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1 Arquitectura Gótica Girola gótica (Dibujo según Villard de Honnecourt) El día se levantó claro. Pronto el sol empezó a bañar los trigales y los bosques que rodeaban el recinto amurallado del viejo monasterio. Desde temprano fueron acudiendo a los enormes portones de entrada campesinos llegados de hasta más de veinte kilómetros. Todos ellos acudían con una mezcla de curiosidad y deber servil. Su señor, el señor abad, celebraba un acontecimiento especial.

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Arquitectura Gótica

Girola gótica

(Dibujo según Villard de Honnecourt)

El día se levantó claro. Pronto el sol empezó a bañar los

trigales y los bosques que rodeaban el recinto amurallado

del viejo monasterio. Desde temprano fueron acudiendo a los

enormes portones de entrada campesinos llegados de hasta

más de veinte kilómetros. Todos ellos acudían con una

mezcla de curiosidad y deber servil. Su señor, el señor

abad, celebraba un acontecimiento especial.

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El abad Suger de Saint-Denis no había podido dormir en toda

la noche. Era tal su excitación que tras las vísperas se

levantó del catre y se puso a andar dentro de su celda,

ceño fruncido, cabizbajo y con las manos a la espalda.

Soñaba, ansiaba que todo fuera como en tantas ocasiones

había previsto en su imaginación. Había estado esperando

este momento durante muchos años, desde que accedió al

cargo de abad de una de las comunidades más importantes de

Francia y por tanto del Occidente cristiano. Ahora

recordaba con una mezcla de orgullo personal y de

sentimiento de culpa por lo que él consideraba un pecado de

soberbia, los años que dedicó a reordenar las finanzas del

monasterio, a aumentar la productividad de las tierras con

nuevos arrendamientos y sistemas de cultivo. Había

implantado una serie de medidas para que todas las tierras

que pertenecían a su feudo fuesen las más productivas de

Francia. Había viajado y conocido palmo a palmo cada una de

las briznas de hierba, cada uno de los jóvenes árboles de

cada uno de sus bosques, cada piedra de sus canteras. En

definitiva, ahora además de ser poderoso, era rico,

posiblemente el más rico de Francia. Dios le había regalado

una fortuna y se sentía obligado a devolver con creces a su

Señor los dones que había obtenido durante sus años de

mandato.

Durante mucho tiempo había comprado y encargado crucifijos,

cálices, custodias y relicarios que ahora ornaban

deslumbrantes el recinto de la iglesia. Entre la penumbra

del viejo recinto carolingio se vislumbraba el brillo del

oro, de las piedras preciosas (zafiros, esmeraldas,

diamantes y perlas) que decoraban cada uno de los objetos

litúrgicos de Saint-Denis. Pensaba lo hermoso que era

contemplar aquello; le intrigaba cómo una piedra podía ser

tan hermosa. Pensaba que eran un presente de Dios, un modo

indirecto de Éste para manifestarse a los hombres. Si el

oro brillaba así, majestuoso y dorado como si de él

surgieran los mismísimos rayos del Sol, que sería el rostro

divino. No le cabía la menor duda que eran objetos

destinados a ser consagrados para el uso en los oficios

divinos.

Pero no era suficiente. Algo había que no funcionaba. La

idea le vino en el coro, sentado en su cátedra mientras

permanecía en comunidad, con sus pensamientos alejados de

los maitines. El problema era el santuario, el lugar de

acogida. Era infame para cobijar tanta belleza. Un vieja

iglesia carolingia, una techumbre de madera carcomida por

la humedad, y unos muros macizos, excesivos, a los que se

abrían unos pequeños ventanucos que apenas servían para que

el recinto permaneciera en penumbra, incluso en las horas

del mediodía. No podía dejar de sentir lástima por el modo

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en que sus hermanos más ancianos se acurrucaban en sus

asientos, encogiéndose bajo sus hábitos con la intención de

conservar su escaso calor corporal en los largos inviernos

de la Ìlle-de-France . Era tan fría y tan húmeda la vieja

iglesia. Incluso creía ver los muros ennegrecidos ,

parcialmente recubiertos con una finísima capa de cal que

hacía ya tiempo había perdido toda su blancura. Ahora

surgía en manchones a veces grises, a veces beiges.

