Aspectos éticos de la acción sanadora de Jesús

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217 MARTA LÓPEZ ALONSO ASPECTOS ÉTICOS DE LA ACCIÓN SANADORA DE JESÚS Jesús históricamente curó y, al asumir una estrategia terapéutica –hacer emerger al ser humano sano–, ha dotado de sentido ético a la acción sanadora de la Iglesia. En este artículo se trata de desarrollar algunas de las claves de comprensión de la acción sa- nadora de Jesús: el sentido de los milagros y la táctica de Jesús para adentrarse en el mundo del dolor. Desde ahí, propondremos las consecuencias éticas del modelo de salud que Jesús practicó, así como algunos de sus signos. Aspectos éticos de la acción sanadora de Jesús, Moralia 26 (2003) 417-438 INTRODUCCIÓN Jesús no desarrolla ningún dis- curso sobre la salud, sino que se compromete a regenerarla tanto en los individuos como en la con- ciencia social: pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo (He 10,38). Es un hecho que la presencia y la intervención de Jesús en la vida humana tiene un carácter saludable: “Yo he ve- nido para que tengan vida y la ten- gan en abundancia” (Jn 10,10). Es- tamos ante una sanación como experiencia de recuperación de la vida, afirmación de la propia dig- nidad, crecimiento de la confian- za y la libertad, donde se experi- menta la victoria frente al mal y el predominio de la vida frente a la muerte. En el lenguaje de los evange- lios, los milagros son “obras de poder”, “señales”, “portentos”, “hechos asombrosos” y “maravi- llas”. Estos términos nos remiten a acciones sanadoras de Jesús a los más pobres. El verbo therapeúo expresa el doble sentido de cui- dar y curar. Es llamativo que los sinópticos no emplean este ver- bo en su sentido original “servir a alguien más poderoso”. Los escritores cristianos pri- mitivos transmitieron en sus es- critos la imagen de que el evan- gelio tiene un mensaje de “salud” y “suave medicamento”, en pala- bras de Clemente de Alejandría. Junto a él, Ignacio de Antioquía, Tertuliano, Cipriano de Cartago y Orígenes recogen la imagen de Cristo médico. De ahí la polémi- ca entre los apologistas cristianos y los escritores del paganismo, acerca de quién sana al hombre si Cristo o Asclepio. La actividad sanadora de Jesús, juzgada desde la historicidad, topa con una seria dificultad: la frecuen- te vaguedad en la descripción de la dolencia. No se menciona la patología precisa de cada caso, ni la causa de la enfermedad, ni su grado de gravedad o irreversibili-

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MARTA LÓPEZ ALONSO

ASPECTOS ÉTICOS DE LA ACCIÓNSANADORA DE JESÚS

Jesús históricamente curó y, al asumir una estrategia terapéutica–hacer emerger al ser humano sano–, ha dotado de sentido éticoa la acción sanadora de la Iglesia. En este artículo se trata dedesarrollar algunas de las claves de comprensión de la acción sa-nadora de Jesús: el sentido de los milagros y la táctica de Jesúspara adentrarse en el mundo del dolor. Desde ahí, propondremoslas consecuencias éticas del modelo de salud que Jesús practicó, asícomo algunos de sus signos.

Aspectos éticos de la acción sanadora de Jesús, Moralia 26 (2003)417-438

INTRODUCCIÓN

Jesús no desarrolla ningún dis-curso sobre la salud, sino que secompromete a regenerarla tantoen los individuos como en la con-ciencia social: pasó haciendo el bieny sanando a todos los oprimidos porel diablo (He 10,38). Es un hechoque la presencia y la intervenciónde Jesús en la vida humana tieneun carácter saludable: “Yo he ve-nido para que tengan vida y la ten-gan en abundancia” (Jn 10,10). Es-tamos ante una sanación comoexperiencia de recuperación de lavida, afirmación de la propia dig-nidad, crecimiento de la confian-za y la libertad, donde se experi-menta la victoria frente al mal yel predominio de la vida frente ala muerte.

En el lenguaje de los evange-lios, los milagros son “obras depoder”, “señales”, “portentos”,“hechos asombrosos” y “maravi-llas”. Estos términos nos remitena acciones sanadoras de Jesús alos más pobres. El verbo therapeúo

expresa el doble sentido de cui-dar y curar. Es llamativo que lossinópticos no emplean este ver-bo en su sentido original “servir aalguien más poderoso”.

Los escritores cristianos pri-mitivos transmitieron en sus es-critos la imagen de que el evan-gelio tiene un mensaje de “salud”y “suave medicamento”, en pala-bras de Clemente de Alejandría.Junto a él, Ignacio de Antioquía,Tertuliano, Cipriano de Cartago yOrígenes recogen la imagen deCristo médico. De ahí la polémi-ca entre los apologistas cristianosy los escritores del paganismo,acerca de quién sana al hombre siCristo o Asclepio.

