Arrupe Pedro Aqui Me Tienes Senor

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Ejercicios Espirituales . (1965)

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Pedro Arrupe, S.J.

AQUÍ ME TIENES, SEÑOR Apuntes de sus Ejercicios Espirituales

(1965)

Introducción, transcripción y notas de Ignacio Iglesias, S.J.

Ediciones i Mensajero

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Sumario

Prólogo (Isidro González Modroño, S.J.) 9

Introducción (P. Ignacio Iglesias) 13

Características de la presente edición 39

Ex. Sp. 1965 Roma (P. Pedro Arrape) 43

Notas 97

Anexos

(Documentación del 7 mayo al 8 diciembre 1965) 111

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Prólogo

En febrero del presente año 2002 se cerraba la celebración, acordada por muchas Provincias de la Compañía de Jesús, del «año Arrupc». Con esa celebración se pretendía impulsar la vi­talidad y vigencia entre nosotros del legado del P. Arrupe, un legado que afecta de manera determinante a nuestra manera de entender hoy aspectos clave de la espiritualidad ignaciana y en particular a nuestro modo de entendernos como jesuítas.

Estamos convencidos de que la herencia del P. Arrupe no es algo que pertenece solamente a la Historia como algo pa­sado. Percibimos cada día con más nitidez que su fuerza per­vive entre nosotros, re-generando dinámicas de apertura a Dios, de compromiso con la Historia, de visión mística del mundo, de pertenencia eclesial, de estilo y «modo nuestro de proceder». Más aún, estamos convencidos de que los aportes recibidos de este «profeta» (en el sentido en el que el P. Igle­sias le aplica este término en la introducción) no han termi­nado de desarrollar su potencialidad interna, y que actual­mente, en un momento de liderazgo más sapiencial en la Compañía y en la lectura de la espiritualidad ignaciana, po­demos empezar a entender y enmarcar en una visión más completa y significativa. A medida que avance el tiempo creemos que se comprenderá mejor su significado para la

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Compañía y para la Iglesia toda; y sin duda se desarrollarán y adquirirán entidad muchas de sus intuiciones imposibles de encajar en el momento histórico que le tocó vivir, y que só­lo con el tiempo y el avance necesario de la vida religiosa y de la espiritualidad ignaciana encontrarán posibilidades de sig­nificación más plena.

Aún siendo verdad lo dicho sobre los aportes de Arrupe, más que su magisterio carismático y el valor de los docu­mentos que entregó a la Compañía y a la Iglesia, su persona misma es la principal riqueza que nos dejó. Arrupe vivió con todo su ser un proceso de síntesis y reelaboración que trans­ciende los contenidos de sus documentos. Su experiencia per­sonal es el lugar hermenéutico necesario para entender mu­chas de sus intuiciones y su obra en general. En este sentido el texto que ahora se publica es una aportación muy valiosa para entenderle desde dentro, en su libertad espiritual, en su lealtad de seguidor y discípulo, en su apertura a cambiar des­de la experiencia de Dios su manera de ver la realiciad y el mundo. Sólo desde su gran libertad de discípulo fiel pudo y tuvo que pasar de una visión de la Compañía forjada en la formación clásica que le tocó recibir a una visión renovada y reformulada con una profunda coherencia espiritual. Su pro­ceso es un ejemplo claro de «fidelidad creativa» y requiere de todos nosotros un esfuerzo de desarrollo y consolidación.

El texto que sigue no es exactamente un libro. No hay con­tinuidad narrativa, ni hay una estructuración temática de pensamientos sueltos, etc. Sin embargo vemos ahí el proceso duro y difícil de un hombre recién nombrado general de los jesuitas que intenta descubrir la Voluntad de Dios como crite­rio único para encuadrar su misión. Y vemos también cómo sus impulsos espirituales se debaten entre categorías más clá­sicas, propias de su formación histórica, y la necesidad de una reformulación que mantenga la fidelidad real y la capa­cidad de ser significativas cultural y existencialmente.

Con desigualdad, como ocurre en todo proceso espiritual, hay momentos en los que se atisba con fuerza los primeros pa­sos de un hombre con corazón de místico que acaba de ser nombrado general, y se pregunta por su misión, por lo que de­be hacer desde el encargo que acaba de recibir. Hay otros mo-

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montos en los que se perciben los estancamientos, las dificulta­des para avanzar. Los entusiasmos y los frenazos forman parte de un proceso profundamente significativo en el que Arrupe va dejando que, en Presencia de Dios, con una profunda ho­nestidad y apertura espiritual, discerniendo constantemente, se vaya rehaciendo en su intimidad más profunda la concien­cia de ser enviado y las categorías en que concretarlo en ese momento.

En la introducción se dice, y con razón, que no hay que forzar un paralelo entre el presente escrito de Arrupe y el dia­rio espiritual de Ignacio de Loyola. Pero es evidente que tie­nen algunos puntos en común. En los dos casos vemos el afán de ambos por no dejar escapar, insistiendo casi hasta el exce­so, lo que Dios les esté queriendo decir. El afán de buscarle en todo y desde todos los ángulos, explorando posibilidades ca­da uno desde su estilo, pero coincidiendo en su disponibili­dad para dejarse conducir por las mociones que en este con­texto de profunda búsqueda espiritual van sintiendo. Es claro, por otra parte, que el escrito del P Arrupe se centra en los ecos que, resonando desde varios niveles, se provocan por la dinámica de los Ejercicios y por la novedad de la misión apenas recibida: esto marca una diferencia fundamental con el diario ignaciano.

La lectura de este texto requiere en mi opinión un conoci­miento previo de la persona y escritos de Arrupe ( también en esto hay cierta similitud con el diario de Ignacio de Loyo­la). Aunque no es una agenda de notas sueltas, el texto remi­te a un contexto que es determinante para dar cierto sentido a la lectura. Es lo que se ha pretendido facilitar con algunas de las notas que se han añadido y con la cuidada introducción elaborada por el P. Ignacio Iglesias. Por eso mismo, el lector no debe buscar una lectura espiritual fácil en este texto: remi­te a un misterio en acción, que necesita para su comprensión más honda de datos que sólo están fuera del libro.

Arrupe -de eso estamos seguros- no precisa que nos es­forcemos en mantener vivo su recuerdo y su legado. El valor de su vida y de su obra no necesitan apologías. Pero nosotros si necesitamos profundizar en su experiencia personal y en la elaboración de la misma que acertó a transmitir a la Compa-

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nía y a la Iglesia. Lo necesitamos para crecer en una dinámica de adaptación del Carisma ignaciano que desde que él lo pu­so en marcha continvía vivo entre nosotros y requiere una li­bertad y fidelidad creativa que encuentran en él un maestro irrepetible.

ISIDRO GONZÁLEZ MODROÑO, S.J.

Provincial de España

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Introducción

El nombre y la personalidad de Pedro Arrape son mun-dialmente conocidos y ampliamente reconocidos. Al menos por sus ideas, sus textos, sus obras, sus intuiciones y buena parte de sus aventuras apostólicas. Las propias y las que im­pulsó en la Iglesia y -dentro de ella- en la vida religiosa, en la Compañía, en los laicos. Pero va empezando a interesar cada vez más, y a darse a conocer, su mundo interior, la raíz que dio vida a sus ideas y a sus obras.

Se le ha llamado miles de veces «profeta». Lo fue. Pero for­mado en la escuela de todos los profetas, que Juan Pablo II, treinta años después, describió así: «La verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Pa­labra en las diversas circunstancias de la historia. El profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y, tras haber acogido la palabra en el diálogo de la oración, la proclama con la vi­da, con los labios y con los hechos, haciéndose portavoz de Dios con­tra el mal y contra el pecado»1.

Se le ha admirado como líder apostólico, emprendedor au­daz... Pero su liderazgo es el de un servidor, «hombre para los demás», convencido de que no es a sí mismo a quien tiene que

Vida Consagrada, 84.

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atraer a nadie, sino a Jesucristo el Señor, haciéndose servidor de todos por amor a Jesús (2 Cor 4, 5).

Los primeros intentos de bucear en ese mundo interior -como, por el momento, no puede ser de otra manera- parten de sus escritos y de sus intervenciones. No es ciertamente fá­cil, aunque es posible, explorar su camino interior desandán­dolo, corriente arriba, a partir de sus textos, inspiradores y operativos, y desde testimonios ajenos, hasta el manantial. Hoy, en cambio, se nos ofrece la oportunidad de asomarnos, de forma más directa, a un tramo de ese camino, siquiera sea por una ventanita. Su sucesor como general de la Compañía de Jesús, el P. Peter-Hans Kolvenbach, ha autorizado el acce­so a unas pocas páginas autógrafas, personales, de Arrupe y la publicación de las mismas.

Es lo que el lector tiene delante. Se trata de páginas íntimas, apuntes para sí mismo, en las que deja constancia apresurada del Dios que pasa y de lo que se va removiendo en él a su pa­so. Las escribió durante sus primeros Ejercicios Espirituales co­mo general, poco más de dos meses después de elegido y sólo doce días después de que la Congregación General que le eli­gió tomara la decisión inspirada de abrirse a sí misma un pa­réntesis (inter-sesión) de catorce meses (15 julio 1965 - 8 sep­tiembre 1966). En ese tiempo terminaría el Concilio Vaticano II (8 diciembre 1965). Demasiado viento del Espíritu. Para reco­gerlo todavía fresco, se hacía necesaria una segunda sesión.

Páginas que reflejan, mejor que ningún otro documento ni testimonio conocido hasta ahora, el miedo de los viejos pro­fetas, con el que Arrupe recibe su misión, pero, al mismo tiempo, la confianza total en Dios, con que la acoge, y la hu­milde familiaridad con El con que se dispone a vivirla. «En El sólo... la esperanza» -tomado de Ignacio de Loyola- habría de ser más tarde el título y el hilo conductor de una selección de textos suyos2.

Pero Arrupe, como Ignacio de Loyola, entiende la confian­za por entero, como un arriesgarse en Dios desde lo hondo de

2 ARRUPti, Pedro, S.J, En El sólo... la esperanza». Selección de textos sobre el Corazón de Cristo. Prólogo de Karl Rahner. Roma, Secretariado General del Apostolado de la Oración, 1982, p. 195.

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su yo, un empezar a buscar en lo nuevo y lo desconocido que se le pone delante, y un aventurarse en ello «con todo su co­razón y con toda su alma» (Dt 10, 12). Caminos nunca holla­dos por quien llevaba sobre sus piernas recorridos, en todas las direcciones, miles de kilómetros misioneros.

Contexto histórico del documento

Cuando Arrupe llegó a Roma a mediados de marzo del 1965, lo hizo, como sería su estilo después, ya de superior ge­neral, con lo imprescindible, casi con lo puesto, y con su bi­llete abierto de regreso a Japón.

A una religiosa de Perú, colaboradora suya en favor de la misión del Japón, le escribía poco antes (13 febrero 1965) agradeciéndole «lo que hace y quiere hacer por nosotros», con­tándole el envío de dos padres del Japón al Perú, uno de ellos para «encargarse de la obra de los japoneses en Lima» y despi­diéndose de ella con estas palabras: «Le agradeceré muchísimo si me encomienda de una manera especial durante tni estancia en Roma en la Congregación General, donde tenemos que tratar asun­tos de tantísima importancia para toda la Compañía de Jesús en el mundo y, por lo tanto, de gran repercusión en toda la Iglesia. Rece también por Japón, puesto que nos encontramos ahora en momentos muy interesante(s) de la reorganización de los trabajos, que sepamos enfocar los trabajos de la manera más eficaz posible».

No volvería a reanudar su correspondencia con esta reli­giosa hasta casi ocho años después, el 26 de enero de 1973: «Me habla Vd. de cartas. Ahora vivo bajo un torrente de cartas y con menos tiempo que en el Japón, para poder atender a tantas per­sonas a las que tanto debo y aprecio».

Nada deja entrever en Arrupe sospecha alguna de que su viaje a Roma fuera «ad vitam» y de que no hubiera de regre­sar a su ansiado Japón más que en visita oficial. Ni siquiera el hecho de que fuera miembro de la comisión preparatoria de la Congregación, servicio pedido por el Vicario General, P. Schwain. A principios de marzo, es decir, dos meses antes de iniciarse la Congregación General, escribió desde Tokio a un jesuíta de Japón, entonces en Madrid: «No sé qué podré hacer en

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Roma entre tantas personas ilustres (erai)» -se refería a los otros jesuítas llamados para preparar la Congregación General-, y continuaba: «al menos, podría dedicarme a hacer la limpieza de la casa (soji surtí)».

Ninguno de los participantes en la Congregación General traía enarbolada la bandera de Arrupe como posible candi­dato a general. Sólo ya iniciada la elección empezó a sonar su nombre. No como único e indiscutible. De hecho, la elección no se cerraría en la primera ronda, sino en la tercera. Es pro­bable que algunos empezaran a pensar en él cuando Maurice Giuliani, S.J., asistente entonces de Francia, en la exhortación espiritual previa a la elección, esbozó el perfil de lo que debe­ría ser el general en aquel momento histórico:

«Necesitamos un General que mantenga siempre a la Compañía unida con el mundo, al que ha de llevarse con eficacia la Palabra de salvación. No será suficiente que nuestro General se ocupe de los trabajos nacidos de las necesidades locales y los continúe y prolongue, sino que además su visión ha de estar fija en el bien universal y ha de ayudarnos como compañeros de Jesús a abrazar al mundo entero en su totalidad y a cooperar en la redención de nuestro tiempo».

El historiador de la Compañía, William Bangert, que adu­ce este texto, habría de apostillarlo a continuación: «El hom­bre elegido por la Congregación el 22 de mayo de 1965 se adecuaba al ideal, expuesto por Giuliani, de apertura a las ne­cesidades universales de la Iglesia. En efecto, no ha habido en toda la historia de la Compañía un General que haya llevado al cargo una cantidad de experiencia y de conocimiento del mundo tan grande, como lo ha hecho el P. Arrupe»3.

Sorpresa, pues, y profunda la de Arrupe, cuya historia ha­bía sido ya una cadena de sorpresas, aterrizado ahora desde la altura de la realidad y la pasión de misionero, que le toma­ba la vida, en este nuevo horizonte, no presentido, aunque nunca excluido, desde una disponibilidad, que le familiarizó siempre profundamente con Ignacio de Loyola, que es músi-

3 BANGERT, William V., S.J., Historia de la Compañía de Jesús, Santander, Sal Terrae, 1981, p. 630 (613-614).

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ca de fondo de sus Apuntes de Ejercicios y sobre la que un día habría de escribir a los jesuítas una de sus más importantes cartas4.

Arrupe acaba de vivir esta disponibilidad sobre el fondo de dos guerras: la enésima expulsión de los jesuítas en Espa­ña (1931) y la guerra civil española (1936-39), que le obligan a vivir buena parte de su formación jesuítica como desterrado; y el coletazo final de la 2a Guerra Mundial (Hiroshima), que arrastró detrás de sí la caída del mundo sacral del imperio del Sol Naciente.

Historia sacudida, también internamente, la suya. Comen­zando por el azaroso itinerario de su inquietud misionera, que Dios le enciende muy desde el principio -ya en los Ejer­cicios Espirituales de su primer año de juniorado (1930)-, y que se cruzará durante largos años con otros planes de sus superiores sobre él. Describe así aquellos Ejercicios:

«Me encerré con Cristo en un ambiente, que el profano ignora, equidistante del mundo y de la eternidad... Fue en ese mundo de soledad concentrada, de abandonos humanos y de contactos con Dios, donde dio su primer chispazo mi vocación misionera. No había duda a mis ojos de principiante en el espíritu. Él lo quería y yo llegaría hasta el Japón para poner mi mano en la mancera con que San Francisco Javier había trazado los primeros surcos cris­tianos de aquella lejana tierra. Mi corazonada no era un sueño de juventud, ni un capricho de voluntad veleidosa. Todavía recuerdo con claridad sin sombras el gesto natural y sobrenatural con que el Padre que daba los Ejercicios aprobó mi decisión»5.

Entre ofrecimientos e insistencias de Arrupe y vacilaciones y largas de sus superiores (P. General incluido), que pensaban para él otras misiones, pasan ocho largos años de su forma­ción. De lo que él llama «el proceso de mi vocación», escribi­rá: «No fue una línea recta. Mucho menos un flechazo que en vue­lo franco hizo diana. Oposiciones, dificultades, órdenes terminantes

4 «Carta sobre la disponibilidad», 19 de octubre de 1977, en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Santander, Sal Terrae, 1981, p. 239-246.

5 ARRUPE, Pedro, S.J., Este japón increíble (Memorias del P. Arrupe), Bil­bao, El Siglo de las Misiones, 31965, p. 20.

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en sentido de parecer contrario, y todo ello, porque Dios me quería precisamente aquí, en el Japón». Hasta que un día, «de repente, se me acercó por la espalda, llamándome, pues no me podía alcanzar, el P. Ministro: -Peter! Mail for you!...You are a very important person... A letter from F. General for you... (¡Pedro! ¡Carta pa­ra usted! ¡Es usted una persona muy importante! ¡Carta del P. Ge-neralpara usted!) Nosalía de miasombro... ¿Quésería?... Pitia la capilla: No digo que abrí la carta, porque aquello fue destrozar el so­bre. Leí: Después de considerarlo delante de Dios y tratarlo con su P. Provincial, le he destinado para la Misión del Japón»6.

Era el año 1938. Y empiezan a correr sus veintisiete años en el Japón: operario (1940-1942), maestro de novicios (1942-1954), viceprovincial y primer provincial (1954-1965). Misio­nero siempre. Es como le gustaba que le vieran. Dos días des­pués de elegido general, con fe cargada de nostalgia, saludó, a través de la RAÍ, a los cristianos que había dejado en el Ja­pón: «La distancia no cuenta cuando existe la fe en Dios y el amor fraterno. Permaneceréis siempre dentro de mi corazón. ¡Hasta la vista, pues, y no adiós! Sayonara»7.

Y como misionero se presentó a la Congregación General y a la Compañía dos días después de su elección (24 de ma­yo) y al Papa en su primera visita privada del 31 del mismo mes. Era como se sentía. No es aventurado suponer, cono­ciéndole, que, de haberse realizado la aceptación de su re­nuncia al generalato por la que hubiera sido, en su manda­to, la Congregación General XXXIII, habría propuesto ser enviado a algún otro rincón, escondido, del mundo. Cristia­no despierto -así se le ha descrito-, con las antenas desple­gadas a todo viento del Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8) y lleva (Rom 8, 14) y envía (Jn 20, 21-22). Fue ésta, en definitiva, su aproximación más honda a Ignacio de Loyola, el hombre de la pregunta permanente: ¿Adonde me queréis, Señor, llevar? (...) Me parecía que era guiado» (Diario, 113); «y, ahora, quid agendum?» (Autob. 50); «¿qué debo hacer por Cris­to? (Ejercicios, 53).

6 Ib. p. 31. 7 Entrevista en la Radio TV Italiana, 24 de mayo de 1965.

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Misionero en y desde Roma

Antes de y por encima de profeta o líder espiritual, como se le etiqueta, Arrupe es misionero cien por cien, en el sentido más puro del término. Su obsesión -evangelizar el Japón- se ve truncada, después de veintisiete años, por la misión de animar, movilizar y enviar a un cuerpo misionero, la Compa­ñía de Jesús, con unos primeros síntomas de desgaste y fija­ción, por un lado, y de ruptura y sustitución de esquemas por otro, vividos con inevitable tensión.

En su primer saludo como general a la Compañía (cfr. anexo 2) sorprendió, y sigue sorprendiendo aún hoy, el am­plio espacio central que dedica a esta problemática, la since­ridad con que la plantea y el típico optimismo con que se dispone a afrontarla y anima a la Congregación General a que la afronte.

En su historia, además de las guerras antes mencionadas, reventaron terremotos culturales y sociales de enorme enver­gadura, cuyas sacudidas de asentamiento aún percibimos. Secularización, modernidad, postmodernidad, justicia social, liberación, mundialización, globalización... retumban como truenos en el horizonte cultural y eclesial, asociados a un in­quieto revivir de la fe, que halló su expresión más radiante en el Concilio Vaticano II.

Ninguno de estos fenómenos, como fenómeno humano, resbaló sobre Arrupe. Ni Arrupe pasó de ellos. Al contrario, se sumergió por entero en ellos, parte como realidad humana que está ahí y a la que hay que servir, porque se es enviado a ella, parte oteándola y presintiéndola, porque sigue viniendo, interpretándola, porque es llamada de Dios, y aventurándose en responderla. Es bien reconocida su sensibilidad para ven­tear «el cambio» y su libertad para reaccionar ante él.

Portador, por gracia, de una nueva manera de contem­plar al ser humano, el mundo, y la historia de ambos, su vi­da fue una constante exploración del Dios que los habita, una audacia incansable para arriesgarse con El en ese mun­do y esa historia, un hacer del discernimiento y la experien­cia el cotidiano paso a paso cristiano, un superar el miedo al fracaso humano personal, por haber experimentado su mis-

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teriosa pedagogía... Precisamente porque, arraigado en el Señor, ha podido superar sin desaliento muchas sacudidas personales y ha resultado particularmente dotado para ana­lizar el origen y la importancia de las pruebas que sacuden a otros. Más aún, ha aprendido a afrontarlas desde su ver­tiente más positiva8.

Entre las páginas más ricas y personales de Arrupe hay que señalar las de sus numerosos análisis y diagnósticos so­bre nuestra sociedad, nuestra Iglesia, la vida religiosa, la Compañía... como realidades vivas, sobre el claroscuro de la salvación que se va realizando en todas ellas y la salvación que siguen necesitando. Y es estimulante comprobar hoy, ca­si cuarenta años después, lo certero de muchos de sus análisis y de no pocos de sus pronósticos.

El texto inédito

A este hombre, habituado a sorpresas enormes, entera­mente disponible a Dios por decisión voluntaria desde sus comienzos como jesuíta, no le quedó margen para negarse a la nueva aventura misionera que le confió la Congregación General 31a de la Compañía de Jesús. Al día siguiente de su elección confesaría esta disponibilidad humildemente:

«Al comenzar esta mi primera alocución, las primeras palabras que espontáneamente vienen a los labios, son las del profeta: "A, a, a, Domine Deusl He aquí que no sé hablar" (Jer 1, 6). Expresan bien el sentimiento de mi pequenez, que ahora experimento. Es, sin em­bargo, evidente que la voluntad de Dios lo ha dispuesto así: lo que es mi único consuelo, lo que levanta mi ánimo: "no temas, que yo estoy contigo". Dios que me ha elegido por vuestro medio, me con-

8 «Resulta ya un tópico hablar de "crisis" (de la vida religiosa). Si comien­zo recordándola, es por una curiosidad etimológica. Los japoneses traducen la pa­labra "crisis" con dos caracteres chinos; uno de ellos significa "peligro", "ruina in­minente", y el otro "oportunidad", "break through" apertura hacia adelante... Es precisamente ésta la óptica de cuanto pretendo comunicar con vosotros» («Nue­vos desafíos y oportunidades de la experiencia de Dios en la Vida Religio­sa hoy», conferencia en la IV Semana Nacional de Religiosos, Instituto de Vida Religiosa, Madrid, 12 de abril de 1977), en La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982, p. 667-687 (667).

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cederá la gracia con la que pueda llevar a efecto esta gran obra, que Él ha puesto en mis débiles manos» (anexo 2). Y afirma su com­promiso personal: «En adelante me propondré sólo esto: cumplir lo más exactamente posible la voluntad de Dios que se manifieste o por el Sumo Pontífice o por esta Congregación General, que son mis Superiores» (ib.). Sentimientos centrales, que, desde el co­mienzo, aflorarán por doquier en el texto que presentamos.

Los dos primeros meses, de estreno de misión en pleno trabajo de la Ia sesión de la Congregación (22 mayo -15 julio), no le dejaron apenas respiro para interiorizar lo encomenda­do. El 17 de julio visitó con sus asistentes generales al Papa en audiencia privada. El 22 de julio parte la comunidad de la Curia Generalicia a sus tradicionales vacaciones de verano en Villa-Cavalletti, cerca de Frasead. Arrupe la seguirá dos días después, el 24. Pero ya el 31 celebra la misa de San Ignacio, rodeado de los superiores de Roma en la iglesia del Gesú y ante el altar que contiene los restos del santo. Pasa a conti­nuación a felicitar al hermano cocinero de la Curia, Ignacio Urcola, antes de volver a Villa-Cavalletti. De donde regresa­rá al día siguiente, 1 de agosto, a Roma para comenzar a solas diez días de Ejercicios Espirituales, los primeros como gene­ral de la Compañía.

Desde el lunes, 2 de agosto, al 12, miércoles, mano a mano con Dios, se deja iluminar por Él sobre sí mismo y sobre su nueva misión. Como Ignacio de Loyola con su inseparable li­brillo de apuntes, «que llevaba él muy guardado y con el que iba muy consolado»9, Arrupe lleva consigo un viejo cuaderno escolar (32 x 21) a rayas, ya empezado, del que va desgajando hojas amarillentas, en las que anota, puramente para ayuda de su memoria, el acontecer de Dios a lo largo de esos días (1-11 agosto 1965).

Así nació el texto que por primera vez editamos. Son cin­cuenta y dos páginas, cuarenta y cuatro en hojas dobles, el resto en hojas simples, dos de ellas hijuelas intercaladas. Pá­ginas de letra apretada, nerviosa, de la mano de alguien que quiere registrar muchas cosas, a quien le brotan más rápidas

9 Autobiografía, 18.

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y abundantes las ideas y la planificación de acciones posibles que las palabras.

A ratos se esfuerza por ordenar y sistematizar su pensa­miento. Son los momentos de reflexión y consideración so­segada. Pero cuando se dice a sí mismo -de manera, por lo demás, sobria- en relación con el Señor, las idas y venidas, las repeticiones y una cierta lógica de su corazón, que sor­prende al lector, reflejan, mejor que nada, su ebullición inte­rior. Y entonces la pluma resbala en una grafía, con frecuen­cia, difícilmente descifrable, las palabras quedan a medio terminar, las ideas saltan de una a otra y se van amontonan­do sobre palabras que, a su vez, se van reduciendo a rasgos casi estenográficos.

La resultante es un texto no ordenado y metódico en su conjunto. Se podría decir que son textos diversos, sobre te­mas diversos, escritos a ráfagas, a los que da unidad la cir­cunstancia personal en la que brotan por impulsos interiores muy diversos y un título que los envuelve a todos: Ex. Sp. 1965. Roma (Exercitia Spiritualia, 1965. Roma).

Reproducimos el texto con fidelidad incluso a la forma re-daccional de Arrupe, a su trazado de líneas, paginación por folios, esquemas, transcripciones selectivas de textos, abun­dantes subrayados simples o dobles, incorrecciones gramati­cales y sintácticas, frases inacabadas, términos sincopados, signos de puntuación atropellados..., lo que evidencia que no se trata de un escrito para nadie más que para él mismo, una ayuda para su propia memoria, una percha para las ideas que le bullen, mitad clarificación de lo que va viendo que debe hacer, mitad desahogo de lo que vive.

Filtra por los Ejercicios Espirituales su nueva historia. «Elegido por Dios» son sus primeras palabras, su punto de par­tida como novedad efectiva de Dios en su vida. Lo interpreta como una especie de nueva creación, que, iluminada ciesde el Principio y Fundamento, despierta en él una nueva humil­dad, una nueva confianza y una nueva disponibilidad.

Son significativos los núcleos de los Ejercicios con los que se adentra en esta nueva realidad de su vida. El Principio y Fundamento, fondo de casi un tercio de sus días de Ejercicios y de sus páginas, reaviva al misionero que fue poniéndolo

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-por más débil en proporción a la misión, más ardua- más profundamente a disposición de Dios. Desde las Dos Bande­ras se sumerge una y otra vez en la «batalla» de nuestros días (así acababa de presentar S.S. Pablo VI a la Compañía la mi­sión sobre el ateísmo) tratando de comprenderla y de medir sus fuerzas y las de la Compañía. El Rey Temporal aviva, des­de lo hondo de él mismo, su conciencia de enviado, como en realidad se consideró siempre.

En medio, a través de un largo examen personal, se mide con la figura del General de las Constituciones de la Compa­ñía, con la del Interrogatorio que utilizaron los miembros de la Congregación General para elegirle y con lo referido al Ge­neral en el discurso del Papa, al comienzo de la Congregación General (7 de mayo 1965), transcribiendo a mano estos largos textos como quien los gusta, los saborea, se mira en ellos.

De repente improvisa esquemas operativos, que significan que su voluntad ya está en misión, imagina acciones, grandes y pequeñas, piensa en colaboradores cuya condición de se­guidores del Maestro es lo primero que le preocupa avivar... A ratos, incluso le vuela la imaginación a acciones de más amplio radio, que trascienden la Compañía.

Y no faltará, para que su perspectiva sea ignaciana del to­do, el capítulo realista de los medios. Por de pronto, con rela­ción a sus jesuítas, los dos más importantes que tiene en su mano: el de su propio testimonio de vida y el de prodigarse en la relación personal con ellos: «En este punto (el de la co­municación personal del General con la Compañía) -serán las últimas palabras- no perdonar medio, ni gasto; es vital para el go­bierno de la Compañía a lo S. Ignacio».

Y como medios instrumentales, para él y para todos, la ora­ción y el estudio. Finalmente, como alma de todas sus palabras, de la primera a la última, Jesucristo y yo, la relación personal, el amor personal, que brota incontenible, constituyendo en la di­mensión coloquial de estos apuntes el, hasta ahora, más íntimo y no pretendido autorretrato de Pedro Arrupe. Lo completarán sus «oraciones públicas», las que de forma espontánea interca­lará en no pocas intervenciones y textos posteriores.

Siempre el misionero. Ha cambiado la misión. Ahora es la de dinamizar y enviar a la Compañía, yendo él por delante, a

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un objetivo desbordante, a la vez muy concreto y muy difuso: el ateísmo. Es la voluntad de Dios. Todo, en estas Notas, gra­vita y se mueve alrededor de esta voluntad.

Naturaleza y contenido del texto

Es probable que a más de uno le brote el deseo de relacio­nar estas Notas con el Diario Espiritual de Ignacio de Loyola. No lo haga. No tiene mucho sentido la comparación, aun siendo experiencias espirituales las que se reflejan en ellos. Por de pronto, este texto no es un «Diario». No nos consta que Arrupe escribiera todos los días la experiencia y la refle­xión de cada día. Solamente hace referencia de calendario al 5 de agosto (meditaciones de la tarde 4,1/2 y 6,1/2 en fol. 21-24), al 6 de agosto (Primer viernes, meditación de la mañana y meditaciones de la tarde, 4,1/2 y 6,1/2 en fol. 25-28), al 7-VIII (Medi. mañana 9,1/2 en fol. 29-31) y a la meditación de la noche del día 8, que comienza en el fol. 35.

No pretendió Arrupe reflejar en él, como Ignacio, su mun­do interior, sus mociones, a fin de discernir por ellas el querer de Dios. No puede hablarse con propiedad, en ese sentido es­tricto, de un texto «espiritual». Sí lo es en otra perspectiva, la de registrar momentos de un proceso por los que un hombre asume de lleno y se va traduciendo para sí mismo esta nueva, inesperada y definitiva voluntad con la que Dios irrumpe en su vida, y la de registrar luces, ideas, motivaciones, esbozos de proyectos, fuerzas y medios con los que poner en acción este querer de Dios.

