Asociación de Egresados y Graduados PUCP

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Homenaje doctor Guillermo Velaochaga Homenaje doctor Guillermo Velaochaga Miranda Serie Perfiles

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Homenaje doctor Guillermo Velaochaga

Homenaje doctor Guillermo

Velaochaga Miranda

Serie Perfiles

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Publicación de la Asociaciónde Egresados y Graduados PUCPPando, abril de 2004

Director:Alejandro Sakuda Moroma

Coordinación:Solange Hernández Blas

Editor:Diego Avendaño Díaz

Diseño y Diagramación:Jean Carlo Turcarelli Barraza

Agradecimientos:Guillermo Velaochaga MirandaSalomón Lerner FebresJosé Agustín de la Puente CandamoHerbert Mulánovich NugentDelia Revoredo MarsanoGonzalo García-Calderón

Impresión:Imprenta PUCP

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Nuestro Homenaje

El doctor Guillermo Velaochaga Miranda es poseedor de una biografía ín-tegramente ligada a la Universidad Católica. Su padre, Jorge Velaochaga, fue una de las cinco personas que, junto con el Reverendo Padre Jorge Dintilhac, fundó la Universidad en 1919.

Velaochaga Miranda ha sido testigo de la historia de la PUCP, desde Plaza Francia hasta el actual campus del fundo Pando. El carácter del padre Din-tilhac, los difíciles días iniciales y el proceso de la PUCP desde una pequeña Universidad hasta su posicionamiento actual como una de las mejores uni-versidades de América Latina son parte de su testimonio de vida.

Aplicado estudiante, ejemplar egresado, dedicado profesor. Facetas desempe-ñadas por Guillermo Velaochaga a lo largo de su vida. Adjetivos insuficientes para describirlo en su total dimensión.

En 1989 fundó la Asociación de Egresados y Graduados, que ahora cuenta con 15 años de existencia. Los 12 que se desempeñó como Presidente estuvieron llenos de logros a favor de los egresados, estrechando los vínculos entre estos y la Universidad y obteniendo beneficios para ellos.

Hoy, en nuestro 15º aniversario, no podemos dejar de reconocer su esfuerzo y dedicación con este sentido homenaje.

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Guillermo Velaochaga Miranda

Una vida repleta deética y responsabilidad

Era el 8 de marzo de 1922. Hacía tres años que el presidente Leguía había iniciado su segundo gobierno y planeaba la refor-ma constitucional que le permitiría quedarse en el poder por un periodo más. César Vallejo se encontraba a punto de publicar su poemario Trilce y pensaba en París como próximo destino.

Ese mismo verano, don Jorge Velaochaga Méndez, abogado de profesión, recibía en su casa de Chorrillos a su hijo, un inquieto niño al que bautizó con el nombre de Guillermo.

La infancia del pequeño Guillermo transcurrió en esa casa de Chorrillos, distrito que era destino de la Lima de entonces que se movilizaba en tren para veranear en sus playas. El mismo presidente Guillermo Billinghurst tenía una casa allí, al igual que otras distinguidas familias, entre ellas la de Riva-Agüero.

Pero no solo la playa apasionaba a Guillermo. Salvo enfermedad o algún impedimento extremo, era un asistente infaltable a la misa dominical de la parroquia, de la que incluso llegó a ser acólito. Además leía con fruición los libros de la biblioteca de su padre.

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Estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones de la Recoleta, donde años atrás había estudiado su padre.

Fascinado por las clases de Historia Europea, disfrutaba de sus clases sobre la Edad Media y el Renacimiento, así como las de Religión con el padre Jorge Dintilhac. El tranvía a Chorrillos era testigo del deleite de Guillermo repa-sando sus lecciones escolares para luego almorzar y emprender el camino de regreso al colegio de la Plaza Francia.

Pero no solo la historia lo atraía. También le gustaban las clases de Biología, materia que por un momento le hizo dudar sobre su vocación por el Derecho hacia la Medicina. Aquel niño observaba con interés a los alumnos que asistían a la Universidad Católica, casa de estudios que tanto su padre como el padre Dintilhac trataban de sacar adelante contra viento y marea.

