Batalla de Toro

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Toro, la batalla en la que Fernando el Católico empezó a forjar España con sangre Medio milenio después de la muerte del monarca, recordamos la contienda que cambió el destino de la Península y analizamos el último libro de Fernando M. Laínez sobre este personaje De tres a seis horas. Ese escaso tiempo fue el que duró la contienda que, en 1476, cambió el devenir de la Península Ibérica : la sucedida enPeleagonzalo, un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Toro Zamora- el 1 de marzo. Aquel día, las tropas de Fernando el Católico consiguieron acabar con las huestes del monarca de Portugal, Alfonso V. Un hombre que mediante el matrimonio con la hija del fallecido rey de Castilla (Juana la Beltraneja , de apenas 12 años) y las armas- buscaba unificar ambos reinos bajo su real cetro. Sin embargo, y a pesar de que la lucha fue de lo más igualada, tras esa lluviosa jornada el luso fue derrotado y se vio obligado a retirarse a su cuartel general, renunciar a sus deseos de expandirse hacia el este y admitir a Isabel y Fernando como los nuevos monarcas de Castilla y Aragón. En su día, la batalla de Toro ayudó a forjar la futura España al allanar el camino a los futuros Reyes Católicos hacia el trono y garantizar, así, la unión de Castilla y Aragón. Es por ello que hoy, un día antes del 500 aniversario de la muerte del monarca español (quien dejó este mundo el23 de enero de 1516) queremos recordar cómo se sucedió. A su vez, la historia de esta contienda es una de las que en los próximos días- se podrá leer en «Fernando el Católico. Crónica de un reinado » (editado por «Edaf»), el último libro del periodista y divulgador histórico Fernando Martínez Laínez . «En el libro he intentado dar una visión de la vida de Fernando a través de sus acciones, huyendo de interpretaciones psicológicas discutibles. Por eso me he atenido a relatar los hechos de su reinado en forma de crónica, dejando que el lector reconozca al personaje a través de sus actos, con sus aciertos y sus yerros, que también los tuvo, y algunos (como la expulsión de los judíos) graves. Pero en la balanza final, el resultado de sus obras supera con mucho a los errores», explica el autor en declaraciones a ABC. El problema sucesorio El origen de la batalla de Toro se remonta hasta el 21 de febrero de 1462.Fue ese día en el que el mundo vio nacer a Juana, la hija del entonces rey de Castilla Enrique IV . Aquel alumbramiento, en principio feliz, trajo consigo grandes dolores de cabeza para el monarca castellano. Y es que, al llevar años y años demostrando su impotencia (no había forma de que engendrara un retoño), muchos negaron que fuera el padre de la pequeña. Por el contrario, las malas lenguas (fomentadas por le ingenio español) atribuyeron su paternidad a uno de sus amigos personales, Beltrán de la Cueva. Además de hacer que la niña se ganase un curioso sobrenombre (laBeltraneja, por razones evidentes) el rumor atribuyó unos cuernos al soberano del tamaño de los de un morlaco de levante. Este hecho terminó de motivar a varios nobles que, intereses personales mediante, alegaron que el sucesor del entronado debería ser su hermano pequeño, Alfonso, y no aquella pequeña bastarda. La situación terminó de complicarse cuando Alfonso murió. En ese momento, y sin un sucesor varón al que apoyar, los nobles que no querían ver a la Beltraneja ascender al trono de Castilla pusieron sus ojos sobreIsabel la futura Católica- también hermana de Enrique y, hasta ese momento, en un segundo plano por ser mujer. Hay que decir que la adolescente demostró su tenacidad, perseverancia y su carácter decidido, pues logró que Enrique la nombrase su sucesora en 1468 durante el tratado de los Toros de Guisando. Un documento en que se señalaba, además, que la joven solo podría contraer matrimonio con el consentimiento de su hermano. El trato quedó sellado… o eso creía el hombre de la corona, pues la joven Princesa de Asturias, pasándose por el arco del triunfo aquel papelote y la autoridad de su familiar, se casó en secreto con Fernando de Aragón para que, cuando ambos se hiciesen con el poder, sus reinos quedasen unidos. Los problemas se resolvieron «felizmente» para Isabel y Fernando en diciembre de 1474 cuando algunos dicen que envenenado, otros que por causas naturales- Enrique IV dejó este mundo. El trono recayó entonces en manos de su hermana, quien tras demostrar el pesar por su muerte con el clásico traje blanco de luto real- se sentó al fin en el trono de Castilla. Al menos hasta 1475, ya que fue entonces cuando los partidarios de la Beltraneja (entre los que se destacaban, por ejemplo, elmarqués de Villena, Alfonso Carillo o el Gran Maestre de la Orden de Calatrava) volvieron a la carga con el objetivo de lograr el trono para la pequeña. Para conseguir su objetivo organizaron una boda real entre Alfonso V, soberano de Portugal, y la niña presuntamente bastarda. Ambos, por cierto, tío y sobrina. Con este enlace, pretendían forjar una fuerte alianza mediante la cual el luso que superaba en una treintena de años a la chica- defendiera con sus tropas los intereses dinásticos de Juana. La coalición se materializó bajo promesa de futuro matrimonio (había que esperar la bendición de la Iglesia para celebrarlo) en 1475 y, ese mismo año, el rey cruzó la frontera con un ejército de 20.000 hombres dispuestos a llegar a Burgos y acosar, desde allí, a Fernando e Isabel. Sin embargo, el valor le duró el poco tiempo que tardó en percatarse de que el soberano de Aragón había iniciado una recluta urgente de soldados y que no eran pocas las ciudades que renegaban de la Beltraneja. Cuando estas noticias llegaron hasta sus oídos, decidió ser cauto, detener su avance y ubicar su cuartel general en Toro, una pequeña ciudad de Zamora que podía ser defendida de forma sencilla.

