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ITINERARIO DIOCESANO DE FORMACIÓN DE LAICOS “Hermanos todos” CATEQUESIS primera Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo» Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo» 1 ARZOBISPADO DE VALENCIA Vicaría para el Laicado y Acción Caritativa y Social Delegación Diocesana de Apostolado Seglar

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ITINERARIO DIOCESANO DE FORMACIÓN DE LAICOS

“Hermanos todos”

CATEQUESIS primera Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo»Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo»1

ARZOBISPADO DE VALENCIAVicaría para el Laicado y Acción Caritativa y Social

Delegación Diocesana de Apostolado Seglar

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catequesis primera. Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo»2 “Hermanos todos”

Un extraño en el camino: «Anda y haz tu lo mismo»

I. Ambientación

En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca. (FT, 30).

Avanza la tecnología sin pausa, pero «¡qué bonito sería si al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas correspondiera también una equidad y una inclusión social cada vez mayores! ¡Qué bonito sería que a medida que descubrimos nuevos planetas lejanos, volviéramos a descubrir las necesidades del hermano o de la hermana en órbita alrededor de mí!» (FT, 31).

Es verdad que una tragedia global como la pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Recordamos que nadie se salva solo, que únicamente es posible salvarse juntos. (FT, 32).

Jesús, de camino a Jerusalén, aprovecha el camino para instruir a sus seguidores sobre las acti-tudes para ser sus discípulos.

Entre éstas destaca la compasión y la ayuda al necesitado. Mientras se encuentran caminando, le salen al paso personas de todo tipo. En esta ocasión un Doctor de la Ley dialoga con Jesús sobre cómo alcanzar la vida eterna y el mandamiento del amor al prójimo.

catequesis PRIMERA

¿Cómo vivimos nosotros este mandamiento como seguidores de Jesús?

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2. Escuchar la palabra de Dios

Para ambientar el momento de oración, disponemos la Sagrada Biblia encima de un atril en un lugar destacado. Encendemos una vela que pondremos al lado de la Palabra de Dios. Recordamos la promesa de Jesús a sus discípulos: «Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20). En presencia de Dios, hacemos una lectura reposada del texto, convencidos de que el Señor dialoga con nosotros a través de ella.

Animador

Aquí estamos Señor, un día más, para estar contigo, para gustar tu Palabra en el silencio. Hacemos un alto en nuestro día a día, de camino hacia Jerusalén, para dejarnos educar por ti, acercándonos con amor a tu Evangelio.

Del Evangelio según san Lucas (Lc 10, 25-37)

En esto se levantó un maestro de la ley y le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la miseri-cordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».

Palabra de Dios.

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Comentario

Jesús habla del gran mandamiento: el amor a Dios y al prójimo. La Ley ya contenía esta enseñan-za: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» y «amarás a tu prójimo como a ti mismo». El mismo Jesús declara ahora que haciendo esto tendre-mos vida.

El problema está en saber quien es mi prójimo. El judío distingue entre prójimo y extraño, es decir, personas que para él no son prójimo: «En las tradiciones judías, el imperativo de amar y cuidar al otro parecía restringirse a las relaciones entre los miembros de una misma nación. El antiguo precepto «amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19,18) se entendía ordinariamente como referido a los connacionales» (FT, 59). Jesús lo va a aclarar con una parábola:

«propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra “próji-mo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más cercano, próximo. Se entendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar. (FT, 80) El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos» (FT, 80).

Prójimo es cualquier persona que está al lado de quien necesita ayuda. Prójimo es aquel que se «aproxima» al necesitado. Lo va a descubrir un escriba. La noción de prójimo va a romper las fronteras de una raza, de un pueblo, de una religión.

La parábola es dura y tuvo que herir los oídos de los judíos. Los detalles son importantes. En primer lugar, Jesús habla de judíos y quién actúa bien, como prójimo, es un samaritano. Los sa-maritanos eran considerados como excluidos de la sociedad, impuros según la ley e inferiores.