La actividad sanadora de Jesús,juzgada desde la historicidad, topacon una seria dificultad: la frecuen-te vaguedad en la descripción dela dolencia. No se menciona lapatología precisa de cada caso, nila causa de la enfermedad, ni sugrado de gravedad o irreversibili-

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dad. Para los creyentes las cura-ciones serán milagros, mientrasque para los agnósticos se trata-rá de enfermedades psicosomáticassensibles a influencias como la hip-nosis, el impacto de una fuerte per-sonalidad o la autosugestión.

Jesús une íntimamente la Bue-na Noticia y la curación de losenfermos. La proclamación delEvangelio es curativa en sí misma,y no hacer de él una experienciasanadora tiene considerables im-plicaciones éticas. Es visible elamor con que se entregó Jesús aenfermos y marginados, devolvién-doles su valía personal. La sana-ción y salvación que Dios despier-ta están en íntima relación con lasfuentes de energía curativas y lacapacidad interna de regeneracióndel propio ser humano. El deste-llo del Espíritu sobrepasa la tota-lidad de lo psicosomático y cura.

Para poder hablar con verdadde la acción sanadora de Jesús es

preciso analizar la historicidad desus milagros. No está a nuestroalcance decidir la cuestión teoló-gica de si unos determinados he-chos extraordinarios de Jesús fue-ron o no auténticos milagros, en-tendidos como intervencionesdirectas de Dios par realizar co-sas imposibles de realizar por unser humano. Es necesaria la inves-tigación histórica y aplicar crite-rios de historicidad. Por tanto, encuanto a la cuestión de la historici-dad, podemos decir que el crite-rio de testimonio de múltiplesfuentes y el criterio de coheren-cia parecen corroborar que Jesúsrealizó acciones extraordinariasjuzgadas como milagros. Las tra-diciones sobre milagros de Jesúsestán tan atestiguadas en diversasfuentes hacia el final de la prime-ra generación cristiana que esimposible, dada su importanciacuantitativa, su total invención porparte de la Iglesia primitiva.

ACCIÓN SANADORA DE JESÚS

Sentido de sus milagros

Ante la actividad sanadora deJesús es explicable nuestra perple-jidad. Nuestra manera de vivir lasalud y la enfermedad es muy di-ferente de la de los tiempos deJesús. Es preciso leer la tradiciónde las curaciones en el contextode enfermedad y salud del tiem-po de Jesús, fijando la atención enlos rasgos que la diferencian de latradición helenística de milagrosy que la vinculan a la cuestión ju-día de la pureza ritual.

Actualmente, los relatos desanación son iluminados desde los

estudios de la Antropología médica,como subdisciplina de la antropo-logía cultural. Abordar las sanacio-nes narradas desde la medicinaoccidental ha impedido acercar-se al sentido original de los rela-tos y a la experiencia vital que lesdio origen. La exégesis los ha es-tudiado desde el punto de vistateológico y literario. Estas inter-pretaciones no son suficientes,dado que la forma en que un indi-viduo percibe la enfermedad y lasalud están determinadas por lapropia cultura, estableciéndosediferentes horizontes mentales decomprensión. Esta visión incluye

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no sólo la etiología de la enfer-medad, sino también la forma dereaccionar frente a ella, las opcio-nes terapéuticas disponibles y lasinstituciones mediadoras.

En el mundo de Jesús y de losprimeros cristianos hay elemen-tos de comprensión de la salud yde la enfermedad semejantes a lasmedicinas no occidentales. Lossíntomas de la enfermedad se ex-plican desde la convicción de queexiste una interdependencia en-tre lo natural y lo sobrenatural, lasociedad y la persona. La explica-ción sobre el origen y las causasde la enfermedad era muy distin-ta a la nuestra. El pecado o los es-píritus malignos eran los causan-tes de la enfermedad. Para ellosla enfermedad no era sólo unapatología física. Tenía dimensionessociales y sobrenaturales. Enfer-medad y sanación eran percibidosde una forma mucho más global.Esto nos exige abrir el horizontede comprensión de la enfermedadpara detectar los signos de ausen-cia de salud vinculados a cada unode los planos mencionados queconstituyen los núcleos de la ac-ción terapéutica de Jesús. Esteanálisis excluye todo determinis-mo encubierto y señala las cau-sas del exceso de mal, bien cono-cidas en numerosas ocasiones.

