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EL ZOO EL ZOO PRADO PRADO Animales y cuadros dialogan Animales y cuadros dialogan en una muestra espectacular en una muestra espectacular DEL DEL Foto: Gorka Lejarcegi Babelia 1.146 Babelia 1.146 NÚMERO 1.146. EL PAÍS, SÁBADO 9 DE NOVIEMBRE DE 2013

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EL ZOOEL ZOOPRADOPRADOAnimales y cuadros dialoganAnimales y cuadros dialoganen una muestra espectacularen una muestra espectacular

DELDEL

Foto: Gorka Lejarcegi

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Animales, minerales y vegetales toman las salas de la pinacotecaen un asombroso proyecto del artista Miguel ÁngelBlanco. Un homenaje a un tiempo en el que artey ciencia caminaron juntos. Por Iker Seisdedos

El Prado delas maravillas

UN AVE DEL PARAÍSO anda suelta enel Museo del Prado. Se ha posa-do, disecada en el interior de unfanal, en las salas de pintura ho-

landesa, a los pies del lienzo de Frans Sny-ders Concierto de aves (1629-1630). A su la-do, Judit en el banquete de Holofernes, deRembrandt, prefiere, como siempre, mirarhacia otro lado, mientras unos pájaros dePapúa Nueva Guinea se dan pie por turnosen una grabación que dota al conjunto deun aire a invernadero del nuevo mundo.Sentado enfrente, a la manera de Henry Fon-da en Pasión de los fuertes, contempla laescena el artista Miguel Ángel Blanco (Ma-drid, 1958) desde una de esas sillas de cueroen las que los vigilantes de sala ven pasar losdías. Blanco es el responsable de esta y otras21 intromisiones científicas (animales, mine-rales o vegetales) en la placidez del Prado. Eltipo que ha colgado al inicio de la galeríacentral de la pinacoteca un águila real concara de pocos amigos a punto de caer enpicado sobre la estatua de los Leoni, CarlosV y el Furor (1553), así como un toro berren-do de Veragua al final de esa arteria del mu-seo en la que se suceden las obras maestrashasta llegar a Rubens.

El genio flamenco es autor del cuadro

con el que la res albina “dialoga” no porcasualidad; El rapto de Europa se inspira através de Tiziano en ese pasaje de Las meta-morfosis de Ovidio en el que Júpiter, enamo-rado de la princesa Europa, se convierte entoro blanco a fin de subyugarla. Tambiénpintó Rubens otra de las piezas involucra-das en Historias naturales, intervención in-sólita de un creador contemporáneo (y es-pañol) en la programación del museo, unhonor hasta ahora reservado a ThomasStruth, Richard Hamilton, Eduardo Arro-yo, Cy Twombly o Francesco Jodice. Setrata de El nacimiento de la Vía Láctea(1636), que luce acompañada de unamuestra de meteoritos. Tan antiguoscomo uno que cayó hace 50.000años en Diablo Canyon, Arizona,o tan legendarios como el Allen-de; aterrizó en México en 1969 yes, para Miguel Ángel Blanco(o MAB, y no por pereza ni porahorrar espacio; el artistase siente cómodo con losacrónimos), “lo más cercaque estaremos nunca delorigen del universo pin-tado por Rubens”.

El pedrusco sideral

p r o v i e n ed e l M u s e o

Nacional de Cien-cias Naturales, cuya co-

lección, como la del Mu-seo de Farmacia Hispana o

el de la Escuela de Minas, hapeinado Blanco en busca de

maravillas de naturalia para in-troducirlas en el edificio, en un

homenaje a los tiempos en los queestuvo pensado para albergar el Real

Gabinete de Historia Natural como partecentral de un eje científico soñado por Car-

los III para el paseo del Prado y que debióincluir, además, un observatorio astronómi-co y el jardín botánico. “Más allá de eso”,explica Miguel Zugaza, director de la pinaco-teca e impulsor de un proyecto, que cuentacon la colaboración del CSIC y de la Comuni-dad de Madrid, “es importante porque re-cuerda el prestigio compartido por el arte yla naturaleza, cuando aquel no estaba aisla-do de la vida, como ahora se nos presenta”.

