Beato Rafael ArnáizBEATO RAFAEL ARNAIZ 447 Era el 19 de julio de 1936, porque hacía tan sólo unas...

22
Beato Rafael Arnáiz MARÍA DAMIÁN YÁÑEz NEIRA (Orense) El señor Obispo auxiliar de Toledo, don Rafael Palmero Ra- mos, publicó hace algunos años una pequeña obra titulada Santi- dad es alegría, en la cual recoge varios trabajos fruto de conferen- cias y estudios que ha hecho sobre el beato Rafael. La obra se agotó rápidamente y luego ha salido una segunda edición aumen- tada, pero con este otro título, también sugerente: El hombre más feliz de la tierra. Don Rafael Palmero es uno de los grandes admiradores del nuevo beato, por eso no pierde ocasión de difundir su mensa- je a todos los niveles, particularmente entre la juventud, conven- cido de que su ejemplo es hondamente aleccionador en la hora actual. Que el ejemplo de Rafael sea hoy un estímulo para los jóvenes lo sabemos muy bien quienes conocemos desde el primer momento la trayectoria de su vida. Hace unos años recibí una respuesta que me sorprendió, no poco, de cierto joven a quien pregunté si cono- cía los escritos del HR. Me atajó al instante diciendo: «¡Vaya si los conozco! Me da miedo Rafael. Es que si leo sus escritos, me arrastran a seguir su ejemplo». El 1 de abril de 1993 se celebró en Villansandino, pueblo burgalés donde la familia de Rafael tenía su casa solariega, un homenaje popular al nuevo beato, que resultó apoteósico. La pren- sa local, al dar la noticia de dicho acto, recogía la carta de cierta joven que escribió lo siguiente: REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 52 (1993), 445-466

Transcript of Beato Rafael ArnáizBEATO RAFAEL ARNAIZ 447 Era el 19 de julio de 1936, porque hacía tan sólo unas...

  • Beato Rafael Arnáiz

    MARÍA DAMIÁN YÁÑEz NEIRA (Orense)

    El señor Obispo auxiliar de Toledo, don Rafael Palmero Ra-mos, publicó hace algunos años una pequeña obra titulada Santi-dad es alegría, en la cual recoge varios trabajos fruto de conferen-cias y estudios que ha hecho sobre el beato Rafael. La obra se agotó rápidamente y luego ha salido una segunda edición aumen-tada, pero con este otro título, también sugerente: El hombre más feliz de la tierra.

    Don Rafael Palmero es uno de los grandes admiradores del nuevo beato, por eso no pierde ocasión de difundir su mensa-je a todos los niveles, particularmente entre la juventud, conven-cido de que su ejemplo es hondamente aleccionador en la hora actual.

    Que el ejemplo de Rafael sea hoy un estímulo para los jóvenes lo sabemos muy bien quienes conocemos desde el primer momento la trayectoria de su vida. Hace unos años recibí una respuesta que me sorprendió, no poco, de cierto joven a quien pregunté si cono-cía los escritos del HR. Me atajó al instante diciendo: «¡Vaya si los conozco! Me da miedo Rafael. Es que si leo sus escritos, me arrastran a seguir su ejemplo».

    El 1 de abril de 1993 se celebró en Villansandino, pueblo burgalés donde la familia de Rafael tenía su casa solariega, un homenaje popular al nuevo beato, que resultó apoteósico. La pren-sa local, al dar la noticia de dicho acto, recogía la carta de cierta joven que escribió lo siguiente:

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 52 (1993), 445-466

  • 446 M: DAMIAN Y AÑEZ NEIRA

    «Hoy en día, al ritmo en que vivimos los jóvenes, a veces uno se siente descentrado de todo, no encuentra mo-delos ni ejemplos que seguir, y de repente: ¡Plaf! se encuen-tra casualmente con el Hermano Rafael, que hizo su vida en este mundo y siglo, sufrió los mismos problemas e inquie-tudes que las nuestras, y corrió por los mismos pueblos y lugares donde caminamos, y no pude por menos de excla-mar: ¡Ojalá haya muchos más hermanos Rafael entre noso-tros! Si él pudo, ¿por qué no ser yo otro hermano Rafael?»

    Desde luego para estos jóvenes el contacto con Rafael fue un verdadero descubrimiento: para uno, cuando todavía su fama no estaba muy extendida por el mundo, y para la otra, ahora que acaba de ser sublimado al honor de los altares. Esto quiere decir que la figura de Rafael, el mensaje que transmite a través de sus escritos, sigue hoy como ayer ejerciendo profundo impacto en la juventud de todos los tiempos.

    Tuve la suerte de asistir a la ceremonia de beatificación en la plaza de San Pedro el 27 de septiembre de 1992. El pensamien-to dominante -al lado de las hondas impresiones recibi-das- coincidió con el de otro compañero de noviciado, también presente en el acto. Recordando aquellos tiempos lejanos, comen-tamos ambos: «¡Quién iba a pensar esto entonces, cuando Rafael llegó al monasterio rebosante de juventud y de cualidades físicas y morales!».

    1. LE FASCINA LA TRAPA

    Precioso el colorido que pone Rafael en sus relatos, cuando describe las escenas de la vida en el Císter, cuando pinta las bellezas de la Naturaleza, o los encantos del amor divino en las almas. Vamos a iniciar nuestro relato con una página de oro, una especie de parábola que nos dejó escrita, en la cual, a través de una tercera persona, descubre la manera cómo le sedujo a él -a sus diecinueve abriles- la vida de la Trapa. Pero antes conviene ambientar un poco el relato.

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 447

    Era el 19 de julio de 1936, porque hacía tan sólo unas horas que las tropas de Africa se habían sublevado en Marruecos contra el gobierno. Rafael nada sabía, ni tampoco los demás monjes, porque en aquellos tiempos era la prensa la única que informaba, y como sólo la recibía el superior, los monjes no se enteraban de los sucesos hasta que éste les comunicaba las noticias.

