Pedro Arrupe - Hombres y mujeres para los demás

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Pedro Arrupe - Hombres y mujeres para los demás.

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  • HOMBRES Y MUJERES PARA LOS DEMS

    Pedro Arrupe

    1. INTRODUCCIN ...............................................................................................................1.1. Presentacin del tema ........................................................................................1.2. Actitud inicial .....................................................................................................1.3. Proposicin .........................................................................................................

    2. LA JUSTICIA .....................................................................................................................2.1. Punto de partida: enseanza

    y significado del Snodo de 1971 ...........................................................2.2. Actitud de reconciliacin y tesis complementarias ......................................2.3. Desarrollo de los seis pares de tesis complementarias ................................

    3. HOMBRES Y MUJERES PARA LOS DEMS ..................................................................3.1. El hombre para los dems: justificacin y sentido ......................................3.2. Agentes y promotores del cambio ...................................................................3.3. El hombre espiritual ......................................................................................

    4. CONCLUSIN ...................................................................................................................

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  • Edita Cristianisme i Justcia - Roger de Llria, 13 - 08010 Barcelona Tel. 93 317 23 38 - E-mail: [email protected] - www.cristianismeijusticia.netImprime: Ediciones Rondas S.L. - Depsito Legal: B 12444-2015 ISBN: 978-84-9730-354-5 - ISSN: 2014-654X - ISSN (ed. virtual): 2014-6558Revisin y correccin del texto: Pilar de la HerranMaquetacin: Pilar Rubio Tugas - Abril 2015

    El X Congreso Europeo de las Asociaciones de Antiguos Alumnos de los jesui-tas llegaba a su fin. Por la tarde del da 1 de agosto de 1973 se tena solemne-mente la sesin de clausura. Aprobadas las conclusiones, elegidos los nuevoscargos, formuladas algunas comu nicaciones y pronun ciados algunos discursos,el P. Arrupe tuvo, con la energa y el entusiasmo que le eran habituales y, sicabe, an ms, la siguiente conferencia.La limitacin de tiempo hizo que no pudiera ser leda en su totalidad, pero mstarde las Actas del Congreso la publicaron tal como estaba escrita.El contenido de esta disertacin tuvo amplia resonancia; a al gunos les enoj y,en el contexto de todo el Congreso, fue la ocasin de unas pocas pero notoriasdimisiones. Pero fue al mismo tiempo muy bien recibido por amplios sectoresde opinin y ha sido y es todava objeto de estudio y de elogiosos comentarios.Como determinada prensa espaola de la poca arremeti dura mente contraeste discurso, y aun contra su autor, llegando incluso a la ofensa personal, elCardenal Villot, Secretario de Estado, en fecha 30 de septiembre del mismoao, escribi una carta al P. Pedro Arrupe, General de la Com paa de Jess,agradeciendo en nombre de Su Santidad (Pablo VI) el texto de la conferenciaque haba dirigido a los antiguos alumnos en Valencia y expresando su (delSumo Pontfi ce) complacencia por la forma incisiva con la cual Vd., basndoseen el mensaje evanglico y en consonancia con la pe renne ensean za delMagisterio Eclesistico, ha invitado a sus oyentes a vivir y testimoniar la caridady la justicia cristiana, principalmente median te la reforma interior y la superacinde los egosmos personales y sociales.El texto que ofrecemos fue publicado completo en Iglesia y justicia. Actas delX Congreso de la Confederacin Europea de Asociaciones de AA.AA. de Jesui -tas. Valencia (Es paa), 29 julio - 1 agosto 1973, pp. 92-118

    Este cuaderno cuenta con la colaboracin de la Direcci General d'Afers Religiososdel Departament de Governaci i Relacions Institucionals

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  • 31.1. Presentacin del tema

    1.1.1. Educacin para la Justicia La Iglesia ha cobrado nueva conciencia deque la accin en favor de la justicia y laliberacin de toda situacin opresiva, yconsiguien temente la participacin en latransformacin de este mundo, ya desdeahora, forma parte constitutiva de la mi-sin que el Seor Jess le confi.1 Ello leimpulsa a educarse (o mejor reeducarse) as misma, a sus hijos y a todos los hom-bres, con un mtodo tal que nos ensee aconducir la vida en su realidad global ysegn los principios evanglicos de la mo-ral personal y social, que se expresan enun testimonio cristiano vital2.

    1.1.2. El hombre para los demsNuestra meta y objetivo educativo es for-mar hombres que no vivan para s, sino

    para Dios y para su Cristo; para Aquel quepor nosotros muri y resucit, hombrespara los dems, es decir, que no concibanel amor a Dios sin el amor al hombre, unamor eficaz que tiene como primer postu-lado la justicia y que es la nica garantade que nuestro amor a Dios no es unafarsa, o incluso un ropaje farisaico queoculte nuestro egosmo. Toda la Escrituranos advierte de esta unin entre el amor aDios y el amor eficaz al her mano. Oiga -mos slo estas frases de San Juan (1Jn4,20; 3,17-18): Si alguno dice amo aDios y aborrece a su hermano, es unmentiroso, pues quien no ama a su her-mano a quien ve, no puede amar a Dios aquien no ve. Si alguno posee bienes dela tierra, ve a su hermano padecer necesi-dad y le cierra su corazn, cmo puedepermanecer en l el amor de Dios? Hiji -tos, no amemos de palabra y de boca sinocon obras y segn la verdad.

    I. INTRODUCCIN

    El tema de la educacin para la Justicia se ha convertido en los ltimosaos en una de las grandes preocupaciones de la Iglesia. De un modo muyespecial se ha ocupado de l el ltimo Snodo de Obispos, al abordar eltema de la Justicia en el Mundo.

  • 1.1.3. Obstculos para elloFrente a esta tarea educativa de formarhombres que vivan efi cazmente para losdems se alzan tremendos obstculos. Elmismo Snodo nos advierte de ello y noshace caer en la cuenta de que, en la mayorparte del mundo, es precisamente la orien -tacin del sistema educativo vigente (enla escuela y en los medios de comu nica -cin) la que marcha en la direccin opues-ta. En vez de crear hom bres con sentidosocial, fo mentan un cerrado individua-lismo.En vez de concebir la formacin co -

    mo una capacitacin para el ser vicio, sefo menta una mentalidad que exalta lapo se sin y que degrada a la escuela, alco legio y a la universidad al nivel decam po de aprendizaje de tcnicas paraescalar puestos, ganar dinero y situarse a veces explotadoramente sobre los de -ms. Fi nal mente y esto es posiblementelo ms grave el orden (o el de sor den)esta ble ci do influyen de tal mo do sobre lasinstituciones edu cativas y los medios, decomunicacin social, que stos, en vez de fomentar un hombre nuevo, sloengendra reproducciones de un hombreinstalado, del hombre que el mismo or -den desea, es decir, de un hombre a suimagen incapaz de ninguna transforma -cin verdaderamente renovadora.3

    1.2. Actitud inicial

    Despus de este prembulo, comprende-rn que no le resulta f cil a un Ge neral dela Compaa de Jess hablar a los an ti -guos alumnos de ella, es decir, a los hom-bres educados por nosotros. Como ense-guida dir, abordo el tema con una actitud

    fundamental de gran confianza y con es -pritu optimista. Creo que el ambiente defamilia que nos envuelve permitir entrenosotros una profun da inteligencia, peroese mismo ambiente nos permite tambinuna gran sinceridad.

    1.2.1. Humildad: no estamos educadosApoyado en esa confianza y utilizandoesa sinceridad, voy a res ponder a una pre-gunta que hace rato flota en el aire y quems de uno de vosotros se habr ya he cho.Os hemos educado para la justicia? Es -tis vosotros educados para la justicia?Respon do. Si al trmino justicia, y si ala expresin educacin para la justiciale damos toda la profundidad de que hoy laha dotado la Iglesia, creo que tenemos queresponder los jesuitas con toda hu mil dadque no; que no os hemos educado para lajusticia, tal como hoy Dios lo exige denosotros. Y creo que puedo pediros tam -bin a vosotros la humildad de responderigualmente que no; que no estis educa-dos para la justicia y que tenis que com-pletar la educacin recibida. He aqu unaspecto profundo de la educacin perma-nente. Ms an, ni siquiera me atrevo adecir aunque en esto en algunos sitios seha avanzado mucho que hoy en todosnuestros co legios y en general en todanuestra actividad apostli ca estemos edu-cando pa ra la justicia a nuestros actualesalumnos y a las personas a las que lleganues tro influjo. En este punto sin em -bargo, creo que s puedo aseguraros, quehace tiempo existe una gran preocupa-cin en la Compaa. Ms an, que esapre o cu pa cin ha dado ya parcialmentesus frutos y que incluso por ellos hemosya sido objeto de muchas incomprensio-nes y de ms de una persecucin.

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  • 1.2.2. Confianza: espritu de bsquedapropio de la CompaaEl reconocimiento de nuestras limitacio-nes pasadas y actuales no nos impidecomo hace poco os deca abordar eltema ante vosotros con confianza y op ti -mismo. Esa confianza y ese opti mis mo seapoyan en lo siguiente: a pesar de nues-tras limitaciones y deficiencias histricas,creo que la Compaa os ha transmitido,creo que todava vosotros conservis yque la Compaa conserva todava, algoque constituye la esencia misma del esp-ritu ignaciano y que nos capacita pararenovarnos continuamente: un esp ritu debsqueda continua de la voluntad de Dios,una agudizada sensibilidad espiritual paracaptar los matices con que Dios quie reque el cristianismo se viva en las diversasetapas de la historia. Se ha dicho con ver-dad que la Compaa de Jess, y muchoms la espiritualidad de los Ejer cicios,apenas ofrecen rasgos concre tos que defi-nan al jesuita, o respectivamente al hom-bre formado por ellos y que permitan fijarpara siempre su imagen. Con ello noquiero decir que el hombre que surge delos Ejercicios sea un hombre amorfo, sincolor y sin rasgos. Todo lo contrario. LosEjer cicios son un mtodo para tomardecisiones muy concretas segn la volun-tad de Dios; un mtodo para optar entrevarias alternati vas. Lo que ocurre es quelos Ejercicios de suyo no nos fijan ni nosconfinan en ninguna de ellas, sino quenos abren ampliamente el horizonte atodas, para que sea Dios con su tremendaoriginali dad el que nos marque el camino.Un ejemplo tomado de la misma

    Compaa nos ayudar a com prender loque quiero decir. La Compaa nace antesde Trento y antes de que se afiance la

    reaccin catlica a la reforma protestante.Nace abierta y dispuesta a to do. Salvoesta disponibilidad, na ce sin estar en con-creto demasiado definida, en actitud debsque da de la voluntad de Dios en aqueldeterminado momento de la historia. LaCompaa busca esa voluntad de los treslugares don de ella se manifiesta: en elEvangelio, en la vi da concreta de la Igle -sia bajo el Roma no Pontfice y en lo quehoy llama ramos los sig nos de los tiem-pos. Y oyendo y discerniendo la voz delEs p ritu que se manifiesta por esos tresca na les, la Compaa poco a poco encon-tr su camino concreto y fue adquiriendorasgos, color y fi sonoma. No ha sido laCompaa de Jess una orden amorfa. Hatomado opciones que la han definido muyconcretamente, hasta ser considerada porla mayora de los historiadores como laOrden tpica de Trento y del perodo pos-tridentino. Su pluralismo de ba se, eso quepodramos llamar su pluralismo poten-cial, por el que en principio queda abiertaa casi todo, no le ha servido para dejarla enuna determinacin inoperante, sino que,ha sido el fundamento sobre el que se hantomado opciones muy netas al filo de lasexigencias histricas.Pero ello es precisamente lo que hace

    que hoy, al superar la Igle sia el perodopos tridentino y al emerger nuevos signosde los tiempos en el ho rizonte histrico,la Compaa se vea obli gada a pre gun -tarse sobre su camino, a volver a buscarsu nue va concrecin histrica a partir desu plu ralismo potencial y de base. No eslo me dular de la Compaa el espritu deTrento, sino la fidelidad a la llamada his-trica de Dios, que en un momento deter-minado le pidi que adoptase ese espritude Trento, pero que hoy le pide que en -

