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UNA VISIÓN ESPAÑOLA DE LA ACCIÓN FRANCESA Por MIGUEL AYUSO (*) 1. PROEMIO En este breve texto, desprovisto de toda pretensión, se busca tan sólo ofre- cer una «visión desde España» de la Acción francesa, contrayéndola a dos «pers- pectivas»; la del legitimismo carlista y la de Acción española. 2. EL CARLISMO Y SU SENTIDO ¿Qué es el carlismo? ¿Qué extraño fenómeno histórico ha permitido su supervivencia hasta hoy durante casi dos siglos en la historia de España? No es fácil hacer una apretada síntesis de fenómeno tan complejo y prolongado. Puede decirse, sin embargo, que para la misma deben articularse tres ejes: la bandera de la legitimidad dinástica, la continuidad del mundo hispánico ante- rior a las revoluciones modernas y el corpus doctrinal del tradicionalismo (1). En efecto, el carlismo es una reivindicación legitimista ante la usurpación producida en 1833 a la muerte del Rey Fernando VIL La legislación españo- la, semisálica, determinaba que la sucesión a la Corona debiera haberse pro- ducido en la persona del hermano del Rey, el Infante Don Carlos, saludado como Carlos V por sus partidarios. En cambio, un verdadero golpe de Estado encubierto llevó al trono a Isabel, la hija de cortísima edad del fallecido Fernando VII y María Cristina de Ñapóles. La guerra estalló con fuerza en toda España, en especial en el País Vasco, Navarra, Cataluña y Valencia, y duró (*) Universidad Pontificia Comillas (Madrid). (1) Cfr. Elias de Tejada, Francisco, et al., ¿Qué es el carlismo!1, Madrid, 1971; Ayuso, Miguel, Qué es el carlismo. Una introducción al tradicionalismo hispánico, Buenos Aires, 2005. 71

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  • UNA VISIN ESPAOLADE LA ACCIN FRANCESA

    Por MIGUEL AYUSO (*)

    1. PROEMIO

    En este breve texto, desprovisto de toda pretensin, se busca tan slo ofre-cer una visin desde Espaa de la Accin francesa, contrayndola a dos pers-pectivas; la del legitimismo carlista y la de Accin espaola.

    2. EL CARLISMO Y SU SENTIDO

    Qu es el carlismo? Qu extrao fenmeno histrico ha permitido susupervivencia hasta hoy durante casi dos siglos en la historia de Espaa? No esfcil hacer una apretada sntesis de fenmeno tan complejo y prolongado.Puede decirse, sin embargo, que para la misma deben articularse tres ejes: labandera de la legitimidad dinstica, la continuidad del mundo hispnico ante-rior a las revoluciones modernas y el corpus doctrinal del tradicionalismo (1).

    En efecto, el carlismo es una reivindicacin legitimista ante la usurpacinproducida en 1833 a la muerte del Rey Fernando VIL La legislacin espao-la, semislica, determinaba que la sucesin a la Corona debiera haberse pro-ducido en la persona del hermano del Rey, el Infante Don Carlos, saludadocomo Carlos V por sus partidarios. En cambio, un verdadero golpe de Estadoencubierto llev al trono a Isabel, la hija de cortsima edad del fallecidoFernando VII y Mara Cristina de aples. La guerra estall con fuerza entoda Espaa, en especial en el Pas Vasco, Navarra, Catalua y Valencia, y dur

    (*) Universidad Pontificia Comillas (Madrid).(1) Cfr. Elias de Tejada, Francisco, et al., Qu es el carlismo!1, Madrid, 1971; Ayuso,

    Miguel, Qu es el carlismo. Una introduccin al tradicionalismo hispnico, Buenos Aires, 2005.

