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APROXIMACIÓN AL DERECHO AMBIENTAL INTERNACIONAL
NELSON GEIGEL LOPE-BELLO
Universidad Simón Bolívar
Octubre del 2011
RESUMEN
En términos generales, los problemas ambientales han evolucionado en dos
direcciones. Desde el punto de vista de su índole, ellos comenzaron siendo naturales
para verse complementados por los adicionales. Y desde el punto de vista de sus
alcances territoriales, ellos pasaron de ser locales a nacionales a internacionales y, por
último, a globales. La evolución del Derecho Ambiental de los ordenamientos jurídicos
domésticos refleja, por supuesto, la evolución de los problemas ambientales. A los fines
que nos interesan, llegó un momento en que, al igual que los problemas ambientales no
respetan fronteras, él tuvo que hacerse, primero internacional, y, luego, global. Estos
dos momentos se reflejan en las Conferencias de Estocolmo (1972) y de Río (1992). Por
su parte, paralelamente a la evolución de la sociedad internacional ha ocurrido la del
Derecho Internacional. Y así como el Derecho Ambiental se internacionalizó, también
cabe decir que el Derecho Internacional se ambientalizó, lo cual se expresa en una serie
de principios fundamentales, algunos vinculantes y otros no, a los cuales se espera que
se ajuste (por obligación o por simple buena voluntad) la “conducta ambiental” de los
Estados
APROXIMACIÓN AL DERECHO AMBIENTAL INTERNACIONAL1
I. ACOTACIONES PRELIMINARES SOBRE EL AMBIENTE: SU
CONCEPTO Y LOS RIESGOS AMBIENTALES
De entre las múltiples y variadas acepciones de ambiente, a los efectos de esta
exposición vamos a preferir aquélla que lo define como el conjunto de elementos u objetos que
rodea a todos y cada uno de los seres humanos. En tanto que referida exclusivamente a los seres
humanos, a esta acepción se la califica de antropocentrista, y se habla entonces del ambiente o
medio humano.
Una característica esencial del ambiente humano es la de la reciprocidad de
condicionamientos que existe entre los seres humanos y los objetos o elementos que los rodean:
es decir, unos y otros son capaces de influenciarse.
En las influencias del ambiente sobre los sobre los seres humanos cabe distinguir entre
las positivas y las negativas. Son positivas las que le sirven de sustento material a su existencia
y hacen posible o mejoran su bienestar: el aire que respiramos, el agua que bebemos, los
recursos que aprovechamos… Por su parte, son negativas las que tienen efectos desfavorables
sobre las personas, razón por la cual se las denomina riesgos ambientales.
A su vez, los riesgos ambientales se pueden clasificar en dos grandes categorías: la de
riesgos naturales y la de riesgos inducidos o adicionales. Los riesgos naturales son lo que se
presentan independientemente de cualesquiera interferencias humanas en la naturaleza, por
ejemplo: erupciones volcánicas, maremotos, incendios provocados por rayos... En cambio, los
riesgos inducidos o adicionales tienen su origen en actividades humanas que alteran las
condiciones y funcionamiento normal de la naturaleza. Estos riesgos representan, por así
decirlo, la venganza de la naturaleza por las presiones y modificaciones a que la someten las
actividades humanas, teniendo los hombres que sufrir las consecuencias, por ejemplo: los daños
a la salud debido a los distintos tipos de contaminación a que dan lugar las actividades agrícolas
1) Esta conferencia se presenta en el marco del XIII Congreso Venezolano de Derecho Ambiental, celebrado los
días 27 y 28 de octubre de 2011, en la Universidad Simón Bolívar, Caracas, Venezuela, Muchas de las ideas ahora expresadas son un simple resumen de las que ya fueron adelantadas en: Geigel Lope-Bello, Nelson, Derecho Ambiental Internacional (Ediciones Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar, Caracas: 1996), 286 págs.
y urbano-industriales, o cuando, por causa de la explotación irracional de los recursos naturales,
se experimenta una perdida en la fertilidad de los suelos, la disminución de los bosques, el
agotamiento de las fuentes de agua, la extinción de algunas especies…
II. EVOLUCIÓN DE LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL II.1. PRIMERAS TRANSFORMACIONES EN LA ESTRUTURA Y ESCALA DE LA
PROBLEMÁTICA AMBIENTAL
Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, con agrupaciones humanas
predominantemente rurales, en condiciones de escasa presión demográfica y con actividades
económicas esencialmente primarias, más la circunstancia de un conocimiento precario del
funcionamiento de la naturaleza, la problemática ambiental era, principalmente, de subsistencia,
la de adaptarse lo mejor posible a los riesgos naturales. Y en cuanto a los riesgos inducidos, que
siempre han existido, los mismos podían ser de fácil asimilación por la propia naturaleza, por lo
que sus impactos eran de poca cuantía, y, en todo caso, siempre quedaba el recurso de migrar a
otro territorio.
Llegados a la Revolución Industrial, con sus procesos paralelos de explosión
demográfica y de urbanización, y con la ciencia y tecnología facilitando una creciente
manipulación de la naturaleza, el hombre y sus actividades se fueron erigiendo en amenazas
progresivamente peores para el equilibrio de las condiciones ecológicas. Según la Declaración
de Estocolmo2, emitida con ocasión de la Conferencia de las Naciones Unidas en 1972, gracias
a la rápida aceleración de la ciencia y la tecnología, el hombre adquirió el poder de transformar,
de innumerables maneras y a una escala sin precedentes, cuanto lo rodeaba. Ocurrió entonces
que la anterior problemática de adaptación a la naturaleza fue sustituida por el propósito de
someterla en función de la satisfacción de las necesidades humanas. Consiguientemente, fue por
aquel entonces cuando los riesgos ambientales inducidos comenzaron a adquirir una
importancia creciente en la problemática ambiental.
En todo caso, esta progresiva importancia de los riesgos ambientales adicionales no
significó la pérdida de vigencia de los riesgos ambientales naturales. Lo que si ocurrió fue su
polarización. Mientras que en los países desarrollados, con sus recursos científicos y
tecnológicos, que les brindaban un mayor conocimiento de la naturaleza y la posibilidad de un
mejor control de los riesgos naturales, la solución a su problemática ambiental se orientó a
2) Naciones Unidas, Declaración de Estocolmo: http://www.prodiversitas.bioetica.org/doc89.htm.
enfrentar los riesgos adicionales, en los países subdesarrollados, por sus mismas condiciones de
subdesarrollo, los riesgos naturales siempre han continuado entre sus prioridades ambientales,
pero, a medida que se han ido industrializando, unos más, otros menos, también han tenido que
ir haciendo frente a los riesgos inducidos.
Otra manera de enfocar la evolución de la problemática ambiental está en función de
la extensión de sus alcances territoriales.
En efecto, independientemente de la naturaleza de sus riesgos, si naturales o
inducidos, la problemática ambiental siempre se había caracterizado por su índole
esencialmente local, en tanto que ellos eran sufridos principalmente en las inmediaciones de los
asentamientos urbanos y de los demás lugares donde se realizaban actividades económicas
productivas.
Pero en el período que va desde la finalización de la II Guerra Mundial hasta la década
de los ´70, como consecuencia de lo ocurrido en el mayor número de países, la humanidad
transitó por cuatro importantes fenómenos:
• Una fuerte explosión demográfica: la población creció de 2.200 a 3.700
millones de habitantes. Esta explosión se sintió principalmente en los países subdesarrollados, los cuales incrementaron su participación en la población mundial del 51% al 68%.
• Una mayor tendencia a la urbanización: la población urbana mundial pasó
de 604 a 1.100 millones, con un 51% de ellos viviendo en ciudades de más de 100.000 habitantes. Aunque este fenómeno fue universal, los países subdesarrollados registraron la mayor parte de este aumento, pasando su población urbana de 231 millones de habitantes a 800 millones.
• Un aumento sin precedente de la riqueza material: el producto mundial
bruto se duplicó, aunque esto benefició casi exclusivamente a los países desarrollados.
• Una drástica transformación tecnológica en los procesos productivos y en
los bienes de consumo masivos: por ejemplo, se sustituyó el jabón por los detergentes, las fibras naturales (el algodón y la lana) por las sintéticas, el acero y el aluminio por los plásticos y el cemento, los controles naturales de plagas por insecticidas...
Estos fenómenos intensificaron, lógicamente, las demandas sobre el medio, por la
necesidad de más recursos para la producción y el consumo, por la mayor concentración
espacial (a causa de la urbanización) del trío demanda, producción y consumo, y por la descarga
en el ambiente de más elementos contaminantes, muchos no biodegradables. Lo cierto es que la
acción combinada de todos ellos jugó un papel decisivo para que los riesgos inducidos, además
de hacerse más graves puntualmente, desbordasen progresivamente la escala local, sintiéndose
sus perjuicios en lugares cada vez más lejanos a su origen. Esta situación amplió los alcances de
la problemática ambiental a una escala nacional, obligando a muchos gobiernos centrales,
principalmente en los países desarrollados, a tomar medidas al respecto, dictando leyes y
creando unidades administrativas especializadas en la problemática ambiental. Al mismo
tiempo, fue por esta época cuando se hizo cada vez más general una conciencia ciudadana sobre
la problemática ambiental, y, en paralelo, comenzaron a aparecer y tomaron creciente impulso
las organizaciones no gubernamentales abocadas a la protección de la naturaleza.
II.2. INTERNACIONALIZACIÓN DE LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL: LA
CONFERENCIA DE ESTOCOLMO La toma de conciencia de la problemática ambiental a nivel mundial por una gran
parte de los gobiernos (principalmente de los países desarrollados), así como por la importante
cantidad de organizaciones ambientalistas de los ciudadanos en casi todos los países (aunque
principalmente, también, en los países desarrollados), fue la antesala para que, en 1968, la
Asamblea General de las Naciones Unidas convocara a una conferencia mundial sobre los
problemas del ambiente para discutir y dar a conocer la importancia y urgencia de la
problemática ambiental.