Para tan singular tributo han hecho faltatres años de investigaciones que culmina-rán con la inauguración el 19 de noviembre,día del 194º aniversario de la designacióndel edificio como Museo de Pinturas y Escul-turas. Encargado en 1785 a Juan de Villanue-va por el conde de Floridablanca, recibió suuso definitivo en 1819, una vez superado elparéntesis de la guerra napoleónica. “Todoesto quiere ser también un homenaje a Pe-dro Franco Dávila, cuyo gabinete de maravi-llas compró en 1771 Carlos III, que eraamante del arte, pero también, y muchomás, de las ciencias”, había explicado conentusiasmo MAB el día anterior en su estu-dio madrileño, a medio camino entre el ta-ller de un artista y el sitio de recreo de unnaturalista. “Aquel tesoro, que iba a ser elcogollo del Gabinete de Historia Natural, seexpuso en la actual Academia de Bellas Ar-tes de San Fernando, en el que fue el primermuseo público de España y bajo la inscrip-ción Naturaleza y arte bajo un mismo techo,algo que ahora vuelve a suceder”.

Para lograrlo, el artista, cuya carreraarrancó en los ochenta ya plenamentevinculada a la naturaleza, ha repartido porlas salas del museo desde un esqueleto dedelfín (suspendido para dar sombra a unaescultura romana), a gemas (ante La cruci-fixión, de Juan de Flandes), espejos de ob-sidiana (para el Carlos II de Carreño deMiranda), lagartos-dragones (en San Mi-guel Arcángel, del Maestro de Zafra) o fósi-les. Es el caso de uno recogido en Utah,con huellas de pisadas de ave palmípeda ygotas de agua, toda una premonición sim-bólica del diluvio universal, tan inminenteen La entrada de los animales en el arca de

Esqueleto

de delfín,

del Museo

de Ciencias

Naturales.

EN PORTADA / Reportaje

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Noé (1570), de Jacopo Basano, expuesta asu lado.

Algunos diálogos se antojan más fielesque otros. Parece lógico colocar un dientede narval, maravilla entre las maravillas, an-te la apoteosis faunística de Orfeo y los ani-males, de Padovanino, o un enjambre de 75insectos, entre libélulas, caballitos del dia-blo, escarabajos, cigarras, cucarachas o man-tis religiosas, al lado del tríptico El carro delheno (1516), de El Bosco, por cuya parteizquierda asoma una nube de amenazantesartrópodos imaginarios. También, un esque-leto de oso hormiguero a los pies La osahormiguera de su majestad (1776), en cuyacartela expositiva figura como del Taller deMengs, pese a que hay quien lo atribuye aGoya (y no es Manuela Mena). El cuadro sesitúa entre los cartones para tapices del ge-nio aragonés y proviene del Museo de Cien-cias Naturales. Prueba de la fascinación de

la época por los animales exóticos, funcionatambién como recordatorio de que el empe-ño de los poderosos no siempre casa con losplanes de la naturaleza. Carlos III, como re-cuerda la cartela colocada sobre un pedestalde madera de chopo, se hizo traer al pobreanimalillo desde Buenos Aires en 1776 paradescubrir, una vez instalado en el inhóspitoinvierno madrileño de la Casa de Fieras, queera imposible abastecerle de las 35.000 hor-migas y termitas que conformaban su dietadiaria y que se ocultan, ayer como hoy, cuan-do el manto de frío cae sobre la meseta.

Y si colocar una roca gigante de azuritaen primer plano de El paso de la lagunaEstigia (1520-1524) entra en la categoría delguiño metapictórico (se ve que el mineraltratado servía a Patinir de pigmento), desple-gar ante el Aquelarre (1823) de Goya unapanoplia de brujería (azufre, una cobra blan-quinegra, un murciélago…) invita directa-mente al conjuro, mientras que traer a lapresencia de Botticelli madera fosilizada re-

Las 22 intervencionesrecuerdan que el edificiode Villanueva fue pensadopara ser Gabinetede Historia Natural

Pasa a la página siguienteGalería central del Prado con la instalación El toro de Veragua, con un cuadro de Rubens al fondo. En la parte superior e inferior de estas páginas, perfiles del edificio que

alberga la pinacoteca, según el proyecto que Juan de Villanueva diseñó para ser Gabinete de Historia Natural. Foto: Gorka Lejarcegi

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viste poder metafórico: la sangrienta historiade Nastagio degli Onesti (1483) transcurre enun pinar pretérito y por tanto petrificado.