Todavía era joven para ser abad por lo que decidió

emprender una labor que diera la gloria merecida a Saint-

Denis. Construir una nueva iglesia. Había oído hablar de

los maravillosos edificios en piedra que se estaban

construyendo en Normandía. Y pensó que un viaje por las

tierras normandas del señorío de Saint-Denis era una excusa

estupenda para ponerse en marcha y ver con sus propios ojos

cómo eran aquellas edificaciones. Estuvo en Jumièges,

después se acercó a Caen, donde fue bien acogido por sus

hermanos benedictinos si bien era propiedad del rey de

Inglaterra, fiero enemigo de su patrono el rey de Francia.

Después viajó, avisado por sus hermanos a la abadía de

Lessay, y allí quedó cautivado por el nuevo estilo. Jamás

había visto algo tan magnífico. Inmediatamente pidió ver al

maestro de obra, un maestro de origen inglés, hombre de

edad madura ( le echó unos cuarenta años), el pelo y barba

canosos, más bien alto, piel clara, casi trasparente pensó,

y ojos de un azul grisáceo. Estaba acompañado de un grupo

de maestros canteros (maçons) que le acompañaron desde las

lejanas tierras del norte de Inglaterra, de Nothumbria.

Todavía no había olvidado la altura de la nave principal,

con una arcada de arcos de medio punto que la separaba de

las naves laterales y una tribuna sobre éstas, abierta al

espacio de la nave central por una galería de ventanas

geminadas. Encima todavía se podían ver en el arranque de

la bóveda los enormes ventanales que iluminaban la nave

central. Era deslumbrante. Nunca había visto un espacio tan

lleno de luz. Además vio con una mezcla de admiración y

sorpresa las bóvedas que habían levantado estos maestros

canteros en la cabecera, ya consagrada. No tenían la forma

de túnel acostumbrada, sino que desde los pilares que

separaban los tramos de bóveda salían unos arcos que se

cruzaban en el centro de la bóveda, trazando cuatro

molduras, que llamaban “nervios”. Aquello le llamó

poderosamente la atención. Así que no tuvo más remedio que

preguntar al maestro de obra que significaba aquello. La

respuesta le dejó más atónito si cabe. Esos nervios

permitían trasladar todo el empuje de la bóveda hacia los

pilares, por lo que se podían abrir los muros, que ya no

sujetaban nada, con ventanales más amplios, tal y como los

había admirado.

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Lo peor, recordaba ahora, vino después. La comunidad de

monjes de Lessay se encontraban atónitos mientras

escuchaban las explicaciones del maestro de obra. Tenía que

partir a otra construcción dejando a uno de sus

colaboradores la terminación de la iglesia. El padre prior

se preguntaba qué era lo que había hecho mal: le había

pagado todas las cantidades acordadas, le había permitido

utilizar la madera del bosque contiguo al monasterio para

construir alojamientos, para él y sus trabajadores. Incluso

hizo la vista gorda cuando los canteros casados trajeron a

sus esposas e hijos a vivir dentro del recinto amurallado.