«Elegido por Dios» es el nuevo marco de conciencia, en el que se mueve durante estos diez días. Todo en una atmósfera oracional, reflexiva, relacional -coloquial en ocasiones-, de la que Arrupe deja constancia, diciéndose, sobriamente y con la sencillez y espontaneidad que nunca le abandonan, en con­vicciones íntimas, que quisiera participaran también sus her­manos jesuítas.

Él mismo llama a estas páginas Ejercicios Espirituales: «Ex. Sp. 1965 Roma», título con que rotula de su mano, so­briamente, el doble folio que recoge todos los demás. Y fue-

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ron Ejercicios Espirituales «ignacianos» los que encendieron estas páginas. No lo fueron en el sentido técnico y formal del método, pero sí en la hondura de la experiencia y en los apo­yos y puntos de referencia de la misma. Para quien los había hecho decenas de veces (cada año, desde aquéllos en los que se decidió por el Señor, en 1927, hasta estos de 1965) y los ha­bía dado decenas de veces, la inmersión en esa relación fluye espontánea, centrada particularmente en núcleos fundamen­tales de los Ejercicios. Se puede decir que, en el espíritu de la repetición ignaciana, Arrupe va a concentrarse en «algunas partes más principales donde haya sentido la persona algún conoci­miento, consolación o desolación» [Ej. 62; 118].

El resultado es un texto humano y sagrado a la vez. Sus contenidos y su estilo son la grabación de una relación perso­nal que, en ocasiones, deja entrever lo que Ignacio llama «co­municación inmediate» [Ej. 15] del Creador con su criatura y de la creatura con su Creador sobre el campo de intereses co­munes, que es, para los dos, la historia humana (mundo, Igle­sia, Compañía) de nuestros días. Las ideas, más que a una programación lógica, responden a una ebullición interior, vi­tal, de enorme carga operativa. Es la mística de un hombre que se experimenta metido de lleno en la tensión de conocer la voluntad de Dios y la coherencia de vivirla y de hacerla vi­vir. Ignacio de Loyola formuló esta tensión como el deseo de «que su santa voluntad siempre sintamos y en todo enteramente la cumplamos».

1) Fol. 1-17: Un primer núcleo de la experiencia escrita su­cede a lo largo de los primeros tres días y medio, hasta el día 5 por la tarde. Arrupe ve iluminada desde el Principio y Fun­damento de los Ejercicios su nueva historia, la de la elección recibida. La toma como una nueva creación de su persona, y, con ella, de la Compañía toda, que ya no podrá desgajar de lo más profundo de su existencia. Un nuevo «sujeto» (Arrupe-Compañía) ha sido creado para alabar, hacer reverencia y ser­vir. .. De él espera Dios una nueva relación (unión), una nue­va dependencia, una nueva confianza, una nueva y más incondicional disponibilidad, una nueva indiferencia (liber­tad), una puesta en juego de nuevos medios (¿cuáles?), de to-

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do y de todos por la gloria de Dios, objetivo primero y final, que consiste en que todos le conozcan y le amen más y más.

Su teología y su lenguaje son clásicos. Pero la vida que se nutre de esa teología y se viste de ese ropaje es la de un hom­bre que ha tomado en serio el Evangelio (porque ha sido to­mado por él), que lo ha vivido y trata de seguir viviéndolo, ahora con una mayor novedad y urgencia todavía. Esta radi-calidad en vivirlo es lo que dará vina singular autoridad mo­ral a cuanto se proponga decir y hacer por ayudar a otros.

En el marco y sobre el fondo del Principio y Fundamento, se autoexamina Arrupe mirándose en el espejo de la figura del General que describen las Constituciones de la Compañía, de la que aboceta el interrogatorio -perfil del General-, puesto en manos de los que le eligieron y de los tres rasgos referidos al General por el Papa en su alocución del 7 de mayo 1965 (cfr. anexo 1). Letra a letra transcribe a mano, en latín, su selección de aquellos textos que en ese momento le hablan con más fuer­za, o le interpelan y urgen más profundamente. Da la impre­sión de vivir así lo equivalente a la Ia semana en su función de examen general. Lo había planteado desde las primeras líneas: «También los defectos deben ser considerados bajo esa luz (la de la elección hecha por Dios) y ver que debo corregirlos y evitar sus perniciosos efectos».

Termina este capítulo iniciando sus «Consideraciones sobre cada una de las cualidades del Prepósito General» (fol. 17). Pero se queda en la primera, probablemente desbordado por la exu­berancia de luz y de vida que le encienden los textos que me­dita. El hecho de que, a continuación, reserve tres páginas en blanco, puede significar su intención de continuar registran­do estas «Consideraciones» en otro momento, que no llegó.

2) Fol. 21-24: Desde el día 5 a las 4,1/2 de la tarde, la mi­sión, que Dios ha encargado por medio del Papa a la Compa­ñía, con su General a la cabeza, significándola como «batalla» contra el ateísmo (anexo 1, n. 14-15), ocupa toda la pantalla de su conciencia. Se refiere a ella como «guerra de fondo, de principios, de vida o de muerte», «momento decisivo de la historia», «de proporciones alarmantes», «que pervade todo», «vastísima y complejísima», «de importancia y complejidad extraordinaria», «de

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mayor profundidad y trascendencia que el peligro del s. XVI», «te­rrible», «gigantesca», habla de «su crueldad»...

Las Dos Banderas se proyectan sobre esta reflexión y vol­verán a aparecer más adelante. «Batalla» que comienza por lucharse en el interior del propio sujeto y de los sujetos de la Compañía. Termina este mícleo imaginando un «modus procedendi» de mentalización y preparación espiritvial de los jesuítas.

3) Fol. 25-33: Esta dificultad de la misión le devuelve a sí mismo. Todo el día 6 (hace constar que fue primer viernes de mes) y 7 de agosto y probablemente el 8 lo vive inmerso en el llamamiento del Rey Eternal: la persona de Jesvis es svi llama­da y la respuesta continua que ha de ser su vida se expresa en agradecimiento, limpieza de corazón, amor reparador, pre­sencia al Cristo presente en la Eucaristía, amistad..., «entrega absoluta». El llamamiento mismo, el «plan del Señor», que a través de su Vicario le ha sido dado, le lleva a retranscribir largamente (ochenta líneas del texto), letra a letra, como quien lo saborea y asimila sin perder migaja, lo esencial del mensaje de S.S. Pablo VI al iniciar la Congregación General 31a. Para terminar programándose a sí mismo (fol. 33) lo que le corresponde a él para ir realizando ese llamamiento en el inmediato futuro de la preparación de la 2a sesión de la Con­gregación General.

4) Fol. 35-44: En un cviarto nvicleo, desde la meditación de medianoche del 8 de agosto, vuelven a ocupar la pantalla las Dos Banderas, el carácter de lucha, grandiosa y compleja, qvie encierra la misión recibida. Más honda que la que afrontó Ig­nacio de Loyola en el s. XVI. Porque «el valor que se presenta por salvar es la idea misma de Dios». El acento nuevo es ya el de dibujar una estrategia de acción directa frente al ateísmo e in­directa frente al «naturalismo», para la que afirma su convic­ción de que la espiritualidad ignaciana es esencial y tiene mu­cho que aportar. También la concepción organizativa de la Compañía.

Ésta misma resultará «reformada» si se compromete con entvisiasmo en la acción (es interesante constatar cómo este término va desplazando, sin sustituirlo, al primero de «mi-

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sión»), ya que requerirá superar individualismos, obediencia ignaciana, diálogo, movilidad, testimonio de vida. Las misio­nes (realidad tan entrañada por Arrupe) adquieren en este contexto una luz especial. Forman, documentalmente, una hi­juela grapada en este núcleo 4o, en los fol. 43-44, de menor di­mensión.

Si guen sueltos cuatro folios (45-48), borradores y esque­mas de índole operativa: órganos conectados con esta misión, Bureau de recursos, Curia Generalicia y Plan de acción anti­ateísmo (A.A.A.).

5) Fol. 49-52: En este núcleo final, como quien ha reafirma­do su sí al Señor y ha tomado mayor conciencia de su misión, incluso ha esbozado algunas líneas posibles de acción, Arru­pe vive su «confirmación» (3a y 4a semana de Ejercicios) vol­viéndose en forma personalísima a Jesucristo, ratificando una relación única y exclusiva con Él, de la que brotará un «entu­siasmo, dinamismo... optimista» («élan apostólico» lo titula), in­dispensable para poder ser «verdadero Instrumento».

Esta condición de instrumento («canal», «motor») requiere en Arrupe, por un lado, una «identificación con Él», fruto de un amor personal hacia Jesucristo y, por otro, una dedicación total a los miembros de la Compañía, que expresará en el «contacto personal con Xto., por un lado, y con los sujetos de la Compañía, por otro». Termina estos «apuntes» visibilizando en un esquema de factura propia esta comunicación personal para la que está dispuesto a «no perdonar medio ni gasto».

Valor de este texto

Sin pretensiones de prejuzgar ni monopolizar una valora­ción, a título personal, creo que el interés de este texto es doble:

1) En primer lugar, en el contenido de la experiencia aquí registrada despuntan ya germinados o se presienten próxi­mos a germinar los que habrán de ser los núcleos fuertes de su servicio como general. Por citar algunos:

a) Ante todo la misión, no reducida a tarea concreta, aun­que haya de desembocar en ella, sino concebida y vivi-

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da como dinamismo permanente que brota de Dios, por el que el ser humano se deja libremente envolver y que, mediante un proceso de mediaciones de búsqueda y discernimiento, traduce la voluntad de Dios en deci­sión y acción concretas. Más adelante formulará para la Compañía de Jesús, por primera vez, que este «servir en misión», desde la raíz de la persona, es el carisma identificador del jesuíta10.

b) Vivir este rasgo autentificador sólo es posible desde un «conocimiento interno» de Jesucristo «modelo»11, Mi­sionero del Padre, el Enviado, y en su condición de tal, que lleva al jesuíta a «reproducir sus rasgos» (Rom 8, 29). Nada extraño que a la disponibilidad, rasgo identi­ficador de Ignacio y de quien sigue a Jesiís a la manera de Ignacio, dedicara Arrupe una de sus más importan­tes cartas a sus hermanos jesuítas12.

c) Es fácil ver la esencial conexión que tiene con este plan­teamiento misionero de vida el discernimiento espiri­tual, del que Arrupe será uno de los más encendidos promotores y maestros, y que ocupará largo espacio no sólo en sus documentos sino, sobre todo, en svi propio modo de gobierno13.

d) Por supuesto, este eje misionero de vida, en el que Arrupe se mueve y quiere que se mueva la Compañía, ha de injertarse en el tronco misionero de la Iglesia de Jesucristo y en la responsabilidad misionera de su Vica­rio, dadores e intérpretes de la misión. Será visión y tema reiterativo en su función de general, porque se trata de una profunda convicción. No es es­trategia, sino profética lucidez misionera, desde esta teología de la misión, lo que le lleva a «soñar» -ya en estas páginas- en la necesidad de una «acción mundial»

10 «La misión apostólica, clave del carisma ignaciano», conferencia en Loyola, 7 de septiembre de 1974. en La identidad del jesuíta..., p. 105-124.

11 «El modo nuestro de proceder», Roma, 18 de enero de 1979, ibid. 49-82. 12 Cfr. nota 4. 13 «Sobre el discernimiento espiritual comunitario», carta, 25 de di­

ciembre de 1971, en La identidad del jesuíta..., 247-252.

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y una «planificación mundial» liderada por el propio Pontífice (fol. 7, 35). Iniciativa que ofreció como su pri­mera aportación al Concilio (cfr. anexo 6), ya entonces adjetivada por algunos como ingenua y utópica, y que requirió una ulterior explicación.

e) El campo de la misión misma, el ateísmo, presentado por el Papa como horizonte sangrante de la humani­dad, se convertirá para Arrupe en su objetivo misione­ro global, en un reto mayor y más profundo que el de la Reforma en el siglo XVI (fol. 23, 35), que habrá de re­querir de la Compañía, como entonces, lo mejor de ella misma. Por de pronto, que se entere de «¿quién dice (hoy) la gente que es el Hijo del hombre?» (Mt 16,13), po­niendo para ello en marcha un proceso sociológico de conocimiento de la realidad mundial {snrvey), impres­cindible para acertar con la estrategia evangelizadora apropiada: «para mejor adaptación del gobierno y del apos­tolado de la Compañía». Entrar en esta dinámica sensibi­lizará y movilizará a la Compañía, la vigorizará14.

f) También asoma en estos Ejercicios, ya germinada como deseo, su convicción de que él, personalmente, y la Compañía, necesitan una «ilustración trinitaria», como la de Ignacio. Veinticinco años después regalará a la Compañía el magisterio de cuarenta páginas, su docu­mento de mayor envergadura teológica e inspiración pastoral, que titulará «Inspiración trinitaria del carisma ignaciano»15.

g) Alguien echará de menos en este panorama misionero una mención más explícita de lo que, años más tarde, será la «promoción de la justicia». En el marco inmedia­to de la misión, del que acaba de llegar, no era éste el da­to de realidad más punzante, o no se le había revelado como tal. Cuando tanto él como la Compañía, en buena parte bajo su impulso, se adentren en el conocimiento

14 Carta a la Compañía, 9 de diciembre de 1965, en ARSI, vol. XIV, p. 656-657.

lD «Inspiración trinitaria del carisma ignaciano», Roma, 8 de febrero de 1980, en La identidad del jesuíta..., p. 391-435.

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de la realidad del mundo, inmediatamente verificarán ambos la profunda conexión entre la negación de Dios y la negación del hombre y, desde su misma raíz personal de «enviado», necesitará alargar el campo de la misión y sus objetivos inmediatos y modificar y adaptar su estra­tegia evangelizadora. Más aún, su contribución será de­cisiva para que la Compañía, nueve años después, haga -y formule- el gran descubrimiento de la Congregación General 32a, convocada por iniciativa suya: el de la ne­cesidad real de promover la fe -una «fe que se hace vida en la práctica de la caridad» (Gal 5, 6)-, promoviendo la justicia.

En este mismo texto que presentamos, afloran en germen la denuncia de los desequilibrios de nuestro mundo y una propuesta general de acción sobre estructuras sociales (fol. 10), una selección de ministerios (fol. 39), una acción cimen­tada sobre la «reforma» interior de la pobreza y de la vida es­piritual del jesuíta, sobre «un desprendimiento absoluto para poder sacrificar lo individual a lo colectivo» (fol. 41), y sobre una «entrega absoluta de las personas» que «ponga a tono» a la Compañía (fol. 21).

Encarnación, en fin, y vaciamiento personal por el mundo: pobreza y humildad, trabajo, generosidad, estudio, austeri­dad.. . se ven ya germinadas, y aun crecidas, en estas páginas, como estilo evangélico personal, que irá animando a vivir durante su generalato y que acabará nutriendo con su último gran magisterio espiritual, el de esa «justicia superior» que es la caridad16.

2) Una segunda perspectiva desde la cual comprender la importancia de este texto es la de valorarlo como material au­tobiográfico (de autobiografía espiritual, se entiende). Preci­samente porque su autor no se dice -ni lo pretende-, sus for­mas muy simples, espontáneas, elementales a veces, no elaboradas, hacen, bajo este aspecto, más valioso el boceto re-

16 «Arraigados y cimentados en la caridad», Roma, 6 de febrero de 1981, en La Iglesia de hoy y del futuro, p. 727-765.

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súrtante. Cuando no escribe para nadie, sino que registra pa­ra sí mismo, en pleno estreno, una ocasión enteramente nue­va, que está convencido que es iniciativa de Dios, todo lo nuevo que ve, lo que oye, lo que teme, lo que busca, lo que planifica, lo que prevé... lo registra desinhibido, con su natu­ral transparencia.

a) Por de pronto, se autorretrata -salta a primera vista en estos «apuntes»- como misionero de una pieza. Su ho­rizonte personal es la misión. Sus antenas están perma­nentemente abiertas a Aquél que le envía, al mundo al que va enviado (ahora de verdad al «universo mun­do»), a la Iglesia (y al Papa), dadores de misión, y a la Compañía, que, por un lado, ha sido mediación para su envío, con la que, por otro lado, va enviado y a la que él mismo ha de enviar. Podrían decirse en este sentido iluminadoras estas otras palabras del P. Giuliani en su exhortación espiri­tual previa a la elección, que las Actas de la Congrega­ción resumen así: «De la contemplación del Reino de Cristo en los Ejercicios brotan varias conclusiones: Io) "Ver a Cris­to nuestro Señor, Rey eterno, y delante de Él al universo mundo". Nada puede estimularnos tanto hoy como el echar una mirada, alrededor, a nuestro mundo. Es característico de nuestra Compañía conocer y sentir los cambios de la huma­nidad, impregnar con audacia las nuevas instituciones, dis­cernir los deseos (aspiraciones) difusos. El General nos ayu­dará a abrazar el inundo universo y a cooperar a la redención de nuestra época»17. «Abrazo» de Arrupe, que es su pasión por evangelizar. Convencido, como estuvo, desde el primer momento de su destino misionero, y reforzado desde su expe­riencia de 27 años como tal, de que la renovación pro­funda de la humanidad es un problema de conversión -«problema de carácter universal» (fol. 43)-, sólo posible desde «el conocimiento de la verdad de Jesús» y el amor que dicho conocimiento genera, vive la evangelización

Actas de la Congregación General 31''.

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con verdadero apasionamiento contagioso, como una «confrontación» con el mundo (fol. 21), «en la que la vida es el gran argumento» (fol. 40). Diez días después de terminar el Concilio, que le ha re­tenido en Roma, el 19 de diciembre emprende su pri­mer viaje, como general, al Próximo Oriente y a África, realidades que le son menos conocidas,

b) Su ser de misionero se alimenta, cada día, de una hon­da relación personal con el Espíritu Santo que envía, re­lación de «máxima disponibilidad» (fol. 7), raíz de su di­namismo personal y del que quiere para la Compañía (ib.). Lo que trae entre manos no es suyo. A lo largo de estos apuntes van y vienen en todas las direcciones, con una cierta anarquía lógica, muy diver­sas modalidades de oración: escucha, desahogo, consi­deración, búsqueda, autobservación (examen), lectura de la historia, coloquio íntimo, compromiso de acción, programación de esa acción como respuesta... La ter­minología que prodiga con una espontánea desinhibi­ción es particularmente significativa de la hondura de esas y otras formas de esa relación: unión, comunica­ción, familiaridad, identificación, contacto íntimo, amor reparador, presencia (presencia eucarística, lugar teoló­gico y vital preferido de esa relación, fol. 27), oración lo menos estorbada posible («preferentemente de noche»), oración larga y oración breve, intimidad, «único... ver­dadero, perfecto, perpetuo amigo» (fol. 49), entrega ab­soluta, humildad, confianza, fidelidad, «su voluntad en todo» (fol. 25-26), pureza de vida (voto de perfección, fol. 25), desprendimiento, constancia... Todo vivido, no como un repliegue intimista, sino en función de otros, «para los demás», con el mundo no só­lo delante, sino dentro, urgiéndole. ¿De dónde, si no, la luz y el calor de sus numerosos análisis cristianos de la realidad, cuyo deseo está presente ya en este texto y de los cuales surge retado y personalmente, como buen sa-maritano, más llamado y más «enviado»? «Oración y estudio» es su estilo -y quiere que sea el de la Compañía- de caminar esa realidad, defendido de

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toda posible tentación de fundamentalismo por un la­do (estudio) y de escepticismo y desilusión por otro (oración).

c) Se autorretrata también en su conciencia profunda de que ya no es él, Pedro Arrupe, el que ha de vivir su pro-fetismo personal al lado del de otros, sino con la Com­pañía de Jesús entrañada, la que el Señor le confía y a la que le encarga -es muy consciente de este aspecto de su misión- que ponga en tensión de profecía. Lo hará pro­yectando en ella su propia tensión personal, su mundo, el que le estalla, el de Dios. Y lo hará, sobre todo, desde un amor personal y personalizado a cada jesuíta, para lo cual se impone «un gran esfuerzo por multiplicar y personalizar las relaciones del General con la Compañía y con sus miembros» (fol. 51-52).

d) Uno de sus medios de expresión típicos, en sus escritos de inspiración y de planificación pastoral, será el recur­so a la dialéctica de los opuestos. Con toda seguridad lo ha aprendido de Ignacio de Loyola, por quien no disi­mula, todo lo contrario, una extraordinaria devoción. Así se dispone a vivir la tensión interior, connatural a su servicio de gobierno religioso, con la que logrará la «mediocridad» típicamente ignaciana : «El General es Jefe pero es cabeza y padre. Es gobernante y Administrador; de ahila amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, deter­minación, firmeza del administrador... Comprensión y ama­bilidad humanas, cariño y amor» (fol. 1).

e) Imposible vivir la creatividad de esta tensión sin haber­se dejado remodelar de fondo en el modelo ignaciano del jesuíta «abnegado» (fol. 21), que no piensa en sí ni vive para sí, por pensar en los demás y vivir de la ma­ñana a la noche para ellos. Ya estos apuntes le retratan como un hombre humilde, un servidor, un «pequeño» según el Evangelio, que todo lo debe, todo lo tiene («en El solo la esperanza») y todo lo da. Por eso no le asusta la «escala mundial» de la misión, ni la desproporción de los medios humanos de que dispone, y hasta se atre­ve a soñar y a planificar «en nombre del Señor» proyec­tos enormes: «Nuestro Señor me ha de ayudar, pero exige de

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mi parte una fidelidad absoluta a sus direcciones y a sus gra­cias» (fol. 1). «Esa continua creación (que es mi existencia) es fuente de una humildad profundísima (todo de Dios), pero al mismo tiempo de una fortaleza extraordinaria» (fol. 2).

f) De Ignacio ha aprendido también un sentido divino de la historia, de la que viene y en la que se siente, por su nueva misión, cada vez más inmerso. A su sensibilidad por hallar la voluntad de Dios en esa historia pertenece muy esencialmente la fidelidad personal a las media­ciones de Dios -la Iglesia, el Vicario de Cristo (es su de­nominación preferida, como para Ignacio)- y, consi­guientemente, el colaborar con ellos a la interpretación de esa historia para dejarse orientar y enviar por ellos. Varios de los aspectos que en este texto anota como fru­to de su experiencia espiritual, concretamente relativos al ateísmo y a las misiones, acabarán llegando al Aula conciliar, como signos de su obediencia responsable. Tan responsable que a la mediación definitiva del Papa confiará, quince años después, la decisión que el 9 de octubre de 1980 tiene ya tomada, como fruto de un hon­do discernimiento personal largamente compartido con la Compañía. Escribe ese día a una religiosa en el Perú: «Cuanto a lo que me dice de mi renuncia, le quiero aclarar que tomé esa decisión después de pensarlo mucho y no por te­mor al trabajo o a los problemas, que todos se pueden solucio­nar con la ayuda de Dios, sino porque estoy convencido de que, al llegar a una cierta edad, es mucho mejor dejar los car­gos de responsabilidad en manos más jóvenes y expertas. En todo caso aún está pendiente una Audiencia que tendré con el Santo Padre, en la que espero me manifieste cuál es su volun­tad. Si quiere que siga al frente de la Compañía, seguiré con la mejor voluntad; si quiere otra cosa, me parecerá también muy bien».

g) Hombre de Principio y Fundamento, lleva consolidado en sí el discernimiento básico que «ordena» la vida de una persona: el de la definición de lo sustantivo y lo ad­jetivo, del fin y los medios, del querer de Dios y los qué y los cómo de la colaboración humana. Inconmovible en lo primero, es largamente ágil y abierto en lo segun-

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do. La fidelidad a lo primero no le deja ser voluble ni veleidoso en lo segundo y, a la vez, le permite arries­garse con una confianza -que no es fruto de cálculo hu­mano, sino de fe- en la novedad divino-humana de la historia. Su profundo y personalísimo sentido de pobreza como libertad total (indiferencia) frente a los medios nace de este radical discernimiento. En estos mismos Apuntes explicita su convicción de que una opción por la pobre­za «reordena» y pone a tono evangélico al individuo y a la Compañía.

Resumiendo...

...sin pretensiones de agotar lo que podría caber en una introducción. El texto es un autorretrato del misionero que Arrupe fue vertiéndose en el superior general que empieza a ser. Como en Japón soñó y realizó, incluso contra corrien­te, al situarse ahora en respuesta al Dios que le envía, sueña para realizar. Ahora comienza a ser responsable de una co­munidad, la Compañía de Jesús, a la que desea soñadora y realizadora.

Si algunas de sus utopías fueron irrealizables o lo parecie­ron, tuvieron el mérito de dar vida a otras que, porque soña­das, llegaron a realizarse. Y, en todo caso, pusieron a muchos en disposición de «perder la vida» en ellas y por ellas, lo cual ya fue, y sigue siendo, una gran realización.

Pero el profundo valor autobiográfico de este texto radi­ca no en lo que ve Arrupe que hay que hacer y se dispone a hacer, ni en cómo lo va a hacer -que son caminos abiertos-, sino en su «por qué» o, más propiamente, «por Quién», que es raíz definitiva y definitoria. Arrupe es un hombre «cen­trado» en el Centro del ser humano, Dios. Por eso será capaz de soñar, de acometer y de realizar cosas, muchas, que le su­peran por todas partes y que nos asombran.

Con ocasión de celebrar sus cincuenta años de jesuíta (15 de enero de 1977), resumirá su propia historia: «Todo ello me hace desear que mi vida hubiese sido, o al menos lo sea desde ahora,

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un continuo Magníficat. Es ésa la reacción profunda que experi­mento ante la inconfundible experiencia y la vivencia honda de mi propia pequenez unida a un no sé qué de seguridad inconmovible en los diversos cargos de responsabilidad que la obediencia ha ido po­niendo sobre mis débiles hombros; la sensación experimental del semper ero tecum Que 6,16), la garantía de parte del Señor, pero que deja siempre la inquietud de que de mi parte «se realice ¡a con­dición», es decir, que yo me mantenga fiel. Es aquel claro-oscuro de la inseguridad humana, que no puede dudar de la seguridad de la ayuda de Dios16.

Sus Apuntes nos lo hacen más cercano por más humano y más cristiano. Arrupe no es un héroe. Llamárselo lo tomaría como humillación. Sí es un cristiano coherente, que vive con igual pasión lo grande y lo pequeño, porque lo mide todo desde el Dios que lo quiere y desde el ser humano que lo ne­cesita, que han llegado a ser para él un mismo y único punto de mira.

Su sello visible de autenticidad va en la sencillez de sus palabras y la elementalidad de su teología. Las grandes expe­riencias espirituales se dicen con palabras muy simples. Los que las viven, convencidos, como están, de que toda palabra humana es siempre muy pobre a la hora de expresar lo de Dios, no pretenden disimular con adornos verbales lo que sustantivamente entienden que es muy sencillo.

IGNACIO IGLESIAS, S.J.

18 En sus bodas de oro de Compañía, 15 de enero de 1977, en La identi­dad del jesuíta..., p. 535-540 (536).

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Características de la presente edición

El primer criterio seguido en ella es el de resaltar el texto autógrafo, como tal, lo más fielmente posible. Por eso he­mos procurado destacarlo gráficamente al conservar su re­dacción original -hasta en sus incorrecciones-, la disposi­ción de sus líneas y párrafos, los numerosos subrayados (simples y dobles) y los esquemas. También conservamos las transcripciones, manuscritas, de textos de la Biblia y de textos oficiales del Papa y de la Compañía, que Arrupe in­cluye en su escrito. Probablemente -a deducir también por su familiaridad con la Biblia en otros textos suyos- fue un recurso muy suyo para fijarlos, gustarlos, asimilarlos y apli­carlos a su realidad personal. En definitiva, para orarlos. En las notas al final del texto de Arrupe se presenta la traduc­ción completa de esos textos, y la referencia en diversos ti­pos de letra, que permita observar la selección que Arrupe hace de los mismos.

Por eso el disponer, fuera del texto, las notas explicativas del mismo, para que su lectura no cortocircuite la relación del lector con éste y -hasta donde es posible- con la vivencia del que se expresa en él, como es y como está. En el margen de-

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recho del texto principal y entre paréntesis va la llamada a la nota final correspondiente.

Se ha querido situar el texto en el marco histórico (de mundo, de Iglesia, de Compañía) en el que Arrupe vive este momento decisivo de su vida: su elección como superior ge­neral, su nombramiento como miembro de la Comisión de Religiosos en el Concilio Vaticano II, la misión más urgente que dramáticamente acaba de ser confiada por S.S. Pablo VI a la Compañía. A este enmarque quieren servir en parte la in­troducción, por un lado, y la serie de ocho anexos que trans­cribimos. Todos ellos tienen que ver o como anticipo de lo que Arrupe vive germinalmente en sus Ejercicios de 1965 (anexo 2) o como su desarrollo (anexos 3, 5, 6, 7 y 8), o como motivación y estímulo para vivirlo (anexo 1 y 4). Cubren el espacio de siete meses que va desde el día de su elección (22 de mayo) hasta el final del Concilio (8 de diciembre) de ese mismo año de 1965.

El título que hemos puesto a la obra es una expresión fa­miliar a Arrupe, que figura en su texto y que es central en su vivencia de estos días y en su planteamiento de vida de siempre.

40

AQUÍ ME TIENES, SEÑOR

Texto autógrafo del P. Pedro Arrupe

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Ex. Sp. 1965 - ROMA

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Ifol. 1]

Elegido por Dios para ser General de la Compañía ad vitam. (1) Todos los dones y gracias han sido dados no para nú, sino para la

Compañía y la Iglesia. También los defectos deben ser considerados bajo esa luz y ver que debo corregirlos y evitar sus perniciosos efectos.

1) El puesto de General supone ser instrumento, representante, y canal de Dios y sus gracias para llevar a cabo sus planes por medio de la organización más fuerte de la Iglesia.

Enorme gracia pero enorme responsabilidad 2) La seguridad de la existencia de la gracia es cierta.

Nuestro Señor me ha de ayudar pero exige de mi parte una fidelidad absoluta a sus direcciones y a sus gracias. La unión con Cristo y su constante comunicación es de una necesidad absoluta. De ella depende el bien de la Compañía. Es necesario llegar a una identificación lo más perfecta posible. Naturalmente exige también mucha discreción de espíritus para no equivocarme y tomar por inspiración de Dios lo que es de mi espíritu propio.

3) Supuesta esta dirección y comunicación directa: la autoridad y dirección se apoya en él (ella) y da una superioridad y firmeza en las decisiones que no deben ser de­tenidas ni modificadas por consideraciones humanas cuando se opongan a la voluntad del Señor. Claro está que esto no se opone a la prudencia y discreción (humanas) en la delicadeza de ejecución. Tampoco se opone antes supone consulta ya que es un modo de manifestarse la voluntad de Dios.

4) El General es Jefe pero es cabeza y padre. (2) Es Gobernante y Administrador De ahí a) 1) la amabilidad, cariño, llaneza de Padre

2) la claridad, determinación, firmeza del Administrador

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jf científica b) 1) estudio, información <^>-Asistentes G. + Reg. Pers

^ humana 2) Disposición del trabajo: Oficina distribuidora de

las funciones de cada uno 3) tiempo y paz para considerar las cosas

sobre todo las universales (3) 4) Comprensión y amabilidad humanas, cariño y

y amor

¡fol. 2]

Creado: con una dependencia absoluta. Mi existencia es una creación continua. Cada instante una nueva creación. Sentir esa dependencia divina. Esa operación creativa de cada momento. Señor! dame a sentir esto como diste a S. Ignacio! Esa continua creación es fuente de una humildad profundísima (todo de Dios) pero al mismo tiempo de una fortaleza extraordinaria (omnipotencia de Dios con nosotros). Qué influencia ha de tener esto en nuestro trabajo.?