El que sana posee un conoci-miento preciso de los roles delenfermo en la comunidad, y com-parte con él los valores y las nor-mas sociales. Era fundamental enel proceso de sanación la partici-pación de los miembros de la fa-milia, parientes y vecinos. La cu-ración requería la presencia deuna comunidad sanada y sanado-

ra. A la luz de la Antropología médi-ca, cada curación debe ser mira-da desde una triple perspectiva:

1) El sector del sistema de sa-lud en el que se sitúa la sanaciónrealizada por Jesús. Hay que dis-tinguir tres sectores: a) el popular,formado por los círculos más cer-canos al sujeto: familia y vecinos,desde donde se define, se inter-preta y se trata la enfermedad; b)el profesional, formado por médi-cos e instituciones sanitarias, queen tiempos de Jesús estaban mu-cho menos desarrollados que ennuestros días y se basaban en unosprincipios médicos muy diferen-tes a los de la medicina actual; yc) el étnico, que aglutina una seriede medicinas alternativas y a lossanadores populares, que no seatenían a la medicina profesional.Las sanaciones de Jesús deben si-tuarse en este tercer sector. Esconveniente conocer las estrate-gias terapéuticas que seguían en-tonces los sanadores populares yque también aparecen en las cu-raciones de Jesús: compartían lavisión del mundo, de la salud y dela enfermedad –generalmente entérminos religiosos– que teníansus pacientes, aceptaban los sín-tomas que les presentaban, los tra-taban en público y no eran ajenosa la situación social del enfermo.Jesús fue uno de los sanadores másrepresentativos de Palestina en elsiglo I, junto a dos figuras de la tra-dición rabínica Honi y Hanninaben Dosa. Su modelo se configu-ra al estilo de Elías, y se entendióa sí mismo como mediador de lasanación que viene de Dios.

2) La comprensión de la enfer-medad que revela el relato. Es pre-

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ciso comprender las diversas for-mas de entender la enfermedad yla reacción frente a ella, así comola semántica que utiliza quien ladescribe. Sólo así podremos co-nocer qué entendían por salud yenfermedad tanto Jesús como susdestinatarios. La enfermedad mar-caba entonces negativamente a laspersonas mucho más que hoy. Elhecho de estar enfermo, sobretodo de ciertas enfermedades (le-prosos, ciegos...), tenía connota-ciones muy negativas que hacíandel enfermo una persona estigma-tizada, marginada por la sociedad.La enfermedad era percibidacomo una forma de desviación enuna cultura regida por los valoresdel honor y la vergüenza. Así, laenfermedad determina el estatussocial del paciente y la sanaciónse define como proceso de rein-tegración social. Ante esta situa-ción, si la enfermedad “marca” alsujeto, la ética de Jesús introduceun correctivo que purifica de pre-juicios, evidenciando que éstos–más que justificar la falta de sa-lud– son un amplificador de sueco destructor.

3) La estrategia terapéutica se-guida por el mismo Jesús. Una vezdetectada la enfermedad se pre-cisa una estrategia o procedimien-to terapéutico para tratarla y lle-gar a la sanación. La ética pideconstantemente estrategias comocauce, dado que sin medios no hayética sino buenas intenciones.

En este sentido, el modelo cul-tural de Jesús frente al biomédicotiene una estrategia diferente deintervención. La sanación del serhumano debe penetrar la cosmo-visión cultural. La enfermedad en

este modelo es una realidad hu-mana significativa, donde el univer-so de sentido se basa en la enfer-medad percibida por el sujeto,siendo relevantes los datos querevelan su significado. La estrate-gia interpretativa examina la rela-ción entre los síntomas y el cam-po semántico para llegar a com-prender los aspectos ocultos dela realidad de la enfermedad ypoder así transformarla.

Jesús observa los diferentesniveles: el natural (la enfermedadfísica), el sobrenatural (sólo Dios yla fe pueden sanar), el personal (laincapacidad de superar por si mis-mo la situación) y el social (margi-nación y deshonor). Todos estosniveles nos remiten a la experien-cia del hombre. La sanación es in-terpretada como salvación totalpor la fe, que implica la sanaciónde la culpa, advertida o inadverti-da, y la reintegración. Por tanto, laestrategia terapéutica de Jesús erainclusiva. Sin inclusión no hay sana-ción y, en este sentido, significa: re-conciliación, apertura, etc.

Horizontes de sentido

Puestos los cimientos de laantropología médica, podemosobservar ahora diversos horizon-tes de sentido en las acciones sa-nadoras de Jesús. En su vida pú-blica muestra su capacidad parasanar toda dolencia y enfermedad.Se solidariza con los oprimidos,tomando siempre partido por losmás débiles y marginados: lasprostitutas, el samaritano, el cen-turión, el publicano, el ciego denacimiento, el paralítico... Esta so-lidaridad será causa para él de su-

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frimiento moral y psicológico: di-famación, injurias, críticas... ¿Quéhizo y qué sentimientos desper-tó con sus palabras y accionespara suscitar estas críticas? Era in-evitable que estallara el conflicto,y llama la atención que Jesús nocambiara ni su discurso ni su com-portamiento. Es preciso correlacio-nar la actuación de Jesús en su vidapública con su muerte y con elamor a un Padre apasionado porsalvar y sanar la vida de los hom-bres.

Jesús vive asumiendo la situa-ción de aquellos a los que ha sidoenviado, compartiendo la margi-nación de los marginados, la po-breza de los pobres, la exclusiónde los excluidos, la mala fama delos “malafamados”, así como losefectos del pecado en los peca-dores, señalándonos así nuestrolugar como creyentes. En Jesús hayvoluntad de curar, aun con el ries-go de ser excluido del sistema. Laacción sanadora de Jesús conlle-va un cierto grado de persecuciónque emerge del propio sistema,que tiende a cerrarse sobre símismo.