En un primer momento, los países de Tercer Mundo estuvieron renuentes a responder
afirmativamente a ese llamado, pues temían que la Conferencia se centraría en los riesgos
ambientales de los países desarrollados, los inducidos, los cuales no figuraban entre sus
prioridades, la de los naturales, al mismo tiempo que sospechaban que algunas propuestas que
estaban en el aire (por ejemplo, la de frenar su desarrollo económico, la de controlar su
crecimiento demográfico y la de impedirles el libre aprovechamiento de sus recursos naturales),
pudiesen ser aprobadas. Pero una vez convencidos de que sus problemas y sus puntos de vista
recibirían la debida atención ellos sumaron su participación entusiasta.
La respuesta a la convocatoria de las Naciones Unidas se concretó en junio de 1972,
con la celebración de Conferencia sobre el Medio Humano, también llamada Cumbre de la
Tierra o, simplemente, Conferencia de Estocolmo. Pero, además, el gobierno sueco permitió y
hasta promocionó la celebración paralela de un Foro abierto a la asistencia y participación de
los integrantes de la comunidad científica y de las organizaciones ambientalistas no
gubernamentales, quienes, por razones jurídico-protocolares estaban impedidos de participar en
las deliberaciones de la Conferencia oficial. La combinación de la Conferencia de Estocolmo y
su Foro resultó ser el mayor evento internacional jamás celebrado hasta aquel entonces: en total,
casi 7.000 asistentes, entre los que se contaban las delegaciones oficiales de 113 países, 1.400
periodistas, la representación de la mayoría de las organizaciones internacionales y los
observadores de cerca de 500 organizaciones privadas.
Desde un punto de vista puramente formal, los resultados de la Conferencia de
Estocolmo son sorprendentes. En los 20 años siguientes a su celebración, es decir, hasta la
Conferencia de Río (que presentaremos de inmediato), más de 100 Estados se decidieron a
asumir con mayor importancia la problemática ambiental, promulgando leyes y estableciendo
nuevas unidades administrativas abocadas a la protección integral del ambiente, aumentando
también sus asignaciones presupuestarias para esa causa; durante el mismo período, el mundo
presenció el nacimiento de unas 100 mil organizaciones nacionales e internacionales de
vocación ambiental; y, en tercer lugar, la Conferencia de Estocolmo constituyó el
reconocimiento formal, por la Organización de las Naciones Unidas y por el mayor número de
Estados, que la problemática del ambiente era de interés internacional, valga decir, se había
internacionalizado.
II.4. GLOBALIZACIÓN DE LA PROBLEMÁTICA AMBIENTAL: LA CONFERENCIA DE RÍO
No obstante la masiva participación y el interés suscitado, y sin desconocer su
inmenso impulso sobre el desarrollo del Derecho Ambiental, tanto en los ordenamientos
jurídicos domésticos como en el internacional, la Conferencia de Estocolmo no sirvió de mucho
para evitar que las condiciones generales del ambiente siguieran deteriorándose a pasos
agigantados. Según el primer Director Ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente, lo ocurrido durante los 20 años que transcurrieron desde Estocolmo “era un
triste testimonio de la falta de logros por parte de la comunidad mundial”; y de acuerdo con
quien había sido el Secretario General de la Conferencia de Estocolmo, las esperanzas que se
despertaron en aquella época, todavía en 1992, dos décadas después, permanecían en su mayor
parte incumplidas3.
3 Ambos testimonios han sido tomados de: Adam Rogers, The Earth Summit: A Planetary Reckoning (Global View Press, Los Ángeles: 1993), pág. 31.
Para una mejor comprensión de ese pesimismo, vale hacer varias observaciones
generales.
Tenemos, en primer lugar, lo ocurrido con el crecimiento demográfico: entre 1970 y
1990, la población mundial aumentó en 1.700 millones de habitantes, correspondiendo a los
países subdesarrollados un 90% de ese incremento.
En segundo lugar, el producto mundial bruto creció en 18.000 millones de dólares,
pero a la inversa de lo ocurrido con el crecimiento demográfico, el 77% de esa riqueza de lo
apropiaron los países desarrollados, lo que hizo más abismal la distancia entre países ricos y
países pobres.
En tercer lugar, los países desarrollados, en una tendencia que ya habían comenzado a
transitar desde antes de la Conferencia de Estocolmo, registraban conquistas significativas en el
control de varios de sus riesgos ambientales inducidos, particularmente en materia de la
contaminación atmosférica y de las aguas, y en la disposición de desechos sólidos. También la
vida silvestre de sus territorios se estaba viendo favorecida mediante las prácticas de
reforestación, la creación y expansión de áreas naturales bajo régimen especial de protección, y
brindando a las especies animales una protección más estricta.
Como anverso de la moneda, los países del Tercer Mundo ofrecían una panorámica
diametralmente opuesta. Por un lado, sus riesgos ambientales de siempre, los naturales, se
habían agravado, entre otras razones, porque era mucho mayor el número de habitantes que los
sufrían. Y por el otro, a raíz de su proceso de industrialización, si bien lento en un buen número
de casos, ellos estaban experimentando las consecuencias de riesgos inducidos, aunque con
mayor intensidad que los países desarrollados, debido sus deficientes medidas de protección
ambiental, a la mayor cantidad e indigencia de sus habitantes, principalmente en sus ciudades,
debido a una precaria infraestructura sanitaria, y a un déficit masivo de viviendas.
Una última observación. Cuando se convocó la Conferencia de Estocolmo, los
principales problemas ambientales de los países desarrollados eran los que ulteriormente se han
venido a conocer como problemas de la primera generación4, a saber, la contaminación del aire
y de las aguas, la degradación de los suelos y la extinción puntual de algunas especies de fauna
4) La distinción entre problemas ambientales de la primera y segunda generación ha sido tomada de Andronico
O.Adede, International Environmental Law Digest. Instruments for International Responses to Problems of
Environment and Development 1972-1992 (Elsevier, Ámsterdam: 1993), pág. 3.
silvestre. Recurriendo a una generalización, estos riesgos de la primera generación pudieran ser
categorizados por tener poder tener dos ámbitos (no excluyentes entre sí): uno nacional o
doméstico, es decir, dentro de cada país, y el otro internacional, en los casos de contaminación
transfronteriza entre países limítrofes y/o del aprovechamiento de recursos naturales
compartidos.
Pero a partir de la Conferencia de Estocolmo, y con creciente intensidad desde la
década de los 80, la comunidad internacional, especialmente, una vez más, la de los países
desarrollados, comenzó a experimentar su intranquilidad ante ciertos problemas que, aunque no
completamente novedosos, sí se estaban presentando a una escala y con alcances hasta entonces
desconocidos. Se trataba de los problemas ambientales de la segunda generación o globales,
caracterizados por sus efectos potencialmente nocivos sobre todos y cada uno de los países de la
Tierra, y porque, recíprocamente, su eventual solución igualmente dependía de una
mancomunidad universal de esfuerzos: o todos cooperaban para resolverlos- en mayor o menos
medida, en función de sus correspondientes responsabilidades y capacidades- o todos
resultarían, a la postre, perjudicados.
En aquella época, los problemas globales más conspicuos eran la destrucción de la
capa de ozono, pérdida de biodiversidad y el cambio climático, aunque algunas veces se
también se incluía el problema de la lluvia ácida, porque, aunque no fuese global en el sentido
estricto de la expresión, él fue el primero que envolvió a países no necesariamente limítrofes,
desbordando así el ámbito de los problemas ambientales tradicionales. Pero en el transcurso de
poco tiempo, esa lista se ha venido incrementando: hoy día también se consideran problemas
globales, entre otros, la deforestación de los bosques tropicales, la desertización o
desertificación, la contaminación de los mares y el agotamiento de sus recursos biológicos, la
contaminación y disminución de los cuerpos de agua dulces, las especies en peligro de
extinción, los desechos peligrosos…
En el contexto de lo anterior, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó, en
1983, designar una Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, a la cual
encomendó la elaboración de una “agenda global para el cambio”. Tres años después, esa
Comisión presentó su informe bajo el título de Nuestro Futuro Común5. Este informe enfatizó,
como ya lo había adelantado la Conferencia de Estocolmo, la necesidad de un desarrollo
5) The World Commission on Environment and Development, Our Common Future (Oxford University
Press: 1987).
sostenible o sustentable, es decir de un desarrollo económico que, siendo compatible con la
conservación del ambiente, no comprometiese la satisfacción de las necesidades económicas y
ambientales de las generaciones presentes y futuras. El informe también fue muy contundente al
destacar la dimensión internacional-global de la nueva problemática ambiental, y, por ende, el
imprescindible concierto de todas las naciones para su solución, a cuyos efectos recomendó a la
Asamblea General de las Naciones Unidas la convocatoria de una conferencia internacional que
hiciese un seguimiento a los resultados encontrados y propusiese lineamientos alternativos para
la preservación del progreso humano.
Como consecuencia de esa recomendación, entre el 3 y el 14 de junio de 1992,
exactamente 20 años después de la Conferencia de Estocolmo, se celebró en Río de Janeiro la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo. En ella estuvieron
presentes 172 Estados (apenas faltaron 6 del total de los entonces miembros de las Naciones
Unidas), cuyas delegaciones oficiales sumaron casi 10.000 participantes, con 116 Jefes de
Gobierno presidiéndolas, debiendo todavía agregar los miembros de unas 1.500 organizaciones
no gubernamentales y cerca de 8.500 representantes de los medios de comunicación.
