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1 Espuma que creció bajo el sol Julio 1, 2000 La Cervecería Zulia fue una de las empresas cerveceras más importantes de la región zuliana. En apenas tres años funcionando, la Cervecería Zulia le había quitado a la de Maracaibo muchísimo de su mercado, ante lo que se advirtió la fusión entre ellas y desde el 1 de marzo de 1929 ésta era un hecho. Contra el desarrollo de las Cervecerías Unidas Zulia y Maracaibo atentó la Segunda Guerra Mundial en dos aspectos. El primero fue la desarticulación del normal abastecimiento de materias primas, insumos, herramientas y partes industriales que, en un alto porcentaje, procedían de Alemania. El segundo, en honor a la verdad, no iba contra la cervecería, sino que éste se trataba de que, por asesoría de las oficinas comerciales de las embajadas de Inglaterra y los Estados Unidos, una comisión de venezolanos, con el beneplácito del gobierno de Isaías Medina Angarita, elaboró “Las Listas Negras”, consistentes en una identificación por escrito de importantes firmas de origen alemán que operaban en el mercado venezolano, como era el caso de Christern Zingg and Co., de clara preponderancia dentro de la composición accionaria de la empresa cervecera zuliana. El 21 de enero de 1943 se produjo una asamblea general extraordinaria de Cervecerías Unidas Zulia y Maracaibo, con el objeto de “considerar la delicada situación en que se encuentran nuestros negocios, con motivo de haber sido incluida la compañía en la Lista Negra Británica y en razón de que no se nos despachan mercancías de los Estados Unidos de

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Espuma que creció bajo el solJulio 1, 2000

La Cervecería Zulia fue una de las empresas cerveceras más importantes de la región zuliana.

 

En apenas tres años funcionando, la Cervecería Zulia le había quitado a la de Maracaibo

muchísimo de su mercado, ante lo que se advirtió la fusión entre ellas y desde el 1 de marzo de

1929 ésta era un hecho.

Contra el desarrollo de las Cervecerías Unidas Zulia y Maracaibo atentó la Segunda Guerra

Mundial en dos aspectos. El primero fue la desarticulación del normal abastecimiento de materias

primas, insumos, herramientas y partes industriales que, en un alto porcentaje, procedían de

Alemania. El segundo, en honor a la verdad, no iba contra la cervecería, sino que éste se trataba

de que, por asesoría de las oficinas comerciales de las embajadas de Inglaterra y los Estados

Unidos, una comisión de venezolanos, con el beneplácito del gobierno de Isaías Medina Angarita,

elaboró “Las Listas Negras”, consistentes en una identificación por escrito de importantes firmas de

origen alemán que operaban en el mercado venezolano, como era el caso de Christern Zingg and

Co., de clara preponderancia dentro de la composición accionaria de la empresa cervecera zuliana.

El 21 de enero de 1943 se produjo una asamblea general extraordinaria de Cervecerías Unidas

Zulia y Maracaibo, con el objeto de “considerar la delicada situación en que se encuentran nuestros

negocios, con motivo de haber sido incluida la compañía en la Lista Negra Británica y en razón de

que no se nos despachan mercancías de los Estados Unidos de Norteamérica”. A consecuencia de

ello, la desbandada de venta de acciones de sus propietarios alemanes no se hizo esperar, y

desde 1945, con capital accionario exclusivamente venezolano, recobraba el nombre original de

Cervecería Zulia.

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Deseosa la Zulia de acometer una ampliación, tuvo que esperar el cese del impacto de la post

guerra.

El proyecto de ampliar la Cervecería Zulia se retomó en 1949, pero hubo que desecharlo ante la

competencia feroz que se suscitaba durante esa época, a lo que siguió su fusión con las

cervecerías Caracas y Maiquetía para dar origen a la Cervecera Nacional.

 

Cervecería Regional

En el año de 1929, mientras se caminaba hacia el término del período gomecista en Venezuela, y

el mundo estaba muy cerca de asistir a una de las crisis económicas más agudas de su historia, se

fundó la Cervecería Regional.

Hacia The Royal Bank of Canada de Maracaibo, el 23 de abril de 1929 marcharon a abrir una

cuenta sus promotores, y tras juntar para el primero de mayo 400 mil bolívares, procedieron el 7 de

mayo de 1929 a fundar la fábrica de cerveza que apreciamos a un lado de Los Haticos, y que no es

otra que la septuagenaria Regional.

En el artículo 7 de sus estatutos se fijó que “para ser accionista de la compañía se requiere ser

propietario en el estado Zulia de establecimiento que comercie en cerveza, y obligarse a no traficar

en ese ramo con productos similares fabricados por empresas concurrentes establecidas en el

país, sino con productos elaborados por la compañía”.

Esta norma sirvió de garante de la distribución de la cerveza Regional, al ser sus accionistas

también vendedores del producto, y delineó el ámbito estatal de su mercado, un hecho que la

sociedad del dinero cuestionaría, en su ignorancia de que la Cervecería Regional es, más que una

industria de la región, un valor de Maracaibo y de la zulianidad.

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 Por Ronald González.

Cervecería Modelo

Al final del primer trimestre de 1961 la Cervecería Polar inició en Maracaibo la producción de su

cerveza. Con el nombre de Cervecería Modelo, una institución que hoy se conoce comúnmente

como Empresas Polar; se había movido hacia el occidente del país como parte de su programa de

expansión, y sobre un terreno cercano al Parque Zoológico Sur de Maracaibo decidió levantar su

nueva planta cervecera, luego que el 14 de diciembre de 1959 unas cuantas manos vigorosas

iniciaran una obra que iría a consumir 16 meses.

Cervecería Modelo se inició con un capital de 10 millones de bolívares, una capacidad de

producción de 4 millones de litros de cerveza al mes, y las ganas de trabajar de 115 zulianos.

La Cervecería Polar quedó registrada el 13 de mayo de 1941 de la mano del entusiasmo de

Lorenzo Mendoza Fleury, quien se inició fabricando jabón y velas. Dice el documento que «el

objeto de la compañía será la elaboración de cerveza en sus distintos tipos, así como también la

fabricación de hielo y bebidas gaseosas en general. Podrá expender todos y cada uno de los

artículos anteriormente mencionados, o cualesquiera otros que en el futuro fabricare».

Sirva esta historia de la producción de cerveza en Maracaibo, para ilustrar que el sector cervecero

ha sido uno de los puntales del proceso de modernización de la estructura económica e industrial

de Venezuela.

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La legítima nostalgia de un furroOctubre 1, 2000

No existe garantía de que la gaita de furro sea originaria de Maracaibo, puesto que nuestra ciudad comparte con Los Puer-tos de Altagracia el año de fun-dación, al tiempo que ésta pudo haber ingresado por San Anto-nio de Gibraltar, en el Sur del Lago, la cual fue la primera ca-pital del estado Zulia.

Por: Ronald González. Fotografías: las gaitas del zulia, de Francisco Arrieta.

Lo que sí es un hecho que no se discute, es que ha sido en Maracaibo donde a la gaita de furro se

le ha hecho crecer, al punto de hacerla adquirir una hegemonía dentro del ámbito musical regional

y nacional que se ha gestado desde mediados del siglo veinte, y lo que la ha convertido en base de

la auto-estima de los marabinos.

La gaita de furro es denomi-nada en Maracaibo gaita a secas, lo que se hace con cierta pro-piedad

pues ésta es la que ha alcan-zado proyección nacional e inter-nacional. Pese a ello, con la gaita de

furro en el estado conviven la gaita de tambora, la de Santa Lucía y la perijanera.

Una ruta en el tiempo

La gaita de furro, nuestra gaita propiamente dicha, es la mezcla de las culturas musicales indígena,

his-pana y africana. La razón de que es-te género musical se le designe co-mo gaita, es que la

primera forma de gaita zuliana que se conoció, una en honor a San Sebastián, el patrón de

Maracaibo, que data de 1660, se valió de este instrumento de viento que, con distintos nombres, se

con-serva en Escocia, Inglaterra, el sur de Francia, el norte de Italia, y en las provincias vascas,

asturianas y gallegas de España, esta última, la vía a través de la cual se recibió el aporte blanco

para la concepción de nuestra identidad mu-sical.

Hasta mediados del siglo XIX la gaita zu-liana era una fusión de jota española (arago-nesa), minue

y polka. Después de esta fecha, la influencia de estos ritmos comenzó a mer-mar. Fue así como la

danza, muy practicada en las reuniones fami-liares, e integrante, jun-to a la contradanza, de los

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pentagramas de los com-positores durante esa época, se encargaron de renovar su con-cepto

musical, y de darle, de paso, su autenticidad como melodía del folklore zuliano y venezolano.

La gaita es un poema com-puesto por seis versos octosí-labos, una sextilla, y por varias estrofas

de cuatro versos octo-sílabos cada una, las cuales se denominan cuartetas. Su mú-sica consta de

doce compases a un tiempo de seis por ocho, no se baila, y es cantada tanto por hombres como

por mujeres.

Es muy probable que primi-geniamente, la gaita se asu-miera como un canto religioso, pues de

hecho, se le atribuye ser herencia de los villancicos y los aguinaldos que componían algunos

trovadores durante la Edad Media.

En el año de 1877 se comen-zó a cantar gaita en la neogótica Iglesia de Santa Lucía, mientras la

regentaba el párroco Francis-co José Delgado. Al poco tiem-po, cuando el templo luciteño estaba a

cargo de José Tomás Ur-daneta, los gaiteros del Empe-drao tuvieron que abandonar su hábito de

halagar con su alga-rabía la mirada de la santa ita-liana pues la expresión musical no era del

agrado de este sacerdote, quien argumentaba irrespeto a la santa por parte de los gaiteros. Se

relata que fueron literalmente expulsados de la al-biceleste capilla.

Los integrantes de pequeñas orquestas, a su regreso de tocar en la Plaza Mayor y con los

instrumentos a cuestas, al encontrarse con una gaita, optaban por sumarse a estas sanas y

alegres noches marabinas de los albores del siglo XX.

La gaita de Aniceto Rondón

Pero la gaita en Maracaibo, por lo menos desde algún ins-tante del siglo XIX hasta co-mienzos del

siglo XX, era la reunión amistosa que se orga-nizaba en las casas con el obje-tivo de comer bueno

y bastante -comilona-, ingerir licor y, sobre todo, cantar hasta pulverizar la garganta y tocar hasta la

frontera del desmayo. Parranda, parran-dón, en fin, fiesta, era lo desig-nado como gaita.

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“La Gaita de Aniceto Ron-dón”, con letra escrita por Gus-tavo Cohen en 1894, y música compuesta

por el propio Aniceto Rondón -propietario de la casa donde se hizo la parranda-, es, quizás, la que

cumplió el rol de sumar a la memoria de los zu-lianos este capítulo de la historia de la gaita en que

este término, en vez de aludir al venerado canto regional, refería, simple-mente, el jolgorio que se

forma-ba a punta de cuatro, maracas, furro y charrasca en la sala de cualquiera de nuestros

hogares.

La gaita consistía en lo si-guiente. Un grupo determinado de personas aficionadas al toque y al

canto de la gaita, lo que hoy conocemos como un definido género musical, decidía, deseoso de

parrandear, “llevarle una gaita” a alguna persona que gozara de amplia simpatía en su calle,

sector, barriada, es decir, lo convocaban para que brindara en su casa una fiesta.

Lo primero que se hacía era que, mientras toda la comarca dormía, uno de los que iba a llevar la

gaita -que refería también un estribillo elaborado con antelación al cual irían a sumarse versos

improvisados- le atravesaba a la ventana del anfitrión designado una bandera blanca. A la mañana

siguiente, tras advertir el detalle su aludido, éste asumía que gente muy cercana a él le estaba

solicitando que recibiera su música con una fiesta en su casa tan pronto luna y estrellas ocuparan

ese día el firmamento. Al estilo de una serenata gaitera, llegaban a la casa de “la gaita” los

parranderos. Lámparas de kerosene se disponían en la sala -aunque a veces el festejo se hacía en

el patio- para posibilitar la reunión, cuya utilización fue poco a poco desechándose lue-go que

Maracaibo, el 24 de oc-tubre de 1888, en la inaugu-ración del edificio de la Escuela de Artes y

Oficios -la sede del recinto parlamentario- se con-virtiera en el primer territorio de Latinoamérica

dotado de electricidad.

Mientras durara la reunión, libremente a ésta se unía cual-quiera que pasara casualmente por la

calle de “la gaita”. Pero la visita inesperada tenía un pre-cio. Las mujeres de la fiesta, tenían la

encomienda de viabi-lizar la obtención, principal-mente de licor, cuando éste se agotara. Por ello,

marchaban a la reunión con un pañuelo rojo colocado en su cuello, el cual era trasladado al cuello

del “pit-cher de turno”, como se diría en el argot contemporáneo, y casi siempre las víctimas eran

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algún comerciante “encaletao”, o el jovencito de mirada ilumi-nada por alguna de las damas

presentes. Tanto ignorar “la bandera blanca” como “el pa-ñuelo rojo”, acarreaba peni-tencia, lo que

convertía a la gaita, en este caso, a la letra de la melodía, en herra-mienta para devolver feroz-

mente la ofensa, que se en-tendía, recibía el pueblo con el desprecio.

Cuerdas, rondas o pan-dillas gaiteras era la denomi-nación que se le daba a los grupos que

armaban estos parrandones. A finales de los años 50, la incursión de la actividad musical en la pro-

ducción discográfica y los festivales, suplantó estas amenas convivencias pueble-rinas que hoy nos

hacen sen-tir nostalgia por la seguridad en nuestras casas, por el ge-nuino sonido del golpe pas-

cuero, por la nobleza de las letras de los temas gaiteros de entonces, y, quizás lo más importante,

por la fraterni-dad que se vivía en nuestra sociedad y en todo el mundo en ese tiempo.

Cuatro maracas, furro, tambora y charrasca, son los instrumentos que la producen. El uso de otros

obedece a conferir sistematicidad a las conjunciones casuales que se dieron entre los gaiteros y

estos músicos hace cien años.

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El Primer Rascacielos de MaracaiboJunio 1, 2000

El 21 de junio de 2000 está cumpliendo 75 años el Primer Rascacielos de Maracaibo, el edificio La Botica Nueva. Que aniversarios de esta índole sean recordados goza de gran valor, sobre todo en una ciudad como la nuestra, donde los habitantes no ven las edificaciones, al igual que los recursos na-turales, como entes que le pertenecen, cuando precisamente ambos simbolizan la inamovible unión del hombre con su pasado.

Por Ronald González. 

A comienzos del siglo diecinueve, existía donde hoy vemos a la Botica Nueva una residencia de

dos plantas cuyo propietario era el Marqués de Perijá, Don Manuel García de la Peña, un

gobernante de la Villa del Rosario durante la Colonia.

Luego que quedara libertada la patria se conformó la Comisión Principal de Bienes Nacionales, la

cual distribuyó entre nuestros próceres todo lo que reconquistamos. Al General Rafael Urdaneta,

se le entregaron dos casas y una de ellas fue esta re-sidencia de dos plantas con la que arrancó la

historia de la Botica Nueva de hoy.

Esta muestra de típica vivienda colonial la perdió nuestro prócer pues tuvo con ésta que pagar una

deuda de azar, funcionó como sede del Registro y después albergó al Hotel Italia hasta que

cercano el año 1900, el Doctor Manuel Dagnino, el mismo que lideró la construcción del Hospital

Chiquinquirá, establece en ella una farmacia que nombró Botica Nueva.

La farmacia

Los hermanos Manuel Ángel y Samuel Belloso Nava le dan a Manuel Dagnino 1.165 pesos por su

farmacia y a partir del primero de enero de 1908, al estilo de la casa H.L Boulton Jr. y Co., que se

fundó el día de año nuevo de 1876, una empresa denominada M. A. Belloso & Hno. ve luz por

primera vez, en Maracaibo.

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Laboratorio propio tuvo esta farmacia, que bajo la dirección del Dr. Dionisio Henríquez, fabricó, en

sus albores, medicamentos tales como Emulsión Pasteur, Nervitona y Crema Egipcia, esfuerzo con

el que se echaron las bases de la hoy casi cen-tenaria Comercial Belloso C.A., COBECA.

En usufructo de esta edificación permanecen los Belloso como inquilinos hasta 1923 cuando ad-

quieren también la propiedad del inmueble, en noviembre de ese año se comienza a demoler esta

casa de dos plantas y en diciembre es puesta la primera piedra para una nueva construcción. Un

gesto de mucha candidez por parte de estos empresarios, fue que no autorizaron el uso del primer

martillo contra la vieja casona, hasta que un día por última vez fue recorrida por cuanto marabino

quiso, en respeto por el derecho que tiene toda ciudad, de sentir valorada su nostalgia por los

edificios que en ella desaparecen.

La Botica Nueva actual

Durante los trabajos de excavación que se realizaron dentro del programa de construcción de la

Botica Nueva actual, se recuerda el hallazgo de escolleras, diques, expresión de una medida

precedente motivada por la necesidad de resguardar a la ciudad de posibles estremecimientos

lacustres, las cuales, por cierto, fueron dejadas como bases.

La firma de Ingenieros Rojas y Roveda fue la responsable de edificar la Botica Nueva, y Pedro

José Rojas fue quien dirigió los trabajos, hombre que elaboró también los planos para la

conversión del templo de San Juan de Dios en Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá y San

Juan de Dios.

Luego de año y medio de sudores desde aquel diciembre de 1923, fue el domingo 21 de junio de

1925 cuando se sumó a la Plaza Baralt la Botica Nueva de hoy, en lo que se constituyó en una

gran fiesta para toda la ciudad, pues la novel estructura de 4 plantas, inscrita sobre 525 metros

cuadrados y ascendente a 20 metros de altura, pasaba a convertirse en “El Primer Rascacielos de

Maracaibo”.

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De concreto sobre estructura de acero, dotada de amplias escaleras de concreto armado, de

extintores y hasta de tres ascensores eléctricos, el nacimiento de la Botica Nueva significó que la

ciudad asistiera a una franca evolución de su arqui-tectura.

Su matiz renacentista se lo otorgó la colocación de dos atlantes, estatuas de hombre que sirven de

soporte, los cuales pesan dos toneladas y me-dia cada uno y fueron esculpidos en mármol y por

artesanos de Carrara, una ciudad italiana ubicada a 6 kilómetros de la costa oeste del país, donde

en sus colinas hasta hoy y desde épocas muy remotas yace y se extrae esta piedra tan coti-zada.

(La información sobre Carra-ra la aportó el Lic. Edwin Colaiuda).

Si hay una fecha digna de celebración en toda la ciudad, ésta es el miércoles 21 de junio de 2000,

cuando la Botica Nueva arriba con exactitud a los tres cuartos de siglo, en su condición de edificio

representativo de la hegemonía que ha ostentado Maracaibo siempre, fren-te a las indomables

voluntades de los tiempos.

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Las Laras Patrimonio a la espera…Mayo 1, 2000

Este edificio pertenece al período en el que se erije la arquitectura petrolera en la región, que con otras edificaciones importantes como Los Chaguaramos (actualmente demolido) y el Centro Médico de Occidente, conforman parte de la llamada colonia Delicias. Esta integraba la función residencial con oficinas y servicios de salud en la ciudad de Maracaibo. Su historia representa el nacimiento de la Venezuela petrolera, marcada por las concesiones otorgadas a empresas extranjeras para la exploración y explotación desde 1914 hasta 1975.

Por: Arq. Leonardo A. Montiel D.G.Facultad de Arquitectura de la Universidad del

Zulia. Fotografías: Dondyk Riga.

Las Laras fue construido entre 1928 y 1930 por la Caribbean Petroleum Company, para ser sede

de la Venezuela Oil Concessions y de la Empresa Shell, hasta 1956.

Luego de la nacionalización del petróleo, el edificio pasa a manos privadas y es arrendado por

varias instituciones como CONZUPLAN, CANTV, el Instituto de Investigaciones Petroleras de

LUZ ,entre otras, y desde 1966 es propiedad de Inmuebles y Valores C.A., a cargo del Sr. Antonio

Moschella.

 

¿Cómo es el edificio?

Está ubicado sobre la Av. 5 de Julio de la ciudad, ocupando una manzana completa de

aproximadamente, 5.000 m2 de construcción.

Su diseño, de amplio valor arquitectónico, destaca la adaptación bioclimática al medio ambiente

local, y la adecuación al modelo típico colonial de dos niveles, con un esquema de patio central

sobre su base cuadrada, galerías abalconadas generando áreas de circulación y protección a la

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radiación solar directa, componentes prefabricados en madera, sistema constructivo mixto de acero

revestido en concreto y cerramientos en mampostería y tabiquería de madera. La cubierta es una

losa con aleros entablados de madera y teja asfáltica, incorporación de la vegetación (samanes o

laras al cual el edificio debe su nombre) y otras especies arbóreas.

Al pasar los años, sufre algunas modificaciones y ampliaciones a nivel de planta, conservando

siempre fachadas y materiales originales. Por mucho tiempo permanece deshabitado y

abandonado hasta que el 24 de junio de 1994 un voraz incendio destruye gran parte de la

edificación y con ella parte de la historia de nuestra ciudad.

Estudios posteriores realizados por La Universidad del Zulia, empresas consultoras de la región, el

Ministerio del Ambiente y otras instituciones preocupadas por el destino del edificio, demuestran

que técnicamente si es recuperable, siempre y cuando se definan y analicen las mejores

propuestas formales, técnicas, económicas y políticas que permitan devolverle a la ciudad esta

importante obra de valor patrimonial.

 

¿Quién valora las edificaciones patrimoniales?

La valoración patrimonial le compete a todos y cada uno de los ciudadanos que nos sentimos

identificados y partícipes de la realidad histórica de nuestros pueblos y ciudades, debiendo

continuar en la tarea de darlos a conocer y lograr que todos aquellos bienes sin declaratoria de

patrimonio, pero señalados de interés patrimonial por el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC),

realmente sean protegidos por las alcaldías o por los gobiernos regionales mediante decretos y

programas de mantenimiento y preservación, y en ningún caso puedan ser afectados ni destruidos.

La escasa diligencia y colaboración, en muchos casos por parte del estado, la inseguridad local,

propuestas muy costosas,  poco factibles y rentables, la falta de visión urbana y colectiva a futuro,

el interés económico o personal han generado que los propietarios de edificios con valor

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patrimonial e histórico, no se motiven a invertir y mantener en buen estado edificaciones

como “Las Laras”.

En este caso, las partes involucradas: propietarios, IPC, Alcaldía, Gobernación y la propia ciudad

representada por sus habitantes, están llamados a dialogar y convenir en favor de la mejor

intervención factible para el edificio, generando propuestas que desde todo punto de vista (político,

económico, arquitectónico, histórico y cultural) permitan su pronta recuperación, sea cual sea su

uso definitivo: museo del petróleo, sede de institutos, oficinas, comercio, hotel, etc.).

El ejemplo de “Las Laras”, como importante patrimonio regional y nacional, nos llama a la

reflexión, nos permite continuar con el debate en pro de la valoración y preservación de los bienes

muebles e inmuebles que así lo requieran, y para lo cual estamos llamados todos a ser defensores

y relatores de nuestra propia historia.

 

Edificación Patrimonial

Es declarado Monumento Artístico de la Nación y Patrimonio Histórico Regional en 1991, para

lo cual la Junta para la Conservación del Patrimonio Histórico, Cultural y Artístico del Municipio

Maracaibo debió crear un plan para su preservación.

Después del incendio en 1994, la Gobernación, Alcaldía, CRU, ICLAM, Ministerio del Ambiente y

otros organismos regionales, por instrucciones del Gobierno Nacional, son conllevados a realizar

los trámites de expropiación y rescate necesarios para la recuperación del edificio, sin haber

podido hasta ahora ejecutarlos en la práctica.

Según la documentación presentada, el edificio debe ser reestructurado “bajo la premisa de que

las actividades a desarrollar en sus instalaciones sean compatibles con la estructura física y

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arquitectónica original, razón por la cual su rehabilitación debe garantizar la conservación

de las características básicas de la edificación”.

El Arq. Pedro Romero (1997), señala: …“Tradicionalmente se ha considerado en la valoración

patrimonial arquitectónica criterios exclusivamente cronológicos o históricos… …En esta

valoración predomina fundamentalmente la valoración del objeto de la arquitectura por la

arquitectura, o la valoración de criterios exclusivos…  …Las modernas teorías orientan

hacia una concepción más amplia de la valoración y la definición patrimonial”.