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  • carne en su vida y en sus opciones el esp-ritu del Vaticano II. Si la Compaa quiereser fiel a s misma, si no quiere cambiar ytraicionar el rasgo ms profundo de su es -pritu, paradjicamente tiene que cambiarprofundamente en la mayora de sus con -crecio nes epocales.Volvamos ya a vosotros y al tema de

    la Justicia. Si no hemos fracasado radical -mente en nuestra formacin, confiamoshaberos transmitido este espritu de dis-ponibilidad y de cambio, o dicho con len-guaje bblico, esa capacidad de penitenciay conversin. Creo que os hemos ensea-do a escuchar al Dios viviente; a leer elEvangelio de forma que a su luz seamoscapaces de descubrir nuevos as pectos enel Evangelio. Os hemos en se ado a sentircon la Iglesia, en cuyo mbito resuena,siempre antigua y siempre nueva, la Pala -bra de Dios, con el tono preciso que ne -cesita cada poca. Eso es lo importante yen eso estriba nicamente nuestra con-fianza. Por ello, a pesar de las limitaciones que

    haya podido tener la for macin que oshemos proporcionado, si os hemos dadoeste espri tu, en el fondo os lo he mosdado todo. Porque lo que importa no esque vosotros seis antiguos alumnos de laCom paa de Jess. Me alegro incluso deno tener ningn motivo de vanidad parapoder deciros con acento triunfal: noso -tros, los jesuitas, os lo he mos enseadotodo. Recordad simplemente nuestras en -seanzas. No; no es eso. Nuestra gloriasi tenemos alguna o mejor nues tra ale-

    gra, no est en recordaros que sois anti-guos alumnos nues tros, sino en constatarque, tal vez ayudados en algo por ese disci -pulado, ahora seis con nosotros actualesalumnos y discpulos del Seor Jess,hom bres que quieren discernir su volun-tad pa ra los tiempos actuales. No os hablopor tanto como padre, sino como simplecompaero. Somos todos compaeros decolegio, que juntos intentamos escucharal Seor, sentados en los mismos bancos.

    1.3. Proposicin

    Mis palabras pretenden solamente ayuda-ros a escuchar a Dios; abrir un dilogo enel que queremos que intervengis tam-bin vo sotros, para que entre todos alcan-cemos a ver cules son hoy las exigenciasque el Espritu inspira a su Iglesia en estamateria de la Justicia y de la formacinpara la Justicia.Me voy a limitar a dos series de con si -

    deraciones. En la primera quiero profun-dizar, a partir de las enseanzas del lti-mo Snodo, en la misma idea de justicia,tal como se va perfilando cada vez conmayor claridad, a la luz conjugada delEvangelio y de los signos de los tiem pos.La segunda serie de consideraciones ver-sar sobre el tipo de hombre que hemos deformar, el tipo de hombre en que hemosde convertirnos, si queremos servir a eseideal evan glico de justicia: el hombre pa -ra los dems, el hombre nue vo, es piritual,es decir, llevado por el Es pritu, que trans-forma la faz de la tierra.

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    1. SNODO DE OBISPOS 1971, Documentos: La justicia en el mundo, Sgueme 1972, pp. 55 y 66.2. Ibd., p. 71.3. La justicia en el mundo, n. 51. Cf. supra p. 72.

  • 2.1. Punto de partida: enseanza ysignificado del Snodo de 1971

    2.1.1. Actitud de escucha de la Iglesiaen el SnodoEstas afirmaciones no son la simple repe-ticin de lo que se ha enseado en la Igle -sia; ni siquiera constituyen un simple pro-greso doctrinal de carcter abstracto. Ellosson ms bien la expresin de una acucian -te interpelacin del Dios vivo, que pide asu Iglesia y a todos los hombres unas ac-titudes y unas actuaciones eficaces en fa-vor de la humanidad oprimida y doliente.La Introduccin al documento nos des -

    cribe la actitud de escu cha y conversinque han adoptado los Obispos del Snodopara posibilitar el que Dios les interpele yles muestre su voluntad con creta. Y no setrata de una escucha superficial e improvi -sada. La tarea de preguntar a Dios, escru-tar la accin de su Espritu en los signosde los tiempos y releer as enriquecidos

    el mismo men saje de salvacin, para quenos muestre matices hasta ahora inditos;esa tarea hace aos que viene desarrolln-dose en la Iglesia de un modo activo. Suorigen claro deriva del Vaticano II; su apli -cacin al problema de la Justicia la poneen marcha con ms fuer za la EncclicaPopulorum Pro gre ssio. Muy poco des-pus esta chispa, brotada del centro de lacristiandad, prende con toda fuerza en laperiferia, sobre todo en las regiones mspobres. El Sno do es slo un fruto de ella.Recordemos nicamente estas fechas.

    En 1967 Pablo VI publica la PopulorumProgressio y hace alusin en ella a su via-je a la India en 1966. En los tres aos si-guientes a la publicacin de la Encclicael Papa asiste y preside las reuniones delos obispos del Tercer Mundo, congrega-dos para reflexionar sobre lo que Dios pi -de de sus Iglesias en el postconcilio y, muyen particular, en el te ma de la Justicia. Lahistoria juzgar un da sobre la tremenda

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    2. LA JUSTICIA

    El punto de partida para nuestra reflexin sobre la Justicia lo constituyenalgunas afirmaciones del ltimo Snodo de Obispos, celebrado a fines de1971.

  • importancia de estas reuniones que estndando un nuevo color a la Iglesia: 1968,reunin de la Iglesia Latinoamericana enMedelln; 1969, reunin de la Iglesia Afri -cana en Kampala; 1970, reu nin de la Igle -sia de Asia en Manila. Como broche de estas reunio nes, en 1971, poco antes delS nodo, Pablo VI escribe la Octog simaAdveniens; que no es ni mucho menos unpunto final, ni siquiera adopta la forma so-lemne de una Encclica, sino de una sim -ple carta a un Cardenal, gesto con el quese pretende expresamen te decirnos que elpropsito de ella es fomentar y tomar par-te en el dilogo comenzado. En este am-biente es donde hay que colocar al Snodo.A los Padres Sinodales se les proporcion,como do cu mento de trabajo, los principa-les textos dedicados a la Justicia en Me -de lln, Kampala y Manila.

    2.1.2. La introduccin del Documento:actitud de escucha y resultadoAhora ya podemos leer conscientes detoda su fuerza algu nos prrafos de la alu-dida introduccin al Documento:Reunidos de todas las partes del mun-do, en comunin con to dos los creyen -tes en Cristo y con toda la familia hu-mana y abrien do el corazn al Espriturenovador de todas las cosas, nos he-mos preguntado a nosotros mismos so -bre la misin del Pueblo de Dios en lapromocin de la Justicia en el mundo.Escrutando los signos de los tiemposy tratando de descubrir el sentido de lahistoria, queremos escuchar la Palabrade Dios para convertirnos a la actua-cin del plan divino sobre la salvacindel mundo. [...] hemos podido per-catarnos de las graves injusticias que

    envuelven al mundo humano con unared de dominios, de opresiones y deabusos [...].Percibimos al mismo tiempo un mo-vimiento ntimo que impul sa al mundodesde abajo. Nace en los grupos huma -nos una con ciencia nueva que los sa-cude contra la resignacin al fatalismoy los impulsa a su liberacin. Apa re cenmovimientos que refle jan la esperanzade un mundo mejor y la voluntad decambiar to do aquello que ya no sepuede tolerar4.Tras estas palabras iniciales, en que las

    preguntas se plantean, los Obispos adelan-tan con toda nitidez en la misma introduc-cin la respuesta que han credo or enDios, y que en sntesis es la siguien te: nose puede separar la predicacin del Evan -gelio de la accin en favor de la Justicia,de la participacin en la transformacindel mundo y en la liberacin de toda situa -cin opresiva. Porque todo ello es parteconstitutiva del Evangelio y de la misinde la Iglesia. Pero oigamos ya sus mismaspalabras: Escuchando el cla mor de quie-nes sufren violencia y se ven oprimidospor sistemas y mecanismos injustos tene-mos conciencia unnime de la vocacin dela Iglesia a estar presente en el corazn delmundo predi cando la Buena Nueva a lospobres, la liberacin a los oprimidos y laalegra a los afligidos. La esperanza y elim pulso que animan profundamente almundo no son ajenos al dinamismo delEvange lio, que por virtud del Espritu San -to libera a los hombres del pecado personaly de sus consecuencias en la vida social.Afirma a continuacin la Introduc cin

    que la misma historia pre sente con sus vi-cisitudes y dolores nos hace pensar en laHistoria Sagrada, en la que Dios mismo se

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  • nos ha revelado, dndonos a cono cer suplan de liberacin y de salvacin en su rea -li zacin progresiva y que se cumpli de unavez para siempre en la Pascua de Cristo.La frase final tal vez la ms impor-

    tante es la siguiente: La accin en favorde la Justicia y la participacin en la trans -forma cin del mundo se nos presentaclara mente como una dimensin constitu-tiva de la predicacin del Evangelio, esdecir, de la misin de la Iglesia para la re-dencin del gnero humano y la libera-cin de toda situacin opresiva5.

    2.1.3. El centro del Documento: actitudde escucha y resultadoPermitidme an la lectura de otro prra fotomado ahora del corazn mismo delDocumento en que todava se expresacon mayor claridad, tanto la nueva con-ciencia adquirida por la Iglesia respecto asu misin de promover la Justicia, comola novedad que dicha conciencia supone,en cuanto fruto de la utilizacin de estemtodo teolgico que es la atencin a lossignos de los tiempos y la consiguiente re-lectura del Evan gelio. Oigamos primero lafrase dedicada al mtodo, tan en sintonacon el ignaciano. Dice as: La situacinactual del mundo, vista a la luz de la fe,nos invita a volver al ncleo del Mensajecristiano, creando en nosotros la ntimacon ciencia de su verdadero sentido y desus urgentes exigencias.Y he aqu a continuacin el resultado

    de la utilizacin de ese m todo aplicadoal problema de la Justicia: La misin depredicar el Evangelio en el tiempo pre-sente requiere que nos empeemos en laliberacin integral del hombre ya desdeahora, en su existencia terrena6.

    2.2. Actitud de reconciliacin y tesis complementarias

    Sobre esta base hagamos ya algunas con -sideraciones que nos ayuden a avanzar enlo que es el concepto cristiano de la Jus ti -cia y que sirvan de fundamento para ellan zamiento a una accin efi caz. Co men -cemos diciendo algo sobre la necesidad deconcordar en una unidad profunda, algu-nas tesis que a veces se presentan hoy co-mo contrarias. Dicha armonizacin no se-r posible si no adop tamos una profundaactitud de reconciliacin entre nosotrosmismos.