III SOBRE EL DERECHO INTERNACIONAL
III.1. SU CONCEPTO ORIGINAL Según una máxima del Derecho Romano, ubi societas, ibi ius: donde existe la
sociedad, allí está el Derecho. Esa máxima se puede aplicar con plena propiedad a la sociedad
internacional, puesto que ella siempre ha requerido, a los fines de su estabilidad y seguridad, del
Derecho Internacional.
Desde sus inicios y hasta fecha relativamente reciente, el Derecho Internacional podía
ser definido, tal como hizo el Tribunal Permanente de Justicia Internacional en su decisión
sobre el Caso S. S. Lotus, de 1927, como aquella rama del Derecho destinada a “gobernar las
relaciones jurídicas entre Estados independientes”, es decir, soberanos6. Este Derecho
Internacional se encontraba conformado por dos categorías fundamentales de reglas jurídicas:
las que consagraban la obligación de abstención en los asuntos internos de otros Estados, y las
6) Tribunal Permanente de Justicia Internacional, Caso S. S. Lotus: http://lugarjuridico.blogspot.com/2007/12/caso-s.html
que concedían el derecho de auto tutela, el decir de ejercer la legítima defensa frente a supuestas
agresiones por otros Estados.
Con ese punto de partida, a continuación vamos a ofrecer una apretada panorámica de
la evolución del Derecho Internacional, enfocándola desde dos de sus tendencias principales: la
expansión de sus sujetos y la expansión de sus temas.
III.2. EXPANSIÓN DE SUS SUJETOS
El Derecho Internacional clásico o tradicional fue elaborado para el uso y beneficio de
sus fundadores, los países europeos, que se auto apodaban civilizados. Pero era muy poco lo que
ese Derecho tenía de internacional, ya que no incluía entre sus sujetos ni a las colonias, ni a los
protectorados, ni a las organizaciones políticas de otros territorios, que ocupaban un 80% de la
superficie terrestre:
Ese mal llamado Derecho Internacional no era ni universal ni universalmente aplicado, pues funcionaba en dos planos distintos. Por un lado, se correspondía con las relaciones entre los miembros del club, asegurándole a cada uno de ellos su soberanía en independencia, sobre la bases de la reciprocidad. Por el otro, se correspondía con el tipo de relaciones establecidas por los Estados civilizados para con los demás, relacione fundamentadas en la realidad del dominio prepotente de unos pocos sobre muchos7
Como corroboración de lo que estamos presentando, durante los siglos XVIII y XIX,
el Derecho Internacional era indistintamente denominado Ius Publicum Aeropeorum o Derecho
Público Europeo.
La conquista de su independencia y soberanía por parte de los Estados Unidos (1776),
de Haití (1804) y de las colonias iberoamericanas (entre 1808 y 1825) significó una primera
expansión del sistema de Estados civilizados, la cual, sin embargo, no pasó de ser cuantitativa,
puesto que sus recientes miembros aceptaron sin mayores cuestionamientos los valores
fundamentales del Derecho Internacional tradicional. Precisamente, porque aceptaron esos
valores, ellos lograron ser reconocidos como civilizados.
7) Mohamed Bedjaoui, General Introduction, en: Mohamed Bedjaoui, editor general, International Law.
Achievements and Prospects (Martinus Nihoff Publishers – UNESCO, París, 1991) págs. 5 y 6.
En 1856 ocurrió una segunda expansión, muy puntual, del Derecho Internacional,
cuando varias potencias europeas firmaron un tratado de paz con el Imperio Otomano
(Turquía), aceptándolo a “participar en las ventajas del Derecho Público y del concierto
europeo” y comprometiéndose a respetar su independencia e integridad territorial. Medio siglo
más tarde, a raíz de sus dos aplastantes victorias sobre la Rusia zarista (1904 y 1905), Japón
reclamó, y lo logró, su derecho a engrosar el club de las naciones civilizadas. Pero tampoco
estas dos últimas incorporaciones significaron especiales tensiones sobre los contenidos básicos
del Derecho Internacional tradicional.
De acuerdo con un autor Von Litz8, la comunidad internacional de principios del siglo
XX (1913) estaba formada por tan sólo 43 Estados civilizados, de los cuales 21 eran europeos
(incluida Turquía), 21 americanos y Japón.
Llegando a 1945, la creación de la Organización de las Naciones Unidas resultó un
elemento decisivo para un notable crecimiento en el número países que eran sujetos del
Derecho Internacional. En sus primeros momentos, este crecimiento se explicó por el nuevo
status como entidades soberanas de antiguas colonias asiáticas y africanas9 , lo cual fue
consecuencia directa de la exhortación de la Carta de las Naciones Unidas a la descolonización
(artículos 73 y 74), exhortación reforzada por su Declaración sobre la concesión de la
independencia a los países y pueblos coloniales10
, de 1961. Posteriormente, la desaparición de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la fractura de Estados federales
también incidió en el aumento del número de miembros de la Organización de las Naciones
Unidas. Lo cierto es que siendo apenas 51 los Estados que la fundaron, su membresía pasó a
103 en 1960, a 165 en 1995, siendo 192 en el 2010.
Además de ese incremento en el número de Estados miembros de las Naciones
Unidas, hay que sumar también una considerable y disímil cantidad de otras entidades públicas,
establecidas mediante convenciones suscritas por una pluralidad de Estados, investidas de
personalidad jurídica propia, con competencias, propósitos y voluntad no asimilables a las de
sus fundadores y miembros, las cuales por tanto, son igualmente sujetos del Derecho
8) La referencia a Von Litz ha sido tomada de: Alejandro Rodríguez Carrión, Lecciones de Derecho
Internacional Público, segunda edición (Editorial Tecnos, S.A, Madrid; 1991), págs. 53-57. 9) Naciones Unidas, La ONU y la Descolonización, en: http://www.un.org/es/decolonization/. 10) Naciones Unidas: http://www2.ohchr.org/spanish/law/independencia.htm.
Internacional. Como reconoció la Corte Internacional de Justicia, ya en 1949, en el Caso de
Reparación por Daños Sufridos al Servicio de las Naciones Unidas, “el crecimiento de las
actividades colectivas de los Estados ha hecho surgir ejemplos de acciones ejercidas en el plano
internacional por determinadas entidades que no son Estados”11.
Omitiendo otros muchos e importantes antecedentes sobre los orígenes y proliferación
de las organizaciones internacionales12, reseñamos que, concluida la Primera Guerra Mundial,
las potencias aliadas vencedoras decidieron, en 1919, la constitución de la Liga de las Naciones,
la cual representó el primer ejemplo de una organización internacional con vocación universal.
Ese mismo año también nació la Organización Internacional del Trabajo. Por otra parte la Liga
de las Naciones impulsó la creación de nuevas organizaciones internacionales de índole técnica
y económica, por ejemplo, la Organización Económica y Financiera y la Oficina de
Cooperación Intelectual, al igual que propició el nacimiento del Tribunal Permanente de Justicia
Internacional, el cual empezó a ejercer sus función jurisdicción en 1922.
El fracaso de la Liga de las Naciones estuvo sentenciado por su imposibilidad de
impedir que se desencadenara la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, acabado este conflicto,
en vez de rechazar la idea de la cooperación multilateral institucionalizada, la comunidad
internacional continuó aferrada a ella, y optó por la formación de una nueva organización
internacional, pero mejor estructurada y eficaz que su predecesora. Este propósito se concretó
en la Conferencia de San Francisco, en 1945, con la fundación de la Organización de las
Naciones Unidas.
También a partir de la creación de la Organización de Naciones Unidas, el número de
organizaciones internacionales comenzó a experimentar una espectacular proliferación, la cual
estuvo propulsada por dos fenómenos. Primero, el desarrollo del Sistema de Naciones Unidas,
conformado por organismos especializados a escala universal que gravitan en torno a ella, entre
éstos, por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura (FAO), en 1945, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la
Ciencia y la Cultura (UNESCO), en 1946, y la Organización Mundial de la Salud (OMS), en
1948, y otras muchas de índole específicamente ambiental, como veremos de inmediato. Y,
11) Corte Internacional de Justicia, Caso de Reparación por Daños Sufridos al Servicio de las Naciones
Unidas, en: http://www.dipublico.com.ar/?p=3781. 12) Sobre la historia de las organizaciones internacionales, ver: Manuel Díez de Velasco, Las Organizaciones
Internacionales, octava edición (Editorial Tecnos, S. A., Madrid; 1994), págs. 35-40.
segundo, la aparición de organizaciones internacionales a escala regional, tales como, la
Organización de Estados Americanos (OEA), en 1948, el desaparecido Consejo de Europa, en
1949, y la Organización de la Unidad Africana (OUA), en 1963.
Antes de la Primera Guerra Mundial había unas 50 organizaciones internacionales
creadas por los Estados, que ya alcanzaban a cerca de 80 en los inicios de la Segunda Guerra
Mundial, siendo en los tiempos que corren unas 350, de las cuales una cantidad importante ha
sido creada con motivaciones estrictamente ambientales, además de que hay otras que con
objetivos distintos, también tienen entre sus funciones tienen algunas directamente pertinentes a
la problemática ambiental. Identificando a varias de ellas, de las unas y las otras, tenemos: la
Agencia Internacional de la Energía, la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación, el Fondo para el Medio Ambiente Mundial, el Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, el Organismo Internacional de
Energía Atómica, la Organización Marítima Internacional, la Organización Meteorológica
Mundial, la Organización Mundial de la Salud, el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente…
A las anteriores todavía hay que sumar otros cientos de organizaciones privadas
ambientalistas de alcances internacionales que, por su inmenso prestigio, son frecuentemente
consultadas e invitadas a las conferencias internacionales, e, inclusive, pueden ejercer presiones
sobre las organizaciones internacionales oficiales y hasta sobre los propios Estados, figurando
entre las más conocidas: Green Peace, la Asociación para la Defensa de la Naturaleza, la Unión
Internacional para la Defensa de la Naturaleza, Earth Action, la Asociación de Amigos de la
Tierra…
Y para finalizar, tratando todavía el tema de la expansión del número de sus sujetos,
en determinadas circunstancias, inclusive los seres humanos (individual o colectivamente) han
logrado adquirir un cierto reconocimiento por parte del Derecho Internacional, con peso
específico propio, y no exclusivamente por intermedio de los Estados de su nacionalidad, como
hasta hace poco era la práctica indiscutible. Ya desde 1795, Hans Kelsen, en su Ensayo
Filosófico sobre la Paz Perpetua, había argumentado que, si la finalidad de los Estados y
gobiernos debía ser la de beneficiar a sus componentes, los seres humanos, la finalidad del
Derecho Internacional era, en cambio, no la de beneficiar a sus componentes, los Estados y
gobiernos, sino la de servir y proteger a los seres humanos. Menos extremista, hoy cabe
sostener que si los Estados son, en última instancia, una comunidad de seres humanos, y si la
sociedad internacional es una comunidad de Estados, lo lógico es que el Derecho Internacional
esté al servicio de ambas comunidades13.