Las teorías actuales consideran los planteamientos tradicionales, las razones arquitectónicas y la

razón social (función colectiva, reconocimiento social, identidad histórico-cultural, opinión de la

comunidad, tradición, folklore e identidad).

 

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Teatro Baralt Identidad cultural del ZuliaFebrero 1, 2000

“El teatro Baralt es el pasado que vive en la memoria el pueblo y es piedra de eternidad donde se afinca optimista el presente de esperanza”. Lic. Lilia Boscán de Lombardi

Por: Arq. Leonardo A. Montiel D.G.  Fotografias: Dondyk-Riga y  Leonardo Montiel.

Para beneplácito y júbilo del pueblo zuliano, el 18 de Julio de 1998 son abiertas de nuevo las

puertas del Teatro Baralt de la ciudad de Maracaibo, luego de esperar más de doce años para

admirar nuevamente esta valiosa joya de la arquitectura venezolana.

 

Una mirada al pasado

En 1811 surge la necesidad de construir un teatro para Maracaibo y son hechas en vano las

primeras peticiones oficiales ante el Gobierno de España para erigir una edificación teatral. Sin

embargo, en 1839, según el investigador Siglic Gutiérrez, se constituye una sociedad empresarial

para realizar lo que sería el primer Teatro Baralt, seleccionándose la esquina nor-occidental de la

Plaza Independencia, hoy Plaza Bolívar, debido a que allí se hacían representaciones teatrales. En

1840, el Sr. Miguel Antonio Baralt improvisa un primer teatro techado con enea, en el mismo lugar

donde está hoy el Teatro Baralt.

El periodista Alexis Blanco y el Sr. José Hernández, reseñan que un 25 de julio de 1877, los

señores José Jiménez y Zefrino Fossi acudieron ante el General Rafael Parra para proponerle la

idea de hacer un proyecto para la construcción del nuevo teatro. El 7 de octubre de ese año se

colocó la primera piedra y el 24 de julio de 1883 es inaugurado el Teatro Rafael María Baralt,

moderno edificio arquitectónico para la época, construido por la administración del Gral. Antonio

Guzmán Blanco.

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Su arquitectura era dórico-jónica, con un cielo raso pintado al óleo y pavimentado en mármol

blanco, todo realizado con obreros y artistas del país, bajo la dirección del bachiller Manuel Soto.

Este teatro fue diseñado y erigido por el ingeniero cubano Manuel de Obando con todas las áreas y

espacios para albergar a las compañías teatrales nacionales y del exterior.

Al Teatro Baralt le correspondió el honor de ser el primero de América del Sur en inaugurar el

cinematógrafo, cuando la noche del 28 de diciembre de 1897, Manuel Trujillo Durán exhibió los

corto metrajes: “Muchachas bañándose en el Lago” y “Un gran especialista sacando muelas en el

Hotel Europa”.

 

El siglo XX redimensiona su imagen

En 1928, el presidente del Estado Zulia: General Vicencio Pérez Soto ordena la demolición del

segundo teatro, y como hombre amante del progreso y la cultura, levantó uno nuevo para el año

1932. El diseño y construcción de este tercer teatro estuvo en manos del Ing. belga León Achiel

Jerome Hoet, con una superficie de 1290 metros cuadrados. Pérez Soto encomendó los trabajos

artísticos al magnífico pintor zuliano Antonio Angulo, quien decoró y pintó el techo de la sala,

especialmente la araña y el plafond con una dimensión de 540 metros cuadrados y sujeto al techo

gracias a una estructura de madera.

Esta obra de arte, comentó el fallecido periodista Sergio Antillano, representa “un claro testimonio

de arte abstracto adscrito a la tendencia, muy en boga para entonces, del llamado art-deco”. El

telón de boca, que representa un típico patio andaluz fue realizado por José de Bulbena en 1930.

Con el paso de los años, el descuido y la falta de mantenimiento produjo que el teatro se

deteriorara hasta dejar de funcionar y cerrar sus puertas al público zuliano. Y en 1955 el Teatro

Baralt es donado a La Universidad del Zulia (LUZ), institución que lo renta a la empresa

cinematográfica Baralt. En 1973 retorna a la Dirección de Cultura de LUZ en un estado de deterioro

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considerable, por lo que se solicita el desalojo de la edificación, quedando el teatro cerrado

definitivamente al no presentar las condiciones necesarias para funcionar.

 

En 1975 se le encarga la remodelación al Arq. Cesar Berbesí, pero en 1976 la Dirección de

Planificación Física de LUZ inicia el proyecto de un complejo artístico integrado al Teatro Baralt, el

cual se paraliza en 1981.

 

La reapertura…doce años después

El 5 de noviembre de 1981 el teatro es declarado Monumento Nacional, y en 1986 LUZ encarga al

Arq. Paolo D’Onghia (director de la empresa APRESUR) los trabajos de restauración, disponiendo

para tal fin de aportes económicos provenientes del MINDUR. En este año se inician formalmente

los trabajos conducentes a su restauración definitiva.

Desde 1995 la obra es adjudicada al Centro Rafael Urdaneta (CRU), quien funge como

responsable de la búsqueda e inversión de recursos para el teatro, y además fija los lineamientos

bajo los cuales se sigue el proceso de restauración. Del teatro tropical con romanillas a un lado y

abierto al otro, se modificó cerrando con vidrio traslúcido las fachadas para climatizarlo

internamente con aire acondicionado y mejorar la acústica con elementos absorbentes en la parte

posterior, butacas y cortinas densas, elementos reflejantes del sonido y otros elementos necesarios

para su acondicionamiento final.

Durante este largo proceso, muchas obras tuvieron que ser restauradas en sitio, debido al estado

de deterioro que presentaban, como fue el caso del plafond cuya consolidación y restauración

pictórica, realizada por Mercedes Hurtado duró tres años.

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En los trabajos de consolidación del edificio, se realizaron excavaciones que permitieron evidenciar

la existencia de una estructura muraria en forma de herradura, la cual correspondía al viejo teatro

guzmancista de 1883, sobre las cuales se levantó el teatro de 1932. Igualmente aparecieron gran

cantidad de vidrios y piezas de cerámicas holandesas, chinas, españolas e incluso, piezas

precolombinas.

Ante tal hallazgo, los entes involucrados decidieron rescatar dicha estructura y convertirlo en una

Sala Baja (sótano) o foyer de apoyo al reducido hall de acceso que posee el teatro, el cual tiene

una capacidad de 700 butacas.

Este foyer permitió luego de su intervención, presentar en un mismo lugar testimonios de dos

edificaciones de diferentes épocas. El piso fue realizado por el artista Francisco Hung.

Entre otros detalles del acondicionamiento final del teatro, destacan el tipo de iluminación

seleccionada, la cual no produce rayos ultra violeta; la lámpara central elaborada con bronce y

cristal también fue restaurada; la tramoya original de madera fue sustituida por una nueva de metal;

el foso fue ampliado agregándosele una plataforma mecánica que puede subir para ampliar el

escenario. Además se realizó el hojillado dorado en algunas partes de la construcción con oro de

24 kilates, ésto a cargo del peruano José Cruz y de su hijo Jaime Cruz.

Al inaugurarse el teatro en 1998, el CRU lo traspasa a la Fundación Teatro Baralt (Fundabaralt),

quien es la responsable actualmente de administrar y gerenciar el teatro, a la vez que organiza y

planifica las actividades a ser desarrolladas desde su reapertura.

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Anécdotas de la aviación comercialJulio 1, 2001

Por: Johan León | Fotografías: Colección Firnhaber

En 1912 un HIDROavión surcó, por primera vez, el cielo de Maracaibo; una década ATRás las

máquinas  voladoras revolucionaban el mundo.

Apenas nueve años después que se efectuaran los primeros vuelos de aeroplanos en los Estados

Unidos, los pobladores de Maracaibo presenciaron un espectáculo que los dejaría sin aliento. Para

muchos la posibilidad de volar en un aparato de madera sólo podía ser el producto de la

imaginación de un loco; pero loco para algunos y valiente para otros, llegó a Maracaibo en

noviembre de 1912 Frank Boland, un “mister” como solían llamar a los extranjeros en aquella

época, que venía efectuando vuelos en Nueva York, Puerto Rico, Caracas y Curazao, haciendo

piruetas a baja altura tras un contrato con empresarios locales.

A las 9: 30 de la mañana del 15 de diciembre de 1912 cientos de maracaiberos estarían

ovacionando con asombro al hombre que pudo dominar el cielo. Cesaron las críticas de los

escépticos, mientras que  los curiosos tuvieron que pagar 4 bolívares para ver de cerca, y un

bolívar si se ubicaban en la playa, aquel espectáculo en el aire.

Cuatro días después se haría un segundo vuelo en honor al aniversario del derrocamiento de

Cipriano Castro por parte de su compadre Juan Vicente Gómez; pero por fallas mecánicas, el

aparato se precipitó al Lago y Boland no pudo gozar de una segunda ovación en estas tierras.

Tendrían que pasar once años para ver un espectáculo similar.

Pioneros en aviación comercial

La primera línea aérea con carácter comercial constituida en el mundo fue una asociación

internacional con sede en Barranquilla, Colombia, cuyo nombre era SCADTA, Sociedad Colombo

Alemana de Transporte Aéreo.

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La SCADTA tuvo su origen en 1919, y cuatro años después vendría a Maracaibo en medio de un

proyecto de expansión por toda Sudamérica. La organización efectuó vuelos de demostración con

un avión alemán Junkers D-218 e hizo las gestiones legales para establecerse en esta ciudad,

aunque no por mucho tiempo.

En 1924 ubicaron su sede entre lo que es hoy el parque La Marina y la plaza de El Buen Maestro.

En  unos pocos meses la demanda fue creciendo hasta el punto de traer otro avión de mayor

capacidad para efectuar vuelos hasta Curazao.

A un piloto alemán de la SCADTA , el señor Schurr, se le ocurrió realizar vuelos de quince minutos

sobre Maracaibo en el Caldas A-10, por los cuales cobraba sesenta bolívares por persona.

En 1925 la SCADTA pierde el permiso para trabajar en Maracaibo por haber transportado a

Curazao al entonces gobernador del Zulia, Santos Matute, luego de que se le acusara de

aprovechar ilegalmente las varas de los mangles de la isla Zapara pasando sobre una concesión

dada por el gobierno de Gómez. Es así como se derrumba el primer intento de aviación comercial,

no sólo en el Zulia sino en Venezuela.

Hasta Lindberg se perdió

El cronista Régulo Díaz relata en su libro ¿Quién es Maracaibo? la visita de un verdadero

personaje para la época: Charles Lindberg.

Lindberg, aviador de trascendencia mun-dial, acuatizó en el Puerto de Maracaibo en octubre de

1929 mientras efectuaba un viaje de placer que, de paso, serviría para el estudio de una ruta de la

PANAMERICAN WORLD AIRWAYS. La prensa internacional reseñó los detalles de la visita, cuya

agenda se cumplió en su mayoría, excepto porque Lindberg llegó al lugar equivocado.

El gobernador de entonces, el General Pérez Soto, esperaba el hidroavión al final de la avenida

Bella Vista, cerca de La Marina, mientras que el aviador llegaba por el Malecón. Lindberg se

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molestó pues había recibido una información errónea en Bogotá; luego de expresar su desagrado

con unos celadores de resguardo marítimo decidió continuar su ruta hacia Curazao. Entre tanto, el

Gobernador Pérez Soto, con su gran comitiva y su abundante champagne, se quedó esperando el

hidroavión al que nunca vio.

Un aeropuerto para la ciudad

El crecimiento indetenible de Maracaibo y el inicio de la transformación de lo rural a lo urbano

condujo a la puesta en funcionamiento de un aeropuerto en el municipio Chiquinquirá, donde se

asentaba el fundo San José de La Oliva.

El famoso aviador Charles Lindberg y Frank Boland fueron los protagonistas de un espectáculo

aéreo que deslumbró al Zulia

Un millón de metros cuadrados fueron suficientes para la construcción del Aeropuerto Grano de

Oro, cuya inauguración se efectó el 19 de diciembre de 1929.

Grano de Oro  sería el mayor terminal aéreo de Venezuela; desde sus pistas partían vuelos hasta

la Base Aérea de Maracay y  hasta el aeropuerto intenacional de Miami, principalmente, a través

de la KLM holandesa y la PanAmerican de Estados Unidos.

La pista de aterrizaje y los hangares de Grano de Oro incluían lo que es hoy la Facultad

Experimental de Ciencias de la Universidad del Zulia y parte de la avenida 5 de Julio hasta antes

de la intersección con la avenida Delicias.

El capítulo más triste y oscuro de la historia aeronáutica del Zulia sucedió el 16 de marzo de 1969

cuando el vuelo 742 de la aerolínea venezolana Viasa se precipitó sobre Ziruma y La Trinidad. El

avión, un novísimo DC-9  de fabricación norteamericana, realizaba apenas su quinto viaje

procedente de Maiquetía; despegó a las doce y cinco mi-nutos del mediodía y segundos después

entraría en emergencia.

Page 22: Articulos de Tendencia

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Los familiares y amigos de las 83 víctimas que despegaron con rumbo a Miami quedaron mudos al

ver que el avión no tomaba altura e instantes más tarde estaría arrasando con postes en las calles

para finalmente precipitarse sobre tres viviendas de La Trinidad. La autoridades estimaron el

fallecimiento de 150 personas; además se consi-deraron  incuantificables los costos materiales,

sobre todo partiendo del hecho de que el avión costó a Viasa cinco millones de dólares, para la

época.

La tragedia enlutó al país, y pronto los comentarios en los medios de difusión y las tertulias

callejeras buscaban las causas de lo irreversible: poco espacio para el despegue, malas

condiciones climáticas, y hasta la presencia de edificios en las cercanías habrían influido.

Lo cierto es que bastantes advertencias surgieron sobre la ubicación del terminal aéreo de Grano

de Oro, durante el crecimiento de la ciudad. El accidente de aquel 16 de marzo aceleraría los

trabajos del nuevo aeropuerto en el suroeste de Maracaibo, lo suficientemente lejos para reducir

las posibilidades de que una tragedia similar sucediera.

Desde hace aproximadamente un siglo, Maracaibo ha sido testigo del desarrollo tecnológico que

ha impulsado al transporte aéreo; considerada en sus inicios como un espectáculo, la historia de la

aviación regional cuenta consu propia gloria y tragedia.

Los aviones se fueron al sur

Las instalaciones del Aeropuerto de Caujarito, llamado posteriormente Aeropuerto Internacional La

Chinita, se empezaron a construir desde la dictadura de Pérez Jiménez, pero el accidente de Viasa

fue el detonante perfecto para completar los trabajos en los siguientes ocho meses. Es así como el

18 de noviembre de 1969, bajo la presidencia de Rafael Caldera, se abren las puertas del nuevo

terminal aéreo con muchos beneficios pero plagado de defectos.

Si bien la ubicación de La Chinita alejaba un poco la posibilidad de accidentes en el perímetro

urbano, de la prisa sólo quedó el cansancio; muchos especialistas coincidieron en las deficiencias

Page 23: Articulos de Tendencia

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de las instalaciones, que pasaban desde la precariedad de los servicios básicos hasta las grietas

en las paredes; y todavía en la década de los  ‘90 el aeropuerto era objeto de críticas.

En 1998, dentro de todo, en el marco de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, el Aeropuerto

Internacional La Chinita mostró otra cara; desde entonces las instalaciones del terminal

internacional estarían entre las mejores del país, sólo comparable con el Aeropuerto Simón Bolívar

de Maiquetía.

A sus casi 32 años de funcionamiento, el terminal aéreo es el centro de un complejo aeronáutico

que incluye la Base Aérea General Rafael Urdaneta y el Aeroclub de Maracaibo, fundado en 1947.

También se perfila como uno de los aeropuertos más moderno y seguro  del país.

¿Quién iba a decirlo? El mismo cielo que vio las piruetas de Boland presencia hoy decenas de

vuelos diarios que, afortunadamente, no terminan zambullidos en el lago, sino que unen a esta

ciudad con el resto del mundo.

En sus inicios, el transporte aéreo fue considerado una locura, hoy es la manera más expedita para

comunicarse con el resto del mundo.

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Un tanquero derribó un tramo del puenteJunio 1, 2001

Por: Johan León | Fotografías: Archivo Ing. Eleazar Gómez.

Fallas en el sistema eléctrico del Esso Maracaibo produjeron el accidente. No era  la primera vez

que el barco presentaba problemas técnicos.

(Maracaibo, 1964). Faltaban doce minutos para la media-noche. El tanquero Esso Maracaibo de la

Creole Oil Company partió minutos antes del muelle de La Salina con destino a Aruba,

transportando en su interior 262 mil barriles de petróleo crudo. La noche estaba tranquila aquel 6

de abril de 1964; el capitán Avelino González estaba al mando. A lo lejos se divisaba con tímidas

luces el Puente General Rafael Urdaneta, una joya arquitectónica que tenía poco más de un año

de inaugurada.

Dos minutos más tarde una falla eléctrica causó alerta en la tripulación, pues el timón quedó

aislado  y el barco aún era impulsado por una fuerza de aproximadamente nueve nudos. Cada vez

estaban más cerca del puente y era imposible detener aquellas 36 mil toneladas que se

desplazaban sobre las aguas. A las 11:55 pm, escasos cuatrocientos metros separaban la nave del

puente y tres minutos más tarde ocurrió el impacto.

El Esso Maracaibo perdió el control y se estrelló la-teralmente contra el puente destruyendo en

segundos las pilas 31 y 32 de la arteria vial que uniría a la capital zuliana con el resto del país. Al

desplomarse 259 metros de la estructura, el puente quedó sin energía eléctrica y cuatro

automóviles que pasaban en ese instante cayeron al agua irremediablemente. Otro vehículo

quedó  con  dos ruedas en el aire, para fortuna de su conductor.

La cantidad de muertos nunca se supo, pero fueron siete los cadáveres encontrados. Salvador

Cano, Rafael Antúnez, Claudio Prieto y Laudis Ortíz, fueron algunas de las víctimas reconocidas

por sus familiares.

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El desastre anunciado

Un miembro de la tripulación del Esso Maracaibo se comunicó a través de un radio portátil con las

oficinas de la Creole en Los Haticos, para que de allí avisaran al puesto militar de la cabecera del

puente que cerraran el acceso.

No era la primera vez que ese barco presentaba fallas. En febrero de 1963 una emergencia de ese

buque, también por causas eléctri-cas, produjo un accidente en el oleducto de la Superior Oil

Company. Un año más tarde, la nave encalló frente a la isla de San Bernardo en pleno canal de

navegación. El anuncio escrito en la proa “seguridad ante todo” parece que no era muy acatado,

pues la velocidad establecida para cruzar el puente  era de dos a tres nudos y esa embarcación

viajaba a más de ocho.

A la 1 y 40 minutos de la madrugada  informaron al entonces presidente de la República, Raúl

Leoni, sobre el accidente, y en horas de la tarde viajó a Maracaibo para presenciar la magnitud del

desastre. Además de su gabinete ejecutivo, vino con él una comisión del Congreso de la

República, expertos de la Universidad del Zulia y personas involucradas en la construcción del

puente.

Al siguiente día periódicos en todo el mundo estarían reseñando cómo una estructura admirada

internacionalmente por su valor arquitectónico, tecnológico y funcional, quedaría mutilada  por el

choque de un barco.

Las Fuerzas Armadas facilitaron helicópteros para que la prensa y los ingenieros pudieran captar

imágenes aéreas, mientras los bomberos marinos  y las empresas petroleras buscaban las

víctimas en los escombros y el agua. El presidente Leoni ordenó: “reparan en seis meses los daños

causados al puente”, y luego de que el Congreso atribuyera la culpabilidad a la embarcación, la

Creole informó que correría con los gastos de la reparación, no obstante nunca se planteó algún

tipo de indemnización para las víctimas y sus familias.

Page 26: Articulos de Tendencia

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Una importante construcción

En aquel entonces, el Puente sobre el Lago de Maracaibo era un tema de conversación entre los

venezolanos, así como de los expertos en ingeniería civil en todos los países, pues éste sería el

puente de concreto pretensado más largo del mundo, y el cuarto en longitud. Un verdadero reto de

ingeniería.

Los primeros pasos para la construcción del puente se dieron durante el régimen de Marcos Pérez

Jiménez; el proyecto era mucho más complejo que el finalmente realizado, pues incluiría entre

otras cosas, una vía férrea, cami-nerías y espigones de seguridad que habrían evitado el accidente

de la ma-nera que sucedió.

Antes de finalizar la dictadura ya se habían iniciado los trabajos en Punta Iguana y en las aguas

lacustres reposaban algunas bases. Luego, por el factor presupuesto, hubo la necesidad de

simplificar el proyecto tomando en cuenta veinte propuestas hechas por diez consorcios tanto

nacionales como extranjeros. El monto de la construcción superó los 329 millones de bolívares.

El 24 de agosto de 1961 finalizaron cuarenta meses de arduo trabajo, tanto en tierra como en el

cuerpo de mareas, en los cuales se emplearon recursos tecnológicos de punta, incluso algunos,

por primera vez utilizados en las Américas. Las piezas para el ensamblaje fueron casi en su

totalidad fabricadas en Maracaibo -con excepción de las guayas  mayores traídas de Alemania-;

los  materiales de construcción como cemento y granzón también fueron criollos.

Para la inauguración asistió el entonces presidente de la República, Rómulo Betancourt, y una

amplísima comitiva que incluía representantes de consorcios españoles, alemanes y suizos. Desde

el momento de la inauguración de la obra se modificó la estructura urbana del Zulia; se

economizaron  unos 700 kilómetros de la carretera Panamericana entre Panamá y Caracas, dando

nuevos aires a la posibilidad de comunicación entre Washington y Santiago de Chile. Pero en

menos de dos años  todas esas virtudes se vieron truncadas por la tragedia; algún periodista diría

que “con la ruptura del puente se rompió un pedazo de todos los venezolanos”.

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Además de las pérdidas humanas y materiales producto del accidente, se calcula que  la

reparación costó 25 millones de bolívares  y la actividad comercial dejó de percibir alrededor de

566 mil bolívares mensuales.

Luego del rescate de las víctimas empezó el proceso de extracción del buque y la eliminación del

tramo caído. Una empresa contratada por la Creole dinamitó los escombros para eliminarlos, pero

ésta resultó una misión imposible para limpiar las aguas.

Durante los ocho meses que el puente permaneció cerrado se debió volver al viejo sistema de

transporte a través de ferris, con la complicación de que éstos habían sido vendidos a empresas en

el oriente del país; como la tragedia fue considerada una emergencia nacional, el Estado y las

empresas privadas  se movilizaron de forma especial para no detener el proceso comercial y

comunicacional entre las costas occidental y oriental del Lago.

El Esso Maracaibo fue vendido a un astillero y llevado a Aruba para las reparaciones básicas antes

de su destino a  Alemania. Se desconoce  en qué condiciones se encuentra y si aún navega.

En ocho meses, y gracias al esfuerzo del consorcio constructor  quedó reparada la estructura; fue

un tiempo récord si se considera que el impacto era comparable con el choque de 25 locomotoras 

de cien toneladas cada una, desplazándose a 80 kilómetros por hora.

En diciembre de 1964 fue reinaugurado el puente bajo el nombre de General Rafael Urdaneta,

quien según el Libertador sería “el más leal, constante y sereno” de sus oficiales.

Desastres Menores

Después de la tragedia de aquel lunes, dos nuevos sucesos han causado pánico en la historia del

gran puente de Venezuela; el primero fue la caída de un autobús de Expresos Maracaibo en abril

de 1991,  y ocho años más tarde el buque Espartana chocó contra la pila 24 de la estructura. En

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esta ocasión sufrió  peores consecuencias el barco que el puente, pero tanto las autoridades como

el pueblo recordaron que se necesitan mejores sistemas de seguridad.

