal o rienda alguna: blancos, rosas y obscenos y los referentes a la política reinante entonces, hace más de veinte años, a puro lenguaje serio de dieces de mayo. Aquel mundillo de camaradería, junto con el ronroneo del aparato alado, caían sobre el terreno de los horizontes rústicos en los que se aprecian linderos y guardarrayas jurisdiccionando ranchos y maguechis que hablan del duro quehacer de las familias que pueblan y moran enraizadas, por decirlo de alguna manera, en estos recovecos solitarios de la serranía sonorense.

“Al puro fregadazo se está portando la charchina, nos trasmite el piloto, mientras la tranquilidad del viaje se interrumpe a intervalos por zangoloteos e inesperadas y breves caídas en espacios vacíos como si aquel camino aéreo tuviera permanente, baches y bajadas. Todo es producto del palpitar de las corrientes de aire que suben y bajan o soplan p’allá o p’cá. Los colores en la cara de la tierra tapizada de relices, lomas y barrancas, van cambiando del manchado gris oscuro y refilones rojizos y ocres al verdiazul intenso señalando la presencia de vegetación cerrada de los terrenos poblados de pinos, encinos robles blancos oyameles y madroños. Nos estábamos acercando a la meseta de El Campanero, la elevación orográfica más alta al sur de Sonora.

¡Carajos, allí esta Yécora! Alborozados, gritamos los tres, ya en esos momentos con sed y hambre, la consecuencia de la francachela que habíamos galfarreado a los amables y

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corteses sahuaripas. ¡Era cruda de mezcal!

En el campo de aterrizaje y a un lado de la pista, cerca del bravo o alfa, no recordamos, se divisaban aplastadas tres avionetas. Brotaron de inmediato a las gargantas mitoteras, interrogaciones de esa liza: ¿qué pasaría? ¿por qué tantos aeroplanos aquí? ¿quiénes vendrían? Así y cual miembros de la cáfila de celestinas hacedoras de chismes y rumores en pueblo orejudo y lengua libre y con las tachuelas de la cruda en los tragaderos resecos y los estómagos vacíos, pues aterrizamos con ánimos y pensamientos gavioteriles.

Rodrigo García Rivera, bien conocido y muy relacionado en el lugar, se destapó como buen secretario de relaciones y comunicación. Nos presentó con varias personas que fueron a recogernos. Atentos y con franca cortesía, nos condujeron en sus trocas, al domicilio de don Antonio Aguiar, donde verdaderamente nos colmaron de atención y calor humano.

Personas de toda la familia, sin suspicacias, desconfianzas ni recelos, nos manifiestan cabal hospitalidad, para que al día siguiente disfrutáramos de celebración de una boda. Estas galanterías y cortesías, son las aristas de lo que sabe entregar a los visitantes, la gente de estos lugares. Así lo dejó asentado y por escrito, hace más de cien años y cuando descubrió en sus andanzas por acá, la cascada de Basaseáchic, el investigador noruego Carl Lumholtz.

“Encuentro a los mexicanos más corteses que, ninguna otra nación, de aquella con que ha estado, en contacto He tenido la fortuna de viajar durante años en México, y mi experiencia de su pueblo no ha hecho más que arraigar la grata impresión que recibí al principio.”

La amena convivencia fue corta en tiempo, pero abundante y sabrosa para los órganos digestivos y las vías urinarias. Ya con tarantita nueva nos llevaron al campo de aterrizaje. Allí en un hogar yecorense cortés y respetuoso, dejamos la cruda y muchas palabras de agradecimiento por las atenciones recibidas.

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Después de breve revisión de la nave en sus gasolinas y aceites, vino la despedida de aquellas personas sencillas y amables. Nos montamos y acomodamos en la panza del chapulín chanchanquero convertido en taxi, por tres mosqueteros patas de chucho y amantes del turisteo.

En el trayecto, la exuberante y amorosa madre que nos parió, la amante y querida tierra de Sonora nos venía en-tregando la dilatación de sus horizontes, la enorme extensión de su jurisdicción y el clima conjugado por el viento, transitando por el desierto, los montes, los valles y hondonadas, vertientes secas, toda una gama de perfiles y aristas de la arisca y bronca entidad.

El aparato motorizado se deslizaba a la altura conveniente y requerida por el piloto, envuelto en el viento amable de aquellas horas de recién brincado el meridiano por el sol. La tarde alta septembrina, apacible y serena circundaba el armónico entorno y el regreso a casa abandonada cuarenta y ocho horas antes, en la custodia de los dioses tutelares y la buenaventura.

A los pocos minutos de vuelo, unos hilillos de aceite empezaron a bordar temblorosas figurillas en la mica frontal del saltamontes, alertando nuestros sentidos y provocaron las inquietudes y apremios en el interior de nuestras humanidades. En unos instantes más la visibilidad hacia el frente desapareció por completo. Se perdieron en el horizonte las referencias naturales de las cuales echan mano los pilotos muy regularmente.

En la panza del aparato se suscitó un agarre verbal entre el piloto y el bisoño copiloto. En el alegato cruzaron culpas, cargos y recriminaciones. Los nervios tensados habían reventado, liberando la calma y la serenidad tan necesarias en determinados y apremiantes momentos. Entre ambos afloró la verdad, conviniendo en que durante la revisión hecha a la tro-che y moche, alguno de los dos no había cerrado debidamente el tapón del aceite. Total: el motor en cualquier momento podía desbielarse, tronar en las alturas, sobre la serranía sureña de la entidad.

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¡Vaya situación, ¿Cómo describirla? Solamente vale decir que en aquellos momentos la circulación sanguínea se acelera, corre desbocada por las venas, los diástoles y sístoles del corazón trastumban en las sienes y en el hueco de la caja toráxica; el sudor baña el cuerpo, se hace un vacío en el estómago, la boca se seca, tiemblan las manos y la voz se vuelve tartamudeante. Si estos malestares los provoca el miedo, pues...

El capitán con aplomo y serenidad nos comunica con buen dominio y timbre de voz fuerte y segura que atempera apuros:

- No va a pasar nada, miren allí va el camino a Nuri, vamos a buscar el tramo adecuado para bajar.

El entapujado aeroplano zumbaba normal, no daba trazas de traer avería alguna en las entrañas del motor. En el asiento trasero, acomodado, sin moverme, en completo silencio, cabalmente callado, nomás mirando por la ventanilla cavilaba y me preguntaba:

- ¡Carajos! ¿dónde jodidos vamos a localizar un llano o un pedazo del camino en este quebrado y culebreante terreno?

¡Pa’ acabarla de acabalar!, el avión carecía de radio. Volábamos sin comunicación y un motor a punto de reventar. EI temor calló las voces. El miedo produjo un silencio pro- fundo. Es dable colegir que los tres pasajeros en franca comunión se habían acordado de aquél señor, de más arriba, y le estaban enviando oraciones y rogativas para que los sacara del apuro.

Jorge Pablos con habla trémula, pretendiendo romper la tensión y levantar los ánimos me preguntó:

- ¡Quiubo profe! ¿Qué pasa contigo que no oigo tu voz?

- ¿Cuándo pinches has escuchado las oraciones en voz alta?

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En la forma que apretaba las manos el piloto demostraba la aprensión que le atenazaba. Se apreciaba en el nudillo de sus manos el color blanquecino del esfuerzo. Deseaba, es de pensarse, salvarse y salvar a los demás con toda la limpieza de su honor de piloto.

El vacío en la boca del estómago provocaba las ganas de vomitar, mientras nos restregábamos los dedos de las manos frías y pegajosas, cuando en forma imprevista y de repente, el capitán enderezó la nave rumbo a Tesopaco, pensando seguramente en mejores Lugares donde aterrizar y tener a la mano buenos auxilios. Ya el aceite impulsado por el viento había empañado totalmente las ventanillas, llevando casi media hora de vuelo pariendo cuates en el aire, todo por un descuido, la delegación de responsabilidades o los malos soplos del destino.

En la mente agobiada a galope tendido, desfilan tantas cosas con sus colores y calibres, que en la siembra sobre el surco existencial les dimos. La cosecha almacenada a la vera del camino atosiga y oprime alma y sentidos, rostros del mayor afecto y profundos sentimientos filiales, recuerdos y reminiscencias; toda una gama de avatares claros y oscuros, pues ya nos considerábamos en aquel momento de negros presagios, remiendos de los pellejos del vino, es decir botana para los anélidos, vulgo, pinches gusanos y triunfo al gusto de la dama flaca, huesuda suda y hedionda.

Afligidos y silenciosos, apreciando el entorno azulenco y brillante como última visión, en acto de contrición, rogábamos, con humildad y bien jodidos, la intervención de los abogados espirituales, ante la corte justiciera del sector celestial, demandando el perdón de nuestros pecados y un atenuante en la remisión de la pena merecida, el trastazo en aquellos parajes enmontados y solitarios.

La orografía del terreno entre Movas y Tesopaco permite volar a más baja altura; así veíamos la tierra negra, sus matorrales y mogotes zacatosos, pasar muy ligera bajo nosotros. El Cessna 182 proyectaba la sombra como brindándonos mendrugos y rebanadas de salvación.

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Por una rendija de la chorreada mica descubre el piloto, a cercana distancia el enorme y jomudo cerro que por el poniente, protege de las tempestades a los habitantes de Tesopaco. La voz llena de júbilo y contento, llena el espacio:

- ¡Ya la hicimos, allá está Tesopaco...!

Desaparece la angustia en nuestros rostros, de-saparece la aflicción, en cuanto muy agradecidos hicimos la señal de la cristiandad y musitamos oraciones a Dios por habernos entregado una vez más en los brazos de la vida.

El XB-HIS recorrió la pista ubicada en un predio llamado La Vaca Muerta, como zopilote relleno de de carroña, dando banquitos y aletazos hasta que medio atravesado se detuvo. Ya eran fregaderas, la avioneta ¡también carecía de frenos...! En cuanto bajamos muy contentos, en poses y acti-tudes serias y jocosas, celebrando el triunfo, nos arrodillamos y besamos la tierra. Jorge nomás se chinquechó, dando de gritos burlescos y felices.

Después de limpiar las micas y llenar de aceite el depósito de la famosa nave, el entonces presidente municipal de Tesopaco, Aurelio Peñúñuri Soto, nos trasladó a la hospedería de doña Luz Olea, una buena señora, para usar el lenguaje serrano. Allí, con calor humano, festivo, los lugareños presentes escucharon la narración de lo acontecido. Doña Luz, muy oportuna, lo subrayó:

- ¡Cabrones, se salvaron por las bendiciones de sus madres...!

Hubo celebración con remojo de gaznate para variar, y canciones, acompañados por la guitarra del Mon, quien a pesar de ser un invidente, pulsa con evidente destreza el instrumento musical de las cuerdas y el diapasón. El capitán Rodrigo García Rivera se aventó con buena y clara entonación la canción de sus preferencias sentimentales: “Tierra de mis amores”, la que se encuentra “entre sierra y montañas/ donde me amaron por vez primera...”

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Al pardear la tarde a jalón de camioneta, sacaron del hoyancudo terreno, al Cessna de la historia y lo colocaron en el pavimentado camino, vigilando un buen tramo del mismo para el corretaje. A manera de despedida sobrevolamos el poblado. Jorge solicita a Rodrigo:

- Pasa sobre El Güello para las gracias con un violín.

La avioneta casi a vuelo fumigador y fuerte zumbido dice adiós y hasta luego a aquellos lugareños tan amables y serviciales. En el preciso instante de acelerar motor para ganar altura, escuchamos un golpe y sentimos una fuerte sacudida del avión. Nos enteramos al día siguiente que los habitantes de Tesopaco carecían de energía eléctrica.

El XB-HIS acabó con sus aventuras al desplo-marse en la pista de aterrizaje de Yécora. En tal suceso se salvaron rnilagrosamente nuestros queridos amigos Miguel Mexía Alvarado (+), el profesor Jorge Castro Ceyca; el multimencionado Jorge Pablos Soto y el piloto, de quien sólo recuerdo su sobrenombre de El Robavacas.

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NÓMADA Y CAMINERA…

Por los atajos norteños, broncos y cuerudos, frente a los aconteceres que saltan en la lucha por la vida tanto el migrante como el turista, recogen y encuentran poco o mucho, pero a la medida de los que desean, sea trabajo y ocupación para subsistir; lugares de diversión y esparcimientos, espacios culturales para engordar el conocimiento, o sitios para el descanso físico y el ocio mental. Sabido está que con el vagabundeo, el acervo cultural se acrecienta y se intensifica el amor por la tierra de la nacencia. Entre más se le conoce, más se le ama.

¿Quién puede negar que santo que no es visto no es venerado?

Pueblos, aldeas y ranchos rodeados de vegetación escasa, siembras raquíticas o perdidos entre maizales y personas que moran a la vera de caminos reales y de terracería no exentos de historias de renunciaciones, de fracasos y amarguras, salen a recibir al andariego. También, asfaltadas y anchas carreteras lo llevan a ciudades decuidadas de calles y avenidas, plazas y monumentos, edificios de cristales y altos muros, residencias elegantes, hoteles de lujo y onerosas comodidades; edificios públicos, con rostros arquitectónicos añosos o de corte moderno.

Un todo opulento y acaudalado, esfuerzo total dedicado, a generar desarrollo, progreso y modernismo. México al fin ha sido calificado como el país de los contrastes: sierras altas y profundas, valles fértiles y dilatadas llanuras, improductivos y desiertos estériles, riqueza concentrada y pobreza desparramada, presencia notable de peces grandes y quejidos de peces chicos.

Para nosotros fue provechosa la época nómada y caminera. Varias comunidades nos proporcionaron albergue temporal. Nos entregaron calor, afecto. Camargo, ciudad cabecera del municipio del mismo nombre, acariciada y dormida por las aguas del río San Juan, fue generosa y muy amigable. Rodeada de sembradíos e instalaciones agropecuarias,

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guarda historias y leyendas propias de una frontera brava y revolucionaria y luchadora.

Tiene estación ferroviaria y, cerca, aguas arriba del río, se encuentra la presa “Marte R. Gómez”, cimiento del sistema hidráulico del bajo río San Juan, que riega el inmenso y dilatado valle agrícola del norte tamaulipeco. Por cuestiones del trabajo conocimos al jefe del distrito de riego en cuestión, ingeniero Rafael Sierra de la Garza, una personalidad afable, comunicativa y de gratos recuerdos. En años posteriores llegó a ocupar la presidencia municipal de Reynosa.

Cerca a la presa se ubica Comales, una comunidad notable del municipio, por haber parido al caricaturista Abel Quesada, mojonera, profunda, firme, visible en los linderos del periodismo nacional. Presumidos somos por haberlo conocido y estrechado su mano. En tertulia hogareña, de consumición y masticación de bebidas y viandas, nos deleitó con su charla amena. Sus labios entonaron los versos de “El cuerudo Tamaulipeco”, corrido e himno de aquellos lares:

“Yendo de Tula al Jaumaveme encontré con un rancheroiba en su cuaco retintotodo vestido de cuero.

La obra caminera del doctor Norberto Treviño Zapata, entonces, gobernador de la entidad tamaulipeca, fue amplia e intensa. Se trabajó en varios frentes al mismo tiempo; Reynosa-Nuevo Laredo (La Ribereña), Brecha 109, en Río Bravo, La Brecha 82 para comunicar al pueblo de Valle Hermoso con la carretera Matamoros – Valle Hermoso; una estructura de tráfico y comunicación a la altura agrícola de Matamoros.

La fibra de algodón producido en este valle, por su calidad, extensión y resistencia, llegó a ocupar el segundo lugar en el mundo. El primer sitio lo tenían los productores del Valle del Nilo. Hoy, el campo mexicano sólo produce quejumbres, desazón y resabios, cardos, ortigas y guachaporis y discursos que contienen pura chicha de liebre, asegura el “Sacalepunta”

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desde el ejido “Los Macheteros de Atenco”…

“Y alegre se fue cantandopor el filo de la sierra,Tamaulipas es mi tierra,para el que lo ande dudando...”

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TESOROS ARQUEOLÓGICOS…

Nuestra formación docente culminó en Oaxaca de Juárez. La flaca y un poco adormecida memoria, nos lleva de nueva cuenta hacia aquellos ensangrentados y adoloridos horizontes.

Oaxaca - no estorban algunos datos- es estado libre y soberano desde 1823. Tiene extensión territorial de 93,136 km2. Definen el relieve de la Entidad tres serranías: Sierra Madre del Sur, la Sierra Madre de Oaxaca y la Sierra Atravesada. A esta última se le conoce con otros nombres que no recordamos. En la geografía general en la que se presentan todos los climas del país, se forman 4,500 localidades distri-buidas en 570 municipios ó 30 distritos.

Los habitantes hablan el español y poco más de una docena de dialectos. En la infroctuosidad del terreno podemos anotar, recurriendo a la parodia, impera la ley del tigre; sobresalen los tuertos sobre los ciegos, los leídos sobre los incultos; el fuerte sobre el débil; las órdenes de los caciques obedecidas por chacales con figura humana. La comunicación y las relaciones humanas se antojan difíciles. La integración social lo es más. Una verdadera paradoja en tierras con abundancia de muestras culturales.

Los sitios de interés para el estudio, la investigación arqueológica y la práctica del turismo son numerosos.

Los apuntes hechos a Ia troche y moche y los tejidos de telarañas, en los canales craneales nos recuerdan que Monte Albán está a diez kilómetros de la capital, cuyas calles recuerdan el deambular por las avenidas Mina, Obregón, Garmendia, la colonia, El Centenario y el barrio de la Capilla del Carmen, del viejo Hermosillo, sin olvidar la Serdán ¡qué caray!

El conjunto representa adosamientos de bajorreIieves con profunda incógnita. Conocimientos y tiempo, hacen falta para describir las macizas edificaciones construidas con una precisión de albañilería que asombra. Es un verdadero

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observatorio, pues se domina -hasta donde alcanza la vista- en toda la extensión del Valle de Oaxaca. La Secretaría de Hacienda, es la dependencia que vigila y mantiene las construcciones descubiertas por el maestro y arqueólogo Alfonso Caso.

Las ruinas prehispánicas de Mitla, localizadas a 45 kilómetros de la metrópoli de la Mixteca, conservan un sentido de espiritualidad. Constan de varios cuerpos que rodean un gran patio central. Haya varios aposentos como la Sala de las Columnas, con sus pilares cilíndricos de una sola pieza. Todas las estancias tienen una particular ornamentación, desta- cando la matemática precisión de sus junturas y la profusión de artísticas grecas. Mitla es considerada la Ciudad de los Muertos (Liobaana) y centro religioso de los zapotecas.

Otros santuarios, centros culturales y lugares de visita obligada, pero de menor importancia son Yaagul y Daintzu. Todos los visitamos en la grata compañía de los profesores Rubén y María Luisa Montoya de Ramírez, quienes también encontraron más luces para la carrera docente en el inolvidable sureste mexicano. Se antoja reflexionar y cuestionar al admirar la grandeza y majestuosidad de raza y obra que hubiera sucedido o los españoles conquistadores y guerreros no hubieran hollado las riquezas culturales y humanas de la región. Si la reciprocidad con lengua, religión y otras enseñanzas fue justa.

Si recordar es enfrentar la lucha destructiva del tiempo. Es darle sentido, calor y afectos a las cosas, a las obras nuestras realizadas en el trasiego cotidiano en el seno de la sociedad, pues sigamos disfrutando de Oaxaca, la de hace algunos años, peor la que sufre un presente injusto y vergonzante. La Oaxaca que protege su suelo, acaricia un mar y bendice un cielo, cual cantara Álvaro Carrillo.

En varias ocasiones abandonábamos el hotel-Hispano Americano de nombre- cercano a la plaza principal, el maestro Tiburcio Reyes y Quilantán y el suscrito para perdernos como unos marchantes más entre el gentío asistente a los tianguis de los jueves a consumir chuchulucos raros, golosinas ajenas

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al paladar nuestro; frutas frescas de la estación, frutas de hornos, a llenarnos de olores y sabores. ¡Ah, el pan de yema!

En el mercado central y popular, las tunas heladas, aquellas pollas mañaneras de los lunes. A divagar por las calles entre palacetes, monasterios y templos eructando historia y joyería en adornos y cuadros, como el Templo de Santo Domingo y el museo adyacente que abarcan entre ambas construcciones muchos metros cuadrados.

El Templo de la Virgen de la Soledad en el primer cuadro de la ciudad. Cuentan que la Virgen, montada en una mula, cruzaba aquel solar cuando de repente la bestia hizo alto y se echó. Ya no quiso moverse ni caminar. La Virgen se sentó en una piedra y ya no quiso abandonar el lugar, en señal de que allí se construyera un templo en su honor.

En el pasillo central de la nave principal se encuentra aún la piedra, el rezo y la adoración permanente de los creyentes.

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TIERRAS TAMAULIPECAS…

“Por a’i va pasando un pelado romito, ojos borrados, con un huerco a camacho...”

Es una expresión en lengua natural, limpia, abierta de la “raza” cueruda de Tamaulipas, “tierra de rezos” según la traducción a la parcela de la “castilla”.

En Sonora expresaríamos el mismo contenido así: “Por a’i va pasando un vale chapito de ojos claros con un buqui apupuchi...”

La reminiscencia, ya luz tenue en la mente enmara-ñada y los canales craneanos “mojosos”, pero tonificante en los codillos sentimentales, obliga a desandar la senda para desparramar afectos y recuerdos sobre el jirón de patria, el horizonte bronco y altivo del noreste mexicano, la brava frontera tamaulipeca que nos dio cobijo cabal, sin reservas, por espacio de cinco años.

“A estos pueblitos del norte, de tierras tamaulipecas”, migramos por contratación protocolizada al canto y el propósito de aumentarle un tostón más al peso salarial y conocer otros lugares. Las vituallas en el morral para enfrentar la aventura en un mundo totalmente desconocido, localizado únicamente en el mapa, fueron una veintena de años de edad, energía y vitalidad que hasta “salían por los poros de la piel” y mucho optimismo y esperanza en los bolsillos y el cosquilleo del temor en las entrañas al comprometernos en aquella ruta dispuesta por quién sabe quien.