    2.2.1. Tensiones en la IglesiaNo se nos oculta que existen hoy gravestensiones en el seno de la misma Iglesia,y mucho ms en el seno de las socie dadesde inspiracin catlica. En gran parte es-tas tensiones estn basadas en el diversogrado de asimilacin y de aceptacin delas nuevas in terpelaciones del Seor. Nome refiero a los que se aferran a lo queellos llaman tradicional, como forma de de -fensa de sus intereses personales o de gru -po y que desde estas actitudes aportan sucolaboracin a las estructuras polticas yeconmicas de opresin.7 Para muchos,sin embargo, la tentacin es ms sutil, yen algunos casos sus reticencias no estncarentes de algn fundamento. Temen quelas nuevas corrientes nivelen y reduzcanel cristianismo al rasero de un simple hu-manismo en el que Dios, el amor cristiano(en cuanto contrapuesto a la simple justi-cia), la gracia, el peca do, la conversinpersonal y la otra vida ya no cuentan paranada, sustituidas por la fra exigencia dejusticia, por un humanismo cerradamentehorizontalista, por la reforma de las es-

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  • tructuras y por la realizacin de un pre-tendido Reino de Dios en esta vida.

    2.2.2. Superacin de las alternativasexcluyentesMientras que por unos y por otros el pro-blema se plantee en estos trminos de al-ternativa excluyente, la cuestin no tienesolucin. Estamos en vsperas del AoSanto de la Reconciliacin y tal vez poda -mos nosotros a la vez que solucionamosen profun didad el problema contribuir a esa reconciliacin dentro de la Igle sia,eludiendo ese planteamiento alternativo.Los que han escuchado con jbilo y

    conscientes de toda su novedad las nuevasinterpretaciones del Espritu del Se or, node ben olvidar que ellas han brotado delmismo Espritu que alienta, en el Evan ge -lio y en la Iglesia desde siempre y que sunovedad no anula las enseanzas tradicio-nales del Mensaje cristiano; ms an, quelas reafirma y las lleva a una mayor ple-nitud. Piensen adems que un olvido deesto, o simplemente una no suficiente ex-plicitacin sobre todo si est acompaa-da de una actitud de dureza y despreciopara los que piensan lo contrario, provo-ca com prensi blemente la reaccin conser-vadora y priva as a muchos hermanos, alos que en principio les resulta ms difcilla apertura, de las nuevas luces y graciascon que hoy quiere enriquecernos el Seor.Pero por otro lado, los cristianos preo-

    cupados por la conserva cin de los valo-res perennes, deben tambin aprender conla Iglesia de hoy a considerar esos valores,no como reliquias muertas, sino como rea -lidades vivas capaces de dar nuevas floresy frutos de inesperado y sorprendente co-lorido. Piensen tambin ellos que su nega-tiva a abrirse a una aceptacin sincera y sin

    reservas de la novedad de vida a que hoynos impulsa el Espritu, provoca la reac-cin, tambin comprensible, del abandonoinjustificado o de la relegacin a un se-gundo trmino de otros aspectos msconoci dos, pero no menos importantes delMensaje y de la actitud cris tiana de vida.

    2.2.3. Seis pares de tesis complementariasLo que aqu propongo no es una armoni-zacin oportunista de contrarios irreconci-liables. Estoy convencido de que las prin-cipales afirmaciones y actitudes cristianasque afectan a la justicia slo son verdade-ras y correctas si armonizan en profundi-dad extremos que, a veces, se presentancomo enemigos y contradictorios. Voy ainten tar enumerar las principa les parejasde aparentes oposiciones. Pri mera: justiciaeficaz para los hombres y actitud religiosarespecto a Dios. Se gun da: amor a Dios yamor a los hombres. Terce ra: amor cristia-no (amor de caridad) y Jus ticia. Cuarta:conver sin personal y refor ma de estruc-turas. Quinta: salvacin y liberacin en esta vida y en la otra. Sexta: ethos cristianoy mediaciones tcnicas e ideolgicas.

    2.3. Desarrollo de los seis pares detesis complementarias

    Un desarrollo adecuado de estas afirmacio-nes requerira un am plio tratado. Voy a limi -tarme a unas cuantas pinceladas sobre ca dauna de las contraposiciones armonizadas.

    2.3.1. Justicia eficaz para los hombresy actitud religiosa respecto a DiosAnte todo hemos de superar toda aparenteoposicin, o incluso simple separacin,

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  • en tre el imperativo humano e histrico depro mocin de la justicia y la actitud reli-giosa respecto a Dios, que se concreta enla misin de la Iglesia de predicar el Evan -gelio y de llevar la salvacin integral a loshombres. Cierta mente no se agota la mi-sin de la Iglesia en la promocin de lajusticia aqu en la tierra, pero esa promo-cin es uno de sus elementos constituti-vos. El Dios de la Biblia, el Dios del xo-do es el Dios Liberador de los pobres y losoprimi dos ya en este mundo.8 La AntiguaAlianza, el pacto de Yahv con su Puebloelegido tiene como contenido bsico elejercicio de la justicia, de tal forma que laviolacin de esa justicia respecto a loshombres implica ruptura de la Alianza conDios.9 Se puede incluso afirmar que loscomienzos de la Historia de la Revelacinproporcionan ms bien una imagen de base terre na y temporal de las relacionesdel hombre con Dios. Los Profetas com-pletan esa imagen, aadiendo elementosms espiri tua les, que de ninguna formasin embargo niegan lo anterior. El Mesasprome tido y esperado sigue siendo un li-berador que har justicia a los pobres yoprimidos.10

    Verdad es que Cristo, cuando llega, su-pera esa imagen y dilata los horizontes desalvacin, pero no niega los antiguos con-tenidos. En multitud de pasajes evang -licos san Mateo y san Lucas ven en Je -ss el Profeta escatolgico anun ciado enIsaas 42,1-4;61,1-2: Jess ha recibido deDios la misin de llevar la Buena Nuevaa los pobres, la liberacin a los oprimidosy de hacer triunfar la justicia. Dentro deeste contexto se comprende el sentido delas Bienaventuranzas a las que hay quedar, con los mejores exegetas actuales, susignificacin ms sencilla y directa: los

    pobres son bienaventurados, porque van adejar de serlo; porque ya ha llega do elReino; ya est en la tierra su Libertador.11

    2.3.2. Amor a Dios y amor a los hombresAl tratar de cmo Cristo asume y radica-liza la dimensin horizontal tan presenteen el Antiguo Testamento, sin darnoscuenta, hemos entrado en la segunda tesiscomplementaria: la de identificacin delamor a Dios con el amor al hombre. Jessmismo, sin que nadie le preguntase, fuequien proclam el segundo Mandamientosemejante al primero, hasta fusionarlos enuno solo que compendia la Ley. Por ello elni co tema del Juicio Final ser, segn laense anza de Jess, el amor al hombre,porque, cuanto hicisteis a uno de estoshermanos mos ms pequeos a m me lohicisteis12. Y para que ello sea as, no esni siquiera preciso tener conciencia de es-ta identificacin de Jess con los hom-bres.13Expresemos esto mismo con las pa la -

    bras de un telogo actual del que hemostomado bastantes ideas de las vertidas enesta con ferencia: La pertenencia o la ex-clusin del Reino anunciado por Jess, sedecide en la actitud del hombre ante lospobres y oprimidos; los mismos que enIsaas 58,1-2 son indicados como las vc-timas de la injusticia humana y sobre lascuales Dios quiere mostrar su justicia.Pero la gran novedad est en que Jess hacede estos hombres despreciados y margina -dos sus hermanos; se solidariza per so nal -mente con todos los pobres y desvalidos,con todos los que padecen el hambre y lamiseria. Todo hombre que se encuentra ental situacin es hermano de Cristo; por esolo que se hace en favor de ellos, se hace aCristo mismo. Quien ayuda a estos her-

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  • manos de Jess, pertenece a su Reino;quien los abandona en su estado miserablese excluye a s mismo del Rei no.14 Todoslos dems escritos del Nue vo Testamento,Santiago, Pablo y Juan, repiten con ince-santes matices esa misma doctrina de laidentidad del amor a Dios y el amor al hom-bre, sobre todo al oprimido.15

    2.3.3. Amor cristiano amor de caridady JusticiaUna vez ms hemos entrado sin darnoscuenta en la consideracin de la tercera denuestras parejas de conceptos comple-mentarios. As como se fusionan en el cris -tianismo sin posible separacin el amor aDios y el amor al hombre, as tambin sefusionan y prcticamente se identifican elamor (la caridad) con la justicia.Slo un proceso abstractivo, que ade-

    ms ha tenido un carcter reducido y em-pobrecedor, ha podido conducir en el pen-samiento occidental a una tan drsticadistincin entre caridad y justicia. Esa dis-tincin no es hoy tan neta, pero slo par-cialmente la hemos logrado superar. Du -rante estos ltimos siglos se ha en tendidoprevalentemente por caridad (sobre todoaplicada al pr ji mo) las llamadas obrasde caridad, que adems se considera bancomo algo de supererogacin, introdu-ciendo as un matiz que resulta muy pro-blemtico dentro del ethos cristiano. LaJusticia en cambio indica lo que se debea uno estrictamente. Su smbolo es una fi-gura ciega, de rostro impasible, con unabalanza precisa en una mano y una espadaen la otra. Si esa imagen se puede ta llar enmrmol tanto mejor, porque uno se la fi-gura con el corazn fro, o mejor, sin co-razn. Cualquier sentimiento, cualquiercapa cidad de sintona humana podra tur-

    bar su ecuanimidad. El ideal occidental dejusticia es impersonal, no hace acepcinde perso nas. No hay que pensar sin em-bargo que ese sea el nico ideal de justi-cia. En Oriente las cosas son muy distin-tas, casi contrarias. En la China clsica porejemplo el ideal de justicia no tiende a laimpersonalizacin, sino todo lo contrario,a la mxima personalizacin de las rela-ciones. Un juez justo no es el que juzgaaplican do reglas formales y abstractassiempre iguales, sino el que juzga a las per -sonas de acuerdo con sus concretas cuali-dades y habida cuenta de la concreta si-tuacin, o con otras palabras, de acuerdocon la equidad y tratando de acercarse almximo al resultado concreto.16 Notemosde pasada que tambin en Occidente elcon cepto romano de justicia, aunque per-maneciendo sustancialmente el mismo, seenriqueci en el medievo y por influjo delcristia nismo con la nocin de equidad.Pero sea de todo ello lo que sea, y sin pre-tender negar un cierto valor para el anli-sis terico a la distincin entre caridad yjusti cia, lo que decimos es que, en un pla-no existencial y concreto, no se puede dis-tinguir el hombre justo y el hombre queama; y que adems en el cristianismo am-bas nociones son inseparables y se impli-can mutuamente. Veamos esto con msdetalle.Ante todo como nos dice el mismo

    Documento del Snodo El amor al pr-jimo y la justicia son inseparables. Porqueel amor implica una exigencia absoluta dejusticia, es decir, el reco no cimien to de ladignidad y los derechos del prjimo17.Cmo se puede amar y ser injusto con lapersona amada? Sustraer la justicia al amores destruirlo en su ms profunda esencia.No hay amor sin considerar y reconocer