La noche del 3 de noviembre de 1999 la tripulación del buque Espartana cometió el mismo error

que la del Esso Maracaibo; ocho nudos de velocidad es demasiado para atravesar el puente, más

aún llevando una carga de 4.936 toneladas de cemento. Aunque las consecuencias del impacto se

limitaron a graves daños ecológicos, el expediente del choque del tanquero petrolero griego Nissos

Amorgos, también es una prueba de que no se ha hecho lo suficiente. A pesar de que se han

tomado mayores medidas de seguridad, siempre está latente la posibilidad de un accidente, al

menos mientras pasen barcos de gran calado por debajo de la estructura.

Desde mayo de 2000 esta importante arteria de  comunicación vial ha estado alumbrada por un

moderno sistema digitalizado que combina colores para el deleite de los zulianos. Así mismo, la

directora general del Servivio Autónomo Puente Gral. Rafael Urdaneta, Ivonne de Ocando, expone

que en la actualidad se realizan trabajos de reparación en las deterioradas pilas 7, 8, y 9,  además

de la limpieza y pintura de cables atirantados o guayas; de igual manera, informa la actual directora

del SAPGRU, se está realizando la modernización de la estación de peaje en Punta de Piedra y

Punta Iguana, además del necesario mantenimiento del alumbrado eléctrico y escenográfico.

Hoy, a casi cuarenta años de su inauguración, el Puente Gral. Rafael Urdaneta, se ha convertido

en una atracción turística por su longitud y diseño. El puente es la mejor bienvenida a Maracaibo, y

se erige como uno de los grandes iconos que identifican la región.

Con la caída de un tramo del Puente fue necesario volver al viejo sistema de los ferris. El comercio

se vio afectado en 566 mil bolívares mensuales.

El Puente sobre el lago de Maracaibo es una estructura de trascendencia internacional, tanto el

diseño como la longitud son verdaderos retos de ingeniería moderna.

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Resplandece una luz en la ciudadAbril 1, 2001

Por: Ronald González

La noche del 23 de octubre de 1888 fue la primera vez que Maracaibo disfrutó de la luz que se

genera por vía de la electricidad, y ello fue uno de los frutos del amplio pro-grama que se desarrolló

en la ciudad, y en el resto del país, en conmemoración del Primer Centenario del Natalicio del

Gene-ral Rafael Urdaneta. El primer encendido se realizó esa noche porque era necesario

constatar que el sistema operara correcta-mente para la noche centenaria del día si-guiente, la del

24 de octubre de 1888, cuando Maracaibo se convirtió oficialmen-te en la primera ciudad de

Venezuela ilu-minada con energía eléctrica.

La primera lámpara de incandescencia con filamento de carbón había sido inven-tada por Thomas

Alva Edison en 1879, y en 1882 estaba ya completamente ilumina-do un barrio de Nueva York,

Menlo Park. La noticia llegó rápidamente a Maracaibo y el disponer de luz eléctrica se convirtió en

una de las máximas aspiraciones del Zulia. Maracaibo es la se-gunda ciudad de Latinoa-mérica

que fue bañada por luz eléctrica; la pionera fue Buenos Aires, en Argentina.

La primera ordenanza

El 10 de diciembre de 1846, la Diputación Provin-cial de Maracaibo decretó 19 artículos,

integrantes de la Quinta Ordenanza de Policía Urbana, Comodidad y Aseo. El artículo 13 decía:

“Mientras se establece el alum-brado, generalmente en las poblaciones, todos los vecinos son

obligados a poner lu-minarias en las noches de oscuridad, desde las seis y media de la tarde hasta

las diez de la noche, bajo la multa de dos reales, que se destinarán al mismo objeto. El jefe polí-

tico o agente de policía que a las siete de la noche ob-servare no haberse puesto la luminaria en

alguna casa, exigirá del dueño de ella la multa que se establece en este artículo y se le compelerá

a que inmediatamente la ponga, pero si el dueño de la casa resistiere a esta disposición, así como

al pago de la multa, sufrirá doce horas de arresto en la cárcel pública o pagará diez pesos de

multa”.

La obediencia a esta disposición consti-tuía, para los que avistaban la ciudad de la época, una

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imagen de penumbra interrum-pida, desde arriba, sólo por la luz de la luna y, desde abajo, sólo por

un artificial rebaño de luciérnagas.

Y hasta ese momento el combustible de estas luminarias era el aceite que se extraía del coco.

Un empresario carabobeño, Jaime Felipe Carrillo, gestionó la impoRtación de la tecnología

eléctrica desde la ciudad de Nueva York.

La odisea de Carrillo

En 1848 la Diputación Provincial decre-tó la colocación de catorce faroles de kero-sene en las

esquinas más importantes, sos-tenidos a la pared por medio de varillas de hierro. Dos de estos

faroles se usaron para que las naves pudieran, al advertir estas lu-ces, reconocer que se

aproximaban al Puer-to de Maracaibo.

Con el pasar de las décadas, la cantidad de faroles distribuidos por la ciudad fue constantemente

en aumento, hasta que en 1886 la administración seccional inició gestiones para el moderno

alumbrado con la casa alemana Minlos, Breuer & Co., que a su vez traspasó esta solicitud del

gobier-no a un hombre de negocios nacido en Va-lencia de nombre Jaime Felipe Carrillo.

Al comienzo de las conversaciones en-tre el gobierno del estado, representado por el General

Alejandro Andrade, y el em-presario Carrillo, no se produjo acuerdo. El gobierno consideraba muy

alto el monto de lo solicitado en el contrato.

Pero la proximidad de la conmemora-ción del Primer Centenario del Natalicio del prócer zuliano, el

24 de octubre de 1888, generó un entusiasmo exacerbado y en medio de tanta inquietud, Alejandro

Andrade, el primero de junio, cedió su fir-ma para que Jaime Felipe Carrillo iniciara el proyecto de

traer la electricidad a Mara-caibo, para las fechas de lo que se deno-minó “Las Fiestas del Zulia”.

Jaime Carrillo regresa a Maracaibo des-de Nueva York el 30 de septiembre, y al pisar puerto una

cálida concurrencia lo re-cibe con alegría. El 14 de septiembre, un día domingo, arriba el barco que

trae la pa-rafernalia adquirida por el empresario va-lenciano para proveer el alumbrado; ésta es

desembarcada el 16, un dÌa martes, porque los días lunes no se trabajaba en el muelle. Y en ocho

días que prácticamente se des-vanecieron, Carrillo, junto a un escaso nú-mero de operarios

entendidos, montaron los equipos, tendieron los alambres y colo-caron en sus puestos las

lámparas en las principales calles de la ciudad para que desde la noche del 23, ante la perplejidad

y la euforia de los marabinos, la luz viniera a honrar la memoria de quien en el Zulia se conoce

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como “El Brillante”.

En medio de la odisea de Carrillo, es de hacer notar que éste tuvo que liberarse en Nueva York de

un notable inconveniente; paralelamente al contrato que Carrillo ha-bía firmado con Andrade, el

Presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, le había dado las concesiones de la luz

eléctrica, la fábrica de papel y la colocación de teléfonos, en territorio venezolano, a la American

Telephone Company, represen-tada por un funcionario de nombre Dooley. Fuentes históricas

afirman que “el contra-tista se vio en momentos de angustia y de singular expectativa, en que la

vacilación sucedía al entusiasmo con que le habían o-frecido su concurso respetables capitalis-

tas”. No obstante, a Carrillo se le repuso la credibilidad y la calma retornó al proceso.

Investigadores del Centro Zuliano de Investigación Documental, Cezid, explican que la American

Telephone Company “pre-firió no ganarse la adversión de la localidad para no descalabrar la

celebración centena-ria y quedar como perfectos ‘aguafiestas’ y, por el contrario, el 18 de julio de

1888 a-nunciaba el establecimiento del servicio te-lefónico”. De hecho, el lunes 5 de noviem-bre de

1888, se inició la prestación del ser-vicio telefónico en Maracaibo.

Explica Don Régulo Díaz “Kuruvinda” que “el alumbrado público se obtenía con el sistema de

carbones chispeantes a base del arco voltaico, que producía una luz a-zulosa. Todos lo días tenían

que subir a ca-da poste empleados de la planta a efectuar el cambio de carbones, echar al suelo

las barretas ya quemadas, y colocar las nuevas. Estos carboncillos usados eran recogidos por la

gente de pocos recursos para utili-zarlos como ingredientes medicinales, mientras que los chicos

traviesos los usa-ban para pintar las paredes con palabras soeces”.

Confesaba Jaime Felipe Carrillo que “…verdad es que no todas las lámparas de luz eléctrica

estuvieron prendidas esa no-che ni la del 24, a causa que por la ter-minación de los trabajos

quedaron algunas mal conexionadas, y que no hubo tiempo de hacer los ensayos previos que

siempre requiere este sistema de luz…”

El 4 de junio de 1889, se funda en Nueva York The Maracaibo Electric Light Co., y ocupa la

superintendencia Jaime Felipe Carrillo. El 24 de octubre de 1889 se inaugura el alumbrado

incandescente y la sede de The Maracaibo Electric Light Co., donde hoy vemos la subestación

Libertador, en un terreno que la muni-cipalidad había cedido, exclusivamente, para la producción

de electricidad desde el 2 de junio de 1888, al día siguiente de haberse firmado el contrato entre

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Andrade y Carrillo.

En Maracaibo se encendió la primera bombilla que llegó a Venezuela; han transcurrido, desde

entonces, 113 años.

La instalación del servicio eléctrico en Maracaibo, el 24 de octubre de 1888, se realizó en honor del

prócer zuliano Rafael Urdaneta.

En honor a Ramón Laguna

The Maracaibo Electric Light Co., tras ser comprada por un consorcio canadiense en 1924,

sustituye su denominación legal por Venezuela Power Co. Ltd, que en di-ciembre de 1926 inaugura

la planta La Arreaga, en la avenida Los Haticos.

El 24 de octubre de 1938 la empresa lle-ga al cincuentenario y jubila oficialmente a sus empleados

pioneros: Rául Nava y Ma-nuel Arias.

El 16 de mayo de 1940 desaparece Ve-nezuela Power Co. Ltd., pues queda regis-trada la empresa

como C.A Energía Eléc-trica de Venezuela, Enelven.

El 23 de abril de 1976 se le coloca el nombre de Ramón Laguna a la central termoeléctrica ubicada

en Los Haticos, con motivo de cumplir la planta 50 años y en honor a quien le dedicó cuarenta

años de su vida a este servicio en Maracaibo.

El servicio eléctrico en la ciudad está rumbo a cumplir este 24 de octubre 113 años de instalado, y

desde esta tribuna los marabinos solicitamos que si un acto se erradique durante el siglo XXI sea la

discriminación que desde la Colonia opera en lo que atañe, por lo menos en este caso, al

alumbrado. Antes, los mantuanos disponían de fanales (grandes faroles) mientras que con candiles

de barro o de hoja lata se iluminaban los desposeídos. Hoy, mientras que dos o tres avenidas

lucen desbordadas de iluminación, la penumbra en muchas zonas de Maracaibo recuerda a la

ciudad antes de 1888.

En menos de una década, los marabinos, disfrutaron de los adelantos disfrutaron de los adelantos

desarrollaba Thomas Alva Edison.

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El templo de una tradiciónFebrero 1, 2001

Por: Ronald González

Hasta 1686 hay que retroceder para entender la serenidad con que la Basílica de Nuestra Señora

de Chiquinquirá y San Juan de Dios espera hoy en día a sus fieles visitantes. Durante ese año un

capitán español, cuyo nombre era Juan de Andrade, para no dejar duda de su devoción hacia San

Juan de Dios, el patrono (junto a San Camilo de Lelis) de todos los hospitales y enfermos, con

dinero propio, hizo que se construyera con techo de planta de enea una ermita en honor al santo,

es decir, una capilla situada en territorio despoblado.

El hallazgo, el 18 de noviembre de 1709, de una imagen de Nuestra Señora del Rosario de

Chiquinquirá sobre un trozo de madera que viajaba sobre la corriente del lago, y el inmediato

despertar hacia ésta de una fe sin precedentes por estos lares, dotó a la vida del templo de un

perenne viento a favor.

Los pilares de la fe

De demoliciones, ampliaciones y reedificaciones supo la iglesia de San Juan de Dios, que de

viceparroquia, pasó a parroquia hasta llegar a consolidarse hoy como la morada religiosa por

excelencia de los zulianos, además de ser un tesoro de la arquitectura regional, tras su declaración

de Basílica Menor, sitial que comparte en Venezuela sólo con el santuario de la Virgen de

Coromoto.

Entre 1835 y 1858, por impulso del párroco José de Jesús Romero, esta edificación adquirió mayor

realce, mientras que en 1870 se le modificó su frontispicio o fachada y de 1934 a 1941 el entonces

llamado Presidente del Estado Zulia, Vincencio Pérez Soto, fue promotor de su definitiva

reconstrucción.

Un año después de la aparición de la virgen, las autoridades religiosas y gubernamentales

decidieron que la imagen de la Chiquinquirá se albergase en la Catedral de San Pedro y San

Pablo. La primera procesión, que partió desde la bautizada “Casa del Milagro” el nicho de la virgen

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que está situado en el Paseo Ciencias tuvo que detenerse frente a la iglesia de San Juan de Dios

ante una inexplicable elevación del peso de la reliquia. La simple parada mirando al templo hizo

descender la carga, y a ello se debe que la virgen y el santo se hospeden en el mismo recinto.

El párroco Antonio María Soto, fundador de “Los servidores de María”, sociedad que cumple el 6

de diciembre de este año el siglo de existencia, fue quien solicitó la coronación de la Chiquinquirá y

la conversión de la iglesia de San Juan de Dios en Basílica Menor. Siendo obispo de Maracaibo

Arturo Celestino Álvarez, ambas peticiones fueron aceptadas en Roma el 18 de mayo de 1920. Le

tocó a Marcos Sergio Godoy la fortuna de presidir la coronación el 18 de noviembre de 1942, con

100 mil creyentes en la virgen poseídos por la alegría del marullo, en compañía de Isaías Medina

Angarita y de Héctor Cuenca, quienes gobernaban el país y la región durante esa época.

Un argumento de mucho valor que se esgrimió para lograr estas distinciones para nuestra “china” y

su templo fue que la estampa encontrada por la lavandera que trabajaba en la casa de María

Cárdenas no era ni un cuadro ni un lienzo, sino una tabla de naturaleza mística-religiosa con la

imagen de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, cuyos devotos originarios son nuestros

hermanos colombianos. Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá es la patrona de Colombia, y

su primera aparición ocurrió en el territorio Chiquinquirá del vecino país, en antigua data. Los

artesanos colombianos pintaron a la virgen acompañada por San Antonio de Padua, patrono de los

pobres y Doctor de la Iglesia, y por San Andrés Apóstol, patrono de Rusia y de Escocia. Es un

leyenda que quienes encargaron una elaboración de la estampa se llamaban como estos santos.

Es un misterio que en la manifestación sobrenatural de la Chinita, a orillas del Lago, los santos

también estuviesen.

Contemporáneamente, el sacerdote de la Basílica que es recordado con mayor cariño es el padre

Ángel Ríos Carvajal. Bajo su dirección, el templo obtuvo el monumental camerín (pequeña capilla

colocada detrás del altar en la cual se venera la estampa de la patrona), el altar de mármol con su

mesa de celebración, seis artísticos y preciosos vitrales, todos con motivos zulianos, y las estatuas

de mármol de los obispos Álvarez y Godoy que adornan la fachada del santuario.

El Capitán español Juan de Andrade, por devoción a San Juan de Dios, puso en el siglo XVII la

primera piedra de lo que hoy en día es la Basílica de la Chinita.

Page 35: Articulos de Tendencia

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Honores para una virgen

El descenso del retablo de la virgen se efectúa cada último sábado de octubre en la noche,

mientras que el ascenso, lo que se denomina “La aurora”, se hace cada primer domingo de

diciembre en la madrugada. Desde sus orígenes y hasta hoy, el descenso del retablo se efectúa

utilizando un plano de madera inclinado, delicadamente decorado e iluminado, y un torno de mano

que regula en forma verdaderamente imperceptible el descenso de la reliquia. Este ceremonial, de

una hora, antes se realizaba en dos, ni minuto más, ni minuto menos, de suerte que el encargado

del descendimiento de la virgen convertía en punto de honor y de veneración llevar el pulso del

descenso de tal modo que sin adelantarse y atrasarse en las dos horas fijadas, nadie pudiera

percatarse de su proceso, ni del principio ni del fin.

Luego de la bajada de la patrona se iniciaba la velada, que significa concurrencia nocturna a una

plaza o paseo iluminado con motivo de alguna festividad. En nuestro caso se trataba de un gaitear

sin parangón, de un cielo iluminado a manos de incansables fuegos artificiales, de venta de

turrones, cocadas, manjar de leche, arroz de coco y conservas de lechoza, de cumplimiento de

promesas, de distribución de pasquines -escritos anónimos- en honor a la patrona amada, y de

estreno de ropa con la misma ortodoxia con la que hoy se lucen nuevas prendas de vestir los días

24, 25, 31 de diciembre y 1 de enero.

18 de noviembre en la Plazoleta de Nuestra Señora de Chiquinquirá significaba paciencia de horas

infinitas, pues lograr entrar “al gigante de blanco y amarillo rebozado de resplandor en espera de la

medianoche”, era la recompensa de avanzar por entre tres cuadras donde no quedaba sitio para

acomodar un grano de maíz.

Basílica es sinónimo de iglesia notable; fueron las edificaciones usadas por los cristianos para su

culto. Y la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá y San Juan de Dios nos lo recuerda. Para

aclarar que la feria que desde 1966 lleva el nombre de la patrona de los zulianos, no ha hecho otra

cosa que alejar del templo mayor la mirada de los chiquinquireños.

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Los amos del fuego desde 1942Diciembre 1, 2002

Por: Ronald González

Las primeras informaciones sobre la creación de un cuerpo de bomberos en Venezuela se

remontan a 1882 y al parecer fue Maracaibo la primera ciudad del país que hizo posible esta

iniciativa, lo cual se corrobora por un suelto de La Voz Pública, (Valencia, 6.12.1882), que informa

sobre el funcionamiento de este servicio: “Se ha instalado en Maracaibo un cuerpo de

bomberos… ; esta primigenia compañía destinada a dar seguridad a las edificaciones y a la

comunidad marabina estaba presidida por el señor Rafael Sordo y era calificada por el diario

valenciano como un signo de adelanto y progreso de la capital zuliana”.

Este párrafo puede ser leído en la página 496 de la segunda edición del Diccionario de Historia de

Venezuela de la Fundación Polar, como parte de lo que indica la obra en la palabra “bomberos”.

El diccionario, después de formular este dato sobre la condición de pionero del cuerpo de

bomberos de Maracaibo a nivel nacional, no abunda en más detalles sobre este particular y pasa a

enumerar los esfuerzos – infructuosos todos debido a la intransigencia del gomecismo – que

durante finales del siglo XIX y las primeras tres décadas del siglo XX los caraqueños hicieron para

dotar a su ciudad de una institución bomberil.

A finales de los años 30, continúa explicando la obra de la Fundación Polar, fue cuando se dieron

los primeros pasos para que, tanto Maracaibo como Caracas, pudieran ver nacer los cuerpos de

bomberos que conservan hasta el presente. El Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal cumplió la

Primera Guardia Permanente el 1 de mayo de 1937, mientras que su nacimiento oficial se produjo

el 5 de julio de ese año cuando el Presidente de la República, General Eleazar López Contreras,

efectuó la inauguración del cuartel de Plaza España. El Cuerpo de Bomberos de Maracaibo realizó

la Primera Guardia Permanente el 15 de febrero de 1942, y pasados poco más de dos meses, el

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19 de abril, fue cuando su creación fue oficializada tras recibir la municipalidad todos los bienes

muebles e inmuebles del servicio del cuerpo.

El 21 de junio de 1939, el señor Carlos Julio d´Empaire, comerciante zuliano y miembro del Rotary

Club de la ciudad, solicitó al Presidente del Estado Zulia, doctor Manuel Maldonado, que impulsara

la noble empresa de fundar en Maracaibo un cuerpo de bomberos. Esta petición fue escuchada

más no atendida por el gobernante, hasta que la preocupación por carecer de este cuerpo

adquiriera notoriedad después que el martes 15 de octubre de 1940 un incendio iniciado a las

nueve de la noche arrasó con el edificio ocupado por la firma comercial alemana Breuer Moeller &

Co. Sucs y la firma venezolana Julio A. Áñez & Co. Sucs, además de  afectar en parte al edificio de

la Botica Italiana.

Indica el diario Panorama en su edición del miércoles 16 de octubre que “las llamas envolvieron

totalmente el edificio, levantándose una gigantesca columna de fuego y humo de tal intensidad y a

tal altura que iluminaba la parte superior del frontis de la Basílica de Nuestra Señora de

Chiquinquirá, enclavada hacia el fondo de la ciudad”.

Panorama también señala que “…las autoridades policiales consideraron prudente extender un

cordón de seguridad para mantener al público a distancia del edificio incendiado. Y el público fue

acordonado en la acera del Boulevard Baralt, desde la estatua de Baralt hasta la esquina del

edificio Riboli”.

Este dramático episodio de la noche del 15 de octubre de 1940 dejó en evidencia que la

constitución del servicio de apagafuegos no podía ya seguirse postergando. El Presidente del

Estado Zulia, doctor Manuel Maldonado, con un decreto el 14 de noviembre convirtió en comisión

oficial a una comisión del Rotary Club que había redactado un proyecto para la instalación del

Cuerpo de Bomberos de Maracaibo.

A los 5 días, el 19 de noviembre de 1940, la comisión oficial organizadora se impuso la tarea de

pedir un aporte económico para esta obra al Ejecutivo Nacional, al Ejecutivo del Estado Zulia, al

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Concejo, a los sectores comercial, bancario e industrial, y a la ciudadanía en general, además de

solicitarle al Concejo también la cesión de un lote de terreno de 2500 metros cuadrados en el sitio

denominado La Ciega para construir el cuartel, y procurar asimismo la obtención de un

presupuesto del equipo necesario.

Con 77 mil 435 bolívares que recogió el Rotary Club de Maracaibo, 45 mil  que asignó el gobierno

del General Isaías Medina Angarita y una cantidad que prestó el Banco de Maracaibo se financió la

construcción del cuartel en el terreno que efectivamente donó el Concejo y se pudieron comprar 2

camiones-bomba y 1 camión auxiliar completamente dotados, 1500 pies de manguera, pitones,

hachas, hachuelas, cabezotes de hidrantes, cascos, botas y el material suficiente para la

confección de los uniformes.

Los primeros días de enero de 1941, la comisión organizadora llamó a inscripción a los aspirantes

que deseaban formar parte de la primera brigada de bomberos. De 200 jóvenes, sólo 9 fueron

escogidos para integrar la Primera Guardia Permanente, que se instaló a las siete de la noche del

domingo 15 de febrero de 1942. Fue el teniente panameño Ángel Darío Alvarado, traído a

Maracaibo por Fernando M. Chumaceiro en su condición de vicepresidente de la comisión

organizadora del servicio de bomberos, el instructor de los 9 afortunados, cuyas prácticas de

adiestramiento las realizaron en un local cedido por la Dirección del Garaje Municipal, que estaba

ubicado en el lugar donde están hoy los edificios vecinos del cementerio El Cuadrado. Chumaceiro

trajo de Panamá a este instructor, puesto que él conservaba una relación con el cuerpo de

bomberos de ese país, ya que llegó a alcanzar en éste el grado de capitán.

La gran fiesta fue el domingo 19 de abril de 1942, cuando el servicio de bomberos fue oficialmente

instalado y los documentos de la naciente institución fueron entregados a la municipalidad.

Pero ya la ciudad contaba con el servicio desde hacía poco más de dos meses, desde el domingo

15 de febrero de 1942, debido a que el teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial se

había movido hasta muy cerca de Venezuela y de Maracaibo.

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La decisión de la junta directiva provisional de arrancar con la labor bomberil el día 15 se debió a

su convicción de que la ciudad corría peligro ante la noticia, publicada el jueves 12 de febrero en el

diario Panorama, de que tropas venezolanas irían a Curazao y a Aruba en apoyo a la decisión de

Estados Unidos de enviar un contingente de soldados norteamericanos a estas islas, para “…

proteger las vastas refinerías que tratan el petróleo venezolano, la mayor parte del cual está siendo

actualmente usado por las marinas británica y norteamericana”.