Claro que luego siempre queda la opciónde la libre interpretación. Blanco veía el lu-nes pasado al término del montaje de unaintervención sobre La condesa de Chinchón(1800), también de Goya, cierta “transmuta-ción” de formas entre una lámina de Celesti-no Mutis (1732-1808) con una representa-ción de la quina (también llamada cinchonao cascarilla de la condesa, en honor al noblelinaje) y el retrato tocado por un manojo detrigo de la hija embarazada del infante donLuis (que, como en todo, compitió con suhermano Carlos III por hacerse con una ce-bra, según recordaba la reciente muestra Go-ya y el infante Don Luis: el exilio y el reino).

El conjunto en torno a la hierba, que eratenida como una panacea que todo lo cura-ba, lo completan una caja antigua para con-tener quina del Museo de Farmacia, así co-mo el libro que Mutis escribió sobre el tema,un pliego histórico de su herbario y un pa-quete de las cascarillas que se vendían porentonces en Madrid. El gesto supone, ade-más, el regreso del “Velázquez de la botáni-ca” al Prado. A tenor de las investigacionesde Blanco, sus láminas se guardaron proba-blemente en la buhardilla del edificio de Vi-llanueva durante una década a partir de1827 para preservarlas de las malas condi-ciones de conservación del Pabellón de losInvernáculos. No fue la única vez que losanimales tomaron el museo. “Durante la in-vasión francesa se escucharon relinchos,pues el edificio fue utilizado como cuartel decaballería por las tropas francesas”, escribeel artista en su texto para el catálogo. Y “másde un siglo después, en la Guerra Civil, sedepositaron en el Prado piezas del Museo deCiencias y, de nuevo, del Jardín Botánico”.

Para la muestra, Blanco ha contado conel apoyo de Javier Portús, jefe de Conserva-ción de Pintura Española y coordinador ge-neral del proyecto. “Es un trabajo”, opinaeste, “que solo él, desde su visión de artista,podía hacer. Ni desde las ciencias naturales,ni desde la historia del arte se podía haberobtenido un acercamiento tan interesante”.Portús ha servido de puente entre el creadory los conservadores del museo, cuyas parce-las de la colección resultan invadidas por lasiniciativas de Historias naturales. “Ha sidocrucial el trabajo de Miguel Ángel por ganar-se la confianza de los trabajadores de este yde los otros museos, cuya colaboración eraimprescindible”, explica Zugaza. El extremolo confirma Santiago Merino, su homólogoen el Museo de Ciencias Naturales. “La ven-taja”, recuerda Merino, “es que él siempreha sido un asiduo de nuestras colecciones ylas conocía bien”.

Uno de los conservadores de su museoacompañó al Prado el lunes a las láminas deMutis. Después, los operarios dispusieron eiluminaron todos los elementos tratando deno alterar la confiada placidez de la condesade Chinchón y bajo la mirada del artista-co-misario y de Karina Marotta, jefa de área deexposiciones del Prado, quien, después, ex-tendía en una sala llena de vandycks y jorda-ens, un documento con el “cronograma” delmontaje, que ha sido “más complejo de lohabitual”. “Era necesario velar porque losproyectos convivieran conceptualmentecon la colección y, por supuesto, fueran res-petuosos con el mandato de conservación aque nos obliga nuestro trabajo”, explicó Ma-rotta. Las piezas se han montado sobre lamarcha, a razón de dos por día, con el mu-seo abierto y tratando de interrumpir lo me-nos posible la vida de la pinacoteca. Visto lovisto, ¿es mejor trabajar con un artista muer-

to o con uno vivo? “No se diferencia tanto”,opina en broma. “Porque cuando el artistaestá muerto toca tratar con el comisario”.

La labor de Marotta habrá concluidocuando este martes queden colocadas lasúltimas instalaciones (además de la de Pati-nir, se pondrá a la vera de la Eva de Dureroel esqueleto de una serpiente enroscada so-bre sí misma, destacado ejemplar de la co-lección de herpetología del Museo de Cien-cias Naturales, así como ¡un gorrión albinoen las inmediaciones de las Meninas!). En-tonces, los visitantes podrán, mapa en ma-no, “emprender una expedición científicoartística” en busca de la sorpresa.