Lo cierto es que en la Carta de la Organización de las Naciones Unidas14, entre sus
propósitos fundamentales, se señala el de “… la promoción y avance de los derechos
humanos…” (Arts. 1.3 y 55), propósito que sirvió al establecimiento de las bases legales y
conceptuales al ulterior desarrollo, en un corto plazo, del Derecho Internacional contemporáneo
en materia de derechos humanos, cuyas máximas y primeras manifestaciones instrumentales
son la Declaración Universal de los Derechos Humanos15, el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos16 y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales17.
Esta expansión numérica de sus sujetos ha planteado la necesidad de redefinir al
Derecho Internacional, porque, sin negar que los Estados soberanos permanezcan siendo sus
protagonistas de mayor envergadura, no pareciera lógico continuar restringiéndolo a la
regulación, única y exclusivamente, de las relaciones entre ellos. Mucho más en consonancia
con la realidad actual es la definición del Derecho Internacional como “el conjunto de normas y
principios de aplicación general que tiene por objeto regular la conducta de los Estados y las
organizaciones internacionales y de sus relaciones recíprocas, al igual que algunas de sus
relaciones con otras personas, naturales o jurídicas”18.
III.3. EXPANSIÓN DE SUS TEMAS
La referida expansión cuantitativa de sus sujetos ha estado acompañada por múltiples
impactos en las relaciones internacionales, dando lugar a una “reordenación de los intereses
13) Mohamed Bedjaoui, General Introduction…, op. cit., pág. 1. 14) Carta de la Organización de las Naciones Unidas: http://www.un.org/es/documents/charter/. 15) Naciones Unidas, Declaración Universal de los Derechos Humanos: http://www.un.org/es/documents/udhr/. 16) Naciones Unidas, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos: http://www2.ohchr.org/spanish/law/ccpr.htm. 17) Naciones Unidas, Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales:
http://www2.ohchr.org/spanish/law/cescr.htm. 18) American Law Institute, Restatement of the Foreign Relations Law of the United States (revisión de 1986),
Nº 101.
esenciales” de la sociedad mundial19, valga decir, a una expansión de los temas del Derecho
Internacional.
Un primer grupo de sus nuevos temas tiene su origen en la relativamente reciente
preocupación del Derecho Internacional por el reconocimiento y respeto de las personas
naturales, lo cual ha dado lugar a la proliferación de convenciones sobre derechos humanos y
organizaciones asociadas a su protección. Sin entrar a detallar la multitud de convenciones
sobre los derechos humanos, sí podemos adelantar que el creciente reconocimiento de un
derecho humano al ambiente tiene su principal fundamento en diversos instrumentos del
Derecho Internacional.
Como marco contextual de un segundo grupo de nuevos temas del Derecho
Internacional, recordemos que a raíz de la creación de la Organización de las Naciones Unidas
se fue produciendo la concesión de la emancipación a comunidades que hasta entonces habían
estado sometidas al dominio colonial. Este hecho sirvió para resaltar que los recursos
financieros mundiales se encontraban distribuidos con una desigualdad abismal: para la época,
los países industrializados (muchos de los cuales habían sido o todavía eran potencias con
territorios ultramarinos), con apenas un tercio de la población mundial, acaparaban más del 60%
de los ingresos mundiales. La constatación de esta realidad, materializada en niveles de calidad
de vida muy dispares, determinó la bipolaridad Norte-Sur que distinguía entre países ricos y
países pobres. Además, los países de independencia reciente pasaron a obtener una amplia
mayoría simple (superior a la mitad) de los miembros de la sociedad internacional, que
inclusive llega a ser cualificada (con las dos terceras partes) cuando actúa el bloque del Tercer
Mundo, conformado por todos los países en vías de desarrollo, incluidos los latinoamericanos.
Lo anterior explica que, desde la década de los ´50, los problemas que son causa y
efecto de la pobreza en los países del Sur, y la necesidad de su desarrollo para eliminar las
desigualdades entre las naciones y a enaltecer la dignidad de los pueblos del Tercer Mundo, han
pasado ocupar una posición prioritaria en la agenda de las deliberaciones mundiales. De hecho,
hoy por hoy, “el desarrollo constituye uno de los pilares más importantes del trabajo de las
Naciones Unidas”, convirtiéndose en “uno de sus objetivos principales y, sin dudas, un motor
primordial de su trabajo20.
19) Alejandro Rodríguez Carrión, Lecciones de Derecho Internacional Público, op. cit, pág. 65. 20) Carla Majdalani: La ONU y el Desarrollo -Visón panorámico a través de 6 décadas, en:
Como simples botones de muestra de lo anterior, apuntamos: la Resolución sobre el
Desarrollo económico de los países insuficientemente desarrollados (1953), la Declaración
sobre el derecho al desarrollo (1966), (se declara el desarrollo como un derecho colectivo y
como un deber para la comunidad internacional), la Declaración sobre el Progreso y el
Desarrollo en lo Social (1969), y con especial pertinencia sobre el tema ambiental, su cantidad
de instrumentos y conferencias que convierten el derecho al desarrollo en el derecho al
desarrollo sustentable: la Declaración de Río (1992) la Declaración del Milenio (2000), la
Declaración de Johannesburgo (2002).... Y al nivel organizativo no podemos dejar de
mencionar el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC), y el
importantísimo Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)21.
Por último, como tercera causa de la expansión de los temas del Derecho
Internacional, tenemos que una de las consecuencias del moderno fenómeno de la globalización
es la de que ahora la sociedad internacional abarca a todos y cada uno de los rincones de la
Tierra, no quedando lugar alguno que no pertenezca a la jurisdicción territorial de algún Estado
o que no sea del patrimonio común de la humanidad. Este hecho, aunado a la percepción de la
finitud físico-espacial de la convivencia humana, más el crecimiento de la población mundial y
las innovaciones tecnológicas en los medios de comunicación y transporte, se ha traducido en
unas relaciones internacionales más frecuentes, variadas e intensas, llevándonos a una situación
de vecindad universal, la cual, sin duda, ha sido la característica más resaltante de la sociedad
internacional desde el atardecer del siglo XX22.
Como respuesta de adaptación a esta nueva realidad, el Derecho Internacional, además
de tener que modificar preceptos específicamente diseñados para épocas pretéritas, se ha visto
en la necesidad de tener que engendrar nuevas reglas para abordar temas y problemas
totalmente ajenos a sus preocupaciones tradicionales, tales como la explosión demográfica, el
crimen organizado, el narcotráfico, las telecomunicaciones y, por supuesto, como hemos visto y
lo continuaremos haciendo, la crisis medioambiental.
http://www.caei.com.ar/es/programas/ooii/12.pdf. 21) Naciones Unidas : http://www.beta.undp.org/undp/es/home.html. 22) Pierre-Marie Dupuy, Droit International Public, segunda edición (Éditions Dalloz, París : 1993), pág. 2.
III.4. SUS FUENTES
Por fuentes del Derecho Internacional vamos a entender tanto las reglas jurídicas que
regulan las conductas de sus sujetos, como el origen de dichas reglas
A las fuentes del Derecho Internacional se las suele clasificar en tradicionales y no
tradicionales.
Las fuentes tradicionales son las enumeradas en el artículo 38 del Estatuto de la Corte
Internacional de Justicia23, las cuales, aunque originalmente diseñadas para orientar las
decisiones de la Corte Internacional de Justicia, han pasado a ser aplicadas en solución de
cualesquier conflictos del Derecho Internacional. Estas fuentes son (seguimos un orden distinto
al del artículo 38):
a. Las convenciones internacionales o tratados. b. La costumbre internacional, como prueba de una práctica generalmente
aceptada como Derecho. c. Las decisiones judiciales y las doctrinas de los publicistas con mayor
competencia de las distintas naciones.
d. Los principios generales del Derecho reconocidos por las naciones civilizadas.
A los principios generales del Derecho se los define como aquellas máximas abstractas
que tienen el valor de verdades jurídicas trascendentales, objetivas y evidentes,
independientemente de que consten o no en forma escrita. Ellos suelen provenir del Derecho
Romano, y por esta razón se los expresa en latín, siendo algunos de los más conocidos los
siguientes: Nemo iudex in causa sua (nadie puede ser el juez de sus propia causa), audi alteram
partem (hay que oír a todas las partes), lex specialis derogat generalis (la ley especial deroga a
la general), lex posterior derogat anteriorem (la ley posterior deroga a la anterior), nemo plus
iuris transferre potest quam ipse habet (nadie puede dar lo que no es suyo), qui tacet
consentirme videtur si loqui debuisset ac potuisset (el que calla, pudiendo hablar, y no lo hace,
otorga).