La previsión fue certera porque entre las tres y las cuatro de la mañana del lunes 16 de febrero de

1942 un submarino alemán torpedeó, a veinte minutos de Las Piedras, Estado Falcón, a siete

barcos petroleros: el Monagas, el San Nicolás, el Tía Juana –que resultaron incendiados-, el

Pedernales, el Arkansas, el San Rafael y Oranjestad, y además, a las propias refinerías en Aruba

de la Standard Oil de Nueva Jersey.

De hecho, como expresión de esta decisión, se lee publicado en el diario Panorama un aviso de la

junta directiva fechado el 14 de febrero, sábado, dos días antes del ataque del submarino alemán,

en el cual se informa que el servicio de bomberos “se ha resuelto instalarlo de una vez, a partir del

15 del presente mes, en su cuartel situado en “La Ciega”. Aunque este edificio no está construido,

está ya en condiciones de poderse utilizar a sus fines”. El aviso termina indicando que “en caso de

cualquier siniestro, sírvase llamar por el teléfono 2324”.

Testigos presenciales

Fernando Guerrero Matheus y el incendio del Mercado Central de Maracaibo, ocurrido el 21 de julio

de 1927

“… agréguese a tan propicias como peligrosas circunstancias, la especial y muy grave de no contar

la ciudad con acueducto, ni con servicio de bomberos organizado. A la hora de la emergencia sólo

se disponía de las bombas de mano y de los servicios personales de un grupo de empleados del

comercio alemán de la ciudad, agrupados, mejor que en cuerpo de bomberos, en equipo deportista

de matacandelas”.

Page 40: Articulos de Tendencia

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Datos de Kurt Nagel von Jess sobre el incendio de la casa Breuer Moeller

“… la Guardia Nacional tuvo que tomar la cuadra. Buscaba, entre todos los diferentes almacenes,

las bombas y mangueras para extinguir el incendio. Uno de los mejor aperados era el de la

Curacao Trading, pero sus directivos holandeses, se negaron a prestar ayuda a aquella firma

alemana que además era la más importante del occidente del país. El General Daniel Galíndez,

comandante de la guardia, tuvo entonces que entrar por la fuerza con bayoneta calada y fusiles

cargados y tomar todo lo que le fuera necesario. Aquella insensatez de los holandeses no les

permitía discernir que no se trataba sólo de una empresa alemana, sino de toda una manzana

propiedad de venezolanos que estaba en peligro. Hasta ese punto llegaban y se fomentaban los

odios en aquella triste época…”.

Page 41: Articulos de Tendencia

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El eterno sonido de Don ArmandoOctubre 1, 2002

Por: Ronald González

Gracias al ímpetu del canto de Armando Molero, hasta las generaciones más recientes de

marabinos sienten la calidez de poseer alguna noción de los caminos transitados por la música

popular zuliana, porque si algo hizo Don Armando durante su vida, fue entregar la furia de su

garganta en aras de que los valses, los bambucos, las danzas y las contradanzas zulianas lograran

alcanzar y seducir la predilección de los venezolanos.

“El mérito más grande de Armando Molero fue su perseverancia, su empeño de cantar nuestra

música, la música zuliana”.

Ésa es la opinión de Rafael Rincón González, quien compartió muchísimos momentos con “el

cantor de todos los tiempos”, Don Armando Molero.

Se refiere en el Diccionario General del Zulia, de Luis Guillermo Hernández y Jesús Ángel Parra,

que Armando Molero nació en Maracaibo el 20 de enero de 1899 y murió en esta misma ciudad el

5 de febrero de 1971.

Señala también la obra que “su música, expresada con su voz y su guitarra, como un auténtico

trovador y guardián de la tradición musical zuliana, no desaparecerá jamás”.

“Cantante vernáculo de serenatas callejeras, con su voz pastosa y su estilo lleno de

remembranzas, fue una de las primeras voces antes de la radiofonía comercial”, indica asimismo el

diccionario, y además que “gozó de una gran popularidad en el Zulia a través de las ondas de

Radio Catatumbo y Radio Popular”.

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Explica Rafael Rincón González que casi sin lugar a excepción, todas las letras por él entonadas

no eran de su autoría, y la razón es que Armando Molero no sabía leer ni escribir, lo que lo

obligaba a aprenderse las canciones de memoria.

Alguna vez, añade Rincón González, Armando me dijo, rumbo al ocaso de su vida: “¡Rafael!, ¡se

me están borrando las canciones!”.

Sobre el hecho de que era cantante, mas no compositor, Rafael Rincón González asegura que

Armando Molero era muy ingenuo; sobre esto de que cantaba canciones sumándose también

como autor de la letra, afirma que “él (Armando) no pensaba que con eso le hacía daño a nadie”.

El famoso tema “El cocotero”, inicialmente popularizado por Armando Molero, es “un fin de fiesta

de una zarzuela, algo que cantaba la multitud que subía al escenario cuando terminaban su función

las operetas españolas que solían venir a Maracaibo”.

Entre las anécdotas que vienen a la mente de Rafael Rincón González sobre Armando Molero,

éste relata que Armando, si había decidido que su próxima canción era “La Suegra”, le decía

previamente a los oyentes: “Hoy no va a haber cuadro con seis porque les voy a cantar La Suegra”.

Como recuerda, que una vez alguien, le bromeó pesadamente que a él le habían dicho que

Armando Molero había muerto, a lo que Armando respondió, con su humor tan ca-racterístico:

¨¡muerto yo!, ¡eso quisieran Los Panchos!

Valses, bambucos, danzas y contradanzas entonaba sin cesar este dulce y simpático bonachón

que fue Don Armando Molero, lo que hizo que el grueso de la música zuliana alcanzara una

gigantesca proyección todo gracias a este aporte de “El cantor de todos los tiempos”.

Fotografía: LP Recordando a Armando Molero “El cantor de todos los tiempos”.

Temas más populares

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El cocotero

Maracaibo florido

Josefina

Una flor

Feliz cumpleaños

La noche

La suegra

El estudiante

Voy a partir bien mío

Con el sombrero en la mano

El beodo

La tarde

El hijo ausente

Tu boca

El Lázaro

El cine en MaracaiboOctubre 1, 2002

Page 44: Articulos de Tendencia

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A tan sólo 13 meses del nacimiento del cine en París, el 28 de enero de 1897 Maracaibo fue testigo de las poderosas imágenes del cine en el antiguo Teatro Baralt. Y aunque la fecha que hoy en día se conoce como el día Nacional del Cine esté discutida, una cosa es cierta: el cine llegó a Maracaibo para quedarse.

Por: Cybele Da Costa

La historia de las vistas animadas en el Zulia comenzó mucho antes de lo que muchos imaginan.

Maracaibo, ciudad cosmopolita a las postrimerías del siglo XIX, era una plaza importante en

Latinoamérica. Y aunque muchos piensan instintivamente en el cinematógrafo de los hermanos

Lumière como el primer gran paso hacia la obtención y proyección de imágenes en movimiento, en

realidad este invento fue la concreción del anhelo compartido de muchos inventores que de una u

otra forma lograron captar y proyectar, o al menos, crear la ilusión de que lo hacían.

Es así como muchos de los ancestros del cinematógrafo, hicieron escala en el Puerto de

Maracaibo para presentarse en nuestra ciudad. Ya en 1840 se presenta un panorama, al fondo de

la catedral, que representaba batallas navales, pantomimas y danzas, hecho que se repetirá en

1874, esta vez en la Calle Ciencias. En 1884, se presenta el silforama, que no es más que un

kaleidoscopio gigante, mediante el cual se pueden proyectar vistas disolventes. También se

presentó el estereóptico universal, mientras se popularizaban los panoramas fotográficos y los

silfogramas para niños. Es así como llegamos al año de 1895, año del nacimiento del cine. Para

ese entonces, Maracaibo, a diferencia del resto de las ciudades de Latinoamérica, ya conocía el

kinetoscopio de Thomas Alva Edison, donde ya había movimiento o crono-fotografía, pero que su

imposibilidad de proyección obligaba a los espectadores a hacer largas colas para disfrutar de las

imágenes a través de un visor. Y es aquí cuando entra en escena el nombre de Manuel Trujillo

Durán. En primer lugar, operador del vitascopio durante la primera sesión que se hizo para los

periodistas el 10 de julio de 1896, y luego, figura clave para que el 28 de enero de 1897 se

presentaran 2 cuadros de los hermanos Lumière Los campos Elíseos y La llegada del Tren, que

habían formado parte de la función celebrada el 27 de diciembre de 1895 en París, y dos cuadros

locales, como lo fueron Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa y

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Muchachos bañándose en la Laguna de Maracaibo. El aparato anunciado para esta ocasión fue el

cinematográfo (que en realidad era un vitascopio perfeccionado) y aunque durante mucho tiempo

la paternidad de los cuadros locales se le otorgó a Manuel Trujillo Durán, lo cierto es que no hay

pruebas de ello. Sin embargo, la figura de Manuel Trujillo Durán en el inicio del cine en el Zulia es

fundamental.

Maracaibo amó al cine desde sus inicios. El éxito de estas funciones fue sólo en aumento.

Lamentablemente, la totalidad de las películas realizadas a principios de siglo en nuestra ciudad se

ha perdido, lo que hace muy difícil establecer una filmografía completa. Afortunadamente, los

diversos periódicos y revistas dan cuenta de muchas de las funciones y es así como se ha podido

establecer una cronología. Se sabe por ejemplo que en octubre de 1897 llegó a nuestra ciudad un

cinematógrafo Lumière con películas francesas y mexicanas y que en noviembre Temístocles

Rengifo proyectó con un magniscopio la película El beso, escandalizando a la sociedad marabina

de ese entonces. La primera columna regular de cine apareció en 1901 en el periódico La Tira

propiamente llamada Tira Cinematográfica, y cuyo autor fue Juan Peregil. Mientras tanto, los

empresarios zulianos se esforzaban por tener siempre el mejor aparato: los hermanos Trujillo

Durán finalmente adquirieron un cinematografo en el año 1903 y proyectaron películas de Georges

Méliès como La cenicienta y Aladino y la lámpara maravillosa. En 1911 se efectuó el rodaje de La

película del Lago, por E. Zimmermann, que incluía fiestas de la Virgen de Chiquinquirá; en 1912 se

filmó Maracaibo en el Teatro Baralt, por Julio César Soto. En los años 20 se rodarían en la ciudad

Viaje a Perijá y Maracaibo años 20 por el alemán Oscar Sinram.

A partir de los años 20, Maracaibo se vió invadida de salas de cine que focalizaban su atención en

el cine extranjero. Igualmente, el auge petrolero y la posterior implantación de compañías

extranjeras en nuestra ciudad, dieron como resultado la creación de unidades fílmicas en el seno

de las mismas. Estas películas documentales sobre la extracción del petróleo, campañas de salud,

deportes, geografía, etc… estaban destinadas al personal que vivía en los campos petroleros. Las

más importantes eran las unidades fílmicas de la Creole Petroleum Company y la de la Shell.

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1962 es la fecha del segundo gran acontecimiento del cine en nuestra ciudad. El 30 de abril inicia

actividades el Cine-Club Universitario de Maracaibo, con el objetivo de fomentar el desarrollo de la

crítica cinematográfica en el público. El nacimiento del Cine-Club Universitario de Maracaibo,

coincide con la explosión a nivel internacional de la Nueva Ola francesa y el Cine de Autor. Y para

su inauguración se proyectan El globo rojo y Las vacaciones del Sr. Hulot. La iniciativa estuvo de la

mano de Alberto y Josefina Urdaneta, Ignacio de la Cruz y Miyó Vestrini, del grupo <40 grados a la

sombra> con el objetivo de apoyar la labor pedagógica de la recién creada Escuela de

Comunicación Social de la Universidad del Zulia (1959). En 1981 se crea el <Festival Nacional de

Cortometrajes Manuel Trujillo Durán>, cita obligada para todos los futuros cineastas venezolanos.

Aunque lamentablemente desapareció durante algún tiempo, este festival pudo regresar con

inusitado vigor a finales de los años 90.

Y es que desde la creación de la Escuela de Comunicación Social de LUZ, la historia del cine en el

Zulia ha pasado obligatoriamente por allí. No sólo con el Cine-Club Universitario y la posterior

creación del Centro Audiovisual de la Universidad del Zulia en 1967, bajo la iniciativa de Sergio

Facchi, sino también con proyectos como el encabezado por el cineasta Ricardo Ball a mediados

de los años 80. El “Proyecto de Docencia e Investigación del área de Cine” dió como resultado la

producción de 21 cortometrajes argumentales y documentales que aunque no todos los

cortometrajes cumplieron con la etapa de post-producción, marcó un hito en la producción

audiovisual dentro de la Universidad del Zulia.

En 1989 se produce el primer largometraje zuliano: Jóligud de Augusto Pradelli. La aventura de

Pradelli es el testimonio de la inmensa potencialidad cinematográfica de la región aún sin explotar.

Aunque esta experiencia no se ha repetido, Pradelli y compañía demostraron que es posible hacer

un largometraje en la ciudad.

Los años 90 estuvieron marcados en primer lugar por el regreso del Festival Manuel Trujillo Durán

y la creación del Festival de Video de Fundacine; en segundo lugar, por la creación de la Escuela

de Comunicación Social de URBE, nuevo centro de creación audiovisual; y en tercer lugar, por la

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excelente figuración de las producciones marabinas en los Festivales a nivel nacional como VIART.

Tantas nuevas producciones, que tan sólo nombrarlas es material suficiente para un nuevo

<documental> y que sin duda son la prueba irrefutable que el cine en Maracaibo vino, vió y se

quedó.

Puerto a la vistaAbril 1, 2002

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Por: Fanny Reyes / Robert Arapé Fotografías: Coleccion Kurt Nagel

Hacia Europa y al resto del continente americano partían los buques cargados con las riquezas

naturales del occidente de Venezuela.

Desde los tiempos de la conquista y la colonización, Maracaibo fue un sitio estratégico para el

intercambio comercial entre las diferentes rutas fluviales que desembocaban o partían del Lago.

Los colonos europeos no tardaron en reconocer la importancia de esta zona como futuro centro

portuario, debido a la facilidad de comunicación con el mar Caribe, hecho que permitía, además,

que las provincias de Gibraltar, Mérida, Trujillo, Barinas y La Grita, tuvieran por esta vía un amplio

contacto con el mundo.

A comienzos del siglo XVII, nadie en la Gobernación de Venezuela dudaba de la relevancia que

había adquirido el Puerto de Maracaibo, pues junto al de La Guaira y Coro conformaba el punto

primordial de salida y entrada por rutas marítimas del territorio. Allí desembarcaban naves

procedentes de las islas Canarias; otras naves empacaban cacao, tabaco o café, y partían rumbo a

Cumaná y Margarita, o a Cartagena, Santo Domingo y Puerto Rico.

La zona portuaria era una encrucijada de rutas marítimas de comunicación permanente con

Moporo, Gibraltar, Puerto Zulia y el embarcadero de La Grita. Para la segunda mitad del siglo XVII,

el Puerto de Maracaibo estaba estrechamente ligado con los intereses económicos del Nuevo

Reino de Granada, convirtiéndose en todo un emporio donde arribaban buques procedentes de

Europa y América, equipados con mercancías para ser distribuidas en los diferentes pueblos y

provincias.

Refieren los historiadores que para el año 1752 el Puerto de Maracaibo era sólo una planchada

que permitía la carga y la descarga; pero el incremento de su actividad fue tal  (sobre todo por la

exportación de cacao por barcos de la Compañía Guipuzcoana) que obligó a las autoridades a

mejorar la infraestructura. Para el año de 1797, el Rey de España, Carlos V, aprobó la construcción

de un muelle de madera sólida, y, al año siguiente, fue declarado puerto mixto por Real Cédula

Page 49: Articulos de Tendencia

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(disposición que para la época permitía al monarca conceder algunos beneficios). Entre los años

1796 y 1815 salía por las aguas del Lago de Maracaibo una variedad de productos como  azúcar,

cueros, añil y maderas, etc., y por las mismas aguas lacustres llegaban al territorio marabino

aceites, telas y vinos.

Luego de un período de recesión comercial, durante la Guerra de Independecia, la actividad

portuaria resurgió con el estímulo de británicos y norteamericanos, en primera instancia; pero el

posicionamiento posterior de las firmas alemanas en la región, a mediados del siglo XIX, contribuyó

al imprescindible funcionamiento del Puerto para la nueva era de la nación que recién florecía.

En vista del deterioro del muelle y de la poca capacidad para la demanda de las abundantes

actividades mercantiles, la Diputación Provincial decretó en 1836 la construcción de un nuevo

muelle. La obra, que consistía en un malecón con más de 100 mts de largo, se inauguró en 1840,

durante la administración del General José Escolástico Andrade, y fue financiada por el

norteamericano Williams Dubs. Posteriormente, en 1871, fue reconstruido por mandato del General

Venancio Pulgar y mejorado en 1880 por el gobernador José Victoriano Guevara, a un costo de 80

mil bolívares.

Durante el gobierno de Joaquín Crespo se ordenó la extracción de las diferentes formaciones

rocosas asentadas en el fondo del Lago, las cuales habían provocado diversos inconvenientes a

las embarcaciones que debían atracar en Maracaibo. Esta fue la primera limpieza del cuerpo de

agua que respondió a las necesidades de mejorar las rutas lacutres, de recorrido ya diario. Así

mismo, la indetenible y cada vez creciente actividad portuaria propició que en marzo de 1892 se

decidiera una remodelación de gran envergadura en el Puerto: el proyecto contemplaba la

construcción de un malecón para buques de gran calado, el relleno de las orillas del Lago, la

construcción de un edificio para la aduana, la disposición de locales para almacenes, un aljibe y la 

demolición de la peña conocida como “la laja”.

La explotación petrolera que desencadenó Juan Vicente Gómez, dando un sinnúmero de

concesiones a compañías extranjeras, potenció al máximo el funcionamiento del puerto marabino.

Page 50: Articulos de Tendencia

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De este modo, una remodelación acometida en el año 1927 permitió la llegada de robustos

trasatlánticos. El financiamiento de la obra alcanzó el millón de dólares americanos; su

inauguración se concibió para el mes de febrero del año 1929, y dio lugar a la conocida zona de La

Ciega. Veinte años más tarde, Maracaibo tendría el tercer puerto más grande de Venezuela, con

una extensión de 500 mts. cuadrados.

A partir de entonces, la variada comercialización de diversos rubros y especies pasaría a un

segundo plano, debido a la inmensa trascendencia internacional de la exportación de

hidrocarburos. Durante los años setenta, la nacionalización de la industria petrolera, realizada por

Carlos Andrés Pérez, produjo un índice de ganancias que propició la importación de una

inimaginable  amalgama de productos, haciendo de la actividad portuaria un infaltable vínculo

económico que era necesario fortalecer y consolidar.

El Puerto sigue siendo un hijo agradecido de la ciudad; pues en el pasado, hizo de Maracaibo una

ciudad independiente, ajena a las mezquindades del centralismo; también le permitió desarrollar su

propia idiosincrasia, poniendo al alcance de la mano las novedades de la modernidad antes que a

cualquier otra región del país. Hoy cuenta con 1.500 mts. de muelle y 35 hectáreas para acopio de

mercancía, convirtiéndose así en un organismo autónomo de servicio público que contribuye con

ingresos significativos al desarrollo de la región.

Puerto a la vistaAbril 1, 2002

Por: Fanny Reyes / Robert Arapé Fotografías: Coleccion Kurt Nagel

Page 51: Articulos de Tendencia

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Hacia Europa y al resto del continente americano partían los buques cargados con las riquezas

naturales del occidente de Venezuela.

Desde los tiempos de la conquista y la colonización, Maracaibo fue un sitio estratégico para el

intercambio comercial entre las diferentes rutas fluviales que desembocaban o partían del Lago.

Los colonos europeos no tardaron en reconocer la importancia de esta zona como futuro centro

portuario, debido a la facilidad de comunicación con el mar Caribe, hecho que permitía, además,

que las provincias de Gibraltar, Mérida, Trujillo, Barinas y La Grita, tuvieran por esta vía un amplio

contacto con el mundo.

A comienzos del siglo XVII, nadie en la Gobernación de Venezuela dudaba de la relevancia que

había adquirido el Puerto de Maracaibo, pues junto al de La Guaira y Coro conformaba el punto

primordial de salida y entrada por rutas marítimas del territorio. Allí desembarcaban naves

procedentes de las islas Canarias; otras naves empacaban cacao, tabaco o café, y partían rumbo a

Cumaná y Margarita, o a Cartagena, Santo Domingo y Puerto Rico.

La zona portuaria era una encrucijada de rutas marítimas de comunicación permanente con

Moporo, Gibraltar, Puerto Zulia y el embarcadero de La Grita. Para la segunda mitad del siglo XVII,

el Puerto de Maracaibo estaba estrechamente ligado con los intereses económicos del Nuevo

Reino de Granada, convirtiéndose en todo un emporio donde arribaban buques procedentes de

Europa y América, equipados con mercancías para ser distribuidas en los diferentes pueblos y

provincias.

Refieren los historiadores que para el año 1752 el Puerto de Maracaibo era sólo una planchada

que permitía la carga y la descarga; pero el incremento de su actividad fue tal  (sobre todo por la

exportación de cacao por barcos de la Compañía Guipuzcoana) que obligó a las autoridades a

mejorar la infraestructura. Para el año de 1797, el Rey de España, Carlos V, aprobó la construcción

de un muelle de madera sólida, y, al año siguiente, fue declarado puerto mixto por Real Cédula

(disposición que para la época permitía al monarca conceder algunos beneficios). Entre los años

1796 y 1815 salía por las aguas del Lago de Maracaibo una variedad de productos como  azúcar,

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cueros, añil y maderas, etc., y por las mismas aguas lacustres llegaban al territorio marabino

aceites, telas y vinos.

Luego de un período de recesión comercial, durante la Guerra de Independecia, la actividad

portuaria resurgió con el estímulo de británicos y norteamericanos, en primera instancia; pero el

posicionamiento posterior de las firmas alemanas en la región, a mediados del siglo XIX, contribuyó

al imprescindible funcionamiento del Puerto para la nueva era de la nación que recién florecía.

En vista del deterioro del muelle y de la poca capacidad para la demanda de las abundantes

actividades mercantiles, la Diputación Provincial decretó en 1836 la construcción de un nuevo

muelle. La obra, que consistía en un malecón con más de 100 mts de largo, se inauguró en 1840,

durante la administración del General José Escolástico Andrade, y fue financiada por el

norteamericano Williams Dubs. Posteriormente, en 1871, fue reconstruido por mandato del General

Venancio Pulgar y mejorado en 1880 por el gobernador José Victoriano Guevara, a un costo de 80

mil bolívares.

Durante el gobierno de Joaquín Crespo se ordenó la extracción de las diferentes formaciones

rocosas asentadas en el fondo del Lago, las cuales habían provocado diversos inconvenientes a

las embarcaciones que debían atracar en Maracaibo. Esta fue la primera limpieza del cuerpo de

agua que respondió a las necesidades de mejorar las rutas lacutres, de recorrido ya diario. Así

mismo, la indetenible y cada vez creciente actividad portuaria propició que en marzo de 1892 se

decidiera una remodelación de gran envergadura en el Puerto: el proyecto contemplaba la

construcción de un malecón para buques de gran calado, el relleno de las orillas del Lago, la

construcción de un edificio para la aduana, la disposición de locales para almacenes, un aljibe y la 

demolición de la peña conocida como “la laja”.

La explotación petrolera que desencadenó Juan Vicente Gómez, dando un sinnúmero de

concesiones a compañías extranjeras, potenció al máximo el funcionamiento del puerto marabino.

De este modo, una remodelación acometida en el año 1927 permitió la llegada de robustos

trasatlánticos. El financiamiento de la obra alcanzó el millón de dólares americanos; su

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inauguración se concibió para el mes de febrero del año 1929, y dio lugar a la conocida zona de La

Ciega. Veinte años más tarde, Maracaibo tendría el tercer puerto más grande de Venezuela, con

una extensión de 500 mts. cuadrados.

A partir de entonces, la variada comercialización de diversos rubros y especies pasaría a un

segundo plano, debido a la inmensa trascendencia internacional de la exportación de

hidrocarburos. Durante los años setenta, la nacionalización de la industria petrolera, realizada por

Carlos Andrés Pérez, produjo un índice de ganancias que propició la importación de una

inimaginable  amalgama de productos, haciendo de la actividad portuaria un infaltable vínculo

económico que era necesario fortalecer y consolidar.