Al partir la alforja de la esperanza, también recogió un poco de la humedad que dejan en el alma los adioses y las despedidas de las tierras de viejos y la nacencia. Forjar el futuro requiere de sacrificios y pagos en efectivo de las facturas por darle apoyos y servicios a la existencia. Eso hay que hacer cuando florecen las primaveras y luces fuertes irradian los horizontes.

“Hoy, rústica, distraída, siempre al acaso, canturreaba la vida como al remanso...”

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En década de los cincuenta, el destino nos aventó por aquellos terrenos arrullados por el sonar de violines; resoplar de acordeones, trinos de flautas y rezongar de tololoches y bajos de los armónicos conjuntos musicales norteños. También sollozos y gemidos de gente buena. Risas y cantos en el trabajo, haciendo patria y construyendo tierra para vivir y descansar. Imposible sería dejar en los matorrales , de la vereda o el olvido las expresiones henchidas de orgullo, las palabras reventando mexicanidad a la valentía y al honor en los corridos y los renglones de la poesía regional, mientras se saborean los platillos de los cuerudos; machacado con huevo, cabrito en su sangre y al pastor, frijoles negros refritos y un pedazo de panela fresca, previos y con ánimo de abrir boca y conseguir tarantita; unos churumbones de mezcla San Carlos.

“Esa miseria que viene un recuerdo a despertar

¡Cuán honda tristeza tiene!

¡Cómo hace a solas llorar!...”

A los cuerudos del Jaumave, del Valle de Matamoros, a las mujeres bellas de Tamatán y a todos en general, les tendimos la mano en la construcción de la famosa carretera Ribereña, partiendo de Reynosa hasta Nuevo Laredo, pasando por anzaldúa, San Miguel de Camargo (hoy Ciudad Gustavo Díaz Ordaz), Valadeces, Ciudad Miguel Alemán, Ciudad Mier.

Dejaron afirmado que la fortuna camina muy aprisa y los hombres muy despacio, por eso son pocos los que la alcanzan. Nosotros empezamos a formar gran parte de nuestra fortuna en Tamaulipas: familia, hogar con salud y amigos. La suerte o el azar, ayudaron en gran parte. Los cuerudos de aquellos nortes nos aceptaron y nos comunicaron sus esfuerzos, esperanza, gustos y alegrías, sentimientos amargos, tribulaciones y pesares. Fue como estar en nuestro propio solar cajemense. Para existencia, encontramos los mismos ingredientes de la torta que trajimos bajo el brazo al llegar al mundo: tierra, agua, aire, luz solar entre otros.

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Así, los problemas sintomáticos originados por la ausencia y la añoranza por la patria chica lejana, pronto se disiparon hasta llegar a “hacer presencia en ciertas ocasiones”. Es verdad incontrovertible que la amistad es el camino natural y sencillo que elimina muchos obstáculos y dificultades para hacer placentera la actividad y el disfrute de los bienes y servicios a nuestro alcance. Amistad nos dieron, con gusto la recibimos y con el respeto y el calor y a la manera norteña la cultivamos para obtener muy buenos frutos. Pronto, muy luego nos sentimos tamaulipecos… Y a la tierra que fuereis, haz lo que viereis. Esto lo llevamos a la práctica en nuestra vida.

Nosotros fuimos a las chulas fronteras del norte a construir caminos, a colaborar para mayor y mejor comunicación, desarrollo y progreso de los pueblos jurisdiccionales en las riberas del río Bravo, llamado río Grande del Norte, línea divisoria, línea divisoria natural entre los “güeros de allá del otro lado y los prietos de acá de este lado…”

La Compañía Constructora Azteca, S.A.; fue la responsable de construir terracerías, obras de arte y pavimentación de la gran parte de extensión de la ruta La Ribereña, entre Reynosa y Nuevo Laredo. Se mencionaban como socios de esta empresa a Joaquín E. Pasquel (famosos fueron los Pasquel) residente en la Ciudad de México, y a Sherman D. Baker, norteamericano con permanencia residencial temporal y esporádica en una quinta cercana a Tampico (tierra de perros) donde también se dedicaba a la cría de caballos finos. Allá adquirió Tony Aguilar, máximo exponente de la charrería y sus canciones, de Tayahua, Zacatecas, al Pajarito, uno de sus famosos caballos amaestrados.

La constructora estableció oficinas y superintendencia en poblado de San Miguel de Camargo, que ya había sido campamento de la Secretaría de Obras Públicas, la SOP y cuyas instalaciones ocupamos. Hoy en día, a esta comunidad se le conoce como Ciudad Gustavo Díaz Ordaz. Las compras en el comercio local y la concentración de trabajadores fueron los cauces para edificar amistades y relaciones.

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Para nosotros, en calidad de tomadores de tiempo, fueron mayores las oportunidades. Muy luego se abrieron las puertas de la convivencia social y el roce con la gente. Esta ciudad es una de tantas que tiene a sus muertos en el mero centro, con banqueta, pero sin bardas ni cercos. La raza vacilona y argüendera, bautizó al cementerio como la plaza Montijo, por que nos sorprendieron realizando la caminata vespertina a su alrededor. La jerarquía ocupacional nos proporcionó en la hospedería Hotel y Café del Norte, local y hospedaje por varios meses. La propietaria, Paulina del Bosque y algunos miembros de su familia fueron nuestros primeros amigos.

Durante las horas de la comida y merienda cruzamos conversación con pilotos fumigadores que vertían elogios y buenos recuerdos del Valle del Yaqui. Eso nos llenaba de satisfacción y orgullo. Muy seguido, y frente al hotel, se escuchaba la voz de una hermosa chamacota entonando canciones rancheras. Llegó a figurar su nombre en marquesinas de teatros y palenques y del cine nacional: Lucha Moreno.

Dicen que es muy bueno y cuerdo interrogar épocas en horas pasadas, pues ello permite avivar el presente y armar bulla que abonan y orean la mente y el espíritu. A nosotros, el interrogatorio a nuestro pasado andariego y constructor nos facilita armar estos apuntes, los cuales entrego a usted de muy buena gana y el mejor talante y se lo colgamos con alfileres “incaíbles” en el cuerpo como una reliquia de nuestro querido Cajeme.

Las andanzas en el noreste altivo de aquellos ayeres del 59 echaron en el morral vivencias y reminiscencias que ahora acuden como bandadas de petreles pardos y azulados o caen como granos de chilicote.

Aquellas tierras fueron colonizadas por el varón peninsular José de Escandón. Tamaulipas, tierras de rezos que, según hablantes huastecos, se llamó en tiempos coloniales Nuevo Santander. Por el crecimiento demográfico y el desarrollo económico de Ciudad Victoria la capital, puerto de Tampico y Matamoros y su valle agropecuario pronto ocupó

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los primeros planos como una de las entidades más prósperas y acaudaladas del país.

Matamoros, el inolvidable puerto fronterizo, tiene sus playas donde el mar prepara sus revolturas de sales para darnos esos cuadros de colores rojizos cuando el sol inicia su hundimiento en los horizontes marinos. Tiene como vecina a la viuda gringa y tejana de Brownsville.

Valle Hermoso, agrícola y ganadero, nos permitió hospedaje lleno de afectos y atenciones, inolvidable utilizar el martillo y el cincel para formarle aristas sociales y políticas a nuestra persona. Este poblado fue fundado, si mal no recordamos en 1939, con ciudadanos que vivían “al otro lado”, que habían abandonado el país voluntariamente por necesidades de trabajo y oportunidades para mejorar la existencia. Fueron traídos al .país por el gobierno de la nación mediante oferta de tierras, casas y apoyos económicos.

Casas de madera de una y dos plantas delineaban anchas calles, polvorientas o lodosas, según se deshoja el almanaque, daban ribetes a pueblo de los tucsones cinematográficos. Viviendo en el trabajo, sin desorden en las costumbres que bien soldadas llevábamos de Sonora y mucho menos despilfarro de los bienes, luego hicimos amigos como el doctor Mortimer Boone y don Urbino y su numerosa familia de apellido Singleterry del Fierro, con quienes muy a menudo organizábamos encuentros para el cultivo de la amistad, el intercambio cultural o las tertulias festivas y alegres. Cosquillea allá muy dentro el recuerdo.

Río Bravo, Empalme y sus chicharrones de catán (bagre), San Fernando y su famosa curva; Ejido “Lucio Blanco”, jurisdiccionado en tierras entregadas por el general Álvaro Obregón. Pueblos poseedores de todo, vacas gordas y vacas flacas, alegrías y angustias, abundancia de riquezas y de apabullante escasez; mujeres hermosas, chulas de ojos borrados (claros), hombres de prestancia y varonía al igual que de presencia áspera y corriente.

Notorios en la conversaciones el nombramiento de

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aquellos que se grabaron en la historia como defensores de la ley y el orden hasta que “murieron porque eran hombres y no porque fueran bandidos”. Buenos y malos, pistoleros y contrabandista; por ellos “en los pueblitos del norte siempre ha corrido la sangre y han promovido a los juglares en la escritura de corridos y el arte de combinar los sonidos y el tiempo en el tololoche, el acordeón y el bajo sexto.

Un día hubo que volver a la tierra querendona, la que brinda ternura, calor y sudor como privilegios: al Valle del Yaqui con el cual seguimos de la mano al rincón de Sonora, solar exuberante y retador, a la entidad de todos nuestros orgullo y quereres: Así le cantó Armida de la Vara con alma y voz sonorenses:

“¡Sonora es mi tierra, mi dulce Sonora!que atrae y subyuga, y que cuando llorasu llanto enjugamos con el corazón;para ti es mi canto pues de ti he nacido;pronuncié tu nombre en el primer gemidoy ha de ser tu nombre mi postrer adiós”.

Cuando tenga bolsa de templado temperamento o caballo ensillado a punto de partida entonces volveremos por aquellos nunca olvidados horizontes que nos dieron hijas, amistades firmes, noche de cuchipanda y amigos a granel. Buena cosecha y modesta fortuna.

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SONORA ANDUVO LOS DÍAS CALIENTES…

Desapareció el rostro severo, hostil de la sequía de nuestra vista, su presencia ya imponía temor, miedo. Cayeron las primeras lluvias de la temporada, se alejaron los vientos calientes, producto nacido de la floresta sedienta y corriendo sobre la tierra reseca.

La sequía es tierra polvorienta o dura y rajada, calor, calcinación, sol, fuego, luz cegadora, en los horizontes espejismos, sombras reverberantes, matojos resecos, silencio, soledad. Ausencia de siembras en las milpas temporaleras, necesidades mil, abundancia de escasez, pobreza, más pobreza, muerte de ilusiones, desencanto. Ruina... Olor a muerte en los prados ganaderos.

Afortunadamente las lluvias veraniegas vinieron a tiempo. Sonora, la morada de mil amores sació la sed, sintió el correr del agua fresca, suave, acariciadora y limpia sobre su cuerpo macizo.

El cuadro de la naturaleza muerta ya no existe.

La tierra sonorense vuelve a ser pura energía y vitalidad. Renace la flora, la savia toniticante vuelve a los troncos y a las ramas de los árboles, los varejones de los arbustos y las hierbas.

- Vieras que bonito está pa’lIá, me comenta un hijo de la vieja Oposura. Moctezuma... “Me imagino ya sobre los costillales serranos en las curvas de los lomeríos, en los angostos vallecillos y en los amplios llanos la alfombra verde que se empieza a tejer. El entono ambiental se antoja benigno, saludable, dulce, amable. Brotan de nuevo las ilusiones, se fortalecen las esperanzas, impulsa el ánimo al quehacer en los poblados y rancherías. Silban y cantan gustosos y alegres sus moradores, la razón los arropa, los hechos les asisten. Brillan de limpias las cimas y los acantilados. Destilan agua los empapados cerros. Cae agua en las cunetas. Corre por los taludes, refrescando el camino. El agua se encharca en las simas profundas, aumenta el caudal de los arroyos. Agua

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habrá en los bajíos, también los jagüeyes y en las tinajas, en los hondables a los pies de paredones en los cuales se echarán sus clavados las pandillas de traviesos zagales empelotos. En las pequeñas lagunas llaneras, bajo sombreados palofierros y mezquites revolotearán mariposas multicolores y bajarán a calmar la sed coyotes y vulpejas, bandadas de cuichis y chureas y otros ejemplares de la diezmada fauna sonorense. ¡Qué hermosura de campiña! El gusto contagia. Araña los sentimientos y quiebra el alma. Se escucha el canto de la paloma:

- ¡Calma tu canto triste paloma!

- Fuerte, hieres al ausente de su tierra;

- pues traes de la vinorama el aroma,

- y recuerdas el primer beso de amor,

- de la madre hermosa, que nos pariera

- entre las paredes de la vieja casona.

Las aguas pasan, arrastran piedras, palos y basura, mas no arrancan las vivencias y los recuerdos de las lluvias en tiempos de los abuelos y los viejos. La revolución que armaban en la casa paterna con la aparición del relámpago “El Mocorito” o “El Carmaleño que avala, sin lugar a pierde, la llegada de las lluvias de la temporada, del calendario hidrológico y pluvial de la entidad tan grade, exuberante y hermosa.

Cuando el sol caía tras el cerro de “Los Cochis” y los colores del día pasaban del claro al pardo. “El Mocorito” aparecía en el horizonte sureño parpadeando intermitente y con débiles destellos de fuego. Era el momento de escuchar la voz mandona e irritada de mamá: “Ai’stán cabrones replanados a toda nalga y no se acomiden a meter leña, llenar de agua las tinajas, meter los catres. ¿Qué no ven que ai viene la revolución?”

El viejo se levantaba de la silla, mueble de guásima o tesota y fondo de cuero crudo de vaca sin desbaste ni

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beneficio. Se perdía en la zacatera, una especie de almacén levantada al fondo del corral. Aparecía al rato con algunos aperos de labranza en las manos: collales, frenos, horquillas y balancines, después sacaba los arados que cuidaba como oro molido, pues se los había “regalado” el general Lázaro Cárdenas. Mi hermano y yo cruzábamos: miradas: con el “Mocorito” y las lluvias se venían a trancas y barrancas las chingas. Antes de la aurora se oía el grito del jefe hogareño: -¡Arriba pueblo: de Álamos, a trabajar! Y no había manera de hacerle “al cochito” pues le pegaba una patada a uno de los largueros del catre. A preparar la tierra era el invite. Barbechar, rastrear, volver a barbechar los magüechis, también la tierra ejidal. El agua ya está encima. El Mocorito no fallaba y las chingas tampoco. Trabajo y más trabajo, de canta gallo a canta grillo, todos los días hábiles de la semana. Los sábados y domingos eran para arrimar leña y pastura para las vacas de ordeña y las mulas y caballos de la labor.

¡Qué manera de hacerle cariños a la tierra! En su vientre, abierto por el arado de rejillas; se depositaban las simientes de diferente especie: maíz, calabaza, sandía, caña de agua, fríjol yurimuni, tépari. La cosecha proporcionaría una comisaría, abundante, sabrosa y variada. El maíz elotes, tamales y tortillas, también alimento para aves y puercos. Las calabacitas tiernas ingredientes para el cocido y la cazuela, calabacitas con queso y el famoso y sabroso colache. La calabacita tierna se cortaba en rodajas que se secaban al son en las comidas cuaresmales se preparaban una vez rehidratadas con chile colorado. La calabaza sazona, dura, proporcionaba los bichicoris, calabaza emielada, cajeta para las empanadas y el cusiri. Mediante el cambalache se adquirían trastos en caseros y trapos nuevos para estrenar. También se vendía algo de la cosecha para sacar algunos centavos. Pero qué comer, nunca faltaba en los hogares campesinos de antaño.

Tres o cuatro días de la semana “El Mocorito” nos traía abundantes lluvias. El río Sonora no dejaba de bramar durante los meses de julio y agosto, tampoco de hacer daño en los sembradíos ribereños. Se llevaba chilares de los pueblos de arriba y cañaverales de los pueblos de abajo. Dejaba sin chile a los habitantes de Baviácora y sin panocha a los de Ures.

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Llegaron las lluvias. Renace la vida en el monte. Florecen los tabachines y los sanmiguelitos. El hombre del trabajo se apresta a la labor en las sementeras montaraces y rancheras.

Los dioses tutelares de Sonora se han mostrado bondadosos en esta temporada veraniega. El panorama y el ambiente de la geografía cambiaron de manera radical. Del paisaje árido y los malos presagios, pasó al verde alentador, de mejores perspectivas y esperanzas, con las lluvias de la temporada que han sido copiosas, abundantes y, al parecer, generalizadas en todo el cuerpo de la Entidad.

La llanura inmóvil se extiende indefinidamente con el color de la vida sana. En las distancias inapreciables se recortan las cordilleras azulosas y en veloz vuelo, bajo el cielo azulenco y soleado, cruzan los halcones peregrinos rumbo a los riscos de su nacencia, y los gavilanes vigilantes, sobre-vuelan en un espacio determinado, señalando la existencia de alimento en la espesura de la floresta.

Las lluvias seguirán cayendo, según pronósticos meteorológicos. Tiemblan luces en retirados horizontes y rasgan los relámpagos como latigazos de fuego sobre el valle, el monte y la montaña, en la oscuridad de las noches.

Nunca es tarde si el bien llega....

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LLEGARON POR FIN LAS LLUVIAS…

Pidamos a los lares, los dioses del hogar, que nos traigan armonía, tranquilidad y bienaventuranza.

Es la oportunidad para patear el tedio y la abulia. Es tiempo de estirar la pata y recorrer caminos y veredas, sudar como tinajas nuevas y llenarse de sol en medio del esplendor y la bonanza que presenta y respira el prado sonorense.

En los pueblos y rancherías que salen al paso del andariego o el turista hay holgura y tranquilidad para brindar la dulce y calurosa hospitalidad con la etiqueta y categoría que en estos andurriales norteños alcanzan objetivos superlativos de reconocimientos. Los rancheros están descansando un poco. Dejaron de sacar a jalón y manteo el agua de las norias; los gastos onerosos en la compra de pasturas y medicamentos; las apremiantes y fatigosas tareas para la atención y man-tenimiento del ganado vacuno en tiempos de penurias y angustias, hijas del estiaje y la sequía.

Tienen tiempo de sonreír, soltar tensiones, armar jaleos de gusto y escupir salivazos de satisfacción y contento. Los sembradíos de plantas forrajeras muestran tallos, hojas y colores de fortaleza, pregonando al viento que llegarán a tiempo cabal de cosecha.

Brota el pasto en los llanos, espiga el zacate liebrero. En las faldas de los cerros, en los bajíos y en las orillas de los arroyos nacen y brotan abundantes las hierbas forrajeras como el bledo y la tronadora. Sobresalen los colores de los tabachines y sanmiguelitos en flor.

Sin lugar a dudas, vienen tiempos de saborear buenos quesos, cuajadas y panelas frescas, los sueros salados en especial servidos al tope de frijoles de la olla, aderezados con cebolla picada y orégano bien molidito en la palma de las manos.

Completar el bolo culinario del hogar campirano y ranchero con la tortilla sobaquera y la taza de café colado

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humeante recién salido de la talega. Un verdadero bocado de obispo después de una larga caminata pastoral y de aumentar las ansias de las tripas con un mezcal de veintiún grados.

¡Ay Sonora, si no sonaras...!

Amable y dulzona sensación cosquillean los sentidos al retrotraerse y revivir cuadros.

Terminado el opíparo yantar, inmenso placer se disfruta al chupar un cigarro. Regla del ranchero es: “Después de un taco, un buen tabaco…”

Replanar las sentaderas en un tronco de palma, bajo la sombra de un mezquite, para soltar las amarras de la comunicación. Se cruzan las piernas, y la plática se alarga porque se disfruta y se aprende.

Recuerdo la didáctica y jocosa discusión de don Rafail Bracamontes. También le nombraban el Sordo Bracamontes. Encargado del rancho Las Iguanas, adquirió buenas famas de ranchero, vaquero y desbravador de caballos. Era reconocido por lazar con reata de tres brazadas, en monte cerrado, bestias broncas y novillos cerriles. También por la facilidad que tenía para encontrar origen y significado a dichos y refranes.

Parece que lo veo. Cruzó los brazos sobre sus rodillas y soltó la voz ronca, medio apagada.

- Verás tú, te diré. En cierta ocasión, hace algún tiempo, el Chueco Lozano salió de El Gavilán. Venía hacia acá, con el pretexto de visitarnos y hartarse de cuajada. Cruzando el monte le dieron ganas de largar los pantalones para descargar la panza y la vejiga. Ahí, al cruzar el arroyito de El Choli, se hizo a un lado de la vereda.

Se detiene. Tuerce otro macucho. Chupa y sigue.

- Como te iba diciendo, en una loma poblada de zacates y batanenes, el Chueco Lozano se sentó a hacer las necesidades del cuerpo. Parecía liebre, nomás la mechuda

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cabeza y las largas orejas sacaba. Tan feo era, ya te imaginarás.

Se levanta el sombrero y se jala el pabellón de la oreja derecha. Prosigue. No hay interrupción.

- Lo malo estuvo cuando quiso limpiarse el trasero. ¡Cabrón, qué susto se llevó! Se quedó con el papel y la mano en el aire. Sin moverse y con la cara llena de miedo, los ojos en blanco, un temblor en la barbilla. Tieso, engarrotado, se quedó el pobre Chueco... Y era tan feo.

Ríe feliz, abiertamente, mientras manotea en el aire. Parcos, nosotros también reímos. No entendíamos a dónde quería llegar el vaquero cascorvo, y rostro lleno de picaduras de viruela.

- ¿Y quién carajos no se asusta con una víbora de cascabel cerquita de las nalgas y a punto de tirar la tarascada? Tú, yo cualquiera... ¡Imagínatelo!.

- Pues ai’tienes al Chueco muerto de miedo; ya las piernas acalambradas. Se lo estaba llevando la tiznada. Lo que hacía desesperado era estirar el pescuezo y mirar para la vereda. Al que pasaba, le chiflaba y con el dedo índice señalaba hacia debajo de sus sentaderas. Desfilaron algunos, pero no le hacían caso. Todos le gritaban lo mismo: “¡Cómetela tú. Chueco pinchi!...”