Incluso durante los años que habían permanecido los

constructores ya habían nacido varios niños que ahora

alegraban la pequeña aldea de constructores. Por lo tanto,

no entendía porque partía de inmediato con un grupo tan

numeroso de canteros. Sí que era verdad que la cabecera

estaba terminada, pero la bóveda de la nave principal aún

no se había levantado, y siempre le habían asegurado que

era la parte más arriesgada. Suger recordaba después que

pronto descubrió el Prior de Lessay que los canteros no

regresaban a su Inglaterra natal sino que se adentraban en

Francia. Suger tuvo que reconocer ante un emisario del

prior de Lessay que había contratado a los constructores

prometiéndoles un sueldo y dádivas muy superiores a lo que

recibían en la abadía normanda. Todavía recordaba el

reproche del legado: cómo era posible que un hombre al que

se le presuponía piedad cristiana como al abad de Saint-

Denis contrataba constructores a espaldas de sus hermanos,

y sin siquiera consulta previa. Suger sabía perfectamente

que si lo hubiera hecho así le habrían dado un elegante no

por respuesta, y le hubieran recordado que aún quedaban

entre diez o quince años de construcción, que para entonces

podría disponer de ellos. Y después le apuntarían qué son

diez años en la obra de Dios. “Un mundo” pensó Suger. Y

Saint-Denis, y él mismo, no podían esperar más...

Así podía haber empezado la novela que todavía no se ha escrito sobre la

construcción de uno de los edificios más singulares de la historia del arte. Sí que

se ha valorado desde hace algún tiempo la inmensa figura de Suger, el abad de

Saint-Denis, que por propia voluntad transformó de tal modo los usos

constructivos del románico normando, que acabó por inventar o descubrir lo que

venimos llamando gótico.

Suger supo recoger aquellos elementos dispersos que ensayaban en

varios edificios algunos de los maestros de obras más importantes de aquel

tiempo. Combinó de tal modo diversas tradiciones artísticas que condujeron al

nacimiento de una nueva arquitectura. Él personalmente decidió aumentar el

tamaño de los ventanales, y la posterior decoración con vidrieras pintadas con

colores intensos. Casi se puede asegurar que ordenó adoptar la bóveda de

crucería y el arco apuntado, y se preocupó hasta el más nimio detalle de las

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labores de construcción de la cabecera radial, único fragmento que llegó a ver

terminado en vida, y que aún hoy nos deslumbra en su elegante sencillez, a pesar

de ser reconstrucción posterior.

En el nacimiento del gótico destaca también otro factor. Si bien Saint-

Denis era un monasterio, no se hallaba realmente alejado del incipiente y

próspero mundo urbano que resurge en la Baja Edad Media en toda Europa. Este

fenómeno anda íntimamente asociado al nuevo estilo. Ya no vemos florecer

monasterios en los confines del mundo civilizado, en medio de un espeso

bosque, donde se refugiaban los monjes en su afán por apartarse. Ahora el

edificio emblemático es la catedral, la sede del obispo o arzobispo, que gobierna

en su diócesis desde una ciudad, villa o aldea, como un señor feudal más, con su

propio castillo, su jurisdicción y su propia administración. En realidad,

transformadas en sedes episcopales, habían sobrevivido durante la Alta Edad

Media numerosas ciudades cuyo origen arrancaba en la época romana.

Y Saint-Denis no estaba muy alejada de París, la capital de Francia (hoy

es un barrio), y era lugar de enterramiento de los reyes de Francia. Su

consagración en el 1144 debió de ser un acontecimiento de imborrable recuerdo

en la imaginación popular. Toda Francia, y Europa, vieron elevarse un número

cada vez mayor de iglesias-catedrales. Las nacientes urbes medievales

rivalizaron entre sí durante un periodo de dos siglos por construir la más grande,

o la más alta, o la más espaciosa, o la más luminosa de las iglesias posibles. Fue

una auténtica explosión de genio artístico vinculado a la construcción de grandes

espacios sagrados.

Nada hubiera sido tal y como fue sin el empuje ascendente de la naciente

burguesía, formada por comerciantes y artesanos. Los gremios, en la

construcción de las catedrales, a cambio de una capilla, de indulgencias o bulas,

contribuyeron de modo decisivo a la financiación de estos grandes edificios, en

algunos de ellos siendo incluso más importantes como mecenas que la propia

Iglesia o que la Nobleza feudal.