El símil sirve a MAB no tanto para definirlas vicisitudes del proyecto (que ha sufridocon los vaivenes de los brutales recortes dela asignación ministerial) como para referir-se a sus incursiones en los almacenes de losmuseos en busca de joyas poco vistas. Porejemplo: el cuadro de una tortuga laúd de

intenso azul marino, que resultó varada en“la almadraba de los atunes de Denia”, co-mo consigna un texto en la parte superiordel lienzo pintado por Pedro Juan Tapia en1597 para el gabinete de curiosidades deFelipe II, tan antigua era la real pasión colec-cionista por las maravillas. El cuadro emer-ge ahora de las profundidades de los depósi-tos del Prado y se coloca frente a un cráneode tortuga “expandido”, según la jerga, enun efecto que recuerda a ese truco tan queri-do por el cine de acción contemporáneoque consiste en hacer estallar un objeto ydespués ralentizar la fuerza centrífuga de laexplosión, para que los pedazos pierdan lacohesión a cámara lenta.

Hay otros experimentos dignos del géne-ro fantástico en la muestra. Mariano de laPaz Graells (1809-1898), que fue director delMuseo de Ciencias Naturales, alimentó aunos pichones con ruda para teñir sus car-tílagos y así diferenciarlos de los huesos. El

esquelético resultado luce ante el Bodegónde caza, hortalizas y frutas (1602), de JuanSánchez Cotán, precursor en el uso de cajas,en su caso pictóricas. Un lenguaje indisocia-ble de la obra de Blanco y de su gran proyec-to: la Biblioteca del Bosque.

Los ejemplares de esa biblioteca se ateso-ran en el estudio madrileño del artista y noestán “en venta”; MAB no trabaja con gale-rías ni acude a ferias. Solo faltan “99 de los1.131 libros caja” construidos por él desde“aquel invierno de 1986”, en el que hizo laprimera en sus “bosques de Cercedilla”. Re-cuperó esa pieza primigenia de un compra-dor que se la devolvió como regalo por su 50cumpleaños. Ocupa un lugar especial en lasestanterías en las que se apilan los ejempla-res. Las cajas, encuadernadas por él mismo,llevan títulos como La rotación del silencioen los campos de Extremadura o Salvacióndel Pinar del Rey (en honor al Pinar de Cha-martín cercano a su casa cuya tala contribu-

Viene de la página anterior

“Ni desde las cienciasnaturales, ni desde lahistoria del arte se podíahaber obtenido semejanteacercamiento”, dice Portús

EN PORTADA / Reportaje

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EN 1775 SIR WILLIAM HAMILTON se asoma sin mirar a suventana napolitana del Palazzo Sessa, la ventana queenmarca el Vesubio humeante y que se contrapone, en larealidad y la imaginación del caballero inglés, a su exquisi-ta colección de vasijas. Naturalia y artificialia —lo maravi-lloso de la naturaleza y lo maravilloso salido de la manodel hombre— se confrontan siguiendo las delimitacionesde la época. De hecho, Hamilton sabe bien que el rigorcientífico y las pasiones de coleccionista deben permane-cer separadas a finales del siglo XVIII, aunque a veces elrigor y las pasiones se mezclen sin remedio y las gotas delluvia terminen por ser, o un poco al menos, como perlas.

Pero Hamilton se empeña en su rigor científico, eseamor hacia el volcán que le mira inquisitivo desde sumagnificencia, fronteras simbólicas difusas, fuerza inusi-tada de aquello que se escapa y supera las catalogacionesy se desborda y se desboca, apelando a una colecciónimposible. Hamilton lo sabe y decide, pese a su coleccio-nismo compulsivo, no atesorar las bellas piedras que lalava le devuelve en sus excursiones a lo profundo delvolcán, pertrechado del instrumental necesario para de-sentrañar los secretos. Son las piedras que manda a Lon-dres y que encandilan a sus contemporáneos: frente a eseentusiasmo, el diplomático argumenta que para él consti-tuyen una parte de la investigación científica.

La naturaleza ha sido desde siempre un territorio defascinaciones infinitas, el lugar donde dejar correr lospensamientos más allá de los pensamientos mismos; elterritorio donde lo curioso de esa naturaleza se mezcla

peligrosamente con las curiosidades que diseña el serhumano, quien a menudo vuelve los ojos hacia los capri-chos inesperados que parecen brotar de la tierra. Sólo elproyecto ilustrado y su conciencia de la ciencia como unterritorio de límites propios cambia las formas de relacio-narse con el mundo. Es el momento en el cual surgen losgabinetes de ciencias naturales: se trata de la aportaciónilustrada.