¿Y qué paso?

- ¡Pues lo dejaron chiflando en la loma!

Pardea la tarde. Hay taranta mezcalera. Es tiempo de retirarse antes que la noche cierre sus fauces sobre la campiña. Cruzamos el arroyo. Allí estaba el transporte. La troca de mi hermano Lamberto.

Profr. Abraham Montijo Monge 107

POR SIEMPRE NAVOJOA…

Cabalgando sobre las plantillas de las canillas, los pies, afortunadamente sanos, nada callosos, menos juanetudos, recorrimos calles y nos paramos en las esquinas de la ciudad hospitalaria, siempre sencilla y atractiva de Navojoa. Fue un día de los calurosos del presente y lluvioso verano. Fuerte sol, blanco brillante, bastante sudor en los lomos y los sobacos, como empujando a saborear con fruición, hacerle tragar buche y corrientada a una bebida embotellada bien fría bajo el portalillo de la fuente de sodas de la Plaza 5 de Mayo.

Fuimos a conversar con el periodista y licenciado Gerardo Armenta Balderrama sobre proyectos editoriales que preparamos para el porvenir cercano. Aprovechamos para darle sustento al sentimiento desempolvando recuerdos y añoranzas que en el pasado dejamos sembradas en tan bonancibles tierras del mayo. Avivar un poco más el fuego de la existencia que llevamos a cuesta por el “caminito que baja y se pierde…” También a darle gusto al paladar, a irritar los jugos gástricos, a abrir puertas al estómago con un buen servido platillo de carne “de cochi con chili colorado, acompañado de una sopa de arroz que solamente las hacendosas señoras de las fondas del viejo parián saben preparar.

10� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

En la ruta por el arroyo de la existencia, entre basacachis y promontorios sale a recibirnos el recuerdo tan hermoso que guardamos por Navojoa. Agradecidos profundamente le estamos, pues apenas un aprendiz en la lucha por la vida, recibió cobijo y afectos, atenciones mil y deferencias que jamás se olvidan. Abonamos con este apunte nuestra admi- ración y respetos. Aquí, en la Estrella del Mayo, iniciamos nuestra carrera magisterial, nuestros servicios docentes dentro del sistema educativo de Sonora. Aquí nacimos a la actividad cívica, a la vida social y política comunitaria. Aquí están los primeros cimientos sobre los que descansan nuestra vida y sus hechos. Satisfechos estamos de los baños de la buena tierra y las refrescantes brisas que levantaron los álamos del río eterno.

“Al volver la vista atrás,se puede mirar la sendaque nunca se ha de volver a pisar…”

El poeta sevillano Machado, grande, inmenso, añora, nosotros desandamos el camino para volver a empezar. Las noches de fines de semana obligaban a pegar las mandas de juventud, recreando los ojos del cuerpo y soltándoles las amarras a los sentidos del gusto y el zangoloteo. Era menester para el cumplimiento con esos dioses, dar primero algunas tata-huilas por calles alumbradas y rincones a media luz, abordar un automóvil del sitio de Pepe Murillo. El recorrido terminaba en la cancha del alegre y turbulento barrio de “El Gallo Tuerto” donde se celebraban rumbosos bailes amenizados con música de tocadiscos. ¡Cómo olvidar la rúbrica!:

“Se murió mi gallo tuerto!/¿Qué será de mi gallina?/Co co ro yó cantaba el gallo!Co co ro yó, en la cocina...”

¿Dónde quedó aquella cancha deportiva en la esquina de las calles Alejo Toledo y José María Morelos... “Hoy se ubica el gimnasio municipal de box “Salvador ‘Chava’ Mendoza R”. Donde está la puerta de acceso de la esquina, existió un pequeño cuarto que ocupó un simpático zapatero remendón de nombre Fermín Parra (o Efraín).

Profr. Abraham Montijo Monge 10�

Bien recuerdo que cuando alguien le saludaba con caravana desde el centro de las calles mencionadas, él, siempre de confiado, contestaba: “¡A veinte!”…

Por la calle Toledo, al norte, en el hogar de la familia Flores Franco, recibimos atenciones para siempre recordar. Por allí se comportaron de igual forma los miembros de la familia Avitia. Recorriendo el paisaje en la memoria, se materializa la figura de don Jesús Carrizosa, despachando en su tanichi por la calle Ferrocarril al norte. El caballero eternamente jovial, con la sonrisa de la bonhomía y hombría de bien, acostumbraba montar a caballo a la usanza andaluza. Siempre lo recordó con cariño su sobrino Javier Morales, nuestro leal amigo, hoy en la paz de Dios.

Resonaron nuestros pasos una vez más en el interior del templo del Sagrado Corazón de Jesús, en el cual en alguna misa dominguera recogimos las limosnas. Musitamos, con devoción y recogimiento, la rogativa personal por el bienestar y la salud de tantos compañeros que hicimos durante el ciclo escolar 1952-1953... ¡Gracias, navojoenses de aquellos tiempos, de hace apenas cincuenta y tres años.

El galfarreo, hijo de la desvergüenza y nieto de la corrupción, nos proporcionó en esta gira la siguiente viñeta, al fin y al cabo que donde quiera se visten monjas: Por olvidar la credencial de adulto mayor de aquí pa’lIá, pagué treinta pesos en la ventanilla de los Mayitos por el boleto en cuyo esqueleto la damita muy abusada asentó la cantidad de treinta pesos en el comprobante del usuario, y en el talón escribió diecisiete pesos, cantidad que debe pagar un adulto mayor.

El inspector nos interrogó a bordo del camión azul:

¿Cuanto pago, señor...?

Cuando recibió contestación, nos miró, sonrió, movió la cabeza pa’todos lados y se fue. La mofletudita empleada había capado la cochi.

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Profr. Abraham Montijo Monge 111

LA BITACHERA…

La mañana alboreó brillante, límpido el azul del cielo, la tierra humeó vapor al recibir el beso ardiente del sol, al soplo de un vientecillo tenue que levantaba cenizas y chispas recordatorias, reminiscentes del rescoldo remanente de la fogata larga: quieta y fría, que nos entretuvo tibios durante la noche del otoño puro.

En estos días de recordar, danzando en el húmedo y tibio prado del afecto herrado a hierro candente en el sentimiento personal, aparecen en la memoria figuras y rostros de tantos y tantos amigos que recogimos y tratamos en el seno de la parroquia, el ágora de la amistad, en lo que fue el muy mentado club de La Bitachera, integrado por una caterva de ciudadanos de todos los estratos sociales y las más disímbolas actividades de la ocupación humana. Un verdadero muestrario social de aquel Cajeme, que por lo ameno, suave y cordial, afectivo y deferente no se antoja lejano.

Asentaron los sabios del samai cahui que los pueblos quedan marcados por las acciones y hechos de los individuos que los habitan. Cómo nacieron, lo que fueron, lo que son y lo que esperan ser; lo que enseñan y muestran, lo que tienen de las diferentes aristas y ángulos del desenvolvimiento y progreso durante el andar sobre rutas de sus destinos. Hoy entregamos un pasaje del quehacer de los bitachis.

Era este un grupo social , muy numeroso, de gana- deros, agricultores, comerciantes, profesionistas, maestros, peluqueros, carniceros, obreros, empresarios, cantineros, funcionarios públicos, campesinos, colonos, activistas y líderes para todos los guisos, sin faltar desde luego entre esta fauna los que llegaron tarde al reparto de los dones intelectuales. Casi todos, de una u otra forma, pintaron la huella en el terreno político, cuando hacían sus pininos los tiempos mediados del mes de enero de 1970.

Un día cualquiera del mentado mes, conviviendo y cultivando la camaradería entre los miembros, que eran varios, del panal ‹‹bitachi››, alguien soltó la voz incitadora:

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«Compañeros, se vienen los tiempos políticos y la renovación de los poderes municipales de Cajeme... ¿qué les parece si los ‘bitachis’ participamos con un candidato a la presidencia municipal? Es tiempo de que vayamos pensando con empeño... ››.

En los tres últimos términos de la construcción literaria se hacía alusión clara y precisa a las siglas formantes del nombre del candidato. Rubricaron con aplausos y gritos de entusiasmo el descubrimiento. Por voluntad genuina, expresa, el tapado era Próspero Cota Esquer, quien actuaba como guía, temastlán, cobanahua, el jefe nato del heterogéneo grupo y además propietario del local donde se mitigaban sinsabores y asperezas del trajinar cotidiano con los jugos ambarinos y los dulcificantes de la amistad. Pero esa es otra historia, cual dijera histriónica señora por ahí.

“La bitachera”

Abril 24 de 1970

De pie al fondo de izquierda a derecha; Sr. Chavira, Profr. Abraham Montijo Monge, Samuel Parra “El Platanito”, Miguel Terminel Valenzuela. Sentados y de izquierda a derecha; J. Isabel Mexía, Guillermo Martinez, Dr. Alfonso Miguel Hernando Pola, Luis Antillón Peñúñuri, Próspero Cota “El Popelín” (de pie) y Nemesio Parra Acuña

Profr. Abraham Montijo Monge 113

La convocatoria prendió con firmeza y determinación. Se acordaron reuniones posteriores para mayor auscultación a la vez que promover actuaciones futuras y, desde luego, conquistar más apoyos. Ya no en la vereda de la acción correspondiente, en forma continuada y perseverante, se llegó a la asamblea de integración del Comité de Auscultación Política de Cajeme, la cual tuvo verificativo a las dos de la tarde del 3 de febrero de 1970, en el domicilio del señor Ramón García Corral sito en la calle Tabasco 656, norte; bajo la divisa de ‹‹Pensamos con empeño››, se lucharía por un gobierno a la altura de los merecimientos de Cajeme, en la cordialidad y la armonía de los cajemenses››.

El referido comité quedó integrado de la siguiente forma:

Presidente, capitán Juan Souque Limón; suplente, Leonardo Aguilar Lara. Secretario, profesor Abraham Montijo Monge; suplente Jesús Martínez Valdez. Tesorero, Antonio Aldama Rodríguez; suplente Adalberto Mata Garibay.

Suplentes de propietarios: Daniel Fornés Conant, Humberto Castillo Avendaño y Ramón Tapia Maldonado, en orden legal.

Secretarías y comisiones:

Secretario de organización: Nemesio Parra Acuña. Secretaría de prensa y propaganda: Miguel Mexía Alvarado, Gaspar Juárez López y Antonio Sortillón. Secretaría de relaciones: Bernabé Arana león. Secretaría de acción politlta: Francisco Baldenegro, Benigno Castro Félix y Ramón Casillas. Secretaría de asuntos ganaderos: Ramón García Corral y Simón Márquez. Secretaría de acción magisterial: profesor Manuel del Cid Grijalva y profesor Leonardo Mada Vargas.

Secretaría de acción juvenil Zeferino Núñez Flores y Carlos Coronado. Comisión de asuntos sindicales: J. Isabel Mexía Ramírez y Natividad López.

Comisión de asuntos agrarios: Ramón Escalante, Juan Ahumada López y Arnoldo Cota. Comisión de Transporte:

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Jorge Valenzuela Cabrera, profesor Pablo Blanco Domínguez y Cosme Lara González. Comisión de Colonos urbanos: José Ortiz García, Jesús González Valenzuela y Juan Ruiz.

Comisión de comerciantes: Lic. Pedro Zaragoza FéIix. Comisión de agricultores: Gerardo Valenzuela, Luis Antillón Peñúñuri, Víctor Mora y Luis Soto.

Comisión de Profesionistas: Dr. Raúl Juárez López. Comisión de asuntos ferrocarrileros: Manuel Galaviz y Lamberto Molina. Comisión de industriales en pequeño: Miguel Terminel Valenzuela y Raymundo Oroná. Comisión de industriales de la transformación: Pedro López Rodríguez y Tomás Ramírez Beltrán.

En largas listas se recibieron las primeras adhesiones del pueblo de Cócorit, lugar de nacencia de Popelín Cota Esquer, y de Telégrafos y Correos a través de sus representantes Ignacio Campos Guzmán y Cirilo Espinoza Ortega; de trabajadores de Recursos Hidráulicos por medio de Guadalupe Jiménez. Los maestros pensionados y jubilados se adhirieron con firmeza y lealtad bajo la responsabilidad y dirección del profesor Rubén Novelo Gil.

Los bitachis habían entrado en acción, motivados por los síntomas aún latentes de síndromes políticos sucedidos en tiempos aún próximos. Volveremos en la próxima entrega, con el permiso de Dios.

¡Pueblo ta yeu sica!

Profr. Abraham Montijo Monge 115

LA MESA DEL CAMPANERO…

A mediados del mes de julio fuimos huéspedes de La Mesa del Campanero, un paraje muy cerca de Yécora y a más de dos mil metros de altura. Al parecer es la elevación orográfica más alta de Sonora, la tierra querida que desde allá se antoja más exuberante y retadora. Un empinado y angosto sendero nos ayuda a remontar la altura. El culebreante camino no se termina de empedrar porque como dondequiera se visten monjas, pues, se perdieron muchos sacos de cemento y no se los llevaron los güijolos salvajes que abundan por acá.

Por la noche un fuerte aguacero nos arrulla golpeando por largo rato el techo laminado de la confortable cabaña de troncos. Latigazos de fuego hendían la oscuridad y el retumbar de los truenos se perdía en las barrancas boscosas de pinos robles blancos, encinas pinabetes y madroños. La humedad aumenta el descenso de la temperatura, obligándonos a usar las chamarras.

Después de la lluvia la quietud es impresionante que hasta permite oír el silencio que prevalece en el bosque iluminado por una luz plateada. El resplandor de la luna parece temblar en forma especial en el follaje de los robles blancos. La tierra húmeda da vía y fortaleza a hierbas como las jarillas y las seris. Arriba, sobre el ancho lomo de la enorme y larga meseta, hay verdor, producción agropecuaria, clima de gozo y aprovechamiento. Todo un rostro fértil. Abajo, en la sabana, existe sólo pesar calor y rostro muerto de sed. Desaliento. Rumores y malos presagios sueltan las sibilas.

Impuestos a no esperar el sol en la cama, la madrugada aún oscura, nos impulsa a encender la hornilla, el hogar que nos brindará el agua caliente para el café soluble, el café de los paseos. Se escuchan aleteos y cantos de guajolotes montaraces. Aun las estrellas tachonan el cielo. Poco a poco, la luz que se viene permite apreciar el quehacer de los labriegos serranos: varejones de arbolillos manzaneros sostienen a duras penas racimos de frutillas rojas en camino de ponerse en punto. Los duraznos igualmente están cargados. Área de terreno negro, mojado, tapizado de piedras boludas, están

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sembradas de maíz, papa, frijol y cilantro.

¡Cuánto batallar para subsistir en estas alturas tan lejanas!

Dentro de la panza de la unidad motorizada muy moderna cómoda y fresca nos acomodamos los hermanos Luis y Miguel Beltrán Urías y este retratista visual que hace todo lo posible de traerse en el iris y la pupila todas las estampas que el camino y el paisaje le entregan en abundancia y gratuitamente. Como los chanatones a’i vamos moviendo el pescuezo para todos lados al mirar por las ventanillas.

Se pinta sobre los cerros la costra de tierra reseca, rocas negras y uno que otro desbaIagado semoviente a manera de enorme garrapata en el cuero enfermizo de un perro de gambusino. Los árboles con sus troncos cual negros y quemados pabilos, permiten censarse desde la distancia. Los arroyos y otras sangrías afluentes del Jiac Batue que sacia la sed del valle, muestran sus lechos cubiertos de cascajales y las huellas de perritas, güicos y zorrillos deambulan en noches de luna.

Los recursos naturales de Sonora están degradados, Las formas y los severos daños están a la vista: erosión del terreno, deforestación por sequía o explotación y tala de los árboles en variedades de mezquite y paIofierro para convertirlos en carbón con permisos autorizados ¡un vil crimen! sobrepastoreo y desertificación y el agente más devastador en tiempo de secas el viento.

A quienes les duele la degradación por mala administración del medio ambiente, como el ecólogo Marson Bates, asientan: “Desafiando a la naturaleza, destruyéndola y erigiendo un mundo artificial centrado en el hombre arrogante y ególatra, no comprendo, cómo la Humanidad puede conseguir paz, libertad o felicidad, Creo en el hombre compartiendo la vida, no destruyéndola…”

Una botana olvidadiza que se había relegado. Nos comentan que Yécora ya empezó a salvajízarse con

Profr. Abraham Montijo Monge 117

modernidades de la ciudad, pues ya le han levantado templos, a las diosas del “table dance”. No son pocas las almas que temen hechos deplorables y sangrientos en terrenos que son de suyo explosivos y temperamentales.

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VIAJE POR LAS CALIFORNIAS…

Sin ánimo de presunción, me permito comentarles que nos aventamos unas vacaciones por los horizontes de la península californiana con centro de operaciones en Ensenada con resbalada a San Francisco, San José y San Diego, por el norte y hasta Mulegé por el sur.

Un día de los primeros de agosto del mes calificado por los abuelos como “tan largo como la espera de un pobre”, decidimos mi esposa y yo manumitirnos, liberarnos de nuestra cotillera modorra, cuanto sedentaria existencia.

Bien pertrechados de diclofenacos, alopurinoles, bedoyectas y muchos consejos médicos, además de la credencial del adulto mayor (vulgo Insen), con el propósito de abaratar los costos del pasaje con el cincuenta por ciento menos, según dispone el gobierno y aceptan las empresas transportistas de pasaje.

Empezaba a crecer, a crecer, la noche cuando llegamos a la central de autobuses “Faustino Félix Serna” y nosotros iniciábamos el juego del conejo, que poco a poco, se va retirando de su madriguera. Ensenada era nuestro destino turistero. ¡Al demonio las reumas!, que los mataviejos (nietos) se aguanten sin abuelos y sus mamás.

Una linda carita con ojos de mirar como gatita entre un montón de leña y bella voz se encuadró en la ventanilla del jonuco boletero para atendernos. Con cortesía y sume a diligencia nos vendió los boletos, señaló número de asientos y estipuló la hora de salida. Sí respetó la credencial del Insen. Mi esposa y yo rubricamos con amplía sonrisa, complacidos por la atención y la deferencia.

Después llegaron los torzones del hígado y los sonidos de las notas y voces discordantes colocadas en el pentagrama del hablar encabritado. En citas subsecuentes les platicaremos de las experiencias, vivencias y peripecias del andar vagando en tierras orográficamente parecidas a las sonorenses, pero de clima similar al de los mundos mediterráneos.

Profr. Abraham Montijo Monge 11�

Sanos y satisfechos ya estamos aquí. El canto de la paloma en tierras lejanas fertiliza el ánimo y la nostalgia y apura el regreso al juqui de la querencia.

Aquí como siempre, ante ustedes co provincianos y amigos selectos, dispuestos a conversar. En Cajeme de los brillantes amaneceres y bellos ocasos, el solar de las pocas siembras y escasas siegas. Exiguas cosechas -y menos rentas. Llegamos a Cajeme aquel otrora prado exuberante de abundantes semillas.

Volvimos con placer y enorme gusto a la tierra adentro del poeta de casa Juan Manz Alanis, la de Mara, Silvia y Ramón, la de usted, la vía en la que se dicen nombres de personajes que a través del tiempo dejaron la impronta huella, también de las cosas del pueblo que se alegra porque todos cantan, igualmente los pocos viejos; los respetables y queridos viejos que la buenaventura aún conserva entre nosotros.

Regresamos a la llanura de monte, sombra y cobijo del coyote guerrero, la comba, toldo cubridor de sueños y llantos, dolores y gozos, hechos, y ocios según la vida se viene; recuerdos y reminiscencias que proyectan sombras y luces en la memoria. Al ámbito cotidiano, tal vez amplio o reducido, pero de cualquier manera reconocido, de vínculos y afectos. A comentar los cambios y las inercias que se miran en los valles la sociedad, la de ayer, la de hoy en camino. A escribir, a tundir teclas para amigos y lectores de cualquier cultura de cualquier tradición. A todos con respeto. Para todos con la mejor intención.

La despedida fue amable con fanfarrias celestes. La ciudad recibía su buena ración de ventisca y una andanada alucinante de relámpagos y truenos. Rato después un buen baño. Fue compensada por una copiosa -y abundante lluvia. Era ya la madrugada alta. En callada alabanza surgió cierto contentillo en la caja de los ánimos.

En casa, en el modesto domicilio que está siempre a sus órdenes amables vecinos y comprovincianos, las siempre aguerridas nietas reventaban circo con aprensivos reclamos,

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mortificaciones y miedos: ¿Por qué se fueron los abuelitos así lloviendo...? La razón justa no tiene reprensión alguna. Cuánto se quieren ésta generación de plebes. Por ello afirmo que estos queridos descendientes familiares, los mataviejos, los nietos pues, son como las explosiones intestinales personales: sólo uno las aguanta.

El caparazón rodante y ronroneante, poderoso y veloz corre por la amplia y segura carretera, la llamada cuatro carriles, la 15 federal, el espinazo de la comunicación carretera sonorense, hendiendo con la luz de los fanales el cuerpo de la noche. Los viajeros dentro de la espaciosa panza en apacible penumbra, procuramos instalarnos lo mejor posible en los cómodos y amplios asientos, en demanda de las caricias de Morfeo el señor del sueño, contra quien llegando, no hay voluntad que se le oponga.

Los efectos del mordisco al hígado, impulsado por el coraje sufrido por el retardo de tres horas en el horario de partida habían desaparecido. La ciudad, nuestra ciudad bien dormida pero ensopada también quedaba atrás. Más hostilidades había en la ruta, bien lo sabíamos. Revisiones y esculques y en consecuencia más retraso y tardanzas del viaje. Pero son minucias de las leyes y los tiempos. Es la guerra contra el tráfico subterráneo, oscuro e ilegal de artículos, cosas, armas y drogas y es menester aguantar vara, colaborando para combatirlo. Además es la única sopa que le dejaron al andariego, al turista y al pata de chucho.