De hecho, un fenómeno propio de los últimos siglos del gótico será la

extensión de las estructuras monumentales del gótico a edificios civiles como

ayuntamientos, lonjas de comercio, atarazanas o palacios.

Otro factor sociopolítico en el desarrollo y evolución del gótico lo

constituye el creciente poder de la monarquía y la extensión de su poder a los

territorios bajo su gobierno directo. Casi todas las grandes catedrales francesas

del siglo XIII, y gran parte de las castellanas e inglesas, están más o menos

directamente vinculadas al mecenazgo de los reyes: unas veces como

fundaciones reales, otras como patronazgos, y otras como encargos directos. Los

monarcas impulsaron decisivamente la construcción en sus señoríos de estas

catedrales, símbolo de su poder y su fuerza, frente a una nobleza, la mayor parte

de las veces levantisca y conservadora, que mantenía todavía sus enormes

prerrogativas feudales y que podían ser en cualquier momento un segundo poder

dentro del mismísimo país.

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¿ Que elementos lo impulsaron? Dos: la bóveda de crucería y el arco

ojival o apuntado. La combinación de ambas dio origen al nuevo estilo, y por

supuesto, el desarrollo lógico de una arquitectura basada en esos dos elementos.

Ni que decir tiene que tanto el arco apuntado como la bóveda de crucería

plantearon nuevos problemas que trajeron como consecuencia cambios formales

decisivos. Empecemos por el arco.

1. El Arco: Los romanos legaron al medievo el arco de medio punto. Formado

por una sucesión de sillares con caras acombadas, llamadas dovelas, sin duda

fue el arco que sirvió para la erección de los principales edificios romanos. Tenía

la ventaja con su forma de medio círculo de poder sostener grandes techumbres,

bien de madera bien abovedadas. Ahora bien, la presión ejercida por los

elementos sustentados tendía a ejercer un empuje que abría el arco hacia fuera,

de ahí que fuese menester reforzar paredes, columnas y pilares con grandes

contrafuertes o muros suficientemente recios. En los siglos XI y XII apareció el nuevo arco, si bien todavía no se ha

determinado su lugar de origen. Unos creen que nace en la India, llegando a

occidente a través del arte islámico; otros lo ubican en Armenia; y finalmente,

hay quien considera que el arco es original de Persia, y por lo tanto, un elemento

propiamente islámico. Como quiera que la discusión sigue abierta lo que parece

a todas luces evidente es el hecho de que a finales del siglo XI aparecen éstos, y

que se van a generalizar durante el siglo XII.

¿ Qué ventaja se le suponía al arco apuntado? El arco apuntado permite aligerar

el peso hacia abajo, en dirección al suelo; por lo que si el arquitecto era capaz de

erigir pilares lo suficientemente sólidos, el arco permitía abordar espacios más

anchos y más altos. Realmente el arco apuntado ya se había extendido en las

últimas fases del románico. Un buen ejemplo de su uso sistemático lo tenemos

en el crucero de Cluny o en algunas abadías cistercienses de mediados del siglo

XII.

El arco gótico no va a evolucionar de modo decisivo. Los arcos perpiaños o

fajones, así como los formeros suelen construirse muy apuntados y peraltados.

El resto de arcos que decoran preferentemente vanos, galerías o muros suelen ser

más abombados.

Como novedad se introduce en el siglo XV en algunas manifestaciones del

gótico flamígero dos nuevos arcos: el arco conopial y el arco carpanel.

Arco carpanel Arco conopial

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Ambos arcos servían fundamentalmente para decorar sepulcros, retablos y

vanos, si bien el primero de ellos también se utilizó abundantemente en claustros

y edificaciones civiles.

2. La Bóveda: Frente a las bóvedas propias de la Alta Edad Media, todas ellas

de origen romano (las bóvedas de horno, de cañón o de arista), la bóveda gótica

presentaba numerosas novedades y por tanto una novedad de la arquitectura

medieval.