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  • te aos. Todava en el decenio de los cuarenta, con el hijo de Carlos V,irlos VI, volvera la guerra, la conocida con expresin catalana (pues fue enitalua y Valencia donde fue ms intensa) como guerra deis matiners, estode los madrugadores en alzarse. Y entre 1872 y 1876, con Carlos VII,

    a tercera guerra durante la que el Reclamante gobern en diversas zonas depaa (2). Incluso, en el siglo XX, la guerra que se extiende entre 1936 y39 tuvo en algunas regiones (pinsese por ejemplo en la legendaria Navarra)a importante componente carlista, as como el carlismo, la Comuninidicionalista, fue una de las fuerzas decisivas en el alzamiento y posterior vic-ia, no obstante el alejamiento posterior respecto del rgimen de Franco,ejamiemo, sin embargo, no se olvide, del todo distinto del de republicanos,:ialistas y comunistas, al estar inspirado en-los viejos principios de la tradi->n espaola y no en las ideologas de la modernidad (3).Bien puede entenderse que si el carlismo hubiese sido un simple pleito

    lstico difcilmente hubiera podido sobrevivir ms all de algunos decenios.prolongacin en el tiempo viene a demostrar, en cambio, que la cuestin

    ;tmista actu como bandern de enganche de otras motivaciones con lase se fundi en una unidad inextricable. En primer lugar, la continuidadnerable de la tradicin comn de los pueblos hispnicos, esparcidos por losico continentes. De modo quiz no del todo consciente al inicio, con com-snsn cada vez ms clara, el carlismo ha venido a ser la prolongacin de unido de ser que sucesivamente (aunque en ocasiones con idas y vueltas) abso-:ismos, liberalismos, socialismos y fascismos han cancelado. En este sentidoofundo, as como la vieja Cristiandad medieval se continu durante el pero-de la Casa de Austria en el mundo hispnico, convertido en una suerte de

    mstianitas minor, el carlismo ha sido todava una suerte de reserva de esaistiandad menor: Chrstianitas mnima. El carcter ntimamente popular delrlismo recibe ah tambin una de sus explicaciones (4).Todava ms. El pleito dinstico fue adems ocasin de que se enfrentaran

    ; defensores del orden natural y cristiano, aun con todas las deformacionese se quiera, introducidas en buena medida a lo largo del siglo XVIII, a los:uaces de la revolucin en sus distintas metamorfosis. As pues, dio lugar ae se articulara, ya que no una ideologa, s un cuerpo de doctrina basado enprincipios de la verdadera filosofa y el uso recto de la razn, tambin por

    mismo en la sabidura cristiana. Tradicionalismo que en el caso espaol ha.o siempre pursimo, sin las mistificaciones y errores que en otros lugares ha

    (2) La gran historia del carlismo, en treinta tomos, es la Historia del tradicionalismo espa-, de Melchor Ferrcr, Sevilla, 1941-1979. Llega hasta el ao 1936.(3) La obra clave para el perodo es la de Manuel de Santa Cruz, Apuntes y documentos

    a. a historia del tradicionalismo espaol (1939-1966), Madrid-Sevi.ua, 1977-1991.(4) Cfr. Elias de Tejada, francisco, La monarqua tradicional, Madrid, 1953-

    conocido, y que ha hecho del carlismo espaol el movimiento ms contrarre-volucionario -en el sentido de hacer no una revolucin en sentido contrario,sino lo contrario de la Revolucin (5), esto es, fundar la sociedad sobre elorden natural y divino, y por lo mismo tejer constantemente el tejido social-del mundo (6).

    Hoy, el lema del carlismo -Dios, Patria, Fueros y Rey-, que puede apare-cer antiguo o superado, sigue siendo en cambio la nica bandera de esperan-za para un mundo que se desmorona (7). As, frente al nihilismo del sedicen-te nuevo orden mundial globalizado, slo la instauracin de todas las cosas enCristo, por medio de poderes sometidos al orden tico que la Iglesia custodia,que conjuguen la libertad de los pueblos con la tradicin comn de las patrias,puede dar al mundo la paz.

    3. CARLISMO Y ACCIN FRANCESALa Accin francesa, quiz se reconozca en algunos de los rasgos que acaba-

    mos de ver, pero tiene otra progenie y se desenvuelve en otro contextoespacio-temporal. Las diferencias aparecen notables, as, en cualquiera de losmbitos a que nos refiramos.