    Rafael llevaba unos meses en el monasterio, después de in-gresar la segunda vez. Al caer enfermo en 1934, había tenido que salir al mundo, no pudiendo regresar hasta dos años más tarde. En estos meses de estío se hallaba en el noviciado, ocupando santa-mente el tiempo libre que le concedía la regla. Lo aprovechaba en la lectio divina, pero mas de ordinario dedicábase a escribir, porque la escritura -según cuenta él- era un método de oración que solía practicar. Así se explica que sus escritos tengan hoy tanta garra, que conserven su frescura a través de los años. Es que se trata de vivencias íntimas de un alma enamorada de Cristo, que cada día iba depositando en el papel el fruto de sus medita-ciones.

    El noviciado era un salón rectangular, presidido por un santo Cristo, y diversos cuadros piadosos pendían de las paredes. Cada novicio tenía su pupitre, mirando al crucifijo, y recibían la luz del costado izquierdo a través de dos ventanas, por las cuales trepaban unas parras que comunicaban originalidad y frescor a la estancia. Todos estos detalles los consigna Rafael en el relato. Empieza así su parábola:

    «Hace unos años se detuvo en esta Abadía un joven mundano, llena la cabeza de ... Bueno, no sé lo que aquel hombre tenía en la cabeza. Pasó unos días hospedado entre estos buenos monjes, y como era un enamorado de la músi-ca, del color y de todo lo que en sí llevara algo de arte, se impresionó profundamente al escuchar la Salmodia en el Coro ...

    Se emocionó del silencio de estos monjes que, lejos del mundo, viven una vida santa, y gozó lo indecible al ver en los campos vestidos de primavera y llenos de frutas y flores, trabajar a unos hombres vestidos de blanco que con el sudor de su frente y los callos de sus manos se ayudaban para

  • 448 M: DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    mantener su cuerpo, mientras les dura el destierro y, al mismo tiempo, trabajan para ganar el descanso en la verda-dera patria.

    Cuando aquel joven del mundo vio lo que vio, su alma sufrió un cambio, y quizá el Señor Dios de los trapenses se valió de la impresión de sus sentidos para hacerle pensar. Y el joven pensó. Hoyes un trapense más en el coro, un trabajador más en el campo y un hombre que queriendo olvidar el mundo busca el silencio con las criaturas y la paz con Dios.

    En aquel cuadro que hace unos años vio en la abadía encontró arte y motivos para gozar,., Todo contribuía a impresionarle ... ; los austeros monjes vestidos de blanco; su silencio; el unas veces grave sonido de la campana pequeña; los claustros inundados de sol; los campos con los trigos, atravesados por la larga fila de los habitantes del monasterio cuando volvían del trabajo.

    Aquel joven pensó. Dios se valió de todo lo externo para llegar con su divina luz a su alma un poco soñadora. ¡Que grande es la misericordia del Señor! Pasaron unos años y el hombre cambió sus vestidos del mundo por los hábitos del monje del Císter. Cambió sus viejas costumbres, de hombre mundano, por las sencillas reglas que nos señaló nuestro Padre San Benito.»

    Delicioso el relato de este joven, fascinado por todo aque-llo que presenció seis años antes, la primera vez que visitó la Trapa. Tardó cuatro en ingresar, sólo pudo disfrutar de aquella vida -la primera etapa- cuatro meses, cayó enfermo, y ahora, al regresar de nuevo, ya toda aquella visión panorámica había cambiado totalmente, lo mismo que su modo de pensar y obrar. Es que la vida de la Trapa es muy distinta, vista desde la ven-tana de la hospedería, a cuando uno se ve inmerso en la fila india de monjes dirigiéndose al trabajo armados de palas y aza-dones ...

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 449

    2. UN TIPO DE HEROíSMO

    Rafael llevaba en el Císter cuatro meses exactos, era feliz, enteramente feliz, según se lo manifiesta a su tío el duque de Maqueda: «Yo era demasiado feliz en la Trapa; te aseguro que la vida es dura, pero se tiene a Dios tan cerca que la austeridad de la Regla no se nota. Yo respiraba alegría por todos los poros ... Mi única ilusión era Dios, y le sentía tan cerca que lo olvidaba todo».

    y comenzó a caminar con paso firme por el sendero de la vida monástica, se abrazó con toda la austeridad característica de la Trapa, pasó la primera cuaresma, que en aquellos tiempos era terri-ble, de manera especial para jóvenes, ayuno muy duro, sobre lodo a las mañanas en que sólo nos daban un pocillito de chocolate y dos onzas de pan, en una rajita casi transparente. Así había que estar hasta las doce del día, que como era hora solar, equivalía a la dos de la tarde actuales. Tan escasa ración era insuficiente para sostener a jóvenes en pleno desarrollo físico, pero ninguno se murió por eso, y después de tantos años todavía algunos lo podemos contar.

    Se llegaba al comedor con una hambre terrible, de tal manera que bien pudo escribir Rafael: «Las lentejas serán siempre lentejas, mientras dure mi vida en el monasterio, pero, a pesar de todo, las como con mucho gusto, porque las sazono con dos cosas: con hambre y con mucho amor de Dios, y así no hay alimento que se me resista».

    Desde el primer día, Rafael se abrazó con todas las austerida-des de la nueva vida sin la menor mitigación, sobre todo había algunas que le costaban lo indecible, como era, por ejemplo, le-vantarse a las dos de la mañana para tomar parte en los maitines. El mismo se lo cuenta a su madre, a los quince días de estancia en el monasterio: «Ahora te voy a decir lo que más me agrada y lo que más me cuesta ... Ya te lo podrás suponer; lo que más me gusta es estar en el coro, y lo que más me cuesta es levantarme a las dos, pues aquí no es eso de primero un ojo y después otro ojo, y despues pensarlo y acabar por dormirse otra vez ... , sino que al toque de campana, sin esperar que haya dejado de sonar, ya debemos estar en pie, calzados y vestidos, pues a las dos tocan la campana y a las dos y diez se empiezan los Maitines».