Al igual que con el arco tenemos que su origen es en parte poco conocido.

Cualquier especulación tiene que partir de que las bóvedas de crucería surgen

como respuesta a necesidades estructurales en los edificios normandos. Los

numerosos días nublados o de poca luminosidad de Gran Bretaña obligaban a

introducir ventanales en la nave principal, lo que implicaba una cubrición con

techumbres de madera. Parece ser que los incendios eran frecuentes, así que el

ingenio del arquitecto normando tuvo que buscar soluciones en piedra para la

cubrición de las naves con ventanales abiertos al espacio central. Quizá la

primera fábrica documentada en el que se usa la bóveda de crucería sea la

catedral de Durham. A fines del siglo XII y principios del XIII se generalizó en

los edificios a ambos lados del reino angevino (en Francia van a destacar los

edificios de Caen, y las abadías de Lessay y Jumièges).

Alzado de la Trinidad de Caen (Francia), donde se ve el arranque de las bóvedas

de crucería

Otros autores sostienen que la bóveda de crucería fue inspirada por

construcciones islámicas. Por ejemplo, en occidente tenemos la bóveda

califal cordobesa que ya en el siglo VIII hacía uso de nervios para

reforzar la cubierta. De hecho, en España es un hecho que ésta se vino

utilizando en un buen número de edificios cristianos desde el siglo X,

muchos de los cuales se encontraban dentro del Camino de Santiago. La

mayor objeción al origen islámico de la bóveda gótica estriba en que los

árabes las concibieron para cubrir espacios centralizados, de ahí que en

las iglesias cristianas se insertaba o bien en el crucero o bien en iglesias

de planta centralizada como la ermita de Torres del Río (Navarra). A ello

hay que sumar que los nervios no se cruzaban en una clave, en el centro

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sino que interseccionan a la altura de un tercio del nervio contiguo,

dejando la parte central abierta.

Bóveda de crucería

La bóveda de crucería

gótica está compuesta de cuatro arcos,

siempre apuntados, desde cuyas

esquinas arrancan los cuatro nervios

que se cruzan en un punto o clave en el

centro. Realmente son dos arcos que se

cruzan y que sirven para conducir el

peso del plemento a las esquinas, entre

los arcos fajones y formeros, de modo

que todo el peso se descarga sobre los

pilares. El plemento es quebrado por

efecto de los arcos ojivales y el muro pierde su función estructural ya que

no es necesario reforzar los arcos con un relleno de cantería. Ese es el

gran invento del gótico: abrir vanos suficientemente grandes como para

permitir el desarrollo y extensión de los grandes ventanales con vidriera.

La primera bóveda crucería gótica fue sexpartita, es decir, la atravesaban

seis nervios, de modo que en medio de la bóveda existía un arco paralelo

a los fajones.

Bóveda sexpartita Bóveda de tercelete

La bóveda sexpartita se dio fundamentalmente en el gótico inicial del

siglo XII de Normandía y de la región de París (los mejores ejemplos

serían las bóvedas de la catedral de Laon y las bóvedas de la nave

principal, hasta el crucero, de Notre-Dame de París).

Desde el inicio del abovedamiento de las grandes catedrales clásicas del

siglo XIII se impuso la bóveda cuatripartita clásica (p.ej. Chartres,

Amiens, Reims, Colonia, Canterbury, León, Toledo,…). A veces la

bóveda cuatripartita será atravesada con un nervio de carácter decorativo

paralelo al eje de la nave central. Ese es el caso en Francia de Bourges y

en España, de Burgos.

A fines del siglo XIV se impone una estética basada en una decoración

que enmascara cualquier elemento estructural del edificio. Así las

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bóvedas son decoradas con nervios que le dan una vistosidad y un diseño

original en cada una de los tramos. Se denominan bóvedas de tercelete

(llamadas así porque arrancan de cada esquina al menos tres nervios). Se

trata de una característica del gótico flamígero.