El Puerto sigue siendo un hijo agradecido de la ciudad; pues en el pasado, hizo de Maracaibo una

ciudad independiente, ajena a las mezquindades del centralismo; también le permitió desarrollar su

propia idiosincrasia, poniendo al alcance de la mano las novedades de la modernidad antes que a

cualquier otra región del país. Hoy cuenta con 1.500 mts. de muelle y 35 hectáreas para acopio de

mercancía, convirtiéndose así en un organismo autónomo de servicio público que contribuye con

ingresos significativos al desarrollo de la región.

El milagro del servicio telefónicoFebrero 1, 2002

Aunque los antiguos teléfonos nos parezcan obsoletos son el mejor testimonio de una indetenible evolución tecnológica.

Por:  Ronald González | Fotografías: DONDYKRIGA

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El lunes 5 de noviembre de 1888, 12 días después que la electricidad, el servicio telefónico

comenzó a prestarse en Maracaibo. El 11 de junio de 1883 se celebró una contratación entre el

ministro de Fomento de los Estados Unidos de Venezuela, Martín J. Sanabria, y el Sr. Derron,

representante de la Intercontinental de Teléfonos de New Jersey, para establecer líneas telefónicas

en el interior de las ciudades y pueblos del país. Así, en enero de 1884 ya había comunicación

entre Caracas y La Guaira, y estaban conectadas a la red todas las oficinas públicas de la capital.

Para 1888, la Intercontinental de Teléfonos de New Jersey había montado 776 aparatos telefónicos

en Caracas, La Guaira, Valencia y Puerto Cabello, pero este año, otra compañía, la American

Telephone Company (Consolidated), que introdujo en el país 1.250 teléfonos, fue la que se

encargó de que los marabinos estrenaran este avance tecnológico. Esta compañía, además de en

Maracaibo, estableció líneas telefónicas en Caracas, La Guaira, Antímano, Ciudad Bolívar, San

Cristóbal y Rubio.

El 31 de mayo de 1887 el gobierno de Antonio Guzmán Blanco firmó con la American Telephone

Company (Consolidated) la contratación para continuar la instalación del servicio telefónico a nivel

nacional, y al año siguiente obtuvo también las concesiones de la luz eléctrica y la fábrica de papel.

El primero de agosto de 1888, la American Telephone Company (Consolidated) y el Sr. Luis

Manuel Méndez convinieron construir una estación telefónica en Maracaibo, que constara por lo

menos de 80 teléfonos, la cual quedaría arrendada por 9 años al Sr. Méndez, agente en la ciudad

de esta trasnacional. Aquilino Orla, era el nombre del representante de la American Telephone

Company (Consolidated) en Caracas.

Pero como el contrato firmado entre la nación y la American Telephone Company (Consolidated)

menciona que “el gobierno no otorgará a ninguna otra persona o compañía iguales concesiones, ni

permitirá adiciones a contratos que se opongan al presente, durante el término de nueve años que

se contarán a partir de la fecha en que se firme, prorrogables por tres años más a juicio del

gobierno”, se intuye que la Intercontinental de Teléfonos de New Jersey y la propia American

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Telephone Company (Consolidated) debieron acordar el radio de acción de cada una o, en otras

palabras, la repartición del país de acuerdo a sus intereses.

En 1890, Nemecio García, un reconocido empresario de la ciudad y accionista del Banco de

Maracaibo, firma un contrato con el Concejo de Maracaibo para establecer una empresa de

teléfonos en la ciudad. Ante esto, Luis Manuel Méndez, agente en Maracaibo de la American

Telephone Company (Consolidated), introduce formalmente su protesta frente a esta decisión del

concejo. Y la respuesta del cabildo marabino fue la siguiente:

“Por lo expuesto, propone la comisión que, salva el ilustrado criterio, se declare infundada la

oposición que hace Luis M. Méndez al establecimiento de la nueva empresa de teléfonos que

propone  Nemecio García, y que se conceda a éste únicamente permiso para que pueda colocar la

maquinaria, postes y alambres, y demás útiles que necesite la realización de su proyecto”.

En resumen, la decisión la sustentó este cuerpo gubernamental en la libertad de industria que

consagra la constitución. Que Nemecio García se sumara como empresario en la prestación del

servicio telefónico en Maracaibo, se explica por efecto, en primer lugar, del deseo zuliano de

reaccionar ante el presidente Guzmán Blanco, quien con sus políticas propinaba atropellos a la

región y, en segundo lugar, por el precedente dejado por el empresario valenciano Jaime Felipe

Carrillo, que se quitó de encima a la American Telephone Company (Consolidated) y se reservó la

inauguración del alumbrado eléctrico en nuestra ciudad, el 24 de octubre de 1888.

La American Telephone Company (Consolidated), en manos de Luis Manuel Méndez, estableció

que cada suscriptor de esta ciudad tendría que pagar veintiséis bolívares mensuales, quedando

comprometidos en este mismo tipo todos los que vivan dentro de una milla. Siendo de advertir en

este último caso que si el número de suscriptores fuese menos de seis, los suscriptores están

obligados a hacer por su cuenta el gasto que se ocasione en la colocación de los postes y

alambres.

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Por otra parte, en el contrato firmado por Nemecio García, se dice que el contratista se

compromete a cobrar por alquiler mensual de cada aparato la cantidad de catorce bolívares, o sea,

veintiocho reales, y que los individuos que necesitaran aparatos fuera de la población pagarían la

misma cuota de 14 bolívares mensuales, previo arreglo con el contratista en materia de gastos de

instalación. De modo que mejor oferta, ofrecía Nemecio García en comparación con Luis Manuel

Méndez desde la American Telephone Company (Consolidated).

Pero el honor de haber traído el servicio telefónico por primera vez a Maracaibo le corresponde a la

American Telephone Company (Consolidated), que en nuestro caso pasó a llamarse Maracaibo

Telephone Company (Consolidated), y a su agente Luis Manuel Méndez.

El 18 de julio de 1888, la empresa anuncia que instalará el servicio telefónico; el 30 de agosto

había una lista de 77 suscriptores, y felizmente es el lunes 5 de noviembre de 1888 cuando

cincuenta aparatos son puestos en funcionamiento, pese a que los anotados en espera superaban

la centena para ese ansiado lunes.

La lista de suscriptores la encabezaba la firma de Eduardo Bozo & Co., una firma de comisionistas,

y el primer negocio en anunciar su número telefónico por la prensa local fue el Almacén Louvre,

teléfono número 17, de Minlos, Breuer & Co.

El humilde CampaneroFebrero 1, 2002

Por: Ronald González

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Moisés Martínez, quien compuso la gaita conocida como La Campeona, pero cuyo nombre es gaita

zuliana, conoció a Rubén El Campanero, a Rubén Aguirre. Moisés era monaguillo y campanero de

la Basílica, y dice que Rubén era un hombre inmenso. Lo que más lo une al recuerdo de Rubén es

que en una Navidad Moisés le escribió unas palabras en una tarjeta expresándole sus buenos

deseos de Felices Pascuas y venturoso Año Nuevo, y tanto ese gesto le llegó en el corazón a

Rubén, que le confesó a María de Jesús Martínez, la hermana de Moisés, que el único que se

había acordado de él en aquella Navidad era Moisés.

María de Jesús Martínez, por su parte, calcula que Rubén medía 1.90; era un hombre alto y fuerte,

dice sin dudas. Humberto Rodríguez, el cronista de la gaita, añade que Rubén, Rubén Aguirre, era

un hombre muy introvertido.

Enairo Villasmil, conocido entre nosotros como el joyero de la virgen, da cuenta de ser un hombre

muy observador por la cantidad de datos que sabe del personaje del campanario de la Basílica.

Enairo cuenta que el humilde campanero era un hombre moreno, doble, corpulento; y que sus pies

parecían unos cayucos. Tocaba las campanas con los pies, pero esto no lo hacía por flojo. Rubén

se amarraba el cabestro al dedo gordo del pie, y se dormía. Cuando el reloj del templo indicaba

que era hora de la misa, Rubén se despertaba y batía su pierna para hacer repicar las campanas.

Esta actitud tenía que ver con ese fervor que Rubén sentía por su labor, y, de hecho, se cree que

el campanero vivía en la basílica.

“Rubén se sentaba al pie de sus pilares. Era muy atento, yo nunca lo vi malgenioso”, recuerda el

joyero. Durante las procesiones, y durante la entrega de los pasquines (volantes en los que se

enunciaba el programa de las festividades), Rubén salía a la cabeza cargando un farol o la

bandera de la virgen, cuyos colores son el blanco y el celeste. Se distinguía entre la gente por su

gran altura, de manera que era fácil reconocerlo a distancia. Tan pronto partía la procesión, Rubén

subía a repicar las campanas y luego se unía a la marcha de la multitud, y faltando dos o tres

cuadras para que el paseo de la patrona concluyera, el campanero se adelantaba y subía de nuevo

a anunciar el regreso de la virgen a su recinto.

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“Recuerdo, estamos hablando de los años 30,40, que tenía el pelo canoso y bajito, yo tenía para

ese entones 14, 15 años, pues yo nací el 4 de mayo de 1929 ”, rememora Enairo Villasmil. “Rubén

hablaba pausado, tranquilo. Parece que lo estoy viendo”, continúa. Lo tildaban de bobo, pero lo

cierto es que fue un hombre muy sano, no decía groserías.

Con vívida memoria el devoto de la virgen describe al popular personaje: Rubén era tan grande

que llamaba la atención de cualquiera. Se me viene a la mente, de saco, con franela, con unas

mangas largas, con un traje que se asemeja a un Liqui-liqui. Rubén era educado, era un hombre

que sabía, no en conocimiento, sino de la vida; tenía esa virtud que tiene cierta gente, que se le

sale por la mirada, y era que cuidaba eso – a la Virgen, el templo, los bancos, todo- como cuidaba

sus ojos. Era la época que a los niños sus padres no los dejaban estar fuera de sus casas después

de las 9 de la noche, al tiempo que no se les permitía escuchar las conversaciones de los adultos.

Rubén tomó rumbo al cielo lo dice Enairo con la voz de quien lo viviera-; creo que lo velaron en la

Basílica. La gente, en son de broma, decía que Rubén era un hombre pausado, no por gusto sino

por necesidad, pues era difícil llevar la vida con prisa para una persona con su peso. Decían que

Rubén era como un barco: grande, ande o no ande. El campanero era un hombre con mucho

sentido del agradecimiento. Rubén, en la Basílica, no era monaguillo, ayudaba en todo pero no era

monaguillo. Su piel era marrón claro, y su cara era grande. Rubén adoraba esas campanas, era

hombre importante en El Saladillo, pero yo sé que él sentía, que él simplemente cumplía con su

deber: tañer las campanas.

La galaxia de GuacoFebrero 1, 2002

Por: Ronald González

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Un hecho muy importante musicalmente para Venezuela ocurrió durante los años 50, década que

despidió desde el punto de vista formal lo que el país conoció como dictadura. Este hecho fue el

nacimiento de Guaco, la superbanda de Venezuela en el lenguaje de los locutores.

Guaco es un ave de cuerpo negro y vientre blanco, pico negro y fuerte, alas cortas y cola larga. Un

guaco atravesó el espacio aéreo de la urbanización Sucre de Maracaibo un día afortunado de

noviembre; voló sobre las cabezas de Alfonso “Pompo” Aguado, de su hermana Eliette y de

algunos vecinos, cuando todos parían un nombre para su entonces improvisado conjunto gaitero; y

fue así como la coincidencia bautizó lo que hoy en día amplios públicos reconocen sin vacilación: el

sonido Guaco.

De toques en la calle o en fiestas navideñas con base en letras gaiteras aprendidas gracias a que

el dulce estruendo se encargaba cada mañana de despertarlos, los muchachos de Guaco subieron

un primer peldaño tras grabar en 1961 doce parrandas, lo que marcó la incursión en la discografía

de la agrupación.

A Guaco se suma Gustavo Aguado cuando tenía 13 años, una etapa novicia durante la cual

tocaban y atendían la clientela en un local llamado La Balalaika, en Maracaibo; anteriormente la

voz líder provenía de la garganta de Amílcar Boscán. Marcharon a Caracas y dieron forma a su

popularidad trabajando durante cinco años en Hawai Kai, grabando anualmente un disco y

obsequiando cada noviembre una gaita a La Chinita, a Nuestra Señora del Rosario de

Chiquinquirá, la patrona también de sus éxitos.

Guaco debe su poción al hallazgo de Alfonso Aguado en la entrada del pueblo falconiano de

Adícora, de dos niños que, con botellas rotas y papel celofán, generaban un sonido que lo deleitó

de inmediato, por lo que decidió sumar a la joven orquesta instrumentos de viento. De allí, en parte,

el motivo por el cual usted escucha sin previo aviso una canción, y durante los segundos iniciales

ya tiene claro que se trata de Guaco.

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Una banda con 125 años de historiaOctubre 1, 2003

La más antigua institución musical nacida en Maracaibo es la Banda de Conciertos Simón Bolívar. Indica la obra Diccionario

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General del Zulia que fue fundada el 9 de febrero de 1878 por decreto del presidente del estado, general Bernardo Tinedo Velazco, al constituir la escuela de música en especialidad de banda dirigida por Franco Graciossi, recién llegado de Italia.

Por Ronald González

La banda ha tenido varios nombres durante sus 125 años de historia. Como Banda Cívica, Banda

Bolívar, Banda Gómez y Banda del Estado ha sido conocida, y es desde 1965 gracias al director

Alberto Villasmil Romay que está designada Banda de Conciertos Simón Bolívar, un nombre que le

queda magistral.

 

En la edición del diario Panorama del sábado 11 de marzo de 1972, en la cual se reseñan los 94

años de la institución, se explica que la banda de 1878 estaba integrada por diecisiete ejecutantes,

y los instrumentos eran un bombo, un cornetín, un trombón, un platillero, un clarinete, un cornetín

segundo, un cornetín tercero, un barítono, un clarinete segundo, un clarinete tercero, un trombón

segundo, un trombón tercero, una tuba, un bombardino y un redoblante.

 

En esta misma edición quien dirigía el Archivo General del Estado, historiador Antonio Gómez

Espinoza, dejó asentado que “hablar de la Banda Sinfónica del Estado equivale a referirse a la

historia de nuestra música desde finales del siglo XIX hasta el presente”.

Los maestros Ulises Acosta y Luis Guillermo Campos estuvieron al frente de la banda antes que

ocupara su dirección Lucidio Quintero Simanca. El Diccionario General del Zulia apunta que Ulises

Acosta desde 1943 hasta 1952 trabajó como violinista en Radio Caracas, y luego pasó a ser

director musical del circuito Coraven, integrado por Radio Caracas Radio, Ondas Populares y

Radio Caracas Televisión hasta 1970, donde dirigió la programación musical del Show de Renny,

Yolanda Moreno y otros espacios; además compuso más de 150 temas para televisión.

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Luis Guillermo Campos, señala el Diccionario General del Zulia, fue por 53 años (1939-1992)

integrante de la hoy Banda de Conciertos Simón Bolívar como trombonista y trompetista,

subdirector y director.

En artículo escrito por el actual director de la Banda de Conciertos Simón Bolívar, maestro Lucidio

Quintero Simanca, se afirma que la palabra banda significa faja, fleje, lazo o unión, y se comenzó a

aplicar para designar al grupo de guerreros o soldados que debían cumplir la misión de enardecer

y redoblar con sus sonidos y ritmos el ánimo de los combatientes, ya que la banda venía a cumplir

la función de enlace y coordinación de las tropas.

 

En Esparta, continúa Lucidio Quintero, los soldados marchaban al combate al son de los aulos o

clarines, con el fin de mantener un correcto orden en la formación y un mismo ritmo en la marcha.

Antes de la batalla, los aulistas tocaban un “preludio” con el objeto de poner a los soldados en

disposición de ánimo para la lucha, mientras que el llamado “canto de castor” constituía la señal

para el ataque.

 

Desde Los Haticos hasta El Milagro por un realMayo 1, 2003

Por: Ronald Gonzalez

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El 28 de marzo de 1883, como lo explica el Dr. Orlando Arrieta en su libro Para la Historia de

Maracaibo, el Br. Manuel Soto, actuando como Presidente del Concejo Municipal del Distrito

Maracaibo, y el Sr. Rafael Nones, en representación de la Empresa el Cojo, firmaron un contrato

con el objeto de establecer una línea de tranvías desde Los Haticos hasta El Empedrao, que serían

impulsados a fuerza animal, específicamente por mulas. Se formó entonces la Compañía Anónima

Tranvías de Maracaibo con un capital de 73 mil bolívares, iniciándose la construcción de la línea

férrea bajo la dirección del Sr. Ezequiel Soto. El promotor de la empresa fue el Sr. Manuel María

Echezuría, quien tenía una compañía de carácter nacional denominada Empresa El Cojo.

Fue desde el 5 de octubre de 1884 que los pobladores de Maracaibo por primera vez pudieron

transportarse embarcados en un tranvía. En esta fecha se inauguró la ruta Mercado Principal-Los

Haticos, que abarcaba 3 mil 150 metros, y estaba dotada de dos ca-rros de pasajeros con 9 bestias

de tiro cada uno. El tranvía llegaba hasta el final del barrio Los Haticos.

La segunda etapa de la ruta de Los Haticos se inauguró en marzo de 1885, y era una prolongación

de la línea hasta el vecindario de La Arriaga.

El 6 de enero de 1886 se puso en servicio el tranvía de la ruta Mercado Principal-Punta de

Empedrao, de una distancia de 2 mil 150 metros, dotada igualmente de dos carros de pasajeros

halados por 9 mulas cada uno. El 2 mayo de 1889 se le añadió a esta ruta un tramo de mil metros,

que terminaba en el sitio denominado La Calzada, con lo que quedaba equiparada la magnitud de

su recorrido con la del tranvía pionero, el de Los Haticos.

El precio fijo del pasaje para transportarse en las unidades pertenecientes a la empresa Tranvías

de Maracaibo era de 0,25 céntimos, pago que permitía acceder a realizar la totalidad del reco-rrido

en uno u otro sentido.

Narra el cronista Orlando Arrieta que los rieles del tranvía estaban fijados sobre la arena, y el

vagón, abierto a los lados pero techado, poseía cuatro bancas donde en cada una se sentaban

cuatro personas. Cada tranvía contaba con un conductor que manejaba y un colector que se

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encargaba de cobrar el valor del pasaje. No se permitía fumar a los hombres pero sí estaba

permitido a las mujeres.

Escribe Orlando Arrieta en Para la Historia de Maracaibo que el 19 de septiembre de 1891 el Sr.

Andrés Espina instaló el tranvía de vapor de Bella Vista. La obra fue hecha  por la firma Nemecio

García & Co. El ingeniero fue Hermócrates Parra, quien recibió la cantidad de 10 mil pesos

macuquinos por el trabajo. Esta vía se hizo para darle servicio a esta populosa zona residencial. La

compañía disponía de un capital de 600 mil bolívares, cuatro locomotoras y diez vagones, cons-

truidos por la Baldwin Locomotive Works de Filadelfia, Estados Unidos, destinados a pasajeros y

carga. Transportaba la carne desde el matadero hasta el mercado principal. Hacía el recorrido

desde el final de la calle Obispo Lasso, pasando por el frente de la cárcel pública y American Bar,

hasta terminar en la Plaza del Buen Maestro. En 1918 fue sustituido por un tranvía eléctrico, que

funcionó hasta finales de la década de 1930.

Relata Don Régulo Díaz “Kuruvinda” en relació con el tranvía de Bella Vista, que “en la temporada

de los brizotes, que soplan muy recio desde fines de noviembre hasta abril, y aún recrudecen en

julio, las chispas que producían las locomotoras ponían en grave peligro a los moradores de las

casitas de techos de enea. Una vez durante un fuerte ventarrón las chispas del “ferro” incendiaron

casi toda la cuadra de la calle Obispo Lasso que está entre la calle Pacheco y la Cárcel Pública”.

La ciudad de HoetOctubre 1, 2004

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Gracias a León Hoet, el General Vincencio Pérez Soto entró en la historia del Zulia como el auténtico e indiscutible pionero en el siglo XX de la transformación urbana de Maracaibo. Hoet contribuyó al desarrollo y embellecimiento de su ciudad de adopción, Maracaibo, con la edificación de muchísimas construcciones, inspirándose en las formas y en las tendencias arquitectónicas de su Bélgica natal.

Por Ronald González. Fotos cortesía: Grete de Fejérrári

León Aquiles Jerónimo Hoet nació el 10 de septiembre de 1891 en Lichtervelde, Bélgica. A la edad

de 16 años se tituló de agrimensor en la Escuela de Puentes y Carreteras del Estado, ubicada en

la ciudad belga de Brujas, donde había ingresado cuando tenía 9 años.

La Primera Guerra Mundial lo hace emigrar a los Estados Unidos, y de este país viene a

Venezuela, donde trabaja para la Caribbean Petroleum Corporation como ingeniero constructor,

desde 1919 hasta 1926, dedicado a las edificaciones industriales y a las viviendas. La Caribbean

era la subsidiaria de la Royal Dutch-Shell, compañía anglo-holandesa con sede principal en

Londres. La sede central de la Caribbean en Maracaibo se estableció en el palacete que había

construido en Los Haticos el importante hombre de empresas y promotor de ferrocarriles, Benito

Roncajolo. El Palacio Roncajolo, como más se recuerda, estaba ubicado donde hoy está el Ince

industrial.

El 7 de junio de 1926 ocupó el gobierno del Zulia el general Vincencio Pérez Soto, y ello vino a

significar la aparición de Hoet al frente de cuanta obra Pérez Soto quería ejecutar. La “Oficina

Técnica L. J. Hoet” estaba instalada en la calle Colón 87.

Mercado de Maracaibo, hoy Centro de Arte de Maracaibo “Lía Bermúdez”

Las estructuras que llegan de Londres eran producidas en serie y vendidas entre varios países.

Sus componentes no eran de los más simples, porque entre ellos se destacaban arcos y cúpulas.

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Por sus dimensiones y volumen sobrepasan cualquier otro edificio en Maracaibo, y hasta en escala

nacional podría ser considerada como la más grande construcción de hierro. El mercado de San

Jacinto en Caracas tenía una superficie mayor, pero se componía de varios elementos unidos en

naves paralelas o perpendiculares.

Aquí había una sola inmensa estructura, cuyo manejo exigía exactitud y pericia. León Hoet había

adquirido una excelente práctica en las construcciones de hierro durante los primeros años de su

estadía en Venezuela, cuando trabajaba para la Caribbean Petroleum Corporation.

Teatro Baralt

El 19 de diciembre de 1932 se inauguró por segunda vez el teatro Baralt, proyectado y guiada su

construcción por Hoet. Este teatro Baralt, que le sigue al que Guzmán Blanco inauguró el 24 de

julio de 1883, tiene una enorme semejanza con la Estación Central de Ferrocarril en Amberes,

construida en los años 1912-1913, es decir, en el período en el cual el joven ingeniero estaba en

sus primeras experiencias profesionales.

Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá y San Juan de Dios

El santuario terminado en 1932 fue proyectado por Pedro Rojas. Hoet entró a participar en esta

obra. La presencia de su estilo se puede apreciar en la terminación de las fachadas laterales y de

las to-rres, y además en los esquineros almohadillados de las torres y en los relieves y ventanas

laterales de decidido corte rectangular.

Conjunto Proinfancia

La construcción fue llevada a cabo bajo la dirección de su propio proyectista, Hoet, en su fase

inicial, y luego por el ingeniero José Gilberto Belloso durante 1931. Esto se debió al hecho de que

al mismo tiempo se levantaba el teatro Baralt y no era posible para Hoet conducir a la vez dos

obras de tal envergadura.

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Las raíces belgas de Hoet se plasmaron, como en el teatro Baralt, en uno de los nueve

componentes del Proinfancia, la capilla de Santa Teresita, pues ésta tiene un gran parecido con la

capilla del Panteón de los Reyes de Bélgica en Laeken, que está integrada a una iglesia neogótica

diseñada en 1875 por el arquitecto Poelaert, quien es el autor del Palacio de Justicia en Bruselas.