    Para empezar, el agnosticismo personal de Maurras, frente al catolicismontegra! (personal y poltico) del carlismo, marca una primera y fundamentaldiferencia. Cierto es que, dejando de lado su emocionante conversin final,Maurras no dej de proclamarse -en la poca de que tratamos defensor de laIglesia, custodia del orden (8). Como lo es igualmente que la condena dela Accin francesa por Po XI, entre otros lamentables malentendidos, se debia la interferencia de la cuestin modernista, y su prolongacin con la cues-tin democristiana, tanto o ms que a las doctrinas profesadas por el movi-miento y expuestas en la revista. El alzamiento de la misma, poco tiempo des-

    (5) La frase, es bien sabido, corresponde al conde De Maistre, al final de sus Conside-ratons sur la France, Londres 1797.

    (6) Lo he desarrollado en mi La contrarrevolucin, entre la teora y la historia, enAlfonso Bulln de Mendoza y Joaquim Vcrissimo Serro (eds.), La contrarrevolucin egitimsta(1688-1876), Madrid, 1995, pgs. 15 y sigs.

    (7) Puede verse mi Carlismo para hispanoamericanos. Los fundamentos de la unidad polti-ca de los pueblos hispnicos, Buenos Aires, 2007.

    (8) El cannigo Andr Cormier ha contado el proceso de la conversin en su libro Mesentrenen* de prtre avec Charles Maurras, Pars, 1953. Maurras afirm de su libro postumo Lebienheureux Pie X, sauveur de la France, Pars, 1953, que lo haba escrito como un testamen-to. Po X, por su parte, haba dicho que Maurras era un beau dfenseur de la foi. Para lacaracterizacin intelectual de Maurras siempre resultan sugestivas las pginas de Jean Madiran,por todas, Maurras, Pars, 1992.

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  • us, por Po XII, no tendra sentido en otro caso (9). Pero, como quiera que:a, el peso de su positivismo no deja tampoco de percibirse en todo momen->, separndolo netamente de la doctrina y actitud carlista.

    En efecto, la iglesia ensea que no son las razones polticas las que debenjnducir a la profesin de la fe catlica. El carlista no cree en Dios por patro-i espaol, sino que es patriota espaol por catlico. Porque la historia exhibeue en el caso de Espaa la prdida de la fe se identifica con la prdida de laacin (10). Es lo que constat Menndez Pelayo y lo que, con toda probabi-dad, no puede extenderse a Francia y a casi ningn otro pas: Espaa ha sido>rmada de tal manera que la desaparicin de la fe catlica implica no slo laestruccin de su grandeza, sino la de su propia existencia (11). La filosofamestra, adems, que toda sociedad humana recibe tambin una fundamenta-in religiosa, pues tiene sus orgenes en una creencia y una emocin colecti-as, frente a la concepcin liberal y tecnocrtica que niega pueda constituir unbjeto susceptible de religacin sobrenatural o sea penetrable por ella. En efec-3, s el hombre es -de un lado- un compuesto de cuerpo y alma llamado pori gracia al orden sobrenatural, y -de otro- la sociedad emerge como eclosine la misma naturaleza humana, no parece que tenga explicacin el hecho deue la sociedad, en s, quiera prescindir del aspecto trascendente de la vida: ellOinbre est religado con Dios pblica y privadamente, individual y social-aente (12).

    El agnosticismo personal, el positivismo filosfico y el contexto francs, sinluda, alteran cuando no invierten la perspectiva. No podra haber sido de otronodo. As, resaltan las convergencias tanto como las divergencias entre el plan-eamiento carlista y el maurrasiano. Cuando los pensadores y los reyes carlis-as insistan en que la unidad catlica constitua el fundamento del tradicio-lalismo y su defensa el primer principio poltico, decan algo semejante sinluda a lo expresado por el gran escritor provenzal, pero tambin algo sensi-ilemente distinto. Pues detrs de la postura hispnica se encontraban el tomis-tio y el magisterio pontificio (indubitado en este punto hasta el II Concilio^aticano en la adhesin a la constitucin cristiana de los Estados) que, de con-

    (9) El libro de Yves Chiron, La vie de Maurras, Pars, 1999, es una buena explicacin dei complejidad de una condena, que Maurras vio siempre como poltica, mientras la Santa Sedeisisti siempre me religiosa.