Estragados, adoloridos y con los rostros de enfado que parecían que habíamos tomado orines de mula arriera por tantas bajadas y subidas al camión por los numerosos retenes establecidos, por fin llegamos a Mexicali.

Estábamos en tierras californianas. Rostros, vesti-mentas, color de piel, zumbar de lenguas diferentes cambian el ambiente. Esteros en horizontes que disfrutan millares de visitantes que cruzan la frontera para disfrutar de las sierras, playas y desiertos californianos, museos, las delicias de las comidas, la hospitalidad de sus habitantes. Aquí se comparte un quehacer económico y cultural muy importante.

Profr. Abraham Montijo Monge 121

Los mexicanos atraviesan la línea Internacional para realizar compras, transacciones comerciales, disfrutar de paseos por el parque Balboa en San Diego o los museos de la avenida La Brea, en Los Ángeles.

Es Baja California con sus soledades desérticas o sus ciudades de trifulca demográfica. Es la región de viejos e históricos caminos de viñas, andares de misioneros con el verbo, la cruz, la luz a cuestas. Viñetas de conversión para la paz y el orden al estilo del hombre blanco.

Baja California en el tránsito de su historia ha recibido varios nombres. Entre muchos, entregamos a usted lector amigo.

Hernán Cortes en 1535 la llamó Cálida Fornax, hornos calientes, en razón al clima.

Entre los años de 1553 a 1697 los conquistadores posteriores le impusieron los nombres de Isla de Cihuatán, Isla de Amazonas, Isla de Perlas e Isla de Calafia.

El pirata de origen inglés Francis Drake, que encontró refugio allí, la llamó Nueva Albión.

Los navegantes rusos que llegaron a visitarla la lla- maron en 1559, Rossiya, Nueva Rusia.

Los misioneros conforme fueron arribando la bauti-zaron con diferentes nombres a saber: en 1700 los jesuitas la conocieron como Reino de California; los franciscanos le impusieron en 1772 dos nombres: Alta California y Nueva California. Los dominicos en el mismo año, la bautizaron con los nombres de Baja California y Vieja California.

El Gobierno Virreinal entre 1772 y 1786 le adjudicó a la península primero el nombre de Providencia de las Californias y después Intendencia de las Californias.

En el año de 1814 el Congreso de Apatzingán la ratifica como Provincias, y fue hasta 1824 en que las Californias se transformaron en territorios federales.

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El 15 de diciembre de 1887 se convierte la península en distrito norte y sur. Y vuelve a tomar la categoría de territorio el 7 de febrero de 1931.

Fue hasta 1952 en que se creó el Estado de Baja California.

Volvemos a los caminos de los chú culi cualim, los misioneros faldas prietas de las californias. Los intrépidos y tenaces sembradores de la cruz y la palabra, luces de la cristiandad y la conquista espiritual.

Con vituallas y tilichis suficientes y necesarios para levantar campamento en cualquier sitio de esta tierra libre y generosa, pero insegura en tiempos de grajos del desierto y otros ejemplares de la fauna humana depredadora y antisocial. El Valle de San Quintín sería el primer lugar de pernocta, después de abandonar Ensenada envuelta en un clima de veinticuatro grados de los nuestros.

El sol blanquecino brillante se desparrama ante la

Profr. Abraham Montijo Monge 123

vista por todo el horizonte desértico que se repliega o se acerca a medida que remontamos el camino serpenteante y negro. El clima artificial, benigno y adormecedor que llena el interior de la flamante “suburban” que nos transporta con toda comodidad, permite apreciar el reverberante entorno orográfico en el cual nos vamos introduciendo a paso veloz. Llanura esteparia de vegetación pobre, con alturas más o menos descollantes; cerros y altozanos con sombras propias de terrenos degradados y colores de las tierras castigadas por la sequía que dura ya seis años por acá.

Rocas graníticas, pardas, de tamaños y configuraciones caprichosas que parecen ir rodando a nuestros flancos sobre los lomos y costillares de los lomeríos semicalvos y pelones. La temperatura al sol cercano al cenit asciende a treinta y siete grados.

La ruta en sus bajadas y subidas, curvas cerradas y rectas y tangentes, nos van proporcionando cuadros distintos. Esqueletos de estructuras ejidales abandonadas, que solamente dibujan estampas de tiempos mejores. Manchas de pasto amarillo, arbustos y vegetación de tierra hostil, bárbara, bronca. Matorrales de romeros de color verde fuerte, hileras de olivos tristes, enfermizos, llenos de polvo, que resisten a duras penas la carencia de agua.

Saludan caseríos de terrenos semiabandonados en medio de la resolana canicular como los de El Ajusco, San Jacinto, Leandro Valle y el famoso Valle de Santo Tomás rodeado por una cordillera de montes negros y custodiando una alforja repleta de historia para contarla frente a vasos llenos de sus famosos vinos.

Las vides de tallos sarmentosos y rugosos enmarcan la presencia del promontorio que sostiene la Misión de Santo Tomás, la cual fue fundada por los padres José Loriente y Juan Crisóstomo Gómez el 24 de abril de 1791.

Poco más adelante se topa el viajero con la Misión de San Vicente Ferrer, cuya construcción la iniciaron los padres dominicos Miguel Hidalgo y Joaquín Valero en el mes de

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octubre de 1780. El boceto de la estructura delata el trabajo tenaz, de figuras indomables, emprendedoras y caracteres firmes en la consecución de sus metas y fines.

Se asienta que Eusebio Francisco Kino, el varón de las sandalias andariegas por Sonora y Arizona, siempre tuvo el deseo de evangelizar la California, pero lo enviaron por nuestros desiertos. Sus anhelos fueron concretados por el padre Juan María Salvatierra, quien logró la autorización y apoyos del Virrey Valladares para colonizar la Península de California el 15 de octubre de 1697.

Fue la entrada definitiva de los misioneros. La primera misión fundada entre los californios fue la de Nuestra Señora de Loreto, denominada Cuna y Madre de las Misiones de la Alta y la Baja California.

La escuelita rural de Colonet, poblado que nos recibe al paso, ostenta el nombre del mártir sonorense Luis Donaldo Colosio. Allí cerca está Camalú, valle tomatero trabajado arduamente por manos sonorenses y sinaloenses. La familia de don Julio Meza, cumpense de pura cepa, nos brindó hospitalidad por varias horas con el calor y las delicias de su mesa al estilo sonorense. Hasta los chascarrillos y los cuentos de sobremesa en todos los tonos y sabores, fueron del estilo y corte recordatorio del solar altivo y revolucionario.

El panorama filmado por la pupila y el agrado que proporciona el recordarlo, fincó sus cuadros en la memoria. Rastrojos de tiempos que fueron mejores; estampas de la aridez y polvo para las ventiscas y remolinos, rostro doloroso de la sequía y bocetos de grandezas, emporios de siembras y de penurias y calamidades.

El pensamiento amasado con nostalgia vuela hacia donde dejamos enterrado el ombligo y al valle que nos ha cobijado durante cincuenta años, impulsado por el aspecto de la región, y para colmo, en la radio se escucha la voz de David Záizar entonando la canción: “Que sus notas llegue a mi alma/ a esa tierra linda y lejana/ que me ha robado a mi querer...”

¡Dios enchi ania bue’ro...!

Profr. Abraham Montijo Monge 125

LA PARCELA DE LOS MACHETES…

El domingo pasado nos fuimos a dar un volteón allá por las tierras de siembras de Los Machetes, que están por “ahícercas” del ejido Casa de Teras y el “caudaloso canal diez y seis” andurriales de andanzas, de nuestro compadre Cruz Espinosa Molina, el siempre bien recordado “compadre Caballón” ya campeando en los prados oscuros, eternos.

En la plomosa, vieja y ronroneante camioneta, la “Cheyenn” del Chapo nuestro hijo, el socoyote de la dinastía, nos metimos al valle del cariño de siempre y de la admiración fija por siempre.

El pelos dorados está en la mera mitad de su camino enviando sus flechas calientes y ardientes justo sobre el cuerpo mal vestido de la inmensa llanura, mientras el barbas de oro, el dios mitológico de los vientos nos envuelve con sus bocanadas de vaho por la ventanilla abierta. Achicando los ojos, vamos poco a poco, disfrutando, porque nos encanta la belleza brava, hostil, pero hermosa del entorno revuelto de malezas y cuadros de sembradíos de maizales a punto de cosecha y algodonales en flor. El esfuerzo está presente a pesar de todos los estragos de la sequía y la carencia de auxilios para los hombres del campo.

La bui ía la madre tierra que produce en abundancia, en autopsia superficial, ojo de buen curandero de los Chichi quelites, presenta síntomas graves de paralizante apoplejía, debilitante raquitismo y unas afiebradas calenturas tercianas para un reservado diagnóstico. Para abundancia y colmo de males y cosas peores, golpea las esperanzas de alivio la atosigante sequía, ya con algunos años de haber nacido.

El sudor baña la frente e inunda los sobacos. La delgada laminilla de aluminio del envase cervecero guarda por breve tiempo el frío del lupulento y ambarino líquido. La manzana de Adán gaznatera no descansa sube y baja constantemente por los efectos de la apurada consumición. Sobre el pavimento negro bailotea de prisa el reverbero de la temperatura alta, esa especie de neblina, la buí ía ja ue, la respiración de la tierra, la

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que difuma y deforma siluetas y figuras.

Entre los cerros y profundas cañadas, los montes cerrados de vegetación también se produce el vaho húmedo, con cierto frescor, es la neblina la ba a ja de la respiración del agua. Ambos humores no suben a la humores no suben a la atmósfera, se los acaba el calor en el camino, pues ya no hay vapores de agua de los árboles que los impulse, así apreciamos sobre el cielo, jirones de nubecillas pichurrientas. Sabida y notoria es la obra destructiva del hombre sobre la naturaleza y sus recursos especialmente la flora y la fauna muy especialmente.

El diorama con pinceladas del estiaje en el naciente verano nos trae del gozo, del entusiasmo del disfrute andariego sobre la tierra que acoge, la tierra que mantiene a la depresión del sentimiento, que se solidariza con los que batallan para hacerla parir sus generosos frutos, los que se sienten impo-tentes para levantarla y rescatarla del marasmo en que se ha postrado y los sufren al apreciar y mirar el deprimente, ajado y macilento rostro. ¡Caray!... cuánto duele verla así…

En buena hora arribamos al lugar de la cita, en el mero centro de la parcela propiedad de Los Machetes, ubicada a unos cuatro o seis kilómetros de las tibias aguas del Cálida Fornos, en las cuales baña sus pies el valle gigante, bueno y generoso después de bajar corriendo en declive por las faldas del Té cali, el cerro de la horqueta.

Bajo la negra y fresca sombra del un frondoso mezquite solitarios abrasado por la resolana, nos esperan amigos que están cosechando cártamo en las mencionadas sementeras. Llegamos sudando como tinajas de barro, nuevas, de esa bui la siqui li, tierra colorada.

Se armó la frasca con los saludos y apretones de mano de rigor al son del primer invite y las interrogaciones sobre rendimientos y precios de la gramínea en producción y sobre tiempo y espacio señalados para la camaroniza celebrante en el Paredón Colorado. En el encuentro comunicador.

Profr. Abraham Montijo Monge 127

Las voces de la amistad a todo desparramo, salieron relatos, cuentos e historietas bien matizados con sabores y colores.

Brotó un reclamo, de suyo justo y razonable, para los medios masivos de comunicación que ya no mencionan las efemérides del calendario cívico nacional en sus espacios orales y escritos. Por ejemplo, pasaron desapercibidas dos fechas importantes históricamente hablando, del mes que acaba de pasar: el 12 de junio de 1928 cuando el capitán piloto aviador Emilio Carranza realizó su histórico vuelo de México a Washington, y la del 19 de junio de 1867, cuando un pelotón de fusilamiento puso fin al efímero imperio de Maximiliano en el Cerro de las Campanas.

Radio Sonora se llevó los mejores calificativos, tomando, considerando, la excelente programación que diariamente brinda al auditorio regional. Al servicio de tal empresa presenta su excelente trabajo radiofónico el amigo y compañero profesor Felipe Eduardo Castro Cital, nativo de Esperanza y nieto del poeta yaqui Ambrosio Castro. Por cierto nos alegramos en grado como el escuchar el Canto a Sonora en la voz de la extinta cantante campirana Lucha Reyes. Serían en verdad para el suscrito, lo diré así, mencionando el nombre de un lago nicaragüense para no ruborizar a nadie, unas buenas Chinaderas el poder obtener la grabación completa de tan inmensa artista del ayer.

Al disponer el momento del regreso, el joven amigo Ramsés Alfaro, nuestro consentido Gordo, nos suelta triste y acongojado la pregunta:

“Después de ésta cosechas, si no llueve, ¿qué vamos a hacer?”.

Las ventosas cumbres de la sierra del te tebe caui, la sierra de los carrizos largos, del Bacatete, silueteen semiocultas por la bui ja ue, la respiración en el lejano horizonte…

12� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

CANTOS LEJANOS…

El neregua, ju u iome into Juac Batue, indio del Río Yaqui, abandonó el silencio después de dejar correr por el gorgüero el churumbón de bacanora que había bebido de la cayetana que traía fajada entre sus faltriqueras. Limpiándose la boca y los ensopados pelos del ralo bigote, pegando un sorbetón nasal, soltó al aire a voz en cuello las notas del corrido:

“Yo soy el indio Vitorio,y mi destino es matary es mi gusto y es mi gloriahacer al mundo trinar”…

Calla e impregna de nuevo el mezcal las cuerdas bucales y también se silencian los fraseos de las cuerdas de la guitarra, el tu na na y tu ta ta, tu tata y tu nana, tu tata, tu nana. Quieto, sumido en cavilaciones, sin interrupción alguna, suelta un escupitajo y deja volar el pensamiento, mientras pierde la mirada en los lejanos y azulinos horizontes, descubriendo añoranzas del distante cosmos de su raza, la tierra de su nacencia que abandonó hace ya un chingatal de años.

Encajado en su nave sentimental pasa a vuelo rasante sobre figuras orográficas, gigantes eternos haciéndole frente a vendavales y a las erosionantes lluvias como el Bacatete y sus carrizales, el Omteme donde pelearon corajudos y valientes ya aut capitanes, Bule, Opodepe; el cerro donde quedaron los huesos blanqueados al sol, el Otancahui; observó desde el mundo etéreo la cabeza del venado, el Masocoba, donde encontró la muerte el caudillo audaz Tetabiate. Es la enorme extensión de la hosquedad donde quedaron las huellas de aquellos caudillos que forjaron historias y leyendas de sus hechos y proezas épicas al defender honor, religión, familia, tierras, tradiciones y costumbres de la nación ioeme, la nación yaqui, india: Totoriguoqui, Sibaulame, Anabailutec. Hombres para la lucha. Para tumbas o libertad.

Profr. Abraham Montijo Monge 12�

“Toda tierra me anduvey más que tengo que andary es mi gusto y es mi gloriahacer al mundo trinar”.

El pensamiento puesto en el camino impalpable, polvoso, lleva al neregua a volar sereno rosando picachos, con placidez sobre la llanura extensa y negra, quieta y desértica o zangoloteándose al recibir el golpe de los vientos calientes que emergen de las hondonadas oscuras, las simas profundas de la tierra vieja.

Desde el oriente de donde emanan la luz y las lluvias buenas para reventar las semillas, sobre los bellos colores del atardecer se columbran las columnas del Tetacahui, el cerro de piedra que tuvo el privilegio de contemplar cómo el mar hizo el amor a la tierra para que ésta pariera el bello rellano del turismo en San Carlos, Guaymas.

“Hijo, me dijo mi madre, sal a los campos de honor sal a vengar a tu padre y morirás con valor”,

Sigue la ruta, ahora a pie, por la vereda serpenteante que algunas veces en el pasado lo condujo de donde se desparramó el agua, Bataconsica al lugar del reguero de sal Ontagota o se fue de paso a echarse clavados en las aguas del arroyo que acarrea chiltepines, el Cocoraqui.

Fueron parajes de montes cerrados, espesos, madrigueras de animales de uña y colmillos, reptantes y ponzoñosos, dañosos. Para él un mundo de encanto. Hoy desmontados, abiertos, limpios para actuales caminantes se han vuelto de temor y espanto.

Ahora las fieras atacan sin provocación, como no sea empujadas por sus instintos o hambrientos de drogas. El indio escuchó el aullido del coyote, el gañeo de las zorras o el rugir del puma. Nunca temió a aquellos lenguajes montaraces.

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Esas fieras sólo atacan por hambre y con rabia. Escuchó el canto alarmado de la huitlacoche asustada ante la cercanía de la víbora, el alicante, al nidal de los huevos frescos o polluelos tiernos. Anduvo sin prisas, como hombre de monte, de los profundos silencios cuando la fiera acecha a la pieza que saciará su hambre o el revoloteo y batir de alas de las aves que precipitadamente abandonan el follaje del árbol ante la presencia del cazador felino.

Tampoco le molestaron los presagiantes cantos de los agoreros, los pájaros de la noche. Al contrario, disfrutó de la armonía existente en el ambiente que le rodeó, en aquel pasado. Los miembros de la etnia del yaqui rechazan la creencia de sus congéneres del centro del país en el “sentido de que cuando el tecolote canta el indio muere...”. Ellos aseguran que la muerte no descansa y llega inesperadamente, ca cap te cai bu in muri joa muqui lia, y pronto llega a avisar: ili pon na mico ta jeno po mac con un golpecito sobre el hombro izquierdo y entonces, jante bu, vámonos adelante.

Profr. Abraham Montijo Monge 131

“Cajeme no seas ingrato,no mortifiques tu gente

deja a esos pobres indiosque vivan tranquilamente”

Los tragos del fuerte mezcal hicieron sus efectos, turbar y provocar taranta. El alma de ioeme sacó a relucir resabios y dolencias, sucesos en el devenir de la raza que la historia resume y registra mantenidos por los sentimientos adoloridos, siempre vivos. Así la etnia que llevó su figura por el mundo dijo alguna vez en 1937 al historiador Alfonso Fabila: “Nosotros somos los verdaderos mexicanos. El conquistador español se apoderó de la república venciendo al indígena y ahora los blancos descendientes de aquellos crueles aventureros tienen reproches para las tribus sometidas de México, acusándolos de falta de unión y heroísmo patrio, sin pensar que el yaqui sigue en pie de lucha...”.

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ENTRE CHILARES…

Parece que el valle se estira y se afloja, se agranda, mientras nos adentramos en él por el camino largo y angosto bordeado por abundante hierba mohosa y descolorida, tapizado de hoyancos y tarascadas de mala atención y carencia de mantenimiento.

Al respecto, brotan cuestionamientos y pinchazos del lenguaje bravo, los cuales se amainan y desvanecen, en tanto la pupila filma y recoge cuadros y estampas, figuras y sombras plasmadas en el paisaje con diferentes pinceles.

También se suma la compañía del personaje que nos ha hecho la invitación para este recorrido, pues es atenta y diferente. La charla, entretenida y amena en grado sumo, se convierte con los diferentes tópicos que se abordan en un sabroso amasijo de conocimientos y experiencias.

Fue una tarde entre chilares. Cuadros de miles de plantillas intensamente verdes con los primeros adornos de floración sobre lomos fértiles, negros, húmedos y bien deli- neados por surcos amplios, largos y limpios entregando a la vista una hermosa y bella perspectiva por el trabajo, el calor, el amor del hombre amante y creyente de la tierra.

Alrededor del sembradío, formándole cuadro, se aprecian predios barbechados, secos, polvorientos; otros, cubiertos de hierbas secas y zacates pardos que manifiestan desolación y triste abandono; el desgano y el abatimiento, la falta de apoyos y promociones oficiales, la carencia de com-prensión por parte del gobierno, para afrontar los retos que la tierra demanda para satisfactores que proporcionan economía, desarrollo y superación.

Se antoja pensar, ante la realidad que lastima, que las ansias de prosperidad y desarrollo se han frenado con rudeza y brusquedad en el dilatado y enorme valle de nuestra admiración y querencia, vivencias y mejores recuerdos.

Se amontonan en voluminosa parva los desconciertos y contra sentidos. Carecemos de capacidad para dilucidar los primeros y analizar los segundos. El espacio tampoco lo permite. No es para ello, mucho menos para enjuiciar o entronizar culpables. Para mayor desaliento y desventura, las aguas de la heredad se están agotando. El Jiac Batue, el Padre Río no recoge ya más aguas corrientes para el extenso embalse levantado en Oviáchicahui, el cerro difícil.

Profr. Abraham Montijo Monge 133

Los talegos y alacenas también irán vaciándose poco a poco…

La tranquilidad del entorno, la luminosidad que nos cobija reanima el espíritu. Se vuelve a donde nada muere.

Se fueron gentes que domeñaron y abrieron al cultivo la llanura feraz e inhóspita. Con alma indomable, fortaleza y coraje, libraron batallas en días sofocantes y noches oscuras, lóbregas... ¡Cuántos rostros de ellos danzan a nuestro alrededor!

La tierra golpea. La tierra junta y une. La tierra comunica, acoge y cubre. Nunca se cansa. La tierra mantiene y alimenta. ¡Nunca se queja!

Cerca que la maqueta poblada de diferentes variedades de chile, se localiza un poblado que conquistó fama y palmas muy merecidas entonces, por la organización y progreso que alcanzó. Sus moradores estuvieron celebrando con justificada razón y motivo más que suficiente el reparto y entrega de parcelas que la rodean.

En una de sus calles, está sobre grueso muro el busto del autor del histórico acto agrario. La “esfinge” en bronce eterno, solitaria y con gesto serio, como en meditación profunda, parece preguntarle al viento: “¿Qué, acaso me equivoqué?...” ¡Lástima que ya no pueda combatir contra los enemigos que pretenden acabar con su figura, su historia, su obra y la existencia del campesino!

Aprovecho la fecha y las festividades recientes para recordar con todo respeto a algunos amigos que amaron, lu-charon y armaron vida en esta comunidad ejidal: Flaviano Santacruz Chico, Agustín Fornés Conant, Daniel Fornés Conant, Samuel Parra Elías y Benigno Castro, entre otros.