Museo Urdaneta

Alrededor de 1930 el estado de la casa natal del general Urdaneta era deplorable. El gobierno de

Vincencio Pérez Soto pidió a Hoet construir en el mismo sitio una nueva edificación, cuya

destinación tenía que ser no la del museo sino la del Dispensario Antituberculoso. Fue el

presidente del Estado Luis Roncajolo en 1936, es decir después de la caída de Gómez, quien

decidió convertir este edificio en el Museo Urdaneta, lo que se facilitó gracias al diseño de Hoet,

que evocaba las formas originales de la casa natal de Urdaneta y el espíritu de la arquitectura

marabina.

Reformatorio para Menores, hoy Centro de Desarrollo “Dr. Rafael Cuenca”, en Sabaneta

En 1937 Hoet construyó este establecimiento. Tanto los aleros, como la forma de los techos de dos

y cuatro aguas, emparentan formalmente este conjunto con las construcciones que se levantaban

entonces en los campamentos petroleros. La morfología de aquellas arquitecturas, al igual que la

del retén de Sabaneta, fue el resultado del particular cuidado con el cual se quiso responder a las

condiciones climáticas locales, sin recurrir a los dispositivos mecánicos, hoy tan comunes y que

tanto encarecen los costos de construcción.

Cemento deficiente, a juicio de Hoet

Hoy, el cemento nacional producido en varias fábricas, es uno de los mejores del mundo, pero

todavía en los años 30 había que recorrer un largo trecho para llegar a la optimización de la

calidad. El 25 de noviembre de 1935 el ingeniero Hoet dirige una carta a la casa Mac Gregor & Co.,

a la cual había comprado casi mil sacos de cemento nacional marca Pantera, y expresa: “El color

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es a veces más claro y otras veces más oscuro, más subido que el color gris natural; esto se nota,

por ejemplo, cuando se hace un piso de cierta extensión. En cuanto a la calidad, el fraguado inicial

es en ocasiones más lento que en otras; el fraguado definitivo también difiere algo, en resistencia,

de un lote a otro. Recientemente en la reconstrucción del edificio donde funcionaba el hotel Roma,

calle Ciencias 34, me fue entregado un lote de diez sacos de cemento Pantera que, de seguro,

había ya perdido su fuerza, porque la platabanda que se hizo con ellos tuvo que ser quitada y

reconstruida, no habiendo fraguado el concreto a los cuatro días. El concreto se desmoronaba con

la presión de las manos”.

Negocios independientes

El 25 de febrero de 1935 Hoet estableció un taller de galvanización y metalización por el

procedimiento Scoop. En el taller se metalizaban los recipientes para agua, leche, cerveza y otros

líquidos. Entre los clientes figuraban la cervecería Regional, Gran Ferrocarril La Ceiba, Maracaibo

Potable Water Co., C.A. Polar, Helados El Polo, Cervecerías Unidas Zulia & Maracaibo, el club

Blue Book, Destiladora Maracaibo, el Ingeniero Friederich Pohrt, etc.

León Hoet estableció con su hermano Jerome la compañía Hoet Brothers, agentes para

Venezuela, Caracas, Aruba y Trinidad, de exportación e importación de maquinarias y materiales

de construcción, madera, etc. Basado en este apoyo, además del taller de metalización, tenía en

funcionamiento también la maquinaria para la fabricación de bloques de concreto. En las largas y

minuciosas cartas que Jerome dirigía a su hermano León hay referencias a distintos renglones,

tales como las sillas para el teatro Baralt, compresores y motores eléctricos, productos fotográficos,

en los cuales la firma belga AGFA podría ofrecer buenas posibilidades, exportación de papas, etc.

El trabajo en el taller de galvanización y me-talización estuvo paralizado temporalmente debido a

que Hoet dedicaba todas las energías atendiendo los encargos del gobierno. Estaba pendiente la

construcción del edificio Pasaje del Lago, la construcción de casas (Lago, Zamuro, Regional),

mensuras de las haciendas Buena Vista y Río Viejo, construcción de los edificios comerciales de

Numa P. León y del Dr. Quintero Luzardo, y finalmente el ensanche del Hotel Granada.

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Después de reanudarse las actividades en el taller, éste vuelve a cerrarse temporalmente en abril

de 1939 por tener dos contratos de cons-trucción con la Caribbean Petroleum y la conclusión de

las bombas de gasolina American Bar y Las Delicias. Asimismo el inicio de la Segunda Guerra

Mundial iba a dificultar las labores en el taller de metalización, al comprometerse la dotación de

alambre, estaño y cobre.

Hoet también abrió una taller de grabación en rocalita, un material plástico que puede fa-bricarse

en blanco, negro y otros colores, y que sirve como fondo para letreros informativos o publicitarios.

Hoet registra este taller a nombre de sus hijas, las hermanas “Hoet Linares”, para introducirlas en

ese oficio, nuevo para aquel entonces, y hoy tan difundido en la actividad de las compañías

publicitarias.

Aeropuerto Grano de Oro

Los trabajos del aeropuerto Grano de Oro se inician con la colaboración de Pan American Airways,

a partir de 1930, y luego siguen bajo la dirección de ingenieros venezolanos, de Ernesto León en

1933, y finalmente de León J. Hoet diez años más tarde. Abarcaban el campo y las pistas de

aterrizaje, los hangares y la primera estación de pasajeros. Estas obras, rea-lizadas a pleno sol,

eran particularmente exte-nuantes, hasta el punto que a ellas se atribuye la causa de la muerte de

Hoet, acaecida el 18 de enero de 1944.

En Hoet llama la atención la gran concentración de trabajo realizado en tan breve tiempo, prueba

irrefutable de una laboriosidad poco común, y de una pasión por la profesión ingenieril entendida

en su expresión más amplia. En ella se mezclaban e interrelacionaban los trabajos de topografía,

las instalaciones industriales, la organización y dirección de obras civiles, particularmente la

construcción de edificios, el di-seño de proyectos de arquitectura y la elaboración de cálculos

estructurales.

Hoet: Obras y más obras

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-Conversión en 1932 del puente El manglar -hoy puente España en Los Haticos- de puente de

madera a puente de concreto.

- Reconstrucción de la plaza Urdaneta

- Pavimentación con “macadam petrolizado” de varias calles de la ciudad, incluyendo la “ca-rretera

Bella Vista”.

- Remodelación de la cárcel pública

- Inicio de la construcción de un nuevo Palacio Municipal

- Reformas en el Palacio de Gobierno

- Montaje para el nuevo matadero, de una estructura de hierro comprada en Alemania, en el mismo

lugar del matadero anterior, en la playa de Bella Vista, a cinco kilómetros del centro de la ciudad.

(Demolido luego).

- Reparaciones en el Hospital Psiquiátrico y cambio de fachada.

- Construcción de la plaza del Buen Maestro al final de la carretera de Bella Vista.

-Reconstrucción de la plaza Bolívar. Se pavimentó de mosaico, se le instaló una fuente luminosa y

se le dotó con un mejor alumbrado.

-Construcción del hoy edificio de los Seguros Sociales, que nació con el nombre de Dispensario

Profiláctico.

- Pasajes Lago y Colón

-Expansión del colegio Pilar

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Fuente: León Achiel Jerome Hoet Un Ingeniero de la Vieja Maracaibo por Leszek Zawisza

Foto del Teatro Baralt: “Teatro Baralt en los años Cuarenta. Cortesía de Kurt Nagel von jess.

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La huella del saladillo es el espiritu del maracaiberoMayo 1, 2004

El Saladillo nació como un caserío a fines del siglo diecisiete, cuando el capitán Juan de Andrade decidió fabricar una ermita para consagrarla al culto de San Juan de Dios. El sentimiento religioso congregó a los vecinos y éstos comenzaron a levantar sus viviendas de barro y palmas alrededor del templo. La comunidad se fue expandiendo a medida que la ermita era mejorada, hasta adquirir verdadera fisonomía de barrio después que una mujer del pueblo hizo el hallazgo de una tablita con la imagen de la virgen de Chiquinquirá, cuyo primer milagro fue el de preferir la pequeña iglesia saladillera como sede, cuando trataban de llevarla en procesión hasta la Catedral. El hecho de que El Saladillo le haya dado al Zulia su patrona, fue como un halo para todo su desarrollo posterior

Por Ronald González

 

A la consolidación del barrio también contribuyó la edificación del hospital Chiquinquirá cuando

más agudos eran los problemas de salud pública en el barrio, así como la plaza de San Juan de

Dios, pues fue éste el sitio donde se congregaban los ciudadanos para hacer sus planteamientos

públicos, los caudillos y líderes políticos realizaban sus campañas, los gobiernos atrincheraban sus

fuerzas para hacer frente a las montoneras que llegaban desde las sabanas y el culto a la

Chiquinquirá alcanzaba su clímax, ya que en la plaza se reúnen los vecinos –y la convierten en

escenario jubiloso- durante varios días, en la segunda quincena de noviembre, para demostrar su

fe en la patrona.

 

Bienvenidos a El Saladillo

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Para la última década del siglo XIX en el Saladillo existían 7 almacenes, 3 tiendas, 8 bodegas, 62

pulperías, una licorería, 2 billares, 6 boticas, 4 panaderías, 2 caballerizas, 2 cocheras, un horno

de     alfarería, 6 para loza, 2 aserraderos de vapor, 9 de mano, 3 alambiques, una fábrica de

escobas de sorgo, una fábrica de fideos y una pesa de carne. Además 5 platerías, 16 carpinterías,

5 zapaterías, 10 herrerías, 3 fundiciones en pequeño y 4 sastrerías.

 

El barrio El Saladillo estaba comprendido entre la calle Pacheco ó 92 al norte; la calle de La

Marina, hoy avenida Libertador, al sur; la avenida 11  ó calle Ayacucho al este, y Las Delicias al

oeste. Cincuenta hectáreas habitadas por 15 mil personas en 1.900 inmuebles distribuidos en 59

manzanas.

 

Este barrio, que desapareció a partir de 1970, era mucho más antiguo que Santa Lucía, que data

de mediados del siglo diecinueve. Su arquitectura consistía en viejas casas pintadas con colores

vivos, con sus altos portones y ventanales, sus zaguanes, sus patios interiores, con bahareques y

sus techos de teja roja, sus frisos y gárgolas, el aljibe, mamparas y romanillas. En el Saladillo

estaban asentados sitios típicos como La Mala Ley, el Fuego Vivo, La Perdición, Los Biombos, el

Mandador, el Alto de la Mina, la calle Pascualito, el Caracol, los Tres Cujíes, el Mosquito, el

Callejón de la Gaveta, Puerto Arturo, la Carmelera y la VOC.

 

El Saladillo cobró cierta negra fama en las primeras décadas del siglo veinte, a causa de las

pandillas de guapetones que asolaban sus calles, escribe Ciro Urdaneta Bravo en Pequeña

Historia del Saladillo. Muchos de estos matones –continúa- no eran nativos de El Saladillo, pero

vivían allí amparados en la ausencia de alumbrado y la enredada topografía del barrio.

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Adiós al barrio pionero

El viernes 20 de marzo de 1970, el presidente Rafael Caldera vino a Maracaibo a dar inicio a los

trabajos de demolición de El Saladillo; el mismo día inauguró la avenida Sabaneta y al día siguiente

la avenida La Limpia.

 

El barrio El Saladillo, según promesa del Banco Obrero, lo que hoy es el Instituto Nacional de la

Vivienda, se convertiría en la Urbanización El Saladillo, un conjunto residencial integrado por 3 mil

500 unidades de vivienda, lo que nunca sucedió.

 

Un estudio del Centro Libertador, uno de los entes ejecutores de la obra, señalaba que a finales de

la década de los 60 y comienzos de los 70 las inversiones en el casco central de Maracaibo no

estaban al nivel de su categoría urbana, lo cual había creado condiciones de estancamiento y

deterioro en relación con el potencial que representan las áreas centrales de la ciudad por su valor

intrínseco, por lo que se hacía necesario emprender la renovación urbana del casco tradicional de

Maracaibo, para asegurar su rehabilitación dentro de la geografía de la ciudad y lograr la utilización

óptima del recurso económico del espacio urbano central.

 

Historias de El Saladillo

- Monseñor Olegario Villalobos, nacido el 26 de octubre de 1888 en la calle Padre Áñez del

Saladillo, fundó en 1920 el asilo San José de la Montaña, en 1939 la emisora La Voz de la Fe, en

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1942 organizó la junta pro coronación de la Virgen de Chiquinquirá y en 1954 fundó el Hogar

Clínica San Rafael.

 

- En entrevista que le hiciese Manuel Matos Romero al científico venezolano más grande de todos

los tiempos, el Dr. Humberto Fernández Morán, éste afirmó: “Yo nací cerca del Puente España, es

decir, en el Hospital Chiquinquirá de Maracaibo, y mi familia viene de un pueblo humilde llamado

La Cañada, Distrito Urdaneta del estado Zulia, y el hecho de que yo haya llegado tan alto, se debe

precisamente a una madre y a un padre que me animaron a seguir el ejemplo de nuestros

libertadores”.

 

- Uno de los fundadores del Círculo Artístico del Zulia en 1916 fue el pintor Neptalí Rincón

Urdaneta, nacido el 28 de julio de 1888 en una casa de enea de la calle Los Biombos, en El

Saladillo, y fallecido el 17 de agosto de 1954 en su casa-taller, de la que fue calle Ciencias, o

Derecha. A los 16 años de edad, Rincón instaló una barbería en el célebre callejón de Carica.

Mientras esperaba clientes, el joven fígaro se ocupaba de hacer dibujos y caricaturas en las

paredes del local.

 

Una vez llegó a la barbería el conocido pintor don Julio Árraga, admirado y querido en Maracaibo y

quien se desempeñaba como profesor de dibujo en los más reputados colegios de la ciudad, y

quedó impresionado con los espontáneos trazos de Rincón, y al constatar que lo hacía por

inclinación vocacional lo invitó a que asistiera a las clases que él daba en su estudio particular en la

calle Derecha, entre Milagro y Ayacucho, donde adquirió lo elementales conocimientos técnicos. La

Escuela Superior de Arte, perteneciente a la Secretaría de Cultura del Estado Zulia, lleva el nombre

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de Neptalí Rincón, quien, a su vez, es el padre de Rafael Rincón González, el pintor musical del

Zulia, como lo bautizara Rafael Parra Bernal.

 

- Uno de los músicos más notables del Saladillo es Amable Torres, quien compuso la contradanza

La Reina, considerada por su arquitectura rítmica como una de las piezas populares más logradas

de las que se han producido en el país. Nació en 1860 y murió el 12 de enero de 1908. Amable

Torres presentó en el Club del Comercio de Maracaibo su célebre contradanza con el título Los

Aires del Milagro, pero tuvo un éxito de tal dimensión que Willy Larsen, comerciante alemán amigo

del compositor, le cambió el nombre, porque a su juicio esta composición merecía ser la reina de

las contradanzas.

 

- Roñoquero y Mamblea, ambos nacidos en El Saladillo, fueron los personajes más celebrados por

el pueblo zuliano durante más de medio siglo y sus chispeantes ocurrencias han sido incorporadas

al folklore regional. Roñoquero, que se llamaba Carlos Bernal Mijares y nació en la calle El Sol, y

Mamblea, cuyo nombre era Manuel Prieto y nació en el callejón de la Gaveta, fueron, a juicio de

Gustavo Ocando Yamarte, “genios populares, la síntesis de un pueblo que vive en la calle. Cada

maracaibero lleva en su intimidad a un Roñoquero y a un Mamblea por lo exagerado, malicioso,

suspicaz, por la fantasía mi-llonaria”. Roñoquero murió el 20 de julio de 1963 y Mamblea el 5 de

febrero de 1969.

 

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Maracaibo, tierra de inmigrantesMarzo 1, 2004

 Por Ronald González. Fotografías: Cortesía de Kurt Nagel von Jess

 

El caudal humano que ha ido nutriendo los ríos de nuestra historia, expone en 1982 Godofredo

González, presidente del Congreso Nacional, no pocas veces ha sido alimentado por la semilla del

inmigrante. Aquellos aventureros que llegaron desde Europa, ávidos de oro y tierras, fueron

tendiendo los comienzos de una larga lista de hilos que entretejen en nuestras raíces apellidos

canarios, vascos, ingleses, portugueses, alemanes, franceses e italianos.

Señala el historiador Francisco González Guinan que la inmigración de individuos naturales de las

Islas Canarias fue la primera que se favoreció, por la identidad de costumbres, de religión y de

lenguas; se inició en pequeñas proporciones y se desarrolló lentamente, pero dio buenos

resultados al país, porque los inmigrantes eran laboriosos y fácilmente conna-turalizaban y se

mezclaban socialmente con los venezolanos.

En 1830, el general José Antonio Páez advierte que es indispensable revitalizar el caudal humano,

depauperado en la gesta libertadora. Que con sólo 800 mil venezolanos diseminados en

proyección desértica por el vasto territorio de la nación no se podrá ir adelante. Que hace falta el

concurso de hombres de ideas y de energías nuevas para el impulso creador. Y por eso comienza

por abrirle las puertas de la República a quienes se habían tenido que ausentar por causa de la

guerra. Quiere que regresen todos los que traigan el propósito sincero de trabajar. Y aspira a más

aún: a que vengan gentes de las Canarias y de Europa.

 

Maracaibo: predominio alemán desde mediados del siglo XIX

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Todo el café de la cordillera y el expendio de víveres y mercancías secas estaba monopolizado por

las empresas ale-manas, especialmente por Breuer Moller y Blohm y Compañía. Eran los

importadores y exportadores, prestamistas y banqueros de todo el occidente, señala Mariano Picón

Salas en Los días de Cipriano Castro.

 

Los comerciantes alemanes obtuvieron esta información de todo ese potencial económico a través

de la isla de Saint Thomas y algunas otras posesiones coloniales. Salían de Hamburgo y otras

ciudades vía Nueva York, donde luego se embarcaban por lo general en la famosa Red D Line

hasta Curazao, y finalmente viajaban en pequeñas goletas a Maracaibo, ya que por lo profundo de

la barra no podían pasar barcos grandes, explica Carmen Amanda Pérez en Maracaibo y la Región

Andina 1924-1935.

 

De las cosas que ellos –los alemanes- encontraban sorprendentes en nuestra ciudad, narra

Carmen Pérez, estaba el sol esplendoroso, el cielo azul y limpio, los colores de las casas, sus

calles de tierra, el escándalo de la gente, sus gestos para hablar, las casas de un piso. Les

sorprendía también la limpieza de los pobladores y que se bañaran a menudo, las plantas exóticas,

las palmeras, los cardones, los caimanes y muchas otras cosas más, diferentes a su país de

origen.

 

Alemanes, italianos y holandeses

José María Rivas en El Comercio de Maracaibo, años 1912 y 1913, relata que las más antiguas

casas alemanas son Blohm y Cía., fundada en 1854, y la de Breuer Moller & Cía., cuya fundación

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data del año 1865. Le siguen Steinvort & Cía., Beckman & Cía., Van Dissel Rode & cía., Christern

Zingg & Cía., Rayhrer & Firnhaber, Kehrhahn & Wolf, E. Herrenbrück, Walter Rahn.

 

La razón social H.L. Boulton Jr. & Cía. no es alemana, mas la importante casa que con tal fin gira

en esta plaza está de ordinario representada por jefes alemanes. Los señores H. L. Boulton Jr. &

Cía. son , además de importadores y exportadores, agentes del Banco de Venezuela y de los

vapores ame-ricanos de la Red Line que visitan nuestro puerto.

El comercio italiano, se narra en El Comercio de Maracaibo, está representado en cuatro casas:

Oliva Riboli & Cía., Fossi F. & Cía., A. Manzini & Cía., Lovisi & Caruso.

El comercio holandés es originario de Curazao, antilla que, por la poca distancia que la separa de

nuestras costas, está en constante comunicación con esta plaza. De esta nacionalidad sólo hay

cuatro casas mercantiles en este puerto. De ellas, la de superior categoría es la de los señores J. &

H. D. C. Gómez; sus negocios principales son ferretería y efectos de marina. Las otras tres son

Jacobo López H., D. A de Lima y Jacob M. Henríquez.

 

Siglo XX y la impronta del petróleo

En los años 20 y 30, la marca de la inmigración propiciada por el inicio de la actividad petrolera se

aprecia en Maracaibo al pasar por el frente de los campamentos o colonias petro-leras,

comunidades cerradas física y conceptualmente, que fueron construidas por la Creole, la

Caribbean-Shell, la Shell y la Mene Grande, como se reseña en el Diccionario General del Zulia de

Luis Guillermo Hernández y Jesús Ángel Parra.

 

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Con la llegada del siglo XX, explica el investigador Edween Chacón, el petróleo transforma la vida y

el pensamiento de los habitantes de esta tierra. Nuevas costumbres se hacen presentes en

Maracaibo y en algunas localidades de la Costa Oriental del Lago, principalmente en Cabimas, La

Rita y Lagunillas. Surgen las llamadas colonias petroleras, recintos autosuficientes y totalmente

clasistas. En Maracaibo se incorporan nuevos elementos culturales y deportivos, entre ellos el club

con piscina, el béisbol y el automercado.

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Costa Verde: El hito urbano de los setentaDiciembre 1, 2005

Cuando en Maracaibo el viernes 2 de febrero de 1979 quedó abierto al público el centro comercial Costa Verde, la ciudad entera celebró la apertura de su primer auténtico centro comercial, y no era para menos, porque en medio de la algarabía de los marabinos estaba naciendo uno de los primeros centros comerciales modernos del país.

Por Ronald González

 

El legado de un pionero

Maracaibo le debe el centro comercial Costa Verde a Ilidio Pinto Loureiro, a quien pertenece la

concepción de la idea básica y la promoción de la obra, un constructor de origen portugués

residenciado en la ciudad a finales de 1947, y cuya primera obra fue la Escuela Técnica de

Cabimas.

 

Después de haber construido los edificios Coimbra y Lisboa, nombres que descubren el amor por

su patria, Pinto Loureiro definió un sueño: erigir un generoso centro comercial, digno de una gran

ciudad como Maracaibo, y bautizarlo Costa Verde en honor a un importante complejo vacacional

en su natal Portugal. “En esta obra…” –explica en entrevista publicada en el diario Panorama el 16

de enero de 1979, a tan sólo dos semanas de la inauguración– “…se conjugan la técnica y la

experiencia de treinta y cuatro años que llevo en este país, a través de la cual he querido darle las

gracias a Venezuela por todo lo que me ha dado”.

 

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El trabajo de muchos hombres

Donde hoy se erige Costa Verde, funcionó el colegio Zaragoza –hoy colegio Nuestra Señora del

Pilar– desde 1939 hasta 1975, cuando se produjo la venta del terreno por tres millones de

bolívares. La construcción del centro comercial de cuarenta mil metros cuadrados y veinticinco mil

metros cuadrados de tiendas, se inició a mediados de abril de 1976, constituyendo una inversión

de sesenta y cinco millones de bolívares.

 

El proyecto del centro comercial Costa Verde fue realizado por tres arquitectos: los venezolanos

Aquiles Asprino y Cecilia Ferrer y el uruguayo Luis Basil; mientras que la construcción estuvo a

cargo de cinco maestros de obra, cuatro caporales, cincuenta cabilleros, ciento catorce carpinteros,

ochenta y seis albañiles, veinte pintores, cuatrocientos cincuenta y siete ayudantes, veintidós

plomeros y ciento setenta y tres obreros en general.

 

Costa Verde en perspectiva

Costa Verde consta de cuatro niveles: planta sótano, planta entrepiso, planta baja y planta alta.

Posee un estacionamiento con capacidad para setecientos cincuenta vehículos. En el centro del

masivo edificio se encuentra un techo semidescubierto que permite la entrada de la luz solar, la

brisa y el paso parcial de las aguas de lluvia, contribuyendo al mantenimiento del fabuloso patio

central ubicado debajo de éste, dotado de flora venezolana y adornado con fuentes y cascadas.

Esto complementa la superabundancia de zonas verdes, con vegetación mediana y menor de

origen tropical. Los locales comerciales, de una visibilidad interna extraordinaria, están hábilmente

distribuidos en todas las plantas. Amplios corredores y escaleras eléctricas entrelazan los niveles

donde se movilizan con la mayor comodidad los compradores.