Todos los años, doña Julia Miranda de Velaochaga acostumbrada a recibir a su hijo Guillermo con su premio del segundo puesto en el orden de mérito. Sin embargo, ella esperaba algo más de su hijo. “Pero mamá, el primer puesto es de Miguel Rubio y él es mi amigo”, explicaba Guillermo. Doña Julia insis-tió. Aquel año, Guillermo Velaochaga Miranda regresó a casa con el primer puesto del tercero de media del colegio La Recoleta. Al año siguiente regresó a su acostumbrado segundo puesto. Sin embargo, no todo era perfecto. No había día en que el inquieto niño no fuera expulsado del salón de clase. Al-fonso Peschiera, alumno recoletano tres años mayor que Guillermo, siempre lo encontraba fuera del salón. Algunos años después, Velaochaga conocería personalmente a Peschiera, quien se convertiría en su cuñado.

En 1939, la Guerra Civil Española llegaba a su fin y otra se avecinaba. Mientras tanto, Guillermo Velaochaga ingresaba a la Universidad Católica a la carrera de Derecho. El padre Dintilhac, conocedor de su ferviente religiosidad y convicción católica, lo incluyó en la delegación que viajó a Nueva York. De-bido a los magros fondos de la Universidad, los delegados debieron viajar en tercera clase del barco.

Allí se sorprendió ante la confluencia de estudiantes católicos de tantos países, distintas culturas y diferentes idiomas, unidos por la misma fe.

Fue en esa ciudad donde, en pleno desfile, leyó los titulares de los periódicos: “Nazis invaden Polonia”, que indicaba el inicio de la Segunda Guerra Mun-

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dial. Jóvenes franceses y alemanes con lágrimas en los ojos veían el rostro de confusión de Guillermo. Luego le explicaron el significado de la guerra.

Los años siguientes transcurrieron entre la Universidad y el estudio de su padre, el doctor Jorge Velaochaga, en la esquina de los jirones Lampa y Miró-Quesada, en el centro de Lima. Un 24 de octubre de 1946 recibió el título de abogado. Dos años después se casó con Elena Alfaro en una cálida ceremonia.

La docencia llegó a sus manos de manera casual cuando el doctor Ismael Bielich lo invita a reemplazarlo en el curso de Introducción a la Ciencias Ju-rídicas. Con el tiempo pasó a enseñar Prácticas de Contratos y Deontología Forense. El ahora profesor de Ética en la Facultad de Derecho, doctor Gui-llermo Velaochaga, cuenta con 47 años de docencia en nuestra Universidad. Sea en la Plaza Francia o en el campus de Pando, Velaochaga ha formado generaciones de abogados que ejercen su profesión con un serio compromiso, responsabilidad y ética.

Siguiendo la tradición que iniciara su padre al fundar la Universidad Católica, en 1989 el doctor Velaochaga funda la Asociación de Egresados y Graduados. Hoy, con 15 años de existencia, la Asociación desea rendir este merecido ho-menaje a su gran impulsor, sin cuyo empuje y voluntad, estos quince años de esfuerzos por mantener vivo el espíritu del padre Dintilhac y de la Universidad Católica en nuestros egresados, no habrían sido posibles.

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Uso de la Palabra

Entrevista al doctor Guillermo Velaochaga Miranda

A sus 82 años bien llevados y poseedor de una gran experiencia de vida, el doctor Guillermo Velaochaga se mantiene activo en una Universidad que, se podría decir, es su segundo hogar, su segunda familia. Ha sido testigo de los apasionantes primeros años de la Universidad y del esfuerzo del padre Jorge y los cinco cofundadores, entre ellos su propio padre, por llevar adelante a esta casa de estudios. Profesor de nuestra casa de estudios, fue además el gran gestor de la Asociación de Egresados y Graduados, que este año celebra su 15º aniversario. El doctor Velaochaga tiene muchos motivos para celebrar.

¿Cómo recuerda su infancia?Yo nací en Chorrillos, en 1922. Lima era una ciudad muy pequeña. Toda la gente importante tenía su casa de verano allá, a donde se iba en tren. Chorrillos no tenía sino cuatro cuadras de profundidad, todo lo demás eran haciendas.