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Antecedentes de la batalla de Toro entre España y Portugal que se libró en 1462 debido a un problema dinástico.

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Toro, la batalla en la que Fernando el Católico

empezó a forjar España con sangre Medio milenio después de la muerte del monarca, recordamos la contienda que cambió el destino de la Península y

analizamos el último libro de Fernando M. Laínez sobre este personaje

De tres a seis horas. Ese escaso tiempo fue el que duró la contienda que, en 1476, cambió el devenir de la Península Ibérica: la sucedida enPeleagonzalo, un pequeño pueblo cerca de la ciudad de Toro –Zamora- el 1 de marzo. Aquel día, las tropas de Fernando el Católico consiguieron acabar con las huestes del monarca de Portugal, Alfonso V. Un hombre que –mediante el matrimonio con la hija del fallecido rey de Castilla (Juana la Beltraneja, de apenas 12 años) y las armas- buscaba unificar ambos reinos bajo su real cetro. Sin embargo, y a pesar de que la lucha fue de lo más igualada, tras esa lluviosa jornada el luso fue derrotado y se vio obligado a retirarse a su cuartel general, renunciar a sus deseos de expandirse hacia el este y admitir a Isabel y Fernando como los nuevos monarcas de Castilla y Aragón. En su día, la batalla de Toro ayudó a forjar la futura España al allanar el camino a los futuros Reyes Católicos hacia el trono y garantizar, así, la unión de Castilla y Aragón. Es por ello que hoy, un día antes del 500 aniversario de la muerte del monarca español (quien dejó este mundo el23 de enero de 1516) queremos recordar cómo se sucedió. A su vez, la historia de esta contienda es una de las que –en los próximos días- se podrá leer en «Fernando el Católico. Crónica de un reinado» (editado por «Edaf»), el último libro del periodista y divulgador histórico Fernando Martínez Laínez. «En el libro he intentado dar una visión de la vida de Fernando a través de sus acciones, huyendo de interpretaciones psicológicas discutibles. Por eso me he atenido a relatar los hechos de su reinado en forma de crónica, dejando que el lector reconozca al personaje a través de sus actos, con sus aciertos y sus yerros, que también los tuvo, y algunos (como la expulsión de los judíos) graves. Pero en la balanza final, el resultado de sus obras supera con mucho a los errores», explica el autor en declaraciones a ABC.