«El problema es que Jesús destaca, a propósito, que el hombre herido era un judío —habitante de Judea— mientras quien se detuvo y lo auxilió era un samaritano —habitante de Samaría—. Este detalle tiene una importancia excepcional para reflexionar sobre un amor que se abre a todos. Los samaritanos habitaban una región que había sido contagiada por ritos paganos, y para los judíos esto los volvía impuros, detestables, peligrosos. De hecho, un antiguo texto judío que menciona a naciones odiadas, se refiere a Samaría afirmando además que «ni siquiera es una nación» (Si 50,25), y agrega que es «el pueblo necio que reside en Siquén» (v. 26)» (FT, 82)

Por otro lado, el sacerdote y el levita, con su actitud, no hacen sino cumplir la letra de la ley. No podían tocar un cadáver. Por eso, dan un rodeo y se alejan.

En esta parábola se oponen claramente legalismos y amor. Y Jesús defiende este último. La ense-ñanza es clara: «Anda y haz tu lo mismo».

«La propuesta es la de hacerse presentes ante el que necesita ayuda, sin importar si es parte del propio círculo de pertenencia. En este caso, el samaritano fue quien se hizo prójimo del judío herido. Para volverse cercano y presente, atravesó todas las barreras culturales e históricas. La conclusión de Jesús es un pedido: «Tienes que ir y hacer lo mismo» (Lc 10,37). Es decir, nos in-terpela a dejar de lado toda diferencia y, ante el sufrimiento, volvernos cercanos a cualquiera. Entonces, ya no digo que tengo “prójimos” a quienes debo ayudar, sino que me siento llamado a volverme yo un prójimo de los otros». (FT, 81)

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No existen leyes o normas morales o sociales que permitan una desatención al necesitado. El amor es la norma suprema de nuestra conducta.

Jesús cambia la primitiva pregunta del letrado: ¿quién es mi prójimo? Orientándola hacia su verda-dero sentido: ¿cuál se hizo prójimo del herido? Ya no se puede determinar jurídicamente quién es el prójimo, como quería el letrado.

«Por lo tanto, este encuentro misericordioso entre un samaritano y un judío es una potente in-terpelación, que desmiente toda manipulación ideológica, para que ampliemos nuestro círculo, para que demos a nuestra capacidad de amar una dimensión universal capaz de traspasar todos los prejuicios, todas las barreras históricas o culturales, todos los intereses mezquinos». (FT, 83)

Ahora depende de nosotros mismos saber quién es el prójimo. ¿Estamos dispuestos a hacernos prójimos de quién nos necesita?

El buen samaritano, Vincent Van Gogh (1890)

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3. Reflexionamos juntos

Después de escuchar el Evangelio y el comentario al mismo, es un momento de ahondar más en su alcance y significado para nuestra vida. ¿Qué nos dice el pasaje del Evangelio en nuestro contexto individual y social? Continuamos la reflexión con las reflexiones que el Papa nos ofrece en los números de la Encíclica que presentamos. Comentamos en el grupo qué nos dice el pasaje del Evangelio y qué nos parecen las aportaciones del Papa Francisco.

En nuestro camino de la vida, también encontramos a personas heridas en el camino: personas que carecen de trabajo, enfermos físicos y psíquicos, emigrantes, discapacitados, persona que están solas, mujeres maltratadas, jóvenes desorientados. Hay quienes como el sacerdote y el levita pasan ante todas estas personas y situaciones, las ven y dan un rodeo. Otros, en cambio, se detienen y tratan de ayudar.