Me imagino que su infancia debe haber estado muy marcada por el ca-tolicismoSí, mi familia era muy católica. Mi padre fue uno de los fundadores de la Unión Católica de Caballeros que fue la antecesora de la Acción Católica. Asistíamos a todas las ceremonias religiosas en la que se llamaba la Iglesia Matriz, donde estaba el padre Constancio Boyar, quien después fundó la Iglesia del Pilar. Junto con un primo, éramos acólitos en la parroquia. Recuerdo que estaba

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prohibido bañarse en la laguna de Villa, porque allí uno se podía contagiar la tifoidea, que en esa época no tenía cura. Mi primo y yo fuimos a la laguna, tendríamos unos 12 años. A los dos nos dio la tifoidea, él murió. A mí me dieron la extremaunción dos veces, pero me salvé.

¿Alguna vez pensó en ser sacerdote?No. Un hermano mío sí lo pensó. Yo nunca tuve vocación. ¿Sabe lo que quiere decir vocación?

Es el llamado de DiosExacto. Cuando uno recibe el llamado de Dios, no se puede resistir. Uno puede luchar pero se da cuenta. Siempre he practicado de mi religión. No recuerdo haber faltado alguna vez a misa, salvo enfermedad o algún viaje.

Usted estudió en La RecoletaMi papá había estudiado en La Recoleta y me matriculó allí. Tenía que hacer cuatro viajes diarios: uno en la mañana, luego regresaba a casa a almorzar y volvía al colegio hasta la salida. Tanto me gustaba el colegio que nunca falté. Me gustaba aprender. No es que tuviera gran mérito sino que tenía una gran memoria. Mi única nota mala era de Conducta. No había día en que no me botaran de la clase.

Allí conoció al padre DintilhacEl padre Dintilhac fue mi profesor de Religión, era muy querido. Usted comprenderá que cuando uno está en el colegio siempre hay la tendencia a burlarse de los profesores, pero con el padre Jorge, no. Le teníamos un gran respeto. Era un santo varón. Bajo esa apariencia de bondad tenía una tenacidad y fuerza de voluntad inmensa.

Llevó adelante la UniversidadÉl quería fundar una escuela superior para luego convertirla en universidad porque veía que el catolicismo se había estancado por el positivismo y el ma-terialismo. Convocó a mi padre, junto a otros cuatro ex alumnos recoletanos, para formar la universidad. Usted ha visto el busto del padre Jorge, allí abajo hay cinco nombres, que son los cofundadores. Entre ellos está el de mi padre, Jorge Velaochaga. El padre Jorge se apoyó en esos cinco y comenzó la lucha por la universidad.

Un camino difícil, sin duda

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Tanto El Comercio como San Marcos nos atacaron a muerte. San Marcos tenía un prestigio enorme a nivel internacional, era la Decana de América. El presidente Pardo era católico y su mujer quería mucho a La Recoleta. A través de ella se consiguió el permiso. Pero San Marcos consiguió que el examen de ingreso y los exámenes en general fueran en San Marcos con profesores de allá.Recuerdo una anécdota: era verano y me fui a la playa, ya que en el verano prácticamente vivíamos en ropa de baño. Pero se me pasó la hora, no tuve tiempo y me fui como estaba. En esa época no se usaba short sino pantalón de verano y camisa de manga corta y zapatillas. Cuando me llamaron al tribunal, me presento y entonces me dicen “Vaya y póngase camisa, corbata y saco”. Un amigo me prestó su camisa, por allí me conseguí una corbata y un saco. Felizmente aprobé. Como ve, eran muy exigentes.

¿Cómo era la Católica de sus años iniciales?Estábamos en la Plaza Francia, y había un solo patio. Hacia la Plaza había dos aambientes que eran los dormitorios de los padres. Entonces, ellos se trasladaron al segundo piso. Esos dormitorios se convirtieron en aulas donde estudiábamos Letras. Enfrente había otras dos aulas. Recuerdo el despacho del padre Dintilhac, que era una oficina pequeñísima. Tenía una mesita con cajones y una silla. Venía el tesorero y le decía “Padre, hay que pagar el recibo” y él abría el cajón y le daba el dinero. Allí funcionaba rectorado, tesorería, secretaría, todo junto. Esa era la Universidad Católica. Por eso, la primera vez que mi padre fue a Pando, lloró. La emoción lo dominó.