23) Naciones Unidas, Estatuto de la Corte Internacional de Justicia: http://www.un.org/spanish/aboutun/icjstat.htm.
La inclusión de estos principios se justifica por la preocupación de los redactores del
Estatuto de la Corte de evitarle situaciones de non liquet, es decir, de tener que declararse
incapacitada para decidir alguna controversia por carecer de fuentes para su decisión.
Pasamos ahora a las fuentes no tradicionales del Derecho Internacional, es decir, las
no contempladas en el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia, siendo las más
reconocidas: (i) las declaraciones unilaterales de los Estados comprometiéndose públicamente a
actuar de determinada manera, (ii) algunas decisiones de ciertas organizaciones internacionales
intergubernamentales, cuando así lo contemplan sus estatutos constitutivos (por ejemplo, la
Unión Europea, la Organización Mundial de la Salud y la Organización Meteorológica
Mundial), (iii) las resoluciones de las Naciones Unidas y (iv) el llamado soft law (Derecho
blando).
Si se trata de las resoluciones de las Naciones Unidas hay que distinguir entre las del
Consejo de Seguridad y las de su Asamblea General. De acuerdo con su Carta constitutiva
(artículo 25), las resoluciones del Consejo de Seguridad son vinculantes para todos los Estados
Miembros. En cambio, si se trata de las resoluciones de la Asamblea General, según la opinión
mayoritaria de la doctrina, en apego al texto expreso de su Carta fundacional (artículos 10-14),
ella carece de poder legislativo, y apenas está facultada para hacer estudios, deliberar y
presentar recomendaciones sobre las materias de su competencia, y, por tanto, sus resoluciones
o declaraciones están desprovistas de toda fuerza legal. (Sin poder detenernos a profundizar en
este asunto, simplemente dejamos constancia de que hay opiniones contrarias a este respecto).
Y con respecto al soft law como fuente no tradicional del Derecho Internacional,
postergamos su presentación y explicación para cuando tratemos del Derecho Ambiental
Internacional.
III.5. COMENTARIOS
Antes de culminar esta panorámica sobre algunos aspectos del Derecho Internacional,
creemos oportuno hacer dos comentarios.
Por lo pronto, como una de las consecuencias de su evolución, los límites que
separaban al Derecho Internacional de los ordenamientos jurídicos internos se han venido
confundiendo o debilitando. Y es que ahora hay problemas nacionales que reclaman la
asistencia internacional (por ejemplo, el consumo de drogas), al igual que la comunidad
internacional ha venido invadiendo asuntos que originalmente eran de la competencia exclusiva
de los Estados (por ejemplo, los derechos humanos y la protección ambiental)24.
Nuestro segundo comentario tiene que ver con la transformación radical de la que fue
la misión fundamental del Derecho Internacional tradicional. Aquel Derecho orientado a
armonizar la soberanía de los Estados, e impedir, controlar o resolver conflictos bélicos, ahora
se nos presenta complementado y engrandecido como un Derecho para la paz, teniendo por
horizonte la procura del bienestar integral de la humanidad.
IV. SOBRE DEL DERECHO AMBIENTAL INTERNACIONAL
IV.1 SUS ORÍGENES Y EVOLUCIÓN El Derecho Ambiental Internacional puede ser entendido como el producto de la
convergencia de dos tendencias con distintos arranques temporales: en primer lugar, la
internacionalización del Derecho Ambiental de los ordenamientos jurídicos domésticos, y, en
segundo lugar, la ambientalización del Derecho Internacional.
Ya hemos visto que, en términos generales, la problemática ambiental de los distintos
países comenzó a una escala muy reducida, la local, en torno a los centros poblados, y que a
medida que iban ocurriendo el crecimiento de la población, el proceso de urbanización y el
aumento de la producción, ella se fue desbordando hacia espacios cada vez mayores, pasando a
ser también regional y luego nacional, hasta que alcanzó dimensiones internacionales y, más
recientemente, globales.
Pues bien, en plena correspondencia con lo anterior, las respuestas de los
ordenamientos jurídicos domésticos a dicha evolución se originaron desde y para los ámbitos
locales, siendo luego regionales, hasta llegar a ser nacionales. Posteriormente, por las presiones
sobre el ambiente natural impuestas por el crecimiento demográfico, el aumento en los niveles
de vida y la necesidad de satisfacer sus consiguientes demandas, ocurrió una repetición, pero
cada vez peor, de conflictos ambientales transfronterizos (principalmente de contaminación o
por el aprovechamiento de recursos naturales compartidos). Expresando este fenómeno en
términos muy breves, se hizo evidente que así como el ambiente no respetaba fronteras, los
problemas ambientales tampoco lo hacían.
24) Tony Brenton, The Greening of Machiavelli. The Evolution of International Environmental Policy, (Earthcan
Publications, LTD, Londres: 1994), pág. 2.
En el contexto de lo anterior, como los ordenamientos jurídicos domésticos se
demostraron insuficientes para resolver dichos conflictos, los Estados tuvieron que recurrir a
instrumentos del Derecho Internacional, suscribiendo tratados bilaterales o entre muy pocos
países, y casi siempre limítrofes. Y en un último momento de esta evolución, ante los nuevos
retos de los problemas ambientales globales, las respuestas para enfrentarlo han partido desde la
comunidad internacional, mediante la adopción de múltiples instrumentos por la mayoría de los
gobiernos del mundo.
Refiriendo algunos muy pocos antecedentes tenemos: la Convención para la
Protección del Salmón en el Río Rhin, en 1855; la Convención para la Protección de la Aves
Útiles a la Agricultura, en 1902, y la Convención para la Protección de las Focas, de 1911,
compartiendo estos dos últimos el mérito de inaugurar la plurilateralidad de los instrumentos
jurídicos del Derecho Ambiental Internacional. En la década de los ´30 se hizo más frecuente la
práctica de los convenios internacionales multilaterales, tales como: la Convención
Internacional para la Regulación de la Pesca de Ballenas, en 1931 y la Convención sobre las
Actividades Pesqueras en el Nor-Oeste del Atlántico. Pero también comenzaron a celebrarse
otros convenios dedicados a la protección conjunta o simultánea de dos o más recursos
naturales interrelacionados, por ejemplo, la Convención de Londres sobre la Preservación en
Estado Natural de la Fauna y Flora de África, en 1933, y la Convención de Washington para la
Conservación de la Naturaleza y Preservación de la Vida Silvestre en el Hemisferio Occidental,
en 1940.
Entre 1959 y 1972, es decir, hasta la celebración de la Conferencia de Estocolmo, la
comunidad internacional dirigió una atención preferente a los problemas de la contaminación
del mar por petróleo y a los riesgos por los usos civiles de la energía nuclear. No obstante esa
preferencia, en ese período también hubo otros problemas ambientales que lograron atraer una
atención multinacional, por ejemplo, en 1967 se votó favorablemente el Tratado sobre los
Principios que Gobiernan las Actividades de los Estados en la Exploración y Uso del Espacio
Exterior, incluidos la Luna y otros Cuerpos Celestiales. Bajo el patrocinio del Consejo de
Europa, sus países miembros acordaron, en 1968, la Declaración sobre el Control de la
Contaminación del Aire, la Carta Europea del Agua y el Acuerdo Europeo sobre la Restricción
del Uso de Ciertos Detergentes en Productos de Limpieza y Lavado. Y también de 1968 es la
Convención Africana sobre la Conservación de la Naturaleza y los Recursos Naturales, la cual
representó el primer instrumento del Derecho Ambiental Internacional que enfocó la naturaleza
en su integralidad, reconociendo la necesidad de proteger tanto a las especies amenazadas como
a sus hábitats. Finalmente, en 1971, como preludio a la Conferencia de Estocolmo, se
suscribieron la Convención de Ramsar para Protección de los Humedales de Importancia
Internacional y la Convención sobre la Protección del Patrimonio Natural y Cultural de la
Humanidad.
En la Declaración de la Conferencia de Estocolmo encontramos varios principios
llamando a un mayor desarrollo del Derecho Ambiental Internacional (Principios 22 y 23). Y
este llamado, lejos de caer en el vacío, obtuvo una respuesta por parte de la comunidad de
naciones que con toda justicia se la puede calificar de extraordinaria: antes de ella, los tratados
multilaterales relativos a la protección del medio no pasaban de 34; pero desde entonces a 1991,
justo antes de la Conferencia de Río, ellos llegaron a superar la cantidad de 150, mientras que
sumaban cerca de mil otros tratados bilaterales también asociados a la causa de la conservación
del entorno. Y en los tiempos que corren, los tratados multilaterales superan los 300, mientras
que los bilaterales llegan a los 3.000.
IV.2. EL SOFT LAW
Anteriormente, al tratar de las fuentes del Derecho Internacional postergamos para esta
oportunidad la presentación y explicación de una de sus fuentes no tradicionales: el soft law.
Para comenzar, tenemos que reconocer que la sola mención de un soft law pareciera
una contraditio in terminis, ya que una de las características de las normas jurídicas es la de ser
duras, en tanto que imponen obligaciones y exigen su cumplimiento. No obstante, por más
paradójico que pueda parecer, durante las últimas cuatro décadas, el soft law ha jugado un papel
importantísimo como fuente del Derecho Ambiental Internacional.
Este soft law está constituido por dos tipos de instrumentos: los legales y los no
legales.