1) Dependencia absoluta de Dios: a) deseo de conocer su voluntad

1) Dettachment de todo lo que se puede oponer a oir su voz

2) continua comunicación con El b) Modo de realización: práctico c) Fortaleza en su ejecución

2) Grandeza en las ideas: Es Dios quien dicta y ejecuta; no podemos poner límite a sus planes. Magnanimidad unida al realismo. Pero la magnanimidad ha de ser a lo divino Es Dios quien piensa y comunica. Da valores e intereses divinos los cuales El, (Dios) quiere conservar y acrecentar pese a todo lo que nos cuesta

3) Necesidad de una identificación con J.C. y un sez poseído de su gracia lo cual exige un continuo contacto con El

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que se verifica I) en la oración retirada larga 2) " " " breve. 3) en las constatas particulares

(de personas 4) durante el trabajo: viendo en

otros al representante de Dios 5) en el trabajo externo 6) en el descanso. + estudio

"Si conversi eritis ad Deum ex toto corde et tota anima vestra, ut agatis coram eo sincere, tune revertetur ad vos, ñeque abscondet faciem suam a vobis et considérate quae facturus sit vobis, et celébrate eum ore pleno" (Tobías XIII - 7-9) (4)

[fol. 3]

Isaías 41,8 8 Et tu Israel serve meus. Jacob quem elegí, semen Abraham amici mei 9 In quo apprehendi te ab extremis tenis, et a longinquis eius vocavi te et dixi tibí: Servus meus est tu, elegí te, et non abjeci te. 10 Ne timeas, quia ego tecum sum; ne declines quia ego Deus tuus: confortavi te et auxiliatus sum tibi, et suscepit dextera iusti mei. 11 Ecce confundentur et erubescent omnes, qui pugnant adversum te: erunt quasi non sint, et peribunt viví, qui contradicunt tibi 13 Quia ego Dominus Deus tuus apprehendens manum tuam, dicensque tibi: Ne timeas, ego adiuvi te 14 Noli timere, vermis Jacob, qui mortui estis ex Israel: ego auxiliatus sum tibi, dicit Dominus: et Redemptor tuus sanctus Israel 15 Ego posui te quasi plaustrum triturans novum, habens rostra serrantia: triturabis montes et comminues : et calles quasi piúverem pones 16 Ventilabis eos, et ventus tollet, et turbo dis-perget eos et tu exsultabis in Domino, in sancto Israel laetaberis (5)

49

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(fol. 4 en blanco)

Todas las otras cosas Prínc. y F-iind. II"

[fol. 5]

(6)

Todas las cosas sobre la haz de la tierra son criadas para ayudar al hombre en la consecución de este fin

1

S.J.

2 S.J.

lato sensu

3 otras Cong.

En este punto y como General todas las cosas adquie­ren una amplitud inmensa (Compañía en todo el mundo) ya que se trata de las cosas hombres y de las cosas, obras, empresas etc, que pueden y

, deben ser dispuestas en este orden para ese fin. Ni solamente la Compañía in "stricto sensu"

sino todo aquello que en una forma u otra está bajo la influencia de la Compañía: Antiguos alumnos, Relaciones externas y sobre todo otros Institutos Religiosos que cooperarían gustosos y seguirían las direcciones que diera la Compañía de Jesús en su General (Religiosas del S.C. - Esclavas, Mercedarias, Hijas de Jesús, Auxiliadoras del Purgatorio, Religiose del S. Costato, etc)

Religiosas Es decir, que una renovación espiritual y apostólica puede verificarse en las circunstancias actuales: sobre todo teniendo en cuenta y utilizando la coyuntura del Concilio.

í Por ejemplo, una colaboración en el surwey sería fan- (7) tástico. Es decir, primero hay que crear esta atmósfera en la Compañía y formar un grupo de incondicionales que después transmitan esas ideas a otros institutos.

Yo mismo personalmente, valiéndome de mi puesto e influencia puedo hacer un apostolado enorme

VÍÍ ese sentido. Ea devoción al S. Corazón debe estar muy en

primer término, de modo que se dé una verdadera renovación espiritual en ese sentido en el mundo. (Preparar el disco de un modo moderno y teológico

^ hablar y escribir, hacer hablar y escribir a otros)

ejemplo surwey <

Devoc. al S.C.

(8)

(9)

50

Si consigo que esas gracias extraordinarias se vuelquen sobre el mundo ciertamente que hemos conseguido un milagro de la gracia, pues tendrán efectos extraordinarios. Para ello hay que estudiar y enfocar las cosas muy bien y de modo efectivo (moderno, atractivo, amplio, buscando colaboración en todo el mundo...)

Tal vez la idea de buscar jesuítas que se ofrezcan de un modo especial a ofrecerse a esa vida de oración y sacrificio: formar un grupo? Escribir en alguna carta? Pedir el batallón suicida (10)

[fol. 61

Ea gloria de Dios es el máximo valor; por eso a ello hay que subordinarlo todo y al mismo tiempo es el valor que hay que conquistar, pese a quien pese, a toda costa: he ahila necesidad del máximo esfuerzo: ahí la base del celo apostólico De ahí un dinamismo inmenso que dé una profundidad también máxima. El celo que quema, que abrasa, que no deja descausar, que quiere extenderse a todos. La renovación espiritual del mundo está aquí. El mundo (incluso el religioso) se ha olvidado que el máximo valor es la gloria de Dios. Y además no sabe en qué está la gloria de Dios. Esto es un punto central completamente ignaciano que da a la actividad apostólica, teológicamente considerada, su verdadera significación y actitud. Gloria de Dios: el conocimiento y amor de los hh. hacia Dios. Naturalmente incluye la salvación de las almas pero no está limitado a ello.

Por eso, aunque las almas se salvasen (no fueran al infierno) en otras religiones, no por eso el celo apostólico debería disminuir. Un aumento de la gloria de Dios justificaría la labor misionera. Ni debe ponerse esa labor misionera en esa salvación sólo, sino también en ver dónde se obtiene mayor gloria de Dios (y por tanto de su Iglesia).

51

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Ifol. 71

III

El sentido de la indiferencia es ese desprendimiento de todo que dá una libertad de espíritu completa, disponiendo así al alma a la máxima disponibilidad bajo la acción del Espíritu Santo: que es la fuerza dinámica más grande.

El dinamismo de la Compañía radica aquí: El máximo de libertad, de disponibilidad a la acción inmensa del Espíritu Santo.

El dinamismo y activismo mundanos se quedan enanos comparados con este otro del Espíritu Santo, que comprende esa actividad desde sus orígenes espirituales, poniendo a las potencias inferiores humanas en una tensión orgánica y llena de paz que no tiene igual en todo lo meramente humano. La gran fuerza motriz es el Espíritu de Cristo, que pone en actividad a todo el hombre desde-las raices de su espíritu.

Ahora bien, esa acción del Espíritu es mML. de ahí que es también coordinada en sus manifes­taciones: He ahí la unidad de la Iglesia.

Nuestra acción es, pues, unificada y coordinada: El Espíritu Santo que obra a través de la Iglesia tiene que dar esa unidad; y de hecho la da aun a pesar de las rivalidades humanas. El Centro y dirección de esa unidad está en el Romano Pontífice y en (el) Concilio como tal. (no tanto en cada uno de los Obispos en parti­cular, pues aquí hay también mucho de humano). (11)

Esa unidad ha de ser procurada. Para ello hay que buscar una dirección y sumisión a esa dirección del Romano Pontífice.

Supuesta la dirección, al menos en general, tenemos que buscar también nosotros esa coordinación y unidad de plan:

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1) en la misma Compañía 2) en la colaboración Eclesiástica

a) con los obispos b) con otras Congregaciones Religiosas c) con los seglares

El descubrimiento y constatación de ese plan es de una importancia capital: qué es lo que Dios quiere de su Iglesia y de nosotros dentro de ese plan de la Iglesia?

Eos medios para conocerlo son: 1) Ea via del Papa y del Concilio 2) Nuestro estudio y oración

Ifol. 8]

Oración de todos en la Compañía y muy especialmente de los Superiores, que son los que tienen gracia de estado: Eo cual incluye como es natural el oír y estudiar las propuestas de los sujetos

Estudio con investigación científica de la situación actual de la Iglesia que nos llevará a conclusiones prácticas Este problema se presentó sin duda en el Concilio tam­bién. Problema importantísimo, pero que tiene el peligro (12) de ser pasado por alto o de sufrir capitulaciones de orden humano. La visión de conjunto no es en muchos casos de los Obispos particulares (muy comprometidos en sus problemas locales o nacio­nales) sino en una visión amplia y universal desde el Vaticano Romano Pontífice. Habría que colaborar y procurar que esa unidad grandiosa de la Iglesia se verifique. Una colabora­ción de todos los elementos según una unidad de plan dictado por el Espíritu Santo.

El naturalismo y ateísmo son los enemigos terribles que (13) se extienden por todo el mundo y lo infiltran todo; esa lucha exige la unión de todos los elementos bajo la unidad de un plan, que ha de ser uno, aunque en sus manifestaciones pueda aparecer muy complicado.

53

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Plan que ha de comprender toda la Compañía y aquellos elementos que quieran colaborar. Naturalmente que esa colaboración debe ser procurada positivamente presentando esta idea a los demás. No es este el momento en que nos podemos dormir o proceder a paso de ciego, o divididos. Una activi­dad máxima bajo un plan y con conducción de todas las fuerzas es necesaria. )

Ifol. 9]

Tantum quantum: Principio clarísimo que no deja lugar a duda.

Usar de las criaturas todas y disponerlas de modo que sirvan para la mayor gloria de Dios.

El fin es Dios mismo, el valor creado mayor es la gloria de Dios: esa gloria es en concreto el conocimiento y amor que los hombres tienen de Dios y hacia Dios. De ahí que todos los medios tienen que ser medios en cuanto redundan en más cono­cimiento y amor de Dios.

En estos medios (o criaturas) se incluyen todos sin restricción de ninguna clase: medios sobrenaturales y naturales: personas y cosas: positivas y negativas: agradables y desagradables.

Ea mayor gloria de-Dios está en la intensidad y extensión de ese conocimiento: mayor conocimiento y más amor: intensidad perfección individual y colectiva.

Mayor y mas extendido conocimiento y amor: conversión al Dios verdadero.

(N.B. en este punto se puede prescindir de la salvación de las almas posible fuera de la Iglesia católica. En nuestro trabajo podemos y en cierto sentido debemos prescindir del efecto último, ya que éste depende exclusivamente de la gracia de Dios: Yo trabajo y hago todo lo que puedo por aumentar ese conoci­miento entre cristianos y entre paganos. Cuales son los resultados concretos? Un adelanto en la virtud?

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una conversión? un alma que se salva del infierno? No sé: yo debo trabajar por aumentar la gloria de Dios por los medios más eficaces y por las almas que puedan dar más gloria a Dios, por estar más necesitadas o por su valor especial.

De ahí vendrá la selección de los ministerios y trabajos (circa quam) y de los procedimientos (quo)

Ese modo de enfocar nuestro trabajo es el verda­dero objetivo y que deja tranquilo con toda paz.

1) Se salvan las almas fuera de la Iglesia? No sé cuales están dentro de la Iglesia, prescindo.

2) Cual es el modo como el Señor juzgará a las almas: cual es la medida de la responsabilidad indi­vidual ? No sé - prescindo.

3) En qué estriba la mayor gloria de Dios? en que las almas le conozcan y le amen más y que ese número crezca y se intensifique.

4) Qué es lo que Dios pide de mí como individuo? Que le procure la mayor gloria: es decir, que entregue

Ifol

todo mi ser y me de (a) todas las criaturas para darle la mayor gloria: es decir, para que yo, le conozca y le ame y para que procure que otros le conozcan y le amen más y más: Ese es el verdadero sentido apostólico: el verdadero contemplativo en la acción

Esa mayor gloria de Dios en mí está en la caridad que se perfecciona: que aumenta con el conocimiento y que origina una mayor unión con Dios. Cuanto más unido con Dios por caridad: 1) Doy yo por mi parte más gloria a Dios. 2) Soy un instrumento más perfecto para

procurar la mayor gloria de Dios. a) porque unido a El haré siempre su voluntad

del modo más perfecto (=gloria de Dios) b) porque recabaré más gracias eficaces para los

demás c) porque iluminado por Dios haré en cada momento

lo que más conviene para las almas

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Page 27: Arrupe Pedro Aqui Me Tienes Senor

d) porque sabré elegir los medios más aptos para disponer a esas almas

1) individualmente 2) como estructuras

. familiar 3) " sociedad. <r^— nacional

mundial

(fol. 11 y 12 en blanco)

Ifol. 13]

Figura del 28° General Ex Constitutionibus et ex Interrogatorio

Io Que sea muy unido con Dios y familiar en la oración y todas sus operaciones (15)

Para qué? Para que tanto mejor de El (como de fuente de todo bien) impetre a todo el cuerpo de la Compañía

1) mucha participación de sus dones y gracias y

2) mucho valor y eficacia a todos los medios que se usarán para la ayuda de las ánimas

2o (1) Que sea ejemplo en todas las virtudes para que así ayude a los demás de la Compañía (16)

(En especial) a) caridad para con todos los próximos y señalada­mente para la Compañía

b) Humildad verdadera que le hagan muy amable de Dios y de los hombres.

3° (2) a) Libre de todas passiones: (teniéndolas domadas y mortificadas) Para qué?Para que (17)

a) interiormente no le perturben el juicio de la razón

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b) exteriormente sea tan compuesto y en el hablar specialmente tan concertado que ninguno pueda notar en él cosa o palabra que no le edifique

(así de los de la Compañía que le­le han de tener como espejo y dechado como de los defuera)

b) Mezcle la rectitud y severidad con la benignidad y man­sedumbre (18)

Para que 1) no se deje néctar de lo que juzgare más agradar a Dios N.S.

2) No deje de tener compasión con sus hijos c) Magnanimidad y fortaleza de ánimo (19)

Para 1) sufrir las flaquezas de muchos 2) comenzar cosas grandes en servicio

de Dios N.S 3) para perseverar constantemente en

ellas.... siendo superior a todos casos....

(3) Dotado de grande entendimiento y juicio para que ni en las cosas especulativas ni en las prácticas que ocurrieren le falte talento (20)

Ifol. 14]

(4) en la ejecución, a) que sea vigilante y cuidadoso para comenzar

b) strenuo para llevar las cosas al fin y perfección (21)

(5) acerca del cuerpo: sanidad, apariencia y edad; decencia y autoridad (22)

(6) cosas externas: crédito, buena fama... (23) (7) De los más señalados en toda virtud y de más méritos en

la Compañía y más a la larga conocido como tal; a lo menos no falte 1) bondad mucha y 2) amor a la Compañía, 3) buen juicio acompañado de buenas letras (24)

57

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Del interrogatorio (Dep. ad det. Doc. número 9)

I. aptus ad promovendwn spiritum fiduciae NN. erga ípsam Societatem et arnorem erga nostram vocationem

II. .. .qui perducat NN ad rectam cognitionem, rectam interpretationem et actuosum amorem Instituti

III. .. .qui valeat haec principia spiritualia perennia sermone moderno inculcare, et applicare

IV. qui tot quaestiones de formatione NN. sano criterio considerare valeat ut dum novis exigentiis formatio accommodatur, debitam soliditatem conservet

V. qui promoveat apud NN. illam mentem et agendi rationem principiis supernaturalibus informatam ... ut facilius vitentur hodierna pericula ex Naturalismo, Subiectivismo, et falso Humanismo provenientia.

VI. qui curaturus sit ut NN vitam interiorem assidue colant; spiritum orationis et orationem ipsam haurientes ex Exercitiis Spiritualibus in quibus intimus S. Fundatoris animus perstat et spirat.

VIL .. .qui in externis vitae nostrae normis apte discernere valeat ea quae caduca et obsoleta fieri possunt ab iis quae vitae religiosae necessaria sunt et in iis urgendis sollicitus sit

Ifol.

VIII. ...qui | tam oboedientiam in subditis quam auctoritatis exercitium in Superioríbus

a) iuxta ipsius genuina principia theologica . roboret

b) ad efficatiorem gubernationem obtinendam, cum praepositis inferioribus et Officialibus arctissime collaboraturus praevideatur

IX. .. .qui sincere et enixe operam det ut discrepantiae inter riostras de paupertate leges et eiusdem in vita praxim auferantur

X. ipse sit vinculum intimae unionis animorum et operum inter NN ... etiam cum utroque Clero et laicis

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XI. qui spiritum missionarium conservaturus atque exteris Missionibus impigre auxilium praestiturus

XII. qui... spiritum sentiendi cum Ecclesia, necnon fideli-tatem et oboedientiam erga Sedem Apostolicam in se et in aliis fovere valeat

XIII. qui... incoepta et proposita Concilii Vaticani II sita faciat et pro viribus fovebit. An proinde —> apostolicum nmnus Societatis propium ad hodiernas rerum conditiones et adiuncta sedulo confirmaba

XIV. qui... ad revisionem operum ministeriorumque nostro-rum instituendam secun(dum) Constitutiones, ita ut apostolatus Societatis veré respondeat hodiernis

Ecclesiae neccesitatibus In specie ut Ule munus a Summo Pontí­fice Societati demandatum, scil. ut atheismo validissíme obsistat, libenter et alacriter perfecturus erit.

De las palabras de la Audiencia de antes de la Elección: Paulus VI (26) 7 Maii 1965 (AAS. LVII, n. 7, 8 julio 1965, pg 511 ss)

"Arduum hoc est munus (elcctionis novi Generalis), praegravis momenti negotium, quo prosperitas, emolumentum, salus et progressio Insti­tuti vestri contínetur.... "ostende quem elegeris" Act l - 27) "Nos autem (S. Pontifex) sollicitudinís vestrae admodum particeps dum precibus vestris Nostras adiungimus optamus cupimusque

[fol. 16]

vehementer ut deligendus optimi cuiusque exspectationi par sit et necessitatibus in quibus Religiosae Familiae versatur plene planeque suppetat.

".... Attentam dabit operam cnramque eligendiis Generalis Praepositus vester ut concentus vester nullum abruptum sonum elíciat, sed contra sit laus plena integrae fidei pietatísque decora, quem quidem rectum concentum plurimis vestrum contingere gratulando animadvertimus et animadvertendo gratulamur"

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[fol. 17]

Consideraciones sobre cada una de ¡as cualidades del Prepósito General (27)

1 [723] La primera es que sea muy unido con Dios Nuestro Señor

y familiar en la oración y todas sus operaciones para que —> tanto mejor del (de El) como de

fuente de todo bien impetre a todo el cuerpo de la Compañía mucha participación de sus dones y gracias y mucho valor y eficacia a todos los medios que se usaren para ayuda de las ánimas.

1. Muy unido con Dios y familiar en la oración y todas sus operaciones

Esto exige un don muy alto de oración y una asiduidad también en ella, pero al mismo tiempo una perfección adquirida en el sentido de "contemplativus in actione" pues ha de estar unido y ser familiar con Dios en todas sus operaciones.

Esta es la cualidad fundamental: de ella se ha de derivar todo el bien para el General y para la Compañía. Por eso todo esfuerzo y diligencia por adquirir y adelan­tar en es(e) don de oración ignaciano será poco-Aquellas experiencias de contacto del yo_ y de esa soledad interna con Dios van en esta dirección. Debo fomentar en lo posible aquel espíritu. En esa soledad interna es en la que el Señor se comunica y en ella y por medio de ella vienen esas "intuiciones" estilo S. Ignacio para poder ver las cosas con mucha sim­plicidad y claridad junto con un convenciendo (convencimiento) de que aquello es de Dios (28)

La oración retirada prolongada (preferentemente de noche) y también la breve, pero intensa, en cir­cunstancias difíciles en que se pide al Señor una solución de un problema, son los momentos más propicios.

Vida pues de oración continua. Tener la persuasión de que así como es el Señor quien me ha elegido para este cargo El me dirigirá y me fortalecerá

60

a través de la oración que es un don que está incluido en esta "gratia status".

Confianza grande en el Señor'. El "munus Generalis" es de tal grandeza que exige esa comunicación del Señor. Por otro lado darme cuenta refleja de la inmensidad de las posibilidades, pero al mismo tiempo de la responsabilidad, si no se procura esa eficacia sobrenatural en la realiza­ción de esas empresas.

(folios 18,19 y 20 en blanco) (29)

[fol 21]

Día 5 de agosto. Meditación de la tarde 4,1/2 (30)

Una elevación de espíritu viendo al mundo abajo y al Señor arriba. La lucha que se está realizando en el mundo es como se describe en las 2 banderas.

Es una guerra de fondo, de principios, de vida o muerte y ahora es un momento decisivo de la historia.

Yo, como General de la Compañía tengo un puesto muy decisivo en esta batalla y una responsabilidad también muy grande.

Mi primer plan ha de ser el estar unidísimo al Señor que es quien ha de planear esta batalla y comunicarme su plan para la ejecución.

Lo que debo hacer en primer lugar es poner a la Compañía a tono con estas ideas tan grandes. Tienen que vibrar todos los jesuí­tas con esta empresa, y al mismo tiempo que llevar a la vida práctica ese entusiasmo con "una entrega absoluta de sus personas". Es un momento en que el jesuíta ha de demostrar lo que es o irse!

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Batalla de proporciones alarmantes; es una verdadera batalla en el fondo o sea que aunque en los procedimientos respecto a los hombres tengamos que proceder con caridad y comprensión (diálogo, aproximación, cola­boración in externis), es cierto que en cuanto a principios y al último motor que mueve todo este mundo ateo es el demonio (Lucifer) la bandera del mal caudillo.

La lucha contra el mal Caudillo es con armas espirituales y la crueldad de la lucha no está más que en el interior del propio individuo = negación del propio yo: mortificación y desprendi­miento. Pero al exterior hemos de aparecer amables, agradables- Es decir, la ludia considerada en cada uno es interna, espiritual; pues se combate un espíritu que pervade todo, (severo consigo, lucha contra la propia carne, soberbia, pobreza). Al exterior, como no se combate contra hom­bres, sino contra el espíritu que domina a esos hombres, ha de ser atractivo, comprensivo, ... para que ellos mismos reconozcan su esclavitud y ellos la rechacen!

Ifol. 22}

Es decir, se trata de que la gracia obre en su interior; y eso se consigue con medios espirituales (en primer lugar) oración, sacrificio... y también con medios naturales ma­teriales: amistad, instrucción, diálogo... Para así pro­porcionarles las gracias actuales que van verificando el proceso de conversión

62

Xto. - • Satán Satán (31)

(M)

Ac. Ext Ac. Ext

Apost.

En esta lucha ha de comenzarse por el interior de cada uno (como he dicho antes), es decir, la victoria ha de comenzarse en el propio corazón. El éxito de la empresa ha de garantizarse primero en su propio espíritu. Para ello se podría comenzar con grupos que se quieran dedicar de un modo especial a este apostolado: Casas de espiritualidad intensa de pobreza, abnegación: estudio, trabajo de equipo. Con un ideal así se podría comenzar la "reforma" de la pobreza y de la vida de espíritu. La multiplicidad de actividades hace que el número pueda ser grande, pero en equipos pequeños, con vida familiar austera pero con un ideal muy grande, en que se verifique el espíritu evangélico de S. Ignacio. Los verdaderos batallones suicidas. Estudio especial: espiritualidad especial. Trabajo y vida especial jesuíta hasta las últimas consecuencias. Ya desde el escolasticado. Con toda generosidad espiritual. Para el plan concreto se necesita estudio pro­fundo para ver el modo más eficaz de desarrollar esta campaña. Una vez determinado, llevarlo hasta las últimas consecuencias. Ya la preparación espiritual puede comunicarse desde ahora: vida de oración intensa, de pobreza

(32)

63

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Ifol. 231

de caridad y colaboración, de entusiasmo por un ideal.

Modus procedendi: 1) Convencimiento y concretización de la grandiosidad de esa obra

(Grandiosidad porque 1) incluye prácticamente todo apostolado 2) por su dificultad 3) por su importancia 4) por ser mandado directamente por el

Sumo Pontífice 2) Preparado} i espirih tal: espíritu ignaciano hasta ¡as últimas conse­

cuencias: ley interior de la caridad pobreza y humildad. Obediencia magnanimidad etc...

3) Estudio completo de la situación y determinación práctica en grandes lineas.

4) Determinación de ¡a Compañía en ese plan y su realización práctica.

5) Realización práctica: estructuras, formación... vida de comunidad

6) Comunicación de antemano a la Compañía de este plan y comenzar la preparación espiritual

Sin duda que esto levantará el espíritu y dará a la Compañía un nuevo vigor y unión, con optimismo y entu­siasmo. La lucha contra el ateísmo (- naturalismo -y la ayuda a países paganos y subdesarrollados) en el siglo XX es (33)

¡o que fué (y aun más) la Reforma y descubrimiento de nuevos continentes en el s. XVI

Esto bien presentado ha de poner a tono a toda la Compañía. Cómo comunicar y hacer que se sienta esto de un modo efectivo?

++ Papel del P. General en todo esto?

64

ifol 241

Meditación de las 6,1/2

Si hemos de seguir el ejemplo de S. Ignacio debemos ver cómo el combatió o procedió contra ¡os errores de su tiempo. Procuró acentuar las virtudes, principios y prácticas opuestas a ¡as que impugnaban sus contrarios y dio a la Compañía una organización y estructura propia de ¡a lucha de aquel tiempo

Nosotros debemos: inculcar y proceder según ¡os principios opuestos al enemigo - materialismo ateo 1) En nuestra vida religiosa individuai

con una sobrenaturalidad absoiuta con ¡a práctica de las virtudes que más combate ese naturalismo

' a) obediencia b) pobreza c) castidad

< d) mortificación e) personaiidad natural d) racionalidad (34)

,e) vida comunitaria 2) Esto exige que nosotros declaremos cuales

son esas virtudes y sus principios teológicos de modo que determinemos cómo procede en eüas ¡a Compañía

qué es obediencia... sus principios teológicos su práctica

pobreza en la Compañía castidad mortificación..., etc vida comunitaria

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Es decir, que debemos presentar la figura con­creta de Compañía hoy y exigirla aun a costa de perder sujetos que no se acomoden.

Esa claridad de ideas y ¡a nobleza en exigir su ejecución son elementos necesarios para poder ir adelante con la eficacia necesaria en nuestra vida. Un papel importantísimo de la Congregación General es éste, el determinar estos puntos claves de nuestra espiritual(idad) y de nuestra actividad apostólica

Meditación de la mañana 6 agosto (V Viernes)

ífol

Mi posición ante el Señor ha de ser de humildad y agradecimiento profundísimos. El puesto para el que El me ha elegido exige una pureza de alma extraordinaria. Muchas razones, pero principalmente me convencen 2.

1) El agradecimiento me obliga a ser fidelísimo al Señor, de modo que ni la más mínima cosa que yo vea que El me pide, puedo negársela. De ahí que el pecado, falta o imperfección voluntaria debe quedar absolutamente excluido.

¿Cómo puedo yo mostrarme tacaño con un Señor que ha sido tan generoso conmigo? ¿Cómo puedo yo tratar de ofender o no agradar a Quien tanto ha depositado en mí?

2) Ea necesidad de un contacto íntimo, lo más posible, y continuo con el Señor me obligan a una pureza de alma grandísima. Nuestro Señor es quien ha de moverme e iluminarme con su gracia. El empañar la lucidez de un alma limpia tiene la fatal consecuencia de una disminución de contacto con El y además de un obscurecimiento en mi espíritu que me puede impedir vez las cosas que el Señor quiere y cómo El las quiere Ese continuo ver, mirar, oir... a Nuestro Señor no

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puede verificarse más que en una conciencia lo más pura posible. Esa comunicación continua me es absolutamente necesaria para poder desempeñar mi cargo bien. El oir al Señor y comprender bien su voluntad exigen el corazón perfectamente lim­pio. Beati mundi corde guia ipsi Deum videbunt. El espejo del alma tiene que estar siempre diáfano sin empañarse lo más mínimo. (35) De ahí que si siempre ahora adquiere una actualidad especialísima el voto de perfección. Ahora tengo que observarlo con toda diligencia, pues en esa diligencia en observarlo estará también mi preparación para oir, ver y ser instru­mento del Señor: que es cumplir en todo con su voluntad. El es quien dirige; yo no tengo más que oir. El inspira; yo procuro la ejecución. El corrige; yo debo enmendarme o enmendar (a) otros de un modo visible (executio).

\fol. 26]

Esto es a la vez un motivo más, para fomentar en mi la devoción al Corazón de Cristo, ya que es la fuente de gracias extraordinarias para la propia santifi­cación! Ahora me son más que nunca necesarias, ya que esas gracias, además de ser para mí perso­nalmente imprescindibles, han de redundar en bien de toda la Compañía y de las almas que están en contacto con ella

Estos dos puntos son esenciales para mi vida espiritual individual en orden a desempeñar mi cargo de General en estas circunstancias:

1) Pureza de alma hasta lo más perfecto 2) Un amor al SC de Cristo con una vida de

reparación. Ambos elementos están intimamente relacionados pero

en nula forma de espiritualidad: amor a Cristo reparador

70

es sin duda la "conditio sine qua non" para poder obtener la 1" (pureza perfecta)

Ahora bien, esa pureza de alma, que puede aparecer como algo negativo, es de un valor positivo enorme ya que es el modo como la "energía" positiva de la gracia de Dios puede obrar y obtener efectos admirables.

¿A dónde me puede conducir esa fuerza omnipotente de Dios, si yo soy dócil perfectamente a su "fuerza impulsora"?

¡Cuántas gracias para el cuerpo de la Compañía si i/o soy dócil perfectamente al Señor! La comunicación perfecta del Señor con la Compañía exige también mi pureza perfecta de alma.

Yo el caño a través del cual deben pasar el mayor número de gracias posibles para toda la Compañía y cada uno de sus sujetos y sus obras!

6 de Agosto (V Viernes) Tarde 4,1/2

Un sentimiento profundo y clarísimo de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. Jesucristo está en el sagrario realmente. El, el Salvador del mundo, el Rey de la creación, la Cabeza de la Iglesia y de la Compañía. El está ahí y me habla, me dirige.

Solamente El Santo Padre y la Santa Sede están en condiciones de interpretar su voluntad de modo que se. puedan imponer por autoridad. A ellos he de someterme de un modo completo, humilde, leal y como decía el Sto. Padre en su última audiencia (julio 17) como cadáver.

Desde luego la Congregación General tiene también autoridad sobre mí, aunque ahí yo soy también un miembro cuya opinión de hecho ha de pesar mucho.

71

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Este sentimiento de estar siempre al lado de Jesucristo y de poder oir su voluntad dan mucha seguridad y confianza y el sentido de autoridad verdadero.

Cuando algo aparezca como voluntad clara del Señor, yo_ soy quien debo presentarla y exigirla aunque cueste sacrificios a mí y a otros; y los demás son los que se deben someter.

No es esto despotismo, sino ejercicio de una autoridad real que proviene de Cristo.

Naturalmente la voluntad y su ejecución de modo concreto se conoce o al menos se ratifica a través de los órganos que el Instituto (representante de Cristo para mí) me proporciona (Consultores, Asistentes, etc..)

Pero Cristo está en este pequeño Sagrario a mi lado! Mientras yo_ no me separe de El, El estará siempre a mi lado. El me ha elegido, él me ayuda. Qué terrible si yo_ me apartara de El. Ese mismo día había caído y dejaba de ser lo que soy! Señor, ayudadme, "ut numquam a Te separari permitas!" Vida de Pe, de intimidad con la Eucaristía! Mi gran amigo, consejero, ayuda, alimento... Jesús!! "Si ipse pro me, quis contra me?". "Omnia possum in eo qui me confortat!"