Contemplar a Jesús y su posi-ción ante los hombres es comouna flecha indicativa que nosmuestra donde está Dios y dón-de deben situarse sus seguidores.El dolor de los ofendidos y humi-llados es su causa, su destino y suhogar. Jesús sabe y muestra en suacción sanadora que no son lasleyes lo que importa al Padre, sinoque el hombre se convierta en lamedida de toda acción. El hechode que Jesús se les acerque y sedeje tocar por ellos, o de que loscure de forma poco ortodoxa, era

un atentado contra las normas depureza que gobernaban la socie-dad palestina del siglo primero.Jesús no tuvo inconveniente entransgredir estas normas, puessólo así podía acercarse a los queestaban en situaciones marginales.

Estructura literaria

La propia estructura literariadel milagro comprende tres ele-mentos, que en su secreta lógica,nos dan noticia de cómo se acer-can a Jesús quienes desean sercurados, de los gestos y mediosque intervienen en la curación yde la reacción ante tales acciones.Todos estos elementos carecende neutralidad ética.

La presentación y petición decuración del enfermo nos planteala necesidad de una ética respon-sable frente al otro.

Jesús actúa desde la gestualidad.Con ella se acerca a los hombresy mujeres de su época. Jesús toca-ba a los enfermos y son significa-tivos los matices que nos aportanlos distintos verbos empleados enel texto: agarrar, coger con la mano,al hacer referencia a la curaciónde la hija de Jairo, el joven epilép-tico y la suegra de Pedro. En otrasocasiones impone las manos, comogesto de bendición. Con los lepro-sos extiende las manos y los toca.Toda acción parece tener un ta-lante gestual, en este sentido elgesto traduce y reconvierte lasopciones éticas ocultas en el cen-tro de su persona.

En el marco de comprensiónde los milagros, es importanteapreciar la reacción de la genteante la acción curativa. Sus adver-

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sarios no negaron el hecho de quehiciera tales cosas, sino que locriticaron por realizar sus cura-ciones en sábado, por asignarse elpoder de perdonar y dar a ésteun valor sanador, por no obser-var la Ley de Moisés y por tocar aaquellos hombres que estaban enlos extrarradios del mundo judío.

Los creyentes nos hemos es-cudado en la aureola mágica vin-culada al mundo de los milagros,esquivando así nuestras respon-sabilidades frente a los múltiplesy cambiantes aspectos de la saludde nuestros hermanos. Nada hayen estos materiales que podamoscalificar de mágico.

Las verdaderas curaciones ymilagros de Jesús son, ante todo,gestos de humanización evangélica:de purificación humana, de libe-ración personal, de apertura a lafe, que muestran que el dinamis-mo final del Reino tiende a la des-trucción de la enfermedad y eldolor. Los milagros son signos li-beradores, signos contra la opresión,signos de la presencia y cercaníadel Reino y son signos poderososde amor mesiánico, que suscitacuración y fe. Los pobres que ne-cesitaban salvación en sus innu-merables males cotidianos fueronlos que entendieron los milagrosde Jesús. Si no percibimos la sal-vación para los males cotidianosno tenemos vivencia de la expe-riencia de la encarnación. Jesúslucha contra el mal integral, noquiere salvar almas sino sanar ysalvar personas. Jesús anunció lono anunciable y practicó lo escan-dalizable.

La importancia cristológica delos milagros radica en una dimen-

sión fundamental de Jesús: la mise-ricordia. No podemos dejar de ana-lizar qué es lo que “obliga” a Jesúsa curar. Más allá de su poder, losmilagros muestran su reacción aldolor de los pobres y débiles. La mi-sericordia es en Él virtud y princi-pio de su quehacer ético.

Los milagros son signos pode-rosos que surgen del dolor anteel sufrimiento ajeno, en especiallas mayorías pobres. Dios nos amaen Jesús, primero porque somossus hijos, luego por la vulnerabili-dad de lo amado. La misericordiade Dios lleva in situ dos aspectosque se expresan en los siguientestérminos: la ternura, por el hijo ges-tado en las entrañas de Dios; lacompasión y la conmoción que li-bera de la indigencia, la debilidad,la enfermedad y el límite. En Jesúsla conmoción de las entrañas es elnúcleo de su acción sanadora. Elsufrimiento de la gente suscita enél la compasión y el amor. Sanares su forma de amar y su amorsanador sabe a cercanía, estima-ción del enfermo, respeto a supropia capacidad de sanación. Suamor que sana es gratuito.

A la luz de Jesús la misericor-dia es más que compasión por ladesgracia, es ternura ante un her-mano gestado en las mismas en-trañas y vientre que nosotros. EnMc 1,41 descubrimos a un Jesúsque “compadecido de él” extien-de la mano para tocar. RecorreGalilea y cura de toda enferme-dad y dolencia, cura la situaciónde soledad de una muchedumbredesamparada. Cura, en definitiva,la carencia de Dios.