Finalmente, conviene destacar la singularidad del caso inglés desde el

siglo XIV, en el llamado Gótico perpendicular, estilo en el que aparece

una nueva estructura abovedada aparatosa y “barroca”: la bóveda de

abanico. Constituida por cuatro conos en cada una de las esquinas y de

los que nacen una multitud de pequeños nervios que se juntan en la clave,

constituida por un rombo de lados curvos formado por los conos. En

Inglaterra existen magníficos ejemplares de esta deslumbrante

arquitectura (King’s College de Cambridge, catedral de Gloucester,…).

Otros elementos formales de la arquitectura gótica:

1. El pilar:

Mientras que en el románico se impuso el pilar cruciforme con cuatro

columnas adosadas a cada cara del pilar, en el gótico con la proliferación

de columnas para soportar no sólo los arcos doblados sino también los

nervios de la bóveda se inventa el pilar fasciculado formado por un haz

de baquetones o delgadísimas columnas, unidas generalmente por un

friso que engloba a todos los capiteles. Sus primeras manifestaciones se

dieron en el crucero (p. Ej. Chartres), para luego extenderse al conjunto

del edificio.

En el gótico inicial se ensayaron, de todos modos, otras soluciones

alternativas: unas veces, una columna muy gruesa de cuyo capitel

arrancaban todos los arcos fajones, formeros y nervios; otras, el pilar

cruciforme con columnas acodilladas, esquema habitual del

tardorrománico, sólo que aquí la columna acodillada sujeta un nervio y

no el comienzo del arco doblado.

Sección de pilar fasciculado de Saint-Denis Capiteles de un pilar fasciculado (Reims)

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2. Los vanos:

A medida que los arquitectos del gótico ganaron en maestría y confianza

en los nuevos sistemas comenzaron a valorar nuevas posibilidades como,

por ejemplo, la eliminación de muros. La nueva bóveda al descargar el

peso en los pilares permitía abrir grandes vanos debajo de los arcos.

Lógicamente esta posibilidad se fue introduciendo paulatinamente.

De hecho, en el gótico inicial la mayoría de ventanas aún eran

abocinadas, es decir se abrían en el muro que se construía para colmar los

arcos. Desde finales del siglo (quizá en el primer edificio donde se vieron

las posibilidades del gran ventanal fue Chartres) se empieza a construir el

ventanal de otro modo. Nace la ventana de tracería.

A partir de ahora los grandes ventanales son labor de canteros

especializados. A estos se les deja el hueco del arco vacío y ellos lo van a

rellenar con una ventana que se ajusta a la altura y anchura propuesta con

la diferencia de que ahora trazan, diseñan una ventana con complicados

dibujos geométricos. Generalmente lo hacían primero en pergamino, y

luego con un sistema de medidas adecuado lo trasponían al suelo, junto a

la naciente construcción, al tamaño real. Cuando tenían dibujada la

ventana, el dibujo era cubierto paulatinamente con sillares perfectamente

tallados que exigían a los mejores y más dotados maestros canteros. No

hubo límite a la complicación de ventanales y rosetones, ya que cuando

la ventana había sido tallada se levantaba piedra a piedra y se trasponía

en el lugar correspondiente de la catedral cuando los muros habían

alcanzado la altura necesaria.

Para el ventanal se retomó la ventana geminada que en el románico se

venía utilizando en las galerías y en las torres. En el gótico los

arquitectos aumentan el número de maineles y complican los dibujos

decorativos en el arco con óculos con formas treboladas, elementos

flameados, ... También se seguirán utilizando en los claustros.

Interior de la catedral de Gloucester

El efecto conseguido con algunas de estas

ventanas decoradas con vitrales va a ser

espléndido.