En los patios bien protegidos y cercados y a pocos pasos de las instalaciones de empaques y talleres, el asta sostiene en lo alto el Lábaro Patrio, que ondea limpio y orgulloso en tierra libre, proyectándose contra el macizo azul enrarecido de la serranía oriental del cual nace la sabana productora y se esconden los horizontes. El sol va cayendo en las aguas salobres del golfo, pintando en colores rosas y amarillos pálidos, un bello cuadro al pastel.

Cumpliendo fielmente con las instrucciones de urba-nidad, doy cumplidas gracias a don Antonio Gándara Astiazarán por el paseo por las tierras que levantaron nuestro pueblo.La tarde muere como un hogar humilde que se apaga.

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PAISAJES DE SONORA…

Es Sonora, tierra preñada de muchas cosas.

Es Sonora, tierra de montañas ariscas, hostiles, majestuosas.

Es Sonora, de atardeceres y horizontes rústicos, con perfiles coloreados para una caleidoscópica armonía pictórica.

En Sonora, el mar y la tierra se tocan, se saludan, se abrazan, se aman, para parir paraísos, como San Carlos Nuevo Guaymas.

San Carlos Nuevo Guaymas con su vigía pétreo, eterno, el cerro Teta Cahui, vocablo cahíta que se traduce en Cerro de Piedra (Teta=piedra, Cahui=Cerro).

La publicidad turística lo lIama “Tetas de Cabra”. A la distancia se aprecian sus picos queriendo agujerear el cielo. Quien se guía por su figura encontrará con toda seguridad un empíreo.

Es bueno de vez en cuando escuchar la tonada, la voz de la crónica para reafirmar conocimientos sobre los detalles del nacimiento, la lactancia, los pininos y la formación geográ-fica, política, social y económica de lo que ahora es Sonora.

Ures fue el primer pueblo fundado de Sonora. Fueron los náufragos de la Florida, Álvaro Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado y el Negro Estebanico quienes en 1536 dieron el nombre de Pueblo de los Corazones a cierto lugar situado en las riberas del Río Sonora, donde encontraron atenciones, cobijo, regalos y fueron alimentados con seiscientos corazones abiertos de venado.

La primera alcaldía de Sonora, asienta la historia, fue Mazocahui, que llevó el nombre inicial de San Jerónimo de los Corazones.

La cultura de nuestras tribus fue incipiente, primitiva,

Profr. Abraham Montijo Monge 135

germinal, sus manifestaciones son escasas, las que existen no contribuyen con un acervo cultural importante de información.

Sume usted a lo anterior la actitud de los españoles, quienes en afanes de imponer su propia cultura, no tuvieron cuidado de preservar algo de los aborígenes. También los misioneros, quienes llevados por su religiosa obra de evangelización borraron manifestaciones y vestigios de las “gentilidades” y costumbres paganas de los indios.

Sonora es el segundo estado en extensión territorial a nivel nacional. Lo habitamos aproximadamente 2’500,000 sonorenses, auténticos y adoptivos. Con la frontera norte tiene quinientos ochenta y ocho kilómetros de extensión. Al sur con Sinaloa limita con ciento diecinueve kilómetros. Con Chihuahua hay una extensión limítrofe de quinientos noventa y dos kilómetros de orografía montañosa, quebrada y profunda. Con el Golfo de California, Sonora tiene un litoral de mil doscientos ocho kilómetros y con Baja California setenta kilómetros. Su capital es Hermosillo, que fue fundada en 1741. Lleva el nombre de un general jalisciense distinguido en la guerra de independencia: González Hermosillo.

El conocimiento y estudios de la población indígena de Sonora se inició a principios del siglo XVII. Considerando características físicas, ritos y costumbres, arrojó las siguientes tribus: ópatas, seris, pimas, yaquis, mayos, pápagos y guarijíos.

Los ópatas fueron los creadores de la mayor y más importante cultura del noroeste mexicano, por su pueblo laborioso y exclusivamente pacífico, sedentario, ocupado en las labores agrícolas, que se estableció en las zonas y cuencas hidrológicas, las márgenes de los ríos Yaqul, Sonora, San Miguel, Sahuaripa, Mulatos y Bacanora.

Los ópatas procedían de la antigua Paquime, Casas Grandes, Chihuahua.

Los seris se llamaban a sí mismos Komkaak, o sea, se dicen “la gente”. El vocablo seri viene del dialecto yaqui

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que significa Hombres de la Arena. Se establecieron en la región occidental en una zona costera que abarca desde El Desemboque hasta más al sur de la Bahía de Guaymas.

Los seris u Hombres de la Arena, fue un pueblo nómada. Se movilizaba en base a las necesidades del agua y a los ciclos de la flora y la fauna, recursos básicos para la supervivencia. No tenían jefes. Estos los nombraban en situaciones difíciles o en tiempos de guerra. Se les consideró rebeldes, belicosos y dedicados al pillaje.

Nunca fueron evangelizados cristianamente, conquistados o pacificados formalmente. Hasta 1929 dejaron su refugio en la Isla del Tiburón y se asentaron a lo largo de Bahía de Kino en campamentos, como Punta Chueca, Puerto Libertad y Puerto Lobos. En 1970 el gobierno federal les reconoció un ejido de 91,000 hectáreas.

Los seris tuvieron a un jefe llamado Coyote Iguana. Durante un asalto a la diligencia que corría de Hermosillo a Guaymas, raptó a una hermosa dama hermosillense a quien hizo su esposa. Lola Casanova, que así se llamaba, inconocible dicen, recorría las calles de la capital muchos años después. Cestas y figuras de palo fierro, sus artesanías más conocidas, son muy apreciadas internacionalmente.

Los mayos comparten con los yaquis su origen, lengua, cultura e historia. La nación mayo comprende parte del territorio sur de Sinaloa hasta poco más allá de Guasave. Dedicados a la cacería, la pesca, la recolección de frutas y semillas silvestres.

En compañía del capitán español Diego Martínez de Hurdaide llegó a Sonora el padre Pedro Méndez, de la Compañía de Jesús, siendo el primer misionero en tierras sonorenses a principios del siglo XVII y en llegar a las riberas del Río Mayo. Este sacerdote fundó siete pueblos correspondientes a la primera misión: Macoyahui, Conicárit, Camoa, Tesia, Navojoa, Etchojoa y Santa Cruz del Júpare.

El vocablo mayo significa límite, terminó.

Profr. Abraham Montijo Monge 137

Uno de los principales adalides de la etnia del Río Mayo fue Calixto, quien también derrotó a los guerreros de Diego Martínez de Hurdaide.

El Río Mayo fue bautizado con el nombre de la Santísima Trinidad.

Sonora, durante la colonia fue llamada en varias ocasiones como la Nueva Andalucía, pero no prosperó.

El canto a Sonora termina esta charla didáctica dominical con usted, amigo mío y lector leal. Armida de la Vara y Robles, dama grande de las letras sonorenses, le cantó a su tierra, a Sonora, así:

¡Sonora es mi tierra! Mi dulce Sonora

que atrae y subyuga, y que cuando llora

su llanto enjugamos con el corazón,

para ti es mi canto, pues de ti he nacido,

pronuncié tu nombre en el primer gemido

y ha de ser tu nombre mi postrer adiós.

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ESTAMPA DE LA SIERRA…

Alguien de las letras grandes y elocuentes expresó: “Aún hay sol en las bardas de España...” Nosotros con respeto parodiamos la expresión: Aún baña el sol las roñosas paredes de las casas de San Rafael…

Repechada a la pared que da al oriente, por donde el sol inicia su camino, la ramada de cuatro horcones de mezquite, nudosos y torcidos sirve de albergue a un estrado de tierra y toscos adobes. En una testera de éste hay una hornilla en la cual arden y crepitan leños de mezquite y unos trozos de raíces de palofierro; un fogón de primera para calentar el comal confeccionado del fondo o tapadera de un tambo de doscientos litros, sobre el cual se cocerán las famosas tortillas sobaqueras, las táscaris únicas de Sonora que salen de las manos de mi cuñada La Prieta.

Sentados a conveniente distancia, en el patio húmedo y recién barrido mi hermano Adán y Yo, saboreamos sendas tazas de café colado en talega y en cafetera de peltre azul con pringuitas blancas.

Nos embarga el dolor.

El olor de las tortillas agita los jugos gástricos. La saliva que brota cual venero generoso, de los bordes linguopaladiales inunda la cavidad bucal. El Chículi, el perro, tendido cual largo, se duerme profundamente aprovechando el calorcillo del sol mañanero; la vigilancia de la casa y sus amos en noches frías, silenciosas y lóbregas, es pesada. En las puntas del grueso y alto mezquite revolotean sanas y felices numerosas palomas pitahayeras; las hermosas palomas de alas blancas, musas de calentura febril en el sentimiento de los compositores campiranos de los bellos tiempos de la canción ranchera.

En el corral entre boñigas, cañajotes y restos de tazol, escarban las tortolitas en busca de la semilla pozolera. Los becerros, tetas en los hocicos, dan de topes en las ubres recién ordeñadas, tratando de mamar los últimos residuos del lácteo alimento.

La conversación se desparrama sobre el cuadro con diversos tópicos. La estampa ya dibujada proporciona

Profr. Abraham Montijo Monge 13�

vivencias del ayer de los acentos juveniles, personajes de historias negras, figuras adornadas en la nota musical del corrido, hechos y sucedidos durante los trances gracejos, mohines y parpadeos de ojos de los primeros lances don juanescos y amorosos. En fin, viviendo el ayer, todo es dulce, amable y firme, siembra fecunda en la tierra del amor profundo y la herencia que satisface y enorgullece.

Los muertos allá están descansando en el camposanto. Pero siguen rondando sobre las arenosas callejas de la tierra que los parió. Jamás se irán, dejaron de lo mucho o poco que realizaron en el andar terreno. Dejaron lo suficiente para siempre recordarlos, jamás olvidarlos. Además son nues-tros, son nuestros muertos, a quienes rendimos tributos y recuerdos.

Tortillas sobaqueras, huevos revueltos con chorizo, frijolitos aguados con soguilla mantecosa nos pusieron a tres reatas y un cabresto. Timba arrequintada el corazón contento. La sobremesa la adornó un pichel de cristal verde claro lleno de leche para una batida de pinole, algo así como para rellenar los pequeños resquicios estomacales y después de un buen taco, pues un buen tabaco...

Vino el cuento, el lucimiento con sombrero ajeno, el prurito quehacer de hablar de los otros para quedar bien con aquellos, el Zurdo Romo fue un ciudadano guadalupeño que empinaba el codo cuando quería y le daban ganas. Para eso estaba en su tierra generosa y libre, era un hombre lleno de todo eso que le endilgan a las gentes que se evaden o pierde el estribo agarrados de la botella mezcalera. No hacía daño a nadie y todo mundo hablaba de él, pues era propiedad de todos, todos lo querían y le festejaban sus gracias de borracho.

En cierta ocasión el Zurdo Romo, bajo una lámpara pública arañaba el suelo buscando la manera de ponerse de pie, ya se iba de cabeza, ya se iba para atrás o de lado; imposible, no salía del suelo, no lograba enderezarse. En eso se hallaba cuando pasó mi tío Chuy y le preguntó:

¿Qué buscas Zurdo?

- El equilibrio, hijo de la chingada!

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DE LA MANO CON CAJEME…

Entraron hasta donde me encontraba sorbiendo el primer cafecito de la mañana. Allí estaban en forma las dos almas. En cuanto las materialicé les puse nombre, porque eran ellos dos amigos queridos e inolvidables, dos cajemenses positivos, sonorenses enteros y cabales que dieron su lata. Eran el compadre Cruz Espinoza “Compadre Caballón” y Samuel Parra “El Plátano Parra”.

Fueron mis amigos entrañables. Con afecto, mucho respeto, les echo de menos. Tal como fueron deferentes y consecuentes, confirmaron en esta ocasión que no se han ido, que permanecen entre nosotros, porque son nuestros y pertenecen a Cajeme. Los encontré bajo los soles de aquellos tiempos, por “los caminos polvorientos de mi vida”, como dice el “general Fernández” en la escandalera de las güilotas sabatinas bajo las frondas de “Los Toronjitos”.

Vidas paralelas en la convivencia y el encuentro cultivador de la fraternidad en sus diferentes aristas ocupacionales, políticas y sociales. Mi compadre “Cruzón” entregó tiempo y fuerzas manejando la distribución de las aguas de una sección de riego perteneciente a la infraestructura de recursos hidráulicos del Valle del Yaqui. Con apasionada entrega abrió surcos y depositó semillas en sus tierras que irrigaba con aguas del “caudaloso dieciséis”. Cimentó patrimonio y forjó familia con responsabilidad y mucho cariño. Era de recia personalidad y fuerte envergadura, como buen producto de los horizontes batuqueños. Hombre para queha-cer del campo, vestido siempre a la usanza vaquera y norteña, sostenedor de la palabra.

El “Plátano Parra” realizó varias actividades, tomando en consideración las oportunidades que se le presentaban. Versátil y talentoso enfrentó la supervivencia. Cercano familiar de militares, fue soldado habilitado con tareas en el detalle. Fue sembrador en Huatabampo, su tierra natal. Desenvolvió con eficacia y responsabilidad el nombramiento de delegado de policía en Quetchehueca, y también de agente de la policía judicial estatal, al canto, ocupó el cargo de inspector del

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rastro municipal combatiendo las matanzas clandestinas de marranos y chivos.

Ojos azules, mirada clara, limpia y una eterna sonrisa desdeñosa que le abarcaba el rostro. Fue contumaz conversador de lo chusco por lo cual entretenía y ponía sabor a la charla. Parecía carecer de problemas. Travieso, conquistador y enamorado, hábil bailador y amante de la música y la cantada al estilo campirano:

Y en casa ajena no se duerme,de mañana se alevanta…con su sombrero en la mano,con su sombrero en la manomirando pa’dónde arranca.

Yo soy el que me la llevoa jalones del rebozo...y el gallo se sacude, y el gallo se sacudearriba de un árbol cáido...

Cultivamos e irrigamos nuestra amistad con frecuencia en la mejor cantina del Cajeme de ayer, bar “La Minerva”, propiedad de Tomás Ramírez Beltrán y atendida con todas las de la ley por Narciso Beltrán, el gran Chicho. La concurrencia era profusa, disímbola por naturaleza, pero incluyente y respetuosa, hecha para pasar el rato ameno y desfogar aprietos sentimentales y del trabajo. Se desgranaba la broma sana, de amigos sanos, ciudadanos limpios.

Hoy comparto con ustedes, amables lectores, las anécdotas que ambos personajes me obligaron a recordar en su inquietante presencia.

Animoso y jovial, “Cruzón”, como lo llamaban sus muchos amigos y era conocido, se encargaba de repartir en sus hogares a los juerguistas de “La Minerva” que carecían de automóvil, después que Chicho nos cortaba la aviada.

Aquella vez se le amontonaron cinco en la camioneta.

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Anduvo de la seca a la meca cumpliendo el deber como buen y atento servidor, sin alterársele el genio. Fue a varias colonias. Al dejar al último pasajero allá por el barrio de Fátima, sucedió lo siguiente: aquel amigo se había quedado dormido, teniendo la necesidad mi “Compadre Caballón” de cargarlo. Tocó la puerta de aquel hogar. Fuerte voz le ordenó:

- ¡Déjelo en el sofá de la sala, está abierta la puerta...!

El caballero de la amistad así lo hizo. Pero cuando ya estaba por retirarse, después de desaguar la vejiga, escucha la voz alarmada de la señora de la casa que grita:

- ¡Señor, señor, este no es mi marido...!

“Cruzón”, un poco molesto y preocupado por el error cometido, moviendo la cabeza de un lado a otro, reviró:

- ¡Ni modo, señora, ya no traigo otro...!

El “Plátano Parra” armó la suya, cuando fungía de delegado de policía en Quetchehueca, residencia de otro cliente de “La Minerva”, otro amigo firme en la memoria, Agustín Fornés Connant.

Algunos ejidatarios jugaban a la baraja, bajo la sombra de verde álamo de primavera. Echaban revires, conquianes, montes y veintiunas, mientras remojaban el gaznate con el picoso tequila “Herradura”. Alguien divisó que “La Calandria”, la patrulla tripulada por el comisario se dirigía hacia donde estaban fertilizando la camaradería. Los jugadores de prisa acordaron dar nombres a las cartas como en la lotería, ya para terminar aquella mano que había engordado la polla, una buena bachicha.

- Quíubole, muchachos ¿están divirtiéndose...? - interrogó el sabueso.

- Sí, Platanito, aquí pasando el rato con una lotería -, contestó el de las cartas en la mano, émulo de Birján. El tahúr siguió entonces a gritos:

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- ¡EI árbol! ¡La palma! ¡El rosal...! De pronto se le acabaron las variedades de plantas, pero estuvo listo y exclamó, alborozado:

- ¡El quelite...!

El alguacil se encaminó, desprendiéndose de la polvera de la camioneta donde se hallaba recargado. Se agacha, toma los dineros de la polla, diciéndoles sonriente y malicioso:

¡ No se hagan pendejos, la lotería no tiene quelites...!

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LAS MACETAS BORRACHAS…

Tres grandes cuates armaron esta crónica.

Resulta que Jorge Clayton C., René León López y Oscar Servín de la Mora habían planeado disfrutar de un fin de semana en La Dura, tierra de nacencia del primero. Pero en llegando a Tesopaco, en lugar de seguir el camino pa’llá se metieron pa’l centro del poblado a saludar al suscrito, sabedores de que allí entregábamos nuestros servicios docentes.

Aquello los perdió. El que escribe, muy agradecido, brindó en reciprocidad la mejor de las atenciones, pues la gentileza y deferencia manifestada lo exigía. El correspondiente ofertorio consistió en lo de siempre a la entrada del hogar: agua, café o un churumbón de mezcal. Ellos prefirieron lo tercero. Se inició el remojo del gaznate, siguió el ardor de panza, continuó el calor en las orejas, el sabor cada vez más agradable del “agua de las verdes matas”, hasta que la taranta brota en las testas, para quedarse a horcajadas en los cogotes de los distinguidos visitantes, amigos tan queridos.

La reunión subió los decibeles de las voces, toda vez que se había convertido en cena de negros o guasanga de indios arapahoes. La agua que canta ya había ensopado almas y corazones hasta encrudelar y desvencijar los sentidos de mis cuates.

En el botellón quedaban ya las sobras haciendo la famosa soguilla de lágrimas, la señal indicadora de la buena calidad del líquido salido del maguey exclusivo de Sonora, cuando los encaminamos de uno en uno al hospedaje an’que doña Luz Olea.

¡Ya se imaginarán cómo durmieron los valedores!

Al día siguiente con todos los cobros y cargos de la cruda en los estómagos y las conciencias, acordaron devolverse “pa’tras”.

“¡Al diablo La Dura, y discúlpanos, Montijo!”, Oscar

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más correoso y curtido, con sentido avezado y festivo, como resbalándose sobre las paletas lo sucedido, nos brindó la despedida:

“Ya mi caballo se cansó¿dónde cortaré una vara?como anoche no cenoa cada rato se me para...”

Pellizcando el mismo lugar, Tesopaco, al que intentó cantarle así el vate de casa Rafael Angel Rentaría:

“Hermoso caserío bañado por el sol,

no causa en el estío las nubes de arrebol

ni un río serpentea en medio ni en redor…”

Recordamos, dejándola para usted lector la siguiente burundanga de tantos recuerdos, sucedida en el solar colgando

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de las costillas de la sierra, pero muy consentido y amarrado a nuestros afectos.

Popelin Cota Esquer, Gilberto Oroz, Gerardo Valenzuela “El Súchuote” y los hermanos Luis y Rafailito Antillón Peñúñuri arribaron a Tesopaco con la firme inten-ción, así lo manifestaron abiertamente, de “matar los antojos” degustando a placer los productos de la leche que con tan buena mano y sabor preparan las mujeres hacendosas de esta hospitalaria comunidad ganadera; cuajada, suero salado, panelas, queso y quesadillas acompañando a los frijoles de lo’lla para disfrute cabal.

Fueron recibidos con las más rancias normas del reglamento que hace posible y famosa a la hospitalidad sonorense, a la altura de las personalidades visitantes de tanto arraigo y respeto en los círculos activos del Valle del Yaqui y sociales de Cajeme.

Pa’brir boca, afilar diente y alborotar los jugos gástricos se sirvieron cervezas como patas de pingüinos, bien frías y copas de bacanora que se empezaron a consumir a discreción y en confianza ante la invitación confianzuda de Rafailito: -¡Di-gamos salud, ya Dios nos puso en este camino…!

Entre aquellos atentos y deferentes cajemenses y escogidos invitados del pueblo nos hallábamos nosotros, todos sentados bajo amplio y fresco corredor de gruesos pilares de adobe y casi cercado de cubetas con matas de lirios, colas de pato, margaritas y geranios.

Luego de buen rato de conjugar los verbos charlar, comer, tomar y cantar a don Luis, se le vinieron las ganas de hacer el uno. Se levantó de la silla, pero al dar el primer paso, se le subieron los zumos; de golpe le pegó el aire y se fue trastabillando para caer sobre las macetas, de las cuales rodaron por tierra algunas. Al ponerse de pie, ayudado por nosotros, comentó con festiva y abierta actitud ante el percance:

- ¡Ah carambas, profesor, se emborracharon las macetas…!

Profr. Abraham Montijo Monge 147

EL SORDO Y EL MOCHO…

- ¿Quién soy ante el enorme entorno natural que me rodea?

Áspera, grosera e irreverente, brotó la respuesta:

“Solamente una maquinita fabricante de babosadas, y, mejorándote un poco, un payasito en el escenario del mundo en que vives.

Como siempre que se encontraban, discutían bruscamente el Ná capi y el Sú chucte, es decir el sordo y el mocho. Ambos personajes clavaron pico y pala en la construcción de los cimientos de nuestro septuagenario municipio. Fueron tesoneros y creativos. Comunicativos, abiertos y sinceros en las reuniones de la parroquia social cotidiana.