    (10) Con gran sencillez, no exenta de profundidad, lo ha explicado el destacado filsofoirlista Fredenck D. Wllhelmsen, en el libro Firmado como Un requet, As pensamos,adrid, 1977, pgs. 11 y sigs.

    (11) Cfr. Menndez Pelayo, Marcelino, Historia de los heterodoxos espaoles, Madrid, 1880-882. Lo he desarrollado, glosando a Manuel Garca Morente, en Manuel Garca Morente ethispanit, Catbolica (Pars), n. 95 (2007), pgs. 29 y sigs.

    (12) Es la tesis de Rafael Cambra, La filosofa cristiana del Estado y del Derecho,levista de Filosofa (Madrid), n. 30 (1949), pgs. 433 y sigs. Puede encontrarse un desarrollon mi libro La constitucin cristiana de los Estados, Barcelona, 2008.

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    suno, concluyen: salus animarum suprema lex. Mientras que desde el ngulofrancs se combinaba el positivismo y el nacionalismo: salus reipublicaesuprema lex. No s si se ha tenido suficientemente en cuenta lo anterior ala hora de motejar de naci nai-catoli cismo la postura del tradicionalismohispano (13).

    Un segundo mbito en el que pueden seguir rastrendose las diferencias esel de la articulacin de las sociedades (14). Para Maurras la gnesis de la socie-dad se realiza en dos tiempos o procesos independientes que responden a doscausalidades diferentes: la formacin propiamente tal de la sociedad, de lafamilia hasta la nacin, es un proceso natural y casi biolgico, desarrolladosegn leyes cientficas; sobre el que la accin del espritu, regido por la liber-tad y la moralidad, tiende a elevar la vida colectiva a un nivel ms alto de espi-ritualidad y de cultura. Tesis que difiere profundamente de la concepcin aris-totlica y clsica de la sociedad, en la que no cabe esa disociacin entre ordende la naturaleza y orden del espritu, entre sociedad y civilizacin. Si se partede la unidad sustancial del hombre y su sociabilidad natural la sociedad es unproducto de la naturaleza humana entera, de modo que en la ms pequea yprimitiva clula social ha de reconocerse ya el sello del espritu y, con l, de lamoralidad.

    Lo anterior podra llevarse hasta los mbitos ms diversos, de la concepcinde la nacin, del filero y de la propia monarqua.

    El nacionalismo integral de Maurras no era intencionalmente un nacio-nalismo revolucionario. Pero otra cosa es que quiz a la larga lo haya podidoreforzar, pues despus de 1789, en Francia, lo que quedaba del viejo patriotis-mo tradicional ha sido engullido por el nuevo revolucionario, ideolgico yhumanitarista surgido de la Revolucin francesa, quid pro quo al que la escue-la maurrasiana finalmente habra contribuido (15). Esa distincin entre lasdos patrias conserva tambin todo su valor en Espaa. Sin embargo, entrenosotros, a diferencia de lo acaecido ultraprmeos, el pensamiento tradicionalno ha contribuido a la mixtificacin denunciada, ya que desde siempre y has-ta hoy ha separado la tierra de ios padres y la ideologa nacional, con dis-tingos terminolgicos o conceptuales ms o menos afortunados pero siemprenetos (16).

    (13) Puede verse el libro, extraordinario por el acarreo de materiales, y por su presenta-cin culta y erudita, de Jos Manuel Cuenca, Nacionalismo, franquismo y nacionalcAtolicismo,Madrid, 2008.

    (14) Sigo en este punto la explicacin de Rafael Cambra, gran pensador carlista, en Esoque llaman Estada, Madrid, 1958, pgs, 148.