El Papa Francisco reflexiona al respecto de la parábola del Buen Samaritano

Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. Poco después de la narración de la creación del mun-do y del ser humano, la Biblia plantea el desafío de las relaciones entre nosotros. Caín destruye a su hermano Abel, y resuena la pregunta de Dios: «¿Dónde está tu hermano Abel?» (Gn 4,9). La respuesta es la misma que frecuentemente damos nosotros: «¿Acaso yo soy guardián de mi her-mano?» Al preguntar, Dios cuestiona todo tipo de determinismo o fatalismo que pretenda justificar la indiferencia como única respuesta posible. Nos habilita, por el contrario, a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros. (FT, 57)

Jesús propuso esta parábola para responder a una pregunta: ¿Quién es mi prójimo? La palabra “prójimo” en la sociedad de la época de Jesús solía indicar al que es más cercano, próximo. Se en-tendía que la ayuda debía dirigirse en primer lugar al que pertenece al propio grupo, a la propia raza. Un samaritano, para algunos judíos de aquella época, era considerado un ser despreciable, impuro, y por lo tanto no se lo incluía dentro de los seres cercanos a quienes se debía ayudar. El judío Jesús transforma completamente este planteamiento: no nos invita a preguntarnos quiénes son los que están cerca de nosotros, sino a volvernos nosotros cercanos, prójimos. (FT, 80)

Luego la parábola nos hace poner la mirada claramente en los que pasan de largo. Esta peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto del desprecio o de una triste distracción, hace de los personajes del sacerdote y del levita un no menos triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la realidad. Hay muchas maneras de pasar de largo que se complementan: una es ensimismarse, desentenderse de los demás, ser indiferentes. Otra sería sólo mirar hacia afuera. Respecto a esta última manera de pasar de largo, en algunos países, o en ciertos sectores de estos, hay un desprecio de los pobres y de su cultura, y un vivir con la mirada puesta hacia fuera, como si un proyecto de país importado intentara forzar su lugar. Así se puede justificar la indiferencia de algunos, porque aquellos que podrían tocarles el corazón con sus reclamos simple-mente no existen. Están fuera de su horizonte de intereses. (FT,73)

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En los que pasan de largo hay un detalle que no podemos ignorar; eran personas religiosas. Es más, se dedicaban a dar culto a Dios: un sacerdote y un levita. Esto es un fuerte llamado de aten-ción, indica que el hecho de creer en Dios y de adorarlo no garantiza vivir como a Dios le agrada. Una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás. Pero hay maneras de vivir la fe que facilitan la apertura del corazón a los hermanos, y esa será la garantía de una auténtica aper-tura a Dios. San Juan Crisóstomo llegó a expresar con mucha claridad este desafío que se plantea a los cristianos: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez»[58]. La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes. (FT, 74)

Miremos finalmente al hombre herido. A veces nos sentimos como él, malheridos y tirados al costado del camino. Nos sentimos también desamparados por nuestras instituciones desarmadas y despro-vistas, o dirigidas al servicio de los intereses de unos pocos, de afuera y de adentro. Porque «en la sociedad globalizada, existe un estilo elegante de mirar para otro lado que se practica recurrente-mente: bajo el ropaje de lo políticamente correcto o las modas ideológicas, se mira al que sufre sin tocarlo, se lo televisa en directo, incluso se adopta un discurso en apariencia tolerante y repleto de eufemismos»[59]. (FT, 76)

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4. Orar juntos

Nos dirigimos a Dios. Después de proclamar el texto y el comentario, un tiempo breve de silencio. En línea con el texto proclamado, dialogamos con Jesús. ¿Qué me quiere mostrar Jesús? ¿Qué respondo? ¿Qué digo? En presencia del Señor, cada uno ofrece su oración, un diálogo de amistad con él, y terminamos leyendo, pausadamente, todos a la vez, la que proponemos:

«Todo el género humano está representado en aquel hombre a quien unos ladrones han dejado medio muerto al borde del camino…. Y nuestro Señor ha querido representarse a sí mismo en la persona del Samaritano» (S. Agustín, Sermón 171,2)

El comportamiento de Jesús ha sido el del Buen Samaritano de la parábola, que salta todas las barreras con libertad soberana para acercarse al hombre caído y salvarlo. El fondo de esta pa-rábola nos revela quién es Dios y cómo es su Reinado1.