  • 450 M,' DAMIAN Y AÑEZ NEIRA

    «Lo que no debes hacer, madre, es preocuparte si mis manos manejan el pincelo el azadón ... , a los ojos de Dios es lo mismo, con tal que se manejen para mayor gloria suya, y con todo se le puede alabar. En el campo con el azadón, en casa con la pluma, en la iglesia con el incensario, la cuestión es no tenerlas paradas, y así algún día poder presentarse delante de Dios, y enseñarle las manos llenas de callos y sabañones, decirle: «Señor, las obras ejecutadas por mí son pobres y despreciables, mis manos han trabajado mal, pero, yo, Señor, todo lo hacía en tu nombre, y cada vez que el cuerpo se inclinaba en tierra para ganarse el pan, mi corazón se elevaba a Ti para poder algún día ganar el Cielo».

    Rafael era demasiado feliz en la Trapa, a pesar de tanta aus-teridad, alegremente llevada. Le obsesionaba la idea de llegar a ser santo, pero al mismo tiempo, aleteaban en su alma otras ilusiones no tan puras a los ojos de Dios, aunque muy honestas desde luego, como eran, por ejemplo, llegar a ser monje del Císter, vestir la cogulla monástica, ascender a la dignidad sacerdotal. .. Pero Dios tenía otros fines muy distintos sobre su persona.

    Cuando más feliz se sentía, cuando disfrutaba su alma lo inde-cible escardando los trigales de la abadía, salpicados de amapolas, se inició en su organismo un decaimiento físico que sorprendió a todos. Aquella salud, al parecer normal durante los cuatro meses, comenzó a resquebrajarse de manera alarmante. Si~ saber cómo, aquel cuerpo esbelto empezó a demacrarse rápidamente. Sentía debilitarse las fuerzas. Al principio nos acompañaba a los campos de mieses, distantes dos kilómetros del monasterio, pero tenía que sentarse mientras los demás trabajábamos.

    Luego, no pudo seguirnos y se quedaba en casa. Llamaron al médico, le puso en tratamiento, pero todos los remedios resul-taban infructuosos: el decaimiento físico seguía aumentando. Baste decir que en quince días perdió 24 kilos. Ante la perspectiva pavorosa que se presentaba a los superiores, optaron por llamar a sus padres para que acudieran a recogerlo y llevarlo urgentemente a Oviedo.

    Recibieron la carta el 25 de mayo por la mañana, y a las pocas horas ya estaba su padre en la Trapa, dispuesto a llevarse a su hijo. Como en aquellos tiempos las carreteras estaban infames, se nece-

    ---..,--I

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 451

    sitaba casi el día entero para llegar de Palencia a Oviedo, por eso demoraron la salida para al día siguiente.

    Rafael, al enterarse de que tenía que volver al mundo, aceptó en todo la voluntad de Dios, pero puedo asegurar que esto cons-tituyó uno de los mayores martirios de su vida. Lo recuerdo bien: la tarde del 25 de mayo, víspera de la partida, le vi apoyado en el balcón de la enfermería mirando al cielo y derramando lágrimas muy amargas. Se comprende fácilmente la motivación de estas lágrimas.

    Dios le había pedido que lo dejara todo y le siguiera, y él lo hizo con la rapidez y generosidad que lo hicieron los apóstoles. Tuvo que hacer grandes renuncias. En Oviedo fue la noticia más sensacional cuando se enteraron todos por la prensa que Rafael había ingresado en la Trapa. El periódico de la ciudad le había dedicado un artículo ponderando aquella acción.

    Se había abrazado generosamente con la vida monástica, sin regatear a Cristo el menor sacrificio. Dios le aceptó, le envió esta prueba dura, para él inmensamente mayor que la enfermedad, el tener que regresar al mundo dando la impresión de un fracasado en la vida. Se comprende que aquella tarde sus ojos se arrasaron en lágrimas ante este sacrificio que el Señor le pedía.

    Ingresó en la Trapa para hacer de su vida una continua alaban-za a Dios. Pero resultó que Dios quiso que esta alabanza se hiciera en el dolor. Y sus últimos cuatro años fueron esa luminosa esca-lada que es la vida de todo santo. No pudo ni llegar al sacerdocio que tanto anhelaba. Ni siquiera logró profesar como trapense, aunque en la Trapa murió como un simple oblato «con un corazón alegre y con mucho amor de Dios. Esos últimos cuatro años de su vida fueron una constante ascensión hacia las alturas de la perfec-ción hasta lograr una muerte santa en 1938. Acababa de cumplir veintisiete años.

    Podemos ver en Rafael cierta especie de heroísmo, esa fideli-dad constante en seguir a Cristo una y otra vez. Está muy mano-seado el episodio de las carmelitas de Lisieux, preocupadas por lo que debían decir de Teresita en el momento que expirase. Era normal. se trataba de una religiosa joven, que pasaba por la comu-nidad sin pena ni gloria: la habían visto casi siempre enferma,

  • 452 M.' DAMIAN Y AÑEZ NEIRA

    necesitada de solícitos cuidados de sus hermanas; en resumen, una carga inerte para la comunidad.

    De Rafael se han dicho también muchas cosas, de distinta índole. La más inexacta, a mi modo de ver, ha sido la que circuló entre algunos religiosos, negarle la calidad de monje. Yo estoy de acuerdo con ellos. Rafael no pasó de la categoía de simple novicio que inició sólo la vida religiosa, pero no pudo perseverar en ella a causa de su enfermedad. Al ver interrumpido su noviciado tuvo que salir al mundo, permaneció fuera dos años, y al volver a ingresar se vio obligado a vivir en el monasterio como simple oblato, la calidad más ínfima que se da en el Císter.

    A pesar de su imposibilidad de hacer la profesión, por verse impotente de poder cumplir la regla, sin embargo, aquella fideli-dad reiterada de seguir a Cristo por el camino del Calvario, aquella constancia en volver una y otra vez a su puesto en el coro, le da derecho a ser considerado monje en el deseo, con tanto o más derecho que los que llevamos tantos años consagrados, porque supone en él un heroísmo que tal vez no tuviéramos quienes nos creemos con todos los derechos en la categoría de monjes, por haber podido hacer los votos.

    3. RAFAEL sí MIRÓ A LOS LADOS

    Nadie crea que yo vaya a ir contra el acertadísimo título que Gil de Muro puso a una de las más deliciosas biografías que se han escrito sobre nuestro trapense: Rafael sin mirar a los lados. Todo lo contrario: dicho autor dio en el clavo y puedo decir que este título precioso resume maravillosamente la vida de Rafael, sobre todo a partir de aquel momento en que se decidió a dejar-lo todo por Cristo. No miró a los lados, es cierto, porque su decisión fue radical, se abrazó a aquella vida hasta sus últimas consecuencias.