En la vereda y el sendero del andar, recogieron muchos amigos de ley, leales y seguros y con envites y préstamos consiguieron otros pocos. Tuvieron un fuerte capital social. Fueron muy buenos conversadores. Con facilidad de palabra, conocimiento de la historiografía y leyenda de la ioeme nationata (Nación Blanca) deshilaban buenos temas, construían frases y oraciones del dialecto con las reglas gramaticales debidas. El Sú chucte era el purista y el Ná capi el vulgar y plebeyo desconocedor del jiac noquia, de la lengua yaqui. Lo cierto es que ambos escucharon la voz del cuta sela (mezquite) y el canto y murmullo de las aguas al chocar contra las rocas y arrastrar guijarros en el fondo del arroyo el Ba ta cusía (Bátacosa).

Saborearon penas y aflicciones, suerte adversa, sucesos funestos, pero nunca fueron descorteses o desdeñosos. Jamás perdieron la verticalidad de la hombría de bien, el ánimo y la prestancia para dedicarse a sus actividades que les permitieron edificar el patrimonio familiar y de paso coadyuvar en el desarrollo y la concordia social de Cajeme.

Ramón Iñiguez Franco los conoció muy bien. Fueron

14� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

sus amigos de charla cultural; caminando mentalmente por las cumbres de Sa mai huaca, bajaron por las laderas donde está enterrado el tesoro del Ju-u io-eme Muni, del indio Muni.

El Sú chucte dio su primer berrido al mundo entre olores de orégano y canto de pitahayeras en el Quiriego (¿El Señor y Yo?). Cuando puso el lomo para ganarse el sustento, condujo ganado al Valle del Yaqui. Al establecer residencia entre nosotros se dedicó a la mecánica, fue operador de draga en la construcción del canal bajo. Precisamente frente al Campo Dos perdió los dedos cordial y anular de la mano derecha; razón por la cual, lo bautizaron como el “Mocho”.

También fue líder de los trabajadores del Molino del 65. Armaron tramoya social por mejores condiciones de vida para los obreros. Allí nacieron los luchadores sociales Vicente Padilla Hernández el “Gallo”; Saturnino Saldívar “El Chapo”. Fue el primer movimiento obrero en el Valle del Yaqui. Nuestro recordado personaje agarró otro sendero. El de la actividad agropecuaria.

El Ná capi aventó su primera trompetilla acompañada de intermitente tamborileo y sonidos de tenábaris alrededor de los rescoldos sangrientos de las batallas del Masocoba y del Omteme, rendidas con valor y brillante honor por los ju-u jiac, Entregó niñez y adolescencia entre los breñales de Pótam a Vícam. Potamia y Vicamia les llamaba con entusiasmo comparativo a la Mesopotamia. Había estudiado en la universidad de Vicamia. Así hacía alusión al nivel educativo adquirido.

Las enseñanzas de la vida y poca escuela primaria. En el Diario escribió Mis Andanzas con los Yaqui. Tesonero terco más bien, abrió y lavó tierras salitrosas en terrenos ubicados casi al terminar el recorrido del arroyo Coraqui (el que trae chiltepines) y los litorales marinos. Cosechó semillas dentro de las aguas del mar. Le robó con trabajo permanente, constante y perseverante, tierras al mar. Le llamaron el Holandés del Río Muerto. Fue una lección ejemplar. Fue un personaje versátil.

Pero hay que estirar el espacio.

Profr. Abraham Montijo Monge 14�

Cierta ocasión, estaba el Ná capi hachando un árbol en su predio cuando pasó el Sú chucte rumbo al síquili siva el Paredón Colorado, y le gritó:

-¡Adiós, amigo!

“¡Cortando un palo!”.

-¡Adiós, le digo!... –repitió el Sú chucte.

“¡Pa’cer un banco! –le respondió el Ná capi (sordo).

¡Anda y come mucha verga sordo cabrón! –le dijo el Mocho.

“¡Pa’ que se siente!... –le remachó el Ná capi.

Por algo dicen que el sordo no oye, pero bien que las compone.

150 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

LA ARGOLLA DE MI COMPADRE…

Agorero el amanecer fresco y silencio anuncia un día de sol de calor sabroso al cuerpo, cielo azul y aire transparente. El aval para el vaticinio es la lívida luz del amanecer proyectando el borde negro de las montañas y haciéndolo destacar contra el fondo de las cortinas celares.

Una bandada de chanates cruza sobre la ladera montaraz, serrana, aventando tremenda escandalera. La vida despierta en las paredes de los ricos y las catedrales pétreas. En las profundas barrancas se alarga el sueño; la luz solar tarda en llegar a las cimas. Solamente ahí madrugan el ciervo a ramonear y el cochi jabalí a mordisquear la raíz del torote prieto.

Al pie del cerro de La Cueva se localiza el pueblo de Teso en el Llano, con algunos habitantes en las sumas demográficas, una economía acorde a la luz eléctrica.

Disfrutan también a sus anchas de espacio abierto, aire puro, oxigenado, que deja en los breñales circundantes basura y otras miasmas contaminantes. Tienen noches amables, tranquilas. Gozan del titilar de las estrellas, el parpadeo de las luciérnagas, el chirriar de los grillos y el desatinado silbido de “pata de hilacha” enamorado, ya de regreso en busca del sueño reparador. La mayoría duerme a cielo raso sobre catres y tarimas a veces uno que otro, entreteniendo a la luna con siseos, voces agitadas y chasquidos de labios en las carnes del amor.

En “Teso en el Llano”, residimos nosotros durante cinco años desarrollando la actividad encomendada por el gobierno del Estado. Fue magnífica oportunidad para recoger y hacer amigos. Con ellos discurrimos abiertamente y sellamos también la palabra. Algunos cruzaron la línea del destino rumbo a la oscuridad eterna. Nos dejaron el morral lleno de vivencias que pepenaron en la travesía por el mundo de los vivos. Los recordamos este amanecer como hombres buenos, sanos, amigos de verdad serrana, entregados siempre con afán al trabajo que proporciona los medios para sostener y mantener

Profr. Abraham Montijo Monge 151

la supervivencia. Fueron dueños de sus gustos y flaquezas, de sus arrepentimientos en momentos dolorosos y funestos.

Don Machi fue uno de ellos. En cierta ocasión, ya convertido en masa del recuerdo en el vientre del tiempo, el amigo en mención hizo lo suyo cual hombre en tierra libre. Escanciando una caramayola de oloroso mezcal, fincó cimientos a una guarapeta que le permitió desparramar en las pedregosas y culebreantes callejas los malos humores, los pesares y dolencias que aplastan como pesados pedruscos la existencia de los corazones nobles y hospitalarios.

Don Machi reventó sus pulmones con gritos de ale-gría, al escuchar las notas y compases de arias de “Arias del Carmen”, salidos del conjunto musical “La Discordia”. Aun sin barnices del abecedario, don Mach no molestó a nadie. Tampoco pidió prestado ni quebrantó el reglamento de policía y buen gobierno. Y echó la voz con letra propia:

“Sale el sol resplandientey en puro amor se convierte...Es rico, ríe y se asoma,pero siempre me dejaste a mí,como el que chifló en la loma...”

Sale también de la madeja evocadora el Vale Toño. Figura chaparra y cascorva, rostro barbado, pelambrera saliendo bajo el sombrero, y ojos de zorro al acecho en el tupido matorral. Recordamos que “Teso en el Llano” celebraba la carrera de caballos anunciada en programa festivo organizado en ocasión de las fiestas tradicionales. Alegres y en orden, los habitantes engalanados bordean el taste. Los músicos, con instrumentos de viento, amenizan el ambiente y lanzan las notas del corrido “El Moro de Cumpas”.

El Vale Toño, montado en una yegua mora, recorrien-do el taste, billete de a cincuenta pesos en mano alzada, grita a cada rato y fuerte, animado con el churumbón bacanorero:

- ¡Yo les juego con La Argolla de mi compadre Alejandro...!152 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

Miradas y risas caen sobre don Alejandro, el propietario de la yegua. Es un personaje notable, serio y de respeto.

El Vale Toño vuelve a retar:

- ¡Yo les juego con La Argolla de mi compadre Alejandro...!

Don Alejandro ya no se contiene ante las risas y el barullo. Irritado, le sale al paso al retador montado en “La Argolla”:

“¡Mire compadre, mejor le regalo la yegua, pa’que juegue con la suya...”

Profr. Abraham Montijo Monge 153

DON OLEGARIO…

Fueron aquellos tiempos de trabajo arduo e intensivo de los maestros sonorenses a la sombra y tutelaje de la desaparecida Dirección General de Educación dirigida por el maestro Horacio Soria Larrea.

Las efemérides, los hechos notables de años atrás, del calendario cívico escolar se realizaban con solemnidad, responsabilidad y patriotismo. Despertaban interés, fervor cívico el paso de la bandera nacional, las notas vibrantes del himno nacional mexicano. Fuera quedaban los circunloquios, los adornos estériles y vacuos pretendiendo adornar presencias, exaltar actitudes de otra índole.

Los actos cívicos atraían la atención de las gentes de los pueblos. Las comunidades alejadas de maleado y desordenado ambiente de las grandes ciudades. Por ello las autoridades y los maestros adscritos a esos lugares se preocupaban por organizar festivales que aprovechaban para dar a conocer párrafos de historia patria, gajos de la historia de la entidad, actos heroicos y nombres de personajes distinguidos de la región o del país y dar a conocer renglones de civismo y de la Constitución y sus leyes.

En cierta ocasión en que cumplíamos con disposiciones relativas al programa de trabajo docente vigente, se realizó esta simpática reminiscencia. Llevando sobre los hombros un equipo amplificador del sonido -tocadiscos- subíamos los escalones de uno de los costados de la plazuela frente a los cuales se hallaba sentado Don Olegario, ejidatario y matancero, como siempre, adoptando esa su peculiar actitud de importa madrismo, tirando la mirada hacia los altos horizontes de la Sierra Oscura, mientras de la comisura de los labios le cuelga una bachita bastante ensalivada del cigarro macucho que elaboraban allá an’que La Petra.

Los años no pasaron en balde sobre la humanidad de este lugareño de Tesopaco. El rostro enjuto, huellas de la viruela, ojos azules escudriñadores y maliciosos, mirar profundo lleno de malicia, cabello completamente cano en un

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cráneo medio dolicocéfalo y cejas casi despobladas de pelos. Era un tipo que se convertía en un basilisco en un abrir y cerrar de ojos y guasón, ameno, conversador, comunicativo de todo, máxime cuando algún trago de oloroso bacanora recorría su añeja persona.

Ese día preparábamos el programa para celebrar dignamente el hoy llamado encuentro de dos mundos, el 12 de octubre, Día de la Raza. Don Olegario ocupando las “bancas cuatas”, el asiento de las reuniones después de la cena de los moradores circundantes de la plaza, nos preguntó con ese aire de “me importa poco, pero quiero saber”:

- ¿Qué relajo se carga usted, mi profe...?

- Andamos preparando el acto, la fiesta de hoy en la noche.

- ¿Y qué fregados celebramos hoy, pues...?

- ¡Pues el Día de la Raza, don Olegario...!

- ¡Mpff...! ¡Tan linda la chingada raza...!

Así lo comentó, con toda la naturalidad del mundo aquel cascarrabias, al tiempo que aventaba un acuoso y abundante escupitajo manchado de nicotina y priscas de tabaco. Prosigamos nuestra labor, cavilando que a lo mejor tenía razón aquel mordaz septuagenario...

Profr. Abraham Montijo Monge 155

¡CUIDADO CON LOS ALAMBRES!...

El poblado está situado en la parte norte de la entidad sonorense. Allá en la región desértica. Los caminos, en tiempos de lluvias, quedan punto menos que imposibles de transitarse. De tal manera que los moradores, para trasladarse a los lugares de producción y consumo sufren y batallan demasiado, al grado de carecer a veces hasta de lo más indispensable para el sostenimiento y en ocasiones los productos que reciben de sus sementeras se les pierden yendo a dar a las corralizas y chiqueros.

En poca escala, se las ingenian, trasladan algo de sus cosechas a lomo de mula, transitan por veredas y atajos subsanando en poco sus necesidades. Ocasionalmente llega, al poblado algún fayuquero, tripulando su troque de racas y lo aprovechan para irse de raite a la población de importancia más cercana para surtirse.

El regreso ellos lo averiguan: “de aquí pa’lIá vamos. De allá pa’cá veremos…”

Entre los numerosos accidentes que el camino presenta se cuenta el cruce del riachuelo El Chilicote, el cual en tiempo de lluvias desborda obstruyendo por completo el vado. En cierta ocasión le pidieron raite a uno de esos fayuqueros. Aquel aceptó gustoso. Tres matrimonios con sus respectivos hijos jóvenes que querían adquirir sus trapos para festejar las fiestas de San Juan ya muy próximas.

Al poco andar negros nubarrones empezaron a cubrir el cielo, presagiando tormenta. Los truenos sacudieron la tierra y los relámpagos de fuego rasgaron el firmamento espeso y la panza de las nubes las cuales dejaron caer su carga, una verdadera tromba de agua que regó de inmediato la tierra sedienta y calcinada. Colocaron el toldo antes de empaparse totalmente. El Chilicote creció como nunca, deteniendo a los viajeros en sus riberas. El feninio habló: no podían continuar. Era difícil cruzar el vado. La corriente y el remanso formados eran peligrosos, corrían el peligro de quedarse a mitad de la riada, dado que los alambres podían mojarse...

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Al otro lado de la fuerte corriente de El Chilicote, había un rancho “Los Porogüis”, del Jorochi García, buen hombre y mejor para auxiliar y dar posada a los viajeros necesitados. Allí podían saciar el hambre que ya hacia entonar discordantes sonidos a las tripas. Además remojados como tildillos y los fuertes olores y sabores que llegan de la cocina del rancho, generaban las ansias del yantar.

Una de las jóvenes mujeres, Donaciana su nombre, no se aguantó, y decidida se introdujo en la riada turbia y ondulante con el firme propósito de cruzarla. Uno de los mancebos medio asustado le gritó con toda la fuerza de sus pulmones:

- ¡Cuidado, Donaciana, se te van a mojar los alambres...!

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ES EL PADRE DE TUS HIJOS…

El adulterio es un delito difícil de demostrar. Nace cuando aparece una persona que medio llene el ojo y la relación de años con la esposa o el esposo se hace a un lado. Es cuando hay “que tirar lo que ya no gusta”. Después es inevitable el divorcio.

Viene al caso. Sucedió en el pueblo “Los Borregos” un puñado humano encajado en una de las vertientes del cerro “La Cresta del Gallo”. Al Chiro Quijano, ya le habían llegado los chismes. El no los creería jamás, tenía plena confianza en el amor y la honestidad de su esposa. Su mujercita santa, con quien había contraído matrimonio hacía ya unos cuantos años.

Pero ese canijo pero, que siempre aparece en el plato, el gusano de la duda, empezó a taladrar cu cerebro, a provocarle congojas estomacales y males sabores de boca. ¡Eran tantos los rumores y tan insistentes las voces que lo pregonaban! Por ello resolvió desengañarse al último. Para el caso pensó en un viaje falso.

Una mentira, negocio y quehacer piadoso. Le dijo a su media naranja que saldría a su rancho “El Cornilargo” a la mañana siguiente a temprana hora. Su mujer le preparó lo necesario, el “lonchi” con la “botea” llena de café. Muy de mañana el ranchero abandonó el hogar, en el cual ya de hecho una tragedia en potencia, montado en una mula tordilla de excelente “andadura”. Al paso de la cabalgadura las chaparreras de “ala” se mecían rítmicamente y el tintineo de las espuelas alertaba al coyote merodeador. A cierta distancia del poblado acampó a esperar la hora de regreso. Al pardear la tarde ensilló de nuevo y emprendió el regreso.

Sigilosamente entró al corral y encaminó sus pasos a la alcoba, entrando por la puerta de la cocina. Lo que le habían contado era una vergonzosa realidad. Allí en la tarima nupcial se hallaba su querida mujercita en brazos del amante. La furia le empañó la vista; las sienes se vieron invadidas por la sangre que como torrente impetuoso corría por las dilatadas venas.

15� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

El dolor rasgaba sus ijares; las tripas estaban a punto de vomitar ¡Un cuadro inaudito!

Inmediatamente, impulsado por el rencor de la fiera herida, pensó en matar a aquel infame que le había robado el amor para su vida y había pisoteado, su honra, su hombría cabal y de bien.

Corrió a la cocina y se armó de un cuchillo largo, pando y filoso, el cual blandió, amenazadoramente en contra del in- truso y malvado. Ante aquella horripilante escena, la traidora mujer intervino. Se arrodilló y suplicante le pidió lastimera-mente a su esposo ofendido:

¡Piedad, piedad para el padre de tus hijos!

Profr. Abraham Montijo Monge 15�

NI QUE NACO FUERA TAN GRANDE…

Ante Crisanto, la campiña de aquella región norte de Sonora se ensanchaba al paso de su cabalgadura, un ruano de hermosa estampa. Ese era su trabajo, correr por los pastizales de aquel rancho en busca de reses desperdigadas por ahí. El carácter jovial de Crisanto hacía resaltar más el brillo de sus veinticinco años de edad.

El joven era muy apreciado por los demás integrantes del equipo del rancho “Los Tejocotes”. Lo apreciaban de verdad por que siempre estaba pendiente de las cuitas y problemas y presto se ofrecía para darles la mano. Estos hechos le habían congraciado la estimación y la validez de amigo, de hombre bueno.

Todos los fines de semana y después de arrebujarse convenientemente con sus vestimentas netamente vaqueras, se trasladaba a la población de Naco, donde vivía la mujer de sus ilusiones. Por ella canturreaba hermosas baladas y silbaba alegres sones mientras campeaba. Ya imaginaba la felicidad que iba a encontrar al lado de aquella trigueña de pelo negro, boca chica y nariz respingona. Le bastaba cerrar los ojos con fuerza para imaginársela en su bella y completa humanidad: cuerpo delgado, bien repartidos y proporcionados encantos, todos colocados con notoriedad en sus sitios y luego vestida con ropajes sencillos pero elegantes que hacían resaltarlos más.

Sus amigos lo envidiaban a pesar del inconveniente que ellos conocían de aquella beldad. No se animaban a confesárselo, pues temían ofenderlo y más que todo lastimar sus enamorados sentimientos. La mujer era una pizpireta consumada. Con esa coquetería innata en toda mujer de mundo, había logrado, una reputación muy dudosa y con mayor razón en un pueblo chico. Si, aquella encantadora mujer era una casquivana que le había sorbido el seso al vaquero buenazo de Crisanto.

Cierto día regresa de la población a galope tendido y rayando el penco en los patios del rancho, con esa

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habilidad acostumbrada. Anunció a voz en cuello su próximo matrimonio. Iba feliz; su amplia sonrisa y el brillo de sus ojos asílo demostraban. Sus amigos se miraron sorprendidos, de lado. Les dolía la noticia. Ellos más bien lo sentían por el futuro de aquel hombre cabal en compañía de una casquivana.

Uno de ellos se le acercó -los otros hicieron círculo- y le preguntó:

-¿Cómo es posible amigo? ¡No puede ser!

“Así es, amigos míos… ¡Me caso, y muy pronto!... ustedes serán mis padrinos”.

- ¡Pa’su mecha...! ¡No puede ser… no puede ser, hombre!

“Pero ¿por qué no puede ser? ¡Explíquense… con una…!”

- Es que´sa mujer ha tenido que ver con todo Naco…

“¡Bah! ¿y qué tan grande es Naco…?

Profr. Abraham Montijo Monge 161

EL BUEN CÁNCHIRA…

El Cánchira estuvo en el Valle del Yaqui, aquel otrora boyante y productor. Aquel valle de tierra morena y feraz en tiempos de secas. Aquella extensa llanura de barrial resbaloso y en la temporada de lluvias y truenos, fértil y todoparidora, siempre llena de sol, siempre libre y abierta, franca y calurosa para el que quisiera quemar sus naves o trabajar corta temporada.

El sanrafaileño aprovechó el renganche, la contratación de mano de obra en práctica, el transporte libre de pasaje, gratis para venirse a las pizcas de algodón, sin más problema que hacer mochila, encomendarse al buen Dios y montarse en el camión de racas o redilas y el ánimo de conocer y ganar dinero en los horizontes sureños del famoso y rico Cajeme “donde hasta el más chico gastaba su tostón”, de aquellos cacharpas de cobre que tenían grabada la testa de Cuauhtémoc, de donde les venía el nombre. De pilón les daban lonche en el camino.

En aquel viaje vinieron a dar a San Pedro, el siempre recordado campo de las gruesas, altas y frondosas ceibas y los mangos así de grandes, pulposos y sabrosos. El solar del asalto y atropello, en las noches negras del reparto agrario, durante las andanzas del echeverriato. El campo del trabajo constante y en producción permanente. Sus propietarios, entre ellos el Cuate Bohórquez, fueron muy buenos patrones. Personajes cristianos y sensibles, serviciales y muy atentos, siempre llenos de buenos días y buenas tardes. Patrones siempre prestos a atender y subsanar las necesidades de sus trabajadores. Fueron de aquellos cajemenses, ciudadanos del valle siempre recordados.

Desempeñaba las tareas de mayordomo, Don Rafael Montijo, un hombre forjado de polvos y vientos, del Río Sonora; famas tenía de atento y hospitalario con sus coterráneos. Eso le dio confianzas a El Cánchira para hacerse acompañar de su esposa, “mujer de pueblo” noble, leal y hacendosa, hecha para contentos y dolencias. La Chepina. Así fue, sin problemas, se les dio ocupación y hospedaje en cuanto arribaron a

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aquel campo tan verde, extenso y exuberante. Mientras se organizaba la pizca del algodonero, al hombre lo mandaron a sacar de raíz y a punta de talacho verdes huacaporos que formaban bosque en las laderas colindantes con terrenos del Campo 60, lugar de desvelos y francachelas sabatinas de los trabajadores de San Pedro. A La Chepina le dieron chamba repartida entre la casa del patrón y la del mayordomo.