En verdad es justo darte gracias y deber nuestro alabarte, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, En todos los momentos y circunstancias de la vida, En la salud y en la enfermedad, en el sufrimiento y en el gozo, Por tu siervo, Jesús, nuestro Redentor. Porqué él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

Amén.

(Del Prefacio Común VIII)

1 Catecismo “Esta es nuestra Fe” pag.142.

Cristo Mi Compañero

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5. Actuar

Todo lo dialogado hasta ahora nos invita a no quedarnos contemplando, sino a poner en práctica las palabras que hemos escuchado de Dios, por boca de Jesús. La lectio divina no culmina su proceso hasta que no se llega a la acción, que mueve nuestra vida a convertirse en un don para los demás. Que tomemos la decisión constante de seguir a Jesús como discípulos, de vivir según el Evangelio.

A la luz de la parábola, el papa Francisco señala que en la sociedad existen dos tipos de perso-nas: “las que se hacen cargo del dolor y las que pasan de largo”. Toca elegir. “En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad. ¿Nos inclinaremos para tocar y curar las heridas de los otros? ¿Nos inclinaremos para cargarnos al hombro unos a otros?”. A continuación, el Papa anima a posicionarse: «Este es el desafío presen-te, al que no hemos de tenerle miedo» (cf. FT, 70)

Al abordar el comportamiento del sacerdote y el levita que no socorren al herido en el camino, el Papa sentencia que “una persona de fe puede no ser fiel a todo lo que esa misma fe le reclama, y sin embargo puede sentirse cerca de Dios y creerse con más dignidad que los demás”. Así, echa mano de San Juan Crisóstomo para visibilizar “este desafío que se plantea a los cristianos”: «¿Desean honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecien cuando lo contemplen desnudo […], ni lo honren aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonan en su frío y desnudez». (cf. FT, 74)

¿Qué puedo hacer yo?

Siguiendo con la parábola ‘¿qué puedo hacer yo?’. A veces hablamos demasiado y damos vuel-tas y más vueltas a lo que «habría que hacer, deberíamos hacer o deberían hacer los otros» para acabar con tantos problemas que nos rodean. Mientras reflexionamos tanto estamos paralizados, no haciéndonos prójimos de quien nos necesita. Hacemos mucho debate, incluso tenemos nues-tras propias teorías o visiones y criticamos a los que creemos que son los responsables de ciertas situaciones, pero no pasamos a la acción, no actuamos. La parábola del buen samaritano, en cambio, nos invita a hacer lo mismo que hizo aquel extranjero con el herido del camino: «Anda y haz tu lo mismo».

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¿Cómo pongo en práctica este mandato del Señor?

A nivel personal A nivel parroquial A nivel familiar A nivel social

Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona hu-mana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. Entre todos: «He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura. Nadie puede pelear la vida aisladamente. […] Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante. ¡Qué importante es soñar juntos! […] Solos se corre el riesgo de tener espejismos, en los que ves lo que no hay; los sueños se construyen juntos»[6]. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos.

Francisco, Encíclica Fratelli Tutti, 8.

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Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una etapa nueva. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas. Hoy estamos ante la gran oportunidad de manifestar nuestra esencia fraterna, de ser otros buenos samaritanos que carguen sobre sí el dolor de los fracasos, en vez de acentuar odios y resentimientos. Como el viajero ocasional de nuestra historia, sólo falta el deseo gratuito, puro y simple de querer ser pueblo, de ser constantes e incansables en la labor de incluir, de integrar, de levantar al caído; aunque muchas veces nos veamos inmersos y condenados a repetir la lógica de los violentos, de los que sólo se ambicionan a sí mismos, difusores de la confusión y la mentira. Que otros sigan pensando en la política o en la economía para sus juegos de poder. Alimentemos lo bue-no y pongámonos al servicio del bien. (FT, 77)

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