    (15) Es la tesis polmica de Jean de Viguerie, Les deux patries, Grez-en-Boucre, 1998.(16) No obstante acentos personales y, por lo mismo, distintos, pero acomunados es un

    signo coincidente, bien desde el ngulo de la psicologa social (Rafael Cambra), bien desde elde la causa de diferenciacin de los pueblos (Francisco Elias de -Tejada), bien -en suma-desde el de la teora poltica {Alvaro d'Ors), el pensamiento carlista dispone de un acervo que

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  • Pasemos al fuero. Maurras cit en una ocasin la frmula, que dice haberodo en castellano a un nacionalista (francs), un cesar con fueros, como expresi-va del rgimen ideal. Donde cesar significa una autoridad enrgica. Y fueroslibertades municipales y provinciales. Y aade: Pero este nacionalista habla-ba espaol y latn. Hablando francs hubiera dicho, poco ms o menos, comoel conde de Pars: "Estado libre, municipio libre" [...] (17). Aunque tambines cierto que, en otra ocasin, a propsito de estudiar la descentralizacin, mar-c con claridad las insuficiencias de sta de sta en relacin con el federalismo(18), que al menos en una de sus versiones podra aproximarse al fuero.Este, sin embargo, no slo implica mucho ms que las libertades municipales,sino incluso que el federalismo. Pues pertenece a un contexto que no es el delEstado moderno, sino el de la comunidad poltica del medioevo. Que en el mun-do hispnico se prolong en la monarqua de la Casa de Austria, mientras que enFrancia desapareci precisamente por la centralizacin regia (19). El pensadorfrancs, pues, se aproxima una vez ms al universo conceptual del carlismo, perotambin aqu quiz quede nuevamente distante de su comprensin ltima (20).

    Lo anterior alcanza tambin a los caracteres identificado res de la monarqua,que para Maurras no eran otros que tradicional, hereditaria, antiparlamentariay descentralizada. Y que, de nuevo, tienen una menor densidad terica que losde tradicional, social, representativa y foral propios del pensamiento carlista.Pues lo que en aqul se presenta en trminos puramente negativos, de oposi-cin al parlamentarismo y a la centralizacin, en ste aparece formulado posi-tivamente. En efecto, hallamos el valor y sentido de la monarqua hereditaria(aristocrtica), de la representacin corporativa (popular) y del proceso de inte-gracin histrica (federativo o foral) en la formacin de la nacionalidad espa-ola. La imagen conductora de la monarqua, caracterizada como social, tradi-cional y representativa, encaja pues en la gran tradicin del rgimen mixto ydel gobierno templado. La monarqua entraa, en primer lugar, y como pun-

    ega hasta nosotros. Lo he presentado sintticamente en m resea al (bro de Viguerie, enRazn Espaola (Madrid), n. 102 (2000), pgs. 125 y sigs. Y ms desarrolladamente en miensayo, an indito, La identidad nacional y sus equvocos. En clave francesa puede versetambin un eco de la polmica aludida en Catholica (Pars), n. 60 (1998).

    (17) Maurras, Charles, Enquete sur la monarchie, Pars, s. d., pgs. 20-21. Se encuentra alas pginas 213-214 de la versin espaola, Madrid, 1935-

    (18) Id., L'ide de la dcentralistion, Pars, 1898. Tras !a comparacin de descentraliza-cin, regionalismo y federalismo, concluye: Qm voudra rorganiser notre naton en devrarecrer les premiers lments communaux et provinciaux. Qtii veut realiser le programme nario-naliste, doit commencer par une bauche de fdration.

    (19) Es lo que reconoce el propio Alexis de Tocqueville en su clsico L'ancien rgime ela Rvoluton, Paris, 1856.

    (20) 1.a ultima generacin del tradicionalismo espaol {Cambra, Elias de Tejada, Vallet deGoytisolo y Alvaro d'Ors, entre otros) ha dejado pginas notables sobre el asunto del fueroy del foralismo. En m libro Despus del Levathan? Sobre el Estada y su signo, Madrid, 1996,puede encontrarse una sntesis conceptual y bibliogrfica.