El problema sucesorio

El origen de la batalla de Toro se remonta hasta el 21 de febrero de 1462.Fue ese día en el que el mundo vio nacer a Juana, la hija del entonces rey de Castilla Enrique IV. Aquel alumbramiento, en principio feliz, trajo consigo grandes dolores de cabeza para el monarca castellano. Y es que, al llevar años y años demostrando su impotencia (no había forma de que engendrara un retoño), muchos negaron que fuera el padre de la pequeña. Por el contrario, las malas lenguas (fomentadas por le ingenio español) atribuyeron su paternidad a uno de sus amigos personales, Beltrán de la Cueva. Además de hacer que la niña se ganase un curioso sobrenombre (laBeltraneja, por razones evidentes) el rumor atribuyó unos cuernos al soberano del tamaño de los de un morlaco de levante. Este hecho terminó de motivar a varios nobles que, intereses personales mediante, alegaron que el sucesor del entronado debería ser su hermano pequeño, Alfonso, y no aquella pequeña bastarda. La situación terminó de complicarse cuando Alfonso murió. En ese momento, y sin un sucesor varón al que apoyar, los nobles que no querían ver a la Beltraneja ascender al trono de Castilla pusieron sus ojos sobreIsabel –la futura Católica- también hermana de Enrique y, hasta ese momento, en un segundo plano por ser mujer. Hay que decir que la adolescente demostró su tenacidad, perseverancia y su carácter decidido, pues logró que Enrique la nombrase su sucesora en 1468 durante el tratado de los Toros de Guisando. Un documento en que se señalaba, además, que la joven solo podría contraer matrimonio con el consentimiento de su hermano. El trato quedó sellado… o eso creía el hombre de la corona, pues la joven Princesa de Asturias, pasándose por el arco del triunfo aquel papelote y la autoridad de su familiar, se casó en secreto con Fernando de Aragón para que, cuando ambos se hiciesen con el poder, sus reinos quedasen unidos. Los problemas se resolvieron «felizmente» para Isabel y Fernando en diciembre de 1474 cuando –algunos dicen que envenenado, otros que por causas naturales- Enrique IV dejó este mundo. El trono recayó entonces en manos de su hermana, quien –tras demostrar el pesar por su muerte con el clásico traje blanco de luto real- se sentó al fin en el trono de Castilla. Al menos hasta 1475, ya que fue entonces cuando los partidarios de la Beltraneja (entre los que se destacaban, por ejemplo, elmarqués de Villena, Alfonso Carillo o el Gran Maestre de la Orden de Calatrava) volvieron a la carga con el objetivo de lograr el trono para la pequeña. Para conseguir su objetivo organizaron una boda real entre Alfonso V, soberano de Portugal, y la niña presuntamente bastarda. Ambos, por cierto, tío y sobrina. Con este enlace, pretendían forjar una fuerte alianza mediante la cual el luso –que superaba en una treintena de años a la chica- defendiera con sus tropas los intereses dinásticos de Juana. La coalición se materializó bajo promesa de futuro matrimonio (había que esperar la bendición de la Iglesia para celebrarlo) en 1475 y, ese mismo año, el rey cruzó la frontera con un ejército de 20.000 hombres dispuestos a llegar a Burgos y acosar, desde allí, a Fernando e Isabel. Sin embargo, el valor le duró el poco tiempo que tardó en percatarse de que el soberano de Aragón había iniciado una recluta urgente de soldados y que no eran pocas las ciudades que renegaban de la Beltraneja. Cuando estas noticias llegaron hasta sus oídos, decidió ser cauto, detener su avance y ubicar su cuartel general en Toro, una pequeña ciudad de Zamora que podía ser defendida de forma sencilla.