¿Y el ambiente?Tenía un grupo de amigos excelentes. Me casé, no tuvimos hijos, así que es-taba muy unido a mis amigos y me dediqué a la universidad. Me entretengo mucho, no me cuesta trabajo.

¿Aún se ve con ellos?La promoción 1945 nunca se ha reunido oficialmente. Nos separamos mu-cho pero cuando nos encontramos es como si nos hubiésemos visto el día anterior: “Sí, tenemos que vernos”, pero nunca nos reunimos. Hay un grupo pequeño, los que vivimos cerca, porque hay otros que viven fuera del país. Además quedan muy pocos, unos 14, de los cuales la mitad ya no puede salir de su casa.Un día invité a un grupo a almorzar y uno vino con enfermera. El grupo más íntimo lo componen Enrique Moncloa Diez-Canseco, José Agustín de

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la Puente Candamo, Manuel de la Puente y Lavalle, Herbert Mulanovich, Max Garrido Lecca Frías y Javier Ortiz de Zevallos, todos ellos destacados profesionales.

¿Qué es lo más importante que le ha dado la universidad?Una formación ética y una formación cultural, acorde a lo que yo quería.

¿Cuál fue la mejor enseñanza del padre Dintilhac?La formación religiosa que nos dio. Siempre que uno crece ve el conflicto aparente entre la ciencia y la religión. Él explicaba que no es así. La ciencia no es sino el desarrollo de la capacidad de conocimiento de la persona, pero quien se lo ha dado ha sido su creador. La ciencia explicará de un primer hombre, de dónde apareció ese primer hombre, ¿de la evolución de un animal? Conforme, y de dónde apareció el primer animal. Tiene que haber un creador y si hay un creador, la ciencia consiste en avanzar sobre los conocimientos, sobre el creador y lo que el creador ha creado. Él explicaba eso muy bien; nos dio una formación magnífica.

¿Cómo era la relación con su padre?Muy íntima. Yo aprendí francés en la casa por mi papá que era abogado de las Embajadas de Francia y Bélgica. Meses antes de terminar el colegio mi papá me llevaba a la oficina para que practicara por si quería ser abogado. Nunca me obligó a nada, a pesar de que mi padre, mi abuelo y mis tíos abuelos eran abogados.

¿Y cómo nació la vocación de ser abogado?No lo sé. Siempre me gustó la carrera. Alguna vez tuve una duda con la Me-dicina. A mí siempre me gustó leer. Yo leía tanto los libros de papá y era muy discutidor y argumentaba, me gustó. Mi papá tenía una biblioteca estupenda. Yo me acuerdo de chico, de pantalón corto, con las piernas cruzadas, sentado en el suelo cuando mi papá se iba a trabajar y yo, antes de ir al colegio, sacaba los libros y leía los que tuvieran mapas o gráficos. Mi papá tenía su oficina en la esquina de Lampa y Miró-Quesada, frente a El Comercio; y desde que entré a la universidad, cuando no tenía clases, me iba para allá.

¿Cuál es la enseñanza principal que usted da a sus alumnos?En materia de Ética o Derecho.En generalLa Ética siempre está por encima del Derecho. Porque el Derecho es obra

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de los hombres. La Ética es perfecta porque está grabada en la conciencia y la conciencia es obra del creador. La conciencia es como una brújula con la que uno nace. Uno no se la puede sacar. La puede tapar, pero ella sigue funcionando.Todo lo referente a la enseñanza de la universidad se centra en lo siguiente: Todos conocen las normas. El problema de la juventud es que no siente la obligación de cumplir con ellas. Porque no tiene conciencia de la razón por la cual está obligado a cumplir una norma moral. Todos son creadores de su propia doctrina. Si aceptamos eso, entonces si el Perú tiene 27 millones de peruanos, entonces hay 27 millones de morales distintas; entonces es el caos de la sociedad. Y el hombre es un animal social.