Otro buen ejemplo de la aplicación de las

nuevas técnicas lo tenemos en la portada

gótica que deriva claramente de modelos

románicos buscando, eso sí, una mayor

autonomía entre elementos arquitectónicos

y escultóricos.

La portada sigue componiéndose con una

puerta dividida por el parteluz y jalonada

por jambas con decoración escultórica; por

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encima de la puerta tenemos el dintel y el tímpano, a veces dividido en

bandas con escenas. Encima presenta las arquivoltas con decoración

escultórica siguiendo el sentido de las molduras; las arquivoltas son

recogidas por el gablete. Las esculturas están cubiertas por los doseles.

Portada gótica

3. Las plantas:

a) Planta de cruz latina:

Deriva de los modelos románicos de las

iglesias de peregrinación. En origen

durante los dos primeros siglos del gótico

casi todas se construyeron siguiendo el

esquema siguiente: cabecera radial con

girola y capillas, muy desarrollada frente a

sus precedentes e intensificando la

integración de las capillas en la cabecera;

la nave central muy amplia e iluminada por

amplios ventanales en detrimento de las

naves laterales; amplio transepto, a veces con tres naves y con portadas

semejantes a la fachada occidental principal.

En alzado todas estas naves se reflejaron en la necesidad de liberar el

espacio para los grandes ventanales que iluminaban la nave central. La

solución vino a través del uso de arbotantes por encima del tejado de las

naves laterales y que descargaban el peso de la bóveda de la nave central en

los contrafuertes asentados en los muros de las naves laterales. Las capillas

se ubicaron principalmente en la cabecera radial, si bien en siglos

posteriores se añadieron capillas entre contrafuertes (como la catedral de

París o la catedral de Toledo).

Alzado de una catedral de planta de cruz latina Alzado de planta de salón

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b) Planta de salón:

A partir del siglo XIV se extiende por toda Europa una nueva tipología de

templo. Con interiores mucho más espaciosos y en los que se da prioridad a

la igualdad de las alturas de las naves. En planta suelen suprimir el transepto

o al menos sólo queda trazado por un tramo algo más ancho que el resto. Las

capillas se extienden por todo el muro, hasta los pies de la iglesia. Y

finalmente en alzado, como podemos ver en la lámina el arquitecto tiende a

igualar la altura de las naves, y por tanto, los contrafuertes quedan unidos a

los muros de la nave lateral, sin arbotantes. Esta tipología se extendió

primero entre los países mediterráneos: sur de Francia (catedral de Albi),

Cataluña (Santa María del Mar, catedral de Gerona,...), sur de Alemania

(Munich, Nuremberg), Austria (San Esteban de Viena). En Alemania

incluso tuvieron una denominación propia debido a su extensión geográfica

y número: hallenkirche.

En Alemania algunas de estas iglesias con planta de salón se disponen en

plantas centralizadas, tipología escasa e infrecuente durante el Gótico (p. ej.

Nuestra Señora de Tréveris).

Generalmente estas iglesias fueron suprimiendo las naves laterales; de ahí,

que en el siglo XV proliferen las iglesias con nave única y capillas adosadas,

iglesias vinculadas en numerosas ocasiones a las órdenes religiosas

mendicantes, franciscanos y dominicos, en las que era esencial dentro de la

ceremonia de la misa la prédica del sacerdote desde el púlpito; con esta

tipología se permitía que todos los asistentes tuvieran una mayor visibilidad

del presbiterio donde se oficiaba.

4. Los alzados:

Variaron considerablemente a lo largo de los siglos. Ahora bien existe una

idea invariable, la de que la arquitectura debía buscar una diafanidad cada

vez mayor, suprimiendo los pisos intermedios entre el muro exterior y los

ventanales. Los arcos formeros o arquerías de separación de naves o las

capillas son el indispensable primer piso de cada edificio gótico. El otro piso

insustituible es la zona de ventanales.