Ea presencia real de Cristo, de mi amigo, alter ego, de gran jefe, pero al mismo tiempo mi íntimo confidente. Ea obra es de los dos: él me comunica sus planes sus deseos; a mime toca colaborar "externa­mente" en sus planes que El ha de realizar inter­namente con su gracia.

Qué obra tan grandiosa la que El pone en mis ma(no)s; eso exige una unión de corazones completa, una identificación absoluta. ¡Siempre con El!

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Y El nunca se apartará! Yo tengo que mostrarle-confianza y fidelidad. Nunca separarme de El. Pero la raíz está en ese "amor amicitiae", en ese sentirse el "alter ego" de Jesucristo. Con una humildad profundísima, pero con una alegría y felicidad inmensas también.

¡¡Yo siempre con El!! Siempre colgado de sus labios y de sus deseos.

¡Qué vida tan feliz! Gracias Dios mío! ¡¡Aquí me tienes, Señor!!

Meditación a las 6,1/2 pm

S. Ignacio tuvo grandes ilustraciones trinitarias y durante sus i'iltimos años en Roma fue extraordinariamente ilustrado por medio de esos dones místicos. Ea Luz de S. Ignacio era sobrenatural concedida por el Señor (Stma. Trinidad) de un modo abundantísimo.

Yo necesito ser iluminado y dirigido por el Señor: el modo y medida es una cosa reservada al mismo Señor, pero yo_ tengo que hacer de mi parte todo lo posible para conseguir del Señor esas luces que me son tan necesarias en estos momentos tan difíciles de la Iglesia y de la Compañía. Cuanto más pueda parecerme a S. Ignacio en este don de oración y comunicación con el Señor, tanto más podré parecerme en la dirección de la Compañía y en la solución de los problemas actuales de la Compañía (que se refieren prácti­camente a todos los puntos esenciales).

Ea solución está en la vuelta a los principios igna-cianos con toda sinceridad y crudeza; la aplicación se verifica lógicamente y como espontáneamente surge de tales principios.

Estudio y oración sobre estos principios ignacianos su esencia, su extensión, su interpretación de S. Igna­cio. .., todo eso es vital.

73

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[fol. 29]

7 - VIII - Medí, mañana. 9,1/2

Reí/ temporal (41) El plan de Jesucristo de la salvación de todo el mundo

es grandioso. Pero ahora toma para mí una forma muy concreta de colaboración como General de la obra más influyente de la Iglesia.

En primer lugar es necesario tratar de ver bajo la luz de la fe y con una consideración o experiencia interna individual (un conocimiento interno) qué es lo que eso significa. Esa experiencia interna me lia de llevar a una entrega absoluta; por su grandiosidad, por su transcendencia para el mundo todo, por su belleza, no hay empresa más noble.

En 2° lugar, supuesta esa entrega absoluta, hay que buscar pedir en la oración que el Señor me comunique sus planes. La obra es vastísima y complejísima; que se puede enfocar de una manera muy diversa y con una generosidad y desarrollo vario: ¿Cual es el plan del Señor? 3: Hay un punto clave concreto en que el Señor por medio de su Vicario ha manifestado su voluntad. La lucha contra el ateísmo en todas sus formas. (42)

[A] cumprimis catholici nomims esse robar solidissimnm et Apostolwae Seáis addictnm deditumque aginen, exercitata virtute instnictiitn.

specialis fiáelitas Quo in servando sacramento militiae erga S.S. si alii religiosi sodales fideles debent essc

vos aiitenifidelissimi, si alii fortes, vos fortissímí, si alii lecti, vos lectissimi.

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IR] Vitae vcstrae tenor, qnalis addecet bonos mil(lit)es Chnsti operarios strennos nec nnquam reprehéndanlos, firmi-tcr innitatnr oportet sanctitatis moribns, vobis propriae, evangelicen' aséeseos forma austera

tenor vitae et virilis animi robore spectanáa; componatur virtutes oportet disciplina nequáquam nntabnnda nec

proprii animi inclinationibns fracta, sed alacri, prompta et ómnibus in snis modis et rei effectibns aequa et stabili.

[C]... Scmper ómnibus cavendum est, ut in sentiendo, in docendo, in scribendo, in agenda nolint

cnvendttm conformar! Imic saeculo, et circumferri omm' desiderium novitatis vento doctrinar, ct pracposteris novitntibus

concederé, praeter modum proprio indulgentes arbitrio.

¡fol 30]

[D](Ecclesia agnoscit smgulariter erga se vos esse filios (43) deditissimos, apprime vos diligit, vos in honore babet et, liceat Nobis audax adhibere verbum, vos reverehir)

Ecclesia sancta Dei vestra eget sanctimonia sapientia, intelligentia rcrum, strenuitate, idque (44) a vobis poscit. ut priscae fidei retinentissimi

fíde retenta de thesauro coráis vestri nova et velera pro-nova et vetera feratis in auctiim universae gloriae Dei et proferantur in humani generis comparandaiu salutem,

in nomine Domini ¡esu Christi, qnem Deus exaltavit et áonavit illi nomen, quoá est super omne nomen!

[El De formiáutoso periclito Inunanae consortioni instanti loquimiir, áe atheismo.

...Quorum omniuin áeterrima putanda (45) est, cum de antitheismo agitur, áe pugnad impietate, quae non soluní sententia mentís et actione vitae áenegat esse Deuin, sed etiam

De atheismo contra theismum arma suniit eo consilio, ut relígionis sensiim et quidqitid est sanctum piuinque radicitus evellat.

Societati ¡esu, cuius apprime propium est Ecclesiae et religioni sanctissiinae praesidio esse, cum ncerbiora témpora vertunt.

Hoc demandamus munus:

75

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ut coniuiictis viribus atheismo obsistant vnlidissime sub signo et adíutorio fulti, (46)

Munus: finís Sti. Michaelis, principis militine coelestis, ciiius ipsa appellatio victorinm vcl fulgurat, vel futuram portendit.

Onnproph'r ignatiani sodales: "omni cxperrecta virtute, hoc bonitin certent

certamen, millo praetermisso consilio, ut cuneta bene disponantur etfeliciter cedant.

Ob id igitur investigent, omnígenos collant nuntios, typis, si oportct, cudant, ínter se disceptent

Media parent huius reí peculiariter studiosos, sacras adhibenda preces fundant, iustitia et sanctitate eni-

teant, pollentes et instructi elloquentia oris

et vitae, coelesti coruscante gratia cui

referri possit illud S. Pauli Apostoli "Sermo meus...

aCorll,4) (47)

¡fol. 31]

Otiod libentius et alacrius perficietis, si mente vestra iwrsaventis illud muniis in quod absolvendum

est voluntas incumbitis et nova contentione incumbetis,Mm

S. Poiltificis fuisse hlbitn jiestrn stntiiium ird mimua

ah Fcclesia a Summn Pontífice nnhit mneredi-

hmi esse.

Sanctus Jgnatius, pater legifer vester, tales vos voluit,

tales Nos quoque volumus Kfideles omnino erga S. Pontificem)} (48) pro certo habentes eam, quam in vobis collo-

camusfiduciam amplíssime impletum in ac

impida huiusmodi vota Societatis lesa, ubivis

ipsa toto orbe terrarum militat, orat, agit,

largifluam messem reflorentis vitae et prae-

clarorum meritorum, quibus digna Deus praemia

attribuet, parilura esse.

(fol. 32 en blanco)

76

[fol. 33]

(49)

Preparación de la 2" sesión de la C. G.

1) Ver los Postulados dirigidos al P. General Además de dar las respuestas, estudiarlos para ver qué se deduce (si algo) de SIÍS ideas, etc.

2) Reunir la Comisión determinada 3) Pedir noticias del modo como van procediendo las

distintas Comisiones 4) Crear una comisión de Re temporali: Durocher, Walter, etc 5) Preparar algo respecto al ateísmo y comenzar ya (a)

preparar planes etc; tener reuniones acerca de ello. Sociología Greg. - Theologos Philosofos Acción Populaire etc

6) Establecer el Secretariado de Misiones 7) " " de Espiritualidad ignaciana 8) Estudiar las actas y relaciones para poder orientarlos bien 9) Escribir a la Compañía una carta oficial sobre la

fidelidad al Sto. Padre y explicar un poco su encargo sobre el ateísmo y sus direcciones generales sobre la Compañía (audiencias 7 Mayo 17 de Julio)

( " la mía privada (50) 10) Comenzar la preparación del surivey sobre sociología reli­

giosa para conocer el papel de la Compañía en el mundo. 11) Ponerme en comunicación con las reuniones de los Provinciales

por Asistencias 12) Escribir varias cartas "oficiosas" (más de carácter personal o

a algunos grupos) sobre algunos puntos de interés

(fol. 34 en blanco)

77

Page 37: Arrupe Pedro Aqui Me Tienes Senor

Meditación de media noche 8 - VIII

¡fol. 35]

(51)

La lucha contra el ateísmo recomendada por el Sardo Padre de una manera tan apremiante es de una importancia grande y complejidad extraordinaria.

Es Ja voluntad de Cristo y su Iglesia!! Es de tal profundidad y transcendencia, que es mayor que el

peligro de la Reforma en el siglo XVI. Si se considera en el siglo XVI ¡a Reforma unida al

enorme problema de la Evangelización de los pueblos descubiertos entonces (América - India - Japón), este problema se asemeja en sus proporciones.

La Iglesia entonces realizó una obra gigantesca y dentro de la Iglesia fué la Compañía la que se distinguió por su eficacia en el trabajo: Canisio - S. F. Xavier - Anchieta -Las reducciones del Paraguay - Nobili - Ricci... son símbolos.

Hoy el problema es más vasto y profundo. Es la obra de iodo el mundo ya descubierto (y) pero el imlor que se presenta por salvar es el de la idea misma de Dios. Los procedimientos del ateísmo son: (1) además de los tradicionales propios de la naturaleza huma­na caída, (2) los de una lucha organizada por todo el mundo, (3) agresiva por a) el modo de proponer sus ideas

b) los procedimientos de violencia de la libertad y persecución abierta

(4) la solapada del naturalismo Acción teísta

Ante tal lucha tan vasta, tan profunda t/ tan eficaz hay que oponer una defensa y un ataque, que sea también proporcionado a la empresa.

1-Directa (contra el ateísmo)

1) Una acción mundial centralizada (=con una organi­zación central dirigente).

2) total, que abarque todos los elementos 3) planificada espiritual y cientificamente al máximum 4) espirituales

materiales religiosos seglares <¿~-etc..

sacerdotes

- laicos,

78

En esta planificación mundial y su realización la Compañía debe aportar todos sus elementos, que son muchos

1) una extensión por todo el mundo 2) una centralización sana y fuerte 3) una multiplicidad de obras de todo género 4) una posibilidad de creación de nuevos tipos de obras

o de reorganización de. las presentes (52)

¡1 Indirecta contra el naturalismo

[fol 36]

Ahora bien, esa acción hay que comenzarla dando a los valores su verdadero lugar, según la mente de S. Ignacio

Los valores espirituales se imponen los primeros Los " " en la Compañía " " ya que una acción

de este tipo supone un espíritu genuinamente ignaciano llevado hasta las últimas consecuencias:

La espiritualidad ignaciana realizará aquí maravillas 1) Sumisión a la Santa Sede (originaria del plan) 2) Su entrega incondicional a Cristo (Rey Temporal) 3) La valoración y conocimiento teológico de la ludia

en el mundo de hoy (Dos banderas) 4) análisis de su situación " 5) Entrega absoluta con desprendimiento de todo, hasta

de los valores más íntimos y personales humanos y sobrenaturales (3er binario. 3er grado de humildad)

6) Universalidad de medios : (Principio y fundamento. Tantum quantum) sin excluir nada (I)

7) Máxima eficacia en el uso de sus medios sin limitaciones, "quod magis conducit" (53)

8) Duración del trabajo sin límite de tiempo "siempre buscando; fin de todas las cosas" (54)

9) Verdadero sentido del contemplativus in actione" Movilidad máxima, pero dirigida desde el centro; (55)

10) todo vivificado por la más profunda caridad y amor a Dios: Contemplaciones de la vida de Cristo (Rey temporal,

Coloquio de los pecados)

79

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a) Amor personal a Cristo b) " " a la humanidad (almas) c) " " ala Trinidad(Contempl.adamorem)

11) Todo en sumisión a la Sta Sede en Ja coordinación de esos trabajos con el resto que quiera organizar la Iglesia.

(I) aquí tiene importancia especial el uso de los medios y bienes y gustos naturales para combatir el naturalismo. No solamente con la negación absoluta de esos bienes se llega al fin. Hoy al contrario es más eficaz el saber usar de esos bienes y placeres naturales, pero sólo en cuanto son medio para una sobrenaturalización de la sociedad

Ifol. 37]

Valor de ese plan para la misma Compañía: Esta acción impuesta por la Sta. Sede tiene todos los elementos

(para) ser un ideal renovador en la Compañía (56) A) Negative: Removiendo algunos obstáculos que se oponen al amor

y entusiasmo de algunos por su vocación a) La Compañía ha pasado; su función ya no es del siglo XX

-No. 1) El Papa nos llama 2) precisamente en nuestra espiritualidad y características

de organización están las raices de lo apropiado para esta empresa hodierna

b) La acción moderna exige otra clase de espiritualidad. -No; 1) precisamente el Sto Padre apela a nuestra tradición

y nos quiere como somos 2) si hay (y ciertamente hay) una necesidad de examen

y reajuste, la Compañía está hoy dispuesta (como lo ha demostrado en la C. General) a analizarlo todo hasta en las bases.

c) Falta planificación; no sabemos a donde vamos No: 1) Precisamente es ya lo que de un modo concreto

y definitivo nos lo ha señalado la Iglesia "Zielbewusst"

2) Además, para realizar esa acción hay que crear un plan a base de estudio profundo y consideración científica que humanamente considerada sea la más eficaz

80

d) (A) La idea de la Compañía y la que S. Ignacio tuvo no es un dogma de fe; se puede modificar (Si S. Ignacio hubiese vivido

hoy, hubiera fundado otra

cosa)

Distinguo: es cierto que no es una idea inspirada in sensu Sacrae Seripturae, Concedo Pero no cabe duda que son gracias inspiradas en unas intuiciones místicas de una altura y perfección extraordinarias (así pues, no(n) son inspiradas por Dios a través de grandes dones místicos: negó)

Esto lleva a un estudio mucho más profundo de la persona y espiritualidad ignacianas; Muchas de las ideas y proposiciones que hoy se hacen por muchos demuestran una ignorancia crasa de las cosas de S. Ignacio y de la Compañía. De ahí que es necesario fomentar mucho más esa espiritualidad y su conocimiento.

(B) Si San Ignacio hubiese vivido hoy hubiese fundado otra orden religiosa, tal vez un instituto secular.

No. Precisamente los elementos esenciales de S. Ignacio

ífol. 38]

Formula Instituti, Constituciones y sus ideas generadoras, Exercicios presentan los elementos que hemos considerado como los de máxima eficacia para esa acción moderna y es como nos quiere el Papa. La necesidad de accomodación de algunos elementos (o quizá de muchos) es evidente, pero en los mismos principios ignacianos hay esa adaptabilidad, más aún esa exigencia de adaptabilidad que han de hacer de la Compañía el instrumento más eficaz.

Tenemos en nuestras manos el espíritu evangélico universal y la capacidad de adaptación de la Compañía es casi ilimitada.

B) Positive Cfr 10,1-3 (57) Puede ayudar esta acción de muchas maneras

1] Descubriendo que ese ateísmo tiene un influjo en

81

Page 39: Arrupe Pedro Aqui Me Tienes Senor

la vida religiosa de hoy de dos formas principales: a) con una debilitación en el espíritu de fe

y con dudas sobre la misma fe. b) con una actitud naturalista en la concepción

de la misma vida (religiosa también) (naturalismo)

21

El naturalismo es en muchos casos un comienzo, el primer escalón (58) para caer en un ateísmo, al menos, práctico, que puede después conducir al teórico; la lucha contra el naturalismo es muy diversa a la del ateísmo militante y agresivo. El naturalismo es mucho más solapado. Tiene puntos buenos y ataca a los mismos creyentes y a los religiosos, es una plaga sumamente difícil de combatir. Hay que estudiarlo afondo.

Ifol 39]

Ea Compañía ante esta acción (efectos de la acción en la Compa(ñía))

Esta acción confiada a la Compañía es un objeto sumamente, adecuado por su espiritualidad y organización. Es decir, la Compañía está capacitada con sus fundamentos espirituales y orgánicos para desempeñarla, aunque para ello tenga que acudir a sus últimos recursos fundamentales y de adaptabilidad.

Pero al mismo tiempo esta acción entendida con toda su profundidad, amplitud y complejidad es la gran fuerza que puede ayudar a una verdadera Reforma y reestructuración de. la Compañía, así como a una elevación de su espíritu.

Esta acción anti-atea (A.A.A.) exigirá que se. estudien las estructuras de la Compañía y su espiritualidad. Teniendo en cuenta que su acción ha de. tener eficacia no solamente

A) en los individuos, sino también (y sobre todo) en las estructu­ras sociales, nuestro modo de proceder debe ser sometido a un examen sincero y bien valorado

82

B) Ese entusiasmo colectivo A.A.A. debe llevar a un entusiasmo indi­vidual, que vaya a las raices del mal para curarlas. Supuesto que ese ateísmo es el fruto y el origen de un naturalismo, que lo penetra todo, debemos ver cómo en la Compañía y en cada uno de nosotros ese naturalismo puede haberse infiltrado y contagiado.

Así pues, la lucha A.A.A. empieza en nosotros mismos con una A.C.N. (contra el Naturalismo) 1] El antídoto contra el Naturalismo es para nosotros

el ignacianismo; esto nos debe llevar a un conocimiento más profundo del Igmo. y a una aplicación hasta sus últimas consecuencias

Esto nos llevará a una renovación espiritual espontanea, salida del interior de cada uno de nosotros.

2] La necesidad de dar eficacia a nuestra obra A.A.A. nos ha de llevar (según los principios ignacianos) a estudiar el problema con toda su amplitud y profundidad; del cual ha de resultar un plan total de acción, que dará a nuestra vida y ministerios el significado y la forma Hodierna de la Compañía en el mundo.

Aquí estará fundamentada la selección de nuestros ministerios, según su eficacia para esa A.A.A.

Ifol. 40]

(59)

3] Lo gigantesco de la obra y su dificultad ha de ser el mejor argumento y fuerza para demostrar y e impulsar a una labor de equipo (team-ioork) que es enteramente contraria al individualismo (hoy tan extendido), provincialis­mo y asistencialismo, dando un vuelo internacional mundial = católico a la obra de cada uno.

4j Supuesta esta claridad defines y unidad suprema de acción (con la variedad propia de circunstancias, etc...) se ve la necesidad absoluta de una obediencia ignaciana, la cual asegurará

a) un diálogo ignaciano entre subditos y Superiores

83

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(consulta en el sentido más amplio de cuenta de conciencia

la palabra) consultas, reuniones, reportes técnicos)

b) una mobilidad ignnciana también ("inestabilitas Soc") (cfr. Civilta Cattolica Mayo 1965 pg 350 6" linea) (60)

c) una su(b)misión absoluta a las decisiones últi­mas (según las normas de S. Ignacio, representaciones, recurso al Superior mediato, etc.)

5] Tratándose de una lucha en que la vida es el gran argu­mento (en este mundo existencia]) nos llevará a dar el testimonio externo practicando lo que en­señamos: vida de pobres, austeridad. N.B. Tal vez esto dé origen a un tipo de casas especiales, que habría que estudiar (Casas del testimonio

C.T.) Además el problema es tanto más urgente por(que) la necesidad de vivir en ese mundo naturalista, pero sin pertenecer a él en espíritu exige una valoración y uso de las cosas naturales de modo que seamos atractivos, sin contaminarnos; lo cual es mucho más difícil que la abstención absoluta.

tiso de las criaturas, pero con el " detachement" absoluto. (No cabe duda que esto exige una formación espe­cial ...y un espíritu fortísimo).

6] Ese naturalismo ateo tiene un influjo en la vida religiosa (61) que aparece bajo dos formas principales:

a) con una actitud naturalista en nuestra vida religiosa que hay que combatir de un modo prudente y enérgico

b) con una debilitación en el espíritu de fe y con dudas sobre la misma fe

Esto nos ha de llevar a un querer practicar más y más en las verdades de la fe en la

oración y estudio; ese pedir constantemente el espíritu de FE y el estudio filosófico y teológico adecuado de

las cuestiones, no sólo "in genere", sino también de un modo personal individual; conviene plantearse estos problemas

84

[fot 41]

de un modo sincero y prudente, bajo la dirección de quien bien nos conoce personalmente, pero siempre con la conciencia de que el último responsable soy yo (N.B. no hablamos de escrúpulos, etc., aunque también hay que tenerlos en cuenta.... para el futuro) El planteamiento presenta un aspecto muy delicado en punto a la vocación a la Compañía. Es necesario que en el Noviciado uno se presente este problema con toda crudeza y si después se ve que por falta de madurez o dirección no se ha verificado, se haga esa confrontación con la realidad concreta, jesuítica, cuanto antes.

(N.B. Los problemas filosóficos y teológicos son también para consi­derarlos como algo propio, cuando se vea necesario...)

7] Un deseo del desarrollo de sus propias cualidades con un con­vencimiento

de su responsabilidad personal en ese sentido hará que la colaboración sea persojial y con el máximo de certeza. Durante toda la formación un esfuerzo (constante, sereno, bien dirigido) personal, individual. Pero al mismo tiempo con un desprendi­miento absoluto para poder sacrificar lo individual a lo colectivo. (N.B. Los conceptos erróneos sobre "los derechos del hombre"

1) Concepto de desarrollo de la personalidad 2) " de libertad 3) " de amor, etc..)

(fol. 42 en blanco)

85

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ífol. 43]

(62)

3] En este contexto adquieren las Misiones una luz especial. (63) Porque: 1) El mayor número de ateos (prácticos y aun teóricos

en sentido de que creen en un Dios enteramente primitivo) está en esos llamados países de Misión.

2) la dificultad de la conversión es grande, pero las esperanzas son aún mayores que en los países descristianizados,

(cuando se habla de dificultad, no olvidemos lo difícil que es también convertir al ateo occidental)

3) en esos países numéricamente tan superiores y de una cultura y cualidades humanas tan grandes está el porvenir del mundo del futuro

4) El problema de conversión es ya un problema de carácter universal con características muy comunes en todos los países; esas diferencias más que por continentes se determinan por avance de cultura,

v.gr. Japón presenta unas dificultades muy similares a las de Francia o U.S.A. en sus neopaganismos. en cambio Malaya o Rangoon presentan otros caracteres más comunes a otras naciones de África, etc.

De ahí que al hablar de Misiones debemos cambiar el concepto antiguo: trabajo en países retrasados cultural y técnicamente, con problemas muy primitivos y aplicando en el trabajo medios también muy primitivos.

5) La oportunidad que aún queda en la mayor parte de los países aún paganos, no sabemos cuán(d)to durará: el ateísmo comunista hace avances decisivos en todos los Continentes.

Urgencia del trabajo y de esfuerzo apostólico.

86

[fol. 44}

6) Para hacer ese esfuerzo dicen que hay peligro de matar la gallina: No, 1) porque esas empresas Misionales

suscitan más vocaciones en los países católicos 2) porque los países paganos dan,

cuando se convierten, proporcionahnente tantas o más vocaciones que los países católicos; lo cual es una esperanza grande para el porvenir.

ífol. 45]

Órganos conectados con A.A.A.

1] Burean de colaboración espiritual Buscar oraciones y méritos espirituales (Cruzada espiritual) a) Apostolado de la Oración + Cruzada Eucarística b) Congregaciones Marianas c) Otras asociaciones piadosas: Buena muerte, Marías de los Sa­

grarios etc. d) Mundo Mejor? (su colaboración ha de ser también

más amplia) (64)

2/ Colaboración de los Laicos: Burean laical que estudie la formación de los laicos en el A.A.A.

sus trabajos y colaboración a) en la parte espiritual b) en la parte de acción

Importantísimo el dar con la fórmula para tener la máxima colaboración y la más eficaz de los laicos.

Tal vez el ir formando institutos seculares por (65) diversos países o provincias: bajo una fórmula más o menos uniforme y después poder formar una federa­ción, que llegase a una unificación.

Sería interesante ver lo mucho que hay en ese sentido.

3] Mundo Mejor (dejar la iniciativa a sus fundadores...) pero tal vez sería bueno:

87

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1) imbuir en este espíritu a los Institutos seculares xja existentes

2) " a los sacerdotes; tal vez anunciarlo en alguna forma muy elástica

3) creación de algunos asistentes, cuyo fin sea ¡a difusión de este mo­vimiento (no el crear algo distinto con

espíritu diverso independiente, sino crear órganos reconocidos por la Sta. Sede que puedan ser los difusores de las ideas del M.M.

[fol. 46]

4] Burean para obtener recursos para A.A.A. Miembros pueden ser unos residentes en Roma otros fuera

Roma: O'Keefe, de Marco, Durocher Fuera: de Brevery, Kocliansky, Reinert,

Villamandos, Bouchard, Escalada, etc Ryan (Clerence)

Fuentes A Contribuciones de las Provincias y obras de ¡a Compañía B Asociaciones Internacionales sub diverso respecta

Educación, Obras sociales, benéficas... C Asociaciones Católicas: Misereor, Adveniat, Asociaciones en

diversos países D Fundaciones: en U.S.A. y otros países E Creación de un grupo de personalidades (Lucha contra

el comunismo o algo parecido) Filantrópico

F Crear algún elemento Productivo - Lapique G Obras varias (?)

Los PP. que ya estuvieron en esta clase de obras pudieran contribuir si este programa les ayudase de modo que 3/4 quedase para ellos y 1/4 para A.A.A.

88

¡fol. 47]

(66)

Swain Advic Dezza Stu. NW. Delegat O'Keefe Sto. Unive. PR-Varga Caria organiZüás»

etc

Consüiarii Periti Oñate

- Missionis

-Social

-Educación

-P.R. / / " "

Dargan de Souza Siweck

. Smetzer

Carrier Pin Acci. Populaire etc.

NN.

Ext.

^ Eccl. <^f~

Roma

París-Roma

P. Dezza -Roma P O'Keefe, <

Vat.

Religiosos

Assistentes regionales

América P. Small A.L.S. Acevez -Perito Ama. Lat A.L.M. Sarti -Form NN Ext.O. Dargan -Miss lnd. D. Souza -Miss Planific. total Alemania Schonenberger -Ecum Francia Giuliani -Sp. Ign. Ingl. Smock -Miss. (Afric) Spain Blajot -Format. NN. Slav. Mruk -Cortina de acero Italia Ganzi - ?

'te (¿donde?) N.Y. París Roma Zurich

— Laicos apóstol — Turistas especial. P. ¡acquet ~ " generales

-Mass. Comm. Clattde (N.Y.) -Ecumenismo P. Schonenberger (Roma) -Cine -Sp. Ignatiana P. Guliani (Roma)

4 Ass. General. P. De Souza

-Planificación total <^¡f-— Calvez Hirschmann

bra?

-Doctrinal <

(Roma)

Theol: Danielou, Lubac, Alfaro, Rahner, Dhanis

*Phil: Coreth, Lonergan

89

Page 43: Arrupe Pedro Aqui Me Tienes Senor

[fol. 48]

A. A. A. S.J. Extra-S.J

católicos Acatólicos

Oración specíal

Formatio NN

Actio

Protest. A.Christian Relig Bonae vohintatis

Religiosos

oración acción

- Laicos -científica -docente -social -caritativa -Predicación: Ex etc

-centros especiales

Sacerdotes

tde estudio

, de. acción . obra

escrito

\ formación de leaders \ Mundo mejor

Religiosos Clero secular Laicos

90

[fol.

Jesucristo y yo - La relación personal única

Es cierto que el amor personal a Cristo es necesario y que un aumento en él es un aumento en las gracias personales y también en las que se conceden a la Compañía, como cuerpo.

Ahora bien, es(e) amor personal tiene un carácter de exclusividad o de unicidad muy importante. Al fin y al cabo lo único que queda es Jesucristo. El resto de la colabora­ción, estima personal y hasta amor sincero, queda siempre como algo contingente limitado, temporal, varia­ble. .. Lo único que queda siempre y en todo lugar, que me ha de orientar y ayudar siempre, aun en las circunstancias más difíciles y en las incomprensiones más dolorosas, es siempre el amor del único amigo, que es Jesucristo. Esto no quita nada a las demás amista­des y a las relaciones verdaderamente caritativas de una gran sinceridad y valor de parte de los seres hu­manos. La vida es así, los hombres somos así, y las dificultades personales subjetivas son tales, que sola­mente se puede contar siempre y en todas circuns­tancias con Jesucristo.

Idea de un valor inmenso. Hay que llegar al conven­cimiento teórico y práctico de ello. Jesús es mi verdadero, perfecto, perpetuo amigo A El me debo entregar y de él debo recibir su amistad, su apoyo, su dirección.

Pero también su intimidad, el descanso, la conversación, la consulta, e¡ desahogo...; el lugar es ante el Sagrario: Jesucristo nunca me puede dejar. Yo siempre con El. Señor, que yo no te deje nunca. "Et numquam me a Te separar! permitías"

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Ifol. 501

El elan apostólico

Absolutamente necesario es hoy ese elan - (entusiasmo, dinamismo... optimista); la obra que tenemos que realizar es demasiado grande y difícil (complicada, obstaculizada, de estudio profundo 1/ realizaciones delicadas, rápidas, etc...) para que nos podamos permitir el ver las cosas con indiferencia o con una calma lenta.

Naturalmente esto no quiere decir que tengamos que estar en perpetuo movimiento externo; pero sí en continua "quasi-tensión" de trabajo tratando de realizar lo más que podamos por la gloria de Dios y bien de las almas.

Ese elan, que procede del amor de Cristo y que se manifiesta en un santo ímpetu de eficacia, de realizaciones (N.B. Cada obra tiene su aspecto pero no cabe duda que hay en todas un común deno­minador de "entrega absoluta y eficaz para conseguir el fin pretendido": U)tas con actividades externas, otras con fervor interno reconfortado en una gran paciencia y estabilidad... , pero todos vibrando por el amor de Xto. y procurando el máximo bien de las almas)

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Ifol. 511

El amor personal hacia Jesucristo hacia los miembros de la Compañía

Es absolutamente necesario y base para la identificación con El; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los mios y su querer el mío. Esto se verifica a través de las gracias eficaces.

Llegar a esa identificación es el ideal y el secreto de la verdadera santificación y del verdadero desempeño de mi papel de General, ya que no soy sino un instrumento racional de El; no solamente un segundo subordinado (en el sentido humano), sino un verdadero instrumento que no debe actuar sino movido por la causa principal

[Qué alegría y felicidad poder llegar a esto! Tarea difícil, pero que el Señor puede concedérmela en un momento. Esa gracia me es necesaria..., luego el Señor me la concederá. El sabe cuándo, cómo y en qué extensión...; me pongo por completo en sus manos, ya que es cosa enteramente suya. Yo no puedo poner ningún obstáculo a esto. Al contrario, en cuanto esté de mi parte debo colaborar con El pa­ra que ese ideal se verifique pronto.

Desprendimiento, fidelidad, constancia en la oración; práctica de ese espíritu frecuentemente (mejor siempre). Son Jos medios que yo puedo utilizar para acelerar esta transformación

Esa unión transformadora es el origen de las gracias para mí y para la Compañía.