Para entender los instrumentos legales del soft law tenemos que referirnos a la forma
en que se suelen aprobar algunos tratados, forma que es bastante frecuente en los de índole
ambiental. Hay ocasiones en las cuales los Estados, para escapar a las complicaciones del
régimen tradicional de creación de acuerdos internacionales, han optado por aplicar una
novedosa práctica: la de suscribir convenios o tratados marco, en los cuales predominan
enunciados o principios generales que, por su vaguedad, discrecionalidad y flexibilidad, son
fácilmente aceptables por todas las partes, pero que distan mucho de generar compromisos
precisos y específicos exigibles jurídicamente. En estos casos nos encontramos con
instrumentos legales, porque los tratados son leyes internacionales; sin embargo, por el
contenido de buena parte de sus disposiciones, ellos no son exigibles per-se, razón por la cual
les encaja a cabalidad el calificativo de instrumentos de soft law. Entre los ejemplos más
conspicuos de esta categoría de instrumentos podemos señalar la Convención de Viena para la
Protección de la Capa de Ozono, la Convención Marco sobre el Cambio Climático o el
Convenio sobre la Diversidad Biológica.
Y por su parte, los instrumentos no legales del soft law están principalmente
representados por algunas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y por
las declaraciones finales de importantes conferencias multilaterales oficiales (convocadas por
las Naciones Unidas), que definen determinados patrones de conducta. Como ejemplos de esas
resoluciones de la Asamblea General sobre la problemática ambiental tenemos: la Declaración
relativa a la Soberanía Permanente sobre las Riquezas y Recursos Naturales, la Resolución
aprobatoria de la Carta Mundial de la Naturaleza la Resolución sobre la Protección del
Cambio Climático para las Generaciones Presentes y Futuras de la Humanidad… Y como los
ejemplos más conspicuos de declaraciones de conferencias convocadas por las Naciones Unidas
para tratar de la problemática ambiental basta citar la Declaración de la Conferencia de
Estocolmo sobre el Medio Humano y la Declaración de la Conferencia de Río sobre Ambiente y
Desarrollo. Ahora bien, ¿cuáles son los efectos jurídicos u obligatoriedad de estos instrumentos
del soft law?
Para responder la pregunta anterior, lo primero que hay que tener en cuenta es que ni
la Asamblea General ni las conferencias convocadas por ella están investidas de facultades
legislativas, y, por tanto, tampoco sus resoluciones y declaraciones finales tienen fuerza legal.
Pero esta verdad no impide que dichos instrumentos contengan disposiciones que sí son
vinculantes o que eventualmente lo lleguen a ser.
Lo que acabamos de apuntar puede ocurrir de varias maneras: una a-priori, porque
esas disposiciones ya eran duras, puesto que fueron tomadas de tratados pre-existentes, o
porque ya existían como costumbres o principios generales del derecho, o porque eran
jurisprudencia; la otra manera va en sentido contrario, y sucede en los casos de disposiciones
del soft law que son endurecidas a-posteriori, al ser incorporadas y precisadas en algunos
tratados protocolos, o que se transforman en costumbre o principios generales del Derecho, o
porque son recogidas y afirmadas en decisiones jurisprudenciales.
En un orden distinto de ideas, ya que ahora lo relacionamos con el Derecho interno de
los Estados, hay instrumentos del soft law con disposiciones duras porque ya estaban
establecidas en las leyes de algunos países, por ejemplo, la realización de estudios de impacto
ambiental que figura en tantos instrumentos de soft law fue tomada de la Nacional
Environmental Policy Law de los Estados Unidos, de 1969; y, viceversa, también hay casos de
disposiciones del soft law que terminan siendo obligatorias para aquellos países que deciden
incorporarlas en sus ordenamientos jurídicos, por ejemplo, el derecho humano al ambiente que
consagra la Declaración de Estocolmo aparece expresamente recogido en el artículo 127 de la
Constitución de Venezuela, de 1999.
Como resumen de lo anterior, los instrumentos del soft law se desenvuelven entre
rangos muy extremos de posibilidades: hay algunos que ni son ni serán Derecho, mientras que
hay otros a los cuales es cuesta arriba desconocerles que sí son Derecho, y todavía hay un tercer
grupo de los que eventualmente se pueden convertir en Derecho.
IV.3. SUS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES A todo evento, independientemente del valor jurídico que tengan o se les quiera
reconocer sus instrumentos, no es posible negar la importancia del soft law en la creación del
Derecho Ambiental Internacional. En particular, con base a ellos, se ha venido erigiendo un
cuerpo de principios fundamentales contentivos de normas abstractas de conducta a las cuales
se espera que los Estados, por obligación o por buena voluntad o por simples relaciones
diplomáticas respecto al resto de la comunidad internacional, ajusten sus comportamientos con
incidencia ambiental
A continuación procederemos a presentar los más reconocidos de esos principios
fundamentales. Aunque todos ellos consten en cantidad de otras fuentes del Derecho
Internacional Ambiental, tanto duras como blandas, en nuestra exposición nos vamos a limitar
a su reconocimiento en uno o en ambos de los dos instrumentos mas importantes del soft law: la
Declaración de la Conferencia de Estocolmo sobre el Medio Humano y la Declaración de la
Conferencia de Río sobre Ambiente y Desarrollo.
A los efectos de su exposición vamos a clasificar los principios fundamentales del
Derecho Ambiental Internacional en dos grandes grupos: el de principios internos y el de
principios externos. Advertimos que esta clasificación no es excluyente, en el sentido de que
algunos de estos Principios bien califican para ser incluidos en las dos categorías.
Los principios fundamentales internos del Derecho Ambiental Internacional son
aquéllos dirigidos a regular el comportamiento individual de los Estados dentro de sus
respectivas jurisdicciones o de actividades bajo su control, por ejemplo, en el alta mar o en el
espacio exterior.
En cambio, los principios fundamentales externos del Derecho Ambiental
Internacional son los que están enfocados a regular el comportamiento ambiental de los Estados
en sus relaciones recíprocas.
A continuación identificamos y explicamos brevemente esos principios fundamentales
según la categoría a la que pertenecen.
IV.3.1. Principios internos Principio del derecho humano al ambiente En la celebración de la Conferencia de Estocolmo quedó muy claro que la
problemática ambiental no estaba limitada a la del ambiente natural, puesto que a ella había que
entenderla y enfrentarla de manera integral. Así, en el Preámbulo de su Declaración se observa
que el medio ambiente que rodea al hombre estaba constituido por dos aspectos, el natural y el
hecho por él, ambos “esenciales para su bienestar y para el disfrute de los derechos humanos
básicos, incluso el derecho mismo a la vida". En consecuencia con esta observación, el
Principio 1 de la dicha Declaración se estableció por vez primera y de manera expresa en el
ordenamiento jurídico, tanto interno como internacional, el derecho humano al ambiente.
El hombre tiene el derecho fundamental a la libertad, la igualdad y al disfrute de condiciones de vida adecuadas en un medio de calidad tal que le permita llevar una vida digna y gozar de bienestar, y tiene la solemne obligación de proteger y mejorar el medio para las obligaciones presentes y futuras…
Principio de la soberanía de los Estados para la explotación de sus propios recursos
La enunciación de este principio consta en las Declaraciones de Estocolmo y Río
(Principios 21 y 2, respectivamente), y dice así:
De conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y con los principios del Derecho Internacional, los Estados tienen el derecho soberano de explotar sus propios recursos en aplicación de su propia política ambiental…
No obstante el carácter enfático de la enunciación de este principio, ambas
Declaraciones también fueron muy claras al dejar por sentado que el derecho soberano de los
Estados de explotar sus propios recursos no era, ni mucho menos, absoluto, sino que debía
ejercerse de conformidad con ciertas limitaciones, las cuales constan en los dos principios que
siguen.
Principio sobre la producción daños ambientales transfronterizos Tanto la Declaración de Estocolmo como la de Río, después de consagrar el derecho
soberano de los Estados de explotar sus propios recursos, establecieron, en los mismos
Principios 21 y 2, una limitación al ejercicio del mismo y que tiene que ver con la producción
de daños ambientales transfronterizos, a saber:
De conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y con los principios del Derecho Internacional, los Estados tienen (…) el deber de asegurar que las actividades que se lleven a cabo dentro de su jurisdicción territorial o bajo su control no perjudiquen al medio de otros Estados o de zonas situadas fuera de su jurisdicción territorial.
Más adelante, al presentar los principios externos, veremos que hay un principio que
refiere expresamente a la eventualidad de que ocurran esos daños transfronterizos, y todavía
otro lo hace respecto a la efectiva ocurrencia de dichos daños.
Principio sobre el desarrollo sustentable Aunque no vaya a ocurrir la producción de daños transfronterizos, hay otras
manifestaciones del carácter no absoluto del derecho soberano de los Estados de explotar sus
propios recursos naturales, y que en la Declaración de Estocolmo representan antecedentes al
principio del desarrollo sustentable, posteriormente consagrado de manera formal en la
Declaración de Río.
Comenzando con la Declaración de Estocolmo, ella, en aras de la protección del
medio y en beneficio de las generaciones presentes y futuras, sometió el ejercicio de ese
derecho al cumplimiento de las siguientes condiciones sobre el aprovechamiento de los recursos
y la realización de actividades degradantes del ambiente: la de proteger los recursos naturales,
especialmente los que se encuentran más amenazados (Principios 2, 4 y 5); la de conservar y/o
mejorar la capacidad de la Tierra de producir recursos renovables (Principio 3); la de poner fin
a las emisiones contaminantes susceptibles de causar graves daños a los ecosistemas (Principio
6); y la de impedir la contaminación de los mares (Principio 7).
Pero aparte de las anteriores condiciones, la Declaración de Estocolmo también
estableció otras específicamente dirigidas a la planificación económica: a fin de lograr una más
racional ordenación de los recursos y mejorar así las condiciones ambientales, los Estados
deberían adoptar un enfoque integrado y coordinado de la planificación de su desarrollo, de
modo que quede asegurada la compatibilidad del desarrollo con la necesidad de proteger
mejorar el medio humano, en beneficio de su población (Principio 13); al planificar el
desarrollo económico, debe atribuirse importancia a la conservación de la naturaleza (Principio
4); la planificación racional constituye un instrumento indispensable para conciliar las
diferencias que puedan surgir entre las exigencias del desarrollo y la necesidad de proteger y
mejorar el medio (Principio 14); y debe aplicarse la planificación de los asentamientos humanos
y la urbanización con miras a evitar repercusiones perjudiciales sobre el medio ambiente y a
obtener los máximos beneficios sociales y económicos para todos (Principio 15).