    Sin embargo, quiero hacer unas matizaciones. Pienso que quizá sea más exacto añadir: que Rafael «sí miró a los lados más de una vez», en algún sentido -como voy a demostrar-; no obstante, el resultado fue abandonar por Cristo todas las comodidades terrenas

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 453

    para seguirle con fideliad total. En sus cartas de los primeros días refleja las grandes dificultades que encontró en el momento de ponerse en contacto con aquella vida que tanto le ilusionó un día, al verla a través de la ventana de la hospedería.

    Tomemos por vía de muestra aquellas frases de una carta a su tío el duque de Maqueda, en que le cuenta lo que le costaban al principio algunos detalles de la vida en la Trapa: «Recuerdo los primeros días de postulante cuando salíamos al campo en una fila. Cada novicio con su azadón y yo el último. Nos encaminábamos en silencio a las viñas, un frío terrible, la tierra dura de la helada y, además, con un sueño que apenas me podía tener. Nos distribuía el jefe de trabajo, nos persignábamos, rezábamos un Avemaría y a trabajar. Pues bien, más de una vez en aquellos días regaba los terrones que arrancaba, con mi azadón, con unos lagrimones del tamaño de naranjas».

    Estos lagrimones del tamaño de naranjas son la prueba más clara de que «miraba a los lados», recordaba las comodidades de todo género que había dejado en el mundo. Era natural, tenía la misma naturaleza que nosotros, pero nada le hizo cambiar en su actitud, antes se animaba a sí mismo tomando en sus labios las frases lapidarias de San Bernardo, que a su misma edad chocó con esas mismas dificultades: «Pronto reaccionaba; se acordaba de la pregunta que se hacía nuestro Padre San Bernardo: "¿Bernardo, a qué has venido?"». Este pensamiento y el recurso a la Virgen -que era constantemente su refugio en horas de prueba- le co-municaban fuerza y valentía para mantenerse en esa fidelidad total a Cristo.

    Es indudable que también miró a los lados con nostalgia en los primeros momentos de aquella tarde gris de invierno, cuando le mandaron al laboratorio a pelar nabos, pues hace una confesión sincera: «La tarde que hoy padezco es turbia y turbio me paree todo. Algo me abruma el silencio, y parece que unos diablillos están empeñados en hacerme rabiar con una cosa que yo llamo recuerdos... Paciencia y esperar.

    En mis manos han puesto una navaja y delante de mí un ces-to con una especie de zanahorias blancas muy grandes y que re-sultan ser nabos. Yo nunca los había visto al natural, tan gran-

  • 454 M." DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    des y tan fríos. ¡Qué le vamos a hacer!, no hay más remedio que pelarlos.

    «El tiempo pasa lento y mi navaja también, entre la corteza y la carne de los nabos que estoy lindamente dejando pelados.

    Los diablillos me siguen dando guerra. ¡ ¡Que haya yo dejado mi casa para venir aquí con este frío a mondar estos bichos tan feos!! Verdaderamente es algo ridículo esto de pelar nabos con esa seriedad de magistrado de luto.

    Un demonio pequeñito, y muy sutil, se me escurre muy adentro y de suaves maneras me recuerda mi casa, mis padres y hermanos, mi libertad, que he dejado para encerrarme aquí entre lentejas, patatas, berzas y nabos».

    Miró y remiró a los lados Rafael, no hay duda. Dios le dejó por unos momentos solo, abandonado a las propias fuerzas... Pero luego vino la reflexión seria de que estaba cumpliendo la voluntad de Dios y pensó que de una acción tan trivial, como era pelar nabos, podía irradiar gracia abundante sobre la humanidad entera. Estamos totalmente de acuerdo en lo que dice: «Que el pelar unos nabos por verdadero amor a Dios le puede a El dar tanta gloria y a nosotros tantos méritos como la conquista de las Indias».

    Se reía luego -según dice- a moco tendido de los diablillos y hubiera deseado tirar nabos a diestro y siniestro, tratando de hacer comunicar a las pobres raíces de la tierra la alegría de su corazón. «Hubiera hecho verdaderas filigranas malabares con los nabos, la navaja y el mandil». Sobre todo, saca una morale-ja formidable: «Sepamos aprovechar el tiempo. Sepamos amar esa bendita cruz que el Señor pone en nuestro camino, sea cual sea, fuere' como fuere». «Aprovechemos esas cosas pequeñas de la vida diaria, de la vida vulgar ... No hace falta para ser grandes santos grandes cosas, basta el hacer grandes las cosas pequeñas».

    Resumiendo: Entre los dos títulos, el mío: «Rafael "sí miró a los lados"», y el de Gil de Muro, «Rafael sin mirar a los la-dos», me quedo con este segundo, porque aunque mirara muchas veces a los lados, como humano que era, nada fue capaz de apar-tarle de su decisión inquebrantable de entrega total al Amado de su alma.

    -1 I I

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 455

    4. DULZURA EN LOS CAMINOS DE CRISTO

    Es indudable que Rafael fue un joven muy sensible al amor de Cristo. Esto se palpa fácilmente con solo acercarse a sus escritos, que son el fruto de una alma sumergida de continuo en la contem-plación. En ellos encontramos enseñanzas luminosas de un monje que vivió en hondura el misterio redentor y acertó a transmitir sus experiencias de Dios a sus hermanos los hombres, tan ávidos de felicidad, pero a veces tan descaminados en dar con la ruta certera para llegar a ella.

    Es frecuente representar a San Bernardo abrazado a los estig-mas ele la Pasión. Célebre es la visión de un monje de Claraval, que fue testigo de cómo hallándose orando el santo a los pies de un Santocristo vio cómo el Redentor desclavaba los brazos y le estrechaba contra su corazón. El pincel de Ribalta inmortalizó esta escena en un cuadro de sobra conocido.