Yo debo ser el canal; pero también el motor de la Compañía; canal por el que pasan esas gracias de Xto. a la Compañía. Motor impulsándola con un ELAN sobrenatural que se esparza a todo el cuerpo de la misma. (67)

Ese elan divino que late en el corazón de Xto. me es absolutamente necesario para poderlo contagiar y transmitir a los demás.

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Ese clan es necesario para poder realizar ¡a difícil obra de la Compañía en el mundo. Hay que recibirlo en la oración y transmitirlo por todos los medios; de allí la importancia del contacto personal con Xto. por un lado y con los sujetos de la Compañía por otro. Xto —> General —> Compañía

De ahí que esa comunicación del General con la Compañía (de un modo personal), tan deseado por S. Ignacio, hoy pueda verificarse de un modo más fácil por la facilidad de medios de comunica­ción.

Ifol. 52]

Jesucristo

i P. General

i comunicación

sobrenatural medios naturales

oraciones, Misas / sacrificios / /

/ 1 , Cartas {

/ Llaman

contacto directo

personal

loa

Instrumentos] Radio ÍT.V.

•. * Telex

Visitas

Generales / Regionales - Comunidad y C/í7Sf

\ Individuo

con tono y contenido personal

Roma a las Provincias

Hay que Imcer un gran esfuerzo por multiplicar y personalizar las relaciones del General con la Compañía y con sus miembros.

Lo que S. Ignacio pudo hacer por el escaso número de sujetos a pesar de lo primitivo de los procedimientos, hoy se puede consegiár en gran parte a pesar del número por la facilidad y adelanto de los medios de comunicación

En este punto no perdonar medio, ni gasto; es vital para el gobierno de la Compañía a lo S. Ignacio.

Notas al autógrafo del P. Arrupe

(1) Elegido general el 22 de mayo de 1965, quince días des­pués de comenzada la Congregación General XXXI, su itine­rario documental oficial a la Compañía de Jesús, desde esa fe­cha y hasta el 1 de agosto, cuando comienza sus Ejercicios, es el siguiente:

24 de mayo: Primer saludo, como general, a los participan­tes en la Congregación General y a toda la Compañía (cfr. anexo 2). Telón de fondo de no pocas de las vivencias que aflorarán en este texto.

17 de junio: En plena Congregación General envía a la Compañía las «Litterae Pontificiae» de S.S. Pablo VI, sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús (25 mayo 1965), dirigidas a los superiores generales de seis institutos religiosos de varo­nes «vinculados con especial título de devoción» al Sagrado Corazón (cfr. anexo 3).

13 de julio: Comunica a la Compañía los decretos de la Congregación General sobre «La formación de los Escolares, especialmente en los estudios», sobre los asistentes generales (28 de junio) y los nombres de los elegidos como tales (29 de junio), la elección del Admonitor del General (8 de julio), así

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como el nombramiento por el P. Arrupe de once asistentes regionales.

15 de julio: Hace llegar a la Compañía tres decretos: el de la interrupción de la Congregación General y su continuación en septiembre de 1966; el de la posibilidad de flexibilizar la duración en el cargo del Prepósito General; el de la misión del Papa a la Compañía acerca del ateísmo (cfr. anexo 4).

31 de julio: Festividad de San Ignacio, se dirigirá de nuevo a la Compañía (cfr. anexo 5) dando cuenta de los trabajos rea­lizados por la Congregación y de los trabajos pendientes y en curso durante la intersesión, y compartiendo las tres reco­mendaciones del Papa en su audiencia privada con los asis­tentes generales el día 17 de julio, a los dos días de dar por concluida la primera sesión.

(2) Const. 666, 667, 723-735, 789-790. (3) Const. 719, 766. (4) Se trata propiamente del versículo 6. La referencia, ci­

tada de memoria probablemente, es: «Si os convertís a él de todo corazón y con toda el alma siendo sinceros con él, en­tonces él se convertirá a vosotros y no volverá a ocultaros su rostro. Ahora mirad cómo os ha tratado y confesaos a él a bo­ca llena» (Biblia del Peregrino).

(5) «8Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. 9Tú, a quien tomé en los confines del or­be, y llamé en sus extremos, a quien dije: "Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado".

U)No temas, que yo estoy contigo; no te angusties, que yo soy tu Dios: te fortalezco y te auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa. "Mira: se avergonzarán derrotados los que se enardecen contra ti; serán aniquilados y perecerán los que pleitean contra ti.

"Porque yo, el Señor, tu Dios, te agarro de la diestra, y te digo: "No temas, yo mismo te auxilio". 14No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio -oráculo del Señor-, tu redentor es el Santo de Israel.

15Mira, te convierto en trillo aguzado, nuevo, dentado: tri­llarás los montes y los triturarás, convertirás en paja las coli­nas; 16los aventarás, y el viento los arrebatará, el vendaval los

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dispersará; y tú te alegrarás con el Señor, te gloriarás del San­to de Israel» (Biblia del Peregrino).

(6) Continúa el Principio y Fundamento, Ejercicios Espiri­tuales, 23. Prácticamente dedicará a él los días 2, 3, 4 y 5 de agosto por la mañana, aproximadamente un tercio del texto manuscrito.

(7) Uno de sus primeros y más ambiciosos objetivos como General es el de hacer un estudio sociológico de la realidad mundial, que sirva de base a los proyectos apostólicos que convenga hacer. Escribe a la Compañía con fecha de 9 de di­ciembre de 1965 poniendo en marcha este sondeo, promo­viendo comisiones y coordinadores provinciales para este fin. Seguirá este proceso de forma muy personal, como quien es­tá convencido de su eficacia y necesidad, con otras decisiones suyas como la de 21 de marzo de 1966. El resultado fue desi­gual entre unas zonas y otras, pero cuando menos sirvió para hacer tomar conciencia de la novedad cultural, social y reli­giosa de la humanidad.

(8) Su personal devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ampliamente testimoniada en su vida y en sus escritos -también reiteradamente en éste-, había hecho su aparición pública en la Consagración de la Compañía al Sagrado Co­razón el 24 de mayo (cfr. anexo 2) y en su carta del 17 de ju­nio a la Compañía adjuntándole las «Litterae Pontificiae» de Pablo VI de 25 de mayo sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús. En esta ocasión afirmó: «Aunque corresponda a la Congregación General XXXI examinar los postulados recibidos sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús y proponer sobre ello sus recomendaciones, he juzgado, sin embargo, convenir transmi­tiros ya a todos vosotros las Litterae Pontificiae y empezar a cum­plir así la principal parte de mi oficio, a saber, comunicar a la Compañía los deseos del Sumo Pontífice (...) Es clara igualmente la respuesta que debemos dar, tanto por nuestra tradición en vivir y fomentar esta devoción, cuanto, sobre todo, por nuestra obedien­cia y fidelidad al Vicario de Cristo, que me fue especialmente gra­to significarle de nuevo en la audiencia privada del 31 de mayo de este año» (AR XIV, 614).

(9) Aunque la grafía es suficientemente clara como «dis­co», cabría que se tratase del término «discurso» sincopado.

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(10) Imagen gráfica, traducción del kamikaze japonés, tristemente célebre en el contexto de la última contienda bé­lica mundial, de la que Pedro Arrape fue testigo y, a la vez, víctima de uno de sus más terribles coletazos, el de Hiroshi­ma. Término «del japonés kamikaze, viento divino», se desig­na con él a la «persona que se juega la vida realizando una ac­ción temeraria» (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, 2001); «persona temeraria o arriesgada» (Manuel Seco, Diccionario del español actual, 1999).

Se refiere metafóricamente a la invitación evangélica a «perder la vida por mí y por mi causa» o «por el Evangelio», como modo de vivirla de verdad (Le 9, 24). Es otra manera de referirse al «grupo de incondicionales» mencionado más arri­ba (fol. 5).

Expresión familiar a Arrupe. En entrevista al periódico Ya (6 de octubre de 1965) volverá a decir: «Espero de la juventud española generosidad para entregarse a la vocación religiosa y al apostolado laical. De los dos necesita mucho la Compañía de Jesús, muchos y muchas, para poder trabajar a fin de que desaparezca el ateísmo, que es la misión específica que Su Santidad ha encargado especialmente a la Compañía de jesús. Necesitamos muchos batallo­nes suicidas (entrega incondicional hasta la muerte) para Cristo».

(11) A continuación, en el mismo texto, queda reiterada­mente explicada esta expresión espontánea, en el sentido de una visión funcional casi inevitablemente más local o regio­nal del obispo en contraposición a la más universal y poten-cialmente unificadora del Papa (cfr. folio 8).

(12) Ciertamente se presentó, y el Concilio estaba trabajan­do sobre él en el contexto de lo que acabaría siendo la Cons­titución Gaudium et Spes. Cuando Arrupe escribe estas líneas, ya ha sido nombrado miembro de la Comisión de Religiosos que participan en el Concilio (15 junio, cfr. AR XIV, 602) y so­bre este tema versará su primera comunicación en él, presen­tada el 27 de septiembre 1965 (cfr. anexo 6).

(13) Naturalismo y ateísmo, fenómenos ya mencionados en la alocución de Pablo VI a la Congregación General XXXI (cfr. anexo 1) son integrados por Arrupe como objetivos insepara­bles de «misión», insistiendo con un sentido personal práctico en la gravedad y alcance de lo que describirá como naturalismo.

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(14) «circa»: grafía indescifrable; transcripción verosímil. (15) Const. 723. (16) Const. 725. (17) Const. 726 (resumido y reordenado por Arrupe para

su reflexión y aplicación personal). (18) Const. 727 (suprime locuciones adjetivas y toda la últi­

ma parte referida a «sus lujos»; «...en manera que los reprehen­didos o castigados reconozcan que procede rectamente en el Señor nuestro y con caridad en lo que hace, bien que contra su gusto fue­se según el hombre inferior».

(19) Const. 728 (muy resumido en lo que considera esen­cial para su persona, prescinde de aspectos que de hecho va a tener que vivir muy conscientemente, como el de las «con­tradicciones (aunque fuesen de personas grandes y potentes)»). En reiteradas ocasiones habrá de exhortar a esta libertad de hijos a la hora de trabajar por la defensa de la fe y promo­ción de la justicia consciente de las «contradicciones» que esto acarreará.

(20) Const. 729 (omite las siete líneas restantes: «Y aunque la doctrina es muy necesaria, a quien tendrá tantos doctos a su cargo, más necesaria es la prudencia y uso de las cosas espirituales y internas para discernir los espíritus varios y aconsejar y reme­diar a tantos que tendrán necesidades espirituales, y así mesmo la discreción en las cosas externas y modo de tratar de cosas tan va­rias y conversar con tan diversas personas de dentro y fuera de la Compañía»).

(21) Const. 730 (no transcribe, a continuación de «perfec­ción», el añadido del texto: «suya, no descuidado ni remiso para dexarlas comenzadas e imperfectas»).

(22) Const. 731 (simplifica y omite «y de otra, a las fuerzas corporales que el cargo requiere, para en él poder hacer su oficio a gloria de Dios nuestro Señor»).

(23) Const. 733 (sintetiza todo en los dos términos esenciales). (24) Const. 735 (resume lo esencial; transcribe «conocido co­

mo tal» en vez de «conocido por tal»). (25) Del Interrogatorio (Dep. ad det., -Deputatio ad detri-

menta-, doc. n° 9 de la Congregación General XXXI). Se re­fiere al cuestionario de ayuda proporcionado a los miem­bros de la Congregación General para su discernimiento

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personal p rev io a la elección del General . A r r u p e lo aduce como un espejo (examen) en el que mirarse . En cursiva las pa labras expresamen te t ranscri tas p o r el P. A r r u p e en su texto autógrafo:

1. Si el futuro Prepósito General será apto para promover el espí­ritu de confianza de los NN hacia la misma Compañía y el amor a nuestra vocación; de manera que sean atraídos los mejores candidatos, se consiga un trato familiar entre subditos y Su­periores y se eviten las demasiado frecuentes defecciones de la vida religiosa y del sacerdocio mismo.

2. Si será capaz de conducir a los NN a un conocimiento íntimo, a una recta interpretación y a un amor eficaz al Instituto; en el cual se contienen el espíritu y las normas del santo Funda­dor y las sanas tradiciones; todas ellas constituyen nuestro auténtico patrimonio aprobado por la Iglesia.

3. Si será tal que pueda inculcar y aplicar estos principios espiri­tuales perennes de nuestro Instituto con lenguaje moderno.

4. Si será capaz de poder reflexionar con criterio sano tantas cuestio­nes sobre la formación de los NN planteadas hoy en todo el mun­do; de manera que la formación conserve su solidez al tiempo que es acomodada a las nuevas exigencias.

5. Si será apto para promover en los NN una mentalidad y modo de actuar informados de principios sobrenaturales; de manera que juzgando con sabiduría las cosas humanas a la luz de la fe, pueda evitar más fácilmente los actuales peligros provenientes del Naturalismo, del Subjetivismo y del falso Humanismo.

6. Siendo así que las acomodaciones mismas de la vida apos­tólica a las necesidades de nuestro tiempo no producen efecto, si no están animadas por una renovación espiritual, a la que hay que dar la primacía incluso en la promoción de las actividades exteriores, se puede interrogar sobre si el nuevo Prepósito General se preocupará de que los NN cultiven asiduamente la vida interior bebiendo el espíritu de oración y aun la oración misma en los Ejercicios Espirituales en los que se asien­ta y alienta el alma profunda del Santo Fundador.

7. Si será apto para poder discernir justamente, en las normas de nuestra vida externa, las que pueden ser caducas y obsoletas de las necesarias a la vida religiosa y solícito en urgirías para que no sufra merma el vigor de la disciplina.

8. Siendo la obediencia principio vital y orgánico de toda nuestra espiritualidad v acción apostólica, se puede tam-

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bien interrogar sobre si el nuevo Prepósito será tal, que vigo­rice tanto la obediencia en los subditos, como el ejercicio de la au­toridad en los Superiores, según los genuinos principios teológicos de ella. Igualmente si será tal, que se prevea que colaborará es­trechamente para un gobierno eficaz, con los Prepósitos inferiores y con los responsables de servicios.

9. Parece que debe interrogarse también sobre si el nuevo Pre­pósito será tal, que trabajará sincera y esforzadamente para que sean eliminadas ¡as discrepancias entre nuestras leyes de pobreza y su práctica en la vida.

10. Si es lícito esperar que será vínculo de la íntima unión de los áni­mos y de las obras entre los NN, de manera que guiados por la colaboración fraterna y el espíritu universal, trabajen también con ambos cleros (diocesano y religioso) y con los laicos, según la mente de la Iglesia manifestada sobre lodo en los decretos del Concilio Vaticano II.

11. Si, por lo tanto, se espera que conservará y promoverá el es­píritu misionero en la Compañía y ayudará sin descanso a las Misiones extranjeras.

12. Si será tal, que pueda fomentar, en sí y en los otros, el espíritu de sentir con la Iglesia y la fidelidad y obediencia a la Sede apostólica.

13. Si hará suyo lo iniciado y lo propuesto por el Concilio Vaticano lí y lo fomentará según sus fuerzas. Si, por lo tanto, adaptará cons­tantemente la misión apostólica propia de la Compañía a las ac­tuales condiciones y circunstancias.

14. Si será apto para establecer la revisión de nuestras obras y mi­nisterios según los criterios de las mismas Constituciones, de manera que el apostolado de la Compañía responda verdadera­mente a las actuales necesidades de la iglesia. Especialmente si se puede esperar que realizará gustosa y audazmente la misión pe­dida a la Compañía por el Sumo Pontífice, es a saber, resistir al ateísmo en sus variadas formas.

(26) «Difícil tarea (la de la elección de un nuevo General) y asunto de trascendental importancia, del que depende la prospe­ridad, la afirmación, la conservación y el progreso de vuestro Ins­tituto (...) "Muéstranos, Señor, a cuál escogiste" (Hechos 1, 24). Nos compartimos vuestra solicitud y unimos nuestras oraciones a las vuestras, pues deseamos ardientemente que el elegido res­ponda a la expectación de todos y sea plenamente idóneo para afrontar las actuales necesidades de vuestra familia religiosa (...)

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El Prepósito General, que elijáis, deberá vigilar atentamente que no haya discordancia en vuestra sinfonía, sino, al contrario, re­suene una alabanza armónica común, pictórica de fe y de piedad. Y verdaderamente me complazco y me alegro en subrayar que esa concordia existe en la mayoría de vosotros» (traducción oficial en Congregación General XXXI, Documentos, Zaragoza, 1966, p. 11-13).'

(27) En realidad sólo va a registrar por escrito un único as­pecto, el primero y fundamental, el de las cualidades del Ge­neral, que va a ser como el alma de cuanto se siente urgido por Dios a vivir. Avín de este número de las Constituciones (723) sólo va a referirse aquí a la primera afirmación de Igna­cio de Loyola.

(28) El autógrafo dice «un convenciendo», que parece alte­ración de «un convencimiento».

(29) Estas tres páginas en blanco del quinto pliego pueden significar que fue su intención continuar considerando más detalladamente «cada una», como indica al comienzo del folio 17, de las cualidades del General.

(30) En la tarde del día 5 de agosto orará ayudándose de la meditación de Dos Banderas (folios 21-24) en dos meditaciones, a las 4,30 y a las 6,30. Se mueve con espontaneidad y libertad -como «llevado» (Diario Espiritual, 113)- por las meditaciones centrales de los Ejercicios. La extraordinaria grandeza y dificul­tad de la misión, como la propuso el Papa el 7 de mayo (el ateísmo), ya no desaparecerá de su vista como voluntad con­creta e inmediata del Señor. El Papa la presentó como «batalla» (cfr. anexo 1, n° 13-14).

La identificación de Arrupe con el Señor le lleva a la iden­tificación espiritual con la Compañía que le ha confiado el Se­ñor, para la que piensa es necesario el mismo proceso interior, que considera necesario para él. «Poner a tono» a la Compañía es mantener viva en ella la oblación «de mayor stima y de mayor momento» (Ejercicios, 97-98), como necesidad vital en el cora­zón de cada jesuíta. Sólo así será posible una «reforma» que ha de empezar por la pobreza. A eso apunta el radicalismo del «hasta las últimas consecuencias», reiterado en estas pági­nas, que la Compañía no debe ocultar ni disimular.

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En estos folios (21-28), desde el 5 de agosto tarde y todo el día 6, recoge Arrupe el climax de su experiencia interior de estos días.

(31) Arrupe se ayudaba con frecuencia de croquis muy personales para «dibujar» sus ideas. En éste de Dos Banderas expresa cómo el apóstol, seguidor de Jesús, ha de garantizar su victoria «exterior» (Cristo-Satán, X - S) con su previa victo­ria «interior» (H. individ, H.I.).

(32) Cfr. nota 10. (33) Lo que consta entre paréntesis es añadido posterior

del propio P. Arrupe. (34) La lectura obvia es «racionalismo», pero carece de sen­

tido. Dado que se trata de unas notas de redacción espontánea y acelerada, como lo demuestra la misma alteración de la nu­meración literal (repite d y e) y mirando al contenido mismo, parece verosímil que quisiese decir «racionalidad».

(35) Estos dos folios (25-26) han de interpretarse, en la di­námica interior que vive Arrupe en esa mañana del 6 de agosto, como su formulación de la Tercera Manera de Humil­dad. ¿Puede confirmarse «ab exteris» esta personal delicade­za con el dato histórico, habitualmente comentado entre los miembros de la Curia S.I. de Roma, de que Arrupe se confe­saba todos los días con el P Dezza?

(36) En la carta que escribió a la Compañía, en la festivi­dad de San Ignacio (31 de julio de 1965), es decir, siete días antes de esta vivencia-recuerdo (cfr. anexo 5), relata esta visi­ta al Papa con los nuevos asistentes y menciona esta tercera recomendación (AR XIV, 648).

(37) Invocación, levemente modificada, del Anima Christi: «Ne permutas me separari a Te».

(38) Rom 8, 31. (39) Flp 4,13. (40) Como las referidas en la Autobiografía (28-31, 65, 96,

100) y, sobre todo, en Roma, las que deja reflejadas en su Dia­rio Espiritual.

(41) Ejercicios, 91-99. Volverá a las Dos Banderas (fol. 35 y s.), pero a partir de este momento es sensible el desplazamiento interior del hombre de acción, que es Arrupe, buscando y con­cretando esa acción («los planes») que el Señor quiere de él.

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(42) Texto oficial en AR XIV, 996-999, del que Arrape trans­cribe seleccionados estos puntos (cfr. anexo 1). Traducción au­torizada por las Provincias de España {Congregación general XXXI, Documentos, Zaragoza, 1966, p . 11-16):

[A] (Ignacio deseó que ¡a Compañía de Jesús fuese) «sobre todo firme baluarte del catolicismo y como un escuadrón adic­to, valiente y fiel a la Sede Apostólica (...) En el cumpli­miento de este juramento como militar, si otros religiosos deben ser fieles, vosotros debéis ser fidelísimos; si otros fuertes, vosotros tortísimos; si otros distinguirse, vosotros aún más».

[B] «Es necesario que vuestro modo de vivir hoy se apoye fir­memente en ese ideal de santidad propio de vuestra voca­ción, según conviene a buenos soldados de Cristo y a ope­rarios animosos e intachables. Esto es, que se caracterice por una austera forma de vida evangélica, por la viril fortaleza de alma; se debe distinguir por la disciplina firme, lejos de titubeos o inconstancias de espíritu; debe ser vuestro vivir generoso y resuelto, al mismo tiempo que equilibrado y constante en su hacer y su querer».

[C] «Así pues, en el pensar, en el enseñar, en el escribir y en las actitudes lodos deben evitar el seguir al "mundo", el "de­jarse llevar por todo viento de doctrina" (Ef 4, 14) y el hacer concesiones a las novedades perniciosas por un excesivo apego al propio juicio».

[D] «La Iglesia os reconoce como hijos muy adictos, os ama extraordinariamente, os honra y, séanos lícito usar una palabra audaz, os reverencia (...) La Iglesia santa de Dios necesita de vuestra santidad, de vuestra ciencia, de vues­tros conocimientos prácticos y de vuestro empuje; y os pi­de que, manteniendo inconmovible la antigua fe, saquéis del tesoro de vuestro corazón "las cosas nuevas y anti­guas" para aumento de la gloria de Dios y salvación del género humano, en nombre de nuestro Señor Jesucristo a quien "Dios exaltó y dio un nombre que está sobre lodo nombre" (Flp 2, 9)».

[E] «Nos referimos a un terrible peligro, que amenaza a la Hu­manidad entera: el ateísmo (...) La peor de todas las formas (al hablar de antiteísmo) es la de la impiedad militante, que no se limita a negar intelectual y prácticamente la existencia de Dios, sino que adquiere carácter combativo y usa armas con

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el propósito de arrancar de las almas todo espíritu religioso y todo sentimiento de piedad».

«A la Compañía de Jesús, que tiene por característica ser ba­luarte de la Iglesia y de la religión, en estos tiempos difíciles

pedimos que

aune sus fuerzas para oponerse valientemente al ateísmo, bajo la bandera y protección de San Miguel, príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre es de victoria o la anuncia segura. Así pues, los hijos de San Ignacio emprendan esta gran ba­talla, despertando todas sus fuerzas, sin desperdiciar nin­guna para que todo se organice bien y se lleve a éxito. Para ello trabajen en la investigación, recojan toda clase de información; si es conveniente, publíquenla; traten entre sí; formen especialistas en la materia; hagan oración; descue­llen en virtud y santidad; fórmense en la elocuencia de la palabra y de la vida; brillen con la gracia celestial, según lo entendía San Pablo cuando decía: "Mis palabras y mi pre­dicación no fueron sólo palabras persuasivas de sabiduría, sino demostración de Espíritu y verdad" (1 Cor 2, 4)». «Lo cual realizaréis con más entusiasmo y prontitud, si pensáis que esta tarea, que ya hacéis en parte, y a la que os dedicaréis más plenamente en el futuro, no os la habéis fi­jado vosotros por vuestra voluntad, sino que la habéis reci­bido de la Iglesia y del Romano Pontífice». «Así os quiso vuestro Padre y Legislador; así os queremos también Nos, teniendo por cierto que encontrará plena co­rrespondencia en vosotros la confianza que en vosotros de­positamos y que estos nuestros deseos, cumplidos por toda la Compañía, que milita, ora y trabaja en todas las partes del mundo, los compensará Dios dándoos abundante mies, vida floreciente y preclaros méritos».

(43) En AR XIV 997, línea 5 desde el fin, «singulari» en vez «singulariter». Probable errata. (44) En AR XIV 998, línea 1 «intellegentia». (45) En AR se añade «certe». (46) En el autógrafo, sin d u d a errata de transcripción, se «auditorio».

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(47) «Mi mensaje y mi predicación no se apoyaban en pa­labras sabias y persuasivas, sino en la demostración del po­der del Espíritu» (1 Cor 2, 4).

(48) Las palabras entre paréntesis son añadido del P. Arrape. (49) Desde aquí continuará escribiendo en folios sueltos

del mismo tamaño por doble cara. Este folio 33, en concreto, es de tamaño menor (23 x 18) y figura inserto entre los folios 31-32, último pliego completo.

(50) Se refiere a la primera audiencia privada como gene­ral, tenida el 31 de mayo de 1965, cfr. nota 7 (noticia en el L'Osservatore Romano, 31 mayo-1 junio 1965).

(51) Correspondiente al día 7o de sus Ejercicios. De fondo de su reflexión orante sobre la «acción», que quiere el Señor de él y de la Compañía, e iluminándola otra vez las Dos Ban­deras, que puede decirse, en su conjunto, la experiencia espi­ritual más profunda de estos Ejercicios.

(52) Brevísima síntesis de la visión que aportará al Conci­lio como acción de Iglesia universal en su intervención del 27 de septiembre de 1965 (cfr. anexo 6).

(53) «Lo que más (nos) conduce», expresión familiar a S. Ig­nacio y central en su visión de fe de la vida, que aparece ya, como norte, en el Principio y Fundamento de los Ejercicios.

(54) Ejercicios Espirituales, 23. (55) Línea añadida por Arrape sobre su propio texto. (56) Sobreentendido ese «para», que no figura en el autó­

grafo. (57) Referencia a las páginas [10/1-3], que siguen a conti­

nuación (folios 39-42) bajo el título «La Compañía de Jesús ante esta acción (efectos de la acción en la Compañía)». Estas líneas son un conato de iniciación al tema, uno de los más recurrentes como preocupación suya de gobierno religioso.

(58) Un ejemplo de lo indicado en la nota precedente es es­te párrafo dedicado a un tema (el «naturalismo»). Parece un párrafo descolocado, añadido al final del folio 38, pero no vinculado al 2], que le precede. Volverá a redondearlo en su desarrollo sobre la acción de la Compañía.

(59) Grapado (¿por Arrape?) a este folio 39-40 se conserva un excursus sobre las Misiones (en hoja menor, 24 x 20,5, del mismo género de papel de todo el documento) que transcri-

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bimos como folio 43-44, que parece ser un importante añadi­do posterior de Arrupe, cuyo lugar propio sería entre los nn. 3] y 4] del presente folio 40.

(60) Giuseppe de Rosa, S.I., «La Compagñia di Gesú nel clima d'aggiornamento della Chiesa», La Civiltá Cattolica, ma­yo 1965, 342-355. La cita exacta es: «il gesuita ha per vocazione l'inestabilita».

(61) Al P. Arrupe le preocupa realistamente, delante de sus jesuítas y, en general, de los religiosos, el secularismo -él lo llama de modo genérico «naturalismo»-, que toca las raíces personales de la vida religiosa, más que el ateísmo teórico propiamente tal, sobre todo porque, como insinúa, con per­sonas tocadas de aquél no se puede hacer frente debidamen­te a éste.

(62) Corresponde a la hoja menor, el excursus sobre las Mi­siones, a la que se refiere la nota 59.

(63) Es importante observar y comparar la proyección de estas ideas y convicciones personales de Arrupe con lo que, más ampliamente, dijo en su segunda intervención en el Con­cilio Vaticano II, dos meses después, el 12 de octubre de 1965 (cfr. anexo 7).

(64) El Movimiento Mundo Mejor, ideado y promovido por el P. Ricardo Lombardi, fue, y sigue siendo, un intento pastoral de asimilación operativa del Concilio, del que se han beneficiado y en el que se han inspirado muchos cristianos y muchos otros movimientos cristianos.

(65) No hay contradicción con lo afirmado más arriba (fo­lio 37, d, B). Allí niega Arrupe la transformación de la Com­pañía de Jesús -fiel a sí misma-, en un instituto secular. Aquí abre, como parte de la acción apostólica, la hipótesis de que la Compañía pueda formar e inspirar institutos seculares.

(66) En los folios 47 y 48 recoge Arrupe, en un borrador de planificación, lo que podría ser el equipo de gobierno de la Compañía (la mayor parte de dichos nombres han sido, ya para esta fecha, o elegidos por la Congregación General o nombrados por el propio Arrupe). Igualmente un boceto muy primero de la Acción Anti-Ateísmo (A.A.A.), como él imagina poder realizarse la misión primera del Papa, para la que éste había pedido competencia, entusiasmo y rapidez:

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«Lo cual realizaréis con más entusiasmo y prontitud si pensáis que esta tarea, que ya hacéis en parte, y a ¡a que os dedicaréis más ple­namente en el futuro, no os la habéis fijado vosotros por vuestra pro­pia voluntad, sino que la habéis recibido de la Iglesia y del Sumo Pontífice» (cfr. anexo 1,15,d).

(67) Resuena en estas líneas la visión «jerarquizada» igna-ciana de la autoridad (v.gr. Constituciones, 671, 723, 790). Es importante resaltar que, cuando Arrupe se refiere a ella -co­mo aparece muchas veces en estas mismas páginas y apare­cería profusamente en su gobierno religioso-, no promueve una verticalidad de dignidad y dominio, sino de una «frater­nidad» evangélica de servicio. Basta fijarse en los términos con que se describe el ejercicio de esta autoridad: esparcir, contagiar, transmitir lo previamente recibido por un hombre unido a Cristo, o la referencia, como medio y estilo de gobier­no, al contacto personal, la comunicación personal. «Con Cris­to por un lado y con ¡os sujetos de la Compañía por otro» describe unificada, más aún, integrada en el fondo de su persona, la doble vertiente, con que Pedro Arrupe concibe ya su vida. Y trata de reflejarlo en el esquema que diseña a continuación. Nada extraño que concluya esta característica evangélica de su gobierno: «Hay que hacer un gran esfuerzo por multiplicar y personalizar ¡as relaciones del General con ¡a Compañía y con sus miembros (...) En este punto no perdonar medio ni gasto».

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Anexos

Los hemos agrupado en tres bloques. El primero lo repro­ducimos a continuación. Los dos restantes pueden consultar­se para tener una idea más precisa del momento en que Arru­pe redacta los Apuntes de sus Ejercicios Espirituales.

La primera serie comprende ocho documentos: de S.S. Pa­blo VI (anexo 1), de la Congregación General XXXI (anexo 4) y el resto del propio P Arrupe, publicados entre el 7 de mayo 1965 -comienzo de la Congregación General- y el 8 de di­ciembre 1965 -final del Concilio Vaticano II-, que, por afini­dad de contenidos y por marco cronológico, tienen relación directa, fácilmente verificable con los Apuntes íntimos que publicamos. Son los siguientes:

Anexo 1: Discurso del Papa Pablo VI al comienzo de la Con­gregación General XXXI (7 de mayo de 1965) AR XIV 996-999; Congregación General XXXI. Docu­mentos, Zaragoza, 1966,11-16.