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  • al amado como persona, respetando sudig nidad con todo lo que ella exige.En segundo lugar, y desde luego su-

    puesto lo anterior, la justi cia a su vez al-canza su plenitud interior solamente en elamor. Incluso aplicando la nocin roma-na de justicia de dar a cada uno lo que sele debe, un cristiano tiene que decir quedebe a todos los hombres, sin exceptuar alos enemigos, el amor. El Snodo nosaporta tambin la razn: siendo cadahombre realmente imagen visible del Diosinvisible y hermano de Cristo, el cristia-nismo encuen tra en cada hombre a Dios yla exigencia absoluta de justicia y de amorque es propia de Dios. San Pablo reafir-ma esta ense anza: Dad a cada uno loque se le debe: a quien impuestos, im-puestos; a quien tributo, tributo; a quienrespeto, respeto; a quien honor, honor;con nadie tengis otra deuda que la delamor mutuo. Pues el que ama al prjimoha cumplido la Ley. Todos los dems pre-ceptos se resumen en esta frmula: ama atu prjimo como a ti mismo []. La cari -dad es por tanto la Ley en su plenitud18.Todava nos queda un paso en este

    proceso de identificacin. No slo no espensable un amor cristiano que no co-mience y tenga co mo elemento constitu-tivo la justicia. Ni basta con decir que notiene sentido hablar de justicia cristiana sista no est coronada por el amor. Todavahay ms. El amor infundido por Dios esttambin en la raz: nadie puede ser justo sino ama con ese amor que es don de Dios.El mensaje de Jess nos dice el padreAlfaro ha llevado las exigencias vetero-testamentarias sobre la justicia al nivelms profundo del hombre, a la interiori-dad radical de amor; solamente el amorsincero del prjimo puede dar la fuerza

    necesaria para hacer efectiva la justicia enel mundo.19

    As como no sabemos nunca si ama-mos a Dios, a no ser que ame mos al hom-bre, as tampoco sabemos si amamos alprjimo si no lo hacemos con un amor quetenga como primer fruto la justicia. Yo meatrevera a decir que el paso ms difcil, elque adems est menos expuesto a ilusio-nes, el que en definitiva prueba si nuestraactitud religiosa no es una farsa, ese pasoes el paso a la justicia.Claro est que se trata de una justicia,

    tal como nos la muestra la Palabra deDios, a la luz que ella nos proporciona, ac-tivada por el catalizador de los signos delos tiempos. Una justicia que no se detie-ne en un cumplir de carcter individua-lista. Ella consiste ms bien en primer lu-gar en una actitud continuada de respeto atodos los hombres, no utilizndolos nun-ca en provecho propio co mo instrumento.En segundo lugar en un decidido empeode no aprovecharse ni dejarse aupar porlas situaciones y mecanismos de privilegio(que correlativamente son de opresin) enlos que bas ta permanecer y adormecersepara ser cmplice de la injusticia de estemundo y usufructuario silencioso de susfrutos. En tercer lu gar una actitud de pa-so al contraataque, es decir, la decisin decolaborar en el desmantelamiento de lasestructuras injustas, to mando partido porlos dbiles, los oprimidos y los margina-dos. Esta justicia activa y liberadora, quehace que el que la practica quiera ante to-do eliminar la injusticia de su propia vida,nada tie ne que ver con el odio revanchistadel que se siente oprimido y simplementereacciona frente a esa opresin. Nada vaa ganar en esta vida el que practica estajusticia: porque, por un lado, l mismo se

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  • privar de muchos frutos de las estructu-ras injustas; por otro, su solidaridad activacon los dbiles le atraer, como a Cristo ya los Profetas, la per secucin de los po-derosos. Es claro que nadie puede haceresto si no est impulsado y sostenido porel amor. Por el amor a los hombres y por elamor (a veces annimo) a Dios. El amor esla raz de la verdadera justicia y el amores tambin su corona y el sello de su au-tenticidad. Expresemos todo esto de otraforma: la justicia es la modalidad que adop-ta necesariamente el amor autntico en unmundo lacerado por las injusticias perso-nales y estructurales. En un mundo as, elamor adopta la forma de opcin por losmarginados y los oprimidos, porque sloas se ama todos los hombres, es decir, slo as se libera a los oprimidos de laopresin y a los opresores de la miseria deserlo. Desde estas perspectivas compren-demos mejor toda la eficacia renovadorade la autoidentificacin que Cristo ha rea -lizado de su persona con la de los peque-os y los que sufren.

    2.3.4. Conversin personal y reformade estructurasPasemos ya a la armonizacin de la cuar-ta pareja de conceptos: conversin perso-nal y reforma de estructuras. Permitidme para ello un pequeo rodeo, que muypronto veremos cmo se conecta estre-chamente con lo anterior.La asctica cristiana tradicional se

    apo ya fundamentalmente sobre la si-guiente verdad: el pecado no es slo unacto personal que afecta al centro de nues-tra personalidad hacindonos culpables ypecadores, sino que se extiende tambin alo que podramos llamar la superficie denuestro ser, daando nuestros hbitos,

    nuestras costumbres, nuestras formas es-pontneas de reaccionar, nuestros crite-rios y formas de pensar, nuestra voluntady nuestra ima ginacin. Por otro lado enesa que hemos llamado la superficie denuestra personalidad no slo influimosnosotros, sino todos los que nos han edu-cado y los que nos rodean; ms an, sa-bemos que, junto con el pecado original,hemos nacido con la naturaleza inclinadaal mal. Todo ello se llama en lenguaje teolgico la concupiscencia, que enconcreto, para cada hombre, es un efectocombinado del pecado de Adn y de todoslos pecados personales de la historia, in-cluidos los propios, que de hecho afectannegativamente nuestra manera de ser.Cuando un hombre se convierte, cuan-

    do Dios realiza en l la maravilla de lajusti ficacin, el centro de su persona sevuelve a Dios, a los hermanos y consi-guientemente desaparece de l el pecadoen sentido estricto. Sin embargo los efec-tos del pecado siguen ejerciendo su tre-mendo dominio del que a veces ni si-quiera somos conscientes en la su perficie.San Pablo llama pecado a esos efec tos,a esas objetivaciones o materializacionesdel pecado, que permanecen en los que yaestn justificados. El Concilio de Trentonos dice que puede llamarse pecado a laconcupiscencia, no por que lo sea en sen-tido estricto, sino porque proviene delpecado e inclina al pecado20.Como arriba apuntbamos, en esa ver-

    dad se basa la asctica y la espiritualidadcristiana. Cristo no ha venido slo a libe-rar del pecado y a inundar con su graciael centro de nuestro ser. Esa gra cia ha demanifestar la plenitud de su potencia con-quistando para Dios todo nuestro ser, tam-bin lo que hemos llamado la superfi cie.

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  • Ello es de todo punto necesario para quela justificacin fructifique cada vez conmayor plenitud en obras de amor a Dios ya los hombres. La obra de Cristo no est destinada a quedar recluida en el fondo secreto del corazn de cada hombre, ope-rando en l simplemente una transforma-cin misteriosa que slo en la otra vidasalga hacia fuera. Cristo no viene a elimi-nar solo el pecado sino los efectos del pe-cado ya en esta vida. No slo a dar la gra-cia sino a mostrar la potencia de su gracia.Negar esto sera minimizar la asctica y laespiritualidad cristiana. Adems, puestoque la concupiscencia, no es slo algo queproviene del pecado, sino una materiali-zacin del mismo pecado, que si no se lacombate y en la medida de lo posible seelimina, tiende a reproducirse en forma depecado personal: hacer las paces con ellaes hacer las paces con el mismo pecado.Apliquemos todo esto a nuestro problemade la relacin entre conversin personal yreforma de estructuras. En cierta formaesta bina de conceptos encaja ya en lo queacabamos de decir. Si por conversin per-sonal se entiende estrictamente la justifi-cacin que se opera en el fondo ms nti-mo de nuestra personalidad, ya hemosvisto que ella no basta; ella es slo la raz(pero a la larga tambin efecto) de una re-novacin, de una reforma de las estructu-ras de la parte ms superficial de nuestroser, que en principio queda fuera del cen-tro personal, pero que a partir de l es po-co a poco reformable.Ahora bien, a la hora de luchar contra

    la concupiscencia y los actos del pecado,efectos que tienden otra vez a resucitar elmismo pecado por qu hemos de dete-nernos en aquellos que nos afectan indi-vidualmente desde nuestra propia estruc-

    tura personal? Por qu no atacar tambinaquellos que nos afectan a todos desde lasestructuras sociales? No hay ninguna ra-zn teolgica profun da para ello. Lo nicoque creo que se puede afirmar, para expli-car esa laguna en la asctica y espirituali-dad tradicional, es que el hombre ha sidoms o menos consciente (y esa concienciala ha reforzado el cristianismo) de que sepuede cambiar a s mismo; supuesta esaconciencia resultaba un imperativo moralel cambiarse eliminando de s las huellasdel pecado. En cambio slo en tiemposmuy recientes ha cado el hombre en lacuenta de que el mundo en que vive, consus estructuras, organizacin, ideas, siste-mas etc. as como es en gran parte fruto desu libertad, as es tambin modificable yreformable si de verdad se empea la vo-luntad del hombre en hacerlo.Admitido esto, las consecuencias se

    precipitan. En gran parte las estructuras deeste mundo (es decir, las costumbres, lossistemas sociales econmicos y pol ticos,las leyes, las relaciones de intercambio y engeneral las formas concretas de interrela-cin humana) son tambin objetivacionesdel pecado, son pecado objetivado, frutodel pecado histrico y a la vez fuente con-tinua de pecados renovados. Contamos in-cluso con un concepto bblico para desig-nar esta realidad: el concepto de mundoen el sentido negativo que le da san Juan.Si este concepto no se ha desarrollado enla teologa, como el de la concupiscencia,ello ha sido debido a que los tiempos nohan permitido hasta ahora la superacinde una concepcin simplemente indivi-dualista. Ahora que eso ya est superado,nos basta con aplicar los mismos esque-mas teolgicos elaborados para la concu-piscencia, para que dicho concepto desa -

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  • rrolle toda su tremenda dinamicidad. Elmundo sera en lo social lo que la con-cupiscencia es en lo individual. Podramosincluso llamarlo la concupiscencia de losocial, algo que, como la concupiscen-cia, proviene del pecado e inclina al pe-cado, algo que, como la misma concu-piscencia, debe constituir el objeto denuestro esfuerzo de purificacin ascticay de esta forma fundamentar una nuevaespi ritualidad, o mejor, una drstica am-pliacin del campo clsico de la ascticay la espiritualidad. Siempre se nos ha dicho que no basta

    una conversin interior sino que progresi-vamente hemos de perfeccionar y recon-quistar para Dios todo nuestro ser. Ahoracaemos en la cuenta de que lo que hemosde reconquistar y reformar es adems todonuestro mundo. Con otras palabras, queno se puede separar conversin personaly reforma de estructuras. Si bien la pri-mera es fundamental en el sentido de quetoda objetivacin del pecado proviene depecados personales y slo es removible apartir de una conversin personal, tam-bin es verdad que las objetivaciones delpecado (sobre todo las de carcter ms ge-neral), una vez establecidas, de tal modoatenazan la vida personal de multitud dehombres, que apenas es posible una con-versin personal sin eliminarlas. Y que,des de luego, nadie puede decir que se haconvertido personalmente si se aprovechaegosticamente de dichas estructuras o sisimplemente, con conciencia de ello, ha-ce las paces con ellas y renuncia a su pro-pia eliminacin. Como en la vida indivi-dual, no vale aqu el abstencionismo, quees una forma de colaboracin con el pe-cado. Por eso podemos afirmar, con pala-bras del Snodo, que el dinamismo del

    Evangelio no slo libera a los hombresdel pecado personal, sino tambin desus consecuencias en la vida social y quela accin en favor de la justicia y la trans-formacin de este mundo es una di-mensin constitutiva de la predicacin del Evan gelio y de la misin de la Igle -sia21.