Las primeras catedrales se levantaron con cuatro pisos: los arcos formeros o

arquerías, la tribuna, el triforio y los ventanales o claristorio. A este alzado

se le denomina alzado cuatripartito y es propio de algunas catedrales del

gótico inicial (en especial de la región de Normandía como por ejemplo las

catedrales de Laon y Noyon).

Desde fines del siglo XII se instituye el alzado habitual del gótico: el alzado

tripartito. Dividido en tres pisos: arquería, triforio y ventanales.

Dentro de este modelo hay que distinguir dos variantes aquellos que

presentan el triforio ciego y los que presentan el triforio calado. Los

primeros son propios de la primera mitad del siglo XII; desde la segunda

mitad del siglo se impone la segunda solución.

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Planta de una catedral gótica Alzado de una catedral

D

e

s

d

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s

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Desde el siglo XIV se empieza a utilizar un

nuevo alzado: el alzado bipartito, en el

cual permanecen exclusivamente las

arquerías y el claristorio, suprimiendo por

tanto el triforio.

Los dos modelos de triforio

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5. Los contrafuertes:

Como ya hemos dicho el gran invento del gótico fue el uso de arbotantes que

llevaban el empuje de la bóveda de la nave central a los contrafuertes que se habían

añadido a los muros de las naves laterales. Los primeros fueron los de Chartres , de

fines del siglo XII: Si bien los arbotantes ya existían, nunca hasta Chartres se

dejaron al exterior, descubiertos y como un elemento más de la fisonomía del

edificio. Ello supuso la incorporación de los grandes ventanales a la altura de la

nave central.

Contrafuertes y arbotantes de

Chartres

Generalmente el contrafuerte era rematado por un

elemento arquitectónico con forma apuntada: los

famosos pináculos, muchos de ellos decorados con

esculturas cobijadas por doseles.

En las plantas de salón se suprime la iluminación directa

sobre la nave principal, al aumentar la altura de las naves

laterales. Las ventanas tampoco suelen tener las

dimensiones que ofrecen los edificios hermanos del norte

europeo. Como consecuencia de todo ello los muros

predominan sobre los vanos en la conformación del

exterior e incluso del interior. Estas iglesias solían ser

concebidas en lugares donde no había problemas con la

iluminación debido a que estaban situados en las zonas más meridionales y con

mayor luminosidad. Los contrafuertes se acoplan a lo largo de toda la altura del

muro y así nos encontramos con unos enormes contrafuertes unidos a los muros de

la iglesia. La apariencia exterior es la de un castillo o fortaleza como por ejemplo la

catedral de Albi, en la Provenza francesa.

6. Etapas y cronología:

La cronología y las etapas que presento en el cuadro son las correspondientes al caso

francés; en el resto de los países llegó un poco más tarde el nuevo estilo y habría que

retrasar las fechas según los casos. Así por ejemplo, Castilla es la región donde

recaló antes el nuevo estilo fuera de Francia, con unos veinte años de diferencia, a

quien cree que incluso en menos tiempo; casi simultáneamente llega a Inglaterra y a

la cuenca del Ruhr (Alemania). Así las grandes catedrales del gótico gentil francesas

se inician en los últimos años del siglo XII y la primera década del siglo XIII;

mientras tanto, las primeras construcciones castellanas son de la década de 1220, los

primeros ejemplos ingleses de 1220-30 y los alemanes, de 1230-40.

Page 15: Arquitectura Gótica Gótica-I.pdf · Arquitectura Gótica Girola gótica (Dibujo según Villard de Honnecourt) El día se levantó claro. Pronto el sol empezó a bañar los trigales

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Etapas y cronología del Gótico francés

Gótico inicial Segunda mitad del siglo XII

Gótico gentil 1ª mitad del siglo XIII

Gótico radiante 2ª mitad del siglo XIII-1ª mitad del siglo XIV

Gótico flamígero 2ª mitad del siglo XIV-Siglo XV