Anexo 2: Discurso del P. Arrupe a la Congregación General XXXI, dos días después de su elección (24 de mayo de 1965), Congregación General XXXI, Documen­tos, Zaragoza, 1966, 17-19.

Anexo 3: Carta del P. Arrupe a la Compañía (17 de junio de 1965) comunicando las «Litterae Apostolicae» de

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S.S. Pablo VI, de 25 de mayo, sobre el culto al Sdo. Corazón de Jesús dirigidas a los Superiores Generales de seis Institutos Religiosos, AR XIV, 614.

Anexo 4: Decreto de la Congregación General XXXI: «Misión de la Compañía acerca del ateísmo», promulgado y comunicado a la Compañía por el R Arrupe al final de la primera sesión (15 de julio de 1965), AR XIV, 640-643; Congregación general XXXI, Do­cumentos, Zaragoza, 1966, 31-35.

Anexo 5: Carta a toda la Compañía sobre la Congregación Ge­neral XXXI (31 de julio de 1965). Lo realizado en la primera sesión; lo que se sigue trabajando; tres recomendaciones del Papa en la audiencia al P. Arrupe y a los asistentes generales, el 17 de julio, dos días después de interrumpida la Con­gregación General. AR XIV, 643-648.

Anexo 6: Intervención del P. Arrupe en el Concilio Vaticano II sobre el ateísmo (27 de septiembre de 1965, texto en La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982,125-128).

Anexo 7: Intervención del P. Arrupe en el Concilio Vaticano II sobre el misionero en la situación actual del mundo (12 de octubre de 1965) en La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 161-165.

Anexo 8: Oficina de prensa del Concilio (20 de octubre de 1965), Cultura y misión (de la traducción france­sa en la revista Christus, n° 51)).

La segunda serie es un elenco de otros textos del P. Arru­pe, del mismo período, no tan directamente relacionados con sus Apuntes íntimos. No los reproducimos en el presen­te volumen.

13 de julio de 1965: Promulgación del decreto de la Congrega­ción General XXXI sobre la formación de los estudiantes, sobre to­do en estudios, con la Relación previa de la misma Congregación, AR XIV, 621-636.

15 de julio de 1965: Promulgación de tres decretos de la Con­gregación General XXXI: de la segunda sesión de la Congregación,

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de la duración del cargo de Prepósito General, de la misión de la Compañía acerca del ateísmo, AR XIV, 637-643.

25 de agosto de 1965: A los Padres de la Asistencia de Francia sobre la importancia y la fuerza apostólica de los Colegios, AR XIV, 654-659; en La identidad del jesuíta en nuestros tiempos, Santan­der, Sal Terrae, 1981 203-208.

1 de septiembre de 1965: A los Teólogos y Filósofos de Filipi­nas, AR XIV, 665-674.

20 de septiembre de 1965: En el primer aniversario de la lle­gada de los Nuestros de la Provincia de Irlanda a Australia, AR XIV, 670-672.

8 de diciembre de 1965: Se establece la fecha de la segunda se­sión de la Congregación General XXXI, AR XIV, 670-672.

9 de diciembre de 1965: Se pone en marcha la investigación sociológica en la Compañía (Survey) «para mejor adaptación del go­bierno y del apostolado de la Compañía», AR XIV, 656-657.

Diciembre 1965: La misión que nos ha confiado el Papa (Decla­raciones a la revista francesa Realités, en La Iglesia de hoy y del fu­turo, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982,129-134).

Por último, la tercera serie reúne intervenciones públicas del mismo período, cuyos textos se conservan.

- Entrevista en la RAITV italiana (24 de mayo de 1965). - Conferenza Stampa en la sede de la Civilta Cattolica (14

de junio de 1965). - Declaraciones a Radio-Luxemburg (14 de junio de

1965). - Declaraciones a la Televisión Francaise (16 de junio de

1965). - Homilía en la fiesta del Sagrado Corazón. Iglesia del

Gesú (25 de junio de 1965). - Llomilía en la Parroquia de S. Saba (25 de junio de 1965). - Fin de la primera etapa de la Congregación General 31,

RAITV italiana (15 de julio de 1965). - Entrevista en la revista Época, «Dio del duemila» (18 de

julio de 1965). - Homilía en la fiesta de S. Ignacio. Iglesia del Gesú (31

de julio de 1965).

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Entrevista con el P. General en Radio Monte-Cario (31 de julio de 1965). Alocución a los Hermanos Coadjutores, Villa-Cavallet-ti (14 de setiembre de 1965). Mensaje a las Facultades de Filosofía y Teología de San Cugat (28 de septiembre de 1965). Entrevista en el periódico madrileño Ya (6 de octubre de 1965). Alocución a los peritos conciliares. Entrevista en el semanario Spiegel (27 de octubre de 1965). Entrevista en la revista inglesa The Tablet: «The General's Lot».

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ANEXO 1

Discurso del Papa Pablo VI a la Congregación General XXXI

(7 de mayo de 1965)

Doscientos veintiséis jesuítas, en representación de ochen­ta y nueve provincias y viceprovincias de la Compañía de Jesús comenzaron en Roma, el 7 de mayo de 1965, una nueva e importante Congregación General. La 3J'1 de la historia de la Compañía. Su objetivo primero era elegir un nuevo general, que sucediera al P. Juan Bautista Jans-sens, fallecido el 5 de octubre de 1964. Pero en la agenda de la Congregación, que iba a tener lugar antes de la últi­ma fase del Concilio Vaticano II, figuraban muchísimos más temas y de mayor trascendencia que en ninguna otra de las treinta congregaciones precedentes. El primer acto de la misma, a las ocho de la mañana, fue la audiencia de Su Santidad el Papa Pablo VI en la Sala del Consistorio. Suyas fueron estas palabras por las que confió a la Com­pañía de Jesús una misión, que habría de marcar profun­damente los trabajos de la Congregación y, muy particu­larmente, la vida y el servicio personal del futuro General.

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Saludo

Queridos hijos:

1. Con sincero afecto y con palabras llenas de esperanza os saludamos, amadísimos miembros de la Compañía de Jesús, a los que hoy nos complacemos en recibir.

Finalidad de la Congregación

2. Habéis venido a Roma y os habéis congregado para ce­lebrar la asamblea principal de vuestro Instituto, la más im­portante según vuestras Constituciones, la que ha de elegir al sucesor del Prepósito General Juan Bautista Janssens, cuya muerte lloramos juntamente con vosotros. Difícil tarea y asunto de trascendental importancia, del que depende la prosperidad, la afirmación, la conservación y el progreso de vuestro Instituto religioso.

Actitud de los Padres congregados

3. Ponderad, pues, con sano criterio; deliberad con juicio equilibrado y con fina prudencia todas las cosas qxie ayuden a ese feliz resultado. Pero, sobre todo, con oraciones sinceras y ardientes, implorad la luz y guía del Espíritu Santo, para que vuestra elección coincida plenamente con la voluntad de Dios: «Muéstranos, Señor, a cuál escogiste» (Hch 1, 24).

El Papa se une a esta oración y deseos

4. Nos compartimos vuestra solicitud y unimos nuestras oraciones a las vuestras, pues deseamos ardientemente que el elegido responda a la expectación de todos y sea plenamente idóneo para afrontar las actuales necesidades de vuestra fa­milia religiosa.

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Síntesis de la idea de vuestro Fundador

5. Todos conocéis perfectamente la peculiar naturaleza e índole, la eficacia en la acción, que Ignacio, vuestro legislador y Padre, quiso que tuviese vuestra Compañía. Él deseó que la Compañía de Jestís, fundada con espíritu magnánimo y como con cierta inspiración divina, fuese, sobre todo, firme baluar­te del catolicismo y como un escuadrón adicto, valiente y fiel a la Sede Apostólica.

Vuestro lema, vuestra excelsa gloria, vuestra típica consig­na es «militar bajo el estandarte de la Cruz y servir a solo Dios y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano Pontífice, Vica­rio de Cristo en la tierra» (Letras Apostólicas «Exposcit debi-tum», del 21 de julio de 1550). En el cumplimiento de este ju­ramento como militar, si otros religiosos deben ser fieles, vosotros debéis ser fidelísimos; si otros fuertes, vosotros for-tísimos; si otros han de distinguirse, vosotros aún más.

Debéis seguir fieles a vuestra historia

6. En las páginas gloriosas de vuestra historia se ve con luz meridiana que la conducta y los hechos de los hijos respon­dieron al ideal fijado por vuestro santo Padre, y por ello me­recisteis el honroso título de legión siempre fiel en la defensa de la fe católica y de la Sede Apostólica.

Vuestros Santos Mártires, vuestros Confesores, vuestros Doctores Canisio y Belarmino, el incalculable ejército de hombres piadosos, doctos y fervorosos, que han ilustrado vuestra Orden, como el cielo se engalana de estrellas, al rea­lizar ese ideal con palabras y con obras, os han legado a las generaciones siguientes un ejemplo y un estímulo imperece­deros para que sigáis sus pasos.

Hoy como ayer

7. Es necesario que vuestro modo de vivir hoy se apoye firmemente en ese ideal de santidad propio de vuestra voca­ción, según conviene a buenos soldados de Cristo y a opcra-

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ríos animosos e intachables. Esto es, que se caracterice por una austera forma de vida evangélica, por la viril fortaleza de alma; se debe distinguir por la disciplina firme, lejos de titu­beos o inconstancias de espíritu; debe ser vuestro vivir gene­roso y resuelto, al mismo tiempo que equilibrado y constan­te en su hacer y su querer.

Todos a una, bajo un mando

8. Si ocurriera en un ejército que un escuadrón o destaca­mento no siguiera el plan común trazado, sería como voz dis­cordante en un concierto de instrumentos y voces. El Prepósito General que elijáis deberá vigilar atentamente que no haya dis­cordancia en vuestra sinfonía, sino, al contrario, resuene una alabanza armónica común, pletórica de fe y de piedad. Y ver­daderamente me complazco y me alegro en subrayar que esa concorde armonía existe en la mayoría de vosotros.

Unidad de doctrina

9. Así, pues, en el pensar, en el enseñar, en el escribir y en las actitudes, todos deben evitar el seguir al mundo, el «dejar-se llevar por cualquier viento de doctrina» (Ef 4, 14) y el hacer concesiones a las novedades perniciosas por un excesivo ape­go al propio juicio.

Unidad de acción

10. Cada uno de vosotros ponga su gloria en distinguirse en­tre todos, en servir a la Iglesia, Madre y Maestra nuestra, en se­guir, no sus propias iniciativas, planes y criterios, sino los de la Jerarquía, y en llevarlos a la práctica animados de un espíritu de unión, más que utilizando privilegios o singularidades.

La Iglesia os reconoce como hijos muy adictos, os ama ex­traordinariamente, os honra y, séanos lícito usar una palabra audaz, os reverencia.

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La Iglesia os necesita

11. Sobre todo, ahora, cuando los Decretos del Concilio Ecu­ménico Vaticano II abren amplísimos campos y formas de apos­tolado, la Iglesia Santa de Dios necesita de vuestra santidad, de vuestra ciencia, de vuestros conocimientos prácticos y de vues­tro empuje; y os pide que, manteniendo inconmovible la anti­gua fe, saquéis del tesoro de vuestro corazón «las cosas nuevas y antiguas» para aumento de la gloria de Dios y salvación del gé­nero humano, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a quien «Dios exaltó y dio un nombre que está sobre todo nombre» (Flp 2, 9).

Vuestra fe en el nombre de Jesús

12. En este santísimo nombre, del que sobre todo os glo­riáis, tened vuestra ayuda y defensa, y en Él concebid medios y más medios para dilatar su amor y gloria; pues de El brota y fluye abundante el manantial de la salvación, y «no se ha da­do otro nombre bajo el cielo a los hombres, en el cual podamos sal­varnos» (Hch 4,12).

Encargo papal: que os opongáis al ateísmo

a) Estado actual del mundo ateo

13. Gustosos aprovechamos esta ocasión que se nos ofrece para tratar con vosotros, breve, pero resueltamente y con forta­leza, una cuestión de gran importancia. Nos referimos a un te­rrible peligro que amenaza a la Humanidad entera: el ateísmo.

Como todos saben, no se manifiesta siempre de una mis­ma forma, sino que aparece bajo diversas maneras y modos distintos. Pero, sin duda, la peor forma es la de la impiedad militante, que no se limita a negar intelectual y prácticamen­te la existencia de Dios, sino que adquiere carácter combativo y usa armas con el propósito de arrancar de las almas todo espíritu religioso y todo sentimiento de piedad.

Existe también el ateísmo de quienes sobre bases filosófi­cas afirman que no existe Dios o no puede ser conocido. Otros fundan todo en el placer prescindiendo de Dios.

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Otros rechazan todo culto religioso, porque consideran su­persticioso, inútil y costoso el venerar a nuestro Creador y servirle sometidos a su Ley.

Y así viven sin Cristo, privados de la esperanza de la pro­mesa y sin Dios en este mundo (cf. Ef 2,12).

Éste es el ateísmo que en nuestros días serpentea, unas ve­ces abiertamente y otras encubierto, bajo apariencias de pro­greso en la cultura, en la economía y en lo social.

b) Qué pide a la Compañía de Jesús

14. Pedimos a la Compañía de Jesús, que tiene por carac­terística ser baluarte de la Iglesia y de la religión, que en estos tiempos difíciles aune sus fuerzas para oponerse valiente­mente al ateísmo, bajo la bandera y protección de San Miguel, príncipe de la milicia celestial, cuyo nombre es de victoria o la anuncia segura.

c) Modo de realizar esta empresa

15. Así, pues, los hijos de San Ignacio emprendan esta gran batalla, despertando todas sus fuerzas, sin desperdiciar nin­guna, para que todo se organice bien y lleve al éxito.

Para ello, trabajen en la investigación; recojan toda clase de información; si es conveniente, publíquenla; traten entre sí; formen especialistas en la materia; hagan oración; descue­llen en virtud y santidad; fórmense en la elocuencia de la pa­labra y de la vida; brillen con la gracia celestial, según lo en­tendía San Pablo cuando decía: «Mis palabras y mi predicación no fueron sólo palabras persuasivas de sabiduría, sino demostración de Espíritu y virtud» (1 Cor 2, 4).

d) Eo quiere el Papa

Lo cual realizaréis con más entusiasmo y prontitud si pen­sáis que esta tarea, que ya hacéis en parte, y a la que os dedi­caréis más plenamente en el futuro, no os la habéis fijado vo­sotros por vuestra voluntad, sino que la habéis recibido de la Iglesia y del Sumo Pontífice.

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Mi mandato es conforme a vuestra tradición

17. Por esto, en las leyes y Constituciones por las que se ri­ge vuestra Compañía, confirmadas por Paulo III y Julio III, se encuentran estas palabras: «Todos los que hicieren profesión en esta Compañía se acordarán, no sólo al tiempo que la hacen, más to­dos los días de su vida, que esta Compañía y todos los que en ella profesan, son soldados de Dios, que militan bajo la fiel obediencia de nuestro Santo Padre y Señor el Papa Paulo III, y los otros Romanos Pontífices sus sucesores. Y aunque el Evangelio nos enseña, y por la fe católica conocemos y firmemente creemos que todos los fieles de Cristo son sujetos al Romano Pontífice, como a su cabeza y como a Vicario de Jesucristo; pero por nuestra mayor devoción a ¡a obedien­cia de la Sede Apostólica y para mayor abnegación de nuestras pro­pias voluntades, y para ser más seguramente encaminados del Espí­ritu Santo, hemos juzgado que en gran manera aprovechará que cualquiera de nosotros, y los que de hoy en adelante hicieren la mis­ma profesión, además de los tres votos comunes, nos obliguemos con este voto particular, que obedeceremos a todo lo que nuestro Santo Padre, que hoy es, y los que por tiempo fueren Pontífices Romanos nos mandaren para el provecho de las almas y acrecentamiento de la fe, e iremos sin tardanza (cuanto será de nuestra parte) a cuales­quiera provincias donde nos enviaren, sin repugnancia ni excusar­nos» (Letras Apostólicas «Exposcit debitum»).

A qué obliga este cuarto voto y su actualidad

18. Es claro que este voto, por su naturaleza sagrada, no sólo debe estar latente en la conciencia, sino traducirse en obras y estar patente a todos.

Así os quiso vuestro Padre y Legislador; así os queremos también Nos, teniendo por cierto que encontrará plena correspondencia en vosotros la confianza que en vosotros depositamos y que estos nuestros deseos, cumplidos por toda la Compañía, que milita, ora y trabaja en todas las partes del mundo, los compensará Dios dándoos abundante mies, vida floreciente y preclaros méritos.

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Bendición final

19. Deseándoos esto de todo corazón, a vosotros, miembros

de la Compañía de Jesús, que hoy nos rodeáis como hermosa y

gozosa corona, a todas vuestras empresas y planes, y a la gran

esperanza que enciende vuestros corazones, para lograr atin

más sublimes metas, os damos la bendición apostólica.

(Traducción de la edición preparada por Mariano Madurga y Je­

sús Iturrioz, de la Compañía de Jesús, y publicada por Hechos y Di­

chos, Zaragoza, 1966).

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ANEXO 2

Discurso del P. General a la Congregación General

dos días después de su elección (24 de mayo de 1965)

Cuarenta horas después de su elección, Pedro Arrupe se di­rigió con estas palabras a la Congregación General y, en ella, a la Compañía de Jesús. La imporlancia de este lexto radica en que es la manifestación más fresca y espontánea de su primerísima intuición sobre su misión y la de la Com­pañía. Algo así como su «cansina fundacional», aferrado a Ignacio de Loyola, pero enteramente tocado por el carácter de cambio y transición profunda, cultural, social y religio­sa, en que percibe inmersos el mundo, la Iglesia y la Com­pañía. Es, sin duda, el texto de Arrupe más cercano a los Apuntes en los que, cincuenta días después, habrá de ex­presar sus vivencias de Ejercicios. Ambos textos se comple­tan y clarifican mutuamente. Se necesitan. Lo que en éste piensa en alto y en público, en los Apuntes lo vive como brotado desde lo más íntimo en el silencio de la oración.

Celebramos hoy, RR.PR, la fiesta de Nues t ra Señora de la Estrada. Ella, Madre y Reina de la Compañía , nos señalará el

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camino recto, «vinin ad Deum» (Fonn. Inst. núm. 1), que será nuestra verdadera vida.

Al comenzar esta mi primera alocución, las primeras pala­bras que espontáneamente me vienen a los labios son las del profeta: «A, a, a, Domine Deusl He aquí que no sé hablar» (Jer 1, 6). Expresan bien el sentimiento de mi pequenez, que ahora expe­rimento. Es, sin embargo, evidente que la voluntad de Dios ha hecho esto: lo que es mi único consuelo, lo que levanta mi áni­mo: «ne tuneas..., quia tecurn ego siun» (no temas, que yo estoy contigo, Jer 1, 8). Dios que me ha elegido por vuestro medio, me concederá la gracia con la que pueda llevar a efecto esta gran obra, que Él ha puesto en mis débiles manos. Jamás había sentido antes tan íntimamente aquella palabra del Señor: «sine me nihil potestis faceré» (sin mí nada podéis hacer, Jn 15, 5); y la del Apóstol: «si quis existimat se aliquid esse, cum nihil sít, ipse se seducit» (si alguno piensa ser algo, siendo nada, se engaña a sí mismo, Gal 6, 3). Con todo, viendo la elección de Dios, pienso que puedo decir con toda humildad con el mismo San Pablo: «omnia possum in eo qui me confortat» (todo lo puedo en aquel que me conforta, Flp 4, 13). También me da fortaleza aquella palabra del Señor: «Ego ostendarn illi quanta oporteat eum pro no­mine meo pati» (Yo le mostraré cuánto habrá de padecer por causa de mi nombre, Hch 9,16).

En adelante me propondré sólo esto: cumplir lo más exac­tamente posible la voluntad de Dios, que se manifieste o por el Sumo Pontífice o por esta Congregación General que son mis Superiores. Me esforzaré por ser siervo y ejecutor fiel de todo lo que determine la Congregación: «Loquere, Domine, quia audit servus titus» (Habla, Señor, que tu siervo escucha 1 Re 3, 9-10).

Emprendemos hoy el trabajo de la segunda parte de nues­tra Congregación, es decir, el tratar los negocios. Trabajo que si es de importancia en cualquier Congregación, mucho más en la nuestra, reunida en estas circunstancias reales y tempo­rales. No quiero amplificar esto, ya que todos estáis plena­mente persuadidos de ello. Siguiendo el ejemplo de la Iglesia en el Concilio Ecuménico, debemos proponernos las cuestio­nes con sinceridad y ponderación. Vivimos en un momento histórico de «transición», y como sucede necesariamente en

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todo cambio, todo parece en movimiento -panta rei (todo flu­ye)-, con los peligros que de ahí se siguen. Por eso es necesa­rio examinar seriamente y discernir cada uno de los elemen­tos de los asuntos para poder detectar lo que es perpetuo y lo que es transitorio. Necesitamos de gran sinceridad, objetivi­dad, para juzgar las cosas según criterios sobrenaturales, de perspicacia para prever lo futuro, de fortaleza de ánimo no pequeña para llevar a feliz término lo que parezca necesario u oportuno a la mayor gloria de Dios.

Esto exige de nosotros una doble consideración: una, mi­rando hacia adentro y otra, hacia afuera.

En primer lugar, hemos de proponernos el problema de la Compañía en este histórico momento, para que juzguemos y veamos si, con el correr de los tiempos, algunos de sus ele­mentos insensiblemente han sufrido algún cambio, o han to­mado una forma histórica que, cambiadas las condiciones ex­ternas del mundo, deba acomodarse a las circunstancias de hoy. Esto nos debe llevar a una profunda consideración de la Compañía, a reflexionar sobre sus elementos esenciales e in­mutables, para que, bien conocidos, podamos pasar adelante a investigar cómo se deban acomodar a las condiciones de hoy. ¿Es verdad que la Compañía ha perdido su movilidad? ¿Es verdad que ha perdido su actualidad? ¿Es verdad que la Compañía padece hoy crisis de obediencia con todas sus con­secuencias? ¿Es verdad que ha inficionado también a nues­tras comunidades cierto naturalismo que se extiende más y más sobre el mundo?

La otra consideración es externa, esto es, hemos de consi­derar la imagen del mundo y de la Iglesia en las actuales cir­cunstancias de tiempo. Es cuestión esta fundamental, a la que no es fácil responder. En las actuales condiciones del mundo y de la Iglesia, ¿cuál es la tarea de la Compañía? ¿Qué orien­tación, qué trabajos, exige hoy de nosotros la mayor gloria de Dios? O, por decirlo de otra manera, ¿qué hubiese hecho hoy San Ignacio? ¿Cómo aplicaría en concreto sus principios? De­bemos abordar todas estas cuestiones con sinceridad, apertu­ra, fortaleza, para encontrar la solución.

Pienso que, si comparamos nuestros tiempos con los que vivió San Ignacio, veremos que el bien y el mal han hecho

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progresos en el mundo. Quiero decir que el progreso realiza­do en el mundo en la doctrina y en la vida espiritual exige del jesuita un grado superior de espiritualidad. El nivel de la vi­da espiritual de los sacerdotes y aun de los laicos se ha eleva­do notablemente; lo que pide de nosotros mayor altura espi­ritual y mayor formación que la que exigía el siglo XVI.

Por otra parte, el mal ha hecho también grandes progre­sos: la guerra que ahora se maquina contra la misma noción de Dios es mucho más fuerte que cuando vivía San Ignacio. Lo que significa que, si no queremos perder posiciones, es ne­cesario que seamos en cierta manera más ignacianos que el mismo San Ignacio, en cuanto que debemos llevar hasta las últimas conclusiones los principios de San Ignacio.

Para que se acomode la Compañía a las circunstancias ac­tuales, hay que someterla primero a examen, para penetrar más profundamente en los principios ignacianos y para libe­rar a la misma Compañía de todo aquello que puede retrasar su eficaz labor.

Así conoceremos los fines de nuestro trabajo, el camino para llegar a ellos y la fuerza con que seremos robustecidos para conseguirlos. Esta fuerza será ante todo sobrenatural, pero que nos llevará a emplear con eficacia y plenamente los medios humanos y modernos de la técnica y de la organiza­ción, segiin las normas del «tanto cuanto».

Con esto obtendremos también un fruto de gran impor­tancia: que mostraremos a nuestros jóvenes una imagen nue­va de la Compañía. No podemos negar lo que hemos experi­mentado al tratar con nuestros jóvenes y sacerdotes: que les falta ardor y entusiasmo, que les falta confianza en la propia vocación; y no raras veces se les oye decir: «No aconsejaría a los jóvenes estudiantes que entren en la Compañía». ¡Pala­bras bien dolorosas!

Para excitar este ardor y confianza en la vocación, tan nece­sarios en nuestra vida, no hay duda que hemos de salir al en­cuentro de las exigencias de los jóvenes, que por lo demás son exigencias de nuestro tiempo. Leed los postulados de algunas Provincias, sobre todo los que han sido rechazados, y, aún con más razón, los que no han llegado al aula de la Congregación Provincial; pero que nos han llegado como postulados privados

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o como memoriales... Podréis ver la perspectiva espiritual y anímica de nuestra juventud. No os fijéis en el modo de cómo se proponen las cosas, que a veces es muy desacertado; mirad más bien lo que pretenden decir, y veréis que, bajo formas cier­tamente inadmisibles, laten aspiraciones dignas de tenerse en cuenta o que inducen, por lo menos, a la deliberación.

I le aquí una gravísima tarea de nuestra Congregación: ex­traer lo bueno que se encuentra en tantas exposiciones y peti­ciones de nuestros jóvenes: canalizar esta fuerza y vigor; y esto es absolutamente necesario. Se trata de una ley biológica o so­cial, a la que no podemos resistir, a la que no debemos resistir, si no queremos dar lugar a una destrucción total. Nuestra tarea debe consistir en liberar esta fuerza de sus elementos espurios, y, conservando toda su potencia, llevarla por justos canales. Si conseguimos injertarla en una sana tradición, obtendremos cierta como «simbiosis», de la que se seguirán frutos ubérrimos.

Afrontemos, por tanto, el problema con seriedad y sinceri­dad. No nos olvidemos de que vivimos en un tiempo históri­co de transición, que bajo este aspecto es muy parecido al que vivió San Ignacio. Que él nos enseñe con qué fortaleza, con qué libertad de espíritu debemos pensar la obra de la Com­pañía: tomando, por una parte, los elementos que se deben aprobar, y rechazando con diligencia lo que parezca pernicio­so. No nos olvidemos de que, como la historia de hoy juzga los hechos del siglo XVI, los venideros juzgarán nuestras ac­ciones y nuestras deliberaciones y, lo que es más importante, que éstas tendrán efectos gravísimos en el futuro de la Com­pañía, con consecuencias para la salvación eterna de las al­mas. Apliquémonos a conocer qué es «militare sub crucis vexi-llo», militar bajo el estandarte de la cruz; qué significa y cómo debemos llevar a efecto esta nuestra norma de vida en estas condiciones concretas del siglo XX.

Esta es la gracia que pedimos hoy a Nuestra Señora de la Estrada; y para que podamos recibir esta gracia «ultra quam sperare possumus» (más de lo que podemos esperar), quiero renovar hoy en la Bendición con el Santísimo Sacramento la consagración de la Compañía al Sagrado Corazón de Jesús.

(Traducción: la misma que la del anexo 1).

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ANEXO 3

Carta a la Compañía de Jesús comunicando las «Litterae Pontificiae»

sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús (17 de junio de 1965)

El 25 de mayo, día de la Ascensión, tres días después de que fuera elegido General el P. Arrupe, firmó S.S. Pablo VI las Litterae Pontificiae sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús dirigidas a seis superiores generales de congregaciones vin­culadas a dicho culto: Enrique Systermans, SS.CC; Leonar­do Carrieri, M.SS.CC.; José van Kerckoven, M.S.C.; José de Palma, S.C.I.; Armando le Bourgeois, C.I.M.; y Pedro Arru­pe, S.J. El 17 de junio, en la primera de sus comunicaciones a toda la Compañía, el P. Arrupe envía dicho texto. Las bre­ves referencias motivacionales explican fácilmente el por qué incluir este breve texto entre nuestros anexos. Por ejem­plo, su conexión con el final del anexo anterior y muy parti­cularmente con la presencia del tema en los Apuntes que pu­blicamos.

Reverendos Padres y He rmanos queridís imos en Cristo: Pax Xti.

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Con estas breves letras, las primeras, después de recibir el cargo de Prepósito General, que envío a todos los miembros de nuestra Compañía, a algunos de los cuales pude saludar ya el mismo día de la elección, 22 de mayo, me alegra -y lo juzgo muy oportuno en la proximidad de la fiesta del Sdo. Corazón de Jesús-, el comunicaros las Litterae Pontificiae acer­ca del culto del Sagrado Corazón, que el Sumo Pontífice se dignó enviar el 25 de mayo a algunos institutos religiosos, vinculados por especial título de religión con el Sagrado Co­razón de Jesús, entre los que se cuenta nuestra Compañía. Aunque se le haya pedido a la Congregación General XXXI examinar los postulados recibidos sobre el culto del Sdo. Co­razón y promulgar sus recomendaciones sobre el tema, me ha parecido conveniente el transmitiros ya las Litterae Pontificiae y empezar a cumplir así la parte principal de mi oficio, esto es, participar a la Compañía los deseos del Sumo Pontífice.

En tal Carta claramente se manifiesta la voluntad del Su­mo Pontífice de que «el culto del Sdo. Corazón (...) florezca cada día más y sea reconocido por todos como una excelente y comproba­da forma de verdadera piedad». Es igualmente clara la respuesta que debemos dar, sea por nuestra tradición en practicar y promover esta devoción, sea, sobre todo, por nuestra obe­diencia y fidelidad al Vicario de Cristo, que me fue de espe­cial gozo significar de nuevo en la audiencia privada del 31 de mayo de este año, a saber: que, secundando con prontitud este impulso y exhortación del Sumo Pontífice continuare­mos, según nuestras fuerzas y con renovado vigor, dando culto al Sdo. Corazón y promoviendo dicho culto.

Bendiciéndoos a todos de corazón, me encomiendo en vuestros santos sacrificios y oraciones.

Roma 17 junio 1965, en la festividad del Corpus Christi. Siervo de todos vosotros, en Xto., Pedro Arrupe, S.I.

(Traducción de I. Iglesias, S.J.)

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ANEXO 4 Misión de la Compañía

acerca del ateísmo

El 15 de julio de 1965, al finalizar la primera sesión de la Congregación General, promulgó el P. Arrupe este impor­tante decreto en el que la Congregación recogió y dio cuer­po de ley a la voluntad de S.S. Pablo VI manifestada al co­mienzo de la misma. Las líneas-eje de este decreto estarán muy presentes, como voluntad de Dios, en los Ejercicios de Arrupe, quince días después, pero sobre todo en su vida y su acción apostólica y de gobierno.