    2.3.5. Salvacin y liberacin en estavida y en la otraInsensiblemente hemos de nuevo llegadoa la quinta de nuestras tesis armonizadas:salvacin y liberacin en esta vida y en laotra. El texto del Snodo que acabamos deleer es suficientemente explcito, pero to-dava lo es ms este otro: La misin depredicar el Evangelio en el tiempo pre-sente requiere que nos empeemos en laliberacin integral del hombre ya desdeahora, en su existencia terrena22.Notemos aqu que no se nos dice que

    la salvacin, a la que tienden nuestros es-fuerzos ultramundanos, vayamos a con se -guirla plenamente en esta vida; tampocose nos dice que la salvacin cristiana seagote en esos objetivos a los que tiendentales esfuerzos. En ese sentido nuestra es-peranza reposa en un ms all; ms an,ya antes advertimos que el hombre queverdaderamente se empee en favor de lajusticia apenas podr esperar otra cosa deesta vida que la persecucin.Pero ello no obsta, en primer lugar, pa-

    ra que la tensin por conseguir esa purifi-cacin y liberacin ultramundana no esten la entraa misma de la actitud cristiana,de tal modo que el que renuncia a ella, elque renuncia a la lucha por la justicia, estimplcitamente renunciando al amor a loshombres y consiguientemente al amor deDios.

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  • En segundo lugar, el convencimientode que la lu cha por la justicia no se acabanunca, de que nuestros esfuerzos no van aser nunca coronados plenamente por elxito en esta vida no significa que no sir-van para nada y que no consigan algnxito. Tales xitos parciales son queridospor Dios, son primicias de los frutos de lasalvacin aportada por Jess, son signosde la venida de su Reino, y, en lo que tie-nen de ms permanente son ya manifesta-ciones adelantadas, aunque no plenas, deese Reino que ya ha venido y va crecien-do misteriosamente entre nosotros. En tercer lugar, el fracaso de tantas

    per sonas que sern vencidas y des trozadasen la lucha contra el mundo porque elmundo perseguir y tratar de aniquilar alos que no son del mundo y a los que sele opongan ese fracaso es slo aparente.Son precisamente las personas que mue-ren en una cruz las que, como Cristo, pa-san por el mundo haciendo el bien y sa-nndolos a todos23. Y en cuanto al futuroescatolgico de sus existencias persona-les, ellas estn en las manos de Dios, a cu-ya Alianza en favor de la liberacin de lospobres fueron fieles hasta la muerte.

    2.3.6. Ethos cristiano y mediacionestcnicas e ideolgicasMuy brevemente voy a abordar la presen-tacin de la ltima tesis armonizadora. Sinella toda esta charla podra ser tachada deangelismo inoperante o de inmediatismorevolucionario y en el fondo absoluta-mente ineficaz. Todo lo que hasta ahorahemos expuesto se mueve en el plano delo que podramos llamar ethos cristianoen favor de la justicia y nos proporcionalas actitudes de base. Pero el paso a la ac-cin, que es uno de los componentes de

    ese ethos, necesita de la mediacin de lastcnicas e incluso de las ideologas. Tc -nicas e ideologas en primer lugar para elanlisis; no basta en efecto con constatargrosso modo que en el mundo hay injus-ticias; es preciso adems estudiar la tramaconcreta de este mundo para descubrircules son los puntos neurlgicos dondeel pecado y la injusticia se han instalado.En segundo lugar son tambin necesariastcnicas, ideologas y programas de ac-cin renovadora para demostrar esas in-justicias y arrojarlas eficazmente de susbastiones. Ello exige planes, tcticas y estrategias, jerarquas de objetivos y deplazos, que casi siempre estarn en con-tradiccin con una ingenua actitud inme-diatista.No es fcil la armonizacin entre el

    simple ethos cristiano en favor de la jus-ticia y las necesarias mediaciones tcnicase ideolgicas, postuladas por ese mismoethos. Una cierta tensin es inevitable yfructfera. Sin las mediaciones, el ethos nosirve para nada. Pero tampoco hay que ol-vidar que, al sumergirse en la complejidadde las mediaciones, el ethos corre el peli-gro de asfixiarse, de perderse para siem-pre en el laberinto, o el de deformarse. Nohay que olvidar que las tcnicas y las ideo -logas, por muy necesarias que sean, sontambin productos combinados del bien ydel pecado. En ellas tambin se instala lainjusticia, sea del signo que sea. El ethos cristiano ha de utilizar las me-

    diaciones, aunque a la vez tiene que juz-garlas y relativizarlas, no permitiendonunca que se conviertan en dolos. LaOctogsima Adveniens reconoce el va lorque la contestacin y las utopas poseencomo medio de superacin y critica de lasideologas y sobre todo de los sistemas

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  • concretos donde ellas tratan de realizarse.Esta forma de crtica de la sociedad esta-blecida provoca con frecuencia la imagi-nacin prospectiva para percibir a la vezen el presente lo posiblemente ignoradoque se encuentra inscrito en l, y paraorientar hacia un futuro mejor; sostieneadems la dinmica social por la confian-za que da a las fuerzas inventivas del es-pritu y del corazn humano; y finalmen-te, si se mantiene abierto a toda realidad,puede tambin encontrar nuevamente elllamamiento cristiano. Podramos afirmara este respecto que lo que hasta ahora he-mos llamado ethos cristiano para la justi-cia es una utopa cualificada por la que segn sigue diciendo la Octogsima Adve -niens el Espritu del Seor, que anima alhombre renovado en Cristo, trastorna decontinuo los horizontes donde con fre-cuencia la inteligencia humana desea des-cansar, movida por el afn de seguridad, ylas perspectivas ltimas dentro de las cua-les su dinamismo se encerrara de buenagana; una cierta energa invade totalmen-te al hombre, impulsndole a trascendertodo sistema y toda ideologa. [] El di-namismo de la fe cristiana triunfa as so -bre los clculos estrechos del egosmo.Animado por el poder del Espritu de Je -sucristo, Sal va dor de los hombres, y sos-tenido por la esperanza, el cristiano secompromete en la construccin de una ciu-dad humana, pacfica, justa y fraterna, quesea una ofrenda agradable a Dios24.Nadade lo dicho niega sin embargo la necesidadde mediaciones tcnicas e incluso ideol-gicas. La saludable reaccin contra la dei-ficacin de los sistemas concretos, de lasideologas,25 o de la misma tcni ca y laciencia convertidas ellas mismas en ideo-logas, no debe llevarnos a la ilusin de

    querer construir eficazmente un mundomejor a espaldas de todo esto. Tambinnos avisa la Octogsima Adve niens de esepeligro: La apelacin a la utopa es confrecuencia un cmodo pretexto para quiendesea rehuir las tareas concretas refugin-dose en un mundo imaginario. Vivir en unfuturo hipottico es una coartada fcil pa-ra deponer responsabilidades inmedia-tas26.Ello es tanto ms verdad, cuanto que

    los cristianos pueden esperar de la Iglesiay de su Jerarqua orientacin e impulsoespiritual. Pero no piensen que sus Pas -tores estn siempre en condiciones de po-derles dar inmediatamente solucionescon cretas en todas las cuestiones, aun gra-ves, que surjan. No es esta su misin27.La Iglesia, en cuanto comunidad religiosay jerrquica, puede proporcionarles lo quehemos llamado el ethos cristiano para lajusticia, con lo que ello comporta de crti-ca, relativizacin y desmitologizacin de las ideologas y sistemas concretos, dedefensa, promocin de la dignidad y losderechos fundamentales de la persona hu-mana, llegando incluso a considerar ele-mento constitutivo de su propia misin eldenunciar las situaciones de injusticiacuan do lo piden los derechos fundamen-tales del hombre y su misma salvacin.28Pero, segn nos advierte la Oc togsimaAdveniens, nada de eso basta. No bastarecordar principios generales, manifestarpropsitos, condenar las injusticias gra-ves, proferir denuncias con cierta audaciaproftica; todo ello no tendra peso si nova acompaado en cada hombre por unatoma de conciencia ms viva de su propiaresponsabilidad y de una accin efectiva. Para ese paso a la accin son necesa-

    rias las mediaciones, cuya utilizacin con-20

  • creta cada cristiano bajo su propia respon -sabilidad ha de decidir. Los miembros dela Iglesia al asumir sus propias responsa-bilidades en todo este campo dan testi-monio de la potencia del Espritu Santo,con su actuacin al servicio de los hom-bres en todo aquello que es decisivo para

    la existencia y el futuro de la humanidad.Y mientras desarrollan tales actividades,obran, generalmente, segn su propia ini-ciativa, sin implicar la responsabilidad dela Jerar qua eclesistica; sin embargo, im-plican de algn modo la responsabilidadde la Iglesia, al ser sus miembros.29

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    4. Ibd., n. 1-4.5. Ibd., n. 5-6.6. Ibd., n. 37.7. Cf. Juan ALFARO, s.j., Cristianismo y justicia, Comisin Pontificia Justicia y Paz (La justicia en el mundo,

    3), PPC (Madrid, 1973), p. 42.8. Ibd., pp. 11-13.9. Ibd., pp. 14-17.10. Ibd., pp. 18-19.11. Ibd., pp. 19-26.12. Ibd., pp. 19-26.13. Ibd., pp. 25, 37-39.14. ALFARO, Cf. supra p. 24.15. Ibd., pp. 26-32.16. M. WEBER, The Religion of China. Confucia nism and Taoism, the Free Press/Collier Mac Millian Ltd New

    York/London 1964, p. 149.17. La Justicia en el mundo n. 36. Cf. supra, p. 66.18. Rm 13,7-10.19. ALFARO. Cf. Supra, pp. 24-25.20. Cf. Enrique DENZINGER, El magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1955, n. 792, p. 227.21. La justicia en el mundo, n. 6. Cf. supra, p. 55.22. Ibd., n. 37. Cf. supra, p. 66.23. Hech 10,38.24. PABLO VI, Octogesima Adveniens, n. 37. 25. Ibd., n. 25-26.26. Ibd., n. 37.27. Gaudium et Spes, (Vaticano II, Constitucin sobre la Iglesia en el mundo actual), n. 43.28. La justicia en el mundo, pp. 38-39. Cf. supra p. 67.29. La justicia en el mundo, n. 40. Cf. supra p. 68.

  • Si hemos sacado este fruto, hemos dadoya el paso decisivo en orden a conseguirobjetivo principal de esta ponencia, e in-cluso de esta Asamblea. En efecto; nos he-mos reunido aqu para pensar el sentido ylas metas de nuestra Asociacin de An ti -guos Alumnos y nos ha parecido que enprincipio las Asociaciones de AntiguosAlumnos estn hoy llamadas a ser un cau-ce privilegiado de formacin permanente.Hoy se habla mucho de formacin perma -nente, pero con frecuencia se le da a dichaexpresin un alcance muy limitado: el desimple puesta al da de los conocimientostcnicos y profesionales que nos permitenseguir luchando con ventaja en la compe-ticin, cada vez ms dura, de esta vida. Aveces se completa dicha nocin con la re-educacin de los hombres para vivir en unasociedad totalmente diferente, o incluso

    para capacitarlos a afrontar el reto de unmundo en continuo cambio. Pero esta ta-rea, absolutamente necesaria en el mundode hoy, no puede darnos todo; desde elpunto de vista de los valores cristianos, esuna tarea neutra y puede ser incluso ne-gativa; todo depende de la orientacin debase que hayamos impreso a nuestra exis-tencia. En la medida en que la hayamosorientado para los dems y para la justi-cia, la capacitacin tcnica y profesionaly la adquisicin de un nuevo sentido en elcambio, ser positiva; en la medida en quela pongamos al servicio de nuestros egos -mos personales o de grupo, ser negativa.Y en toda hiptesis, al trmino de la for-macin permanente, tal como se usa de ordinario, le falta la nota ms especficade toda formacin cristiana: la llamada ala conversin. Pero hablar de formacin

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    3. HOMBRES Y MUJERES PARA LOS DEMS

    Al final de este largo recorrido sobre la nocin cristiana de la justicia, yo mecontentara con que hubisemos sacado un solo fruto: el convencimientode lo lejos que estamos de tener asimilada totalmente dicha nocin, tantoen nuestra forma espontnea de pensar, como en nuestras actuacionesprcticas.