¿Qué admira en las personas?Siempre he admirado la inteligencia de las personas junto a lo que se llama unidad de vida. No se trata solo de ser bueno en alguna materia académica o disciplina, sino de llevar una vida consecuente. No son cosas separadas. Lo que se llama la moral humana, que cada hombre tiene en la conciencia. Si una persona es inteligente, sabe cocinar, es buen padre de familia, todo eso son como los dedos de una misma mano. Un brillante puro.

¿Qué lo motiva a iniciar la Asociación de Egresados?Fui convocado por Salomón Lerner, que fue mi alumno. Anteriormente hubo otros intentos de hacer una Asociación de Egresados, pero no se podía. Duraba unos años y luego desaparecía.

¿Cuál fue su secreto?El equipo que yo tenía era formidable, encabezado por la señora Solange Hernández, que ha empujado la carreta.

¿Qué significa para usted la Asociación?Me parece una institución muy importante porque el objetivo de la creación de la universidad no se agota cuando el alumno sale de la universidad. La asociación prolonga la relación en el tiempo y en el espacio.Por ejemplo, el gran filósofo peruano, aunque aquí se le conoce poco, Alber-to Wagner, que vive en París y fue alumno de mi padre, fue secretario de la UNESCO. Él forma parte de la Asociación, no deja de pagar su membresía. Recibe el Boletín y difunde a la Católica allá también.

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Cumple una función integradoraNo solo integradora y de lazos de solidaridad, sino el estudio de la ciencia con la iluminación de la religión católica.

¿Cómo ve a la Asociación actualmente?Hoy en día tenemos más socios que el Alianza Lima o el Universitario de Deportes. Nuestros asociados se mantienen activos: trabajan, escriben. Te-nemos gente a todo nivel.

¿Qué le ha enseñado la vida?Creo que me ha dado las respuestas a las preguntas que se forma cualquier persona inteligente ¿quién soy yo?, ¿para qué he sido creado? y ¿cómo puedo lograrlo? El hombre ha sido creado para un fin determinado, lograr una vida eterna. Hay un ser superior que se llama Dios que no tenía la obligación de crearnos. Y nadie puede crear algo que no tiene una finalidad. El creador nos da la inteligencia y la voluntad. La inteligencia es para saber la finalidad de nuestra existencia y la voluntad es la fuerza para llegar a eso. (Entrevista: Diego Avendaño)

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Huellas

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Se iniciaba el año académico de 1962 y un nutrido grupo de compañeros y amigos que habíamos vivido la experiencia del llamado bachillerato en la Plaza Francia nos mudábamos a la calle de Lártiga, donde entonces queda-ba la Facultad de Derecho de nuestra Universidad. En ese nuevo escenario habríamos de conocer a los profesores que habrían de adentrarnos en las disciplinas directamente vinculadas con nuestro futuro quehacer profesional. Los había de diferentes generaciones, pero todos ellos compartían un mismo carisma: su entrega generosa al estudiante para iniciarlo en el apasionante y a la vez complejo mundo de las ciencias jurídicas. No son pocos los que ahora acuden a mi memoria, pero sin duda destaca entre ellos la figura del Dr. Guillermo Velaochaga quien, sin faltar una sola vez y con puntualidad inglesa, tres veces por semana iniciaba a las nueve en punto de la mañana las lecciones que impartía en el curso de Introducción a las Ciencias Jurídicas; asignatura que en verdad era una sabia aproximación a los principios rectores de la Filosofía del Derecho. A través de su asignatura, él nos enseñó, como habría de hacerlo con numerosas generaciones venideras, que ser abogado significaba cultivar en todo momento una conciencia alerta y reflexiva que nos permitiera trascender el mero culto a la ley para así descubrir el verdadero fundamento ético que la animaba; nos hacía ver que la Justicia era a la vez un valor y una virtud y que en tal sentido se nos ofrecía simultáneamente como horizonte y práctica cotidiana que debía caracterizar a todo hombre y, más especialmente todavía, a quienes se dedicaban al Derecho.Persona profundamente convencida de la verdad cristiana, entendía además que una exigente formación profesional no bastaba; ella debía marchar siempre de la mano con un compromiso cada vez más solidario y activo con el país y con sus gentes. En su caso, su fidelidad a ese compromiso se ha expresado a lo largo de su existencia en los diversos cargos que le ha tocado ocupar en la vida de nuestra nación como abogado y como jurista, pero también como promotor de la labor social a través del hermoso trabajo realizado con la Fundación de Ayuda al Niño y al Adolescente en Riesgo (ANAR).A esas dotes de gran maestro y de profesional destacado y solidario debemos añadir el profundo cariño que el Dr. Velaochaga guarda por nuestra Casa y que prolonga el inmenso amor y dedicación que entregó su señor padre a la Uni-versidad Católica. Ese afecto lo llevó a ser uno de los principales impulsores de la creación de una institución fundamental para nuestro claustro, como es la Asociación de Egresados y Graduados, de cuyo Consejo Directivo ha sido con acierto, y por varios períodos consecutivos, presidente. Ello para no hablar de un cargo que ocupa desde muy largo tiempo con prestancia e inteligencia: el de Presidente del Cuerpo Electoral de nuestra institución, responsabilidad