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    to de partida, la idea de un gobierno personal -aunque cohonestado, comoacabamos de ver, en ciertos sectores con los principios aristocrtico y demo-crtico, y tambin la de un poder en alguna manera santo o sagrado, es decir,elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la tcnicade los hombres, ideas que la hacen incompatible en e fondo con el rgimenparlamentario liberal nacido de la teora de la soberana popular (21).

    Finalmente no ha de olvidarse que Maurras, en pro de fusionismo dinsti-co, tambin de origen nacionalista, sostena la restauracin en los OrIens.,Loque para los carlistas resultaba doblemente odioso, pues al regicidio y a la usur-pacin sumaban el desconocimiento de los derechos de los prncipes carlistascomo sucesores del conde de Chambord (22).

    Puede concluirse, pues, que el carlismo vive y explica una tradicin inte-lectual y poltica, que es la de la monarqua hispnica heredera del rgimen deCristiandad de la Edad media, en lucha contra la modernidad en cualquierade las metamorfosis de sta. Se trata de un tradicionalismo integral y esencialal tiempo, deudor del tomismo, sobre el que se injerta el legitimismo estricto.El universo conceptual de la Accin francesa, por el contrario, se mueve en lascoordenadas de la prdida de la tradicin metafsica de la filosofa escolstica,que tuvo lugar en Francia, y de la pura reaccin contra los desastres de la po-ca de las revoluciones. Las mltiples contaminaciones modernas que es dadoencontrar, sin embargo, no quitan los numerosos elementos de salud para unareconstruccin poltica. Pero nada de ello, muy apreciable en Francia, haba desentirse como ejemplar en Espaa, donde la tradicin carlista custodiaba conmayor ortodoxia y rigor un riqusimo patrimonio. Si acaso, en un momentoen que el carlismo se hallaba en horas bajas, intelectual y polticamente hablan-do, hasta la reemergencia en tiempos de la II Repblica, poda verse con envi-dia el bullicioso mundo intelectual que la Accin francesa haba logrado arti-cular en su torno (23).

    4. DE ACCIN FRANCESA A ACCIN ESPAOLA (Y SU ESTELA)El caso de Accin espaola, revista fundada en 1931 por Ramiro de Maeztu

    y Eugenio Vegas Latapie, podra parecer en primera instancia distinto ;delrecin examinado del carlismo. De un lado se trataba de un intento de reacti-var intelectual y polticamente a las llamadas derechas, desarboladas tras la

    (21) Rafael Cambra hace muy pertinentes observaciones en trminos de comparacin enLa monarqua social y representativa en el pensamiento tradicional, Madrid, 1953.

    (22) Cfr. Auge, Cuy, Les blancs d'Espagne, Pars, 1995. (23) El vivaz Melchor Ferrer, periodista y escritor, final menre autor de la magna historia

    antes citada, lleg a colaborar en la Accin francesa, y a rener buenas relaciones con algunos desus dirigentes.

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  • proclamacin de la repblica, postulando una monarqua catlica y tradicio-nal, distinta de la recin cada, pero olvidando -y este es el otro lado- a ladinasta carlista y tratando ms bien de llevar a la rama rival hacia los princi-pios seculares de sta.

    En el contexto de los aos treinta, en el fondo no tan alejado de los quehaban visto el alborear de la Accin francesa, y buscando un encuadramientocercano al carlismo pero ajeno a sus estructuras, la inspiracin francesa podaser la solucin. Accin espaola habra sido, pues, en esta primera lectura super-ficial, una pura traduccin mimtica de lo que Maurras y sus compaerosvenan realizando durante ms de veinte aos. Por ah -se aade- los hombresde Accin espaola se aproximaran tambin al fascismo y, en ltimo trmino,constituiran el soporte doctrinal del rgimen de Franco (24).