  • permanente en el cristianismo es hablar deconversin continua y ello hoy, en concre-to, es hablar de formacin para la justicia.No en vano hemos comenzado esta

    charla con la confesin de que no estamosformados para ello. Slo a partir de estaconciencia de esta humilde confesin,acompaada de la voluntad de reforma,tiene sentido el que nos planteemos en se-rio el problema de nuestra propia forma-cin. Dejo lgicamente a vuestras delibe-raciones y anlisis de las formas concretasen que esta formacin podra debera en-carnarse, y dejo tambin a vuestro estudioy decisin la eleccin de los canales or-ganizativos que la pongan en ejecucin. Bajo el epgrafe comn de hombres

    y mujeres para los dems voy a limitar-me a esbozar en esta segunda parte tres se-ries de consideraciones finales, la primeraversar sobre la justificacin y el sentidogeneral que hemos de darle a esa expre-sin. La segunda, sobre una condicin ycualidad indispensable que hoy ha de po-seer el hombre, si de verdad quiere servira los dems con eficacia: la de ser un agen-te, un promotor del cambio. La terceraversar sobre otra condicin ms radical eimportante: la de ser un hombre dcil aDios, un hombre llevado por el Espritu,es decir, flexibilizado y sensibilizado ensu ms profunda intimidad por la uncindel Es pritu Santo, y de esa forma capaci-tado para discernir, escuchar y seguir suvoz, que se le manifiesta en las obras queel mismo Espritu hace en el mundo, en lavida entera de la Iglesia y en su propia in-timidad personal; todo ello a la luz de unarelectura continua del mensaje evan glico,que va liberando as, paulatinamente, enproceso inacabable, la plenitud de su sen-tido y exigencias.

    3.1. El hombre para los dems: justificacin y sentido

    3.1.1. Consideraciones preliminaresEn una primera aproximacin de carcterfilosfico que por dems abordo sin nin-gn tipo de pretensiones parece que elhombre se caracteriza por ser un ser pa-ra s, un ser centrado sobre s mismo.Una simple reflexin sobre los datos de laexperiencia parece ponernos ante la evi-dencia de que la escala de plenitud y per-feccin de los seres crece con la escala desu capacidad interna de autocentramiento,que paradjicamente coincide con la deuna mayor complejidad. Los seres msperfectos son los ms centrados y a la vezlos ms complejos: un protn, un tomo,una molcula simple, un cristal, una ma-cromolcula, un virus, un protozoo o unaclula, una planta compleja que armonizay unifica mi llones de clulas, un animalcon mayor complejidad an y sin embar-go dotado de la centralidad superior quele proporciona una vida vivida y sentida;y por fin el hombre, con la radical centra-lidad de que lo dota la conciencia. Con suinteligencia y el poder que de ella derivael hombre tiende a dominar el mundo,apropindoselo y centrndolo en s.Sin embargo tambin es un dato de ex-

    periencia que el hombre se descentra cuan-do se centra egosticamente. El hombre esun centro, dotado de conciencia, de inteli-gencia y de poder. Pero un centro llamadoa salir de s mismo, a darse y proyectarse aotros por amor. El amor es la dimensindefinitiva y englobante del hombre: la quea todas las dems dimensiones les da susentido, su valor o su desvalor. Slo el queama se realiza plenamente como hombre.No se es ms persona cuanto ms se cierra

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  • uno sobre s mismo, sino cuanto ms seabre a los dems. El saber y el tener,es decir, el centrar en s mismo y apro-piarse de las cosas con inteligencia o conel poder, son ciertamente dimensiones en-riquecedoras del hombre, pero slo en lamedida en que no lo cierre a los otroshombres, sino que enriquezcan la mismadonacin y entrega amorosa de s mismoa los dems. Toda persona que hace cre-cer los saberes de este mundo, o loshaberes de este mundo, para ponerlos alservicio de la humanidad, realiza una ta-rea de humanizacin propia y de humani-zacin del mundo.

    3.1.2. La deshumanizacin por el egosmoPero con frecuencia las cosas suceden deotro modo. Cuando el movimiento centra -lizador se detiene en uno mismo, cuandose acumulan saberes, poderes y ha-beres para ponerlos al servicio exclusivode uno mismo, sustrayndolos a los de-ms, entonces el proceso se pervierte y setorna deshumanizador. En primer lugar deshumanizador de

    las vctimas directas de esa conducta. Lomenos que se puede decir de los hombresque no viven para los dems es que noaportan nada a sus hermanos. La escalacomienza pues con un pecado de omisin,del que apenas nunca tomamos concien-cia; este pecado puede adoptar simple-mente la forma concreta de una existenciaociosa, o pasar adelante y adoptar la formade una existencia basada sobre negociosespeculativos; tambin hay que colocar eneste grupo a los que participan positiva-mente en el proceso productivo (haciendocrecer la riqueza o el saber), pero, apro-vechndose de tal modo de su situacin de

    privilegio y poder a la hora de fijar lascontraprestaciones de todo tipo, que endefinitiva el saldo resulte negativo paralos ms dbiles.Supongamos, sin embargo, que no hay

    todava ningn tipo apropiacin injusta. Elhombre que vive para s, no slo no aporta,sino que adems tiende a acumular en ex-clusiva, a acotar parcelas cada vez mayo-res de saber, poder o de riqueza, y consi-guientemente, a desplazar a multitudes demarginados de los grandes centros de do-minio del mundo.Pero hay ms, el egosta no slo no hu-

    maniza las cosas (por el nico procedi-miento por el que las cosas se pueden hu-manizar, es decir, ponindolas al serviciode los dems), sino que cosifica a los mis-mos hombres, convirtindolos en objetode explotacin y dominio y apropindose de parte del fruto de su trabajo.En segundo lugar, y con mayor radi -

    calidad, el hombre que no vive para losdems se deshumaniza a s mismo. Pordesgracia los casos en que este proceso serealiza son muchos, ya que para ellos noes preciso poder aprovecharse de los de-ms, sino que basta con querer hacerlo.Muchas vctimas de la indiferencia o de laopresin de otros, son adems verdugosde s mismos (y a veces de terceros), sim-plemente por haber asimilado las pautasde comportamiento de sus opresores. Casitodos los hombres sobre todo los que es-tamos aprisionados por las sutiles redes dela sociedad de consumo tomamos parteactiva en esta tarea suicida de deshuma -nizacin.Si somos sinceros, todos tendemos a

    valorarnos a nosotros mismos con los cri-terios de valoracin con que nos valora lasociedad. La sociedad no valora hoy al

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  • hombre por lo que es, ni siquiera por loque sabe, sino simplemente por lo que tie-ne y por lo que puede alcanzar. Poder y ri-queza son las medidas del valor. La ten-dencia espontnea es entonces la deiden tificarnos con nuestra riqueza. Somosy valemos a los ojos de los dems y anuestros propios ojos, lo que vale la rique -za que poseemos. Por este procedi mientola riqueza muy pronto deja de ser mediopara convertirse en fin. El hombre necesi-ta de muy pocas cosas para vivir huma-namente, pero no tiene lmites en sus ape-tencias cuando se valora a s mismo por lariqueza o el poder alcanzado. Los mismosque nos quejamos de ser tratados comocosas, nos cosificamos a nosotros mismosal identificarnos con nuestras riquezas.Tenemos la impresin de haber triunfadoen la vida, no cuando nos hemos dado de -sinteresadamente a los dems, sino cuandohemos escalado un puesto, coronado unnegocio, afianzado una influencia, com -pra do una finca o engrosado el paquete deacciones.Sin embargo hay algo en nuestro inte-

    rior que se revela cada vez que consuma-mos en nosotros mismos esta cosifica-cin. Nos sentimos frustrados. En el fondosabemos que no somos ni valemos lo quetenemos. Quisiramos ser nosotros mis-mos. Pero no nos atre vemos a romper elcrculo vicioso, empeados en tener anms, o lo que es peor, en tener ms quelos dems, convirtiendo la vi da en unacompeticin sin sentido. La espiral de am-bicin, de competitividad y autodestruc-cin se retuerce indefinidamente sobre smisma, en crculos cada vez ms amplios,que nos encadenan cada vez con ms fuer-za a una existencia frustrada y deshuma-nizada. Cada vez nos resulta ms necesa-

    rio aumentar nuestro poder y la eficacia denuestros mecanismos de opresin y de lu-cro. De esta forma nuestra autodeshuma-nizacin vuelve a repercutir en el tipo dedeshumanizacin de que hablbamos enel apartado anterior: la deshumaniza cinde los dems.Con ello hemos llegado al tercer as-

    pecto deshumanizador de la actitud egos -ta. Esta no slo deshumaniza a los demsy a s mismo, sino que deshumaniza lasestructuras sociales. Estamos ante uno delos ejemplos ms netos de lo que en la pri-mera parte he llamado pecado objeti -vado. A partir de nuestros pecados deegosmo, a partir de nuestros actos des hu -manizadores, en el doble sentido de serexplotadores de los dems y destruc toresde nuestra propia humanidad personal, elpecado (cosificado y endurecido en ideas,estructuras y organis mos annimos queescapan a nuestro directo control) se ins-tala en el mundo como una fuerza titni-ca que a todos nos atenaza.

    3.1.3. La humanizacin por el amorCmo salir de ste crculo vicioso? Por -que efectivamente se trata de un crculo,en el que los tres aspectos deshumanizan-tes de egosmo desencadenado se entrela-zan de tal manera los unos con los otros,que no se ve la forma de desa tar el nudo.Advertimos con bastante claridad que elegosmo personal, o la suma de egosmospersonales, est a la raz de todo proceso.Pero intentar vivir el amor y la justicia enun mundo donde los dems, o la gran ma-yora, son egos tas e injustos y donde ade-ms la injusticia y el egosmo se han ins-talado estructuralmente, esa empresaparece suicida e intil.