    Del hermano Rafael no se conoce nada parecido, pero a imi-tación de su santo padre y doctor, Cristo fue para él la razón de ser de su vida, y cuando habla de Jesús crucificado lo hace con tanta ternura, con tal unción y vehemencia, que bien puede ser catalogado entre los más finos amantes que ha tenido el Señor sobre la tierra. Son admirables los conceptos profundos que afloran a los puntos de su pluma cuando enjuicia la dulzura de los caminos de Cristo. Lo más admirable es que nunca estudió teología, porque no le dio tiempo, pero esos conceptos están cimentados en la doctrina teológica más segura, que es la propia experiencia.

    «Llevo muy poco tiempo -escribía- desde que conocí la dulzura de los caminos de Cristo, pero es en la Cruz donde siempre he hallado consuelo. Es en la cruz donde he aprendido lo poco que sé. Es en la Cruz donde he hecho siempre mi oración y mis meditaciones ... En realidad, no sé otro sitio mejor, ni acierto a encontrarlo ... , pues quieto.

    Esté siempre, Señor, a la sombra del duro madero, ponga allí a tus pies mi celda, mi lecho ... Tanga yo, Señor, allí mis delicias, mis descansos en el sufrir .. Riegue el suelo del Calvario con mis lágrimas ... Allí a los pies de la Cruz tenga mi oración, mis exá-menes de conciencia.

  • 456 M.' DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    No permitas, Señor, que me aparte de Ti». Explica luego los motivos que le inducen a permanecer ancla-

    do a los pies de la Cruz, día y noche, como en seguro refugio para verse libre de los enemigos del alma y para saborear en la quietud los íntimos abrazos del Corazón enamorado de Cristo. «Qué ale-gría tan grante -escribe- es poder vivir al pie de la Cruz. Allí encuentro a María, a San Juan y a todos tus amadores. Allí no hay dolor, pues al ver el tuyo, ¿quién se atreve a sufrir?

    Allí todo se olvida, no hay deseo de gozar, ni nadie piensa en penar ... Al ver tus llagas, Señor, sólo un pensamiento domina al alma ... Amor ... , sí, amor para enjugar tu sudor, amor para endulzar tus heridas; amor para aliviar tanto y tan inmenso dolor».

    Seguidamente trae unas ideas que deben sacudir hondamente el fondo de nuestra alma, ante tanta frialdad y olvido como reina en las almas, aun en aquellas que están más comprometidas con Cristo por razón de su consagración o por beneficios recibidos. Luego de pedir con vehemencia a Cristo que le deje vivir de continuo junto a su cruz, día y noche, recogiendo su preciosa sangre, continúa: «Déjame vivir al pie de tu Cruz sin pensar en mí, sin nada querer ni desear más que mirar enloquecido la sangre divina que inunda la tierra ... Déjame, Señor, llorar pero llorar de ver lo poco que puedo hacer por Ti, lo mucho que te he ofendido estando lejos de tu Cruz ... Déjame llorar el olvido en que te tienen los hombres, aun los buenos».

    Por fin, nos descubre el gran misterio obrado en su alma trans-formada en Cristo, caminando a unas alturas insospechadas, des-pués de tantos sufrimientos soportados con entera sumisión a los planes divinos no sólo con resignación cristiana, sino incluso con alegría, pues dejó escrito: «Beso con inmenso cariño la mano bendita de Dios que da la salud cuando quiere y la quita cuando le place».

    Termina esta profunda meditación echando una mirada a Ma-ría, su constante refugio, y pidiéndole una gracia muy especial: «¡ Virgen María, Madre de los Dolores! Cuando mires a tu Hijo ensangrentado en el Calvario, déjame a mí que humildemente recoja tu inmenso dolor, y déjame que, aunque indigno, enjugue tus lágrimas».

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 457

    El 27 de febrero, después de un profunda meditación en la cual consigna que en ese día había ofrecido a Dios lo único que le quedaba, «la vida», luego de expansionarse en profundos pensa-mientos cierra la meditación con estas frases lapidarias: «Oh mi-seria del hombre! ¡Qué poco miras a Cristo crucificado! ¡Qué poco sufres y lloras por El! Humilla tu cara en el polvo, hermano Ra-fael, y deja ya de pensar en nada que sea barro, que sea criatura, que sea mundo, que seas tÚ ... Llena tu alma del amor de Cristo; besa sus llagas, abrázate a tu Cruz; sueña y piensa y duerme en él... ¡Qué bien se descansa a los pies del dulce madero! ¡Qué bien se duerme agarrado al Crucifijo!».

    5. COMENTA A SAN JUAN DE LA CRUZ

    La espiritualidad de fray María Rafael está cimentada sólida-mente en la doctrina de Santa Teresa de Jesús y en San Juan de la Cruz. Me atrevo a decir que bastante más que en los autores cistercienses, por la sencilla razón del trato íntimo con los duques de Maqueda, grandes amantes del Carmelo, y porque en el Císter apenas tuvo tiempo de recibir una formación un poco seria.

    Haciendo un cálculo aproximado solamente fueron unos veinte meses los que pasó en la orden, y de este tiempo la mayor parte enfermo. Fuera de que la formación que se daba en aquellos tiem-pos era superficial, de tipo detallista y ceremonioso. Teníamos un libro de Usos muy complicado, que por cierto a Rafael le entraba bastante mal -nunca aprendió a encender las velas como allí se enseñaba-, mucho peor que a los que habíamos ingresado de jovencitos.

    Sobre todo la doctrina de San Juan de la Cruz acude con frecuencia a los puntos de su pluma. Veamos cómo aprovechaba todas las circunstancias para reproducir algún concepto del santo. Tomamos como modelo la dedicatoria de una estampa.

    El 5 de diciembre de 1935 pintó Rafael una estampa para su tía la duquesa de Maqueda. Una cruz aparece en el horizonte como sol radiante a través de unos árboles. A su vera crecen unas flores silvestres, alrededor de un árbol se enrosca una serpiente, mientras

  • 458 M.' DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    en la altura, un ave solitaria descansa en una de las ramas. Abajo, los versos del insigne vate de Fontiveros:

    Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas, ni cogeré las flores ni temeré las fieras ...