    Sin embargo, lejos de ser as, en el verdadero introductor de Maurras enEspaa, Eugenio Vegas Latapie, primaba ms respecto de ste la admiracinmetodolgica que la adhesin doctrinal (25). Claro est que Vegas proceda deuna escisin del carlismo, del llamado partido integrista, por lo que necesaria-mente haba de rechazar todo lo que tuviese aroma a pagano o positivista. Encambio, vea con claridad que era preciso incorporar un modo de difusin delas ideas de la monarqua tradicional ms adecuado para las circunstancias delmomento que las rancias de las derechas espaolas y del propio carlismo, quese haba probado poco eficaz. Accin espaola, por tanto, habra sido ms bienun intento de actualizacin del tradicionalismo hispano (26), pero sin renun-ciar a su progenie, y con mnimas contaminaciones fascistizantes, inevitablesadems en aquel tiempo. Combativa, colabor tambin en efecto de formadecisiva tanto intelectual como prcticamente al Alzamiento del 18 de julio de1936. Y su influjo en el rgimen de Franco es harto ms discutible, pues aqulno pas de ser una dictadura comisoria que termin constituyndose, s bienfrgilmente, en torno de un pragmatismo sanamente conservador pero eclcti-co y, a la larga tanto como a la corta, enemigo del tradicionalismo. En esto,Vegas Latapie, el hombre ms representativo de la revista y su movimientointelectual, probablemente siempre, pero sin duda de entre los supervivientesen 1939, no sigui una suerte diversa de la de Fal Conde, el gran dirigentecarlista, desterrado ya durante la misma guerra (27).

    (24) El libro de Ra! Morodo, Accin espaola: los orgenes ideolgicos del franquismo,Madrid, 1980 es la mejor muestra de tales preconceptos infundados.

    (25) Puede confrontarse el primer tomo de sus Memorias polticas, que leva por subttu-lo El suicidio de la monarqua y la II Repblica, Barcelona, 1983.

    (26) Lo dice a la letra el historiador anti-tradiclonalista Gonzalo Redondo, Historia de laIglesia en Espaa (1931-1930), como I, Madrid, 1993, pg. 263.

    (27) Deben verse los dos ltimos tomos de sus Memorias polticas, intitulados Los cami-nos del desengao, Madrid, 1987, y La frustracin en la victoria, Madrid, 1995.

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    Uno de quienes comenzaron siendo herederos de Accin espaola, para pro-tagonizar andando el tiempo uno de sus intentos de trasbordo ideolgico, haresumido as la relacin la relacin con la Accin francesa: Aceten francesa erapositivista, paganizante, determinista y nacionalista, mientras que Accin espa-ola era iusnaturalista, catlica, providencialista e hispnica, o sea ecumnica.A Maurras le gustaba lo clsico y a Maeztu el barroco. Ni siquiera coincidanen la monarqua porque la francesa era absolutista, mientras que la espaolaera limitada (28).

    El juicio quiz resulte en exceso apodctico y esquemtico. Pero si lo com-paramos con el que, matizadamente, hemos intentado aquilatar en las pginasanteriores respecto del carlismo, quiz hubiramos de concluir que puede resul-tar acertado en o esencial y que, de resultas, Accin espaola se situara en ver-dad en la lnea de la tradicin espaola y por lo tanto, cualesquiera que pudie-ran ser las diferencias de matiz, del carlismo como su portaestandarte. :

    Lo mismo cabra decir de la posteridad intelectual de Accin espaola. Tantoen un primer momento, en los decenios de los cuarenta y los cincuenta, en lasempresas de Arbor, la Biblioteca del Pensamiento Actual o Ateneo. Como enun segundo tiempo, en Verbo y los amigos de la Ciudad Catlica (29).

    En lo que toca al primer haz de iniciativas, que pudo calificarse de menn-dezpelayismo poltico (30), no sin un punto de maldad, supusieron la pervi-vencia del influjo de Maurras en Espaa, siempre a travs del tamiz tradicio-nalsta catlico de Accin espaola. En lucha con las posiciones modernistas yacatlicas de la Falange, mantuvieron encendida y levantada la antorcha de latradicin monrquica catlica (31). Pronto, sin embargo, al hilo de la evolu-cin intelectual y del acomodamiento poltico de grupos y personas (esto es,principalmente del Opus Dei), comenzara, primero, el discreto alejamiento, yfinalmente el desmantelamiento total (32).