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  • Sin embargo a esa empresa nos impul-sa con toda nitidez el Mensaje cristiano,hasta constituir la esencia tica del cristia-nismo. Hay una frase de San Pablo queilustra con precisin lo que pretendo mos-traros. Dice as: No te dejes vencer por elmal; antes bien, vence el mal con el bien.30Esta enseanza que, como veremos, seidentifica con la enseanza de Cristo sobreel amor a los enemigos, es la piedra de to-que del cristianismo. Todos desearamosser buenos con los dems y todos, o la ma-yora, seramos relativamen te buenos en unmundo bueno. Lo difcil es ser buenos enun mundo malo; en un mundo donde elegosmo de los dems y el egosmo es-tructural nos ataca y amenaza aniquilarnos.Nos parece que entonces la nica reaccinposible es oponer el mal al mal, el egos-mo al egosmo, el odio al odio, hasta, a serposible, aniquilar el agresor con sus mis-mas armas. Pero es precisamente entoncescuando el mal nos vence ms ntima y pro-fundamente. No slo nos destroza exte-riormente, sino que nos deshumaniza ypervierte por dentro; nos inocula su propioveneno; nos hace malos. A eso es a lo quesan Pablo le llama ser vencido por el mal. El mal slo se vence con el bien, el

    odio con el amor y el egosmo con la ge-nerosidad: y todo ello es necesario en estemundo concreto para implantar la justicia.Para ser justo no basta con no aumentarpor propia iniciativa la reserva ya ingentede injusticia de este mundo; es precisoadems soportar generosamente los efec-tos de la injusticia, negarse a seguirle eljuego y, sobre todo, sustituir su dinmicapor la dinmica del amor. Para ello no bas-ta un amor como el de los gentiles, que s-lo aman a sus amigos y odian a sus ene-migos; eso no arreglara nada; a lo ms

    mantendra el equilibrio. El amor cristianoen cambio es como el amor de Dios, quehace nacer el sol sobre los buenos y losmalos.31 Amor por tanto creador que noconsiste en amar lo amable, sino en amarlotodo y, a fuerza de amor, convertir en ama-ble lo que se ama.San Pablo nos dice en el mismo pasaje:

    Bendecid a los que persiguen, no maldi-gis []. Sin devolver a nadie mal pormal; procurando el bien ante todos loshombres; en lo posible, y en cuanto devosotros dependa, en paz con todos loshombres; no tomando la justicia por cuen-ta vuestra, queridos mos [] antes alcontrario si tu enemigo tiene hambre, da-le de comer; y si tiene sed, dale de beber;hacindolo as, amontonars ascuas sobresu cabeza32. Ascuas de cario que a la lar-ga enternecern el corazn y cambiaran alos hombres. Es preciso hacer esa siembrade amor. Poner amor donde no hay amor,para un da recoger amor. Es verdad que,muy posiblemente, entre la cosecha y lasementera, el grano de trigo muera. Sloel grano que muere da fruto. Pero en estoconsiste la verdadera victoria. La victoriaadems donde no hay vencidos. Decamosantes que cuando el odio de otro hace na-cer en nosotros el odio, somos nosotros losvencidos, aun en el caso de que logremosaplastar al adversario. Pero cuando al odiorespondemos con amor, hasta dar la vida,si es preciso, como Cristo, amando y per-donando a los enemigos, entonces es msque probable que seamos nosotros los queterminemos por infundir nuestro amor enlos dems. Entonces es cuando profunda-mente ven cemos, con una victoria plenaen la que no hay vencidos; slo vencedo-res, porque el hermano ha sido ganado yel enemigo trocado en amigo.

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  • La gran dificultad est en que todo es-to nos parece muy bonito pero tremenda-mente ineficaz. No tenemos fe en el amor.Sin embargo nada hay ms eficaz que elamor. Ms an, el costo de dolor y sufri-miento que los hombres pagan continua-mente por defenderse e implantar intil-mente un poco de justicia en el mundosera mucho menor utilizando esta estra-tegia de Dios. Muchos hombres, a los queno se les puede negar una cierta alteza ynobleza de mi ras, estaran dispuestos amatar por establecer la justicia en el mun -do. Incluso hay muchos dispuestos a mo-rir matando con el mismo fin. Pero haymuy pocos dispuestos a morir simple-mente amando. Y casi nunca es precisotanto. Normal mente ser suficiente conamar y soportar algunas de sus conse-cuencias. Para hacer retro ceder notable-mente el dominio de la injusticia, piensoque basta ra la multiplicacin de una se-rie de grupos selectos, suficientementecoordinados, que orientaran su vida con elespritu aqu descrito, espritu que voy aintentar concretar algo ms en el apartadosiguiente.

    3.2. Agentes y promotores del cambio

    No olvidemos que, aunque la raz del rei-no de la injusticia est en nosotros mismos(y por ello dedicamos nuestros mejoresesfuer zos a nuestra propia reeducacin y reforma), esa injusticia est asentada estructuralmente en el mundo, con inde-pendencia objetiva de cada uno de loshombres. Ms an, que no podemos cam-biarnos hasta las ltimas consecuencias, sino cambiamos nuestro mundo. Educar pa-ra la justicia es por lo tanto educar para el

    cambio, formar hombres que sean agenteseficaces de transformacin y de cambio.Ello requiere, segn veamos en la pri-

    mera parte, un tipo de formacin que noscapacite para el anlisis de las situacionesque en cada caso se pretendan transformary para la elaboracin de unos planes y tc-ticas para conseguir eficientemente lasmetas transformadoras y liberadoras. Estatarea desborda evidentemente la realidadde esta charla, aunque posiblemente nodesborde la finalidad de las Asociacionesde los Antiguos Alumnos. Opino que ensu seno se deberan fomentar iniciativasde este tipo a diverso nivel, con diversosgrados de coordinacin, y con un ampliomargen de pluralismo.Yo voy simplemente a limitarme a in-

    dicar algunas actitudes muy generales, ytambin a llamar la atencin sobre la ne-cesidad de fomentar una imaginacinprospectiva que nos haga tomar muy enserio la tarea de construir un futuro mejorpara la humanidad.

    3.2.1. Actitudes generales para promover el cambioSlo voy a enumerar tres actitudes gene-rales que pueden con tribuir eficazmente al cambio, sobre todo si diversos gruposlas van fomentando mediante una accincoordinada.Primera: Un decidido propsito de

    darle un tono de mucha ma yor sencillez anuestra vida individual, familiar, social ycolectiva, frenando as la espiral del lujoy la de la competitividad social. Fies tas,regalos, trajes, joyas podran ser el objetode drsticas reduc ciones, que no slo per-mitiran prescindir de ciertas fuentes dein gresos (quizs no tan limpias) o de reo-

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  • rientarlas generosamente hacia los dems,sino que sobre todo actuaran como gestossimblicos de tremenda eficacia social.Un ejemplo muy simple: Fcilmente

    la celebracin social de una boda de ciertotono cuesta medio milln, o un milln depesetas. Para conseguir la legtima satis-faccin entraablemente humana, de lacer cana de los verdaderos amigos en esosmomentos, no es preciso ese derroche.Pero, si somos sinceros, no se trata de eso;se trata ante todo de prestigio social y, conmucha frecuencia, del egosta y calculadotoma y daca de los regalos. A la cuentane gativa hay que aadir las perturbadorasconsecuencias sociales: se fomenta lacompetitividad social; los que compartennuestro ambiente no pueden quedar pordebajo o al menos no pueden quedar mal:la prxima boda debe ser mejor an, aun-que para ello haya que ganar el dinero co-mo sea; una vuelta de rosca ms en eltorni llo del lujo y opresin, que se va asencajando cada vez con mayor profundi-dad y fijeza en la estructura del mundo. Elejemplo cunde y los ambientes menos pu-dientes entran tambin en el juego, gas-tando a veces lo que no pueden ni tienen;al necio juego del pres tigio se sacrificanentonces valores mucho ms satisfacto-rios y profundos.Qu pasara si un grupo de cristianos,

    confesando pblicamente sus propsitos,se decidiera a romper con los modos usua-les de actuar? Una ceremonia sencilla yverdaderamente religiosa, donde, por de-seo explcito de los contrayentes, se exalteel amor entre los esposos, que pretendensostenerse mutuamente y formar una co-munidad abierta al prjimo y al serviciode una mayor humanizacin del mundo;dicha ceremonia vendra completada con

    un encuentro frugal con los amigos y ladona cin de una fuerte suma la ms fuer-te de todos los gastos destinada a unaobra de promocin humana.El ejemplo vale, pero vale slo como

    smbolo; smbolo que no servira para na-da si no es expresin verdadera de unaconcepcin nueva de toda la existencia,que debe encarnarse en otros muchos de-talles. Hay que formar hombres y mujeresque no sean esclavos de la sociedad deconsumo, que no tengan como norma devida ser y aparecer un poco ms que losdems, sino que se propongan, hasta co-mo ideal, quedarse siempre un poco atrs,para as ir desenroscando el tornillo del lu-jo y de la competitividad. Hombres y mu-jeres, que en vez de sentirse impelidos acomprar todo lo que ha logrado compraruna familia amiga, sean capaces de irprescindiendo de muchas cosas, de las queotros en sus mismos ambientes han pres-cindido, y de las que la mayora de la hu-manidad se ve obligada a prescindir. Elantiguo consejo dado por los moralistas, ala hora de determinar lo que era el lujo in-aceptable para un cristiano, se basaba enla directiva de asimilarnos, sin excesos, alo que es habitual en cada nivel social.Pero ese consejo est superado. Suponeuna sociedad esttica, preocupada por lajusticia individual, pero que ni siquiera seplantea el que la misma estructura social(que determina esos niveles clasificato-rios de los grupos sociales) sea ella mis-ma una encarnacin de la injusticia. Pe roprecisamente ese es el caso, y slo es pro-fundamente moral una actitud que tiendaa desmontar y allanar los escalones socia-les establecidos. Desde otro punto de vis-ta, hay que formar hom bres y mujeres ver-daderamente libres y no esclavos de la

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  • sociedad de consumo. Hom bres y muje-res que ante los anuncios de la televisiny los escaparates de los almacenes sientanla satisfaccin de poder exclamar, conten-tos de su propia libertad: cuntas cosashay que no necesito! de cuntas no soyesclavo!Mucho ms brevemente voy a insinuar

    la segunda y tercera actitud fundamental.Segunda: Decidido propsito no slo

    de no participar en ningn lucro de origenclaramente injusto, sino incluso de ir dis-minuyendo la propia participacin en losbeneficios de una estructura econmica ysocial, injustamente organizada a favor delos ms poderosos. No se trata ya de dis-minuir los gastos, sino, mucho ms radi-calmente, de disminuir los ingresos basa-dos en estructuras injustas. Ello nos obligade nuevo a marchar a contracorriente. Envez de tender a afianzar cada vez ms nues-tra posicin de privilegio, hemos de ir de-bilitndola a favor de los menos favoreci-dos. En el seno de las Asociaciones deAntiguos Alumnos se deberan hacer seriosy sinceros anlisis para determinar en qucasos y hasta qu punto la participacin enel producto social de los mejor situados(dueos de grandes capitales, grandes in-dustriales y financieros, profesionales bieninstalados, etc.) no supera lo que deberaser, si la estructura fuese ms justa. Os pe-dira que no os excluyis demasiado rpi-damente de este planteamiento; estoy con-vencido de que toda persona de ciertaposicin social se ve afectada por l, aun-que sea slo en algunos aspectos, y aunque,respecto a grupos todava ms favorecidos,resulte injustamente discriminado. Pero noolvidemos que el punto decisivo de refe-rencia son los verdaderamente pobres ennuestros pases y en el tercer mundo.