    Lo más importante para nuestro caso es la dedicatoria que lleva en el reverso, que define con exactitud lo que fue la vida de monje, un eco fiel de estas consignas de San Juan de la Cruz: «Seguir ... seguir ... seguir..., sin mirar a los lados, los ojos en la cruz de Jesús, el corazón abrasado en amor».

    Seguir, sin mirar a los lados ... El Amor no permite detenerse ... , no ver las flores, no ver las fieras, no ver el camino ... , no ver más que el Amor de Dios que nos espera en la Cruz, y detrás de la Cruz, María.

    Seguir ... seguir, sin otra luz y guía que Amor... Amor ... Amor. A pesar de lo que dijimos antes, Rafael no miraría nunca a los

    lados en el sentido de dar marcha atrás en su vocación, antes su mirada de águila se fijó siempre en el Amado de su corazón, Cristo, y ante él palidecían todos los atractivos de la tierra, incluso su enfermedad, pues en los postreros meses de su vida tuvo un gesto que bien podemos considerar heroico. Sabemos las reiteradas veces que tuvo que salir del monasterio por causa de su enfermedad, pero así que se sentía con fuerzas, nuevamente pedía el reingreso, a pesar de saber que su estancia en la Trapa era mal interpretada.

    Poco antes de incorporarse la segunda vez, el 5 de diciembre de 1935, escribía a su tía desde Oviedo y le daba cuenta de lo que había supuesto para él la doctrina de San Juan de la Cruz, en la última despedida que tuvieron ambos. «No me extraña nada -decía a su tía- lo que me dices del consuelo y la paz que te dio el Señor al leer a San Juan de la Cruz. A mí me pasó lo mismo ... El día anterior habíamos leído en Sonsoles: "Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras ... ".

    Pues bien, con ese pensamiento y con la ayuda de María, hice todo el camino ... Veía pasar pueblos, personas y paisajes, y con el

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 459

    volante muy apretado en las manos y ¿por qué no? con muchas ganas de llorar, seguía, seguía la carretera sin detenerme. Acababa de dejar en Avila muchas flores de las de San Juan de la Cruz ... El Señor me pide seguir y no detenerme. ¿Qué hacer?, pues lo de siempre: mirar arriba, mirar muy alto... y seguir sin detenerme. Haz tú lo mismo».

    Al sentirse Rafael un tanto recuperado, y deseoso de seguir en el monasterio reanundado su vida monástica, recurrió con dos cartas al nuevo padre maestro para que le indicara los objetos que debía llevar al monasterio. El nuevo maestro ni siquiera se dignó contestarle. Este solo hecho pone de manifiesto el poco interés que le merecía Rafael y la diferencia abismal del maestro anterior) que con toda rapidez y máxima delicadeza le resolvía luego todos los problemas.

    No nos extrañemos de ello. El monasterio no es un hospital y menos una residencia para recibir a enfermos crónicos. Rafael padecía una enfermedad incurable, por lo que los monjes, comen-zando por el nuevo maestro de novicios, se decían para sus aden-tros -y acaso lo comentaron entre ellos-, que no era aquel el lugar adecuado para recibir a aquel joven. Se habían dado muchos casos de jóvenes que se sintieron lacerados por la enfermedad y tuvieron que abandonar el monasterio al comprobar que Dios no les daba la salud necesaria para soportar aquella vida.

    Pienso que si aquellos monjes se hubieran dado cuenta del tesoro que Dios había concedido a la comunidad con la entrega de aquel joven enfermo, que no servía para otra cosa más que para vivir abrazado a la cruz de Cristo, que un día habría de extender la celebridad del monasterio por todo el orbe, de seguro hubieran cambiado de modo de pensar y bendecirían a Dios por la conce-sión de dádiva tan espléndida.

    Pero Dios se dignó tener oculto aquel tesoro, fueron necesarios muchos años para llegar a descubrirlo, por más que a poco de su muerte algunos comenzaron a pensar que Rafael había sido un alma privilegiada, un prodigio de la gracia, uno de esos hombres llamados a producir una fuerte irradiación en la Iglesia.

    Quede bien claro, no obstante: la sublimación de Rafael a los altares es una gracia muy grande que Dios ha hecho no sólo a las

  • 460 M.' DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    almas consagradas, sino también a todos los cristianos que se sien-tan hambrientos de espiritualidad, al ponernos delante un modelo tan asequible, que arrastra a cultivar en el alma los grandes amores que ardieron en su pecho: Cristo y María. Fue una demostración de lo que puede llegar a ser un alma, aunque viva en un monasterio cargado de achaques, pero enamorado de la cruz de Cristo.

    Rafael ingresó en la Trapa para hacer de su vida una continua alabanza a Dios. Pero resultó que Dios quiso que esta alabanza se hiciera en el dolor. Y sus últimos cuatro años fueron esa luminosa escalada que es la vida de todo santo. No pudo llegar al sacerdocio que tanto anhelaba. Ni siquiera logró profesar como trapense, aunque en la Trapa murió -el 26 de abril de 1938- como un simple oblato, «con un corazón alegre y con mucho amor de Dios».

    5. MENSAJE A LOS JÓVENES

    Es corriente escuchar de labios de personas, incluso bien for-madas, que los santos nacieron santos, sin las inclinaciones al mal que sentimos todos. Yo creo que sucedió todo lo contrario. Dejan-do a un lado los que fueron santificados en el vientre de su madre, podemos decir que todos, quien más quien menos, sintieron en su interior el fomes peccati que sentimos todos. Respecto a Rafael, se nos presenta como un auténtico modelo de jóvenes, haciendo una llamada a la castidad, en esta hora en que se ve tan acometida por el poder de las tinieblas. La doctrina de Rafael, lo mismo que su vida, es un mensaje vivo que transmite a todos, de manera especial a los jóvenes de nuestro tiempo.

    Cuando San Bernardo frisaba en los veinte años era un mucha-cho brillante, de color rubio, ojos azules, de unas condiciones físicas envidiables. Le encantaban las fiestas y torneos, y en cierta ocasión, viajando en compañía de otros jóvenes a una de esas fiestas, se hospedaron en un mesón, y la dneña de la casa, dema-siado liviana, se fijó más de la cuenta en aquellos ojos y quiso conquistar a toda costa el corazón de Bernardo. Para ello le pre-paró una habitación aparte, distinta de los otros muchachos.