En pocos días más ya andaba la pareja arrastrando las sarandas, metidos hasta las orejas en el ramaje, manoteando las motas blancas y esponjosas del algodonero, sudando como tinajas nuevas y resoplando como buquis perseguidos por la madre chancla en ristre, Las jornadas diarias eran esclavizantes, con escasos resultados, pues eran aquellos sanrafaileños, meros aprendices de pizcadores. Pero como habían nacido para ser, pronto llenó cada quien su largo y grueso empaque.

En los ratos de descanso entre pesada y pesada los disfrutaban tirados de espaldas, mirando el brillar de los rayos solares entre la espesura de las hojas de las ceibas o escuchando el canto de las palomas que los ponían nostálgicos o recordando la querencia, la tierra lejana.

Los domingos eran de paseo dentro del mismo campo y de descanso, con los consabidos chapuzones en los canales cercanos sin faltar los arrumacos amorosos entre la maleza, pues también había que mover la hierba en estos terrenos tan bellos, hermosos en noches oscuras o llenas de luna, arrulladas con zumbidos de moscos o cantos de ranas que suelen decir “ahora tú”, “ahora yo”, “ahora tú”, “ahora yo”.

El tiempo corrió, se vino encima. Por algo dicen los sabios que no hay que mirar al futuro, pues se viene demasiado rápido. El Cánchira y La Chepina dejaron el Valle del Yaqui. Cargaron el morral de vivencias y recuerdos. El monedero con billetes y el ánimo elevado.

Ya en casa, El Cáchira sentado en un taburete con la espalda recargada sobre la pared de roñosos adobes, brazos cruzados sobre las rodillas y una taza de café en las

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manos, muy sosegado y tranquilo contesta las preguntas de las celestinas del pueblo La Chomina y La Cuca. Mientras La Chepina hacía las bolas de las tortillas sobaqueras, moviendo las manos con rapidez y destreza, sorbía el moco y miraba intranquila al par de lechuzas.

- ¿Cómo les fue por allá...? preguntó la Chomina.

- ¡Muy requetebién y está muy bonito por allá...! contestó alegre la Chepina para dolor de las mitoteras.

- ¿Ganaron mucho dinero? quiso saber la Cuca.

- Ganamos como mil y pico, ¿verdad, viejo?

- Sí - contestó el Cánchira, nomás que yo gasté el mil y la Chepina el pico…!

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EL PLATANITO…

El Platanito Parra escuchó el canto de las tortugas golfinas y vino a dar a esta tierra de promisión. Traía tierra de Huatabampo y alrededores en los talones, y en el lomo arañazos de tacuaches y batepis, que también los hay por allá y buenas recomendaciones de los parentescos cercanos que tuvo con generales revolucionarios y familiares de estirpe sureña; se hizo cajemense en toda la línea moral, social y política requerida en aquel entonces.

Coronaba su figura la buena estrella: Personalidad, estatura media, regordeta, liviana de sangre y simpática de carácter. Ojos claros y sonrisa de varios tonos que iban desde lo irónico y suspicaz, hasta lo tierno y pícaro; se amoldaba con facilidad al ambiente en cultivo. En la montera peinaba cabellos ondulados y quebrados hacia los aladares zurdos, con alto copete y un cairel en la frente que le daba aire de cordialidad y bonhomía. Siempre aseado, vestía con modestia ropas de medios hilos y acabados de sastre de barriada.

La sobrevivencia del Platanito Parra de billetera al corriente y hacienda precaria, pero sana. No dejó saldos en marquesinas sociales ni mucho menos mención de su nombre en pizarrones bohemios. Fue un ciudadano. Conocedor de sitios y lugares jurisdiccionados en todo el terreno sureño. Hacía lugar y campo en mesas parroquianas con buenas historietas de personajes regionales. Aceptaba o rechazaba conceptos con un buen convenenciero y nada comprometedor “¡Pues si, pues…!”

“Tú, Platanito, a cualquier candidato le vas, aunque sea burro jamás montado, jamás conocido en los arenales del arroyo, en los llanos de la lucha por la vida en las diversas manifestaciones económicas, sociales, deportivas y hasta de disfrute y vagabundeo”

- “¡Pues si, pues…!”

“¡Ai te dejaste ir por ese candidato que ofrece tajadas de aire y ponches de saliva e historias de siete suelas y con

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más cuevas que una ardilla”.

- “¡Pues si, pues…!”

Con un tostón y pico de años encima, llegó a ocupar la comisaría de policía del ejido más mentado en la historia ejidal del valle. Desempeñando tal puesto, el Platanito duró algo más de nueve años. Lo hizo bien.

“Ya te han aguantado muchos años ‘Platanito’, le decían”.

- “¡Pues sí, pues!”.

Uno de tantos días del mes que piensas, quiso venir a Cajeme, pero no quería restarle a la bolsa. Era necesario sumarle el costo de la gasolina, pues las ambarinas restaban bien frías en La Minerva, y Chicho, presto a servirlas.

¡Encontró la solución!

- Mira Grabiel, móntate en la Calandria - así llamaba a la patrulla – recorre el pueblo a ver que encuentras. Necesito ir pa’Cajeme…

El comandante, buen entendedor, salió. Después de un rato regresó comunicando al “señor comisario” que no había encontrado nada anormal, que diera el beneficio requerido. El Platanito pegó un golpe en el escritorio.

- ¡No es posible, Grabiel! El pueblo es grande y algo debe de haber. ¡Ándale! Ya te dije que me urge ir pa’cajeme.

En un amplio y barrido solar, bajo un enorme y frondoso guamúchil estaba un sabatista de guitarra y “caguama” dándole gusto al alma y al gaznate.

Grabiel cargó con él rumbo a la comisaría.

- ¿Por qué te train...? preguntó el comisario.

“ Pues no sé, por nada”, contestó el cantador.

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- ¡Pues sí, pues! Nomás “cain” aquí, se vuelven blancas palomitas... ¿Qué estabas haciendo?

“Pues nomás ai’staba cantando”

- ¡Pues sí, pues! ¿Y qué cantabas?

“El Sauz (sauce) y la Palma…”

- Grabiel, cóbrale veinticinco pesos y que se vaya. No le des recibo.

“ Pe pe pero ¿por qué?”, reclamó el azorado trovador y guitarrista.

- Pa’ que no andes haciendo revolturas. O cantas El Sauz o cantas La Palma… ¡Pues sí, pues!

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ESTAMPA SONORENSE…

Padre e hijo salieron del rancho rumbo al pueblo, con el fin de adquirir la comisaría y algunos trapos nuevos. Llevaban dinero suficiente, pues acaban de vender la cosecha maicera.

“La Banbarria”, el rancho, quedaba a tres o cuatro leguas del pueblo “Los Colorados de Abajo”. La distancia se recorría por camino real en poco tiempo, fuera a caballo o en carro tirado por mulas.

Ellos iban en carreta en franca unión familiar. Dos buenos amigos del monte platicándose sus cuitas al acompasado trote del macho “El Máviro”, un buen ejemplar de tiro.

Al encuentro y a manera de cariñosos abrazos salían a recibirlos “El Cerro de los Cochis”, el bajío de “Las Calabazas”; una hermosa vegetación de la flora sonorense: olorosas vinoramas en flor, espinosos chiragüis, mezquites rebosantes de péchitas. Un ambiente pleno de adornos, cargado de cariño, ese que aumenta la querencia por la tierra donde se nace.

Antes de llegar al pueblo, hubieron, como es costumbre de aligerar los intestinos y desaguar la vejiga, tras los matorros de batanene y a la manera de las liebres llaneras.

Arribaron y estacionaron la carreta frente a la plaza pueblerina, rodeada de altas y verdes ceibas, rosales de singular colorido en los prados, el kiosko en el centro, amplias banquetas. Allá la iglesia, obra del andariego del desierto. En la esquina la caseta de la refresquería y la chismografía con dos o tres lugareños sentados por fuera en posturas somnolientas. Por allá tras la cuadra el bar y su radiola.

- Toma la lista del mandado, éstos centavos. Vete a la abarrotera de Don Alejandro, haz las compras. Yo voy a la cantina a remojar el gaznate...

- ¡Mucho cuidado con el juego a’pa!.

16� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

Fue directa la advertencia del hijo. El joven sabía que el viejo estaba enviciado en el juego de la baraja, sus revires y conquianes.

- No tengas pendiente. Hoy la suerte anda conmigo…

¡Ya viste qué cosecha! Y si no ai’sta Dios mi’jo...!

¡Si a’pá ai’staba el año pasado y nos llevó la chingada…!

Profr. Abraham Montijo Monge 16�

EL ORIGEN DEL MENUDO SONORENSE…

Se ha generalizado el alboroto. En los días que corren tienen sabor y calor especial los encuentros con los amigos. El gozo es grande al recibir a parientes y amistades del afecto. Los inclinados y tenues rayos solares visten de luz particular blanca y tibia el ambiente, el entorno. Se disfrutan al recibirlos como zopilotes con las alas abiertas cuando nos enfrascamos en la convivencia y la charla del encuentro callejero a media mañana.

En el flujo y reflujo del acelerado movimiento social de hombres de bien, ricos de poca dicha y pícaros con suerte se aprecian rostros sonrientes, felices, de aquellos coterráneos que lograron hacer realidad sus anhelos en regalos, viandas y vinos de la fiesta navideña familiar. Presentes también las caras y seños fruncidos, mortificadas porque no podrán satisfacer deseos y antojos personales o de la prole.

El cuadro reinante anima y energiza el espíritu, asoma la invitación para soltar el verso de la cosecha ajena en el Suave Viento:

“Alegre transportas las risasy acallas sollozos y suspirosde alegrías y romances, limpiador efectivode los actos del tiempo…Desciendes colinasy refrescas los vallesTransformas las penas en alegríasy, a tiempos llegan a otroscon otras formas…”

¡Oh, hermosa temporada decembrina! Hay comi-lonas y francachelas. Presencia notable tiene en las mesas hogareñas el platillo favorito en las madrugadas y mañanas de desveladas y resacas; esa confección culinaria tan rica y sabrosa que solamente saben preparar las amas de casa hacendosas y hogareñas de las tierras generosas: “El menudo Sonorense”.

170 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

Los gerontes de mi tierra, dejaron notas orales del Sonora viejo, del Sonora del maíz, la tierra de los corazones de venados, la de los pueblos del Río Sonora, desde “San Rafay pa’rriba” que reciben los vientos fríos que bajan de la sierra de Aconchi cuando tiene el espinazo nevado, de que el “Menudo” era originario de Ures.

Por las veredas ancestrales ha venido transitando la versión de que los propietarios de las haciendas San Rafael, Santa Rita y Bella Vista de aquellos entonces tan viejos; acostumbraban, cuando sacrificaban reses, regalar y repartir entre sus trabajadores los “dentros” y vísceras, panzas, hígados y corazones. La mayoría de los trabajadores eran miembros de la diáspora yaqui que se dispersó por el territorio sonorense cuando tocaban diana, Así, en el diorama de haciendas y cam-pos urenses nació el “menudo”.

En estos días humean las ollas panzonas de peltre azul en las hornillas armadas en los traspatios. Se aprecian los aromas que desparrama por las vecindades el rico y sabroso alimento “El menudo Sonorense”. Al que le musicalizó en el diapasón de la inspiración el bardo nayarita Facundo Bernal su canto:

“Oh, menudo sabroso te saludoen esta alegre y refrescante auroraen que reclamo alimento, pues es horaen que tú estás cocido y yo estoy crudo.Manjar tan delicioso, jamás pudocolocar en su mesa una señora, con más razón si es dama de Sonorala tierra favorita del menudo.

Por eso te distingo y te respetopor eso te dedico este soneto,de tu grato sabor en alabanza.Canten mis versos frescos y elocuentesen honor de tus cinco componentes:caldo, patas, maíz, tripas y panza.

A Cajeme, a todos sus hijos, profundamente agrade-cido, entrego con emoción y respeto la expresión del día que pasado mañana llegará ¡Feliz Navidad!

Profr. Abraham Montijo Monge 171

DE ROSARIOS A ROSARIOS…

“El Toloncho echó sobre el lomo de su caballo, la silla de montar texana, apretó el cincho, metió la bota adornada con espuela de rodaja vaquera, al estribo e hizo horqueta, montando al magnífico zaino, brioso, recién pelechado, de andadura de mula, pisar generoso.

Disfruta a plenitud el jinete los paseos a caballo. Inicia las cabalgatas diariamente a media tarde y las termina cuando las nubes luminosas reflejan el melancólico brillo del ocaso y el sol está a punto de hundirse en las salobres aguas del canal del infiernillo en los horizontes particulares de los seris.

¡Hermosos los atardeceres de mi tierra!

Trota y galopa por los suaves montes que rodean al poblado. Remonta las cimas desde donde deja resbalar la mirada para apreciar el orden y concierto en algunos tramos y en otros el desparramo de casas y otras edificaciones del conglomerado social al que pertenece, con el que vive y convive.

Hay ocasiones en que “El Toloncho” aprovecha fines de semana, puentes y fiestas de guardar, para visitar pueblos de la comarca, conocerlos y recorrer a caballo, los montes, cañadas y lomas de sus alrededores. Para el caso prepara con-venientemente la vieja pero flamante “cheyene”, la montura, arreos y las vituallas. No deja de revisar el transporte especial del “penco”, la “traila” o rebiate. Algunas veces aprovecha la celebración de algún santo comarcano para lucir la montura de toda su estima con comedida actitud y respetuosa intención de festejar, nada de picar cresta o sembrar envidia y enviar toros a la raza brava.

En un “puente” de las fiestas patrias “El Toloncho” se llegó hasta el retirado pueblo de Los Baiburines, escondido entre valles, cañadas y montañas de la sierra el Talayote. No obstante ser serrano el pueblo, es pacífico, hospitalario, muy quieto y de mediodías somnolientos. Lo animan las horas de rezos, el regreso de los lugareños de sus labores milperas y

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el bullicioso volar de los chanates que en las bandadas rozan las pequeñas torres de la capilla, silenciosa morada de San Tuito.

Después de esculcar los alrededores de Los Baiburines. “El Toloncho” siguió su entretenimiento ecuestre internándose en el caserío y sus culebreantes y disparejas callejas. Al dar la vuelta en una esquina de una barda alta y roñosa, por lo pendiente del terreno, el zaino apuró el paso, pero el jinete lo frenó bruscamente y abriendo los ojos con enorme asombro, debido a la sorpresa casi gritó:

- ¡Híjole el padre Santiaguito...!

En una testera de un portal, bajo la sombra de un roble blanco se encontraba disfrutando de beatífica paz el Cura Santiaguito a quien “El Toloncho” y la feligresía de su pueblo habían perdido de vista, menos sabían de su persona, desde hada varios años. Ya repuesto de la turbación y sus efectos, se arrimó saludando con marcado gusto:

- ¡Quihúbole padre Santiaguito!

- ¡Pero hijo! ¿Qué andas haciendo? Mira que diosito manda sorpresas.

Con emotivo y atropellado sentimiento se saludaron y se abrazaron.

Ocupando las sillas dejaron correr la charla sobre recuerdos y preguntas sobre el fulano y el zutano, el mengano y el perengano, la situación del pueblo y otras muchas vivencias. Una abundante y mal deshilvanada plática. Mucho que contar y más que recordar. De pronto “El Toloncho”, ya en confianza preguntó:

- ¿Cómo le hace Padre Santiaguito para vivir en éste pinchi pueblo tan solo, hombre?

“La paso muy bien, muy feliz con mi cafecito y mi rosario…”

Profr. Abraham Montijo Monge 173

- Después de la contestación el chuculi cuali, el naguas prietas invita a propósito al visitante: “¿Gustas un cafecito...?”.

“El Toloncho” con los cumplidos de rigor lo acepta y agradece. El padrecito levanta la voz y pronuncia:

- ¡Rosario...!

“El Toloncho”, casi se traga la “manzana de Adán”. Allí frente a él se hallaba parado un soberbio cuerpo femenino de mórbidas carnes, turgentes y abultados senos y un bello rostro... ¡la felicidad del padrecito...!

174 Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

EL ABANDONADO…

Don José Rubén Romero, enjundioso escritor y Jesús Pérez Gaona el mentado Pito Pérez fueron grandes y leales amigos. Juntos recorrieron “las uropas”, pueblos y comunidades del hermoso estado de Michoacán. También dejaron un testamento con especial contenido para la sociedad: estiércol pa’los ricos y desprecio pa’los pobres.

Nosotros también, sin pretensión de similitud y pedimento de dispensa por la intención de identidad, hemos recogido en la senda de este andar a un buen hombre que promete ser amigo sincero, útil y servicial, Bajo la comba celeste, aceptó el bautizo y la imposición del nombre, sin remilgos, se llama Chivirruy. Dice sentirse orgullosamente sonorense “pa’los mexicanos del tronco y con reservas pa’los de la punta”. Habla de frente y el llama a las cosas por su nombre y responde con una sola palabra.

Andariego y observador recoge en la saca que trae en el lomo, cuantas burundangas y cosas, hechos y sucedidos, chisme y rumores, el material de la historiografía comarcana, con la firmeza de intención de compartirlas con nosotros, con usted que disfruta los chispazos del buen humor y evita los diccionarios y los enredos de ideas.

Sentado bajo un alto tejabán y rodeados de matas y árboles trasijados y de colores polvosos, tristes a consecuencia del frío y de los vientos candelilleros del norte que nos han azotado los últimos días, escucho al Chivirruy la siguiente pincelada tan sonorense como la cola seca de la víbora de cascabel.

El Chivirruy trabó amistad con “El Mojino”, un taquero de allá de los terregales del norte del poblado de Bácum, de esos que a una tortilla de maíz le echan tres tiritas de carne, un puño de repollo y una cucharada de agua entomatada y con chiltepines molidos, como salsa que enchila mucho los labios.

Profr. Abraham Montijo Monge 175

Nuestro amigo fue enterado por “El Mojino” que la mujer de éste lo había abandonado y se le había ido con otro. Su mujercita linda se había burlado de sus sentimientos, su honor y del hogar que con cariño y devoción de matrimonio le había construido. Le pidió orientación y consejo para mitigar la pena y soportar las miradas de conmiseración de su gente familiar y amiga y las irónicas e hirientes de aquellos entes que se solazan y se divierten con el dolor ajeno.

Así, “El Mojino”, orientado fue a dar ante el juez de paz, que lo era el Chichí Puentes un personaje de gratos recuerdos entre los bacumenses de ayer. Persona de trato afable y de conversación entretenida con vocabulario jocoserio y de combate, según el caso.

Atento y comedido, el letrado atendió al ofendido y adolorido taquero, quien con amplios pormenores lo enteró del suceso. Como el señor juez conocía y llevaba la broma con el abandonado le respondió zorruno en gesto festivo y sin recato:

- ¡Pues hombre, Mojino, ya puedes dar un salto, soltar un balido y tirarte un pedo…!

Aquel hombre saltó del asiento y le reclama con lenguaje rudo al juez la falta de respeto y consideraciones que merecía de una autoridad. Su situación conyugal estaba terminada. Rojo de coraje y dando resoplidos salió a la banqueta de la oficina “de lo civil” para echar afuera con todo el pecho retacado de penas y ofensas, toda la rabia, la soberbia de no hallar como acallar las burlas:

- ¡Esto se acabó Chichí, pero al cabo que la zorra va a echar de menos el calor de mis brazos cuando se dormía.

- ¡Pero hombre, Mojino, cómo eres pendejo! ¿A poco crees que se fue con una barra de hielo?

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TRAGO AMARGO…

El estiaje apretaba la garganta de la tierra vieja. Sentado en un equipal bajo la sombra precaria de la ramada don Ole recibía el vaho que la tierra caliente y reverberante despedía. El sol caía a plomo sobre el chiname de pare-des formadas con el carrizo, batamote y el zoquete ripiado. Alrededor se levantaban a duras penas – y choros – algunos arbolillos que proporcionaban sus guayabas, limones, higos y yoyomos, cuando las temporadas lluviosas los favorecían con alguna rociada. Los que nunca faltaban eran los guamúchiles, que cual roscas de tripas de leche, forradas de grasa colgaban del árbol leñoso y raíces profundas del árbol plantado a la entrada del corral chivero.

Los moradores del jacal aplastado en medio del llano polvoriento eran: la señora alta y regordeta, ojos grandes y mofletudos cachetes, con el vientre muy pronunciado, señal evidente de próxima parición, un cuerpo deforme por la excesiva práctica de la maternidad, que realizaba en aquel estado los quehaceres domésticos, el acarreo del agua para el hogar a considerable distancia en baldes o latas alcoholeras sobre la cabeza, amortiguando molestias, mediante el cayagual forjado con el rebozo, prenda que alguna vez fue de color marino.

El jefe de la familia, alto y güilo, rostro con huellas de la viruela, carrillos flojos, bigote ralo de cerdas largas entreveradas de canas que caen sobre su boca ocupada constantemente con los cigarros macuchos. Completan el clan los buquis, que son varios, todos del mismo color, ojos saltones y pies de talones rajados y dedos abiertos en tosco abanico por el andar siempre a pata ráis. Dos que tres de ellos conocieron el abecedario, porque concurrieron algún tiempo feriado a la escuela rural de El Saúz, cuando llegaban a tener profesor.

Cierto día, pardeando la tarde, en el jonuco hubo movimiento. Entraban y salían mujeres llevando y sacando palanganas con agua y trapos tintos en sangre. Señoras del campo siempre aprensivas y diligentes echaban la mano a la partera que ayudaba a la Chepa de don Ole, a parir por séptima vez.

Por fuerita, muy pendiente bajo el mezquite patiero

Profr. Abraham Montijo Monge 177

que daba sombra a la hornilla y el lavadero, estaba el viejo en compañía de otros ejidatarios, prestos para lo que se ofreciera, esperando la llegada del producto de sus amores. Impaciente, escuchando los quejidos y ayes de su amada, se empinaba la cayetana de mezcal para calmar los nervios.

- ¡Ay, ay, ay, mamacita! Dios mío. Jesucristo, ayúdame...

En los momentos del fin del doloroso trance, la parturienta gritó con dolorido acento:

- ¡Ay, señor Dios, qué trago tan amargo estoy pasando...!