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En la planta sótano, además del amplio estacionamiento, se encuentran servicios de pulilavado,

engrase, alineación y balanceo, y una fuente de soda. En las plantas entrepiso, baja y alta, se ha-

llan locales como café al aire libre, supermercado, fuente de soda, sala de cine con novecientas

butacas, boliche, librería, heladería, un restaurante de lujo, club nocturno, joyería, tarjetería,

tintorería y lavandería de lujo; salones de belleza para damas, niños y caballeros; gran variedad de

tiendas de ropa importada para caballeros, boutiques para damas, numerosas tiendas de artículos

para regalos, cerámicas importadas, juguetería, muebles y artículos para oficina; bancos, tiendas

de arte y otros.

 

La arquitectura del centro comercial

Aquiles Asprino Perozo, uno de los arquitectos tras la obra de Costa Verde, explica que Pinto

Loureiro no pretendía un súper edificio en términos de tamaño, pues no era su interés explotar los

metros cuadrados de que se disponía de acuerdo a las normas urbanas de la época. Por el

contrario, deseaba una obra serena, cómoda, descongestionada, de múltiples accesos y con

abundante estacionamiento.

 

Según Asprino, Pinto Loureiro quería que la arquitectura para Costa Verde se inspirara en el

trópico en términos de frescura y vegetación, que fuese natural y local. “Yo me reunía con Pinto

Loureiro en la casa de mis abuelos Perozo Zambrano, no hace mucho tiempo demolida, y ésta me

sirvió mucho de inspiración. Si hoy la tuviéramos frente a nuestros ojos, diríamos que el centro

comercial Costa Verde toma de aquella bella casa lo esencial de su arquitectura: patio central lleno

de vegetación, agua y frescor, amplios corredores perimetrales, escaleras, desniveles, varios

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accesos desde los distintos lados del terreno, y variedad y amplitud en sus espacios interiores”,

cuenta.

 

Y continúa diciendo: “En Costa Verde se puede apreciar lo que en arquitectura se conoce desde

los años cincuenta como bruta-lismo, es decir, los materiales en su expresión auténtica y brutal: el

concreto en su propia expresión estética-constructiva, y los materiales de la obra –madera,

cerámica y vidrio– vistos como tales; todo manifestado visualmente en una obra contrastante en

texturas, luz y volúmenes, lo cual se corresponde con el pensamiento de Le Corbusier, uno de los

padres de la arquitectura moderna”.

 

La dulcemente recordada Calle Vieja

En 1983, cuando el centro comercial contaba cuatro años de funcionamiento, fue inaugurada Calle

Vieja, hoy ausente para nostalgia de muchos: cincuenta y seis locales comerciales distribuidos

cuidadosamente alrededor de una plaza principal; un espacio con personalidad propia dentro de

Costa Verde que nació inspirado en la arquitectura de las casas de Maracaibo en tiempos de la

colonia, y en alusión al desaparecido barrio El Saladillo, cuya demolición se había iniciado trece

años antes, el 20 de marzo de 1970.

 

El futuro de Costa Verde

El arquitecto Aquiles Asprino explica que Costa Verde será en el futuro exactamente lo que sus

propietarios y arrendatarios deseen que sea, citando como ejemplo dos centros comerciales

capitalinos, como son Las Mercedes y Chacaíto, los cuales mantienen encendida la llama de la

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prosperidad pese a sus décadas de existencia; ello gracias a la voluntad de actualización e

inversión de su propietarios. Entonces el destino de Costa Verde dependerá de una ciudad y su

apego a este hito urbano de los años setenta.

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La Feria de la Chiquinquirá: Cuarenta años de la fiesta de la zulianidadOctubre 1, 2005

Este año el Zulia están de fiesta pues se cumplen cuarenta años desde la primera Feria Internacional de la virgen de Chiquinquirá. En el mes de noviembre las celebraciones se harán notar: desfiles, corridas, amaneceres gaiteros pero sobre todo honores a la patrona de los zulianos, que apareció a orillas del lago en una tablita de madera.

Por Ronald González / Fotografías: Coleccíon Comité de Feria de la Chiquinquirá y

Coleccción Privada de Julio Portillo

 

Maracaibo, explica el historiador Rutilio Ortega, arriba a la década de 1960 sumida en el

desconcierto, quebrada su capacidad de acción, minimizado el papel conductor de sus élites.

Parecía inevitable que los zulianos estuviesen condenados a perder su fisonomía y su identidad

cultural: aunque la vivacidad y el ingenio de sus habitantes perduraban, la gaita se apagó, hasta

quedar reducida a manifestación esporádica; el voseo parecía no resistir los embates de los

medios de comunicación masivos y de la ortodoxia del sistema escolar, quedando reducido casi a

una segunda habla, familiar y oculta, debido a la penetración progresiva del tuteo caraqueño. Esto

lleva a afirmar, continúa Ortega, a uno de los re-presentantes de la elite zuliana, David Belloso

Rossell, en 1972, que, por efectos del petróleo, la sociedad zuliana había perdido “espiritualidad y

personalidad”.

 

A partir de 1960, dice el historiador, creemos visualizar un resurgir lento pero firme del sentimiento

de diferenciación del marabino y de la defensa que hace de lo suyo. Las generaciones de

marabinos posteriores a 1940 se vieron sumergidas dentro de una vital contradicción: su cultura

diferenciada, su identidad, por un lado; por el otro, la avalancha de cambios y la inserción cada vez

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más evidente de la sociedad marabina en el país nacional, lo que lleva a la penetración de pautas y

conductas homogeneizadoras. Sin embargo, para los marabinos, el cambio y el futuro dentro de la

nación, tal como estaban planteados, se habían cerrado. Simplemente, no había futuro de

desarrollo dentro de una democracia centralista y concentradora. Las nuevas generaciones y el

nuevo liderazgo (elites económicas y políticas) vuelven sus ojos al pasado, no para añorar sino

para tomar nuevos bríos en la defensa de lo suyo. Operan aquí, dentro de esta mirada al pasado,

los rasgos y actitudes identificatorias que habían recibido de sus padres y abuelos (nacidos al final

del período de la Maracaibo agroexportadora), época durante la cual se forjaron las principales

características y manifestaciones de la identidad cultural marabina, rasgos que serán reasumidos y

vitalizados como un mecanismo de identificación compensatoria y de nueva lucha contra “el otro”,

contra el régimen central. Por otra parte, recuérdese que Maracaibo seguía siendo una ciudad

abierta, comercial, recibiendo como antes el influjo po-sitivo de contactos y mezclas. Todo ello

detonó. Los signos identificatorios más visibles de la identidad marabina, gaita, voseo y culto a la

Chinita, se expanden con fuerza, cubriendo y aglutinando, no sólo ya a los habitantes de

Maracaibo sino a todo el estado.

 

Así, a partir de 1960, y centrada en la figura de Ricardo Aguirre y de los conjuntos Cardenales del

Éxito y Saladillo, la gaita comienza un renacimiento que la llevará a imponerse, incluso, en toda

Venezuela. Dos interpretaciones gaiteras de esta década revelan el juicio crítico que la sociedad

zuliana hace de su presente, un presente sin futuro, y de allí que El Monumental nos diera toda su

garganta entonando Grey zuliana y Maracaibo marginada, de 1968 y 1969 respectivamente.

 

Esto lo refuerza Humberto Rodríguez Balestrini, laborioso recopilador en la historia de nuestra

gaita: en la década de los sesenta es cuando la gaita logra salir del silencio en que la sumieron las

dictaduras. Aquella gaita clandestina de los años cuarenta y cincuenta, al fin puede gritar a los

cuatro vientos sus versos y estribillos.

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El culto y homenaje a la Chinita, sigue explicando Rutilio Ortega, aparece más que nunca ligado a

la gaita. Se le pide ayuda, se le cuentan los problemas de la región y se le implora acción contra

los malos gobiernos. En este período, la Chinita solidifica su papel como patrona del Zulia y su

culto se irradia hacia todo el país. Igualmente, y a partir de finales de la década de los sesenta, se

inician las ferias de la Chinita, de cobertura nacional. Por supuesto, el culto a la Chiquinquirá ha

sido afectado por la desacralización y el materialismo del mundo moderno, pero continúa como un

punto de referencia vivo y latente.

 

Nace la feria

En 1965, el doctor en ciencias políticas, empresario y destacado hombre público César Evangelista

Casas Rincón, expuso al gobernador del estado de entonces, Octavio Andrade Delgado, la idea de

la feria de la Chinita, ya que organizarla anualmente sería un gran modo de promoción de la región

zuliana. Los cronistas nos refieren las fiestas populares y familiares que cada 18 de noviembre se

ge-neraban alrededor de su templo, con gran religiosidad, colocando banderines celestes en las

calles, los gaiteros con sus versos en honor a la patrona, y desde otras regiones llegaban las

piraguas con los visitantes, que necesitaban helados, dulces y comidas a lo largo del trayecto de la

tradicional procesión, y así se fue generando el concepto de feria, que significa mercado en latín.

La gran feria de Venezuela nació en noviembre de 1966, en las estrechas calles del Saladillo, a un

año de la celebración de las bodas de plata de la coronación de la virgen.

 

Escribe en 1970 el propulsor de la feria César Casas Rincón que “ciertamente la Feria de la

Chiquinquirá debe responder básicamente a dos objetivos. Por una parte, el objetivo de carácter

religioso popular, la reafirmación de la identificación de nuestra comunidad con la Chinita, el

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rescate de las bellas tradiciones de nuestro pueblo en torno a la celebración religiosa. En cuanto al

segundo objetivo la Feria debe constituirse en instrumento de promoción de la ciudad de

Maracaibo, mediante la realización de un programa de actos que brinden cultura a nuestra

comunidad y que, al propio tiempo, sirva para proyectar una imagen favorable de Maracaibo”.

 

La primera feria de la Chinita fue poco más de tres años antes de que arrancara la demolición del

barrio El Saladillo, es decir, que la primera feria se efectuó en noviembre de 1966 y la demolición

comenzó en marzo de 1970. En artículo publicado en el diario Panorama en noviembre de 1970,

Nerio Adrianza Rosales opina que la construcción de la plaza de la Basílica fue posible gracias a la

participación popular, ya que los habitantes, pensando en que no ayudar al gobierno en la tarea era

como ofender a la Virgen María, entregaron a precios no discutidos las propiedades que por

muchos lustros tenían en la ciudad.

 

De la Bajada a la Aurora

Fernando Guerrero Matheus, cronista de Maracaibo entre 1961 y 1985, escribe entre 1968 y 1970

que la celebración anual de Nuestra Señora de Chiquinquirá de Maracaibo, cuya fecha central es el

18 de noviembre, se inicia el último sábado de octubre con la ce-   remonia llamada Bajada de la

Virgen, o sea, el descendimiento del retablo milagroso desde el nicho del altar donde se guarda y

venera durante todo el año, hasta un trono convenientemente adornado y dispuesto para recibir la

preciosa reliquia y sacarla luego en procesión por las calles del vecindario del templo.

 

Inmediatamente después de la “Bajada de la Virgen”, prosigue Guerrero Matheus, se abre el ciclo

de las veladas y, en el curso de éstas, el reparto de los “pasquines”, poemas escritos en verso en

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honor a la Chinita por los más entusiastas y devotos intelectuales del Zulia, impresos en elegantes

folletos o en vistosas hojas de papel de variados colores.

 

Se le da el nombre de velada, tradición muy castellana por cierto, popularizada y conservada con

singular respeto por el pueblo de Maracaibo, al festejo callejero nocturno que se organiza

adornando e iluminando en forma excepcional un determinado sector o plaza de la parroquia, con

oportunidad de la celebración de algún aniversario popular, regularmente durante las festividades

del santo o patrono parroquial. Complementan la iluminación y adorno callejeros, el concurso de

conjuntos musicales con participación muy destacada de cantantes, en recorrido sin fatiga, calle

arriba y calle abajo, por el sector de la velada, y la quema profusa, interminable de fuegos

artificiales, con frecuencia fabricados especialmente para cada caso.

 

Aun cuando la fiesta de la Chiquinquirá es fiesta de toda Maracaibo, de todo el Zulia, mejor dicho,

tanto que no se queda templo en el Estado donde no se le rinda una demostración, las veladas de

su festividad se circunscriben a su parroquia, previa y convenientemente dividida por la feligresía

en tantas zonas como veladas se programen. En esta oportunidad los vendedores ambulantes de

golosinas caseras hacen su agosto -como se dice-, a la vez que prestan invalorable y sutil

colaboración en el inicio de los romances, de los amores o de los amoríos parroquiales, al

expender la rica y apetitosa repostería zuliana testimoniada en turrones, cocadas, manjar de leche,

arroz de coco, conservitas de lechoza, cascos de guayaba, torta borracha, majarete, caratos,

chichas, pastas y caujiles pasos.

Los zulianos crearon la llamada “alcancía de la Chinita”, o sea, la caja donde se iban guardando

durante el año los ahorros diarios, semanales o mensuales destinados a la compra de la prenda de

vestir que debía estrenarse el 18 de noviembre, día de la Chiquinquirá, como parte muy respetada

y observada de la devoción mariana chiquinquireña. Este estreno resultaba obligatorio en su

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finalidad, aun cuando estuviera regulado por la condición económica de cada quien. De esta

suerte, el ahorro alcanzaba en unos para un buen flux de casimir inglés, en otros para un sombrero

borsalino de la casa Boccardo, en aquéllos para un flamante par de zapatos de García y Taborda,

en éste para una modesta camisa, y en no pocos para sólo un par de cotizas valencianas de

policroma capellada. La tradición imponía estrenar algo, sin determinar la ca-lidad o clase del

estreno.

 

Y si la economía resultaba muy apretada o fue necesario “pellizcar” la alcancía antes de tiempo,

uno se ponía el mismo flux o el mismo camisón del año anterior, cuidadosamente guardado al

efecto entre bolitas de naftalina o repletas de almohadillas de fragante albahaca.

 

Los festejos chiquinquireños ayer, mucho más que hoy, desde luego, adelantaban el encanto y la

alegría novedosa, el airecillo retozón y los “yelitos” fragantes de la Navidad; y sobre la ciudad toda

quedaba desde esa misma mañana de noviembre, un tendido manto de sutiles esencias,

persistente y unánime hasta la propia culminación de la Epifanía gloriosa.

 

El Rosario de la Aurora es la ceremonia que pone término a los festejos chuiquinquireños, en la

madrugada del primer domingo de diciembre. En los buenos tiempos de la devoción, esta

solemnidad apretaba de nuevo la muchedumbre en el templo del retablo milagroso, como en el

propio día del aniversario mariano. Era también la madrugada del feligrés de otras parroquias de la

ciudad, de las caras extrañas en la comarca saladillera, parroquianos de raros atuendos y caminar

inseguro; parejas bailadoras del sarao aniversario del Club del Comercio, estrenadoras del último

valse de Pepe Villalobos, o de la recién llegada contradanza de Amable Torres; clientela que le iba

llegando a la plaza del Comercio, estrenadoras del último valse de Pepe Villalobos, o de la recién

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llegada contradanza de Amable Torres; clientela que le iba llegando a la plaza de San Juan de

Dios, por costumbre y tradición, con los claros del alba, buscando rematar con brandy y

empanadas calientes en el viejo y popular Puerto Arturo, su dorado y copioso festival del primer

sábado de diciembre.

 

La tradición del Rosario de la Aurora incluía el Santo Sacrificio de la Misa, la Salve cantada y la

procesión de la Chinita por las mismas calles del recorrido de la procesión de la Bajada, pero en

sentido contrario. El ceremonial terminaba con la subida de la venerada reliquia al nicho de su

altar.

 

Escasos lustros atrás, acercarse el 18 de noviembre a la  Basílica de San Juan de Dios resultaba

poco menos que una hazaña. Dos o tres cuadras antes de llegar al templo, por cualesquiera de las

vías de acceso, la multitud bloqueaba las calles de acera a acera, en forma tal que, según la

expresión popular, no quedaba sitio para acomodar un grano de maíz. La llamada Plaza de San

Juan de Dios, o de la Basílica, ofrecía el apretado, clamoroso espectáculo que vemos con

frecuencia en los noticieros cinematográficos cuando registran la presencia de Su Santidad El

Papa, asomado a su balcón del Vaticano con ocasión de alguna solemnidad.

 

Quien por alguna razón, promesa, devoción o simple curiosidad tratara o deseara ver de cerca ese

18 de noviembre la tablita milagrosa de “La Chinita” zuliana y saladillera, debía pasar la noche o

buena parte de la madrugada en lo que lograra del congestionado atrio del templo, o conformarse

con interminable y asfixiante turno como en los repartos públicos de obsequios navideños.

 

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La Chinita es aguilucha

El partido que se disputa cada 18 de noviembre en el estadio “Luis Aparicio” El Grande de

Maracaibo se conoce como “el juego de la Chinita” o “el clásico de la Chinita”. Asistir al estadio

este día forma parte de la idiosincrasia del zuliano, ya que con su presencia no sólo está apoyando

a su equipo “Águilas del Zulia”, sino también está cumpliendo con un acto integrado al culto hacia

la Virgen. En el juego de la Chinita del 18 de noviembre de 1953, disputado en el estadio Olímpico,

hoy estadio “Alejandro Borges”, entre Gavilanes y Pastora, Luis Aparicio Ortega le entregó el

guante a su hijo Luis Aparicio Montiel, quien hoy es el único venezolano en el Salón de la Fama de

las Grandes Ligas.

 

Se lee en la edición extraordinaria del diario Panorama Gaita, Chinita y Feria del 18 de noviembre

de 2000, que “el juego en honor a la Patrona de los Zulianos, la Virgen de Chiquinquirá, es el único

partido en el cual las Águilas del Zulia no requieren convocatorias especiales para que la

fanaticada llene las instalaciones del estadio “Luis Aparicio”.

 

“Cada 18 de noviembre, las 25 mil localidades de este parque se hacen insuficientes para tantas

personas que asisten al pasatiempo por excelencia de los zulianos”.

 

“Allí hierve el gentilicio y la idiosincrasia de un pueblo que desafía el cansancio causado por el

trasnocho del amanecer gaitero, para caer rendido ante sus dos pasiones: el béisbol y la Chinita”.

 

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“La pasión que se siente en el encuentro que se celebra en honor a la Virgen de Chiquinquirá, va

más allá de la raya de cal. Vuela por tribunas y gradas. Rebasa la pizarra electrónica. Se extiende

sobre el montículo y llega a los camerinos.

 

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5 de Julio: El eterno boulevard de la ciudadMarzo 1, 2007

Lo que desde hace muchos años se conoce como Boulevard 5 de Julio - calle 77 y no avenida- es una arteria vial comercial, que nació ante la necesidad de comunicar la ciudad de Este a Oeste. La que originalmente servía de comunicación entre unos cuantos hatos, se convirtió en una vía llena de grandes casas, y uno de los primeros referentes urbanos

Por Ronald González  / Fotografías: Alciro Ferrebús Rincón. Colección de Kurt Nagel von

Jess

 

A pesar de que hoy se extiende desde El Milagro hasta la Facultad Experimental de Ciencias de La

Universidad del Zulia, y posiblemente hasta el Distribuidor Los Olivos, en sus inicios 5 de Julio sólo

comprendía desde Café América y American Bar en Bella Vista, hasta el sector conocido como Las

Cuatro Bombas en Las Delicias. Su crecimiento y prolongación hacia el Oeste se debió en parte a

la necesidad de conectar la ciudad con el nuevo edificio del Aeropuerto de Grano de Oro,

inaugurado en 1948. En sentido Este se extendió hasta la Plaza de la República, para prologarse

años más tarde hasta el edificio Los Cerros.

 

La carretera 5 de Julio fue inaugurada en 1923 por el entonces presidente del Zulia, Santos Matute

Gómez. La obra se convirtió en una “lomo de perro”, como se conocía al resultado del primitivo

sistema de pavimentación. Al inicio de la década del cuarenta, 5 de Julio fue extendida desde el

cruce con Las Delicias hasta la Plaza de la República, comprendiendo 7 metros de calzada por

cada lado, una isla central de 1.50 metros, y aceras de 1.50 metros. Esta obra fue ejecutada por la

empresa Martin Engineering C.A., única que contaba con el equipo adecuado.

 

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En el año de 1952, durante el gobierno del general Marcos Pérez Jiménez, fue inaugurada la

prolongación 5 de Julio, desde la sede de la desaparecida Sears hasta Grano de Oro. Carlos

Firnhaber Minlos escribió en 1977 “5 de Julio es hoy la principal arteria de tráfico, asiento de las

principales oficinas de bancos, y está rodeada de majestuosas edificaciones y las mejores tiendas

comerciales”. El 30 de julio de 1983 el presidente de la época, Luis Herrera Campins, inauguró el

Paseo 5 de Julio, tras colocarse como acera las tradicionalmente conocidas piedras rojizas y

blancas de forma poligonal.

 

A continuación, los hitos más importantes de este legendario boulevard, algunos presentes en la

actualidad:

 

Plaza de la República: Esta plaza fue inaugurada en 1945 para conmemorar el centenario de la

muerte del General Rafael Urdaneta. Presenta un obelisco central de 49 metros de altura, que

tiene en su base los escudos de las veinte entidades federales que existían para la época,

realizados por el artista Rubén Suárez. Al acto de inauguración de la plaza asistió el presidente

Isaías Medina Angarita.

 

Café América: Antiguo y afamado bar ubicado en la esquina Noreste de 5 de Julio y Bella Vista.

Contaba con un mostrador tipo americano con barra, barman y botellería. Era frecuentado por los

amantes de la cerveza y de las tertulias sobre béisbol, entre ellos los Aparicio. Desapareció en la

década de los años sesenta para dar paso a un pequeño centro comercial, de nombre América,

donde hoy funcionan la librería Universal Book Shop y la Pizzería Napolitana.

 

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American Bar: Estaba ubicado en la esquina Suroeste de 5 de Julio y Bella Vista, donde hoy está

la Casa Eléctrica. Era de menor categoría social que el Café América. Allí se conseguían las

famosas tortas de tres colores maracuchas.

 

Banco de Maracaibo: La sede principal del Banco de Maracaibo estuvo en 5 de Julio, donde hoy

se hospeda el Seniat. Fue fundado el 18 de enero de 1969, siendo su presidente el señor David

Belloso Rosell.

 

Café Imperial: La tercera sede de esta empresa funcionó en el hato Villaflor, en un garage de zinc

pintado de rojo, frente al hato Detroit, donde luego construyeron un hotel con el mismo nombre, y

años después, la sede principal del Banco de Maracaibo.

 

Edificio Las Laras: Es el primer edificio en Maracaibo dotado de aire acondicionado. Fue

construido en la época de la arquitectura petrolera. Sus planos originales datan de 1928 y su

construcción culminó en 1930, en manos del departamento de ingeniería de la Caribbean

Petroleum Company, en la Colonia Delicias de la Caribbean Shell, donde funcionó su sede

principal de oficinas hasta 1956. Posteriormente funcionaron allí la CANTV, Conzuplan y algunas

dependencias de La Universidad del Zulia. Hoy es sede de la Petrolera Regional del Lago.

 

Edificio Enelven: El edificio Enelven, que albergaba las oficinas administrativas de la Sun Oil

Company-Caribbean Shell Company, es representativo de la arquitectura de la década de los

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cincuenta. Este edificio fue construido por Alberto Faría La Roche, también responsable de la

urbanización La Estrella.

 

Plaza Gustavo Rísquez: Está ubicada frente a la boutique Gina. Gustavo Rísquez nació en el

estado Guárico el 24 de agosto de 1901 y murió en Maracaibo el 8 de julio de 1941. Doctor en

Ciencias Médicas especializado en otorrinolaringología, fue el primer campeón de ajedrez del

Estado Zulia. En la placa de esta plaza se lee: Doctor Gustavo Rísquez. El Rotary Club de

Maracaibo y sus amigos, consagran este homenaje de afecto y de justicia. Maracaibo 1947.

 

Cuartel Libertador: Edificación castrense inaugurada el 24 de agosto de 1945, en el centenario de

la muerte del General Rafael Urdaneta. Ha sido testigo mudo de ese transcurrir del quehacer

diario, en el cual la simbiosis entre pueblo y ejército se ha hecho patente.