DECRETO

I. De la difusión del ateísmo y del encargo confiado por el Sumo Pontífice

1. Porque la gloria de Dios, fin de toda la Creación, y el mis­mo bien del hombre exigen que éste conozca a Dios, le reveren­cie y le sirva, el peligro de ateísmo en que hoy se encuentran tantos hombres debe estimular a los miembros de la Compañía

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de Jesús a dar un testimonio más puro de vida religiosa y abra­zar con mayor entusiasmo las obras apostólicas. La negación de Dios no es un suceso singular como en los pasados siglos, sino que se difunde entre muchos, más aún, entre grupos sociales y pueblos casi enteros. En algunas naciones el ateísmo es propa­gado sistemáticamente por los mismos poderes piiblicos, con lesión de los derechos del hombre a la libre búsqueda de la ver­dad y al ejercicio de la religión. La negación de Dios o la indife­rencia hacia la religión imbuye aún más extensamente la vida cultural y social directa o indirectamente. El Sumo Pontífice Pa­blo VI, tomando ocasión de la Asamblea de Padres reunidos para la Congregación General XXXI, pidió a la Compañía en virtud del voto especial de obediencia, hacer frente «con fuer­zas unificadas» al ateísmo: por tanto, es necesario que todos los Nuestros se apliquen a ello con la oración y la acción, con forta­leza, aunque, de su parte, humildemente y se muestren agrade­cidos de poder así servir mejor «al Señor sólo y a la Iglesia su Esposa bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra».

II. Del conocimiento del ateísmo y de sus causas y de las motivaciones de los ateos

2. Todos los miembros de la Compañía, cualquiera que sea el trabajo apostólico a que se dediquen, presten mayor aten­ción a los ateos y cultiven un conocimiento más profundo del ateísmo y de la indiferencia hacia la religión. Investiguen las diversas formas del ateísmo, bien sean sistemáticas bien prác­ticas y procuren tener de ellas un conocimiento directo en cuanto sea posible.

3. Conozcan bien igualmente sus causas: ya aquella relación que la actual negación de Dios tiene con los cambios de todo tiempo que se operan en la condición material y social de los hombres, ya aquellas causas «complicadas y múltiples» que pueden encontrarse «en la mente de los ateos», «de forma que hay que juzgar de ellas prudentemente» (Ecclesiam suam), ya las injusticias sociales que, sobre todo en las regiones en vías de de­sarrollo, disponen a muchos a recibir las doctrinas ateas que van unidas a los programas de revolución social.

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III. De algunas dificultades que se oponen a la fe en Dios y de los remedios que deben ofrecerse

4. Empleen los Nuestros con intención puramente apostó­lica y de ningún modo política los remedios apropiados para superar las dificultades que pueden moverse contra la fe, muchas veces también entre los mismos creyentes.

5. Puesto que las dificultades muchas veces proceden «de que se pide que las cosas divinas se propongan de una forma más elevada y pura que la que prevaleció en algunos modos de culto y de lenguaje» (Ecclesiam suam), esfuércense los Nuestros en purificar sus representaciones de Dios y en pro­mover entre los creyentes una adhesión de fe verdaderamen­te personal.

6. Ya que existen también algunos ateos «dotados de cierta grandeza de alma», a los que mueve el que no pueden sufrir «la mediocridad y la ambición de la propia comodidad (...) con que están viciados tantos sectores de la sociedad humana en nuestros días» (Ecclesiam suam), trabajen los Nuestros para que la fe lleve siempre a un auténtico amor práctico y social del prójimo.

7. Como, por otra parte, la aspiración legítima a la autono­mía de las ciencias o de la actividad humana muchas veces llega a suscitar objeciones contra el conocimiento de Dios, o más aún, algunos presentan la enajenación de la religión co­mo la misma vía para la liberación del hombre, hay que es­forzarse por que la fe informe toda la vida concreta del hom­bre y por que resulte claro que la vida cristiana no aparta de la edificación del mundo, más aún, que los valores humanos cultivados sin soberbia y el mismo universo, limpios de la co­rrupción del pecado, iluminados y transfigurados, pueden encontrarse en el «reino eterno y universal» que Cristo entre­gará al Padre en la consumación del mundo.

IV. De nuestro modo de vida

8. Es necesario que los miembros de la Compañía apliquen estos remedios primero en su propia vida. Cultiven cons-

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tantemente el sentido del Dios viviente, operante y amante, que los Ejercicios de San Ignacio comunican por medio de la meditación del Principio y Fundamento y de la Contempla­ción para alcanzar amor. Que todo nuestro modo de vivir y obrar manifieste, en cuanto sea posible, quién es Dios: apro­piándonos la actitud fundamental que el Verbo de Dios en­carnado ha manifestado en toda su vida y sobre todo en su sacrificio supremo, según lo descubren los Ejercicios a partir de la contemplación del Reino de Cristo.

9. Nuestro modo de vivir y obrar ha de ser completamen­te sincero, libre de toda especie de soberbia o fingimiento, ya que los ateos, ajenos al ámbito del mundo religioso, juzgarán sobre todo la vida misma y las obras nuestras.

V. De la formación de los jesuítas

10. La formación de los jesuitas sea apta para fundamentar y promover esta vida espiritual y un sincero y fraterno estilo de obrar. Sean instruidos los estudiantes para comprender la mente de los ateos y entender sus teorías, y sean provistos de una doctrina apropiada, sobre todo antropológica, presenta­da en lenguaje moderno; y hay que procurar, en cuanto sea posible, que sobre todo los que provienen de ambientes cris­tianos intactos puedan tener a tiempo algunos contactos con personas ateas.

VI. De la jerarquía de los ministerios y de su acomodación para cumplir la misión encomendada por el Sumo Pontífice

11. El mandato de hacer frente al ateísmo debe penetrar to­das las formas aprobadas de nuestro apostolacio, de forma que cultivemos en los creyentes la fe misma y el sentido au­téntico de Dios. Pero también es necesario que dirijamos a los no-creyentes una parte de nuestras fuerzas mayor que la has­ta aquí empleada y deberán buscarse y experimentarse nue­vos medios para dirigirnos más íntima y profundamente a los mismos ateos, ya a aquellos que pertenecen a las clases más necesitadas, ya a aquellos de clases más cultivadas.

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12. Considerando las regiones en que se propaga el ateís­mo, tendremos que insistir en la ayuda a las regiones en vías de desarrollo, en las cuales la vida religiosa está expuesta a mayores y más imprevistas perturbaciones a causa de la rapi­dez de los cambios.

13. Considerando las principales causas del ateísmo, es evidente que hay que insistir en el apostolado social y en el apostolado universitario, bien sea por medio de nuestras uni­versidades o en las universidades civiles.

14. Se precisan también valiosos esfuerzos intelectuales de todos nuestros científicos, filósofos y teólogos y una coopera­ción constante entre aquellos que cultivan las diversas disci­plinas, especialmente las ciencias del hombre.

15. Expónganse y sométanse a crítica en nuestras aulas las doctrinas del ateísmo actual, sin caer en una vana polémica, sino fomentando una inteligencia crítica lo más exacta posi­ble de los argumentos de los ateos y de su mentalidad.

16. Diríjanse los Nuestros a los mismos ateos con la con­vicción firmísima de que la ley divina está inscrita en los co­razones de todos, y en la fe de que el Espíritu Santo mueve a todos a la obediencia debida a Dios Creador; trabajen por re­mover los obstáculos y para que los ateos encuentren a Dios y le reconozcan, tanto por medio de la predicación acomoda­da a cada uno, unida a un religioso respeto, como por medio del testimonio fraterno en la vida concreta y en la acción.

17. Preocúpense todos los Superiores de adaptar continua­mente el apostolado a este fin. Se recomienda de modo parti­cular al General que, en coloquio con el Sumo Pontífice, trate de conocer con claridad su mente acerca de la misión que nos ha confiado y que, con la ayuda de especialistas, dirija todo el apostolado de la Compañía a cumplir aquella misión en la medida de nuestras fuerzas.

(Traducción: véase el final del Anexo 1).

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ANEXO 5

A toda la Compañía sobre la Congregación General XXXI

(31 de julio de 1965)

El 31 de julio de 1965 lleva Arrupe setenta días como gene­ral. Quince días antes se ha interrumpido la Congregación, pero continúan los trabajos y estudios de individuos y co­misiones sobre multitud de temas abiertos bajo la inspira­ción del Concilio, todavía en curso, pero ya con el horizon­te de la última fase a la vista. Ese día firma Arrupe una carta a todos los jesuitas dándoles cuenta de lo trabajado, de lo que queda por hacer y de los acentos que S.S. Pablo VI ha vuelto a poner en ocasión de su audiencia, trece días antes (17 de julio) al P. Arrupe y a sus asistentes generales. No se trata de mera narración de hechos. Su visión de los mismos, además de reflejar su talante, va dejando entrever aspectos de la vida y del apostolado de la Compañía, que volverán a ser objeto de su inspiración y de sus decisiones a lo largo de su generalato. Este es el cuadro inmediato de la Compañía que Arrupe lleva consigo al día siguiente a sus Ejercicios. Algo así como su composición de lugar de los mismos.

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Reverendos Padres y Hermanos en Xto queridísimos. Pax Xti.

Bien conocéis cuánto he deseado, desde el primer día de mi aceptación del cargo de General, hablaros a todos vosotros.

Ahora se me presenta una estupenda ocasión de realizar este deseo, al transmitiros la promulgación de tres decretos de la Congregación General, inmediatamente después de ter­minada la primera sesión.

Ante todo, quiero manifestaros mi sincera satisfacción, después de los trabajos de la primera sesión, por la abundan­cia de gracias con que Dios ha colmado a nuestra Compañía. Vuestras oraciones y vuestra expectación no han sido mutiles. La obra terminada por la Congregación es verdaderamente grande y la obra que ha dejado preparada para la segunda se­sión supera, quizás, a la de la primera. Os doy de nuevo las más sinceras gracias por vuestra cooperación en esta obra.

La Oficina de Información de la Congregación os ha co­municado noticias sobre lo deliberado en el Aula de la mis­ma. Será bueno resumirlas brevemente.

En primer lugar, conviene resaltar que han sido aprobados algunos decretos todavía no promulgados, porque, según la costumbre de las Congregaciones precedentes, ha parecido posponer su promulgación hasta el fin de la Congregación. Así se podrá completar el texto de cada uno de los decretos, disponerlos más orgánicamente y conjuntarlos con más deta­lle con lo que se establezca en otros decretos. Por eso, sólo han sido promulgados los decretos que tienen que ver con el derecho constitucional de la Compañía o que parecen reque­rir una inmediata aplicación.

En este momento de la Congregación muchos asuntos, y de gran importancia, han alcanzado una definitiva solución. Entre ellos destacan los complejos temas referentes al gobier­no de la Compañía. Así fue tratada bajo todos sus aspectos la estructura misma del gobierno supremo y acomodada a las nuevas circunstancias de los tiempos. Y no se os oculta con cuánta sinceridad asumió la Congregación, desde el comien­zo, la discusión del delicado tema de la duración del oficio del General. El decreto, que se os comunica, es fruto de una deliberación larga, serena, cuidada y sobreñaturalmente ilu-

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minada, en la que se expusieron con religiosa libertad y hon­radez las razones de una y otra parte.

En los temas cié pobreza, que ocuparon a las anteriores Congregaciones y que han sido consideracios posteriormen­te por varias comisiones, nuestra Congregación logró dar decretos de gran importancia. A la luz de la doctrina conci­liar sobre la Iglesia, redactó brevemente lo que ya en nuestro Instituto existía sobre la naturaleza y el espíritu de la pobre­za, expuesto de forma adaptada a las necesidades espiritua­les de nuestro tiempo. A la vez propuso los principios según los cuales se ha de regir hoy la praxis de una pobreza since­ra y acomodada a nuestra vida apostólica. Complicadas cuestiones jurídicas, largo tiempo discutidas, sobre el voto «de non relaxanda panpertate», sobre la vida común, el fruto del trabajo, la gratuidad de los ministerios, las fundaciones, las resolvió la Congregación por propia autoridad, incluido el oportuno recurso a la Sede Apostólica. Finalmente consti­tuyó Definidores que, dentro de los límites cié las compe­tencias que les ha asignado la misma Congregación y según las normas establecidas en los decretos de la misma, revisen los preceptos de nuestro derecho y los acomoden en lo que sea necesario.

Además el decreto sobre la formación de los Escolares, so­bre todo en los estudios, esperamos ayudará a nuestros Esco­lares por su acomodación a las necesidades de los tiempos y la flexibilidad a las exigencias de las regiones, en fiel adhe­sión a la mente de la Iglesia, expuesta en el decreto conciliar «De Institutione sacerdotali».

Los decretos sobre los ministerios apostólicos tienen entre sí de común el buscar evidentemente la acomodación a la men­talidad actual y aparecer como respuesta generosa a la volun­tad de la Iglesia y a las necesidades de los hombres. Ésta fue la preocupación de los Padres que trabajaron en la Comisión de ministerios: averiguar qué exige el servicio de la Compañía a la Iglesia en las numerosas formas actuales de apostolado que lle­va consigo la misión universal de la Iglesia.

La Congregación de ninguna manera pudo pasar en si­lencio el mandato pontificio de afrontar el ateísmo. Aunque, como manifestó el Sumo Pontífice, habrá que esperar al fi-

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nal del Concilio Vaticano II, para que aparezcan a plena luz la mente del que manda y el sentido de lo mandado, sin em­bargo, la Congregación General, para manifestarse pronta a la voluntad del Vicario de Cristo, ya ahora asumió humilde­mente un mandato tan grande y quiso, por medio de un de­creto en regla, comunicar cuanto antes a la Compañía su aceptación.

Estos son los principales capítulos que se refieren a la obra terminada por la Congregación. Otros, y de gran importan­cia, han sido largamente deliberados en el Aula, pero todavía no aprobados definitivamente por la Congregación; por ejemplo, sobre los grados en la Compañía. Además deberá someterse a un estudio más detallado el decreto sobre los Hermanos Coadjutores, que la Congregación ciertamente ad­mitió en su sustancia y quiso prudentemente que fuese bre­vemente expuesto por carta del Prepósito General. La Con­gregación, pues, consideró que es conforme a la mente de S. Ignacio que los Hermanos Coadjutores puedan asumir todo servicio de la vocación apostólica que, según su grado y ta­lentos, sirva para procurar el fin de la Compañía; por lo tan­to, los Hermanos han de ser formados lo mejor posible, tanto en el espíritu como en la capacitación técnica, científica y cul­tural necesaria, no sólo para sus oficios tradicionales que la Compañía ha estimado tanto, sino, sobre todo, para realizar bien los nuevos cargos en los adjuntos actuales. Se ha de pro­mover más y más entre los Nuestros el espíritu de familia y la mutua unión, para que todos contribuyan con caridad frater­na a cuanto pertenece a lograr perfectamente la vida común. Una Comisión de peritos continúa trabajando, durante la in-tersesión, para que sea declarada más profundamente la vo­cación de los Hermanos Coadjutores y para que, a esta luz, se establezca su formación.

Sobre la institución de los diáconos orientales en la Compa­ñía, la Congregación suspendió el decreto 15, n° 2 de la Congre­gación General XXIX, desde la línea «Diaconorum vero...», pa­ra que el General pueda actuar en esta materia libremente.

Finalmente quiero recordar el principal tema que afecta al alma de nuestra personal vida religiosa y vocación apostóli­ca: es a saber, la vida espiritual en la Compañía.

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La Congregación se esforzó con el mayor interés en perci­bir el mtimo sentido del movimiento de renovación de la Iglesia y acudió solícita a las fuentes genuinas de las que pue­da brotar nuestra específica renovación en la unión con Dios y la disponibilidad instrumental para la mayor gloria de Dios. Para este fin la Congregación tuvo siempre delante de los ojos los documentos del Concilio, sobre todo las recientes Constituciones sobre la Iglesia y sobre la Sagrada Liturgia, cié manera que el verdadero espíritu de la Iglesia impregne el sentido de nuestra vocación y la vivifique. La discusión sobre este punto está lejos de haber terminado. El asunto mismo si­gue sometido a estudio más profundo y espera ser enriqueci­do aún con la nueva luz conciliar y con algunos intentos ex­perimentales. Por lo demás, el examen y el estudio de la vida espiritual en la Compañía serán el eje sobre el que gire la se­gunda sesión de la Congregación General.

Líe aquí someramente esbozados los trabajos de la prime­ra sesión de la Congregación.

El peso y la naturaleza de las cosas que deben ser tratacias, su novedad y sus implicaciones, no podían menos de suscitar alguna ansiedad en el alma de los congregados. Habían de ser sometidos a deliberación asuntos pertenecientes a cosas sustanciales del Instituto, de los cuales las precedentes Con­gregaciones nunca creyeron que debían tratar. Si la Congre­gación había de acometer esta obra, había que buscar nuevas formas de deliberación. Cosa que no temió hacer la Congre­gación, reelaborando algunos decretos precedentes, para po­der plantear sincera y profundamente cuestiones vinculadas a las cosas sustanciales del Instituto.

A esto se añadió el hecho de que el número de Postulados dificultaba el hacer una justa distribución de los mismos con­forme a las competencias de las Comisiones y el encontrar un método apto para tratarlos.

Pero la caridad, sobre todo, y la sincera colaboración, más aún, la muñía comprensión, superaron felizmente las inevita­bles dificultades. Se podía decir que las fuerzas más diversas convergían en un objetivo: lograr el fin de la Congregación. La diversidad de naciones, la variedad de culturas y la dispa­ridad de edades competían en llegar con prontitud a esta me-

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ta por diversos caminos. De gran gozo fue para mí y para otros el observar los cambios que g r a d u a l m e n t e se fueron realizancio en la Congregación al correr de los días: al princi­pio, se sentía cierta inquie tud e incer t idumbre - n o diría te­m o r - sobre si se conseguirían frutos verdaderos y sólidos de la Congregación; sin embargo , después , al avanzar a lgunos estudios más acabados y al abrirse las deliberaciones, con sin­cero cambio de opiniones, tomadas ya algunas decisiones de gran importancia, y, sobre todo, después que se decidió tener una segunda sesión de la Congregación, desaparecieron las d u d a s y las ansiedades , que daban paso felizmente a una re­novada confianza en que esta Congregación, con la ayuda de Dios, podr ía ve rdaderamen te realizar los objetivos para los que había sido convocada. ¡Ojalá la misma confianza levante con fuerza el espír i tu de todos los Nues t ros , de manera que contemplen con renovada segur idad el futuro de nues t ra Compañía en la Iglesia!

Por pr imera vez en la historia de las Congregaciones Ge­nerales ha sido introducida una segunda sesión. A nadie se le ocultan las razones de esta innovación necesaria. Si queremos que la Congregación llegue a u n resultado satisfactorio, es ne­cesario u n mayor estudio, reflexión y examen de experiencias para lograr conclusiones maduras , no sólo de las cosas que se han de tratar, sino de las ya tratadas.

Ésta es la tarea de este per íodo intersesional. Para ello se han establecido diversos órganos de trabajo que en Roma y en otras par tes se dedicarán a esa tarea. Así pues , la Congre­gación no ha terminado, ni siquiera se ha suspendido . Conti­núa, de forma nueva , su trabajo.

No p u e d o terminar sin contaros lo que el Sumo Pontífice, recibiéndonos recientemente a mí con mis Asistentes (17 de julio), se ha d ignado inculcar, como si tuviese delante a la universal Compañía :

Conocía ya con anterioridad algunas cosas sobre los traba­jos de la Congregación y estaba convencido de la seriedad y hondura con que se había trabajado; después manifestó su agradecimiento a la Compañía, sobre todo, por tantas y tan importantes cosas como hace por la Iglesia; dijo que continuamente encontraba a la Compañía présenle y activa

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en todas las partes del mundo y que sus obras eran muy apreciadas por católicos y no católicos. Aunque se había hecho tarde, quiso detenerse con nosotros un poco más ex­presamente para recomendarnos tres cosas: En primer lugar, nos recomendó que permanezcamos fieles a nosotros mismos, fieles a nuestro Instituto, fieles a las le­yes y Constituciones; y, recordando aquella afirmación de «los jesuítas, o sean como son, o no sean», añadió que la ac­tualización (nggionmmento), aunque necesaria, no debe da­ñar ni el espíritu ni las leyes fundamentales del Instituto. La misma Iglesia no estaría contenta si encontrara a los je­suítas distintos de lo que siempre fueron; como no se alegra cuando recibe noticias de que algún jesuíta no habla u obra como corresponde a un jesuíta. Esa misma mañana, cuando nos hablaba, dijo que había oído con dolor una afirmación que se decía atribuida a uno de los Nuestros. Nos recomen­dó, pues, mucho la fidelidad a nuestro Instituto, a nuestras tradiciones y a nuestras leyes, añadiendo que teníamos que confiar totalmente en nuestras leyes y Constituciones. Una segunda recomendación se refirió a cómo conciliar ar­mónicamente esta fidelidad al Instituto con la necesaria adaptación, que exige el moderno apostolado, puesto que la Compañía ha de vivir y trabajar en el mundo. Hay aquí un grave problema que afecta no sólo a la Compañía, sino también a otros Institutos religiosos y a cuantos trabajan apostólicamente. No se atrevió el Sumo Pontífice a formu­lar consejos concretos sobre el modo de resolver este pro­blema, pero nos recomendó un gran cuidado a la hora de buscar soluciones, persuadido de que muchos miran a la Compañía, cuyas prescripciones y decretos serán tenidos por muchos como sus propias normas y decretos. Si la Compañía establece normas demasiado amplias, muchos, interpretando estos límites aún más ampliamente, se desli­zarán a un peligroso laxismo; si estableciese normas más estríelas, no faltarán quienes impulsarán a la Iglesia a que cada día se cierre más en sí misma y se distancie del mun­do. Es necesario, pues, que lo que la Compañía se atreva a decidir se prepare con sumo cuidado y atención, con gran seriedad y sentido de responsabilidad. En tercer lugar, nos recomendó fidelidad a la Iglesia y a la Sede Apostólica. Tiene la Compañía un peculiar voto que la distingue de los demás Institutos y que de alguna manera

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cualifica su servicio de Iglesia y en la Iglesia. Es misión de la Compañía el luchar por la Iglesia, a la que debe defender y ayudar. Valora mucho el Sumo Pontífice esta ayuda debi­da a la Compañía y tiene intención de utilizarla: ¿cómo no va a usar el Papa estas valiosas fuerzas que tiene a sus ór­denes? Así, pues, el Sumo Pontífice pedirá a la Compañía ayuda, consejo, colaboración, incluso sacrificios... Y aña­dió: «Y vosotros debéis prestar obediencia, aun no enten­diendo las razones de algunos mandatos: así es vuestra obediencia perinde ac cadáver. Por lo demás sabed que esto no significa menor estima y confianza de nuestra parte; el Pontífice aprecia a la Compañía y la quiere protegida y de­fendida; y precisamente porque la acompaña con este apre­cio y esta confianza, le impone estos mandatos y le pedirá esos sacrificios. Cosa que no hará el Pontífice sino después de haber reflexionado consigo ambas cosas largamente y haber visto en oración que hay que actuar así».

Hab iendo recordado estas pa labras y deseos del Sumo Pontífice, Reverendos Padres y queridís imos Hermanos , vuelvo a la intersesión de la Congregación, que, como será mi mayor interés, quisiera que no fuera menos el vuestro . Os ruego, pues , a todos insis tentemente que os entreguéis con cont inuas oraciones y, si es necesario, con vuestra personal colaboración a este objetivo común de la Compañía : el feliz logro de la Congregación. Apelo a vues t ro sincero amor a la vocación, para que vuestro ejemplo de vida espiritual y apos­tólica renovada sea est ímulo y signo luminoso de coopera­ción para la Congregación. Unidas las fuerzas, r espondamos humi lde , pero audazmente , a los deseos de Dios, de la Iglesia y de la Compañía .

Bendiciéndoos de corazón, m e encomiendo en vuest ros Santos Sacrificios y oraciones.

Roma 31 de julio 1965, en la festividad de San Ignacio. Siervo de todos vosotros en Xto.

PEDRO ARRUPE, S.I. Prepósito General

de la Compañía de Jesús

(Traducción: I. Iglesias, S.J.)

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ANEXO 6

El ateísmo Intervención

en el Concilio Vaticano II (27 de septiembre de 1965)

El 15 de junio de 1965, en plena primera sesión de la Con­gregación General XXXÍ, recibió el P. Arrupe el nombra­miento pontificio de miembro de la Comisión de Religiosos del Concilio Ecuménico Vaticano II. Entró a participar en la última fase del Concilio, en la cuarta etapa (14 de septiem­bre - 8 de diciembre de 1965). Su primera intervención pública en él tuvo lugar el 27 de sep­tiembre, en la 136a Congregación General del Concilio. Sus observaciones versaron sobre uno de los textos pastoralmen-te más fecundos y abiertos -más debatido también-, que aca­baría siendo la constitución pastoral Gaudiitm et Spes, sobre la Iglesia en el mundo actual. Profundamente impactado por el fenómeno del ateísmo en sus múltiples formas, como puede verse por otros textos suyos aquí presentados y, muy particu­larmente, en sus Apuntes, centró en él su intervención subra­yando su complejidad, su fuerza y alcance, la dificultad de una actuación pastoral sobre él y la necesidad de un plan de acción conjunto de Iglesia pilotado por el Papa.

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Su planteamiento, en este último aspecto, fue diversamen­te acogido, incluso interpretado como utópico, por unos, y centralizador, por otros. Los Apuntes de sus Ejercicios, casi dos meses anteriores a esta intervención, pueden ayudar hoy, a treinta y siete años de distancia, a valorar más justa­mente sus ideas, pero, sobre todo, la nobleza de sus inten­ciones y la altura profética de miras del «misionero Arru-pe» al proponerlas.

Padres Venerables:

El Esquema sobre la Iglesia en el mundo moderno es dig­no de alabanza, por intentar ofrecer soluciones a los proble­mas actuales, pero temo que tales soluciones y especialmen­te lo contenido en el nü 19 sobre el ateísmo -ciertamente contra la intención de los redactores-, se quede demasiado en el plano intelectual. Esto sería permanecer en un defecto en que incurrimos frecuentemente: la Iglesia tiene la verdad, los principios, los argumentos. Pero ¿transmite todo esto al mun­do de modo verdaderamente eficaz? Este es el problema.

La inadecuación entre lo que la Iglesia tiene y lo que da al mundo se ha hecho más patente en el mundo de hoy, que pres­cinde de Dios, más aún, que frecuentemente intenta destruir la idea de Dios. Esta mentalidad y cultura, prácticamente atea no sólo -como aquella ciudad, en sentido agustiniano- lucha con­tra la ciudad de Dios desde fuera, sino que penetra dentro de los muros de la ciudad de Dios e inficiona subrepticiamente con su veneno las almas de los mismos creyentes (incluso de los re­ligiosos y sacerdotes), de donde brotan como frutos, dentro de la Iglesia, naturalismo, desconfianza, rebelión...

La nueva sociedad atea trabaja, mediante sus miembros más conscientes, de modo muy eficaz; emplea medios cientí­ficos y técnicos, sociales y económicos; sigue una estrategia elaborada perfectamente; ejercita un dominio casi absoluto en las organizaciones internacionales, en las sociedades fi­nancieras, en los medios de comunicación social, televisión, cine, radio, prensa.

Frente a esta sociedad está la Iglesia con sus inmensos teso­ros de espíritu y verdad. Hay que decir, sin embargo, que la

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Iglesia no ha encontrado todavía medios verdaderamente efi­caces para transmitir esos tesoros a los hombres de nuestro tiempo. Las estadísticas hablan con claridad: el año 1961 los ca­tólicos representaban en el mundo un 18 por ciento; hoy un 16 por ciento; la proporción, por tanto, disminuye sensiblemente.

Después de dos mil años somos solamente una parte pe­queña de la población mundial y, dentro de esa parte peque­ña, ¿qué parte es verdaderamente católica? Sin duda en este pequeño rebaño hay muchas cosas buenas: hombres de gran valía y obras muy bien estructuradas. Pero, si se considera el mundo en su totalidad, nuestro influjo no es el que debería ser. Nuestros intentos se ven, en gran parte, privados de su debido influjo por la dispersión en que trabajamos muchas veces.

Estas consideraciones no deben hacernos pesimistas. En el mundo seremos oprimidos y el misterio de la iniquidad se opone al progreso de la Iglesia. El aumento de la Iglesia no debe medirse con criterios meramente humanos; ni, final­mente, debemos olvidar que, mientras otros suelen emplear ciertos métodos, eficaces en el mundo, pero no conformes con el Evangelio, nosotros debemos predicar a Cristo y, por cier­to, crucificado.

Teniendo estos principios claros ante nuestra vista, sin embargo, nos apremia la obligación de someter a examen nuestros métodos pastorales, sobre todo en lo que se refiera al grave problema del ateísmo. En este problema tendemos espontáneamente a darle una solución intelectual: a refutar/ probar, enseñar, defender. Esto es preciso y esencial, pero to­talmente insuficiente. Debemos comunicar no sólo la verdad/ sino también la vida: más que defender, debemos crear; m ^ que exponer, debemos mover; más que contemplar la verdad' debemos llevarla a efecto. He aquí unas palabras de Jua^ XXIII que se refieren directamente a este punto:

«Pero hoy más que minen es indispensable que esta doctrina sL''1

conocida, asimilada, llevada a la realidad social en las formas i/l''' la medida que las circunstancias permitan o reclamen; fundó'1

ardua, pero nobilísima. Con ardiente llamamiento invitamos /?

realizar esta tarea no sólo a Nuestros Hermanos e Hijos espai'^r

dos por todo el mundo, sino también a todos los hombres de bit1'"

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na voluntad». Hasta aquí las palabras de la Carta Encíclica Mater et Magistra (AAS 53, 1961, 455).

El paso de la doctrina a la realización es ciertamente difí­cil por el cambio constante y rápido de las situaciones con­cretas; por ello muchas veces, sin darnos cuenta, huimos de esta dificultad y buscamos refugio en la verdad abstracta to­talmente permanente y estable, pero también menos eficaz como solución.

El ateísmo no es un problema exclusiva o primariamente filosófico; por ello, además de una refutación de orden inte­lectual, es sumamente urgente construir un orden individual (es decir, del individuo con respecto a Dios), familiar (de la familia con respecto a Dios), comunitario (de la sociedad con respecto a Dios), en el que las relaciones mutuas no estén afectadas por ateísmo alguno. Todo esto vale no sólo del ateís­mo militante y agresivo, sino también del meramente prácti­co, pero estructural y vital.

Pero porque el hombre (y la sociedad) encuentra más fá­cilmente a Dios por actos vitales, que incluyen una actuación de la voluntad, que por actos meramente contemplativos, que perciben y reflejan la verdad, es urgente, frente a una co­munidad sin Dios, construir una comunidad de Dios, una co­munidad cristiana.

El camino radical para la curaciém radical de los males, que proceden hoy del ateísmo y del naturalismo, es la cons­trucción de una sociedad cristiana, no separada o situada co­mo en un gueto, sino en medio del mundo; la cual esté im­buida y animada, en todo, de espíritu cristiano comunitario. Respirando esta atmósfera, el hombre de hoy se hará más fá­cilmente cristiano o, al menos, hombre religioso. Sin tal at­mósfera haremos cristianos a unos pocos hombres, pero los perderemos después con facilidad en un mundo que no es cristiano, ni siquiera religioso.

Para crear esta atmósfera es necesario determinar sus fun­damentos concretos y el método de trabajo. Lo cual exige, sin duda, que las estructuras sociales sean reformadas. Debemos entrar en las mismas estructuras de la sociedad humana para

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modificarlas e imbuir de valores cristianos la misma vida so­cial, económica, política.

«No basta -decía Juan XXIII- que estos hijos nuestros gocen de la luz eelestial de la fe y que se muevan a impulsos del deseo de pro­mover el bien; se requiere, además, que entren en las institueiones de la vida civil \j que puedan desenvolver dentro de ellas su acción eficaz» (Carta Encíclica Pacem in tenis: AAS 55,1963, 296).