    (28) Fernndez de la Mora, Gonzalo, comentario al libro [de Pedro Gonzlez Cuevas]Accin espaola. Teologa poltica y nacionalismo autoritario en Espaa (1913-1936), en Raznespaola (Madrid) n. 89 (1998), pg. 361. La resea es elogiosa del libro respecto de las tesiscentrales, si bien critica algunas de sus concreciones.

    (29) En todos esos momentos hubo carlistas que, sin salirse de [a disciplina, colaboraronsinceramente con los equipos de Accin espaola, Arbor o Verbo. Mientras que algunos otrosdestacaban, por el contrario, sus insuficiencias, por comparacin con la ortodoxia y ortopraxiade la Causa secular. :

    (30) Se trata de Francisco Elias de Tejada, en el captulo primero, que lleva tal ttulo, deLa monarqua tradicional, cit.

    (31) En mi libro La filosofa jurdica y poltica de Francisco Elias de Tejada, Madrid, 1993,he dejado abundantes pistas sobre el asunto.

    (32) La figura de Rafael Calvo Serer puede personificar ese trnsito. Que le llev deEspaa sin problema (Madrid, 1949) o Teora de la Restauracin (Madrid, 1952), a La fuerzacreadora, de a libertad (Madrid, 1958) y Las nuevas democracias (Madrid, 1964), por dete-ner aqu la evolucin luego acelerada y exasperada.

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  • Vegas Latapie intent continuar la tarea de Accin espaola durante y des-pus de la guerra. Sin embargo, por la inflexible negativa del general Franco aautorizar la reaparicin de la revista, lo que contribuy a reforzar (pues estabaoriginada en mltiples causas concomitantes) su oposicin tenaz al rgimenfranquista, no lo logr. El hueco lo ocuparon los hombres menos incmodosde Arbor. Vegas, sin embargo, nunca se sinti del todo a gusto con esos hom-bres que iban a protagonizar el intento de resurreccin del esquema por .lpromovido un decenio antes durante la II Repblica. Slo afios despus, trasel trasbordo lneas atrs apuntado, el incombustible Vegas inici el segundointento de una accin cultural y pre-poltica que trasladase a los nuevos tiem-pos y sus singularidades el idntico empeo de difundir el derecho pblicocristiano.

    Por un guio de la Providencia, la huella de Maurras volvi a hacerse pre-sente en esta ocasin, teida igualmente por un slido catolicismo (33). LaCiudad Catlica en Espaa, aunque no quiso ser una nueva Accin espaola,no dese otra cosa que continuar un mismo combate, el de la tradicincatlica espaola, contra los enemigos de siempre, que ahora -a diferencia deantes copaban tambin las jerarquas de la Iglesia (34).

    5. CODA

    Quodquod recipitur ad modum recipientes recipitur, dice el adagio escolstico.En Espaa, con una tradicin poltica encarnada slidamente y largamente enel carlismo, no era fcil la recepcin del aporte de Charles Maurras: el carlis-mo le aventajaba en solidez, permanencia y ortodoxia. Quedaban, eso s, quie-nes deseosos de recuperar una tradicin que les resultaba comprometida enalgunas de sus concreciones, aunque slo fueran las dinsticas, podan ver enel maestro galo el remedio para sus inquietudes. En todo caso, remedio reci-bido al modo de la tradicin hispnica. Y si hubo quien hubiera deseado unarecepcin ms a la page, por lo menos en el perodo europeo de entreguerras,o incluso en el perodo espaol de su posguerra, el signo general de la mismaslo sac lo mejor de Maurras para incorporarlo al acervo de la tradicin his-pnica. Lo dems son ancdotas.

    (33) Jean Ousset, fundador de la Ciudad Catlica en Francia, colaborador del ltimoMaurras, fue preconizado, juntamente con Jean Madiran, uno de sus sucesores. He escrito sobreel asunto en mi artculo ojean Ousset y los fundamentos de la poltica, Verbo (Madrid),n.05 325-326 (1994), pgs. 479 y sigs.

    (34) Cfr. el volumen de varios autores In memoriam Eugenio Vegas Latapie, Madrid, 1985,donde se explica esa relacin entre Verbo y Accin espaola.

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