Todas las anteriores condiciones no fueron más que anticipos para que, 20 años
después, en la Conferencia de Río, ellas fueran reagrupadas y consolidadas bajo el concepto del
desarrollo sustentable, el cual quedó expresado y definido en los Principios 3 y 4 de su
Declaración.
Principio 3. El derecho al desarrollo debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades de desarrollo y ambientales de las generaciones presentes y futuras.
Principio 4. A fin de alcanzar el desarrollo sostenible, la protección del medio ambiente deberá constituir parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma aislada.
Vemos entonces que el desarrollo sustentable busca una doble armonía: en primer
lugar, la armonía entre las necesidades de las generaciones presentes y las de las generaciones
futuras, de manera que la satisfacción de aquéllas no impida la satisfacción de las de éstas; y, en
segundo lugar, otra armonía entre el desarrollo económico y la protección ambiental, para así
superar el tradicional antagonismo con que habían sido vistos ambos procesos.
Antes de pasar a otros Principios, queremos destacar una consideración bien
importante de la Declaración de Río: para ella, la erradicación de la pobreza es un requisito
indispensable del desarrollo sostenible (Principio 5).
Principio de la prevención-precaución Este Principio no es otra cosa que un espaldarazo a aquel dicho de la sabiduría popular
que nos enseña que “más vale prevenir que lamentar”. Y su adopción por el Derecho, como así
lo han venido haciendo tanto el Derecho Internacional como los ordenamientos jurídicos
domésticos, está más que justificada cuando se tiene en cuenta el carácter irreversible de
muchos de los daños ambientales.
La formalización de este Principio consta en la Declaración de Río en los siguientes
términos:
Principio 15. Con el fin de proteger el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de la prevención conforme a sus capacidades.
Pero esta exigencia de la prevención se transforma en obligación de precaución en los
casos de ausencia de un conocimiento cierto sobre la eventualidad de daños ambientales graves,
e independientemente de los costos económicos que implicaría la adopción de las medidas
pertinentes. En efecto, en el mismo Principio 15 de la Declaración de Río podemos leer:
Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente.
Principio sobre las evaluaciones de impacto ambiental Las evaluaciones de impacto ambiental constituyen una clara manifestación del
principio de la prevención-precaución que acabamos de comentar, y, hoy por hoy, se han
convertido en uno de los instrumentos de protección ambiental más universalmente aplicados.
Explicándolas de manera breve y sencilla, las evaluaciones de impacto ambiental
consisten en modelos anticipados de los posibles impactos ambientales ocasionados por la
realización de ciertas actividades, y suelen ser un requisito para la aprobación de determinadas
actividades.
El Principio 17 de la Declaración de Río lo expresa así:
Deberá emprenderse una evaluación del impacto ambiental, en calidad de instrumento nacional, respecto de cualquier actividad propuesta que probablemente haya de producir un impacto negativo considerable en el medio ambiente y que esté sujeta a la decisión de una autoridad nacional competente.
Principio del que contamina paga Se suele sostener que es más barato producir contaminando que producir sin
contaminar. Dentro la lógica de esta manera de pensar, la contaminación viene a ser una
moneda de dos caras: es una economía interna que favorece al contaminador, porque él no tuvo
que incurrir en gastos para evitarla; pero también es una deseconomía externa, en tanto que es la
colectividad la que sufre sus perjuicios.
Con el principio del que contamina paga se busca la internalización de los costos de la
contaminación, de manera que quien la va a producir se vea obligado a invertir en su
prevención, o, de ser el caso, de pagar por los daños que ella ocasione. Él aparece recogido en la
Declaración de Río así:
Principio 16. Las autoridades nacionales deberían procurar y fomentar la internalización de los costos ambientales y el uso de instrumentos económicos, teniendo en cuenta el criterio de que el que contamina debe, en principio, cargar con los costos de la contaminación, teniendo en cuenta el interés público y sin distorsionar el comercio ni las inversiones internacionales.
Principio sobre la participación ciudadana El Principio 10 de la Declaración de Río exalta la importancia y necesidad que la
participación ciudadana significa para la protección de medio y el desarrollo sustentable:
El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la participación de todos los ciudadanos interesados, en el nivel que corresponda. En el plano nacional, toda persona deberá tener acceso adecuado a la información sobre el medio ambiente de que dispongan las autoridades públicas, incluida la información sobre los materiales y las actividades que encierren peligro en sus comunidades, así como la oportunidad de participar en los procesos de adopción de decisiones. Los Estados deberán facilitar y fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a disposición de todos.
IV.3.2. Principios externos Principio de la cooperación Si el moderno Derecho Internacional se fundamenta en la necesidad de la cooperación
entre los Estados, esta cooperación se ha vuelto más indispensable en las cuestiones relativas a
la protección del entorno, puesto que el ambiente de cada uno termina siendo el ambiente de
todos.
En la Proclama que antecede a la Declaración de Estocolmo (N. 7) se llama a la
cooperación internacional por tres razones principales: la primera, para obtener recursos que
ayuden a los países en desarrollo a cumplir sus compromisos de protección ambiental; la
segunda, porque hay un número creciente de problema ambientales que, por sus alcances
regionales o globales, requieren de una amplia colaboración entre las naciones y la adopción de
medidas por las organizaciones internacionales en interés de todos; y, la tercera, para resolver el
espinoso asunto de la responsabilidad ambiental e indemnización de las víctimas por los daños
ambientales sufridos.
Esa primera razón aparece recogida en su Principio 12:
Deberían destinarse recursos a la conservación y mejoramiento del medio, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades especiales de los países en desarrollo y cualesquier gastos que pueda originar a estos países la inclusión de medidas de conservación del medio en sus planes de desarrollo, así como la necesidad de prestarles, cuando lo soliciten, más asistencia técnica y financiera internacional con ese fin.
De la segunda razón se encarga su Principio 24:
Todos los países, grandes o pequeños, deben ocuparse con espíritu de cooperación en pie de igualdad, de las cuestiones internacionales relativas a la protección y mejoramiento del medio. Es indispensable cooperar, mediante acuerdos multilaterales o bilaterales o por otros medos apropiados, para controlar, evitar, reducir y eliminar eficazmente los efectos perjudiciales que las actividades que se realicen en cualquier esfera puedan tener para el medio, teniendo en cuenta debidamente la soberanía y los intereses de todos.
Y si se trata de la tercera, en el Principio 22 se puede leer:
Los Estados deben cooperar para continuar desarrollando el Derecho Internacional en lo que se refiere a la responsabilidad y a la indemnización de las víctimas de la contaminación y otros daños ambientales que las actividades realizadas dentro de su jurisdicción o bajo el control de tales Estados causen a zonas situadas fuera de su jurisdicción.
Las tres anteriores razones para la cooperación internacional en la materia ambiental
también aparecen en la Declaración de Río:
En cuanto a la cooperación internacional referida a la conservación del medio, su
Principio 7 establece que :
Los Estados deberán cooperar con espíritu de solidaridad mundial para conservar, proteger y reestablecer la salud y la integridad del ecosistema de la Tierra (…).
Lo relativo a la cooperación internacional en materia de ayuda a los países del Tercer
Mundo está dispuesto en su Principio 6:
Se deberá dar especial prioridad a la situación y las necesidades especiales de los países en desarrollo, en particular los países más vulnerables desde el punto de visa ambiental (…).
Y en cuanto al tema de la responsabilidad ambiental y la consiguiente indemnización a
las víctimas, su Principio 13 conmina a los Estados a cooperar de manera expedita y más
decidida en la elaboración de nuevas leyes internacionales sobre la responsabilidad e
indemnización por los perjudicados por los daños ambientales causados a raíz de las actividades
realizadas dentro de su jurisdicción, o bajo su control, en zonas situadas fuera de su
jurisdicción.
Principio de las obligaciones comunes pero diferenciadas Este principio añade fuertes matices al de la cooperación internacional, matices que lo
convierten en uno de los asuntos más controvertidos del Derecho Ambiental Internacional.
Por lo pronto, como ya lo hemos apuntado, ciertamente que en la Declaración de
Estocolmo (Proclama N 7 y Principio 12) y en la Declaración de Río (Principio 6) podemos leer
algunos enunciados que apuntan al reconocimiento de distintas obligaciones ambientales en
función del nivel de desarrollo económico de los países, de manera que los que tienen y pueden
más ayuden a los que tienen y pueden menos.
Sin embargo, la anterior diferenciación entre países según su nivel de desarrollo
económico y capacidades tecnológicas quedaba diluida en la propia Declaración de Estocolmo,
porque, según su Principio 24 antes transcrito, todos los países, grandes o pequeños, debían
ocuparse con espíritu de cooperación y en pie de igualdad, de las cuestiones internacionales
relativas a la protección y mejoramiento del medio.
Pero la Declaración de Río, al postular el principio de la cooperación internacional
que debe existir en materia de protección ambiental, rompió con ese supuesto pié de igualdad
entre países grandes o pequeños de la Declaración Estocolmo, y, más bien, estableció una
tajante distinción entre países desarrollados y países en vías de desarrollo, tal consta
literalmente en la segunda parte de su Principio 7:
En vista de que han contribuido en distinta medida a la degradación del medio ambiente mundial, los Estados tienen responsabilidades comunes pero diferenciadas. Los países desarrollados reconocen la responsabilidad que les cabe en la búsqueda internacional del desarrollo sostenible, habida cuenta de las presiones que sus sociedades ejercen en el medio ambiente y de las tecnologías y los recursos financieros de que disponen.