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 461

    Muy entrada la noche, cuando todos dormían, aquella mujer creyó llegada la hora para dar el asalto al corazón del joven. Se dirigió de puntillas a su habitación, pero Bernardo, por una luz del cielo, notó que un enemigo poderoso se le acercaba, y comenzó a clamar: «¡ladrones, ladrones!».

    Se levantaron todos, encendieron luz, registraron la casa y no encontraron nada. La mujer se había escondido. Vueltos todos a dormir, al cabo de mucho rato, repitió el asalto, y el santo de nuevo comenzó a clamar: «¡ladrones, ladrones!». Otra vez se al-borotaron todos los habitantes del mesón, mas todo en vano, no apareció la menor señal de que hubiera nadie. Le creyeron víctima del delirio.

    A la mañana siguiente, ya de camino, comentaban todos el doble incidente de la noche, y bromeaban con Bernardo, juzgán-dolo sonámbulo. Pero él declaró la verdad, explicando cómo una mala mujer intentó arrebatarle la perla que más amaba, la castidad de su alma.

    Rafael, a la misma edad que San Bernardo en ese incidente, también sufrió un formidable ataque a su castidad. Una joven argentina que se hospedaba en la misma pensión madrileña quedó prendada de la brillantez de sus ojos, y una y otra vez le provocaba de manera descarada, de suerte que a no ser por una gracia muy especial del cielo no hubiera podido triunfar de aquel enemigo. Sabemos todas las circunstancias del caso por un amigo íntimo que declaró en el proceso, testigo de aquellos ataques. El fue quien declaró que Rafael, para vencerse, se levantó de la cama y se acostó en el suelo.

    A este peligro inminente de caer alude él, sin duda, en una carta que escribió a su tía la duquesa de Maqueda el 4 de diciem-bre de 1935. En ella le habla de un proyecto que abrigaba de comenzar a escribir cartas a la Virgen, ya que no podía escribir a la familia, proyecto que parece no llevó a la práctica. ¡Hubiera sido interesante conocer lo que le decía a la Señora, con el amor tan entrañable que la profesaba!

    Allí, refiriéndose a la Santísima Virgen, dice a su tía: «Si vieras, se lo debo todo: Mi vocación, mi salud -poca o mucha-la conservo para Dios y por María ... Y mira, hace años, antes de

  • 462 M." DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    irme a la Trapa, en una caída que tuve, no resbalé hasta el fondo gracias a la Santísima Virgen, que me sacó milagrosamente de donde estaba».

    Después de este señalado triunfo, fue progresando en el amor a la Madre y al Hijo, llegando a un estado del convencimiento de la transformación que el amor divino opera en el alma. «Quisiera ser. .. una leve sombra que pasó por la vida amando mucho a Dios y sin ruido. Ayudar a las almas del mundo entero a que amen a Dios. Mi vocación sólo se resume en esto: amar a Dios».

    «Si perfeccionas ese amor que es tu única vida interior, lo demás no tiene importancia; ese mismo amor te hará ser humilde, mortificado, caritativo; te hará ser santo, santo por amor; santo única y exclusivamente por amor, ¿ves ... qué fácil? Que caes ... te desalientas, no importa, el milago del amor lo hace todo ... Pídele a la Señora ese amor que Ella tenía a su Hijo ... Por amor tuvo (la Virgen) humildad, por amor fue la más santa de las mujeres ... ».

    El Papa Juan Pablo JI, que presentó a aquella juventud abiga-rrada en el Monte del Gozo la figura atrayente del hermano Rafael como «modelo de seguimiento de Cristo», «joven como muchos de vosotros y vosotras que acogió la llamada de Cristo y la siguió con decisión»; se dignó glorificar al poco tiempo a quien cogía la «pluma para seguir alabando a Dios», que tenía prisa siempre de cantar las alabanzas del Señor «con los Santos y con los Angeles».

    El año 1966 visité, en su casa de Burgos, a don Alvaro Barón, tío de Rafael. Hablamos largo rato y me enseñó una caricatura un tanto extraña pero muy original. La había pintado Rafael. Cierto día, durante la última contienda nacional, le acompañó a una en-trevista que tuvo con un coronel significado del ejército en un bar de Burgos. Mientras los dos trataban sus asuntos, Rafael se retiró cortés a una mesa cercana, para que hablaran con mayor libertad.

    y como no podía perder el tiempo aprovechó la oportunidad, se fijó en los rasgos más salientes del coronel y los reflejó en una caricatura espléndida. Se despidieron del coronel, y ya de regreso por el camino, Rafael presentó a su tío la caricatura y él preguntó: «¿Conoces a éste?». «¡Pero, hombre! -le contestó don Alvaro, lle-vándose las manos a la cabeza- ¡ si la ve su familia, no sé qué te hace!».

  • I :

    BEATO RAFAEL ARNAIZ 463

    La guardaba don Alvaro con mucha preocupación, pero logré sacársela con habilidad, y hoy figura en la exposición de recuerdos en la Trapa de Dueñas. Al hacerme entrega de ella, añadió: «¡Está tan bien hecha que sólo le falta hablar!».

    6. ALMA EUCARÍSTICA

    El nuevo descubrimiento de hace unos meses -al menos yo no tenía noticia de él- es que Rafael fue miembro activo de la Adoración Nocturna Española. No hace mucho tiempo, en los ar-chivos de la Sección de Oviedo, se ha descubierto que Rafael, cuando contaba veinte años, dio su nombre como adorador noctur-no, y permaneció en ella durante diecisiete meses -sin haber perdido un solo día-, dejando vacío el puesto cuando se trasladó a Madrid para incorporarse al servicio militar y estudiar arquitec-tura, siguiendo luego su ingreso en el Císter.

    Pero para que se vea el interés de este hombre y la simpatía que le mereció esta vocación de adorador, al cesar en ella dejó en su lugar a su propio hermano Leopoldo, que continuaría ocupando su puesto. En este hecho, a primera vista sin importancia, radica el inicio de su espiritualidad, que se distinguiría por su amor entrañable a la Sagrada Eucaristía.