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Salomón Lerner Febres

que le ha sido conferida en repetidas ocasiones por la Asamblea Universitaria, tanto como reconocimiento a su probidad cuanto por la absoluta confianza que su trayectoria de vida inspira.Nada más justo, pues, que este homenaje que se le tributa, al cual deseo sumar, más que como autoridad como amigo y miembro de la Asociación, mi más cálido y sincero reconocimiento.

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No es fácil evocar a un amigo que ha compartido y comparte no solo ideales semejantes en la vida, sino que invita a múltiples recuerdos en los que se entretejen memorias de hombres y de sucesos.Conocí a Guillermo Velaochaga en la década de 1930, cuando ambos éra-mos alumnos en el colegio de La Recoleta, que en esos años se ubicaba en la avenida Uruguay, en la esquina con la recién inaugurada avenida Wilson, hoy Garcilaso. Desde esos años distantes, la vida nos ha asociado en diversas tareas comunes. Luego de las horas escolares, estudiábamos en la misma pro-moción de la Universidad Católica, y si bien más tarde él se orientó de modo irrevocable a las tareas del abogado y yo preferentemente a la enseñanza de la historia, los recuerdos comunes han enriquecido la amistad que se inició en la adolescencia.En el colegio, fue Guillermo al mismo tiempo estudioso y juguetón; respon-sable, alegre y bromista y siempre amigo de uno y otro compañero de clase. Hasta hoy es Guillermo quien mantiene el vínculo entre los que terminamos el colegio en 1938.En la Universidad Católica enriqueció la vocación que heredó de don Jorge, su padre, quien fue abogado toda su vida, y secretario de la Universidad Católica en el tiempo de la fundación y de los primeros y difíciles años de trabajo.Generalmente en las semanas cercanas a los exámenes nos reuníamos para estudiar una y otra materia y para adquirir una mejor preparación. Recuerdo que en nuestro “grupo” de estudio Guillermo era enemigo de excesivos desarrollos teóricos, y buscaba más bien la precisión exacta de un tema, de una figura jurídica. Le habría interesado mucho el método del “caso” que hoy tanto se promueve.En este ambiente de estudio y de tertulia amistosa, se perfilaba clarísima la vocación de abogado, de litigante y de hombre conciliador, que ha presidido y preside la vida de Guillermo, siempre con una irrevocable voluntad de comprensión y entendimiento.Entre estos recuerdos desordenados, pienso que la fidelidad es una de las características que ha acompañado y acompaña la vida de Guillermo. Con profundo sentido de familia, con una firme y viva vocación cristiana, con un afecto indeclinable hacia la Universidad Católica que ganamos en nuestra juventud de 1930 y 1940, fiel a la amistad a través de tantos años, lo veo aho-ra como lo veía en las clases de Historia con el padre Armel, con la misma alegría y con análoga vocación de estudio y de amistad.