 

Plaza Indio Mara: En los 450 años del descubrimiento del Lago de Maracaibo se construyó una

plaza monumental con el nombre de Indio Mara en la avenida 5 de Julio, sector El Paraíso. Su

escultor fue el español Antonio Rodríguez del Villar. Esta plaza fue remodelada para el V

Centenario del Encuentro de Dos Culturas en América, agregándole en cada extremo floreros en

forma de rostro humano con rasgos indianos, obra del artista Ildebrando Rossi.

 

Hotel Detroit: Fue el hotel más moderno de Maracaibo al inicio de la década del cincuenta, con 96

habitaciones, y construido con una inversión de más de tres millones de bolívares. Estuvo situado

en la avenida 12 entre 5 de Julio y Dr. Portillo, sobre una extensión de diez mil metros cuadrados.

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El edificio contaba con varios pisos, artísticos jardines, un salón de entrada de gran magnificencia,

además de comedores, bar, café, terraza, piscina, estacionamiento propio y una vista panorámica

lacustre.

 

Clínica Paraíso: Funcionó donde hoy se encuentra Inversiones Cosmos, frente al edificio Fin de

Siglo. Se llamó Clínica Paraíso por estar ubicada en el sector del mismo nombre. Esta clínica fue

fundada por el insigne doctor Rafael Belloso Chacín.

 

Templo de San José: Fue inaugurado el 1 de marzo de 1944 por el entonces obispo del Zulia

Marcos Sergio Godoy, en honor a San José.

 

Edificio PDVSA 5 de Julio: A partir del 16 de enero de 1981 funcionó allí la sede principal del

Banco Comercial de Maracaibo. Su arquitectura se conserva tal y como fue concebida

originalmente.

 

Estatuas de Udón Pérez y Francisco de Miranda: En la década del cincuenta, ubicada en el

cruce de 5 de Julio y Las Delicias, se hallaba una estatua en honor a Francisco de Miranda. Desde

1941, levantada en el cruce de 5 de Julio y Bella Vista, existió una esta-tua del inmortal Udón

Pérez. Ambas eran especie de redomas,  y fueron removidas años más tarde por entorpecer el

tránsito de la zona.

 

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La antigua Calle ViejaDiciembre 1, 2008

Por Elizabeth Rincón. Fotografías: Cortesía diario Panorama.

Aún siendo un recuerdo difuso, la memoria sensitiva se vio tan ricamente alimentada por el olor y la

actividad percibidos en los pasillos de Calle Vieja, que no se interpone la edad al medir la

relevancia de este enclave del Centro Comercial Costa Verde. Y por relevancia me refiero al papel

que jugó en la vida social de los jóvenes de fucsia, morado y negro que se juntaban después del

colegio entre los ochenta y noventa.

Por supuesto, no hay que explicar que Calle Vieja fue el equivalente a la feria de comida y

entretenimiento del mall contemporáneo, y que de vieja no tenía más que la fachada: casas estilo

Maracaibo antigua que atesoraban maravillas para deleitarse. Una de ellas, entre las más

recordadas, el puestecito de churros. Los churros de Calle Vieja eran, además de divinos, el

accesorio que acompañaba las caminatas en las que a todos se les veía empalagados para, por

supuesto, terminar formando parte de las interminables conversaciones en la plaza. Esta era la

zona preferida de los jóvenes que inevitablemente divididos en bandadas de chicas y chicos

intercambiaban valientes una que otra palabra.

Otro de los sitios populares en esta azotea era la mundialmente presente sala de “maquinitas”.

Aquí se requería la misma concentración que hoy se emplea luchando frente al Wii, pero con

mucho menos movimiento. El simple toque de un dedo bastaba para conquistar galaxias enteras

mientras ojos emocionados servían de validación del talento propio. Nada como la adrenalina que

finalmente se le permitía a un hijo de la ciudad; esta salita nos regalaba todas las sensaciones que

le podíamos pedir al medio ambiente.

Los más excéntricos se dieron a conocer en la zona como “posmos”, contribuyendo como hombres

de negro con un poco de cultura alternativa al bastante criollo entorno, que tenía una tiendita

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repleta de adornitos típicos que iban a parar a la biblioteca de la casa, y que eran tan locales como

las mandocas inmensas y también famosas de la Calle Vieja. Era perfecto salir del Cine Costa

Verde e ir a cenar al último piso del centro comercial, para además pasar por el exquisito temor de

encontrarse a la persona más o menos deseada al voltear en una de las tantas esquinas de la

réplica citadina. Sin celulares ni mensajes de texto a la mano, no quedaba otra que lanzarse al

incierto destino y calmar la expectativa con el riquísimo algodón de azúcar –sin exagerar el mejor

del mundo.

Lo único predecible era la atmósfera de libertad respirada en esta cápsula urbana, cuyas

empedradas callecitas tildaban de añejo la divertidísima rutina. Y pese a que hoy pasó de ser Vieja

a una antigüedad, nada hay más cierto que quien está alrededor de los treinta y se precia de

maracucho, tiene en su imaginario una lista de recuerdos asociados a este lugar emblemático de la

década de los ochenta.

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El misterio de la CaballeroDiciembre 1, 2009

No es una leyenda, es un hecho. Ocurrió el 26 de septiembre de 1891 y por las circunstancias que rodearon al crimen, el asesinato de Josefa Caballero se ha consagrado como el “primer cangrejo” que existe en la historia policial venezolana. Periodistas y escritores han vertido cientos de palabras sobre el tema, sin embargo, las razones y los culpables se limitaron a un simple “se presume”. Y es que la burguesía marabina de la época vería su intachable fama empañada si las temibles sospechas se confirmaran. Más de un siglo ha pasado y aún el asesinato sigue impune.

Por Ana Bracho | Fotografías: Dondyk+Riga

Fuente: El Fantasma de la Caballero por Norberto Olivar

Periodistas y escritores han vertido cientos de palabras sobre el tema, sin embargo, las razones y

los culpables se limitaron a un simple “se presume”. Y es que la burguesía marabina de la época

vería su intachable fama empañada si las temibles sospechas se confirmaran. Más de un siglo ha

pasado y aún el asesinato sigue impune.

Maracaibo era una playa. Con pocos habitantes y con una extensión de escasas cuadras, donde

se concentraba casi todo, estaba conectada por polvorientas calles, transitadas en carruajes y

tranvías. En septiembre de 1891 la futura ciudad vivía uno de sus episodios más gratificantes.

Alumnos, intelectuales y demás ciudadanos veían con algarabía cómo se inauguraba la ilustre

Universidad del Zulia. Sin embargo, dieciséis días más tarde el ambiente en el centro de Maracaibo

se tornaría sombrío. La población despertó con la noticia de un terrible crimen acaecido en la

noche anterior y que acababa con la vida de una joven mujer.

Josefa Caballero había arribado a Maracaibo de su natal Colombia en busca de nuevas

oportunidades. Pese a que ninguna imagen de ella logró sobrevivir al paso del tiempo, los

historiadores coinciden en que era una mujer hermosa, de piel morena y firme, ojos asiáticos y

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negros, cabello abundante, largo, lacio y maniáticamente peinado y brillante. Se le conocía por su

generosidad, de carácter  intachable, buenos modales, alto nivel educativo, con suficientes

referencias familiares y sociales como para ser contratada por una familia tan distinguida como la

Valbuena, cuya cabeza más visible era Don Jorge, de aires aristocráticos y un carácter que

destilaba autoridad como Juez de la Corte Suprema del Estado y maestro masón que era. Josefa

era la dama de compañía de su hija Helena, casada con Felipe Garbiras, y niñera de su hijo de tres

años. Con el tiempo la familia quedó hundida en el luto, tras fallecer el pequeño que era centro de

atención y alegrías en dicha casa. Pese a ello, Josefa los continuaba visitando a su acostumbrada

hora, alrededor de las seis de la tarde, hasta aquel 26 de septiembre. En la Maracaibo de aquella

época no necesitaban de relojes, las campanadas de la iglesia eran las que marcaban la actividad

de sus habitantes, por lo que se diría que el crimen sucedió entre “las señas del Santo Rosario y

las rogativas por las ánimas del purgatorio”.

En los adentros de la casa de la familia Valbuena, la misma que hoy se conoce como la Casa de la

Capitulación o Casa Morales, Josefa sería víctima de siete puñaladas en el lavadero ubicado en el

piso de abajo. Tras el crimen, fue llevada en un carruaje y abandonada en las afueras de la ciudad,

donde actualmente se encuentra el cementerio Cuadrado. Un transeúnte observó su grave estado

y la llevó a la Casa de la Beneficencia, el primer hospital que conoció la ciudad. Allí fue atendida

por monjas y un cura que le concedería los santos óleos, pero los tres se llevarían a la tumba,

curiosamente ese mismo año, el secreto que Josefa les confesó susurrando: el nombre de su

victimario.

El joven abogado José Antonio Gando Bustamante fue el encargado de investigar el caso, en su

carácter como Juez de la Primera Instancia en lo Criminal. Este multifacético jurista era además

político, parlamentario, periodista, músico y escritor, sin embargo, su intachable trayectoria poco le

serviría al toparse con los obstáculos políticos que sólo un Juez de la Corte Suprema del Estado,

en calidad de sospechoso, podría imponerle. Una disputa librada entre el juez Valbuena y él,

terminó con Gando mudándose a Caracas sin poder volver a ejercer y dejando el caso impune.

Todo desapareció. Los archivos y las actas de defunción de Josefa se combinaron con el silencio

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de la prensa de aquellos años, que no dedicó ni una palabra al crimen, pese a que nadie dudaba

de haber ocurrido. Todo, excepto un informe que a los pocos años vería la luz. Un manuscrito de

Gando, titulado Por mi honra. El doctor Jorge Valbuena y el horroroso asesinato de Josefa

Caballero, que pese a estar hundido en el montón de referencias bibliográficas del Acervo Histórico

del Estado Zulia ha servido de guía para escritores como Noberto Olivar y su novela El Fantasma

de la Caballero. Convencido de que la verdad se encuentra en claves dentro de este desgastado

manuscrito.

El libro de Gando aclara detalles y desecha versiones que se han creado a base del imaginario

popular. Confirma que todo ocurrió en la casa de los Valbuena, ubicada al lado del Palacio de

Gobierno y a 20 “varas” de la Estación de Policía, aproximadamente dieciséis metros, y desmiente

que la familia haya estado de viaje como algunos llegaron a afirmar. De su lectura surge la

sospecha de que Josefa gritó, pidió ayuda desesperada, y de que algunos sí llegaron a escucharla

en medio del silencio de la noche, cuando los ruidos urbanos que aturdían en el día habían cesado

y el sonido rebotaba en las paredes y se amplificaba. Sin embargo, ¿quién en su sano juicio se

hubiera atrevido a interrumpir en la casona de una figura tan prominente para la época o hasta

detener el carruaje que salió de aquella casa a paso acelerado y cuyo interior llevaba el cuerpo de

Josefa agonizando?

Lo que era y lo que es              

Con 259 años de fundada, la casa esconde entre sus paredes cientos de historias. Construida por

orden de doña Inés Mancebo Zuloaga, en 1750, cuando todavía Maracaibo era un territorio que

obedecía al Rey de España. Pasó a ser residencia de los gobernadores enviados por su majestad

hasta 1823 cuando en medio de los calores de la guerra de Independencia fue el escenario de la

capitulación y el reconocimiento de la derrota por parte de los españoles tras la Batalla en el Lago

de Maracaibo. Permaneció abandonada por dos décadas hasta convertirse en la sede del

Gobierno del Estado y más tarde en residencia privada. En los años siguientes sirvió de

instalaciones para la Escuela Normal, el Colegio Alemán y el Rafael María Baralt. Y aunque se le

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reconocía como la Casa de la Capitulación, en las calles se referían a ella como la “Casa de la

Caballero”. En 1973 es declarada monumento histórico y luego hogar de la Academia de Historia.

Es admirada por su arquitectura y temida por sus historias. Ha vivido rodeada de ruidos extraños

que la mayoría de sus empleados asocia con apariciones y fantasmas de los antiguos inquilinos. 

Algunos dicen que se trata de esclavos que habrán muerto sometidos a maltratos por

desobediencia, otros aseguran que es una familia española que tras acostarse una noche nunca

más volvió a despertar. Pero en lo que sí coinciden todos, es que cuando se “cree ver” a una mujer

joven o se escucha el sonido de unos tacones paseándose por los pasillos en plena soledad, se

trata de la Caballero.

Durante las guías turísticas el crimen sólo es contado cuando no existen niños entre los presentes.

Pese a ello, Marcos Villarreal, empleado de la Casa de la Capitulación, recuerda que en una

ocasión recibieron la visita de un grupo escolar de primer grado y uno de los niños pidió ir al baño.

La maestra lo llevó, lo esperó afuera y al poco tiempo lo escuchó gritar desesperado: “Unas manos,

unas manos”, saliendo de allí llorando, asustado y temblando. Dicen que después del asesinato, el

lavadero quedó bañado en sangre y en sus paredes las huellas de unas manos, como marcas de

violencia.

Cada empleado de la Casa de la Capitulación tiene una historia que relatar, y aunque su

subdirector y psicopedagogo, Carlos Ávila, advierte que la mente humana a veces juega malas

pasadas, confiesa haber experimentado encuentros en los que sólo puede consolarse diciendo:

“Por allí anda la Caballero”.

Quienes la han visto

El reloj marcaba las siete de la mañana y el inclemente sol ya amenazaba con hacerse sentir. Los

turistas aún no se avistaban por  las puertas de la Casa de la Capitulación, aunque ya Sofía

Cardozo se preparaba para la jornada cerciorándose de que la casa y sus pertenencias

sobreviviera la noche intacta y a salvo de la delincuencia. Todo indicaba que sería otro día más de

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visitas escolares, el repique del teléfono y atender a uno que otro curioso. Pero al subir al segundo

piso se dio cuenta de que éste sería un día para recordar y relatar. Sus oídos atinaban a escuchar

el mismo murmullo de conversaciones que se escuchan en una común fiesta, mientras sus ojos

observaban cómo todos los salones de la casa tenían las puertas abiertas de par en par y las luces

prendidas. Pero no era la débil luz de siempre, ésta era diáfana y hasta bonita, llegó a pensar.

Todos sus sentidos percibían algo pero sobretodo el canto de una dulce voz que surgía de uno de

los salones. Aunque la experiencia no le atemorizaba, decidió bajar y buscar a alguien que le

sirviera de testigo. Al subir de nuevo ya todo había quedado como una historia para contar. Las

puertas cerradas, luces apagadas, un pasillo en penumbra y un silencio ensordecedor.

Así como Sofía tiene su historia, otros como un antiguo director de la Casa de la Capitulación

también experimentó un encuentro cercano e inexplicable. Una mañana consiguió en su oficina del

piso de arriba una bella mujer morena, de vestido verde ceñido, y con el cabello lacio negro hasta

la cintura, parada en el balcón con la mirada pérdida en la calle. Sin verse sorprendida, lo observó

y le preguntó quién era. Intrigado respondió que era el director de la casa. Ella sonriéndole le

preguntó: ¿el director? Con nerviosismo volvió a  preguntar pero esta vez para saber de dónde

habían salido todos esos muebles, pues esa era la habitación de Don Jorge. Comenzó a llorar y le

pidió un vaso de agua para tranquilizarse, pero al regresar del filtro ubicado en justo afuera en el

pasillo, ella ya se había ido, sin nadie verla bajar las escaleras ni salir de la única puerta que tiene

la casa.

Existen cientos de versiones que empleados y antiguos trabajadores han relatado, pero ninguna

tan visible como la de una pareja de turistas que deseaba conocer la casa y su historia. Los

empleados les pidieron que esperaran a que una guía los atendiera, y en ese ir y venir de buscar

personal, observaron a los turistas acercarse a la salida de la casa satisfechos. Los empleados de

aquel día recuerdan haber visto a la pareja de norteamericanos pasearse de salón en salón y

tomándose fotografías sin nadie que los guiara. Al detenerlos en la puerta principal y preguntarles

por qué se iban si aún no los habían atendido, respondieron que ya una empleada se las había

enseñado, que les impresionó lo mucho que sabía de la casa, de las cosas que habían pasado en

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ella y hasta les contó de un horroroso asesinato que se había cometido en la parte baja de la casa.

Dicen que era una bella mujer morena, de vestido verde ceñido y cabello lacio negro hasta la

cintura…

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Club Náutico: La época de su fundaciónOctubre 1, 2009

Lentamente, las heridas de la II Guerra Mundial se fueron cerrando. Caía el Telón de Acero, y en aquella década de los cincuenta, el mundo se adentraba en la época de los grandes adelantos, pero con un miedo pavoroso. En medio de aquel tumulto, la Emperatriz Soraya era el sueño ideal de toda joven, tanto que su nombre proliferó en las pilas bautismales maracuchas.

Por Kurt Nagel von Jess

Fotos: Club Náutico de Maracaibo 1949-1999 de Ernesto García McGregor

Aparecen los discos hi-fi, los lentes de contacto, el radar, la electrónica, los electrocardiógrafos,

muy necesarios para saber la condición de nuestros aparatos circulatorios deteriorados por una

nueva palabra: “estrés”; y todo se revoluciona con las primeras transmisiones de ese gran amigo

destructor de la mente humana: la televisión.

Miami apenas era un pueblo lleno de cocodrilos y pantanos, con alguno que otro turista barato. Los

mayameros no existían. La gente chic viajaba desde Maracaibo a Nueva York en el Santa Clara.

Los más adinerados inventaban viaje por La Guaira para tomar alguna de aquellas naves del

santoral de la famosa Grace Line. Las despedidas eran un acontecimiento social reseñado por los

diarios. Pero el sumum de lo extravagante era viajar desde Nueva York a Southampton en aquellos

maravillosos palacios flotantes: el Queen Elizabeth, por mencionar uno. Viajar en aquellos barcos

era todo un símbolo del estatus.

París con su Coco Chanel y su Christian Dior volvía a dictar la moda, pero Italia trataba de

arrebatar aquel predominio, y desde Milano y Roma, los Gucci y los Pucci eran codiciados por las

famosas de entonces. España no se quedaba atrás, y Pertegas y Balenciaga vestían a ratos a las

reinas del jet set. La línea H, la línea A, los trapecios y los talles princesa, todo estaba lleno de

armadores, de flejes y de esparto, o de lo que fuera. Pelucas y peluquitas hicieron su aparición

compitiendo con la cola de caballo y con los moños hacia adentro estilo Grace Kelly. Cabezas

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cubiertas de pañoletas para que el viento no se las llevara, sombreritos con velos en la cara o

elegantes pavas alonas, carteritas sin asas, lentes mariposa y zapatos “Capezzio”, todo estaba

cuajado de pedrería; lo que brillara era el último berrido de allende los mares; guantes de cabritilla

o mitones largos al brazo eran de uso obligatorio.  Todo aquello era el necesario marco que servía

de realce a los vestidos strapples. No podía faltar en aquel ajuar el chal, que a manera de zarape

mejicano se usaba para tapar la impudicia de aquellos trajes, prohibidos en las iglesias por orden

de Monseñor Marcos Sergio Godoy; y las amplias faldas con motivos vernáculos y blusas de

faralaos con encaje para bailar los sones típicos del carite, el sebucán y el tamunangue con

inigualables alpargatas adornadas con bordados, que para algunos, además de cursis, eran

consideradas “pavosas” por cierto.

Los acompañantes de aquellas damas vestían sacos chucutos, apretados, cruzados, de anchas

solapas y sin abertura atrás, pantalón tubito, con pliegues y ruedo ancho, ruedos donde más de

una moneda iba a encontrar refugio; combinaciones playeras con camisas y bermudas floreadas

de estrambóticos colorines, mangas cortas enrolladas, chalecos abiertos con flecos, cuellos

tortuga. Y siempre, un obligatorio smocking tropical de la más fina seda cruda, –cada uno con un

juego de accesorios, corbatín, banda y pañuelo de las más variadas pintas– acompañaba al

hombre con “crew cut” o peinado con copete lleno de “brylcream”, en una época en la cual Caldera,

desde los tiempos de la UNE seguía usando “Glostora para la cabellera seductora”. Todavía no

habían aparecido ni las melenas, ni los despeinados ni los afros ni los hippies desaseados

EI país se debatía entre una dictadura de avanzada y una democracia que era la esperanza de

todos. Acababa de salir del desastre anárquico de aquella incipiente democracia galleguiana y se

enrumbaba por un nacionalismo quizás exagerado. Seguridad Nacional hacia de las suyas contra

aquéllos que combatían el régimen; pero la mayoría olvidaba las tinieblas contemplando las alturas

del Hotel Humboldt, los fastuosos desfiles de la Avenida de los Próceres; y aquí, asistiendo al

recién inaugurado Hotel del Lago, con su Mara Bar y su Gran Salón Caroní.

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Lo “in” era hablar inglés, y las “girls” eran internadas en el Marymount y los “boys” en el Saint

Francis. Para los que tenían que quedarse por aquello de la escasez particular de dólares, estaban

Los Maristas y el Gonzaga. Los regalos eran de La Botica Nueva; las joyas de la Cupello y todo lo

demás se compraba en R.J. Villasmil. Los automóviles se adquirían en casa de Miguel Aular y los

trajes de novia, si no eran encargados a Sack’s, eran de Sylvia Modas. El lugar de reunión de los

jóvenes era el Alfa y la fuente de soda de la Tropical. Y los grandes bailes eran en el Comercio y

una que otra vez en el Alianza para gozar con las famosas negritas.

Luis Alcaraz y el Trío Los Panchos estaban de moda. Piel Canela y Unforgetable, hacían que las

parejas pegaditas bailaran en un sólo ladrillo aquellos boleros de amor, vigiladas por los

escrutadores ojos de las gentiles chaperonas. Para mover el esqueleto, el bote, el mambo y los

danzones competían con el twist y el hula hoop. Asistir los domingos a la bajada de la bandera en

el Cuartel Libertador no era patriotismo sino una excusa para lucir la última adquisición

automovilística y dejar impactada a más de una pava de moda. Fue mucho el romance que allí

comenzó. Pero el cine seguía siendo la diversión más importante. Casi podíamos tocar a nuestros

artistas favoritos, y las escenas se fueron convirtiendo en algo tan real que la gente se volvía un

ovillo en sus butacas.

Mientras tanto, un grupo de amigos íntimos, miembros del antiguo y prestigioso Club del Comercio,

fundado por los viejos alemanes del siglo XIX, se reunían en la concurrida Playita Virginia de Don

Manuel Belloso Nava a intercambiar ideas. Y allí, a las orillas del soleado lago y quizás en alguna

que otra noche de luna plateada, decidieron que ya era tiempo de fundar otra nueva institución,

que fuera más cónsona con la actividad de los deportes náuticos que comenzaban a hacerse

populares. La situación económica de la post guerra permitía adquirir los mejores y más

sofisticados equipos. Dadas aquellas condiciones, se plasmó la idea en una realidad, y para el 20

de diciembre de 1952 se inauguraba el flamante local del club con un regio baile que marcó una

nueva época, y desde entonces, esta institución formó parte de la historia de la ciudad.

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Bajo las presidencias de Régulo y Pilar Troconis de Leonardi, de Oswaldo y Egleé Paz de Rincón,

de Alfredo y Chabela Belloso de García, de Juan y de Olga González de Pavan, de César y de

Margot Torres de Casas y de los reinados de las bellas muchachas Gladys León Pino, Maxi

Schmidt Becker, Marina García Araujo, Beatriz Martínez Allegretti y Elide Tagliaferro Rojas

transcurrió aquella primera, alegre y hermosa etapa de este íntimo y agradable club, que se

convirtió así en la prolongación de los hogares de muchos maracaiberos.

Fueron muchas las parejas que se destacaron como anfitriones de una Maracaibo rumbosa. Los

jóvenes encontraron en aquellas modernas edificaciones un lugar de sano esparcimiento y para el

desarrollo de actividades deportivas. El club fue adquiriendo prestigio y pertenecer a él daba status.

Fue lugar obligatorio para recibir a la enorme cantidad de destacadas personalidades que en

aquellos tiempos nos visitaban. Pero todo ello tuvo como origen indiscutible la siembra de una idea

que tuvo como centro principal, motor y eje a Don Carlos Julio d’Empaire Fonseca, su primer

presidente.

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