El Reino viene a subvertir tra-yendo a Dios mismo como reali-

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dad sanadora. Jesús se expresa así mismo sanando, y revela su sen-timiento ante la persona: “Me dalástima esta gente...” (Mt 15,32).Esta mirada despierta en el quesufre esperanza de la liberación, enpresencia y en contra de algúnpoder opresor.

Los milagros acaban siendoconfesión de fe en la persona mis-ma de Jesús, Hijo de Dios. Pareceque la fe es la condición exigidapara el milagro y la que lo realiza(cf. Mc 5,36). Esta fe no es ni acep-tación de verdades doctrinales, niconfesión cristológica. Es la acep-tación y el hondo convencimiento deque Dios es bueno para con él y quesu bondad ha de triunfar sobre elmal. Esto implica conversión delser humano y cambio radical enla comprensión de Dios. Aquí ra-dica la Buena Noticia. Es precisohacer el acto fundamental de feen la bondad de Dios. Esta fe ad-quiere un poder eficaz, y el queasí cree puede ser curado exter-namente porque está curado in-ternamente.

Bernard Häring, al final de susdías, se decantó por la reflexiónteológica de la fe como fuente desalud. La fe auténtica que sana seopone de forma radical a la reli-gión regida por el miedo y, portanto, enfermante. Hay una religióny un moralismo enfermizo no per-meable a la proclamación de fe enel Señor y en su amor curativo.La conversión al Dios de la vida

encierra en sí una fuerza básicapara crecer en vida auténtica, sa-lud y armonía personal. La vidatiene que ver con un nacer denuevo (Jn 3,3), con liberarnos deactitudes insanas y mecanismosdestructores que anulan nuestravida, reconocer los posibles erro-res del pasado y poseer las res-ponsabilidades que nos lanzan alcamino de la vida. La fe nos con-duce de la defensa a la confianza,del miedo al amor, del aislamien-to a la entrega, de la culpa y laautocondenación a la aceptacióndel perdón. Tanto la defensa comoel miedo, el aislamiento y la auto-condenación son elementos pre-sentes en la experiencia de caren-cia de salud integral, y en la medi-da que los redimensiona, éstamuestra su capacidad curativa. Lavida nueva es fuerza unificadora yorientadora hacia la salud integral.La vida de Dios, entendida comogracia sanadora, regenera las fuer-zas físicas, la riqueza emotiva, laactividad mental, la energía espi-ritual y la orientación de la vidapersonal. En este sentido, pode-mos decir con Jesús: “Tu fe te hasalvado” (Mc 10,52; Mt 9,22).

La sanación que encierra lasalvación va cumpliéndose o fra-casando a lo largo de la existen-cia de cada persona. La fe nos haceacceder a una calidad de vida nue-va, haciendo brotar en lo íntimohumano un manantial de vida sa-ludable (Jn 4,14).

ELEMENTOS DE LA ACCIÓN TERAPÉUTICA DE JESÚS

Jesús se ve a sí mismo comomédico de las almas porque sabeque no son los sanos sino los enfer-

mos los que necesitan médico. Es unmédico singular “con cuyas heri-das habéis sido curados” (1P 2,24).

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Sin duda, a la luz de los textos delNT cabría hablar de una cristolo-gía terapéutica que comprenda aJesús como fuente de vida y saludhumana auténtica.

La acción sanadora de Jesús hasido con frecuencia definida comocristoterapia. La potencia de “sana-dor-curador-médico” propia deJesús se extendía, y continúa ha-ciéndolo, desde la curación de losdolores físicos a las dolenciasmorales y los pecados. Somosconscientes de los peligros y am-bigüedades de los términos cris-toterapia, sanación, curación. Hansido utilizados con diversos con-tenidos y fines, no siempre ajus-tados a las acciones de Jesús. Parahacer esta afirmación es precisopartir del Reino, como presencianacida de la voluntad del Padre,liberadora de todo sufrimiento ysanadora de toda herida.

La salud mental y física y lapraxis religiosa pueden ser a me-nudo confundidas en grupos ca-rismáticos y de oración, donde sehabla de la función terapéutica dela fe y la oración y se realizan “cu-raciones” por parte de sus líde-res. Afirmamos la legítima autono-mía de las ciencias (psicología, psi-quiatría, medicina y teología) parapoder aportar luz sobre la funciónterapéutica de la religión comoexperiencia del Dios de Jesús.Desde la psicología de las religio-nes se ha estudiado la dificultadpara establecer una recta diviso-ria entre las convicciones mágicasy las religiosas. Debemos percibirque, desde la intención, todo ges-to puede ser instrumental y má-gico y, a la vez, expresivo, simbóli-co y religioso. Las acciones de Je-

sús, mal interpretadas, puedenconducir a interpretaciones má-gicas del actuar de Dios. Un pen-samiento creyente que acepte lavida tendrá como resultado la sa-lud. En el tema de la acción sana-dora nos movemos en un terre-no resbaladizo donde los mismostérminos nos hablan de concep-ciones diferentes.