José Agustín de la Puente Candamo

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Me es particularmente grato referirme a mi amigo Guillermo Velaochaga Miranda, con quien me une una larga amistad desde las aulas del Colegio de La Recoleta, donde fuimos condiscípulos hasta el año 1938 y, posterior-mente, estudiamos juntos es la Facultad de Derecho en la Pontificia Uni-versidad Católica del Perú. Egresamos como miembros de la promoción “José de la Riva Agüero y Osma” en el año 1945.La preparación profesional, su calidad humana y la concepción verdadera de la amistad y el compañerismo, han sido y serán siempre las característi-cas de nuestro apreciado amigo GuillermoVelaochaga.Conociendo su abnegada labor, tanto en las aulas escolares como en los claustros de la Universidad Católica y en especial el eficiente y brillante desempeño de sus funciones como Presidente de la Asociación de Egresa-dos y Graduados de la Pontificia Universidad Católica del Perú; estimo que nada es más justo que brindarle un merecido homenaje por este brillante desempeño. Me permito manifestarlle que estas expresiones de agradeci-miento, estoy seguro, también serán compartidas por sus amigos y condis-cípulos tanto del Colegio como de la Universidad que están presentes, así como los que ya no están con nosotros.Recibe, estimado Guillermo, un sincero y afectuoso abrazo.

Herbert Mulánovich Nugent

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Hasta ese año – 1970 – sólo habíamos estudiado la teoría del Derecho. Cuando ingresamos a su clase, lo primero que dijo fue: “Saquen papel y redacten una demanda por daños y perjuicios; también redacten la reconvención. Deben además fundamentar varias excepciones a la demanda.”

Todos nos miramos, desconcertados. ¿Cómo se elaboraba una demanda? Se suponía que el Dr. Velaochaga nos lo enseñara antes de tomarnos esta especie de examen, pero... No hubo “pero” que valiera: nos concedió 30 minutos como gran cosa y nos recomendó no desperdiciar ni uno.

Me imagino que se habrá reído mucho al leer nuestros errores y nuestras erratas, que le sirvieron después para armar las interesantes clases a que nos acostumbró.

Y desde entonces, siempre lo hemos visto en nuestra querida Universidad, porque forma ya parte inseparable de ella. Ultimamente lo ví dirigiendo la Asociación de Egresados con el mismo espíritu innovador y estimulante de siempre.

Los años (más los míos que los de él) me han permitido tutearlo, después de varias décadas del ceremonioso “Doctor Velaochaga”, así que ahora cierro esta nota diciéndole ¡Felicitaciones y gracias, Guillermo, profesor y amigo, por darle tantas hermosas horas a nuestra Universidad!

Delia Revoredo Marsano

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Siendo aún un niño conocí al Dr. Guillermo Velaochaga Miranda en casa de su padre Don Jorge Velaochaga en la avenida El Bosque del Olivar en el distrito de San Isidro. Ya en ese entonces era un prestigioso abogado que destacaba en los tribunales de justicia y era reconocido en la cátedra universitaria. Al presentarme como el hijo del Dr. Manuel García Calderón Koechlin, tuvo frases muy elogiosas para con mi padre, incentivándome a seguir sus huellas y la de los García Calderón. Su padre intervenía en la conversación al comen-tar que en el colegio de La Recoleta habían estudiado con él tanto Ventura como Francisco García Calderón Rey, hijos del Presidente cautivo y autor del diccionario de la Legislación Peruana, don Francisco García Calderón Landa. Años después tuve el privilegio de que Guillermo fuera mi profesor en las aulas universitarias en el curso de Deontología Forense, el cual dictaba, en el horario de la tarde. Tenía la gentileza de llevarme de regreso a mi casa, en donde siempre me daba consejos y sacaba a relucir frases que hasta ahora recuerdo con cariño. En una oportunidad le pregunté por qué no trabajaba en un estudio de abogados dada su trayectoria, sino que prefería trabajar solo en su despacho. Él contestó que las palomas vuelan en bandadas mientras que las águilas vuelan solas. Posteriormente y en el ejercicio profesional hemos actuado como árbitros en varios procesos. Destacó por su criterio de equidad y de conciencia para resol-ver, aplicando la máxima latina del ex aequo et bono, es decir, resolviendo de acuerdo a su leal saber y entender, buscando la justicia y la verdad. Hablar del Dr. Velaochaga es hablar de una persona íntegra, que no ha bus-cado cargos públicos, y que se ha entregado a su profesión y a sus alumnos con cariño y dedicación.

Gonzalo García Calderón

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