Antes de que esto ocurriera, al encontrar durante suviaje a Holanda en 1697 a Frederick Ruysch, uno de losmás prestigiosos anatomistas de su tiempo, Pedro elGrande de Rusia debió creer hallarse ante un presagio. Él,propietario de una colección peculiarísima —“muñecasrusas” que aludían a la miniaturización como síntoma dela maravilla, sofisticados instrumentos de tortura y mate-rial quirúrgico, esqueletos, ojos y orejas de metal y cristal,un gallo de cuatro patas y una oveja con dos cabezas,además de una colección de muelas que al parecer élmismo había extraído y en cada una de las cuales apare-cía la descripción de la víctima de tan estrafalario hob-by—, descubría a alguien que le superaba en la singulari-dad de lo coleccionado. Entre las piezas de la coleccióndel científico se hallaba un niño embalsamado que, di-cen, Pedro encontró tan conmovedor que no pudo evitaragacharse a besarle el rostro. La excitación de Pedro fuetal que compró la colección entera —conservada hastahace poco en la Kunstkammer de San Petersburgo— poruna suma desorbitada para la época.

Ahora el gabinete de ciencias naturales regresa al Pra-do y revive su convivencia histórica con lo producido porel ser humano. Es una especie de vuelta a cierto territoriopretérito, antes del orden y del nombre que en el museomadrileño se lleva a cabo en un proyecto Miguel ÁngelBlanco, quien desde hace muchos años vive obsesionadocon la naturaleza. Escucha sus voces y encuentra lo quede artificial tiene siempre lo natural, igual que esas lámi-nas de mica que Blanco conserva en su estudio y que sonbellas proyecciones abstractas. Naturalia y artificialia sereúnen de nuevo y tienen algo de esas gotas de lluvia quese atesoran y que terminan por recordar a las perlas delas grandes damas de los retratos en el Prado. O

LLAMADA EN ESPERAAtesorar gotas de lluvia

yó a evitar). Elevan a categoría de arte ele-mentos que la “naturaleza” le “regala”, tan-to en sus expediciones a los “bosques delGuadarrama”, donde vivió hasta 1997, co-mo en sus viajes a El Cairo o MonumentValley (donde halló inspiraciones para unamuestra sobre el paisaje del Lejano Oesteamericano que el Thyssen le dedicará en2015).

La manufactura ha ido evolucionandocon el tiempo, pero no en el espíritu. Sesuceden al principio de estos hipnóticos ar-tefactos varias hojas de papel verjurado o defibra de kozo, pongamos por caso, con pre-moniciones levemente impresas por Blan-co, premio Nacional de Grabado, de lo queaguarda al final del libro: un receptáculoprotegido por un cristal que puede conte-ner, por ejemplo, cortezas de pino silvestredel valle de la Fuenfría congeladas en resinao ramas de espino curvadas con efectos abs-tractos. Fueron definidos en cierta ocasión

como “microcosmos del macrocosmos” porel poeta Antonio Colinas y han sido objetode exposición en instituciones como la Fun-dación Lázaro Galdiano (2009), el monaste-rio de Santo Domingo de Silos (en 2006,dentro del programa del Reina Sofía) o LaCasa Encendida (donde su obra dialogó conla de los pintores del Guadarrama del XIX).

Uno solo de sus libros caja espera a losvisitantes del Prado. Se titula Bosque negro ycuelga entre una sucesión de paisajes nórdi-cos del XVI, obras de Van Valckenborch,Massys y Van Dalem. Durante la prepara-ción de la muestra, Blanco ha construidootros siete de esos objetos inspirados por lavegetación física y metafóricamente circun-dante al museo, como el monumental al-mez de Murillo o los cedros del Líbano cer-canos a la puerta de Velázquez. No muylejos de donde una instalación sonora, colo-cada por el artista, regala a los paseantes elcanto de otro montón de aves del paraíso. O

En el sentido de lasagujas del reloj, MiguelÁngel Blanco, en el cen-tro, supervisa los deta-lles de la instalación deuna caja del Museo dela Farmacia Hispana;Elena Arias, restaurado-ra del Prado, encarga-da del proyecto de His-torias Naturales ante elave del paraíso, y vistadel esqueleto de la osahormiguera ante el lien-zo del taller de Mengs.Foto: Gorka Lejarcegi

Por Estrella de Diego

Blanco cuenta con 1.131 libros caja en su estudio madrileño. Foto: G. L.

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