El ejidatario, socarrón y festivo, reviró:

- ¡Ah, pero qué tal cuando te empinabas la botellita...!

Las chicharras pegadas los chíragüis y vinoramas en flor, aturden con su interminable canto en onomatopeya de bienvenida al buqui recién llegado, al nuevo habitante del ejido Los Horcones…

17� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

BODA DE PUEBLO…

La perrada aventaba sus alegres notas al viento, con ese ruido retumbante, sacudiendo el pecho del pueblo celebrante de una boda. Eran las diez de la mañana, seguía la segunda fase del matrimonio: la francachela, trago y comilona recalentada, invite abundante y desde luego canto, baile y zangoloteo.

La novia emperifollada y en elegantes ropajes se paseaba radiante, sus brillantes en los ojos y chapeteados cachetes ¡bellísima! Por los corredores de la casa que pocas horas después habría de abandonar en compañía de su esposo, orgulloso mancebo que se pavoneaba con aire de gran señor entre sus amigos, que lo miraban con el tufillo de la envidia y la malicia. Nueva pareja entraba en la sociedad. Otros jóvenes más se habían librado de la tutela familiar.

Los suegros por su parte atendían a los invitados. Gente venida de todos los confines de la sierra, el valle, la llanura, la frontera y ranchos cercanos. La asistencia era disímbola. Por un lado los trajes azul marino de los lugareños elegantes. Referimos el color, porque es el preferido de los matrimonios en los pueblos. Ropa de elevado precio por allá, chamarras de cuero, bien hormados sombreros texanos, pantalones vaqueros de paño especial, botas vaqueras de cañas altas, pieles exóticas y puntas de saca porogüis. Las damitas, bellas, preciosas como siempre, con sus bocas de rojo como zinas abiertas: lucían distinción y señorío con sus mejores galas.

El jolgorio a medida que la bebida circula con profusión y abundancia, aumenta la alegría, se acaban las inhibiciones, varía el ambiente. En esta ocasión asistimos invitados de honor, pues los novios eran nuestros compadres. Los suegros, por consiguiente, en lugar desde el cual columbráramos los acontecimientos y detalles de la fiesta. A un lado se hallaba la mesa ocupada por la autoridad, el presidente municipal y otros funcionarios con sus esposas.

Sobre la mesa y camuflada entre los demás

Profr. Abraham Montijo Monge 17�

cascos de bebidas se hallaba una “cayetana” conteniendo sabroso bacanora, especial para aquella ocasión. Había sido conservado por el padre de la desposada durante tres lustros en oscura damajuana. Honroso trato en ceremoniales especiales acostumbraban dar el jugo de maguey en Sonora. ¡Costumbres, pues!

Al pasar frente a nosotros el Vale Chuy, lo invité acomedido:

-¡Échese un sangre de Cristo…! El aludido, personaje simpático actor de anécdotas campiranas, narrador de cuentos sin fin, héroe de cien batallas, contempló extasiado el ambarino licor, admirando las burbujas del contenido, y moviendo la cabeza en señal de aprobación, apuró fuerte trago de buche y corrientada. Se limpió los labios en la manga de la chamarra, soltó un chasquido de lengua y un satisfecho ¡ah! Y respondió:

- Esta no es sangre de Cristo amigo mío, son ¡lágrimas de la virgen María...!

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UNA SIMPLE PISTOLITA…

Algunos de los días idos, por las mañanas, la comba celeste se pintó de azul límpido, fresco, alegre, arropando todos los rincones y confines del valle de nuestros amores, de nuestros mejores deseos de salud económica y bienestar, para todos nuestros coterráneos.

El sol, mientras tanto, con sus rayos inclinados en acatamiento a la división de las estaciones climáticas que transcurren cada año -y a las leyes astronómicas, por siempre en vigor e imposibles de infringir, calentó los muros y techos de los hogares, para proporcionar a los hijos de la ciudad; cabecera municipal, un calorcillo agradable.

La humedad del ambiente y el verde saludable, brilloso, limpio, del follaje de los árboles citadinos, tan poco cuidados y maltratados, complementan el cuadro. Fueron días de bella estampa para la vista, manjar para el espíritu, disfrute y sosiego del alma. Cuadros revitalizantes, suficientes para rendir con fervorosa emoción a quien rige el destino del Universo, la oración de la ofrenda humana. ¡Gracias Señor…!

Con el ánimo oxigenado, un día de esos enfilamos la marcha hacia el norte frío, con la intención de llegar a ninguna parte, pero con el propósito de recorrer con calma y paciencia la carretera federal número 15, la “cuatro carriles”, la de las casetas de peaje, con las tarifas más caras y onerosas para el andariego nacional, el nativo “que no podrá ser molestado en su persona mientras pinte huella en tierra libre e independiente”, según el rezo bonito de la Ley Suprema de la nación de la raza galvanizada y maicera.

Se anota raza galvanizada, porque la de bronce, de caballeros águila, caballeros tigre, desaparecieron hasta de los libros de texto. ¡Hasta el águila altiva y emblemática la dejó bonchi, patuleca y desplumada el gobierno del cambio. ¿Dónde estuvieron los caballeros leones para defenderla?

¡Ca taia, inapo caita culpa! resonó una voz en el alto perfil del Bacatete.

Profr. Abraham Montijo Monge 1�1

Amplia, con tramos escénicos y curvas que ya no se cierran, la cuatro carriles se convirtió en la espina dorsal de la comunicación en Sonora. El tránsito por ella se realiza tranquilo y seguro. Hay oportunidad de disfrutar del paisaje, la flora hostil, espinosa y sedienta; lamentar la ausencia de ejemplares de la fauna, propia de la llanura semidesértica. No se atraviesan al paso del viajero, liebres, coyotes o zorras; a distancia, en las alturas, se recortan en el horizonte dando macilento rodeo volátil cuatro o cinco zopilotes. En algún lugar de la inmensa sabana, seguramente hay carroña.

Ya no hay contrastes entre la antes muy abundante y verde vegetación del río y la que bordea la carretera federal 15. Aquélla y la otra, tienen cuerpo y rostro de haber sido tremen-damente explotadas. El desierto presenta abierto combate al hombre inconsciente, con el fin de recuperar el terreno. Indi-cativo es también que se calienta la temperatura del mediodía., oo”o se enfría el horario-&* Medianoche.

Quien bien reflexiona y prepara su bitácora, para correr por la carretera sonorense, no tiene mayor problema salvo alguna dificultad mecánica que se le presente. También está muy vigilada por los entorchados y charreteros agentes federales de caminos. Pero en estos tiempos de la delincuencia organizada y la custodia de la sociedad, en manos de la co-rrupción, la desorganización, en los caminos nacionales abun-dan los grajos, los tlacuaches y las vulpejas.

Maruchana, dama norteña se atrevió a transitar sola por la carretera mencionada y sufrió el siguiente desaguisado: Venía de Nogales, pero por ahí cerca del paraje el Divisadero del León, poco antes de llegar a Hermosillo su lugar de destino, sintió fallar el motor del automóvil. Hizo alto y con la práctica normal socorrida levantó el cofre y se agachó a tentar alambres, golpear los postes de la batería. Al agacharse, mostró parte de sus encantos: tobillo, pierna corva, tibia, casi hasta el ya quisieras haberla visto y despertó los bajos instintos de un individuo que se ofreció para auxiliarla.

En aquel solitario paraje la violó. Ya sabrán los gritos que daba Maruchana.

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Un agente federal, llegó y la interrogó sobre lo acontecido. Indagó sobre alguna señal, indicio, que le ayudara a identificar al malhechor. La dama, a moco tendido e hipando, afirmó “el tipo era sonorense”.

- ¿Por qué asegura usted que era sonorense...?

- ¡Porque calzaba unas bototas, traía una hebillota y una pistolita tamañita así...! así...

Profr. Abraham Montijo Monge 1�3

EL POLLORIO…

Por veredas y caminos reales aquel obispo Matías del Zacatal, proseguía la actividad pastoral que había organizado en aquel tiempo, por los pueblos entonces cimentados y bien poblados de Cuquiárachic, Codórachic, La Hacienda de los Tumores y el Pueblo de la Parición, entre otros de la vasta y dilatada diócesis con sede directriz, aquí, en este oriente de las preferencias del Chobola, el Chuluy y el Chomón, cabezas principales de la caterva social de la región. Además de entregar los dones y regalos de la confirmación a todos los plebes merecedores y a uno que otro semilludo desbalagado, entusiasta el prelado se entregaba a pregonar el verbo, mostrar la cruz y enseñar la luz del acontecer religioso por los y alejados andurriales.

La Esquipula del Zurdo fue la anfitriona atenta y deferente con el señor obispo. Puso a su disposición la amplia y bonita finca, la mejor del lugar, para que repusiera energías, descansando a sus anchas y bien replanado. Adornó la mesa con la hospitalidad abundante de pan y sal, y las mejores golosinas alimenticias de su receta culinaria muy personal. También en jarras y picheles de gruesos vidrios sirvió refrescantes y olorosas aguas frescas y otras bebidas de hojas, granos y raíces como el tesgüino, el agua de saúco, la horchata y el guajicopo para que aquel cristiano de alta jerarquía y prosapia clerical remojara el gaznate y alijara la garganta de los molestos y lijadores polvos del camino, mientras introducía y mantenía sus pies en una palangana con agua tibia para un buen relajamiento muscular. Iba a visitarlos tan a lo largo que obligados estaban a darle atenciones como lo ordenan y disponen los cánones de las buenas, atentas y educadas gentes.

La casa de la Esquipula del Zurdo lucía amplia y espaciosa, arreglada conveniente para la ocasión, patios barridos y regados, altas y gruesas paredes de adobe y techos con tierra y materiales del lugar que atemperan las temperaturas y climas de la estación reinante. Estaba ubicada la confortable casa habitación en la parte norte de la plazoleta del pueblo, centro y puerto natural por donde suben y bajan todos los habitantes y visitantes de la comarca.

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Los lugareños habían desatado la fiesta. Vestían sus mejores galas y hasta estrenaban muchos de “eos” - zapatos y sombreros. Abundaban, las caras satisfechas y sonrientes, pues los chamacos ya habían recibido la bendición y la cachetada de la confirmación y habían amarrado “ninos”, otra de las gracias de la religión católica. Entre alborozados gritos y abrazos sube de tono la algarabía y se escuchan marcados los “gracias compadre” y “gracias comadrita”. Claro en razón y justicia, con bendita oportunidad aquellas almas agradecidas con los dioses celestes, se dejaban resbalar entre pecho y espalda buenos fajos de mezcal y escanciaban churumbones de bacanora.

A la excelente y solícita anfitriona, muy devota y ocupada persona, se le olvidó preguntarle al religioso cómo quería degustar el pollo, previamente solicitado y para después de los servicios. Con qué olores, colores y especias deseaba los alimentos. Para lo cual ordenó a su hijo El Cachú, que allí a un lado sentado en cuclillas escuchaba, mientras escarbaba las fosas nasales en busca del moco seco:

- Anda mi’jito, por favor, ve a preguntarle al obispo Matías que cómo quiere que le prepare el pollo, que si blanco o con chile...

El desarrollo de la misma ya iba muy adelantado, por lo que El Cachú, chavalo aventado y queriendo cumplir cabalmente con el encargo de su progenitora, interrumpió con tonos y acentos requeridos:

- ¡Pater, dice mi mater que si cómo quiere el pollorio, si blancorio o con chiloriooo...!

De inmediato recibió contestación en los mismos tonos del intríngulis latinoide:

- ¡Hijo, dile a tu mater que lo quiero blancorio, porque con chilorio arde mucho el sécula seculorum...!

La parroquia muy nutrida, atenta y participativa remató:

- ¡Amén!

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PERO CON LA ZORRA ENCARAMADA…

Hubo caballo ensillado y nos fuimos a estirar la pata. La ruta negra, asfaltada, recibe los rayos tibios del sol de media mañana. La claridad evidencia muy tranquila, pero apesadumbrada, la pobreza del suelo, la raquítica figura de la flora y la ausencia de ejemplares de la fauna, propia del solar estepario sonorense.

En onomatopeya presagiante de malos augurios, se recortan en lo alto del cielo y contra el sol, las aves negras y carroñeras en vuelo acompasado, formando círculo, seguramente en previo disfrute del festín que habrán de tener con el cadáver de algún semoviente, muerto de sed y martirizado por el hambre, en aquellos andurriales resecos.

Las sibilas lanzan mensajes por todos los horizontes lejanos y cercanos de la Rosa de los Vientos: manchones de zacate buffel secos en los taludes camineros. Esta planta forrajera fue traída a Sonora desde las llanuras del África por el señor Santini, propietario del rancho del mismo nombre localizado por la carretera rumbo a Navojoa. Muchas vidas cobró la famosa “Curva de Santini”.

También se admiran mogotes de zacates y pasto, esperando agua para brotar y prados de choyas famélicas, de poca altura, sin nidos de “huitacochis”. La pupila recoge los rastrojos y destrozos que la sequía va dejando para alimento de la desertificación y reconquista del desierto. Solamen-te adornan el iris el azul celeste, el negro de las cordilleras recortadas en el horizonte y el follaje amarillo de las breas y paloverdes en flor; son verdaderos arreglos florales en la llanura sedienta y silente. Larguísimos hilos de alambre dé púas, protegen sin duda, extensos terrenos llenos de pesares y angustias. La cuadrícula llanera, dilatada, calurosa, nos abandona, mientras atravesamos a trancas y barrancas la capital sonorense, próspera y orgullosa, pero con revoloteos del smog de aún bajos imecas bajo su techo celar. Hemos disfrutado los sonorenses de una bonita ciudad capital adornada con zagalejos de la antigüedad y brochazos del modernismo. Pero también hace pucheros y visajes ante el

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deficiente, por la escasez, servicio de agua potable.

La bienvenida de los hermosillenses para los viajeros provenientes del sur es desangelada y desvirtuante, basura y chatarra, falta árboles y arbustos al centro y a los lados de un boulevard moderno y ancho. En cambio por el norte, el recibimiento es reconfortante y de reconocimiento por los magníficos arroyos del tráfico, sin baches, tránsito rápido, disciplinado, seguro y camellón central en manos de la atención y la arborización en las del cuidado permanente.

Seguimos como el halcón peregrino hacia el risco que nos parió. Al paso nos reciben poblados, comunidades, centros de trabajo empresarial y aldeas ejidales. Otras desde la distancia nos envían el saludo caravanero. Un letrero en tablero comercial en San Pedro del Saucito, nos anuncia que allí “se venden huevos en escabeche de codorniz”. También aquí en este lugar el turista glotón y tragaldabas encuentra abundante variedad de platillos de la comida sonorense para el buen yantar y pegarle en tutta la madona al hambre y a la desafinada y molesta sinfonía de las tripas.

Antes y atrás a un lado de la excelente carretera que se dirige a los pueblos de la baja y alta sierra, dejamos lo que queda de la ex-hacienda de El Molino de Camou. Esta hacienda que fue la más grande por su extensión en los ríos Sonora y San Miguel se llamó antiguamente “El Chino Gordo”. Contaba con poco más de mil hectáreas de terreno de riego y catorce mil de agostadero para la cría de ganado. Fue propiedad de don Pedro Andrés Camou. En esta hacienda existió un molino harinero que duró hasta agosto de 1915, año en que fue atacada por una banda de yaquis, alzados, muriendo más de sesenta personas, entre ellas Alberto Camou Olea hermano de Alfredo Camou Olea, todo un personaje muy conocido aquí entre nosotros los cajemenses, pues se desempeñó como juez de campo y además fue padre del inolvidable Alfredo Camou, ¿quién no conoció al Moño Camou…?

En una esquina de los terrenos de la mencionada ex-hacienda se fundó el pueblo de San Francisco de Batuc. Los habitantes de este poblado fueron desalojados de su pueblo

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Batuc, primeramente por las aguas de la presa El Novillo y por segunda ocasión, del pueblo que habían fundado cerca de Topahue por las aguas de la presa de El Molinito o Ing. Rodolfo Félix VaIdés. Esta presa está seca y llena de cascajos.

Topahue, en el dialecto ioeme, “donde el río hace panza”, es una comunidad cuyos habitantes ninguno es nativo de ella, pues por falta de servicios asistenciales nacieron en Ures o Hermosillo.

San José de Gracia, ganadero y ejidal como el anterior poblado, parió al general revolucionario de nombre Tranquilino Peñúñuri, muy aventado “pixteador, musiquero y mujeriego...”

¡Pero ahí cerquita está el pueblo que me parió a mí…!

Plaza y Kiosco de San Rafael, Ures, Sonora

1�� Con el morral a cuestas...bocados y retazos de mi tierra

NORTEÑOS CHICHIMECAS…

Guardo a manera de excitativa, una pequeña arista del fértil pensamiento del yaqui, Mayo Murrieta, que me dejó escrita con garabatos de médico en la contraportada de una de sus obras: “Abraham: se escribe porque se siente. Se siente y se vive…”.

École, amigo! Se siente porque lo que se escribe se comparte con los lectores. Nosotros perseguimos ese fin. Se vive dándole sentido a las cosas, revistiéndolas de calor y afecto, a las obras nuestras, realizadas en el trasiego cotidiano en el seno de la masa humana que nos rodea.

Hoy quiero charlar con usted, mi querido cuate, con el ánimo de deshilvanar de nueva cuenta el devenir histórico de Sonora: Es menester estar al corriente conociéndola, haciéndole cariños para amarla más.

Establecido hipotéticamente está, el que los habitantes de América provienen de horizontes asiáticos y penetraron por el Estrecho de Bering y las Islas Aleutianas huyendo de las glaciaciones y siguiendo la migración de los animales que les proporcionaban sustento y vestido. Nuestros indígenas y descendientes directos de ellos acusan rasgos chinos: pelo lacio, pómulos salientes y ojos rasgados.

Para mayor comprensión del doblamiento de Sonora, dividamos el país en dos regiones: Áridoamérica y Mesoamérica. La segunda división, Mesoamérica, fue área de civilizaciones sorprendentes en la cual se desarrollaron las ciudades y la vida urbana. Residencia de jefes políticos y religiosos, artesanos y mercaderes. Lugar de palacios y pirámides.

Al norte de Mesoamérica un rasgo distingue y domina el panorama geográfico: la aridez.

Es la región en la que vivieron cazadores y recolectores. Fueron creadores de la ganadería los hombres cazadores y de la agricultura al recolectar frutas, hojas y raíces: péchitas y pitahayas, mostazas y chuales, bledos y tréboles, garambullos

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y bachatas o sayas. Cazan venados y conejos. En ocasiones practicaban la rapiña.

Todos los grupos raciales que poblaron la Áridoamé-rica formaron la cultura bárbara, bronca del país, considerando que sus opciones eran montaraces. Eran nómadas.

Anotaremos como entidades jurisdiccionadas en Aridoamérica los Estados Unidos de América en su región sur y los estados mexicanos que con ellos colindan: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y Nuevo León.

Toda la región estuvo habitada por apaches, pieles rojas, comanches, cochimíes, yaquis y mayos, tarahumaras, cucapah, seris y guarijíos, pimas y ópatas. Todos estos grupos formaron la cultura chichimeca. El vocablo chichimeca en lengua nahoa, significa bárbaro.

En razón del concepto a los habitantes de la extensa planicie norteña se les aplica el adjetivo calificativo de Los Bárbaros del Norte.

José Vasconcelos, el nombrado Maestro de América, durante su campaña política rumbo al norte, al cruzar la línea divisoria entre Sinaloa y Sonora dicen que exclamó, respecto a los bárbaros norteños: “Aquí termina la civilización y empieza la carne asada...”.

El costumbrismo regional aplicó el apócope al término “chichimeca” para calificar al individuo lelo, ova, atrabancado, entrón, zafio, bravucón, decidido, torpe, como un individuo meco: “ese fulano de tal es un meco...”.

Miremos en retrospectiva aquella: latitud que baja del este serrano, se presenta angosta en el sur y se ensancha al norte, poblada de flora desértica, erizada de espinas, choyas y sibiris, sahuaros y echos, palofierro y mezquites, gobernadora, la planta insigne y distintiva de la vegetación de Sonora, monte y cobijo de coyotes y vulpejas, venados, víboras y serpientes, iguanas y reptiles de la fauna temible. En el fondo azul de la comba celeste se dibujan en vuelo cuervos y zopilotes,

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aguilillas y gavilanes, todo un conjunto, un diorama, de una región hostil, inhospitalaria, calcinada y sedienta.

En el ámbito majestuoso y pródigo de Sonora se delinean seis regiones geográficas: la sierra, la frontera, el desierto, la costa y los valles del Yaqui y Mayo.

Para algunos historiadores y cronistas, la palabra Sonora se origina de la lengua ópata, etnia que fue muy numerosa y fue el único grupo que se mestizó o se cruzó con la raza blanca. También existe la hipótesis de que la palabra Sonora viene del término ópata Sonot, con el cual se referían a la hoja de maíz.

No se descarta el que la palabra con que se nombró a nuestra entidad viene de la expresión Señora. Los indios habían escuchado a los españoles pronunciar la palabra Señora y al no captar bien la fonética decían “Senora”. Por igual razón o motivo en el dialecto yaqui existen muchos vocablos españolizados como: cabai (caballo) o cuchai (cuchillo), por ejemplo.

El origen del topónimo Sonora, se remonta hacia 1644. Sonora, es macizo geográfico de ríos impetuosos en tiempos lluviosos y terreno cascajoso y lleno de arenas, en los días de sequías largas y veranos caniculares.

Es Sonora, tierra de montañas ariscas, hostiles, majestuosas.

Volveremos con el permiso de Tata Dios.

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IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LA SECCIÓN 54 DEL S.N.T.E.

“Profr. Francisco Félix Bernal”Obregón 64 Col. Centro

Hermosillo, Sonora, Mex.Se terminó de imprimir en Marzo del 2007

PRIMER EDICIÓN DE 500 EJEMPLARESMÁS SOBRANTES DE REPOSICIÓN

Con el morral a cuestas.. bocados y retazos de mi tierra