    La tercera actitud est muy conectadacon la anterior. Tal vez sea posible reducirlos gastos y llevar una vida mucho ms sen-cilla, sin chocar demasiado con la sociedad,aunque en el fondo le desa grade nuestra ac-titud y por ello precisamente le haga bien.Pero si lo que pretendemos es reducir nues-tros ingresos, en cuanto que ellos nos vie-nen de nuestra participacin en una estruc-tura injusta, ello no es posible hacerlo sintransformar la misma estruc tura. En ton ceses inevitable que los que se sientan con no -sotros desplazados de sus puestos de privi-legio adopten una actitud de defensa y con-traataque. Un recurso demasiado fcil serala renuncia a todo puesto de influjo.En algn caso el procedimiento puede

    ser conveniente, pero de ordinario slo ser-vira para entregar el mundo entero en ma-nos de los ms egostas. Aqu precisamen-te es donde radica la dificultad de la luchapor la justicia y la aludida necesidad de me-diaciones. Pero aqu tambin podra moshacernos mutuamente luz en el seno de lasAsociaciones de Antiguos Alumnos. Debe -ramos contar para ello con nuestros An -tiguos Alumnos pertenecientes a la cla seobrera. Si bien el enfoque de esta segundaparte de mi conferen cia se ha movido enotras perspectivas, no conviene olvidar quelos principales agentes de transformacin yde cambio han de ser los ms oprimidos,de los que los ms privilegiados, al asumirsu causa, son simples colaboradores insta-lados en los puntos de con trol de la estruc-tura que se pretende cambiar.

    3.2.2. La construccin del futuroUnas palabras todava sobre vuestra cola-boracin en una responsable construccindel futuro. Ralp Lapp compara a nuestromundo con un tren que est adquiriendo

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  • velocidad, deslizndose por una va dondeun nmero ignorado de agujas conducen apun tos de destino desconocidos. No hay unsolo cientfico en la locomotora y puede ha-ber demonios en las agujas. La mayora dela sociedad va en el furgn de cola miran-do hacia atrs.33

    El amor que el cristiano tiene a loshombres le impulsar a ins talarse en la lo-comotora y a guiar eficazmente el tren enla direc cin adecuada. Pero ello exige do-minio de los mandos, conocimiento del te-rritorio hacia donde se camina, sistemaspara el control de las agujas, e incluso delos demonios que rigen las agujas. En lalocomotora no bastan hombres de buenavoluntad, ni siquiera bas tan ms cientfi-cos de que nos habla la cita; son precisospensadores profundos y, en el sentido enque enseguida explicaremos, hombres es-pirituales, exorcistas que sepan conjurarlos demonios que rigen al mundo.A veces un largo rodeo por parajes

    abruptos puede ser el nico medio de evi-tar la catstrofe. Por ello ser necesarioafrontar las iras de los pasajeros que, ins-talados en el fondo del tren, slo gus tanverse conducidos por parajes menos s-peros. El cristiano nunca ha de olvidar queest al servicio de los que van en el tren;que es un hombre para los dems; pero,precisamente por ello, ha de utilizar conprudencia y firmeza las necesarias media-ciones ideolgicas y tcnicas. Pero ha dehacerlo sin olvidar el ethos funda mental,sin convertir a las mediaciones en fines, loque equival dra de nuevo a abandonar lalocomo tora y la mirada hacia el futu ro yencerrarse en un vagn laboratorio insta-lado en el tren, pero tan aislado de la ver-dadera realidad como los que van en elfurgn de cola.

    Tampoco puede ser un diletante quevaya intentando acertar el camino arbitra-riamente o llevado por las corrientes o lasreaccio nes de la moda. Moda que es es-pecialmente peligrosa cuando reac ciona,incluso legtimamente, contra alguna exa-geracin, absolutizando su negacin y lanueva direccin. Todos los totalitarismosse han implantado en una atmsfera do-minada por este tipo de reacciones. AlvinToffler, a la vez que defiende la no mitifi-cacin de la tecnologa, reacciona contrauna corriente que hoy pretende simple-mente eliminarla. A los que, en nombrede unos vagos valores humanos, predicansandeces anti-tecnolgicas deberamospre gun tar les: qu entendis por valoreshumanos? Re trasar deliberadamen te el re-loj sera condenar a miles de millones deseres humanos a una miseria forzada ypermanente, precisamente en el momentode la historia en que se hace posible su li-beracin. Est claro que necesitamos, nomenos, sino ms tecnologa. Al propiotiempo, es indudablemente cierto que mu-chas veces aplicamos la nueva tecnologade un modo estpido y egosta. Por elloviene la legtima reaccin contra la tecno-cracia, reaccin que se hace asimismo es-tpida si se absolutiza. Esta protesta con-tra los estragos del responsable empleo dela tecnologa podra cristalizar en formapatolgica, con un fascismo antifuturo enel que los cientficos sustituiran a los ju-dos en los campos de concentracin. Lassociedades enfermas necesitan cabezas de turco. Al aumentar las presiones del cam-bio sobre el individuo y al adquirir pre-ponderancia el shock del futuro, este finalde pesadilla aparece ms verosmil. Essig nificativo que un slogan, garrapateadoen un muro por los estudiantes en una

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  • huelga en Pars, dijese Mueran los tec-ncratas! No debe permitirse que el inci-piente movimiento mundial para el con-trol de la tecnologa caiga en manos deirresponsables tecnfobos, de nihilis tas yde romnticos rousseaunianos34.Es slo un ejemplo que nos habla de

    la dificultad de la tarea; de la sinceridad,prudencia y profundidad con que debe ac-tuar el cristiano en este punto.

    3.3. El hombre espiritual

    Llegamos al trmino de la charla dondequiero mostrar, cmo slo el hombre deDios, el hombre espiritual, en el senti-do de estar llevado por el Espritu, puedeser a la larga el hombre para los dems, elhombre para la justicia, capaz de contri-buir a una verdadera transformacin delmundo, que vaya eliminando de l las es-tructuras de pecado.Con ello no quiero negar que existan

    hombres de radical buena voluntad quecompartan con los autnticos cristianostodas las notas expuestas en nuestra ex-posicin. En la medida en que ello sea as,ellos son a nuestros ojos los que hoy sellaman cristianos annimos, hermanosnuestros que, al amar radical y sincera-mente al hermano, aman a Dios y a suCristo sin conocerlo. Les falta slo escu-char la Buena Noticia, el Evan gelio queles explicite y lleve a plenitud su fe, su es-peranza y su amor. Me voy a limitar a dosrasgos especificadores de este hombreespiritual.

    3.3.1. La infusin del amorEl amor, segn san Juan, parte siempre deDios. l tiene la iniciativa. No consiste el

    amor en que nosotros hayamos amado aDios, sino en que Dios nos ha amado,35 ycon ello nos ha transformado a su vez enfuentes de ese amor que tiene las mismacaractersticas del amor de Dios: amor en-tregado, amor que soporta el desamor ysoportndolo lo supera, amor que se dejamatar por la injusticia de este mundo, pe-ro que, al morir, mata a la injusticia con-virtiendo su triunfo en derrota; amor queama al enemigo con un amor transforma-dor que hace amable aquello que se amay que, por tanto, lo convierte en amigo;amor, por fin eficaz y victorioso. Ese amorlo ha infundido Dios en nosotros por suEspritu. Si lo tenemos y amamos as a loshermanos, hemos nacido de Dios; si lo re-chazamos y no amamos as a los herma-nos rechazamos el amor de Dios, la filia-cin divina, la hermandad con Jesucristo,y la recepcin de su Espritu.36

    La misma fe cristiana es en el fondo feen el amor,37 fe adems en el amor victo-rioso y por ello fundamento de nuestra es-peranza. Por ello puede decir san Juan:Esta es la victoria que vence al mundo,nuestra fe38.

    3.3.2. Discrecin de espritusEste primer rasgo de nuestra vida en el Es -pritu es sin duda el principal y el motorde todo. Pero no basta. No basta con amar,hay que amar discretamente. Y aqu esdonde interviene el segundo sentido de loque entendemos por hombre espiritual.Este mundo concreto, del que tenemos

    que desalojar la injusti cia que se instala ennosotros y en la estructura de la sociedad,es de hecho un producto del influjo con-jugado del Espritu Santo y del pecado.Por ello, en la lucha por la justicia, necesi -

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  • tamos del don de consejo y discernimien-to, del carisma de discrecin de es pritus,para saber separar lo que es de Dios y loque es del pecado en cada rasgo del mun-do. No basta la observacin ni el anlisissociolgico de la realidad. Hay quienesidentifican los resultados de un anlisissociolgico con los signos de los tiem-pos, exponindose a tomar por obra deDios lo que tal vez sea efecto del pe cado.La sociologa nos proporciona slo el ma-terial en bruto, so bre el que ha de ejerci-tarse el discernimiento espiritual. Por me-dio de este discernimiento hemos dedescubrir dnde est, y sobre to do dndese adensa el pecado del mundo. Y, entre-verados en la misma trama, hemos de des-cubrir tambin los signos de los tiempos,que nos pueden dar pistas de cmo hayque proceder para desalojar el pecado desus reductos.Tampoco hay que descartar que la voz

    del Espritu se dirija di rectamente a noso -tros para ensearnos y marcarnos nuevos

    caminos y soluciones. Pero slo el que po-see el Espritu es capaz de descubrir y en-tender adecuadamente al Espritu, dondequiera que se manifieste. San Pablo nosdice, que as como nadie conoce lo nti-mo del hombre, sino el espritu del hom-bre que est en l, del mismo modo, nadie conoce lo interno de Dios, sino elEspritu de Dios. Pero a continuacin ha-ce esta tremenda afirmacin: que no sotroshemos recibido el Espritu que viene deDios, para cono cer las gracias que nos haotorgado, de las cuales tambin habla mos[] sometiendo las realidades espiritua-les a criterios espiritua les. El hombre na-tural (psquico) no capta las cosas del Es -p ri tu de Dios; son necedad para l; y nolas puede entender porque slo el Es pritupue de juzgarlas. En cambio el hombre es-piritual lo juzga todo; y a l nadie puedejuzgarlo. Porque quin conoci el pensa -miento del Seor para instruirle? Peronosotros po see mos el pensamiento deCristo39.

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    30. Rm 12,21.31. Mt 5,43-48.32. Rm 12,14-20.33. Cf. Alvin TOFFLER, El shock del futuro, p. 451.34. Ibd., p. 448 y 450.35. 1Jn 4,10.36. 1Jn passim.37. 1Jn 4,16.38. 1Jn 5,4.39. 1Co 2,1-15.

  • No ya el homo faber, el hombre hbil yartesano que en los albores de la historiacomenz a diferenciarse radical mente delos animales, iniciando as la dominacindel mundo; ni el simple homo sapiens,que por su inteligencia y sabidura hu ma -na se eleva por encima de toda la Crea -cin y es capaz de comprenderla y expli-carla; ni siquiera el hombre prometeico,que se sabe partcipe del poder creador deDios, y llamado, no slo a contem plar elmundo, sino a transformarlo. Tampoco elhomo politici consciente de la compleji-dad de es te mundo y hbil para penetrar ypulsar los puntos neurlgicos de los quede penden las grandes transformaciones.Todos estos aspectos del hombre, inclusotambin el del homo ludens, que le pro-porciona la capacidad de vivir la vi da y lapropia actividad gozndola en lo quetiene de valor en s, no supera lo que san

    Pablo llama el homo psiquicus es decir, elhombre espiritual en el sentido de dotadode espritu o psiquismo hu mano, el hom-bre simplemente natural. Este hombre enconcreto no existe, es una abstracta posi-bilidad ambiva len te, que en concreto esten mayor o me nor medida humanizado o deshumanizado. Puede llegar a ser elho mo lupus, depredador de sus propioshermanos; o por el contrario el homohumanus, concors, philantropus, es decir,pro fundamente humano, aman te de lacon cordia y de los hombres. Normal -mente ese hombre se r tambin el homoreligiosus abierto a la transcendencia y, si su religio sidad es genui