La terapia más propia de Jesússe centra en su irradiación per-sonal de salud, sana desde sí mis-mo. Para Wolf, la terapia es Él mis-mo: “La terapia que Jesús pone enmarcha es su propia persona”. Losrelatos evangélicos refieren cómotoda la gente procuraba tocarle,porque salía de Él una fuerza quesanaba a todos (Lc 6,19). Estamosante la dynamis o fuerza sanadoraque dimana de su persona, quenada tiene que ver con fuerzasmágicas y que brota del Espíritude Dios que lo habita. Jesús curacon el poder de Dios. La comuni-cación de salud no suplanta losesfuerzos terapéuticos médicos,dado que, como vimos, Jesús em-plea los medios terapéuticos desu época.

En primer lugar adopta unapostura de servicio y disponibili-dad: “¿Qué quieres que yo tehaga?”. Afirma también el deseode salud del enfermo: “Si quieres,puedes limpiarme...Quiero, quedalimpio”. Todo lo hace en actitudesperanzadora: “Si algo puedes,ayúdanos... ¡Qué es eso de si pue-des! ¡Todo es posible para quiencree!”(Mc 9,23). Jesús enseña acada hombre a poner en activosu propio potencial sanador, pa-rece que depende del ser huma-no querer curarse: “¿Quieres cu-

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rarte?” (Jn 5,6). Cabe preguntar dedónde bebe Jesús para actuar deesta forma. Sin duda, Jesús alimen-ta su relación sanadora en el mis-mo Dios, asociando su obra a la

obra recreadora del Padre. Jesústrabaja sanando, porque el Padretrabaja siempre sanando, en unacto de recreación continua (Jn5,17).

CONSECUENCIAS ÉTICAS DEL MODELO DE SALUDPROPUESTO POR JESÚS

En su acción terapéutica, Jesúspromueve un modelo de salud. Sinduda, más que los recursos exter-nos, nos interesa la calidad de larelación sanadora que establececon las personas y las consecuen-cias éticas que provoca. Jesús setomó en serio la tarea de sanarcomo tarea propia del Reino. Pa-rece que el rostro de las perso-nas pone en cuestión al mismoDios.

Jesús busca la salud integraly radical

Más allá de la mejoría físicabusca hace emerger un ser huma-no más sano desde sus raíces,desde el corazón de la persona,centro y fuente de las decisiones.Jesús permite que la persona sanadespunte. Esta es su prioridad yno permite que sea socavada porotros intereses. Jesús se interesapor la salud como proceso de cre-cimiento de la persona. La cura-ción del ciego de nacimiento (Jn9,27) nos muestra cómo las au-toridades no soportaron la saludque arrojaba su nueva realidad. Elser humano sano en el plano físi-co, social y religioso es un sueñoque las instituciones deben estardispuestas a soportar.

Cuando la fuerza de Dios, sudynamis, atraviesa el sujeto, sus

efectos alcanzan a lo personal,transforman lo social y purificanlo religioso y trascendente.

La salud pide vivir desde laverdad. No hablamos de un cami-no de perfección fariseo sino deun camino hecho de heridas cu-radas asentado en la autenticidad.Arriesgarse a sanar al ser huma-no es arriesgarse a ponerlo en pie,autónomo y encaminado a la bús-queda de la verdad y felicidad. Esalzar la cabeza que camina encor-vada y comprometernos respon-sablemente a bajar a las profundi-dades de lo humano para tratarde adquirir la inteligencia del cuer-po, así como aliarnos con nuestrapsicología y mundo de emocionespara tratar de desarrollar ciertogrado de inteligencia emocional.

Ser sanados tiene grandes “car-gas”, pero se trata de una “cargaligera” (Mt 11,29), de una respon-sabilidad asumida proporcional alo entregado. Considerarnos sa-nados nos lleva a implicarnos enel cambio personal y de los her-manos. La salud integral tiene la“carga” de la madurez y la respon-sabilidad en la propia vida y el pro-pio proceso. Conlleva un esfuer-zo sorprendente para liberarnosde las ataduras que llevamos an-cladas y tejidas en los valles denuestra psicología o de nuestrascreencias religiosas y culturales. Si

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el poder sanador de Dios ha pa-sado por nuestra vida a través demúltiples medios, no es ético se-guir ligados a esquemas patológi-cos e insalubres.

Jesús hace crecer de formaintegral la vida sin seccionarla. Élse decide a devolver a los hom-bres la salud de su cuerpo, en susemociones, proyectos y relacio-nes. Esto implica superar las ne-gatividades ancladas en cada unade estas esferas y supone inundarde luz los esquemas de formaciónde la conciencia, personales, reli-giosos o culturales que, bajo apa-riencia de bien, esconden concep-ciones cargadas de intereses.