Esto es urgente. No podemos demorarnos más. Es tiempo de actuar.

¿Qué hemos de hacer? Para que estas cosas se hagan eficaz­mente, quisiera exponeros, Padres Venerables, un plan concreto.

1. Hágase por los mejores especialistas y por hombres ver­daderamente entendidos en la materia una investigación con­creta, técnica y exacta de la situación actual del mundo para que no nos inspiremos en el mero oportunismo del momento presente, perdiendo así muchas fuerzas y teniendo que cam­biar repetidamente nuestros planes.

2. Determínense las líneas fundamentales de una acción mundial de conjunto, suficientemente amplias para poder adaptarse a las circunstancias de cada región, y sométanse al Sumo Pontífice.

3. El mismo Sumo Pontífice, en virtud de su oficio y de su solicitud hacia la Iglesia universal, señalará a cada uno los di­versos campos, de modo que todo el Pueblo de Dios bajo la guía de los Pastores, que el Espíritu Santo puso para regir a la Iglesia de Dios, con las fuerzas unidas se entregue a esta em­presa. Entonces todos sin excepción, animados y unidos por el espíritu de obediencia y de caridad comunitaria, vayamos or­denadamente al trabajo. Esto exige muchos sacrificios, porque implica la victoria sobre todo egoísmo, tanto individual como colectivo, y, por así decirlo, exige la muerte mística colectiva: el sacrificio de todo particularismo diocesano, del propio Institu­to religioso, del propio estado social. Es necesario que mueran todas estas cosas para que Cristo triunfe en el mundo, como tie­ne que morir el grano de trigo para que lleve fruto.

4. Invitemos a todos los hombres que creen en Dios a este trabajo común, para que Dios sea Señor de la sociedad hu-

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mana. ¿No prepara rá eficazmente el camino esta colabora­ción en aquello que es común a todos los que creen en Dios, para una unión ulterior y más profunda, ante todo, de los que se glorían del nombre de cristianos?

Como conclusión diré lo que sigue. El puen te por el que pasaremos de la ve rdad a la vida es este:

1. La investigación y reflexión técnica i luminada por la fe en la fuerza de la oración.

2. La obediencia absoluta al Sumo Pontífice. 3. La car idad fraterna comunitar ia , que nos hace a todos

hermanos que trabajan unidos en Cristo.

Podemos hacer todo esto; es necesario que lo hagamos .

(Texto publicado en «La Iglesia d e h o y y del futuro», Bil­bao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982, p. 125-128).

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ANEXO 7

El misionero en la situación actual del mundo

Intervención en el Concilio Vaticano II (12 de octubre de 1965)

Por segunda vez intervino Pedro Arrupe en el Aula conci­liar, en la mañana del 12 de octubre de 1965, durante la Congregación General 147a del mismo. Y otra vez aparece su pasión evangelizadora, misionera, la que le mueve a presentar su visión de lo que, hasta entonces, había sido considerado misión, p>aís de misión, y a alumbrar nuevas posibilidades y planteamientos de la acción misionera. En los Apuntes de sus Ejercicios (fol. 43-44) -en una hijuela su­ya incorporada a las reflexiones sobre el plan de acción de la Compañía- aparecen ya en germen los núcleos de esta intervención.

Como quien habla desde una larga y fecunda experiencia, pone el acento fundamentalmente en la esencialidad de la dimensión y actividad misionera de la Iglesia, por lo tanto en la corresponsabilidad de todos y en la necesidad de adaptación a una nueva realidad mundial, al «mestizaje» cultural, social, racial e incluso religioso ya en acto. Lo que será, años después, la inculturación, que promoverá él mis-

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mo apasionadamente, ya está en germen aquí como urgen­cia para la Iglesia entera. La breve, aunque densa, historia posterior de estos últimos treinta y siete años ha probado y sigue probando, con la gran fuerza de los hechos, muchas veces incontrolables, el acierto y la actualidad de muchas de estas intuiciones.

Padres Venerables:

El esquema «sobre la actividad misional de la Iglesia», si prescindimos de ciertos puntos de los que envío observacio­nes por escrito a la Comisión, expone muy bien los funda­mentos teológicos del trabajo misional en la Iglesia. Sin em­bargo, querría añadir algunas consideraciones con las que el texto podría ser completado, sobre todo, en lo referente a la cooperación.

Esta cooperación de todos en la obra misional requiere una idea renovada del trabajo misional: la idea vulgar que se da en muchos procede en su mayor parte de un conoci­miento deformado de la realidad de las misiones; esta de­formación es sentida grandemente por los misioneros que vuelven a su patria o que por cualquier causa vienen al Occi­dente. Supuesto el sólido fundamento teológico, mucho ayudará para este fin el conocimiento exacto de la condi­ción concreta del mundo actual en su totalidad; divulgúese, sobre todo y de un modo eficaz, el conocimiento de los puntos siguientes:

1. En primer lugar, de la urgencia del trabajo misional: por­que hoy viven fuera de la Iglesia dos mil millones de hom­bres, que debemos conducir a la plenitud de la fe. ¿No se puede prever que el peso del mundo, o sea, el centro de gra­vedad de la humanidad se va a inclinar a estos pueblos afro­asiáticos que representan mil quinientos millones de hom­bres? La presente evolución de los pueblos subdesarrollados, como suele llamárseles, y su velocísimo progreso ¿no parecen augurar nuevas naciones potentísimas en el mundo? Sirva de ejemplo Japón, que hace ochenta años habría sido considera­do como de cultura técnica subdesarrollada, pero que hoy se encuentra entre las primeras naciones. En la ciudad de Tokio,

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por ejemplo, hay noventa Universidades; el número de anal­fabetos constituye un ocho por mil.

2. De la complejidad y dificultad de nuestro trabajo misional: Porque en las misiones existen no sólo todos y cada uno de los problemas del apostolado moderno, a saber, teológicos, fi­losóficos, lingüísticos, sociales..., sino, además, se añaden otros gravísimos derivados del hecho de que con frecuencia encontramos en las tierras de misión una mezcla de antiguas y riquísimas culturas y religiones; de modo que se encuen­tran simultáneamente todas las dificultades que proceden de las culturas y religiones antiguas (como son el budismo, el sintoísmo, el hinduismo) y las que proceden de las culturas modernas (existencialismo, marxismo), lo que hace dificilísi­mo el trabajo para que estos pueblos con sus culturas se inte­gren en la Ciudad de Dios sobre la tierra. Porque nuestros mi­sioneros poseen, además de la doctrina y los medios que corresponden a la aspiración íntima de la humanidad el co­nocimiento y, sobre todo, el amor hacia los pueblos por los que trabajan; ofrecen su vida a todos los abandonados por su bien espiritual y material. También por este capítulo son los misioneros sumamente idóneos para realizar esta integra­ción. Sin su influjo espiritual, el movimiento actual hacia una fusión de las culturas, no sólo permanecerá sin alma, sino que se convertirá en un monstruo materialista.

3. Además se exige hoy una mayor intensidad en la activi­dad misional, ya que ella concurre eficazmente a la verdadera paz del mundo; porque la ideología dialéctico-materialista, que, como una mística, según se dice, atrae fuertemente a los hombres, no se vence con la oposición y la guerra. Se podrá superar solamente con la verdadera y auténtica mística de la fe y la caridad fraterna. Esa mística nacerá en los convertidos al obtener la fe cristiana y en el restante pueblo de Dios de la consideración y amor a cada una de las personas a quienes nos esforzamos por dar las riquezas de la Iglesia, y de la vi­sión de nuestra responsabilidad para con todo el género hu­mano, que, según la disposición de la divina Providencia, de­be convertirse en Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo en el que todas las cosas se unen e integran para mayor gloria de Dios. Este encargo divino corresponde a todos los cristianos

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(prelados, sacerdotes, fieles) y están obligados gravísima-mente a ejecutarlo. Todas estas cosas constituyen el núcleo del ideal y de la vida cotidiana de los misioneros; pero ellos, al volver a Occidente, se desaniman frecuentemente, porque, aunque vean que muchos fieles han hecho y hacen grandes sacrificios para que se anuncie el nombre de Cristo a los que no lo conocen, advierten al mismo tiempo que no pocos, so­bre todo entre los adultos, ricos y cultos, carecen de esta men­talidad misional.

Algunos defectos dieron pie a esta situación. Enumero los principales:

a) Infantilismo. Con demasiada frecuencia ocurre que los hombres cultos no están informados adecuadamente de las necesidades misionales, mientras nuestras infor­maciones -por causas complejas que ahora no tenemos tiempo de exponer-, se dirigen demasiado exclusiva­mente a grupos de niños y de gente sencilla. Por eso su­cede frecuentemente que las concepciones misionales adolecen, en el pensamiento de muchos, de notas de in­fantilismo y, por consiguiente, no consiguen los auxi­lios intelectuales y materiales de los que hoy las Misio­nes no pueden prescindir.

b) Sentimentalismo. También ocurre que las obras que con­mueven más fácilmente la sensibilidad humana -como son las obras para los niños y para los enfermos- reciben una ayuda digna de toda alabanza, mientras que otras que no son ciertamente menos necesarias porque ejercen un influjo mayor en la actividad misional -como son las escuelas superiores, las grandes publicaciones científicas de historia, cultura, religiones de los pueblos extranjeros-apenas, o no sin grandísimas dificultades, consiguen las ayudas necesarias.

c) Sentimiento de superioridad. Se sigue también de esa falta de conocimiento adecuado del encargo misional de la Iglesia, ese detestable sentimiento de superioridad que, por desgracia, se advierte aún hoy en algunos hacia los pueblos no occidentales, que no puede armonizarse con un verdadero sentido cristiano, y que las más de las

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veces se funda en pura ignorancia, ya que los pueblos afroasiáticos poseen óptimas cualidades. Baste recordar que varios premios Nobel los han obtenido los asiáti­cos, no sólo en Literatura (Tagore), sino también en Fí­sica (Raman), en Botánica (Bose), en Biología... En el campo de la investigación atómica existen al menos en Asia veinticuatro reactores nucleares (once en Japón, tres en la India, tres en Indonesia, cuatro en China, don­de recientemente se han hecho explosiones nucleares).

d) Miopía, es decir, ver más grande lo que está más cerca. Este criterio se formula a menudo así: cuando hayamos cu­bierto las necesidades de la propia ciudad o diócesis, entonces pensaremos en las misiones. ¿Quién no ve que esto significa el fin de la actividad misional?

e) Superficialidad. Séame permitido indicar en este contex­to otra razón por la cual el problema misional se en­tiende falsamente, con frecuencia, y sufre por eso gra­ves daños. Hablo de aquellos hombres que, después de haber recorrido brevisímamente las tierras de misión, propalan, casi «ex cathedra», perentorias sentencias lle­nas de críticas, pero subjetivas y frecuentemente muy equivocadas, acerca de la situación de las misiones, de los errores cometidos por los misioneros, de los méto­dos que se deben seguir y, además, de cualquier tema misional. Tal modo superficial de escribir y hablar no solamente divulga falsas ideas y crea confusión en el pueblo cristiano, sino que también, no raras veces, de­sanima a los misioneros y suscita reacciones nocivas a la Iglesia en los mismos pueblos extranjeros. En esto se halla comprendida de modo especial la tendencia exa­gerada a medir el éxito de la actividad misional por las estadísticas de las conversiones y el desprecio de los problemas especiales, propios de cada misión.

f) Falso criterio de elección de los misioneros. Por desgracia muchas veces se juzga que, para que uno pueda ser mi­sionero, basta que tenga mediocres cualidades, es a sa­ber, salud corporal, fortaleza y buena voluntad, mien­tras por el contrario, el misionero, a causa de las dificultades de todo género que tiene que resolver, de-

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be poseer una personalidad adornada de muchas más cualidades que para trabajar en su patria.

g) Mendicidad. «No se puede permitir que los misioneros y las misiones sean considerados como pedigüeños y mendigos» (Relatio, p. 9), ni que sean obligados los mi­sioneros a gastar el tiempo en pedir las ayudas que se les deberían dar espontáneamente: tiempo, repito, que deberían emplearlo todo en evangelización. Por no de­cir nada de la impresión poco grata que reciben los obis­pos y otros, cuando ven a un misionero después de otro -y frecuentemente muchos a la vez-, que piden limosna para las necesidades de sus propias misiones.

Para que se eviten en el futuro estos defectos y para que al Pueblo de Dios se le pueda dar una información adecuada, a modo de conclusión, propongo que en el esquema se reco­mienden algunos órganos informativos que, en colaboración con el benemérito Dicasterio de Propaganda Fide y en estre­cha colaboración con las Conferencias episcopales de las di­versas naciones, procuren:

1. Que se den noticias misionales sistemáticas, adecuadas, que respondan a la realidad, adaptadas a las exigencias de los hombres cultos y propuestas según los criterios ya enumerados.

2. Que con esto se forme un mayor aprecio de las varias culturas y personas, tan diversas de nuestras normas occidentales, y se suscite un deseo más ardiente de co­laborar con ellas abandonando cualquier sentimiento de superioridad; y, por cierto, no como una concesión «externa», sino de corazón y de modo que se traten re­conociéndose verdaderamente como hermanos.

3. Que se comprenda más profundamente que los misio­neros deben ser de lo más selecto y dotados de una ex­celente formación, para que con más eficacia trabajen en las misiones y en ellas cada vez más se confíe la di­rección a personas oriundas de las mismas misiones. Para ello hay que educar dirigentes, proporcionándoles la oportunidad de obtener una excelente formación re-

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ligiosa y científica. Ahí tenemos el ejemplo de los ateos militantes que cuentan con treinta mil estudiantes en la Escuela Superior ateísta; de ellos varios miles son jóve­nes de las naciones afroasiáticas. ¿No sería posible que también nosotros invitáramos a muchos jóvenes a hacer estudios superiores en nuestras Universidades católi­cas? Ellos serían los dirigentes del mañana.

4. Que con más claridad se entienda, por profundas razo­nes teológicas, la obligación gravísima que recae sobre todo el Pueblo de Dios y sobre cada uno de sus miembros -de cualquier condición que sea-, a saber, que tomen como suyo el quehacer misional en sus diferentes aspectos, de modo que todos se muevan a colaborar y la palabra de Dios se difunda y Él sea glorificado (2 Tes 3,1).

Ésta es la esperanza de tantos millares de misioneros re­presentados en esta Aula por varios centenares de Padres conciliares. Ellos esperan con gran ansiedad que el Concilio Vaticano II reconozca el apostolado misional como el princi­pal en la Iglesia y que, como tal, lo promueva.

Terminaré con San Agustín: «Y esto ¿cuándo? (...) Si algu­na vez ¿por qué no ahora? Y si ahora no, ¿por qué alguna vez?».

(Texto publicado en La Iglesia de hoy y del futuro, Bilbao-Santander, Mensajero-Sal Terrae, 1982,161-165).

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ANEXO 8

Cultura y misión (20 de octubre de 1965)

Durante los días 19, 20 y 21 de octubre 1965, la Oficina de Prensa del Concilio Vaticano II organizó una serie de confe­rencias sobre diversos aspectos del Concilio. Al F. Arrupe le fue encomendada, el día 20, la que ofrecemos a continuación. Era «la primera vez que el Superior de una Orden se presen­taba ante la asamblea de periodistas acreditados en el Conci­lio» (L'Ossewatore. Romano, 21 de octubre de 1965). En su in­tervención acerca de las misiones (cfr. anexo anterior) había aludido a un problema de evangelización que su larga expe­riencia misionera en otras culturas le había hecho familiar, al que volvería reiteradamente durante su generalato y que ya ahora vincula histórica y esencialmente al carisma de la Com­pañía: la incultiirnción. Con este testimonio Arrupe manifies­ta, como la refleja en sus Apuntes de Ejercicios, no sólo la uni­versalidad de su contemplación misionera de la Iglesia y del mundo, sino la hondura de la misma. La misión se realiza mediante un encuentro de la Iglesia con todas las culturas, encuentro recíproco, de una enorme envergadura y compleji­dad. Esboza el horizonte de este encuentro y lo describe con realismo.

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La cultura es para el hombre el ideal de perfección huma­na al que aspira en su integridad individual y social. Es el despliegue armonioso de todo el hombre y de todo hombre.

La cultura no puede ser -no lo fue nunca- el desarrollo fragmentado de las facultades humanas. La cultura es, en el hombre, un problema de totalidad, de desarrollo pleno de todo el hombre en cada hombre. El ser humano es tan complejo que siempre se corre el riesgo de olvidar alguno de sus elementos: es ciencia y arte, amor y acción, técnica y vida política; es tam­bién adoración y plegaria, aspiración religiosa infinita y reli­gión concretamente establecida.

Ha habido innumerables intentos, durante mucho tiempo, y ha sido larga la peregrinación en los siglos pasados en bús­queda de esta plenitud de cultura.

Desintegración de la cultura

La humanidad, comprometida hoy en el conocimiento científico del mundo y de sí misma, se ha alejado al mismo tiempo de Dios. El proceso no ha sido ni repentino, ni al prin­cipio consciente. Poco a poco, como por un lento desliza­miento, sobre el que se escribe con frecuencia en nuestros días, una religión del hombre ha ido reemplazando el sentido ancestral de Dios. El hombre ha perdido la referencia a su Centro y ha empezado a dudar de que este Centro haya exis­tido realmente o de que haya para el hombre otra cosa que el hombre mismo.

De aquí que los universos nacidos de su cultura -filosófi­cos, científicos o simplemente prácticos- le han parecido co­mo otros tantos absolutos a los que consagrarse. El arte por el arte, el saber como único valor, el amor como religión, el Es­tado como categoría suprema, el trabajo e inmediatamente el poder técnico como demiurgo soberano (sin contar, en el sa­ber mismo, las diversas disciplinas que, desde la astrofísica a la etnología, constituyen en el cielo de la cultura constelacio­nes aisladas), todas las formas del saber y del poder surgen del hombre como llamas de fuego en las que explota su tota­lidad primigenia.

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Al final descorazonador de un tal proceso, la cultura apa­rece como la brillante exploración de la nada, que, por una se­rie de combinaciones improbables, ha empezado de repente a segregar el ser... y una sensación de absurdo invade la sabi­duría misma.

Reunificar al hombre

Si este diagnóstico es exacto, la primera tarea de la cultura es la de reunificar al hombre reintegrando su saber. Se puede hablar de la necesidad de un nuevo socratismo. Sin frenar al hombre en su esfuerzo de crecimiento y de vida, sin bloquear ninguno de los sectores en los que la ciencia progresa y se perfecciona, es necesario hacer que el hombre escuche de nuevo al oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo». Este nuevo conocimiento, necesario en sí mismo, es lo que con un térmi­no hoy en boga se puede llamar la antropología. Debe ser una enseñanza sobre el hombre en el mundo, de la que el hombre sea el beneficiario y el tema vivo, y que sea iniciación al con­tenido inagotable del saber.

La contribución cristiana a esta tarea no es secundaria ni marginal, sino central y salvífica.

De hecho, si el problema planteado actualmente por la cul­tura es el de una nueva integración de lo que es el hombre por medio de lo que sabe y de lo que hace, ¿cómo puede un cris­tiano pensar que puede resolverlo fuera de Cristo? Cristo es, en efecto, según todas las dimensiones íntimas e históricas, espirituales y cósmicas, divinas y humanas, quien integra di­vinamente al hombre y al mundo. Es el Único «en quien se fundamenta todo». Es el Único que puede hacer que todo en el hombre «tenga consistencia», sin que la unidad del hombre explote bajo la presión de los contenidos imiversales a los que debe abrirse por la cultura, es decir, sin dislocarse. Integran­do al mundo en el poder de Dios y en la fidelidad total a toda la humanidad, Cristo muerto y resucitado es la recapitulación lograda, a la que todo ser humano es inconscientemente con­vocado mediante la cultura.

El ideal de la cultura, en efecto, como ideal de integración humana, es una de las formas posibles de preparación al

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Evangelio: la humanidad en su cultura tiende finalmente más allá de lo que su propio poder le permite esperar. Sólo las energías increadas de la Resurrección, más allá de las posibi­lidades históricas del hombre, pueden realizar en Cristo los proyectos culturales de nuestra humanidad. Despertando en todo ser humano una sed insaciable de totalidad, la cultura es una de las formas ocultas de la sed experimentada por aquél que recapitula todas las cosas. No que Cristo quiera, pueda o deba nunca dispensar al hombre de todo su esfuerzo de inte­gración humana; pero, síntesis humano-divina, anunciada proféticamente, históricamente revelada y esperada escatoló-gicamente, Cristo Recapitulador permite al hombre apasio­nado por la cultura no romperse en su esfuerzo cotidiano ha­cia la totalidad.

Así el cristiano puede ofrecer la posibilidad de reconstruir con elementos nuevos la vieja «Universitas» medieval, desar­ticulada desde el Renacimiento, que era una cultura en la fe y por la fe. Es necesario reiniciar de nuevo al hombre en el de­sarrollo armonioso de sí mismo, cuya norma y modelo fue, en otro tiempo, la «Universitas». Ahora bien, sólo la catolici­dad dinámica de Cristo puede permitir devolver a la cultura, más allá de sus mitos y sus angustias, la ambición de integra­ción que, humanamente hablando, le corresponde.

De esta certeza y esta esperanza nace, en el momento actual, la misión y el esfuerzo de la Iglesia por aproximarse al hombre y al mundo de hoy. Ella quiere ofrecer ahora, en el lenguaje pro­pio del hombre y del mundo contemporáneos, la plenitud de su mensaje, que, como ya antiguamente los griegos en el silencio de sus altares, una gran parte de la humanidad está también hoy dolorosa e impacientemente esperando.

Misión de la Iglesia

1. Un hecho. La relación entre la Iglesia y la cultura huma­na es, por lo tanto y ante todo, un hecho. Cuando la Iglesia proclama el Evangelio, su palabra resuena en las conciencias formadas por una herencia cultural, en un medio histórico... Sin dejar de ser, como dice San Pablo, «una manifestación de espíritu y de poder», la proclamación del Evangelio no puede

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prescindir de la cultura de aquéllos a quienes se dirige, por­que el Evangelio debe ser comprendido, y lo será en la medi­da en que pueda impregnar todos los valores humanos que se integran para formar el cuadro cultural de cada época y de cada pueblo. Sin esta impregnación, el Evangelio no sería verdaderamente recibido. (Muchos fracasos, malentendidos, equívocos, se explican por esto: San Pablo en Atenas, la Igle­sia ante la cultura musulmana, etc...; y hoy día el lenguaje de ciertos medios, sobre todo, científicos).

2. Una verdad. En este hecho la Iglesia no ve solamente una condición a la que debe resignarse, sino que reconoce una verdad humana y evangélica a la vez. El hombre que quiere salvar por Cristo no es un individuo aislado y aislable, sino miembro de una comunidad fraterna que vive según una cierta escala de valores y que aspira a un ideal de desarrollo y de equilibrio. Porque la Iglesia ama al hombre en la totalidad de su ser (y no solamente en una parte del mismo, llamada «espiritual»), ama también con el mismo amor a las diversas culturas por medio de las cuales el ser humano vive a la es­pera de Dios. Es necesario decirlo con fuerza: la Iglesia no puede salvar a los hombres, si no es salvándoles en y con el medio vivo que forma su cultura. A los Vicarios Apostólicos enviados a China en el año 1659, les ordena la Santa Sede en el momento de su partida: «No intentéis forzar a estos pue­blos a cambiar las tradiciones y las costumbres, supuesto que no sean contrarias a la religión y buenas costumbres. ¿Puede haber cosa más absurda que introducir en China a Francia o a España o a Italia o a cualquier otra nación europea? No intro­duzcáis a estas naciones, introducid, ante todo, la fe, que no menosprecia ni hiere las costumbres y tradiciones de los pue­blos, sino que quiere conservarlas en todo su vigor, supuesto que no sean condenables en sí mismas...».

Este mismo espíritu ha sido el de la pedagogía de la Igle­sia: «omnia ómnibus» (hacerse todo a todos) para ganarles para Cristo. Fue la consigna de Pablo de Tarso, de Nobili en la India, de Ricci, de Adam Schall, de Verbiest, en China.

3. El fermento de las culturas. Hoy es más importante que nunca repetirlo: La Iglesia siente la solidaridad necesaria en­tre el mensaje evangélico y el equilibrio cultural de los hom-

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bres a quienes se dirige. Precisamente por esto, allí donde se encuentra en presencia de medios culturales deficientes o empobrecidos, se ha dedicado a través de los siglos y se de­dica en la actualidad, como espontáneamente, a desarrollar los elementos humanos que, de hecho, permitirán poco a po­co la manifestación de una cultura auténtica. La Iglesia ha si­do siempre -lo atestigua la historia-, al mismo tiempo que mensajera del Evangelio, fermento de ¡as culturas. Se ha intere­sado por todo el hombre: educación, arte, cambios sociales, concepción del amor o de la amistad, reflexiones de pura es­peculación... Recordemos su papel propiamente cultural en el Occidente de la Edad Media, y su papel actual en algunos países de misión. La Iglesia realiza este servicio humilde­mente, sin un particular espíritu de sistema, porque es nece­sario para una verdadera asimilación del mensaje evangélico por el hombre, para su plena integración humana, es decir, fi­nalmente, para su «salvación» en sentido pleno, bíblico y hu­mano.

4. La acogida de las culturas. Al mismo tiempo que ayuda al desarrollo de las culturas, la Iglesia recibe de estas mismas cul­turas muy grandes enseñanzas: la Iglesia aprende del hombre y del mundo a ser ella misma.

Es movida a reflexionar más profundamente sobre el contenido del mensaje evangélico, que debe predicar y ha­cer entender, contribuyendo en esto al desarrollo de la conciencia humana a través de la historia. Cada cultura le plantea una cuestión, lo que es para ella ocasión de descu­brir sus propias riquezas. Los ejemplos abundan: la cultura greco-romana (reencuentro de corrientes de pensamiento del helenismo y de la teología trinitaria); el humanismo de los siglos XII y XIII de Occidente (el pensamiento teológico de Santo Tomás ante las corrientes de su época, especial­mente el aristotelismo); la noción de «tolerancia» y de «li­bertad religiosa», e t c . . (la evolución de la una a la otra sólo posible por evolución de la conciencia humana).

Por otra parte, cada cultura tiene su modo de comprender y acoger el mensaje cristiano, de subrayar ciertos aspectos. Así, la Iglesia en China, en Eilipinas, en Japón... va tomando contornos específicos bien determinados. Así, en Occidente la

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presentación del mensaje cristiano ha resultado coloreada por cada generación: por ejemplo, en los siglos XIV y XV (siglos de guerras y de miserias) las representaciones del sufrimien­to (Piedad, danzas macabras...) han llevado a ciertas profun-dizaciones de la Pasión, del sufrimiento redentor de Cristo y de su Madre.

5. El discernimiento. Por la fuerza misma del Evangelio que predica, la Iglesia ayuda a discernir en las diferentes culturas lo que las abre y lo que las cierra sobre sí mismas, lo que es egoísmo y lo que es don. Ejerce así la función de «juicio» en sentido bíblico (discernimiento del bien y del mal) por la so­la presentación del mensaje evangélico, del misterio del amor de Cristo, que actúa en el corazón mismo del hombre para permitirle «criticar» los valores que vive y para jerarquizarlos sanamente. Así una nueva luz ayuda a encontrar la verdade­ra solución de tantos problemas humanos de diferentes cul­turas: poligamia, separación de castas, culto del cuerpo, etc...

6. Purificación. En su universalidad la Iglesia se encuentra con culturas muy diversas. Lo que le ofrece la ocasión de des­hacerse de formas y expresiones que hubiera tenido la tentación de creer definitivas y necesarias. El mismo mensaje debe lle­gar a ser plenamente latino, plenamente oriental, plenamente chino o japonés, etc., sin que ninguna cultura tenga que im­ponerse a otra, incluso para proponer el Evangelio. Es evi­dente que ciertas culturas pueden ayudar durante un tiempo a presentar el Evangelio, pero finalmente cada cultura debe llegar a ser capaz de asimilar todo el mensaje cristiano y de expresarlo según su modo de pensar.

El Evangelio ha presentado de sí mismo «expresiones» di­versas en el curso de los tiempos, en Oriente y en Occidente. Por una ilusión óptica se le cree vinculado frecuentemente a la cultura de Occidente, que no fue para él más que un rostro cul­tural momentáneo (con sus valores, ciertamente, pero también con sus límites). Hoy el encuentro y, por así decirlo, el choque brutal de las culturas hace más evidente este hecho y lleva a la Iglesia a nuevas profundizaciones. Profundizaciones que, a ve­ces, le resultan dolorosas: ¿cómo el apóstol del Evangelio pue­de hacerse «griego con los griegos», «chino con los chinos»..., sin mutilarse o sin una adaptación artificial? ¿Cómo la Iglesia,

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con su peso necesario de instituciones, puede acoger sin sacu­didas las exigencias de culturas tan diversas? ¿Cómo puede presentar el Evangelio sin referencia a culturas pasadas, que le han permitido ya conocerse y expresarse? Cuestiones como és­tas son a menudo dolorosas, pero son saludables para la Igle­sia, la reconducen continuamente a lo esencial, que es el men­saje de Cristo vivo, que quiere impregnar, por medio de todas las formas que pueda tomar el desarrollo humano en la histo­ria entera de la humanidad.

7. Dos cuestiones. Estas reflexiones nos llevan a plantear­nos, entre otras, dos series de problemas:

a) El primero lo plantea el inundo contemporáneo. ¿Cuál es la «cultura» propia de nuestra civilización industrial, urbana, técnica, en la que los intercambios entre comunidades humanas provocan confrontaciones gracias a las cuales muchos valores precisan su verdad, en la que el hombre parece cada vez más dueño de su destino (por el conoci­miento de su origen biológico y de los medios de actuar sobre él, por el dominio sobre las fuerzas naturales, por el conocimiento de sus diversos condicionamientos psicoló­gicos o colectivos)? La Iglesia no puede desinteresarse, bajo pretextos aparentemente «espirituales», del cambio de la cultura que sucede ante nuestros ojos, porque se tra­ta para ella no solamente de la posibilidad de hacer en­tender el mensaje cristiano, sino de la autenticidad mis­ma de su predicación.

b) El segundo lo plantea el papel misionero hoy de la Iglesia. Por un lado, la Iglesia efectivamente encuentra simultá­neamente culturas diversas. Debe mantener su unidad estando plenamente adaptada a las exigencias legíti­mas de cada cultura. Es decir, debe acceder más v más a la universalidad sin dejar de ser «particular», para que cada cultura reconozca en ella su rostro. Problemas de liturgia, del canto religioso, de las precalequesis y catcquesis, de la predicación, e t c . , que deben respon­der a diversos tipos culturales y llevar a todas partes el eterno e idéntico mensaje de salvación.

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Por otro lado, cada cultura aporta a la Iglesia su propia 11 queza: ¿cómo puede ella «integrarlas» a todas al ritmo r,i| >u l( > que sería necesario? La Iglesia acoge todos los valores eiillu rales de nuestra generación, pero es necesariamente lenl.i en hacerlos plenamente suyos, porque, guardiana de la ¡nlrgí i dad del misterio de Cristo, debe velar para no perder nada t le lo que el mundo le aporta, ni dejar que se deteriore lo que sa be necesario a su vida. La Iglesia, hoy más que nunca, se eu cuentra en actitud de discernimiento, por lo que le es ne< e:..i rio estar atenta a reconocer lo que lleva la marca del lispinlii Santo.

En esto está la esencia del trabajo del Concilio Vaticano II

(Traducción de ¡. Iglesias S.J.).

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