    Por estos días en que se hallaba enrolado en las filas de la Adoración Nocturna dedicaba una estampa a su tío el duque de Maqueda con estas frases impregnadas de amor eucarístico: «Mul-titud de Sagrarios existen en la redondez de la tierra, pero sola-mente un Dios, que es Jesús Sacramentado. Consoladora verdad que hace estar tan unidos el monje en su coro, el misionero en tierra de infieles y el seglar en su parroquia. Ni hay distancias, ni hay edades ... , al pie del Sagrario estamos todos cerca. Dios nos une. Pidámosle, por mediación de María, que algún día allá en el cielo podamos contemplar a ese Dios que por amor al hombre se oculta bajo las especies de pan y vino. Así sea».

    Bellísimo y profundo pensamiento el que tiene en una carta dirigida a su mismo tío, escrita en las altas horas de la noche: «Es un consuelo muy grande -le dice- el pensar que ante el Sagrario

  • 464 M: DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    no faltan almas humildes que en la noche, mientras todo el mun-do duerme, cantan y rezan, y a veces lloran los pecados de los hombres».

    De esa adoración constante del Santísimo brotaba espontáneo el deseo de llevar a todas las almas al Sagrario, un ansia de conversión de todos los hombres. He aquí dos pensamientos sublimes que al par que nos descubren las ansiedades de su alma nos interpelan con fuerza a todos los cristianos: «Quisiera ver al mundo entero postrar-se ante el Sagrario, ante la Cruz, y en lugar de eso, ¿qué veo? ¿Para qué te vaya explicar nada? Ya lo sabes tú muy bien. Gran respon-sabilidad tenemos los cristianos si no hacemos algo por la conver-sión del mundo, y todos podemos contribuir con algo».

    Nos haríamos interminables si quisiéramos seguir aduciendo pepitas de oro de su entrañable devoción a la divina Eucaristía. Sólo queremos añadir un pensamiento que nos descubre su total desprendimiento de lo que más amaba en la. vida, la Trapa, por la cual sacrifió su carrera y tantos cariños terrenos. Veamos lo que dejó escrito en una carta dos años antes de su muerte: «En la Trapa, lo de menos es la Trapa y los trapenses, lo principal, lo único, es el Sagrario, en él se oculta la grandeza e inmensidad de Dios, yeso tú tambien lo tienes; también puedes formar tu Trapa junto a cualquier Sagrario de la Tierra».

    A don Miguel González, santo obispo de Palencia, se le aplica el título de «apóstol del Sagrario abandonado», justamente mere-cido, por haber sido un alma que vibró de celo ardiente y trabajó sin descanso para despertar en los hombres deseos de correspon-dencia a la gracia inmensa que nos hizo el Señor, de quedarse noche y día en medio de nosotros. Lamentaba en lo más profundo de su ser el ver que la mayoría de las almas viven como si Cristo no estuviera entre nosotros. De aquí su lamento y su ansia de desagraviar el Sagrario abandonado.

    También Rafael gemía en el fondo de su corazón viendo la frialdad de las personas y el olvido en que yace Jesús en el Sagra-rio. Quería remediarlo a toda costa, supliendo él con amor todo cuanto le regateaban los hombres. Veamos cómo se expresa un día que se hallaba en Oviedo, reponiéndose de su enfermedad, después de su primera salida de la Trapa.

  • BEATO RAFAEL ARNAIZ 465

    Tenía por costumbre, mañana y tarde, acudir a la iglesia y pasar allí ante el Sagrario todo el tiempo que podía. De una de estas visitas nos dejó un palpitante testimonio escrito: «Hoy he salido de casa cuando empezaba a anochecer. .. Atravesé las calles de la ciudad y un poco aturdido del barullo del gentío, de los coches y de las luces, me dirigí donde mi espíritu necesitaba ... a la casa de Dios ... Esta estaba casi desierta, una beata mascullaba oraciones delante de un altar mal alumbrado, otro grupo de muje-res cuchicheaba junto a un confesionario, y el Señor, Dios de la creación, el Juez de vivos y muertos, estaba en el Sagrario olvi-dado de los hombres ...

    Esto me dio vergüenza, pues yo soy hombre y, por tanto, pecador, y aunque quisiera desagraviar el Sagrario abandonado, no puedo hacerlo ... Harto es que Dios me admita en su presencia ... ¿Qué puedo hacer yo? Infeliz de mí, si soy el primero que cumplo como mal hijo respecto a tan buen Padre. Mi oración es tan débil y desabrida, que no sé si llega a Dios. De todas maneras, no por eso dejo de dirigírsela».

    Sigue después una confesión sincera. Nos explica lo que hacía allí en aquellas horas ante Jesús: no sólo lamentar el abandono del Sagrario, sino procurar hacer viva su oración, irradiando con fuer-za en la iglesia y en las almas. «En la paz y en el silencio del templo -dice- mi alma se abandonaba a Dios. Veía pasar por delante de mí todas las miserias y todas las desgracias de los hombres: sus odios y sus luchas, y pensaba que si este Dios que se oculta en un poco de pan no estuviera tan abandonado, los hombres sería más felices, pero no quieren serlo».

    Desde luego nos deja caer aquí una verdad profunda, nos des-cubre una mina de oro en el recurso a la divina Eucaristía. Cuánto tiempo perdido caminando en busca de una felicidad que no se encuentra fuera del Señor, porque, como el mismo Rafael dirá en otra parte, «sólo Jesús llena el corazón y el alma».

    Esa ausencia de vivir noche y día a los pies de un Sagrario es lo que le hace suspirar con nostalgia por su reingreso en la Trapa, así como la disposición inquebrantable de dejarlo todo por Cristo, no una ni dos, sino mil veces si hiciera falta: «Pronto, si Dios quiere -escribe al padre Francisco-, tendrá bajo su instrucción

  • 466 M: DAMIAN YAÑEZ NEIRA

    al hermano Rafael para volverle a enseñar lo que siempre se le olvida: el orden de encender las velas, las inclinaciones, las se-ñas ... , todo ... , todo eso que ahora en la molicie de mi casa tanto echo de menos y tan lejos del Sagrario en que día y noche velan los monjes».