Potencia la salud liberadora yresponsable

Jesús rompe la esclavitud delmal, desplegando el potencial hu-mano y enderezando los encor-vamientos: “Mujer quedas libre detu enfermedad” (Lc 13,12). Lejosde la culpabilización, no podemoseliminar de manera absoluta laresponsabilidad frente a la propiasalud. Es una llamada a evitar lasactitudes patógenas. Asumir estecompromiso con la propia vidagenera libertad.

Jesús potencia libertad y sanaal hombre porque: “no fue Diosquien hizo la muerte, ni se recreaen la destrucción de los vivientes”(Sb 1,13). Jesús libera en su pasohaciendo el bien: libera a ricosseducidos por sus riquezas, de-pendientes de sus propiedades yprestigio social (Lc 19,1-10), libe-ra a prostitutas, encadenadas a sucuerpo y a la degradación social,restaurando su deshonra, libera

afirmando a las mujeres, niños yextranjeros, libera perdonando alos pecadores y dando vida a losque parecen estar ya envueltospor la muerte. Los milagros seconvierten en respuesta a las rea-lidades complejas que conllevansufrimiento, leído en clave de en-fermedad, sinsentido y exclusión,y reclaman recreación por partede Dios.

Genera salud reconciliadora

La enfermedad y el sufrimien-to tienen mucho que ver con lafragmentación, la dispersión y ladivisión. Ser sanado por Cristoencierra armonía, unificación in-terior y reconciliación con la vida,con lo que se es y se ha sido: “Veteen paz y queda curada” (Mc 5,34).

El perdón aparece como ele-mento terapéutico de una praxis deregeneración que busca que elhombre viva a pesar del pecado ycuyo primer supuesto terapéuti-co es la misericordia. El valor te-rapéutico y reconciliador del per-dón puede ser central para resta-blecer las fracturas de la relacióndel ser humano consigo mismo,con los otros, con la naturalezay con Dios. La experiencia desentirse perdonado, nos lanza másallá de la situación vivida. Es, portanto, un elemento previo a la sa-nación.

Es preciso mirar algunos tex-tos del NT para ver que el per-dón reconciliador de Dios es ne-cesario para vivenciar y recono-cer la curación. El paralítico tomasu camilla y camina curado comosigno del perdón de los pecados(Lc 5,19-26); a su vez, el perdón

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de los pecados conduce a la re-cuperación de la salud y salvación:tal es el caso de Zaqueo (Lc 19,1-10). La reconciliación es un dondel Espíritu que produce armoníay paz.

Hay muchos enfermos quesufren con sentimientos de cul-pabilidad, considerándose causan-tes de su situación o viendo éstacomo castigo. El perdón habla deun Dios que nos acepta en todosnuestros caminos (Lc 15,11-31).La reconciliación contribuye a dis-minuir el sufrimiento y potenciarla salud en la doble dimensión delo personal y lo estructural tal ycomo Jesús lo hizo.

Si bien no hay nexo causal en-tre pecado y ausencia de salud, lalucidez de tal situación implicareconciliarse con el pecado del

pasado y del presente, para alcan-zar una armonía y equilibrio salu-dables que el pecado rompe. El serhumano que se niega a perdonary ser perdonado impide el esta-blecimiento de relaciones sanascon sus hermanos y se daña a símismo. La reconciliación partici-pa del proceso de humanizacióndel hombre permitiéndole serhombre nuevo. Pero requiere deuna dinámica terapéutica, ancladaen el estilo terapéutico de Jesúsde Nazaret a quien podemos lla-mar terapeuta del perdón: con superdón activo desencadena elproceso de conversión, movilizatodos los ámbitos de la persona,reestructura el universo relacio-nal y abre la interioridad a la alte-ridad.

SIGNOS DE SALUD ÉTICA

Capacidad epicéntrica

El ser humano no camina conla verdad encontrada y poseída.Para que el universo ético se des-pierte es preciso que el ser hu-mano se sienta conmocionado porla realidad. Solemos movernos enel estatismo ético, cuando lo éti-co es profundamente dinámico. Esun signo de enfermedad ética elinmovilismo así como la falta deapertura a realidades nuevas.

Tendemos a delegar nuestracapacidad de generar movimien-to como transformación. La nor-ma decide por nosotros y el merocumplimiento de ésta determinala medida de lo moral.

La ética que busca la salud in-tegral, y que se deriva de ella a su

vez, es una ética epicéntrica. Cuan-do la tierra se ve sacudida por unseísmo y se localiza el epicentro,éste sólo muestra el movimientointerno de la tierra, epifanía de lostemblores de la profundidad. Laética cristiana no puede ahorrar-se los dos momentos, temblor ymanifestación, que en Jesús fue-ron conmoción y manifestaciónde la dynamis en su paso sana-dor. El movimiento ético ha desurgir de la raíz del sujeto, con-mocionado y tambaleado, y ma-nifestarse en la periferia de susactos. De lo personal humano esposible que broten otros movi-mientos hacia el plano social ytrascendente. Elías pudo escucharla brisa de Dios (1Re 19,11-12)porque previamente experimen-

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tó la fuerza del temblor. Son losmovimientos de “nuestras tierras”los que permiten a Dios pasar yabrir camino.