Entonces, de acuerdo con lo anterior, ya no se trata de que, porque tienen más
posibilidades tecnológicas y financieras, los países desarrollados deban cooperar con los países
en vías de desarrollo en la protección del ambiente, sino que, también, porque ellos, con su
mayor producción y consumo, son los principales responsables del agotamiento de los recursos
naturales y de la contaminación, problemas estos que están afectando al medio global.
Principio de la información anticipada y oportuna Antes incluimos entre los principios internos uno que hacía referencia a la obligación
de evitar la producción de daños transfronterizos (Declaración de Estocolmo, Principio 21 y
Declaración de Río, Principio 2). Ahora bien, a todo evento, si un Estado considera que alguna
actividad suya puede tener efectos ambientales importantes sobre uno o varios Estados, aquél
tiene la obligación de consultarles e informarles previamente sobre tal posibilidad. Esta
obligación aparece en el Principio 19 de la Declaración de Río:
Los Estados deberán proporcionar la información pertinente, y notificar previamente y en forma oportuna, a los otros Estados que posiblemente resulten afectados por actividades que puedan tener considerables efectos ambientales transfronterizos adversos, y deberán celebrar consultas con esos EGstados en una fecha temprana y de buena fe.
La puesta en práctica de este principio es también una nueva manifestación del otro
principio de la prevención en el Estado en cuya jurisdicción está planteada le ejecución de la
actividad con posibles impactos ambientales negativos, al mismo tiempo que le facilita al otro u
otros Estados el ejercicio de su propia prevención. Esta información y consulta previa puede,
inclusive, llevar al abandono de las actividades en cuestión.
Principio de la notificación pronta y efectiva de desastres o emergencias ambientales con efectos transfronterizos
Si a pesar de todas las medidas de prevención ocurre alguna situación con importantes
consecuencias ambientales sobre terceros Estados, el Estado responsable está en el deber de
informar lo más prontamente posible a los otros sobre los riesgos que corren. De esta manera,
los Estados quedan obligados a supera su reticencia a dar a conocer públicamente sus problemas
ambientales internos. El pronunciamiento de la Declaración de Río sobre este asunto está en su
Principio 18:
Los Estados deberán notificar inmediatamente a otros Estados de los desastres naturales y otras situaciones de emergencia que puedan producir efectos súbitos en el medio ambiente de otros Estados. La comunidad internacional deberá hacer todo lo posible por ayudar a los Estados que resulten afectados.
Como se desprende del texto recién transcrito, además de la obligación de los Estados
de informar inmediatamente sobre los desastres o emergencias naturales ocurridos dentro de sus
respectivos territorios pero con consecuencias transfronterizas, de presentarse ese supuesto,
todavía existe una segunda obligación: la de la comunidad internacional de acudir en el auxilio
de todos los Estado afectados.
Principio sobre la solución pacífica de las disputas ambientales
El lógico malestar de los Estados que sufren daños transfronterizos puede desembocar
en represalias bélicas en contra del Estado donde se originaron. Además, tenemos el testimonio
de la historia de cómo el aumento poblacional y sus crecientes demandas sobre recursos
naturales limitados pueden traducirse en conflictos políticos con desenlaces bélicos.
Para ambos supuestos, la Declaración de Río nos enseña que la guerra es, por
definición, enemiga del desarrollo sostenible… (Principio 24), y que la paz, el desarrollo y la
protección del medio ambiente son interdependientes e inseparables (Principio 25), y, en
consecuencia:
Principio 26. Los Estados deberán resolver pacíficamente todas sus controversias ambientales por los medios que correspondan con arreglo a la Carta de las Naciones Unidas.
Por último, y aunque no encaje exactamente en el supuesto que ahora nos ocupa sobre
la solución pacífica de los conflictos, porque se refiere a los que ya están en curso, el mismo
Principio de la Declaración de Río recuerda que los Estados deberán respetar las disposiciones
del Derecho Internacional que protegen al medio ambiente en épocas de conflicto armado
(Principio 24). Estas disposiciones se encuentran principalmente en el Derecho Internacional
Humanitario, el cual, entre sus prohibiciones, consagra expresamente el uso de medios y
métodos militares que causen daños graves y duraderos al medio ambiente.
IV.4. COMENTARIOS DE CIERRE
Sin desconocer antecedentes más remotos, generalmente se acepta que el Derecho
Ambiental Internacional, como una rama del Derecho Internacional General, nació a raíz de la
Conferencia de Estocolmo. Es decir, el año que viene, en el 2012, cuando se celebre en Río de
Janeiro un nueva Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ambiente y Desarrollo, el Derecho
Ambiental Internacional estará cumpliendo, apenas, 40 años.
Quizá con la salvedad del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, no se nos
ocurre ninguna otra rama del Derecho que en tan corto tiempo haya experimentado una
expansión tan dinámica como la que muestra el Derecho Ambiental Internacional. Para
corroborar esta impresión basta remitirnos a los miles los miles de instrumentos jurídicos que
lo conforman (tratados, convenios, protocolos, resoluciones, declaraciones…), y a la cantidad y
variedad de organizaciones internacionales, multilaterales o creadas por los particulares,
asociadas a la protección ambiental.
Aparte de los anteriores indicadores cuantitativos, también es digno de atención el
hecho de que la mayor parte de los Estados miembros de la comunidad internacional haya
aceptado, ciertamente que con muy distintos niveles de compromiso, orientar sus actividades de
conformidad con los 13 principios fundamentales que antes enumeramos, los cuales, mal que
bien, erosionan el sagrado dogma de su soberanía; por ejemplo, han renunciado a explotar sus
recursos naturales de la manera que a bien les venga; deben actuar con extrema prevención y
cautela para impedir daños al ambiente, y si éstos ocurren y tienen consecuencias
transfronterizas, están en la obligación de notificarlo inmediatamente a los otros Estados
eventualmente perjudicados; tienen que compatibilizar sus planes de desarrollo económico con
la protección ambiental…
No cabe la menor duda de que el cumplimiento de los referidos principios
fundamentales del Derecho Internacional Ambiental tendría como resultado la superación de
muchas de las amenazas presentes o futuras que se ciernen sobre el entorno natural. Pero esto,
evidentemente, dista mucho de ser una realidad. De entre los varios factores que pudieran estar
incidiendo en tan magros resultados vamos a seleccionar dos ejemplos, quizá de los más
importantes, y comentarlos.
Un primer factor que impide un mejor y mayor cumplimiento del Derecho Ambiental
Internacional lo encontramos en que él todavía carece de herramientas eficientes para la
supervisión del cumplimiento de los compromisos ambientales de los Estados. Porque si
difícilmente ellos pueden ser sus propios jueces, más difícilmente van a permitir ser
supervisados por terceros. Y es que una cosa es aceptar por voluntad propia determinados
compromisos, y algo muy distinto es permitir que otros los vigilen y se inmiscuyan en sus
asuntos internos.
Para comenzar a erradicar este primer factor, y mientras se afinan las herramientas
internacionales de para la supervisión del ordenamiento ambiental internacional, proponemos
que los ciudadanos y sus organizaciones conservacionistas se erijan en los guardianes más
celosos del cumplimiento de los compromisos ambientales por parte de los Estados, y utilicen
cuantos mecanismos de presión tengan a su alcance para lograr que los organismos
internacionales multilaterales los apoyen en esta su nueva misión de fiscales del entorno global.
Y como segundo ejemplo de otro factor que atenta contra unos mejores resultados del
Derecho Ambiental Internacional tenemos el funcionamiento de la economía: si a corto plazo
resulta más barato producir contaminando que producir sin contaminar, la misma miopía
llevada al nivel macroeconómico hace parecer que es más expedito un desarrollo económico a
espaldas de la conservación de los recursos naturales y del equilibrio ecológico.
Pues bien, frente al cómodo facilismo oficial de aceptar el deterioro ambiental por
razones supuestamente económicas, sólo la participación ciudadana será capaz de sacudir la
inercia de sus respectivos Estados, conminándolos a la regulación de las actividades
susceptibles de contaminar el ambiente, y hacerlos vigilar la observancia de las normativas
ambientales que dicten al efecto, con el firme convencimiento de que el desarrollo sustentable
representa la mejor opción, y cuidado si la única, para la mejor calidad de vida de quienes hoy
somos y de quienes lo serán mañana. Haciéndolo así, esto sería otra palpable demostración de
un comentario anterior, sobre una dilución de fronteras entre los ordenamientos jurídicos
internos y el Derecho Ambiental Internacional.
Las dos medidas que acabamos de proponer implican la participación ciudadana, la
cual, debemos recordar, es el objeto de uno de los principios fundamentales del Derecho
Ambiental Internacional: “El mejor modo de tratar las cuestiones ambientales es con la
participación de los ciudadanos, en el nivel que corresponda (…) Los Estados deberán facilitar
y fomentar la sensibilización y la participación de la población poniendo la información a
disposición de todos” (Declaración de Río, Principio 10).
Por todo lo dicho, y por último, se ha hecho evidente la necesidad de un cambio
radical en la manera de comprender el Derecho Internacional, y, particularmente, el Derecho
Ambiental Internacional. Él no puede continuar confinado bajo la tutela exclusiva de los
Estados. Así como Kelsen reclamó hace más de 200 años que el Derecho Internacional debía
ocuparse de los ciudadanos, y esto ha venido ocurriendo en tiempos recientes, hoy creemos que
es válido sostener el imperativo de que los particulares se deben involucrar más y más en la
hechura y cumplimiento del Derecho Ambiental Internacional. Un mundo globalizado tiene que
tener por anverso de una ciudadanía con intereses y responsabilidades globales.
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
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