Capacidad de riesgo

“Señor, si eres tú, mándame irdonde ti sobre las aguas” (Mt14,28). Si eres tú ... Cuando noslanzamos a actuar nunca llevamosel cien por cien de seguridades.Fiados en lo que consideramos losvalores del Reino, podemos cami-nar sobre el mar del caos. Pareceposible poder mantenerse conpocas seguridades, si eres tú, ¿erestú?... La incertidumbre acompañael quehacer ético del creyente yes un signo de salud aprender aconvivir con la ausencia de certe-zas.

La persona de Jesús invita alcamino, “ven”, pero no pareceahorrarnos la pregunta por su lu-gar e identidad. Encaminarnos alReino no parece ir unido a niti-dez sino a la pregunta y al esfuer-zo por ajustar la mirada. Una mi-rada saludable no prescinde de laduda, estamos ante un caminoabierto sin perder conciencia deir sobre las aguas.

Amar y ser fiel a las priorida-des: “el sábado para la mujery el hombre”

Normalmente, todo en nues-tro mundo parece justificable. Seinventan razones para bombar-dear un país, los gobiernos esbo-zan razones para excluir a los máspobres de sus políticas, la Iglesiaargumenta para mantener a lamujer alejada del poder... Detrás

aparece la pregunta ética: ¿a quienservís? Un signo de salud es po-ner nombres a las prioridades porlas que optamos y sus medios, asícomo sus costes. En su afán salu-dable, Jesús tuvo claro que dabasin límites preferencia a la mujery al hombre.

Es evidente que nuestras prio-ridades no coinciden en numero-sas ocasiones con las del Reino.Hay situaciones en las que las ce-gueras, las cojeras y las parálisisde nuestros hermanos no nos in-teresan. En el Evangelio hay unaética de las prioridades. Jesús pusocomo prioridad lo que amaba y anosotros puede que nos sorpren-dan nuestros “amores”: el poder,la economía, la comodidad, el cul-to, el patriarcado, etc.

No está el reto en vivir paracuidarnos la salud, sino cuidar lasalud y evitar el sufrimiento quesu carencia genera, para vivir máshumanamente. En este sentido, loprimero es el Reino de Dios y su jus-ticia (Mt 6,31-33), pero el carác-ter saludable del Reino coloca ala mujer y al hombre sanados enel centro. Ante este imperativo elhombre puede perder la vida y lasalud por el Evangelio (Mc 8,35),tal como Jesús lo hizo (Jn 10,17-18). Pero, para entregar la vidaprimero es preciso poseerla.

Tener conciencia del abismoentre la teoría y la prácticaética

Jesús nos ha dejado un patri-monio de palabra cargada de sen-tido, “Effatá ...¡ábrete!” (Mc 7,34);“’Talitá kum’...‘Muchacha, a ti tedigo, levántate’” (Mc 5,41) palabras

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liberadoras y contundentes. Seríainteresante confrontar la veraci-dad de nuestros mensajes. A me-nudo, nuestras exposiciones éti-cas están cargadas de palabras,enunciados teóricos sin plasma-ción práctica: libertad, dignidad...Jesús no elaboró un discurso sinoque lo narró con gestos.

Jesús asume la contundenciade sus palabras y su compromisocon quienes experimentan su po-der. Él se hizo creíble, y si noso-tros no lo somos para el mundo,es quizás porque las personas quese cruzan en nuestros caminos noexperimentan el poder liberadorde nuestras palabras.

CONCLUSIÓN

La experiencia de salud va li-gada a la comprensión e implan-tación del Reino. La vida saluda-ble pide no sólo salud física sinopermeabilidad emocional, resis-tencia personal y coherencia so-cial.

La dynamis de Jesús tiene ungran poder liberador. Él, en su pre-dicación del Reino, asumió unaestrategia terapéutica que busca-ba hacer emerger el ser humanosano. No predicó salud sino quegeneró salud, transformando lavulnerabilidad en posibilidad y lle-vando a cambios de actitud futu-ros y formas de vida diferentes:“recobró la vista y le seguía por

el camino” (Mc 10,52). Cuando lapersona queda afectada por nue-vas posibilidades de estar en elmundo, se generan movimientoséticos visibles.

No podemos relegar los mila-gros a hechos históricos de la vidade Jesús sin trascendencia ética.No parece que podamos mirarsus milagros sin sentir una provo-cación y un desajuste. La prome-sa de presencia garantiza la volun-tad de Dios de entregarnos sufuerza sanadora, nuestra prome-sa de fidelidad debe comprome-ternos en el intento de hacer bro-tar el ser humano sano.

Condensó: JOAQUIM PONS